Martes de la semana 16 de tiempo ordinario; año impar
La relación de Dios con su pueblo es de fe, y crea un vínculo, que irá haciéndose fuerte hasta formar una familia, la de los hijos de Dios, en la fidelidad
“En aquel tiempo, estaba Jesús hablando a la gente, cuando su madre y sus hermanos se presentaron fuera, tratando de hablar con Él. Uno se lo avisó: -«Oye, tu madre y tus hermanos están fuera y quieren hablar contigo. » Pero Él contestó al que le avisaba: -«¿Quién es mí madre y quiénes son mis hermanos?» Y, señalando con la mano a los discípulos, dijo: -«Éstos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de mi Padre del cielo, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre»” (Mateo 12, 46-50).
1. –“Todavía estaba Jesús hablando a la gente, cuando su madre y sus hermanos se presentaron fuera, tratando de hablar con Él”. Jesús, gracias por ser uno de los nuestros, con una madre, María; primos -llamados aquí "hermanos" según la costumbre de algunos pueblos-; con tu lengua aramea.
Cuando se lo dicen, Jesús responde: "¿Quién es mi madre?, ¿quiénes son mis hermanos?"” Jesús, quisiste revelarnos algo muy importante: -“Señalando con la mano a sus discípulos dijo: "Estos son mi madre y mis hermanos". ¡Extraordinaria revelación! El discípulo es de la familia, pariente de Jesús. Genera un intercambio de corazón a corazón entre "hermanos y hermanas de Jesús". Es un gran mensaje y una verdadera revolución para la humanidad. Me hace pensar:¿qué debo cambiar en mis relaciones con mis hermanos?
La madre y los parientes de Jesús quieren saludarle, y alguien se lo viene a decir. Jesús, que luego les atendería con toda amabilidad, ahora aprovecha para anunciarnos el nuevo concepto de familia que se va a establecer en torno a Él. No van a ser decisivos los vínculos de la sangre: «el que cumple la voluntad de mi Padre del cielo, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre». No niegas, Señor, los valores de la familia humana, sino que fundas la Iglesia, por encima de razas y con vocación universal, no limitada a un pueblo, como el antiguo Israel. No fundada en criterios de sangre o de raza, son los que creen en ti y cumplen la voluntad de su Padre, tu nueva familia que empezó con Santa María y San José, los primeros creyentes. No basta con estar bautizado, con “estar” en la Iglesia: hay que “ser”, pues la fe tiene consecuencias en la vida.
-“El que cumple la voluntad de mi Padre del cielo. Ese es hermano mío y hermana y madre”. «Hacerse discípulo de Jesús es aceptar la invitación a pertenecer a la familia de Dios, a vivir en conformidad con su manera de vivir: «El que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, éste es mi hermano, mi hermana y mi madre» (CEC 2233). La característica esencial del discípulo de Jesús: es "hacer la voluntad de Dios". El que actúa así es un verdadero pariente de Jesús. Entrar en comunión con Dios, haciendo su Voluntad... Es, al mismo tiempo, entrar en comunión con innumerables hermanos y hermanas que tratan, ellos también, de hacer esa misma voluntad (Noel Quesson).
Los sacramentos, y en particular la Eucaristía, piden coherencia en la conducta de cada día, para que podamos ser reconocidos como verdaderos seguidores y familiares de Jesús. Santa María sí supo decir -y luego cumplir- aquello de «hágase en mí según tu palabra». Aceptó la voluntad de Dios en su vida. Los Padres decían que fue madre antes por la fe que por la maternidad biológica. Es el mejor modelo para los creyentes. Cuando acudimos a la Eucaristía, a veces no conocemos a las personas que tenemos al lado. Pero también ellas son creyentes y han venido, lo mismo que nosotros, a escuchar lo que Dios nos va a decir, a rezar y cantar, a celebrar el gesto sacramental de la comunión con el Resucitado. Ahí es donde podemos acordarnos de que la familia a la que pertenecemos como cristianos es la de los creyentes en Jesús, que intentan cumplir en sus vidas la voluntad de Dios. Por eso, todos con el mismo derecho podremos elevar a Dios la oración que Jesús nos enseñó: «Padre nuestro, que estás en el cielo...» (J. Aldazábal).
Esta filiación divina adoptiva tiene alguna semejanza con algunos ejemplos de la historia, como los emperadores romanos elegían hijos adoptivos para sus sucesores, prefiriéndolos a sus hijos naturales, para escogerlos bien en sus cualidades… Jesús edifica su religión no sobre las relaciones familiares de sangre, sino que forma una familia sobre una comunidad de fe y de amor. Libremente, quienes aceptan a Jesús y hacen la voluntad de Dios Padre son considerados por Él como de su propia familia. Así, “mi Padre que está en los cielos” se amplía al “Padre nuestro”, y “hacerse discípulo de Jesús es aceptar la invitación a pertenecer a la familia de Dios, a vivir en conformidad con su manera de vivir” (Catecismo 2233).
Las palabras de Jesús son un elogio para su madre: “ella hizo la voluntad de mi Padre. Esto es lo que en ella ensalza el Señor: que hizo la voluntad de su Padre, no que su carne engendró la carne (…). Mi Madre a quien proclamáis dichosa, lo es precisamente por su observancia de la Palabra de Dios, no porque se haya hecho en Ella carne el Verbo de Dios y haya habitado entre nosotros, sino más bien porque fue fiel custodio del mismo Verbo de Dios, que la creó a Ella y en Ella se hizo carne” (S. Agustín).
2. El paso del Mar Rojo es como el artículo fundamental de su fe: Dios ha salvado a su pueblo de la esclavitud de Egipto. Es también imagen de la pascua y de nuestro bautismo, por eso lo recordamos en la Vigilia Pascual. Se han mitificado algunos pasajes históricos, sobre la gran victoria de Dios contra los enemigos de Israel. No sabemos qué pasó exactamente, pero sin duda hubo elementos de la naturaleza extraordinarios: aguas bajas, fuerte viento del este que secó las aguas más superficiales de aquel paso. Los egipcios obcecados por darles alcance, y las aguas que volvían a su cauce en terreno pantanoso, que fue la ruina de sus carros y de todos ellos… y «aquel día el Señor salvó a Israel de las manos de Egipto: Israel vio la mano grande del Señor y temió al Señor y creyó en el Señor y en Moisés, su siervo».
Cuentan los estudiosos que el texto contiene diferentes tradiciones: el prodigio de la separación de las aguas de la mano de Moisés (tradición sacerdotal), Dios y el viento (yavista), el ángel de Dios (elohista). La iniciativa es divina, en la salvación y constitución del pueblo. La tradición cristiana ha establecido siempre un paralelo entre ese paso por el agua y el bautismo del nuevo Pueblo de Dios.
-“Moisés extendió el brazo sobre el mar. El Señor hizo soplar durante toda la noche un fuerte viento del Este que secó el mar”. Dios no está menos presente en los fenómenos naturales. La salida del sol. La caída de la lluvia. El viento que deseca. Cosas corrientes en que por la fe podemos leer la obra de Dios. ¡Señor, te doy gracias por todo lo que haces por nosotros!
-“Los hijos de Israel entraron en medio del mar a pie enjuto... mientras que las aguas envolvieron a los egipcios y cubrieron el ejército de Faraón, sus carros y sus guerreros...”Maravillosa epopeya popular. Escena inolvidable. Todo un símbolo. Se hizo justicia: los débiles y los pobres ganaron a los poderosos, los opresores quedaron aniquilados. Es evidente que las cosas no suelen resolverse tan fácilmente. Pero ¿por qué se impide a los débiles y a los pobres soñar en la liberación radical de sus desgracias? El bautismo, con su simbolismo, asume los dos aspectos de este acontecimiento: el mal se aniquila, se destruye el pecado original, el agua destruye... y surge la vida divina, la salvación se hace presente, el agua vivifica... El libro de la Sabiduría ve el relato como una alabanza a Dios que libra a Israel (19,6-9). Es Jesús quien nos hace pasar de la muerte a la vida en el mar rojo de su sangre, por su muerte, por la pasión, por su bautismo que es el nuestro, y así nuestro bautismo será el preludio de lo que pasará con nuestra muerte… paso previo a la resurrección, y necesario… San Pablo ve en las aguas del Mar Rojo la imagen de las aguas bautismales: “bajo el mando de Moisés todos fueron bautizados en la nube y en el mar” (1 Co 10,2). El mito de Caronte, el barquero de la muerte, queda así superado… es la fe la que nos lleva a confiar en este paso…
-“Aquel día, el Señor salvó a Israel”... He ahí la clave interpretativa de esta epopeya: su óptica es netamente religiosa. Se trata de una asistencia divina en una situación desesperada, humanamente hablando: ¡Dios salva! Dios mismo se hace más presente en el ángel del Señor, dirige las operaciones, interviene directamente; Moisés, por su parte, cumple las órdenes del Señor y actúa como su vicario; los hijos de Israel colaboran dócilmente como beneficiarios del prodigio. Pero también los elementos cósmicos intervienen: la columna de humo que era guía diurna oscurece ahora el camino a los egipcios; la noche, símbolo del mal, se convierte, como en la Pascua, en tiempo de la intervención divina; el viento cálido del este, siempre temido por sus efecto nocivos, resulta ser benéfico; y las aguas del mar, símbolo tantas veces del abismo y del mal, facilitan el paso glorioso de los hijos de Israel (Biblia de Navarra).
Dios protege a su pueblo, libra del peligro a sus elegidos: “tú también, si te apartas de los egipcios y huyes lejos del poder de los demonios –comenta Orígenes-, verás cuán grandes auxilios te estarán preparados cada día y cuánta protección tendrás en tu apoyo. Únicamente se te pide que permanezcas fuerte en la fe y que no te aterren ni la caballería egipcia ni el ruido de sus carros (…) comprende la bondad de Dios creador: si te sometes a su voluntad y sigues su Ley, Él hará que las criaturas cooperen contigo incluso en contra de su naturaleza si fuera preciso”.
«Jesús» significa precisamente «Dios salva» (Mt 1,21). Ahora bien, Dios es siempre el mismo. Todavía HOY Dios actúa para luchar contra todo mal y para salvar. Donde existe el pecado, existe también una acción salvadora de Dios. En nuestras revisiones de vida, tenemos que habituarnos a contemplar la Presencia de Dios en el seno mismo de las situaciones donde el mal parece que triunfa. Israel vio la mano fuerte que el Señor había desplegado... (Noel Quesson).
3. El pueblo temió al Señor... Entonces Moisés y los hijos de Israel cantaron ese cántico al Señor. Esta «acción de gracias» no es un canto de guerra, sino un canto de amor. Este es, junto con el de Débora, uno de los más antiguos himnos de Israel (probablemente ya existía en XIII a.C.): «cantemos al Señor, sublime es su victoria... al soplo de tu nariz se amontonaron las aguas...». En el pregón pascual cantamos: «ésta es la noche en que sacaste de Egipto a los israelitas, nuestros padres, y les hiciste pasar a pie el Mar Rojo»; era la primera pascua. Esa pascua es figura de la segunda, la de Cristo, que pasa a la Nueva Vida de Resucitado a través de la muerte: «esta es la noche en que, rotas las cadenas de la muerte, Cristo asciende victorioso del abismo»; esa pascua de Jesús nos ha salvado a todos, por las aguas del Bautismo experimentamos esa luz, esa libertad: «esta es la noche en la que, por toda la tierra, los que confiesan su fe en Cristo son arrancados de los vicios del mundo y de la oscuridad del pecado, son restituidos a la gracia y agregados a los santos».
Llucià Pou Sabaté
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