sábado, 8 de octubre de 2016

Domingo 28 de tiempo ordinario; ciclo C

Domingo de la semana 28 de tiempo ordinario; ciclo C

La gratitud nos hace mejores y nos prepara para más gracias divinas
«Y sucedió que, yendo de camino a Jerusalén, atravesaba los confines de Samaria y Galilea; y, cuando iba a entrar en un pueblo, le salieron al paso diez leprosos, que se detuvieron a distancia y le dijeron gritando: «Jesús, Maestro, ten piedad de nosotros». Al verlos, les dijo: «Id y presentaos a los sacerdotes». Y sucedió que mientras iban, quedaron limpios. Uno de ellos, al verse curado, se volvió glorificando a Dios a gritos, y fue a postrarse a sus pies dándole gracias. Y éste era samaritano. Ante lo cual dijo Jesús: «¿No son diez los que han quedado limpios? Los otros nueve ¿dónde están? ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios sino sólo este extranjero? Y le dijo: Levántate y vete: tu fe te ha salvado» (Lucas 17,11-19). 
1. San Lucas nos cuenta de cómo Jesús, en su último viaje a Jerusalén, pasaba entre Samaría y Galilea. Y al entrar en una aldea le salieron al encuentro diez leprosos que se detuvieron a lo lejos, a cierta distancia pues la ley prohibía a estos enfermos acercarse a las gentes. En el grupo va un samaritano, a pesar de que no había trato entre judíos y samaritanos. La desgracia les ha unido, como ocurre en tantas ocasiones en la vida. Y levantando la voz, pues están lejos, dirigen a Jesús una petición, llena de respeto, que llega directamente a su Corazón: “Jesús, Maestro, ten piedad de nosotros". Han acudido a su misericordia, y Cristo se compadece y les manda ir a mostrarse a los sacerdotes, como estaba preceptuado en la Ley, para que certificaran su curación. Se encaminaron donde les había indicado el Señor, como si ya estuvieran sanos; a pesar de que todavía no lo estaban, obedecieron. Y por su fe y docilidad, se vieron libres de la enfermedad. La petición de estos leprosos es una buena jaculatoria que puedo repetir a menudo: «Jesús, Maestro, ten piedad de mí».
El samaritano, como Naamán de la primera lectura, no pertenecía al pueblo de Israel y encuentra la fe después de su curación, como premio a su agradecimiento: sólo el samaritano vuelve para alabar a Dios y reconocer en Jesús al Rey-Mesías. La postración delante de Jesús no es una adoración, sino el reconocimiento de esta realeza mesiánica. Los otros nueve no vuelven. Parece como si vieran natural que en ellos, hijos de Abrahán, se cumplieran las promesas mesiánicas. Pero, al decir Jesús al samaritano, al extranjero, "tu fe te ha salvado", nos enseña que el verdadero Israel se asienta en la fe agradecida (Eucaristía 1989).
Estos leprosos nos enseñan a pedir: acuden a la misericordia divina, que es la fuente de todas las gracias. Y nos muestran el camino de la curación, cualquiera que sea la lepra que llevemos en el alma: tener fe y ser dóciles a quienes, en nombre del Maestro, nos indican lo que debemos hacer. “¿No son diez los que han quedado limpios? Y los otros nueve, ¿dónde están?”, preguntó Jesús. Y manifestó su sorpresa: “¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios sino sólo este extranjero?” ¡Cuántas veces, quizá, Jesús ha preguntado por nosotros, después de tantas gracias!
La Iglesia nos enseña a dar gracias a Dios también cuando llegan las contrariedades, la enfermedad, y no vemos entonces la mano de Dios que quiere otorgarnos un beneficio mayor como le sucedió a este leproso que, junto al beneficio de la curación, añadió el de la fe en Jesucristo: Levántate, vete; tu fe te ha salvado.
La gratitud es virtud muy importante, pues “del mismo modo que lo principal, al hacer un regalo, es el afecto con que se realiza, también la gratitud consiste principalmente en el cariño (…) Por eso, para manifestar nuestra gratitud a un bienhechor al que nada falta, es tan conveniente mostrarle respeto y reverencia” (Santo Tomás, S. Th. II-II, q. 106, a. 3). «Toda alegría y toda pena, todo acontecimiento y toda necesidad pueden ser motivo de oración de acción de gracias, la cual, participando de la de Cristo, debe llenar la vida entera: ‘En todo dad gracias’ (I Tes 5,18)» (Catecismo 2648).
Jesús, Tú también has hecho mucho por mí. Mi vida, mis virtudes, mi familia: todo te lo debo a Ti. ¿Cómo me voy a olvidar de darte las gracias? Gracias, Jesús, por todo lo que tengo y lo que soy; por todo, incluso por aquellas cosas de las que no me doy cuenta ni sé apreciar; más aún, gracias incluso por lo que me falta o me hace sufrir (P. Cardona). Porque, dice San Pablo, «para aquellos que aman a Dios todas las cosas son para bien» (Romanos 8,28).
“Nuestro, no es nada, a no ser el pecado que poseemos. Pues ¿qué tienes que no hayas recibido? (1 Cor 4,7)”. «¿Qué cosa mejor podemos traer en el corazón, pronunciar con la boca, escribir con la pluma, que estas palabras, «Gracias a Dios»? No hay cosa que se pueda decir con mayor brevedad, ni oír con mayor alegría, ni sentirse con mayor elevación, ni hacer con mayor utilidad» (San Agustín). «Acostúmbrate a elevar tu corazón a Dios, en acción de gracias, muchas veces al día. -Porque te da esto y lo otro. -Porque te han despreciado. -Porque no tienes lo que necesitas o porque lo tienes. -Porque hizo tan hermosa a su Madre, que es también Madre tuya. -Porque creó el Sol y la Luna y aquel animal y aquella otra planta. -Porque hizo a aquel hombre elocuente y a ti te hizo premioso... Dale gracias por todo, porque todo es bueno» (J. Escrivá, Camino 268).
Jesús, ¿cómo puedo serte más agradecido? Primero, con mis obras: cuando alguien está realmente agradecido a otro se vuelca en detalles con aquella persona y se ofrece para todo en lo que pueda servirle. De la misma manera, si realmente estoy agradecido por todo lo que has hecho por mí, es lógico que intente servirte y darte gracias durante el día. Y todo lo que haga por Ti me parecerá pequeño e insuficiente para pagarte lo mucho que me has dado: tu misma vida.
Jesús, me has dado un medio especialísimo para darte gracias: la Santa Misa o «Eucaristía», que significa precisamente, acción de gracias. Asistiendo a la Misa me uno a tu entrega y muerte en la cruz; y es ahí, pasmado ante semejante muestra de amor, donde puedo y debo darte gracias con más intensidad. «La Eucaristía es un sacrificio de acción de gracias al Padre, una bendición por la cual la Iglesia expresa su reconocimiento a Dios por todos sus beneficios, por todo lo que ha realizado mediante la creación, la redención y la santificación. ‘Eucaristía’ significa, ante todo, acción de gracias» (Catecismo, 1360).
"Es justo y necesario, es nuestro deber y salvación, darte gracias siempre y en todo lugar, Señor" (Prefacio), pero especialmente en la Comunión Eucarística. Te adoro con devoción, Dios escondido, le decimos a Jesús en la intimidad de nuestro corazón. En esos momentos, hemos de frenar las impaciencias y permanecer recogidos con Dios que nos visita. Nada hay en el mundo más importante que prestar a ese Huésped el honor y la atención que se merece  (F. Fernández Carvajal, J. Rodríguez Sánchez). Jesús vive y nos espera en el Sagrario, y queremos visitarle, tratarle, que sea nuestro mejor Amigo, para confiarle nuestras preocupaciones y fallos, enfermedades y lepras, y su manto, vestidura mágica, nos hace invencibles... (Ricardo Martínez Carazo).
2El general sirio ha venido por la palabra de una esclava judía, para curarse. El profeta le ha dicho que se lave en el río, y él dudó porque los ríos de su país son mucho mejores, pero al final obedece el consejo sencillo que le proponen: “Naamán el sirio bajó y se bañó siete veces en el Jordán, como se lo había mandado Eliseo, el hombre de Dios, y su carne quedó limpia de la lepra, como la de un niño”. Pensaban entonces que los dioses tenían un territorio, por eso quiere llevarse un puñado de tierra… pero aquí vemos que la salvación es para todos, no está Dios atado a un territorio... También es una lección de gratuidad. Eliseo no acepta ningún presente y no pide nada. Con Dios tampoco hemos de pagarle ni demostrarle nada, Él nos quiere y basta…
Lo de lavarse está claro que es una profecía de lo que es el bautismo. Este hombre, después de haber llegado a la cúspide de  su carrera, de repente está frente al abismo: tiene lepra. Condenado a muerte tanto en ver su propia corrupción, como que era arrojado de la sociedad y era excomulgado de la comunidad: aislado. Nosotros también tenemos nuestra lepra, lo que nos cuesta: hemos de tener la disposición a  aceptar lo pequeño, lo ordinario; en la disposición al baño de la obediencia y dejarnos ayudar…  (Joseph Ratzinger / Eucaristía 1989).
Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas. Su diestra le ha dado la victoria, su santo brazo; el Señor da a conocer su victoria, revela a las naciones su justicia: se acordó de su misericordia y su fidelidad  en favor de la casa de Israel”.Proclama la victoria de Jesús que nos salva: "No rechaza el pesebre, ni dormir sobre unas pajas; tan solo se conforma con un poco de leche, el mismo que, en su providencia, impide que los pájaros sientan hambre" (himno de Sedulio).
“Los confines de la tierra han contemplado / la victoria de nuestro Dios. / Aclama al Señor, tierra entera, / gritad, vitoread, tocad”. Este "rey" al que se canta no era un hombre (ya que la dinastía Davídica había desaparecido hacía largo tiempo), sino Dios en persona. Este salmo es una invitación a la fiesta que culminaba en una enorme "ovación" real: "¡Dios reina!", "¡aclamad a vuestro rey, el Señor!" Su Amor-fidelidad llega a lo más profundo del ser.
3. Es “Jesucristo el Señor, resucitado de entre los muertos, nacido del linaje de David. Este ha sido mi Evangelio, por el que sufro hasta llevar cadenas, como un malhechor. Pero la palabra de Dios no está encadenada. Por eso lo aguanto todo por los elegidos, para que ellos también alcancen su salvación, lograda por Cristo Jesús, con la gloria eterna”: Pablo está preso, pero libre por dentro: a la Palabra de Dios no se la puede encadenar y Pablo ha recibido la misión de anunciarla. Por eso, lo aguanta todo en favor de los que Dios ha elegido, para que ellos alcancen también la salvación, lograda por Jesucristo, con la gloria eterna.
“Es doctrina segura: Si morimos con él, viviremos con él. Si perseveramos, reinaremos con él. Si lo negamos, también él nos negará. Si somos infieles, él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo”.
Llucià Pou Sabaté

San Dionisio, obispo, y compañeros, mártires

Fue San Dionisio de una de las más nobles familias de la ciudad de Atenas [en Grecia]; nació ocho ó nueve años después del nacimiento del Salvador, y le criaron cuidadosamente sus padres, tanto en las ciencias como en las supersticiones del gentilismo. Estudió en la misma célebre ciudad, adonde concurrían de todas partes los mayores ingenios, por ser la más famosa Universidad de toda la Grecia. Allí observó aquel milagroso eclipse de sol que sucedió en la muerte del Salvador, puntualmente en el mismo plenilunio. No ignoraba Dionisio que no mediando algún cuerpo sólido entre la Tierra y el Sol, como no era posible que mediase estando llena la Luna, necesariamente había de ser sobrenatural aquel eclipse; y en virtud de eso, asombrado de aquel raro fenómeno, exclamó: O él Dios de la naturaleza padece, o la máquina de este mundo perece.
Vuelto á Atenas, se señaló mucho en aquella Universidad por su sabiduría, por su elocuencia y por su ingenio sobresaliente; tanto que, sin reparar en sus pocos años, le honraron con sus primeros empleos, y en breve tiempo se vio elevado á la dignidad de uno de los primeros jueces del Areópago. Era éste el más respetable tribunal de toda la Grecia. Hallábase aquel augusto y famoso tribunal en su mayor esplendor cuando entró San Pablo en Atenas, siendo á la sazón la ciudad más célebre del mundo por las ciencias que se enseñaban en ella, y por el concurso de estudiantes y de maestros que acudían á su Universidad de todas las provincias adonde se extendía la jurisdicción del imperio romano. Comenzó á predicar, según costumbre, primero á los judíos en sus particulares sinagogas; y, saliendo después á las calles y á las plazas públicas, anunciaba el Evangelio á todo género de gentes. Cuando le oyeron hablar de la unidad de Dios, de su inmensidad y de su omnipotencia, pasando después á los misterios de la Encarnación del Verbo y de su Resurrección, hizo tanto eco en los ánimos de sus oyentes aquella nueva doctrina, que le delataron al tribunal del Areópago. Compareció en él San Pablo y dio razón de su religión, demostrando tan visiblemente su verdad, su santidad y su excelencia, que todos los jueces quedaron admirados, aunque no todos quedaron convertidos. Rindiéronse pocos á la fuerza de la verdad, y entre éstos pocos fue uno Dionisio Areopagita. Las conferencias privadas que tuvo con el Apóstol le abrieron, en fin, los ojos; y detestando las supersticiones del gentilismo abandonó sus bienes y renunció sus empleos por seguir á Jesucristo, quedando gustosamente sorprendido cuando entendió que aquel milagroso eclipse, que tanto le había asombrado, había puntualmente sucedido en la muerte del mismo Salvador.
Instruido ya perfectamente en los misterios y en la doctrina de la religión, fue bautizado por San Pablo, y admitido en el número de aquellos discípulos que se distinguían más en su cariño. Créese comúnmente que San Dionisio le acompañó en todos los viajes que hizo aquellos tres primeros años; y que después, creciendo cada día el número de los fieles, el mismo Apóstol le consagró por OPbispo de Atenas.
Formado en tal taller, y siendo obra de un artífice tan diestro, ya se deja discurrir cuál sería su conducta, cuánto su celo y cuánta su virtud en el Ministerio Episcopal. Ningún Obispo fue más semejante á los primeros Apóstoles. En su admirable libro de la Jerarquía eclesiástica, en el de los Nombres divinos, y en sus epístolas á San Tito, á San Timoteo y á San Policarpo, se hace visible su íntima comunicación con Dios, aquel eminente don de contemplación que poseía, y su sabiduría verdaderamente divina y celestial.
También nos certifica él mismo en el libro de los Nombres divinos que logró el consuelo de hallarse presente en Jerusalén á la muerte de la Madre de Dios, y de ser testigo ocular de todas las maravillas que sucedieron en ella; queriendo la santísima Virgen dispensar este favor á su celoso siervo San Dionisio, que toda la vida conservó el más tierno amor y la devoción más extraordinaria á la soberana Reina.
Restituido á la ciudad de Atenas, se aplicó con mayor celo que nunca al cultivo de aquella nueva viña del Señor, que, á esfuerzos de su trabajo, en breve tiempo fue una de las más floridas porciones de la Iglesia.
Levantándosele por este tiempo su destierro á San Juan Evangelista, que le estaba padeciendo por la fe en la isla de Patmos, y restituyéndose á su iglesia de Efeso, inmediatamente le fue á visitar nuestro San Dionisio. Tiénese por cierto que, durante su mansión en Efeso, y en las conversaciones particulares que tuvo con el amado Evangelista, le dio el Señor á entender la necesidad que tenían de operarios apostólicos las provincias más extendidas de la Europa, y que le inspiró el pensamiento de irse á ofrecer al Papa San Clemente para esta misión; y San Dionisio tomó el camino de Roma, acompañado del presbítero Rústico y del diácono Eleuterio, ambos fieles compañeros suyos en todos sus viajes y apostólicos trabajos. Fue recibido nuestro Santo del Papa San Clemente con aquella caridad que une tan estrechamente el corazón de los hombres apostólicos; y, animado del propio celo, le envió á las Galias, donde parecía que dominaba el gentilismo con mayor imperio.
Partió inmediatamente San Dionisio con San Rieul, San Marcelo, por sobrenombre Eugenio, y algunos otros operarios que le dio el mismo Pontífice, para que todos trabajasen en aquella inculta viña. Es antigua tradición de todas las iglesias de Provenza que los santos misioneros se dirigieron primeramente á Arles, donde ya había muchos cristianos bautizados por San Trófimo; y que, habiéndose detenido San Dionisio algún tiempo para cultivar aquella Iglesia, consagró por Obispo de ella á San Rieul, y él, con los demás compañeros, se encaminó á París para anunciar el Evangelio.
Luego que entró en aquella ciudad, habló á aquella muchedumbre con tan divina elocuencia sobre la risible vanidad de sus falsas deidades, haciéndoles palpable la quimérica imposibilidad de muchos dioses; explicó con tanta elevación, y al mismo tiempo con tanta claridad, así las verdades más esenciales como la santidad de nuestra religión, que, sobre el mismo hecho, muchos de sus oyentes le pidieron el bautismo. Desde luego se erigieron diferentes oratorios ; siendo tradición, tan respetable por su antigüedad, que el primero de estos oratorios ó de estas iglesias le dedicó San Dionisio á la santísima Trinidad, y que estaba en el mismo sitio donde se ve al presente la iglesia de San Benito, leyéndose aún el día de hoy en una vidriera de la capilla de San Dionisio estas palabras: En esta capilla dio principio San Dionisio á invocar el nombre de la santísima Trinidad. El segundo oratorio le dedicó á Dios el mismo Santo en honor de la santísima Virgen; y es la iglesia que después se llamó de Nuestra Señora de los Campos, donde está hoy el convento de los PP. Carmelitas. El tercero se dedicó á los Santos Apóstoles San Pedro y San Pablo, y el cuarto á San Esteban.

Dícese que el primero que recibió el bautismo de mano de San Dionisio fue uno de los más ilustres caballeros de París, llamado Lisbio, á quien la gran casa de Montmorency reconoce por tronco de su familia, por cuya razón tomó en las batallas, por grito de acometer, estas palabras: Ayude Dios al primer cristiano.
A vista de tantas y tan ruidosas conquistas como hacía cada día nuestro Santo, necesariamente se había de consternar el ánimo de los paganos, particularmente el de los sacerdotes de los ídolos, que á su pesar y tan á costa suya estaban viendo erigirse la religión cristiana sobre las ruinas del gentilismo. No menos conturbados que interiormente enfurecidos, acudieron á echarse á los pies de Fescenino Sísino, gobernador de las Galias por el Emperador, y le representaron que unos extranjeros, venidos allá de los retirados rincones de la Grecia, tenían tan trastornado el espíritu del ciego vulgo y del ignorante pueblo, por medio de sus acostumbrados hechizos y familiares encantamientos, que, en gran desprecio de los dioses inmortales, todos se hacían cristianos. Turbóse Fescenino al oir tan graves quejas, y mandó que fuesen arrestados los jefes ó los cabezas de los cristianos. No había cosa más fácil que dar luego con ellos, y así fueron inmediatamente presos San Dionisio, Lisbio, en cuya casa estaba hospedado el Santo, Rústico y Eleuterio. Lleváronlos á presencia del gobernador, y cuando estaban en su tribunal, entró en él Larcia, mujer de Lisbio, y tan furiosamente idólatra, que, rabiosa contra el apóstol y contra su mismo marido, más con ademanes de furia que con decencia de mujer, comenzó á acusar á Lisbio que, con sus mismas manos, había hecho pedazos todos los ídolos. Trató Fescenino de pervertir á aquel cristiano caballero con ruegos, con promesas y con amenazas; pero, viendo su invencible constancia , mandó que allí mismo le cortasen la cabeza á vista de su mujer, y, haciendo después todo cuanto pudo para intimidar á Dionisio y á sus compañeros, dio orden de que todos fuesen encerrados en los calabozos de cierta prisión inmediata, que se llamaba la cárcel de Glaucin, y con el tiempo se convirtió en una iglesia intitulada San Dionisio de la Cárcel, donde no estuvieron meramente asegurados, sino atormentados cruelmente con el peso de gruesas piedras, que cargaban sobre sus cuerpos.
Pasados algunos días, mandó el tirano que los trajesen á su tribunal : les preguntó con fiereza si aquel primer ensayo los había hecho cuerdos, ó si eran tan locos que quisiesen acabar la vida en los más desapiadados tormentos. Respondió San Dionisio, en nombre de todos , que ni los tormentos más horribles ni la misma muerte serían capaces de aminorar la constancia de su fe. La réplica del juez á esta generosa respuesta fue una espesa lluvia de azotes con ramales armados de puntas de acero, que despedazaron, hasta descubrirse las entrañas, los cuerpos de los Santos Mártires. Era espectáculo digno de la atención de los ángeles ver á un venerable anciano con más de ciento y seis años (no contaba menos San Dionisio), cantar incesantemente las alabanzas del Señor con semblante alegre y risueño en medio de aquella horrible carnicería.
Asombrado el tirano de tan magnífica firmeza, los mandó llevar otra vez á la cárcel, de donde presto los volvieron á sacar para atormentarlos con mayores suplicios. Extendieron á San Dionisio sobre el potro; renováronle todas las llagas con garfios de acero, y, tendiéndole después sobre cierta especie de parrillas, le fueron como asando á fuego lento. Arrojáronle después en un horno encendido, donde renovó Dios el milagro de los niños, que respiraban refrigerio en medio de las llamas. Sacáronle del horno para amarrarle á una cruz, que el Santo convirtió en cátedra de la verdad, predicando al pueblo desde ella la santidad de nuestra religión, el mérito de los trabajos y la loca impiedad del gentilismo. Aturdió á los paganos tanto tropel de maravillas, y, más aturdido que todos el tirano, hizo que tercera vez le volviesen á la cárcel, adonde concurrieron los fieles de todas partes, y se asegura que, para fortalecerlos en la fe, celebró el santo pastor el divino sacrificio, y á todos dio la comunión.
El día siguiente, 9 de Octubre del año A.D. 117, pronunció sentencia el tirano de que Dionisio y sus compañeros fuesen degollados, lo que se ejecutó en el mismo día. Hízose después una horrible carnicería en los cristianos; y se dice que entre éstos, Larcia, mujer del Santo Mártir Lisbio, convertida por las oraciones y por los milagros de San Dionisio, logró la dicha de merecer la corona del martirio.
Es tradición tan antigua como la muerte de nuestro Santo que, después de degollado, se puso en pie por sí mismo el cuerpo de San Dionisio, tomó su cabeza en las manos y la llevó al lugar donde está hoy la célebre población y monasterio de su nombre, á dos leguas de París, cuyo portento acabó de convertir a todo el pueblo. Añádese que, acudiendo al ruido de este prodigio una santa mujer llamada Cátula, á quien el Santo había convertido, éste se fue derecho á ella, púsola en las manos su cabeza, y cayó el cuerpo en tierra, dejándola depositaría de sus preciosas reliquias. Apoderada de tan inestimable tesoro, le guardó y le escondió con el mayor cuidado mientras duró aquella violenta persecución; y, no contenta con eso, tuvo arte para lograr, á precio de dinero, los cuerpos de sus dos compañeros Rustico y Eleuterio. Noticioso San Rieul del martirio de nuestros Santos, se sintió inspirado de Dios para buscar sus reliquias, y, encargando el cuidado de su Iglesia de Arles al obispo Felicísimo, que había ido á visitarle, partió á París, acompañado de algunos presbíteros suyos. Con las noticias que allí le dieron se encaminó á la aldea de Charouil, donde encontró á la piadosa matrona Cátula, y consagró en honor de San Dionisio y sus compañeros una capilla de madera, que aquella virtuosa señora había erigido sobre el sepulcro de los Santos. Más de trescientos años después, Santa Genoveva, devotísima de San Dionisio, erigió otra capilla de piedra mucho más capaz, donde, pasados otros doscientos años, el rey Dagoberto fundó aquel célebre monasterio de San Dionisio y aquella' suntuosísima iglesia, que los reyes de Francia escogieron para su sepultura.
No se ignora que algunos sabios críticos de estos últimos tiempos quieren disputar al reino de Francia la gloria de haber merecido á San Dionisio Areopagita por uno de sus primeros apóstoles; pero se juzgó más seguro seguir el parecer del Martirologio, y aun el de la misma Iglesia Romana, pareciendo que la crítica del tiempo debiera ceder á la tradición de más de mil y doscientos años, y á la autoridad del sabio Hincmaro, Arzobispo de Reims; de Fortunato, Obispo de Poitiers; de Eugenio II, Arzobispo de Toledo; de San Beda el Venerable; de todos los hombres grandes que florecieron en los ocho últimos siglos; del mismo Concilio de París, y, en fin, del unánime consentimiento de la Iglesia griega y latina, como lo observa el sabio cardenal Baronio en las anotaciones al Martirologio Romano.

viernes, 7 de octubre de 2016

Sábado semana 27 de tiempo ordinario; año par

Sábado de la semana 27 de tiempo ordinario; año par

La Virgen María, modelo perfecto de bienaventurada porque pone en práctica lo que el Señor le pide
“En aquel tiempo, mientras Jesús hablaba a las gentes, una mujer de entre el gentío levantó la voz, diciendo: -«Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron.» Pero él repuso: -«Mejor, dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen»”(Lucas 11,27-28).  
1. Jesús, hoy te echan un piropo a tu madre, y tú lo aceptas con gusto, llevándolo a un motivo más alto.
-“Mientras Jesús decía estas cosas, una mujer de entre la gente le dijo gritando”... Se realza a una mujer. Esta humilde mujer anónima, proclamará su admiración por Jesús:
-"¡Dichosa la madre que te llevó en su seno y que de su leche te alimentó!" (literalmente: "¡Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que chupaste!"). Vas a decir a todos que la Virgen es grande sobre todo por ser humilde, es la que creyó en la Palabra que Dios le había dirigido a través del ángel, la que dice: "hágase en mí según tu Palabra".
-“Entonces repuso Jesús: "Más dichosos son aún los que oyen la palabra de Dios y la cumplen"”. Jesús, lo habías ya dicho (Lc 8,21) en otra circunstancia. Repetimos las ideas que llevamos más adentro en el corazón. En contraste -"Mas dichosos aún"...- con la maternidad carnal de su madre, que es grande y realmente gloriosa, Jesús exalta la grandeza de la fe. Notemos una vez más que Jesús no opone "contemplación" y "acción"; la verdadera bienaventuranza comporta los dos aspectos, inseparables el uno del otro: - contemplar, escuchar, orar... - actuar, poner en práctica la Palabra, comprometerse... En Zürich vi esta frase en una iglesia protestante, como indicando el camino para la perfección; pero ellos no ven que está dicha precisamente para María en primer lugar: "dichosa por haber creído" (Lc 1,45), le dirá Isabel, y por haber "guardando en su corazón" los acontecimientos concernientes a Jesús (Lc 2,19)
-"Dichosos los que..." Cincuenta veces sale esta expresión en el conjunto del Nuevo Testamento... veinticinco veces de los labios mismos de Jesús en el evangelio. Se ve que te gusta, Jesús: que quieres indicarnos ahí el camino. Vemos ahí una nueva bienaventuranza: Dichosos los pobres, los mansos, los afligidos, los puros, los que construyen la paz, los perseguidos por la justicia... Dichoso, ese servidor que su amo, a su regreso, encontrará vigilante... Dichosos los que escuchan la palabra de Dios... Dichosa la que ha creído -María- el cumplimiento de las palabras que le fueron dichas... Dichoso aquel para el cual Jesús no es ocasión de escándalo. Dichosos los ojos que ven lo que vosotros véis... Dichoso tú, si aquel a quien has prestado dinero no puede devolvértelo... Dichoso aquel que cenará en el Reino de Dios... Dichosos vosotros cuyos nombres están inscritos en el cielo... Dichosos sois vosotros si sabéis ser servidores los unos de los otros, hasta lavaros los pies... Dichosos los que creerán sin haber visto… (Noel Quesson).
Podemos aprender de María la gran lección que nos repite Jesús: Madre mía, Santa María, que sepamos escuchar la Palabra y la cumplamos.
Escribo esto en el Año de la fe (2012-1013) a los 50 años del Concilio Vaticano II, precisamente cuando la Iglesia, en la reforma postconciliar, ha redescubierto el valor de la Palabra de Dios (J. Aldazábal).
La salvación no proviene de pertenecer a determinados grupos ni a exclusivismos,  sino de una actitud de amor ante el prójimo y ante Dios. Ni la sangre ni la carne ya son la norma de Jesús. Él rompe con la tradición judía y amplía el horizonte del Reino a toda persona que quiera recibir a Dios como el único soberano de su vida, en la escucha de la Palabra de Dios y el ponerla en práctica.
"Si María no hubiera escuchado y observado la Palabra de Dios, su maternidad corporal no la habría hecho bienaventurada" (S. Crisóstomo). En otro sitio (Mc 3,34) cuando le hablan de su madre y hermanos, dice ante los que le rodean: "He aquí mi madre y mis hermanos”. Es la familia de la fe, la Iglesia. María es la bendita, más porque creía en Cristo que por haberlo dado a luz (S. Agustín).
2. La presencia de Cristo hace que caduque la Ley en ese sentido transitoria:
-“Hermanos, antes de que llegara la fe, estábamos encerrados bajo la «vigilancia» y el «dominio» de la ley, en espera de la fe que debía manifestarse. De manera que la ley ha sido nuestro «pedagogo» hasta Cristo, para ser justificados en virtud de la fe”. El "pedagogo" era el esclavo encargado de la educación de los hijos de las familias pudientes, y San Pablo nos dice que esto hace la Antigua Ley con nosotros: nos da pistas para ver el pecado, pero no la salvación.
-“Pero, una vez llegada la fe, ya no estamos bajo el «celador» o pedagogo, en griego. Porque, en Jesucristo sois todos hijos de Dios, por la fe”. A partir del día de Jesucristo (la salvación) por la fe podemos ser "hijos de Dios". Gracias, Señor, porque nos abres un camino de libertad (Noel Quesson).
-“En efecto, todos los bautizados en Cristo, os habéis revestido de Cristo”. A los Romanos Pablo les dirá que el bautismo nos hace participar de la muerte y resurrección de Cristo. Meternos en su vestido, en su visibilidad, es como hacían los antiguos para el teatro tomar la máscara y las pieles del animal que representaban. También tiene esta palabra una idea de “sumergirse” como en un líquido, así hemos de meternos en Cristo, hasta perdernos en él, para verdaderamente encontrarnos.
-“Ya no hay ni «judío» ni «gentil» ni esclavo ni libre, ni hombre ni mujer, ¡porque todos no sois más que uno en Cristo Jesús!” Esla nueva situación de libertad y de filiación. Señor, ayúdame a sentirme hijo en la casa de Dios, y no prisionero de obligaciones. Que me dirija a Dios como Padre y no sólo como Creador o como Juez. Que cumpla en la familia, en la Iglesia, en el trabajo… por amor, no por interés o miedo al castigo. Que viva la fe y eduque a los hijos o a los jóvenes con la oración, la participación en la Eucaristía dominical motivados más por el amor, que por mera tradición, por miedo, por interés comercial con Dios.
Si la fe la sentimos como una losa, si todavía somos "esclavos" o nos sentimos "prisioneros" o necesitamos del "pedagogo" de la disciplina exterior como los niños romanos, no hemos llegado a la madurez.
3. Te canto, Señor, con el salmista: “Cantadle al son de instrumentos, / hablad de sus maravillas; / gloriaos de su nombre santo, / que se alegren los que buscan al Señor”. A ti recurro, Señor, a su poder: “buscad continuamente su rostro. / Recordad las maravillas que hizo, / sus prodigios, las sentencias de su boca”. Te doy gracias por elegirme en tu amor: “El Señor es nuestro Dios, / él gobierna toda la tierra”.
Llucià Pou Sabaté

jueves, 6 de octubre de 2016

Realizando el ser humano: curso de Federico Velázquez de Castro

Realizando el ser humano. Cinco pasos hacia la transformación.
El próximo lunes día 10 Federico Velázquez de Castro comenzará a dar un curso, cuyo programa te adjunto, por si quieres asistir, y también darlo a conocer entre nuestros amigos. Tendrá lugar todos los lunes del primer trimestre, entre 7 y 8,15 de la tarde en la parroquia Ntra Sra del Carmen, c/ El Guerra 23, en la zona norte.
Imparte: Federico Velázquez de Castro, Doctor en ciencias químicas y Especialista universitario en ciencias ambientales. Diplomado en educación para la salud, posee experiencia docente en todos los niveles de enseñanza y ha sido director de un centro de técnicas psico-corporales. Es autor de diversos libros y publicaciones. (www.federicovelazquezdecastro.com)
1. SOSIEGO. Vivir con atención plena, con integración y paz interior, sin prisa ni agitación, aprendiendo a gustar de la escucha y el silencio.
2. SENCILLEZ. Cuestionando el consumo, reduciendo las necesidades, conservando los bienes, situándose más en el ser que en el tener, acercándose a la naturaleza, gozando con una vida llena de valores.
3. COMPASIÓN. Estando atento a las necesidades de los demás, respetando a todas las criaturas, desarrollando la no violencia como forma de resolución de conflictos, practicando la asertividad y la empatía. Y comenzando siempre por un trato amable y compasivo hacia uno mismo.
4. VOCACIÓN Y SENTIDO DE LA VIDA. Presencia en el mundo dando lo mejor de cada uno, sirviendo a los demás, al tiempo que se desarrollan nuestras mejores potencialidades en todos los ámbitos de la vida.
5. COMPROMISO CON EL MUNDO. Con pasión por la justicia y sensibilidad hacia todo lo que necesite ser liberado. Con interés por todo lo que nos rodea, reconociendo los signos de los tiempos y respondiendo a los desafíos de nuestra época.

Viernes semana 27 de tiempo ordinario; año par

Viernes de la semana 27 de tiempo ordinario; año par

Jesús nos abre los ojos a la luz: “si yo echo los demonios con el dedo de Dios, entonces es que el Reino de Dios ha llegado a vosotros”.
“En aquel tiempo, habiendo echado Jesús un demonio, algunos de entre la multitud dijeron: -«Si echa los demonios es por arte de Belzebú, el príncipe de los demonios.» Otros, para ponerlo a prueba, le pedían un signo en el cielo. Él, leyendo sus pensamientos, les dijo: -«Todo reino en guerra civil va a la ruina y se derrumba casa tras casa. Si también Satanás está en guerra civil, ¿cómo mantendrá su reino? Vosotros decís que yo echo los demonios con el poder de Belzebú; y, si yo echo los demonios con el poder de Belzebú, vuestros hijos, ¿por arte de quién los echan? Por eso, ellos mismos serán vuestros jueces. Pero, si yo echo los demonios con el dedo de Dios, entonces es que el reino de Dios ha llegado a vosotros. Cuando un hombre fuerte y bien armado guarda su palacio, sus bienes están seguros. Pero, si otro más fuerte lo asalta y lo vence, le quita las armas de que se fiaba y reparte el botín. El que no está conmigo está contra mí; el que no recoge conmigo desparrama. Cuando un espíritu inmundo sale de un hombre, da vueltas por el desierto, buscando un sitio para descansar; pero, como no lo encuentra, dice: "Volveré a la casa de donde salí." Al volver, se la encuentra barrida y arreglada. Entonces va a coger otros siete espíritus peores que él, y se mete a vivir allí. Y el final de aquel hombre resulta peor que el principio»” (Lucas 11,15-26).
1. Como continuando la última petición del Padrenuestro, Jesús nos muestra hoy la lucha contra el maligno. El mal no se explica totalmente en razón de la libertad humana. Tiene raíces extremadamente profundas que no podemos desarraigar. Tú, Jesús, has venido a destruir este imperio del mal. El Reino de Dios es el futuro del hombre, pero no sólo está en el cielo. Esta la plenitud en Dios a la que tiende el hombre ya tiene en esta vida un comienzo, podemos gustarla, aunque sabemos también que no puede realizarse plenamente en el mundo actual. Hay obstáculos como el demonio, pero se realiza cuando Jesús expulsa a los demonios, perdona los pecados, libera a los hombres de la fuerza del diablo y los conduce hacia un futuro de gracia, de libertad y de vida. -Reino de verdad y de vida. -Reino de santidad y de gracia. -Reino de justicia, de amor y de paz, como diremos dentro de pocas semanas, en la fiesta de Cristo Rey.
La Biblia nos presenta que la vida es lucha entre dos espíritus: el del hombre natural, y el del Espíritu que viene de Dios que lo hace partícipe de la libertad divina (Misa dominical 1990).
-“Algunos de los asistentes dijeron: "Echa los demonios con poder de Belzebú, el jefe de los demonios…"; otros, para comprometerle le exigían una señal que viniera del cielo...” Una de las cosas más duras que nos pueden hacer es ser incomprendido, despreciado; es ver deformados sus propósitos, sus propias intenciones. Jesús conoció esa clase de indigencia. ¡Se le acusó de estar del lado de Satán. La acusación era dura y despreciativa: Belzebú significa ¡"Baal del estercolero... Señor de las moscas"! Esto es lo que se decía de Jesús en su lengua, el arameo. Ayúdanos, Señor, a evitar todas las interpretaciones malévolas. Ayúdanos, Señor, a soportar, si somos víctimas de ellas, como Tú lo fuiste, esas críticas o esas calumnias.
Es por ceguera y envidia que esos te acusan, Señor. Son ganas de eliminar de alguna manera a quien se nos presenta como enemigo, con la mentira, el engaño.
-“Jesús, conociendo sus pensamientos, les dijo: "Todo reino dividido contra sí mismo queda asolado... Si pues Satán está dividido contra sí mismo ¿cómo va a mantenerse en pie su reino?” Jesús, subrayas la importancia de la unidad. El peor enemigo es el de dentro, dividir.
-“Pero, si Yo echo los demonios "con el dedo de Dios", señal es que el reino de Dios ha llegado a vosotros.” El "dedo de Dios" es imagen de la potencia divina; el texto griego dice: "el reino de Dios os ha llegado por sorpresa... ha venido de súbito... os ha sorprendido... os ha alcanzado". Se trata de una "irrupción absoluta y rápida" que corta el aliento, que impide parar el golpe. El golpe dado a Satán no tiene esquiva posible.
-“Cuando un hombre fuerte y bien armado guarda su casa, sus bienes están seguros. Pero cuando otro "más fuerte" lo asalta y lo vence, le quita las armas”... Uno "más fuerte" es el nombre que Juan Bautista había dado al mesías (Lc 3,16). Jesús "más fuerte" que el mal, más fuerte que Satán, ven en mi ayuda, en ayuda de nuestra pobre humanidad.
-“El que no está conmigo, está contra mí.” En Lucas 9,50, Jesús había dicho: "el que no está contra vosotros, está a favor vuestro". Aquí nos muestras la radicalidad de la llamada y la respuesta al Reino.
-“Cuando echan de un hombre el espíritu inmundo, éste va atravesando lugares resecos buscando un sitio para descansar; al no encontrarlo, decide volver a la casa de donde lo echaron... Entonces va a buscar otros siete espíritus peores que él, vuelven y se instalan allí. Y el estado final de aquel hombre resulta peor que el principio”. Una vez conocemos el amor de Dios, no podemos volver a nuestros antiguos descaminos (Noel Quesson).
La llamada a la vigilancia es evidente. Cada uno sabe qué demonios le pueden tentar desde dentro y desde fuera. Haremos bien en decir humildemente, con el Padrenuestro, "no nos dejes caer en la tentación", “líbranos del Maligno”.
Cuando comulgamos, se nos invita a participar de Cristo Jesús, que es "el que quita el pecado del mundo". La Eucaristía es la mejor fuerza que Dios nos da en la lucha contra el mal (J. Aldazábal).
2. Sigue S. Pablo: “-Hermanos, sabed de una vez que los que viven de la fe, esos son los hijos de Abraham”. Abraham era el gran antepasado ideal. Jesús, tú nos abres de par en par las puertas del «pueblo de Dios»: «de estas mismas piedras, Dios puede suscitar hijos de Abraham» (Mateo 8-11) «Si fueseis hijos de Abraham, haríais las obras de Abraham» (Juan, 8-39).
Pablo nos dice que esa salvación de nuestro Padre Abraham no viene por la pertenencia a los judíos, sino que es para todos según desarrollará en la Epístola a los Romanos: que «todos» los hombres pueden llegar a ser «hijos de Abraham», no por la práctica de la Ley, sino por la Fe... Pues esto es precisamente lo que ha caracterizado a Abraham: «¡el hombre de la Fe!»
Te pido, Señor, no estar cerrado en una visión raquítica, como de juzgar a los demás. Que entienda bien el termino «católico», «universal», «abierto a todos», «misionero». ¿Tengo ansia interna de anunciar la «buena nueva» a los paganos? ¿Qué hago yo para ser un testigo de ese amor universal? Este año de la fe (2012-1013) es muy bueno para fomentar ese afán misionero.
-“Así pues, todos los que viven de la fe, son bendecidos en Abraham, «el hombre de la fe». En cuanto a los que viven de las obras de la ley incurren en maldición”:... La ley no «justifica» a nadie ante Dios, ¡es cosa evidente!
-“Cristo nos rescató de la maldición de la Ley... A fin de que la bendición de Abraham llegara a todas las naciones paganas en Jesucristo, gracias a la fe”. Pues «Cristo nos ha rescatado de la maldición, haciéndose "maldición" por nosotros.» Que Cristo haya aceptado por nosotros ser un hombre «maldito» para salvarnos de la maldición que pesaba sobre nosotros... ¡qué misterio! (Noel Quesson).
3. Con el salmista cantamos también: “Doy gracias al Señor de todo corazón, / en compañía de los rectos, en la asamblea. / Grandes son las obras del Señor, / dignas de estudio para los que las aman”. Dar gracias no le añade nada a Dios, pero a nosotros nos hace mejores.
“Esplendor y belleza son su obra, / su generosidad dura por siempre; / ha hecho maravillas memorables, / el Señor es piadoso y clemente.
Él da alimento a sus fieles, / recordando siempre su alianza; / mostró a su pueblo la fuerza de su obrar, / dándoles la heredad de los gentiles.”
Llucià Pou Sabaté
Nuestra Señora, la Virgen del Rosario

Nuestra Señora del Rosario o Virgen del Rosario es una advocación mariana venerada en la Iglesia católica, quien celebra el 7 de octubre la fiesta de la Bienaventurada Virgen María del Santísimo Rosario.
Cuenta la leyenda que la Virgen se apareció en 1208 a Santo Domingo de Guzmán en una capilla del monasterio de Prouilhe (Francia) con un rosario en las manos, le enseñó a rezarlo y le dijo que lo predicara entre los hombres; además, le ofreció diferentes promesas referentes al rosario. El santo se lo enseñó a los soldados liderados por su amigo Simón IV de Montfort antes de la Batalla de Muret, cuya victoria se atribuyó a la Virgen. Por ello, Montfort erigió la primera capilla dedicada a esta advocación.
En el siglo XV su devoción había decaído, por lo que nuevamente la imagen se apareció al beato Alano de la Rupe, le pidió que la reviviera, que recogiera en un libro todos los milagros llevados a cabo por el rosario y le recordó las promesas que siglos atrás dio a Santo Domingo.
En el siglo XVI, San Pío V instauró su fecha el 7 de octubre, aniversario de la victoria en la Batalla de Lepanto (atribuida a la Virgen), denominándola Nuestra Señora de las Victorias; además, agregó a la letanía de la Virgen el título de Auxilio de los Cristianos.
Su sucesor, Gregorio XIII, cambió el nombre de su festividad al de Nuestra Señora del Rosario.
A causa de la victoria en la batalla de Temesvár en 1716, atribuida por Clemente XI a la imagen, el papa ordenó que su fiesta se celebrase por la Iglesia universal.
León XIII, cuya devoción por esta advocación hizo que fuera apodado el Papa del Rosario, escribió unas encíclicas referentes al rosario, consagró el mes de octubre al rosario e incluyó el título de Reina de Santísimo Rosario en la letanía de la Virgen.
Como anécdotas, tanto la Virgen de Lourdes en su aparición de 1858 como la de Fátima en 1917 pidieron a sus aparecidos que rezasen el rosario. Gran parte de los papas del siglo XX fueron muy devotos de esta advocación, y Juan Pablo II manifestó en 1978 que el rosario era su oración preferida.
Es la patrona de las batallas, así como de muchas localidades repartidas por todo el mundo.
15 FRASES DE BENEDICTO XVI SOBRE EL SANTO ROSARIO
1.- "El santo Rosario no es una práctica piadosa del pasado, como oración de otros tiempos en los que se podría pensar con nostalgia. Al contrario, el Rosario está experimentado una nueva primavera".
2.- "El Rosario es uno de los signos más elocuentes del amor que las generaciones jóvenes sienten por Jesús y por su Madre, María".
3.- "En el mundo actual tan dispersivo, esta oración -el Rosario- ayuda a poner a Cristo en el centro como hacía la Virgen, que meditaba en su corazón todo lo que se decía de su Hijo, y también lo que El hacía y decía".
4.- “Desearía invitaros, queridos hermanos y hermanas, a rezar el Rosario durante este mes (octubre) en familia, en las comunidades y en las parroquias por las intenciones del Papa, por la misión de la Iglesia y por la paz del mundo”.
5.- "Cuando se reza el Rosario, se reviven los momentos más importantes y significativos de la historia de la salvación; se recorren las diversas etapas de la misión de Cristo".
6.- “Con María, el corazón se orienta hacia el misterio de Jesús. Se pone a Cristo en el centro de nuestra vida, de nuestro tiempo, de nuestras ciudades, mediante la contemplación y la meditación de sus santos misterios de gozo, de luz, de dolor y de gloria".
7.- "Que María nos ayude a acoger en nosotros la gracia que procede de los misterios del Rosario para que, a través de nosotros, pueda difundirse en la sociedad, a partir de las relaciones diarias, y purificarla de las numerosas fuerzas negativas, abriéndola a la novedad de Dios".
8.- "Cuando se reza el Rosario de modo auténtico, no mecánico o superficial sino profundo, trae paz y reconciliación. Encierra en sí la fuerza sanadora del Nombre Santísimo de Jesús, invocado con fe y con amor en el centro de cada Avemaría".
9.- "El Rosario, cuando no es mecánica repetición de formas tradicionales, es una meditación bíblica que nos hace recorrer los acontecimientos de la vida de la Señor en compañía de la Santísima Virgen María, conservándolos, como Ella, en nuestro corazón".
10.- "Ahora (tras el mes de mayo) no debe cesar esta buena costumbre, es más debe proseguir todavía más con mayor compromiso de manera que, en la escuela de María, la lámpara de la fe brille cada vez más en el corazón de los cristianos y en sus casas".
11.- "(En el rezo del Rosario) os encomiendo las intenciones más urgentes de mi ministerio, las necesidades de la Iglesia, los grandes problemas de la humanidad: la paz en el mundo, la unidad de los cristianos, el diálogo entre las culturas".
12.- “Para ser apóstoles del Rosario es necesario tener experiencia en primera persona de la belleza y profundidad de esta oración, sencilla y accesible a todos. Es necesario ante todo dejarse conducir de la mano de la Virgen María a contemplar el rostro de Cristo: rostro alegre, luminoso, doloroso y glorioso.”
13.- “El Rosario es oración contemplativa y cristocéntrica, inseparable de la meditación de la Sagrada Escritura. Es la oración del cristiano que avanza en la peregrinación de la fe, en el seguimiento de Jesús

miércoles, 5 de octubre de 2016

Jueves semana 27 de tiempo ordinario; año par

Jueves de la semana 27 de tiempo ordinario; año par

Jesús nos enseña el poder de la oración. San Pablo nos muestra la libertad en el Señor
En aquel tiempo, dijo Jesús a los discípulos: -«Si alguno de vosotros tiene un amigo, y viene durante la medianoche para decirle: "Amigo, préstame tres panes, pues uno de mis amigos ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle." Y, desde dentro, el otro le responde: "No me molestes; la puerta está cerrada; mis niños y yo estamos acostados; no puedo levantarme para dártelos." Si el otro insiste llamando, yo os digo que, si no se levanta y se los da por ser amigo suyo, al menos por la importunidad se levantará y le dará cuanto necesite. Pues así os digo a vosotros: Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, quien busca halla, y al que llama se le abre. ¿Qué padre entre vosotros, cuando el hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿0 si le pide un pez, le dará una serpiente? ¿0 si le pide un huevo, le dará un escorpión? Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?»” (Lucas 11,5-13).
1. Jesús, sigues hoy con tu enseñanza sobre la oración: anteayer la escucha de la palabra, ayer el Padrenuestro, y hoy nos propones Jesús dos detalles de la vida familiar: el del amigo impertinente y el del padre que escucha las peticiones de su hijo.
-“Si uno de vosotros tiene un amigo”... es bonito ver como aprecia Jesús la amistad, los valores humanos…
-...“que llega a mitad de la noche para pedirle: "Préstame tres panes"”. La inoportunidad del amigo que llega a casa cuando no se espera… y le dice:
-...“un amigo mío ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle", y si, desde dentro, el otro le responde: "¡Déjame en paz! la puerta está cerrada; los niños y yo estamos acostados: no puedo levantarme a darte el pan"”. Escena viva. Imagino la casa de una sola pieza, todos duermen ahí. Levantarse supone molestias para todos ¡y es complicado!
-“Yo os digo: que acabará por levantarse y darle lo que necesita, si no por ser amigos, al menos para librarse de su importunidad”. Jesús, otro día nos dirás de un juez al que hacen lo mismo (Lc 18,4-5). Del ejemplo no tomamos que Dios se canse de nosotros, más bien Jesús nos invita a perseverar en nuestra oración, a dirigir confiadamente nuestras súplicas al Padre. Y nos asegura que nuestra oración será siempre eficaz, será siempre escuchada: "si vosotros sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial...?" La eficacia consiste en que Dios siempre escucha. Que no se hace el sordo ante nuestra oración. Porque todo lo bueno que podamos pedir ya lo está pensando antes él, que quiere nuestro bien más que nosotros mismos.
¿Y qué pasa cuando parece que Dios no nos escucha, en el silencio de Dios? como cuando Jesús pidió que "pasara de él este cáliz", o sea, ser liberado de la muerte. Dice la Carta a los Hebreos (Hb 5,7) que "fue escuchado", pero fue liberado de la muerte a través de ella, después de experimentarla, no antes. Y así se convirtió en causa de salvación para toda la humanidad. No sabemos cómo cumplirá Dios nuestras peticiones. Lo que sí sabemos -nos lo asegura Jesús- es que nos escucha como un Padre a sus hijos.
Podríamos leer hoy unas páginas del Catecismo que nos pueden ayudar a entender en qué consiste la eficacia de nuestra oración. Son las que dedica al "combate de la oración", describiendo las objeciones a la oración en el mundo de hoy, por ejemplo las "quejas por la oración no.escuchada", a la vez que invita a orar con confianza y perseverancia (números 2725-2745; J. Aldazábal).
"Si pues vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas... ¡cuanto más vuestro Padre del cielo dará Espíritu Santo a los que se lo piden!” ¡El Espíritu Santo! “Gracias a este poder del Espíritu Santo los hijos de Dios pueden dar fruto: “Por la comunión con él, el Espíritu Santo nos hace espirituales, nos restablece en el Paraíso, nos lleva al Reino de los cielos y a la adopción filial, nos da la confianza de llamar a Dios Padre y de participar en la gracia de Cristo, de ser llamado hijo de la luz y de tener parte en la gloria eterna” (San Basilio).
En los dos, nos asegura que Dios atenderá nuestra oración. Si lo hace el amigo, al menos por la insistencia del que le pide ayuda, y si lo hace el padre con su hijo, ¡cuánto más no hará Dios con los que le piden algo! En otro sitio nos dices que nos darás cosas buenas, aquí nos aseguras tu Espíritu, nada más y nada menos.
-“Pedid y se os dará. Buscad y encontraréis. Llamad y se os abrirá”. Jesús afirma solemnemente que ¡Dios atiende la oración! Lo repite incansablemente y de diferentes modos.
-“El que pide recibe. El que busca encuentra. Al que llama le abren”. Hay que ir a Dios como pobre en la necesidad. La plegaria es ante todo una confesión de la propia indigencia: Señor, yo a eso no alcanzo... Señor, ando buscando... Señor, no comprendo... Señor, te necesito...
-“¿Qué padre, si su hijo le pide pescado, le ofrecerá una culebra? y si le pide un huevo ¿le dará un alacrán? Pues si vosotros, malos como sois, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos”... Sería impensable que una madre no reaccionara así. Siguiendo la invitación de Jesús, voy a contemplar detenidamente el amor del corazón de las madres y de los padres de la tierra: tantas "cosas buenas" son "dadas" cada día, por millones de padres y madres, bajo el cielo de todo el orbe de la tierra. ¡Nos da, nada menos que su propio Espíritu! El que pide, recibe. Pedid y recibiréis (Noel Quesson).
«Cuando nuestra oración no es escuchada es porque pedimos aut mali, aut male, aut mala. «Mali», porque somos malos y no estamos bien dispuestos para la petición. «Male», porque pedimos mal, con poca fe o sin perseverancia, o con poca humildad. «Mala», porque pedimos cosas malas, o van a resulta, por alguna razón, no convenientes para nosotros» (San Agustín).
«Dios no nos abandona nunca. No es cristiano pensar en la amistad divina exclusivamente como un recurso extremo. ¿Nos puede parecer normal ignorar o despreciar a las personas que amamos? Evidentemente, no. A los que amamos van constantemente las palabras, los deseos, los pensamientos: hay como una continua presencia. Pues así con Dios.
”Con esa búsqueda del Señor, toda nuestra jornada se convierte en una sola íntima y confiada conversación (…) oración constante, de la mañana a la noche y de la noche a la mañana. Cuando todo sale con facilidad: ¡gracias, Dios mío! Cuando llega un momento difícil: ¡Señor, no me abandones! Y ese Dios, manso y humilde de corazón, no olvidará nuestros ruegos, ni permanecerá indiferente porque El ha afirmado: Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá.
”Procuremos, por tanto, no perder jamás el punto de mira sobrenatural, viendo detrás de cada acontecimiento a Dios: ante lo agradable y lo desagradable, ante el consuelo... y ante el desconsuelo por la muerte de un ser querido. Primero de todo la charla con tu Padre Dios, buscando al Señor en el centro de nuestra alma. No es cosa que pueda considerarse como pequeñez, de poca monta: es manifestación clara de vida interior constante, de auténtico diálogo de amor» (J. Escrivá,Amigos de Dios 247).
2. Pablo nos muestra la libertad que supera particularismos:
-“Gálatas insensatos, ¿quién os fascinó a vosotros, a cuyos ojos fue presentado Jesucristo crucificado?” Parece que algunos gálatas rehusaron comer con los cristianos venidos del paganismo. La circuncisión era una costumbre, algo cultural, una señal perteneciente a un grupo, a una raza, a una tradición, pero no es esto lo que cuenta. Para salvarse ¡hay que mirar a Jesucristo "crucificado"! Señor, concédenos esta gracia... la de contemplar en profundidad tu Cruz... y de penetrar el misterio que en ella se revela... Señor, danos una libertad total respecto a todas las costumbres, incluso las más venerables para que sepamos valorar lo «esencial» de la Fe, aceptando de todo corazón que otros cristianos tengan otras costumbres y otros gustos distintos a los nuestros.
-“Os hago una sola pregunta: «Vosotros habéis recibido el Espíritu Santo: ¿Ha sido porque habéis practicado las obras de la Ley, o bien porque habéis escuchado la llamada de la Fe?»” Pablo se plantea: «¿es la Ley o es la Fe?» Decimos que es un dilema radical: «o bien esto... o bien aquello...» y dirá más tarde: «Nosotros, los judíos, hemos sido objeto de una elección particular de Dios. Pero no es un privilegio. Para nosotros, como para los gentiles, el único medio de llegar a ser «justos» y de librarnos de nuevos pecados, es la fe en Cristo, y no la observancia de la Ley de Moisés.» Nuestro cristianismo, no lo diremos nunca bastante, no es una moral, ni una ideología... es una persona, es «alguien». El rigor de las fórmulas y de las definiciones doctrinales es necesario... el esforzarse para una vida moral y responsable según la propia conciencia es necesario... Pero lo esencial es la «llamada de la Fe»: una llamada... un caminar hacia Cristo... la respuesta a esta llamada personal... el encuentro de Aquel que nos llama...
-“El que os otorga el «don» del Espíritu, no obra así porque habéis practicado las «obras de la Ley», sino porque habéis escuchado «la llamada de la Fe»”. Dios no salva al hombre en razón del mérito -porque ¡no tenga nada que reprocharse!-... sino por puro amor, por «donación». Hay que aceptar ser amado: Gracias, Señor (Noel Quesson).
3. Te doy gracias, Señor, con el responsorio, por librarnos de tantas ataduras, al darnos tu ley de libertad: “Nos ha suscitado una fuerza de salvación / en la casa de David, su siervo, / según lo había predicho desde antiguo / por boca de sus santos profetas.
Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos / y de la mano de todos los que nos odian; / realizando la misericordia / que tuvo con nuestros padres, / recordando su santa alianza.
Y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán. / Para concedernos que, libres de temor, / arrancados de la mano de los enemigos, / le sirvamos con santidad y justicia, / en su presencia, todos nuestros días.”
Llucià Pou Sabaté
San Bruno, presbítero

Bruno de Hartenfaust, el «Maestro Bruno», como le llaman los antiguos documentos, había nacido en Colonia. Joven aún, deja su patria atraído por la curiosidad de la ciencia y la fama de las escuelas francesas. De ciudad en ciudad, llega a la de Tours, donde entonces enseñaba Berengario, el heresiarca, famoso algo más tarde por sus polémicas sobre la Eucaristía. También Bruno se dejó cautivar algún tiempo por su continente majestuoso, por su gesto teatral, por su afectada brillantez y por las modulaciones presuntuosas de su palabra. Aún en la flor de la vida, abre también él una cátedra en Reims, donde medio siglo antes había resonado la maravillosa elocuencia de Gelberto. Pronto adquiere fama de profesor erudito y brillante. Se alaba, sobre todo, la seguridad de su doctrina. La fortuna le sonríe, la iglesia de Reims le nombra su preboste, las juventudes le rodean admirándole y aplaudiéndole, como poco antes al monje de Aurillac, como algo más tarde a Pedro Abelardo. Entre sus discípulos están un futuro santo y un futuro Papa: San Hugo, obispo de Grenoble, y Urbano II.
Pero Maestro Bruno es un hombre austero y grave. No sonríe ante los aplausos, ni parece tener en gran estima su renombre de sabio. En su ademán y en su palabra hay un dejo de desengaño, que no puede encubrir con el brillo de todos sus éxitos. La corrupción de la época le entristece, la simonía le asquea, la herejía le irrita. La Iglesia arde con el incendio suscitado por su antiguo maestro. Se conservan versos de su juventud, impregnados de aquella preocupación superior que acabará por alejarle del mundo. Entre otras cosas, decía: «Feliz el hombre que tiene su mente fija en el Cielo y evita el mal con vigilancia continua; feliz también aquel que, habiendo pecado, llora su crimen con arrepentimiento. Pero, ¡ay!, viven los hombres como si la muerte no existiese y como si el infierno fuese una pura fábula.» Los críticos no dan mucha fe a la leyenda, inmortalizada por el pincel de Lesueur, de aquel doctor que en el momento de cantarse, con motivo de sus funerales, las palabras de Job: Responde mihi, quantas habeo iniquitates, se había levantado del féretro, declarando haber sido condenado en el juicio divino. De todas suertes, el relato refleja crudamente las preocupaciones de Bruno en aquellos días de sus triunfos escolares. «Vivamos de tal modo—decía—que no tengamos que temer las lagunas del infierno.» Estas eran las ideas que solía revolver en sus meditaciones y discutir en las charlas con sus amigos. Más tarde, ya en el puerto de la soledad, escribía a uno de ellos: «¿Te acuerdas de la conversación que tuvimos un día con Fulcio en el jardín contiguo a la casa que él habitaba? Hablábamos, si mal no recuerdo, de las seducciones del mundo, de sus bienes perecederos y de los goces de la vida eterna; impulsados por el divino Amor, prometimos abandonar este mundo de sombras fugaces y consagrarnos únicamente a las cosas que duran.»
Tenía Bruno cuarenta años cuando acabó de resolver la crisis de su vocación. Sin embargo, le vemos vacilar algún tiempo sobre el camino que debía tomar. Primero se refugia en Molesmes, tomando el hábito benedictino bajo la dirección de San Roberto, el futuro fundador de los cistercienses. Aquella soledad no le parece aún bastante profunda; dirígese a Grenoble, acompañado de seis discípulos españoles y aquitanos, y con ayuda de San Hugo, obispo de la diócesis, fija su residencia en un lugar que llaman la Cartuja. Es un desierto bravío y casi inaccesible. Para entrar en él había que descolgarse por unas rocas escarpadas, cuyas cimas se tocaban en la altura. En el interior, las montañas formaban un estrecho valle, casi una prisión, donde resonaba el fragor de las aguas, que se despeñaban de precipicio en precipicio. Allí se alzó el primer monasterio de la Orden de San Bruno, el que debía dar nombre a todos los demás. El aislamiento y la aridez del sitio favorecían el ideal contemplativo que guiaba al jefe de aquellos fugitivos. Si los otros fundadores o reformadores habían adoptado una aptitud más o menos militante, haciendo salir a sus religiosos de las celdas para emplearlos en la predicación, en la polémica y hasta en las negociaciones diplomáticas con los potentados, él se desentendía de la vida activa para consagrarse, en cuanto lo permite la naturaleza humana, a la pura contemplación. Su anhelo era aproximarse a la existencia de los eremitas, primera forma de la vida religiosa en Oriente. Mas para evitar los inconvenientes que no permitieron a la obra de San Antonio permanecer largo tiempo en su primera forma, quiso moderar la vida solitaria de la celda mediante cierta participación en la vida de comunidad; de suerte que, como dirá más tarde el piadoso Lanspergio, el cartujo reúne la vida cenobítica y la eremítica, despojando una y otra de cuanto pudiera tener de peligroso.

Así, engendrada por el doble pensamiento de la muerte y del infierno, nació una de las Órdenes más austeras de la Iglesia, la única que ha conservado a través de los siglos todo el fervor primitivo, sin eclipse ni desfallecimiento. Los discípulos de San Bruno fueron la admiración de sus contemporáneos. Uno de ellos, Pedro el Venerable, describía con entusiasmo sus austeridades: ásperos cilicios, largas vigilias, ayunos continuos, silencio perpetuo con los hombres y conversación incesante con Dios. Nunca comen carne, su pan es un pan negro de cebada; admiten peces, si se los ofrecen, pero no los compran jamás. El queso y los huevos, únicamente los jueves y domingos llegan a su mesa. Los martes y los sábados se alimentan de legumbres cocidas; los lunes, miércoles y viernes ayunan a pan y agua. No tienen más que una comida diaria. En la puerta de su celda mueren los rumores del mundo externo. Rezan, transcriben códices o trabajan el jardincito circundante. San Bruno ha querido que sus hijos tengan cada uno un huerto, tal vez en memoria de aquel huerto donde un riego abundante de gracia le impulsó a tomar la resolución definitiva. Sólo se reúnen en la iglesia para rezar maitines a medianoche, y, durante el día, para misa y vísperas. Fuera de esto, viven solos, «levantando a Dios sus oraciones, con los ojos fijos en la tierra y los corazones clavados en el Cielo; con el hombre así interior como exterior, en el hábito, en la voz, en el semblante, sublimado por encima de las cosas visibles.» Tal es la forma de vida que Bruno dio a sus discípulos. No tuvo necesidad de escribir regla alguna, porque todos la veían viva en el maestro; pero uno de sus sucesores recogió por escrito las costumbres primitivas, formando así unas constituciones que, en su conjunto, no se pueden relacionar ni con la regla de San Basilio, ni con la de San Agustín, ni con la de San Benito, aunque sea cierto que el fundador se aprovechó de todas ellas.
Entre aquellas rocas, coronadas de sabinas raquíticas, Bruno había encontrado el paraíso que soñara confusamente en las aulas. El profesor elocuente se había convertido en maestro silencioso. Fue el legislador y el más ilustre de los cartujos. Resumiendo el objeto de su nueva existencia, exclamaba: «¡Quiera Dios curar las enfermedades de mi alma y saciar esta sed devoradora de los bienes del Cielo!» La soledad era su delicia, y al hacer su elogio volvía a acordarse de su antigua elocuencia. Escribiendo a un amigo, le decía: «Sólo los que lo han experimentado pueden comprender las íntimas alegrías que hay en el silencio del desierto. Allí es donde uno puede penetrar a su sabor en el interior del alma; allí es donde es posible vivir con libertad enfrente de sí mismo, desarrollar en el corazón los gérmenes más sutiles de la virtud, recoger los frutos que aseguran los goces del paraíso. Allí es también donde se obtiene aquella mirada pura y casta que permite contemplar al esposo divino, cuyo amor sólo a los corazones puros se revela, y levantarse hasta la adorable Trinidad. Allí igualmente se gusta ese reposo tan activo y esa acción tan reposada de la contemplación. Es la vida representada por la Sulamitis, la más bella de todas las hijas de Israel; es la parte que escogió la Magdalena, y que nadie le puede arrebatar.»
Bruno, sin embargo, estuvo a punto de perder aquella felicidad. Un día llegó hasta él un correo del Papa Urbano II. Era seis años después de haberse escondido en la cárcel de aquellos montes, a fines de 1089. Su antiguo discípulo le mandaba ir a Roma. Fue, efectivamente, y tuvo que presenciar las intrigas, las ambiciones y las codicias de aquella corte, que Pedro Damiano acababa de anatematizar con toda la violencia de su genio intemperante. Designáronle para ocupar el arzobispado de Reggio. Era ya demasiado: Bruno cayó suplicante a los pies del Papa, descubriendo todo el horror que le causaba el monstruo engañador de los hombres. Hubo que dejarle ir; mas para que no le buscasen en su antiguo refugio, buscó otro en un valle de la Calabria, que fue el asiento de la segunda Cartuja. Allí pasó los últimos años de su vida orando, haciendo penitencia e hilvanando sus comentarios de los salmos y de las epístolas de San Pablo. El recuerdo de sus discípulos de Francia venía a turbar algunas veces la serenidad de su alma. Escribíales para animarles en la vía emprendida, y, una vez, recordando acaso su dolorosa aventura cortesana, les decía: «¡Oh hermanos míos muy amados!, regocijaos de haber entrado en el solitario retiro de un puerto tranquilo y seguro. Muchas almas ambicionan esta felicidad y se esfuerzan por conseguirla, pero no pueden; otras la pierden después de haberla conseguido. Es que no habían sido llamados por la voluntad de Dios. Y no dudéis, hermanos míos, de que quien llegue a perder este tesoro después de haber gozado de él, deplorará esa pérdida hasta la muerte.»
Pero he aquí que este hombre austero, que parece haber pasado por la tierra indiferente a todas sus alegrías, cercano ya a la muerte, nos abre su alma apasionada por las bellezas de la naturaleza. «¿Cómo ponderar—decía, hablando de su nueva residencia—los encantos, de este amable retiro, la blandura del aire que en él se goza, la espaciosa y deliciosa llanura que se extiende en medio de las montañas circundantes? ¿Qué decir de estas verdes campiñas y de estos prados floridos? ¿Cómo describir la belleza con que se elevan en suaves pendientes, allá en la lejanía, los recodos apacibles que forman los repliegues de los valles, el encanto que esparce el dulce murmullo de las fuentes y el claro correr de los arroyuelos, la abundante vegetación de los jardines y la variedad de los árboles que les dan grata sombra?» Por un momento, el grave asceta, el padre de los monjes más penitentes que tiene la Iglesia, llega a sospechar que la pluma le está haciendo traición. ¿Acaso un fiel servidor puede gozarse en otras alegrías que las que vienen de sus relaciones con Dios? No tarda en reaccionar: «Cuando el espíritu, aplicado tenazmente a los ejercicios religiosos, llega a fatigarse, estas distracciones le recrean y fortifican. El arco siempre tendido se afloja y no sirve para nada.»
Es el proceso, siempre humano, de la santidad. En el primer momento de su reacción espiritual, Bruno busca el lugar más sombrío de la tierra; cuando ha llegado a las alturas de la visión mística, aspira con fruición el deleite de las bellezas naturales. Un místico alemán ha dicho: «Nadie alcanza un verdadero amor a la Creación sin haber renunciado antes a ella, por el amor de Dios, de tal modo, que las cosas todas hayan estado como muertas para él y para ellas.»

Miercoles semana 27 de tiempo ordinario; año par

Miércoles de la semana 27 de tiempo ordinario; año par

Jesús nos invita a un trato filial con Dios Padre, con la oración del Padrenuestro.
“Una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: -«Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos.» Él les dijo: -«Cuando oréis decid: "Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino, danos cada día nuestro pan del mañana, perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe algo, y no nos dejes caer en la tentación"»” (Lucas 11,1-4).
1. Jesús, ayer nos hablabas de la escucha de la palabra de Dios, hoy y mañana continuas con esta enseñanza, hablándonos de la importancia de la oración. El Padrenuestro del evangelio de Lucas es menos desarrollado que el de Mateo: contiene dos peticiones referentes a Dios: "santificado sea tu nombre, venga tu reino" (Mateo añade "hágase tu voluntad") y tres para nosotros: "danos el pan", "perdona nuestros pecados" y "no nos dejes caer en la tentación" (Mateo añade "mas líbranos del mal"). Los especialistas dicen que es más fácil pensar que Mateo haya añadido matices que no que Lucas los haya suprimido, y por tanto la versión de Lucas podría considerarse más cercana a lo que dijo Jesús. Todavía hay otra versión del primer siglo, la de la Didaché, que añade una doxología final: "tuyo es el reino ", que nosotros también decimos en la Misa como conclusión del Padrenuestro. El Espíritu Santo ha ayudado a concretar la forma en que la rezamos en la Iglesia. También desde 1988 se ha unificado para los veintitantos países de habla hispana.
Ver a Jesús rezar les lleva a los apóstoles a preguntarle por la oración. Jesús, nos das esta plegaria que hace viva la consideración de nuestra filiación divina. Fomenta nuestro deseo de glorificar al Padre y que se apresure la venida de su Reino. El centro de nuestra vida se va haciendo más Dios. Pedimos también por nosotros: que nos dé el pan de nuestra subsistencia, nos perdone las culpas y nos dé fuerza para no caer en la tentación. Es nuestra oración de hijos. Lucas trae como invocación inicial una sola palabra: "Padre", que la comunidad primera conservó cariñosamente, recordando que Jesús llamaba a Dios "Abbá, Papá". Mateo añade lo de "nuestro, que estás en los cielos".
Son muy ricos los comentarios del Catecismo de la Iglesia Católica a las peticiones del Padrenuestro, en sus números 2759-2865, en los que presenta esta oración como "corazón de las sagradas Escrituras", "la oración del Señor y oración de la Iglesia" y "resumen de todo el evangelio" (J. Aldazábal).
“La expresión tradicional "Oración dominical" [es decir, "oración del Señor"] significa que la oración al Padre nos la enseñó y nos la dio el Señor Jesús. Esta oración que nos viene de Jesús es verdaderamente única: ella es "del Señor".  Por una parte, en efecto, por las palabras de esta oración el Hijo único nos da las palabras que el Padre le ha dado (cf Jn 17,7): él es el Maestro de nuestra oración. Por otra parte, como Verbo encarnado, conoce en su corazón de hombre las necesidades de sus hermanos y hermanas los hombres, y nos las revela: es el Modelo de nuestra oración” (2765).
La infancia espiritual lleva a las almas a sentir el consuelo de abandonarse totalmente en este Padre bueno que es Dios: «Yo soy esa hija, objeto del amor previsor de un Padre que no ha enviado a su Verbo a rescatar a los justos sino a los pecadores. Él quiere que yo le ame porque me ha perdonado, no mucho, sino todo. No ha esperado a que yo le ame mucho, como Santa María Magdalena, sino que ha querido que yo sepa hasta qué punto Él me ha amado a mí, con un amor de admirable prevención, para que ahora yo le ame a Él ¡con locura...!» (Sta. Teresa de Lisieux).
«Si recorres todas las plegarias de la Santa Escritura, creo que no encontrarás nada que no se encuentre y contenga en esta oración dominical. Por eso, hay libertad de decir estas cosas en la oración con unas u otras palabras, pero no debe haber libertad para decir cosas distintas. (...) Aquí tienes la explicación, a mi juicio, no sólo de las cualidades que debe tener tu oración, sino también de lo que debes pedir en ella, todo lo cual no soy yo quien te lo ha enseñado, sino aquel que se dignó ser maestro de todos» (S. Agustín).
-“Un día estaba Jesús orando”... continuando con la necesidad de rezar que veíamos ayer, “cuando hubo terminado, uno de sus discípulos le pidió: "Señor, enséñanos una oración, como Juan Bautista enseñó a sus discípulos"”.
-El les dijo: "Cuando recéis decid: Padre nuestro... Abba”. Inaugura una forma de orar inaudita. La oración judía oficial se realizaba en el templo, el lugar por excelencia; Jesús convierte el sitio donde se encuentra en «lugar» adecuado para la oración («mientras él se encontraba orando en cierto lugar»). Por primera vez hay quien se dirige a Dios con confianza filial: «Abba» (en arameo, «Padre»). Jesús introduce un cambio profundo en la relación del hombre con Dios. Todas las religiones, incluyendo la religión judía (Antiguo Testamento), rezan a un Dios lejano, al que tratan de aplacar. Jesús sustituye la verticalidad por la horizontalidad: ¡Dios es Padre! Esta invocación nos introduce en el ámbito familiar de Dios y nos conduce al sentido más profundo de nuestra comunicación con El (Josep Rius-Camps).
¡Padre!, santificado sea tu nombre. ¡Padre!, haznos más hermanos, más caritativos. ¡Padre!, sé misericordioso con nosotros.
«Me has escrito: ‘Orar es hablar con Dios. Pero, ¿de qué?’. —¿De qué? De Él, de ti: alegrías, tristezas, éxitos y fracasos, ambiciones nobles, preocupaciones diarias..., ¡flaquezas!: y hacimientos de gracias y peticiones: y Amor y desagravio. En dos palabras: conocerle y conocerte: ¡tratarse!’» (San Josemaría).
Los cristianos ortodoxos de rito griego y ruso, en la liturgia eucarística llamada de San Juan Crisóstomo (que siguen aún) se preparan así: «Y haznos dignos, oh Señor, para que con confianza y sin presunción osemos invocarte como Padre, Dios del Cielo, y decir: Padre nuestro...». En la Misa romana tenemos, de modo análogo y más resumido: «nos atrevemos a decir (audemus dicere): Padre nuestro...» (J. Jeremias). Osadía santa es llamar a Dios «Padre», novedad que rompe la tradición, el sentimiento de temor reverencial que tuvo Moisés al oír: No te acerques aquí. Quita las sandalias de tus pies (Ex 3, 5).
«La expresión Dios Padre no había sido revelada jamás a nadie. Cuando Moisés preguntó a Dios quién era Él, oyó otro nombre. A nosotros este nombre nos ha sido revelado en el Hijo, porque este nombre implica el nuevo nombre del Padre» (Tertuliano). Sólo Jesús, después de llevar a cabo la purificación de los pecados (Hebr 1, 3), puede ponernos en presencia del Padre: Henos aquí, a mí y a los hijos que Dios me dio (Hebr 2, 13).
«Tú, hombre, no te atrevías a levantar tu cara hacia el cielo, tú bajabas los ojos hacia la tierra, y de repente has recibido la gracia de Cristo: todos tus pecados te han sido perdonados. De siervo malo, te has convertido en buen hijo... Eleva, pues, los ojos hacia el Padre que te ha rescatado por medio de su Hijo y di: Padre nuestro... Pero no reclames ningún privilegio. No es Padre, de manera especial, más que de Cristo, mientras que a nosotros nos ha creado. Di entonces también por medio de la gracia: Padre nuestro, para merecer ser hijo suyo» (S. Ambrosio). Esta conciencia de la presencia del Padre -adquirida por el rezo del Padre nuestro, que no es otra cosa que la consideración de la filiación divina- es vital en el hijo de Dios:
«La conciencia que tenemos de nuestra condición de esclavos nos haría meternos bajo tierra, nuestra condición terrena se desharía en polvo, si la autoridad de nuestro mismo Padre y el Espíritu de su Hijo, no nos empujasen a proferir este grito:Abbá, Padre (Rm 8, 15)... ¿Cuándo la debilidad de un mortal se atrevería a llamar a Dios Padre suyo, sino solamente cuando lo íntimo del hombre está animado por el Poder de lo alto?» (S. Pedro Crisólogo).
Eficaz oración, que ha sido la base de toda catequesis cristiana: en la exposición de esta oración donde han desarrollado los Padres las implicaciones del cristiano como hijo de Dios. San Cipriano ve esta oración como el compendio de toda oración, y del entero Evangelio, como también es llamada por Tertuliano breviarium totius evangelii.
Dios es Padre; es el mensaje central del Nuevo Testamento: Jesús insiste continuamente en esta verdad (nos lo recuerda más de 170 veces en los Evangelios, en palabras salidas de sus labios). Considera S. Pedro Crisólogo que el sentimiento propio de un hijo de Dios es hablar con su Padre; Él mismo pone en nuestros labios la plegaria: «Viene como padre, porque el hombre no es capaz de aguantar la presencia de Dios, ni el siervo la del Señor. Y como permanece fiel a las palabras que pronunciara:abre tu boca, y Yo te la llenaré (Ps 80, 11), por eso, fieles, no dejéis de abrir vuestra boca para que él mismo pueda llenarla de esta plegaria: Padre nuestro, que estás en los cielos. El es quien nos enseña a rezar así; él mismo nos anima y nos lo ordena. Hermanos míos, vayamos en seguimiento de la gracia que nos llama, de la caridad que nos atrae, de la bondad que nos invita, ¡pues tenemos por Padre a Dios! Confiésele nuestra alma, que nuestra boca le anuncie, todo en nosotros respire la gracia y no el temor, ya que, siendo nuestro juez, se ha hecho nuestro padre y quiere ser amado, no temido».
Tratar a Dios con confianza de hijos lleva a fomentar en el alma los sentimientos de hijo, vivir como hijos. «Es necesario acordarnos, cuando llamemos a Dios 'Padre nuestro', de que debemos comportarnos como hijos de Dios» (S. Cipriano). «Es necesario contemplar continuamente la belleza del Padre e impregnar de ella nuestra alma» (S. Gregorio de Nisa). San Cipriano señala que lo propio del hijo de Dios es desear tener contento a su Padre: «Hemos de recordar y saber, queridos hermanos, que si llamamos a Dios Padre, hemos de vivir también como sus hijos para que, así como nosotros nos alegramos de tenerlo por Padre, así también Él se complazca de tenernos por hijos. Vivamos como templos de Dios (cf. 1 Cor 5, 16)...». De Orígenes es el comentario más antiguo del Padrenuestro que conocemos, y refiriéndose a la novedad de vida que la filiación divina conlleva, afirma: «Nuestra vida entera debería decir: "Padre nuestro, que estás en los cielos", porque nuestra conducta debería ser celestial y no mundana».
2.  Nos dice hoy Pablo: “-Luego, al cabo de catorce años subí nuevamente a Jerusalén... Les expuse el evangelio que proclamo entre los gentiles... para saber si corría o si había corrido en vano... Las autoridades constataron que yo había recibido la misión de evangelizar a los incircuncisos, como Pedro la de los judíos circuncisos”. Quiere ser verificado en la doctrina, por la Iglesia, la Tradición.
-“Reconociendo la gracia que me había sido concedida, Santiago, Pedro y Juan que eran considerados como «columnas de la Iglesia» nos tendieron la mano, en señal de comunión a mí y a Bernabé”. Busca la comunión.
-Pero cuando vino Pedro a Antioquía, me enfrenté con él cara a cara, porque se encastilló en su error... Por temor a los cristianos de origen judío... Dije a Pedro en presencia de todos...” Critica con libertad a Pedro, que a pesar de la decisión del Concilio, tiene «miedo»... teme «lo que dirán». Pablo reacciona vivamente (Noel Quesson).
3. Queremos rezar con el salmista por la nueva evangelización: "Id al mundo entero y proclamad el Evangelio… Alabad al Señor, todas las naciones, / aclamadlo, todos los pueblos. Firme es su misericordia con nosotros, / su fidelidad dura por siempre”.
Llucià Pou Sabaté
Nuestra Señora del Pozo

El origen de la devoción a la Advocación Mariana de La Madonna del Pozzo se remonta al siglo XIII, en la Roma de la edad media. La tradición indica que alguien arrojó, voluntariamente, una imagen de Maria realizada sobre una pieza de piedra dentro de un pozo cisterna o pozo de agua. El profundo hoyo se encontraba ubicado en el establo de la residencia de un Cardenal en las inmediaciones de Roma.
En la noche entre el 26 y el 27 de septiembre del año 1256 se produce el prodigioso hecho de que el agua empieza a brotar con tal fuerza desde el pozo, que eleva a la superficie la imagen de la Virgen retratada en piedra. Los testigos advirtieron no sólo el fluir violento del agua sino de modo mucho mas resaltable, que se elevaba a la superficie la piedra con la imagen de la Virgen. El hecho fue inmediatamente reconocido como un milagro, al punto que el propio Pontífice realizó una procesión hasta el lugar de los hechos. Desde entonces esta advocacion de María es conocida como la Señora del Pozo, o la Madonna del Pozzo.

En la actual Iglesia-Santuario esta imagen es venerada en una Capilla, donde muchos fieles se acercan cotidianamente para beber el agua del antiguo pozo, que luego de tantos siglos sigue brotando.
El contiguo convento de los Siervos de Maria fué abierto en el año de 1513, que era anteriormente convento de la Observancia y después de Mantua. Desde el año 1803 forma parte de la Provincia de Romaña, hoy Provincia de Piemonte-Romaña de los Siervos de María. Los sacerdotes servitas custodian este santo lugar, señalado por la Gracia de Dios.
Oracion:
Señora del Pozo, luz de luz, alegría de alegría
esperanza de los tristes, amor de los afligidos
consuelo de los pobres de espíritu
linterna que alumbra las noches de oscuridad.
Danos tu luz, omnipotencia suplicante
elévanos en la oración, sujetos a tu calcañal
humildes en la espera, firmes en la confianza
entregados a tu Maternidad Divina.
Tu, Señora de la Alta Gracia
llévanos a tu Hijo, Jesús
ábrenos al Divino Espíritu de Amor
enséñanos a conocer el Amor del Padre.
Que tu luz sea nuestra luz
Que tu amor sea nuestro amor
Que tu esperanza sea nuestra esperanza
Que tu fe sea nuestra fe
Señora del Pozo, serena nuestros corazones
para que unidos a tu Inmaculado Corazón
y con la alegría de ser tu fiel reflejo
seamos capaces de unirnos a tu santa corredención
En un mundo donde más y más gente cae en el pozo de la depresión, esta advocación Mariana viene a oficiar como bastón y ayuda de quienes desean encontrar en el amor a Dios el camino de salida de la tristeza extrema. Un mal moderno por definición, la depresión nos invade poniendo un vacío que nos distancia de la esperanza y la alegría de ser hijos de Dios. Puede ser clasificada claramente como un desierto espiritual, que el hombre debe aprender a sobrellevar como una cruz que Jesús nos invita a compartir con Él. Vista de este modo, la tristeza o depresión adquieren un valor espiritual inmenso, porque nos unen con la angustia que el Señor sufrió en el Getsemaní, la noche en que iba a ser traicionado y entregado. Jesús verá con agrado nuestra ofrenda, y nos sacará a la luz de la esperanza cuando nuestra alma esté lista para recibir Su Gracia.

martes, 4 de octubre de 2016

Curso "Conquista tu libertad financiera", que comienza mañana con la presentación

Hola! 
   mañana arrancamos! 
   Quien no quiera pagar el curso completo puede asistir solo a las sesiones que les interese.
   La presentación del curso es gratis para el que quiera venir a conocerlo. 
   Os invitamos a esta actividad, que promueve la Fundación para el Desarrollo de la Consciencia, junto con la Escuela Esmeralda que la patrocina, que ya estuvo presente en las Jornadas "Persona, Ecología y Liderazgo" (que estuvieron muy bien, ya os mandaremos información, hubo cerca de 200 personas y una sinergia maravillosa).
   Saludos!
   Llucià