domingo, 16 de abril de 2017

Lunes de Pascua; ciclo A

Lunes de Pascua; ciclo A

El anuncio del ángel, y la alegría de la resurrección, vivida en la primera Iglesia
“En aquel tiempo, las mujeres partieron al instante del sepulcro con temor y gran alegría, y corrieron a dar la noticia a los discípulos. De pronto Jesús les salió al encuentro y les dijo: Alegraos. Ellas se acercaron, abrazaron sus pies y le adoraron. Entonces Jesús les dijo: No temáis; id y anunciad a mis hermanos que vayan a Galilea: allí me verán. Mientras ellas iban, algunos de la guardia fueron a la ciudad y comunicaron a los príncipes de los sacerdotes todo lo sucedido. Reunidos con los ancianos, después de haberlo acordado, dieron una buena suma de dinero a los soldados con el encargo de decir: Sus discípulos vinieron de noche y lo robaron mientras nosotros dormíamos. Si esto llegara a oídos del procurador nosotros le calmaremos y cuidaremos de vuestra seguridad. Ellos tomaron el dinero v actuaron según las instrucciones recibidas. Así se divulgó este rumor entre los judíos hasta el día de hoy” (Mateo 28,8-15).
1. En la antífona de Entrada nos preparamos para entrar en ese paraíso perdido: «El Señor nos ha introducido en una tierra que mana leche y miel, para que tengáis en los labios la Ley del Señor. Aleluya” (Ex 13,5-9). O bien «El Señor ha resucitado de entre los muertos, como lo había dicho; alegrémonos y regocijémonos todos, porque reina para siempre. Aleluya».
Comienzan los 50 días de pascua (de ahí “Pentecostés”), y durante la primera semana leemos relatos de la resurrección. Las cartas apostólicas muestran nuestra fe, la resurrección (p.ej. 1 Cor 15,3-8 sería de la década de los treinta en Palestina, y otros textos son de la liturgia, como los famosos Fil 2, 5s, Col 3 que leíamos ayer y durante toda la pascua...). Los relatos de la resurrección son narrativos y se escribieron después con interés por saber qué pasó. Así vemos los de Emaús, una vez vueltos a Jerusalén, que fueron saludados por los once con este anuncio: “El Señor en verdad ha resucitado y se ha aparecido a Simón” (Lc 24,34). Sería este pasaje –cuenta Ratzinger- el más antiguo texto sobre la resurrección que ha llegado hasta nosotros. Poco a poco, van reuniendo esos textos, como “Cristo murió según las Escrituras”, y “por nuestros pecados”, que relacionan la Alianza y los profetas (como explica Jesús a los de Emaús, que convenía que él sufriera).
Pedimos en la Colecta la ampliación de esta familia que Jesús ha formado: «Señor Dios, que por medio del bautismo haces crecer a tu Iglesia, dándole siempre nuevos hijos; concede a cuantos han renacido en la fuente bautismal, vivir siempre de acuerdo con la fe que profesaron».
La desobediencia de tomar del árbol de la ciencia del bien y del mal, es ahora obediencia, humildad y amor. Muerte que pone fin a la muerte. Vamos al texto de hoy:
-“Al amanecer del primer día de la semana, María Magdalena y la otra María”... Son amigas de Jesús. Han vuelto a la tumba de Jesús por amistad, como entre nosotros, después del sepelio de un ser querido suele hacerse una visita al cementerio. Son las mismas, precisamente, que en la tarde del viernes asistieron al amortajamiento (Mateo 27,55-56). No hay pues error posible sobre esta tumba. Saben ir con el amor… Sólo se ve bien con el corazón. Sólo el amor introduce en el conocimiento profundo de los seres con los que vivimos.
-“Después de haber visto al ángel del Señor, que les había dicho: "No temáis. Buscáis a Jesús, no está aquí, ha resucitado como había dicho". Se alejaron rápidamente del sepulcro... llenas de temor... ¡Dios está ahí! Hay dos signos claros de esa presencia: "el ángel", mensajero de Dios, y el "temor", por la presencia de lo divino. Yo también quisiera dejarme aprehender por esta Presencia.
-“Y con gran gozo corrieron a comunicarlo a los discípulos”. Temor y gozo, a la vez. Primera reacción: correr... ir a llevar la noticia... Son muchos los que "corren" la mañana de Pascua. Pedro y Juan pronto también correrán para ir a ver (Juan 20,4) ¿Tengo yo ese gozo? ¿Anuncio la "gozosa nueva" de Pascua?
-“Jesús les salió al encuentro diciéndoles: Dios os salve”. O bien “alegraos”, según las traducciones. Ellas, acercándose, le abrazaron los pies y se postraron ante Él. Es Jesús el que toma la iniciativa. Es Él quien se presenta, quien les da los "buenos días". Es siempre tan "humano" como antes. Probablemente les sonríe. Pero ellas, manifiestamente ¡están ante la majestad divina! Como derrumbadas, el rostro en tierra. Su gesto es de adoración.
 “Entonces Jesús les dice: "No temáis"”. Es lo que Dios dice siempre. El temor es un sentimiento natural ante Dios. Pero Dios nos dice: "No temáis". -"Id y decid a mis hermanos que vayan a Galilea y que allí me verán”. Jesús, netamente, envía a la misión. Si se da a conocer a algunos, no es para que nos regocijemos de ello... sino para que nos pongamos en camino hacia nuestros hermanos. "Id a avisar a mis hermanos." Todos estamos llamados a esa evangelización, a esa misión de anunciar la vida que nos prepara a la Vida, como seguimos pidiendo en el Ofertorio: «Recibe, Señor, en tu bondad, las ofrendas de tu pueblo, para que, renovados por la fe y el bautismo, consigamos la eterna bienaventuranza».
Los guardas fueron sobornados para que dijeran una mentira, que el cadáver fue robado: es la solución que los "enemigos" han encontrado para explicar la tumba vacía... que les estorbaba. Los jefes judíos no desmienten el "hecho": le buscan otra explicación... inverosímil (Noel Quesson). Hay ahí una ironía del Evangelio, pues cómo podían testificar que tales personas robaron el cuerpo, alegando que mientras ellos dormían: si dormían, ¿cómo reconocieron a los ladrones? Mejor buscar la verdad que entretenerse con los mentirosos, pues «Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más; la muerte ya no tiene dominio sobre Él. Aleluya» (Rom 6,9, antif. Comunión), y queremos participar de esa vida, como rezamos en la Postcomunión: «Te pedimos, Señor, que la gracia del misterio pascual llene totalmente nuestro espíritu, para que, quienes estamos en el camino de la salvación, seamos dignos de tus beneficios».
La alegría de la resurrección. El Señor ha resucitado de entre los muertos, como lo había dicho, alegrémonos y regocijémonos todos, porque reina para siempre. ¡Aleluya! Se suprimen en este tiempo, estos días de la Octava, los ayunos y otras mortificaciones corporales, como símbolo de esta alegría del alma y del cuerpo. “Estar alegres es una forma de dar gracias a Dios por los innumerables dones que nos hace. Con nuestra alegría hacemos mucho bien a nuestro alrededor, pues esa alegría lleva a los demás a Dios. Dar alegría será con frecuencia la mejor muestra de caridad para quienes están a nuestro lado. Muchas personas pueden encontrar a Dios en nuestro optimismo, en la sonrisa habitual, en nuestra actitud cordial. Pensemos en la alegría de la Santísima Virgen, “abierta sin reservas a la alegría de la Resurrección; sus hijos en la tierra, volviendo los ojos hacia la madre de la esperanza y madre de la gracia, la invocamos como causa de nuestra alegría” (Pablo VI).
2. Veremos en pascua el nacer de los treinta primeros años de la Iglesia, hasta el año 63 después de Jesucristo. Primero en Jerusalén. Expansión de la Iglesia hacia Samaría y Siria. Luego vemos con San Pablo que se extiende por todo el oriente Medio y Grecia. Los «hechos» de los apóstoles tienen un "actor" principal; ¡el Espíritu! Jesús viviente en su Iglesia.
Pedro, de pie en medio de los once, decía con voz fuerte: “Escuchad... Jesús el Nazareno, el que matasteis en una cruz, Dios lo ha resucitado”. Los acontecimientos son recientes. En una ciudad limitada como Jerusalén, se conservan en el recuerdo de todos. Debieron de ver su cadáver, colgado por los clavos en el patíbulo. Pudieron ver también el lanzazo final que abrió el corazón del condenado. Y Pedro acaba de decirles: después de todo esto ¡nosotros le hemos vuelto a ver! ¡más vivo que antes! (Noel Quesson).

3. El salmo nos habla de Jesús: «Mi carne descansa confiada: Tú no puedes abandonar mi espíritu al abismo... No dejarás que tu Santo vea la corrupción”. Pedro, para un público de judíos, se refiere a la Biblia, cita este salmo, que comentó Juan Pablo II como “un salmo de intensa fuerza espiritual”, “un cántico luminoso, con espíritu místico, como sugiere ya la profesión de fe puesta al inicio: "Mi Señor eres tú; no hay dicha para mí fuera de ti" (v. 2). Así pues, Dios es considerado como el único bien. El salmo 15 desarrolla dos temas, expresados mediante tres símbolos. Ante todo, el símbolo de la "heredad", término que domina los versículos 5-6. En efecto, se habla de "lote de mi heredad, copa, suerte". Estas palabras se usaban para describir el don de la tierra prometida al pueblo de Israel. Ahora bien, sabemos que la única tribu que no había recibido un lote de tierra era la de los levitas, porque el Señor mismo constituía su heredad. El salmista declara precisamente: "El señor es el lote de mi heredad. (...) Me encanta mi heredad" (Sal 15,5-6). Así pues, da la impresión de que es un sacerdote que proclama la alegría de estar totalmente consagrado al servicio de Dios”. San Agustín comenta: "El salmista no dice: "Oh Dios, dame una heredad. ¿Qué me darás como heredad?", sino que dice: "Todo lo que tú puedes darme fuera de ti, carece de valor. Sé tú mismo mi heredad. A ti es a quien amo". (...) Esperar a Dios de Dios, ser colmado de Dios por Dios. Él te basta, fuera de él nada te puede bastar." La herencia es la gloria, el cielo.
El segundo tema es el de la comunión perfecta y continua con el Señor: “El salmista manifiesta su firme esperanza de ser preservado de la muerte, para permanecer en la intimidad de Dios, la cual ya no es posible en la muerte (cf. Sal 6,6; 87,6). Con todo, sus expresiones no ponen ningún límite a esta preservación; más aún, pueden entenderse en la línea de una victoria sobre la muerte que asegura la intimidad eterna con Dios”.
Vemos también el símbolo del "camino": "Me enseñarás el sendero de la vida" (v. 11). Es el camino que lleva al "gozo pleno en la presencia" divina, a "la alegría perpetua a la derecha" del Señor. Estas palabras se adaptan perfectamente a una interpretación que ensancha la perspectiva a la esperanza de la comunión con Dios, más allá de la muerte, en la vida eterna. En este punto, es fácil intuir por qué el Nuevo Testamento asumió el salmo 15 refiriéndolo a la resurrección de Cristo. San Pedro, en su discurso de Pentecostés, cita precisamente la segunda parte de este himno con una luminosa aplicación pascual y cristológica: "Dios resucitó a Jesús de Nazaret, librándole de los dolores de la muerte, pues no era posible que quedase bajo su dominio" (Hch 2,24). San Pablo, durante su discurso en la sinagoga de Antioquía de Pisidia, se refiere al salmo 15 en el anuncio de la Pascua de Cristo. Desde esta perspectiva, también nosotros lo proclamamos: "No permitirás que tu Santo experimente la corrupción. Ahora bien, David, después de haber servido en sus días a los designios de Dios, murió, se reunió con sus padres y experimentó la corrupción. En cambio, aquel a quien Dios resucitó -o sea, Jesucristo-, no experimentó la corrupción" (Hch 13,35-37)”.
Llucià Pou Sabaté
Santa Catalina Tekakwitha, virgen

Primera santa piel roja: Kateri Tekakwitha
“En esta época, cuando el principio del placer que domina nuestra sociedad, y cuando la gente gasta todo tipo de tiempo, esfuerzo y energía para eliminar la cruz del cristianismo y para escapar de las realidades a veces duras y responsabilidades de la vida cristiana madura, Kateri Tekakwitha se erige como un ejemplo heroico de cómo integrar el misterio de la cruz con el misterio de la resurrección de una manera que da honor y gloria a Dios y que garantiza un servicio de amor a su pueblo” (Monseñor Howard J. Hubbard, DD, Obispo de Albany, Nueva York)
Conocí de su existencia hace poco más de dos años. Uno de mis hijos pasó unos meses en Milwoky y la familia que le acogió, con una generosidad fuera de lo habitual, le regaló una reliquia de esta beata india, hija de una algonquína cristiana capturada por los iroqueses y un jefe de la tribu Mohak.
Al principio pensé que era un presente cuanto menos original. Llena de curiosidad empecé a buscar documentación sobre esta joven aborigen de la tribu de los iroqueses. Y he de confesar que la vida del ““Lirio- o flor de pascua-, de los Mohawks”, como así la llaman, me fascino desde el primer instante.
En primer lugar, porque como bien señala La Hermana Kateri Mitchell, directora ejecutiva de la Conferencia Nacional Tekakwitha, del mismo clan Turtle de la nación mohawk, “la vida de la beata Kateri fue el vínculo de las dos tradiciones culturales — las formas tradicionales (americana nativa) y el catolicismo (…) Ambas tradiciones me han hecho personalmente más fuerte. Tenemos nuestros valores tradicionales y nuestros valores cristianos, y encuentro que los dos son compatibles en mi vida para caminar por el sendero en forma más fuerte y con mayor dedicación”. (1)
En segundo lugar, porque la vida de Kateri no fue fácil pero si extraordinaria. Es más, si la repasamos con atención nos tropezamos con una mujer tenaz y valiente que no dudó en abrazar la fe aún consciente de que esta decisión le provocaría el rechazo y el desprecio de su pueblo. El Padre John Paret, jesuita y miembro del personal del Santuario de Nuestra Señora de los Mártires en Auriesville, Nueva York, y uno de los vicepostuladores de la causa de Kateri, señala que “en esos días, el que una niña india no se casara era simplemente fuera de lo común, pero ella dijo: ‘No, quiero ser esposa de Cristo’ y nadie pudo quitarle eso de su cabeza”. Es más, Kateri Tekakwitha se erige como un ejemplo heroico de cómo integrar el misterio de la cruz con el misterio de la resurrección de una manera que da honor y gloria a Dios y que garantiza un servicio de amor a su pueblo”. (2)
Su espíritu de mortificación- en algunas ocasiones por el afán de expiar los excesos carnales de su pueblo, en otras como “actos de amor y agradecimiento” a Cristo y a la Santísima Virgen- , la llevo incluso a colocar brasas encendidas entre los dedos de los pies, hacer la oración de rodillas en la nieve, o dormir en un lecho de espinas como San Luis Gonzaga.
Además, me sorprende- por lo novedoso e inusual para la época-, como encontraba a Dios en las tareas ordinarias de su vida, como señalaba su director espiritual, el Padre Pierre Cholene , recogidas en la Positio de la causa de beatificación: “Ella logró, sin ningún otro maestro que el Espíritu Santo, un don sublime de la oración,(…) No lo hizo, sin embargo, a la exclusión de las realidades y los deberes de su vida, y de hecho tenía la sensación de que toda la realidad era el lugar donde podía ser buscada y encontrada (…) Al unirse a sí misma a Dios ella se adjunta al trabajo, como a un medio muy adecuado de la unión con Él, así como para conservar durante todo el día las buenas inspiraciones que había recibido en el por la mañana al pie del altar”.
Por esta razón, no es de extrañar que Juan Pablo II, el 22 de junio de 1980, en la Beatificación de cinco nuevos beatos entre los que se encontraba esta joven virgen piel roja, nos recordara que: “esta dulce, frágil y fuerte figura de una joven, muerta a los 24 años de edad: Catalina Tekakwitha, el «lirio de los Mohawks», la primera virgen iroquesa, (…) es gentil, dócil, laboriosa y pasa el tiempo trabajando, rezando y meditando. A los 20 años recibe el bautismo. Incluso en las temporadas de caza, siguiendo a su propia tribu, continúa sus ejercicios de piedad, que realiza ante una tosca cruz, que ella misma ha tallado en la selva. Invitada por su familia al matrimonio, responde con mucha serenidad y firmeza que tiene a Jesús como único esposo; tal decisión, consideradas las condiciones sociales de la mujer en las tribus indias de aquel tiempo, supone para Catalina el riesgo de vivir marginada y en la miseria. Es un gesto valeroso, contracorriente, profético: el 25 de marzo de 1679, a los 23 años, Catalina, con el consentimiento de su director espiritual, hace voto de perpetua virginidad, el primero conocido, de esa índole, entre los indios de Norteamérica.
Los últimos meses de su vida son una manifestación cada vez mayor de su fe sólida, de su límpida humildad, de su serena resignación, de su gozo luminoso, aun en medio de atroces sufrimientos. Sus últimas palabras, sencillas y sublimes, susurradas en trance de muerte, sintetizan, como cántico altísimo, una vida de purísima caridad: «Jesús, te amo»”.(3)

El 21 de octubre de 2012 fue proclamada santa por el papa Benedicto XVI en la Basílica de San Pedro.
SU VIDA
En la (web site oficial del Santuario Nacional de la beata Kateri Tekakwitha http://www.katerishrine.com/ ) en Fonda (New York) encontramos esta pequeña biografía:
“Kateri Tekakwitha fue una joven Mohawk que vivió en el siglo XVII. La historia de su conversión al cristianismo, su coraje en la cara de sufrimiento y de su santidad extraordinaria es una inspiración para todos los cristianos. (…) Kateri nació en 1656 de una madre Algonquin y un jefe Mohawk en la aldea fortificada de Mohawk Canaouaga o Ossernenon (hoy en dia, Auriesville) en el estado de Nueva York. Cuando tenía sólo 4 años de edad sus padres y su hermano murieron de una epidemia de viruela. Kateri sobrevivió a la enfermedad, pero dejó su cara marcada y con una discapacidad grave en su vista.
Debido a su mala visión, Kateri fue nombrado “Tekakwitha", que significa “la que se tropieza con las cosas". Kateri fue recogida por su tío, que se opuso duramente al cristianismo. Cuando tenía 8 años de edad, la familia de acogida de Kateri, de acuerdo con las costumbres iroquesas, la emparejó con un niño a la espera de que se casarían. Sin embargo, Kateri quería dedicar su vida a Dios. Su tío desconfiaba de los colonos debido a la forma en que trataban a los indios y que fueron los responsables de la introducción de la viruela y otras enfermedades mortales en la comunidad indígena.
Cuando Kateri tenía diez años, en 1666, una partida de guerra compuesta por soldados franceses e indios hostiles de Canadá destruyó las fortalezas de Mohawk situados en la orilla sur del rio Mohawk, incluyendo Ossernenon. Los mohawks supervivientes se trasladaron a la parte norte del río y construyeron su pueblo fortificado cerca del actual pueblo de Fonda. Kateri vivió en Caughnawaga, sede del Santuario de la actualidad, durante sus siguientes diez años.
Cuando Kateri tuvo 18 años de edad, comenzó las instrucciones de la fe católica en secreto. Su tío, finalmente cedió y dio su consentimiento para que Kateri se convirtiera al cristianismo, a condición de que ella no tratara de salir de la aldea india. Por unirse a la Iglesia Católica, Kateri fue ridiculizada y despreciada por los aldeanos. Fue sometida a acusaciones injustas y su vida se vio amenazada. Casi dos años después de su bautismo, en el lugar donde hoy se erige el Santuario de Kateri, se escapó a la Misión de San Francisco Javier, un asentamiento de indios cristianos en Canadá.
El pueblo en Canadá llamado Caughnawaga (Kahnawake). Aquí era conocida por su dulzura, amabilidad y buen humor. El día de Navidad 1677 Kateri hizo su primera comunión y en la Fiesta de la Anunciación en 1679 hizo voto de virginidad perpetua. Asimismo, se ofreció a la Santísima Madre para que la aceptara como una hija.
Durante su estancia en Canadá, Kateri enseñaba oraciones a los niños y trabajaba con los ancianos y enfermos. Ella solía ir a misa, tanto al amanecer como al atardecer. Ella era conocida por su gran devoción al Santísimo Sacramento y de la Cruz de Cristo.
Durante los últimos años de su vida, Kateri soportó un gran sufrimiento de una enfermedad grave. Ella murió el 17 de abril de 1680, poco antes de cumplir 24 años, y fue enterrado en Kahnawake, Quebec, Canadá.
Las últimas palabras de Kateri fueron:. “Jesos Konoronkwa”, que significa: “Jesús, Te amo”
Los testigos informaron de que a los pocos minutos de su muerte, las marcas de viruela le desaparecieron por completo y su rostro resplandecía con encanto radiante.
Antes de su muerte, Kateri prometió a sus amigos que iba a seguir amando y orar por ellos en el cielo. Tanto los nativos americanos y los colonos, de inmediato, comenzaron a orar por su intercesión celestial. Varias personas, incluyendo a un sacerdote que asistió a Kateri durante su última enfermedad, informaron que Kateri se les había aparecido y muchos milagros de sanación fueron atribuidos a ella".
Novena a la Beata KateriKateri, hija favorita, Flor de la algonquinos y lirio de los mohawks, venimos a buscar tu intercesión en nuestra necesidad actual: (mencionar aquí).
Admiramos las virtudes que adornaban tu alma: el amor a Dios y al prójimo, la humildad, la obediencia, la paciencia, la pureza y el espíritu de sacrificio.
Ayúdanos a imitar tu ejemplo en nuestra vida. A través de la bondad y la misericordia de Dios, que te bendijo con tantas gracias que te llevaron a la verdadera fe y con un alto grado de santidad, ruega a Dios por nosotros y ayúdanos.
Concédenos una devoción muy ferviente de la Sagrada Eucaristía para que podamos amar a la Santa Misa como tu lo hiciste y recibir la Santa Comunión con la frecuencia que nos sea posible. Enséñanos también a ser devotos como tú, de nuestro Salvador crucificado, que con gozo podamos llevar nuestras cruces de cada día por amor a El. Quien tanto ha sufrido por amor a nosotros. Más que todo te ruego que ores para que podamos evitar el pecado, llevar una vida santa y salva nuestras almas. Amén.
En acción de gracias a Dios por las gracias concedidas a Kateri: un Padre Nuestro, Avemaría y Gloria tres de Be. Kateri, la flor de los algonquinos y lirio de los mohawks, ruega por nosotros.(4)
(1)Tom Tracy escribe desde West Palm Beach, Florida
(2)Tres cualidades de Kateri Tekakwitha, el obispo Hubbard
(3)Juan Pablo II, Santa misa para la proclamación de cinco nuevos beatos,22 de junio de1980)
(4) Del libro del Padre Lovasik: Kateri de los mohawks

Domingo de Pascua; ciclo A

Domingo de Pascua; ciclo A

La Resurrección de Jesús, fundamento de nuestra filiación divina, la fe en ella se convierte en fuente de esperanza y causa de la alegría
“El primer día de la semana va María Magdalena de madrugada al sepulcro cuando todavía estaba oscuro, y ve la piedra quitada del sepulcro. Echa a correr y llega donde Simón Pedro y donde el otro discípulo a quien Jesús quería y les dice: «Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto».Salieron Pedro y el otro discípulo, y se encaminaron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió por delante más rápido que Pedro, y llegó primero al sepulcro. Se inclinó y vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llega también Simón Pedro siguiéndole, entra en el sepulcro y ve las vendas en el suelo, y el sudario que cubrió su cabeza, no junto a las vendas, sino plegado en un lugar aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado el primero al sepulcro; vio y creyó, pues hasta entonces no habían comprendido que según la Escritura Jesús debía resucitar de entre los muertos” (Juan 20,1-9).
1. Pascua es el paso de la muerte a la vida. Cristo crucificado ha resucitado y ha vencido al mundo. El amor es más fuerte que el odio, ha vencido y tenemos que asociarnos a esta victoria del amor. En una estancia por Madrid, por la calle, pude conocer a un hombre algo anciano, que no podía aguantar contar su alegría a alguien, y me contó. Había llegado a la capital después de la guerra, y entre pesares pudo ir adelante, recogiendo colillas y papeles y otros desechos. Allí fue bautizado, pero pronto abandonó la práctica religiosa porque no se atrevía, se veía indigno. Pasaron los años y le pasó de todo. Acabó en la cárcel, 12 años estuvo en tiempos del anterior régimen. Perdió un tobillo en un accidente (le colocaron una prótesis) y al poco murió su mujer. En medio de muchos pesares, y sin saber qué rumbo tomar, salió a ver procesiones de Semana Santa, y decía: “ayer, al ver el paso del Cristo de los gitanos, no pude aguantar más y me puse a llorar como un niño... Quiero volver al trato con Dios, volver al momento en que lo dejé…” Tenía ganas de portarse mejor, de cambiar de vida, de hacer algo... confesó y fue a los Oficios, para comulgar. Qué tendría aquella mirada del Cristo de los gitanos...
«¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado» (Lucas 24,5-6), preguntó el ángel a las santas mujeres aquel primer domingo de pascua, y como una onda que pasa transversalmente a través de los siglos, parece que aletean en el aire estas palabras del ángel, para que el anuncio de la resurrección de Jesús llegue a toda persona de buena voluntad y todos nos sintamos protagonistas en construir un mundo mejor. Porque en medio de tantos rincones del planeta envueltos en zumbidos de guerras y lágrimas, late este mensaje de esperanza, que nos dice que es posible vencer en la apuesta de la tolerancia y de la solidaridad, es posible tener capacidad y coraje para un desarrollo respetuoso de cada ser humano.
Después que hubieran puesto la experiencia de Jesús resucitado por escrito, la fe de los primeros cristianos quiso conocer los hechos anecdóticos, los acontecimientos según el orden de los sucesos, y antes de que murieran los Apóstoles se fueron recogiendo los relatos, que se fueron escribiendo según el orden de los Evangelistas, y con sus variantes y tradiciones fueron componiéndose los Evangelios.
Pienso que primero Jesús se aparece en su interior a la Virgen y le comunica, en la madrugada del domingo, es decir hoy, que ha resucitado. Este gozo lo comunican los ángeles a las mujeres, que anuncian la nueva a los Apóstoles, primero Simón y Juan que van y creen, al ver los lienzos como “desinflados”. María Magdalena se queda allí, y habla con Jesús creyendo que es el hortelano hasta que la llama por su nombre: “María” y ella le reconoce. Esto nos hace ver que Jesús en su cuerpo glorioso –que no tiene materia, que puede pasar por espacios sólidos y cruzar en el mismo tiempo varios lugares- se aparece a quien quiere, y quizá también a quien está preparado para ver, como vemos en la siguiente aparición, los de Emaús: por el camino les explica las Escrituras, y se encienden al ver que desde Moisés y los profetas hablan de que Jesús tiene que sufrir antes de resucitar (toda la cuaresma hemos leído estos pasajes) y luego le dicen que se quede (se hace de noche, cuando Él no está) y Él cena con ellos, y al partir el pan lo reconocen. En esta aparición vemos las dos escenas de la Misa: la lectura viva de la Palabra que enciende nuestros corazones, y nos prepara para verle en la fracción del pan, segunda parte de la Misa, en la mesa del altar. Luego, siguiendo con las apariciones, lo hace aquella misma noche de pascua a los apóstoles ya reunidos, y luego el domingo siguiente –es una repetición dominical- y otro más en el lago, y luego por último el día de la Ascensión.
En las palabras de María Magdalena resuena probablemente la controversia con la sinagoga judía, que acusaban a los discípulos de haber robado el cuerpo de Jesús para así poder afirmar su resurrección. Los discípulos no se han llevado el cuerpo de Jesús. Más aún, al encontrar doblados y en su sitio la sábana y el sudario, queda claro que no ha habido robo.
Corrieron ellos, entraron, vieron solamente las vendas, pero no el cuerpo y creyeron que había desaparecido, no que hubiese resucitado. Al verlo ausente del sepulcro, creyeron que lo habían sustraído y se fueron”. En este día santo "lucharon vida y muerte / en singular batalla / y, muerto el que es Vida, / triunfante se levanta" (Secuencia de Pascua). Y ya tenemos las primeras aplicaciones a nosotros: nuestro pensar, sentir, hablar, el unir nuestra acción con la idea de Dios, el buscar la realidad de su amor, éste es el camino para entrar en el espacio de la inmortalidad.
Ratzinger señala que el amor tiende a morir a uno mismo, esto hace fructificar; el egoísmo, que trata de evitar esa muerte, ese es el que precisamente empobrece y vacía a los hombres. Solamente el grano de trigo que muere fructifica. El egoísmo destruye el mundo. Dios, que es amor, nos hace entender que el amor no se acaba con la muerte, que después de esta etapa hay otra para siempre. Que Dios no quiere lo malo, pero lo permite en su respeto a la libertad, sabiendo reconducirlo con Jesús hacia algo mejor… la muerte para la fe cristiana es una participación en la muerte de Jesús, desde el bautismo estamos unidos a Él, en la Misa vivimos toda la potencia salvadora de la muerte hacia la resurrección.
Las fuerzas atávicas del mal, que volcaban en un inocente sus traumas y represiones (el chivo expiatorio) que por el demonio se vierte toda la agresividad en contra del Mesías, quedan truncadas. Pues en la muerte de Jesús esas fuerzas quedan vencidas, el círculo del odio queda sustituido por el círculo del amor; una nueva ola que alcanza –con su Resurrección- todos los lugares del cosmos en todos sus tiempos. "En su muerte en la cruz se realiza ese ponerse Dios contra si mismo, al entregarse para dar nueva vida al hombre y salvarlo: esto es amor en su forma más radical" (Benedicto XVI). Se establece la redención, la vuelta al paraíso original, a la auténtica comunión con todos y todo. Y cuando estamos en contacto con Jesús, en la comunión, también estamos con los que están con Él, de todos los lugares de todos los tiempos, con los que queremos y ya se han ido de nuestro mundo y tiempo.
Este es el misterio pascual de Jesús, el paso de la muerte a la Vida, la luz que se enciende con la nueva aurora. El cuerpo que se entierra es semilla –grano de trigo que muere y da mucho fruto- para una vida más plena, de resurrección.
El amor humano nos hace entender ese amor eterno, pues el amor nace para ser eterno, aunque cambiemos de casa quedamos unidos a los que amamos. Jesús nos enseña plenamente el diccionario del amor, nos habla del amor de un Dios que es padre y que nos quiere con locura, y dándose en la Cruz, hace nuevas todas las cosas, en una renovación cósmica del amor: las cosas humanas, sujetas al dolor y la muerte, tienen una potencia salvífica, se convierten en divinas.
Estos días queremos vivir el misterio, abrir los ojos como las mujeres al buscar a Jesús en la mañana de pascua, y les dice el ángel, aquel primer domingo: “¿por qué buscáis entre los muertos aquel que está vivo? No está aquí, ha resucitado”. Queremos ver más allá de lo que se ve, beber de ese amor verdadero que es eterno, para iluminar nuestros días con ese día de fiesta, de esperanza cierta. La misa de Pascua está llena de gozo, del gozo de la Vida que nos comunica el  Resucitado: “Señor Dios, que en este día nos has abierto las puertas de la vida por medio de tu Hijo, vencedor de la muerte, concédenos a los que celebramos la solemnidad de la resurrección de Jesucristo, ser renovados por tu Espíritu para resucitar en el reino de la luz y de la paz”, pedimos en la Oración colecta.
Es el día en que Jesús «manifiesta plenamente el hombre al mismo hombre y le descubre su altísima vocación» (Gaudium et Spes 22). El gran signo que hoy nos da el Evangelio es que el sepulcro de Jesús está vacío. Ya no tenemos que buscar entre los muertos a Aquel que vive, porque ha resucitado. Y los discípulos, que después le verán Resucitado, es decir, lo experimentarán vivo en un encuentro de fe maravilloso, captan que hay un vacío en el lugar de su sepultura. Sepulcro vacío y apariciones serán las grandes señales para la fe del creyente. El Evangelio dice que «entró también el otro discípulo, el que había llegado el primero al sepulcro; vio y creyó». Supo captar por la fe que aquel vacío y, a la vez, aquella sábana de amortajar y aquel sudario bien doblados eran pequeñas señales del paso de Dios, de la nueva vida. El amor sabe captar aquello que otros no captan, y tiene suficiente con pequeños signos. El «discípulo a quien Jesús quería» se guiaba por el amor que había recibido de Cristo. “Ver y creer” de los discípulos que ha de ser también nuestro.
2. Tenemos aquí un compendio de la predicación de Pedro, que habla solidariamente con todos los apóstoles: "Nosotros somos testigos..." ¿de qué? De que Jesús es el Cristo, el Señor. El Cristo predicado es el Jesús histórico.
Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia”El amor de Dios se ve en el salmo, que Jesús rezó al ofrecerse. Como decía Juan Pablo II, "si no hubiera existido esa agonía en la Cruz, la verdad de que Dios es Amor estaría por demostrar."
"La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular". Jesús cita esta frase, aplicándola a su misión de muerte y de gloria, después de narrar la parábola de los viñadores homicidas (cf. Mt 21,42). También la recoge san Pedro en los Hechos de los Apóstoles: "Este Jesús es la piedra que vosotros, los constructores, habéis desechado y que se ha convertido en piedra angular. Porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos".
3. Los primeros relatos que tenemos de la pascua son las cartas apostólicas, que recogen lo que vivían los primeros cristianos en su primitiva liturgia: el hecho de la resurrección. Pensar en las cosas de arriba donde está Jesús, “gustar” de esas cosas… son reminiscencias de esos himnos litúrgicos que recibe S. Pablo y que re-piensa en su teología: es posible la nueva vida; porque todavía no se ha manifestado, es necesario dar frutos de vida eterna. Nuestra vida se mueve entre el "ya" y el "todavía-no".
Se nos invita a pensar en "los bienes de arriba". Sin dejar de estar en la tierra. Cuando Cristo aparezca, se mostrará en Él nuestra vida y entonces veremos lo que ahora somos ya en Cristo. S. Agustín comenta esta expresión: “Si habéis resucitado con Cristo... ¿Cómo vamos a resucitar si aún no hemos muerto? ¿Qué quiso decir entonces el Apóstol con estas palabras: Si habéis resucitado con Cristo? ¿Acaso Él hubiese resucitado de no haber muerto antes? Hablaba a personas que aún vivían, que todavía no habían muerto y ya habían resucitado. ¿Qué significa esto? Ved lo que dice: ‘Si habéis resucitado con Cristo, gustad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios; buscad las cosas de arriba, no las de la tierrapues estáis muertos y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando aparezca Cristo, vuestra vida, también vosotros apareceréis entonces en la gloria con Él’”.
Llucià Pou Sabaté

viernes, 14 de abril de 2017

Sábado Santo. Vigilia Pascual

Sabado Sto. Vigilia Pascual

Jesús pasa de la muerte a la Vida, y con su glorificación nos abre las puertas del paraíso
“Pasado el sábado, al alborear el primer día de la semana, María Magdalena y la otra María fueron a ver el sepulcro. De pronto se produjo un gran terremoto, pues el ángel del Señor bajó del cielo y, acercándose, hizo rodar la piedra y se sentó encima de ella. Su aspecto era como el relámpago y su vestido blanco como la nieve. Los guardias, atemorizados ante él, se pusieron a temblar y se quedaron como muertos. El ángel se dirigió a las mujeres y les dijo: «Vosotras no temáis, pues sé que buscáis a Jesús, el Crucificado; no está aquí, ha resucitado, como lo había dicho. Venid, ved el lugar donde estaba. Y ahora id enseguida a decir a sus discípulos: "Ha resucitado de entre los muertos e irá delante de vosotros a Galilea; allí le veréis." Ya os lo he dicho.» Ellas partieron a toda prisa del sepulcro, con miedo y gran gozo, y corrieron a dar la noticia a sus discípulos. En esto, Jesús les salió al encuentro y les dijo: «¡Dios os guarde!» Y ellas, acercándose, se asieron de sus pies y le adoraron. Entonces les dice Jesús: «No temáis. Id, avisad a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán»”(Mateo  28,1-10).
1. “Pasado el sábado, al alborear el primer día de la semana, María Magdalena y la otra María fueron a ver el sepulcro”. Un poeta francés escribió un sueño, de quien se encontraba sin Dios, sin Padre… al despertar, alabó al Señor por el don de su misericordia, de su resurrección y la nuestra, pues la pesadilla le hizo valorar más la fe… así pienso que las santas mujeres vivirían una alegría inmensa cuando “de pronto se produjo un gran terremoto, pues el ángel del Señor bajó del cielo y, acercándose, hizo rodar la piedra y se sentó encima de ella. Su aspecto era como el relámpago y su vestido blanco como la nieve. Los guardias, atemorizados ante él, se pusieron a temblar y se quedaron como muertos. El ángel se dirigió a las mujeres y les dijo: «Vosotras no temáis, pues sé que buscáis a Jesús, el Crucificado; no está aquí, ha resucitado, como lo había dicho. Venid, ved el lugar donde estaba. Y ahora id enseguida a decir a sus discípulos: "Ha resucitado de entre los muertos e irá delante de vosotros a Galilea; allí le veréis." Ya os lo he dicho.»”
Se desarrolla una guerra en el mundo, y nuestro corazón es «campo de batalla en el que dos tendencias se disputan la primacía: el amor a la vida y el amor a la muerte» (E. Fromm). La muerte es el absurdo, la desesperación. La vida es la esperanza, la alegría de acoger a todos, la pasión por gozar de todo y comunicarlo a los demás: “Ellas partieron a toda prisa del sepulcro, con miedo y gran gozo, y corrieron a dar la noticia a sus discípulos. En esto, Jesús les salió al encuentro y les dijo: «¡Dios os guarde!» Y ellas, acercándose, se asieron de sus pies y le adoraron. Entonces les dice Jesús: «No temáis. Id, avisad a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán»”.
El himno “Victimae paschali laudes” («Alabanzas a la víctima pascual»), del siglo Xl, incluye un diálogo con María Magdalena: "¿Qué has visto de camino, María en la mañana?". Y María responde: «A mi Señor glorioso, la tumba abandonada, los ángeles testigos, sudarios y mortaja. ¡Resucitó de veras mi amor y mi esperanza! Venid a Galilea, allí el Señor aguarda; allí veréis los suyos la gloria de la pascua». María Magdalena es la gran protagonista de las primeras apariciones del Resucitado. Aquí la vemos con otras mujeres, a diferencia del evangelio de Juan, que acude sola al sepulcro. Desde siempre, en las distintas manifestaciones del arte popular, la Magdalena es una figura atrayente, modelo de conversión, y de cercanía a Jesús. A ella hoy queremos acudir también nosotros: «Dinos, María», cómo te transformó Jesús, cómo viviste su presencia resucitado, y lo que sentiste cuando Jesús te miraba a los ojos y al corazón… dinos  que valió la pena estar junto a la cruz del Señor, intentándole dar aunque sólo sea tu compañía y tu amor, y que el seguidor del maestro tiene que estar junto a las cruces del hombre de nuestro tiempo. Y «dinos, sobre todo, María», en esta noche de pascua, que podemos sentir que Cristo resucitado nos llama por nuestro propio nombre y nos dice siempre al corazón una palabra de aliento y esperanza. Que Cristo resucitó de veras que sigue hoy vivo ante mi propia vida (Javier Gafo).
2. Las lecturas del Antiguo Testamento tienen un ritmo interno bien conocido: la Ley y los Profetas, con los Salmos. En el primer grupo, la creación, el sacrificio de Abrahán y el paso del mar Rojo. En el segundo, la llamada al amor renovador (con una alusión intencionada a los días de Noé y al diluvio: referencia bautismal y eclesial) y las imágenes sapienciales de la alianza (el agua, el alimento, la Palabra) en los dos textos de Isaías; la llamada entusiasta a la fe, en el texto de Baruc; la promesa del don escatológico (un pueblo, un agua pura, un corazón y un espíritu nuevos), en el maravilloso texto de Ezequiel. En los salmos resuenan los temas de las lecturas que les preceden, destacándose los dos cánticos bíblicos: el de Moisés para la lectura del Éxodo y el de Isaías 12 como cántico bautismal (Pere Tena).
El Génesis nos narra el principio, cuando “creó Dios el cielo y la tierra. La tierra era un caos informe; sobre la faz del abismo, la tiniebla. Y el aliento de Dios se cernía sobre la faz de las aguas. Y dijo Dios: "Que exista la luz."” Y así cada día de su trabajo… separó el día y la noche, y puso lumbreras en la bóveda del cielo, “para señalar las fiestas, los días y los años… para dar luz sobre la tierra”. Y así hasta su obra maestra, vio Dios que era bueno. Y dijo Dios: "Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza; que domine los peces del mar, las aves del cielo, los animales domésticos, los reptiles de la tierra." Y creó Dios al hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó; hombre y mujer los creó. Y los bendijo Dios y les dijo: "Creced, multiplicaos, llenad la tierra y sometedla; dominad los peces del mar, las aves del cielo, los vivientes que se mueven sobre la tierra…" Y les hizo señores de todo. “Y vio Dios todo lo que había hecho; y era muy bueno. Pasó una tarde, pasó una mañana: el día sexto”.
Y descansó el día séptimo, anuncio del octavo que hoy celebramos, la nueva creación. Obra de Dios, por amor. Como el enamorado que busca al ser amado con una pasión que da sentido a su vida. Vive sólo para él y por él; piensa en él, existe con referencia a lo que el otro piensa, experimenta y vive. Ser buscado por alguien es la felicidad del que es amado. Somos buscados por Dios desde el principio. Y con impaciencia y pasión. Sí, somos fruto de la pasión de Dios, que nos dice: "La fuerza con que te amo no es distinta de la fuerza por la cual existes"” (Paul Claudel).
“Dios y Padre creador, / bendito sea tu nombre; / Tú nos has hecho a tu imagen / y nos has moldeado a semejanza tuya. / Llevamos ya estos nombres gloriosos: / hijos amados, / hombres nacidos de una palabra de amor. / Haz que nada desfigure nuestra belleza original, / sino que ésta florezca esplendorosa, / sin mancha ni arruga, / en la resurrección eterna” (“Dios cada día”, Sal terrae). De todas las cosas creadas, sólo el hombre es llamado "imagen de Dios". La faz del Dios invisible se halla sobre el frágil rostro del hombre.
"Vio Dios todo lo que había hecho; y era muy bueno". Es una visión positiva de la creación, la realidad material no es mala sino buena, la idea maniqueísta de que lo corporal es malo, no es bíblica ni cristiana. El tapiz de la creación, de la catedral de Gerona, habla con pinturas de esta realidad teológica: el mundo es bueno, salido de las manos de Dios, y las realidades de nuestro mundo son buenas, no hemos de renegar de nada, ni reprimir, sino –como dice el texto- trabajar el jardín, cuidar de la creación, dar gloria al Creador trabajando con Él en la superación del caos: Dios pone orden, separa, distingue. El Salmo canta por eso: “bendice, alma mía, al Señor: / ¡Dios mío, qué grande eres!... ¡Qué magníficas son tus obras, Señor! / Todas las cosas hiciste con sabiduría”.
El Génesis nos sigue contando que Abraham fue a sacrificar a su hijo, pero el Señor le mando a un ángel para impedirlo. Dios no quiere la muerte. Abraham tomó un carnero “y lo ofreció en sacrificio en lugar de su hijo”. Anunciabatu sacrificio, Jesús. Y escuchó la divina bendición: “te bendeciré, multiplicaré a tus descendientes como las estrellas del cielo y como la arena de la playa… Todos los pueblos del mundo se bendecirán con tu descendencia, porque me has obedecido." También ahí habla de ti, Señor, del nuevo pueblo de tu Iglesia. Nos hablas ahí de la obediencia de la fe. El Salmo dice: “el Señor es el lote de mi heredad y mi copa […] me encanta mi heredad… / Tengo siempre presente al Señor, / con Él a mi derecha no vacilaré. / Por eso se me alegra el corazón, / se gozan mis entrañas, / y mi carne descansa serena. / Porque no me entregarás a la muerte, / ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción. / Me enseñarás el sendero de la vida, / me saciarás de gozo en tu presencia, / de alegría perpetua a tu derecha”. Todo es anuncio de la resurrección, Dios es el único bien… la tierra prometida al pueblo de Israel: "Todo lo que Tú puedes darme fuera de ti, carece de valor. Sé Tú mismo mi heredad. A ti es a quien amo"” (san Agustín).
El Éxodo nos presenta a Moisés, cuando Dios le dice: "extiende tu mano sobre el mar y divídelo, para que los israelitas entren en medio del mar a pie enjuto”. No sabemos qué significa la muerte de los perseguidores, pues se mezcla historia y revelación. Pero ahí vemos el paso por las aguas, el bautismo. Y vemos el canto en honor del Señor: "Cantaré al Señor […] es mi fuerza y mi protección, Él me salvó”. Es el gran relato del paso de la esclavitud a ser hijos, el acto fundador del pueblo: habla del nuevo pueblo que tú has creado, Señor, con tu pascua, como  rezamos en la oración: “Oh Dios, que has  iluminado los prodigios de los tiempos antiguos con la luz del Nuevo  Testamento: el mar Rojo fue imagen de la fuente bautismal, y el  pueblo liberado de la esclavitud imagen de la familia cristiana...” Jesús se  convierte en el nuevo Moisés y el agua que era considerada mala, es ahora vida.
Las tres siguientes lecturas, de los profetas, anuncian al pueblo el amor de Dios, el amor inmenso que jamás falla, que siempre espera. El amor que es más fuerte que todas las infidelidades, que todas las debilidades de los hombres. Isaías es el primero: “el que te hizo te tomará por esposa”; la mujer abandonada y abatida oye ahora: “con misericordia eterna te quiero -dice el Señor, tu redentor-, “no se retirará de ti mi misericordia, ni mi alianza de paz vacilará -dice el Señor, que te quiere-”: la nueva etapa de amor no tendrá fin: “Te ensalzaré, Señor, porque me has librado... sacaste mi vida del abismo, me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa”. Tu resurrección es también la mí, oh Jesús: “te daré gracias por siempre”. Ha pasado la noche de la muerte, clarea el alba pascual.
Isaías otra vez: “Oíd, sedientos todos, acudid por agua... Inclinad el oído, venid a mí: escuchadme, y viviréis. Sellaré con vosotros alianza perpetua”, y el que era malo “que regrese al Señor, y él tendrá piedad, a nuestro Dios, que es rico en perdón”. Lo dice con su omnipotencia: “mi palabra, que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo." El agua (bautismo) y la palabra, como sacramentos. Y cita el trigo y vino de resonancias eucarísticas. “Mi fortaleza y mi gloria es el Señor y ha sido mi salvación. / Sacaréis aguas con gozo de las fuentes del Salvador”.
Baruc nos hablade cómo Dios nos llama: “el que manda a la luz, y ella va, la llama, y le obedece temblando; a los astros que velan gozosos en sus puestos de guardia, los llama, y responden: ¡presentes!y brillan gozosos para su Creador”.
Ezequiel nos habla de la maravilla de la convocación del pueblo por la Resurrección de Jesús: “os reuniré de todos los países, y os llevaré a vuestra tierra. Derramaré sobre vosotros un agua pura que os purificará: de todas vuestras inmundicias e idolatrías os he de purificar. Y os daré un corazón nuevo, y os infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Os infundiré mi espíritu, y haré que caminéis según mis preceptos, que guardéis y cumpláis mis mandatos. Y habitaréis en la tierra que di a vuestros padres. Vosotros seréis mi pueblo, y yo seré vuestro Dios." Nosotros, al ser así purificados, recibimos un don del  Espíritu (Rm 5,5) por el que somos hijos de Dios. En las palabras que siguen se expresa todo el dinamismo pascual: "Cuando nosotros todavía estábamos sin fuerza, en el tiempo señalado, Cristo murió por los  impíos... Justificados ahora por su sangre, seremos por Él salvados de la cólera" (Rm 5,6ss). Somos hombres nuevos, tema que repetirá san Pablo (Ef 4, 24) y que san Juan hace  desarrollar a Jesús, en su entrevista con Nicodemo: "nacer de agua y de Espíritu" (Jn 3). Y así, “como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío; / tiene sed de Dios, del Dios vivo: ¿cuándo entraré a ver el rostro de Dios?” Lamento del alma que ansía agua y luz: “Envía tu luz y tu verdad”, entrar en la felicidad: “Entraré al altar de Dios, al Dios que alegra mi juventud”. Orante que tiende con todo su ser, cuerpo y espíritu, hacia el Señor, al que siente lejano pero a la vez necesario: "Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo" (Sal 41,3). En hebreo,  una sola palabra, nefesh, indica a la vez el "alma" y la "garganta", la sed es aquí expresión muy gráfica, alma y el cuerpo están unidas, como la oración que es "respiración", aliento vital, desdeo del "manantial de aguas vivas" (Jr 2,13).
Por eso necesitamos purificación: “crea en mí, oh Dios, un corazón puro y renueva en mis entrañas un espíritu recto. No me apartes de tu rostro y no quites de mí tu Espíritu Santo”. El perdón divino borra, lava y limpia, llega a transformar al pecador en una nueva criatura. "Aunque nuestros pecados -afirmaba santa Faustina Kowalska- fueran negros como la noche, la misericordia divina es más fuerte que nuestra miseria. Hace falta una sola cosa: que el pecador entorne al menos un poco la puerta de su corazón... El resto lo hará Dios. Todo comienza en tu misericordia y en tu misericordia acaba"”.
Romanos: “Los que por el bautismo nos incorporamos a Cristo fuimos incorporados a su muerte. Por el bautismo fuimos sepultados con Él en la muerte, para que, así como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva. Porque, si nuestra existencia está unida a Él en una muerte como la suya, lo estará también en una resurrección como la suya”.  Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más. El cristiano no puede permanecer en una vida de  pecado: el bautismo ha purificado al "hombre  pecador". El cristiano debe esforzarse en que el pecado no domine ya más en  él: su vida está en Dios: “Alabad al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia” y todo gracias a Cristo, “la piedra que desecharon los edificadores, ésta ha sido puesta por piedra angular. Por el Señor ha sido hecho esto, y es cosa maravillosa a nuestros ojos”. Cantemos el aleluya con la Virgen, Regina coeli.
Llucià Pou Sabaté

Viernes Santo

Viernes Santo

La Pasión, camino para nuestra redención y felicidad
“En aquel tiempo Jesús salió con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, y entraron allí Él y sus discípulos. Judas, el traidor, conocía también el sitio, porque Jesús se reunía a menudo allí con sus discípulos. Judas entonces, tomando la patrulla y unos guardias de los sumos sacerdotes y de los fariseos entró allá con faroles, antorchas y armas. Jesús, sabiendo todo lo que venía sobre Él, se adelantó y les dijo: -¿A quién buscáis? Le contestaron: -A Jesús el Nazareno. Les dijo Jesús: -Yo soy.Estaba también con ellos Judas el traidor. Al decirles «Yo soy», retrocedieron y cayeron a tierra. Les preguntó otra vez: -¿A quién buscáis? Ellos dijeron: -A Jesús el Nazareno. Jesús contestó: -Os he dicho que soy yo. Si me buscáis a mí, dejad marchar a éstos.Y así se cumplió lo que había dicho: «No he perdido a ninguno de los que me diste.» Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al criado del sumo sacerdote, cortándole la oreja derecha. Este criado se llamaba Malco. Dijo entonces Jesús a Pedro: -Mete la espada en la vaina. El cáliz que me ha dado mi Padre, ¿no lo voy a beber?La patrulla, el tribuno y los guardias de los judíos prendieron a Jesús, lo ataron y lo llevaron primero a Anás, porque era suegro de Caifás, sumo sacerdote aquel año, el que había dado a los judíos este consejo: «Conviene que muera un solo hombre por el pueblo.» Simón Pedro y otro discípulo seguían a Jesús. Ese discípulo era conocido del sumo sacerdote y entró con Jesús en el palacio del sumo sacerdote, mientras Pedro se quedó fuera, a la puerta. Salió el otro discípulo, el conocido del sumo sacerdote, habló a la portera e hizo entrar a Pedro. La portera dijo entonces a Pedro: -¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre? Él dijo: -No lo soy.Los criados y los guardias habían encendido un brasero, porque hacía frío, y se calentaban. También Pedro estaba con ellos de pie, calentándose. El sumo sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de la doctrina. Jesús le contestó: -Yo he hablado abiertamente al mundo: yo he enseñado continuamente en la sinagoga y en el templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada a escondidas. ¿Por qué me interrogas a mí? Interroga a los que me han oído, de qué les he hablado. Ellos saben lo que he dicho yo.Apenas dijo esto, uno de los guardias que estaba allí le dio una bofetada a Jesús, diciendo: -¿Así contestas al sumo sacerdote? Jesús respondió: -Si he faltado al hablar, muestra en qué he faltado; pero si he hablado como se debe, ¿por qué me pegas? Entonces Anás lo envió a Caifás, sumo sacerdote. Simón Pedro estaba de pie, calentándose, y le dijeron: -¿No eres tú también de sus discípulos? Él lo negó diciendo: -No lo soy. Uno de los criados del sumo sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro le cortó la oreja, le dijo: -¿No te he visto yo con Él en el huerto? Pedro volvió a negar, y en seguida cantó un gallo.Llevaron a Jesús de casa de Caifás al Pretorio. Era el amanecer y ellos no entraron en el Pretorio para no incurrir en impureza y poder así comer la Pascua. Salió Pilato afuera, adonde estaban ellos y dijo: -¿Qué acusación presentáis contra este hombre? Le contestaron: -Si éste no fuera un malhechor, no te lo entregaríamos. Pilato les dijo: -Lleváoslo vosotros y juzgadlo según vuestra ley. Los judíos le dijeron: -No estamos autorizados para dar muerte a nadie. Y así se cumplió lo que había dicho Jesús, indicando de qué muerte iba a morir.Entró otra vez Pilato en el Pretorio, llamó a Jesús y le dijo: -¿Eres tú el rey de los judíos? Jesús le contestó: -¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí? Pilato replicó: -¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho? Jesús le contestó: -Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí. Pilato le dijo: -Conque, ¿tú eres rey? Jesús le contestó: -Tú lo dices: Soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz. Pilato le dijo: -Y, ¿qué es la verdad? Dicho esto, salió otra vez adonde estaban los judíos y les dijo: -Yo no encuentro en Él ninguna culpa. Es costumbre entre vosotros que por Pascua ponga a uno en libertad. ¿Queréis que os suelte al rey de los judíos? Volvieron a gritar: -A ése no, a Barrabás.Entonces Pilato tomó a Jesús y lo mandó azotar. Y los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le echaron por encima un manto color púrpura; y, acercándose a Él, le decían: -¡Salve, rey de los judíos! Y le daban bofetadas. Pilato salió otra vez afuera y les dijo: -Mirad, os lo saco afuera, para que sepáis que no encuentro en Él ninguna culpa. Y salió Jesús afuera, llevando la corona de espinas y el manto color púrpura. Pilato les dijo: -Aquí lo tenéis. Cuando lo vieron los sacerdotes y los guardias gritaron: -¡Crucifícalo, crucifícalo! Pilato les dijo: -Lleváoslo vosotros y crucificadlo, porque yo no encuentro culpa en Él. Los judíos le contestaron: -Nosotros tenemos una ley, y según esa ley tiene que morir, porque se ha declarado Hijo de Dios. Cuando Pilato oyó estas palabras, se asustó aún más y, entrando otra vez en el Pretorio, dijo a Jesús: -¿De dónde eres tú? Pero Jesús no le dio respuesta. Y Pilato le dijo: -¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y autoridad para crucificarte? Jesús le contestó: -No tendrías ninguna autoridad sobre mí si no te la hubieran dado de lo alto. Por eso el que me ha entregado a ti tiene un pecado mayor. Desde este momento Pilato trataba de soltarlo, pero los judíos gritaban: -Si sueltas a ése, no eres amigo del César. Todo el que se declara rey está contra el César. Pilato entonces, al oír estas palabras, sacó afuera a Jesús y lo sentó en el tribunal en el sitio que llaman «El Enlosado» (en hebreo Gábbata). Era el día de la Preparación de la Pascua, hacia el mediodía. Y dijo Pilato a los judíos: -Aquí tenéis a vuestro Rey. Ellos gritaron: -¡Fuera, fuera; crucifícalo! Pilato les dijo: -¿A vuestro rey voy a crucificar? Contestaron los sumos sacerdotes: -No tenemos más rey que al César. Entonces se lo entregó para que lo crucificaran.Tomaron a Jesús, y Él, cargando con la cruz, salió al sitio llamado «de la Calavera» (que en hebreo se dice Gólgota), donde lo crucificaron; y con Él a otros dos, uno a cada lado, y en medio Jesús. Y Pilato escribió un letrero y lo puso encima de la cruz; en él estaba escrito: JESÚS EL NAZARENO, EL REY DE LOS JUDÍOS. Leyeron el letrero muchos judíos, porque estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús y estaba escrito en hebreo, latín y griego. Entonces los sumos sacerdotes de los judíos le dijeron a Pilato: -No escribas «El rey de los judíos», sino «Este ha dicho: Soy rey de los judíos. Pilato les contestó: -Lo escrito, escrito está.Los soldados, cuando crucificaron a Jesús, cogieron su ropa, haciendo cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda de una pieza de arriba abajo. Y se dijeron: -No la rasguemos, sino echemos a suertes a ver a quién le toca. Así se cumplió la Escritura: «Se repartieron mis ropas y echaron a suerte mi túnica.» Esto hicieron los soldados.Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre María la de Cleofás, y María la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y cerca al discípulo que tanto quería, dijo a su madre: -Mujer, ahí tienes a tu hijo. Luego dijo al discípulo: -Ahí tienes a tu madre.Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa.Después de esto, sabiendo Jesús que todo había llegado a su término, para que se cumpliera la Escritura dijo: -Tengo sed. Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el vinagre dijo: -Está cumplido. E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu. Los judíos entonces, como era el día de la Preparación, para que no se quedaran los cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día solemne, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y que los quitaran. Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con Él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados con la lanza le traspasó el costado y al punto salió sangre y agua. El que lo vio da testimonio y su testimonio es verdadero y él sabe que dice verdad, para que también vosotros creáis. Esto ocurrió para que se cumpliera la Escritura: «No le quebrarán un hueso»; y en otro lugar la Escritura dice: «Mirarán al que atravesaron.» Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo clandestino de Jesús por miedo a los judíos, pidió a Pilato que le dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo autorizó. Él fue entonces y se llevó el cuerpo. Llegó también Nicodemo, el que había ido a verlo de noche, y trajo unas cien libras de una mixtura de mirra y áloe. Tomaron el cuerpo de Jesús y lo vendaron todo, con los aromas, según se acostumbra a enterrar entre los judíos. Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el huerto un sepulcro nuevo donde nadie había sido enterrado todavía. Y como para los judíos era el día de la Preparación, y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús” (Juan 18,1-19,42).
1. La Madre estaba allí, junto a la Cruz. No llegó de repente al Gólgota, desde que el discípulo amado la recordó en Caná, sin haber seguido paso a paso, con su corazón de Madre el camino de Jesús. Y ahora está allí como madre y discípula que ha seguido en todo la suerte de su Hijo, signo de contradicción como Él, totalmente de su parte. Pero solemne y majestuosa como una Madre, la madre de todos, la nueva Eva, la madre de los hijos dispersos que ella reúne junto a la cruz de su Hijo. Maternidad del corazón, que se ensancha con la espada de dolor que la fecunda. La palabra de su Hijo que alarga su maternidad hasta los confines infinitos de todos los hombres. Madre de los discípulos, de los hermanos de su Hijo. María contempla y vive el misterio con la majestad de una Esposa, aunque con el inmenso dolor de una Madre. Juan la glorifica con el recuerdo de esa maternidad. Último testamento de Jesús. Última dádiva. Seguridad de una presencia materna en nuestra vida, en la de todos. Porque María es fiel a la palabra: He ahí a tu hijo.
El soldado que traspasó el costado de Cristo de la parte del corazón, no se dio cuenta de que cumplía una profecía y realizaba un último, estupendo gesto litúrgico. Del corazón de Cristo brota sangre y agua. La sangre de la redención, el agua de la salvación. La sangre es signo de aquel amor más grande, la vida entregada por nosotros, el agua es signo del Espíritu, la vida misma de Jesús que ahora, como en una nueva creación derrama sobre nosotros.
La Pasión, en San Juan, es evangelio-revelación de la gloria de Jesús, la llegada de su exaltación. Para él también en la pasión se revela la gloria del Hijo de Dios. Juan no presenta la pasión y muerte de Jesús desde la reacción natural psicológica, sino que trata de dar el sentido espiritual de la misma. La muerte de Jesús es su glorificación.
Nadie podrá decir: "Nadie ha bajado a mi soledad". Siguiendo la misión confiada por el Padre, Jesús penetra hasta el fondo de la soledad del hombre. Al aceptar morir entre los malvados y sin Dios, manifiesta que la nueva relación de Dios con los hombres llega hasta donde todo clama su ausencia; y baja hasta allá con una gratuidad absoluta. Nadie, por alejado y solo que se encuentre, podrá decir nunca: "En donde me encuentro yo, Jesús no ha bajado". Jesús en la cruz es la persona más unida a Dios y la más unida a los hombres y mujeres de cada tiempo. Da Dios mismo a la humanidad y la humanidad a Dios. En adelante, la cruz es el gran misterio sepultado en la humanidad. Con los ojos iluminados por la contemplación de la cruz, nos ponemos frente al mundo para contemplarlo "como quien ve -en Él- al invisible" y escuchar la voz que nos llama: "Tengo sed".
Después de unos momentos de silencio y animados por el Espíritu que brota de la cruz, oraremos por las necesidades de todos los hombres y mujeres contemporáneos nuestros. Hoy más que nunca, las peticiones de los cristianos no pueden tener fronteras. Después, veneraremos la cruz. Contemplada con ojos de bautizado, ojos de resurrección, se convierte en signo de la fidelidad de Dios en medio del mundo. Y confesaremos la fe del centurión, que es la fe de la Iglesia: "Realmente este hombre era Hijo de Dios" (Jaume Camprodon).
2. Espectacular realismo en esta profecía hecha 800 años antes de Cristo, llamada por muchos el 5º Evangelio. Que nos mete en el alma sufriente de Cristo, durante toda su vida y ahora en la hora real de su muerte. Dispongámonos a vivirla con Él. “Las dos primeras lecturas y el salmo responsorial constituyen prácticamente textos paralelos. Los tres contienen la descripción del misterio de la muerte gloriosa: "El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento. Cuando entregue su vida como expiación, verá su descendencia, prolongará sus años: lo que el Señor quiere prosperará por sus manos".
El salmo lo reza Jesús en la cruz, su "última palabra" antes de morir: "En tus manos, Señor, encomiendo mi Espíritu" (Lucas 23,46). Se entrecruzan la confianza, el dolor, la soledad y la súplica: con el Varón de dolores, hagamos nuestra esta oración.  Es un enfermo que se queja primero y luego se abandona en Dios: "Soy el hazmerreír de mis adversarios..." todos se burlaban de Él. "Huyen de Mi... Mis amigos me tienen miedo...". Los apóstoles todos huyeron en el momento del arresto en Getsemaní... "Oigo las burlas de la gente; se ponen de acuerdo para quitarme la vida...". Multitudes excitadas por sus jefes piden su muerte: "¡que lo crucifiquen! ¡Que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos!".
"Me han olvidado como a un muerto, como a un cacharro inútil..." y el santo se abandona: "Me confío en Ti, Señor... Mis días están en tus manos... Tu amor ha hecho para mí maravillas... ¡Tú colmas a aquellos que confían en Ti!"  "Sálvame por tu amor... Bendito sea Dios, su amor ha hecho en mi maravillas...". En el texto hebreo, aparece la famosa palabra "Hessed", el amor. La resurrección está próxima, Jesús lo sabe. ¿Cómo podría olvidarlo en este instante? "Sed fuertes y valientes de corazón todos cuantos esperáis en el Señor..." Jesús tenía conciencia de que no moriría para Él solo. Se dirige a todos. Él es "el icono" de todo hombre que muere: "ánimo", nos dice. Cuando nos quejamos por alguna desgracia, pensemos en pasar en cuanto podamos a ese abandono lleno de esperanza: A las personas que tienen dificultad para relajarse, se les aconseja tensarse muscularmente, hasta la máxima tesitura, y luego soltarse de golpe. Es el mismo procedimiento que se utiliza en el método psicoanalítico: se hace dolorosamente consciente lo que es dolorosamente inconsciente, sea en el área del miedo, de la desesperación, etc.; y cuando se ha llegado precisamente al punto más álgido y doloroso, ahí mismo se inicia la curva descendente de la liberación. Lo mismo sucede en el salmo 31. El hombre está al comienzo del salmo atrapado en sus propias redes. “En-si-mismado. Y este ensimismamiento es una cárcel, una prisión; el salmista está preso de sí mismo; y en un calabozo no hay sino sombras y fantasmas. Aparece el miedo. En ese estado no viven, agonizan, como en una prisión. Pero su alma, al abandonarse, está ya despreocupada; resuelta... Hay que comenzar por aceptar con paz esta condición oscilante de la naturaleza, sin asustarse ni alarmarse. La estabilidad, el poder total, la libertad completa vienen llegando después de mil combates y mil heridas, después de muchas caídas y recaídas. Salir de la encerrona del “yo” y pensar en los demás. La libertad profunda, esa libertad tejida de alegría y seguridad, viene de esa confianza en Dios, el poder de «su misericordia» (“salmos para la vida”, Claret).
3. El libro de los Hechos de los Apóstoles (8,26-40) nos presenta a un funcionario etíope leyendo el volumen de Isaías. Y a partir de un fragmento del "cuarto cántico del Siervo" Felipe le anuncia la Buena Nueva de Jesús, lo que conducirá al etíope a pedir el bautismo. El hecho quiere decir que muy pronto los cristianos encontraron en este último "cántico del Siervo" suficientes elementos como para poder aplicarlo a lo que había sucedido con Jesús de Nazaret. La imagen del cordero que, sin abrir la boca, es conducido al matadero, llevará a Juan a hablar, en su evangelio, de Jesús como el Cordero de Dios que quita (toma sobre sí y destruye) el pecado del mundo. El libro del Apocalipsis se referirá a menudo a Jesús victorioso de la muerte mediante la figura del Cordero que ha sido degollado pero que vive por siempre (J. M. Grané).
Llucià Pou Sabaté

jueves, 13 de abril de 2017

Jueves Santo

Jueves Santo

MISA CRISMAL
“Jesús fue a Nazaret, donde se había criado; el sábado entró como de costumbre en la sinagoga y se levantó para hacer la lectura. Le presentaron el libro del profeta Isaías y, abriéndolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. El me envió a llevar la Buena Noticia los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor. Jesús cerró el Libro, lo devolvió al ayudante y se sentó. Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en él. Entonces comenzó a decirles: «Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír»” (Lucas 4,16-21)
El Jueves Santo está cargado de significación eclesial: es un día en el que se congrega la Iglesia como comunidad diocesana en torno a su pastor, el Obispo, para la consagración de los santos óleos, que se usan en los Sacramentos del Bautismo, Confirmación, Orden Sacerdotal y Unción de los Enfermos, signo de la donación del Espíritu Santo en diversas circunstancias de la vida; simbolizaron fortaleza, agilidad, medicina, buen olor: todas las significaciones que puedan ser relacionadas con los óleos santos, nos remiten al Espíritu de Dios, que en la Iglesia se nos comunica permanentemente por el Señor. El sacramento de la penitencia y de la reconciliación comunitaria, también encontró siempre en este día su ubicación privilegiada.
Jesús se reúne hoy con los discípulos, de entonces y de todos los tiempos: «los que crean en mí por la palabra de ellos» (Jn 17,20). Y pide: «Santifícalos en la verdad: tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así os envío yo también al mundo. Y por ellos me consagro yo, para que también se consagren ellos en la verdad» (17,17ss). Para continuar su misma misión nos lo dice. Dice Jesús: «Por ellos me consagro yo». ¿Qué quiere decir? ¿No es «el Santo de Dios»? ¿Cómo puede ahora consagrarse, es decir, santificarse a sí mismo? En la Biblia «santo» y «santificar/consagrar» es “en primer lugar la naturaleza de Dios mismo, su modo de ser del todo singular, divino, que corresponde sólo a Él. Sólo Él es el auténtico y verdadero Santo en el sentido originario. Cualquier otra santidad deriva de Él, es participación en su modo de ser. Él es la Luz purísima, la Verdad y el Bien sin mancha. Por tanto, consagrar algo o alguno significa dar en propiedad a Dios algo o alguien, sacarlo del ámbito de lo que es nuestro e introducirlo en su ambiente, de modo que ya no pertenezca a lo nuestro, sino enteramente a Dios. Consagración es, pues, un sacar del mundo y un entregar al Dios vivo. La cosa o la persona ya no nos pertenece, ni pertenece a sí misma, sino que está inmersa en Dios. Un privarse así de algo para entregarlo a Dios, lo llamamos también sacrificio: ya no será propiedad mía, sino suya. En el Antiguo Testamento, la entrega de una persona a Dios, es decir, su «santificación», se identifica con la Ordenación sacerdotal y, de este modo, se define también en qué consiste el sacerdocio: es un paso de propiedad, un ser sacado del mundo y entregado a Dios. Con ello se subrayan ahora las dos direcciones que forman parte del proceso de la santificación/consagración. Es un salir del contexto de la vida mundana, un «ser puestos a parte» para Dios” (Benedicto XVI).
No es una segregación, sino ser puestos para representar a los otros. “El sacerdote es sustraído a los lazos mundanos y entregado a Dios, y precisamente así, a partir de Dios, debe quedar disponible para los otros, para todos”. Cuando Jesús dice «Yo me consagro», se hace a la vez sacerdote y víctima: «Yo me sacrifico». Cuando Jesús dice: «Por ellos me consagro yo», se da “el acto sacerdotal en el que Jesús —el hombre Jesús, que es una cosa sola con el Hijo de Dios— se entrega al Padre por nosotros. Es la expresión de que Él es al mismo tiempo sacerdote y víctima. Me consagro, me sacrifico: esta palabra abismal, que nos permite asomarnos a lo íntimo del corazón de Jesucristo, debería ser una y otra vez objeto de nuestra reflexión. En ella se encierra todo el misterio de nuestra redención. Y ella contiene también el origen del sacerdocio de la Iglesia, de nuestro sacerdocio” (Benedicto XVI).
Y cuando dice «conságralos en la verdad» es la inserción de los apóstoles en el sacerdocio de Jesucristo, la institución de su sacerdocio nuevo para la comunidad de los fieles de todos los tiempos: es la verdadera oración de consagración para los apóstoles. El Señor pide que Dios los atraiga al seno de su santidad, los sustraiga de sí mismos y los tome como propiedad suya, para que, desde Él, puedan desarrollar el servicio sacerdotal para el mundo. Y Jesús añade: «Tu palabra es verdad». Esa inmersión es por la palabra de Dios, baño que los purifica, poder creador que los transforma en el ser de Dios. Nos da materia para examen en el día de hoy, si nos dejamos conducir por la Palabra y no por nuestras preferencias. La libertad absoluta del hombre es tan mala como las caricaturas de una humildad equivocada y una falsa sumisión que no queremos imitar. Cristo nos enseña la recta humildad, que corresponde a la verdad de nuestro ser, y esa obediencia que se somete a la verdad, a la voluntad de Dios: «Santifícalos en la verdad: tu palabra es verdad»… te pedimos, Señor, que tus palabras iluminen nuestra vida y nos llamen a ser siempre nuevamente discípulos de esa verdad que se desvela en la palabra de Dios. Tú, Señor, dijiste «Yo soy la verdad» (cf. Jn 14,6): haznos una sola cosa conmigo, Cristo. Sujétanos a ti, único sacerdote, participando nosotros del tuyo. Pero “unirse a Cristo supone la renuncia. Comporta que no queremos imponer nuestro rumbo y nuestra voluntad; que no deseamos llegar a ser esto o lo otro, sino que nos abandonamos a Él, donde sea y del modo que Él quiera servirse de nosotros. San Pablo decía a este respecto: «Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí» (Ga 2,20). En el «sí» de la Ordenación sacerdotal hemos hecho esta renuncia fundamental al deseo de ser autónomos, a la «autorrealización». Pero hace falta cumplir día tras día este gran «sí» en los muchos pequeños «sí» y en las pequeñas renuncias. Este «sí» de los pequeños pasos, que en su conjunto constituyen el gran «sí», sólo se podrá realizar sin amargura y autocompasión si Cristo es verdaderamente el centro de nuestra vida. Si entramos en una verdadera familiaridad con Él. En efecto, entonces experimentamos en medio de las renuncias, que en un primer momento pueden causar dolor, la alegría creciente de la amistad con Él; todos los pequeños, y a veces también grandes signos de su amor, que continuamente nos da. «Quien se pierde a sí mismo, se guarda». Si nos arriesgamos a perdernos a nosotros mismos por el Señor, experimentamos lo verdadera que es su palabra” (Benedicto XVI).
Señor, te pido hoy de nuevo que mi modo de ser, pensar, actuar sea a imagen tuya. Por la oración que sepa entrar en comunión personal contigo, sobre todo que la Eucaristía me haga vivir tu vida, «un cuerpo solo y una sola alma» contigo. En ti, Señor, verdad y amor son una misma cosa. Y el amor verdadero es exigente. Ayúdame a reconocerlo en los que sufren, en los pobres, en los pequeños de este mundo; entonces nos convertimos en personas que sirven, que reconocen a sus hermanos y hermanas, y en ellos te veré a ti, Jesús.
«Conságralos en la verdad», es tu oración de hoy, Jesús: «Y por ellos me consagro yo, para que también se consagren ellos en la verdad» (Jn 17,19). Tantas religiones buscan dar cauce al deseo de Dios que hay en el hombre… tú, Jesús, nos tocas en la profundidad de nuestro ser. Benedicto XVI cuenta su testimonio: “La víspera de mi Ordenación sacerdotal, hace 58 años, abrí la Sagrada Escritura porque todavía quería recibir una palabra del Señor para aquel día y mi camino futuro de sacerdote. Mis ojos se detuvieron en este pasaje: «Santifícalos en la verdad: tu palabra es verdad». Entonces me di cuenta: el Señor está hablando de mí, y está hablándome a mí. Y lo mismo me ocurrirá mañana. No somos consagrados en último término por ritos, aunque haya necesidad de ellos. El baño en el que nos sumerge el  Señor es Él mismo, la Verdad en persona. La Ordenación sacerdotal significa ser injertados en Él, en la Verdad. Pertenezco de un modo nuevo a Él y, por tanto, a los otros, «para que venga su Reino». Queridos amigos, en esta hora de la renovación de las promesas queremos pedir al Señor que nos haga hombres de verdad, hombres de amor, hombres de Dios. Roguémosle que nos atraiga cada vez más dentro de sí, para que nos convirtamos verdaderamente en sacerdotes de la Nueva Alianza. Amén”.
Llucià Pou Sabaté
MISA DE LA CENA DEL SEÑOR

El cáliz de la salvación es amor hasta el extremo, que nos enseña a amar (servir, pasar del egoísmo a la donación)
“Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Durante la cena, cuando ya el diablo había puesto en el corazón a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarle, sabiendo que el Padre le había puesto todo en sus manos y que había salido de Dios y a Dios volvía, se levanta de la mesa, se quita sus vestidos y, tomando una toalla, se la ciñó. Luego echa agua en un lebrillo y se puso a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla con que estaba ceñido.Llega a Simón Pedro; éste le dice: «Señor, ¿tú lavarme a mí los pies?». Jesús le respondió: «Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora: lo comprenderás más tarde». Le dice Pedro: «No me lavarás los pies jamás». Jesús le respondió: «Si no te lavo, no tienes parte conmigo». Le dice Simón Pedro: «Señor, no sólo los pies, sino hasta las manos y la cabeza». Jesús le dice: «El que se ha bañado, no necesita lavarse; está del todo limpio. Y vosotros estáis limpios, aunque no todos». Sabía quién le iba a entregar, y por eso dijo: «No estáis limpios todos».Después que les lavó los pies, tomó sus vestidos, volvió a la mesa, y les dijo: «¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis “el Maestro” y “el Señor”, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros. Porque os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros»” (Juan 13,1-15).
1. Jesús les lavó los pies dándonos un ejemplo de servicio. En la Última Cena, Jesús se quedó con nosotros en el pan y en el vino, nos dejó su cuerpo y su sangre. Es el jueves santo cuando instituyó la Eucaristía y el Sacerdocio. Al terminar la última cena, Jesús se fue a orar, al Huerto de los Olivos. Ahí pasó toda la noche y después de mucho tiempo de oración, llegaron a prenderlo. Son los momentos en que sale de los muros de lo seguro y va a lo nuevo, a darnos nuestra libertad.
El lavatorio de los pies significa el servicio que ha de ser punto de referencia para nuestra actitud. Gracias, Señor, por tu levantarse de la mesa, despojarte de las vestiduras de gloria, inclinarte hacia nosotros en el misterio del perdón, el servicio de la vida y de la muerte humanas. Quiero dejarme lavar por ti, Señor, para no rechazar tu amor. Cuenta Ratzinger: “Judas representa al hombre que no quiere ser amado, al hombre que piensa sólo en poseer, que vive únicamente para las cosas materiales. Por esta razón, San Pablo dice que la avaricia es idolatría (Col 3,5), y Jesús nos enseña que no es posible servir a dos señores. El servicio de Dios y el de las riquezas se excluyen entre sí; el camello no pasa por el hondón de la aguja (Mc 10,25)”. Pero hay otro tipo de rechazo de Dios; además del rechazo del materialista, se da también el del hombre religioso, representado aquí por Pedro. “Existe el peligro que San Pablo llamó «judaísmo» y que es duramente criticado en las cartas paulinas; consiste este peligro en que el «devoto» no quiera aceptar la realidad, es decir, no quiera aceptar que también él tiene necesidad del perdón, que también sus pies están sucios. El peligro que corre el devoto consiste en pensar que no tiene necesidad alguna de la bondad de Dios, en no aceptar la gracia; es el riesgo a que se halla expuesto el hijo mayor en la parábola del hijo pródigo, el riesgo de los obreros de la primera hora (Mt 20,1-16), el peligro de aquellos que murmuran y sienten envidia porque Dios es bueno. Desde esta perspectiva, ser cristiano significa dejarse lavar los pies o, en otras palabras, creer”.
Sigue Ratzinger: lavar es imagen de los sacramentos que nos sumergen en “aguas del amor de Jesús: la vida y la muerte de Jesús, el bautismo y la penitencia, constituyen juntamente el lavatorio divino, que nos abre el camino de la libertad y nos permite acceder a la mesa de la vida”. Es el servicio a los demás de Jesús y del cristiano, un “sí” continuado. “De estos dos puntos se desprende una eclesiología y una ética cristianas. Aceptar el lavatorio de los pies significa tomar parte en la acción del Señor, compartirla nosotros mismos, dejarnos identificar con este acto. Aceptar esta tarea quiere decir: continuar el lavatorio, lavar con Cristo los pies sucios del mundo. Jesús dice: «Si yo, pues, os he lavado los pies, siendo vuestro Señor y Maestro, también habéis de lavaros vosotros los pies unos a otros» (13,14). Estas palabras no son una simple aplicación moral del hecho dogmático, sino que pertenecen al centro cristológico mismo. El amor se recibe únicamente amando. Y no puede ser en general, sino con los que tengo al lado, con los hermanos. El amor  universal no existe si no es también concreto, como señalaba Dovstojeski: “¿por qué será que cuanto más amo a la humanidad, más me fastidian los hombres?”
"Uno que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio». El bautizado, ¿por qué y en qué sentido hay necesidad de lavarse los pies? Mientras vivimos aquí abajo, nuestros pies pisan la tierra de este mundo: son los afectos a purificar, como en la oración dominical al decir: perdona nuestras deudas. Todos los días, cuando rezamos el Padrenuestro, el Señor se inclina hacia nosotros, toma una toalla y nos lava los pies.
San Agustín tenía un dilema entre la oración y la labor de pastor, y señala que cuando acudimos al trabajo apostólico, nos ensuciamos inevitablemente los pies. Pero los ensuciamos por la causa de Cristo, porque aguarda fuera la multitud y no hay otro modo de llegar a ella que metiéndonos en la inmundicia del mundo, en medio de la cual se encuentra: «Y he aquí que me levanto y abro. ¡Oh Cristo, lava nuestros pies: perdona nuestras deudas, porque nuestro amor no se ha extinguido, porque también nosotros perdonamos a nuestros deudores! Cuando te escuchamos, exultan contigo en el cielo los huesos humillados. Pero cuando te predicamos, pisamos la tierra para abrirte paso; y, por ello, nos conturbamos si somos reprendidos, y si alabados, nos hinchamos de orgullo. Lava nuestros pies, que ya han sido purificados, pero que se han ensuciado al pisar los caminos de la tierra para abrirte la puerta”.
Hoy, día de oración por los sacerdotes, recordamos cómo el Señor los asiste en su ordenación: “El Señor Jesucristo, que el Padre ha consagrado con la potencia del Espíritu Santo, esté siempre contigo para la santificación de su pueblo y para ofrecer el Sacrificio eucarístico”. “Recibe las ofrendas del Pueblo santo para el Sacrificio eucarístico. Date cuenta de aquello que harás, vive el misterio que ha sido entregado en tus manos y sé imitador de Cristo, inmolado por nosotros” (Ceremonial de la ordenación).
2. El Éxodo nos cuenta aquel momento de la primera pascua cuando se preparan para salir de Egipto los judíos, la comida del cordero, el día del paso del Señor, cuando la sangre era signo de salvación.
No sabemos si Jesús siguió la cena judía, pero en cualquier caso hacía la cena acostumbrada en sus ocho partes: 1. Encendido de las luces de la fiesta. 2. La bendición de la fiesta (Kiddush), todos a la mesa, bendiciendo la primera copa y tomando hiervas. 3. La historia de la salida de Egipto (Hagadah), y se servían la segunda copa de vino y leían Éxodo, capítulo 12. Se asaba en un asador en forma de cruz el cordero, sin romper ningún hueso. 4. Oración de acción de gracias por la salida de Egipto. Todos se ponían de pie y recitaban el salmo 113. 5. La solemne bendición de la comida. 6. La cena pascual. 7. Bebida de la tercera copa de vino: la copa de la bendición. 8. Bendición final (leyendo Números 6,24-26) y con una cuarta copa, “de Melquisedec”.
En una meditación, Ratzinger comentaba que “la Pascua judía era y sigue siendo una fiesta familiar. No se celebraba en el templo, sino en la casa. Ya en el Éxodo, en el relato de la noche oscura en que tiene lugar el paso del ángel del Señor, aparece la casa como lugar de salvación, como refugio. Por otra parte, la noche de Egipto es imagen de las fuerzas de la muerte, de la destrucción y del caos, que surgen siempre de las profundidades del mundo y del hombre y amenazan con destruir la creación «buena» y con transformar el mundo en desierto, en lugar inhabitable. En esta situación, la casa y la familia ofrecen protección y abrigo; en otras palabras: el mundo ha de ser continuamente defendido contra el caos; la creación ha de ser siempre amparada y reconstruida.
El Salmo nos canta: “El cáliz de la bendición es comunión con la sangre de Cristo. ¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Alzaré la copa de la salvación, invocando su nombre. Te ofreceré un sacrificio de alabanza, invocando tu nombre, Señor”.  Este cáliz es identificado por la tradición cristiana con «la copa de la bendición» (1 Cor 10,16), con la «copa de la Nueva Alianza» (1 Cor 11,25; Luc 22,20): expresiones que en el Nuevo Testamento hacen referencia precisamente a la Eucaristía.
3. San Josemaría se preguntaba por los sentimientos de Jesús, en esa despedida, cuando algunos se dan una fotografía y unas palabras de recuerdo… pero “Lo que nosotros no podemos, lo puede el Señor: Jesucristo, perfecto Dios y perfecto Hombre, no deja un símbolo, sino la realidad: se queda Él mismo. Irá al Padre, pero permanecerá con los hombres. No nos legará un simple regalo que nos haga evocar su memoria, una imagen que tienda a desdibujarse con el tiempo, como la fotografía que pronto aparece desvaída, amarillenta y sin sentido para los que no fueron protagonistas de aquel amoroso momento. Bajo las especies del pan y del vino está El, realmente presente: con su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad” (Es Cristo que pasa 83-84).
San Pablo narra: “Yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido: Que el Señor Jesús, en la noche en que iban a entregarlo, tomó pan y, pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo: -«Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía». Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo: -«Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre; haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía». Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva”. La liturgia define el Jueves santo como «el hoy eucarístico», el día en que «nuestro Señor Jesucristo encomendó a sus discípulos la celebración del sacramento de su Cuerpo y de su Sangre» (Canon romano, Jueves santo). Antes de ser inmolado en la cruz el Viernes santo, instituyó el sacramento que perpetúa su ofrenda en todos los tiempos. En cada santa misa, la Iglesia conmemora ese evento histórico decisivo. Con profunda emoción el sacerdote se inclina, ante el altar, sobre los dones eucarísticos, para pronunciar las mismas palabras de Cristo «la víspera de su pasión». Desde aquel Jueves santo de hace casi dos mil años hasta esta tarde… la Iglesia vive mediante la Eucaristía, se deja formar por la Eucaristía, y sigue celebrándola hasta que vuelva su Señor. Dice también san Agustín: «come la vida, bebe la vida: tendrás la vida y esa vida es íntegra» (Sermón 131, I, 1).  
«Salve, verdadero cuerpo, nacido de María Virgen»; así reza hoy la Iglesia: «Concédenos pregustarte en el momento decisivo de la muerte». Sí, tómanos de la mano, oh Jesús eucarístico, en esa hora suprema que nos introducirá en la luz de tu eternidad: «O Iesu dulcis! O Iesu pie! O Iesu, fili Maria”.
Llucià Pou Sabaté

martes, 11 de abril de 2017

Miércoles Santo

Miércoles Santo

Poner nuestro corazón en los sentimientos de Jesús, para que estemos con Él y no le traicionemos.
“En aquel tiempo, uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue donde los sumos sacerdotes, y les dijo: «¿Qué queréis darme, y yo os lo entregaré?». Ellos le asignaron treinta monedas de plata. Y desde ese momento andaba buscando una oportunidad para entregarle.El primer día de los Ázimos, los discípulos se acercaron a Jesús y le dijeron: «¿Dónde quieres que te hagamos los preparativos para comer el cordero de Pascua?». Él les dijo: «Id a la ciudad, a casa de fulano, y decidle: ‘El Maestro dice: Mi tiempo está cerca; en tu casa voy a celebrar la Pascua con mis discípulos’». Los discípulos hicieron lo que Jesús les había mandado, y prepararon la Pascua.Al atardecer, se puso a la mesa con los Doce. Y mientras comían, dijo: «Yo os aseguro que uno de vosotros me entregará». Muy entristecidos, se pusieron a decirle uno por uno: «¿Acaso soy yo, Señor?». Él respondió: «El que ha mojado conmigo la mano en el plato, ése me entregará. El Hijo del hombre se va, como está escrito de Él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre es entregado! ¡Más le valdría a ese hombre no haber nacido!». Entonces preguntó Judas, el que iba a entregarle: «¿Soy yo acaso, Rabbí?». Dícele: «Sí, tú lo has dicho»” (Mateo 26,14-25).
1. Judas Iscariote “fue donde los sumos sacerdotes, y les dijo: «¿Qué queréis darme, y yo os lo entregaré?». Ellos le asignaron treinta monedas de plata. Y desde ese momento andaba buscando una oportunidad para entregarle”.Cuando Jesús quiere celebrar la Pascua de despedida de los suyos, como signo entrañable de amistad y comunión, uno de ellos ya ha concertado la traición y las treinta monedas (el precio de un esclavo, según Exodo 21,32). Pedimos hoy en la liturgia: «por tu fidelidad, ayúdame, Señor». Mañana con la misa crismal comienza el triduo pascual. Quiero contemplarte, Jesús, mirar tu entrega y seguirte, sin traiciones, y verte en la santa cena, donde se acrisolan los afectos con el dolor.
El primer día de los Ázimos, los discípulos se acercaron a Jesús y le dijeron: «¿Dónde quieres que te hagamos los preparativos para comer el cordero de Pascua?». Él les dijo: «Id a la ciudad, a casa de fulano, y decidle: ‘El Maestro dice: Mi tiempo está cerca; en tu casa voy a celebrar la Pascua con mis discípulos’». Los discípulos hicieron lo que Jesús les había mandado, y prepararon la Pascua”. “El que todo lo sabe dijo a los apóstoles: Id a casa de tal persona. Dichoso el que por la fe puede recibir al Señor, preparando su corazón a modo de cenáculo y disponiendo con devoción la cena... Estando, oh Señor, a la mesa con tus discípulos, expresaste místicamente tu santa muerte, por la cual los que veneramos tus sagrados padecimientos somos liberados de la corrupción. El que escribió en el Sinaí las tablas de la ley comió la pascua antigua, la de la sombra y figuras, y se hizo a Sí mismo Pascua y mística hostia viviente...” (San Andrés de Creta). Y ahí, en ese ambiente de intimidad y entrega, sufre Jesús la traición. A lo largo del tiempo, la historia de Judas se repite. Es el misterioso y desconcertante proceder de la condición humana.
Al atardecer, se puso a la mesa con los Doce. Y mientras comían, dijo: «Yo os aseguro que uno de vosotros me entregará»”. ¿Acaso soy yo, Señor, el que te entrega? ¿Lo amamos o vivimos traicionándolo y sólo queriendo aprovecharnos de Él, conforme a nuestros intereses, muchas veces por desgracia, mezquinos? No importa si en el examen vemos pecado, lo importante es abrirnos a la gracia del Señor, celebrar la Pascua (paso de la oscuridad a la luz, de la muerte a la vida). Hay muchas maneras de dirigirse a Dios. Una de ellas es, por supuesto, desde el sentimiento. Sin embargo, los sentimientos son un instrumento de doble filo. Por un lado, muestran algo realmente humano de la persona que los emplea. Pero, por otro lado, existe el peligro de que nos esclavicen, es decir, tienen una facilidad para el bien cuando están a favor, y falta de discernimiento y enfermedad para la voluntad, cuando se absolutiza un aspecto de la realidad, con su complicidad: “¿Qué estáis dispuestos a darme, si os lo entrego?” El ejemplo de Judas, es el de estar arrebatado por sentimientos de envidia y avaricia. Es capaz de entregar a Aquel que sólo le ha demostrado amor y compasión, simplemente porque se ha dejado dominar por un aspecto: la codicia. ¡Qué importante, adquirir una auténtica educación del corazón, participar de los sentimientos de Jesús para que los nuestros sean de amor! “¿Dónde podrá encontrarse ni siquiera el símbolo de un amor semejante? Así amó Dios al mundo que le dio a su Hijo Unigénito. Me amó a mí, también a mí, y se entregó a la muerte por mí. Un aspecto fundamental de la vida espiritual es tomar en serio esta realidad; Dios y yo; no la turba... yo. Dios me ama a mí, muere por mí, viene a mí... Un hombre, yo, soy el centro del amor divino. Lo que hace por mí, lo hace con infinito amor personal. Si en una familia la madre ama a cada uno de sus hijos como si fuese el único, y aunque sean diez los hermanos si uno enferma la madre enferma porque es su hijo; en forma mucho más perfecta todavía Dios me ama a mí, y todo lo que hace lo hace por mí... Si yo llegara a tomar en serio esta realidad. ¡Jesús muere por mí! ¡Qué arranques de amor sacaría de mi pobre alma, el comprender algo siquiera de lo que Cristo ha hecho por mí! ¡Mi vida sería entonces entera para Él! Si Él dio su vida por mí, dé yo mi vida por Él... y dándola como Él” (San Alberto Hurtado S.J.)
En algunos lugares de América, las imágenes de Cristo crucificado muestran una llaga profunda en la mejilla izquierda del Señor. Y cuentan que esa llaga representa el beso de Judas. ¡Tan grande es el dolor que nuestros pecados causan a Jesús! Digámosle que deseamos serle fieles: que no queremos venderle -como Judas- por treinta monedas, por una pequeñez, que eso son todos los pecados: la soberbia, la envidia, la impureza, el odio, el resentimiento... Cuando una tentación amenace arrojarnos por el suelo, pensemos que no vale la pena cambiar la felicidad de los hijos de Dios, que eso somos, por un placer que se acaba enseguida y deja el regusto amargo de la derrota y de la infidelidad… Vamos a pedir al Señor que no le traicionemos más; que sepamos rechazar, con su gracia, las tentaciones que el demonio nos presenta, engañándonos. Hemos de decir que no, decididamente, a todo lo que nos aparte de Dios. Así no se repetirá en nuestra vida la desgraciada historia de Judas.
Y si nos sentimos débiles, ¡corramos al Santo Sacramento de la Penitencia! Allí nos espera el Señor, como el padre de la parábola del hijo pródigo, para darnos un abrazo y ofrecernos su amistad. Continuamente sale a nuestro encuentro, aunque hayamos caído bajo, muy bajo. ¡Siempre es tiempo de volver a Dios! No reaccionemos con desánimo, ni con pesimismo. No pensemos: ¿qué voy a hacer yo, si soy un cúmulo de miserias? ¡Más grande es la misericordia de Dios! ¿Qué voy a hacer yo, si caigo una vez y otra por mi debilidad? ¡Mayor es el poder de Dios, para levantarnos de nuestras caídas!
Grandes fueron los pecados de Judas y de Pedro. Los dos traicionaron al Maestro: uno entregándole en manos de los perseguidores, otro renegando de Él por tres veces. Y, sin embargo, ¡qué distinta reacción tuvo cada uno! Para los dos guardaba el Señor torrentes de misericordia. Pedro se arrepintió, lloró su pecado, pidió perdón, y fue confirmado por Cristo en la fe y en el amor; con el tiempo, llegaría a dar su vida por Nuestro Señor. Judas, en cambio, no confió en la misericordia de Cristo. Hasta el último momento tuvo abiertas las puertas del perdón de Dios, pero no quiso entrar por ellas mediante la penitencia.
En su primera encíclica, Juan Pablo II habla del derecho de Cristo a encontrarse con cada uno de nosotros en aquel momento-clave de la vida del alma, que es el momento de la conversión y del perdón. ¡No privemos a Jesús de ese derecho! ¡No quitemos a Dios Padre la alegría de darnos el abrazo de bienvenida! ¡No contristemos al Espíritu Santo, que desea devolver a las almas la vida sobrenatural!
Pidamos a Santa María, Esperanza de los cristianos, que no permita que nos desanimemos ante nuestras equivocaciones y pecados, quizá repetidos. Que nos alcance de su Hijo la gracia de la conversión, el deseo eficaz de acudir -humildes y contritos- a la Confesión, sacramento de la misericordia divina, comenzando y recomenzando siempre que sea preciso (Javier Echevarría).
2. Isaías habla de Jesús y de en medio de sus sufrimientos piensa en los demás: “que yo sepa reconfortar al fatigado con una palabra de aliento”. Busca siempre hacer lo que el Padre quiere: “El Señor abrió mi oído y yo no me resistí ni me volví atrás. Ofrecí mi espalda a los que me golpeaban y mis mejillas, a los que me arrancaban la barba; no retiré mi rostro cuando me ultrajaban y escupían. Pero el Señor viene en mi ayuda: por eso, no quedé confundido; por eso, endurecí mi rostro como el pedernal, y sé muy bien que no seré defraudado”.
Este tercer canto del Siervo (el cuarto y último, más largo y dramático, lo escuchamos el Viernes Santo) sigue la descripción poética de la misión del Siervo, pero con una carga cada vez más fuerte de oposición y contradicciones. La misión que le encomienda Dios es dramática, y está lleno el hijo de confianza en la ayuda de Dios. Estos días veremos que la «humillación» va unida a la «exaltación». Jesús sabía que su muerte sería una victoria, y por eso dirá san Pablo que «al nombre de Jesús toda rodilla se doble, en el Cielo, en la tierra, en el abismo; porque el Señor se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de Cruz; por eso Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre» (Filipenses 2,10.8.11). Y rezamos hoy en la Colecta: «Oh Dios, que para librarnos del poder del enemigo quisiste que tu Hijo muriese en la Cruz; concédenos alcanzar la gracia de la Resurrección». Es el motivo de su muerte, nuestra liberación, como insiste la Antífona  para la comunión: «El Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para dar su vida en rescate por muchos» (Mateo 20,28).
3. El Salmo sigue con esta misión de amor de Jesús al Padre: “por Ti he soportado afrentas y la vergüenza cubrió mi rostro; me convertí en un extraño para mis hermanos, fui un extranjero para los hijos de mi madre: porque el celo de tu Casa me devora, y caen sobre mí los ultrajes de los que te agravian… Así alabaré con cantos el nombre de Dios, y proclamaré su grandeza dando gracias”. Insiste tanto en el dolor como en la confianza: «por Ti he aguantado afrentas... en mi comida me echaron hiel. Señor, que tu bondad me escuche en el día de tu favor... miradlo, los humildes, y alegraos, que el Señor escucha a sus pobres». Es el intenso sufrimiento de un justo perseguido a causa de su celo por Dios. Nosotros sabemos que ese justo es precisamente Jesucristo y, en su debida proporción, también la Iglesia. Tendremos que sufrir injurias y vergüenzas, y ser considerados como personas extrañas. Esto jamás debe desanimarnos en el testimonio de fe que hemos de dar, pues en el anuncio del Evangelio debemos recordar aquellas palabras de Jesús: “En el mundo tendrán tribulaciones; pero ¡ánimo! yo he vencido al mundo”.
En la historia de la humanidad no ha sucedido nada más grande, de mayor valor. Nos disponemos a vivir con devoción, con amor, los días más importantes para nuestra fe y seguir a Cristo, salvador del hombre. La Semana santa nos lleva a meditar en el sentido de la cruz, en la que alcanza su culmen la revelación del amor misericordioso de Dios… Nos ha salvado su infinita misericordia. Para sacarnos del pecado y del miedo, de la tristeza y la oscuridad. ¿Cómo no darle gracias? La historia está iluminada y dirigida por la fiesta del perdón: Dios, rico en misericordia, ha derramado sobre todo ser humano su infinita bondad por medio del sacrificio de Cristo. ¿Cómo manifestar de modo adecuado nuestro agradecimiento? Nos reconocemos pecadores y confesamos nuestra ingratitud, nuestra infidelidad y nuestra indiferencia ante su amor. Necesitamos su perdón, que nos purifique y sostenga en el esfuerzo de conversión interior y de constante renovación del espíritu. «Misericordia, Dios mío, por tu bondad; por tu inmensa compasión borra mi culpa. Lava del todo mi delito; limpia mi pecado» (Salmo 50,3-4). Estas palabras, que nos han acompañado durante la cuaresma, ahora las ponemos ante Cristo que está para ser crucificado. ¿Cómo no arrepentirnos de nuestros pecados y convertirnos al amor?, ¿cómo no reparar concretamente los males causados a los demás y restituir los bienes conseguidos de modo ilícito? El perdón exige gestos concretos: el arrepentimiento sólo es verdadero y eficaz cuando se traduce en obras concretas de conversión y justa reparación.
Llucià Pou Sabaté