miércoles, 22 de febrero de 2017

Jueves semana 7 de tiempo ordinario; año impar

Jueves de la semana 7 de tiempo ordinario; año impar

Ayudar a los demás es ayudar a Jesús, hacer daño a los demás es hacer daño a Jesús
«Y cualquiera que os dé de beber un vaso de agua en mi nombre, porque sois de Cristo, en verdad os digo que no perderá su recompensa. Y al que escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí, más le vale que le pongan al cuello una piedra de molino, de las que mueve un asno, y sea arrojado al mar. Y si tu mano te escandaliza, córtala: más te vale entrar manco en la Vida que con las dos manos ir al infierno, al fuego inextinguible. Y si tu pie te escandaliza, córtatelo: más te vale entrar cojo en la Vida que con los dos pies ser arrojado a la gehena del fuego inextinguible. Y si tu ojo te escandaliza, sácatelo: más te vale entrar tuerto en el Reino de Dios que con los dos ojos ser arrojado al fuego del infierno, donde su gusano no muere y el fuego no se apaga. Porque todos serán salados con fuego. Buena es la sal; pero si la sal se vuelve insípida, ¿con qué la sazonaréis? Tened en vosotros sal y tened paz unos con otros» (Marcos 9, 41-50).
1. «Cualquiera que os dé de beber un vaso de agua en mi nombre no perderá su recompensa.» Es el símbolo del más pequeño servicio que pueda hacerse a alguien: ¡tan solo un vaso de agua. En mi nombre…En razón de pertenecer a Cristo... Jesús subraya la dignidad extraordinaria del "discípulo": pertenece a Cristo. El más pequeño de los creyentes, el más humilde discípulo de Jesús, ¡representa a Jesucristo! Jesús se identifica con el menor de los cristianos… no será defraudado de su recompensa. Es una verdad sorprendente que Jesús repetirá y desarrollará a lo largo de su discurso sobre el Juicio final (Mt 25,31-45): “Lo que hicisteis con alguno de mis hermanos más pequeños conmigo lo hicisteis"… Importancia de los menores gestos. Nada es pequeño. ¡Cuántas ocasiones dejo que se pierdan!
-“Y al que escandalizare a uno de esos pequeñuelos que creen en mí, mucho mejor le fuera que le ataran al cuello una de esas muelas de molino que mueve un asno y ¡le echaran al mar!” Después del consejo "positivo" -dar un vaso de agua-, la puesta en guardia "negativa" -no escandalizar-. Pero de hecho es la misma conducta: ¡la atención a los demás! Descubrimos aquí un nuevo aspecto de Jesús: su violencia interior, su capacidad de vehemencia. Me imagino que no pronunció estas palabras ¡de un modo dulzón y azucarado! Y la imagen que utiliza hace temblar: "¡más le valiera que le echaran al mar atado a una muela de molino!" ¿De quién se trata? ¿Quién es el hombre que merece tal suerte? El que ha arrastrado a otro al pecado." ¡Señor! ¡Señor! Ten piedad de nosotros.
-“Si tu mano te "escandaliza", te arrastra al "pecado", córtatela... Si tu pie te "escandaliza', córtatelo... Si tu ojo te "escandaliza, arráncatelo...” Lógicamente Jesús no habla de mutilarnos, sino de un sentido espiritual, y tiene toda la fuerza… Sólo Jesús tiene derecho a decir palabras semejantes: Sólo El sabe, verdaderamente, qué es el "pecado". ¡Es algo muy serio! ¡Es dramático!
-“Mejor te será entrar tuerto al reino de Dios, que con ambos ojos ir a la gehena”. La vida eterna merece todos los sacrificios. Ayúdanos, Señor. ¿Somos capaces de esa elección radical, absoluta? ¡Nuestra libertad no es un juego... para hacer como si...!
Y es tremenda la posibilidad del pecado: «Por salvar al hombre, Señor; mueres en la Cruz; y, sin embargo, por un solo pecado mortal, condenas al hombre a una eternidad infeliz de tormentos...: ¡cuánto te ofende el pecado, y cuánto lo debo odiar!» (san J. Escrivá, Forja 1002).
El pecado mortal es una posibilidad radical de la libertad humana como lo es también el amor. Entraña la pérdida de la caridad y la privación de la gracia santificante, es decir; del estado de gracia. Si no es rescatado por el arrepentimiento y el perdón de Dios, causa la exclusión del Reino de Cristo y la muerte eterna del infierno; de modo que nuestra libertad tiene poder de hacer elecciones para siempre, sin retorno” (Catecismo 1861).
-Buena es la sal; pero si la sal se hace sosa, ¿con qué se la salará? Tened sal en vosotros y vivid en paz unos con otros”. Marcos ha agrupado aquí una serie de consejos de Jesús sobre la vida fraterna: nada de querellas sobre prelaciones entre vosotros, sed servidores los unos de los otros, dejad a todo el mundo hacer el bien, ayudaros unos a otros, no seáis escándalo para nadie, vivid en paz... Y todo esto, después que les anunciara su propia Pasión: la moral cristiana está, por entero, ligada a Jesús. ¡Si por lo menos en nuestras familias, en nuestras comunidades cristianas se tuvieran esas exigencias profundas! (Noel Quesson).
2. –“No te apoyes en tus riquezas... No te dejes arrastrar por tu deseo y tu fuerza para seguir las pasiones de tu corazón... No digas: «¿Quién podrá dominarme?» porque el Señor te castigará debidamente”. La arrogancia y la suficiencia del hombre que, seguro de sí mismo, se cree invulnerable... es frágil.  Jesús llamará «¡insensato!» a ese hombre que se creía seguro porque sus cosechas habían sido excepcionales y estaba pensando en engrandecer sus graneros.
-“No digas: «Pequé, y ¿qué me ha sucedido?» porque el Señor es paciente. No te sientas tan seguro del perdón que acumules pecado tras pecado”. La peor arrogancia es la del pecador desvergonzado que se ríe de la conversión…
-“No digas: «Su compasión es grande, el Señor perdonará la multitud de mis pecados»” Porque en él hay misericordia pero también cólera y ésta se desahoga en los pecadores. ¿Tengo ese mismo punto de vista tan equilibrado?: el sentido de la compasión y de la misericordia de Dios, que son una llamada a la conversión. El sentido de su justicia y de su condena de todo mal, que son una llamada a la conversión.
-“No tardes en volver al Señor, no lo difieras de día en día”. Más condenable que el pecado es endurecerse en él, rehusar reconocerlo y remitir día a día la confesión de ese mal. En efecto, el presuntuoso que no quiere reconocer su fracaso lo transforma en mal definitivo, haciendo casi imposible la conversión. En cambio, el pecador que reconoce su pobreza y confiesa su falta abre con ello la posibilidad de una nueva partida por el recto camino. ¡Envía, Señor, tu Espíritu para que seamos lúcidos! A menudo no sabemos discernir claramente el mal que cometemos.
-“No lo difieras de un día para otro, pues de pronto salta la ira del Señor y perecerás el día del castigo. No nos gusta este lenguaje. Prestamos a Dios sentimientos humanos –ira, etc.- aunque no nos parezca hoy lo más acertado pues las palabras cambian de sentido y también nosotros evolucionamos en la sensibilidad y la comprensión de lo bueno, de lo que es Dios (Noel Quesson).
3. El salmo nos hace decir, por una parte, «dichoso el que ha puesto su confianza en el Señor». Pero, por otra, nos recuerda que «dichoso el que no sigue el consejo de los impíos ni entra por la senda de los pecadores, sino que su gozo es la ley del Señor». ¿Queremos ser «paja que arrebata el viento», sin fruto, sin consistencia, o bien «un árbol plantado al borde de la acequia, que da fruto en sazón»?
Llucià Pou Sabaté
San Policarpo, obispo y mártir

Policarpo, discípulo de los apóstoles y obispo de Esmirna, dio hospedaje a Ignacio de Antioquía. Hizo un viaje a Roma para tratar con el papa Aniceto la cuestión de la fiesta de la Pascua. Sufrió el martirio hacia el año 155, siendo quemado vivo en el estadio de la ciudad.
San Policarpo fue uno de los más famosos entre aquellos obispos de la Iglesia primitiva a quienes se les da el nombre de "Padres Apostólicos", por haber sido discípulos de los Apóstoles y directamente instruidos por ellos. Policarpo fue discípulo de San Juan Evangelista, y los fieles le profesaban una gran veneración. Entre sus muchos discípulos y seguidores se encontraban San Ireneo y Papías. Cuando Florino, que había visitado con frecuencia a San Policarpo, empezó a profesar ciertas herejías, San Ireneo le escribió: "Esto no era lo que enseñaban los obispos, nuestros predecesores. Yo te puedo mostrar el sitio en el que el bienaventurado Policarpo acostumbraba a sentarse a predicar. Todavía recuerdo la gravedad de su porte, la santidad de su persona, la majestad de su rostro y de sus movimientos, así como sus santas exhortaciones al pueblo. Todavía me parece oírle contar cómo había conversado con Juan y con muchos otros que vieron a Jesucristo, y repetir las palabras que había oído de ellos. Pues bien, puedo jurar ante Dios que si el santo obispo hubiese oído tus errores, se habría tapado las orejas y habría exclamado, según su costumbre: ¡Dios mío!, ¿por qué me has hecho vivir hasta hoy para oír semejantes cosas? Y al punto habría huído del sitio en que se predicaba tal doctrina".
La tradición cuenta que, habiéndose encontrado San Policarpo con Marción en las calles de Roma, el hereje le increpó, al ver que no parecía advertirle: '¿Qué, no me-conoces?" "Sí, -le respondió Policarpo-, se que eres el primogénito de Satanás". El santo obispo había heredado este aborrecimiento hacia las herejías de su maestro San Juan, quien salió huyendo de los baños, al ver a Cerinto. Ellos comprendían el gran daño que hace la herejía.
San Policarpo besó las cadenas de San Ignacio, cuando éste pasó por Esmirna, camino del martirio, e Ignacio a su vez, le recomendó que velara por su lejana Iglesia de Antioquía y le pidió que escribiera en su nombre a las Iglesias de Asia, a las que él no había podido escribir. San Policarpo escribió poco después a los Filipenses una carta que se conserva todavía y que alaban mucho San Ireneo, San Jerónimo, Eusebio y otros. Dicha carta, que en tiempos de San Jerónimo se leía públicamente en las iglesias, merece toda admiración por la excelencia de sus consejos y la claridad de su estilo. Policarpo emprendió un viaje a Roma para aclarar ciertos puntos con el Papa San Aniceto, especialmente la cuestión de la fecha de la Pascua, porque las Iglesias de Asia diferían de las otras en este particular. Como Aniceto no pudiese convencer a Policarpo ni éste a aquél, convinieron en que ambos conservarían sus propias costumbres y permanecerían unidos por la caridad. Para mostrar su respeto por San Policarpo, Aniceto le pidió que celebrara la Eucaristía en su Iglesia. A esto se reduce todo lo que sabemos sobre San Policarpo, antes de su martirio.
El año sexto de Marco Aurelio, según la narración de Eusebio, estalló una grave persecución en Asia, en la que los cristianos dieron pruebas de un valor heroico. Germánico, quien había sido llevado a Esmirna con otros once o doce cristianos se señaló entre todos, y animó a los pusilánimes a soportar el Martirio. En el anfiteatro, el procónsul le exhortó a no entregarse a la muerte en plena juventud, cuando la vida tenía tantas cosas que ofrecerle, pero Germánico provocó a las fieras para que le arrebataran cuanto antes la vida perecedera. Pero también hubo cobardes: un frigio, llamado Quinto, consintió en hacer sacrificios a los dioses antes que morir.
La multitud no se saciaba de la sangre derramada y gritaba: "¡Mueran los enemigos de los dioses! ¡Muera Policarpo!" Los amigos del santo le habían persuadido que se escondiera, durante la persecución, en un pueblo vecino. Tres días antes de su martirio tuvo una visión en la que aparecía su almohada envuelta en llamas; esto fue para él una señal de que moriría quemado vivo como lo predijo a sus compañeros. Cuando los perseguidores fueron a buscarle, cambió de refugio, pero un esclavo, a quien habían amenazado si no le delataba, acabó por entregarle.
Los autores de la carta de la que tomamos estos datos, condenan justamente la presunción de los que se ofrecían espontáneamente al martirio y explican que el martirio de San Policarpo fue realmente evangélico, porque el santo no se entregó, sino que esperó a que le arrestaran los perseguidores, siguiendo el ejemplo de Cristo.
Herodes, el jefe de la policía, mandó por la noche a un piquete de caballería a que rodeara la casa en que estaba escondido Policarpo; éste sehallaba en la cama, y rehusó escapar, diciendo: "Hágase la voluntad de Dios". Descendió, pues, hasta la puerta, ofreció de cenar a los soldados y les pidió únicamente que le dejasen orar unos momentos. Habiéndosele concedido esta gracia, Policarpo oró de pie durante dos horas, por sus propios cristianos y por toda la Iglesia. Hizo esto con tal devoción, que algunos de los que habían venido a aprehenderle se arrepintieron de haberlo hecho. Montado en un asno fue conducido a la ciudad. En el camino se cruzó con Herodes y el padre de éste, Nicetas, quienes le hicieron venir a su carruaje y trataron de persuadirle de que no "exagerase" su cristianismo: "¿Qué mal hay -le decían- en decir Señor al César, o en ofrecer un poco de incienso para escapar a la muerte?" Hay que notar que la palabra "Señor" implicaba en aquellas circunstancias el reconocimiento de la divinidad del César. El obispo permaneció callado al principio; pero, como sus interlocutores le instaran a hablar, respondió firmemente: "Estoy decidido a no hacer lo que me aconsejáis". Al oír esto, Herodes y Nicetas le arrojaron del carruaje con tal violencia, que se fracturó una pierna.
El santo se arrastró calladamente hasta el sitio en que se hallaba reunido el pueblo. A la llegada de Policarpo, muchos oyeron una voz que decía: "Sé fuerte, Policarpo, y muestra que eres hombre". El procónsul le exhortó a tener compasión de su avanzada edad, a jurar por el César y a gritar: "¡Mueran los enemigos de los dioses!" El santo, volviéndose hacia la multitud de paganos reunida en el estadio, gritó: "¡Mueran los enemigos de Dios!" El procónsul repitió: "Jura por el César y te dejaré libre; reniega de Cristo". "Durante ochenta y seis años he servido a Cristo, y nunca me ha hecho ningún mal. ¿Cómo quieres que reniegue de mi Dios y Salvador? Si lo que deseas es que jure por el César, he aquí mi respuesta: Soy cristiano. Y si quieres saber lo que significa ser cristiano, dame tiempo y escúchame". El procónsul dijo: "Convence al pueblo". El mártir replicó: "Me estoy dirigiendo a ti, porque mi religión enseña a respetar a las autoridades si ese respeto no quebranta la ley de Dios. Pero esta muchedumbre no es capaz de oír mi defensa". En efecto, la rabia que consumía a la multitud le impedía prestar oídos al santo.
El procónsul le amenazó: "Tengo fieras salvajes". "Hazlas venir -respondió Policarpo-, porque estoy absolutamente resuelto a no convertirme del bien al mal, pues sólo es justo convertirse del mal al bien". El precónsul replicó: "Puesto desprecias a las fieras te mandaré quemar vivo". Policarpo le dijo: "Me amenazas con fuego que dura un momento y después se extingue; eso demuestra ignoras el juicio que nos espera y qué clase de fuego inextinguible aguarda a los malvados. ¿Qué esperas? Dicta la sentencia que quieras".
Durante estos discursos, el rostro del santo reflejaba tal gozo y confianza y actitud tenía tal gracia, que el mismo procónsul se sintió impresionado. Sin embargo, ordenó que un heraldo gritara tres veces desde el centro del estadio: Policarpo se ha confesado cristiano". Al oír esto, la multitud exclamó: "¡Este es el maestro de Asia, el padre de los cristianos, el enemigo de nuestros dioses que enseña al pueblo a no sacrificarles ni adorarles!" Como la multitud pidiera al procónsul que condenara a Policarpo a los leones, aquél respondió que no podía hacerlo, porque los juegos habían sido ya clausurados. Entonces gentiles y judíos pidieron que Policarpo fuera quemado vivo.
En cuanto el procónsul accedió a su petición, todos se precipitaron a traer leña de los hornos, de los baños y de los talleres. Al ver la hoguera prendida, Policarpo se quitó los vestidos y las sandalias, cosa que no había hecho antes porque los fieles se disputaban el privilegio de tocarle. Los verdugos querían atarle, pero él les dijo: "Permitidme morir así. Aquél que me da su gracia para soportar el fuego me la dará también para soportarlo inmóvil". Los verdugos se contentaron pues, con atarle las manos a la espalda. Alzando los ojos al cielo, Policarpo hizo la siguiente oración: "¡Señor Dios Todopoderoso, Padre de tu amado y bienaventurado Hijo, Jesucristo, por quien hemos venido en conocimiento de Ti, Dios de los ángeles, de todas las fuerzas de la creación y de toda la familia de los justos que viven en tu presencia! ¡Yo te bendigo porque te has complacido en hacerme vivir estos momentos en que voy a ocupar un sitio entre tus mártires y a participar del cáliz de tu Cristo, antes de resucitar en alma y cuerpo para siempre en la inmortalidad del Espíritu Santo! ¡Concédeme que sea yo recibido hoy entre tus mártires, y que el sacrificio que me has preparado Tú, Dios fiel y verdadero, te sea laudable! ¡Yo te alabo y te bendigo y te glorifico por todo ello, por medio del Sacerdote Eterno, Jesucristo, tu amado Hijo, con quien a Ti y al Espíritu sea dada toda gloria ahora y siempre! ¡Amén!"
No bien había acabado de decir la última palabra, cuando la hoguera fue encendida. "Pero he aquí que entonces aconteció un milagro ante nosotros, que fuimos preservados para dar testimonio de ello -escriben los autores de esta carta-:  las llamas, encorvándose como las velas de un navío empujadas por el viento, rodearon suavemente el cuerpo del mártir, que entre ellas parecía no tanto un cuerpo devorado por el fuego, cuanto un pan o un metal precioso en el horno; y un olor como de incienso perfumó el ambiente". Los verdugos, recibieron la orden de atravesar a Policarpo con una lanza; al hacerlo, brotó de su cuerpo una paloma y tal cantidad de sangre, que la hoguera se apagó.
Nicetas aconsejó al procónsul que no entregara el cuerpo a los cristianos, no fuera que estos, abandonando al Crucificado, adorasen a Policarpo. Los judíos habían sugerido esto a Nicetas, "sin saber -dicen los autores de la carta- que nosotros no podemos abandonar a Jesucristo ni adorar a nadie porque a El le adoramos como Hijo de Dios, y a los mártires les amamos simplemente como discípulos e imitadores suyos, por el amor que muestran a su Rey y Maestro". Viendo la discusión provocada por los judíos, el centurión redujo a cenizas el cuerpo del mártir. "Más tarde -explican los autores de la carta- recogimos nosotros los huesos, más preciosos que las más ricas joyas de oro, y los depositamos en un sitio dónde Dios nos concedió reunirnos, gozosamente, para celebrar el nacimiento de este mártir". Esto escribieron los discípulos y testigos. Policarpo recibió el premio de sus trabajos, a las dos de la tarde del 23 de febrero de 155, o 166, u otro año.
Vida de los Santos, Butler pgs. 172-175
Testimonio sobre su martirio: Como un sacrificio enjundioso y agradable
De la carta de la Iglesia de Esmirna sobre el martirio de san Policarpo (Cap. 13, 2-15, 2: Funk 1, 297-299)
Preparada la hoguera, Policarpo se quitó todos sus vestidos, se desató el ceñidor e intentaba también descalzarse, cosa que antes no acostumbraba a hacer, ya que todos los fieles competían entre sí por ser los primeros en tocar su cuerpo; pues, debido a sus buenas costumbres, aun antes de alcanzar la palma del martirio, estaba adornado con todas las virtudes.
Policarpo se encontraba en el lugar del tormento rodeado de todos los instrumentos necesarios para quemar a un reo. Pero, cuando le quisieron sujetar con los clavos, les dijo:
«Dejadme así, pues quien me da fuerza para soportar el fuego me concederá también permanecer inmóvil en medio de la hoguera sin la sujeción de los clavos».
Por tanto, no le sujetaron con los clavos, sino que lo ataron.
Ligadas las manos a la espalda como si fuera una víctima insigne seleccionada de entre el numeroso rebaño para el sacrificio, como ofrenda agradable a Dios, mirando al cielo, dijo:
«Señor, Dios todopoderoso, Padre de nuestro amado y bendito Jesucristo, Hijo tuyo, por quien te hemos conocido; Dios de los ángeles, de los arcángeles, de toda criatura y de todos los justos que viven en tu presencia: te bendigo, porque en este día y en esta hora me has concedido ser contado entre el número de tus mártires, participar del cáliz de Cristo y, por el Espíritu Santo, ser destinado a la resurrección de la vida eterna en la incorruptibilidad del alma y del cuerpo. ¡Ojalá que sea yo también contado entre el número de tus santos como un sacrificio enjundioso y agradable, tal como lo dispusiste de antemano, me lo diste a conocer y ahora lo cumples, oh Dios veraz e ignorante de la mentira!
Por esto te alabo, te bendigo y te glorifico en todas las cosas por medio de tu Hijo amado Jesucristo, eterno y celestial Pontífice. Por él a ti, en unión con él mismo y el Espíritu Santo, sea la gloria ahora y en el futuro, por los siglos de los siglos. Amén».
Una vez que acabó su oración y hubo pronunciado su «Amén», los verdugos encendieron el fuego.
Cuando la hoguera se inflamó, vimos un milagro; nosotros fuimos escogidos para contemplarlo, con el fin de que lo narrásemos a la posteridad. El fuego tomó la forma de una bóveda, como la vela de una nave henchida por el viento, rodeando el cuerpo del mártir que, colocándose en medio, no parecía un cuerpo que está abrasándose, sino como un pan que está cociéndose, o como el oro o la plata que resplandecen en la fundición. Finalmente, nos embriagó un olor exquisito, como si se estuviera quemando incienso o algún otro preciado aroma.
De su carta a los Filipenses: Estáis salvados por gracia
Comienza la carta de San Policarpo, obispo y mártir, a los Filipenses 1,1-2,3
Policarpo y los presbíteros que están con él a la Iglesia Dios que vive como forastera en Filipos: Que la misericordia y la paz, de parte de Dios todopoderoso y de Jesucristo, nuestro salvador, os sean dadas con toda plenitud.
Sobremanera me he alegrado con vosotros, en nuestro Señor Jesucristo, al enterarme de que recibisteis a quienes son imágenes vivientes de la verdadera caridad y de que asististeis, como era conveniente, a quienes estaban cargados de cadenas dignas de los santos, verdaderas diademas de quienes han sido escogidos por nuestro Dios y Señor. Me he alegrado también al ver cómo la raíz vigorosa de vuestra fe, celebrada desde tiempos antiguos, persevera hasta el día de hoy y produce abundantes frutos en nuestro Señor Jesucristo, quien, por nuestros pecados, quiso salir al encuentro de la muerte, y Dios lo resucitó, rompiendo las ataduras de la muerte. No lo veis, y creéis en él con un gozo inefable y transfigurado, gozo que muchos desean alcanzar, sabiendo como saben que estáis salvados por su gracia, y no se debe a las obras, sino a la voluntad de Dios en Cristo Jesús.
Por eso, estad interiormente preparados y servid al Señor con temor y con verdad, abandonando la vana palabrería y los errores del vulgo y creyendo en aquel que resucitó a nuestro Señor Jesucristo de entre los muertos y le dio gloria, colocándolo a su derecha; a él le fueron sometidas todas las cosas, las del cielo y las de la tierra, y a él obedecen todos cuantos tienen vida, pues él ha de venir como juez de vivos y muertos, y Dios pedirá cuenta de su sangre a quienes no quieren creer en él.
Aquel que lo resucitó de entre los muertos nos resucitará también a nosotros, si cumplimos su voluntad y caminamos según sus mandatos, amando lo que él amó y absteniéndonos de toda injusticia, de todo fraude, del amor al dinero, de la maldición y de los falsos testimonios, no devolviendo mal por mal, o insulto por insulto, ni golpe por golpe, ni maldición por maldición, sino recordando más bien aquellas palabras del Señor, que nos enseña: No juzguéis, y no os juzgarán; perdonad, y seréis perdonados; compadeced, y seréis compadecidos. La medida que uséis la usarán con vosotros. Y: Dichosos los pobres y los perseguidos, porque de ellos es el reino de Dios.
Las obras y fuentes sobre San Policarpo: (1) Las epístolas de San Ignacio; (2) La epístola de Policarpo a los Filipenses; (3) algunos pasajes de San Ireneo; (4) La carta a los de Smirna sobre el martirio de San Policarpo.

martes, 21 de febrero de 2017

Miércoles semana 7 de tiempo ordinario; año impar

Miércoles de la semana 7 de tiempo ordinario; año impar

La sabiduría va unida a la apertura a los demás, a la humildad del corazón
«Juan le dijo: Maestro, hemos visto a uno expulsando demonios en tu nombre y se lo hemos prohibido, porque no viene con nosotros. Jesús le contestó: No se lo prohibáis, pues no hay nadie que haga un milagro en mi nombre y pueda a continuación hablar mal de mí: el que no está contra nosotros, está con nosotros.»(Marcos 9, 38-40)
1. "Maestro, hemos visto a uno que en tu nombre echaba a los espíritus impuros, pero que no es de los nuestros y se lo hemos prohibido”. Decididamente, ¡cuán enzarzados se hallan todos en cuestiones de prelaciones, de envidias, de mezquindades! Jesús acaba de anunciar su Pasión en la que se hará el "último de los servidores"..., ha aconsejado a sus discípulos hacerse servidores y no buscar los primeros sitios. Y he aquí que la reacción de Juan, uno de los mejores, es una reacción de dominio, una voluntad de poder, una preocupación de conservar un monopolio; ¡quisiera guardar para él solo, acaparar para el grupo de los Doce el poder de Cristo! No juzguemos a los apóstoles, no juzguemos a nadie. Sería demasiado fácil, ya lo hemos dicho, aplicar el evangelio... a los demás. ¿Quién de nosotros no ha tenido alguna vez esos sectarismos de grupo? La capa de la solidaridad y de la defensa del bien común de nuestro medio ambiente, ¿no resulta a veces que de hecho estamos defendiendo nuestros propios intereses? ¿Quién de nosotros no ha buscado, algún que otro día, conservar ventajas adquiridas, impidiendo así que otros probaran su suerte?
-“Este hombre no está con nosotros, no es de los nuestros...” No forma parte de nuestro grupo. Y sin embargo... hace el bien, ¡expulsa los demonios en tu Nombre! Esta situación es muy frecuente y muy actual en la Iglesia de hoy. Sí, la gracia de Cristo actúa más allá de las estructuras visibles de Iglesia. Hombres y mujeres, como en tiempo de Jesús, no forman parte del grupo de discípulos y no obstante actúan en nombre de Jesús.
-“No se lo prohibáis”. He aquí la respuesta de Jesús. –“Pues ninguno que haga un milagro en mi nombre, hablará luego mal de mí”. Trabajar para Cristo, actuar en el mismo sentido que actuaba Cristo, es ya una cosa buena... que permite caminar hacia un conocimiento y una palabra conformes a Cristo. No es este el único pasaje del evangelio en el que Jesús da valor a la acción. Para muchos hombres de nuestro tiempo, es también por la acción recta, por el compromiso serio según la propia conciencia... que podrá instaurarse una pedagogía de la fe que llevará al descubrimiento más explícito de Cristo.
-“El que no está contra nosotros, está con nosotros”. Esto va en el mismo sentido… apertura total. Jesús invita a sus discípulos a confiar en el Espíritu Santo. La Iglesia actual, siguiendo a Jesús, quiere ser ampliamente abierta. El último Concilio voluntariamente renunció a hacer ninguna condena: ¿creo efectivamente que Dios actúa en todas partes? ¿Y que el Espíritu no es propiedad de ningún grupo? ¿Ni de ninguna estructura? El Espíritu sopla donde quiere. ¡No se lo impidamos! (Noel Quesson).
«Además, muchos elementos de santificación y de verdad existen fuera de los límites visibles de la Iglesia católica: la palabra de Dios escrita, la vida de la gracia, la fe, la esperanza y la caridad y otros dones interiores del Espíritu Santo y los elementos visibles. El Espíritu de Cristo se sirve de estas Iglesias y comunidades eclesiales como medios de salvación cuya fuerza viene de la plenitud de gracia y de verdad que Cristo ha confiado a la Iglesia católica. Todos estos bienes provienen de Cristo y conducen a Él y de por sí impelen a la unidad católica» (Catecismo 819)
 «Ama y practica la caridad, sin límites y sin discriminaciones, porque es la virtud que nos caracteriza a los discípulos del Maestro. -Sin embargo, esa caridad no puede llevarte -dejaría de ser virtud- a amortiguar la fe, a quitar las aristas que la definen, a dulcificaría hasta convertirla, como algunos pretenden, en algo amorfo que no tiene la fuerza y el poder de Dios»( J. Escrivá, Forja 456).
2. –“La sabiduría exalta a sus hijos y cuida de los que la buscan. El que la ama, ama la vida. Los que la buscan desde la aurora, serán colmados de gozo. El que la posee tendrá la gloria en herencia, dondequiera que él entre, le bendecirá el Señor”. La sabiduría es como una madre que instruye a sus hijos, una maestra que busca el bien de sus discípulos, que les sale al encuentro, que les guía disimuladamente y les revela sus secretos. Actúa como mediadora entre Dios y los creyentes.
La sabiduría es fuente de «vida», de «gozo» y de «felicidad»… ¿«Amo yo la vida», según la invitación de ese pasaje de la Escritura? ¿Deseo ávidamente la sabiduría, hasta el punto de «andar buscándola desde la aurora»? ¡Inestimable valor de la mañana! Un nuevo día empieza para mí, para el mundo. ¿Cómo empleo esos primeros minutos de mi jornada? ¿Son para mí un instante de plenitud y de orientación?
-“Los que sirven a la Sabiduría, rinden culto al Dios santo. A los que la aman, los ama el Señor”. «Servir» a la Sabiduría... «Amar» a la Sabiduría... Es todo un estilo de vida. Este arte de vivir, este humanismo no es solamente privilegio de los creyentes. A todos… ¡el Señor «les» ama! El autor de esas frases vivía en pleno mundo helenístico pagano, y sabía admirar la sabiduría de las culturas de su tiempo; pero sabía también vincularlas a su propia visión religiosa. ¿Tengo yo esa misma tendencia profunda y equilibrada, que me facilitaría a la vez: reconocer los valores humanos vividos por tantos hombres de HOY... y hacer patente su relación a Dios de quien esos valores emanan y a quien rinden un verdadero culto: «la gloria de Dios es el hombre vivo»? La finalidad de la «revisión de vida» es la de habituarnos a tener esa doble mirada, a la vez humana y divina.
-“El que escucha la sabiduría... El que la sigue... El que a ella se confía... Al principio le llevará por recovecos, le hará sentir timidez, miedo y pavor; con su disciplina le atormentará hasta obtener su confianza... mas luego le conducirá al camino recto, le regocijará y le revelará sus secretos”. Hay en todo ello una idea muy interesante: la experiencia de la «búsqueda». Ser sabio no es una posesión orgullosa y de una vez para siempre. No hay peor error que creerse definitivamente seguro de poseer la verdad. Ser sabio, es, ante todo, «aceptar el aprendizaje», es «revisar» lo que uno sabe, «permanecer abierto a los progresos» es «aceptar los límites de la propia sabiduría» ¡para continuar buscando!
Ben Sirac llega hasta a hablar del «tormento» de la búsqueda. Querer comprender mejor el mundo, querer comprender mejor a Dios, no es un reposar... es una aventura. Requiere esfuerzo, una ruda «disciplina»... al final de los cuales se encuentra el gozo y el conocimiento de los «secretos del mundo».
-“La sabiduría le revelará sus secretos”. ¡Un secreto! Algo precioso, pero escondido, no aparente ni evidente. Hay que ir más allá de la superficialidad de las cosas hasta llegar a su núcleo más profundo. Condúcenos, Señor, hasta lo esencial. Revélanos tus secretos. Líbranos de las falsas soluciones y de las seguridades a corto término. Danos esa Sabiduría que proviene de Ti. Que nuestra luz sea tu Evangelio (Noel Quesson).
3. Al oir esta descripción de la sabiduría no podemos dejar de pensar que para nosotros, cristianos, la sabiduría de Dios nos está bien cercana y continuamente presente en Cristo Jesús, el Maestro, la Palabra viviente de Dios, que nos invita a seguirle, que nos acompaña en nuestro camino, que nos ayuda a discernir y a ver las cosas y los acontecimientos desde los ojos mismos de Dios: «Yo soy el camino y la verdad y la vida». Si hacemos caso a este Maestro, atesoramos su Palabra y la llevamos a nuestra vida, estamos en el camino de la verdadera felicidad.
A la larga, el que edifica sobre la sabiduría de Dios, y no sobre la del mundo o el propio capricho o los gustos de moda, tendrá ocasión de decir con el salmo: «mucha paz tienen, Señor, los que aman tus leyes», porque edifica sobre roca.
Llucià Pou Sabaté
La Cátedra del apóstol San Pedro

«Cuando llegó Jesús a la región de Cesarea de Filipo, preguntó a sus discípulos: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre? Ellos respondieron: Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o alguno de los profetas. El les dijo: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Respondiendo Simón Pedro dijo. Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo. Jesús le respondió: Bienaventurado eres, Simón hijo de Juan, porque no te ha revelado eso ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los Cielos. Y yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Te daré las llaves del Reino de los Cielos; y todo lo que atares sobre la tierra quedara atado en los Cielos, y todo lo que desatares sobre la tierra, quedará desatado en los Cielos. Entonces ordenó a los discípulos que no dijeran a nadie que él era el Cristo.» (Mateo 16, 13-19)
1º. Jesús, después de preguntar qué piensan los demás de Ti, te diriges de nuevo a los discípulos: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»
Te importa mi respuesta personal: ¿quién eres Tú para mí?
¿Me doy cuenta de que eres «el Cristo, el Hijo de Dios vivo?»
¿Te pido ayuda, sabiendo que la fe no me la ha revelado «ni la carne ni la sangre,» no es producto de la razón ni del sentimiento, sino que proviene de Dios?
Para vivir cristianamente necesito tener fe.
Por eso es bueno que te la pida cada día: Jesús, aumenta mi fe; que te vea siempre como quien eres: el Hijo de Dios.
No eres Elías, ni Juan el Bautista, ni «alguno de los profetas.»
No eres un gran filósofo, que dejó unas enseñanzas maravillosas de amor a los demás.
El Evangelio no es una guía de comportamiento humanitario, que me ayuda a ser mejor y que interpreto según me parezca o según me sienta más o menos identificado.
El Evangelio es la Palabra de Dios.
Por eso reprendes duramente a Pedro cuando no quiere aceptar la Cruz: «¡Apártate de mí, Satanás! Pues no sientes las cosas de Dios sino las de los hombres.»
Desde entonces Pedro, el primer Papa, aprenderá a no interpretar las cosas según las sienten los hombres, sino según la voluntad de Dios.
Además, el Papa recibe una gracia especial para no dejarse llevar por las modas, los gustos o las flaquezas de las distintas culturas.
2º. «Fe, poca. El mismo Jesucristo lo dice. Han visto resucitar muertos, curar toda clase de enfermedades, multiplicar el pan y los peces, calmar tempestades, echar demonios. San Pedro, escogido como cabeza, es el único que sabe responder prontamente.- «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo». Pero es una fe que él interpreta a su manera, por eso se permite encararse con Jesucristo para que no se entregue en redención por los hombres» (Es Cristo que pasa.- 2).
Jesús, a mi alrededor veo cristianos que tienen fe en Ti, pero es una fe que cada uno interpreta a su manera: no van a Misa, no se confiesan, no hacen oración, no saben encontrar el sentido al sacrificio.
¿Qué les puedo decir?
Hoy me das la respuesta: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia.»
El Romano Pontífice, Cabeza del Colegio episcopal, goza de infalibilidad en virtud de su ministerio cuando, como Pastor y Maestro supremo de todos los fieles que confirma en la fe a sus hermanos, proclama por un acto definitivo la doctrina en cuestiones de fe y moral.
La infalibilidad prometida a la Iglesia reside también en el Cuerpo episcopal cuando ejerce el magisterio supremo con el sucesor de Pedro, sobre todo en un concilio ecuménico.
Jesús, has escogido a San Pedro y a sus sucesores como representantes tuyos en la tierra: «todo lo que atares sobre la tierra quedará atado en los Cielos.»
No es suficiente con tener buena intención; es necesario seguir las indicaciones del Papa y de los obispos.
Sólo así podré «sentir las cosas de Dios,» y no me veré arrastrado por una visión humana de las cosas.

lunes, 20 de febrero de 2017

Martes semana 7 de tiempo ordinario; año impar

Martes de la semana 7 de tiempo ordinario; año impar

La cruz tiene un sentido transformador
«Una vez que salieron de allí cruzaban Galilea, y no quería que nadie lo supiese; pues iba instruyendo a sus discípulos y les decía: El Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán, y después de muerto, resucitará a los tres días. Pero ellos no entendían sus palabras y temían preguntarle. Y llegaron a Cafarnaún. Estando ya en casa, les preguntó: ¿De qué discutíais por el camino? Pero ellos callaban, porque en el camino habían discutido entre sí sobre quién sería el mayor Entonces se sentó y llamando a los doce, les dijo: Si alguno quiere ser el primero, hágase el último de todos y servidor de todos. Y tomando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: El que reciba en mi nombre a uno de estos niños, a mí me recibe; y quien me recibe a mí, no me recibe a mí, sino al que me envió» (Marcos 9,30-37).
1. “-Jesús y sus discípulos atravesaban la Galilea, queriendo que no se supiese. Pues les enseñaba diciendo: "El Hijo del hombre será entregado en manos de los hombres."” Como Jesús no quiere que se utilice el titulo de "Hijo de Dios" utiliza constantemente el de "Hijo del hombre", que no está contaminado por interpretaciones judías, y en cambio recoge la profecía de la venida de Dios en Daniel,7-13-14… «Desde el comienzo de su vida pública, en su bautismo, Jesús es el «Siervo» enteramente consagrado a la obra redentora que llevará a cabo en el «bautismo» de su pasión» (Catecismo 565).
-“Le darán muerte y al cabo de tres días resucitará”. Es el segundo anuncio de la Pasión. Ni Buda, ni Mahoma ni ninguna ideología humanista han propuesto solución alguna a esta gran angustia del hombre que sabe que morirá. Solamente Jesús, serenamente, sencillamente dijo: le darán muerte y ¡tres días después resucitará! Jesús es aquel que se dirigía hacia la muerte en medio de una gran paz total... porque sabía que, detrás de la puerta sombría, le esperaba: no la nada desesperante, sino los brazos del Padre. La nueva liturgia de difuntos canta: "En el umbral de su casa, nuestro Padre te espera, y los brazos de Dios se abrirán para ti”.
-“Y los discípulos no entendían esas palabras y temían preguntarle”. Es una buena muestra de humanidad corriente, más bien mediana. Fueron transformados por un acontecimiento... fueron levantados por encima de sí mismos, e investidos de una fuerza y de una inteligencia que no venía de ellos. Siempre es así hoy en la Iglesia: no se la puede juzgar simplemente desde un punto de vista estrictamente humano.
-“¿Qué discutíais en el camino? Ellos se callaron porque habían discutido entre sí sobre quién sería el mayor”. He aquí su nivel de reflexión y de ambición. ¡Humanidad corriente, mediana!
-“Si alguno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”. En su Pasión, a la que alude, Jesús se hizo el último, el servidor. Así, el anuncio de la Cruz, no es sólo para El, sino también para nosotros. No hay otro camino para seguir a Jesús, que el de pasar por la muerte para llegar a la vida. ¿Es esto, desde ahora, mi vida cotidiana? (Noel Quesson).
Y pones el ejemplo de un niño… ayúdame, Señor, a ser niño, para entender tu Reino.
2. –“Hijo mío, si te dispones a servir al Señor, prepara tu alma para la prueba. Endereza tu corazón, permanece firme y valiente, no te atormentes cuando llegue la adversidad”. Vemos también nosotros los desórdenes e injusticias del mundo: millones de hombres que mueren de hambre, cataclismos colectivos, sufrimientos individuales, la enfermedad, la muerte. A diferencia de Job, Ben Sirac no plantea preguntas radicales sobre el mal. Hombre práctico, se contenta con dar consejos concretos sobre las actitudes a tomar cuando viene la prueba.
1º Tener paciencia, aceptar, esperar el final: -“Sé fiel, no te separes para que seas exaltado al fin de tu vida”. Todo lo que te sobrevenga, acéptalo; en los reveses de tu humillación, sé paciente. Es la sabiduría elemental de la mayoría de los pueblos: hay que acomodarse al dolor lo mejor posible. .. siempre que se presente. Pero no está prohibido pensar que las cosas se arreglarán, de ahí la invitación a «esperar», a «tener paciencia»; ver la prueba como algo temporal que un día terminará. Vieja filosofía de siempre. ¿Qué ponía Ben Sirac tras esas palabras «sé fiel para que seas exaltado al final"? ¿Veía una glorificación, una "exaltación" de los que han padecido? ¿Cómo, dónde, cuándo? Y nosotros, con las luces más precisas que la Pascua aporta al Viernes Santo, ¿qué ponemos detrás de esas palabras? Leo de nuevo, lentamente las exhortaciones del sabio, aplicándolas a Jesús en su misterio pascual... a mis propias pruebas... y a las pruebas del mundo.
2.° La prueba es fuente de purificación, de valores, «templa los caracteres": -“Porque en el fuego se purifica el oro, y los aceptos a Dios, en el crisol de la humillación”. Es mejor no usar a menudo ese argumento con los que vemos que sufren. No hay nada peor, a veces, que dar «buenos consejos» a los que están sufriendo. No obstante, convendría que nos aplicáramos ese argumento a nosotros mismos. Es un hecho de experiencia que si la prueba es a veces destructora, por lo menos aparentemente, también tiene, a menudo, un misterioso poder de valorización del hombre. Es un crisol. En él se decantan las impurezas y las gangas y aparece lo esencial del metal.
3.° Lo ideal sería vivir la prueba «en compañía» de Dios: -“Confiate a El y El te sostendrá... Espera en El”. Los que adoráis a Dios, contad con su misericordia... Confiaos a El y no os faltará la recompensa. Los que adoráis a Dios, esperad sus beneficios: gozo eterno y misericordia. El drama extremo es, precisamente, que el sufrimiento pueda hacernos dudar de Dios. Pero, aquí también, la experiencia corriente nos muestra que el hombre de Fe puede hallar en la "presencia" de Dios un reconfortante del cual suele verse privado el ateo. Pero no es algo automático. Ese "compañerismo" que Dios ofrece a los que sufren ha supuesto para El vivir personalmente la cruz del hombre, en Jesucristo (Noel Quesson).
La vida y la historia poseen una dimensión invisible a los ojos de la carne, un misterio "más allá interior". Lo mismo que la mirada del artista cuando contempla un cuadro penetra mucho más profundamente que la del hombre de la calle; o el enamorado cuando lee la carta de la novia ve mucho más allá de ese trozo de papel que tan fácilmente se arruga, así el cristiano frente al hombre, frente al mundo, y frente a su historia personal, "ve más allá" que los demás hombres. Es un vidente, San Pablo cuando escribe a Tito, llama a los cristianos los hombres del "superconocimiento".
Los hombres que carecen de ojos para ese "más allá interior" creen que Dios no existe; en cambio los hombres del "superconocimiento" lo descubren en las mismas realidades en que aquellos no vieron nada.
El evangelio nos dice que el discípulo de Cristo debe entrar generosamente -lo mismo que Jesús- en el plan del Padre, que no resulta nada agradable humanamente, sino que exige sacrificio.
Jesús camina con el deseo de encajar su vida en la voluntad del Padre: de muerte y resurrección. Nosotros caminamos con Cristo -pero haciendo el tonto- viendo quién va a ser tenido como más importante. Debemos pedir la sabiduría de Dios.
Pero las pruebas nos vienen bien: nos hacen madurar, nos acrisolan, como el fuego al oro. Las pruebas nos hacen pensar, nos invitan a relativizar tantas cosas y a dar importancia a las que valen la pena. Si nos desanimamos, es porque no confiamos suficientemente en Dios. Con su fuerza no hay dificultad insuperable. Con su luz vamos adquiriendo la verdadera sabiduría que nos trae también la felicidad (J. Almazábar).
3. Para no caer en la impaciencia y el pesimismo, que bloquean nuestra vida, tendremos que decirnos a nosotros mismos lo de Ben Sira: «Confía en Dios, que él te ayudará, espera en él y te allanará el camino». Y lo del salmo: «Confía en el Señor y haz el bien, porque el Señor ama la justicia y no abandona a sus fieles. Encomienda tu camino al Señor y él actuará». Hay momentos de oscuridad, sí, pero a la noche siempre le sigue la aurora. Hay crisis, pero los túneles llegan a su final y aparece la luz. Hay Viernes Santo, y es trágico, pero desemboca en el Domingo de la resurrección. Confiemos en Dios. Eso iluminará de sabiduría nuestra jornada.
Llucià Pou Sabaté
San Pedro Damiani, obispo y doctor de la Iglesia

Nació en Ravena, el año 1007; acabados los estudios, ejerció la docencia, pero se retiró en seguida al yermo de Fonte Avellana, donde fue elegido prior. Fue gran propagador de la vida religiosa allí y en otras regiones de Italia. En aquella dura época ayudó eficazmente a los papas, con sus escritos y legaciones, en la reforma de la Iglesia. Creado por Esteban IX cardenal y obispo de Ostia, murió el año 1072 y al poco tiempo era venerado como santo.
San Pedro Damián es una de esas figuras severas que, como San Juan Bautista, surgen en las épocas de relajamiento para apartar a los hombres del error y traerles de nuevo al estrecho sendero de la virtud.  Pedro Damián nació en Ravena, el último hijo de una numerosa familia,  Habiendo perdido a sus padres cuando era muy niño, quedó al cuidado de un hermano suyo, quien le trató como si fuera un esclavo, así le envió a cuidar los puercos en cuanto pudo andar.  Otro de sus hermanos, que era arcipreste de Ravena, se compadeció de él y decidió encargarse de su educación. Viéndose tratado como un hijo, Pedro tomó de su hermano el nombre de Damián.  Este le mandó a la escuela, primero a Faenza y después a Parma.  Pedro fue un buen discípulo y, más tarde, un magnífico maestro. Desde joven se había acostumbrado a la oración, la vigilia y el ayuno.  Llevaba debajo de la ropa una camisa de pelo para defenderse de los atractivos del placer y de los ataques del demonio.  Hacía grandes limosnas, invitaba frecuentemente a los pobres a su mesa y les servía con sus propias manos.
Pedro decidió abandonar enteramente el mundo y abrazar la vida monacal en otra región.  Un día en que se hallaba reflexionando sobre su proyecto, se presentaron en su casa dos benedictinos de la reforma de San Romualdo, que pertenecían al convento de Fonte Avellana.  Pedro les hizo muchas preguntas sobre sus reglas y modo de vida.  Sus respuestas le dejaron satisfecho, e ingresó en esa comunidad de ermitaños, que gozaba entonces de gran reputación.  Los ermitaños habitaban en celdas separadas, consagraban la mayor parte del tiempo a la oración y lectura espiritual, y vivían con gran austeridad. 
Pedro quiso morir al pecado cueste lo que cueste. Para lograr dominar sus pasiones sensuales, se colocó debajo de su camisa correas con espinas (cilicio), se daba azotes y se dedicó a ayunar a pan y agua.  Pero sucedió que su cuerpo, que no estaba acostumbrado a tan duras penitencias, empezó a debilitarse y le llegó el insomnio, y pasaba las noches sin dormir, y le afectó una debilidad general que no le dejaba hacer nada.  Entonces comprendió que las penitencias no deben ser tan excesivas. Mas bien, la mejor penitencia es tener paciencia con las penas que Dios permite que nos lleguen. Una muy buena penitencia es dedicarse a cumplir exactamente los deberes de cada día y a estudiar y trabajar con todo empeño
Esta experiencia personal le fue de gran utilidad para dirigir espiritualmente a otros y enseñarles que,  en vez de hacer enfermar al cuerpo con penitencias exageradas, hay que hacerlo trabajar fuertemente en favor del reino de Dios y de la salvación de las almas.
Aleccionado por esa experiencia, se dedicó con mayor ahínco a los estudios sagrados,  llegando a ser tan versado en la Sagrada Escritura, como antes lo había sido en las ciencias profanas.  Los ermitaños le eligieron unánimemente para suceder al abad cuando este muriese; como Pedro se resistiera a aceptar, el propio abad se lo impuso por obediencia.  Así pues, a la muerte del abad, hacia el año 1043, Pedro tomó la dirección de la comunidad, a la que gobernó con gran prudencia y piedad.  Igualmente fundó otras cinco comunidades de ermitaños, al frente de las cuales puso a otros tantos priores bajo su propia dirección.  Su principal cuidado era fomentar entre los monjes el espíritu de retiro, caridad y humildad.  Muchos de los ermitaños llegaron a ser lumbreras de la Iglesia; entre otros, San Domingo Loricato y San Juan de Lodi, quien sucedió a San Pedro en la dirección del convento de la Santa Cruz, escribió su biografía y fue más tarde obispo de Gubio.
Varios Papas emplearon a San Pedro Damián en el servicio de la Iglesia. Esteban IX le nombró, en 1057, cardenal y obispo de Ostia, a pesar de la repugnancia del santo.  Pedro rogó muchas veces al Papa Nicolás II que le permitiese renunciar al gobierno de la diócesis y volver a su vida de ermitaño, pero el Sumo Pontífice se negó a ello.  Alejandro II, que amaba mucho al santo, accedió finalmente a sus súplicas, pero se reservó el poder de emplearle en el servicio de la Iglesia, en caso de necesidad.  San Pedro Damián se consideró desde ese momento libre, no sólo del gobierno de su diócesis, sino también de la supervisión de las diversas comunidades, y volvió al convento como simple monje.
A los Pontífices y a muchos personajes les dirigió frecuentemente cartas pidiéndoles la erradicación de la simonía. En aquel siglo del año mil era muy frecuente que un hombre nada santo llegara a ser sacerdote y hasta obispo, porque compraba su nombramiento dando mucho dinero a los que lo elegían para ese cargo.  Así se consagraban hombres indignos que hacían mucho daño.  Afortunadamente, al año de la muerte de San Pedro Damián, su gran amigo, el monje Hildebrando fue nombrado Papa Gregorio VII y hizo una gran reforma.
Escribió el "libro Gomorriano", en contra de las costumbres impuras de su tiempo.  (Gomorriano, en referencia a Gomorra, una de las ciudades que Dios destruyó por su impureza). Su estilo es vehemente. Todas sus obras llevan la huella de su espíritu estricto, particularmente cuando se trata de los deberes de los clérigos y monjes. El santo escribió un tratado al obispo de Besancon, en el que atacaba la costumbre que tenían los canónigos de esa diócesis de cantar sentados el oficio divino.  San Pedro Damián recomendaba el uso de la disciplina más que los ayunos prolongados.  Escribió cosas muy severas sobre las obligaciones de los monjes y protestó contra la costumbre de ciertas peregrinaciones, pues consideraba que el retiro era la condición esencial del estado monacal. 
Decía:  "Es imposible restaurar la disciplina una vez que ésta decae; si nosotros, por negligencia, dejamos caer en desuso las reglas, las generaciones futuras no podrán volver a la primitiva observancia.  Guardémonos de incurrir en semejante culpa y transmitamos fielmente a nuestros sucesores el legado de nuestros predecesores". 
Predicó a favor del celibato eclesiástico.  Pedía que el clero diocesano viviese en comunidad.  Su carácter vehemente se manifestaba en todos sus actos y palabras.  Se ha dicho de él que "su genio consistía en exhortar y mover al heroísmo, en predicar acciones extraordinarias y recordar ejemplos conmovedores . . . ; en sus escritos arde el fuego de una extraordinaria fuerza moral".
A pesar de su severidad, San Pedro Damián sabía tratar a los pecadores con bondad e indulgencia, cuando la caridad y la prudencia lo pedían. Enrique IV de Alemania se había casado con Berta, la hija de Otón, marqués de las Marcas de Italia; pero dos años más tarde, había pedido el divorcio, alegando que el matrimonio no había sido consumado. Con promesas y amenazas logró ganar para su causa al arzobispo de Mainz, quien convocó un concilio para anular el matrimonio; pero el Papa Alejandro II le prohibió cometer semejante injusticia y envió a San Pedro Damián a presidir el sínodo. El anciano legado se reunió en Frankfurt con el rey y los obispos, les leyó las órdenes e instrucciones de la Santa Sede y exhortó al rey a guardar la ley de Dios, los cánones de la Iglesia y su propia reputación y también, a reflexionar sobre el escándalo y el mal ejemplo que daría, si no se sometiera.  Los nobles se unieron al santo para rogar al joven monarca que no manchase su honor. Ante tal oposición, Enrique renunció a su proyecto de divorcio, aunque interiormente no cambiase de actitud.
Pedro retornó, en cuanto pudo, a su retiro en Fonte Avellana para vivir en profunda austeridad hasta el fin de su vida.  En los ratos en que no se hallaba absorto en la oración o el trabajo, acostumbraba hacer cucharas de madera y otros utensilios para no estar ocioso. 
El Papa Alejandro II envió a San Pedro Damián a arreglar el asunto del arzobispo de Ravena, que había sido excomulgado por las atrocidades que había cometido.  Cuando San Pedro llegó, el arzobispo ya había muerto; pero el santo pudo convertir a sus cómplices, a los que impuso justa penitencia.  Este fue el último servicio público que el santo prestó a la Iglesia.  A su vuelta a Roma, se vio atacado por una aguda fiebre en un monasterio de las afueras de Faenza, donde murió al octavo día, el 22 de febrero de 1072, mientras los monjes recitaban los maitines alrededor de su lecho.
Dante Alighieri, en el canto XXI del Paraíso, coloca a san Pedro Damián en el cielo de Saturno, destinado en su Comedia a los espíritus contemplativos.  El poeta pone en los labios del Santo una breve y eficaz narración autobiográfica:  la predilección por los alimentos frugales y la vida contemplativa, y el abandono de la tranquila vida de convento por el cargo episcopal y cardenalicio.
Fue declarado doctor de la Iglesia en 1828.
Bibliografía
Butler, Vidas de los Santos.
Sálesman, P. Eliécer - Vidas de Santos # 1
Sgarbossa, Mario - Luigi Giovannini; Un Santo Para Cada Día

domingo, 19 de febrero de 2017

Lunes semana 7 de tiempo ordinario; año impar

Lunes de la semana 7 de tiempo ordinario; año impar

«Toda sabiduría viene de Dios», por eso le rezamos: «Tus mandatos son fieles y seguros,  la santidad es el adorno de tu casa «Tengo fe, pero dudo, ayúdame».
 “Al llegar junto a los discípulos, vieron a una gran muchedumbre que les rodeaba y a unos escribas que discutían con ellos. En seguida, al verle, todo el pueblo quedó sorprendido y corrían a saludarle. Y Él les preguntó: ¿Qué discutíais entre vosotros? A lo que respondió uno de la muchedumbre: Maestro, te he traído a mi hijo, que tiene un espíritu mudo; y en cualquier sitio se apodera de él, lo tira al suelo, le hace echar espuma y rechinar los dientes y lo deja rígido; pedí a tus discípulos que lo expulsaran, pero no han podido. Él les contestó: ¡Oh generación incrédula! ¿Hasta cuándo tendré que sufriros? ¡Traédmelo! Y se lo trajeron. En cuanto el espíritu vio a Jesús, agitó violentamente al niño, que cayendo a tierra se revolcaba echando espuma. Entonces preguntó al padre: ¿Cuánto tiempo hace que le sucede esto? Le contestó: Desde muy niño; y muchas veces lo ha arrojado al fuego y al agua, para acabar con él; pero si algo puedes, ayúdanos, compadecido de nosotros. Y Jesús dijo: ¡Si puedes...! ¡Todo es posible para el que cree! En seguida el padre del niño exclamó: Creo, Señor; ayuda mi incredulidad. Al ver Jesús que aumentaba la muchedumbre, increpó al espíritu inmundo diciéndole: ¡Espíritu mudo y sordo, yo te lo mando, sal de él y ya no vuelvas a entrar en él! Y gritando y agitándole violentamente salió; y quedó como muerto, de manera que muchos decían: Ha muerto. Pero Jesús, tomándolo de la mano, lo levantó y se mantuvo en pie. Cuando entró en casa le preguntaron sus discípulos a solas: ¿Por qué nosotros no hemos podido expulsarlo? Y les respondió: Esta raza no puede ser expulsada por ningún medio, sino con la oración” (Marcos 9,14-29).
1. –“Te he traído a mi hijo que tiene un espíritu mudo. Cuando se apodera de él, le derriba, le  hace echar espumarajos y rechinar los dientes y se queda rígido... Muchas veces le arroja  al fuego y al agua para hacerle perecer”. Aquí nos parece ver una epilepsia y una presencia demoníaca. Jesús llevará a cabo esta  curación en dos tiempos: hay primero un exorcismo que le libra del "espíritu impuro" y deja  al muchacho como muerto; luego la curación definitiva, hecha más sencillamente a la  manera de otras curaciones: Jesús lo tomó de la mano y lo levantó.
-“Dije a tus discípulos que lo arrojasen, pero no han podido”...
Jesús tomó la palabra y les dijo: "¡Generación incrédula!'; ¿Hasta cuándo tendré que  soportaros?” Este milagro parece haber sido relatado para poner en evidencia el contraste entre la  impotencia de los discípulos y el poder de Jesús. Jesús manifiesta sufrimiento. Hay como un desánimo en estas palabras. Jesús se  encuentra solo, incomprendido, despreciado. ¡Incluso sus discípulos no tienen fe! Y da la  impresión de que tiene prisa por dejar esta compañía insoportable. Todo esto nos hace penetrar en el alma de Jesús. A fuerza de verle actuar como hombre,  acabamos por encontrar muy natural que "Dios" se haya hecho "hombre". Y no acabamos  de comprender en qué manera esta "encarnación" fue de hecho un anonadamiento, un  encadenamiento, un “descenso”: "¿Hasta  cuándo tendré que estar con vosotros?” 
-"Todo le es posible al que cree" "Creo. Ayuda a mi incredulidad" Sí, es Fe lo que Jesús  necesita. Es la Fe lo que pide a los que le rodean. Su gran sufrimiento es que en su  entorno las gentes no creen y El sabe las maravillas que la Fe es capaz de hacer. El padre del muchacho intuye todo esto, y, a la invitación de Jesús, hace una admirable  "profesión de Fe"... admirable porque está llena de modestia. "¡Sí, creo! Pero, Señor, ven a  robustecer mi pobre fe, pues siento ¡que no creo todavía suficiente! 
Jesús aparece de nuevo como más fuerte que el mal. Tiene la fuerza de Dios. Igual que  en la montaña los tres discípulos han sido testigos de su gloria divina, ahora los demás  presencian asombrados otra manifestación mesiánica: ha venido a librar al mundo de sus  males, incluso de los demoníacos, de la enfermedad y de la muerte. Los verbos que emplea  el evangelista son muy parecidos a los que empleará para la resurrección de Jesús: «Lo  levantó y el niño se puso en pie». Cristo, el que libera al mundo de todo mal, nos enseña a vencer el mal con el bien. No sólo con el bien, sino con El que salva y el que libera. Por eso lo importante es la oración, que nos mantiene unidos a Él. Así podemos decir como el padre del  muchacho enfermo: «Tengo fe, pero dudo, ayúdame». En el sacramento del Bautismo hay una «oración de exorcismo» en que suplicamos a  Dios que libere de todo mal al que se va a bautizar: «tú que has enviado tu Hijo al mundo para librarnos del dominio de Satanás, espíritu del mal»; «tú sabes que estos niños van a  sentir las tentaciones del mundo seductor y van a tener que luchar contra los engaños del  demonio... Arráncalos del poder de las tinieblas y, fortalecidos con la gracia de Cristo,  guárdalos a lo largo del camino de la vida». En la guerra continua entre el bien y el mal Cristo se nos muestra como vencedor y nos  invita a que, apoyados en él -con la oración y el ayuno, no con nuestras fuerzas-  colaboremos a que esa victoria se extienda a todos también en nuestro tiempo. 
-“¿Por qué no hemos podido echarle nosotros? "Esta especie no puede ser expulsada por  ningún medio si no es por la oración”. Poder de la FE = poder de la oración. Los apóstoles por sí mismos, humanamente son radicalmente incapaces de hacer un  OBRA DIVINA: su poder les viene de Dios y encuentra su fuente en la oración. 
-“El espíritu impuro salió del muchacho dejándolo como un cadáver, de suerte que  muchos decían: "Está muerto". Pero Jesús, tomándolo de la mano, le levantó y se mantuvo  en pie”. Este milagro tiene un tono pascual: muerte y resurrección. Esto evoca la impotencia radical del hombre, de la cual sólo Dios puede librarnos. La  fatalidad última y esencial sólo puede ser vencida por Dios: ¡Únicamente la fe y la plegaria  humilde pueden liberarnos de esta fatalidad y de este miedo! (Noel Quesson). Jesús lo cura todo.
2. Comenzamos hoy la lectura del libro del "Eclesiástico" (así llamado desde San Cipriano), muy usado en las lecturas litúrgicas. Fue escrito en hebreo hacia el año 190 a. JC. en Jerusalén, por Ben-Sirac, un judío culto y experimentado. Su obra parece recoger en parte sus enseñanzas de  escuela.
-“Toda sabiduría proviene del Señor y con él está por siempre”. Es la primera frase del libro y la clave de todo lo restante. Ben Sirac posee un sólido humanismo que llama «sabiduría», que a la vez es inseparable  de su fe. Según él, el éxito del hombre, el arte del bien vivir procede de una  correspondencia con el pensamiento divino de Dios. 
-“Sólo uno es sabio y en extremo temible, el que está sentado en su trono: es el Señor”:  así «el temor de Dios» -que con frecuencia equivale al «amor de Dios»- es la fuente  misma de la «sabiduría». Así, en filigrana, ¿no podríamos adivinar ya como un esbozo de la Encarnación? El  Hombre perfecto será pronto aquél que es también la Sabiduría misma de Dios. Y en ese  preludio de Ben Sirac percibimos como un anuncio del prólogo de san Juan: “En el principio era el Verbo... «El Verbo estaba en Dios...  Y el Verbo era Dios”... (Juan 1,1)  
-“El Señor creó la sabiduría, la midió y la derramó sobre todas sus obras, en todos los  vivientes conforme a su largueza y la dispensó a los que le aman”. Podemos seguir comparándolo con el prólogo de san Juan, que dice: “Todo fue hecho por El y nada se hizo sin El. En El estaba la vida y la vida es la luz de  los hombres» (Juan 1,3), pues la sabiduría es Jesús, y «de su plenitud, todos hemos recibido» (Juan 1,16). Es una visión absolutamente optimista del hombre, fundada sobre la convicción de que  Dios «derramó sobre todo ser viviente» algo de sí mismo, una participación de su sabiduría, de su Espíritu. ¿Estoy convencido de que «buscar a Dios» es también «crecer en  humanidad»? ¿Qué  importancia doy a la oración, a la contemplación de la Sabiduría de Dios en Sí mismo? ¿Estoy convencido, en consecuencia, de que «crecer en humanidad» es aproximarse  a Dios? Todo esfuerzo de promoción, de verdadero humanismo, incluso si  momentáneamente parece ignorar a Dios, va dirigido a la Sabiduría de Dios. ¿Qué importancia doy a la cultura humana, al esfuerzo moral, a la promoción válida de  mis hermanos y mía?  
-“La arena del mar, las gotas de la lluvia, los días de la eternidad, la altura del cielo, la  extensión de la tierra, la profundidad del abismo... ¿Quién dirá su número, quien los  explorará? Antes de todo estaba creada la Sabiduría, la inteligencia prudente...”¿Quién  conoce sus  recursos, sus finezas?  Sabiduría. Inteligencia. Fineza. Ciencia... ¡Dones de Dios! (Noel Quesson).
3. El «temor de Dios» no quiere decir miedo, sino  respeto,  admiración y reconocimiento de la grandeza de Dios: o sea, una actitud de fe y  obediencia. Sólo los creyentes pueden tener verdadera sabiduría como participación de la  de Dios. Por eso el salmo nos hace cantar nuestra confianza en el Dios creador del mundo: «El  Señor reina... así está firme el orbe y no vacila... tus mandatos son fieles Y seguros». En el mundo de hoy, ¿dónde encontrar la verdadera sabiduría? Nosotros lo sabemos: en la Palabra de Dios, que es Cristo mismo, a quien escuchamos  día tras día como interpelación de Dios siempre nueva, sobre todo en la celebración de la  misa. Dichoso el que tiene el secreto de esta sabiduría en su vida. Dichoso el que escucha  esta Palabra, la asimila, la recuerda, la pone en práctica, construyendo sobre ella el edificio  de su vida. Dichoso el que se deja enseñar por Cristo Jesús Maestro de sabiduría. 
Llucià Pou Sabaté

sábado, 18 de febrero de 2017

Domingo 7 de tiempo ordinario; ciclo A

Domingo de la semana 7 de tiempo ordinario; ciclo A

Meditaciones de la semana
en Word y en PDB
«Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los Cielos, que hace salir su sol sobre buenos y malos, y hace llover sobre justos y pecadores. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? ¿Acaso no hacen eso también los publicanos? Y si saludáis solamente a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de más? ¿Acaso no hacen eso también los paganos? Sed, pues, perfectos como vuestro Padre Celestial es perfecto.» (Mateo 5, 38-48)
1º. «Amad a vuestros enemigos, para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los Cielos.»
Jesús, quieres que aprenda de Ti a amara todos como Tú los amas.
Tú eres el Hijo de Dios, pero hoy me dices que también yo puedo ser hijo de Dios: pertenecer a la familia de Dios, vivir con Dios, ser heredero de su Reino.
¿Cómo puedo, Jesús, imitarte tanto que venga a ser hijo de Dios?
Por el amor.
«De todos los movimientos del alma, de sus sentimientos y de sus afectos, el amor es el único que permite a la criatura responder a su Creador; si no de igual a igual, al menos de semejante a semejante». (San Bernardo).
No hay otro camino.
Dios siempre está dispuesto a brindarme su gracia, que es la que me da esa vida sobrenatural y divina de hijo suyo.
Pero si yo no sé amar, si me encierro en mis intereses y egoísmos, si mi corazón sólo busca compensaciones y placeres, la gracia de Dios no penetra, no es fecunda, no produce su fruto.
«Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis?»
Jesús, no dices que sea malo ni egoísta amar a los que me aman.
Puede haber un amor sincero, real, entregado, aunque esté acompañado por la compensación de recibir amor, de sentirse comprendido y querido.
Esta compensación es buena también, pero impide distinguir si lo que busco es dar o recibir.
Por eso, el mérito se mide examinando cómo amo a los que no me aman, incluso a los que me tienen por enemigo.
 
2º. «Que hermanos somos todos en Jesús, hijos de Dios, hermanos de Cristo: su Madre es nuestra Madre.
No hay más que una raza en la tierra: la raza de los hijos de Dios. Todos hemos de hablar la misma lengua, la que nos enseña nuestro Padre que está en los cielos: la lengua del diálogo de Jesús con su Padre, la lengua que se habla con el corazón y con la cabeza, la que empleáis ahora vosotros en vuestra oración. La lengua de las almas contemplativas, la de los hombres que son espirituales, porque se han dado cuenta de su filiación divina. Una lengua que se manifiesta en mil mociones de la voluntad, en luces claras del entendimiento, en afectos del corazón, en decisiones de vida recta, de bien, de contento, de paz» (Es Cristo que pasa.- 13).
Dios mío, si Tú eres mi Padre, todos son mis hermanos.
¿Por qué tantos odios, tantas guerras, tanta lucha?
Jesús, a veces veo con malos ojos a uno porque es de otra raza, de otra cultura, de otro país, de otra lengua o, simplemente, de otro equipo de fútbol o de otro partido político.
Que aprenda a amar a todos, «que hermanos somos todos en Jesús, hijos de Dios, hermanos de Cristo».
«Su Madre es nuestra Madre».
María, que te aprenda a tratarcomo madre mía que eres: pidiéndote lo que necesito y lo que necesiten los demás, que también son hijos tuyos.
Me doy cuenta de que lo que más quieres es que todos tus hijos amen a Dios.
Quiero ayudarte en esa tarea; quiero ser buen hijo tuyo, porque así seré también buen hijo de Dios.
«No hay más que una raza en la tierra: la raza de los hijos de Dios.»
¿Cómo voy a ser buen hijo si no quiero a todos?
Y ¿cómo voya decir que quiero a todos si no empiezo con los que me rodean?
Poreso lo primero que debo hacer es vivir cristianamente en mi familiay en mi trabajo, buscando ahí la perfección, la santidad: «Sed, pues, vosotros perfectos como vuestro Padre Celestial es perfecto.»
Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.