lunes, 9 de enero de 2017

Lunes de la semana 1 de tiempo ordinario; año impar

Lunes de la semana 1 de tiempo ordinario; año impar

Jesús llama a la conversión y a seguirle
“Después que Juan fue entregado, marchó Jesús a Galilea; y proclamaba la Buena Nueva de Dios: «El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva». Bordeando el mar de Galilea, vio a Simón y Andrés, el hermano de Simón, largando las redes en el mar, pues eran pescadores. Jesús les dijo: «Venid conmigo, y os haré llegar a ser pescadores de hombres». Al instante, dejando las redes, le siguieron. Caminando un poco más adelante, vio a Santiago, el de Zebedeo, y a su hermano Juan; estaban también en la barca arreglando las redes; y al instante los llamó. Y ellos, dejando a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros, se fueron tras Él” (Marcos 1,14-20).
1. Hoy comienza el “tiempo ordinario” que abarca 34 semanas, ocupa el año litúrgico cuando no es tiempo de Adviento, Navidad, Cuaresma o Pascua. Fue la primera manera de organizar las misas que tuvo la Iglesia desde el comienzo.
Señor, lo primero que nos dices es: «Convertíos y creed en la Buena Nueva». Convertirse, ¿a qué?; mejor sería decir, ¿a quién? ¡A Cristo! Pues solo él es digno de una entrega total, como la que hizo por nosotros en Navidad al encarnarse. Y nuestra felicidad está en corresponder a ese amor. Así lo expresó: «El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí» (Mt 10,37).
Convertirse significa acoger agradecidos el don de la fe y hacerlo operativo por la caridad.
Convertirse quiere decir reconocer a Cristo como único señor y rey de nuestros corazones, de los que puede disponer.
Convertirse implica descubrir a Cristo en todos los acontecimientos de la historia humana, también de la nuestra personal, a sabiendas de que Él es el origen, el centro y el fin de toda la historia, y que por Él todo ha sido redimido y en Él alcanza su plenitud.
Convertirse supone vivir de esperanza, porque Él ha vencido el pecado, al maligno y la muerte, y la Eucaristía es la garantía.
Convertirse comporta amar a Nuestro Señor por encima de todo aquí en la tierra, con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y con todas nuestras fuerzas.
Convertirse presupone entregarle nuestro entendimiento y nuestra voluntad, de tal manera que nuestro comportamiento haga realidad el lema episcopal de Juan Pablo II, Totus tuus, es decir, Todo tuyo, Dios mío; y todo es: tiempo, cualidades, bienes, ilusiones, proyectos, salud, familia, trabajo, descanso, todo.
Convertirse requiere, entonces, amar la voluntad de Dios en Cristo por encima de todo y gozar, agradecidos, de todo lo que acontece de parte de Dios, incluso contradicciones, humillaciones, enfermedades, y descubrirlas como tesoros que nos permiten manifestar más plenamente nuestro amor a Dios: ¡si Tú lo quieres así, yo también lo quiero!
Convertirse pide, así, como los apóstoles Simón, Andrés, Jaime y Juan, dejar «inmediatamente las redes» e irse con Él, una vez oída su voz. Convertirse es que Cristo lo sea todo en nosotros (Joan Costa).
Caridad, oración y ayuno, son las armas espirituales para combatir el mal, que se nos recuerdan en Cuaresma, pero quiere la Iglesia proponernos ya en la primera semana del tiempo ordinario este Evangelio de llamada a la conversión, para que empecemos con buen pie. Es fácil de intuir que hay algo dentro de nosotros que lo necesita, y nos anima a creer siguiendo la revelación. El pecado existe, es un mal: ofensa a Dios y destrucción de la vocación del hombre. ¿Es capaz de hacer daño a Dios lo que nosotros hacemos de malo? Parece que no, porque Dios es omnipotente, pero ama, y la gloria de Dios es la felicidad del hombre, y Dios “sufre” cuando nos hacemos daño, cuando estamos tristes porque le hemos abandonado, es vulnerable. Estamos hechos para el amor de Dios, y no encontramos la plenitud fuera del amor, que es caer en el pecado, que es egoísmo. El pecado es ofensa a Dios, nos desvía de Él y por tanto nos “pierde”, maltrata nuestra dignidad y perturba la convivencia.
Después de alzar el puño contra Dios con la soberbia del primer pecado de Adán, la rebelión contra Dios, el segundo pecado del mundo es Caín que mata a Abel: cuando no hay padre, los hermanos se matan (Catecismo, 1849-1850). Pero después del primer pecado (Gen 3, 15) Dios promete la salvación. Más tarde, el Señor suscita en Abraham un paso más en su plan redentor, luego la liberación de la esclavitud de Egipto, elección de Israel y alianzas, cuidado amoroso y envío de los Patriarcas y Profetas, hasta Jesús, pues el hombre no puede salvarse solo, y la situación de pecado personal genera el pecado social con sus estructuras de pecado como vemos en la historia.
La llamada primera es a la conversión. La santidad no es una cuestión mágica, sin implicarnos en el amor y correspondencia, como dándole a un botón, mirar hacia oriente y decir una formulita… Jesús nos dice que ha venido a salvar a los pecadores, y que prefiere un corazón contrito y humillado. Esto significa reconocer nuestra situación de pecado, y dejarnos conquistar por el divino alfarero que para hacer su obra maestra necesita que seamos dúctiles, que nos dejemos transformar, convertir. Y para esto, necesitamos oración: «En la oración tiene lugar la conversión del alma hacia Dios, y la purificación del corazón» (San Agustín). Te pido, Señor, ir descubriendo las cosas que he de mejorar en el campo de mi alma: defectos que arrancar, virtudes que sembrar… Jesús, en la oración te has metido en mi vida casi sin darme cuenta, desde el bautismo (que ayer hemos recordado). Ahora quiero verte en la oración, y así sentir cómo me invitas a seguirte:
-“Caminando a orillas del mar de Galilea vio a Simón y a su hermano Andrés”... se irá formando el grupo de los que siguen a Jesús.
-“Venid... Seguidme... Yo os haré pescadores de hombres. Es la segunda llamada de Jesús a los discípulos (la primera, la leímos la semana pasada, cuando estaban con Juan Bautista Juan y Andrés, que luego irán a buscar a sus respectivos hermanos), esta es quizá más personal, para ser de los discípulos que le siguen más de cerca. Habrá también una tercera, la llamada a los que formarán el colegio apostólico. Toda la vida es una continua llamada, donde hay momentos especiales, más relevantes.
Lo dejaron todo y le siguieron». Jesús, no eres un maestro que enseña sentado en su cátedra y manda a la gente a misiones. Vas por delante. Tus discípulos son los que te siguen, los que caminan contigo. Es más importante la persona que la doctrina o moral. Ser cristiano no es seguir una doctrina principalmente, sino seguirte, Jesús.
2. Durante las próximas cinco semanas meditaremos la historia de Israel comenzando por Samuel, un personaje que vivió unos mil años antes de Cristo, y será el último de los jueces e instaurador de la monarquía. Su madre, Ana, es estéril, y eso la hace infeliz. La rival Penina, con sus afrentas diarias, mantiene el clima de angustia, apenas sostenible. En un tal contexto, ¿cómo no dudaría una mujer del amor de su marido hacia ella? El hogar mismo está herido.
Ana, ¿por qué lloras y no comes? ¿Por qué estás triste? ¿Es que no soy para ti mejor que diez hijos?» Ana descubrirá la maravilla del amor de Dios para con ella, que se manifiesta a veces en las situaciones más desesperadas... Va al templo donde la bendicen por su fe. Señor, como la madre de Samuel, me remito a tu amor.
3. "Creí, por eso hablé", y san Pablo repite: “también nosotros creemos, y por eso hablamos” (2 Cor 4,13). Es la serena confianza y en el sincero testimonio, a pesar de los sufrimientos y de las debilidades humanas. Este canto es celebración del martirio (dice Orígenes) por la mención de «la muerte de sus fieles». Y un texto eucarístico, por hablar de «la copa de la salvación» como imagen de la «copa de la Nueva Alianza».
Se trata de una acción de gracias unitaria, dirigida al Señor que libera de la pesadilla de la muerte: «"¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Alzaré la copa de la salvación". El salmista ha comprendido los muchos dones recibidos de Dios: “Cumpliré al Señor mis votos en presencia de todo el pueblo. Te ofreceré un sacrificio de alabanza, invocando tu nombre, Señor”.
Llucià Pou Sabaté

sábado, 7 de enero de 2017

Feria post Epifania: 7 de Enero

Feria post-Epifanía: 7 de enero

Hemos de examinar los espíritus para reconocer el amor, Luz que nos trae Jesús para recorrer este año nuevo con magnanimidad
“En aquel tiempo, cuando Jesús oyó que Juan estaba preso, se retiró a Galilea. Y dejando la ciudad de Nazaret, fue a morar en Cafarnaún, ciudad marítima, en los confines de Zabulón y de Neftalí. Para que se cumpliese lo que dijo Isaías el profeta: «Tierra de Zabulón y tierra de Neftalí, camino de la mar, de la otra parte del Jordán, Galilea de los gentiles. Pueblo que estaba sentado en tinieblas, vio una gran luz, y a los que moraban en tierra de sombra de muerte les nació una luz».Desde entonces comenzó Jesús a predicar y a decir: «Haced penitencia, porque el Reino de los cielos está cerca». Y andaba Jesús rodeando toda Galilea, enseñando en las sinagogas de ellos y predicando el Evangelio del Reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia del pueblo. Y corrió su fama por toda Siria, y le trajeron todos los que tenían algún mal, poseídos de varios achaques y dolores, y los endemoniados, y los lunáticos y los paralíticos, y los sanó. Y le fueron siguiendo muchas gentes de Galilea y de Decápolis y de Jerusalén y de Judea, y de la otra ribera del Jordán” (Mateo 4,12-17.23-25).
1. Jesús comienza a predicar con palabras de Isaías: «El pueblo que estaba sentado en tinieblas, vio una gran luz». Occidente necesita aquella esperanza que ha va perdiendo, agostado por la engañosa llamarada del consumismo. La esperanza es luz que viene con la fe, con el amor. En una escuela de inspiración cristiana, un día de reunión de padres, una madre se me acercó contenta: “estamos muy alegres, desde que venimos por aquí, y nos hemos decidido a tener otro hijo, ya lo estoy esperando...” Después de un largo período de tiempo (el pequeño de la familia tenía ya 14 años, otro hijo ya tenía 18), se animaron a tener otro más; me gustó ver la vida que nace como fruto de esa alegría de vivir que se respira en un ambiente esperanzado, que estuviera unida esta alegría a la ilusión de dar la vida. Ya vemos que cuando falta la esperanza, no hay hijos. S. Kierkegard vio con extraordinaria lucidez que el hombre que no cree en Dios es un hombre profundamente desesperado, aunque viva en medio de un progreso material nunca visto. Y el cristiano que flojea en la fe, aunque tenga muchas esperanzas, va perdiendo la verdadera esperanza que sólo en Dios tiene su fundamento.
La fe es la sustancia de lo que esperamos, prueba de aquello que no vemos” (Hebreos 11,1). Y dirá Benedicto XVI que la fe hace que ya tengamos, si bien de manera incipiente, la sustancia de las realidades que esperamos: la vida eterna. Porque la vida eterna –que no es otra cosa que Cristo mismo- ya está presente en nosotros por el bautismo y los otros sacramentos que junto con la oración nos permiten mantener, acrecentar, y transmitir esa vida nueva que es divina sin dejar de ser muy humana. Es la vida enamorada de un hijo de Dios que lo espera todo de su Padre y al mismo tiempo no deja de luchar para cooperar con sus pobres fuerzas humanas para que se cumpla el mensaje navideño por excelencia: ¡Gloria a Dios en Cielo, y en la tierra paz a los hombres en quienes Dios se complace!
He leído estos días: “No tengo miedo que se acabe el mundo en el 2012… Tengo pánico que siga igual”. Aparte la broma, no me gusta del todo: me gusta el mundo en que vivo, nunca ha sido mejor... aunque puede mejorar, y mucho... ya sé que dicen que todo va mal… Es lo que veo, que quizá hay cosas que van mal, sobre todo desde el punto de vista del egoísmo etc., la falta de fe. Pero también hay que valorar el progreso científico y el "bienestar", como la sanidad y tantas escuelas y hospitales que promovió la Iglesia en sus orígenes, pero que el Estado está llevando a un gran desarrollo. Podemos vivir el mejor momento de la historia... Los del Paraguay, donde hay gente sencilla con una nivel de necesidades más básicas (eso es aplicable a muchos sitios de África o América), al oír hablar de nuestras crisis dicen que tenemos solucionada la sanidad, comida, casa… que no tenemos crisis en España. Otra cosa es la "percepción" que tenemos de la realidad, más bien negativa. El secularismo y la falta de solidaridad son muy fuertes, hoy pero también en otras épocas. El descenso de la mortandad infantil y de las madres es otro aspecto importante del progreso, como también internet y tantos medios de comunicación son motivo de dar gracias a Dios por vivir la época que vivimos.
Nos dice san León Magno que «la providencia y misericordia de Dios, que ya tenía pensado ayudar —en los tiempos recientes— al mundo que se hundía, determinó la salvación de todos los pueblos por medio de Cristo». La perspectiva cristiana está en tantos aspectos humanos: cultura, economía, arte, deporte, salud, comida... pienso que Dios está en todos sitios. El problema es que absoluticemos algún aspecto. Por ejemplo, el de práctica religiosa ha bajado mucho. Y podemos comparar eso con "el mundo ideal" por el que queremos luchar, buscamos el Reino de Dios, no como una utopía sino en la esperanza de que siempre estará por hacer… “La fe incluye siempre un desafío.  Nunca ha sido de otro modo. Hoy existen ciertas dificultades para el que quiere ser cristiano. Pero ayer había otras. Y mañana -es una profecía que se puede arriesgar sin temor de ser desmentidos-, mañana las nuevas generaciones de jóvenes tendrán que afrontar nuevas dificultades. Ser cristianos nunca ha sido, ni lo será jamás, una opción "tranquila"”. Esto implica lucha, para mejorar cada día un poco: “si dijeses: ¡ya basta!, has perecido. Añade siempre, camina siempre, adelanta siempre; no te pares en el camino, no vuelvas atrás, no te desvíes. Se detiene el que no adelanta; vuelve atrás el que vuelve a pensar en el punto de donde había partido (...). Mejor es el cojo en el camino, que el que corre fuera del camino” (San Agustín). Es lucha contra el egoísmo que llevamos dentro, o la cultura en sus formas equivocadas de expresarse contra la libertad religiosa, o buscar la paz en las contrariedades, con fe. O superar todo con la magnanimidad, ánimo grande, que el alma sea amplia en la que quepan muchos.
-“Habiendo oído que Juan había sido preso, Jesús se retiró a Galilea”. Jesús cambia de domicilio; deja el pueblo donde había vivido hasta ahora y va a habitar a una ciudad más importante. –“Así se cumplió lo que el Señor había dicho por el profeta Isaías ¡Tierra de Zabulón y tierra de Neftalí, camino del mar al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles! El pueblo que habita en tinieblas vio una gran luz”. Es un signo. Va a vivir en ese cruce de caminos, en ese lugar de trasiego de pueblos: allí es donde piensa que podrá evangelizar a muchos de aquellos que viven aún "en las tinieblas" y que esperan la luz. Después de una infancia tranquila en Nazaret, sale a las grandes corrientes humanas de su época: Cafarnaúm, etc.
-“Y para los que habitan en la región de sombras y de muerte, una luz se levantóDesde entonces comenzó Jesús a predicar y a decir: "Arrepentíos porque se acerca el reino de Dios"”. Te contemplo, Señor, avanzando por los caminos, de pueblo en pueblo, predicador ambulante. ¿De qué trataban tus homilías? ¿De qué les hablabas? ¿En qué consistía tu "enseñanza? La totalidad del evangelio nos lo dirá. Pero, por el momento, ya sabemos una cosa: que el reino de los cielos ha llegado... ¡esto es! Dios está ahí, con nosotros, si queremos acogerle.
-“Y curaba en el pueblo toda enfermedad, toda dolencia...” Le traían todos los que sufrían... y El los curaba... He ahí la epifanía de Dios; el signo de que ¡Dios está obrando allí! Todo el mal como una ola humana afluye hacia ti, Señor. Sálvanos, hoy también. Salva a los que están en “la sombra de la muerte” (Noel Quesson)… El Evangelio encuentra dificultades, hay mucho trabajo… Vivimos en un tiempo de epidemias como el sida, y la Iglesia colabora en gran parte en su erradicación. Muchos cristianos, por ejemplo misioneros, mueren cada año…
2. San Juan habla de la fe y el amor, la recta doctrina y la práctica del amor fraterno. Creer en Cristo Jesús y amarnos los unos a los otros. Quien guarda esos mandamientos permanece en Dios y Dios en él. Y podrá orar confiadamente, porque será escuchado. Aparece también el tema del discernimiento de espíritus y de la vigilancia contra los falsos profetas, los anticristos, que no aceptaban a Cristo venido como hombre, encarnado seriamente en nuestra condición humana. El Espíritu Santo nos ayudará a saber distinguir los maestros buenos y los malos. Finalmente insiste en nuestra lucha contra el mundo, en la tensión entre la verdad y el error, entre la luz y la tiniebla. Los cristianos estamos destinados a vencer al mundo en cuanto contrario a Cristo Jesús. Y como Dios es más fuerte que el anticristo, nuestra victoria está asegurada si nos apoyamos en él.
-“Dios nos concede cualquier cosa que le pedimos confiadamente porque somos fieles a sus mandamientos y hacemos lo que le agrada”. ¿Cómo podemos saber que «Dios está con nosotros»? ¿Qué seguridad tenemos de estar «en comunión con Dios» y de que nuestras oraciones sean atendidas? San Juan contesta: Estamos en comunión con Dios si «hacemos lo que le agrada... si permanecemos fieles a lo que nos manda...». Es lo mismo que sucede con las personas que amamos: la verdadera unión, la verdadera prueba de amor consiste en hacer lo que agrada al otro. Se da entonces la comunión de pensamientos y de voluntades. Si dos se aman son sólo uno: Todo lo mío es tuyo. Agradarte, Señor. Hacer tu voluntad. Mis proyectos, mis actividades, mi jornada entera, todo según tu propio proyecto divino. Está claro entonces que mi plegaria será atendida, porque correspondo con todo mi ser a «lo que Tú quieres», a "lo que te agrada".
-“Y este es "su" mandamiento: Que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo... Y que nos amemos unos a otros...” Son dos aspectos de un solo mandamiento: creer y amar. No son dos preceptos, son el mismo, "su" mandamiento. Para san Juan, según parece, la fe y la caridad no son dos virtudes distintas, sino una sola virtud: "ser hijo de Dios". ¿Constituye esto el fondo de mi vida?
-“Quien guarda sus mandamientos permanece en Dios y Dios en él”. Procuro que esas palabras penetren profundamente en mí. Permanecer en Dios... ¿"Permanezco yo en Dios"? o bien ¿me aparto de El con frecuencia?, ¿tal vez, por el pecado, me sitúo fuera de Dios? (Noel Quesson).
3. “Voy a proclamar el decreto del Señor; él me ha dicho: «Tú eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy. Pídemelo: te daré en herencia las naciones, en posesión, los confines de la tierra.»” Es lo que oímos dentro unos días que el Padre dice a Jesús: Tú eres mi Hijo amado en quien tengo puestas mis complacencias”. Hoy, el hoy de la eternidad, el eterno presente en el que es engendrado el Hijo de Dios por el Padre Dios, lo hace igual a Él en el ser y en la perfección, de tal forma que quien contempla al Hijo contempla al Padre, pues el Hijo está en el Padre y el Padre en el Hijo.
Llucià Pou Sabaté

El Bautismo del Señor

El Bautismo del Señor

Es Jesús el ungido con la fuerza del Espíritu Santo: el Padre le llama Hijo amado, en quien se complace
“En aquel tiempo, el pueblo estaba en expectación, y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías; él tomó la palabra y dijo a todos: - “Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego”. En un bautismo general, Jesús también se bautizó. Y, mientras oraba, se abrió el cielo, bajó el Espíritu Santo sobre él en forma e paloma, y vino un voz del cielo: - “Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto” (Lucas 3,15-16.21-22).
1. Bautismo es renacer, la inmersión en el Jordán significa que Jesús asume nuestras miserias y pecados, y en su suprema solidaridad se ofrece para morir para que nosotros tengamos vida. La teología lo explicará diciendo con san Pablo que es un morir nuestro a Cristo al sepultarnos en las aguas, y resucitar con él al salir de ellas limpios, a una vida nueva. Al entrar en el agua, los bautizados reconocen sus pecados y tratan de liberarse del peso de sus culpas.
Los cantos litúrgicos del 3 de enero corresponden a los del Miércoles Santo, los del 4 de enero a los del Jueves Santo, los del 5 de enero a los del Viernes Santo y el Sábado Santo. La iconografía recoge estos paralelismos. El icono del bautismo de Jesús muestra el agua como un sepulcro líquido que tiene la forma de una cueva oscura, que a su vez es la representación iconográfica del Hades, el inframundo, el infierno. El descenso de Jesús a este sepulcro líquido, a este infierno que le envuelve por completo, es la representación del descenso al infierno: «Sumergido en el agua, ha vencido al poderoso» (cf. Lc 11, 22), dice Cirilo de Jerusalén. Juan Crisóstomo escribe: «La entrada y la salida del agua son representación del descenso al infierno y de la resurrección». Los troparios de la liturgia bizantina añaden otro aspecto simbólico más: «El Jordán se retiró ante el manto de Elíseo, las aguas se dividieron y se abrió un camino seco como imagen auténtica del bautismo, por el que avanzamos por el camino de la vida» (Evdokimov, p. 246).
El bautismo de Jesús se entiende así como compendio de toda la historia, en el que se retoma el pasado y se anticipa el futuro: el ingreso en los pecados de los demás es el descenso al «infierno», no sólo como espectador, como ocurre en Dante, sino con-padeciendo y, con un sufrimiento transformador, convirtiendo los infiernos, abriendo y derribando las puertas del abismo. Es el descenso a la casa del mal, la lucha con el poderoso que tiene prisionero al hombre (y ¡cómo es cierto que todos somos prisioneros de los poderes sin nombre que nos manipulan!). Para salvarnos de esas fuerzas oscuras, Jesús asume toda la culpa del mundo sufriéndola hasta el fondo. Es un «volver» a ser, prepara un nuevo cielo y una nueva tierra. Y el sacramento del Bautismo aparece así como una participación en la lucha transformadora del mundo emprendida por Jesús en el cambio de vida que se ha producido en su descenso y ascenso.
Los cuatro Evangelios indican, aunque de formas diversas, que al salir Jesús de las aguas el cielo se «rasgó» (Mc), se «abrió» (Mt y Lc), que el espíritu bajó sobre Él «como una paloma» y que se oyó una voz del cielo que, según Marcos y Lucas, se dirige a Jesús: «Tú eres...», y según Mateo, dijo de él: «Éste es mi hijo, el amado, mi predilecto» (3, 17). La imagen de la paloma puede recordar al Espíritu que aleteaba sobre las aguas del que habla el relato de la creación (cf. Gn 1, 2); mediante la partícula «como» (como una paloma) ésta funciona como «imagen de lo que en sustancia no se puede describir» (Gnilka). Por lo que se refiere a la «voz», la volveremos a encontrar con ocasión de la transfiguración de Jesús, cuando se añade sin embargo el imperativo: «Escuchadle».
Nosotros sumergidos en Cristo por el bautismo podemos salir del aguar resucitados como Él, por la cruz llegamos a la vida nueva. Es el mensaje del agua del Jordán, que se expande, como una ola inmensa, por toda la tierra durante los siglos sin fin, a lo largo de la historia. Es como una aspersión cósmica, aquel bautismo tiene una simbología profunda, que la Iglesia también relaciona con las bodas de Caná, y que hemos ya comentado y volveremos sobre ello: las cosas humanas, que podemos ofrecer (los frutos de la naturaleza, como es el agua) se convierten en divinas (el vino) no sólo naturales, sino realmente sobrenaturales, además de místicas: el Cuerpo de Cristo, y nuestra participación en él, nuestra transformación en él, la salvación.
Sigue el Papa: “Aquí deseo sólo subrayar brevemente tres aspectos. En primer lugar, la imagen del cielo que se abre: sobre Jesús el cielo está abierto. Su comunión con la voluntad del Padre, la «toda justicia» que cumple, abre el cielo, que por su propia esencia es precisamente allí donde se cumple la voluntad de Dios. A ello se añade la proclamación por parte de Dios, el Padre, de la misión de Cristo, pero que no supone un hacer, sino su ser: Él es el Hijo predilecto, sobre el cual descansa el beneplácito de Dios. Finalmente, quisiera señalar que aquí encontramos, junto con el Hijo, también al Padre y al Espíritu Santo: se preanuncia el misterio del Dios trino, que naturalmente sólo se puede manifestar en profundidad en el transcurso del camino completo de Jesús. En este sentido, se perfila un arco que enlaza este comienzo del camino de Jesús con las palabras con las que el Resucitado enviará a sus discípulos a recorrer el «mundo»: «Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo» (Mt 28,19). El bautismo que desde entonces administran los discípulos de Jesús es el ingreso en el bautismo de Jesús, el ingreso en la realidad que El ha anticipado con su bautismo. Así se llega a ser cristiano”.
Es «el Hijo predilecto», que si por un lado es totalmente Otro, precisamente por ello puede ser contemporáneo de todos nosotros, «más interior en cada uno de nosotros que lo más íntimo nuestro» (San Agustín)”. Efectivamente, la Unción de hoy es Trinitaria, y esto afectará a la conciencia humana de Jesús, pero sabemos que es un misterio cómo Jesús participa según los momentos de su Yo único, divino, que conoce desde el principio (como se ve en la escena del Niño perdido en el Templo).
Acaba el tiempo de Navidad. La Encarnación del Verbo nos ha visitado en estos días y ha sembrado en nuestros corazones la filiación divina, y con ella la luz y fuerza (luz para la inteligencia, fuerza para la voluntad) salvadoras que nos encaminan hacia el Reino del Cielo. San León Magno dirá que «la providencia y misericordia de Dios, que ya tenía pensado ayudar —en los tiempos recientes— al mundo que se hundía, determinó la salvación de todos los pueblos por medio de Cristo». Es el tiempo favorable, el día de la salvación. El día que podemos oír la voz: “—Tú eres mi Hijo, el amado, en ti me he complacido”. Palabras dirigidas a Cristo, y por la piedad somos Cristo y el Padre nos las dirige a nosotros. Esa manifestación de la Trinidad –"Teofanía"– al comienzo de la vida pública de Jesucristo, abre plenamente el Evangelio. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, se manifiestan. El modo en que la filiación de Cristo y nuestra filiación en Cristo es distinta lo señalará con muchos matices el Señor, como cuando le dijo a María Magdalena en su Resurrección: «Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios». Le indica la comunión y al mismo tiempo que Él tiene una comunión con el Padre especial. La Virgen María tuvo también en la tierra una especial  relación con la Trinidad, y la tiene en el Cielo como hija de Dios Padre, Madre de Dios Hijo y Esposa de Dios Espíritu Santo.
Señor, te pedimos que sepamos ir actualizando cada día nuestro Bautismo, como los programas del ordenador, que se van adquiriendo actualizaciones a diario, directamente se descargan de la red, automáticamente: así con nuestros actos de contrición y de amor renovado. Pienso que este Sacramento tiene –como se decía ya en los comienzos- una actualización especial con el Sacramento de la Reconciliación, la confesión que es la actualización del bautismo; la palabra “actualizar” es mejor que “un segundo bautismo” porque es siempre un bautismo renovado, pero el mismo, profundizar en sus raíces que hemos repasado: de vida nueva de hijos de Dios, y también de relación trinitaria. Encomendémonos a su cuidado maternal (a la Blanca Paloma, la Esposa de la Paloma-Espíritu Santo), para que nos consiga la gracia de vivir también en un trato continuo y feliz con la Trinidad, como hijos de Dios Padre, en Cristo, por el Espíritu Santo.
2. Isaías cuenta que Dios habla de un “siervo”, el elegido, el preferido, que no tendrá miedo para hacer justicia, el guía, el nuevo Moisés para llevar al nuevo pueblo, con más poder que todos los héroes que hemos nunca soñado, "luz de las naciones" con misión universal, el gran libertador, personaje misterioso que se revela en Jesús.
Señor, sé que tú eres creador de cielos y tierra, Redentor, sacerdote y Amigo, del que habla el profeta que nos salvas, creo en ti y quiero pedirte con la oración colecta de la misa de hoy: «Dios todopoderoso y eterno (...), concede a tus hijos adoptivos, nacidos del agua y del Espíritu Santo, llevar siempre una vida que te sea grata»: que me enseñes a estar siempre contigo, a no dejarte. Que sepa decir a Dios que sí, como tu madre, como tú. Miraré a la Virgen a los ojos, en su cuadro o imagen, y le diré: Mamá, Madre, Madre mía Inmaculada, o Ave María, Purísima, sin pecado concebida, que no me separe de Jesús ni de ti. Todo tuyo soy María  y mis cosas tuyas son; Tú, mi Madre. Tú, mi Reina, mi ideal de petición. Todo tuyo soy, María, por amor a Ti  me doy, para ser esclavo tuyo, y por Ti serlo de Dios.
El Salmo nos habla de tormentas, pero Dios nos dice que no tengamos miedo, que quiere mucho a las aves del cielo y a nosotros más. Que miremos las flores del campo y los pájaros que no necesitan hacerse vestidos, y Dios los viste de colores tan preciosos que ni un rey o una reina pueden vestirse así. Pues a nosotros nos quiere y nos cuida mucho más. ¿Sabéis por qué? Por nosotros somos hijos suyos. Dios nos ha dado la vida y nos ha hecho así, como somos: con ojos que pueden ver, una lengua que puede hablar, manos que pueden coger las cosas, pies que pueden andar; y, por dentro, algo maravilloso, que nos hace parecidos a Dios, con la que podemos pensar, rezar, y querer a Dios y a nuestros padres o hijos, hermanos y amigos... ¿y es?... El espíritu de hijos de Dios. Dios nos quiere más que a todas las criaturas de la tierra, porque somos hijos suyos. Por todo debemos darle gracias, y para parecernos a Él como hijos suyos, debemos ser también muy generosos.
Gracias, muchas gracias, Jesús. Porque me has dado la vida y me has hecho hijo de Dios. En la Misa podemos “meternos” en la vida de Jesús… Por las aves del cielo, los peces del mar y los animales todos de la tierra. Por las flores y frutos y todos los árboles que adornan la tierra. Por el sol que ilumina los días y la luna y estrellas que lucen en la noche. Por el agua llovida del cielo, por las fuentes, los ríos y el inmenso mar. Por los padres y hermanos que me has dado, por los amigos... ¿Tú sabes ya dar o prestar alguna cosa a tus amigos?
Me contaban de Juan, un niño de 10 años en su primer día en un colegio extranjero, en Israel. Juan no entendía casi nada, con el miedo de lo desconocido. Se le acerca un niño, Jerôme, americano-israelí, judío, le mira a los ojos, sonriente, y le dice: “¿vienes a jugar conmigo al patio?”…  Juan no se animó, era demasiado pronto, y se disculpó como pudo. Sin asomo de malestar, y con una sonrisa aún más amplia, el niño dijo: Ah, no pasa nada, ya jugaremos juntos en otra ocasión”. Son esas personas que como ángeles están a nuestro lado, que nos dan fuerzas para caminar…
¿Y cuando el cielo se oscurece? A veces las fuerzas del mal parecen hacerme daño… pues entonces iré a ti Jesús, a protegerme en tu corazón para que los rayos malos no me hagan daño, para no tener miedo de la oscuridad. Porque Tú Jesús eres el Señor de la tempestad, tú reinas sobre las nubes como lo haces sobre el cielo azul. Contigo estoy seguro. Quiero verte también en las dificultades y problemas, en las cosas que salen mal, en los modos de ser de los demás cuando me parecen pesados, y me gustaría incluso que alguien no existiera o se fuera o se pusiera enfermo o le pasara algo… quiero verte así como te veo en la alegre luz del sol.
3. Los Hechos nos recuerdan que Jesús fue “ungido” (tocado, señalado, escogido) por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que “pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él”. Pedro se encuentra en casa de Cornelio, extranjero y descubre que no debe distinguir ya entre inmigrantes y judíos, entre gente de razas y ricos y pobres: todos somos hijos de Dios. Como los reyes magos representan las razas de la tierra, ahora vemos que el bautismo es para blancos, amarillos, negros… todos somos hermanos, hijos de Dios. Nadie es más que otro, nadie es menos que otro. Es igual que sea moro o español, indio o asiático. Cristo es de todos. Todos los hombres son iguales ante la salvación de Dios. Pedro confiesa abiertamente que ahora comprende lo que dicen las Escrituras, que Dios no hace distinciones y que el Evangelio no puede detenerse ante las fronteras de ningún pueblo, raza o nación. Que así sea. Amén.
Llucià Pou Sabaté

jueves, 5 de enero de 2017

Solemnidad de la Epifania del Señor

Solemn. de la Epifanía del Señor


(Is 60,1-6) "La gloria del Señor ha nacido sobre ti"
(Ef 3,2-3.5-6) "Los gentiles son coherederos y participante de su promesa en Jesucristo"
(Mt 2,1-12) "¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido"

Homilía I: con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II
Homilía en la consagración de nueve Obispos (6-I-1984)
--- Los Magos de Oriente
--- Manifestación del Redentor
--- Reconocer al Mesías
--- Los Magos de Oriente
Hoy, en el horizonte de la Navidad, aparecen tres nuevas figuras: los Magos de Oriente.
Vienen de lejos siguiendo la luz de la estrella que se les ha aparecido. Se dirigen a Jerusalén, llegan a la corte de Herodes. Preguntan: “¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo” (Mt 2,2).
En la liturgia de la Iglesia la solemnidad de hoy se llama Epifanía del Señor. Epifanía quiere decir manifestación.
Esta expresión nos invita a pensar no sólo en la estrella que apareció a los ojos de los Magos, no sólo en el camino que estos hombres de oriente hacen, siguiendo el signo de la estrella. La Epifanía nos invita a pensar en el camino interior, del que nace el misterioso encuentro del entendimiento y del corazón humano con la luz de Dios mismo.
“La luz... que alumbraba a todo hombre, cuando viene al mundo” (cfr. Jn 1,9).
Los tres personajes de Oriente seguían con certeza esta luz antes aún de que apareciera esta estrella.
Dios les hablaba con la elocuencia de toda la creación: decía que es, que existe; que es Creador y Señor del mundo.
En cierto momento, por encima del velo de las criaturas, los acercó todavía más a Sí mismo. Y a la vez, ha comenzado a confiarles la verdad de su Venida al mundo. De algún modo, los introdujo en el conocimiento del designio divino de la salvación.
--- Manifestación del Redentor
Los Magos respondieron con la fe a esa Epifanía interior de Dios.
Esta fe les permitió reconocer el significado de la estrella. Esta fe les mandó también ponerse en camino. Iban a Jerusalén, capital de Israel, donde se transmitía de generación en generación la verdad sobre la venida del Mesías. La habían predicado los profetas y habían escrito de ella los libros santos.
Dios, que habló al corazón de los Magos con la Epifanía interior, había hablado a lo largo de los siglos al Pueblo elegido y les había predicado la misma verdad sobre su venida.
Esta verdad se cumplió la noche del nacimiento de Dios en Belén. Ya esta noche es la Epifanía de Dios, que ha venido: Dios que nació de la Virgen y fue colocado en el pobre pesebre, Dios que ocultó su venida en la pobreza del nacimiento en Belén: he ahí la Epifanía del divino ocultamiento.
Sólo un grupo de pastores se apresuró para ir a su encuentro...
Pero mirad que ahora vienen los Magos. Dios, que se oculta a los ojos de los hombres que viven cerca de Él, se revela a los hombres que vienen de lejos.
--- Reconocer al Mesías
Dice el profeta a Jerusalén: 
“Caminarán los pueblos a tu luz; los reyes al resplandor de tu aurora. Levanta la vista en torno, mira: todos ésos se han reunido, vienen a ti: tus hijos llegan de lejos” (Is 60,3-4).
Los guía la fe. Los guía la fuerza interior de la Epifanía.
De esta fuerza habla así el Concilio:
“Quiso Dios, con su bondad y sabiduría, revelarse a Sí mismo y manifestar el misterio de su voluntad (cfr. Ef 1,9); por Cristo, la Palabra hecha carne, y con el Espíritu Santo, pueden los hombres llegar hasta el Padre y participar de la naturaleza divina (cfr. Col 1,15; 1Tim 1,17), movido de amor, habla a los hombres como amigos (cfr. Ex 33,11; Jn 15,14-15), trata con ellos (cfr. Bar 3,38) para invitarlos y recibirlos en su compañía” (Dei Verbum, 2).
Los Magos de Oriente llevan en sí esa fuerza interior de la Epifanía. Les permite reconocer al Mesías en el Niño que yace en el pesebre. Esta fuerza les manda postrarse ante Él y ofrecerle los dones: oro, incienso y mirra (cfr. Mt 2,11).
Los Magos son, al mismo tiempo, un anuncio de que la fuerza interior de la Epifanía se difundirá ampliamente entre los pueblos de la tierra.
Dice el Profeta:
“Entonces lo verás, radiante de alegría;/ tu corazón se asombrará, se ensanchará,/ cuando vuelquen sobre ti los tesoros del mar,/ y te traigan las riquezas de los pueblos” (Is 60,5).
Permitid a esta fuerza divina irradiarse en vuestro corazón como en una Jerusalén interior, a la que dice la liturgia de hoy:
“Levántate, brilla,/ que llega tu luz;/ la gloria del Señor amanece sobre ti” (Is 60,1).
Permitid a la fuerza salvífica de la divina Epifanía irradiarse entre los hombres y los pueblos, a los que sois enviados, como testimonio de la verdad y de la misericordia.
Verdaderamente: “Volcarán sobre ti las riquezas de los pueblos” (cfr. Is 60,5).
Y responded al don de la solemnidad de hoy con un incesante, continuo don: ofreced oro, incienso y mirra.
De este modo la abundancia de la Epifanía divina permanecerá en vosotros y se renovará en el camino del servicio apostólico.
DP-5 1984
Homilía II: a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva
“¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo”. Ésta es la razón que dan aquellos Magos para justificar el largo y penoso camino que emprendieron abandonando la serena ocupación de todos los días. La misma razón que conduce a tantas y tantos a dejarlo todo por el Señor. Y es igualmente la razón del caminar cristiano abandonando la tranquilidad burguesa que una sociedad permisiva está constantemente proponiendo.
Pero a veces la estrella, como a los Magos, se oculta, y las sombras de la noche se enseñorean de todo ocultando el camino y suprimiendo sus perfiles orientadores. En esas horas, siempre hay quien puede ayudarnos porque el camino está ahí. Pero también hay quienes, aprovechando la oscuridad, engañan al viajero, como Herodes con su información interesada. Lo que hoy sucede, por lo que se refiere a ese haz de verdades elementales que están a la base de la armónica convivencia entre los pueblos, es objetivamente grave. Hay un ataque organizado y sin tregua a la Verdad revelada por Dios y a las instituciones naturales queridas por Él.
¡Cuántas veces, y por diversos motivos, la estrella que guiaba nuestros pasos se oculta y la oscuridad nos envuelve. La ilusión y el entusiasmo con que se inició un proyecto se esfuman. Un ejemplo. Se casaron. Él y ella decían que no había en el firmamento una estrella más hermosa. Todos decían que parecía que habían nacido el uno para el otro. Hubo años de intensa felicidad. Hoy arrastran una existencia lánguida y piensan que se equivocaron de pareja. ¿Cómo puede ser que lo que ayer era luz y entusiasmo hoy sea oscuridad y decepción? Y otro tanto sucede con la profesión, las aficiones preferidas, los compromisos adquiridos, y también en la vida espiritual. Somos así. Al amanecer vemos claro, al mediodía dudamos y al atardecer todo parece oscuro.
Es preciso contar con la eventualidad de que la estrella del entusiasmo se apague porque Dios desea que no nos movamos por puro entusiasmo sino por la luz de su Palabra. No debemos tolerar que las oscuras luces del capricho o del cansancio desplacen la luminaria del Evangelio. En esos momentos, particularmente críticos, en que se pueden tomar decisiones lamentables, malogrando fidelidades de años, hay que hacer como los Magos: preguntar a quien conoce el camino y puede orientarnos. “Cristo ha dado a su Iglesia la seguridad de la doctrina, la corriente de gracia de los Sacramentos; y ha dispuesto que haya personas para orientar, para conducir, para traer a la memoria constantemente el camino. Disponemos de un tesoro infinito de ciencia: la Palabra de Dios, custodiada en la Iglesia; la gracia de Cristo, que se administra en los Sacramentos; el testimonio y el ejemplo de quienes viven rectamente junto a nosotros, y que han sabido construir con sus vidas un camino de fidelidad a Dios” (S. Josemaría Escrivá).
Si nos dejamos guiar por la estrella que brilló al comienzo del camino cristiano emprendido y no por el resplandor pasajero del entusiasmo, encontraremos al final a María, José y a Jesucristo, Luz y Esperanza de las naciones. “Mientras los Magos -dice S. Juan Crisóstomo- estaban en Persia, no veían sino una estrella; pero cuando dejaron su patria, vieron al mismo Sol de Justicia”.
Homilía III: basada en el Catecismo de la Iglesia Católica 
«Amanece el Señor, y los pueblos caminan a su luz»
I. LA PALABRA DE DIOS
Is 60,1-6: «La gloria del Señor amanece sobre ti»
Sal 71,2.7-8.10-13: «Se postrarán ante ti, Señor, todos los reyes de la tierra»
Ef 3,2-3a; 5-6: «Ahora ha sido revelado que también los gentiles son coherederos»
Mt 2,1-12: «Venimos de Oriente para adorar al Rey»
II. APUNTE BÍBLICO-LITÚRGICO
La intención de S. Mateo era dejar bien sentada la universalidad de la salvación de Cristo, y más teniendo en cuenta que los destinatarios principales de su evangelio eran judíos, marcados aún por el particularismo. En el momento de redactar su mensaje, la ruptura de fronteras y razas era ya una realidad. El encuentro de Jesús con culturas y personas supera aquel nacionalismo a ultranza.
Isaías ha previsto un universalismo centrado en torno a la ciudad de Jerusalén. Pero desde ahora, la referencia para el creyente no será una ciudad; será una Persona: Jesucristo. Noticia de que también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la Promesa en Jesucristo por el Evangelio, es la motivación principal de la misión de S. Pablo.
III. SITUACIÓN HUMANA
La búsqueda de la verdad parece un «leit motiv» permanente en la vida humana. Pero en su lucha por encontrarla, se topa a veces con los manipuladores de la verdad. De otra parte, hay otro tipo de personas: aquellas para quienes la verdad ha de venir sin buscarla, o los que saben dónde está y no se molestan en hallarla. Al igual que aquellos notables del Templo ¿llamaríamos buscadores de la verdad a quienes no se molestan en recorrer el camino hacia el sitio que tan bien se creen conocer?
IV. LA FE DE LA IGLESIA
La fe
– Dios ha enviado a su Hijo para salvarnos: "«Pero, al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva» (Ga 4, 4-5). He aquí «la Buena Nueva de Jesucristo, Hijo de Dios» (Mc 1,1): Dios ha visitado a su pueblo, ha cumplido las promesas hechas a Abraham y a su descendencia; lo ha hecho más allá de toda expectativa: Él ha enviado a su «Hijo amado» (Mc 1,11)" (422).
– La Epifanía, manifestación de Jesús al mundo: 528; cf 535. 555.
– La salvación viene de Cristo-Cabeza por la Iglesia: 846. 848.
La respuesta
– "La Iglesia, enviada por Dios a las gentes para ser «sacramento universal de salvación», por exigencia íntima de su misma catolicidad, obedeciendo al mandato de su Fundador, se esfuerza por anunciar el Evangelio a todos los hombres (AG 1)" (849; cf 850).
– La fidelidad de los bautizados, condición primordial para la misión: "El mensaje de la salvación debe ser autentificado por el testimonio de vida de los cristianos. «El mismo testimonio de la vida cristiana y las obras buenas realizadas con espíritu sobrenatural son eficaces para atraer a los hombres a la fe y a Dios»" (2044).
El testimonio cristiano
– «Para la evangelización del mundo hacen falta, sobre todo, evangelizadores. Por eso, todos, comenzando desde las familias cristianas, debemos sentir la responsabilidad de favorecer el surgir y madurar de vocaciones específicamente misioneras, ya sacerdotales y religiosas, ya laicales, recurriendo a todo medio oportuno, sin abandonar jamás el medio privilegiado de la oración, según las mismas palabras del Señor Jesús: «La mies es mucha y los obreros pocos. Pues, ¡rogad al dueño de la mies que envie obreros a su míes!» (Mt 9,37-38)» (Juan Pablo II, ChL 35).
Los notables del Templo sabían dónde nacería Jesús. Pero no buscaron el sitio. Los Reyes no sabían el sitio, pero lo buscaron. Los caminos de Dios no se abren a los entendidos de este mundo, sino a los que se dejan iluminar por su estrella.
Homilía IV: Homilías pronunciadas por S.S. Benedicto XVI
SANTA MISA EN LA SOLEMNIDAD DE LA EPIFANÍA DEL SEÑOR
Basílica Vaticana, Viernes 6 de enero de 2012
Queridos hermanos y hermanas
La Epifanía es una fiesta de la luz. «¡Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti!» (Is 60,1). Con estas palabras del profeta Isaías, la Iglesia describe el contenido de la fiesta. Sí, ha venido al mundo aquel que es la luz verdadera, aquel que hace que los hombres sean luz. Él les da el poder de ser hijos de Dios (cf. Jn 1,9.12). Para la liturgia, el camino de los Magos de Oriente es solo el comienzo de una gran procesión que continúa en la historia. Con estos hombres comienza la peregrinación de la humanidad hacia Jesucristo, hacia ese Dios que nació en un pesebre, que murió en la cruz y que, resucitado, está con nosotros todos los días hasta el fin del mundo (cf. Mt 28,20). La Iglesia lee la narración del evangelio de Mateo junto con la visión del profeta Isaías, que hemos escuchado en la primera lectura: el camino de estos hombres es solo un comienzo. Antes habían llegado los pastores, las almas sencillas que estaban más cerca del Dios que se ha hecho niño y que con más facilidad podían «ir allí» (cf. Lc 2,15) hacia él y reconocerlo como Señor. Ahora, en cambio, también se acercan los sabios de este mundo. Vienen grandes y pequeños, reyes y siervos, hombres de todas las culturas y pueblos. Los hombres de Oriente son los primeros, a través de los siglos los seguirán muchos más. Después de la gran visión de Isaías, la lectura de la carta a los Efesios expresa lo mismo con sobriedad y sencillez: que también los gentiles son coherederos (cf. Ef 3,6). El Salmo 2 lo formula así: «Te daré en herencia las naciones, en posesión, los confines de la tierra» (Sal 2,8).
Los Magos de Oriente van delante. Inauguran el camino de los pueblos hacia Cristo. Durante esta santa Misa conferiré a dos sacerdotes la ordenación episcopal, los consagraré pastores del pueblo de Dios. Según las palabras de Jesús, ir delante del rebaño pertenece a la misión del pastor (cf. Jn 10,4). Por tanto, en estos personajes que, como los primeros de entre los paganos, encontraron el camino hacia Cristo, podemos encontrar tal vez algunas indicaciones para la misión de los obispos, a pesar de las diferencias en las vocaciones y en las tareas. ¿Qué tipo de hombres eran ellos? Los expertos nos dicen que pertenecían a la gran tradición astronómica que se había desarrollado en Mesopotamia a lo largo de los siglos y que todavía era floreciente. Pero esta información no basta por sí sola. Es probable que hubiera muchos astrónomos en la antigua Babilonia, pero sólo estos pocos se encaminaron y siguieron la estrella que habían reconocido como la de la promesa, que muestra el camino hacia el verdadero Rey y Salvador. Podemos decir que eran hombres de ciencia, pero no solo en el sentido de que querían saber muchas cosas: querían algo más. Querían saber cuál es la importancia de ser hombre. Posiblemente habían oído hablar de la profecía del profeta pagano Balaán: «Avanza la constelación de Jacob, y sube el cetro de Israel» (Nm 24,17). Ellos profundizaron en esa promesa. Eran personas con un corazón inquieto, que no se conformaban con lo que es aparente o habitual. Eran hombres en busca de la promesa, en busca de Dios. Y eran hombres vigilantes, capaces de percibir los signos de Dios, su lenguaje callado y perseverante. Pero eran también hombres valientes a la vez que humildes: podemos imaginar las burlas que debieron sufrir por encaminarse hacia el Rey de los Judíos, enfrentándose por eso a grandes dificultades. No consideraban decisivo lo que algunos, incluso personas influyentes e inteligentes, pudieran pensar o decir de ellos. Lo que les importaba era la verdad misma, no la opinión de los hombres. Por eso afrontaron las renuncias y fatigas de un camino largo e inseguro. Su humilde valentía fue la que les permitió postrarse ante un niño de pobre familia y descubrir en él al Rey prometido, cuya búsqueda y reconocimiento había sido el objetivo de su camino exterior e interior.
Queridos amigos, en todo esto podemos ver algunas características esenciales del ministerio episcopal. El Obispo debe de ser también un hombre de corazón inquieto, que no se conforma con las cosas habituales de este mundo sino que sigue la inquietud del corazón que lo empuja a acercarse interiormente a Dios, a buscar su rostro, a conocerlo mejor para poder amarlo cada vez más. El Obispo debe de ser también un hombre de corazón vigilante que perciba el lenguaje callado de Dios y sepa discernir lo verdadero de lo aparente. El Obispo debe de estar lleno también de una valiente humildad, que no se interese por lo que la opinión dominante diga de él, sino que sigua como criterio la verdad de Dios, comprometiéndose por ella: «opportune – importune». Debe de ser capaz de ir por delante y señalar el camino. Ha de ir por delante siguiendo a aquel que nos ha precedido a todos, porque es el verdadero pastor, la verdadera estrella de la promesa: Jesucristo. Y debe de tener la humildad de postrarse ante ese Dios que haciéndose tan concreto y sencillo contradice la necedad de nuestro orgullo, que no quiere ver a Dios tan cerca y tan pequeño. Debe de vivir la adoración del Hijo de Dios hecho hombre, aquella adoración que siempre le muestra el camino.
La liturgia de la ordenación episcopal recoge lo esencial de este ministerio con ocho preguntas dirigidas a los que van a ser consagrados, y que comienzan siempre con la palabra: «Vultis? – ¿queréis?». Las preguntas orientan a la voluntad mostrándole el camino a seguir. Quisiera aquí mencionar brevemente algunas de las palabras clave de esa orientación, y en las que se concreta lo que poco antes hemos reflexionado sobre los Magos en la fiesta de hoy. La misión de los obispos es «predicare Evangelium Christi», «custodire» y «dirigere», «pauperibus se misericordes praebere» e «indesinenter orare». El anuncio del evangelio de Jesucristo, el ir delante y dirigir, custodiar el patrimonio sagrado de nuestra fe, la misericordia y la caridad hacia los necesitados y pobres, en la que se refleja el amor misericordioso de Dios por nosotros y, en fin, la oración constante son características fundamentales del ministerio episcopal. La oración constante significa no perder nunca el contacto con Dios; sentirlo en la intimidad del corazón y ser así inundados por su luz. Solo el que conoce personalmente a Dios puede guiar a los demás hacia él. Solo el que guía a los hombres hacia Dios, los lleva por el camino de la vida.
El corazón inquieto, del que hemos hablado evocando a san Agustín, es el corazón que no se conforma en definitiva con nada que no sea Dios, convirtiéndose así en un corazón que ama. Nuestro corazón está inquieto con relación a Dios y no deja de estarlo aun cuando hoy se busque, con «narcóticos» muy eficaces, liberar al hombre de esta inquietud. Pero no solo estamos inquietos nosotros, los seres humanos, con relación a Dios. El corazón de Dios está inquieto con relación al hombre. Dios nos aguarda. Nos busca. Tampoco él descansa hasta dar con nosotros. El corazón de Dios está inquieto, y por eso se ha puesto en camino hacia nosotros, hacia Belén, hacia el Calvario, desde Jerusalén a Galilea y hasta los confines de la tierra. Dios está inquieto por nosotros, busca personas que se dejen contagiar de su misma inquietud, de su pasión por nosotros. Personas que lleven consigo esa búsqueda que hay en sus corazones y, al mismo tiempo, que dejan que sus corazones sean tocados por la búsqueda de Dios por nosotros. Queridos amigos, esta era la misión de los apóstoles: acoger la inquietud de Dios por el hombre y llevar a Dios mismo a los hombres. Y esta es vuestra misión siguiendo las huellas de los apóstoles: dejaros tocar por la inquietud de Dios, para que el deseo de Dios por el hombre se satisfaga.
Los Magos siguieron la estrella. A través del lenguaje de la creación encontraron al Dios de la historia. Ciertamente, el lenguaje de la creación no es suficiente por sí mismo. Solo la palabra de Dios, que encontramos en la sagrada Escritura, les podía mostrar definitivamente el camino. Creación y Escritura, razón y fe han de ir juntas para conducirnos al Dios vivo. Se ha discutido mucho sobre qué clase de estrella fue la que guió a los Magos. Se piensa en una conjunción de planetas, en una Super nova, es decir, una de esas estrellas muy débiles al principio pero que debido a una explosión interna produce durante un tiempo un inmenso resplandor; en un cometa, y así sucesivamente. Que los científicos sigan discutiéndolo. La gran estrella, la verdadera Super nova que nos guía es el mismo Cristo. Él es, por decirlo así, la explosión del amor de Dios, que hace brillar en el mundo el enorme resplandor de su corazón. Y podemos añadir: los Magos de Oriente, de los que habla el evangelio de hoy, así como generalmente los santos, se han convertido ellos mismos poco a poco en constelaciones de Dios, que nos muestran el camino. En todas estas personas, el contacto con la palabra de Dios ha provocado, por decirlo así, una explosión de luz, a través de la cual el resplandor de Dios ilumina nuestro mundo y nos muestra el camino. Los santos son estrellas de Dios, que dejamos que nos guíen hacia aquel que anhela nuestro ser. Queridos amigos, cuando habéis dado vuestro «sí» al sacerdocio y al ministerio episcopal, habéis seguido la estrella Jesucristo. Y ciertamente han brillado también para vosotros estrellas menores, que os han ayudado a no perder el camino. En las letanías de los santos invocamos a todas estas estrellas de Dios, para que brillen siempre para vosotros y os muestren el camino. Al ser ordenados obispos estáis llamados a ser vosotros mismos estrellas de Dios para los hombres, a guiarlos en el camino hacia la verdadera luz, hacia Cristo. Recemos por tanto en este momento a todos los santos para que siempre podáis cumplir vuestra misión mostrando a los hombres la luz de Dios. Amén.
SANTA MISA EN LA SOLEMNIDAD DE LA EPIFANÍA DEL SEÑOR
Basílica Vaticana, Jueves 6 de enero de 2011
Queridos hermanos y hermanas:
En la solemnidad de la Epifanía la Iglesia sigue contemplando y celebrando el misterio del nacimiento de Jesús salvador. En particular, la fiesta de hoy subraya el destino y el significado universales de este nacimiento. Al hacerse hombre en el seno de María, el Hijo de Dios vino no sólo para el pueblo de Israel, representado por los pastores de Belén, sino también para toda la humanidad, representada por los Magos. Y la Iglesia nos invita hoy a meditar y orar precisamente sobre los Magos y sobre su camino en busca del Mesías (cf. Mt 2, 1-12). En el Evangelio hemos escuchado que los Magos, habiendo llegado a Jerusalén desde el Oriente, preguntan: «¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Hemos visto su estrella en el Oriente y hemos venido a adorarlo» (v. 2). ¿Qué clase de personas eran y qué tipo de estrella era esa? Probablemente eran sabios que escrutaban el cielo, pero no para tratar de «leer» en los astros el futuro, quizá para obtener así algún beneficio; más bien, eran hombres «en busca» de algo más, en busca de la verdadera luz, una luz capaz de indicar el camino que es preciso recorrer en la vida. Eran personas que tenían la certeza de que en la creación existe lo que podríamos definir la «firma» de Dios, una firma que el hombre puede y debe intentar descubrir y descifrar. Tal vez el modo para conocer mejor a estos Magos y entender su deseo de dejarse guiar por los signos de Dios es detenernos a considerar lo que encontraron, en su camino, en la gran ciudad de Jerusalén.
Ante todo encontraron al rey Herodes. Ciertamente, Herodes estaba interesado en el niño del que hablaban los Magos, pero no con el fin de adorarlo, como quiere dar a entender mintiendo, sino para eliminarlo. Herodes es un hombre de poder, que en el otro sólo ve un rival contra el cual luchar. En el fondo, si reflexionamos bien, también Dios le parece un rival, más aún, un rival especialmente peligroso, que querría privar a los hombres de su espacio vital, de su autonomía, de su poder; un rival que señala el camino que hay que recorrer en la vida y así impide hacer todo lo que se quiere. Herodes escucha de sus expertos en las Sagradas Escrituras las palabras del profeta Miqueas (5, 1), pero sólo piensa en el trono. Entonces Dios mismo debe ser ofuscado y las personas deben limitarse a ser simples peones para mover en el gran tablero de ajedrez del poder. Herodes es un personaje que no nos cae simpático y que instintivamente juzgamos de modo negativo por su brutalidad. Pero deberíamos preguntarnos: ¿Hay algo de Herodes también en nosotros? ¿También nosotros, a veces, vemos a Dios como una especie de rival? ¿También nosotros somos ciegos ante sus signos, sordos a sus palabras, porque pensamos que pone límites a nuestra vida y no nos permite disponer de nuestra existencia como nos plazca? Queridos hermanos y hermanas, cuando vemos a Dios de este modo acabamos por sentirnos insatisfechos y descontentos, porque no nos dejamos guiar por Aquel que está en el fundamento de todas las cosas. Debemos alejar de nuestra mente y de nuestro corazón la idea de la rivalidad, la idea de que dar espacio a Dios es un límite para nosotros mismos; debemos abrirnos a la certeza de que Dios es el amor omnipotente que no quita nada, no amenaza; más aún, es el único capaz de ofrecernos la posibilidad de vivir en plenitud, de experimentar la verdadera alegría.
Los Magos, luego, se encuentran con los estudiosos, los teólogos, los expertos que lo saben todo sobre las Sagradas Escrituras, que conocen las posibles interpretaciones, que son capaces de citar de memoria cualquier pasaje y que, por tanto, son una valiosa ayuda para quienes quieren recorrer el camino de Dios. Pero, afirma san Agustín, les gusta ser guías para los demás, indican el camino, pero no caminan, se quedan inmóviles. Para ellos las Escrituras son una especie de atlas que leen con curiosidad, un conjunto de palabras y conceptos que examinar y sobre los cuales discutir doctamente. Pero podemos preguntarnos de nuevo: ¿no existe también en nosotros la tentación de considerar las Sagradas Escrituras, este tesoro riquísimo y vital para la fe la Iglesia, más como un objeto de estudio y de debate de especialistas que como el Libro que nos señala el camino para llegar a la vida? Creo que, como indiqué en la exhortación apostólica Verbum Domini, debería surgir siempre de nuevo en nosotros la disposición profunda a ver la palabra de la Biblia, leída en la Tradición viva de la Iglesia (n. 18), como la verdad que nos dice qué es el hombre y cómo puede realizarse plenamente, la verdad que es el camino a recorrer diariamente, junto a los demás, si queremos construir nuestra existencia sobre la roca y no sobre la arena.
Pasemos ahora a la estrella. ¿Qué clase de estrella era la que los Magos vieron y siguieron? A lo largo de los siglos esta pregunta ha sido objeto de debate entre los astrónomos. Kepler, por ejemplo, creía que se trataba de una «nova» o una «supernova», es decir, una de las estrellas que normalmente emiten una luz débil, pero que pueden tener improvisamente una violenta explosión interna que produce una luz excepcional. Ciertamente, son cosas interesantes, pero que no nos llevan a lo que es esencial para entender esa estrella. Debemos volver al hecho de que esos hombres buscaban las huellas de Dios; trataban de leer su «firma» en la creación; sabían que «el cielo proclama la gloria de Dios» (Sal 19, 2); es decir, tenían la certeza de que es posible vislumbrar a Dios en la creación. Pero, al ser hombres sabios, sabían también que no es con un telescopio cualquiera, sino con los ojos profundos de la razón en busca del sentido último de la realidad y con el deseo de Dios, suscitado por la fe, como es posible encontrarlo, más aún, como resulta posible que Dios se acerque a nosotros. El universo no es el resultado de la casualidad, como algunos quieren hacernos creer. Al contemplarlo, se nos invita a leer en él algo profundo: la sabiduría del Creador, la inagotable fantasía de Dios, su infinito amor a nosotros. No deberíamos permitir que limiten nuestra mente teorías que siempre llegan sólo hasta cierto punto y que —si las miramos bien— de ningún modo están en conflicto con la fe, pero no logran explicar el sentido último de la realidad. En la belleza del mundo, en su misterio, en su grandeza y en su racionalidad no podemos menos de leer la racionalidad eterna, y no podemos menos de dejarnos guiar por ella hasta el único Dios, creador del cielo y de la tierra. Si tenemos esta mirada, veremos que el que creó el mundo y el que nació en una cueva en Belén y sigue habitando entre nosotros en la Eucaristía son el mismo Dios vivo, que nos interpela, nos ama y quiere llevarnos a la vida eterna.
Herodes, los expertos en las Escrituras, la estrella. Sigamos el camino de los Magos que llegan a Jerusalén. Sobre la gran ciudad la estrella desaparece, ya no se ve. ¿Qué significa eso? También en este caso debemos leer el signo en profundidad. Para aquellos hombres era lógico buscar al nuevo rey en el palacio real, donde se encontraban los sabios consejeros de la corte. Pero, probablemente con asombro, tuvieron que constatar que aquel recién nacido no se encontraba en los lugares del poder y de la cultura, aunque en esos lugares se daban valiosas informaciones sobre él. En cambio, se dieron cuenta de que a veces el poder, incluso el del conocimiento, obstaculiza el camino hacia el encuentro con aquel Niño. Entonces la estrella los guió a Belén, una pequeña ciudad; los guió hasta los pobres, hasta los humildes, para encontrar al Rey del mundo. Los criterios de Dios son distintos de los de los hombres. Dios no se manifiesta en el poder de este mundo, sino en la humildad de su amor, un amor que pide a nuestra libertad acogerlo para transformarnos y ser capaces de llegar a Aquel que es el Amor. Pero incluso para nosotros las cosas no son tan diferentes de como lo eran para los Magos. Si se nos pidiera nuestro parecer sobre cómo Dios habría debido salvar al mundo, tal vez responderíamos que habría debido manifestar todo su poder para dar al mundo un sistema económico más justo, en el que cada uno pudiera tener todo lo que quisiera. En realidad, esto sería una especie de violencia contra el hombre, porque lo privaría de elementos fundamentales que lo caracterizan. De hecho, no se verían involucrados ni nuestra libertad ni nuestro amor. El poder de Dios se manifiesta de un modo muy distinto: en Belén, donde encontramos la aparente impotencia de su amor. Y es allí a donde debemos ir y es allí donde encontramos la estrella de Dios.
Así resulta muy claro también un último elemento importante del episodio de los Magos: el lenguaje de la creación nos permite recorrer un buen tramo del camino hacia Dios, pero no nos da la luz definitiva. Al final, para los Magos fue indispensable escuchar la voz de las Sagradas Escrituras: sólo ellas podían indicarles el camino. La Palabra de Dios es la verdadera estrella que, en la incertidumbre de los discursos humanos, nos ofrece el inmenso esplendor de la verdad divina. Queridos hermanos y hermanas, dejémonos guiar por la estrella, que es la Palabra de Dios; sigámosla en nuestra vida, caminando con la Iglesia, donde la Palabra ha plantado su tienda. Nuestro camino estará siempre iluminado por una luz que ningún otro signo puede darnos. Y también nosotros podremos convertirnos en estrellas para los demás, reflejo de la luz que Cristo ha hecho brillar sobre nosotros. Amén.

miércoles, 4 de enero de 2017

Feria de Navidad: 5 de Enero

Feria de Navidad: 5 de enero

Con el amor a los hermanos pasamos de la muerte a la vida, porque amamos a los hermanos. Un ejemplo de seguimiento de Jesús es Natanael con su sencillez
En aquel tiempo, Jesús quiso partir para Galilea. Se encuentra con Felipe y le dice: «Sígueme». Felipe era de Bestsaida, de la ciudad de Andrés y Pedro. Felipe se encuentra con Natanael y le dice: «Ése del que escribió Moisés en la Ley, y también los profetas, lo hemos encontrado: Jesús el hijo de José, el de Nazaret». Le respondió Natanael: «¿De Nazaret puede haber cosa buena?». Le dice Felipe: «Ven y lo verás».Vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él: «Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño». Le dice Natanael: «¿De qué me conoces?». Le respondió Jesús: «Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi». Le respondió Natanael: «Rabbí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel». Jesús le contestó: «¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees? Has de ver cosas mayores». Y le añadió: «En verdad, en verdad os digo: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre»” (Juan 1,43-51).
1. “He visto a aquellos cinco hombres que seguían a Jesús hacia Galilea… Y me he quedado siguiéndoles con los ojos... y pensando en esa gesta trascendentalmente gloriosa que, aunque olvidada de los hombres, esos varones de Dios van a realizar. Y con qué sencillez... Yo estaba a un lado del camino, arreglando una de las ruedas de mi carro, cuando vi venir hacia mí a Jesús con Juan, con Andrés y con su hermano Pedro, y, sin querer, escuché la conversación...
Pedro y Andrés dijeron al Señor:
-Mira, Jesús, por ahí viene Felipe, que es, como nosotros, de Betsaida; le conocemos desde la infancia, juntos hemos jugado en la tierra de las calles de nuestro pueblo; es muy noble y generoso, y tiene un gran corazón. Creemos que podría ser uno de los primeros.
Yo miré hacia atrás y vi a un hombre joven que venía de camino, con una especie de saco medio lleno a la espalda. Frente despejada, ojos claros y vivos, alegre semblante, que se acerca sonriendo al grupo que, parado, le esperaba cerca de donde yo estaba distraído con una de las cosas de siempre. Ellos no se fijaron en mí. Cambiaron alegres saludos de amistad y muchas palabras en arameo salieron de sus labios, pero una se quedó grabada en mis oídos, cuyos ecos no se me olvidaron en la vida, y desde entonces todas las cosas me repiten sin cesar:
-Sígueme.
Fue Jesús de Nazaret quien la pronunció. Vi que Felipe arrojó lejos el saco que traía y en seguida, pidiendo permiso, se marchó presuroso, corriendo, por aquella senda que va a Caná.
Yo me quedé pensando, mientras aquellos hombres aguardaban, si Felipe habría ido a despedirse de su casa...; pero no, la senda que cogió no iba en la dirección que traía; además Felipe no tiene la familia en Caná, la tiene en Betsaida.
Yo seguía arreglando la rueda de mi carro mientras ellos esperaban conversando, y no sabía contestarme a mi curiosa pregunta:
-¿Adónde había ido Felipe?
Al mediodía vi que Felipe volvía corriendo al grupo que aguardaba; pero no venía solo. Un hombre, amigo suyo, corría con él, un poco atrás. Llegó Felipe y dijo al Mesías:
-¡Es mi amigo Bartolomé!
-He aquí un verdadero israelita -dijo Jesús cuando se acercaba Natanael- en él que no hay doblez ni engaño.
-¿De dónde me conoces? -preguntó el recién llegado.
-Antes que Felipe te llamara, yo te vi cuando estabas debajo de la higuera.
Natanael se arroja al suelo, y con las rodillas clavadas en el polvo del camino, los ojos abiertos, muy abiertos, dice a Jesús:
-Tú eres el Hijo de Dios.
Entonces fue cuando yo vi claro: comprendí en un momento todo lo que aquel grupo de hombres, que se reunían junto a un camino de Galilea, podía significar para el mundo, para ese mundo distraído, ignorante de que, en aquellos momentos, en uno de los caminos de la tierra, se reunían unos hombres, a campo descubierto, para algo sencillamente trascendental.
Presté más mis oídos, pero no pude escuchar nada. Comenzaron en seguida a andar, y yo me quedé junto a mi carro, viendo alejarse a Jesús, el carpintero, con cinco hombres que se le han reunido... Van hacia Galilea. ¡Cinco hombres se le suman!
Felipe no fue a despedirse, no. Fue, y fue corriendo, a llamar a un amigo, a traerle a ese camino seguro, como son todos los caminos cuando por ellos se sigue muy de cerca al Señor. No fue a despedirse, empleó el tiempo de la despedida en avisar a un nuevo apóstol, en ganar a un hombre para la revolución sobrenatural, hacia la que se dirigen aquellos hombres por el camino de Galilea (J. A. González Lobato).
Natanael encontró que «solamente Jesucristo es para nosotros todas las cosas (…). ¡Dichoso el hombre que espera en Él!» (San Ambrosio).
Para mí, Natanael estaba pensando en su vocación y que si había algún sentido en la vida que alguien se lo dijera, por eso cuando Natanael le pregunta: “¿De qué me conoces?”, la palabra de Jesús le toca el corazón: “te vi cuando estabas en la higuera” podría significar algo como “sé en lo que pensabas, y aquí estoy yo que te llamo”, pienso que esto ayuda a que él tenga una respuesta de confesión de su fe en Jesús: “tú eres el hijo de Dios”.
2. «Éste es el mensaje que habéis oído desde el principio: que nos amemos unos a otros». Sentimos el amor de Dios. Ahora nos toca a nosotros orientar nuestra vida en una respuesta de amor. «En esto hemos conocido el amor: en que él dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar nuestras vidas por los hermanos». El que ama, vive. El que no ama, permanece en la muerte. «Sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos». Según el evangelio de Mateo, el juicio final para el cristiano versará sobre si ha amado o no a su prójimo, sobre todo a los que estaban necesitados, hambrientos. Aquí Juan plantea el mismo interrogante: «si uno tiene de qué vivir y viendo a su hermano en necesidad le cierra sus entrañas, ¿cómo a va estar en él el amor de Dios?»  El argumento de Juan se hace todavía más dramático: «no seamos como Caín, que procedía del maligno y asesinó a su hermano». «El que odia a su hermano es un homicida». Para conocer su estado espiritual y saber si posee la vida, el fiel no tiene más que preguntarse si posee la caridad. Entonces, incluso si se le arrebata la vida física, no se podrá nada para quitarle la vida eterna.
El sacrificio de la cruz ha sido la victoria del amor sobre el odio. Es participar en la obediencia al amor incondicional de Jesús al misterio de la cruz: "Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos". ¿No soy capaz de morir por mis hermanos? Voy a comenzar por disponerme al menos a darles algo de lo que tengo. Pero no por jactancia, sino por amor (San Agustín).
3. El salmo es de acción de gracias: "Aclamad..., servid al Señor con alegría, entrad en su presencia con vítores. Sabed que el Señor es Dios... Entrad por sus puertas con acción de gracias, por sus atrios con himnos, dándole gracias y bendiciendo su nombre", invitaciones a entrar en el área sagrada del templo y sobre todo a aclamar a Dios con alegría.
El mundo y la historia no están a merced del destino, del caos o de una necesidad ciega. Por el contrario, están gobernados por un Dios misterioso, sí, pero a la vez deseoso de que la humanidad viva establemente según relaciones justas y auténticas: él "afianzó el orbe, y no se moverá; él gobierna a los pueblos rectamente. (...) Regirá el orbe con justicia y los pueblos con fidelidad". Por tanto, todos estamos en las manos de Dios, Señor y Rey, y todos lo celebramos, con la confianza de que no nos dejará caer de sus manos de Creador y Padre.
Vemos también una confesión de la fe, del único Dios: "Somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño". Y este Señor creador tiene como características: la bondad, el amor misericordioso (hésed) y la fidelidad. Aunque nos portemos mal, él no dejará de querernos, su alianza es para siempre.
San Agustín relaciona eso con el amor de la primera lectura: "Cuanto más aumente la caridad, tanto más te darás cuenta de que decías y no decías. En efecto, antes de saborear ciertas cosas creías poder utilizar palabras para mostrar a Dios; al contrario, cuando has comenzado a sentir su gusto, te has dado cuenta de que no eres capaz de explicar adecuadamente lo que pruebas. Pero si te das cuenta de que no sabes expresar con palabras lo que experimentas, ¿acaso deberás por eso callarte y no alabar? (...) No, en absoluto. No serás tan ingrato. A él se deben el honor, el respeto y la mayor alabanza. (...) Escucha el salmo: "Aclama al Señor, tierra entera". Comprenderás el júbilo de toda la tierra, si tú mismo aclamas al Señor".
Se va como recitando una procesión de actos litúrgicos para con Dios: aclamad, servid, entrad en su presencia, reconoced, entrad por sus puertas, dadle gracias, bendecid su nombre. Se proclama también una plena pertenencia a Dios: "somos suyos, su pueblo""ovejas de su rebaño".
San Efrén (hacia 306-373) diácono en Siria, doctor de la Iglesia, en su Himno I sobre la Resurrección proclama “El pueblo que habita en las tinieblas ha visto una gran luz”: Jesús, Señor nuestro, Cristo / Se nos ha manifestado desde el seno del Padre / Ha venido a sacarnos de las tinieblas / Y nos ha iluminado con su luz admirable / Ha amanecido el gran día para la humanidad / El poder de las tinieblas ha sido vencido / De su luz nos ha nacido una luz / Que ilumina nuestros ojos entenebrecidos // Ha hecho brillar la gloria en el mundo / Ha iluminado los abismos oscuros / La muerte ha sido aniquilada, las tinieblas ya no existen / Las puertas del infierno han sido abatidas // El ha iluminado a toda criatura / Tinieblas desde los tiempos antiguos / Ha realizado la salvación y nos ha dado la vida; / Volverá en gloria e iluminará los ojos de los que le esperan // Nuestro Rey viene en su esplendor / Salgamos a su encuentro con las lámparas encendidas / Alegrémonos en él como el se regocija con nosotros / Y nos alegra con su gloriosa luz // Hermanos míos, levantaos, preparaos / A dar gracias a nuestro Rey y Salvador / Que vendrá en su gloria y nos alegrará / Con su gozosa luz en el Reino”.
Llucià Pou Sabaté