domingo, 31 de enero de 2010

Martes 3º, año par: Jerusalén, la ciudad de paz, se llena de fiesta en torno al Arca de la Alianza. Jesús inaugura la nueva Alianza, la familia de los hijos de Dios

Martes 3º, año par: Jerusalén, la ciudad de paz, se llena de fiesta en torno al Arca de la Alianza. Jesús inaugura la nueva Alianza, la familia de los hijos de Dios

 

II Samuel 6,12-15,17-19. Cuando informaron a David: "El Señor ha bendecido a la familia de Obededóm y todos sus bienes a causa del Arca de Dios", David partió e hizo subir el Arca de Dios desde la casa de Obededóm a la Ciudad de David, con gran alegría. Los que transportaban el Arca del Señor avanzaron seis pasos, y él sacrificó un buey y un ternero cebado. David, que sólo llevaba ceñido un efod de lino, iba danzando con todas sus fuerzas delante del Señor. Así, David y toda la casa de Israel subieron el Arca del Señor en medio de aclamaciones y al sonido de trompetas. Luego introdujeron el Arca del Señor y la instalaron en su sitio, en medio de la carpa que David había levantado para ella, y David ofreció holocaustos y sacrificios de comunión delante del Señor. Cuando David terminó de ofrecer el holocausto y los sacrificios de comunión, bendijo al pueblo en nombre del Señor de los ejércitos. Después repartió a todo el pueblo, a toda la multitud de Israel, hombres y mujeres, una hogaza de pan, un pastel de dátiles y uno de pasas de uva por persona. Luego todo el pueblo se fue, cada uno a su casa.

 

Salmo 24: 7–10 7 ¡Puertas, levantad vuestros dinteles, alzaos, portones antiguos, para que entre el rey de la gloria!

8 ¿Quién es ese rey de gloria? Yahveh, el fuerte, el valiente, Yahveh, valiente en la batalla.

9 ¡Puertas, levantad vuestros dinteles, alzaos, portones antiguos, para que entre el rey de la gloria!

10 ¿Quién es ese rey de gloria? Yahveh Sebaot, él es el rey de gloria.

 

Texto del Evangelio (Mc 3,31-35): En aquel tiempo, llegan la madre y los hermanos de Jesús, y quedándose fuera, le envían a llamar. Estaba mucha gente sentada a su alrededor. Le dicen: «¡Oye!, tu madre, tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan». Él les responde: «¿Quién es mi madre y mis hermanos?». Y mirando en torno a los que estaban sentados en corro, a su alrededor, dice: «Éstos son mi madre y mis hermanos. Quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre».

 

Comentario: 1. 2S 6, 12b-15.17-19. David es hábil político, además de persona creyente. Ayer vimos que conquistó Jerusalén y estableció allí la capital de su reino. Ahora da un paso adelante: la hace también capital religiosa.

Hasta entonces Jerusalén, ciudad pagana, no tenía ninguna tradición religiosa para los israelitas, como podía tenerla por ejemplo Silo. David traslada solemnemente el Arca de la Alianza a su ciudad. Todavía no hay Templo -lo construirá su hijo Salomón- pero la presencia del Arca va a ser punto de referencia para la consolidación política y religiosa del pueblo.

La fiesta que organiza con tal ocasión -danzando él mismo ante el Arca- es muy simpática y de alguna manera significa el fin de la época nómada del pueblo. El Arca, en la Tienda del encuentro, había sido el símbolo de la cercanía de Dios para con su pueblo en el periodo de su larga travesía por el desierto. Ahora se estabiliza tanto el pueblo como la presencia de Dios con ellos.

A pesar de que Dios está presente en todas partes y podemos rezarle también fuera de nuestras iglesias, necesitamos lugares de oración. que nos ayuden también psicológicamente en nuestros momentos de culto y de reunión ante Dios.

Aunque en todo momento de nuestra vida podamos establecer contacto con Dios, la iglesia o la capilla, como lugar de reunión y de celebración, nos favorece en nuestro encuentro con Dios. El altar, en el que somos invitados a celebrar el memorial de Cristo y participar en su Cuerpo y Sangre; el lugar de la Palabra, desde el que se nos proclama la lectura bíblica; y luego el sagrario, donde se reserva el Pan eucarístico sobre todo para los enfermos: son para nosotros, con mucha más razón que el Arca para los israelitas, gozosos puntos de referencia que nos recuerdan la continua presencia de Cristo Jesús en nuestra vida. Todos los signos de aprecio y veneración serán pocos para agradecerle este don. David nos recuerda también con su actuación que necesitamos la fiesta, la expresión total -espiritual y corpórea- de nuestra pertenencia a la comunidad de fe y de nuestra relación con Dios. Por eso nos resulta aleccionadora la fiesta que él organizó, con elementos que continúan siendo válidos en la expresión de la fe: procesiones, oraciones, sacrificios, cantos, música, danza cúltica, comida festiva.

Necesitamos expresar exteriormente el aprecio que sentimos en el interior. A veces con formas litúrgicas y oficiales. Otras, con manifestaciones de religiosidad popular, también legítimas, y a veces más eficaces y comunicativas. Lo importante es rendir a Dios nuestro mejor culto y dar a nuestra vida una conciencia mayor de pertenencia a la comunidad cristiana y un tono más alegre de fiesta y comunión.

David hace introducir "el Arca de la Alianza" en Jerusalén. Al mandar transferir el Arca a Jerusalén, David actúa una vez más con fines políticos: la antigua ciudad neutra jebusea, admirablemente situada entre los dos reinos, pasa a ser su capital política... pero David quiere que sea también su capital religiosa, a fin de conferir al poder real y a la unidad que simboliza, unos cimientos más profundos, más sagrados. ¡Jerusalén! ¡Ciudad santa! No puede decirse que Dios esté más presente en ella que en otra parte... ¿Y sin embargo?... ¡Jerusalén! La ciudad de Dios: el símbolo mismo de la voluntad de Dios de estar «presente» en la humanidad, de implantarse, de encarnarse, de «plantar su tienda entre nosotros». ¡Jerusalén! Es allá -en esa ciudad que David escogió- que Tú, Señor, instituirás la comida de la Cena para simbolizar tu presencia entre nosotros... Es allí, la ciudad, en que Tú elegirás para morir y para resucitar. A través de la elección histórica de David, no podemos dejar de pensar que la humanidad entera tiene, en lo sucesivo, una capital, un símbolo de su unidad: ese lugar, esa colina donde una cruz fue plantada... esa roca, esa tumba donde reposó el cuerpo de Jesús... ese punto de gravedad de la humanidad, ese momento en el que cambió de sentido la historia cuando la muerte fue vencida, ahí mismo por primera vez. ¡Jerusalén! cuyo nombre significa "Ciudad de paz". Jerusalén, ciudad constantemente desgarrada, y que permanece como signo de la búsqueda de la humanidad: vivir juntos... vivir con Dios...

-Durante la procesión del Arca, David «danzaba» y daba vueltas con todas sus fuerzas «ante el Señor». David, rey y jefe político, es también el jefe religioso: organiza la liturgia, se entrega con todo su ser, cuerpo y alma. Canta y danza: sabemos que él compuso muchos de los salmos. Es una religión la suya exuberante y entusiasta.

-Toda la casa de Israel acompañaba el Arca con «aclamaciones» y resonar de cuernos... Se ofrecieron holocaustos y sacrificios de comunión... Luego se hizo una distribución a todo el pueblo: para cada uno, una torta de pan, un pastel de dátiles y un pan de pasas... ¡Qué religión tan alegre y comunitaria tenían nuestros antepasados! ¡Qué fiesta! divina y humana a la vez: la danza, el arte, los gritos, el banquete. Tenemos mucho que redescubrir en ese sentido. Nuestras liturgias han llegado a ser demasiado silenciosas, demasiado pasivas, demasiado «cada uno para sí». Basta comparar la escena tan viva que se nos describe el día del traslado del Arca a Jerusalén, con nuestras misas del domingo, tan a menudo apagadas y tristes. Quizá la juventud actual, sacudiendo un poco nuestras costumbres, nos ayudará a reencontrar una «fiesta», una religión «alegre».

Mi religión, ¿es una fiesta para mí?, ¿una dicha?, ¿una alegría?

Mi fe, ¿es una buena noticia? y el evangelio ¿un maravilloso mensaje?

¿Soy de los que no abren la boca en la iglesia, de los que se aíslan? o bien ¿me esfuerzo en cantar, en aclamar, en participar en la liturgia?

-Delante del Señor... en presencia del Señor... Es uno de los temas de esos pasajes de la Escritura. Vivir «delante» de Dios. David "danza" delante de Dios. Es toda mi vida la que se juega «delante de Ti, Señor» (Noel Quesson).

La lectura de ayer contaba dos hechos muy importantes: la unción de David como rey de todo Israel y la conquista de Jerusalén. La de hoy describe el traslado a Jerusalén del arca de la alianza. Si al elegir Jerusalén como residencia suya había hecho de ella la capital política, al instalar allí el arca la convierte en capital religiosa. La capital política, en una antigua ciudad jebusea situada en la frontera entre el territorio de las tribus del norte y las del sur, quiere quedarse por encima de la animadversión entre los dos grupos rivales; la capital religiosa, a más de heredar antiquísimas tradiciones sagradas (cf Gn 14), será enriquecida con la posesión del arca y superará en importancia a todos los santuarios israelitas, sobre todo con la edificación del templo de Salomón y más todavía con la reforma religiosa de Josías, que hizo de ella el único lugar donde se podrían ofrecer legítimos sacrificios. A partir de David, el tema de la ciudad santa se une, como un nuevo artículo de fe, como objeto de promesas y fuente de esperanzas (y una vez destruida, como tema de oración), al conjunto de tradiciones religiosas de Israel. A Jerusalén subirá Jesús a morir y resucitar, en Jerusalén nacerá la Iglesia, desde Jerusalén se esparcirá el evangelio a todas las naciones, y con la visión de la nueva Jerusalén que baja del cielo se cierra la Biblia (Ap 21).

Este capítulo procede de la historia del arca de la alianza, que habíamos comenzado a leer en 1 Sm 4-6 (sábado de la semana XII y domingo XIII), aunque la redacción es de otro estilo. Hallamos en la narración del traslado aquella conjunción de los valores humanos de David con una sensibilidad religiosa profunda y sincera y, al mismo tiempo, un gran talento político. Raramente se encuentran, así en la historia sagrada como en la profana, estas tres dimensiones en tan alto grado.

El arca había sido el signo de la presencia de Yahvé en medio de su pueblo cuando hacía camino por el desierto. Es el recuerdo de la alianza lo que ha de dar unidad política y religiosa al pueblo escogido. El templo será construido fundamentalmente como santuario del arca, ante la cual se ofrecerán los sacrificios prescritos y será invocado y santificado el nombre de Dios. La santidad de Dios se manifiesta, como en las religiones más primitivas, en forma de terror sagrado. No es imposible que Ozá, habiendo tocado el arca, muriese, cuando todavía en nuestros días, en África, hay quien muere literalmente de terror por el conjuro de un brujo. David mismo tiene miedo y renuncia a instalar el arca en su casa (9).

La sensibilidad religiosa de David se revela en el entusiasmo con que danza ante el arca, bien distinto de Mical, que le desprecia por haberse quitado las prendas reales para danzar. El hecho de que David tenga muchos hijos, pero ninguno de Mical, será interpretado como un premio para David, un castigo para ella y rechazo para la casa de su padre, Saúl, condenada a la extinción (H. Raguer).

Jerusalén es elevada a ciudad sagrada porque el Señor ha llegado a morar en ella. En medio de cantos, holocaustos y danzar rituales llega el Señor de los ejércitos para habitar en medio de su pueblo santo. Cuando llegue la plenitud de los tiempos el Verbo se hará carne y plantará su tienda de campaña en medio de las nuestras. Más aún: Él hará su morada en nuestros corazones, y hará que toda nuestra vida se convierta en una continua ofrenda de alabanza a nuestro Dios y Padre. Dios nos ha consagrado por medio del Bautismo. Tratemos de ser una digna morada del Señor, de tal forma que manifestemos con nuestras buenas obras que realmente el Señor está con nosotros. No nos conformemos con disfrutar de la presencia del Señor en nuestro interior. Procuremos ser un signo de su amor para cuantos nos traten sabiendo compartir con ellos los dones que Dios nos ha dado; y no sólo los bienes materiales, sino el Don de la Vida y del Espíritu, que Dios quiere que llegue a todos para que todos seamos hijos suyos y nos convirtamos en una digna morada de su Espíritu.

 

2. Sal. 23. No sólo abramos las puertas del Templo al Señor; abrámosle, especialmente, las puertas de nuestro corazón. Abramos las puertas de nuestra vida al Redentor que se acerca a nosotros para hacer su morada en nuestros corazones. Pero no sólo hemos de abrirle al Señor nuestro corazón; sabiendo que Él está con nosotros, sepamos escuchar su Palabra y vivir conforme a sus enseñanzas. Así, llevando una vida intachable en su presencia, cuando Él vuelva glorioso al final de los tiempos, Él mismo nos abrirá las puertas de las moradas eternas para que disfrutemos eternamente del Gozo de nuestro Dios y Padre. A Él sea dado todo honor y toda gloria ahora y siempre y por infinitos siglos de los siglos.

 

3.- Mc 3, 31-35 (cf Lc 8,19-21, martes de la semana 26). 3. Sorprende la distancia que toma Jesús con respecto a su familia. En el Nuevo Testamento se inaugura un nuevo concepto de familia, los que creen en Jesús, como Hijo de Dios vivo: estos forman la familia de Jesús: los doce Apóstoles y muchos otros discípulos como Marta, María y Lázaro… lo que leemos hoy vamos a ponerlo en relación con el gran amor que Jesús tiene a su madre, a José y a su gente. Porque no podemos ver un texto en solitario, y mucho más cuando "golpea" sobre un aspecto, cuando lo subraya con contundencia; el contexto –es decir, el tono general de los otros textos- y sobretodo la tradición apostólica, dan "el espíritu" que late tras estos sentimientos de Jesús, que toma distancia sobre su ligazón con su familia de sangre, queriéndolos mucho, para establecer una intimidad nueva en su familia digamos "apostólica". Esto nos sitúa en un contexto de Iglesia como familia, donde las comunidades, instituciones por así decir, pueden tener vida en familia, sentirse en Jesús familia. Dentro de este sentido de familia, un caso especial es el de aquellos que viven en celibato. Al igual que los que se unen en matrimonio y forman una familia nueva, que deja a un segundo lugar la familia de la que surgieron, en el sentido de que la prioritaria es la que forman, también la tradición sobre virginidad y celibato va en esta línea de "injertarse" en la persona, en la conciencia de Jesús, una vocación en vistas al Reino de Dios, y razona con motivos estrictamente sobrenaturales. Establece una libertad para estar con "el Cordero dondequiera que vaya", o como dice San Pablo: "el célibe se ocupa de los asuntos del Señor…, mientras que el casado de los asuntos del mundo… y está dividido" (1 Cor 7). El sentido esponsal de todo cristiano con Jesús se ve aquí reforzado en un sentido de familia, esas personas forman una familia, a imagen de la que está formando Jesús.

Nos preguntamos con frecuencia si le costaría a Jesús poner distancia ante tanto sufrimiento como se encontró en su ministerio. Me decía hace poco una madre, sobre el tema del dolor y el amor: "precisamente hace 17 anos perdí a mi única hija, duele mucho porque uno la amaba tanto, y ahora no poder verla mas…, pero la gracias de la aceptación la tuve siempre y lo mismo mi hija, ahí aprendimos lo que es la muerte, no se entiende que un Dios bueno lo permita si no es para que de eso saque también un bien. Ya sabemos por qué no hay que tener miedo de la muerte, sino al contrario, es el encuentro con Dios, al fin no tener ya sufrimientos de la enfermedad, solo gozo... Le digo a Jesús que continúo siendo mama, y Él me entiende, sé que un día veré a mi hija, que en el cielo estaré con los míos. Todo ese dolor me ha hecho aprender a amar a Dios por sobre todo, y mi vida es otra, vivo para hacer su voluntad". Esa persona se dedica con más intensidad a los hijos de los demás, participa de un ambiente apostólico donde puede vivir la maternidad, de otro modo. Conmueve ver las muchas experiencias que podríamos añadir a ésta, de esta familia que hoy nos muestra el Evangelio, en la que la oración de las madres la sostienen. Lo podemos repetir: principalmente son la oración de esas madres las que sostienen la Iglesia (junto a los que sufren y los niños), pues saben de amor y de sufrimiento, de Cruz y de la vida de Jesús, que también pasó por esto, que tuvo que tomar distancia ante su familia, provocarles dolor con su muerte... para tomar el dolor de todos, y curarnos.

Volviendo al principio, cuando veamos curiosa la reacción de Jesús en algunos pasajes, pero hemos de aprender del sentido profundo de sus hechos para descubrir su relación con el Reino que está instaurando, esa nueva creación, el mundo de la gracia, la Redención. Nuestra mirada no ha de ser la del que piensa que Jesús se equivoca, sino la de quien ve en Él la verdad, y nosotros somos aprendices de esa Verdad, que es Camino a la Vida. En la respuesta de Jesús, por tanto, no hay ningún rechazo hacia sus familiares. Jesús ha renunciado a una dependencia de ellos: "no por frialdad de sentimientos o por menosprecio de los vínculos familiares, sino porque pertenece completamente a Dios Padre. Jesucristo ha realizado personalmente en Él mismo aquello que justamente pide a sus discípulos.

En lugar de su familia de la tierra, Jesús ha escogido una familia espiritual. Echa una mirada sobre los hombres sentados a su alrededor y les dice: «Éstos son mi madre y mis hermanos. Quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre» (Mc 3,34-35). San Marcos, en otros lugares de su Evangelio, refiere otras de esas miradas de Jesús a su alrededor.

¿Es que Jesús nos quiere decir que sólo son sus parientes los que escuchan con atención su palabra? ¡No! No son sus parientes aquellos que escuchan su palabra, sino aquellos que escuchan y cumplen la voluntad de Dios: éstos son su hermano, su hermana, su madre.

Lo que Jesús hace es una exhortación a aquellos que se encuentran allí sentados —y a todos— a entrar en comunión con Él mediante el cumplimiento de la voluntad divina. Pero, a la vez, vemos en sus palabras una alabanza a su madre, Maria, la siempre bienaventurada por haber creído" (Josep Gassó).

Acaba el capítulo tercero de Marcos con este breve episodio que tiene como protagonistas, esta vez en un contexto diferente del anterior, a sus familiares. Los «hermanos» en el lenguaje hebreo son también los primos y tíos y demás familiares. Esta vez sí se dice que estaba su madre. Las palabras de Jesús, que parecen como una respuesta a las dificultades de sus familiares que leíamos anteayer, nos suenan algo duras. Pero ciertamente no desautorizan a su madre ni a sus parientes. Lo que hace es aprovechar la ocasión para decir cuál es su visión de la nueva comunidad que se está reuniendo en torno a él. La nueva familia no va a tener como valores determinantes ni los lazos de sangre ni los de la raza. No serán tanto los descendientes raciales de Abraham, sino los que imitan su fe: «El que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre».

Nosotros, como personas que creemos y seguimos a Cristo, pertenecemos a su familia. Esto nos llena de alegría. Por eso podemos decir con confianza la oración que Jesús nos enseñó: «Padre nuestro». Somos hijos y somos hermanos. Hemos entrado en la comunidad nueva del Reino.

En ella nos alegramos también de que esté la Virgen María, la Madre de Jesús. Si de alguien se puede decir que «ha cumplido la voluntad de Dios» es de ella, la que respondió al ángel enviado de Dios: «Hágase en mi según tu Palabra». Ella es la mujer creyente, la totalmente disponible ante Dios.

Incluso antes que su maternidad física, tuvo María de Nazaret este otro parentesco que aquí anuncia Cristo, el de la fe. Como decían los Santos Padres, ella acogió antes al Hijo de Dios en su mente por medio de la fe que en su seno por su maternidad.

Por eso es María para nosotros buena maestra, porque fue la mejor discípula en la escuela de Jesús. Y nos señala el camino de la vida cristiana: escuchar la Palabra, meditarla en el corazón y llevarla a la práctica (J. Aldazábal).

Marcos va a relatar más adelante (Mc 4,1-9) la parábola de la semilla que cae en diferentes terrenos. Pero ya de antemano la ilustra diciéndonos que la familia de Jesús no fue necesariamente el terreno ideal. La fe no se confunde con el contexto sociológico; no se reduce a sentimientos humanos, aun cuando estos sean fraternos o familiares (Maertens-Frisque). ¡Otra vez la tribu! "Te buscan", le dicen a Jesús. Este grupo de parientes trae a la memoria el recuerdo de esas camarillas siempre dispuestas a incautarse de Dios en provecho propio. "Te buscan". Pues bien, ¡perderán el tiempo! "¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?". La respuesta más obvia no tendría en cuenta al Reino, que hace saltar todas las realidades. "Estos son mi madre y mis hermanos", dice Jesús mirando a los que están a su alrededor escuchándole. Así, en el Reino, la fraternidad cristiana no se funda en los vínculos de carne y sangre, sino en un espíritu común: hacer la voluntad del Padre. (...) "El que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre". Llevarán el nombre de Jesús los que vivan en su corazón lo que fue para él la razón de ser de su vida: "En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros". No sólo se trata de ser partidarios de un hombre admirable, ni de hacer nuestra una norma de vida de gran elevación: se trata de ser "los de Jesús". Los discípulos no lo serán de verdad hasta que, el día de Pentecostés, reciban plenamente el Espíritu del Hijo. "Aquí estoy para hacer tu voluntad!": ésta es la norma de vida del cristiano y, más aún, la oración del Espíritu que se nos dio el día del bautismo ("Dios cada día", de San Terrae).

Marcos, después del altercado con los escribas "venidos de Jerusalén", reemprende el relato comenzado en el versículo 21 y que leímos el sábado último: "su familia vino para llevárselo, pues afirmaban: "Está fuera de sí."

-Jesús entra en una casa, y la muchedumbre acude. La "muchedumbre" está siempre ahí.

-Vinieron su madre y sus hermanos, y desde fuera le mandaron llamar. Su madre es María. La conocemos bien. Por Lucas y Mateo sabemos qué actitud ejemplar de Fe, de búsqueda espiritual ha tenido siempre a lo largo de todos los acontecimientos y circunstancias de la infancia de Jesús. Pero tratemos de ponernos, momentáneamente, en la actitud de los primeros lectores de Marcos, que no tenían aún los evangelios de Lucas ni de Mateo. Procuremos olvidar lo que sabemos por los otros evangelios. Es la primera vez que oímos hablar de ¡"su madre"! Es el primer pasaje de Marcos que evoca a María. ¡Y es para decirnos "esto" de ella! Verdaderamente ¡el evangelista no busca adornar su narración! Si su relato saliera de su imaginación, de su admiración, no hubiera escrito esto. Autenticidad algo áspera del evangelio según San Marcos. Son cosas difíciles de decir y que no se inventan. ¡La familia de Jesús no comprende! Y quiere recuperarlo.

-"Ahí fuera están tu madre y tus hermanos que te buscan." Jesús les respondió: "¿Quién es mi madre? y ¿quién son mis hermanos?" El verdadero parentesco de Jesús no es lo que se piensa ni lo que aparenta. Para Jesús los lazos de la sangre, los lazos familiares, los lazos sociales no son lo primero, son indispensables y reales, pero no es lícito encerrarse en ellos. ¡Su familia no lo comprende! Pero su pueblo, ¡tampoco! Su medio social más natural, Nazaret, será el que más lo rechazará (Mc 6, 1-6).

-Y echando una mirada sobre los que estaban sentados en derredor suyo... Marcos utiliza a menudo esta fórmula: la mirada de Jesús. Trataré de imaginar esa mirada... y de rezar a partir de ella.

-Dijo: "He aquí mi madre y mis hermanos. Quien hiciere la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre." He aquí un "sumergirse" absolutamente sorprendente en el corazón de Jesús. Tiene un corazón universal... grande como el mundo: abierto a toda la humanidad. Se siente hermano de todo aquel que "hace la voluntad de Dios". Esta familia es amplia y grande. ¡No! No se le encerrará en su familia humana inmediata. ¡El replegarse en sí mismo es contrario, al modo de ser de Jesús! Las únicas fronteras de su familia son el horizonte del mundo entero. ¿Todo hombre es mi hermano, mi hermana, mi madre, también para mí? La fidelidad a la "voluntad del Padre" ¿es lo primero para mí? Por esta razón, ¡María es doblemente su madre! La verdadera grandeza de su madre, no es haberle dado su sangre, sino el hecho de ser "la humilde esclava de Dios", como nos lo enseñará Lucas cuando escribirá su evangelio, algunos años después. Pero esto nos lo ha dicho ya Marcos, aquí de un modo enigmático. Señor, ayúdanos a vivir nuestros lazos familiares como un primer aprendizaje y un primer lazo de amor... sin encerrarnos en círculo alguno (Noel Quesson).

Jesús es el Hijo amado del Padre por su fidelidad total a su Voluntad. Jesús mismo diría: mi alimento es hacer la voluntad de Aquel que me envió. Todo aquel que, unido a Cristo, haga la voluntad del Padre Dios, será considerado de la familia de Dios. Por eso, junto con María, debemos aprender a decir: Hágase en mi según tu Palabra. No basta escuchar la Palabra de Dios, sino hay que ponerla en práctica. Dios quiere hacer su obra de salvación en nosotros; si tenemos la apertura suficiente al Espíritu de Dios en nosotros, Dios hará de nosotros sus hijos amados, pues su amor llegará en nosotros a su plenitud. No nos quedemos como discípulos sentados a los pies de Jesús, vayamos y demos testimonio de Él en nuestra vida diaria; con eso estaremos dando a conocer que en verdad Dios ha hecho su morada en nosotros y que nosotros lo tenemos por Padre.

Mediante la Eucaristía nosotros entramos en una Alianza de comunión con Cristo. Así participamos de la misma Vida que el Hijo recibe del Padre y somos hechos hijos de Dios. Mediante esta obra de salvación que celebramos como un Memorial de la Pascua de Cristo, Él nos hace entender cuánto nos ama. Nosotros no sólo le ofrecemos un sacrificio agradable, pues al permanecer en comunión de vida con Cristo, cuando lo ofrecemos al Padre nosotros mismos nos ofrecemos junto con Él. Por eso al celebrar la Eucaristía estamos adquiriendo un compromiso: consagrarle todo a Dios, de tal forma que nuestra vida, nuestra historia, nuestro mundo, lleguen, por medio nuestro, a la presencia de Dios libres de todo lo que oscurece en ellos la presencia del Señor. Así, no sólo somos santificados, sino que Dios nos convierte en instrumentos de su salvación para todos los pueblos. Venimos ante Él trayendo el fruto del trabajo que nos confió, y volvemos al mundo, impulsados por el Espíritu Santo, para seguir trabajando por un mundo más justo, más fraterno, más capaz de manifestar que el Reino de Dios se va haciendo realidad entre nosotros.

Por eso no basta con participar de la Eucaristía para decir que somos de la familia divina. Es necesario que cumplamos la voluntad de Dios. Y la voluntad de Dios consiste en que creamos en Aquel que Él nos envió. Y creer en Jesús no es sólo profesar con los labios que es nuestro Dios y nuestro Señor. Hay que creerle a Jesús, de tal forma que hagamos vida en nosotros su obra de salvación. Su Palabra ha de ser sembrada en nosotros y no puede caer en un terreno malo e infecundo, sino que, por la obra de santificación que realice el Espíritu Santo en nosotros, ha de producir abundantes frutos de buenas obras. Entonces nosotros, a imagen de Jesucristo, pasaremos haciendo el bien a todos.

Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de vivir con la apertura suficiente para dejarnos conducir por el Espíritu Santo, para que haciendo en todo la voluntad de Dios, unidos a Cristo, en Él nos convirtamos en los hijos amados del Padre. Amén www.homiliacatolica.com).

Santoral, 25 de Enero: La Conversión de san Pablo, apóstol nos ayuda a considerar tres puntos: la unidad de los cristianos, la evangelización, nuestra conversión

Santoral, 25 de Enero: La Conversión de san Pablo, apóstol nos ayuda a considerar tres puntos: la unidad de los cristianos, la evangelización, nuestra conversión

 

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 22, 3-16. En aquellos días, dijo Pablo al pueblo: -«Yo soy judío, nací en Tarso de Cilicia, pero me crié en esta ciudad; fui alumno de Gamaliel y aprendí hasta el último detalle de la ley de nuestros padres; he servido a Dios con tanto fervor como vosotros mostráis ahora. Yo perseguí a muerte este nuevo camino, metiendo en la cárcel, encadenados, a hombres y mujeres; y son testigos de esto el mismo sumo sacerdote y todos los ancianos. Ellos me dieron cartas para los hermanos de Damasco, y fui allí para traerme presos a Jerusalén a los que encontrase, para que los castigaran. Pero en el viaje, cerca ya de Damasco, hacia mediodía, de repente una gran luz del cielo me envolvió con su resplandor, caí por tierra y oí una voz que me decía: "Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?" Yo pregunté: "¿Quién eres, Señor?" Me respondió: "Yo soy Jesús Nazareno, a quien tú persigues." Mis compañeros vieron el resplandor, pero no comprendieron lo que decía la voz. Yo pregunté: "¿Qué debo hacer, Señor?" El Señor me respondió: 'Levántate, sigue hasta Damasco, y allí te dirán lo que tienes que hacer. " Como yo no veía, cegado por el resplandor de aquella luz, mis compañeros me llevaron de la mano a Damasco. Un cierto Ananlas, devoto de la Ley, recomendado por todos los judíos de la ciudad, vino a verme, se puso a mi lado y me dijo: "Saulo, hermano, recobra la vista." Inmediatamente recobré la vista y lo vi. Él me dijo: "El Dios de nuestros padres te ha elegido para que conozcas su voluntad, para que vieras al Justo y oyeras su voz, porque vas a ser su testigo ante todos los hombres, de lo que has visto y oído. Ahora, no pierdas tiempo; levántate, recibe el bautismo que, por la invocación de su nombre, lavará tus pecados."»

 

Salmo responsorial Sal 116,1.2. R. Id al mundo entero y proclamad el Evangelio.

Alabad al Señor, todas las naciones, aclamadlo, todos los pueblos.

Firme es su misericordia con nosotros, su fidelidad dura por siempre.

 

Texto del Evangelio (Mc 16,15-18): En aquel tiempo, Jesús se apareció a los once y les dijo: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará. Éstas son las señales que acompañarán a los que crean: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán en lenguas nuevas, agarrarán serpientes en sus manos y aunque beban veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien».

 

Comentario: 1. Hech. 22, 3-16. Una conversión única celebra la Iglesia. Es la conversión de san Pablo. Este acontecimiento suscitó un estremecimiento tal en aquellas primitivas comunidades que no pudieron menos de recordarlo y celebrarlo. Celebraran en última instancia a Dios nuestro Padre que seguía ahora como en los tiempos antiguos haciendo maravillas.

Cómo sería de sorprendente este acontecimiento que lo narran tres veces los Hechos de los Apóstoles y san Pablo mismo hace alusión varias veces al mismo en sus epístolas. ¿Qué había ocurrido?

Que Dios, por medio de Jesucristo, había irrumpido de una manera clamorosa en la vida de san Pablo, yendo éste hacia Damasco, y aquello cambió completamente su vida. La ley, el templo, los sacrificios, el ayuno, el sábado, en suma, todas las instituciones judías, que para Pablo habían sido sumamente importantes, desde este momento pierden relieve. Sólo Dios es absoluto. Sólo Dios Padre manifestado en Cristo Jesús es una realidad a adorar. Después de todo se había manifestado a los hombres, a través de Cristo Jesús, para comunicarles que les quería entrañablemente, y que viviendo en su compañía los humanos, todos, podían vivir más serenamente, aguantar las dificultades más apaciblemente, entregarse a los demás más generosamente, llevar la vida más esperanzadamente, y un día llegar a la patria gloriosamente. Y todo esto conmovidamente se lo dice a los judíos y a los gentiles, predica, escribe, consolida iglesias viejas y funda otras nuevas, se detiene en las comunidades y viaja, comunica este mensaje a la gente sencilla y a los sabios, sufre mil persecuciones y al final es decapitado por Cristo.

San Pablo significa hoy algo para nuestras vidas. Llevó la vida intensamente. Luchó incansablemente por una causa. Para él Cristo era lo más importante. Si nosotros nos pareciéramos a él un poco al menos... de verdad (Patricio García Barriuso: cmfcscolmenar@ctv.es).

Misión de tiempo completo: Festividad de S. Pablo. Finaliza oficialmente la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos. Tardamos los humanos en darnos cuenta de que el camino real hacia la plenitud de la unidad pasa por el entendimiento, la convivencia pacífica, la concordia y la conversión de los corazones. Nos sobran dentro de la iglesia fronteras, separatismos, divisiones, reglamentaciones y nos faltan audacias, providencias, carismas, hechos, "vida en abundancia" ¿Acaso puede un padre desoír el grito de sus hijos? Dios nos escucha.

Hoy nos fijamos en Pablo. A lo primero que el Señor llevó a Saulo fue a un desprendimiento radical de lo que antes valoraba como muy importante (Flp 3,7-8) Le condujo a una percepción absolutamente nueva de las cosas y de la realidad, a una iluminación. Ya todo le parece distinto. Todo carece de significado cuando se ha encontrado la perla, el tesoro escondido. Lo que ocurrió a Pablo, fue una revelación del ser de Jesús, que le hizo cambiar de juicio y de actitud sobre lo que él era y hacía: le volvió del revés.

Miremos nuestra vida. La conversión llama a tu puerta ¿quieres abrir? ¿Tienes interés o desinterés por la unidad? ¿Cómo lo manifiestas? Pablo puso toda su vida en manos de Dios ¿Lo haces también tú? (Salvador León).

El anuncio gozoso de la Vida Nueva surgida de la Pascua es la finalidad de la existencia del seguidor y discípulo de Jesús. No existe ningún límite espacial para dicho anuncio al que está ligado la suerte de la humanidad y de toda la creación.

Este horizonte exige que dejemos de lado nuestras preocupaciones particularistas que impiden la realización de dicho anuncio. La suerte de la humanidad y del universo amenazado por la destrucción producida por los egoísmos humanos (hambre, guerra, explotación irracional de la naturaleza, etc.) está ligada a la actuación de los seguidores de Jesús que deben tomar conciencia de la magnitud de su tarea.

Sin embargo, esta lucidez de la comprensión de los problemas que afectan al "mundo" y a la "creación" no debe en ellos convertirse en angustia paralizante que impida llevar a cabo esta misión. La presencia confortante del Resucitado junto a ellos es garantía de la posibilidad de realización de esta misión de la que depende; junto al destino del enviado, el destino de "todo el mundo" y el de "toda la creación".

Esta presencia de Jesús es fuente de coraje frente a los obstáculos humanos y sobrehumanos que puedan surgir en el ánimo del enviado. Ni la resistencia de fuerzas que trascienden la realidad humana ("espíritus malos") ni las amenazas que ponen en peligro la propia integridad física ("serpientes", "veneno") o la de los demás ("enfermos") pueden superar la fuerza y el poder que desde de la Resurrección la Jesús tiende a expandirse sobre toda la realidad (Juan Mateos).

Este proceso de conversión de Pablo se describe en el libro de los Hechos a partir del capítulo 9. Pablo, nacido en Tarso de Cilicia, educado en el rigor de la ley, tardaría tiempo en convencerse de que Dios no hace acepción de personas y acepta a todos por igual. Su actitud de anunciar el evangelio a los judíos en primer lugar, para convertirlos al Evangelio del nazareno, y de aducir su condición de ciudadano romano, apelar al César para no ser juzgado, son señales evidentes del trabajo que le costó a él, que había sido fariseo y estaba convencido del privilegio de Israel, aceptar que, como Jesús, debía acoger a todos por igual y no utilizar privilegio alguno en defensa propia. Solamente cuando llega a Roma y se convence de que «la salvación de Dios se ha destinado también a los paganos», se puede decir que está ya plenamente convertido al mensaje de Jesús.

Mientras no se acepta que Dios es Dios de judíos paganos, que Dios es padre de todos, que no ha preferidos y postergados, sino que todos somos iguales, no se está capacitado para «echar demonios, hablar lenguas nuevas, coger serpientes en la mano sanar a los enfermos», o lo que es igual, para liberar los seres humanos del mal que los aflige, y preservarse a uno mismo de ese mismo mal que nos amenaza. No sólo un pueblo es de Dios: todos los pueblos son de Dios. Él se ha comunicado con todos.

Las Iglesias cristianas concluyen hoy el octavario de oración por la Unidad de las Iglesias. A todos nos tiene que doler, como una vergüenza de familia, la división de los que creemos en Aquel que dijo suspi rando: «¡Que sean uno!». Y esta unión de los cristia nos debemos proyectarla hoy día más allá: la unión religiosa de toda la Humanidad, de todas las religiones: «¡Que siendo distintas, estén unidas!» (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica).

Cristo siempre sale a nuestro encuentro; y lo hace no sólo para salvarnos, sino para convertirnos en testigos suyos. Efectivamente nuestra fe en Él no puede ser guardada cobardemente en nuestro interior. El Señor nos quiere como testigos suyos en el mundo, hasta el último rincón de la tierra, para que proclamemos a todos lo misericordioso que ha sido el Señor para con nosotros, y les ayudemos a encontrarse con Él. Muchas veces tal vez hemos quedado deslumbrados y enceguecidos por las cosas mundanas; sin embargo sólo el Señor puede devolverle el auténtico sentido a nuestra existencia. No podemos conformarnos con el conocimiento que tengamos del Señor por nuestros estudios, pues la ciencia hincha y podríamos anunciar al Señor más con el orgullo de nuestros conocimientos y buscando nuestra propia gloria, que con la sencillez de quien ha vivido y caminado en la presencia del Señor y le anuncia como el único camino de salvación, con la humildad de quien sólo busca glorificarlo para que todos encuentren en Él la salvación, con la cual todos hemos sido beneficiados.

 

2. Sal 117 (116). Alabemos al Señor, nuestro Dios, pues no sólo ha llamado a la santidad al Pueblo de Israel, sino que ha hecho una llamada universal a la salvación por medio de la fe en Cristo Jesús. Por eso todos estamos llamados a convertirnos en una continua alabanza de nuestro Dios y Padre. Nadie puede decir que no ha sido amado por el Señor, pues Él quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad. Efectivamente Dios no creó a alguien para que se condene; Él nos creó porque grande es su amor hacia nosotros, y nos quiere con Él eternamente libres de odios, de divisiones, de maldad, de pecado; Él nos quiere santos en su presencia como Él es santo. Por eso nuestra vida debe convertirse en una continua alabanza de su Santo Nombre. Y seremos una alabanza del Nombre del Señor cuando ya desde ahora vivamos en paz, como hermanos, reconociéndonos hijos de un mismo Dios y Padre, y preocupándonos de pasar haciendo el bien a todos, especialmente a los más pobres, necesitados, desprotegidos, marginados y desvalidos. Entonces, siendo un signo del amor de Dios para los demás, estaremos colaborando para que, desde nosotros, también ellos experimenten el amor y la misericordia del Señor.

 

3. Mc. 16, 15-20. *Durante la Semana de oración que se concluye hoy se ha intensificado en las diversas Iglesias y comunidades eclesiales del mundo entero la invocación común al Señor por la unidad de los cristianos, recordaba Benedicto XVI el 25.1.2007: las situaciones de racismo, pobreza, conflicto, explotación, enfermedad y sufrimiento, en las que se encuentran muchas comunidades por ejemplo africanas, por la misma imposibilidad de hacer que se comprendan sus necesidades, suscitan en ellos una fuerte exigencia de escuchar la palabra de Dios y de hablar con valentía. El Evangelio ha de iluminar tantas situaciones humanas, y dar paz a una sociedad llena de conflictos.

Las manifestaciones extraordinarias que hemos leído en el Evangelio de hoy ("hablarán en lenguas nuevas, agarrarán serpientes en sus manos y aunque beban veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien") constituyen una buena nueva, que anuncia la venida del reino de Dios y la curación de la incomunicabilidad y de la división. "Este mensaje se encuentra en toda la predicación y la actividad de Jesús, el cual recorría pueblos, ciudades o aldeas, y en todos los lugares a donde llegaba "colocaban a los enfermos en las plazas y le rogaban que les permitiera tocar siquiera la orla de su vestido; y cuantos le tocaban quedaban sanos" (Mc 6, 56)".

"Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación": es muy actual, no sólo en tierras lejanas sino en nuestros territorios multi-étnicos y plurirreligiosos (cf. Mc 7, 31). En diversas ocasiones, S. Pablo nos recuerda, también por experiencia propia, que lo primero es la escucha divina, a través de signos, recuerda aquellas palabras del Maestro: "bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica" (Lc 11, 28); y a Marta, preocupada por muchas cosas, le dice que "una sola cosa es necesaria" (Lc 10, 42). "Y del contexto se deduce que esta única cosa es la escucha obediente de la Palabra… es lo primero en nuestro compromiso ecuménico. / En efecto, no somos nosotros quienes hacemos u organizamos la unidad de la Iglesia. La Iglesia no se hace a sí misma y no vive de sí misma, sino de la palabra creadora que sale de la boca de Dios. Escuchar juntos la palabra de Dios; practicar la 'lectio' divina de la Biblia, es decir, la lectura unida a la oración; dejarse sorprender por la novedad de la palabra de Dios, que nunca envejece y nunca se agota; superar nuestra sordera para escuchar las palabras que no coinciden con nuestros prejuicios y nuestras opiniones; escuchar y estudiar, en la comunión de los creyentes de todos los tiempos, todo lo que constituye un camino que es preciso recorrer para alcanzar la unidad en la fe, como respuesta a la escucha de la Palabra. / Quien se pone a la escucha de la palabra de Dios, luego puede y debe hablar y transmitirla a los demás, a los que nunca la han escuchado o a los que la han olvidado y ahogado bajo las espinas de las preocupaciones o de los engaños del mundo (cf. Mt 13, 22)".

Ante el mandato de proclamar el Evangelio, "debemos preguntarnos: ¿no habrá sucedido que los cristianos nos hemos quedado demasiado mudos?" ¿No nos falta la valentía para hablar y dar testimonio como hicieron los primeros cristianos? Este testimonio lo espera el mundo, y la escucha de Dios implica también la escucha del otro, el diálogo entre las Iglesias y las comunidades eclesiales, instrumento imprescindible de la búsqueda de la unidad: conocerse. "De este diálogo se obtendrá un conocimiento más claro aún de cuál es el verdadero carácter de la Iglesia católica" (Unitatis redintegratio, 9). Hablar correctamente (orthos) y de modo comprensible. La Virgen María es la gran promotora de la realización del ardiente anhelo de unidad de su Hijo divino: "Que todos sean uno..., para que el mundo crea" (Jn 17, 21).

** Veamos ahora la Evangelización que sugiere el texto de hoy: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva». La misión es grande -«Id por todo el mundo»-, pero no faltará el acompañamiento del Señor: «Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20). Con nuestra ayuda, como pedimos en la oración colecta de hoy: «Oh Dios, que con la predicación del Apóstol san Pablo llevaste a todos lo pueblos al conocimiento de la verdad, concédenos, al celebrar hoy su conversión, que, siguiendo su ejemplo, caminemos hacia Ti como testigos de tu verdad». Tenemos la responsabilidad de transmitir hasta donde podamos este maravilloso patrimonio.

Pablo pasa de perseguidor a convertido, quizá también nosotros hacemos de "perseguidores": como a san Pablo, tenemos que convertirnos de "perseguidores" a servidores y defensores de Jesucristo (Josep Gassó). La fiesta de la conversión de san Pablo nos lleva a pensar en el ecumenismo de la caridad (punto 1, más arriba); y en el desafío de la "nueva evangelización", la misión de la Iglesia en una sociedad que ya ha sido evangelizada, pero que, en su camino histórico, se ha alejado de la fe, de tal modo que es necesario un esfuerzo de nuevo anuncio apostólico, como recordaba Alfonso Carrasco. Esta buena nueva va acompañada de la auténtica paz, que tanto necesita nuestro mundo, después de las terribles guerras mundiales del siglo XX y tras haber experimentado los daños enormes causados por variadas ideologías, la idea de progreso utópico ha cambiado en un vacío de ideas, la misma tecnología ha dado armas terribles que nos llenan de miedo por las consecuencias imprevisibles en manos de gobernantes locos. "Una experiencia muy amarga habría enseñado que ni la violencia o la fuerza de las armas, ni el poder político, pueden resolver los graves problemas de los hombres". La conversión de San Pablo nos indica también que ha de convertirse nuestra sociedad, pues "ninguna ideología ni poder humano responde a los enigmas e interrogantes de la existencia humana, ninguna puede iluminar adecuadamente su camino en la historia, su relación con el mundo, la vida y la muerte, ninguna afirma definitivamente la dignidad de cada uno. En cambio, el hombre puede encontrar en Cristo la clave, el centro y el fin de la historia humana, porque sólo Él manifiesta plenamente el hombre al propio hombre, desvelando la grandeza de su dignidad y vocación (cf. GS 22.24)".

Para este cambio social es necesario un cambio personal de cada uno de nosotros, "el hombre que quiera comprenderse hasta el fondo a sí mismo … debe … acercarse a Cristo", nos decía Juan Pablo II, quien nos avisaba también del hombre de hoy que va perdido cuando llevado por una cultura que ha vuelto a cerrarse a Dios, se esfuerza por olvidar o negar a Cristo, su salvación: "La cultura europea da la impresión de ser una apostasía silenciosa por parte del hombre autosuficiente que vive como si Dios no existiera". Este rechazo perjudica mucho al hombre, aunque progrese materialmente, pues lo envilece en su espíritu, va contra "la dignidad de la persona humana. De esta cultura forma parte también un agnosticismo religiosa cada vez más difuso, vinculado a un relativismo moral y jurídico más profundo, que hunde sus raíces en la pérdida de la verdad sobre el hombre".

Muchas personas volvían a la Iglesia, cuando se hacían mayores y reflexionaban sobre los misterios de la vida y de la muerte. Pero hoy mucha gente de países de tradición cristiana ya no "van" a la iglesia, y no conocen el camino para ir, por tanto no podrán "volver" porque no han ido nunca. Otros pueblos que han pasado por la dominación comunista tienen también problemas de falta de formación. La indiferencia religiosa generalizada también tiene el problema de la ignorancia, pues muchos creen saber qué es el cristianismo, pero realmente no lo conocen. Quizá también porque lo que hemos enseñado era poco convincente, como vulgarmente se dice quizás han querido hacerles comulgar con ruedas de molino, es decir han mostrado un moralismo muy fuerte, mucha exigencia para ser cristiano, sin mostrar la belleza del por qué de esa moral cristiana. También habría que revisar las motivaciones de esos límites, que en cuanto a casuística cambian con el tiempo, y en cuanto a la subjetividad muchas veces depende también de la conciencia de las personas, y no habrá que concretar tanto una exigencia desde fuera. Es decir, habrá que poner más atención a la primeros 5 mandamientos del decálogo, pues son más importantes porque en ello se despliega el amor de Dios en sus diversas formas (también el amor a las personas, que son sagradas), para luego –como consecuencia- vivir los bienes terrenales que radican en las personas y que por tanto son también importantes, es decir la segunda serie de los mandamientos.

Por tanto, no hay que presentar la vida cristiana como un sistema moral más o menos anticuado y defendido por una institución jerárquica, sino de acercarnos al acontecimiento cristiano en su ser auténtico, como lugar de vida y esperanza. La cercanía de Dios constituye así una cierta experiencia, una cierta presencia que de Él tenemos ya en esta vida: presencia de Cristo en los sacramentos y en la oración y en la Iglesia; presencia que encontramos en las personas, a través de ellas se trasluce ese amor de Jesús y su mensaje; por ellas intuimos qué es la plenitud de vida. El amor de Dios acogido en nuestro corazón da alegría, nos llena de su luz la compañía de Jesús, que ilumina todo de modo que va adquiriendo sentido incluso lo que antes no tenía ninguno. Ahora ya nada es un obstáculo definitivo, el despertar de la esperanza sabe transformar las dificultades en oportunidades. Ante la esclavitud de las reglas del mundo, la libertad cristiana va empapando de ternura de la acogida y del perdón las relaciones humanas, la mirada profunda y afectuosa sobre la propia persona y el propio destino. La misericordia de Dios se vierte en el mundo y en la historia, y vemos que la dignidad y el destino de la persona depende en gran parte de ese amor, que el mundo lo que necesita de verdad es la misericordia y la esperanza.

Naturalmente, esta experiencia de la cercanía del Reino viene por la fe, la manifestación del Padre, del que nace todo bien. En estas primeras semanas del tiempo ordinario, la predicación de Jesús va centrada en el anuncio del Reino, lo estamos viendo día a día. Aparece como liberación de todo lo que oprime al hombre; victoria sobre todo pecado y sobre el Maligno, sobre la muerte.

"La nueva evangelización es, ante todo, el anuncio de nuevo del amor de Dios y de la victoria de Jesucristo; y ello, ahora como siempre, en medio de un mundo cuya tentación es afirmar la propia suficiencia para vivir sin necesidad de la relación con Dios, es pretender construir y conducir la historia humana a su cumplimiento a partir del propio poder humano, que parece hacerse cada vez más articulado e imponente".

La conversión de San Pablo nos recuerda la necesidad de la conversión del corazón, una "metanoia", que el anuncio del Evangelio que lleva a la apertura del corazón con su inteligencia y su amor libre, y con ello la aceptación del amor de Dios. Todo ello conlleva paulatinamente, en unos casos, o también en forma súbita y radical, un cambio profundo de la mente y del corazón del hombre. En el fondo se trata de una apertura, de pasar de vivir encerrado en uno mismo, o a lo sumo una apertura parcial, pero con inquietud por el bienestar y cierto poder y control de las circunstancias de la propia existencia y el ambiente en el que uno se mueve, a una apertura a la trascendencia. Pasar así del ambiente dominante de individualismo y consiguiente soledad, de la adoración de los ídolos –mundo, orgullo-poder, carne-gusto-placer- a una Vida de amor; pasar de la "cultura de la muerte", a un "cultura fecunda" en profundidad. La prueba de ir por buen camino es la felicidad, que es algo no medible por las palabras que uno pronuncia sino por la  alegría que desprende la mirada. La entrega verdadera a Dios da felicidad. Lo que una madre busca en su hijo es que esté contento, y Dios igual: no es religión una visión triste de la vida. Esto no significa que no se sufra, como anunció el Señor a San Pablo, que le tocaría sufrir mucho, pero la cruz es inseparable del amor, como su contrapunto, nos guste o no. Mejor acostumbrarse. Como tampoco hay que querer entender todos los planes divinos, siempre habrá más cosas en Él que no entendamos, en ese caso el corazón si entiende, que hay que seguir confiando, amando, y la esperanza da paz.

Estamos en un mundo complejo, y al abandonar la referencia a Dios, la trascendencia, el hombre pierde el punto central de referencia, queda inmerso en la inmanencia, y absolutiza algunos aspectos, porque pierde la visión de conjunto. El nihilismo, indiferencia en sus formas de relativismo o agnosticismo, la visión negativa o catastrofista, y las formas de ideologizar el egoísmo en el capitalismo, la envidia en el comunismo o ciertas formas de socialismo, las distintas dictaduras de la moda dominante… todo ello hace del hombre moderno un ser complejo, perdido, necesitado especialmente de misericordia, de salvación.

*** Hoy celebramos la conversión de san Pablo: esa transformación que cambia la vida de un hombre. El convertido pasa de las tinieblas a la luz. Ve, comprende, se decide. Dios se le hace manifiesto. Es como un despertar. La expansión de la Iglesia estuvo ligada a este apóstol, como también el esclarecimiento de la doctrina. Él atacó los primeros cristianos (unos quinientos vieron a Jesús resucitado, luego de la Pentecostés fueron miles). Juan y Pedro son encarcelados y azotados. Esteban es muerto a pedradas. Saulo quizá conocía a Esteban, y aprobó su muerte, pero la oración de Esteban conseguiría gracias para su amigo (más datos, en Act. 26, 10-11). Después de convertido dirá San Pablo a los Efesios que Dios nos ha escogido desde antes de la creación del mundo. Parece como un rasgo de buen humor de Dios: llama al judío más celoso para llevar la fe a los no judíos, al más anti-cristiano para ser apóstol de Cristo. Vuelve ciego a uno que no veía por dentro, para que abra los ojos de su corazón y cuando vea pueda volver a ver por fuera. El ciego que veía pasa a no ver para no estar ciego, y con su ceguera ver, para después dejar de estar ciego y poder hacer ver a los demás: "para esto me manifiesto a ti, para constituirte ministro y testigo, así de las cosas que de mí viste como de las que verás, yendo a los gentiles, a los cuales yo te envío, para abrirles los ojos, a fin de que se  conviertan de las tinieblas a la luz, y del poder de Satanás a Dios, a fin de que reciban la remisión de los pecados y la herencia de los  santificados por la fe en mí" (Act 26, 16-18); y en otro lugar lo resume así: "anda, que yo te enviaré a lejanas naciones" (Act 22,2). Es bonito oírle contar al cabo de los años el cambio de su vida: "todas las cosas estimo ser pérdida, comparadas con la eminencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quién dí al traste con todas, y  las tengo por basura, a fin de ganarme a Cristo"(Fil. 3,8-9) o bien "doy gracias al que me dio fuerzas, a Cristo Jesús, Señor nuestro, porque me consideró digno de su confianza, poniéndome en su servicio, a mí que fui blasfemo y perseguidor insolente; más halló misericordia porque obré con ignorancia en mi infidelidad, sobreabundó la gracia de nuestro Señor con la fe y la caridad que está en Cristo Jesús" (1 Tim 1,12). Pablo fue haciendo memoria sobre su conversión ahí profundiza en la revelación y el misterio de la Iglesia. Entiende que aquel "¿por qué me persigues?" se refiere Jesús a su cuerpo, que al perseguir a los cristianos le persigue a Él, que Jesús está en los cristianos como en su cuerpo. Ve muchas cosas al ir repensando en su vida, ve que su vocación le lleva a descubrir el sentido divino de su vida, el por qué de su existencia, para los demás, como misión. Que sepamos cada uno hacer memoria de esos dones divinos, esta cierta experiencia de Dios que vamos teniendo en la vida, para descubrir nuestra vocación.

Pablo quería, como lo más precioso de su vida, a su religión judía. Cuando pensaba que esta fe quedaba destruida por una "secta", el cristianismo naciente, trató de purificar de ese supuesto mal a su pueblo; pero Dios lo llenó de luz y descubrió que Jesucristo no era la gran traición sino la gran respuesta a las antiguas promesas. Entonces orientó toda su energía a mostrar que la fe judía alcanza su plenitud en Jesús, así los mismos judíos le hicieran sufrir lo indecible tanto en su cuerpo como en su alma. Por eso decimos que esa expresión del comienzo de la primera lectura de hoy, "yo soy judío" resume bien la búsqueda y el horizonte fascinante de la vida del apóstol más conocido: san Pablo.

Un perseguidor perseguido. Pablo perseguía a los seguidores de Cristo y Cristo le dice: "Yo soy Jesús Nazareno, a quien tú persigues" (Hch 22,8). De aquí aprendemos o repasamos dos cosas. Primero: lo que se hace a uno de los humildes hermanos de Cristo, a Cristo mismo se le hace (cf. Mt 25,40.45). Segundo: nadie persigue a Cristo sin que Cristo le persiga.

En efecto, comenta Pablo en su Carta a los Filipenses: "sigo adelante, a fin de poder alcanzar aquello para lo cual también fui alcanzado por Cristo Jesús" (Flp 3,12). Es posible que hubiera odio, soberbia o vanidad en la manera como Pablo perseguía a Jesús; de lo que si estamos seguros es de cuánto amor, cuánta paciencia y cuánta mansedumbre abundaron en el modo como Jesús persiguió y conquistó a Pablo.

Ahora bien, Jesús está en sus seguidores y no se puede perseguirlos sin perseguirlo a él. Mas también está en ellos para guiar. Son uno con él en el padecer, pero también en el reinar (cf. Rom 8,17). Y por eso el Señor no da todas las instrucciones sino que envía a Pablo a que sea discípulo de los mismos a los que iba a encadenar y a que aprenda de aquellos a quienes hasta ahora ha despreciado. ¿No es magnífica la pedagogía de Dios?

"Vas a ser testigo". Ananías esclarece no sólo los ojos del cuerpo sino sobre todo los de la mente de Pablo: el sentido de aquel resplandor, de camino a Damasco, es colmar de luz a este hombre que así es ya un testigo de la luz. Y por eso le dice: "vas a ser testigo" (Hch 22,15): porque has visto, harás ver; porque has oído, vas a hablar.

Ananías invita al converso a darse prisa. Lo mejor que se le puede decir a un alma de fuego y un carácter ardiente como el de este Pablo. ¡Y qué bien cumplió ese sencillo encargo! "No pierdas tiempo; no te detengas" le dijo Ananías aquella vez, y eso hizo nuestro amado apóstol: ya nunca se detuvo. Fervoroso, como antes era en propagar el error y sembrar el terror, ahora propaga el Evangelio y siembra amor divino, sin darse nunca por satisfecho, pues bien escribió: " Hermanos, yo mismo no considero haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando lo que queda atrás y extendiéndome a lo que está delante, prosigo hacia la meta para obtener el premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús" (Flp 3,13-14).

Hoy, la Iglesia celebra la fiesta de la Conversión de san Pablo, apóstol. El breve fragmento del Evangelio según san Marcos recoge una parte del discurso acerca de la misión que confiere el Señor resucitado. Con la exhortación a predicar por todo el mundo va unida la tesis de que la fe y el bautismo son requisitos necesarios para la salvación: «El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará» (Mc 16,16). Además, Cristo garantiza que a los predicadores se les dará la facultad de hacer prodigios o milagros que habrán de apoyar y confirmar su predicación misionera (cf. Mc 17,18). La misión es grande —«Id por todo el mundo»—, pero no faltará el acompañamiento del Señor: «Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20).

La oración colecta de hoy, propia de la fiesta, nos dice: «Oh Dios, que con la predicación del Apóstol san Pablo llevaste a todos lo pueblos al conocimiento de la verdad, concédenos, al celebrar hoy su conversión, que, siguiendo su ejemplo, caminemos hacia Ti como testigos de tu verdad». Una verdad que Dios nos ha concedido conocer y que tantas y tantas almas desearían poseer: tenemos la responsabilidad de transmitir hasta donde podamos este maravilloso patrimonio.

La Conversión de san Pablo es un gran acontecimiento: él pasa de perseguidor a convertido, es decir, a servidor y defensor de la causa de Cristo. Muchas veces, quizá, también nosotros mismos hacemos de "perseguidores": como a san Pablo, tenemos que convertirnos de "perseguidores" a servidores y defensores de Jesucristo.

Con Santa María, reconozcamos que el Altísimo también se ha fijado en nosotros y nos ha escogido para participar de la misión sacerdotal y redentora de su Hijo divino: Regina apostolorum, Reina de los apóstoles, ¡ruega por nosotros!; haznos valientes para dar testimonio de nuestra fe cristiana en el mundo que nos toca vivir (Josep Gassó Lécera).

La fiesta de la "Conversión de san Pablo", nos recuerda el gran mandamiento de Jesús de evangelizar, pero al mismo tiempo, el hecho de que no se pude dar lo que no se tiene. Si hoy en el mundo se vive un paganismo práctico, que lleva a la violencia, al robo, al atropello de los valores humanos, a la corrupción, etc., es porque falta en muchos de los cristianos una conversión profunda. Sin embargo, usando las palabras del apóstol, nos ponemos a pensar: ¿pero, cómo creerán, si no hay quien les anuncie? Y cuando se les anuncia, ¿cómo creerán si la vida de los que predican no es conforme a lo que predican? Un sólo hombre comprometido y tocado profundamente por el amor de Dios, recorrió todo el mundo conocido, hablando de Aquel que había cambiado su vida… Fue así como el mundo pagano se convirtió a la luz y al amor de Cristo. Déjate tocar por el amor de Dios, y responde con generosidad siendo portador del amor de Dios en tu casa, tu empresa, o tu escuela… Recuerda que Dios te necesita (Ernesto María Caro).

Antes de subir al cielo, después de resucitar de entre los muertos, el Señor envió a los suyos a predicar el Evangelio por todo el mundo a toda creatura. Nada ni nadie puede quedar fuera de la obra salvadora que el Señor ha realizado en favor nuestro. Aquel que quiera encasillar la salvación en un grupo estará equivocado, pues la Iglesia debe acoger en su seno a todo hombre de buena voluntad que se decida a creer en Cristo Jesús. Por eso, los que ya hemos hecho nuestra esta fe debemos ser los primeros en experimentar el amor de Dios, pues Él nos ha llamado para que estemos con Él y para que seamos testigos suyos hasta el último confín del mundo. El Señor nos envía como aquellos que han de continuar su obra liberadora en el mundo. Pero no podemos quedarnos en una lucha por la libertad meramente externa; no podemos conformarnos con liberar a nuestros hermanos de la pobreza, o con darle voz a los desvalidos e injustamente tratados. Mientras no colaboremos para que se den a luz nuevos hijos de Dios, libres de la esclavitud al autor del pecado y de la muerte, habremos fallado en el cumplimiento de la Misión salvadora que el Señor nos ha confiado.

Hoy venimos a esta Celebración Eucarística para encontrarnos personalmente con el Señor, que se acerca a nosotros por medio de signos demasiado frágiles y sencillos. Él preside esta celebración por medio del Ministro; Él está en todos y cada uno de nosotros, que creemos en Él y, unidos a Cristo, Cabeza de la Iglesia, formamos su Cuerpo. Él nos dirige su Palabra salvadora, para que no sólo la escuchemos, sino para que la pongamos en práctica; y así, por obra del Espíritu Santo, esa Palabra vaya tomando cuerpo en nosotros para que seamos realmente testigos del Señor. Él se convierte en nuestro Pan de vida para que, entrando en comunión de vida con Él, sean nuestros su Espíritu y su Vida. Así el Señor abre nuestros ojos para que sepamos contemplarlo no sólo bajo los signos sacramentales, sino también en nuestro hermano, en el cual amamos y servimos al mismo Cristo. Aprovechemos, pues, este momento de Gracia del Señor.

Si nos amamos los unos a los otros entonces permanecemos en el amor de Dios. No sólo hemos de proclamar el Evangelio del Señor con los labios. Toda nuestra vida debe convertirse en un anuncio de la Buena Nueva, pues desde nuestra propia existencia los demás no sólo han de escuchar el Evangelio, sino que han de experimentar el amor salvador del Señor. Jesucristo está presente entre nosotros por medio de todos aquellos que creen en Él. Lo que les hagamos a ellos a Cristo mismo se lo hacemos. Al final el Señor nos dará la vida eterna poniendo como condición el amor que le hayamos manifestado en nuestros hermanos. Seamos, pues, portadores de Cristo. Que nadie quede excluido de recibir el anuncio del Evangelio. Que todos escuchen el mensaje de salvación y todos, sin excepción, experimenten el amor de Dios desde aquellos que nos gloriamos en tenerlo como Señor y Salvador nuestro. No hagamos de la Iglesia un grupo cerrado e inútil. Dios nos quiere a todos unidos como hermanos, formando un sólo cuerpo en torno a Cristo, Cabeza de la misma Iglesia. El que se cierre en un grupo, por muy santo que lo parezcan sus miembros, jamás podrá decir que es la Iglesia del Señor, pues ni siquiera será un miembro de la misma en razón de vivir separado de todos aquellos que han sido llamados a participar de la vida divina.

Roguémosle al Señor que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de trabajar constantemente, tanto con nuestras palabras, como con nuestras obras y nuestro testimonio personal y comunitario, en atraer a todos hacia Cristo, para que el mundo entero pueda encontrar en Él el camino que nos una como hermanos, y nos conduzca a la Gloria eterna a la diestra de Dios Padre. Amén (Homiliacatolica.com).

Domingo de la 3ª semana, ciclo C. La palabra de Dios es viva, Jesús nos libera con ella y nos da vida, cuando la meditamos

Domingo de la 3ª semana, ciclo C. La palabra de Dios es viva, Jesús nos libera con ella y nos da vida, cuando la meditamos

 

Lectura del Libro de Nehemías 8,2-0a. 5-6. 8-10. En aquellos días, Esdras, el sacerdote, trajo el libro a la asamblea de hombres y mujeres y de todos los que podían comprender. Era el día primero del mes séptimo. Leyó el libro en la plaza que hay ante la puerta del agua, desde el amanecer hasta el mediodía, en presencia de hombres, mujeres y de los que podían comprender; y todo el pueblo estaba atento al libro de la ley. Esdras, el sacerdote, estaba de pie sobre un estrado de madera, que habían hecho para el caso. Esdras abrió el libro a vista del pueblo, pues los dominaba a todos, y cuando lo abrió, el pueblo entero se puso en pie. Esdras pronunció la bendición del Señor Dios grande, y el pueblo entero, alzando las manos, respondió: «Amén, Amén»; se inclinó y se postró rostro a tierra ante el Señor. Los levitas leían el libro de la ley de Dios con claridad y explicando el sentido, de forma que comprendieron la lectura. Nehemías, el Gobernador, Esdras, el sacerdote y letrado, y los levitas que enseñaban al pueblo, decían al pueblo entero: -Hoy es un día consagrado a nuestro Dios: No hagáis duelo ni lloréis (porque el pueblo entero lloraba al escuchar las palabras de la ley). Y añadieron: -Andad, comed buenas tajadas, bebed vino dulce y enviad porciones a quien no tiene preparado, pues es un día consagrado a nuestro Dios. No estéis tristes, pues el gozo en el Señor es vuestra fortaleza.

 

Sal 18,8.9.10.15. R/. Tus palabras, Señor, son espíritu y vida.

La ley del Señor es perfecta y es descanso del alma; el precepto del Señor es fiel e instruye al ignorante.

Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón; la norma del Señor es límpida y da luz a los ojos.

La voluntad del Señor es pura y eternamente estable; los mandamientos del Señor son verdaderos y enteramente justos.

Que te agraden las palabras de mi boca, y llegue a tu presencia el meditar de mi corazón, Señor, roca mía, redentor mío.

 

Primera carta del Apóstol San Pablo a los Corintios 12,12-30. El texto entre [ ] puede omitirse por razón de brevedad.

Hermanos: Lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo. Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu. El cuerpo tiene muchos miembros, no uno solo.

[Si el pie dijera: «no soy mano, luego no formo parte del cuerpo», ¿dejaría por eso de ser parte del cuerpo? Si el oído dijera: «no soy ojo, luego no formo parte del cuerpo», ¿dejaría por eso de ser parte del cuerpo? Si el cuerpo entero fuera ojo, ¿cómo oiría? Si el cuerpo entero fuera oído, ¿cómo olería? Pues bien, Dios distribuyó el cuerpo y cada uno de los miembros como él quiso. Si todos fueran un mismo miembro, ¿dónde estaría el cuerpo? Los miembros son muchos, es verdad, pero el cuerpo es uno solo. El ojo no puede decir a la mano: «no te necesito»; y la cabeza no puede decir a los pies: «no os necesito». Más aún, los miembros que parecen más débiles son más necesarios. Los que nos parecen despreciables, los apreciamos más. Los menos decentes, los tratamos con más decoro. Porque los miembros más decentes no lo necesitan. Ahora bien, Dios organizó los miembros del cuerpo dando mayor honor a los más necesitados. Así no hay divisiones en el cuerpo, porque todos los miembros por igual se preocupan unos de otros. Cuando un miembro sufre, todos sufren con él; cuando un miembro es honrado, todos le felicitan.]

Vosotros sois el cuerpo de Cristo y cada uno es un miembro. [Y Dios os ha distribuido en la Iglesia: en el primer puesto los apóstoles, en el segundo los profetas, en el tercero los maestros, después vienen los milagros, luego el don de curar, la beneficencia, el gobierno, la diversidad de lenguas, el don de interpretarlas. ¿Acaso son todos apóstoles?, ¿o todos son profetas?, ¿o todos maestros?, ¿o hacen todos milagros?, ¿tienen todos don para curar?, ¿hablan todos en lenguas o todos las interpretan?]

 

Lectura del santo Evangelio según San Lucas 1,1-4; 4,14-21. Ilustre Teófilo: Muchos han emprendido la tarea de componer un relato de los hechos que se han verificado entre nosotros, siguiendo las tradiciones transmitidas por los que primero fueron testigos oculares y luego predicadores de la Palabra. Yo también, después de comprobarlo todo exactamente desde el principio, he resuelto escribírtelos por su orden, para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido.

En aquel tiempo, Jesús volvió a Galilea, con la fuerza del Espíritu; y su fama se extendió por toda la comarca. Enseñaba en las sinagogas y todos lo alababan. Fue Jesús a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el Libro del Profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para dar la Buena noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor»

Y, enrollando el libro, lo devolvió al que le ayudaba y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él. Y él se puso a decirles: -Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír.

 

Comentarios: 1. Ne 8,2-4a.5-6.8-10 (ver Ne 8,1-4a.5-6.7b-12). La lectura pública de la ley marca una fecha muy importante en la historia de Israel. Pues, hasta ese momento, el pueblo vivía su fe rezando, participando en las ceremonias del templo. Recibía de boca de los sacerdotes y profetas sentencias o prédicas. No sentía la necesidad de leer una Biblia. Esdras entiende que, en adelante, la comunidad se desarrollará en torno a la lectura, la meditación y la interpretación del libro sagrado: la Biblia no estará guardada, sino que será libro de todos y la norma de su fe. Este paso religioso y cultural es parecido al que ha afectado a cristianos en diversos momentos de la historia. La fe cristiana no puede cobrar fuerza sino a partir de la palabra de Dios leída y escuchada en forma comunitaria. La palabra proclamada ante el pueblo y aceptada por el pueblo, comentada después e interiorizada por cada uno, lleva a la responsabilidad y a la conversión de todos. Y los que han participado de una misma palabra, tomarán parte también de un mismo banquete para celebrar la fiesta de la reconciliación. Nadie debe quedar al margen de esta fiesta, y menos que nadie aquellos que no tienen nada que llevarse a la boca, los pobres de Yahvé. La reconciliación con Dios y la aceptación de su voluntad implica necesariamente el amor entre los hombres y la acogida a los pobres, a los que ama el Señor ("Eucaristía 1989").

Estamos ante un texto de singular importancia para conocer los orígenes del judaísmo en sentido estricto. Concluido el exilio. Artajerjes I aprobó la Ley de Moisés como ley real para todos los judíos repatriados y encargó a Esdras, que era escriba en su corte, la misión de organizar la vida pública en Palestina. Esdras llegó a Jerusalén el año 453. El texto que comentamos utiliza como fuente el informe oficial que Esdras, una vez cumplida su misión, envió al rey Artajerjes I. De todo esto se desprende que la reforma de Esdras fue en realidad una restauración de acuerdo con la Ley de Moisés. Para promulgar la ley, Esdras esperó que llegaran las fiestas del séptimo mes (septiembre-octubre), con las que acostumbraban los judíos a inaugurar el año nuevo. Con motivo de estas fiestas se reunía en Jerusalén un buen número de peregrinos, lo que facilitaba la convocatoria de una asamblea general. Esdras lee la Ley sobre una tarima y rodeado de los principales del pueblo. Aunque se habla aquí de un libro -sin duda alguna el pentateuco tal como se conocía en aquellos tiempos-, no es de suponer que leyera todo su contenido, sino únicamente las prescripciones legales. En señal de respeto y de buena disposición para realizar lo que escuchaban, todo el pueblo se pone en pie apenas comenzada la lectura. El auditorio lo integran hombres y mujeres, incluso los niños, con tal que fueran capaces de comprender. Dios habla a su pueblo, a todo el pueblo. Esdras, el sacerdote, concluye la proclamación de la Ley con una alabanza al Señor, y todo el pueblo responde con una aclamación y un asentimiento a la voluntad del Señor, alzando las manos y diciendo amén, amén. Es la renovación de la Alianza: Dios da su palabra y el pueblo se compromete a cumplirla. Su futuro depende de que así sea. Se pasa inmediatamente al adoctrinamiento en pequeños grupos, a fin de que la enseñanza se adapte mejor a las diversas necesidades y circunstancias. Esto permite hacer preguntas y respuestas, entablar un diálogo en el que se superan las dudas y se entrega la tradición. El texto nos ofrece un testimonio de la institución rabínica. El conocimiento minucioso de la Ley provoca el temor del pueblo ante tantas obligaciones y las sanciones que se imponen a los transgresores. Pero Esdras y Nehemías, el gobernador, así como todos los colaboradores en la enseñanza de la Ley, animan al pueblo para que no se aflija y se alegre más bien en el Señor. Porque el Señor es la fortaleza de Israel.

La palabra proclamada ante el pueblo y aceptada por el pueblo, comentada después e interiorizada por cada uno, lleva a la responsabilidad y a la conversión de todos. Y los que han participado de una misma palabra, tomarán parte también en un mismo banquete para celebra la fiesta de la reconciliación. Nadie debe quedar al margen de esta fiesta, y menos que nadie aquellos que no tienen nada que llevarse a la boca, los pobres de Yavé. La reconciliación con Dios y la aceptación de su voluntad, implica necesariamente la reconciliación entre los hombres y la acogida a los pobres a los que ama el Señor ("Eucaristía 1986").

La Biblia presenta la creación como obra de la palabra de Dios (Gn 1,3 ss.). A la palabra de Dios debe Israel su existencia como pueblo y en los momentos más trágicos de su historia encontrará su salvación en la palabra de Dios. Nehemías para reconstruir la comunidad y dar al pueblo una nueva conciencia moral y política reúne a la comunidad y llama a Esdras para que proclame la palabra. En ella el pueblo redescubrirá sus relaciones con Dios. Esdras ha recibido el encargo de comunicar al pueblo la ley de la comunidad. Es el escriba del rey del cielo (Esdras 7,12). La lectura que hace, en este texto, de la ley equivale a la ceremonia de la renovación de la alianza. Da origen a la fiesta de las tiendas. Aparte de las cuestiones históricas que el texto suscita es interesante notar el interés de que el conocimiento de la ley llegue a todos. Hay intérpretes, hay comentaristas. Cuando la palabra de Dios llega al pueblo produce su efecto=la conversión. Una conversión que no se limita al llanto y al arrepentimiento. Hace sentir el gozo de la presencia y de la acción de Dios. La renovación de la alianza es el reencuentro con Dios. Es comunión con Dios y con los hermanos expresada en la comida-banquete. Israel ha descubierto que Dios realiza la salvación en la vida de cada día, que la salvación no es un recuerdo del pasado ni una proyección al futuro, sino una realidad presente. Toda la predicación deuteronomista insiste en recordar el "hoy" de la salvación. Con Cristo ha llegado el día de la salvación. El es la proclamación de la Palabra (P. Franquesa).

 

2. Sal 18. "Se lanzó gozoso como un gigante a correr su carrera; sale de lo más elevado del cielo  para volver allí otra vez". La Iglesia quiere contemplar el camino de Cristo, el camino que le  ha servido para redimirnos. ¡Heroico camino! ¡Saltos de gigante! "Con un salto de este  género vino al mundo", dice San Ambrosio. "Estaba en el Padre, vino a la Virgen y de la  Virgen saltó al pesebre. Estaba en el pesebre y al mismo tiempo seguía resplandeciendo en  el cielo. Descendió al Jordán, subió a la cruz. Bajó al sepulcro, resucitó de él y está sentado  a la diestra del Padre". ¿Qué fuerza sería capaz de conducirle en este salto del cielo a la  tierra, a no ser la fuerza esencial de la divinidad, el amor? (...) Viene El para seguir su  camino y llevarnos consigo, en audaz salto, desde la cruz al trono del Padre; a condición,  empero, de que estemos libres del lastre de preocupaciones y pecados. Se trata de un  camino difícil y las luchas que tendremos que trabar al lado del Señor van a ser duras;  debemos, por lo mismo, estar preparados.

"¡Despojémonos, pues, de las obras de las tinieblas, vistámonos las armas de la luz! ¡Caminemos con honradez y como a la luz del día, no viviendo en comilonas o  embriagueces, ni en la lujuria o en el libertinaje, ni en querellas o envidias; antes bien,  revestíos del Señor Jesucristo!" (Rm 13,12ss.).

Debemos desprendernos de nuestra naturaleza concupiscente e inclinada al pecado para  revestirnos de la humanidad crucificada de Jesucristo. Sólo así lograremos recorrer el gigantesco camino del Señor. El misterio obra la glorificación, pero únicamente en quien se  halla crucificado con Cristo y en quien haya dado muerte a toda maldad y mala  concupiscencia. Desde que Cristo se encarnó nos es posible, a pesar de ser carne  pecadora, el ser obedientes a Dios. "El Señor Jesús vino y obra virtuosamente en la carne  sometida al pecado. De esta forma nuestros miembros no son ya armas de la lujuria, sino de  la fuerza" (San Ambrosio, al Sal 118, 42) (Emiliana Löhr).

Las dos partes de este salmo están profundamente ligadas: ¡aquel que hace las leyes  "físicas" del mundo es el mismo que hace las leyes "morales" del hombre!  Mediante este salmo, entramos en contacto con el alma de Israel, aferrada a la ley divina  (la Torah) mediante un amor ardiente y sincero. La admirable evocación del cosmos que  "habla" a quienes saben mirarlo (El universo, los cielos, las estrellas, el sol), es sólo una  introducción a esta afirmación increíble: Dios ha "hablado" a un pueblo... y le ha "revelado"  sus pensamientos sobre la humanidad. Para un judío fervoroso, la ley, lejos de ser una  traba minuciosa, una regla legalista y formalista, es un verdadero "don de Dios". Al revelar al  hombre la ley de su ser, Dios hace Alianza con él, para ayudarlo en sus comportamientos  vitales: como el sol que "desposa la tierra" para darle vida, en el don de la ley hay algo así  como la alegría de las nupcias, ¡es un misterio nupcial! La letanía de "cualidades" atribuidas  a la ley recuerda las cualidades que se dan los enamorados. La mitad de estas cualidades  es "objetiva", pues definen la ley en sí misma: es perfecta... segura... recta.. límpida... pura...  justa...

La otra mitad es "subjetiva", ya que enumera los efectos de esta ley en el hombre: da  vida... da sabiduría... alegra el corazón... ilumina los ojos...

De seguro, Jesús cantó este  salmo con mucho fervor. Sus parábolas, casi todas tomadas de la "naturaleza", nos muestran su gran admiración  por la creación. ¡Todo lo bello le "hablaba", le hablaba del Padre! De su amor a la "voluntad del Padre", el evangelio está lleno: "mi alimento, es hacer su  voluntad". Lo que sorprende, es nuestra admiración de hombres modernos ante este amor a  la ley. Hemos llegado al punto de no amar la ley, ninguna ley. ¡No conocemos "leyes  amables"! ¡Olvidamos que la sola ley, es el amor! "Este es mi mandamiento: ¡Amarás!"  Releamos a la luz del pensamiento de Jesús el elogio que este salmo hace a la ley...

Los filósofos actuales han descubierto la profunda relación entre el hombre y la  naturaleza... No tenemos ninguna independencia. Estamos ligados a todas las leyes físicas y  químicas del cosmos. Es físicamente verdadero que dependemos totalmente del sol: si éste  se apagara, se acabaría toda forma de vida. ¡Qué bella imagen para hablarnos de Dios! El  salmista que escribió este poema estaba rodeado de pueblos que adoraban al sol. De ellos  pudo tomar la primera parte de este salmo (hay himnos muy semejantes en las religiones  siro-babilonenses o egipcias, en las mitologías griegas, etc). Pero el salmista no adora al  sol. El sabe que el sol adora a Dios y canta su gloria.

Los jóvenes de hoy redescubren el sentido de la naturaleza, reaccionando contra lo  ficticio de la vida urbana. La seducción por la vida "al sol", el veraneo, es una característica  del mundo moderno frustrado el resto del año. Esta meditación habría que hacerla al aire libre un día de primavera: levantarse de madrugada para contemplar la salida del sol,  permanecer en el campo siguiendo su curso deslumbrante, y por la tarde hasta la mágica luz  del poniente... luego a través del crepúsculo, presenciar el nacimiento de la noche, adivinar  las primeras estrellas que brillan en la penumbra, y finalmente en medio de las tinieblas  dejarse embriagar por el firmamento estrellado... "¡La obra de las manos de Dios!".

El autor de este salmo oía "día" y "noche" dos coros fantásticos que  alternaban y se respondían uno a otro. Sí, "los cielos" (Hashamaim, plural en hebreo)  ¡hablan! ¿Qué dicen? ¡la gloria de Dios! ¿Cómo la dicen? ¡En el silencio! El salmista lo sabe  bien: su voz no es una voz... No hay palabras... Dios "¡no levanta la voz!" A veces decimos  que El se calla, porque no sabemos escucharlo. Dios es discreto. Dios está oculto. Si El  apareciera, desaparecería la creación. Le deja un espacio de libertad ocultándose y  callándose. Pero El habla en el silencio: su creación, precisamente es su "primera palabra",  una palabra que todos los pueblos pueden comprender porque está sobre y más allá que  todos los idiomas... ¡No hace falta ir a la escuela y saber leer! Basta mirar y escuchar. Este  Dios prodigioso no se ha limitado a esta brillante sinfonía de astros... Ha decidido hacer  Alianza con el hombre, dándole su ley... Esto debería asombrarnos de amor. Pero  precisamente, Dios es "amor" y el amor es la "ley constitutiva" del universo y del hombre  (Teilhard de Chardin). ¡Amar, seguir la ley de Cristo, es entrar en la armonía del mundo,  unirse a Dios!

La noche a la noche transmite el mensaje de gloria. Si la luz del sol canta la gloria de  Dios, es necesario descubrir como el salmista la maravilla de la noche. El día es el  resplandor, la acción, la vida. La noche es la discreción, el descanso, el misterio. "¡Oh  noche, qué profundo es tu silencio!", canta el célebre himno de Rameau. Si es placentero  estar al sol, lo es también sumergirse en la noche como en un baño de silencio.

El hombre moderno, necesita somníferos para dormir, carece de un equilibrio que es  necesario ensayar de recuperar mediante métodos más naturales. El Oriente en este campo  tiene mucho que enseñarnos: "Hacer el vacío en sí mismo", hacer callar las voces  discordantes que gritan en el fondo de nosotros mismos, recogerse. Tal es la preparación  primordial para la oración. Se puede rezar evidentemente con los ojos abiertos. Pero hay  que hacer también la experiencia de orar con los ojos cerrados, "haciendo la noche".

Sabemos todo el partido que San Juan de la Cruz sacó del tema de la noche. Para él el  hombre no podía realizar el encuentro con Dios fuera de la "noche oscura": "Nadie ha visto a  Dios", decía Jesús. Escuchemos estas estrofas del poema de San Juan de la Cruz.

Esta fuente eterna está muy oculta, / y sin embargo, su morada la he encontrado,  / ¡pero es de noche! // No sé su origen, porque no lo tiene, / sin embargo todo origen surge de ella,  / ¡pero es de noche! // Y la corriente que nace de esta fuente, / sé que es rica y todopoderosa, / ¡pero es de noche! // Esta fuente eterna está muy oculta / en el pan de vida, para darnos vida, / ¡pero es de noche!

La ley de Dios. Nosotros, hombres modernos, ¿no tendríamos que redescubrir lo que es  una "ley"? El autor de este salmo, proclama jubilosamente que tiene una "ley". No da la  impresión de estar presionado, forzado por ella, como si esta ley se la impusieran de fuera...  "Los mandatos del Señor son rectos, alegran el corazón... son más preciosos que el oro,  más dulces que la miel". Cuando dos equipos de fútbol se encuentran en un estadio,  millones de hombres están atentos a las "reglas del juego". Se insiste en el Fair-play, la  corrección... Se dice que el equipo que respeta las leyes del juego es más "deportivo", en el  mejor sentido de la palabra. Este ejemplo muestra, que la ley es necesaria para el buen  funcionamiento de un grupo cualquiera. Sin ley, se imponen la guerra, la irregularidad, la  fuerza, la anarquía. La misma felicidad de vivir está en juego. ¿Puede una familia vivir sin un  mínimo de leyes reconocidas y respetadas libremente por todos? La ley de Dios, es aún más  profunda: regula desde el interior el correcto funcionamiento de nuestro ser. "La ley del  Señor es perfecta... guardarla es para el hombre una ganancia..." (Noel Quesson).

Solamente quien conoce la ley puede comprender después el lenguaje concreto de la  creación. El Dios de la ley lleva al Dios de la creación. Y no al revés. En otras palabras, la  creación nos conduce a lo sumo a la idea del Dios relojero de Voltaire —el reloj postula la  existencia de un relojero—. La palabra, sin embargo, es la que nos hace encontrar al Dios  vivo. No arruguemos la nariz: "La ley del Señor es perfecta y es descanso del alma" (v. 8). Sin embargo, en la conciencia del pueblo judío estaba arraigada la  convicción de que Yahvé está cercano a través de su palabra y a través de esa forma  particular de su palabra que es la ley. Son significativas en relación a esto las palabras dirigidas por Moisés al pueblo del éxodo,  ya cercano a la tierra prometida: Mira: yo os enseño mandatos y decretos, como me ordenó el Señor mi Dios, para que obréis  según ellos en la tierra en que vais a entrar para tomarla en posesión.  Guardadlos y cumplidlos, porque ellos son vuestra sabiduría y vuestra prudencia a los ojos de los  pueblos; los cuales, al oír estos mandatos dirán: «Cierto, es un pueblo sabio y prudente esta gran  nación».  Porque, ¿cuál de las naciones grandes tiene unos dioses tan cercanos como el Señor nuestro  Dios, siempre que lo invocamos? y ¿cuál de las naciones grandes tiene unos mandatos y decretos  tan justos como toda esta ley que os promulgo hoy? (Dt 4, 5-8). Y en el último discurso antes de morir, Moisés despejará el terreno de todo equívoco y de  todo pretexto: Porque el precepto que yo te mando hoy no es cosa que te exceda, ni inalcanzable; no está en el cielo, no vale decir: «¿Quién de nosotros subirá al cielo y nos lo traerá y nos lo proclamará, para que lo cumplamos?»; ni está más allá del mar, no vale decir: «¿Quién de nosotros cruzará el mar y nos lo traerá y nos lo proclamará, para que lo cumplamos?». El mandamiento está muy cerca de ti: en tu corazón y en tu boca. Cúmplelo (Dt 30, 11-14). Nuestras preferencias en cambio, no son ciertamente las del salmista: Los mandamientos del Señor son verdaderos y enteramente justos; más preciosos que el oro, más que el oro fino; más dulces que la miel de un panal que destila (v. 10-11). Estas expresiones nos pueden hacer incluso sonreír. En realidad notamos una cierta  desconfianza ante la ley. Y sin duda que hay motivos para ello. Pero no hemos de olvidar —como se ha hecho resaltar con  acierto— que la ley —y este término no se limita al decálogo y a las demás leyes morales—  aún no ha padecido los «ultrajes» de los doctores, de los moralistas y de su casuística. Todavía no era el «yugo» insoportable, hecho de minucias y de prescripciones exteriores,  del que nos librará Cristo. Aún no había llegado a convertirse en el molde rígido en que el  fariseísmo posterior ahogará toda vida religiosa. La ley es más bien en este momento una  guía, una luz. Es el «pedagogo» que conduce al Señor. Solamente más tarde este  «pedagogo» será divinizado, se transformará en absoluto, en algo adorado por sí mismo. Y  entonces la ley se convertirá en un tirano despiadado. La ley de que habla el salmo es una ley al servicio del hombre para su crecimiento, para  la realización plena de su destino. Estamos por tanto lejos del legalismo formalista, de la  obsesión jurídica de la observancia escrupulosa de reglas minuciosas. Estamos, en cambio,  en el campo —evangélico, podríamos decir— de la ley al servicio del crecimiento del  hombre. No al revés. El hombre se realiza a sí mismo a través de la ley, en la libertad.  La ley por tanto no está sobre o ante el hombre, sino en su corazón. El Señor ha  realizado esta obra decisiva: Meteré mi ley en su pecho, la escribiré en sus corazones (Jr 31,33).

Una ley externa —como ha hecho notar Karl Barth— es siempre molesta, sofocante, y  ante ella nos entran ganas de huir. Nos repite siempre el mismo estribillo: «debes». Y  nosotros respondemos: no puedo, no soy capaz, no tengo ganas. En cambio, la ley escrita  en el corazón nos dice: «puedes». Entonces la obediencia pedida por Dios no es un  cumplimiento del deber, sino que obedecer significa: poder obedecer en libertad.  Por tanto, la ley, la palabra, me realiza en la libertad, además de llevarme a encontrar a  Dios. Pero no puedo contentarme con la observancia de la ley. La observancia más fiel de los  mandamientos divinos no me libra, por ejemplo, del pecado de arrogancia. Preserva a tu siervo de la arrogancia,  para que no me domine (v. 14). Hay que fiarse exclusivamente del Dios vivo y no poner la propia complacencia en el  cumplimiento de sus preceptos. Me convierto en un «ser regio» sólo cuando rechazo la arrogancia y me reconozco  sencillamente como siervo (v. 12) del rey de la gloria. Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos... sino que su gozo es la ley del Señor, y medita su ley día y noche (Sal 1, 1-2)… Estamos invitados a celebrar la liturgia de nuestro corazón, en el que está escrita  la ley de Dios. Sólo así podremos concluir con el salmo: Que te agraden las palabras de mi boca, y llegue a tu presencia el meditar de mi corazón, Señor, roca mía, redentor mío (v. 15) (Alessandro Pronzato).

Después de cantar la creación como una cadena de tradición, como un clamor silencioso  parecido al que nos hace escuchar la página de un libro, o también como los horizontes  netos transidos de infinitud, el salmista puede alabar la Ley de Moisés, tal como la recibieron  los mejores hombres de Israel, límpida, pura, gozosa. Vida o miel.

¿Es que vivir conforme a la Ley no es vivir según las apariencias? El salmista responde  que la justicia penetra más allá de toda superficie: ¿Quién conoce sus fallos? Absuélveme de lo que se me oculta (v. 13). La repetición de la palabra «ocultar» en los vv. 7 y 13 es intencionada. El sol penetra,  mediante su calor, hasta lo invisible. Del mismo modo, la verdad de la Ley no estará  completa hasta que llegue a las zonas ocultas del hombre. Algunos dirán que, gracias a la  Ley, puedo ver de golpe todas mis faltas y todas mis buenas acciones. No acepta el salmista  ese lenguaje especular en que una superficie (la de una página) refleja otra superficie (la de  un hombre). La verdadera luz de la Ley debe penetrarlo todo para que nada le quede  oculto, exigencia que podría interpretarse como la de un escrúpulo obsesivo por llegar a la  perfección. En la armonía del conjunto, es más justo ver las cosas de otro modo. Como el  sentido de la palabra no está en las palabras, sino en el silencio creado por una buena  escucha, tampoco la justicia está en una observancia particular. La sede de la justicia está  más bien en el centro invisible del hombre, al que el hombre mismo no puede acceder si  queda abandonado a solas sus fuerzas. Sólo Dios puede «purificarle» (v. 13).

La señal, en fin, de que alguien se ha quedado en la superficie de la Ley es que ello le  hace sentirse orgulloso. Ello es cierto si se trata de las palabras de Moisés o de las de  Cristo. Es admirable que una plegaria en que se pide observar la Ley acabe con la demanda  de no caer en la peor de todas las trampas que pueda tender:

Preserva a tu siervo de la insolencia, para que no me domine: así quedará libre e inocente de grave pecado (v. 14). Lejos de la superficie de la creación, lejos de la superficie de la Ley se oculta el gran  secreto propio de las dos, que es la humildad. Creación y Ley cumplidas en lo más oculto,  hechas realidad en la humildad: esta alabanza debió de colmar de alegría a los primeros  discípulos de Jesús, cuando se supieron depositarios de eso que se transmite «de día en  día» y «de noche en noche» desde el comienzo del mundo (Paul Beauchano).

Juan Pablo II explicaba que el salmo tiene dos partes, dedicadas a la naturaleza y a la ley. "Ambas partes están unidas por un hilo conductor común:  Dios alumbra el universo con el fulgor del sol e ilumina a la humanidad con el esplendor de su Palabra, contenida en la Revelación bíblica. Se trata, en cierto sentido, de un sol doble:  el primero es una epifanía cósmica del Creador; el segundo es una manifestación histórica y gratuita de Dios salvador. Por algo la Torah, la Palabra divina, es descrita con rasgos "solares":  "los mandatos del Señor son claros, dan luz a los ojos" (v. 9)…"

 

3. 1 Co 12,12-30. El domingo pasado el apóstol nos recordaba que en la Iglesia hay diversidad de dones y que en la comunidad no todos tenemos ni un mismo papel ni idéntica función. Pero, en cambio, como cristianos, todos hemos sido injertados en el Cuerpo de Cristo por medio del bautismo. Los bautizados somos, no sólo hermanos de Cristo, sino incluso miembros de su Cuerpo. Bajo este aspecto todos tenemos una dignidad e incluso una importancia semejante. Escuchemos cómo el Espíritu Santo, a través del apóstol, nos invita a profundizar el sentido de las diversas vocaciones o funciones de cada fiel en el interior de una sola iglesia (P. Farnés).

En la segunda parte de este capítulo, dedicado a la acción del Espíritu en la comunidad, Pablo avanza en la consideración de la unidad. Llega a su raíz profunda, ya apuntada en la primera sección del capítulo. La metáfora del cuerpo, tomada de la sociedad civil y aplicada en contextos profanos, es una comparación para explicar las relaciones entre la diversidad y la unidad. Es la necesidad recíproca de los miembros diversos, su interdependencia y su construcción, de este modo, del Cristo total. No habla aquí de la vida de Cristo/Cabeza descendiendo de los miembros, que es tema de Efesios.

Hay diversidad y hay comunidad, no sólo por las razones humanas de mutua dependencia en toda sociedad, sino por haber participado en el mismo Espíritu, que significa la misma fe, la misma relación personal con Cristo. Fe que no es sólo una ortodoxia, donde a menudo se pone lo central de la unidad. No es que hayamos de decir todos siempre igual las mismas formulaciones. Ello tiene su importancia, pero hay cosas que son más importantes para la unidad de la Iglesia, y concretamente es el amor entre sus miembros, con lo que irá viniendo el resto (F. Pastor).

La unidad del cuerpo de Cristo, afirmada por Pablo, únicamente se da cuando los carismas son muchos. Pablo nos hace ver que esta variedad no sólo no destruye la unidad, sino que la asegura. Es superfluo intercomunicar un mismo don. Ningún país importa productos que ya tiene en cantidad suficiente. Por el contrario, el intercambio de dones distintos enriquece a la comunidad. Sin embargo, no podemos olvidar que los dones del Espíritu son tan diversos y las situaciones por las que atraviesan los hombres tan distantes, que únicamente el ejercicio humilde y constante de un amor sin desmayos hace posible la formación del cuerpo de Cristo unido. La expresión "cuerpo de Cristo" no tiene que llevarnos a pensar en algo vaporoso o irreal. El cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, es la realidad del señorío concreto de Cristo, antes de su venida gloriosa, y debe permitir a los hombres descubrir el ámbito del dominio real de Cristo, el Señor ("Eucaristía 1989").

Es sabido que griegos y romanos comparaban el estado y más tarde el cosmos a un organismos vivo. Conocemos un texto de Tito Livio (II. 32, 8-12) que puede ilustrar hasta qué punto Pablo es deudor del pensamiento político de los romanos cuando nos habla de la Iglesia como cuerpo de Cristo. En él recoge Tito Livio la argumentación del cónsul Menenius Agripa, que defiende la unidad del estado amenazada por la plebe contra el senado: dice así: "En aquellos tiempos en que no estaban todas las cosas unidas en armonía y en que cada miembro seguía su conveniencia y hablaba su propio lenguaje, se revelaron todos los miembros del cuerpo contra el estómago... las manos no quisieron ya trabajar para alimentarlo". Y concluye señalando la consecuencia fatal y la necesidad de reconocer la propia estupidez al encontrarse sin fuerzas. "Así le ocurre a la plebe cuando se rebela contra el senado".

Pablo va más lejos de esa comparación: la comunidad eclesial no sólo se parece a un cuerpo, sino que es para él el cuerpo de Cristo. Por eso cuando escribe: "lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros..." y el lector espera que diga "así es también la Iglesia", Pablo concluye sorprendentemente diciendo: "así es también Cristo". La pluralidad de miembros en la Iglesia es la pluralidad de miembros incorporados a Cristo. De modo que la Iglesia sólo es cuerpo en la medida que es cuerpo de Cristo.

De él recibe la Iglesia su unidad y su pluralidad. Porque él es el principio rector y organizador, la plenitud de la que participan todos los miembros, cada uno según su carisma. Por lo tanto, la unidad de la Iglesia no es el resultado de un convenio entre sus miembros sino más bien la consecuencia de la incorporación de estos miembros a Cristo y por Cristo. De ahí se sigue el imperativo ético de permanecer unidos cuantos se confiesan cristianos.

Si todos los cristianos son miembros de un mismo cuerpo, esto significa: a) que en la Iglesia no hay miembros pasivos, lo que sería una contra- dicción, y que todos son sujetos y no simples objetos de cuidado; b) que en la Iglesia cada uno tiene su función y su carisma; c) que todos son solidarios y nadie puede ser cristiano individualmente; d) que las diferencias que nos separan en el mundo quedan superadas en Cristo.

Para llegar a ser todos un mismo cuerpo, todos deben ser bautizados o inmersos en el Espíritu de Cristo y beber de ese Espíritu. una alusión clara al bautismo y a la eucaristía. Todos y cada uno de los fieles son importantes en el cuerpo y para el cuerpo de Cristo. Nadie puede decir que él no es del cuerpo ni que es todo el cuerpo, ni despreciar la función y el carisma de los otros miembros, porque esto equivaldría a una mutilación del cuerpo. En esta solidaridad de vida de todos los fieles en Cristo y por Cristo hallamos el fundamento de una corresponsabilidad que nada tiene que ver con una adaptación a los esquemas modernos de convivencia. Esta corresponsabilidad contradice todo intento de marginación y toda absorción autoritaria dentro de la Iglesia ("Eucaristía 1986").

El tema de la Iglesia es siempre palpitante. La reflexión de Pablo puede ayudar a vivir dentro de la comunidad de la salvación. La verdad es que todos, sea cual sea nuestra condición o ideología, formamos una piña. El Bautismo y el Espíritu nos conducen a la unidad. Ello es de tal manera que todos somos necesarios, todos podemos hacer y hacemos algo que afecta a los demás miembros. No es lícito decirnos mutuamente que no nos necesitamos; los más débiles (en el sentido que sea) merecen nuestro mayor aprecio; la división es contradicción; la preocupación de los unos por los otros es la única lógica de la fe. Hay que aprender a sufrir, a alegrarse con los demás miembros... La diversidad, necesaria y fruto de la voluntad divina, es causa de cooperación, desde diversas perspectivas, al bien común. Podríamos señalar que debemos hacer un esfuerzo ascético de convivencia, de aceptación, de tolerancia, de respeto, de no jugarlo todo en el plano de las ideologías, sino en el de la proximidad entre personas. Podríamos indicar también que la unidad no corresponde a la uniformidad: precisamente la doctrina paulina del Cuerpo Místico parte de la pluralidad de funciones como garantía de la construcción del Cuerpo. Lo que no puede hacerse es creer que una parte es la totalidad. Es importante, pues, la conciencia de ser humildes contribuyentes a la vida total de la Iglesia. Deberíamos reflexionar de nuevo sobre el hecho de que todos estamos situados vivencialmente dentro del pueblo de Dios y de que éste, en cuanto de nosotros depende, es comunidad de salvación (J. Guiteras).

En la Iglesia de Corinto, que se presenta con una gran vitalidad pero también algo agitada, Pablo quiere intentar restablecer un poco de orden y, sobre todo, inculcar el sentido de la unidad. Para ello utiliza la imagen del cuerpo humano. Puesto el ejemplo, las aplicaciones prácticas saltan a la vista, y sus lectores sabrán a qué atenerse si quieren ser consecuentes consigo mismos. Sin embargo, con el tiempo la imagen propuesta por Pablo ha perdido la fuerza que tenía cuando él la utilizó. Incluso hay que decir que, en nuestro tiempo, esa imagen sólo nos da una idea parcial de la Iglesia. En efecto, y ya muy pronto, hacia el s. III, se desarrolla en Roma el Derecho, y la imagen del "cuerpo" tiende a expresar un concepto jurídico. Nuestro tiempo conoce las asociaciones profesionales, que son unos "cuerpos" con un jefe único, una misma ley y una misma finalidad. También la Iglesia es una institución que tiene un jefe único, una misma ley y una misma finalidad. Sin embargo, la Iglesia no es sólo una institución. Para superar lo que sería disminuir la fuerza de la imagen empleada por san Pablo, habría que recurrir al capítulo 17 de san Juan, cuando Cristo dirige al Padre su oración: "Que sean uno, entre ellos y con nosotros, como tú y yo somos uno". El término "unidos" todavía deja entrever demasiado la pluralidad de entidades separadas. Nosotros no sólo estamos unidos, sino que somos "uno". Así, la riqueza de dones de la Comunidad de Corinto no debe originar entre sus miembros el desmenuzamiento de la envidia. San Pablo enumera los distintos dones y ministerios, que él coloca en la primera fila de los carismas. Así pues, él no ve oposición entre carisma y jerarquía en los ministerios; para él los ministerios son también un carisma. Incluso hay que decir que, para él, los ministerios son los carismas más importantes. Ante la dificultad de la abundancia de distintos dones, en lugar de dar gracias a Dios por esta diversidad de riquezas, existe el peligro de fragmentación de la comunidad, y el pluralismo siempre supone una fe más profunda en la unidad y en un solo Señor (Adrien Nocent).

Y así lo decía S. Agustín: "...Hemos descubierto, pues, que se puede tener fe sin tener caridad. Que nadie, por lo tanto, se jacte de cualquier don de la Iglesia, si tal vez sobresale en ella por algún don que le haya sido concedido. Vea si posee la caridad. El mismo apóstol Pablo habló, enumerándolos, de muchos dones de Dios presentes en los miembros de Cristo que constituyen la Iglesia, diciendo que a cada uno se le han concedido los dones adecuados y que no puede darse que todos posean el mismo. Pero ninguno quedará sin su don: apóstoles, profetas, doctores, intérpretes, habladores de lenguas, poseedores del poder de curación, de auxilio, de gobierno, distintas clases de lenguas. Éstos son los mencionados; pero vemos que hay otros muchos en las distintas personas. Que nadie, pues, se apene porque no se le ha concedido lo que ve que se concedió a otro: tenga la caridad, no sienta envidia de quien posee el don y poseerá con quien lo tiene lo que él personalmente no tiene. En efecto, cualquier cosa que posea mi hermano, si no siento envidia de ello y lo amo, es mío. No lo tengo personalmente, pero lo tengo en él; no sería mío, si no formásemos un solo cuerpo bajo una misma cabeza.

Si, por ejemplo, la mano izquierda tiene un anillo y no la derecha, ¿acaso está ésta sin adorno? Mira las dos manos y verás que una lo tiene y la otra no; mira el conjunto del cuerpo al que se unen ambas manos y advierte que la que no tiene adorno lo tiene en aquella que lo tiene. Los ojos ven por donde se ha de ir, los pies van por donde los ojos ven; ni los pies pueden ver, ni los ojos caminar. Pero el pie te responde: «También yo tengo luz, pero no en mí, sino en el ojo, pues el ojo no ve sólo para sí y no para mí». Dicen igualmente los ojos: «También nosotros caminamos, no por nosotros, sino por los pies; pues los pies no se llevan sólo a sí mismos y no a nosotros». De esta manera, cada miembro, según los oficios distintos y peculiares que se les han confiado, ejecutan lo que les ordena la mente; no obstante eso, todos constituyen un solo cuerpo y forman una unidad; y no se arrogan lo que tienen otros miembros en el caso de que no lo posean ellos, ni piensan que les es ajeno lo que todos tienen al mismo tiempo en el único cuerpo.

Finalmente, hermanos, si a algún miembro del cuerpo le sobreviene alguna molestia, ¿cuál de los restantes miembros le negará su ayuda? ¿Qué cosa hay en el hombre más en el extremo que el pie? Y en el mismo pie, ¿qué más en el extremo que la planta? Y en la misma planta, ¿qué otra cosa que la misma piel con que se pisa la tierra? Así y todo, esta extremidad del cuerpo forma tal parte del conjunto que, si en ese mismo lugar se clava una espina, todos los miembros concurren a prestar su ayuda para extraerla: al instante se doblan las rodillas; se dobla la espina -no la que hirió, sino la que sostiene todo el dorso-; se sienta, para sacar la espina; ya el mismo hecho de sentarse para sacar la espina es obra del cuerpo entero. ¡Cuán pequeño es el lugar que sufre la molestia! Es tan pequeño cuanto la espina que lo punzó; y, sin embargo, el cuerpo en su totalidad no se desentiende de la molestia sufrida por aquel extremo y exiguo lugar; los restantes miembros no sufren dolor alguno, pero todos lo sienten en aquel único lugar.

De aquí tomó el Apóstol un ejemplo de la caridad, exhortándonos a amarnos mutuamente como se aman los miembros en el cuerpo. Dice él: Si sufre un miembro, se compadecen también los otros, y si es glorificado uno solo, se alegran todos. Vosotros sois el cuerpo de Cristo y sus miembros (1 Cor 12,26-27). Si así se aman los miembros que tienen su cabeza en la tierra, ¡cómo deben amarse aquellos que la tienen en el cielo! Es cierto que tampoco se aman si se apartan de su cabeza; pero cuando esa cabeza de tal manera lo es, de tal manera ha sido exaltada y de tal manera colocada a la derecha del Padre, que, no obstante, se fatiga aquí en la tierra; no en sí misma, sino en sus miembros, hasta el punto de decir al final: tuve hambre, tuve sed, fui huésped cuando se le pregunte: ¿Cuándo te vimos hambriento o sediento?, como si respondiera: «Yo estaba en el cielo en cuanto Cabeza; pero en la tierra los miembros tenían sed», a esta cabeza no nos unimos si no es por la caridad.

Así, pues, hermanos, vemos que cada miembro, en su competencia, realiza su tarea propia, de forma que el ojo ve, pero no obra; la mano, en cambio, obra, pero no ve; el oído oye, pero ni ve ni obra; la lengua habla, pero ni ve ni oye; y aunque cada miembro tiene funciones distintas y separadas, unidos en el conjunto del cuerpo tienen algo común entre todos. Las funciones son distintas, pero la salud es única. En los miembros de Cristo la caridad es lo mismo que la salud en los miembros del cuerpo. El ojo está colocado en el lugar mejor, el lugar destacado, puesto como consejero en la fortaleza, para que desde ella mire, vea y muestre. Gran honor el de los ojos por su ubicación, por su agilidad y por cierta fuerza que no tienen los demás miembros. De aquí que los hombres juran por sus ojos con más frecuencia que por cualquier otro miembro. Nadie ha dicho a otro: «Te amo como a mis oídos», a pesar de que el sentido del oído es casi igual y está cercano a los ojos. ¿Qué decir de los restantes? A diario dicen los hombres: «Te amo como a mis propios ojos». Y el Apóstol, indicando que se tiene mayor amor a los ojos que a los restantes miembros, para mostrarse amado por la Iglesia de Dios, dice: Doy testimonio en favor vuestro de que, si os hubiera sido posible, hubiérais sacado vuestros ojos y me los habríais dado a mí (Gál 4,15).

Nada hay, por tanto, en el cuerpo más sublime y más respetado que los ojos y nada hay quizá más en la extremidad del cuerpo que el dedo meñique del pie. Aun siendo así, conviene que en el cuerpo haya dedos y que estén sanos,-antes que sean ojo cubierto de legañas por alguna afección, pues la salud, común a todos los miembros, es más preciosa que las funciones de cada uno de ellos. Así ves que en la Iglesia un hombre tiene un don pequeño, y, con todo, tiene la caridad; quizá veas en la misma Iglesia otro más eminente, con un don mayor, que, sin embargo, no tiene caridad; sea el primero el dedo más alejado, y el segundo el ojo. El que pudo obtener la salud, ése es el que más aporta al conjunto del cuerpo. Finalmente, es molestia para el cuerpo entero el miembro que enferma, y, en verdad, todos los miembros aportan su colaboración para que sane el enfermo y la mayor parte de las veces sana. Pero si no hubiera sanado y la podredumbre engendrada indicase la imposibilidad de ello, de tal modo se mira por el bien de todos, que se le separa de la unidad del cuerpo" (Sermón 162 A, 4-6).

 

4. Lc 1,1-4; 4,14-21 (cf día 10 de enero). Desconocemos la identidad de Teófilo, a quien Lucas dedica sus dos obras (Evangelio y Hechos), o si fue algo genérico, dirigido al "amador-de Dios". A continuación presenta un caso concreto de docencia en una sinagoga concreta. Una sinagoga significativa por hallarse en el lugar donde Jesús se crió. El relato de Lucas da por supuesto el conocimiento del funcionamiento litúrgico sinagogal de los sábados con sus cantos, recitaciones, orden y modalidad de las lecturas, bendición final. Probablemente Jesús ha sido invitado por el presidente de la sinagoga a leer y comentar la segunda lectura, tomada del profeta Isaías. ¿Lectura ya reglamentada o de libre elección por el lector? No podemos saberlo a ciencia cierta, aunque el giro de la expresión "encontró un pasaje" parece significar más bien que el propio Jesús busca expresamente el pasaje. Hagamos también nosotros la prueba y busquemos el pasaje en el comienzo del capítulo 61 de Isaías. Constataremos que Jesús termina la lectura en el v.2a, suprimiendo el aspecto negativo del mensaje proclamado por Isaías. El pasaje habla de proclamar el año de gracia del Señor, el día de desquite de nuestro Dios. Jesús lee lo del año de gracia y omite lo del día de desquite. ¿Omisión deliberada? El relato de Lucas continúa con escueto grafismo: Jesús cerró el libro (enrolló, los libros eran tiras largas de pergamino), lo devolvió al ayudante y se sentó. Todos los presentes le miraban atentamente. La reacción es de expectación, motivada sin duda por algo chocante y que les ha llamado la atención, aparte de la fama de su paisano. ¿Eso chocante no será precisamente la omisión de la frase referente al desquite? La reacción de los presentes es de expectación y de prevención contra Jesús, y no de estima y de confianza hacia él, como a menudo se dice.

El comentario de Jesús al pasaje leído es breve y enfático: "Hoy se cumple este pasaje que acabáis de oír". Resalta la posición enfática del adverbio. Lo proclamado por el profeta quinientos años atrás en medio de los desastres de la guerra (pobreza, dolor, encarcelamientos) tiene su cumplimiento ahora. Jesús hace suyo aquel mensaje, lo depura de toda connotación negativa y le da cumplimiento cabal. La omisión de la frase referente al desquite de nuestro Dios ha sido intencionada. Jesús no sabe nada de venganzas y de desquites de Dios.

Resumiendo: Lucas, un autor con una metodología de trabajo rigurosa, quiere completar y garantizar la instrucción cristiana básica y rudimentaria de los recién bautizados. En esta línea empieza presentando la enseñanza de Jesús como una enseñanza que da cumplimiento al mensaje de gracia acumulado a lo largo del Antiguo Testamento, relectura que puede desencadenar una prevención contra él.

Comentario. El Evangelio de Lucas es una larga catequesis con vistas a profundizar en la fe recibida. A la hora de profundizar debemos estar dispuestos a dejarnos cuestionar por la enseñanza de Jesús. Es muy posible que existan en nosotros, aun sin ser conscientes de ello, adherencias y esquemas incorrecta o falsamente religiosos. Jesús es el hoy de tantas esperanzas de tanta gente marginada y maltratada que, al igual que Dios, nada sabe de venganza y de desquite. ¡Cuántas veces parecen inevitables e insuperables la venganza y el desquite! Jesús nos invita a superar esa fase, por difícil y costosa que nos parezca (A. Benito).

Aunque los evangelios no son propiamente libros "históricos", sino confesionales, esto es, libros nacidos de la fe de la comunidad y al servicio de la fe de la comunidad, Lucas es, sin duda, el que más cerca está del género literario de la historia.

A semejanza de los historiadores de la época, comienza su evangelio con un prólogo, en el que señala el motivo, anticipa el contenido, determina el fin y describe el método que utiliza.

Hace también una alusión a los que escribieron antes sobre el mismo tema, a las fuentes de que dispone, y de las que nosotros sólo conocemos el evangelio de Marcos. En todas estas fuentes se recoge el testimonio de los que vieron y oyeron, de los apóstoles o predicadores de la Palabra. El evangelio de Lucas, al igual que los otros tres, no es más que la fijación por escrito de la predicación de los apóstoles o de la Tradición Apostólica.

Lucas se propone escribir los hechos desde el principio, remontándose a los orígenes. Comenzará hablándonos del nacimiento del Precursor y se ocupará también de la infancia de Jesús. Sin embargo, el orden que promete no será rigurosamente cronológico y su obra no deberá confundirse con una biografía.

Dedica su libro, siguiendo la costumbre, a un personaje llamado Teófilo (o amante de Dios). Pero, a pesar del significado de este nombre, no parece que se trate de una ficción literaria, sino de una persona concreta. Probablemente es un catecúmeno, y en cualquier caso, Lucas escribe para confirmar a Teófilo en las enseñanzas que ha recibido.

El texto litúrgico que comentamos une al prólogo de Lucas la narración que hace éste más adelante del comienzo de la vida pública de Jesús. El evangelio, en su más estricto sentido, comienza con la vida pública y comprende lo que hizo y dijo Jesús a partir de su bautismo en el Jordán.

Probablemente esta visita de Jesús a Nazaret es la misma a la que se refieren Marcos y Mateo en otro contexto y situándola cronológicamente más tarde. En este supuesto, Lucas anticiparía esta visita y hablaría de ella al principio de la vida pública de Jesús, para destacar así el carácter programático de la profecía de Isaías.

Con el permiso del presidente de la sinagoga, cualquier varón israelita podía leer públicamente la Ley o los Profetas, hacer una traducción del texto sagrado a la lengua vulgar (el arameo) y explicar su contenido en una breve homilía. Dado que no había un orden prescrito para la lectura bíblica, Jesús pudo elegir muy bien el texto de Isaías -61, 1 y ss-.

De hecho el texto de Isaías, que aparece aquí, está tomado de los Setenta, pero saltándose las palabras "sanar a los que tienen el corazón roto" (Is 61, 1), añadiendo otras (Is 58,6) y concluyendo con Is 61,2a. En este texto se anuncia un año de gracia -año jubilar- a los repatriados del destierro de Babilonia.

Jesús declara que la profecía de Isaías se cumple ya con su presencia. En él comienza la salvación, tan deseada. Por eso, lo que Jesús predica es realmente la Buena Noticia y no sólo una buena promesa ("Eucaristía 1986").

Cuando Mateo presenta a Cristo con los rasgos de un rabí ambulante (Mt. 4, 12-17), Lucas, más liturgista, comienza y termina su Evangelio por la narración de acontecimientos que se desarrollan en el Templo (Lc 1,5-23; 24, 50-53), y da comienzo al ministerio de Cristo dentro de la liturgia sinagogal del sábado.

Esta última exigía generalmente dos lecturas. La primera, sacada de la Ley (Pentateuco), era leída y comentada por un "doctor de la Ley"; la segunda, de origen más tardío, tenía que ser extraída de los profetas y podía ser leída y comentada por cualquiera que tuviese al menos treinta años. Jesús tiene treinta años y reivindica el derecho de leer y comentar esta segunda lectura. Su primer discurso público es, pues, un homilía litúrgica.

a) Lucas no ha conservado el mismo discurso de Cristo, pero resume lo esencial de él en una sola frase: "Hoy se cumple" (v. 21). Todas las leyes de la homilía están contenidas en este pequeño versículo. La liturgia de la Palabra no es una simple lección moral de catecismo, ni la afirmación de la esperanza escatológica fomentada por los profetas; esta liturgia proclama el cumplimiento del designio del Padre en el hoy de la vida y de la asamblea. No se contempla ya un pasado cumplido, aunque sea edad de oro u ocasión de caída; ya no se sueña más en un futuro extraordinario; se vive el tiempo presente como momento privilegiado para la venida del Señor.

Los apóstoles, a su vez, han respetado este procedimiento homilético de Jesús (cf Act 13,14-42; 16,13-17; 17,1-3; 18,4). La liturgia cristiana de la Palabra es por consiguiente hija de la sinagoga; cumple el recuerdo de ésta del pasado y la esperanza del futuro en la "celebración de hoy". ¡Sin embargo, puede uno preguntarse si los sermones pronunciados en las asambleas cristianas son fieles a los de Cristo o a los de los doctores de la Ley!

b) Cristo (o San Lucas) parece haber detenido intencionadamente su lectura en el momento en que la profecía de Is 61 anunciaba "un año de gracia". Pasa en silencio el versículo siguiente, que anunciaba el juicio de las naciones: y un día de venganza para nuestro Dios" (Is 61, 2), para insistir exclusivamente, sin duda, en la gracia de Dios. Estas palabras de gracia provocan el asombro de la asamblea (v.22) y son el origen de los incidentes narrados en los vv. 25-30. Precisamente para reforzar la idea de que su misión, toda, es de gracia y no de condenación, Cristo (o Lucas) ha añadido dentro de la cita de Is 61, 1-2 un versículo, tomado de Is. 58, 6, sobre la libertad ofrecida a los prisioneros.

Cristo define de una vez su misión como una proclamación del amor gratuito de Dios a todo hombre. Tal revelación sólo podía producir escándalo a los judíos que esperaban la escatología con todo el ardor que el odio a los paganos podía producirles.

Decir que hoy se cumple la Palabra de Dios -esta es la misión de la homilía- no solo significa que se realiza una profecía antigua o que un texto inspirado toma repentinamente importancia. Lo que se cumple no es ante todo la Palabra de los profetas o de los teólogos, sino esta Palabra de Dios más profunda que cristifica a la humanidad, así como la vida y la condición de los hombres.

Decir que la Palabra de Dios se cumple quiere decir que la humanidad, hoy, ha incorporado a Dios en Jesucristo. No se trata, pues, de hacer una homilía que tratara de aplicar tal o cual texto inspirado, tal o cual palabra profética a los acontecimientos vividos por los miembros de la asamblea; se trata más bien de revelar, como lo hace el Evangelio con el acontecimiento privilegiado Jesucristo, cómo el acontecimiento vivido actualmente por los hombres y los cristianos es revelador del designio cristificador de Dios. Las fuentes y el vocabulario bíblicos deben desdoblarse en fuentes y vocabularios sociológicos y psicológicos. Para esto es preciso disociar la obra de Jesucristo del contexto sociocultural al que está ligada, lazo que la "palabra" de los evangelistas ha reforzado con frecuencia, para verla en acción en el ambiente contemporáneo como una respuesta a la búsqueda de Dios que lleva a cabo un pueblo concreto al que se dirige la homilía.

De esta manera, en el momento actual de los hombres es como la homilía incorpora el "hoy" de Dios y merece ser el ministerio de la Palabra de Dios (Maertens-Frisque).

No creemos en una idea, sino en un hombre situado en el tiempo y en el espacio. Lo que anunciamos es una realidad de nuestra historia, no unas ideas; no sólo unas experiencias místicas, ni mucho menos una ideología, sino un acontecimiento sucedido y experimentado en medio de unos hombres concretos, que fueron desde entonces testigos y heraldos de la Palabra.

Jesús no es un mito. Es un hombre que vivió en un contexto temporal, en un ambiente sociológico determinado. Arraigado en un terruño, en un linaje, perteneció a una familia, aprendió la biblia con los demás. Trabajó como carpintero, que era algo así como "un hombre para todo" en aquella época. Tuvo amigos de todas clases, discutió con los representantes de la religión oficial y de las diversas sectas. Habló, actuó, vivió en medio de un pueblo muy concreto, adoptando su fe y sus costumbres, hablando su lenguaje, participando de su psicología.

Jesús es un hecho, y nuestro cristianismo sería falso si no tomásemos en cuenta la verdad "carnal" de ese hecho, la densidad de la encarnación. Jesús es un hombre; y lo que importa es qué hombre fue. Ese es el motivo de las cuestiones que se plantearon en Nazaret, cuando el evangelista Lucas nos presenta, en el pórtico de su relato, un retrato de Jesús. Porque la realidad de la encarnación no agota la inteligencia de estas tres palabras: Jesús de Nazaret. El escándalo nace de la vinculación entre estas dos afirmaciones: Jesús es de Nazaret; pero es también aquel que, al desarrollar el libro de las Escrituras en la sinagoga, declara a propósito del pasaje de Isaías: "Esta Escritura que acabáis de oir se ha cumplido hoy".

En ese hombre creemos que se concentra toda la aventura de los hombres con Dios. El es la cima y el todo de la Revelación. "Esta Escritura se ha cumplido hoy". Un hoy eterno, ya que es la provocación permanente de ese hombre llamado Jesús. No creemos solamente en un gran hombre, en un héroe admirable de nuestra humanidad. Afirmamos que él es "la última palabra" de Dios. "Esta Escritura se ha cumplido hoy". Hoy se ha cumplido el encuentro. Ya que es en nuestro hoy vulgar en donde nos vemos provocados a la fe. Y se abre ante nosotros toda la grandeza de nuestra vida cotidiana: es ahí, en el hoy humilde de cada día, donde encontramos a Dios cuando, al confrontarnos con la revelación de este hombre Jesús, decimos: "Señor, ¿a quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna". Sólo estas palabras dicen de verdad la totalidad del misterio. Hoy se ha cumplido tu palabra: tu Verbo, tu Hijo único, toca nuestro corazón y cada día es el tiempo de su revelación. Bendito seas, Dios, que cumples tu palabra: que nuestro hoy que pasa se abra y florezca en eternidad, en encuentro para siempre (comentarios: Sal terrae).

Orígenes (hacia 185-253) teólogo, en su Homilía 32 sobre Lc 2 (SC 87, pag. 387) se refiere a  "Esta palabra de la Escritura...se ha cumplido hoy" y dice: "Cuando leéis: "Enseñaba en las sinagogas y todo el mundo hablaba bien de él." (Lc 4,15) no penséis que aquella gente era especialmente afortunada porque oía a Cristo, ni que vosotros estáis privados de estas enseñanzas. Si la Escritura es la verdad, Dios no ha hablado sólo en las asambleas de los judíos de entonces, sino que habla hoy todavía en nuestra asamblea. Y no sólo aquí, entre nosotros, sino en otras reuniones y en el mundo entero, Jesús enseña y busca los instrumentos para transmitir su doctrina. Rogad por mí para que me encuentre dispuesto y apto para cantar sus alabanzas. Del mismo modo que Dios encontró a los profetas, Isaías, Jeremías, Ezequiel, Daniel en tiempos en que los hombres estaban privados de las profecías, asimismo Jesús busca instrumentos para transmitir su palabra y "enseñar a los pueblos en sus sinagogas, y todos hablaban bien de él." Hoy Jesús es glorificado por muchos más que en aquel tiempo en que fue conocido sólo por la gente de su provincia".