sábado, 2 de julio de 2016

Domingo semana 14 de tiempo ordinario; ciclo C

Domingo de la semana 14 de tiempo ordinario; ciclo C

Jesús nos pide ser sembradores de paz y llevar la alegría de hijos de Dios allá donde vamos
«Después de esto, designó el Señor a otros setenta y dos, los envió de dos en dos delante de él a toda ciudad y lugar a donde él había de ir. Y les decía: «La mies es mucha, pero los obreros pocos. Rogad, pues, al señor de la mies que envíe obreros a su mies. Id: he aquí que yo os envío como corderos en medio de lobos. No llevéis bolsa ni alforja ni sandalias, y no saludéis a nadie por el camino. En la casa en que entréis decid primero: "Paz a esta casa". Y si allí hubiera algún hijo de paz, descansará sobre él vuestra paz; de lo contrario, retornará a vosotros. Permaneced en la misma casa comiendo y bebiendo de lo que tengan, pues el que trabaja es merecedor de su salario. No vayáis de casa en casa. Y en aquella ciudad donde entréis y os reciban, comed lo que os pongan; curad a los enfermos que haya en ella. Y decidles: "El Reino de Dios está cerca de vosotros. Pero en la ciudad donde entréis y no os reciban, saliendo a sus plazas decid: "Hasta el polvo de vuestra cuidad que se nos ha pegado a los pies sacudimos contra vosotros; pero sabed esto: el Reino de Dios está cerca". Os digo que Sodoma en aquel día será tratada con menos rigor que aquella ciudad. Los setenta y dos volvieron llenos de alegría, diciendo: "Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre". Y Jesús les dijo: "Yo veía a Satanás cayendo del cielo como un rayo. Ved que os he dado poder de pisar serpientes y escorpiones, y sobre todas las fuerzas del enemigo, sin que nada os dañe. Pero no os alegréis de que los espíritus os estén sometidos; alegraos más bien de que vuestros nombres están escritos en el cielo». (Lucas 10, J7-24)
1. Jesús, dices cuando envías a tus apóstoles: “No llevéis ni bolsa, ni alforja, ni calzado, y no saludéis a nadie por el camino. En cualquier casa en que entréis, decid: «Paz a esta casa»; y si en ella hubiere un hijo de la paz, descansará sobre él vuestra paz; si no la hay volverá a vosotros”. ¿Qué quieres decir, Señor, con lo de la bolsa y el calzado? Está claro que no nos dices de no saludar materialmente a nadie por el camino, “que si lo tomamos como suena, parece que se nos manda ser soberbios”, dice s. Agustín: pues “el mismo Señor tuvo bolsa en el camino de su peregrinación, bolsa que confió a Judas”. Significa: “No seáis sabios para vosotros solos, recibe el Espíritu. En ti debe haber una fuente, nunca un depósito; de donde se pueda dar algo, no donde se acumule. Dígase lo mismo de la alforja. ¿Y qué son los zapatos? ¿De qué están hechos los que usamos? De cuero de animales muertos (…) ¿Qué se nos manda? Renunciar a las obras de muerte. Esto se nos advirtió de forma figurada en Moisés cuando le dijo el Señor: Descálzate, pues el sitio en que estás es tierra sagrada (Éx 3,5). ¿Hay tierra más santa que la Iglesia de Dios? Puesto que estamos en ella, descalcémonos, renunciemos a las obras de muerte (…) inflamémonos en el amor, amémonos unos a otros” (Sermón 101,5-7).
Jesús, tú eres el Cordero de Dios, y nos pides que vayamos indefensos como tú a la misión apostólica, y que no nos preocupemos por el éxito o el fracaso; pues Dios sabe cuál es mi éxito, y solo tengo que dejarme llevar, confiar: ese es mi consuelo.
Beda señala que los 72 siguen a los doce (por las doce tribus de Israel) que representaban a los Obispos, así estos setenta y dos fueron la figura de los presbíteros, que después de los primeros siglos de la iglesia se van diferenciando. Pero todos somos enviados como discípulos, como ovejas en medio de lobos, y podemos escuchar como los 72 a su vuelta, cómo Jesús pronuncia la acción de gracias: “Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito”. Juan Pablo II comenta que “Jesús se alegra por la paternidad divina, se alegra porque le ha sido posible revelar esta paternidad; se alegra, finalmente, por la especial irradiación de esta paternidad divina sobre los pequeños. Y el evangelista califica todo esto como gozo en el Espíritu Santo. Este gozo, en cierto modo, impulsa a Jesús a decir todavía: Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quien es el Hijo sino el Padre; y quien es el Padre sino el Hijo, y aquél a quien se lo quiere revelar” (Dominum et vivificantem I,5,20). 
Jesús, gracias porque sale a nuestro encuentro, nos acoges y te nos manifiestas, nos repites cuanto dijiste a los discípulos la tarde de Pascua: Como el Padre me envió, también yo os envío (Jn 20,21): “Por fin llega la hora de Jesús: Jesús entrega su espíritu en las manos del Padre en el momento en que por su Muerte es vencedor de la muerte, de modo que, "resucitado de los muertos por la Gloria del Padre" (Rm 6,4), en seguida da a sus discípulos el Espíritu Santo exhalando sobre ellos su aliento. A partir de esta hora, la misión de Cristo y del Espíritu se convierte en la misión de la Iglesia: "Como el Padre me envió, también yo os envío" (Jn 20,21)” (Catecismo 730).
2. El profeta, y el poeta, levanta el corazón del pueblo apelando a la Jerusalén futura, a la que compara a una madre de "ubres abundantes" que da de mamar a sus hijos, los sacia y los consuela. Porque a esa ciudad bienhadada afluirán las riquezas de todas las naciones. Los hijos e hijas de Jerusalén, las criaturas hoy dispersas y alejadas en el exilio, serán traídos en brazos y devueltos cariñosamente a su madre por los mismos pueblos que ahora los retienen. Y en todo esto experimentarán el favor de Dios, que es en definitiva el que consuela de verdad a su pueblo. Volverá la alegría al corazón de los justos, y los que habían quedado en los huesos verán que su carne florece como un campo de primavera, después del invierno. La era de la salvación, el día en que se manifieste el Señor a los que le sirven, será el tiempo de la abundancia de todos los bienes: justicia, gozo, consuelo, paz... es la esperanza, la fuerza que impulsa la historia de nuestra salvación (Eucaristía 1989).
Como a un niño a quien su madre consuela”. “En esta «norma» se encuentra toda la riqueza de la Iglesia, que es la madre que nos alimenta y de cuyas ubres abundantes, como dice la primera lectura, debemos mamar hasta saciarnos. La Iglesia no tiene más consuelo para sus hijos que el que le ha sido dado por Dios: que en la cruz de Jesús el amor de Dios se ha convertido en algo definitivamente tangible para el mundo; que sólo a partir de ella puede hacerse derivar hacia la Iglesia, y a través de ella hacia el mundo, «la paz como un torrente en crecida»” (H. von Balthasar).
Aclamad al Señor, tierra entera, tocad en honor de su nombre”, cantamos a nuestro Dios: “Que se postre ante ti la tierra entera, que toquen en tu honor, que toquen para tu nombre”. Las obras del Señor son muy buenas.
3. “Llevo en mi cuerpo las marcas de Jesús”: “el apóstol habla en nombre de la Iglesia de Cristo. La indefensión de Jesús y de sus discípulos se ha transformado ahora en su estar crucificados, en el que la aparente derrota se mostrará como la verdadera victoria. El mundo aparentemente victorioso está crucificado, es decir, está muerto y es inofensivo, mientras que el apóstol «está crucificado para el mundo», ha hecho inofensivo lo que es mundano en él. Y estas dos cosas en virtud de la cruz de Cristo, que es lo único de lo que Pablo se gloría. Que lleve «en su cuerpo las marcas de Jesús», es sólo el signo de su seguimiento estricto, un seguimiento en el que Pablo es ciertamente consciente de la distancia que le separa del Señor («¿Ha muerto Pablo en la cruz por vosotros?»: 1 Co 1,13). Sólo a partir de la cruz de Cristo puede Pablo, en nombre de la Iglesia (del «Israel de Dios»), prometer «paz y misericordia» a todos los que «se ajustan a esta norma»: que la victoria sobre el mundo se encuentra únicamente en la cruz de Jesús y en sus efectos sobre la Iglesia y sobre el mundo” (H. von Balthasar).
Llucià Pou Sabaté
Santo Tomás, apóstol

Tomás significa "gemelo"
La tradición antigua dice que Santo Tomás Apóstol fue martirizado en la India el 3 de julio del año 72. Parece que en los últimos años de su vida estuvo evangelizando en Persia y en la India, y que allí sufrió el martirio.
De este apóstol narra el santo evangelio tres episodios.
El primero sucede cuando Jesús se dirige por última vez a Jerusalem, donde según lo anunciado, será atormentado y lo matarán. En este momento los discípulos sienten un impresionante temor acerca de los graves sucesos que pueden suceder y dicen a Jesús: "Los judíos quieren matarte y ¿vuelves allá?. Y es entonces cuando interviene Tomás, llamado Dídimo (en este tiempo muchas personas de Israel tenían dos nombres: uno en hebreo y otro en griego. Así por ej. Pedro en griego y Cefás en hebreo). Tomás, es nombre hebreo. En griego se dice "Dídimo", que significa lo mismo: el gemelo.
Cuenta San Juan (Jn. 11,16) "Tomás, llamado Dídimo, dijo a los demás: Vayamos también nosotros y muramos con Él". Aquí el apóstol demuestra su admirable valor. Un escritor llegó a decir que en esto Tomás no demostró solamente "una fe esperanzada, sino una desesperación leal". O sea: él estaba seguro de una cosa: sucediera lo que sucediera, por grave y terrible que fuera, no quería abandonar a Jesús. El valor no significa no tener temor. Si no experimentáramos miedo y temor, resultaría muy fácil hacer cualquier heroísmo. El verdadero valor se demuestra cuando se está seguro de que puede suceder lo peor, sentirse lleno de temores y terrores y sin embargo arriesgarse a hacer lo que se tiene que hacer. Y eso fue lo que hizo Tomás aquel día. Nadie tiene porque sentirse avergonzado de tener miedo y pavor, pero lo que sí nos debe avergonzar totalmente es el que a causa del temor dejemos de hacer lo que la conciencia nos dice que sí debemos hacer, Santo Tomás nos sirva de ejemplo.
La segunda intervención: sucedió en la Última Cena. Jesús les dijo a los apóstoles: "A donde Yo voy, ya sabéis el camino". Y Tomás le respondió: "Señor: no sabemos a donde vas, ¿cómo podemos saber el camino?" (Jn. 14, 15). Los apóstoles no lograban entender el camino por el cual debía transitar Jesús, porque ese camino era el de la Cruz. En ese momento ellos eran incapaces de comprender esto tan doloroso. Y entre los apóstoles había uno que jamás podía decir que entendía algo que no lograba comprender. Ese hombre era Tomás. Era demasiado sincero, y tomaba las cosas muy en serio, para decir externamente aquello que su interior no aceptaba. Tenía que estar seguro. De manera que le expresó a Jesús sus dudas y su incapacidad para entender aquello que Él les estaba diciendo.
Admirable respuesta:
Y lo maravilloso es que la pregunta de un hombre que dudaba obtuvo una de las respuestas más formidables del Hijo de Dios. Uno de las más importantes afirmaciones que hizo Jesús en toda su vida. Nadie en la religión debe avergonzarse de preguntar y buscar respuestas acerca de aquello que no entiende, porque hay una verdad sorprendente y bendita: todo el que busca encuentra.
Le dijo Jesús: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí" Ciertos santos como por ejemplo el Padre Alberione, Fundador de los Padres Paulinos, eligieron esta frase para meditarla todos los días de su vida. Porque es demasiado importante como para que se nos pueda olvidar. Esta hermosa frase nos admira y nos emociona a nosotros, pero mucho más debió impresionar a los que la escucharon por primera vez.
En esta respuesta Jesús habla de tres cosas supremamente importantes para todo israelita: el Camino, la Verdad y la Vida. Para ellos el encontrar el verdadero camino para llegar a la santidad, y lograr tener la verdad y conseguir la vida verdadera, eran cosas extraordinariamente importantes.
En sus viajes por el desierto sabían muy bien que si equivocaban el camino estaban irremediablemente perdidos, pero que si lograban viajar por el camino seguro, llegarían a su destino. Pero Jesús no sólo anuncia que les mostrará a sus discípulos cuál es el camino a seguir, sino que declara que Él mismo es el Camino, la Verdad y la Vida.
Notable diferencia: Si le preguntamos al alguien que sabe muy bien: ¿Dónde queda el hospital principal? Puede decirnos: siga 200 metros hacia el norte y 300 hacia occidente y luego suba 15 metros... Quizás logremos llegar. Quizás no. Pero si en vez de darnos eso respuesta nos dice: "Sígame, que yo voy para allá", entonces sí que vamos a llegar con toda seguridad. Es lo que hizo Jesús: No sólo nos dijo cual era el camino para llegar a la Eterna Feliz, sino que afirma solemnemente: "Yo voy para allá, síganme, que yo soy el Camino para llegar con toda seguridad". Y añade: Nadie viene al Padre sino por Mí: "O sea: que para no equivocarnos, lo mejor será siempre ser amigos de Jesús y seguir sus santos ejemplos y obedecer sus mandatos. Ese será nuestro camino, y la Verdad nos conseguirá la Vida Eterna".
El hecho más famoso de Tomás
Los creyentes recordamos siempre al apóstol Santo Tomás por su famosa duda acerca de Jesús resucitado y su admirable profesión de fe cuando vio a Cristo glorioso.
Dice San Juan (Jn. 20, 24) "En la primera aparición de Jesús resucitado a sus apóstoles no estaba con ellos Tomás. Los discípulos le decían: "Hemos visto al Señor". El les contestó: "si no veo en sus manos los agujeros de los clavos, y si no meto mis dedos en los agujeros sus clavos, y no meto mi mano en la herida de su constado, no creeré". Ocho días después estaban los discípulos reunidos y Tomás con ellos. Se presento Jesús y dijo a Tomás: "Acerca tu dedo: aquí tienes mis manos. Trae tu mano y métela en la herida de mi costado, y no seas incrédulo sino creyente". Tomás le contestó: "Señor mío y Dios mío". Jesús le dijo: "Has creído porque me has visto. Dichosos los que creen sin ver".
Parece que Tomás era pesimista por naturaleza. No le cabía la menor duda de que amaba a Jesús y se sentía muy apesadumbrado por su pasión y muerte. Quizás porque quería sufrir a solas la inmensa pena que experimentaba por la muerte de su amigo, se había retirado por un poco de tiempo del grupo. De manera que cuando Jesús se apareció la primera vez, Tomás no estaba con los demás apóstoles. Y cuando los otros le contaron que el Señor había resucitado, aquella noticia le pareció demasiado hermosa para que fuera cierta.
Tomás cometió un error al apartarse del grupo. Nadie está pero informado que el que está ausente. Separarse del grupo de los creyentes es exponerse a graves fallas y dudas de fe. Pero él tenía una gran cualidad: se negaba a creer sin más ni más, sin estar convencido, y a decir que sí creía, lo que en realidad no creía. El no apagaba las dudas diciendo que no quería tratar de ese tema. No, nunca iba a recitar el credo un loro. No era de esos que repiten maquinalmente lo que jamás han pensado y en lo que no creen. Quería estar seguro de su fe.
Y Tomás tenía otra virtud: que cuando se convencía de sus creencias las seguía hasta el final, con todas sus consecuencias. Por eso hizo es bellísima profesión de fe "Señor mío y Dios mío", y por eso se fue después a propagar el evangelio, hasta morir martirizado por proclamar su fe en Jesucristo resucitado. Preciosas dudas de Tomás que obtuvieron de Jesús aquella bella noticia: "Dichosos serán los que crean sin ver".

Jesús forma su Iglesia sobre el cimiento de los Apóstoles, no fundamentada en los méritos de los hombres sino en la Misericordia divina
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: -«Hemos visto al Señor.» Pero él les contestó: -«Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo. » A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: -«Paz a vosotros.» Luego dijo a Tomás: -«Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.» Contestó Tomás: -«¡Señor mío y Dios mío!» Jesús le dijo: -«¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto» (Juan 20,24-29).
1. Tomás no acepta el testimonio de los discípulos, y exige pruebas. Y éstas van en escala: “ver la señal de los clavos”, “meter el dedo en la señal de los clavos”, “meter la mano en el costado”. A Tomás no le bastan las palabras de los otros discípulos. Es necesaria la aparición de Jesús, que se presente en medio de ellos y pronuncie el saludo judío, que es su saludo pascual. Llama la atención la actitud de Jesús resucitado que ofrece a Tomás las pruebas que éste había exigido y lo que es más importante, le invita a creer. La respuesta del discípulo es realmente emotiva: su confesión personal está cargada de afecto: “Señor mío y Dios mío”. En ella manifiesta no sólo su fe en la resurrección de Jesús, sino también en su divinidad. Y con ello nos enseña que la consecuencia última de la resurrección del Mesías es el reconocimiento de su condición divina (Diario Bíblico). Santo Tomás “el incrédulo” dijo la frase más bonita dirigida a Jesús: “¡Señor mío y Dios mío!” Esta lección tan sublime sobre la verdad de Cristo, Señor siempre vivo... “con heridas”. Jesús, te reconocemos... por tus heridas. Y yo huyo de las mías… cuando Pedro se iba según cuenta una tradición, salió Jesús a su encuentro y Pedro le preguntó: “¿Dónde vas?: Quo vadis?” y Jesús contestó: “voy a Roma, a dejarme crucificar otra vez, por ti”. Pedro volvió a Roma y asumió su martirio…
«¡Con qué humildad y con qué sencillez cuentan los evangelistas hechos que ponen de manifiesto la fe floja y vacilante de los Apóstoles!
”-Para que tú y yo no perdamos la esperanza de llegar a tener la fe inconmovible y recia que luego tuvieron aquellos primeros» (J. Escrivá,Camino 581).
¡Cuántas gracias tenemos que dar por aquellos apóstoles, que nos han transmitido la fe...! Éstos siguieron el mandato del Señor: id al mundo entero, proclamad el Evangelio a todas las naciones, a toda criatura, que se entere bien la tierra.
¿Continúo yo la cadena en el anuncio evangélico o pienso que es mejor estar calladito, calladita...?
La ausencia de Tomás en el grupo apostólico cuando se apareció Jesús nos ha valido para los cristianos de todos los tiempos la confesión de fe más preciosa que existe en la Biblia: “Señor mío y Dios mío” cristificando el nombre de Dios del AT (Consuelo Ferrús). Así lo celebramos hoy, “para que tengamos vida abundante en nosotros por la fe en Jesucristo a quien Tomás reconoció como su Señor y Dios” (Oración colecta).
En estos siglos de “las luces” de la inteligencia, de que no aceptamos lo que escapa de la experimentación, la fiesta de hoy aparece como una luz verdadera, en medio de tantas lucecitas de feria. Contigo, Señor, pasamos del "si no lo veo, no lo creo" a Jesús, sólo tú tienes "palabras de vida eterna", y vemos que nos conocemos de verdad cuando nos miramos en ti, Jesús, por eso rezamos: «Señor mío y Dios mío, quítame todo aquello que me aparta de ti; Señor mío y Dios mío, dame todo aquello que me acerca a ti; Señor mío y Dios mío, sácame de mí mismo para darme enteramente a ti» (San Nicolás de Flüe).
Bienaventurados los que sin haber visto hayan creído y no seas incrédulo sino creyente”. Santo Tomás, el “gemelo”, creyó, y nos cuenta la tradición que fue martirizado en la India el 3 de julio del año 72. Parece que en los últimos años de su vida estuvo evangelizando en Persia y en la India, donde murió. Sus restos fueron traslados a Edesa.
Era valiente, pues la primera vez que sale en el Evangelio es cuando Jesús se dirige por última vez a Jerusalem, donde lo matarán. Los discípulos dicen a Jesús: "Los judíos quieren matarte y ¿vuelves allá?” Y es entonces cuando interviene Tomás (Jn 11,16): "Vayamos también nosotros y muramos con Él". No quería abandonar a Jesús, aunque muriera. Está dispuesto a arriesgarse a hacer lo que se tiene que hacer.
Lo vemos también en la Última Cena, cuando Jesús les dijo a los apóstoles: "A donde Yo voy, ya sabéis el camino". Y Tomás le respondió: "Señor: no sabemos a donde vas, ¿cómo podemos saber el camino?" (Jn 14, 15). Hombre sincero, dice lo que piensa en su sencillez. Jesús le responde: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí", frase para meditarla todos los días de nuestra vida.
Cuando queremos ir a un sitio y nos indican dónde ir (“vaya a la derecha y luego…”) podemos llegar o no, pero cuando nos dicen como respuesta: "Sígame, que yo voy para allá", entonces sí que llegamos con toda seguridad. Es lo que hizo Jesús: No sólo nos dijo cual era el camino para llegar, sino que nos lleva (almudi.org).
El que cree, tiene una visión más clara. No puede haber contradicción entre fe y razón; las dos alas son necesarias para volar: fe y pensar. La fe no puede ir en contra de la razón. No hay una verdad religiosa y una científica. Es lógico que haya una sola verdad. Tanto razón como fe usan una potencia espiritual para pensar, la inteligencia. No piensa la fe con otra cosa. Es un complemento, un modo más alto de pensar, como las gafas dan más capacidad a una vista que no alcanza por el defecto de visión. Pero si algo parece incompatible, entre fe y razón, por ejemplo en la creación y los siete días, es que no miramos bien. "Dios no quiere hacernos científicos -nos dice Agustín- sino enseñarnos las verdades de la creación", luego deja a nuestra ciencia los modos de penetrar esos misterios. El error será si un lenguaje mítico lo tomamos como algo literal. El creyente se siente seguro –y con razón– porque está en la realidad. Los ojos de la fe nos ayudan a ver mejor.
Tomás también hace presencia en la aparición de Jesús en el lago de Tiberíades (Jn 2,1-14). Tras la Ascensión lo contemplamos en Jerusalén con los demás apóstoles. Jesús fue a buscarlo, como el pastor bueno a la oveja perdida, y volvió Tomás al rebaño, más fuerte por las pruebas pasadas. La misericordia divina, -un atributo precioso de Dios-, se convierte así en esa larga persecución de Dios al hombre a lo largo de toda la vida por medio de innumerables gracias que respetan indudablemente la libertad del hombre. No se resigna a perder a nadie. Dios no abandona a nadie, a no ser que alguien le abandone a él. Jamás desiste Dios de este compromiso, suceda lo que suceda y pase lo que pase. Es tal el amor de Dios hacia el hombre que, aun rechazado, olvidado, abandonado, blasfemado,Dios sigue llamando a las puertas del corazón una y otra vez, hasta el último momento de la vida. Este comportamiento divino se encierra en una palabra: "alianza". Dios ha hecho una alianza de amor con el hombre que él siempre respetará (Juan J. Ferrán).
2. “Hermanos: Ya no sois extranjeros ni forasteros, sino que sois ciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios”. La carta a los Efesios presenta como cimiento de la fe a los apóstoles y profetas. Cristo Jesús es la piedra angular: él es objeto de la fe y el que la posibilita, el que nos sostiene. Los cristianos por el Bautismo nos incorporamos a este edificio que se ha ido levantando con los siglos, pasamos a formar parte de la misma familia de Dios. ¿No es extraordinario? Edificados sobre el cimiento de los apóstoles nos vamos integrando en la construcción de un templo consagrado al Señor. Si no vivimos como tales consagrados, el edificio no progresa... Esta edificio que es la Iglesia está abierta a todos judíos y gentiles, y quiere ser morada de Dios por el Espíritu. Tú y yo somos piedras vivas en este edificio: “Estáis edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, y el mismo Cristo Jesús es la piedra angular. Por él todo el edificio queda ensamblado, y se va levantando hasta formar un templo consagrado al Señor. Por él también vosotros os vais integrando en la construcción, para ser morada de Dios, por el Espíritu”.
3. El salmo (116) es una pequeña doxología, es decir, un “amén” o un "Gloria al Padre", y son para exaltar la alianza entre el Señor y su pueblo, como lo usa Pablo: "Los gentiles glorifican a Dios por su misericordia, como dice la Escritura: (...) Alabad al Señor todas las naciones; aclamadlo, todos los pueblos" (Rm 15,9.11).
El bien florece en muchos terrenos y, en cierta manera, puede ser orientado y dirigido hacia el único Señor y Creador, y así se han compuesto himnos en este sentido como el “Te Deum”: "A ti, oh Dios, te alabamos, a ti, Señor, te reconocemos, a ti, eterno Padre, te venera toda la creación". Se trata de dar gloria al Señor como pides tú, Jesús: "Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos" (Mt 5,16).
Este salmo es universal, proclama la salvación para todos. Y es como el núcleo de la oración, del encuentro y diálogo vivo y personal con Dios: “Alabad al Señor, todas las naciones, aclamadlo, todos los pueblos.  / Firme es su misericordia con nosotros, su fidelidad dura por siempre”.
En un mundo tecnológico minado por un eclipse de lo sagrado, en una sociedad que se complace en cierta autosuficiencia, el testimonio del orante es como un rayo de luz en la oscuridad. San Efrén el Sirio (s. IV). En uno de sus Himnos sobre la fe, el decimocuarto, expresa el deseo de no dejar nunca de alabar a Dios, implicando también "a todos los que comprenden la verdad" divina. He aquí su testimonio: "¿Cómo puede mi arpa, Señor, dejar de alabarte? ¿Cómo podría enseñar a mi lengua la infidelidad? Tu amor me ha dado confianza en mi apuro, pero mi voluntad sigue siendo ingrata. Es justo que el hombre reconozca tu divinidad; es justo que los seres celestiales alaben tu humanidad; los seres celestiales quedaron asombrados de ver hasta qué punto te anonadaste; y los de la tierra de ver cuánto has sido exaltado".
Dice también: "Que en ti, Señor, mi boca rompa el silencio con la alabanza. Que nuestras bocas expresen la alabanza; que nuestros labios la confiesen; que tu alabanza vibre en nosotros. Dado que en nuestro Señor está injertada la raíz de nuestra fe, aunque se encuentre lejos, se halla cerca por la unión del amor. Que las raíces de nuestro amor estén unidas a él; que la plena medida de su compasión se derrame sobre nosotros" (estrofa 6).
Llucià Pou Sabaté

viernes, 1 de julio de 2016

Sábado semana 13 de tiempo ordinario; año par

Sábado de la semana 13 de tiempo ordinario; año par

Acoger al Señor es fuente de alegría, y el mejor sacrificio es la conversión de nuestro corazón a Dios
«Entonces se le acercaron los discípulos de Juan, diciendo: ¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos con frecuencia, y en cambio tus discípulos no ayunan? Jesús les respondió: ¿A caso pueden estar de duelo los amigos del esposo mientras el esposo está con ellos? Días vendrán en que les será arrebatado el esposo; entonces ayunaran. Nadie pone una pieza de paño nuevo a un vestido viejo, porque la pieza tiraría del vestido y se produciría un desgarrón peor Ni se echa vino nuevo en odres viejos, pues de lo contrario los odres reventarían, y el vino se derramaría, perdiéndose los odres; sino que el vino nuevo lo echan en odres nuevos y así ambos se conservan.» (Mateo 9, 14-17)
1. Se acercaron entonces los discípulos de Juan a preguntarle: "Nosotros y los fariseos ayunamos a menudo, ¿por qué razón tus discípulos no ayunan?" Jesús, tus discípulos están alegres y contentos... les ven poco austeros... no ayunaban... ¡eso era escandaloso! ¿Por qué no os portáis como todo el mundo? ¿Como los discípulos de los fariseos? En fin, ¡todos los demás rabinos imponen una disciplina estricta a los que quieren adelantar en la perfección! Es el problema que tienes, Jesús, de no ser muy sujeto a las observancias -Shabbat, abluciones, ayuno-...
-Jesús les contestó: “Los invitados a la boda no pueden estar de duelo...” Esta respuesta debió provocar estupor. Jesús, hablas de alegría y de fiesta. En otra ocasión, hablando también del ayuno, les habías dicho: "cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara; ¡que tu aspecto no sea sombrío!". Los judíos piadosos ayunaban dos días a la semana (lunes y jueves). Los seguidores de Juan, también. El mismo Jesús ayunó en el desierto. Y los cristianos seguirán haciéndolo, por ejemplo en la Cuaresma, preparando la Pascua. Pero aquí nos quiere hacer ver que la religión es alegría, no poner cara de pena. Los cristianos no debemos vivir tristes, con miedo, como obligados, sino con una actitud interna de alegría festiva. El cristianismo es, sobre todo, fiesta, porque se basa en el amor de Dios, en la salvación que nos ofrece en Cristo Jesús. Israel no supo hacer fiesta. Nosotros deberíamos ser de los que sí han reconocido a Jesús como el Esposo que nos invita a su fiesta, por ejemplo, a la mesa eucarística, en la que nos comunica su vida y su gracia.
Y sigues: -Los invitados a la boda ¿pueden estar de luto, mientras el esposo está con ellos? Cuando el novio invita a sus amigos a su boda, ellos y ellas aquel día no van a una ceremonia fúnebre. Es a una fiesta, ocasión de gozo y de alegría. Ahora bien, Jesús es este "esposo" misterioso que invita a su boda. El ayuno no tendría sentido. Tu tiempo, Jesús, es de felicidad y júbilo intensos. Los tiempos mesiánicos ya han llegado: Dios se ha desposado definitivamente con la humanidad y nos invita a festejar ese gran acontecimiento. Todo el Antiguo Testamento lo había anunciado. Y yo, por mi parte, ¿Respondo a su amor? ¿Cómo? ¿Estoy contento y alegre? ¿Soy feliz? ¿Vivo todos y cada día como un "invitado a la boda? Y la misa, ¿la considero como un "banquete de boda"? ¿Es una "cita de amor", un lugar privilegiado de encuentro, de diálogo, de silencio para escuchar? El celibato consagrado, para quienes lo han elegido, tiene esta significación. También el matrimonio tiene la misma significación de Cristo esposo de la Iglesia.
-“Pero llegará el día en que se lleven al esposo: Entonces ayunarán”. Es tu primer anuncio de la Pasión, en san Mateo. Vislumbras tu muerte... y, más allá de esta muerte, el misterio de la separación aparente, de la ausencia del esposo.
-“Nadie echa una pieza de paño sin estrenar, a un manto pasado... Tampoco se echa vino nuevo en odres viejos”... Jesús, eres consciente de traer al mundo una realidad nueva, sin ninguna medida común con lo que los hombres han vivido hasta aquí. Todo lo antiguo está superado: no hay ningún compromiso posible entre las conductas de antaño y la novedad radical de la era nueva que Jesús instaura. "El vino nuevo se pone en odres nuevos". Señor, ¡danos ese "vino nuevo"! Ese espíritu y ese corazón nuevos. Como en Caná, cambia en buen vino el agua insípida de nuestras vidas (Noel Quesson).
Creer en Ti, Señor, y seguirte no significa cambiar unos pequeños detalles, poner unos remiendos nuevos a un traje viejo, ocultando sus rotos, o guardar el vino nuevo de la fe en los mismos pellejos en los que guardábamos el vino viejo del pecado. Seguirte es cambiar el vestido entero, más aun, cambiar la mentalidad, no sólo el vestido exterior. Es tener un corazón nuevo. Seguir a Cristo afecta a toda nuestra vida, no sólo a unas oraciones o prácticas piadosas (J. Aldazábal). Danos, Señor, un corazón nuevo…
2. Amós ha sido ante todo un "profeta de desdichas": que para provocar a la conversión, anuncia catástrofes. Sin embargo, de hecho, esas catástrofes sucedieron. Caída de Samaria en 722. Caída de Jerusalén en 586. Con todo su cortejo de horribles sufrimientos.
Nietzsche acusaba a la religión de ser «el sepulturero de los entusiasmos humanos». No son auténticamente religiosos los que se complacen en la desgracia y son aguafiestas. Aquí pega el dicho de que “para aguantar a un ‘santo’ hacen falta dos santos”.
La última palabra de los profetas es siempre la esperanza: -“En aquel día levantaré la cabaña ruinosa de David, repararé las brechas, restauraré las ruinas, la reconstruiré como en los días de antaño”. El «día del Señor» es calamidad porque destruye el mal, pero es ante todo «salvación» porque «las ruinas serán restauradas y las ciudades reconstruidas».
-“He aquí que vienen días -Palabra del Señor- en que el labrador empalmará con el segador”. El tiempo se acorta: apenas ha sido labrada la tierra que ¡ya apuntan las espigas! Es la abundancia. Ya no hay que esperar para saciar el hambre.
-“Destilarán vino nuevo las montañas y en todas las colinas se derretirá”. Estas imágenes nos invitan a soñar. Es preciso descubrir de nuevo la esperanza. El «vino» es el símbolo de la alegría, de la comida festiva. Jesús lo escogió como símbolo de sí mismo. En el Evangelio de hoy vemos este tono festivo.
-“Volverán a Israel los deportados; reconstruirán las ciudades devastadas y habitarán en ellas; plantarán viñas y beberán su vino; cultivarán las huertas y comerán sus frutos”. En verano en que tantos hombres reencuentran la naturaleza es bueno contemplar en el mundo físico, en una hermosa «huerta», en un árbol frutal los signos de esta vida abundante que Dios quiere darnos. «He venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia» (Juan 10, 10). El trabajo puede ser algo penoso, pero también una fuente de alegría. Señor, ayúdanos a que sea el trabajo fuente de libertad, creatividad, realización personal, servicio a los demás…
-“Yo los plantaré en su suelo y no serán arrancados jamás de la tierra que les di. Eso dice el Señor, tu Dios”. Señor, tú nos alegras la vida presente, ya estás de algún modo aquí en la tierra, pues esta vida no es solo una preparación para «la otra vida». Tenemos el deber de ser felices aquí abajo: es un don de Dios. Pero aquí nunca somos del todo lo que estamos llamados a ser, sino en la esperanza de la vida eterna en la que «Dios será todo en todos», realizando una felicidad en plenitud (Noel Quesson).
Uniendo esto con el Evangelio, podemos decir con el Catecismo: «Como ya en los profetas, la llamada de Jesús a la conversión y a la penitencia no mira, en primer lugar a las obras exteriores, «el saco y la ceniza», los ayunos y las mortificaciones, sino a la conversión del corazón, la penitencia interior. Sin ella, las obras de penitencia permanecen estériles y engañosas; por el contrario, la conversión interior impulsa a la expresión de esta actitud por medio de signos visibles, gestos y obras de penitencia» (1430).
3. Jesús, te pido entender lo que me dices en el Salmo (84): “Dios anuncia la paz a su pueblo y a sus amigos y a los que se convierten de corazón”.
Que sepa ofrecerte un corazón enamorado, para vivir esta alegría: “la misericordia y la fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se besan; la fidelidad brota de la tierra, y la justicia mira desde el cielo”.
Señor, que aprenda que la vida cristiana no es un sin fin de obligaciones y preceptos, sino amor y entrega, que pueden concretarse en sacrificios, y sobre todo oración y actos de servicio: levantarme a la hora, seguir un horario para aprovechar mejor el tiempo, ordenar la habitación y el armario, comer un poco menos de lo que me gusta más o un poco más de lo que me gusta menos, sobriedad en el uso de la televisión, estar disponible para hacer recados o pequeños arreglos en casa, etc. Santa María, te pido ayuda para estos propósitos, tú que eres maestra en el sacrificio escondido y silencioso (Pablo Cardona). Te pido buscar el mejor sacrificio que es la misericordia, para acogerme a la misericordia divina: “El Señor nos dará la lluvia, y nuestra tierra dará su fruto. La justicia marchará ante él, la salvación seguirá sus pasos”.
Llucià Pou Sabaté

Viernes semana 13 de tiempo ordinario; año par

Viernes de la semana 13 de tiempo ordinario; año par

La llamada de Jesús en el camino de la vida nos hace descubrir el sentido pleno de nuestra existencia
«Cuando partía Jesús de allí, vio a un hombre sentado en el telonio, llamado Mateo, y le dijo: Sígueme. El se levantó y le siguió. Estando él a la mesa en casa de Mateo, vinieron muchos publicanos y pecadores, y se pusieron también a la mesa con Jesús y sus discípulos. Los fariseos, al ver esto, decían a sus discípulos: ¿Por qué vuestro maestro come con los publicanos y pecadores? Pero él, al oírlo, dijo: No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Id y aprended qué sentido tiene: Misericordia quiero y no sacrificio; pues no he venido a llamar a los justos sino a los pecadores.» (Mateo 9, 9-13).
1. “-Salió Jesús de allí, vio al pasar a un hombre llamado "Mateo", sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: "Sígueme"”.Se trata de Leví, un hombre que el pueblo detesta: es recaudador de impuestos. Jesús no duda elegir a alguien cuya situación social es despreciada... La reputación de los "publicanos" era también y ante todo de que se enriquecían en gran parte, a cuenta de los pobres: ¡solían ser ricos! A los pescadores ya llamados en la orilla del lago Jesús añade ahora a un hombre, que no inspira demasiada confianza: ¡es algo raro el equipo que Jesús está constituyendo allí! La tradición atribuye a este Mateo la redacción de este evangelio.
Para poder oír también nosotros la voz del Señor, una costumbre muy buena es el examen de conciencia: «Avanzad siempre, hermanos míos. Examinaos cada día sinceramente, sin vanagloria, sin autocomplacencia, porque nadie hay dentro de ti que te obligue a sonrojarte o a jactarte. Examínate y no te contentes con lo que eres, si quieres llegar a lo que todavía no eres. Porque en cuanto te complaces en ti mismo, allí te detuviste. Si dices ¡basta!, estás perdido» (San Agustín).
Señor, ayúdame a ponerme cada noche unos minutos en tu presencia -dos o tres minutos- para repasar cómo he vivido el día, y así me harás dar cuenta de por dónde mejorar mi vida espiritual, para luchar al día siguiente con un propósito de mejora.
Jesús, se podría decir que Mateo «tenía la vida resuelta», cuando oyó tu voz, y te siguió. La llamada está en el designio de Dios desde siempre, pero se desvela en el tiempo, y te pido hoy, Señor, que me ayudes a responder con mi vida a tus gracias, a no poner pegas ni estar apegado a las cosas, sino decirte que sí, para poder ser plenamente feliz.
 “-El hombre se levantó y lo siguió”. Fue instantáneamente. Se comporta exactamente como Jesús había dicho, sin demora, dejándolo todo. ¡Es realmente un riesgo para un rico! Pero, para "seguir" a Jesús, siempre hay que correr algún riesgo. Si miro atentamente mi vida, podré descubrir en ella lo que más me retiene para seguir mejor a Cristo.
-Estando Jesús a la mesa en casa acudió un buen grupo de recaudadores y descreídos y se reclinaron con El y sus discípulos”. Al ver aquello preguntaron los fariseos a los discípulos: "¿Por qué come vuestro maestro con publicanos y pecadores?" Mateo ha festejado pues su vocación ofreciendo un banquete: al que, evidentemente, asisten también sus colegas, toda una pandilla de "sucios publicanos", y de "gentes-no-bien"... Se come, se bebe, se canta. ¡Qué escándalo!
-“Jesús lo oyó y dijo: "No necesitan médico los sanos, sino enfermos."” Jesús cita aquí un proverbio. Hay que contemplar detenidamente lo que esta frase nos revela de la persona y del corazón de Jesús... Todos somos pecadores. Ahora bien, ¡Jesús dice que para eso ha venido! No sólo no le repele el pecado, sino que se siente atraído por nuestras miserias.
¿Dios puede estar en ciertos ambientes malos o perversos? Dios se encuentra allí... para salvar, para curar. Todo el evangelio, cuando se trata de Dios, nos urge a que sepamos sobrepasar la noción de Justicia y a descubrir la Misericordia infinita de Dios por los pecadores.
 -"Misericordia quiero, no sacrificios". No he venido a llamar a los "Justos" sino a los "Pecadores". Las comidas de Jesús con los pecadores nos recuerdan que hoy también la Eucaristía se ofrece "en remisión de los pecados". La revalorización de los elementos penitenciales de la misa continúa una tradición que viene directamente de Jesús.
Acercarse a ti, Señor, yo no soy digno. La Eucaristía es también una comida de Jesús con los pecadores. Por eso el sacramento de la Penitencia nos ayuda a entrar con confianza, pero no se es nunca digno de recibir a Jesús.
Señor, sálvanos. Que tu Cuerpo nos sane y nos purifique. Por tu Cuerpo y por tu Sangre sanados... Señor, sana el corazón del hombre de HOY.
No se trata, ciertamente, de menosprecio hacia Dios. Pero es necesario primordialmente creer en su misericordia, creer lo que Jesús ha dicho y ha hecho (Noel Quesson).
2. Amós sigue procurando que la justicia social se viva, y por eso recrimina: “-Escuchad esto los que aplastáis al pobre y queréis suprimir los humildes del país…” una "fachada" de piedad para no cumplir con la justicia no puede engañar a Dios. Ninguna religión debe camuflar la explotación de los pobres.
Los ladrones dicen: “-¡Achicaremos las medidas, aumentaremos el peso con el fraude en las balanzas”. Concédenos, Señor, el sentido de buena conciencia en lo profesional. Que la fe se traduzca en justicia y defender a los más desprovistos. Ayuda nuestras Iglesias a comprometerse frente a las injusticias que sumen en la desesperación del hambre a mucha gente del mundo.
El «día de Dios», es el día en que será castigada toda injusticia: “-En aquel día -oráculo del Señor Dios- haré ponerse el sol, a mediodía, cubriré la tierra de tinieblas en pleno día. Trocaré en duelo vuestras fiestas... Todas serán arrasadas... Y su final un día de amargura”. Tiene que haber un día, sobre todo el cielo, para que las cosas se pongan en su sitio, y la justicia se restablezca, y muchas veces ya en esta vida con el tiempo se pone cada uno en su sitio… La droga, la polución, la criminalidad, la anestesia de las conciencias, y tantas formas que derivan del egoísmo de los países ricos, nos hace ver que la injusticia lleva en sí misma su propio castigo.
Señor, ten piedad de nosotros: “-He aquí que vienen días -Palabra del Señor Dios- en que yo enviaré hambre a la tierra, no hambre de pan ni sed de agua, sino de oír las palabras del Señor. Vagarán de mar a mar; irán y vendrán del norte a levante buscando la palabra del Señor, pero no la encontrarán”. Una sociedad vacía de Dios da pena (Noel Quesson). El castigo mayor va a ser el silencio de Dios: que no se le oiga, a través de los profetas, que no les hacen caso. Te pedimos, Señor, que sepamos verte en medio de tanto materialismo, y despertemos al hambre de su palabra.
3. Ojalá creyéramos lo que dice el estribillo del salmo: «no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios».
Llucià Pou Sabaté

miércoles, 29 de junio de 2016

Jueves semana 13 de tiempo ordinario; año par

Jueves de la semana 13 de tiempo ordinario; año par

Jesús en su obediencia perfecta nos consigue el perdón de nuestros pecados
«Subiendo a una barca, cruzó de nuevo el mar y vino a su ciudad. Entonces le presentaron un paralítico postrado en una camilla. Al ver Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico: Ten confianza, hijo, tus pecados te son perdonados. Ciertos escribas dijeron en su interior: Éste blasfema. Conociendo Jesús sus pensamientos, dijo: ¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir: tus pecados te son perdonados, o decir: levántate y anda? Pues para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene poder en la tierra para perdonar los pecados, dijo al paralítico: Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa. Él se levantó y se marchó a su casa. Al ver esto las multitudes se atemorizaron y glorificaron a Dios por haber dado tal poder a los hombres»(Mateo 9, 1-8).
1. Jesús subió a una barca, cruzó a la otra orilla y llegó a Cafarnaúm, su ciudad. Después de su viaje a territorio pagano vuelve a su país.
“-Le presentaron un paralítico echado en un catre. Viendo la fe que tenían, Jesús dijo al paralítico: "¡Animo, hijo! Se te perdonan tus pecados"”. En Marcos (2, 4) y Lucas (5, 19) vemos más detalles: la camilla bajada desde el techo después de levantar algunas tejas... Mateo va  a lo esencial, el perdón de los pecados. Hasta aquí hemos visto a Jesús curando enfermos, dominando los elementos materiales, venciendo los demonios; y he aquí que ¡también perdona los pecados! Ahora tenemos la confesión, los sacramentos… aquel día, Jesús: ¿Qué pensaste cuando por primera vez dijiste "se te perdonan tus pecados"'?
-“Entonces algunos escribas o letrados dijeron interiormente: "Este blasfema"”. Está reservado a Dios. También Dios es vulnerable, en cierta manera. Es una cuestión de amor. Porque nos ama. Dios se deja "herir" por nuestros pecados. Señor, haz que comprendamos esto mejor. Para que comprendamos mejor también el perdón que nos concedes. Pienso que Dios es feliz cuando nosotros realizamos ese proyecto de amor, y se entristece cuando nos hacemos daño con el pecado, de ahí que le ofende el pecado. Y aunque no nos importe a veces nuestro bien, podemos evitar hacernos mal porque el pecado ofende a Dios.
-“Para que veáis que el Hijo del hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados, dijo entonces al paralítico: Ponte en pie, carga con tu catre y vete a tu casa”. Los escribas pensaban que la enfermedad estaba ligada a un pecado. Jesús denunció esa manera de ver (Jn 9, 1-41) "ni él ni sus parientes no pecaron para que se encuentre en este estado". Pero Jesús usa aquí la visibilidad de la curación corporal, perfectamente controlable, para probar esa otra curación espiritual, la del alma en estado de pecado. Los sacramentos son signos visibles que manifiestan la gracia invisible. En el sacramento de la Penitencia, el encuentro con el ministro, el diálogo de la confesión y la fórmula de absolución, son los "signos", del perdón. Hoy, uno se encuentra, a menudo con gentes que quisieran reducir esta parte exterior de los sacramentos -"¡confesarse directamente a Dios!"- De hecho, el hombre necesita signos sensibles. Y el hecho que Dios se haya encarnado es el gran Sacramento: hay que descubrir de nuevo el aspecto muy humano del sacramento. Jesús pronunció fórmulas de absolución -"tus pecados son perdonados"-, hizo gestos exteriores de curación -"levántate y vete a tu casa"-. De otro modo, ¿cómo hubiera podido saber el paralítico, que estaba realmente perdonado? Los signos del sacramento también nos dan seguridad del perdón, y paz en el alma, al confiar lo que era escondido y había que sacar fuera. Hay una necesidad de tener un “desagüadero”…
-“Al ver esto el gentío quedó sobrecogido y alababa a Dios, que da a los hombres tal autoridad”. El "poder" que Jesús acaba de ejercer... lo ha confiado a "unos hombres", en plural. Son pobres pecadores, a quienes se les había conferido ese poder, para llevar el perdón y la paz a los demás. La Iglesia es la prolongación real de la Encarnación: como Jesús es el gran Sacramento -el Signo visible-de-Dios... así la Iglesia es el gran Sacramento visible de Cristo. La Iglesia es la misericordia de Dios para los hombres (Noel Quesson).
La Iglesia, arraigo histórico de la obra de Cristo, perdona los pecados porque Cristo está verdaderamente presente en ella. Es el sacramento de salvación del hombre. La iniciativa amorosa de Dios continúa a través de los apóstoles o sus sucesores y los demás sacerdotes, que perdonan en nombre de Cristo. En este encuentro sacramental Dios se presenta al hombre que confiesa su pecado como el padre del hijo pródigo, que no piensa más que en preparar el festín familiar; en el mismo momento la Iglesia entera se hace partícipe con Dios en este perdón al reintegrar al penitente a la comunidad eclesial (Maertens-Frisque).
No hay pecado que sea imperdonable porque no hay situación de la que el hombre no pueda salir. Nadie puede descender demasiado bajo para Dios. Por muy podrido que uno esté, por mucho asco que se dé a sí mismo y a los demás, Dios puede con él. La fe, ese don o regalo que Dios da al hombre, si es auténtica, es capaz de llevarle a la conversión, a la reorientación de su vida y de su marcha hacia la felicidad, hacia la salvación. Y como para Dios el valor de un hombre no está en función de su pasado, de lo que ha hecho, sino de su futuro, de lo que puede alcanzar a ser, su pasado queda perdonado. Dios valora el futuro y perdona el pasado. Dios no juzga lo que hemos sido, sino lo que vamos a ser y por eso la muerte, el momento de la muerte, es el momento moral por excelencia, a partir del cual uno ya no puede cambiar, pero mientras hay vida hay esperanza de crecimiento, de cambio, de conversión y por tanto de perdón.
La gente quedó sobrecogida y alababa a Dios, que da a los hombres tal potestad. Resulta apasionante tratar de vivir y de hacer vivir al auténtico Dios, al Dios Padre; ese Dios que la debilidad humana, demasiado a menudo, ha deformado y olvidado (Benjamín Oltra Colomer).
2. –“Amacías, sacerdote de Betel, mandó decir a Jeroboam: «Amós conspira contra ti... el país no puede tolerar más sus discursos.» Y Amacías dijo a Amós: «Vete de aquí con tus visiones, huye a la tierra de Judá; allá podrás ganarte la vida y profetizar, pero en Betel no sigas profetizando porque éste es el dominio real y el santuario del rey»” No es sólo hoy que se expulsa a los profetas, las voces que estorban. Jesús también es una de esas voces que se ha procurado acallar, con la muerte. No es de hoy que la gente situada trate de conservar a cualquier precio, sus privilegios.
-“Amós respondió: «Yo no era profeta ni hijo de profeta; era un simple pastor y picador de sicómoros. Pero el Señor me escogió...»” Él no buscaba honores: "¡Dios me escogió" Soy un hombre libre. El dinero no cuenta para mí. ¿Soy libre, o me dejo llevar por respetos humanos, influencias, quedar bien? Concédenos, Señor, la valentía de mantener nuestras opiniones, nuestras convicciones.
-“El Señor me dijo: «Ve y profetiza a mi pueblo Israel.»” Es la respuesta a una llamada apremiante de Dios. Es un enviado de Dios: "es el Señor quien me ha llamado". Aprovecho esta ocasión para revisar delante de Dios las motivaciones profundas de mis compromisos. ¿Cuál es la finalidad de mi actuación? ¿Por qué causa milito?
A pesar de las amenazas, Amós era ya capaz de decir a los poderosos de este mundo las palabras más difíciles de decir: “tus tierras serán repartidas a cordel; tú mismo morirás sobre un suelo impuro, e Israel será deportado lejos de su país.” Te ruego, Señor, por todos los que tienen la responsabilidad de "decir la verdad", en la Iglesia como en el mundo (Noel Quesson).
3. «La ley del Señor es perfecta y es descanso del alma; la norma del Señor es límpida y da luz a los ojos» (salmo). Hoy te doy gracias, señor, por el Sacramento del perdón que has confiado a tu Iglesia: «Puesto que Cristo confió a sus apóstoles el ministerio de la reconciliación, los obispos, sus sucesores, y los presbíteros, colaboradores de los obispos, continúan ejerciendo este ministerio. En efecto, los obispos y los presbíteros, en virtud del sacramento del Orden, tienen el poder de perdonar todos los pecados «en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (CEC.-1461).
Llucià Pou Sabaté
Santos Protomártires de la santa Iglesia Romana

Acta del Martirio de los protomártires romanos
En el año 64, la cristiandad romana va a pasar literalmente por la prueba del fuego. Una clara noche de julio de dicho año, sentado en el trono imperial Nerón, un terrible incendio, propagado con inusitada violencia, destruyó durante seis días los principales barrios de la vieja Roma.
La descripción que del siniestro nos ha dejado Tácito en sus Anales, escritos unos cincuenta años después del suceso, pertenece a las páginas justamente más célebres de la literatura universal; celebridad enormemente acrecida por ser en esa página donde por primera vez una pluma pagana (y nada menos que la del historiador romano más importante) deja constancia del hecho más grande de la historia universal: el cristianismo y la muerte violenta de su fundador, Cristo:
El incendio de Roma y los mártires (Tácito, Ann., XV, 38-44)
“Siguióse un desastre, no se sabe si por obra del azar o por maquinación del emperador (pues una y otra versión tuvieron autoridad), pero sí más grave y espantoso de cuantos acontecieron a esta ciudad por violencia del fuego.
[…]
Añadióse a todo esto los gritos de las mujeres despavoridas, los ancianos y los niños; unos arrastraban a los enfermos, otros los aguardaban; gentes que se detenían, otras que se apresuraban, todo se tornaba impedimento. Y a menudo sucedía que, volviendo la vista atrás, se hallaban atacados por el fuego de lado o de frente; o que, al escapar a los barrios vecinos, alcanzados también estos por el siniestro, daban con la misma calamidad aun en parajes que creyeran alejados.
[…]
Por otra parte, nadie se atrevía a tajar el incendio, pues había fuertes grupos de hombres que, con repetidas amenazas, prohibían apagarlo, a lo que se añadían que otros, a cara descubierta, lanzaban tizones, y a gritos proclamaban estar autorizados para ello, fuera para llevar a cabo más libremente sus rapiñas, fuera que, efectivamente, se les hubiera dado semejante orden.
Nerón, que a la sazón tenía su residencia en Ancio, no volvió a la ciudad hasta que el fuego se fue acercando a su casa, por la que había unido el Palatino y los jardines de Mecenas.
[…]
Todo ello, si bien encaminado al favor popular, caía en el vacío, pues se había esparcido el rumor de que, en el momento mismo en que se abrasaba la ciudad, había él subido a la escena de su palacio y había recitado la ruina de Troya, buscando semejanza a las calamidades presentes en los desastres antiguos.
Por fin, a los seis días, se logró poner término al incendio al pie mismo del Esquilino, derribando en un vasto espacio los edificios, a fin de oponer a su continua violencia un campo raso y, por así decir, el vacío del cielo.
Aun no se había ido el miedo y vuelto la esperanza al pueblo, cuando de nuevo estalló el incendio, si bien en lugares más deshabitados de la ciudad, por lo que fueron menos las víctimas humanas, derruyéndose, en cambio, más ampliamente templos de dioses y galerías dedicadas a esparcimiento y recreo. Sobre este nuevo incendio corrieron aún peores voces, por haber estallado en los campos aurelianos de Tigelino y creerse que, por lo visto, Nerón buscaba la gloria de fundar una nueva ciudad y llamarla con su nombre.
[…]
Sea de ello lo que fuere, Nerón se aprovechó de la ruina de su ciudad y se construyó un palacio, en que no eran tanto de admirar las piedras preciosas y el oro, cosas gastadas de antiguo y hechas vulgares por el lujo, cuanto de campos y estanques, y, al modo de los desiertos, acá unos bosques, allá espacios descubiertos y panoramas.
[…]   
Tales fueron las medidas aconsejadas por la humana prudencia. Seguidamente se celebraron expiaciones a los dioses y se consultaron los libros sibilinos. Siguiendo sus indicaciones, se hicieron públicas rogativas a Vulcano, a Ceres y a Proserpina; se ofreció por las matronas un sacrificio de propiciación a Juno, primero en el Capitolio, luego junto al próximo mar, de donde se sacó agua para rociar el templo e imagen de la diosa.
Sin embargo, ni por industria humana, ni por larguezas del emperador, ni por sacrificios a los dioses, se lograba alejar la mala fama de que el incendio había sido mandado. Así pues, con el fin de extirpar el rumor, Nerón se inventó unos culpables, y ejecutó con refinadísimos tormentos a los que, aborrecidos por sus infamias, llamaba el vulgo cristianos. El autor de este nombre, Cristo, fue mandado ejecutar con el último suplicio por el procurador Poncio Pilatos durante el Imperio de Tiberio y, reprimida, por de pronto, la perniciosa superstición, irrumpió de nuevo no sólo por Judea, origen de este mal, sino por la urbe misma, a donde confluye y se celebra cuanto de atroz y vergonzoso hay por dondequiera.
Así pues, se empezó por detener a los que confesaban su fe; luego, por las indicaciones que éstos dieron, toda una ingente muchedumbre quedó convicta, no tanto del crimen del incendio, cuanto de odio al género humano. Su ejecución fue acompañada de escarnios, y así unos, cubiertos de pieles de animales, eran desgarrados por los dientes de los perros; otros, clavados en cruces, eran quemados al caer el día, a guisa de luminarias nocturnas.
Para este espectáculo, Nerón había cedido sus propios jardines y celebró unos juegos en el circo, mezclado en atuendo de auriga entre la plebe o guiando él mismo su coche. De ahí que, aun castigando a culpables y merecedores de los últimos suplicios, se les tenía lástima, pues se tenía la impresión de que no se los eliminaba por motivo de pública autoridad, sino por satisfacer la crueldad de uno solo.”
El incendio de Roma, según Suetonio  (Nero, XXXVIII)
“Mas ni a su pueblo ni a las murallas de su patria perdonó Nerón. En efecto, con achaque de serle molesta la deformidad de los viejos edificios y la estrechez y tortuosidad de las calles, prendió fuego a la ciudad tan al descubierto que varios consulares que sorprendieron a camareros suyos con estopa y teas en sus propias fincas, no se atrevieron ni a tocarlos, y algunos graneros, situados en el solar de la Casa de Oro, qué él codiciaba sobre toda ponderación, fueron derribados con máquinas de guerra y abrasados, por estar hechos con piedra de sillería. Durante seis días con sus noches duró en todo su furor el estrago, obligando a la muchedumbre a buscar cobijo en los públicos monumentos y sepulcros.
Entonces, aparte un número inmenso de casas particulares, se quemaron los palacios de los antiguos generales, adornados todavía con los trofeos e los enemigos; los templos de los dioses, que se remontaban a la época de los reyes, y otros consagrados en las guerras gálicas y púnicas, y, en fin, cuanto de precioso y memorable había sobrevivido al tiempo.
Nerón contempló el incendio desde la torre de Mecenas, y arrebatado “por la belleza”, como él decía, “de las llamas”, recitó, vestido de su famoso traje de teatro, la “Toma de Ilión”. Y para que no se le escapara tampoco esta ocasión de coger la mayor presa y botín posible, prometió retirar por su cuenta los escombros y cadáveres, con cuyo pretexto no permitió a nadie acercarse a los restos de sus bienes; y con las tributaciones, no ya sólo voluntarias, sino exigidas, dejó casi exhaustas a las provincias y a los particulares.” 
(BAC, D. RUIZ BUENO, ACTAS DE LOS MÁRTIRES, 212-225)

martes, 28 de junio de 2016

Miércoles semana 13 de tiempo ordinario; año par

Miércoles de la semana 13 de tiempo ordinario; año par

Dios quita el mal en la historia, acude en nuestra necesidad y quiere que también nosotros vivamos en el amor
«Al llegar a la otra orilla, a la región de los gadarenos, le fueron al encuentro dos endemoniados que salían de los sepulcros, tan furiosos que nadie podía transitar por aquel camino. En ese momento se pusieron a gritar diciendo: ¿Qué tenemos que ver contigo, Hijo de Dios? ¿Has venido aquí antes de tiempo para atormentarnos? Había lejos de ellos una gran piara de cerdos que pacían. Los demonios le rogaban diciendo: Si nos expulsas, envíanos a la piara de cerdos. Les respondió: Id. Y ellos salieron y entraron en los cerdos. Entonces toda la piara corrió con ímpetu por la pendiente hacia el mar y pereció en el agua. Los porqueros huyeron y al llegar a la ciudad contaron todo, en particular lo de los endemoniados. Ante esto toda la ciudad salió al encuentro de Jesús y al verle, le rogaron que se alejara de su región.» (Mateo 8, 28-34)
1. –“Desde el cementerio dos endemoniados salieron al encuentro de Jesús; eran tan peligrosos que nadie se atrevía a transitar por aquel camino”... Mateo cita a "dos", Marcos y Lucas "uno". Ya sabemos que son tradiciones distintas, que se respetaron como las contaron los apóstoles, y que concuerdan en la esencia: el milagro de Jesús. A orillas del lago hay unos senderos en cuesta abrupta y rocosa, con grutas y tumbas: guaridas de bandoleros y de anormales, que roban a los transeúntes... El demonio encuentra allí buena clientela.
-“Empezaron a gritar: "¿Qué quieres de nosotros, Hijo de Dios? ¿Has venido aquí a atormentarnos antes de tiempo?"” No sabemos la inteligencia que tienen los demonios, pero intuyen que es "antes de tiempo" porque llegará un momento, el Juicio final, cuando los demonios serán reducidos sin que tengan más influencia sobre nadie más. Jesús va a anticipar ese día con el exorcismo que hoy recordamos.
Las fuerzas del mal atacan al hombre, le desvían de su ruta normal, le impiden de realizar su camino. El mal hace su juego contra el hombre... aun cuando toma la apariencia de ser su placer o su bien. ¡Es preciso desenmascarar a Satán, "aquel que impide al hombre de pasar"!
En diálogo con Jesús, los demonios le piden ir a una piara de cerdos (animal impuro entre los judíos, prohibido, suponemos que por las enfermedades que llevaban entonces los cerdos, y que ahora están superadas): -“He aquí que la piara entera se abalanzó al lago, acantilado abajo, y murió ahogada.” La piara está territorio pagano. ¿Qué sentido tiene eso? No lo sabemos. Quizá consideran a Jesús culpable de la pérdida de una piara de cerdos, que seguramente se debió a algún fenómeno natural (J. Aldazábal). Quizá, por medio de ese gesto espectacular, hace una catequesis popular para mostrar de manera sensible que el Mal será "tragado por el mar". La Bestia del Apocalipsis (19,20), también es precipitada al "mar de fuego".
-“Los porquerizos salieron huyendo, llegaron al pueblo y lo contaron todo incluyendo lo de los endemoniados. Entonces el pueblo salió adonde estaba Jesús y, al verlo, le rogaron que abandonase su país”... Jesús saca los demonios de esos hombres, que están libres y felices. En cambio choca con la incomprensión de los hombres. El relato termina con la declaración de un fracaso dramático: ¡Jesús es expulsado! El camino que conduce a Dios está abierto, los demonios lo interceptan, pero los hombres se resisten a comprometerse. Señor, sana el mal uso de nuestra libertad (Noel Quesson).
En todo esto hay un sentido espiritual. Jesús, sigues ahora tu lucha contra el mal. Y nosotros, contigo. El mal que hay dentro de nosotros, el mal que hay en el mundo. Jesús, sigues siendo el más fuerte. Tanto si se trata del demonio, como de otro mal, todos tenemos experiencia de que existe el mal en nuestras vidas y, también, de nuestras pocas fuerzas para combatirlo. ¿Somos como los gerasenos, que desaprovechan la presencia del Mesías y no parecen querer que les cure de sus males?, ¿invocamos confiadamente a Jesús para que nos ayude en nuestra lucha? Haremos bien en pedirle que nos libere de las cadenas que nos atan, de los demonios que nos poseen, de las debilidades que nos impiden una marcha ágil en nuestra vida cristiana. En el Padrenuestro pedimos a Dios: «Mas líbranos del mal», que también se puede traducir «mas líbranos del malo».
Cuando vamos a comulgar, se nos recuerda que ese Pan de vida que recibimos, Jesús Resucitado, es «el que quita el pecado del mundo». Al mismo tiempo, como seguidores de Cristo, tenemos que saber ayudar a otros a liberarse de sus males. Jesús nos da a nosotros el equilibrio interior y la salud, con sus sacramentos y su palabra. Nosotros hemos de ser buenos transmisores de esa misma vida a los demás, para que alcancen su libertad interior y vivan más gozosamente su vida humana y cristiana (J. Aldazábal).
2. –“Palabra del Señor. Buscad el bien, no el mal... Entonces el Señor, Dios del universo, estará con vosotros, tal como decís”. "Dios con vosotros" es una de las fórmulas de la Alianza. Al final del reinado de Jeroboan II, hacia el 75O el Reino del Norte vive en la prosperidad: éxitos militares, actividades comerciales fructuosas, riqueza y lujo. Las gentes acaban por creer que son objeto de una especie de particular predilección divina. Y se cantan las ventajas de la Alianza. Amós denuncia esta falsificación de la Alianza, esta "pretensión" de privilegio. Para estar realmente «con Dios», hay que «buscar el bien y evitar el mal».
-“Detestad el mal, amad el bien, haced que reine el derecho en el Tribunal”. Lo que agrada a Dios es la búsqueda del bien, tanto en el plan individual como en el plan social. Una civilización de abundancia puede, por desgracia, encubrir muchas injusticias: la corrupción del derecho es, para Amós, un crimen profesional... porque cuando más potente es uno, cuanto más poder tiene, más fácilmente puede perjudicar a las gentes humildes que no pueden defenderse.
Me pregunto: ¿soy justo? En lo que de mí depende ¿hago que reine el derecho?
-“Detesto vuestras peregrinaciones festivas, no me gustan vuestras asambleas. Cuando me ofrecéis holocaustos y ofrendas no me complazco en vuestras oblaciones. Vuestros sacrificios de animales cebados ni siquiera los miro. Apartad de mi lado el sonido de vuestras canciones. No quiero oír la salmodia de vuestras arpas”... Jamás ha sido condenado con más vigor el formalismo litúrgico, la hipocresía religiosa. Jesús dirá cosas parecidas.
Amós es valiente, al decir: "Vuestros gestos religiosos, dice Dios, no me interesan". Los ritos no sirven, si se desprecian los preceptos elementales de la justicia social y del amor al prójimo. San Pablo lo explicará así: «ofreced vuestras personas como una víctima viva, santa, agradable a Dios: tal será vuestro culto espiritual» (Rm 12,1-2).
-“Pero que el derecho fluya como un manantial, la justicia como un arroyo perenne”. El formalismo puede abandonar la justicia... (Noel Quesson). Pero religión y ética son inseparables. El Dt 30,15 ya dijo: «Mira, hoy te pongo delante la vida y el bien, la muerte y el mal. Si obedeces los mandatos de Yahvé, tu Dios, que hoy te promulgo, amando a Yahvé, tu Dios, siguiendo sus caminos, guardando sus mandamientos... vivirás».
Amós, decidido profeta de Dios, «el campesino de ojos abiertos», «el vidente de Técoa», no duda en denunciar el culto de Israel en sus templos, sobre todo en Betel, como liturgia vacía, que no agrada a Dios. Betel (casa de Dios) se le ha convertido en Bet-Aven (casa de la nada). Buscar a Dios sólo en el culto e ignorarlo en la vida ética constituye la más abominable de las idolatrías: los pobres, siempre oprimidos y vejados, se encuentran desamparados, sin defensa, en unos tribunales hipotecados por el soborno con que los ricos injustos desvían la sentencia de unos jueces venales. Dios ama a los hombres, no la letra ni el sacrificio ni, mucho menos todavía, el sacrificio humano  (F. Raurell).
3. La misma idea se prolonga en el salmo. Dios no necesita sacrificios de animales. Lo que quiere es que su pueblo cumpla la Alianza y camine según su voluntad: «no te reprocho tus sacrificios, pues están siempre ante mí... ¿por qué recitas mis preceptos, tú que detestas mi enseñanza y te echas a la espalda mis mandatos?».
Dios no quiere que separemos nuestros cantos y oraciones de la caridad y de la justicia para con los demás. Juan Pablo II dijo: «quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve... es una contradicción inaceptable comer indignamente el Cuerpo de Cristo desde la división y la discriminación... El sacramento de la Eucaristía no se puede separar del mandamiento de la caridad. No se puede recibir el Cuerpo de Cristo y sentirse alejado de los que tienen hambre y sed, son explotados o extranjeros, están encarcelados o se encuentran enfermos. La Eucaristía entraña un compromiso en favor de los pobres. Para recibir en la verdad el Cuerpo y la Sangre de Cristo entregados por nosotros, debemos reconocer a Cristo en los más pobres, sus hermanos».
Contigo, Jesús, estoy «endiosado», sin miedo a los demonios y a la hipocresía, viviré contigo en caridad. « Obremos, pues, siempre conscientes de que él habita en nosotros, para que seamos templos suyos y él sea nuestro Dios en nosotros, tal como es en realidad y tal como se manifestará ante nuestra faz; por esto tenemos motivo más que suficiente para amarlo» (San Ignacio de Antioquía). Jesús, quiero estar siempre contigo, mantenerme en tu presencia, vivir la caridad sabiendo que Tú estás en mí, mantenerme en tu presencia durante la jornada, hablar a solas -íntimamente- contigo (Pablo Cardona).
Le pedimos a la Virgen, Mujer eucarística, esa unión entre la fe y la vida. «Agiganta tu fe en la Sagrada Eucaristía. -¡Pásmate ante esa realidad inefable!: tenemos a Dios con nosotros, podemos recibirle cada día y si queremos, hablamos íntimamente con El, como se habla con el amigo, como se habla con el hermano, como se habla con el padre, como se habla con el Amor» (J. Escrivá, Forja268).
Llucià Pou Sabaté
San Pedro y San Pablo, apóstoles

Cristo está presente en la Iglesia, que se edifica con los cristianos, con sus vicarios los obispos, y Pedro es portavoz y tiene el poder de las llaves que Jesús le dio
En aquel tiempo, llegó Jesús a la región de Cesarea de Felipe y preguntaba a sus discípulos: -¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre? Ellos contestaron: -Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas. Él les preguntó: -Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Simón Pedro tomó la palabra y dijo: -Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Jesús le respondió: -¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Ahora te digo yo: -Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del Reino de los Cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo” (Mateo 16,13-19).
1. Celebramos hoy la fiesta de estos dos Apóstoles, Pedro y Pablo, mártires de la primitiva Iglesia de Roma. La Iglesia es una casa construida sobre roca, aunque se apoya en la fragilidad de los hombres. Pero la roca es Cristo, que da hoy sus llaves a Pedro, y el poder de atar y desatar. Así, Pedro es la roca que mantiene firme a la Iglesia, el punto alrededor del cual se constituye la unidad de la comunidad. Dar las llaves significa confiar una autoridad verdadera y plena. Atar y desatar tiene el sentido de permitir y prohibir, de separar y perdonar. El Mesías tiene su vicario en la tierra con el Papa. Debilidad y gracia van unidos, porque poco después Jesús reprocha a Pedro su incomprensión de la cruz. La elección divina no es por dones naturales, es Pedro la roca sobre la cual funda Cristo la Iglesia (Bruno Maggioni).
Jesús, preguntas lo que la gente opina de ti… Yo, ¿que es lo que respondo? Tu pregunta, Señor, es la más actual, la más importante. Tu identidad, solo se descubre en la fe y el amor. Además, "nadie puede decir Jesús es Señor sino en el Espíritu Santo".
¿Quién es éste a quien obedecen el viento y el mar? ¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre? Sigue abierto el interrogante, para todos los hombres de todos los tiempos. ¿Y vosotros, quién decís que soy yo? La respuesta solamente puede darse desde dos puntos de vista. Pedro personifica la confesión cristiana de la fe: el Mesías, el Hijo de Dios. San Agustín se pregunta: “¿Qué es, pues, el Hijo de Dios? Como antes preguntábamos qué era Cristo y escuchamos que era el Hijo de Dios, preguntemos ahora qué es el Hijo de Dios. He aquí el Hijo de Dios: En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba en Dios y la Palabra era Dios (Jn 1)”.
Pero esta confesión cristiana "no procede de la carne ni de la sangre", es decir, no es posible llegar a través de la lógica y de la razón humana, se hace posible únicamente gracias a la revelación del Padre. Sí, la fe viene de fuera. El hombre, por muy inteligente que sea, es radicalmente incapaz de acceder a lo que es dominio misterioso de Dios. "Mi Padre te lo ha revelado."
"Y vosotros ¿quién decís que soy yo?". Este interrogante nos sitúa en el centro de la fe: y además se puede ampliar a su cuerpo místico, porque además Cristo continúa presente en la Iglesia; ésta es Cristo vivo. La respuesta de la fe es una respuesta a la Iglesia. La respuesta no es fácil.
Hoy ponemos los ojos ante dos apóstoles que son columnas de la Iglesia. El Papa de Roma, que continúa el ministerio apostólico de confirmar en la fe a los hermanos, es para nosotros, como dice el Concilio Vaticano II, "el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, tanto de los obispos como de la muchedumbre de los fieles" (LG 23). Jesús edificó sobre la Roca de Pedro a todos los obispos de Roma y por eso vemos en el Santo Padre la imagen cercana, segura y querida de Cristo Buen Pastor entre nosotros. La colecta -el tradicional Óbolo de San Pedro- de este último domingo de junio, destinada a sufragar los servicios pastorales de la Santa Sede, de los que salen beneficiadas todas las diócesis del mundo, es expresión de esta unidad, para colaborar con el ministerio apostólico del Papa, para rezar por él y ayudarle con nuestra limosna.
Jesús, llamas a Cefas Pedro, es decir, "roca". En el Antiguo Testamento se llama "roca" a Yavé, también a Abrahán (Is 51,1ss). Yavé es roca por su fidelidad, porque no le falla al creyente que funda en él su vida. Abrahán y Pedro sólo pueden ser roca por su fe y por su confianza en Dios. Jesús, eliges a Pedro como fundamento de tu iglesia. Quieres construir algo nuevo desde el fundamento; y el poder de la muerte no puede nada contra ella. Nos prometes que tu Iglesia sobrevivirá, no obstante las fuerzas de la destrucción y de la muerte. Poseer "las llaves" en sentido bíblico significa tener autoridad suprema en la casa, en este caso, dentro de la Iglesia. "Atar y desatar" se refiere a la potestad de interpretar auténticamente una ley o una doctrina; pero, sobre todo, a la de expulsar y admitir en la comunidad eclesial. Todo ese poder debe ejercerse con un espíritu de servicio, sin olvidar que la iglesia es de Cristo, y que el fundamento de cualquier fundamento es, en definitiva, el Señor (“Eucaristía 1987”).
2. En la primera lectura (Hch 12,1-11) Lucas presenta a Pedro viviendo una experiencia salvífica. Recuerda la salida de Egipto, y la Pasión y Resurrección de Jesús. De Pascua y de noche; con una intervención milagrosa del ángel del Señor cuando está en la cárcel, bajo custodia, probablemente en la Torre Antonia, en la misma cárcel en la que estaría preso también San Pablo con el tiempo. Pedro ha sido encadenado a sus dos guardianes, que responderían con su propia vida de la seguridad del reo. La pequeña comunidad cristiana de Jerusalén está reunida seguramente en casa de María, la madre de Marcos evangelista, en donde Jesús había celebrado la Cena con sus discípulos. Así que la oración de la comunidad acompaña a Pedro en su angustia durante toda aquella noche, a Pedro, que no supo velar en Getsemaní para acompañar a Jesús en su oración angustiada. Y Dios libró a Pedro de la expectación de los judíos y de la política de Herodes. Todo este relato de la liberación de Pedro se desarrolla con la ayuda de Dios (“Eucaristía 1976”).
Si el afligido invoca al Señor él lo escucha y lo salva de sus angustias”, "el ángel del Señor acampa cerca de sus fieles”. El Salmo 33 es un canto de acción de gracias. Son muchos los beneficios que el salmista ha recibido del Señor y se ve en la necesidad de agradecérselos. Nos recuerda el comienzo del Magníficat de María: "Bendigo al Señor en todo momento... mi alma se gloría en el Señor..." El autor invita a los humildes a que le escuchen y se alegren, y también ellos se sumen a su alabanza: "Proclamad conmigo la grandeza del Señor, ensalcemos juntos su nombre". Vemos la bondad y condescendencia de Dios. Dios se inclina hacia nosotros, nos escucha, y nos responde y libra de todas nuestras ansias, de todo mal y angustia. "Yo consulté al Señor y me respondió". Por esto se exhorta: "Contempladlo y quedaréis radiantes": mirar a Dios es mirar la luz y por tanto, reflejarla (como Moisés y Esteban).
Quien camina en la luz se halla iluminado, irradia él mismo luz, luz de alegría, de confianza, de seguridad. La frente de los justos no tiene de qué avergonzarse, puede ir siempre alta. "El ángel del Señor acampa en torno a los fieles": manera poética de expresar la protección divina y su providencia. Donde los otros caen, tropiezan o se encallan, el justo lo supera sin dificultad. Es lo que llamaríamos convertir las dificultades en oportunidades. Aquello que es insoportable e inexplicable para los demás, resulta ligero y suave para él: porque el ángel del Señor está con él, lo defiende y ayuda. Lo dirá también Jesús: "Mi yugo es suave y mi carga ligera" (Mt 11,30).
3. Pablo nos dice (Tm 4,6-8.17-18) que entiende su muerte próxima como un sacrificio de libación que ofrece a Dios y en el que va a ser derramada su sangre, también como un retorno a la casa paterna. Juan Pablo II también decía ante su muerte: “dejadme ir a la casa del Padre”. Señor, que yo sepa también aceptar serena y confiadamente la muerte, sabiendo que se vive y se muere siempre para ti. Consciente de haber alcanzado la meta de su vida, Pablo lanza una mirada retrospectiva sobre ella y se goza como atleta que ha vencido en la carrera. Ha vivido esforzadamente y ha conseguido mantener viva y encendida la antorcha de la fe. En este momento de plenitud mira también hacia adelante y espera recibir la corona de justicia de manos del Señor. Pues el triunfo de Pablo es el triunfo del Señor, cuya fuerza se ha manifestado en medio de la debilidad y los apuros de quien le ha servido (“Eucaristía 1976”).
Llucià Pou Sabaté

lunes, 27 de junio de 2016

Martes semana 13 de tiempo ordinario; año par

Martes de la semana 13 de tiempo ordinario; año par

Dios parece que calla ante males del mundo, pero nos damos cuenta que acude a nuestra ayuda cuando le invocamos con fe
«Subiendo después a una barca, le siguieron sus discípulos. Y he aquí que se levantó en el mar una tempestad tan grande que las olas cubrían la barca; pero él dormía. Y se acercaron y le despertaron diciendo: ¡Señor, sálvanos que perecemos! Jesús les respondió: ¿Por qué teméis, hombres de poca fe? Entonces, levantándose, increpó a los vientos y al mar y se produjo una gran bonanza. Los hombres se admiraron y dijeron: ¿Quién es éste que hasta los vientos y el mar le obedecen?» (Mateo 8, 23-27).
1. –“Subió Jesús a la barca y sus discípulos lo siguieron”. La palabra "seguir" tiene un sentido de entrar en la barca contigo, Jesús, meterse en esa aventura divina, con plena conciencia de los riesgos y renuncias a los que hay que atenerse. Eres tú, Señor, que nos dices: "Seguidme".
-“De pronto se levantó un temporal tan fuerte que la barca desaparecía entre las olas”. A veces la cruz aparece en forma de enfermedad, o de contradicciones, fracasos o penas de todo tipo. Y da miedo. En griego dice: "He aquí que sobrevino un gran seísmo", un temporal violento que hace temblar la tierra y que en suelo firme ya resulta horroroso, pero en una frágil barquilla lo es mucho más. El Lago de Galilea tiene fama de violentas tempestades, causadas por vientos que encajonados entre las montañas soplan muy fuertes sobre el agua.
-“Y Jesús dormía”. Hay sin duda un simbolismo que quieres subrayar, Señor: en la historia del mundo, de mi vida, a veces parece que Dios calla: ¡Dios duerme!... y nos preguntamos: ¿por qué no te manifiestas, Señor, para calmar las "tempestades", en las que tu Iglesia, que el mundo, parecen próximos a naufragar? ¿Por qué, Señor no intervienes en mi vida para salvarme de tal o cual cosa?
-“Se acercaron los discípulos y lo despertaron gritándole: "Sálvanos, Señor, que nos hundimos"”. Una oración que es nuestra muchas veces: “Señor, ¡sálvame!”
-“Jesús les dijo: "¿Por qué tenéis miedo? ¡Que poca fe!"” Es la respuesta del Señor, el núcleo de este relato: la fe nos salva. Jesús, nos das confianza: "No tengáis miedo". La fe nos quita el miedo: todo irá bien. Lo mejor está siempre por llegar. De ese mal Dios sacará algo bueno, si no –como buen Padre- no hubiera permitido que pasara aquello. En la más negra noche, amanece Dios. Dios aprieta pero no ahoga. Cuando me sienta desolado, Señor, que me arrastre la fe en ti, que me sienta seguro en tus brazos, que me sepa abandonar de verdad.
-“Entonces Jesús se puso en pie, increpó a los vientos y al lago y sobrevino una gran calma. Aquellos hombres se preguntaban admirados: "¿Quién será éste que hasta el viento y el mar le obedecen?"” Señor, en tus manos está la vida y la muerte, tienes el poder creador de Dios. Todo le obedece: las enfermedades, los demonios, los elementos. No me preocuparé de nada de lo qué pasa en el mar de la vida y sus tempestades: me ocuparé de todas esas cosas, pero sabiendo que tú estás en la barca, en mi vida... en la barca de la Iglesia... que contigo estoy seguro. ¡Señor, suprime todo temor y todo miedo en mí! (Noel Quesson).
«Los problemas que antes te acogotaban te parecían altísimas cordilleras  han desaparecido por completo, se han resuelto a lo divino, como cuando el Señor mandó a los vientos y a las aguas que se calmaran. / ¡Y pensar que todavía dudabas!» (J. Escrivá,Surco 119).
Y ahora, cuando la tempestad está calmada, me admiro de tu poder como los apóstoles, que «se admiraron y dijeron: ¿Quién es éste que hasta los vientos y el mar le obedecen?»
Eres hombre y Dios, Jesús. Y al calmar el viento y el mar, muestras el poder de tu divinidad de modo que la gente se pregunta: «¿quién es éste?» Yo te confieso como el Hijo de Dios que se ha hecho hombre para que los hombres podamos ser hijos de Dios (Pablo Cardona).
Confieso que «la nave es la Iglesia, en la que Jesucristo atraviesa con los suyos el mar de esta vida, calmando las aguas de las persecuciones» (Santo Tomás).
Te pido, señor, fe para creer que tú viajas en mi barca... en la barca de la Iglesia... ver que la tempestad son los acontecimientos históricos que ponen en peligro el mundo, la iglesia, mi vida… llegar a descubrir y admirar tu presencia honda, secreta y misteriosa en mi vida. Te pido fe viva, para que mi vida esté metida en este ambiente sobrenatural que es lo más natural del diario vivir del cristiano. La visión sobrenatural no es una imaginación, sino la gran verdad de la vida humana. Quien no tenga ojos de fe, no descubrirá nunca las bellezas de la vida.
2. El profeta Amós se encara valientemente con los dirigentes del pueblo israelita: «os tomaré cuentas por vuestros pecados... Prepárate a encararte con tu Dios». Dios les exige más que a los demás pueblos, porque también ha multiplicado con ellos, más que con ningún otro pueblo, sus signos de predilección (J. Aldazábal). Amós afirma con un vigor no superado, la igualdad de todas las razas y de todas las naciones ante la justicia y la misericordia de Dios. Amós invita a profundizar la idea de Alianza: maestro de todos los pueblos, fiador de todas las conciencias humanas. Llevo a la oración mi responsabilidad particular, pues según los dones de Dios se me pedirá cuenta.
-“Ha hablado el Señor: ¿quién podría rehusar ser su profeta?” Cuando Dios habla, ¿quién podría resistirle? Señor, danos esa fe de que eres Tú quien nos llama en nuestras vidas. Que tenga visión sobrenatural, y no caiga en engaños del azar, de las influencias psicológicas, de los condicionamientos... haz que sintamos, Señor, todo lo que hay de trascendente en ciertas llamadas que oímos, en unos compromisos que nos solicitan. Efectivamente, nada menos que el Señor Dios es quien nos habla en esos instantes: ¿quién podría rehusar su llamada?
-“¿Ruge el león en la selva, sin que haya presa para él? ¿Cae el pájaro en el lazo sin que haya un cebo que le atraiga? ¿Suena el cuerno en una ciudad sin que se alarme el pueblo? ¿Llega el infortunio a una ciudad sin que el Señor sea el autor? El león ha rugido, ¿quién puede no espantarse? Dios ha hablado, ¿quién podría rehusar ser su profeta?” Imágenes vivas, experiencia de un hombre que ha hallado a Dios. No dice qué pasó, pero sí que fue como un rugido de león, como un cuerno que suena, como una trampa que se dispara. En cuanto a mí, ¿cuál es mi vocación? ¿Qué "rugido" de Dios he percibido? ¿Qué hay de irresistible en mi vida? ¿A qué tiendo a resistirme?
-“¡Prepárate Israel a encontrar a tu Dios!” «¡Prepárate... a encontrarte con tu Dios!» Dios no habita en lo alto, allá lejos. Se le encuentra en cada llamada de nuestra conciencia, en el hondón mismo de nuestras vidas. Cada instante nos trae una voluntad, un querer del Señor. ¡Prepárate a encontrarte con tu Dios! En la vida corriente se puede esquivar ese "encuentro", o bien no darse cuenta. ¡Cuán hábiles somos a cerrar los ojos y los oídos! (Noel Quesson).
3. Como dice el salmo, dirigiéndose a Dios, «tú no eres un Dios que ame la maldad, ni el malvado es tu huésped: al hombre sanguinario y traicionero lo aborrece el Señor». Nos llegan muchas voces falsas, pero tú, Señor, nos vas guiando con tus sacramentos, con los pastores de la Iglesia nos vas diciendo: «Escuchad esta palabra que dice el Señor, hijos de Israel».
No quiero sentirme salvado por mis fuerzas, sino por tu misericordia, Señor, con humildad (J. Aldazábal): «pero yo, por tu gran bondad, entraré en tu casa, me postraré ante tu templo santo con toda reverencia».
Santa María, ayúdame a tener la fe que tú has tenido, a dejarme llevar por la palabra de Dios. Así, todo irá bien.
Llucià Pou Sabaté
San Ireneo, obispo y mártir

Benedicto XVI presenta a San Ireneo de Lyon
miércoles, 28 marzo 2007
Queridos hermanos y hermanas:
En las catequesis sobre las grandes figuras de la Iglesia de los primeros siglos llegamos hoy a la personalidad eminente de san Ireneo de Lyon. Sus noticias biográficas nos vienen de su mismo testimonio, que nos ha llegado hasta nosotros gracias a Eusebio en el quinto libro de la «Historia eclesiástica».
Ireneo nació con toda probabilidad en Esmirna (hoy Izmir, en Turquía) entre los años 135 y 140, donde en su juventud fue alumno del obispo Policarpo, quien a su vez era discípulo del apóstol Juan. No sabemos cuándo se transfirió de Asia Menor a Galia, pero la mudanza debió coincidir con los primeros desarrollos de la comunidad cristiana de Lyon: allí, en el año 177, encontramos a Ireneo en el colegio de los presbíteros. Precisamente en ese año fue enviado a Roma para llevar una carta de la comunidad de Lyon al Papa Eleuterio. La misión romana evitó a Ireneo la persecución de Marco Aurelio, en la que cayeron al menos 48 mártires, entre los que se encontraba el mismo obispo de Lyon, Potino, de noventa años, fallecido a causa de los malos tratos en la cárcel. De este modo, a su regreso, Ireneo fue elegido obispo de la ciudad. El nuevo pastor se dedicó totalmente al ministerio episcopal, que se concluyó hacia el año 202- 203, quizá con el martirio.
Ireneo es ante todo un hombre de fe y un pastor. Del buen pastor tiene la prudencia, la riqueza de doctrina, el ardor misionero. Como escritor, busca un doble objetivo: defender la verdadera doctrina de los asaltos de los herejes, y exponer con claridad la verdad de la fe. A estos dos objetivos responden exactamente las dos obras que nos quedan de él: los cinco libros «Contra las herejías» y «La exposición de la predicación
apostólica», que puede ser considerada también como el «catecismo de la doctrina cristiana» más antiguo. En definitiva, Ireneo es el campeón de la lucha contra las herejías.
La Iglesia del siglo II estaba amenazada por la «gnosis», una doctrina que afirmaba que la fe enseñada por la Iglesia no era más que un simbolismo para los sencillos, pues no son capaces de comprender cosas difíciles; por el contrario, los iniciados, los intelectuales --se llamaban «gnósticos»-- podrían comprender lo que se escondía detrás de estos símbolos y de este modo formarían un cristianismo de élite, intelectualista.
Obviamente este cristianismo intelectualista se fragmentaba cada vez más en diferentes corrientes con pensamientos con frecuencia extraños y extravagantes, pero atrayentes para muchas personas. Un elemento común de estas diferentes corrientes era el dualismo, es decir, se negaba la fe en el único Dios Padre de todos, creador y salvador del hombre y del mundo. Para explicar el mal en el mundo, afirmaban la existencia junto al Dios bueno de un principio negativo. Este principio negativo habría producido las cosas materiales, la materia.
Arraigándose firmemente en la doctrina bíblica de la creación, Ireneo refuta el dualismo y el pesimismo gnóstico que devalúan las realidades corporales. Reivindica con decisión la originaria santidad de la materia, del cuerpo, de la carne, al igual que del espíritu. Pero su obra va mucho más allá de la confutación de la herejía: se puede decir, de hecho, que se presenta como el primer gran teólogo de la Iglesia, que creó la teología sistemática; él mismo habla del sistema de la teología, es decir, de la coherencia interna de toda la fe. En el centro de su doctrina está la cuestión de la «regla de la fe» y de su transmisión. Para Ireneo la «regla de la fe» coincide en la práctica con el «Credo» de los apóstoles, y nos da la clave para interpretar el Evangelio, para interpretar el Credo a la luz del Evangelio. El símbolo apostólico, que es una especie de síntesis del Evangelio, nos ayuda a comprender lo que quiere decir, la manera en que tenemos que leer el mismo Evangelio.
De hecho, el Evangelio predicado por Ireneo es el que recibió de Policarpo, obispo de Esmirna, y el Evangelio de Policarpo se remonta al apóstol Juan, de quien Policarpo era discípulo. De este modo, la verdadera enseñanza no es la inventada por los intelectuales, superando la fe sencilla de la Iglesia. El verdadero Evangelio es el impartido por los obispos que lo han recibido gracias a una cadena interrumpida que procede de los apóstoles. Éstos no han enseñado otra cosa que esta fe sencilla, que es también la verdadera profundidad de la revelación de Dios. De este modo, nos dice Ireneo, no hay una doctrina secreta detrás del Credo común de la Iglesia. No hay un cristianismo superior para intelectuales. La fe confesada públicamente por la Iglesia es la fe común de todos. Sólo es apostólica esta fe, procede de los apóstoles, es decir, de Jesús y de Dios.
Al adherir a esta fe transmitida públicamente por los apóstoles a sus sucesores, los cristianos tienen que observar lo que dicen los obispos, tienen que considerar específicamente la enseñanza de la Iglesia de Roma, preeminente y antiquísima. Esta Iglesia, a causa de su antigüedad, tiene la mayor apostolicidad: de hecho, tiene su origen en las columnas del colegio apostólico, Pedro y Pablo. Con la Iglesia de Roma tienen que estar en armonía todas las Iglesias, reconociendo en ella la medida de la verdadera tradición apostólica, de la única fe común de la Iglesia. Con estos argumentos, resumidos aquí de manera sumamente breve, Ireneo confuta en sus fundamentos las pretensiones de estos gnósticos, de estos intelectuales: ante todo, no poseen una verdad que sería superior a la de la fe común, pues lo que dicen no es de origen apostólico, se
lo han inventado ellos; en segundo lugar, la verdad y la salvación no son privilegio y monopolio de pocos, sino que todos las pueden alcanzar a través de la predicación de los sucesores de los apóstoles, y sobre todo del obispo de Roma. En particular, al polemizar con el carácter «secreto» de la tradición gnóstica, y al constatar sus múltiples conclusiones contradictorias entre sí, Ireneo se preocupa por ilustrar el concepto
genuino de Tradición apostólica, que podemos resumir en tres puntos.
a) La Tradición apostólica es «pública», no privada o secreta. Para Ireneo no hay duda alguna de que el contenido de la fe transmitida por la Iglesia es el recibido de los apóstoles y de Jesús, el Hijo de Dios. No hay otra enseñanza. Por tanto, a quien quiere conocer la verdadera doctrina le basta conocer «la Tradición que procede de los apóstoles y la fe anunciada a los hombres»: tradición y fe que «nos han llegado a través de la sucesión de los obispos» («Contra las herejías» 3, 3 , 3-4). De este modo, coinciden sucesión de los obispos, principio personal, Tradición apostólica y principio doctrinal.
b) La Tradición apostólica es «única». Mientras el gnosticismo se divide en numerosas sectas, la Tradición de la Iglesia es única en sus contenidos fundamentales que, como hemos visto, Ireneo llama «regula fidei» o «veritatis»: y dado que es única, crea unidad a través de los pueblos, a través de las diferentes culturas, a través de pueblos diferentes; es un contenido común como la verdad, a pesar de las diferentes lenguas y culturas. Hay una expresión preciosa de san Ireneo en el libro «Contra las herejías»: «La Iglesia que recibe esta predicación y esta fe [de los apóstoles], a pesar de estar diseminada en el mundo entero, la guarda con cuidado, como si habitase en una casa única; cree igualmente a todo esto, como quien tiene una sola alma y un mismo corazón; y predica todo esto con una sola voz, y así lo enseña y trasmite como si tuviese una sola boca. Pues si bien las lenguas en el mundo son diversas, única y siempre la misma es la fuerza de la tradición. Las iglesias que están en las Germanias no creen diversamente, ni trasmiten otra cosa las iglesias de las Hiberias, ni las que existen entre los celtas, ni las de Oriente, ni las de Egipto ni las de Libia, ni las que están en el centro del mundo» (1, 10, 1-2). Ya en ese momento, nos encontramos en el año 200, se puede ver la universalidad de la Iglesia, su catolicidad y la fuerza unificadora de la verdad, que une estas realidades tan diferentes, de Alemania a España, de Italia a Egipto y Libia, en la común verdad que nos reveló Cristo.
c) Por último, la Tradición apostólica es como él dice en griego, la lengua en la que escribió su libro, «pneumática», es decir, espiritual, guiada por el Espíritu Santo: en griego, se dice «pneuma». No se trata de una transmisión confiada a la capacidad de los hombres más o menos instruidos, sino al Espíritu de Dios, que garantiza la fidelidad de la transmisión de la fe. Esta es la «vida» de la Iglesia, que la hace siempre joven, es decir, fecunda de muchos carismas. Iglesia y Espíritu para Ireneo son inseparables: «Esta fe», leemos en el tercer libro de «Contra las herejías», «la hemos recibido de la Iglesia y la custodiamos: la fe, por obra del Espíritu de Dios, como depósito precioso custodiado en una vasija de valor rejuvenece siempre y hace rejuvenecer también a la vasija que la contiene… Donde está la Iglesia, allí está el Espíritu de Dios; y donde está el Espíritu de Dios, allí está la Iglesia y toda gracia» (3, 24, 1).
Como se puede ver, Ireneo no se limita a definir el concepto de Tradición. Su tradición, la Tradición ininterrumpida, no es tradicionalismo, pues esta Tradición siempre está internamente vivificada por el Espíritu Santo, que la hace vivir de nuevo, hace que pueda ser interpretada y comprendida en la vitalidad de la Iglesia. Según su enseñanza, la fe de la Iglesia debe ser transmitida de manera que aparezca como tiene que ser, es decir, «pública», «única», «pneumática», «espiritual». A partir de cada una de estas características, se puede llegar a un fecundo discernimiento sobre la auténtica transmisión de la fe en el hoy de la Iglesia. Más en general, según la doctrina de Ireneo, la dignidad del hombre, cuerpo y alma, está firmemente anclada en la creación divina, en la imagen de Cristo y en la obra permanente de santificación de Espíritu. Esta doctrina es como una «senda maestra» para aclarar a todas las personas de buena voluntad el objeto y los confines del diálogo sobre los valores, y para dar un empuje siempre nuevo a la acción misionera de la Iglesia, a la fuerza de la verdad que es la fuente de todos los auténticos valores del mundo.


28-Junio. San Pedro y San Pablo. Víspera
«Después de haber comido, Jesús dijo a Simón Pedro: Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos? Le respondió: Sí, Señor; tú sabes que te amo. Le dijo: Apacienta mis corderos. De nuevo le preguntó por segunda vez: Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Le respondió: Sí, Señor; tú sabes que te amo. Le dijo: Pastorea mis ovejas. Le preguntó por tercera vez: Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Pedro se entristeció porque le preguntó por tercera vez si le amaba, y le respondió: Señor; tú lo sabes todo. Tú sabes que te amo. Le dijo Jesús: Apacienta mis ovejas. En verdad, en verdad te digo: cuando eras más joven te ceñías tú mismo e ibas a donde querías; pero cuando envejezcas extenderás tus manos y otro te ceñirá y llevará a donde no quieras. Esto lo dijo indicando con qué muerte había de glorificar a Dios. Y dicho esto, añadió: Sígueme.» (Juan 21, 15-19)

1º. Jesús, desde el primer momento has ido preparando a Pedro para ser la cabeza de tu Iglesia cuando Tú no estés.
Le has cambiado el nombre de Simón por el de Pedro -piedra- porque «sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella» (Mateo 16,18).
Que me dé cuenta de la misión tan fundamental que tiene el Papa, sea quien sea, como sucesor de Pedro: él ha de ser pastor de tus ovejas.
Toda la Iglesia se apoya en él, en su unión contigo, en su santidad.
«Jesús ha confiado a Pedro una autoridad específica: «A ti te daré las llaves del Reino de los cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos». El poder de las llaves designa la autoridad para gobernar la casa de Dios, que es la Iglesia. Jesús, «el Buen Pastor» confirmó este encargo después de su resurrección: «Apacienta mis ovejas». El poder de «atar y desatar» significa la autoridad para absolver los pecados, pronunciar sentencias doctrinales y tomar decisiones disciplinares en la Iglesia. Jesús confió esta autoridad a la Iglesia por el ministerio de los apóstoles y particularmente por el de Pedro, el único a quien Él confió explícitamente las llaves del Reino» (CEC.-553).
Jesús, pones a Pedro una condición antes de confiarle la Iglesia: «¿me amas más que éstos?»
No es que los demás te amen poco, sino que es tal la responsabilidad y el ejemplo que se le pide a Pedro, que es necesario que sea santo.
Por eso tengo el deber de pedir cada día por él.
Jesús, te pido por el Papa actual: por su persona; por sus intenciones; por sus necesidades espirituales y también corporales.
2º. «El Señor convirtió a Pedro -que le había negado tres veces- sin dirigirle ni siquiera un reproche: con una mirada de Amor
-Con esos mismos ojos nos mira Jesús, después de nuestras caídas. Ojalá podamos decirle, como Pedro: «¡Señor; Tú lo sabes todo; Tú sabes que te amo!», y cambiemos de vida» (Surco.-964).
«Señor, tú lo sabes todo. Tú sabes que te amo.»
¡Qué buena jaculatoria para repetirla por dentro muchas veces!
Jesús, a pesar de mi fragilidad, a pesar de que a veces no puedo con mi carácter o con mis defectos, «Tú sabes que te amo. Tú lo sabes todo,» y ves que lucho, que me esfuerzo, que te pido perdón.
«Tú sabes que te amo,» pero todavía te amo poco, y por eso en ocasiones las tentaciones me vencen.
¡Aumenta mi capacidad de amar!
Y para ello, Jesús, aumenta mi capacidad de sacrificio, de entrega.
Jesús, veo que hay dos posibles móviles en la vida interior: hacer las cosas porque me siento bien cuando las hago, porque me interesan o me emocionan; o hacer lo que creo que Tú me pides simplemente por agradarte a Ti, tenga yo más o menos ganas de hacerlo.
El móvil que demuestra un amor más verdadero es el segundo, y es el que me pides tres y mil veces con la pregunta: ¿me amas?
Jesús, me estás mirando con una mirada de Amor; con ojos de Padre, de hermano mayor.
Que sepa descubrir siempre esa mirada, incluso cuando te haya traicionado, cuando te haya abandonado.
Que sepa mirarte a los ojos y decirte: «¡Tú sabes que te amo!...,» y cambie de vida.
Porque si no pusiera los medios para cambiar lo que hago mal, mi amor a Ti sería falso.