martes, 5 de agosto de 2025

6 de agosto: La Transfiguración del Señor: la Cruz es camino de la Gloria, también para nosotros

6 de agosto: La Transfiguración del Señor: la Cruz es camino de la Gloria, también para nosotros

 

1. Daniel (7,9-10.13-14): Durante la visión, vi que colocaban unos tronos, y un anciano se sentó; su vestido era blanco como nieve, su cabellera como lana limpísima; su trono, llamas de fuego; sus ruedas, llamaradas. Un río impetuoso de fuego brotaba delante de él. Miles y miles le servían, millones estaban a sus órdenes. Comenzó la sesión y se abrieron los libros. Mientras miraba, en la visión nocturna vi venir en las nubes del cielo como un hijo de hombre, que se acercó al anciano y se presentó ante él. Le dieron poder real y dominio; todos los pueblos, naciones y lenguas lo respetarán. Su dominio es eterno y no pasa, su reino no tendrá fin.

   2. Salmo 96,1-2.5-6.9: El Señor reina, la tierra goza, se alegran las islas innumerables. Tiniebla y nube lo rodean, justicia y derecho sostienen su trono.

   Los montes se derriten como cera ante el dueño de toda la tierra; los cielos pregonan su justicia, y todos los pueblos contemplan su gloria.

   Porque tú eres, Señor, altísimo sobre toda la tierra, encumbrado sobre todos los dioses.

   3. II Pedro (1,16-19): Cuando os dimos a conocer el poder y la última venida de nuestro Señor Jesucristo, no nos fundábamos en fábulas fantásticas, sino que habíamos sido testigos oculares de su grandeza. Él recibió de Dios Padre honra y gloria, cuando la Sublime Gloria le trajo aquella voz: «Éste es mi Hijo amado, mi predilecto.» Esta voz, traída del cielo, la oímos nosotros, estando con él en la montaña sagrada. Esto nos confirma la palabra de los profetas, y hacéis muy bien en prestarle atención, como a una lámpara que brilla en un lugar oscuro, hasta que despunte el día, y el lucero nazca en vuestros corazones.

   4. Marcos 9,1-9: "En aquel tiempo, Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo. Se le aparecieron Elías y Moisés conversando con Jesús. Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo a Jesús: -Maestro. ¡Qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres chozas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. Estaban asustados y no sabía lo que decía. Se formó una nube que los cubrió y salió una voz de la nube: -Esté es mi Hijo amado; escuchadlo. De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos. Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: No contéis a nadie lo que habéis visto hasta que el Hijo del Hombre resucite de entre los muertos. Esto se les quedó grabado y discutían qué querría decir aquello de resucitar de entre los muertos".

 

B. Comentario:

   1. Daniel en su visión nos muestra cuatro bestias y el "hijo del hombre", la escena del juicio divino. Según la concepción mítica, el océano del que surgen las bestias es morada de potencias hostiles a la divinidad. Y de esta concepción mítica se hace eco la Biblia para presentarnos el mar como algo hostil, caótico... del que surgen las cuatro bestias que representan cuatro imperios. El león alado es Nabucodonosor, monarca de Babilonia: cortadas las alas de su soberbia puede razonar, comportarse como hombre. El oso, medio erguido, representa a Media, animal feroz siempre dispuesto a atacar y nunca satisfecho. El leopardo o pantera, con cuatro cabezas y cuatro alas, simboliza al imperio persa con su gran agilidad para apoderarse de todo el mundo. La cuarta fiera no es identificable, pero es más feroz que las demás. Los dientes de hierro pueden hacer alusión a Alejando Magno y al imperio griego; los diez cuernos aludirían a los sucesores de Alejandro y el cuerno más pequeño sería el perverso Antíoco, quien vence a los otros tres cuernos para hacerse con el poder.

   El Anciano establece un juicio para castigar los malos, y es cuando aparece "como un hombre"; su reino no tendrá fin. (A. Gil Modrego). Representa al "pueblo de los santos del Altísimo" (7,27), el Israel fiel. Hijo del hombre que fue entendido como Mesías persona en el judaísmo en tiempo de Jesús (Libro de las parábolas de Henoc); pero tal título sólo se une a los sufrimientos del Mesías y a su resurrección de entre los muertos cuando Jesús se lo aplica a Sí mismo (Biblia de Navarra): "Jesús acogió la confesión de fe de Pedro que le reconocía como el Mesías anunciándole la próxima pasión del Hijo del Hombre (cf. Mt 16,23). Reveló el auténtico contenido de su realeza mesiánica en la identidad transcendente del Hijo del Hombre "que ha bajado del cielo" a la vez que en su misión redentora como Siervo sufriente: "el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos" (Mt 20,28; cf Is 53,10-12). Por esta razón el verdadero sentido de su realeza no se ha manifestado más que desde lo alto de la Cruz (cf Jn 19,19-22; Lc 23,39-43). Solamente después de su resurrección su realeza mesiánica podrá ser proclamada por Pedro ante el pueblo de Dios: "Sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado" (Hch 2,36)" (Catecismo 440). Y la Iglesia cuando proclama que Cristo se sentó a la derecha del Padre confiesa que fue a Cristo a quien se dio el imperio: "Sentarse a la derecha del Padre significa la inauguración del reino del Mesías, cumpliéndose la visión del profeta Daniel respecto del Hijo del hombre: "A él se le dio imperio, honor y reino, y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron. Su imperio es un imperio eterno, que nunca pasará, y su reino no será destruido jamás" (Dn 7,14). A partir de este momento, los apóstoles se convirtieron en los testigos del "Reino que no tendrá fin" (Símbolo de Nicea-Constantinopla)" (Catecismo 664).

   2. La grandeza de Dios es proclamada en el salmo: "¡Yahveh es rey!"... "¡Señor de la tierra!" "Altísimo sobre toda la tierra!"... "¡Santísimo!" Se canta la teofanía, como en el Sinaí. En el padrenuestro proclamamos "Venga tu Reino, así en la tierra como en el cielo". Jesús no suele proclamar más que el reino interior, pero también dijo: "Veréis venir al Hijo del Hombre sobre las nubes del cielo" (Mt 26,64; Ap 1,7).

   San Pablo dirá que la Encarnación es como una entronización real, pero sobre todo la segunda venida: "Cuando venga glorioso, sobre su trono de gloria, todas las naciones estarán reunidas ante El... Como el relámpago que se ve brillar de Oriente a Occidente, así será la venida del Hijo del Hombre... (Mt 24,27-31). Entonces, los "justos" se asociarán a este triunfo como lo dice el salmo.

   3. La carta de san Pedro recuerda cuando subieron con Jesús el día de hoy: "habíamos sido testigos oculares de su grandeza (...). Esta voz del cielo la oímos nosotros, estando con él en la montaña sagrada". "Hemos contemplado su gloria", dirá también san Juan (Jn 1,14); "lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos: la Palabra de la Vida" (1 Jn 1,1). Que por la intercesión de Santa María el Padre nos conceda el don de descubrir y contemplar la claridad de su rostro glorioso y vivificante en el rostro humilde y tan humano del Hijo del hombre, del hombre de dolores. Que nos conceda el don de escuchar su palabra de vida y seguir su camino, incluso cubiertos por la oscuridad de la nube. "Contempladlo y quedaréis radiantes" (Sal 33, 6).

 

"Pedro, al exclamar '¡Qué bien se está aquí!', encapsula el anhelo humano de eternidad. Sin embargo, como advierte San Agustín, Cristo nos invita a bajar del monte para 'servir, predicar la verdad y llegar a la eternidad' (Sermo 130). Este diálogo entre contemplación y acción refleja la dinámica del discipulado: la luz del Tabor fortalece para llevar la Cruz cotidiana con sentido sobrenatural.

 

   La liturgia de la Transfiguración, como sugiere la espiritualidad de la Iglesia de Oriente, presenta en los apóstoles Pedro, Santiago y Juan una «tríada» humana que contempla la Trinidad divina. Como los tres jóvenes del horno de fuego ardiente del libro de Daniel (cf Dn 3,51-90), la liturgia «bendice a Dios Padre creador, canta al Verbo que bajó en su ayuda y cambia el fuego en rocío, y exalta al Espíritu que da a todos la vida por los siglos» («Matutino de la fiesta de la Transfiguración»).

   También nosotros oremos ahora al Cristo transfigurado con las palabras del «Canon de san Juan Damasceno»: «Me has seducido con el deseo de ti, oh Cristo, y me has transformado con tu divino amor. Quema mis pecados con el fuego inmaterial y dígnate colmarme de tu dulzura, para que, lleno de alegría, exalte tus manifestaciones»" ("Eucaristía 1978").

   4. La fiesta de hoy con la nube y la voz celestial, la presencia de Moisés y de Elías, evoca la presencia de Dios en el Sinaí. Jesús, te vemos como el "nuevo Moisés", en ti llegan a su cumplimiento las esperanzas, la alianza y la ley, y nos preparas la nueva alianza, la del amor infinito. En ti, Cristo, se nos revela el rostro divino de Dios, del mismo Dios que salva a Israel de Egipto por medio de Moisés (Ex 19), Elías de la muerte (1R 19) y el pueblo de los Santos de la persecución helenística (cf Dn 7).

   La transfiguración de tu rostro, Jesús, las vestiduras blancas, evocan al Hijo del Hombre del profeta Daniel, glorioso y vencedor, y parecen ser un anticipo de tu resurrección, como leemos en la primera lectura. La cruz esconde la gloria. En la vida de fe de cada uno hay ciertas transfiguraciones... Hay personas que notan estas pistas que nos da Dios a lo largo de la vida. Pero es necesario estar atento para descubrirlas.

   "En aquel tiempo, Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo". Es muy bonito el detalle del blanco de los vestidos… queremos entrar en este misterio, que nos habla de lo que será el cuerpo glorioso, para que nos sirva de estímulo y esperanza, para morir a nosotros mismos y vivir hacia Dios y hacia los hermanos.

   "Se le aparecieron Elías y Moisés conversando con Jesús". El encuentro de Jesús con los profetas muestra la unión de la Antigua y nueva alianza, que "toda la Escritura divina forma un solo libro, y ese único libro es Cristo, ya que toda la Escritura divina habla de Cristo y toda ella se realiza en Cristo" (Hugo de San Víctor). Un encuentro milagroso, que enlaza con los dos Testamentos escritos, por tanto no podemos olvidarnos de los antiguos libros. Pues, "si, como dice el apóstol Pablo, Cristo es el poder de Dios y la sabiduría de Dios, y el que no conoce las Escrituras no conoce el poder de Dios ni su sabiduría, de ahí se sigue que ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo" (S. Jerónimo).

   "Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo a Jesús: -Maestro. ¡Qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres chozas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. Estaban asustados y no sabía lo que decía". Señor, querría poder decirte «Maestro, ¡qué bien estamos aquí!» sobre todo después de ir a comulgar. El prefacio de la misa de hoy nos dice: «Porque Cristo, Señor, habiendo anunciado su muerte a los discípulos, reveló su gloria en la montaña sagrada y, teniendo también la Ley y los profetas como testigos, les hizo comprender que la pasión es necesaria para llegar a la gloria de la resurrección».

   Esta revelación nos muestra, como decía san Juan de la Cruz, que en la Biblia nos habla el Señor de una sola palabra, Cristo. Atanasio el Sinaíta escribe que «Él se había revestido con nuestra miserable túnica de piel, hoy se ha puesto el vestido divino, y la luz le ha envuelto como un manto».

    "Se formó una nube que los cubrió y salió una voz de la nube: -Esté es mi Hijo amado; escuchadlo". Escuchar significa hacer su voluntad, contemplar su persona, imitarlo, poner en práctica sus consejos, tomar nuestra cruz y seguirlo.

"La Transfiguración y la Cruz en la Espiritualidad Cristiana"

"La Transfiguración no es solo una teofanía gloriosa, sino un anticipo que cobra sentido pleno en la Cruz. Como señala Juan Pablo II, 'Es necesario pasar muchas tribulaciones para entrar en el reino de Dios' (Hch 14,22). Este misterio ilumina la paradoja cristiana: la luz del Tabor prepara a los discípulos para la oscuridad del Calvario.

En la vida del cristiano, la Transfiguración se actualiza cuando, como Pedro, reconocemos en los momentos de luz ('¡Qué bien se está aquí!') un llamado a 'descender a trabajar en la tierra' (San Agustín). La gloria revelada en el monte no es evasion, sino combustible para la misión."

La Transfiguración no es un evento aislado, sino profundamente enraizado en la tradición judía. Como señalan estudios como los de Jean Daniélou y Jean-Marie van Cangh, este episodio ocurre en el contexto de la fiesta de las Tiendas (Sukkot), que conmemora el Éxodo y anticipa la venida mesiánica.

Tres dimensiones se entrelazan:

  • Creación: La luz y la nube evocan la presencia de Dios en el Sinaí (Ex 24,16).
  • Historia: Moisés (Ley) y Elías (Profetas) testifican el cumplimiento en Cristo.
  • Esperanza: La voz del Padre ('Este es mi Hijo amado') revela la llegada del Reino.

Así, Jesús 'se reviste de luz' (Atanasio el Sinaíta) no solo como manifestación divina, sino como cumplimiento litúrgico: Él es el 'nuevo Templo' donde Dios habita (cf. Jn 1,14)."

 

 

   "De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos. Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: No contéis a nadie lo que habéis visto hasta que el Hijo del Hombre resucite de entre los muertos. Esto se les quedó grabado y discutían qué querría decir aquello de resucitar de entre los muertos". Jesús, ¿por qué no quieres que lo difundan hasta después de tu resurrección?

Como destaca Juan Pablo II, la Transfiguración es un 'misterio de luz trinitaria': el Padre habla, el Hijo es glorificado, y el Espíritu —implícito en la nube— actúa como en el Bautismo (cf. Mc 1,10). La liturgia oriental canta: 'Hoy hemos visto la luz del Padre y la luz del Espíritu, que ilumina toda criatura' (Matutino de la Transfiguración).

Esta luz no es estática: llama a 'subir al monte' como los místicos, pero también a 'bajar' para llevar al mundo la palabra que salva ('Escuchadle').

 'Los discípulos se asombraron' (Mc 9,15). La Transfiguración es una pedagogía del asombro: Dios rompe la rutina para mostrar su gloria, como hizo con Pedro, Santiago y Juan en el Tabor. Pero este asombro no es fin en sí mismo. Como explica San León Magno, su propósito era 'desterrar el escándalo de la cruz', preparándolos para el Calvario.

La Transfiguración como Revelación Trinitaria

La Transfiguración es una teofanía trinitaria donde, como explica Juan Pablo II, 'Cristo es el centro', revelado por el Padre ('Este es mi Hijo predilecto') e iluminado por el Espíritu (cf. audiencia general, 26/IV/2000). Los símbolos del Tabor —luz, nube, voz— evocan la presencia divina en el Éxodo (Ex 24,16), pero ahora se cumplen en la Persona de Jesús.

La liturgia oriental proclama: 'Hemos visto en el Tabor la luz del Padre y la luz del Espíritu' (Matutino de la Transfiguración). Esta gloria no es solo para los apóstoles: 'Subamos a la montaña santa' (Canon de San Juan Damasceno) para contemplar, como Pedro, Santiago y Juan, la 'Trinidad consustancial' que se manifiesta en Cristo.

En la Pascua, este misterio alcanza su plenitud: la Resurrección confirma que el Hijo 'crucificado y muerto' es la Luz eterna que 'transfigurará nuestros cuerpos' (Flp 3,21; CEC 556)."

La nube no es solo un símbolo del Sinaí: es 'signo de la Trinidad' (Juan Pablo II). El Padre habla, el Hijo es glorificado, y el Espíritu —como en el Bautismo (Mc 1,10)— actúa silenciosamente, haciendo de las palabras de Jesús 'espíritu y vida' (Jn 6,63). Esta dinámica divina ilumina el camino del cristiano: 'Escuchadle' no es un mandato pasivo, sino una llamada a sumergirse en la vida trinitaria.

"Como los apóstoles, estamos llamados a ser 'tríada humana' que contempla la Trinidad (cf. Dn 3,51-90). Pero la Transfiguración no termina en el Tabor: 'Es necesario pasar por muchas tribulaciones para entrar en el Reino' (Hch 14,22). La liturgia oriental lo expresa con belleza: 'Oh Cristo, me has seducido con tu amor; transforma mis pecados en luz' (Canon de San Juan Damasceno). Así, la gloria del Tabor se convierte en fuerza para la misión."

En la vida cristiana:

  • Los 'destellos de luz' (oración, sacramentos) fortalecen para las cruces diarias.
  • Como los apóstoles, estamos llamados a 'bajar del monte' y vivir la paradoja: 'No hemos venido al Tabor, sino al Calvario' (San Josemaría).

María, que guardaba 'todas estas cosas en su corazón' (Lc 2,19), enseña a unir el asombro ante Dios con la fidelidad en el dolor.

Queremos nosotros también, como Pedro, verte, Señor, y llevar tu amor a los demás. Te pido que te muestres en mi camino, que hagas luz ante tanta tiniebla que hay en el mundo, que tu poder vaya en defensa del pobre y oprimido. Bienaventurado el que se sabe en tus manos, Señor, dormirá tranquilo y vivirá en paz, seguro.  

 

Llucià Pou Sabaté

La Virgen de las Nieves - Dedicación de la Basílica de Santa María la Mayor – 5 de agosto

La Virgen de las Nieves - Dedicación de la Basílica de Santa María la Mayor – 5 de agosto

 

Hoy, la Iglesia celebra con gozo la dedicación de una de sus joyas más antiguas y queridas: la Basílica de Santa María la Mayor, en Roma. Es el primer templo del mundo occidental consagrado a la Virgen María, expresión visible del amor de los cristianos hacia la Madre de Dios.

 

Este santuario mariano se alza en el monte Esquilino, donde, según la tradición, una prodigiosa nevada en pleno verano romano —la noche del 4 al 5 de agosto— señaló el lugar donde debía erigirse el templo. Por ello, a María se la venera en esta fiesta también como Nuestra Señora de las Nieves, una advocación que recuerda cómo, en medio del calor de la vida, puede irrumpir lo inesperado, lo fresco, lo puro: la gracia.

 

La Basílica está íntimamente unida al Concilio de Éfeso (año 431), que proclamó solemnemente a María como Theotokos, Madre de Dios. Esa verdad, creída y celebrada ya por el pueblo cristiano, quedó así escrita con letras de oro en la historia de la fe. San Cirilo de Alejandría describe con emoción cómo el pueblo de Éfeso iluminó la ciudad y acompañó a los Padres conciliares con antorchas: la fe no era entonces un ejercicio privado, sino una alegría compartida.

 

María es bienaventurada por haber llevado en su seno al Hijo de Dios, pero también —como dijo Jesús— por haber escuchado la Palabra y haberla puesto en práctica. Es Madre en cuerpo y en alma, en la carne y en la fe. Y por eso sigue siendo para nosotros estrella del camino, guía en medio de las noches, consuelo en los momentos de tribulación.

 

Hoy, al recordar este templo mariano, resuena también aquella súplica de San Bernardo que la tradición ha grabado en tantos corazones: "Mira a la estrella, llama a María". No es solo poesía; es camino seguro. Quien se deja conducir por Ella no se pierde, no desespera, no naufraga.

 

¿Y tú, cómo tratas a María? ¿La ves como una figura del pasado o como una presencia viva en tu vida? Ella desea ser tu Madre, caminar contigo, acoger tus gozos y tus miedos, tus luchas y tus anhelos. No basta con hablar de Ella: es necesario hablarle. No basta con admirarla: es preciso amarla.

 

En este día especial, pidamos la gracia de vivir una relación filial con María, hecha de confianza, ternura y compromiso. Que Ella, Salud del Pueblo, nos guíe siempre hacia su Hijo y nos enseñe, como en Caná, a hacer lo que Él nos diga.

 

Si se levantan los vientos de las tentaciones, si tropiezas en los escollos de las tribulaciones, mira a la estrella, llama a María. Si eres agitado por las olas de la soberbia, de la detracción, de la ambición o de la envidia, mira a la estrella, llama a María. Si la ira, la avaricia o la impureza impelen violentamente la navecilla de tu alma, mira a María (...) No se aparte María de tu boca, no se aparte de tu corazón (...). No te descaminarás si la sigues, no desesperarás si la ruegas, no te perderás si en Ella piensas. Si Ella te tiene de su mano, no caerás; si te protege, nada tendrás que temer; no te fatigarás, si es tu guía: llegarás felizmente a puerto, si Ella te ampara (San Bernardo, Homiliae super "Missus est" 2, 17)

 

Martes de la 18ª semana de Tiempo Ordinario (impar). Donde abunda el pecado, es más fuerte la gracia de Dios, cuando nos agarramos a la mano que siempre nos ofrece

Martes de la 18ª semana de Tiempo Ordinario (impar). Donde abunda el pecado, es más fuerte la gracia de Dios, cuando nos agarramos a la mano que siempre nos ofrece

 

A. Lecturas

1. Números 12, 1-13. En aquellos días, María y Aarón hablaron contra Moisés, a causa la mujer cusita que habla tomado por esposa. Dijeron: -«¿Ha hablado el Señor sólo a Moisés? ¿No nos ha hablado también a nosotros?» El Señor lo oyó. Moisés era el hombre más sufrido del mundo. El Señor habló de repente a Moisés, Aarón y María: -«Salid los tres hacia la tienda del encuentro.» Y los tres salieron. El Señor bajó en la columna de nube y se colocó a la entrada de la tienda, y llamó a Aarón y María. Ellos se adelantaron, y el Señor dijo: -«Escuchad mis palabras: Cuando hay entre vosotros un profeta del Señor, me doy a conocer a él en visión y le hablo en sueños; no así a mi siervo Moisés, el más fiel de todos mis siervos. A él le hablo cara a cara; en presencia y no adivinando contempla la figura del Señor. ¿Cómo os habéis atrevido a hablar contra mi siervo Moisés?» La ira del Señor se encendió contra ellos, y el Señor se marchó. Al apartarse la nube de la tienda, María tenla toda la piel descolorida, como nieve. Aarón se volvió y la vio con toda la piel descolorida. Entonces Aarón dijo a Moisés: -«Perdón, señor; no nos exijas cuentas del pecado que hemos cometido insensatamente. No la dejes a María como un aborto que sale del vientre, con la mitad de la carne comida.» Moisés suplicó al Señor: -«Por favor, cúrala. »

 

2. Salmo 50,3-4.5-6.12-13. R. Misericordia, Señor: hemos pecado.

Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa; lava del todo mi delito, limpia mi pecado.

Pues yo reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado: contra ti, contra ti solo pequé, cometí la maldad que aborreces. En la sentencia tendrás razón, en el juicio resultarás inocente.

Oh Dios, crea en mi un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme; no me arrojes lejos de tu rostro, no me quites tu santo espíritu.

 

3. Mateo 14,22-36: "Después que la gente se hubo saciado, Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. Y, después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar. Llegada la noche, estaba allí solo. Mientras tanto, la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario. De madrugada se les acercó Jesús, andando sobre el agua. Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, pensando que era un fantasma. Jesús les dijo en seguida: -«¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!» Pedro le contestó: -«Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua.» Él le dijo: -«Ven.» Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua, acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: -«Señor, sálvame.» En seguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo: -«¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?» En cuanto subieron a la barca, amainó el viento. Los de la barca se postraron ante él, diciendo: -«Realmente eres Hijo de Dios.» Terminada la travesía, llegaron a tierra en Genesaret. Y los hombres de aquel lugar, apenas lo reconocieron, pregonaron la noticia por toda aquella comarca y trajeron donde él a todos los enfermos. Le pedían tocar siquiera la orla de su manto, y cuantos la tocaron quedaron curados".

 

B. Comentario:

1. Moisés es criticado por su propia familia, por su hermano Aarón y su hermana Miriam, se le reprocha el haberse casado con una extranjera. Se envidia su papel preponderante y su intimidad con Dios: -"Miriam y Aarón murmuraron contra Moisés por haber tomado por esposa a una mujer etíope". También se llenan de envidas: -"¿Es que el Señor no ha hablado más que con Moisés? ¿No ha hablado también con nosotros?" En lugar de alegrarnos de la maravillosa diversidad de vocaciones que constituyen el "Cuerpo de Cristo", nos comparamos los unos a los otros.

-"El Señor lo oyó. Moisés era un hombre muy humilde, más que hombre alguno sobre la faz de la tierra". La palabra hebrea anaw ("humilde") significa también paciente, y Dios sale en su defensa. Dios defiende a su servidor. El Señor dijo a Aarón y a Miriam: «Salid los tres a la Tienda de la reunión»: tres personas que aceptan orar juntas y negociar juntas también. La violencia, el rechazo del diálogo, el parapetarse en las propias posiciones, nunca han resuelto nada... Moisés es imagen de Jesús, que sufre la envidia y ataques de sus parientes… «Si tu hermano tiene algo contra ti, deja allá tu ofrenda y ve primero a reconciliarte con él...» (Mt 5, 24) dirá Jesús. Y notamos de nuevo la unidad del Antiguo y del Nuevo Testamento  (Noel Quesson / Biblia de Navarra). Dios nos interroga siempre, y recrimina a los parientes el ataque injusto al profeta.

2. El salmo parece recoger los sentimientos de esos parientes rebeldes: «misericordia, oh Dios, por tu inmensa compasión borra mi culpa». Moisés, de corazón magnánimo, intercede por su hermana. Jesús nos enseñó a perdonar.

"Aunque nuestros pecados -afirmaba santa Faustina Kowalska- fueran negros como la noche, la misericordia divina es más fuerte que nuestra miseria. Hace falta una sola cosa: que el pecador entorne al menos un poco la puerta de su corazón... El resto lo hará Dios. Todo comienza en tu misericordia y en tu misericordia acaba".

Este salmo entra en la región tenebrosa del pecado para infundir al alma la luz del arrepentimiento humano y del perdón divino, y el don de la gracia divina, que transforma y renueva el espíritu y el corazón del pecador arrepentido: "Reconozco mi culpa (...). Contra ti, contra ti solo pequé; cometí la maldad que aborreces" (Sal 50,5-6).

3. –"Después de despedir a la multitud, subió al monte para orar a solas". Podemos imaginarlo discutiendo paso a paso con los más recalcitrantes, los más entusiastas, que no querían marcharse... "Pero, si yo no he venido para esto... mi Reino no es de este mundo... no estoy encargado de daros de comer todos los días... volved a vuestro trabajo..." Cansado por esas discusiones, cuando quedó solo, sintió necesidad de orar. Contemplo en ti esa necesidad de orar que embarga tu corazón. Se ha probado desviarte de tu misión esencial. Por instinto vuelves a ella. Tu papel es espiritual, si bien tiene consecuencias importantes en lo material. Jesús, te has retirado al monte a solas a orar, mientras tus discípulos suben a la barca y se adentran en el lago. No les fuerzas a orar… les enseñas con tu vida.

-"Al anochecer, seguía allí solo". Te contemplo orando. ¿Tengo yo el mismo deseo de soledad, de estar de corazón a corazón con el Padre? Para ti eso es más importante que todos los triunfos terrenales. ¿Qué le decías al Padre, en ese anochecer? Pensabas quizá en la Iglesia que estabas fundando, y a lo que, en todas las épocas, sería su tentación constante: hacer pasar los medios humanos al primer plano. ¿Creo yo en el valor de la oración? ¡Tiempo humanamente perdido, en apariencia! Pasar tiempo a solas con Dios.

-"Mientras tanto la barca iba ya muy lejos de tierra, maltratada por las olas, porque llevaba viento contrario". Esto es realmente una imagen de tu Iglesia, marchando a menudo contra la corriente.

-"De madrugada se les acercó Jesús andando por el lago. Los discípulos, viéndolo andar por el lago, se asustaron mucho; decían: "¡Es un fantasma!", y daban gritos de miedo". La duda, el miedo. Sin embargo ¡fue Jesús quien les obligó a embarcar!

-"Jesús les habló en seguida: "Animo, soy Yo, no tengáis miedo"": Jesús no se presenta; dice sencillamente: "Soy yo". Jesús inspira confianza, desdramatiza.

-"Pedro tomó la palabra: "Señor, si eres Tú ¡mándame acercarme a ti andando sobre el agua!" Jesús le dijo: "¡Ven!"" Es una respuesta... a una plegaria audaz...

-"Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua; pero al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: "Sálvame, Señor". Jesús extendió en seguida la mano y lo agarró: "Hombre de poca fe ¿por qué has dudado?"" Pedro, impetuoso discípulo, después del milagro de la multiplicación de los panes está "crecido". Durante la noche se levanta el viento y pasan momentos de miedo, miedo que se convierte en espanto cuando te ven llegar, Jesús, en la oscuridad, caminando sobre las aguas. Pedro tiende al protagonismo: te pide que le dejes ir hacia ti del mismo modo, y empieza a hacerlo, pero se hunde en las aguas del lago, y tiene que gritar «Señor, sálvame», porque ha empezado a dudar. Yo, como Pedro, primario y algo presuntuoso, tengo que aprender a no fiarse demasiado de mis propias fuerzas.

Pedro deja la (relativa) seguridad de la barca para intentar avanzar sobre las aguas. Tenemos que saber arriesgarnos y abandonar seguridades cuando Dios nos lo pide (recordemos a Abrahán, a sus 75 años) y no instalarnos en lo fácil. Lo que le perdió a Pedro fue calcular sus fuerzas y los peligros del viento y del agua, y se hundió. La vida nos da golpes, que nos ayudan a madurar. Como a Pedro. Y diremos como él: «Señor, sálvame». Seguramente, Jesús, nos podrás reprochar también a nosotros: «¡qué poca fe!: ¿por qué has dudado?». E iremos aprendiendo a arriesgarnos a pesar del viento, pero convencidos de que la fuerza y el éxito están en ti, Señor, no en nuestras técnicas y talentos: «realmente eres Hijo de Dios».

Cuando Pedro se encontrará en otras tempestades, mucho más graves para la Iglesia, en Roma; en las persecuciones que amenazarán la existencia de la Iglesia, recordará esa "mano" que agarró la suya, aquel día en el lago. Pedro es el primer creyente, el primero que haya vencido la duda y el miedo. La Fe, en su pureza rigurosa, va hasta ese salto a lo desconocido, ese riesgo que Pedro asumió más allá de las seguridades racionales: una confianza en Dios solo, sin punto de apoyo. ¡Señor, calma nuestras tempestades! Danos tu mano.

-"El viento amainó"… Tu presencia, Jesús, hizo que amainara el viento; también me pasa a mí: cuando te invoco, dejo de ver las cosas negras y comienzo a pensar bien, en un abandono a lo que Dios quiera. No sé la cara de los demás compañeros de la barca, pero sí leo su reacción llena de admiración: «realmente eres Hijo de Dios» (Noel Quesson).

Pienso que muchas veces no conozco bien la realidad cuando me aparto de ese "Señor, ¡sálvame!", y tampoco me conozco a mí mismo: la introspección no es modo principal de conocimiento personal, sino que nos conocemos en la alteridad, en el diálogo, y ante todo, mirándonos en ti, Jesús, como en un espejo, y luego mirándonos en esas experiencias que tenemos del trato con los demás, así, "rumiando", crecemos… "En tu luz, Señor, he visto la luz", dice el salmo, y así, mirándote a ti, Jesús, "espejeándome en ti", aprenderé a conocerme, por  ejemplo a rezar y trabajar, al ver cómo compaginabas tu trabajo misionero -intenso, generoso- con los momentos de retiro y oración. En el diálogo con su Padre es donde encontrabas la fuerza para tu entrega a los demás. ¿No será ésta la causa de mis "fracasos" y mi debilidad: que no sé retirarme y hacer oración? Señor, ayúdame a hacer de la oración el motor de mi actividad. No se trata de refugiarnos en la oración para no trabajar. Pero tampoco de refugiarnos en el trabajo y descuidar la oración. Porque ambas cosas son necesarias en nuestra vida de cristianos y de apóstoles. Para que nuestra actividad no sólo sea humanamente honrada y hasta generosa, sino que lo sea en cristiano, desde las motivaciones de Dios. La barca de los discípulos, zarandeada por vientos contrarios, se ve fácilmente como símbolo de la Iglesia, agitada por los problemas internos y la oposición externa. Hoy, como ayer, hay vientos contrarios en el mar del mundo… También es símbolo de la vida de cada uno de nosotros, con sus tempestades particulares. Hay una nota decisiva: sin Jesús en la barca, toda perece hundirse. Cuando te dejamos subir, Señor, el viento amaina. En los momentos peores, tendremos que recordar tu respuesta, Jesús: «Ánimo, soy yo, no tengáis miedo». Y confiar en ti.

 

 

Llucià Pou Sabaté

 

Comentario para la memoria de san Juan María Vianney, el Santo Cura de Ars, 4 de agosto.

Comentario para la memoria de san Juan María Vianney, el Santo Cura de Ars, 4 de agosto.

Hoy la Iglesia celebra la memoria de san Juan María Vianney, el humilde párroco de Ars, modelo insigne del sacerdocio, espejo de penitencia, de oración, de celo pastoral y de amor a la Eucaristía.

Nacido en 1786 cerca de Lyon, en una época convulsa para la Iglesia, encontró innumerables obstáculos en sus estudios y formación. No era un hombre brillante a los ojos del mundo: escasa memoria, pocas dotes para la retórica, y sin embargo, el Señor lo eligió para realizar en él una de las obras más fecundas de la historia moderna de la Iglesia. Su parroquia, Ars, un pequeño y olvidado pueblo, se convirtió en un lugar de peregrinación espiritual para miles, atraídos no por prodigios visibles, sino por algo más poderoso: la santidad.

Un abogado de Lyon que volvió de Ars, al preguntarle qué había visto, respondió sencillamente: "He visto a Dios en un hombre."

Un sacerdote que lleva a Dios a los hombres y a los hombres a Dios

Juan Pablo II lo describió como un hombre sorprendente por su penitencia, familiar con Dios en la oración, profundamente humilde en medio de su creciente fama, y sobre todo, dotado de una finísima intuición para reconocer las disposiciones interiores de las almas y liberarlas de sus cargas. Su vida en el confesionario —hasta 16 horas diarias— fue su verdadero púlpito. Allí fue padre, médico, pastor, maestro y juez, con la ternura de Cristo y la firmeza de quien conoce el mal y el bien.

Fue también un hombre de desagravio. Lloraba con frecuencia al pensar en las ofensas a Dios, y ofrecía su penitencia por los pecadores. Conocía el peso del pecado, no por haberlo probado, sino por haberlo combatido, por haberlo sentido como una traición al Amigo fiel, como reza el salmo: "Eres tú, mi familiar, mi amigo, con quien compartía confidencias y caminábamos juntos a la casa del Señor."

Sacerdote cien por cien

"El sacerdocio no es una simple función", escribe Mons. Ocáriz, "sino que afecta toda la existencia". Y san Juan María Vianney encarnó esta verdad. Su ministerio no era parcial, ni funcional: era una entrega completa, sin fisuras. Todo en él hablaba de Dios. Todo en él llevaba a Dios.

Hoy rezamos por los sacerdotes. Como recordaba nuestro fundador, "todo lo que sea ayudar a un sacerdote es salvar miles de almas". Su fidelidad, su oración, su presencia entre los fieles es fuente inagotable de vida cristiana. El fruto de su labor apostólica, tantas veces oculta, queda en la diócesis, en las parroquias, en las almas, allí donde Dios ha querido plantar su cruz.

Por eso, la santidad sacerdotal no es un lujo: es una urgencia. Pedimos al Señor que sus sacerdotes sean amables, doctos, alegres, entregados, hombres de oración y de sacrificio, capaces de ver en cada alma una joya preciosa de Jesucristo, capaces de vivir "una vida tan por encima de lo humano" que cada palabra, cada gesto, cada decisión esté guiada por la fe.

Oración, confesión y Eucaristía: claves de un fuego que no se apaga

El Santo Cura de Ars decía que la oración es al alma como el agua al pez. Sin oración, el sacerdote pierde su savia interior. Y sin confesión —personal y ministerial— no puede guiar al pueblo en la conversión.

Pero el gran secreto de su vida fue su amor a la Eucaristía. Celebraba la Misa como si fuera su primera y su última, como hacen los santos. Como pedía san Juan Pablo II, vivía la liturgia con unción, sin estilo personalista ni rutinas, sino con fidelidad, respeto y hondura. De ahí brotaba su fuerza, su caridad, su luz.

Y no faltaba a su lado María, Madre del Sumo Sacerdote, primer Sagrario viviente, compañera inseparable de todo sacerdote fiel. En Ella encontraba consuelo, fortaleza y ejemplo. Ora pro nobis.

El sacerdote según el corazón de Dios

"Hay una ciencia a la que sólo se llega con santidad: y hay almas oscuras, ignoradas, profundamente humildes, sacrificadas, santas, con un sentido sobrenatural maravilloso… Estoy persuadido —y tengo experiencias concretas— de que esas almas sencillas son poderosas delante de Dios, y obran en sus oraciones prodigios apostólicos que pasan inadvertidos a los hombres".
(san Josemaría)

Cuando el Vicario General lo envió a Ars, le dijo:
"No hay mucho amor de Dios en esta parroquia; usted procurará introducirlo".

Lo que atraía a la gente no era la curiosidad por los milagros (que él trataba de ocultar), sino el presentimiento de encontrarse con un sacerdote santo. San Juan Pablo II lo describía así:
"Sorprendente por su penitencia, tan familiar con Dios en la oración, sobresaliente por su paz y su humildad en medio de los éxitos populares, y sobre todo tan intuitivo para corresponder a las disposiciones interiores de las almas y librarlas de su carga, particularmente en el confesionario".

Un abogado de Lyon, que volvía de Ars, fue preguntado:
—¿Qué has visto allí?
"He visto a Dios en un hombre".

¿Qué esperan los hombres del sacerdote?
"Un hombre que dé con sencillez y alegría… aquello que él solo puede dar: la riqueza de gracia, de intimidad divina, que a través de él Dios quiere distribuir a los hombres".

San Pío X decía: "El sacerdote debe gustar, exponer y aconsejar lo que conduce al Cielo; debe llevar una vida tan por encima de lo humano que, cuanto hace por razón de su ministerio, debe hacerlo según Dios, inspirado y guiado por la fe.
Ahora bien, esta disposición del alma, esta espontánea unión con Dios, se alcanza y se defiende con el cuidado de la meditación cotidiana".

Hoy pedimos al Señor sacerdotes santos, amables, doctos, que traten las almas como joyas preciosas de Jesucristo, que sepan renunciar a sus planes personales por amor a los demás.

Pío XI afirmaba: "Desde la cuna hasta la tumba —más aún, hasta el Cielo— el sacerdote es para los fieles guía, consuelo, ministro de salvación, distribuidor de gracias y bendiciones".

lunes, 4 de agosto de 2025

Domingo de la semana 18 de tiempo ordinario; ciclo C: Jesús nos enseña que las personas hay que amarlas y las cosas usarlas, en lugar de lo que pasa con frecuencia: que amamos las cosas y usamos las personas

Domingo de la semana 18 de tiempo ordinario; ciclo C: Jesús nos enseña que las personas hay que amarlas y las cosas usarlas, en lugar de lo que pasa con frecuencia: que amamos las cosas y usamos las personas

A. Lecturas

1. Eclesiastés (1,2;2,21-23):

¡Vanidad de vanidades!, —dice Qohélet—. ¡Vanidad de vanidades; todo es vanidad!
Hay quien trabaja con sabiduría, ciencia y acierto, y tiene que dejarle su porción a uno que no ha trabajado. También esto es vanidad y grave dolencia.
Entonces, ¿qué saca el hombre de todos los trabajos y preocupaciones que lo fatigan bajo el sol?
De día su tarea es sufrir y penar; de noche no descansa su mente. También esto es vanidad.

2. Salmo 89

Tú reduces el hombre a polvo,
diciendo: «Retornad, hijos de Adán».
Mil años en tu presencia son un ayer que pasó;
una vela nocturna.

Si tú los retiras
son como un sueño,
como hierba que se renueva
que florece y se renueva por la mañana,
y por la tarde la siegan y se seca.

Enséñanos a calcular nuestros años,
para que adquiramos un corazón sensato.
Vuélvete, Señor, ¿hasta cuando?
Ten compasión de tus siervos.

Por la mañana sácianos de tu misericordia,
y toda nuestra vida será alegría y júbilo.
Baje a nosotros la bondad del Señor
y haga prósperas las obras de nuestras manos.
Sí, haga prósperas las obras de nuestras manos.

3. Colosenses (3,1-5.9-11):

Hermanos:
Si habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra.
Porque habéis muerto; y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida vuestra, entonces también vosotros apareceréis gloriosos, juntamente con él.
En consecuencia, dad muerte a todo lo terreno que hay en vosotros: la fornicación, la impureza, la pasión, la codicia y la avaricia, que es una idolatría.
¡No os mintáis unos a otros!: os habéis despojado del hombre viejo, con sus obras, y os habéis revestido de la nueva condición que, mediante el conocimiento, se va renovando a imagen de su Creador, donde no hay griego y judío, circunciso e incircunciso, bárbaro, escita, esclavo y libre, sino Cristo, que lo es todo, y en todos.

4.   Lucas 12, 13-21: «Uno de entre la multitud le dijo: «Maestro, di a mi hermano que reparta la herencia conmigo». Pero él le respondió: «Hombre, ¿quién me ha constituido juez o repartidor entre vosotros?». Y añadió: «Estad alerta y guardaos de toda avaricia, porque si alguien tiene abundancia de bienes, su vida no depende de aquello que posee». Y les propuso una parábola diciendo: «Las tierras de cierto hombre rico dieron mucho fruto, y pensaba para sus adentros: "¿qué haré, pues no tengo donde guardar mi cosecha?". Y dijo: "Esto haré: voy a destruir mis graneros, y construiré otros mayores, y allí guardaré todo mi trigo y mis bienes. Entonces diré a mi alma: alma, ya tienes muchos bienes almacenados para muchos años. Descansa, come, bebe, pásatelo bien". Pero Dios le dijo: "Insensato, esta misma noche te reclamarán el alma; lo que has preparado, ¿para quién será?". Así ocurre al que atesora para sí y no es rico ante Dios».      

B. Comentario:

1. El Evangelio del domingo arroja luz sobre un problema fundamental para el hombre: el del sentido de actuar y trabajar en el mundo, que Qohélet en la primera lectura [Eclesiastés] expresa en términos desconsoladores: «¡Vanidad de vanidades, todo es vanidad! ¿Qué saca el hombre de toda la fatiga con que se afana bajo el sol?».

Existe también una vía de salida al «todo es vanidad»: enriquecerse ante Dios. En qué consiste esta manera diferente de enriquecerse lo explica Jesús poco después, en el mismo Evangelio de Lucas: «Haceos bolsas que no se deterioran, un tesoro inagotable en los cielos, donde no llega el ladrón ni la polilla; porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón» (Lc 12, 33-34). Hay algo que podemos llevar con nosotros, que nos sigue a todas partes, también después de la muerte: no son los bienes , sino las obras; no lo que hemos tenido, sino lo que hemos hecho. Lo más importante de la vida no es por lo tanto tener bienes, sino hacer el bien. El bien poseído se queda aquí abajo; el bien hecho lo llevamos con nosotros.

Perdida toda fe en Dios, hoy con frecuencia muchos se encuentran en las condiciones de Qohélet, que no conocía aún la idea de una vida después de la muerte. La existencia terrena parece en este caso un contrasentido. Ya no se usa el término «vanidad», que es de sabor religioso, sino el de absurdo. «¡Todo es absurdo!» (R. Cantalamessa).

Qohelet nos hace comprender lo absurdo que es que los bienes que un hombre ha conseguido con su habilidad y acierto puedan ser heredados a su muerte por un holgazán. De este modo en el esfuerzo permanente por los bienes pasajeros hay como una especie de contradicción que se renueva en cada generación siguiente, mostrando así claramente la vanidad de toda voluntad terrena de tener.

2. "Ojalá escuchéis hoy su voz": Él, que nos ha pensado desde siempre, sabe cómo tenemos que caminar para vivir en plenitud, para alcanzar nuestro verdadero ser. En su amor nos sugiere qué hacer, qué no hacer y nos señala el camino a seguir.

Dios nos habla como a amigos porque quiere introducirnos en la comunión con Él. Si uno escucha su voz -dice nuestro salmo en su conclusión-, entrará en el "reposo" de Dios, es decir, en la tierra prometida, en la alegría del Paraíso.

Dios le hace sentir su voz a cada uno. Nos lo recuerda el Concilio Vaticano II: "En lo más profundo de su conciencia el hombre descubre la existencia de una ley que él no se dicta a sí mismo pero a la cual debe obedecer y, cuya voz, lo llama siempre que debe amar y practicar el bien y que debe evitar el mal; cuando es necesario le dice claramente a los sentidos del alma: haz esto, evita aquello. En realidad el hombre tiene una ley escrita por Dios en su corazón... (Chiara Lubich).

A veces hay muchas voces, y no sabemos o no queremos discernir la divina. También vamos aprendiendo, pasando del pecado, de la ignorancia ("Padre, perdónales que no saben lo que hacen") al amor y servicio generoso.

3. La segunda lectura saca la conclusión general: «Aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra». Pero lo celeste no son los tesoros, los méritos o las recompensas que nosotros hemos acumulado en el cielo, sino simplemente «Cristo». El es «nuestra vida», la verdad de nuestro ser, pues todo lo que somos en Dios y para Dios se lo debemos sólo a él, lo somos precisamente en él, «en quien están encerrados todos los tesoros».

«Dejaos construir» sobre él, nos aconseja el apóstol, aunque con ello el sentido esencial de nuestra vida permanezca oculto para los ojos del mundo. Debemos «dar muerte» a todas las formas de la voluntad de tener enumeradas por el apóstol, y que no son sino diversas variantes de la concupiscencia, por mor del ser en Cristo; y esta muerte es en verdad un nacimiento: un «revestirnos de una nueva condición», un llegar a ser hombres nuevos. En esta nueva condición desaparecen las divisiones que limitan el ser del hombre en la tierra («esclavos o libres»), mientras que todo lo valioso que tenemos en nuestra singularidad (Pablo lo llama carisma) contribuye a la formación de la plenitud definitiva de Cristo (Ef 4,11-16) (H. von Balthasar).

4. Te vio justo, Señor, ese que requirió tu ayuda: Señor, di a mi hermano que reparta conmigo la herencia. Es justo, pero tú, Jesús, le diste un consejo sobre el despojo de la codicia. Y dice s. Agustín: "¿Por qué reclamas las fincas? ¿Por qué reclamas la tierra? ¿Por qué tu parte en la herencia? Si careces de codicia lo poseerás todo. Ved lo que dijo quien carecía de ella: Como no teniendo nada y poseyéndolo todo (2 Cor 6,10). «Tú, pues, me pides que tu hermano te dé tu parte en la herencia. Yo —respondió— os digo: Guardaos de toda codicia. Tú piensas que te guardas de la codicia del bien ajeno; yo te digo: Guardaos de toda codicia. Tú quieres amar con exceso tus cosas y, por tus bienes, bajar el corazón del cielo; queriendo atesorar en la tierra, pretendes oprimir a tu alma». El alma tiene sus propias riquezas como la carne tiene las suyas" (sermón 107).

Jesús, aunque no quieres dar normas concretas para resolver cada problema económico y social -«¿quién me ha constituido juez o repartidor entre vosotros?»- sí quieres dar unas normas generales que guíen la moralidad de nuestras acciones: "Cuando damos a los pobres las cosas indispensables no les hacemos liberalidades personales, sino que les devolvemos lo que es suyo. Mas que realizar un acto de caridad, lo que hacemos es cumplir un deber de justicia" (San Gregorio Magno). "Al venir al mundo, el hombre no dispone de todo lo que es necesario para el desarrollo de su vida corporal y espiritual. Necesita de los demás. Ciertamente hay diferencias entre los hombres por lo que se refiere a la edad, a las capacidades físicas, a las aptitudes intelectuales o morales, a las circunstancias de que cada uno se pudo beneficiar, a la distribución de las riquezas. Los "talentos" no están distribuidos por igual" (Catecismo 1936). 

No viste en los hermanos amor sino codicia, por eso vas a la raíz del problema y tu consejo, Jesús, es claro: «guardaos de toda avaricia». El avaro nunca se contenta con lo que tiene, porque, en el fondo, su único fin está en la posesión de riqueza material. Y como es un fin que no llena, el avaro pierde absurdamente su vida en una continua búsqueda por acaparar dinero y poder. ¿Me creo necesidades por lujo, capricho, vanidad, comodidad, etc.? ¿Dónde tengo puesto el corazón?

El hombre de la parábola se trazó el siguiente plan de vida: «Descansa, como, bebe, pásatelo bien». «Un corazón que ama desordenadamente las cosas de la tierra está como sujeto por una cadena, o por un «hilillo sutil», que le impide volar a Dios» (J. Escrivá, Forja 487). La riqueza, como la electricidad, será buena o mala según como se use. Ayúdame, Jesús, a guardarme de toda avaricia, y a tener libre el corazón para ser más generoso con los demás y con Dios (Pablo Cardona).

 "Amontonad tesoros en el cielo" (Mt 6,19s). Por tanto sabemos que ante Dios lo importante no será la cantidad del tener sino la calidad del ser (cf. 1 Co 3,11-15). Esto se hace evidente sobre todo mediante la palabrita «sí». El que quiere tener, amontona riquezas «para sí»; el que tiene un ser de gran valor, renuncia a este «para sí» y piensa en su ser junto a Dios. Dios es el tesoro. «Donde está tu tesoro, allí está tu corazón» (Mt 6, 21). Si Dios es nuestro tesoro, entonces debemos estar íntimamente convencidos de que la riqueza infinita de Dios consiste en su entrega y autoenajenación, es decir, en lo contrario de la voluntad de tener.

Llucià Pou Sabaté

Lunes de la 18ª semana de Tiempo Ordinario (impar). El pan vivo de la Eucaristía es alimento para nuestra conciencia, para hacer la voluntad de Dios, por encima de partidismos y modas…

Lunes de la 18ª semana de Tiempo Ordinario (impar). El pan vivo de la Eucaristía es alimento para nuestra conciencia, para hacer la voluntad de Dios, por encima de partidismos y modas…

 

 

A. Lecturas

1. Números 11, 4b-15. En aquellos días, los israelitas dijeron: -« ¡Quién pudiera comer carne! Cómo nos acordamos del pescado que comíamos gratis en Egipto, y de los pepinos y melones y puerros y cebollas y ajos. Pero ahora se nos quita el apetito de no ver más que maná.» El maná se parecía a semilla de coriandro con color de bedelio; el pueblo se dispersaba a recogerlo, lo molían en el molino o lo machacaban en el almirez, lo cocían en la olla y hacían con ello hogazas que sabían a pan de aceite. Por la noche caía el rocio en el campamento y, encima de él, el maná. Moisés oyó cómo el pueblo, familia por familia, lloraba, cada uno a la entrada de su tienda, provocando la ira del Señor; y disgustado, dijo al Señor: -«¿Por qué tratas mal a tu siervo y no le concedes tu favor, sino que le haces cargar con todo este pueblo? ¿He concebido yo a todo este pueblo o lo he dado a luz, para que me digas: "Coge en brazos a este pueblo, como una nodriza a la criatura, y llévalo a la tierra que prometí a sus padres"? ¿De dónde sacaré pan para repartirla a todo el pueblo? Vienen a mi llorando: "Danos de comer carne." Yo solo no puedo cargar con todo este pueblo, pues supera mis fuerzas. Si me vas a tratar así, más vale que me hagas morir; concédeme este favor, y no tendré que pasar tales penas.»

 

2. Salmo 80, 12-13.14-15.16-17: R. Aclamad a Dios, nuestra fuerza.

Mi pueblo no escuchó mi voz, Israel no quiso obedecer: los entregué a su corazón obstinado, para que anduviesen según sus antojos.

¡Ojalá me escuchase mi pueblo y caminase Israel por mi camino!: en un momento humillaría a sus enemigos y volvería mi mano contra sus adversarios.

Los que aborrecen al Señor te adularían, y su suerte quedaría fijada; te alimentaría con flor de harina, te saciarla con miel silvestre.

 

3. Mateo 14,13-21: "En aquel tiempo, al enterarse Jesús de la muerte de Juan, el Bautista, se marchó de allí en barca, a un sitio tranquilo y apartado. Al saberlo la gente, lo siguió por tierra desde los pueblos. Al desembarcar, vio Jesús el gentío, le dio lástima y curó a los enfermos. Como se hizo tarde, se acercaron los discípulos a decirle: -«Estamos en despoblado y es muy tarde, despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren de comer.» Jesús les replicó: -«No hace falta que vayan, dadles vosotros de comer.» Ellos le replicaron: -«Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces.» Les dijo: -«Traédmelos.» Mandó a la gente que se recostara en la hierba y, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente. Comieron todos hasta quedar satisfechos y recogieron doce cestos llenos de sobras. Comieron unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños".

 

B. Comentario:

1. Leeremos durante cuatro días el libro de los Números, que continúa la historia de la peregrinación del pueblo de Israel por el desierto desde el Sinaí hasta Moab, a las puertas de la tierra prometida: los cuarenta años de odisea desde Egipto a Canaán. El desierto fue duro para el pueblo. El desierto es lo contrario de «instalación»: es la aventura del seguir caminando. El desierto ayuda a madurar. Pero lo que siempre continúan experimentando los israelitas es la cercanía de Dios, fiel a su Alianza.

-"Durante su marcha a través del desierto, los hijos de Israel volvieron a sus llantos..." A veces, en la vida, se ve todo negro, como al atravesar el desierto. La libertad siempre da miedo. El desierto es una aventura, el salto al vacío, a la «nada», sólo un camino abierto al infinito ante mí... con una sola certidumbre, que es preciso avanzar, caminar, continuar...

¿Quién nos dará carne para comer?» En efecto, la prueba, el tiempo del desierto es un terrible crisol. El pueblo de Israel no cesa de gemir. ¡Y tiene razones para ello! El hambre, la sed, la incertidumbre del porvenir, la muerte que ronda.

-"Moisés estaba muy afectado y se dirigió al Señor: ¿por qué tratas así a tu siervo? ¿De dónde sacaré carne para dársela a todo este pueblo cuando me atormenta con sus lágrimas? Es una carga demasiado pesada para mí... ¿Por qué me has impuesto el peso de todo este pueblo?» Una vez más la reacción del hombre de Dios es la oración. Una oración realista, que no es un ensueño, sino que acepta a manos llenas una situación concreta para presentarla a Dios. Una vez más vemos a Moisés como solidario con el pueblo e intercesor en nombre del mismo pueblo. No deja de ver el pecado de su pueblo que suscita la «ira» de Dios, pero implora el perdón. Como Moisés, el gran profeta, el santo, podemos, alguna vez decir a Dios: «¡Me has dado, Señor, una carga muy pesada!» Esta oración no sería una dimisión, sino una llamada positiva.

-"¡Ah! Si pudiera hallar gracia a tus ojos y ver apartada mi desventura". Finalmente la oración de Moisés se termina con una oración abierta cara al futuro: ayúdame. Señor, a cumplir todas mis responsabilidades. ¡Oración a la vez fuerte, discreta y resignada, que se expresa en forma interrogativa: "Si pudiera..." Me dirijo a Dios empleando también esa forma (Noel Quesson).

Dicen que en el desierto del Sinaí, las bandadas de pájaros, que agotados por la lucha contra el viento, caen sin fuerzas en el suelo. También hay árboles que en los meses de junio y julio producen una forma comestible, muy abundante por la mañana, y que constituye el alimento principal, cuando no el único, de los frecuentadores del desierto. Algunos ven ahí el maná, que va unido a la plegaria de Moisés y es signo de la providencia y de la elección de Dios.

2. Hay veces que se unen todas las cosas malas: «Mi pueblo no escuchó mi voz, Israel no quiso obedecer, los entregué a su corazón obstinado...». A Jesús le salía también la angustia de lo que vendría: «Padre, si es posible, que pase de mí este cáliz». Moisés es signo de esa oración de Jesús, que concluye poniendo su voluntad al servicio de la divina. Para sentir que el Señor nos escucha siempre: "Clamaste en la aflicción, y te libré".

Junto a eso, nos aconseja vivamente el Señor que estemos atentos a su voz: "Escucha, pueblo mío. (...) Ojalá me escuchases, Israel (...). Pero mi pueblo no escuchó mi voz, Israel no quiso obedecer. (...) Ojalá me escuchase mi pueblo". Ya que sólo con fidelidad en la escucha y en la obediencia podemos recibir plenamente los dones del Señor. Ser felices. Es un deseo de amor que aún no se ha cumplido, pues siempre estamos en camino: "Ojalá me escuchase mi pueblo, y caminase Israel por mi camino". Melancolía unida a un deseo de colmar de bienes al pueblo elegido. Nos hacemos capaces de recibir sus dones cuando nos abrimos a su amor, por eso se habla de victoria sobre sus enemigos, abundancia de "flor de harina" y saciarse "con miel silvestre". Orígenes nos dice que el Señor "los hizo entrar en la tierra de la promesa; no los alimentó con el maná como en el desierto, sino con el grano de trigo caído en tierra, que resucitó... Cristo es el grano de trigo; también es la roca que en el desierto sació con su agua al pueblo de Israel. En sentido espiritual, lo sació con miel, y no con agua, para que los que crean y reciban este alimento tengan la miel en su boca". Siempre está detrás la misericordia divina, su misterioso amor salvífico…

3. Jesús, al saber de la muerte de Juan Bautista te marchas de allí en barca a un sitio tranquilo y solitario. ¿Cuáles fueron tus sentimientos, Señor, cuando supiste la muerte de tu precursor, tu primo? Era la muerte de aquel que llamabas "el más grande de los profetas"... de aquél que te había preparado tus primeros discípulos: Andrés, Simón, Juan, pues habían sido discípulos del Bautista antes de que te siguieran... ¿Piensas en tu propia muerte de la que aquella es presagio? Como no ha llegado el momento de afrontar la Pasión, te escondes. Quizá también, sencillamente, porque en tu dolor sientes necesidad de llorar el duelo, pensando también en el dolor de tu madre, y rezar...

-"Pero la gente lo supo y lo siguió por tierra... Al desembarcar vio Jesús una gran muchedumbre, le dio lástima y se puso a curar los enfermos". No lograste aislarte, Señor, salvo durante la travesía del lago. Obediencia y servicio de tu ministerio. ¿Cómo reacciono yo cuando algo trastorna mis planes?... Esta enfermedad inesperada, esta nueva preocupación, esta responsabilidad que acaban de imponernos. Esta visita, esta llamada por teléfono, este servicio que esperan de nosotros, esta presencia bochornosa de los demás, estas gentes de las que se quisiera huir por unos momentos… quisiera ser como tú, Señor…

-"Por la tarde se acercaron los discípulos a decirle: "Estamos en despoblado y ya ha pasado la hora; despide a la multitud, que vayan a las aldeas y se compren comida". Jesús les contestó: "No necesitan ir, dadles vosotros de comer"". Jesús, les pides que actúen. Tú sigues haciendo milagros, cuando encuentras personas que como los apóstoles, se sienten instrumentos que se dejan llevar, porque tienen fe.

-"¡Aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces!" Es tan poca cosa...

-"Traédmelos". Mandó al gentío que se recostara en la hierba y, tomando los cinco panes y los dos peces... Poner mis pobres medios humanos en tus manos, Señor. Contemplo esos cinco pobres panecillos y esos dos simples peces en tus manos.

-"Alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos a su vez los dieron a la gente". Jesús, estás pensando en saciar de hambre a los necesitados. Pero son los mismos gestos y las mismas palabras que en la Cena (Mt 26,26). Aquí quieres decirnos también que no sólo de pan material vive el hombre. Es la Misa. Quieres alimentar espiritualmente a los hombres, responder a su hambre de absoluto: alimentarse de Dios... palabra de vida, pan de vida eterna (Noel Quesson).

Por eso los evangelios cuentan hasta seis veces la multiplicación de los panes. Moisés, Elías y Eliseo dieron de comer a la multitud en el desierto o en períodos de sequía y hambre. Pero tú, Jesús, cumples todas esas figuras cuando muestras tu corazón lleno de misericordia y tu poder divino como Enviado e Hijo de Dios. Cuando te nos das en la Pascua.

Son las dos cosas: la solidaridad del pan material («dadles vosotros de comer»). Y la misa, con el Padrenuestro que nos hace pedir el pan nuestro de cada día, el pan de la subsistencia y, luego, pasamos a ser invitados al Pan que es el mismo Señor Resucitado que se ha hecho nuestro alimento sobrenatural. Hay un doble pan porque el hambre también es doble: de lo humano y de lo trascendente. De la luz de los ojos a la luz interior de la fe, en el caso del ciego. Del agua del pozo al agua que sacia la sed para siempre, a la mujer samaritana. Lo mismo tendremos que hacer nosotros, los cristianos. El lenguaje de la caridad es el que mejor prepara los ánimos para que acepten también nuestro testimonio sobre los valores sobrenaturales (J. Aldazábal).

Quisiera seguir ese camino, Señor, en la oración de cada día, en la Eucaristía. "Diría que la adoración es reconocer que Jesús es mi Señor, que Jesús me señala el camino que debo tomar, me hace comprender que sólo vivo bien si conozco el camino indicado por él, sólo si sigo el camino que él me señala. Así pues, adorar es decir: "Jesús, yo soy tuyo y te sigo en mi vida; no quisiera perder jamás esta amistad, esta comunión contigo". También podría decir que la adoración es, en su esencia, un abrazo con Jesús, en el que le digo: "Yo soy tuyo y te pido que tú también estés siempre conmigo"" (Benedicto XVI). Ojalá que podamos decir con san Francisco aquella genial oración: «Allí donde haya odio que yo ponga amor»; es decir, allí donde no salgan las cuentas, que cuente con Dios.

 

Llucià Pou Sabaté