lunes, 27 de julio de 2015

Martes de la semana 17 de tiempo ordinario; año impar

Martes de la semana 17 de tiempo ordinario; año impar

En el mundo habrá siempre mal, pecado, pero la misericordia de Dios es más fuerte que el mal, incluso más poderosa que la misma justicia es la ternura divina
“En aquel tiempo, Jesús dejó a la gente y se fue a casa. Los discípulos se le acercaron a decide: -«Acláranos la parábola de la cizaña en el campo.» Él les contestó: -«El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los ciudadanos del reino; la cizaña son los partidarios del Maligno; el enemigo que la siembra es el diablo; la cosecha es el fin del tiempo, y los segadores los ángeles. Lo mismo que se arranca la cizaña y se quema, así será al fin del tiempo: el Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y arrancarán de su reino a todos los corruptores y malvados y los arrojarán al horno encendido; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre. El que tenga oídos, que oiga» (Mateo 13,36-43).
1. –“Después de haber hablado en parábolas, Jesús dejó a la gente y se fue a casa. Los discípulos se le acercaron a pedirle: "Acláranos...” ¿Soy yo de los que buscan más, o de los que se contentan con el mínimo? Señor, explícanos... Señor, háblanos...
-"El que siembra la buena semilla, es el Hijo del hombre." Jesús, eres el sembrador de buena semilla, que pasas "haciendo el bien"... sólo el bien, nada malo. ¿Y yo?
–“El campo es el mundo”. Visión realista. Jesús, siembras en el mundo actual... en este mismo momento.
–“La buena semilla, son los hijos del reino”. Fórmula sorprendente. ¡Lo que siembras, Señor, en este momento, en el mundo es "nosotros"! ¡Hijos del reino! Responsabilidad inaudita que sobrepasa infinitamente nuestros medios humanos. Yo soy una "simiente" tuya. Me has sembrado en algún sitio para que sea, allí, fuente de vida.
-“La cizaña son los hijos del maligno”. El enemigo que la siembra es el diablo El hombre tiene un amigo: Dios. Pero tiene también un enemigo: el diablo. La vida humana no es anodina, inofensiva, cándida, indiferente, ni buena ni mala... como algunos intentan hacernos creer. ¡Los actos humanos no son incoloros, inodoros y sin sabor! Algunos actos son "destructores" del hombre, enemigos del hombre. Algunos actos son "constructores" del hombre, amigos del hombre...
-“La cosecha es el fin del mundo”. Tu mirada, Jesús va de entrada, y como espontáneamente, a este fin... Ves lejos... ¡Miras el término, el objetivo! ¡La obra terminada! la cosecha que se está preparando. Mi mirada ¿es quizá, demasiado limitada? ¿No está bloqueada por lo inmediato, no desea resultados rápidos? Me detengo a soñar en la cosecha. Espero. Quiero trabajar con paciencia, para hacerla madurar.
-“Los segadores son los ángeles”. Hijo del hombre, enviarás a sus ángeles que escardarán de su Reino a todos los corruptores y malvados y los arrojarán al horno encendido. Con imágenes de su cultura, nos cuentas ese misterio de justicia final… Estos días estoy por Baeza, y en la que fue cárcel y ahora ayuntamiento, hay una inscripción: "In medio justitiae misericordiae recordaberis: misericordia superexaltat juditium", que traducen como “conciliarás la justicia con la misericordia: la misericordia enaltece el juicio”. En realidad, textualmente dice “en el medio de la justicia recordarás la misericordia”. Y es la gran verdad: si la justicia no tiene misericordia, no es tal…
-“Entonces los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre”. Lo mismo que el fuego, usas la imagen del "sol". En esos meses de verano los hombres se sienten ávidos de sol. Quiero estar "en el reino de mi Padre" Dios. Ser amado sin fin, mimado sin fin, viviente sin fin (Noel Quesson).
Jesús, tú mismo nos explicas así la parábola que leíamos el sábado, la de la cizaña que crece junto al trigo en el campo: Dios siembra buena semilla, el trigo. Pero hay alguien -el maligno, el diablo- que siembra de noche la cizaña. A los discípulos, siempre dispuestos a cortar por lo sano, les dices que eso se hará a la hora de la siega, al final de los tiempos, cuando tenga lugar el juicio y la separación entre el trigo y la cizaña. Entonces sí, los «corruptores y malvados» serán objeto de juicio y de condena, mientras que «los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre».
De nuevo se nos recuerda que el juicio no nos corresponde a nosotros. Le pertenece a Dios y lo hará al final. Mientras tanto, el bien y el mal coexisten en nuestro campo. Parece la defensa de una comunidad que no sólo tiene «santos» y «perfectos», sino también personas pecadoras y débiles. Nuestra comunidad no debe ser elitista, con entrada exclusiva para los perfectos (naturalmente, según la concepción maniquea que solemos tener, nosotros seríamos los «perfectos» y los «justos»). Sino que en la Iglesia, como en el campo de la parábola, hay trigo y cizaña. Y en la red, peces buenos y malos, como nos dirás, Jesús, pasado mañana. Si tú, Señor, eres tolerante, veo que también yo he de tener paciencia. Saber esperar, respetando la libertad de las personas y el ritmo de los tiempos. Dios sigue creyendo en el hombre, a pesar de todo. Eso sí, tenemos que discernir el bien y el mal -no todo es trigo- y luchar para que triunfen el bien y los valores que ha sembrado Jesús, y seguir rezando «venga a nosotros tu Reino» y «líbranos del mal (o del maligno)». Me cuesta ser paciente, porque es fácil ser violento con los que obran el mal. Cuesta evitar medidas drásticas ni coactivas. Con la fuerza de una semilla que se abre paso y de un fermento que llegará a transformar la masa, según las dos parábolas de ayer. Conscientes de que el juicio -«arrancar la cizaña»- pertenece a los tiempos últimos y no nos toca a nosotros (J. Aldazábal).
Repetimos convencidos: ¡Por ahí no paso! ¡Eso no puede ser! Y si sucede lo que no queremos que suceda, entonces nos hundimos en la desesperación y decimos: ¡No hay remedio! Dios, sin embargo, tiene una paciencia que le llega hasta el final de los tiempos. Hasta entonces, estará esperando, paciente y misericordiosamente, que suceda lo que a nuestros ojos resulta absolutamente imposible: que la cizaña se convierta en trigo. Como el dueño del campo espera el tiempo de la cosecha para arrancar la cizaña. Tendríamos que aprender mucho de esa paciencia de Dios. Va intrínsecamente unida con su ilimitada capacidad para perdonar, para acoger, para amar, para recrear lo que el mismo hombre ha destrozado. E intentar aplicarla a la vida de nuestra nación, de nuestra comunidad, o de nuestra familia, lugares donde las venganzas y los rencores son a veces para siempre (Servicio Bíblico Latinoamericano).
Decía Benedicto XVI que el mundo se pierde por la impaciencia de los hombres, y se salva por la paciencia de Dios. Ayúdame, Señor, a participar de esa fortaleza de tu corazón, de resistir ímpetus, ¡de tener paciencia!
2. –“En el desierto del Sinaí, Moisés tomó la tienda y la plantó para él a cierta distancia del campamento. La llamó "Tienda del Encuentro". De modo que todos los que tenían que consultar al Señor, salían hacia la Tienda del Encuentro”. El hombre necesita silencio y soledad para encontrar a Dios. ¿Sé también aislarme alguna vez? “En cuanto entraba Moisés en la Tienda, bajaba la columna de nube y se detenía a la puerta de la Tienda, mientras el Señor hablaba con Moisés cara a cara, como habla un hombre con otro hombre”. Moisés era un hombre de oración, el «confidente de Dios», en cuya intimidad vivía como un amigo con su amigo. Así Moisés no es solamente el jefe, el hombre de acción que hemos visto comprometido al servicio de los hombres... es también el «místico» que alimenta su compromiso en la contemplación. Después de esto, se comprende que Moisés pueda hacer tan íntimamente suyos los puntos de vista de Dios, y sus comportamientos de amor salvador.
-“Moisés invocó el nombre del Señor. El Señor pasó ante él y proclamó: “Yo soy el Señor tu Dios tierno y misericordioso, lento en la ira, lleno de amor y de fidelidad...”” Es la historia de la fidelidad de Dios, de su misericordia… el Amor divino es misericordioso. Así se manifiesta a Moisés: "Dios de ternura y de gracia, lento a la ira y rico en misericordia y fidelidad" (Ex 34,6). Es en esta revelación central donde el pueblo elegido y cada uno de sus miembros encontrarán, después de toda culpa, la fuerza y la razón para dirigirse al Señor con el fin de recordarle lo que Él había revelado de sí mismo y para implorar su perdón.
La misericordia se contrapone en cierto sentido a la justicia divina y se revela en multitud de casos no sólo más poderosa, sino también más profunda que ella. Ya el Antiguo Testamento enseña que, si bien la justicia es auténtica virtud en el hombre y, en Dios, significa la perfección trascendente, sin embargo el amor es más "grande" que ella: es superior en el sentido de que es primario y fundamental. El amor, por así decirlo, condiciona a la justicia y en definitiva la justicia es servidora de la caridad. La primacía y la superioridad del amor respecto a la justicia se manifiestan precisamente a través de la misericordia: "Con amor eterno te amé, por eso te he mantenido mi favor". "Aunque se retiren los montes..., no se apartará de ti mi amor, ni mi alianza de paz vacilará"” (Juan Pablo II, Dives in misericordia 4).
«En verdad es un pueblo de dura cerviz; pero Tú perdonarás nuestras faltas y nuestros pecados y Tú harás de nosotros un pueblo, herencia tuya”. Admirable oración de Moisés. Con él ruego por el mundo de HOY.
-“Y escribió en las tablas el texto de la Alianza, los diez mandamientos”. Los escribió por segunda vez. Da una nueva oportunidad a ese pueblo (Noel Quesson).
3. Moisés, el mediador, habla con Dios «cara a cara». En la Eucaristía tenemos una gran cercanía con «Dios-con-nosotros», y podemos rezar: «que mi Señor vaya con nosotros... tómanos como heredad tuya»: «el Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia: no está siempre acusando...». Es un salmo de acción de gracias porque después del pecado Dios devuelve la salud y libra de la muerte, y así avanza la oración manifestando sentimientos íntimos de gran altura, de amor, de bendición: la bondad y la misericordia de Dios se manifiestan como salvación –justicia- de los oprimidos. El recuerdo de lo que el Señor ha hecho por el pueblo a lo largo de la historia concluye con la afirmación de la inmensidad de su misericordia, la de un padre lleno de ternura hacia sus hijos.
Llucià Pou Sabaté

domingo, 26 de julio de 2015

Lunes de la semana 17 de tiempo ordinario; año impar

Lunes de la semana 17 de tiempo ordinario; año impar

El pecado no limita la fidelidad de Dios, sino que va obrando su misericordia en la historia y abriéndose camino como Jesús muestra en las parábolas del Reino
“En aquel tiempo, Jesús propuso esta otra parábola a la gente: -«El reino de los cielos se parece a un grano de mostaza que uno siembra en su huerta; aunque es la más pequeña de las semillas, cuando crece es más alta que las hortalizas; se hace un arbusto más alto que las hortalizas, y vienen los pájaros a anidar en sus ramas.» Les dijo otra parábola: -«El reino de los cielos se parece a la levadura; una mujer la amasa con tres medidas de harina, y basta para que todo fermente.» Jesús expuso todo esto a la gente en parábolas y sin parábolas no les exponía nada. Así se cumplió el oráculo del profeta: «Abriré mi boca diciendo parábolas, anunciaré lo secreto desde la fundación del mundo»” (Mateo 13,31-35).
1. A la imagen del campo sembrado se añaden hoy las parábolas del granito de mostaza y de la levadura. En el silencio vemos las manos eternas de Dios en plena obra de la redención del mundo. La simiente ha sido echada. Viniste tú, Jesús, el Verbo divino del Padre, y te hiciste semilla fértil en el desolado campo del mundo. La tierra recibió tu cuerpo sacrificado y la semilla de tu sangre rindió el uno por mil. Tu palabra cayó en la esponjosa tierra de los corazones y dio infinitos frutos de sazón. Nosotros nos hallamos en pleno milagro de este crecimiento. La Iglesia de los mártires, la abundancia y variedad de la vida de la gracia en tantos cristianos… tantas pequeñas simientes una tal plenitud de vida.
Jesús, veo tu cuerpo místico, la Iglesia; hace crecer en ramas sin número el árbol del reino de Dios en la tierra. Poco a poco y en silencio, la Iglesia de Cristo crece, crece la obra de la redención, crece el reino de los redimidos; como también, poco a poco, va creciendo la semilla, y en silencio echa un brote, y éste crece. Exclamamos: ¡Cuán grande se ha hecho! Y lo mismo sucede cuando se mezcla la levadura entre la masa de la blanca harina: va expansionándose poco a poco, hasta que por fin la fermenta toda y la masa del pan ya está lista. Así también obran en el mundo la palabra redentora y la fuerza santificante de Cristo. Despacio y en silencio hacen las veces de una levadura. ¿Qué podemos nosotros hacer para que crezca la Iglesia, para que crezca el bien?
"Que siempre suspiremos por aquello por lo cual en verdad vivimos" (Poscomunión), esto es, que nos abramos a la operación misteriosa de Dios. Que no queramos hacer nada solos o por nuestras propias fuerzas. Vaca Deo et videbis! (Sal 45, 11), "¡tómate tiempo, está libre para Dios, y verás!" Verás y admirarás la gloria de su obra y su crecer silencioso en los suyos (Emiliana Löhr).
-“Siendo la más pequeña de las semillas, cuando crece, sale por encima de las hortalizas y se hace un árbol, hasta el punto que vienen los pájaros a anidar en sus ramas”. Para el crecimiento, la ley de la paciencia es la ley esencial de la vida. ¿Por qué, Señor, el mundo parece tan alejado de tu Reino? ¿No podrías hacer algo más? ¿Por qué permaneces oculto? La levadura es pequeña, pero llega a hacer algo grande. Yo quisiera, Señor, aprender el valor de las cosas pequeñas, lo que no se ve, lo débil en apariencia… El amor será la levadura que, lentamente, invisiblemente, fermenta toda la masa (Noel Quesson).
Dios parece elegir lo pequeño e insignificante, pero luego resulta que, a partir de esa semilla, llega a realizar cosas grandes. La levadura también es pequeña, pero puede hacer fermentar toda una masa de harina y permite elaborar un pan sabroso. Es el estilo de Dios. No irrumpe espectacularmente en el mundo, sino a modo de una semilla que brota y germina silenciosamente y se convierte en planta. Como la levadura, que, también silenciosamente, transforma la masa de harina. Esta manera de actuar de Dios, a partir de las cosas sencillas, se ha visto sobre todo con Jesús. Se encarnó en un pueblo pequeño (a su lado había otros como Egipto, Grecia y Roma), y se valió de personas sin gran cultura ni prestigio (no recurrió a los sumos sacerdotes o doctores de la ley). Pero el Reino que él sembró, a pesar de que fue rechazado por los dirigentes de su tiempo, se ha convertido en un árbol inmenso, que abarca toda la tierra, transformando la sociedad y produciendo frutos admirables de salvación. También en nuestros días tenemos la experiencia de cómo sigue obrando Dios. Con personas que parecen insignificantes. Con medios desproporcionados. Con métodos nada solemnes ni milagrosos, pero eficaces por su fuerza interior. Y suceden maravillas, porque lo decisivo no son los medios y las técnicas humanas, sino Dios, con su Espíritu, quien da fuerza a esa semilla o a esos gramos de levadura. La Eucaristía que celebramos es algo muy sencillo. Unos cristianos que nos reunimos, que escuchamos lo que Dios nos quiere decir, y realizamos ese gesto tan sencillo y profundo como es comer pan y beber vino juntos, que el mismo Jesús nos ha dicho que son su Cuerpo y Sangre. Pero esa Eucaristía es como el fermento o el grano que luego fructifica -debería fructificar- durante la jornada, transformando nuestras actitudes y nuestro trabajo. Tal vez nos gustarían más las cosas espectaculares. Pero «el Reino está dentro» (Lc l 7,20), y no fuera. Y, si le dejamos, produce abundante fruto y transforma todo lo que toca. Como es increíble lo que puede producir un granito pequeño sembrado en tierra, es increíble y esperanzador lo que puede hacer la semilla del Reino -la Palabra de Dios, la Eucaristía- en nuestra vida y en la de los demás, si somos buen fermento y semilla dentro del mundo (J. Aldazábal).
2. Moisés baja del Sinaí con las Tablas de la Ley. Sin duda, ha aprendido en Egipto el arte de escribir; los primeros testimonios conservados de la escritura protoalfabética son originarios del Sinaí. El dedo de Moisés, al grabar el decálogo sobre la piedra, es al mismo tiempo el dedo de Dios.
-“Moisés bajó de la montaña con las dos tablas de la ley. Cuando llegó cerca del campamento vio el becerro de oro y los coros de danzar”. El "becerro de oro" es para nosotros símbolo de idolatría…
A su regreso al lugar donde estaba acampado el pueblo de Israel, Moisés descubre el becerro de oro y, ante un divorcio tan descomunal entre el monoteísmo y el espiritualismo contenidos en aquellas tablas y el culto materialista y naturista que tenía ante sus ojos, se queda anonadado. En su cólera destruye las tablas escritas por Dios, indicando que el pecado ha quebrantado la Alianza, y que la principal consecuencia y castigo del pecado es la falta de Ley (cf Am 8,11-12), lo que hoy llamaríamos la pérdida del sentido del pecado. Moisés destruye el becerro porque no tiene en sí ninguna fortaleza. Las tablas eran “obra de Dios”, mientras que el becerro es de hombres. La estatua, que reducida a añicos, es tirada al río en donde los hebreos calman su sed y se refrescan, como para recordarles continuamente el pecado que acababan de cometer y hacerles beber hasta las heces aquel agua contaminada por la idolatría.
Aarón ha tenido torpemente complicidad en el culto del becerro de oro: -“Yo les dije: «¿Quién tiene oro?» Ellos se despojaron de sus riquezas y me las dieron”. Descubrimos aquí toda la ambigüedad del pecado. Los israelitas creen hacer el bien y honrar a Yavéh. Pobre gente ¡cuán parecidos son a nosotros! que a menudo caemos también en la trampa del mal sin darnos del todo cuenta de nuestro error ¡Señor, haznos lúcidos! Ayúdanos a reconocer claramente y a desenmascarar el pecado que no descubrimos. Entonces, ¿cuál fue pues su verdadera falta?
Me dijeron: "Haznos un dios que vaya delante de nosotros; porque no sabemos qué le ha sucedido a Moisés, el hombre que nos sacó de Egipto"”. Dios es invisible, Dios es misterio. Pero el hombre ha tendido siempre a localizar, a materializar a Dios, para estar seguro y, por así decirlo, tenerlo al alcance de la mano. «Haznos dioses que caminen como nosotros, que podamos verlos.» Los primeros mandamientos del Decálogo afirmaban el monoteísmo y el espiritualismo. Y ese culto a una estatua de becerro corría el riesgo de conducir a Israel a las religiones naturistas, a los cultos a la fecundidad, que eran los de tantos pueblos de entonces. Es pues la pureza de la fe, la autenticidad del Dios escondido lo que Moisés defiende al dejarse llevar de una santa cólera. Efectivamente Señor, Tú eres el totalmente-otro. Nadie puede alcanzarte con la mano. Queremos creer que de veras haces camino con nosotros aunque no te veamos. Purifica nuestra fe de sus ambigüedades. Ten piedad de nuestra debilidad.
-“Al día siguiente dijo Moisés al pueblo: «Habéis cometido un gran pecado. Yo voy a subir ahora donde el Señor. Acaso pueda obtener la expiación de vuestro pecado.»” Moisés ejerce la "mediación". El profeta es imagen del profeta único Jesucristo. A pesar de las flaquezas e infidelidades de los hombres, Dios seguirá siendo fiel… (Maertens-Frisque/Biblia de Navarra). La actitud de Moisés es verdaderamente ejemplar. El «mediador» es precisamente el que se deja dividir entre dos partes opuestas, para acercar la una a la otra: Moisés es solidario de Dios y defiende su causa... pero es también solidario de su pueblo y va a defenderlo ante Dios (Noel Quesson).
3. El salmo es un eco de la lectura, describiendo cómo «en Horeb se hicieron un becerro, adoraron un ídolo de fundición, cambiaron su gloria por la imagen... Dios hablaba de aniquilarlos, pero Moisés se puso en la brecha frente a él». Querían un dios visible como en Egipto, no invisible. ¿Cuál es nuestro «becerro de oro» preferido, al que, de alguna manera, rendimos culto, más o menos a escondidas? Tendríamos que deshacernos de nuestros ídolos. También podemos espejearnos en Moisés. Como él, tal vez sufrimos por la pérdida de la fe y por los ídolos que se adoran en torno nuestro. ¿Cómo reaccionamos ante el mal que vemos en la sociedad o en la Iglesia?, ¿somos capaces de compaginar nuestro disgusto con la solidaridad y la súplica ante Dios?, ¿hubiéramos subido, como Moisés, de nuevo al monte a interceder ante Dios, haciendo causa común con esta humanidad?, ¿oramos por nuestros contemporáneos, o sólo se nos ocurre criticarlos?, ¿sabemos ser tolerantes y perdonar, o somos de los precipitados que quisieran arrancar en seguida la cizaña que crece en el campo? Dios no condena definitivamente. Deja margen a la rehabilitación. Tiene paciencia.
Llucià Pou Sabaté

sábado, 25 de julio de 2015

Domingo de la semana 17 de tiempo ordinario;cicloB

Domingo de la semana 17 de tiempo ordinario; ciclo B

Jesús nos da de su vida para que seamos generosos y nos pide que le ayudemos a dar de comer a los demás.
«Jesús, al levantar la mirada y ver que venía hacia él una gran muchedumbre, dijo a Felipe: ¿Dónde compraremos pan para que coman éstos? Lo decía para probarle, pues él sabía lo que iba a hacer. Felipe respondió: Doscientos denarios de pan no bastan para que cada uno coma un poco. Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dijo: Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces: pero, ¿qué es esto para tantos? Jesús dijo: Haced sentar a la gente. En aquel lugar había mucha hierba. Se sentaron, pues, los hombres en número de unos cinco mil Jesús tomó los panes y, habiendo dado gracias, los repartió a los que estaban sentados, e igualmente les dio de los peces cuanto quisieron. Cuando se saciaron, dijo a sus discípulos: Recoged los trozos que han sobrado para que nada se pierda. Entonces los recogieron y llenaron doce cestos con los trozos de los cinco panes de cebada que sobraron a los que habían comido.» (Juan  6, 5-13)
El Evangelio nos cuenta que muchos van con Jesús, como de campamento, por la montaña al lado del lago, y ve que tienen hambre y “dijo a Felipe: -¿Con qué compraremos panes para que coman éstos?” Hay  crisis, miles de hambrientos y Jesús no les quiere hablar con el estómago vacío… y no se pueden alimentar con el aire del cielo… “(lo decía para tantearlo, pues bien sabía Él lo que iba a hacer). Felipe le contestó: -Doscientos denarios de pan no bastan para que a cada uno le toque un pedazo”. Pero ya están acostumbrados a trabajar con Jesús, a improvisar, y “uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dijo: -Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y un par de peces, pero, ¿qué es eso para tantos?” Siempre hay alguien que provoca el milagro, alguien generoso, que no esconde lo suyo. Jesús, pienso que un ingrediente de este milagro es la generosidad del joven, gracias a él tú hiciste la multiplicación de panes y peces: y se sentaron y comieron. Y sobró…
Querría entrar en este clima de generosidad… Cuenta una antigua leyenda china, que un discípulo preguntó al Maestro: "¿Cuál es la diferencia entre el cielo y el infierno?". El Maestro le respondió: "Es muy pequeña, sin embargo tiene grandes consecuencias. Ven, te mostraré una imagen de cómo es el infierno". Entraron en una habitación donde un grupo de personas estaba sentado alrededor de un gran recipiente con arroz, todos estaban hambrientos y desesperados, cada uno tenía una cuchara tomada fijamente desde su extremo, que llegaba hasta la olla. Pero cada cuchara tenía un mango tan largo que no podían llevársela a la boca. La desesperación y el sufrimiento eran terribles. “Ven, dijo el Maestro después de un rato, ahora te mostraré una imagen de cómo es el cielo”. Entraron en otra habitación, también con una olla de arroz, otro grupo de gente, las mismas cucharas largas... pero, allí, todos estaban felices y alimentados. "¿Por qué están tan felices aquí, mientras son desgraciados en la otra habitación, si todo es lo mismo?” y le dijo el acompañante: “Mira: como las cucharas tienen el mango muy largo, no pueden llevar la comida a su propia boca, así que la llevan a la boca de los otros. En una de las habitaciones están todos desesperados en su egoísmo, y en la otra han aprendido a ayudarse unos a otros”.
Con el tiempo he observado la profundidad de la historia, pues no tenemos un "aparato" para ser felices por nosotros mismos(nuestros "palillos" son demasiado largos) y tantas formas equivocadas de búsqueda de la felicidad nos dejan insatisfechos (placer, dominio, etc.), podemos decir que el bienestar físico o de los bienes de riqueza no es la capa más profunda de felicidad, sino que por encima de ello está lo afectivo-espiritual, que es donde hemos de buscar la felicidad profunda: allí la inteligencia y el amor con su libertad nos muestra que tenemos unos medios para realizarnos, que es hacer felices a los demás, con la capacidad de hacer el bien. Mediante los actos buenos, nos hacemos buenos, y como "de rebote" somos felices, dando amor lo recibimos, según aquello de que "hay más alegría en dar que en recibir" que san Juan de la Cruz explica así: "pon amor donde no hay amor y sacarás amor". Si me doy, recibo. La vida es como el eco de la montaña, me da aquello que doy, o mejor aunque no reciba, ya tengo lo que buscaba: “hay más alegría en dar que en recibir”, nos dice el Evangelio.
2. El libro de los Reyes nos cuenta que Eliseo dijo a su criado que repartieran a la gente los panes que habían traído, para que comieran. “El criado le respondió: -¿Qué hago yo con esto para cien personas?” Eliseo insistió: -“Dáselos a la gente para que coman. Porque esto dice el Señor: «Comerán y sobrará.» El criado se los sirvió a la gente; comieron y sobró, como había dicho el Señor”. Eliseo había sentido que Dios le pedía continuar con el poder del profeta Elías, y aquí vemos el “traspaso de poderes”: al recoger el manto de su maestro, recoge el relevo, y con la multiplicación de los panes, su "poder de hacer milagros”, a semejanza del Evangelio de hoy. Para que pueda cumplirse el milagro, hay un hombre que le hace un don de panes y de grano recién recogido que ofrece a Dios. La Iglesia necesita nuestra colaboración para ayudar a tantas necesidades en el mundo, en primer lugar a los que tienen hambre. ¿Qué nos pide Dios a nosotros? ¿A qué nos sentimos predispuestos?
El Salmo nos dice: “Abres Tú la mano, Señor, y sacias de favores a todo viviente. Que todas tus criaturas te den gracias, Señor, que te bendigan tus fieles… Tú les das la comida a su tiempo”. Pero, ¿cómo podemos dar gracias y bendecir a Dios? Siendo generosos. ¿Y qué es generosidad? Cuenta Tagore la historia de un mendigo que iba de puerta en puerta y un día vio aparecer a lo lejos del camino, acercándose, la carroza de un Rey... “Y yo me preguntaba, maravillado, quién sería aquel Rey de reyes. Mis esperanzas volaron hasta el cielo, y pensé que mis días malos habían acabado. La carroza se paró a mi lado. Me miraste y bajaste sonriendo. Sentí que la felicidad de la vida me había llegado al fin. Y de pronto tú me tendiste tu diestra diciéndome: ¿Puedes darme alguna cosa? ¡Ah, qué ocurrencia la de tu realeza! ¡Pedirle a un mendigo! Yo estaba confuso y no sabía qué hacer. Luego saqué despacio de mi saco un granito de trigo, y te lo di. Lo guardaste agradecido en tu mano y te retiraste… te vi alejarte… ¿Quién sería aquel rey de reyes? Pero qué sorpresa la mía cuando, al vaciar por la tarde mi saco en el suelo, encontré un granito de oro en la miseria del montón. ¡Qué amargamente lloré  no haber tenido corazón para darle todo!
Algunos dicen: “ande yo caliente y ríase la gente”, basta no mirar cuando en la tele ponen que en algún sitio mueren de hambre. Pero sabemos que el egoísta es un ser solitario, amargado como Dudley, el mimado primo de Harry Potter. Generosidad es escuchar al amigo que quiere abrir su corazón, es hacer las paces enseguida cuando nos hemos peleado, es salir de uno mismo, dejar de estar “en-si-mismado” (metido en sí mismo) y pasar a estar “en-tu-siasmado”, volcado hacia el tú de los demás, descubrir que en el mundo hay algo más que el “yo-mi-me-conmigo”, que hay otros: se llaman “personas”, “los demás”, y salir de uno mismo es ser feliz, basta para ello pensar en los demás. No mirarse tanto al espejo, sino descubrir que lo importante de la vida no es lo que me gusta a mí sino servir a los demás en la amistad, el amor. “Cuando das sin esperar hay un rayo de sol”, dice la canción, “hay luz en tu corazón”. Eso que no puede comprarse en ningún centro comercial, pero que es la esencia de la vida, lo que de verdad ilumina el mundo. Quizá aparentemente “no sirve de nada”, pero cuando falta no queda nada que sirva.
Generosidad es ser comprensivo; sonreír y hacer la vida agradable a los demás, aunque tengamos un mal día o esa persona nos resulte antipática; adelantarse en los pequeños servicios. Nunca te creas más importante que otra persona, pero nunca te creas menos importante que otra persona. Para quien es generoso no hay nadie arriba ni abajo, a todos podemos servir. Es aceptar a los otros como son, no como nos gustaría que fueran: es no intentar cambiar a los demás, simplemente porque son diferentes o no nos gustan algunas cosas de ellos.
Generosidad es comunicar la alegría de la fe; más que con palabras es con el ejemplo como se transmite la fe; cuando está vivida: hablando bien de todos, escuchando atentamente, visión positiva, y haciendo favores. Qué bonito es oír a un compañero que nos dice: “gracias, por ti aprobé las matemáticas”, “sé jugar al tenis porque me has enseñado”... Es facilitar la amistad a quien le cuesta coger confianza, y acercarse cuando vemos que nos necesita. Sobre todo, cuando tratamos a los demás viendo a Jesús en ellos, oyendo cómo el Señor nos dice “lo que hacéis con estos lo hacéis conmigo”. La generosidad lleva así al mejor de los sacrificios, que es la misericordia, sentir que aquel que lo pasa mal podría ser yo, y tratarle como me gustaría que me trataran a mí. Así nos pasará como decía Tagore: “dormía y soñaba que la vida era alegría. Desperté y vi que la vida era servicio. Y al servir comprobé que el servicio era alegría”. Este es el "alimento" de vida del que habla el salmo, generosamente dado a todos los vivientes, el "pan de cada día" que pedimos al Padre, y para ello tenemos la fuerza del "pan de vida" misterioso que se nos da en la Eucaristía.
3. San Pablo les dice a los Efesios que anden “como pide la vocación a la que habéis sido convocados. Sed siempre humildes y amables, sed comprensivos; sobrellevaos mutuamente con amor; esforzaos en mantener la unidad del Espíritu, con el vínculo de la paz. Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una sola es la meta de la esperanza en la vocación a la que habéis sido convocados. Un Señor, una fe, un bautismo. Un Dios, Padre de todos, que lo trasciende todo y lo penetra todo, y lo invade todo. Bendito sea por los siglos de los siglos”. No basta que seamos hijos de Dios, hemos de alimentarnos con los sacramentos, como con la poción mágica de Asterix, para tener fuerza y portarnos bien, mejorar día a día en las cosas que nos cuestan para ser mejores…
   Llucià Pou Sabaté

viernes, 24 de julio de 2015

Sábado de la semana XVI de tiempo ordinario; año impar

Sábado de la semana 16 de tiempo ordinario; año impar

Junto al trigo, hay cizaña, en el mundo y en nuestro corazón, pero con la paciencia y acogiendo el amor de Dios, daremos buen fruto
«Les propuso otra parábola: El Reino de los Cielos es semejante a un hombre que sembró buena semilla en su campo. Pero, mientras dormían los hombres, vino su enemigo, sembró cizaña en medio del trigo, y se fue. Cuando brotó la hierba y echó espiga, entonces apareció también la cizaña. Los siervos del amo acudieron a decirle: Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿Cómo es que tiene cizaña? El les dijo: Algún enemigo lo hizo. Le respondieron los siervos: ¿Quieres que vayamos y la arranquemos? Pero él les respondió: No, no sea que, al arrancar la cizaña, arranquéis junto con ella el trigo. Dejad que crezcan ambas hasta la siega. Y al tiempo de la siega diré a los segadores: arrancad primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla; el trigo, en cambio, almacenadlo en mi granero» (Mateo 13, 24-30).
1.“Salió el sembrador a sembrar…” Parece retratarse con esta parábola –actual hoy como nunca– a la perfección la actitud de bastantes en nuestro tiempo, que la simiente de amor que trajo Jesús a la tierra caiga en el camino, o se lo coman los pájaros, o quede ahogado por el egoísmo o el miedo...
La impaciencia de los hombres es la que nos pierde: -Los obreros agrícolas proponen al propietario arrancar la cizaña. No, les responde: "Dejad crecer juntos la cizaña y el trigo... por si acaso al escardar la cizaña arrancáis con ella el trigo. Dios se ha reservado el "juicio" para el final de los tiempos: hasta la siega. Mientras tanto ¡los hombres no tenemos derecho a juzgar! Sí, es verdad, nos cuesta admitir el estado actual del mundo: tenemos constantemente la tentación de restaurar el orden en el mundo antes del tiempo fijado por Dios.
Jesús, veo como dices que en el mundo hay trigo y cizaña. Por desgracia, a veces tomamos como normal lo que no es, desde el crimen del aborto a otras muchas visiones de la educación distorsionada por la falta de libertad de unas modas que no dan paz, tirar por la borda tanta cosa buena de la tradición de siglos… Critica Isaías: “se ha embotado el corazón de este pueblo, han hecho duros sus oídos, y han cerrado sus ojos; no sea que vean con los ojos, y oigan con los oídos, y entiendan con el corazón y se conviertan”. Dejarse seducir por el poder o la riqueza impide que germine la palabra, hace incapaz para ver a los demás. No da igual si no me ocupo de unos padres mayores, si atiendo bien el trabajo, si me ocupo de ser solidario con los que puedo ayudar… cuando hacemos el bien nos hacemos buenos, y somos felices.
Hoy se extiende la idea de que el egoísmo no es malo, que es una opción, que la libertad es hacer lo que quiera. Sí, pero es una pobre libertad esclava del egoísmo, y lleva a la tristeza. Y según como sea nuestro corazón podremos o no acoger la simiente divina y dar fruto. Queremos controlar, y al no poder tenemos miedo al sufrimiento, a darnos, nos vienen ganas de reservarnos y de reservar dinero y cosas, queremos una hegemonía sobre los demás. Es como si quisiéramos ser dioses, en lugar de fiarnos de Dios.
Jesús, quiero entrar en tu lógica de amor, pues no hay cosa más bonita, arte más grande, que colaborar en esta siembra divina: “No perdamos nunca de vista que no hay fruto, si antes no hay siembra: es preciso -por tanto- esparcir generosamente la Palabra de Dios, hacer que los hombres conozcan a Cristo y que, conociéndole, tengan hambre de él. El labriego sabe esperar meses tras meses hasta ver despuntar la simiente, hasta la recolección” (S. Josemaría Escrivá). Y es esta paciencia la que nos impulsa a ser comprensivos con los demás, persuadidos de que las almas, como el buen vino, se mejoran con el tiempo. Hemos de ayudar a cada alma pero sin forzarla, respetando su libertad, pues cada uno es dueño de su destino. En cualquier caso, no somos la simiente sino el brazo que se convierte en instrumento del Sembrador, como decía  S. Agustín: “Nosotros somos simples braceros, porque Dios es quien siembra”, o también S. Pio X: “Debemos recordar siempre que los hombres no son más que instrumentos, de los que Dios se sirve para la salvación de las almas, y hay que procurar que estos instrumentos estén en buen estado para que Dios pueda utilizarlos”.
De algún modo, Señor, nos dices que la condición, para el sembrador-apóstol, es: “convencernos de que, para fructificar, la semilla  ha de enterrarse y morir. Luego se levanta el tallo y surge la espiga. De la espiga, el pan, que será convertido por Dios en Cuerpo de Cristo. De esa forma nos volvemos a reunir en Jesús, que fue nuestro sembrador. Porque el pan es uno, y aunque seamos muchos, somos un solo cuerpo, pues todos participamos de ese único pan (...). La gracia de Dios no te falta. Por lo tanto, si correspondes, debes estar seguro. / El triunfo depende de ti: tu fortaleza y tu empuje unidos a esa gracia  son razón más que suficiente para darte el optimismo de quien tiene segura la victoria” (S. Josemaría).
Sigue este santo: «El Señor sembró en tu alma buena simiente. Y se valió -para esa siembra de vida eterna- del medio poderoso de la oración”, y luego de comentar la ayuda que presta el acompañamiento espiritual en descobrir la voluntad de Dios que en la oración nos habla, sigue: ”-Pero, con ingenua sorpresa, has descubierto que el enemigo ha sembrado cizaña en tu alma. Y que la continúa sembrando, mientras tú duermes cómodamente y aflojas en tu vida interior”, y todo lo malo quiere “ahogar el grano de trigo bueno que recibiste...
”-Arráncalas de una vez! Te basta la gracia de Dios. No temas que dejen un hueco, una herida... El Señor pondrá ahí nueva semilla suya: amor de Dios, caridad fraterna, ansias de apostolado... Y, pasado el tiempo, no permanecerá ni el mínimo rastro de la cizaña: si ahora, que estás a tiempo, la extirpas de raíz; y mejor si no duermes y vigilas de noche tu campo» (Surco 677).
Ante el mal que veo en el mundo, en mi alma, quiero aprender a tener tu paciencia, Señor. Y el secreto de tu paciencia está en tu amor, que invita al diálogo (Maertens-Frisque).
Dios es más paciente: soporta la cizaña y soporta el daño que la cizaña causa al buen grano. Revelación de la infinita misericordia de Dios para con todos nosotros. Destruir la cizaña hubiera hecho daño también a una parte de la cosecha:
-Al tiempo de la siega diré a los segadores: Quemad la cizaña... el trigo almacenadlo en mi granero. El lento trabajo de Dios lo tiene todo previsto, todo se dirige hacia un bien, y quiero creer, Señor, otorgarte mi confianza. Te pido una sólida, bondad y paciencia: respetar el modo de ser de los demás, querer a los pecadores como también lo soy yo, y aun a los mismos malos, por la parte de bien que hay en ellos y que Dios ve mejor que nosotros.
Habituarse a ver lo "bueno" que existe en la humanidad, y no ver la cizaña en el campo. Los pecadores, todos disponen del tiempo necesario para convertirse. ¡Gracias, Señor! Y nadie tiene el derecho de atribuirse una prerrogativa divina juzgando a los demás. El Reino de Dios crece lentamente, y hasta el final no veremos los frutos que habremos dado en el campo del Padre (Noel Quesson).
2. –“Bajó Moisés del Sinaí y refirió al pueblo todas las palabras del Señor... El pueblo respondió a una voz: «Cumpliremos todas las palabras que el Señor ha dicho." Dios es misterio, Dios es lo absoluto, un foso infranqueable separa a la criatura del Creador... sin embargo, Dios ha previsto unos puentes para salvar esa distancia, Moisés sube hacia Dios sirve de intermediario. Jesús, sobre todo, será ese mediador que nos acerca Dios y abre el diálogo definitivo, esta Palabra a la que nosotros podemos responder.
-“Moisés escribió todas las palabras del Señor... Levantó un altar y doce estelas por las doce tribus de Israel... Mandó a algunos jóvenes israelitas que ofreciesen sacrificios. Tomó Moisés la mitad de la sangre, la derramó sobre el altar y con la otra mitad roció al pueblo”. Trato de imaginar esos ritos: ¡la sangre de las víctimas esparcida sobre el altar -que representa a Dios- y sobre el pueblo! Todo esto simboliza la alianza: en adelante, Dios y ese pueblo están vinculados con la «misma vida», con la «misma sangre».
-“Esta es la sangre de la alianza que según todas estas palabras, el Señor ha establecido con vosotros”. Son casi las mismas palabras que empleó Jesús para expresar la nueva Alianza en su propia sangre. La misa ¿significa para mí la Alianza que Dios ha hecho conmigo? No estoy nunca solo: ¡tengo a «Dios-conmigo», tengo un aliado! Esto debería ser una fuente inagotable de alegría. El cristiano debería vivir sin desaliento alguno: porque participa del plan de Dios sobre el mundo y es el aliado del proyecto divino que no puede fallar. La misa significa también la Alianza que nos vincula a los demás. No soy el único aliado de Dios, individualmente: la liberación, la alianza, son fenómenos colectivos. Todos somos solidarios. Somos todo un pueblo que vive unido el rito.
-“Tomó Moisés el libro de la Alianza y lo leyó ante al pueblo, que respondió...” Escuchar juntos la misma Palabra y contestar juntos, es también un rito de Alianza. Es la primera parte de la misa, en la que Dios está ya presente. Cuando se han escuchado los mismos pensamientos, se ha comenzado a comulgar en las mismas verdades, en el mismo proyecto: el de Dios. ¡Cuán lejos suelen estar a veces nuestras «asambleas cristianas» de este ideal de la alianza!
-"Obedeceremos y cumpliremos todo lo que ha dicho el Señor". Ciertamente, los ritos son necesarios, esos momentos particulares en los que se celebra la Liberación y la Alianza. Pero la finalidad de las liturgias no está en sí mismas, sino que nos retornan a nuestra vida ordinaria en la que tenemos que vivir la Palabra de Dios y cooperar a su voluntad. Ayúdanos, Señor, a practicar, a cumplir tu voluntad, en el núcleo de nuestras existencias cotidianas (Noel Quesson).
3. “El Dios de los dioses, Yahveh, habla y convoca a la tierra desde oriente hasta occidente. Desde Sión, la Hermosa sin par, Dios resplandece. «¡Congregad a mis fieles ante mí, los que mi alianza con sacrificio concertaron!»” El salmista proclama la alianza, que es una historia de amor, que está abierta a todos: “Anuncian los cielos su justicia, porque es Dios mismo el juez. «Sacrificio ofrece a Dios de acción de gracias, cumple tus votos al Altísimo; e invócame en el día de la angustia, te libraré y tú me darás gloria
Llucià Pou Sabaté

jueves, 23 de julio de 2015

Viernes de la semana XVI de tiempo ordinario; año impar

Viernes de la semana 16 de tiempo ordinario; año impar

La palabra de Dios es viva y eficaz, camino para la felicidad, y germina en nosotros hasta darnos la vida eterna
“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: -«Vosotros oíd lo que significa la parábola del sembrador: Si uno escucha la palabra del reino sin entenderla, viene el Maligno y roba lo sembrado en su corazón. Esto significa lo sembrado al borde del camino. Lo sembrado en terreno pedregoso significa el que la escucha y la acepta en seguida con alegría; pero no tiene raíces, es inconstante, y, en cuanto viene una dificultad o persecución por la palabra, sucumbe. Lo sembrado entre zarzas significa el que escucha la palabra; pero los afanes de la vida y la seducción de las riquezas la ahogan y se queda estéril. Lo sembrado en tierra buena significa el que escucha la palabra y la entiende; ése dará fruto y producirá ciento o sesenta o treinta por uno»” (Mateo 13,18-23).
1. Jesús, nos haces tu explicación de la parábola del sembrador: las diversas clases de terreno que suele encontrar la Palabra.
1º El que oye la palabra del reino y no la comprende... Las palabras materiales del evangelio han sido oídas o leídas; pero a la manera de una "lectura ordinaria". El evangelio es una palabra viva: el autor del evangelio, el que nos habla a través de las palabras, está vivo HOY... Se dirige a mí. No es pues ante todo una colección de ideas o de bonitos pensamientos, es el "encuentro con alguien". En una meditación sobre el evangelio, hay que hacerse siempre esta pregunta: ¿qué descubro de ti, Señor, a través de este pasaje evangélico? Quisiera saber abrir mi corazón a tu palabra, no hacer como los discípulos que en el sermón eucarístico, asustados de lo que exigías (Jn 6,60), se fueron. La Palabra que Dios nos dirige es siempre eficaz, salvadora, llena de vidaPero, si no encuentra terreno bueno en nosotros, no le dejamos producir su fruto. ¿Se nos nota durante la jornada que hemos recibido la semilla de la Palabra y hemos recibido a Cristo mismo como alimento? (J. Aldazábal).
Hoy vemos la interpretación espiritual de la parábola del sembrador. Compara Jesús a los hombres con cuatro clases de terreno: la misma simiente, la misma Palabra divina, dan resultados más o menos profundos según la respuesta subjetiva que acordamos a la Palabra.
2º El que recibe el mensaje con alegría; pero no tiene raíces, es el hombre inconstante: cuando surge la dificultad o persecución, falla. Algunos empiezan a meditar con entusiasmo, pues es verdad que al principio se suele encontrar mucha consolación en la oración. Pero es necesario perseverar. No basta seguir a Dios, cuando esto resulta agradable y fácil... también en la prueba y en la noche del espíritu es necesario perseverar. Hay un conocimiento profundo de Dios que no se adquiere más que con una larga e incansable frecuencia con el evangelio, leído, meditado y vuelto a meditar. Jesús se nos revela en esta frase como un hombre perseverante, que no se contenta con nuestros fervores pasajeros: espera nuestras fidelidades.
3º El que escucha la palabra, pero el agobio de esta vida, y la seducción de la riqueza la ahogan y se queda estéril. Hay que saber elegir. "No podéis servir a la vez a Dios y al dinero" (Mt 6,24) El descubrimiento de Dios es una maravillosa aventura que implica nuestra entrega y compromiso total: las preocupaciones mundanas, el agrado del placer, el afán de riqueza ¡pueden ahogar la Palabra de Dios! Hemos sido advertidos suficientemente y además tenemos de ello experiencia. Sobre la riqueza, Jesús tiene una palabra reveladora: habla de la "ilusión de la riqueza"... "del engaño de la riqueza"... La riqueza es un falso amigo: promete mucho y decepciona también mucho.
4º El que escucha el mensaje y lo entiende; ése sí da fruto y produce en un caso ciento, en otro sesenta, en otro treinta. El Reino de Dios es una invitación a la esperanza y al optimismo: ¡un solo grano de trigo puede producir cien granos! Es una invitación al trabajo y a la oración y esto depende de nosotros (Noel Quesson).
Quisiera conocer, Jesús, cómo dejar germinar la semilla de tu palabra en mi vida. Te pido entender tu doctrina, captar tu mensaje, no quedándome en lo superficial. Pienso que puedo hacer propósitos en estos campos, que aseguran mi buena disposición:
a) rezar cada día, pues para acoger tu palabra tengo que estar a la escucha
b) lectura espiritual, y si puedo asisto regularmente a algún medio de formación cristiana;
c) hablar de las cosas de mi alma, por ejemplo en un acompañamiento espiritual que me ayude a percibir tu palabra, a resolver dudas que en la oración voy viendo que necesito también pedir consejo: «Dios ha dispuesto que, de forma ordinaria, los hombres se salven con la ayuda de otros hombres; y así a los que El llama a un grado más alto de santidad les proporciona también a unos que les guíen hacia esta meta» (León XIII).
d) frecuentar ambientes donde vea encarnada esa Palabra tuya, donde me estimule el ejemplo de los demás a ir a buen paso hacia ti, Señor, en la lucha por no dejarme dominar por la riqueza, egoísmo, sensualidad, comodidad, etc...
«Disipación.  Dejas que se abreven tus sentidos y potencias en cualquier charca.  Así andas tú luego: sin fijeza, esparcida la atención, dormida la voluntad y despierta la concupiscencia.
”Vuelve con seriedad a sujetarte a un plan, que te haga llevar vida de cristiano, o nunca harás nada de provecho» (san Josemaría, Camino 375).
“Jesús, quiero que mi tierra sea buena tierra. Para ello necesito los medios de formación, la constancia en mi plan de vida, y la guarda de mi corazón de modo que no se llene de frivolidad. Cuando dejo de luchar en estos puntos, qué rápido me ahoga el ambiente, qué pronto se marchita esa vida interior que estaba empezando a brotar en mi corazón. Y me quedo, Jesús, como atontado: sin fijeza, esparcida la atención, dormida la voluntad y despierta la concupiscencia. Jesús, es hora de decir: ¡basta! Quiero de verdad ser santo, corresponder a tu amor, hacer fructificar la semilla de la gracia que has puesto en mi alma. Es hora de volver a empezar” (Pablo Cardona).
2.  La página de hoy condensa los diez mandamientos, el Decálogo de la Alianza entre Dios y su pueblo. -“Yo soy el Señor, tu Dios”... No solamente «soy Dios» sino «Yo soy tu Dios»... Dios se descubre como un ser en relación con los hombres. No conocemos a Dios «en sí mismo», sino que quiere ser «para nosotros, entre nosotros». Es el Dios de una «alianza», es un compañero de amor: «Yo soy tu Dios».
-“Que te ha sacado de Egipto, de la casa de servidumbre... Todo empieza con una frase básica: «yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué de la esclavitud de Egipto». Fue un momento fundante del pueblo. Hubo momentos malos, y luego la ayuda divina, en cada ocasión… cuando hay golpes malos, esperamos algo bueno enseguida, es algo instintivo, y cuando llega lo bueno nos sorprende, vemos la mano de Dios. El mismo Dios que les quiere como un padre, que les ha liberado de la opresión, que les acompaña en su camino, ahora en el Sinaí establece una alianza: «os he liberado de la alienación, de la servidumbre y no para que recaigáis. Cada uno de mis diez mandamientos es como un balizaje que os guía para no recaer en servidumbre». ¡Estas palabras de Dios son a nivel interior, mucho más liberadoras que la salida de Egipto! Los diez mandamientos: Respetar a Dios... Respetar al hombre... Hoy, como siempre, existe la tentación de disociar las dos tablas de la ley. Según el propio temperamento, podemos evadirnos hacia un amor de Dios desencarnado que llega a olvidar las consecuencias concretas que ello comporta, o bien nos evadiría hacia un servicio activista del prójimo que se separaría de la exigencia y universalidad de su fuente. "Amad a Dios. Amad a vuestros hermanos". Dos mandamientos unidos (Mt 22,39).
Este decálogo no es otra cosa que el resumen de las grandes exigencias de toda conciencia humana. Son muchos los hombres y las mujeres que, sin conocer el evangelio, tratan de vivir ese ideal humano fundamental: ¿sabemos reconocer que, por ello, están ya en estado de Alianza con Dios? El Catecismo de la Iglesia Católica dedica a los mandamientos, entendidos ahora desde Cristo (3a parte: «La vida en Cristo»; segunda sección: «los diez mandamientos» nn. 2052-2557).
 “No tendrás otros dioses…” Ahora bien, todavía HOY nos hallamos tentados de procurarnos ídolos, de apegarnos a cosas que no merecen nuestro afecto y que pueden alienarnos: el dinero, el placer, el confort, la belleza, la salud, el partido, nuestras propias ideas... cosas buenas en sí pero que pueden llegar a ser tremendas cadenas. Como señala Santo Tomás de Aquino todos los preceptos de la ley natural están allí contenidos, tanto los universales (haz el bien y evita el mal) como los particulares, en sus principios y próximas conclusiones.
El segundo mandamiento sobre respetar el nombre de Dios (Catecismo 2142) va seguido del precepto del sábado como día santo (cf Lv 23,3) y siempre tiene carácter religioso (cf 16,22-30) y el sabat es sábado y descanso al mismo tiempo, culto de homenaje a Dios y gozo.
La segunda tabla comienza con la atención a la familia (Catecismo 2197), proteger la vida que sólo es de Dios. El sexto mandamiento se dirige a guardar la santidad del matrimonio, luego se manda no robar personas ni bienes ajenos (Catecismo 2409), la norma personalista nos ayuda a no tratar nunca a una persona como un medio, sino quererla como un fin, en sí misma. Por eso, el falso testimonio va contra la verdad y la fidelidad en las relaciones humanas, fundamento de la vida social (Catecismo 2464). Igualmente la codicia (concupiscencia de la carne, de los ojos… del bien ajeno: Catecismo 2514; Noel Quesson).
3. “La ley del Señor es perfecta y es descanso del alma; el precepto del Señor es fiel e instruye al ignorante”. Salmo 19/18 que completa el anterior, de gran perfección en su estructura y ritmo. “Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón; la norma del Señor es límpida y da luz a los ojos”. Parecida al sol es la Ley del Señor. También sus excelencias proclaman la gloria de Dios. Son cantadas en seis afirmaciones. En ellas se contemplan las maneras en que se han manifestado (ley, preceptos, mandatos, mandamientos… etc.), se exponen sus cualidades (perfección, firmeza, rectitud, pureza…), y se señalan sus efectos saludables para el hombre (vida, sabiduría, alegría, luz… ideas que se desarrollan en Sal 119).
La voluntad del Señor es pura y eternamente estable; los mandamientos del Señor son verdaderos y enteramente justos”. Es el camino del bien, que lleva a la realización personal, aunque en el teatro del mundo otras opciones parezcan mejor, no es así: “Más preciosos que el oro, más que el oro fino; más dulces que la miel de un panal que destila”.
 Llucià Pou Sabaté

miércoles, 22 de julio de 2015

Jueves de la semana XVI de tiempo ordinario; año impar

Jueves de la semana 16 de tiempo ordinario; año impar

Para ver a Dios hay que preparar el corazón, acoger la palabra del divino sembrador
«Los discípulos se acercaron a decirle: ¿Por qué les hablas en parábolas? Él les respondió: A vosotros se os ha dado conocer los misterios del Reino de los Cielos, pero a ellos no se les ha dado. Porque al que tiene se le dará y abundará, pero al que no tiene incluso lo que tiene se le quitará. Por eso les hablo en parábolas, porque viendo no ven, y oyendo no oyen ni entienden. Y se cumple en ellos la profecía de Isaías, que dice: Con el oído oiréis, pero no entenderéis, con la vista miraréis, pero no veréis. Porque se ha embotado el corazón de este pueblo, han hecho duros sus oídos, y han cerrado sus ojos; no sea que vean con los ojos, y oigan con los oídos, y entiendan con el corazón y se conviertan, y yo los sane. Bienaventurados, en cambio, vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen. Pues en verdad os digo que muchos profetas y justos ansiaron ver lo que vosotros estáis viendo y no lo vieron, y oír lo que vosotros estáis oyendo y no lo oyeron» (Mateo 13,10-17).
1. La parábola del Reino más larga, la más completa, es la del sembrador, pues Jesús irá explicando su sentido con detalle. Algunos no entienden, pues no están preparados, su corazón no puede pasar de la oscuridad a la luz… es el misterio de la libertad… así las autoridades religiosas entienden, pero rechazan la doctrina y se sulfuran aún más en su interior. La palabra es aceptada por algunos, pero luego abandonada en las dificultades… expresa esta parábola las diversas situaciones de las almas a lo largo de la historia: “cuando esta palabra es proclamada, la voz del predicador resuena exteriormente, pero su fuerza es percibida interiormente y hace revivir a los mismos muertos: su sonido engendra para la fe nuevos hijos de Abrahán. Es, pues, viva esta palabra en el corazón del Padre, viva en los labios del predicador, viva en el corazón del que cree y ama. Y, si de tal manera es viva, es también, sin duda, eficaz” (Balduino de Cantorbery).
-¿Por qué razón les hablas en parábolas, como dejando algo velado y misterioso? Y nos dice Jesús: -"Vosotros podéis ya comprender los secretos del reinado de Dios: ellos, en cambio, no pueden". Quisiera penetrar en tus palabras, Señor, en esos secretos del Reino…
-“Miran sin ver... y escuchan sin oír ni entender... Son duros de oído y han cerrado los ojos”. La segunda razón que das, Jesús, entra dentro del misterio que sólo tú conoces el corazón del hombre: muchos hombres son culpables de ni siquiera buscar la verdad, al mismo tiempo que hay libertad en materia religiosa, no se puede obligar a nadie a creer. Nos hablas de “comprender con el corazón”.
-“¡Dichosos vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen!” Danos, Señor, unos ojos nuevos, unos oídos finos... La oración y el examen-revisión de vida consiste en "mirar de nuevo" con los ojos de la fe, los acontecimientos que la primera vez se vieron con una mirada simplemente humana. Las parábolas requieren esa mirada de la fe. Toda nuestra vida es una parábola en la que Dios está escondido y desde donde nos habla. Uno puede quedarse en el exterior de las cosas y de los acontecimientos, o bien, "ver" y "oír" a Dios en el hondón de las situaciones humanas.
-“Muchos profetas y justos desearon ver lo que véis vosotros y no lo vieron, y oír lo que oís vosotros y no lo oyeron. Sí, Jesús se atreve a decir que El es "aquel que el pueblo de Dios esperaba"”: es el tiempo en que todo se cumple, en que todo es gracia, el momento maravilloso del encuentro de Dios con los hombres. ¿Sabremos estar atentos a esta hora de Dios y no dejar pasar la ocasión de verle y de escucharle? (Noel Quesson).
2. El puñado de fugitivos de Egipto aparece ahora como una comunidad bien organizada, de la que ha tomado posesión Yahvé, tras de haberse manifestado a ellos en el Sinaí. El milagro de esta transformación es obra exclusiva de Yahvé. Él es quien ha escogido este pueblo para que sea sacramento de su presencia salvadora. Por eso lo ha llamado de la nada, lo ha sacado de la opresión, lo ha puesto en el camino de la libertad y le ha dado un sentido de marcha. Dios se revela en los acontecimientos de la historia. Por ello, la morada de Dios, su habitación, es esencialmente el pueblo, la comunidad humana. De hecho, Dios había ordenado a Moisés: «Hazme un santuario, y moraré entre ellos» (25,8). Nuestro texto nos dice que el pueblo de Israel cumplió la orden de Yahvé.
–“Moisés obedeció todas las prescripciones del Señor. Erigió la morada de la «Tienda de Reunión»”. Diversos textos bíblicos describen en detalle los objetos del culto y las ceremonias litúrgicas, hay parecidos con el Templo de Jerusalén (quizá añadidos más tarde al texto). Es central en el culto judío. El aniversario de la destrucción del primer templo es uno de los días de ayuno más señalados, junto con Yom Kipur… la tienda de la Alianza nos habla del Templo, y a su vez es imagen de Jesús que planta la tienda entre nosotros, y se queda en el Tabernáculo que es el Sagrario, y con la fuerza de la Eucaristía y su Espíritu Santo (la nueva presencia) establece el Reino de Dios entre nosotros, de lo que habla el Evangelio…
-“Moisés asentó las basas, colocó los tableros y los travesaños y erigió sus postes; desplegó la Tienda encima, tomó las «tablas de la Ley» y las colocó dentro del arca, puso el propiciatorio encima del arca”... Fijémonos en que se trata de una «tienda» un abrigo frágil y transportable, que se desmonta a cada partida y se remonta a cada nueva etapa. El Dios de Israel es un Dios que «hace camino» con su pueblo. Es invisible... habla con «signos» y acepta que los hombres materialicen un lugar que simbolice su Presencia. «El Verbo se hizo carne, y erigió su tienda entre nosotros.» En el sagrario está nuestra tienda, para que vayamos con Él…
-“La nube cubrió la Tienda de Reunión y la gloria de Dios llenó la morada”. La «nube» es también un signo de la presencia de Quien no se ve (en la Transfiguración de Jesús fueron también envueltos por una nube luminosa).
-“Por la noche, un fuego brillaba en la nube”. El «fuego» también es símbolo de Dios. Sabemos que desde la Encarnación ese «fuego» ha venido al corazón de los hombres: el día de Pentecostés, llenó la Iglesia. Por el Espíritu, los bautizados han venido a ser los lugares de la Presencia de Dios. «¡Que vuestra luz brille!» decía Jesús. Un fuego brillaba en la nube sobre la Tienda de Dios. ¿Qué oración me sugiere este pasaje de la Escritura?
-“Así sucedía en todas sus etapas”. El cuerpo de Cristo es la verdadera presencia de Dios entre nosotros, en todas las etapas de la vida, en todos los lugares de la tierra (Noel Quesson). Un pueblo libre, que marcha, protegido y guiado por Yahvé, hacia la tierra prometida. La nube y la gloria de Dios acompañará al pueblo en la travesía del desierto, imagen de la fe, que ilumina la peregrinación del cristiano de día y noche hasta llegar a la tierra prometida, al cielo (Biblia de Navarra). Los santos Padres han considerado también esta nube como figura de Cristo: “él es la columna que manteniéndose recta y firme, cura nuestra enfermedad. Por la noche ilumina, por el día se hace opaca, para que los que no vean y los que ven se vuelvan ciegos” (S. Isidoro de Sevilla).
Se ha hecho realidad la promesa de Dios: "Habitaré en medio de los hijos de Israel y seré su Dios. Ellos reconocerán que yo soy Yahvé, su Dios que los sacó de Egipto para habitar entre ellos. Yo soy Yahvé su Dios" (29,45) A pesar de ese cumplimiento histórico, nuestro relato no deja de ser una imagen de la plena realización de la presencia de Dios en Jesucristo, la misma palabra de Dios, que se hizo hombre y plantó su tienda entre nosotros y nos permitió ver su gloria (J. M. Aragonés).
3. «Qué deseables son tus moradas, Señor... dichosos los que viven en tu casa... dichosos los que encuentran en ti su fuerza: caminan de baluarte en baluarte». Es la Iglesia-comunidad «la casa de Dios» (l Tm 3,15); es la Eucaristía la que atrae ese anhelo místico hacia el Señor de la vida: "Mi alma se consume y anhela los atrios del Señor, mi corazón y mi carne retozan por el Dios vivo".
"Dichosos los que encuentran en ti su fuerza al preparar su peregrinación". Decía Juan Pablo II que la subida al templo es imagen de la ida de los justos hacia las eternas moradas, donde Dios acoge a sus amigos en la alegría plena (cf Lc 16,9). Esa subida mística, de la que la peregrinación terrena es imagen y signo, para san Juan Clímaco (en La escala del Paraíso) es un progreso espiritual: "Subid, hermanos, ascended. Cultivad, hermanos, en vuestro corazón el ardiente deseo de subir siempre (cf. Sal 83,6). Escuchad la Escritura, que invita: "Venid, subamos al monte del Señor y a la casa de nuestro Dios" (Is 2,3), que ha hecho nuestros pies ágiles como los del ciervo y nos ha dado como meta un lugar sublime, para que, siguiendo sus caminos, venciéramos (cf. Sal 17,33). Así pues, apresurémonos, como está escrito, hasta que encontremos todos en la unidad de la fe el rostro de Dios y, reconociéndolo, lleguemos a ser el hombre perfecto en la madurez de la plenitud de Cristo (cf. Ef 4,13)."
En nuestra vida hay también "áridos valles", y se nos invita a “subir” por amor a ver en lo de cada día al Señor que nos espera: manteniendo la mirada fija en esa meta luminosa de paz y comunión. También nosotros repetimos en nuestro corazón la bienaventuranza final, semejante a una antífona que concluye el Salmo: "¡Señor de los ejércitos, dichoso el hombre que confía en ti!"
Llucià  Pou Sabaté

martes, 21 de julio de 2015

Miércoles de la semana XVI de tiempo ordinario: año impar

 Miércoles de la semana 16 de tiempo ordinario; año impar

La Palabra de Dios sigue fecundando el mundo, en una siembra que continúa con nuestra colaboración
«Aquel día salió Jesús de casa y se sentó a la orilla del mar. Se reunió junto a él tal multitud que hubo que subir a sentarse en una barca, mientras toda la multitud permanecía en la orilla. Y se puso a hablarles muchas cosas en parábolas, diciendo: He aquí que salió el sembrador a sembrar. Y al echar la semilla, parte cayó junto al camino y vinieron los pájaros y se la comieron. Parte cayó en terreno rocoso, donde no había mucha tierra y brotó pronto por no ser hondo el suelo; pero al salir el sol, se agostó y se secó porque no tenía raíz. Otra parte cayó entre espinos; crecieron los espinos y la sofocaron. Otra, en cambio, cayó en buena tierra y dio fruto, una parte el ciento, otra el sesenta y otra el treinta. El que tenga oídos, que oiga» (Mateo 13,1-9).
1. Empezamos hoy (hasta el viernes de la semana que viene) el capítulo de las parábolas de Jesús: el sembrador y su semilla, el grano de mostaza, la levadura, el tesoro y la perla, escondidos, la red que recoge peces buenos y malos. Las parábolas son relatos que en labios de Jesús contienen una lección para enseñar las líneas-fuerza del Reino, con comparaciones llenas de expresividad.
Jesús, no es la primera vez que enseñas desde la barca, para que puedan oírte bien desde la orilla, de manera que puedan también verte, comienzas hoy diciendo: “-He aquí que salió el sembrador a sembrar”...
La siembra divina continúa hoy, como también en época de san Pablo incluso cuando estaba desanimado, porque los habitantes de Corinto, la ciudad pagana, no le hacían mucho caso, y escucha la voz de Cristo que le dice: «No tengas miedo, sigue hablando y no calles, porque yo estoy contigo... yo tengo un pueblo numeroso en esta ciudad» (Hch l 8,9- l 0). Y, en efecto, Pablo se quedó en Corinto año y medio, «enseñando entre ellos la Palabra de Dios» o sea, sembrando en abundancia.
La comunidad cristiana -los pastores y todos los demás fieles- hemos recibido el encargo de que el mensaje de Cristo llegue a todos, «siembra» divina en el lenguaje de hoy, como recientemente se ha preparado el Catecismo para jóvenes, así lo importante es sembrar, porque la Palabra de Dios tiene una fuerza interior que germina y da fruto también en terrenos hostiles.
Con esperanza y confianza en Dios, somos instrumentos de la iniciativa de Dios, que es  quien hace fructificar nuestros esfuerzos. Nosotros tenemos que sembrar sin tacañería y sin desanimarnos fácilmente por la aparente falta de frutos (J. Aldazábal).
El pobre "sembrador" de la parábola de hoy no tiene buena suerte, en apariencia: los pájaros comen las semillas, antes de que germinen..., luego la plantita es quemada por el sol, antes que pudiera crecer..., por fin la planta que había logrado desarrollarse es sofocada por las malas hierbas... ¿Por qué nos cuentas, Jesús, esta serie de fracasos? Podría pensarse, cuando se llega a este punto de la parábola, que el trabajo del sembrador ha sido completamente inútil. Pues bien, todo ello es imagen del "Reino de Dios"...
A menudo tenemos nosotros la impresión de estar perdiendo el tiempo al tratar de vivir y proclamar el evangelio, y no ver ningún resultado. ¡Señor, contéstanos! ¡Señor, ilumínanos!
-“Otros granos cayeron en tierra buena y dieron fruto; unos ciento; otros, sesenta; otros treinta”. He aquí un éxito sorprendente. El fracaso anterior es muy ampliamente compensado. Sí, a pesar de las apariencias contrarias, la cosecha divina será un hecho. Al fin de cuentas el Sembrador no quedará decepcionado: el Reino de Dios tiene asegurado el éxito final... ¡la Palabra de Dios no puede fallar porque Dios es Dios!
«La tierra era buena, el sembrador el mismo, y las simientes las mismas; y sin embargo, ¿cómo es que una dio ciento, otra sesenta y otra treinta? Aquí la diferencia depende también del que recibe, pues aun donde la tierra es buena, hay mucha diferencia de una parcela a otra. Ya veis que no tiene la culpa el labrador ni la semilla, sino la tierra que la recibe; y no es por causa de la naturaleza, sino de la disposición de la voluntad» (San Juan Crisóstomo).
«La escena es actual. El sembrador divino arroja también ahora su semilla. La obra de la salvación sigue cumpliéndose, y el Señor quiere servirse de nosotros: desea que los cristianos abramos a su amor todos los senderos de la tierra; nos invita a que propaguemos el divino mensaje, con la doctrina y con el ejemplo, hasta los últimos rincones del mundo. Nos pide que, siendo ciudadanos de la sociedad eclesial y de la civil, al desempeñar con fidelidad nuestros deberes, cada uno sea otro Cristo, santificando el trabajo profesional y las obligaciones del propio estado» (J. Escrivá, Es Cristo que pasa 150).
-“¡Quien tenga oídos, que oiga!” A menudo, sí, somos sordos y nuestros corazones están cerrados; no sabemos percibir suficientemente los signos del Reino de Dios, los signos que Dios trabaja en su obra, que la "mies crece" y que "la cosecha 100 por 1" está preparándose... a pesar de las apariencias contrarias. Señor, danos tu modo de ver. Señor, llévanos contigo para sembrar el buen grano (Noel Quesson).
2. –“La asamblea de los hijos de Israel partió de Elim y llegó al desierto de Sin, el día quince del segundo mes después que salieron de Egipto”. Cuando se está en el desierto se alarga la sensación de tiempo. El desierto es el lugar de la «prueba»: en el vacío de todo en la pobreza, el peligro, el hambre... el hombre se enfrenta consigo mismo. No hay nada que lo distraiga de lo esencial: la vida, la muerte... sobrevivir... subsistir.
-“En el desierto, toda la comunidad de los hijos de Israel empezó a murmurar contra Moisés y su hermano Aarón”. Ese conjunto abigarrado de fugitivos no tiene nada de un pueblo excepcional. Son unos contestatarios de Moisés y de Dios: -«¡Ojalá hubiéramos muerto en Egipto, cuando nos sentábamos junto a las ollas de carne, cuando comíamos pan hasta saciarnos! Nos habéis traído a este desierto para que muramos todos de hambre.» Nosotros también podemos ansiar cosas del pasado, pero hemos de confiar en que vale la pena, a pesar de que, en algún momento, no veamos nada claro. Jesús, enséñanos a ser fieles, día tras día.
-“El Señor dijo a Moisés: "Mira, Yo haré llover pan del cielo. El pueblo saldrá a recoger cada día la ración cotidiana, así lo pondré a prueba: Veré si obedece o no a mi ley."” Es el «manná», un alimento inesperado que permite sobrevivir en el desierto. El desierto, la prueba, permite al hombre experimentar la providencia divina: no contar tan sólo consigo mismo... sino confiar en otro. En profundidad, es la experiencia de la pobreza. De ese modo su duda, su desánimo, su murmuración puede convertirse en ocasión de progresar en la fe. El manná es justo lo suficiente para cada uno -un «omer», un medio litro por persona-; así, para Dios, no hay ni ricos ni pobres... todos son hermanos, que reciben igual ración. Es todo un ideal. ¡Si, de hecho, fuera así, Señor! El manná –al parecer algunas plantas del desierto destilan algo así, que los beduinos usan para comer- es un alimento frágil, que hay que recoger cada día, que se echa a perder si se provisiona para el día siguiente. Jesús nos repetirá la lección, esta invitación a una confianza cotidiana: "el pan nuestro de cada día dánoslo hoy".
-“El día sexto, la ración será doble a la de los demás días”. El día de descanso el Señor nos quiere con paz: ¿sabemos vivir los domingos con gozo, expansión y apertura, tal como Dios quiere?
-“Cuando vieron esto, los hijos de Israel se decían los unos a los otros: ¿Qué es esto?, que en hebreo es ¿Mûn hû? Ese nombre interrogativo es también un símbolo: ante los dones de Dios, nos sentimos también, a menudo, desconcertados. Muchas cosas no son claras. «¿Qué es esto?» Si, por lo menos, nos formuláramos más a menudo esta pregunta, y a propósito de tantos «dones» como nos concede Dios sin que sepamos reconocerlos (Noel Quesson).
3. El salmo 77, que rezamos hoy, se hace eco del relato: «el Señor les dio pan del cielo... e hizo llover carne como una polvareda y volátiles como arena del mar». Dios siempre aparece dispuesto a ayudar a su pueblo. Se nos pide confianza, el Pan vivo nos da fuerza: «en verdad os digo, no fue Moisés quien os dio el pan del cielo: es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo... Yo soy el pan de la vida. Y el pan que yo os voy a dar es mi carne por la vida del mundo».
Llucià Pou Sabaté

Martes de la semana XVI de tiempo ordinario; año impar

Martes de la semana 16 de tiempo ordinario; año impar

La relación de Dios con su pueblo es de fe, y crea un vínculo, que irá haciéndose fuerte hasta formar una familia, la de los hijos de Dios, en la fidelidad
“En aquel tiempo, estaba Jesús hablando a la gente, cuando su madre y sus hermanos se presentaron fuera, tratando de hablar con Él. Uno se lo avisó: -«Oye, tu madre y tus hermanos están fuera y quieren hablar contigo. » Pero Él contestó al que le avisaba: -«¿Quién es mí madre y quiénes son mis hermanos?» Y, señalando con la mano a los discípulos, dijo: -«Éstos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de mi Padre del cielo, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre»” (Mateo 12, 46-50).
1. –“Todavía estaba Jesús hablando a la gente, cuando su madre y sus hermanos se presentaron fuera, tratando de hablar con Él”. Jesús, gracias por ser uno de los nuestros, con una madre, María; primos -llamados aquí "hermanos" según la costumbre de algunos pueblos-; con tu lengua aramea.
Cuando se lo dicen, Jesús responde: "¿Quién es mi madre?, ¿quiénes son mis hermanos?"” Jesús, quisiste revelarnos algo muy importante: -“Señalando con la mano a sus discípulos dijo: "Estos son mi madre y mis hermanos". ¡Extraordinaria revelación! El discípulo es de la familia, pariente de Jesús. Genera un intercambio de corazón a corazón entre "hermanos y hermanas de Jesús". Es un gran mensaje y una verdadera revolución para la humanidad. Me hace pensar:¿qué debo cambiar en mis relaciones con mis hermanos?
La madre y los parientes de Jesús quieren saludarle, y alguien se lo viene a decir. Jesús, que luego les atendería con toda amabilidad, ahora aprovecha para anunciarnos el nuevo concepto de familia que se va a establecer en torno a Él. No van a ser decisivos los vínculos de la sangre: «el que cumple la voluntad de mi Padre del cielo, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre». No niegas, Señor, los valores de la familia humana, sino que fundas la Iglesia, por encima de razas y con vocación universal, no limitada a un pueblo, como el antiguo Israel. No fundada en criterios de sangre o de raza, son los que creen en ti y cumplen la voluntad de su Padre, tu nueva familia que empezó con Santa María y San José, los primeros creyentes. No basta con estar bautizado, con “estar” en la Iglesia: hay que “ser”, pues la fe tiene consecuencias en la vida.
-“El que cumple la voluntad de mi Padre del cielo. Ese es hermano mío y hermana y madre”. «Hacerse discípulo de Jesús es aceptar la invitación a pertenecer a la familia de Dios, a vivir en conformidad con su manera de vivir: «El que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, éste es mi hermano, mi hermana y mi madre» (CEC 2233). La característica esencial del discípulo de Jesús: es "hacer la voluntad de Dios". El que actúa así es un verdadero pariente de Jesús. Entrar en comunión con Dios, haciendo su Voluntad... Es, al mismo tiempo, entrar en comunión con innumerables hermanos y hermanas que tratan, ellos también, de hacer esa misma voluntad (Noel Quesson).
Los sacramentos, y en particular la Eucaristía, piden coherencia en la conducta de cada día, para que podamos ser reconocidos como verdaderos seguidores y familiares de Jesús. Santa María sí supo decir -y luego cumplir- aquello de «hágase en mí según tu palabra». Aceptó la voluntad de Dios en su vida. Los Padres decían que fue madre antes por la fe que por la maternidad biológica. Es el mejor modelo para los creyentes. Cuando acudimos a la Eucaristía, a veces no conocemos a las personas que tenemos al lado. Pero también ellas son creyentes y han venido, lo mismo que nosotros, a escuchar lo que Dios nos va a decir, a rezar y cantar, a celebrar el gesto sacramental de la comunión con el Resucitado. Ahí es donde podemos acordarnos de que la familia a la que pertenecemos como cristianos es la de los creyentes en Jesús, que intentan cumplir en sus vidas la voluntad de Dios. Por eso, todos con el mismo derecho podremos elevar a Dios la oración que Jesús nos enseñó: «Padre nuestro, que estás en el cielo...» (J. Aldazábal).
Esta filiación divina adoptiva tiene alguna semejanza con algunos ejemplos de la historia, como los emperadores romanos elegían hijos adoptivos para sus sucesores, prefiriéndolos a sus hijos naturales, para escogerlos bien en sus cualidades… Jesús edifica su religión no sobre las relaciones familiares de sangre, sino que forma una familia sobre una comunidad de fe y de amor. Libremente, quienes aceptan a Jesús y hacen la voluntad de Dios Padre son considerados por Él como de su propia familia. Así, “mi Padre que está en los cielos” se amplía al “Padre nuestro”, y “hacerse discípulo de Jesús es aceptar la invitación a pertenecer a la familia de Dios, a vivir en conformidad con su manera de vivir” (Catecismo 2233).
Las palabras de Jesús son un elogio para su madre: “ella hizo la voluntad de mi Padre. Esto es lo que en ella ensalza el Señor: que hizo la voluntad de su Padre, no que su carne engendró la carne (…). Mi Madre a quien proclamáis dichosa, lo es precisamente por su observancia de la Palabra de Dios, no porque se haya hecho en Ella carne el Verbo de Dios y haya habitado entre nosotros, sino más bien porque fue fiel custodio del mismo Verbo de Dios, que la creó a Ella y en Ella se hizo carne” (S. Agustín).
2. El paso del Mar Rojo es como el artículo fundamental de su fe: Dios ha salvado a su pueblo de la esclavitud de Egipto. Es también imagen de la pascua y de nuestro bautismo, por eso lo recordamos en la Vigilia Pascual. Se han mitificado algunos pasajes históricos, sobre la gran victoria de Dios contra los enemigos de Israel. No sabemos qué pasó exactamente, pero sin duda hubo elementos de la naturaleza extraordinarios: aguas bajas, fuerte viento del este que secó las aguas más superficiales de aquel paso. Los egipcios obcecados por darles alcance, y las aguas que volvían a su cauce en terreno pantanoso, que fue la ruina de sus carros y de todos ellos… y «aquel día el Señor salvó a Israel de las manos de Egipto: Israel vio la mano grande del Señor y temió al Señor y creyó en el Señor y en Moisés, su siervo».
Cuentan los estudiosos que el texto contiene diferentes tradiciones: el prodigio de la separación de las aguas de la mano de Moisés (tradición sacerdotal), Dios y el viento (yavista), el ángel de Dios (elohista). La iniciativa es divina, en la salvación y constitución del pueblo. La tradición cristiana ha establecido siempre un paralelo entre ese paso por el agua y el bautismo del nuevo Pueblo de Dios.
-“Moisés extendió el brazo sobre el mar. El Señor hizo soplar durante toda la noche un fuerte viento del Este que secó el mar”. Dios no está menos presente en los fenómenos naturales. La salida del sol. La caída de la lluvia. El viento que deseca. Cosas corrientes en que por la fe podemos leer la obra de Dios. ¡Señor, te doy gracias por todo lo que haces por nosotros!
-“Los hijos de Israel entraron en medio del mar a pie enjuto... mientras que las aguas envolvieron a los egipcios y cubrieron el ejército de Faraón, sus carros y sus guerreros...”Maravillosa epopeya popular. Escena inolvidable. Todo un símbolo. Se hizo justicia: los débiles y los pobres ganaron a los poderosos, los opresores quedaron aniquilados. Es evidente que las cosas no suelen resolverse tan fácilmente. Pero ¿por qué se impide a los débiles y a los pobres soñar en la liberación radical de sus desgracias? El bautismo, con su simbolismo, asume los dos aspectos de este acontecimiento: el mal se aniquila, se destruye el pecado original, el agua destruye... y surge la vida divina, la salvación se hace presente, el agua vivifica... El libro de la Sabiduría ve el relato como una alabanza a Dios que libra a Israel (19,6-9). Es Jesús quien nos hace pasar de la muerte a la vida en el mar rojo de su sangre, por su muerte, por la pasión, por su bautismo que es el nuestro, y así nuestro bautismo será el preludio de lo que pasará con nuestra muerte… paso previo a la resurrección, y necesario… San Pablo ve en las aguas del Mar Rojo la imagen de las aguas bautismales: “bajo el mando de Moisés todos fueron bautizados en la nube y en el mar” (1 Co 10,2). El mito de Caronte, el barquero de la muerte, queda así superado… es la fe la que nos lleva a confiar en este paso…
-“Aquel día, el Señor salvó a Israel”... He ahí la clave interpretativa de esta epopeya: su óptica es netamente religiosa. Se trata de una asistencia divina en una situación desesperada, humanamente hablando: ¡Dios salva! Dios mismo se hace más presente en el ángel del Señor, dirige las operaciones, interviene directamente; Moisés, por su parte, cumple las órdenes del Señor y actúa como su vicario; los hijos de Israel colaboran dócilmente como beneficiarios del prodigio. Pero también los elementos cósmicos intervienen: la columna de humo que era guía diurna oscurece ahora el camino a los egipcios; la noche, símbolo del mal, se convierte, como en la Pascua, en tiempo de la intervención divina; el viento cálido del este, siempre temido por sus efecto nocivos, resulta ser benéfico; y las aguas del mar, símbolo tantas veces del abismo y del mal, facilitan el paso glorioso de los hijos de Israel (Biblia de Navarra).
Dios protege a su pueblo, libra del peligro a sus elegidos: “tú también, si te apartas de los egipcios y huyes lejos del poder de los demonios –comenta Orígenes-, verás cuán grandes auxilios te estarán preparados cada día y cuánta protección tendrás en tu apoyo. Únicamente se te pide que permanezcas fuerte en la fe y que no te aterren ni la caballería egipcia ni el ruido de sus carros (…) comprende la bondad de Dios creador: si te sometes a su voluntad y sigues su Ley, Él hará que las criaturas cooperen contigo incluso en contra de su naturaleza si fuera preciso”.
«Jesús» significa precisamente «Dios salva» (Mt 1,21). Ahora bien, Dios es siempre el mismo. Todavía HOY Dios actúa para luchar contra todo mal y para salvar. Donde existe el pecado, existe también una acción salvadora de Dios. En nuestras revisiones de vida, tenemos que habituarnos a contemplar la Presencia de Dios en el seno mismo de las situaciones donde el mal parece que triunfa. Israel vio la mano fuerte que el Señor había desplegado... (Noel Quesson).
3. El pueblo temió al Señor... Entonces Moisés y los hijos de Israel cantaron ese cántico al Señor. Esta «acción de gracias» no es un canto de guerra, sino un canto de amor. Este es, junto con el de Débora, uno de los más antiguos himnos de Israel (probablemente ya existía en XIII a.C.): «cantemos al Señor, sublime es su victoria... al soplo de tu nariz se amontonaron las aguas...». En el pregón pascual cantamos: «ésta es la noche en que sacaste de Egipto a los israelitas, nuestros padres, y les hiciste pasar a pie el Mar Rojo»; era la primera pascua. Esa pascua es figura de la segunda, la de Cristo, que pasa a la Nueva Vida de Resucitado a través de la muerte: «esta es la noche en que, rotas las cadenas de la muerte, Cristo asciende victorioso del abismo»; esa pascua de Jesús nos ha salvado a todos, por las aguas del Bautismo experimentamos esa luz, esa libertad: «esta es la noche en la que, por toda la tierra, los que confiesan su fe en Cristo son arrancados de los vicios del mundo y de la oscuridad del pecado, son restituidos a la gracia y agregados a los santos».
Llucià Pou Sabaté