jueves, 4 de febrero de 2016

Viernes de la semana 4 de Tiempo Ordinario; año par

Viernes de la semana 4 de tiempo ordinario; año par

David fue fiel a pesar de sus pecados, pues confió en la fidelidad de Dios. También Juan Bautista fue fiel hasta el martirio, y a nosotros se nos pide fidelidad
“El rey Herodes oyó hablar de Jesús, porque su fama se había extendido por todas partes. Algunos decían: "Juan el Bautista ha resucitado, y por eso se manifiestan en él poderes milagrosos: Otros afirmaban: "Es Elías". Y otros: "Es un profeta como los antiguos". Pero Herodes, al oír todo esto, decía: "Este hombre es Juan, a quien yo mandé decapitar y que ha resucitado". Herodes, en efecto, había hecho arrestar y encarcelar a Juan a causa de Herodías, la mujer de su hermano Felipe, con la que se había casado. Porque Juan decía a Herodes: "No te es lícito tener a la mujer de tu hermano". Herodías odiaba a Juan e intentaba matarlo, pero no podía, porque Herodes lo respetaba, sabiendo que era un hombre justo y santo, y lo protegía. Cuando lo oía quedaba perplejo, pero lo escuchaba con gusto. Un día se presentó la ocasión favorable. Herodes festejaba su cumpleaños, ofreciendo un banquete a sus dignatarios, a sus oficiales y a los notables de Galilea. La hija de Herodías salió a bailar, y agradó tanto a Herodes y a sus convidados, que el rey dijo a la joven: "Pídeme lo que quieras y te lo daré". Y le aseguró bajo juramento: "Te daré cualquier cosa que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino". Ella fue a preguntar a su madre: "¿Qué debo pedirle?". "La cabeza de Juan el Bautista", respondió esta. La joven volvió rápidamente adonde estaba el rey y le hizo este pedido: "Quiero que me traigas ahora mismo, sobre una bandeja, la cabeza de Juan el Bautista". El rey se entristeció mucho, pero a causa de su juramento, y por los convidados, no quiso contrariarla. En seguida mandó a un guardia que trajera la cabeza de Juan. El guardia fue a la cárcel y le cortó la cabeza. Después la trajo sobre una bandeja, la entregó a la joven y esta se la dio a su madre. Cuando los discípulos de Juan lo supieron, fueron a recoger el cadáver y lo sepultaron”(Marcos 6,14-29).
1. La figura de Juan el Bautista es admirable por su ejemplo de entereza en la defensa de la verdad y su valentía en la denuncia del mal. De la muerte del Bautista habla también Flavio Josefo («Antigüedades judaicas» 18), que la atribuye al miedo que Herodes tenía de que pudiera haber una revuelta política incontrolable en torno a Juan. Marcos nos presenta un motivo más concreto: el Bautista fue ejecutado como venganza de una mujer despechada, porque el profeta había denunciado públicamente su unión con Herodes: «Juan le decía que no le era lícito tener la mujer de su hermano».
Herodes apreciaba a Juan, a pesar de esa denuncia, y le «respetaba, sabiendo que era un hombre honrado y santo». Pero la debilidad de este rey voluble y las intrigas de la mujer y de su hija acabaron con la vida del último profeta del Antiguo Testamento, el precursor del Mesías, la persona que Jesús dijo que era el mayor de los nacidos de mujer. Como Elías había sido perseguido por Ajab, rey débil, instigado por su mujer Jezabel, así ahora Herodes, débil, se convierte en instrumento de la venganza de una mujer, Herodías.
Herodes había accedido a la petición que le había hecho la hija de Herodías, instigada por su madre, cuando, en un banquete —después de la danza que había complacido al rey— ante los invitados juró a la bailarina darle aquello que le pidiera. «¿Qué voy a pedir?», pregunta a la madre, que le responde: «La cabeza de Juan el Bautista». Y el reyezuelo hace ejecutar al Bautista. Era un juramento que de ninguna manera le obligaba, ya que era cosa mala, contra la justicia y contra la conciencia. Una vez más, la experiencia enseña que una virtud ha de ir unida a todas las otras, y todas han de crecer orgánicamente, como los dedos de una mano. Y también que cuando se incurre en un vicio, viene después la procesión de los otros (Ferran Blasi Birbe).
De Juan aprendemos sobre todo su reciedumbre de carácter y la coherencia de su vida con lo que predicaba. El Bautista había ido siempre con la verdad por delante, en su predicación al pueblo, a los fariseos, a los publicanos, a los soldados. Ahora está en la cárcel por lo mismo.
Preparó los caminos del Mesías, Jesús. Predicó incansablemente, y con brío, la conversión. Mostró claramente al Mesías cuando apareció. No quiso usurpar ningún papel que no le correspondiera: «él tiene que crecer y yo menguar», «no soy digno ni de desatarle las sandalias».
Vivir en la verdad, ser profeta, denunciar el mal, puede llevar consigo la persecución y la muerte: así también el Bautista, y Jesús mismo, los apóstoles después de la Pascua, y los profetas de todos los tiempos. Tal vez nosotros no llegaremos a estar amenazados de muerte. Pero sí somos invitados a seguir dando un testimonio coherente y profético, a anunciar la Buena Noticia de la salvación con nuestras palabras y con nuestra vida. Habrá ocasiones en que también tendremos que denunciar el mal allí donde existe. Lo haremos con palabras valientes, pero sobre todo con una vida coherente que, ella misma, sea como un signo profético en medio de un mundo que persigue valores que no lo son, o que levanta altares a dioses falsos (J. Aldazábal).
Este ejemplo nos tiene que mostrar que nada ha de ser más importante que la voluntad de Dios. Agradar a los hombres no sirve para mucho... Por tanto, con todos los amigos de Dios, muramos a nuestros pecados y a nuestras preocupaciones, aplastemos nuestro amor propio desviado y procuremos que crezca en nosotros el amor ardiente a Cristo” (Lansperge).
Humanamente, aparentemente, es un fracaso; la misión siempre lleva consigo: "Como trataron al maestro, así también seréis tratados." Ha enviado Jesús a los discípulos, por distintos sitios de Palestina, donde predican el Reino… y en ese momento se nos cuenta que “el rey Herodes oyó hablar de Jesús, pues su nombre iba adquiriendo celebridad”.
-“Y Herodes decía: "Es Juan Bautista que ha resucitado..." otros decían: "Es Elías".' Y otros: "Es un profeta como uno de tantos..."” Los adversarios dirán que está loco o poseso, y el pueblo lo tiene por alguien grande, es "un profeta". Y yo, ¿qué es lo que digo de Jesús? Para mí, ¿quién eres Tú, Señor? ¡La pregunta sobre Cristo sigue siendo actual hoy también! Después de “Jesucrist superstar” vemos a muchos que admiran su figura, pero no abarcan su misterio como Dios. Señor, danos la Fe. Señor, aun en medio de nuestras dudas; conserva nuestras mentes disponibles y abiertas a nuevos y más profundos descubrimientos. ¡Revélate! Arrástranos en tu seguimiento hasta tu abismo, hasta la región inaccesib1e a nuestras exploraciones humanas, hasta el misterio de tu ser. Pero para ello se precisa una lenta, frecuente y perseverante relación. Una enamorada no descubre en un solo día todas las cualidades de la persona amada. ¿Cuánto tiempo paso cada día con Cristo? ¿Por qué me extraña pues que te conozca tan poco?
-“Herodes pues habiendo oído hablar de Jesús, decía: "Juan, aquel a quien hice decapitar, ha resucitado..."” A menudo es a través de la voz de la conciencia que Dios se insinúa a los hombres. Herodes no está orgulloso de su conducta: ¡ha matado injustamente! Esto le inquieta. Jesús despierta su conciencia adormecida: ¿la escuchará? ¿Escucho yo mi conciencia? (Noel Quesson).
2. El canto de Ben Sira resume lo que representa David para la historia de este pueblo de Israel, y para nosotros, pues Jesús nació de él: es «hijo de David». Fue decisiva su obra en la vida política y social de su pueblo, y también en la vida religiosa. Podemos espejearnos en él, en cuanto a los aciertos y los fallos, en cuanto a las actitudes cara a Dios y a los demás. Tenemos alguna de sus cualidades -buen corazón, visión de fe- y por desgracia también alguno de sus defectos: momentos de debilidad pasional, métodos no siempre limpios de conseguir lo que pretendemos. Ojalá, en conjunto, se pueda resumir nuestra vida diciendo que, a pesar de nuestras debilidades y caídas, hemos tenido buena voluntad, hemos amado a Dios, le hemos cantado y celebrado, hemos confiado en él y hemos hecho el bien a nuestro alrededor, perdonando cuando había que perdonar. Que hemos sido buenas personas y buenos cristianos.
-“David fue elegido entre los hijos de Israel. Invocó al Señor Altísimo. Sus victorias humanas son presentadas como un «don de Dios», como un fruto de la oración. Si abatió la arrogancia de Goliat no fue por la fuerza de su brazo, al contrario, David era aquel pobre muchacho que esperaba sólo de Dios la victoria”. ¿Y yo?, ¿invoco al Señor Altísimo?
-David fue el «escogido» por Dios, el «ungido» del Señor... lo que en griego se traduce por «christos». Dios toma la iniciativa, Dios escoge. ¿Sé yo responder, corresponder? Todo cristiano es «otro Cristo».
-“En todas sus obras glorificó al Santo, al Altísimo. Con todo su corazón entonó himnos y amó a su Creador”. David salmista. David «cantor» de Dios. Poeta. Lo hemos contemplado exultando y danzando delante del Arca.
-“Ante el altar instituyó salmistas y con sus voces dio dulzura a los cantos. Dio esplendor a las solemnidades, y a las fiestas dio belleza y perfección”... La «fiesta» es esencial al hombre. La "alegría" es esencial al hombre. Por su resurrección, Cristo instituyó una «fiesta» en el corazón del hombre, al revelarle el sentido de su vida. ¿Tengo dentro de mí la alegría de la resurrección prometida? ¿Mi vida, es toda ella un canto? ¿Participo en la «liturgia» de la Iglesia? ¿Contribuyo a «dar esplendor a las solemnidades»?
-“Para que fuera una alabanza al nombre del Señor, y para que, desde la aurora, resonara el santuario”. La palabra «eucaristía», en griego, significa «acción de gracias", «alabanza». ¿Es mi vida entera una eucaristía? Todo el pueblo de Dios tiene un oficio sacerdotal: ofrecer a Dios el culto espiritual, la ofrenda de nuestra vida (Noel Quesson).
3. Resume bien la historia de David una de las estrofas del salmo de hoy: «Tú diste gran victoria a tu rey, tuviste misericordia de tu ungido, de David y su linaje por siempre». Con sus defectos y fallos David fue un gran hombre y un creyente, y Dios no le retiró su favor. Es una buena figura precursora del Mestas. «el hijo de David», Cristo Jesús.
Llucià Pou Sabaté
Santa Águeda, virgen y mártir. San Felipe de Jesús, mártir

SANTA ÁGUEDA, VIRGEN Y MÁRTIR
Santa Águeda poseía todo lo que una joven suele desear: Una familia  distinguida y belleza extraordinaria. Pero atesoraba mucho mas que todo su fe en Jesucristo. Así lo demostró cuando el Senador Quintianus se aprovechó de la persecución del emperador Decio  (250-253) contra los cristianos para intentar poseerla. Las propuestas del senador fueron resueltamente rechazadas por la joven virgen, que ya se había comprometido con otro esposo: Jesucristo.
Quintianus no se dio por vencido y la entregó en manos de Afrodisia, una mujer malvada, con la idea de que esta la sedujera con las tentaciones del mundo. Pero sus malas artes se vieron fustigadas por la virtud y la fidelidad a Cristo que demostró Santa Águeda.
Quintianus entonces, poseído por la ira, torturó a la joven virgen cruelmente, hasta llegar a ordenar que se le corten los senos. Es famosa respuesta de Santa Águeda: "Cruel tirano, ¿no te da vergüenza torturar en una mujer el mismo seno con el que de niño te alimentaste?". La santa fue consolada con una visión de San Pedro quién, milagrosamente, la sanó. Pero las torturas continuaron y al fin fue meritoria de la palma del martirio, siendo echada sobre carbones encendidos en Catania, Sicilia (Italia).
Según la tradición, en una erupción del volcán Etna, ocurrida un año después del martirio de Santa Águeda  (c.250), la lava se detuvo milagrosamente al pedir los pobladores del área la intercesión de la santa mártir. Por eso la ciudad de Catania la tiene como patrona y las regiones aledañas al Etna la invocan como patrona y protectora contra fuego, rayos y volcanes. Además de estos elementos, la iconografía de Santa Águeda suele presentar la palma (victoria del martirio), y algún símbolo o gesto que recuerde las torturas que padeció (ver imagen, arriba).
Tanto Catania como Palermo reclaman el honor de ser la cuna de Santa Águeda. En algunos lugares, el "pan de Santa Águeda" y agua son bendecidos durante la misa de su fiesta.
La Iglesia de Santa Águeda en Roma tiene una impresionante pintura de su martirio sobre el altar mayor.
Fuentes antiguas
Su oficio en el Breviario Romano se toma, en parte de las Actas de latinas de su martirio. (Acta SS., I, Feb., 595 sqq.). De la carta del Papa Gelasius (492-496) a un tal Obispo Victor (Thiel. Epist. Roman. Pont., 495) conocemos de una Basílica de Santa Águeda. Gregorio I (590-604) menciona que está en Roma (Epp., IV, 19; P.L., LXXVII, 688) y parece que fue este Papa quien  incluyó su nombre en el Canon de la Misa.
Solo conocemos con certeza histórica el hecho y la fecha de su martirio y la veneración pública con que se le honraba in la Iglesia primitiva.  Aparece en el Martyrologium Hieronymianum (ed. De Rossi y Duchesne, en el Acta SS., Nov. II, 17) y en el Martyrologium Carthaginiense que data del quinto o sexto siglo (Ruinart, Acta Sincera, Ratisbon, 1859, 634). En el siglo VI, Venantius Fortunatus la menciona en su poema sobre la virginidad como una de las celebradas vírgenes y mártires cristianas (Carm., VIII, 4, De Virginitate: Illic Euphemia pariter quoque plaudit Agathe Et Justina simul consociante Thecla. etc.).
Su bondad provenía del mismo Dios, fuente de todo bien
Del sermón de san Metodio, obispo de Sicilia, sobre santa Agueda
Analecta Bollandiana 68, 76-78
Hermanos, como sabéis, la conmemoración anual de esta santa mártir nos reúne en este lugar para celebrar principalmente su glorioso martirio, que pertenece ya al pasado, pero que es también actual, ya que también ahora continúa su victorioso combate por medio de los milagros divinos por los que es coronada de nuevo todos los días y recibe una incomparable gloria.
Es una virgen, porque nació del Verbo inmortal (quien también por mi causa gustó de la muerte en su carne) e indiviso Hijo de Dios, como afirma el teólogo Juan: A cuantos le recibieron, les da poder para ser hijos de Dios.
Esta mujer virgen, la que hoy os ha invitado a nuestro convite sagrado, es la mujer desposada con un solo esposo, Cristo, para decirlo con el mismo simbolismo nupcial que emplea el apóstol Pablo.
Una virgen que, con la lámpara siempre encendida, enrojecía y embellecía sus labios, mejillas y lengua con la púrpura de la sangre del verdadero y divino Cordero, y que no dejaba de recordar y meditar continuamente la muerte de su ardiente enamorado, como si la tuviera presente ante sus ojos.
De este modo, su mística vestidura es un testimonio que habla por sí mismo a todas las generaciones futuras, ya que lleva en sí la marca indeleble de la sangre de Cristo, de la que está impregnada, como también la blancura resplandeciente de su virginidad.
Águeda hizo honor a su nombre, que significa «buena»; ella fue en verdad buena por su identificación con el mismo Dios; fue buena para su divino Esposo y lo es también para nosotros, ya que su bondad provenía del mismo Dios, fuente de todo bien.
En efecto, ¿cuál es la causa suprema de toda bondad sino aquel que es el sumo bien? Por esto, difícilmente hallaríamos algo que mereciera, como Águeda, nuestros elogios y alabanzas.
Águeda, buena de nombre y por sus hechos; Águeda, cuyo nombre indica de antemano la bondad de sus obras maravillosas, y cuyas obras corresponden a la bondad de su nombre; Águeda, cuyo solo nombre es un estímulo para que todos acudan a ella, y que nos enseña también con su ejemplo a que todos pongamos el máximo empeño en llegar sin demora al bien verdadero, que es sólo Dios.
Bibliografía
-Butler, Vida de Santos, vol. IV.  México, D.F.: Collier’s International - John W. Clute, S.A., 1965.
-The Catholic Encyclopedia
-Kirsch, J. P., Saint Agatha, Catholic Encyclopedia,   Encyclopedia Press. 1913,
-Sgarbossa, Mario y Giovannini, Luigi. Un Santo Para Cada Día. Santa Fe de Bogotá: San Pablo. 1996.

SAN FELIPE DE JESUS, MÁRTIR
Nació en la ciudad de México entre 1572 y 1576. En su niñez era inquieto y travieso por lo que su aya decía, refiriéndose a un árbol de la casa: 'Antes la higuera seca reverdecerá, a que Felipillo llegue a ser santo'.
El joven Felipe entró en el noviciado de los franciscanos dieguinos, pero no resistió aquella vida y se escapó del convento. Regresó a su casa y ejerció el oficio de platero sin mucho éxito. Varios años más tarde, cuando había cumplido 18 años, su padre lo envió a las Islas Filipinas a probar fortuna.
Allí se estableció en la ciudad de Manila. Al principio estaba deslumbrado por los placeres, las riquezas y la vida mundana que ofrecía la ciudad, pero pronto sintió de nuevo la llamada del Señor: "Si quieres venir en pos de mí, renuncia a ti mismo, toma tu cruz y sígueme" (Mateo 16,24).
Felipe entró con los franciscanos de Manila. Esta vez ya había madurado y su conversión fue de todo corazón. Cambió su nombre al de Felipe de Jesús. Estudiaba y atendía a los enfermos y moribundos. Todo lo hacía con la dedicación de un hombre que vivía para Jesús. Un día sus superiores le anunciaron que ya se podía ordenar sacerdote. La ordenación sería en México, su ciudad natal, junto con su familia y amistades de infancia.
Con ese fin se embarcó con Fray Juan Pobre y otros franciscanos, rumbo a la Nueva España, hoy México; pero una gran tempestad desvió el barco hacia el Japón. En medio de la tormenta Felipe pudo observar una gran señal sobre ese país, una especie de cruz blanca, símbolo de su pronta victoria. El barco en que viajaba se vio golpeado por tres tifones (huracanes), encallando finalmente en las costas del Japón. Felipe interpretó su naufragio como una dicha. El mayor sueño de Felipe era la de convertirse en misionero en ese país. Podría entregarse más a Cristo trabajando duro por la conversión de los japoneses, y así lo hizo.
Llegando a tierra, inmediatamente se dio a la tarea de buscar el convento de los Franciscanos. San Francisco Javier y otros habían comenzado la evangelización del país. Allí estaban Fray Pedro Bautista y algunos hermanos de su provincia Franciscana de Filipinas.
Los frailes se dedicaron a la evangelización con buenos resultados, pero sobrevino la persecución del emperador Taicosama contra los cristianos. Felipe, por su calidad de náufrago, hubiera podido evitar honrosamente la prisión y los tormentos, como lo habían hecho Fray Pobre y otros compañeros de naufragio. Pero Felipe escogió el camino más estrecho y difícil, compartiendo la suerte de sus hermanos cristianos en aquel país. Se quedó allí con Fray Pedro Bautista y demás misioneros franciscanos.
Felipe y los otros fueron llevados en procesión a pie, por un mes y en pleno invierno por pueblos y ciudades de Japón, para ser objeto de burla y escarmiento, un auténtico Vía Crucis. En la ciudad de Kyoto, a cada uno le cortaron la oreja izquierda. Las orejas fueron exhibidas en las calles. Cuando se vieron a lo lejos en una colina las cruces para el tormento que les tenían destinado, los 26 religiosos y laicos cristianos se llenaron de júbilo; pero al contarlas se turbaron, pues les pareció que sólo había 25. Entonces, Felipe corrió presuroso y abrazó fuertemente su cruz y no quería que nadie se la arrebatara.
Finalmente, en el “Monte de los Mártires” a las afueras de Nagasaki --la ciudad que en 1945 sufrió la terrible destrucción de la bomba atómica--, fueron todos colgados, pues sí, eran 26 las cruces. Felipe de Jesús fue el primero entre aquellos mártires en ser crucificado. Muere en la cruz, atravesado por ambos costados por dos lanzas; otra más le atravesó el pecho. Sus últimas palabras fueron: "Jesús, Jesús, Jesús". Era el 5 de febrero de 1597 y Felipe contaba con apenas 23 años.
Se cuenta que ese mismo día, la higuera seca de su casa paterna reverdeció de pronto y dio fruto. Felipe había llegado a la santidad más heroica. Fue beatificado, juntamente con sus compañeros mártires el 14 de septiembre de 1627 y canonizado el 8 de junio de 1862.
Es patrono de la Ciudad de México y de su Arzobispado.

miércoles, 3 de febrero de 2016

Jueves de la semana 4 de Tiempo Ordinario; año par

ueves de la semana 4 de tiempo ordinario; año par

David se despide dando como consejo seguir la palabra de Dios. Jesús, la Palabra encarnada, nos pide que anunciemos el Evangelio por todo el mundo
Entonces llamó a los Doce y los envió de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus impuros. Y les ordenó que no llevaran para el camino más que un bastón; ni pan, ni alforja, ni dinero; que fueran calzados con sandalias, y que no tuvieran dos túnicas. Les dijo: "Permanezcan en la casa donde les den alojamiento hasta el momento de partir. Si no los reciben en un lugar y la gente no los escucha, al salir de allí, sacudan hasta el polvo de sus pies, en testimonio contra ellos". Entonces fueron a predicar, exhortando a la conversión; expulsaron a muchos demonios y curaron a numerosos enfermos, ungiéndolos con óleo”(Marcos 6,7-13).
1. Hoy vemos el envío de los apóstoles a una misión evangelizadora, de dos en dos: Jesús llama a los "doce" y, por primera vez, los "envía"... Esta es la primera vez que van a encontrarse solos, sin Jesús... lejos de Él. Es el "tiempo de la Iglesia" que empieza con este envío. Hemos visto estos días a "Jesús con sus discípulos"... y también que "Jesús estableció a doce para estar con Él y para enviarlos..." Es el movimiento del corazón: la sangre viene al corazón y de allí es enviada al organismo... Es el mismo movimiento del apostolado: vivir con Cristo, ir al mundo a llevarle este Cristo... intimidad con Dios, presencia en el mundo...
-“Los envía de dos en dos”... Trabajo en equipo. El individualismo tiene formas sutiles, temibles… además, mejor ir acompañado.
-“Dándoles poder sobre los espíritus impuros... Partieron, y predicaron que se arrepintiesen. Y echaron muchos demonios, y ungían a muchos enfermos con óleo y los curaban”. Vemos aquí el carisma de la "palabra" que proclama la necesidad de un cambio de vida; el carisma de "echar los demonios", potencia de acción contra el mal; el carisma de "curar a los enfermos", mejorar la vida humana.
-“Y les encargó que no tomasen para el camino nada más que un bastón; ni pan, ni alforja, ni dinero en el cinturón... y que se calzasen con sandalias y no llevasen túnica de recambio... Dondequiera que entréis en una casa quedaos en ella, hasta que salgáis de aquel lugar..."Ligeros de equipaje, sin bagajes embarazosos, siempre dispuestos a partir donde sea... caminantes, gentes disponibles, desprendidos. "Lo hemos dejado todo para seguirte: casa, hermanos, hermanas, madre, padre, niños, campos..." (Mc 10,29-30).
-“Y si una localidad no os recibe ni os escucha, partid”. Como Jesús, se encontrarán ante el rechazo, ante la incredulidad. La misión de la Iglesia es cosa difícil: Jesús les ha advertido (Noel Quesson).
Es la Iglesia, o sea, los cristianos, los que continúan y visibilizan la obra salvadora de Cristo, como dice el último Concilio: «La vocación cristiana implica como tal la vocación al apostolado. Ningún miembro tiene una función pasiva. Por tanto, quien no se esforzara por el crecimiento del cuerpo sería, por ello mismo, inútil para toda la Iglesia como también para sí mismo».
Como los doce apóstoles, que «estaban con Jesús», luego fueron a dar testimonio de Jesús, así nosotros, que celebramos con fe la Eucaristía, luego somos invitados a dar testimonio en la vida. También para nosotros vale la invitación a la pobreza evangélica, para que vayamos a la misión más ligeros de equipaje, sin gran preocupación por llevar repuestos, no apoyándonos demasiado en los medios humanos -que no habrá que descuidar, por otra parte- sino en la fe en Dios. Es Dios el que hace crecer, el que da vida a todo lo que hagamos nosotros. La austeridad y sencillez en hacer el bien es una buena manera de dar testimonio, viviendo esa misión de llevar el Reino de Dios en las vidas de los que nos rodean (J. Aldazábal).
Así, en medio del mundo, de las estructuras temporales para vivificarlas y ordenarlas hacia el Creador, procuraremos «que el mundo, por la predicación de la Iglesia, escuchando pueda creer, creyendo pueda esperar, y esperando pueda amar» (san Agustín). El cristiano no puede huir de este mundo. Tal como escribía Bernanos: «Nos has lanzado en medio de la masa, en medio de la multitud como levadura; reconquistaremos, palmo a palmo, el universo que el pecado nos ha arrebatado; Señor, te lo devolveremos tal como lo recibimos aquella primera mañana de los días, en todo su orden y en toda su santidad».
Uno de los secretos está en amar al mundo con toda el alma y vivir con amor la misión encomendada por Cristo a los Apóstoles y a todos nosotros. Con palabras de san Josemaría, «el apostolado es amor de Dios, que se desborda, con entrega de uno mismo a los otros (...). Y el afán de apostolado es la manifestación exacta, adecuada, necesaria, de la vida interior». Éste ha de ser nuestro testimonio cotidiano en medio de los hombres y a lo largo de todas las épocas (Josep Vall i Mundó).
2. Estando ya próximo a su muerte, David hizo estas recomendaciones a su hijo Salomón: "Yo me voy por el camino de todos”. Es una preciosa despedida, parecida a otras de patriarcas; y así comienza el primer libro de los Reyes, que continúa la historia del pueblo a partir de la muerte de David. Leeremos ahora una parte, para seguir luego (semanas 10-12)El "camino de todos". Fórmula de humildad y de solidaridad con el conjunto de la humanidad. Tampoco yo me escaparé de ello. Un día tomaré ese camino por el que pasan todos los hombres. En silencio puedo detenerme considerando esto... Ayúdame, Señor, a morir en paz y a preparar ese momento durante toda mi vida.
“Sé fuerte y compórtate como un hombre”. -«Ten valor.» Consejo de valentía. No dejarse abatir. Permanecer de pie en la adversidad.
Guarda las observaciones del Señor, tu Dios, yendo por su camino... observando sus preceptos... sus órdenes, sus leyes y sus instrucciones...» Fidelidad a Dios. Estar atento a Dios. Seguir sus caminos. Estar en comunión con la voluntad de Dios. ¿Estoy a su escucha? La oración cotidiana es un momento privilegiado de escuchar el querer de Dios... y de nuestras responsabilidades humanas. No vivir superficialmente. Vivir en profundidad. Encontrarnos con Dios que está ahí en el corazón de nuestra vida.
Para que tengas éxito en cuanto hagas o emprendas...» Seguir la voluntad de Dios conduce a ese éxito de la vida. No será, quizá, un éxito brillante, aparente, externo. Pero es el único éxito esencial. El que corresponde a lo que Dios esperaba de nosotros: llegar al máximo de humanidad... llegar al máximo de amor... llegar al máximo de santidad... «La gloria de Dios es el hombre vivo.» La alegría de Dios es «un hombre logrado», «una vida lograda». Esto no se hace sin obstáculos y dificultades -como se ha visto en la vida de David-. Pero ese éxito sigue siendo el fin, la esperanza. ¿Me esfuerzo en ello? «Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto.» ¿Tengo sed de perfección? (Noel Quesson).
El trono de Salomón se consolida al precio de eliminar al hermano y a grandes héroes del pueblo que habían sostenido a David en horas difíciles. Estos episodios y otros que seguirán en los libros de los Reyes nos hacen comprender mejor el valor de la doctrina de Jesús, el verdadero sucesor de David. Contra la tentación de Israel, que había querido un rey como los de los demás pueblos, Jesús nos enseña a no valorar los primeros lugares como los valoran los reyes paganos, sino como lo hace el Hijo del hombre, que da su vida al servicio de todos (Mc 10,42-45). Sólo este principio nos permitirá festejar sin sombras las misiones que Dios nos ha confiado (G. Camps).
3. «Tú eres Señor del universo, en tu mano está el poder y la fuerza... tuyos son, Señor, la grandeza y el poder». Los valores que más les van a servir en la vida de las personas, por ejemplo lo que pueden transmitir unos padres a sus hijos, más que las riquezas o los títulos o las cualidades humanas, son los valores profundos humanos y cristianos. Valores que, en un tiempo de tanta corrupción y superficialidad, les darán consistencia humana y les atraerán la bendición de Dios y la de los hombres. David invita al pueblo a aportar lo que deseen para engrandecer el Templo que construirá su hijo Salomón. Y el pueblo se desborda en donativos… devolviendo al Señor lo que es suyo…
Llucià Pou Sabaté
San Juan de Brito, mártir. San Rabano Mauro, obispo

SAN JUAN DE BRITO, MÁRTIR

San Juan de Britö (Lisboa, 1 de marzo de 1647; Maduré, India, 4 de febrero de 1693) fue un santo y mártir jesuita.
Hijo de Salvador Brito y Pereira y de Beatriz de Brittes. Fue el último de cuatro hermanos. Su padre fue gobernador en Brasil y falleció cuando Juan tenía dos años.
Comenzó sus estudios en el Colegio San Antonio de Lisboa de los jesuitas, donde fue compañero del príncipe heredero. A los once años enfermó grávemente,su madre lo encomendó a San Francisco Javier, su increíble curación fue tomada como milagro, en gratitud vistió un año completo el hábito de los jesuitas.
Ingresó al Noviciado de Catavia de los jesuitas en 1662. Luego hizo estudios en el Colegio de Evora y en la Universidad de Coímbra . En 1673 recibió las órdenes sagradas y fue destinado a las misiones de India en Malabar. Aquí se convirtió en un panderam asceta con barba y turbante,mediador entre los parias y los brahamanes.
En 1684 fue a Madurai donde fue capturado y torturado,se le perdonó la vida con la condición que no vuelva a predicar por esas regiones.
En 1687 volvió a Portugal, donde fue muy bien recibido y el Rey le pidió educara a sus hijos, él prefirió lo devolvieran a la India.
En 1690 convirtió al príncipe Teriadevan de Malabar, quien dejó la poligamia, quedándose con su primera mujer, dándole recompensa a las otras, pero una de ellas se quejó y lo calumnió, por lo que fue tomado prisionero y degollado el 4 de febrero de 1693.
En la corte del rey de Portugal, allá por la mitad del siglo diecisiete, se preguntaban todos con sorpresa y cariño: -Pero, ¿quién es ese pequeño apóstol, que viste con tanto garbo la sotana de la Compañía de Jesús?
Pues no era ningún jesuita, sino un muchachito llamado Juan de Brito, que soñaba en hacer cosas grandes por Jesucristo. Y, en sus sueños casi divinos, aquel pajecito real se vistió la sotana de la Compañía porque quería ser un misionero como los del Padre San Ignacio, tan amantes de Jesús, tan valientes.
Pide su ingreso en la Compañía el simpático adolescente, y tal como lo había soñado, y a pesar de su débil salud, marcha misionero a la India, donde se ordena de sacerdote, para ser un apóstol de talla excepcional. Asombran sus virtudes, sus milagros, las conversiones que consigue, los milagros que realiza, el martirio por el que suspira, la muerte que sufre.
Comienza por vestir al estilo hindú, como los de castas inferiores, para poder extender su apostolado entre todas las categorías sociales de la India.
¿Su comida? Nada de carne ni pescado, sino solamente legumbres, hortalizas, arroz y leche.
¿Cama para dormir? Ninguna. Le basta una piel de tigre que extiende sobre el duro suelo.
¿Vestido? Una austera túnica de cuero color ocre, como las de los brahmanes y los bonzos.
Piensa, y lo realiza: -Ya no soy un portugués noble, sino un habitante más de la India. Uno más de ellos, para ganarlos a todos para Cristo.
Su salud no es buena. Sin embargo, ayuna y castiga su cuerpo con una austeridad que pasma, tan en conformidad con la mística hindú, pero con una orientación cristiana: ¿Parta ganar con semejante pedagogía a los brahmanes y los bonzos? Sí; pero, sobre todo, para asemejarse a Jesús Crucificado, ideal de su vida. Y como Cristo por los campos de Galilea, y no obstante la gran hinchazón que llevaba en los pies, recorrió caminos interminables por varios reinos de la India, entre soles abrasadores.
Se hicieron famosas sus disputas con los brahmanes, que le temían, y que llegaron a levantar la conocida calumnia: -Usa una ceniza embrujada, con la cual lleva la gente a su religión.
Sus catequesis se hicieron también célebres. Y fueron una de sus mayores penitencias, pues había de preparar con la enseñanza del catecismo a los que pretendían el Bautismo. ¿Cuántas conversiones consiguió? ¿A cuántos llegó a bautizar? Son cifras que hoy casi no comprendemos. Muchos millares. Tanto que un testigo juró en el proceso: -¿Sus brazos? Ya no se podían aguantar. Y los catequistas se los habían de sostener con sus manos para que pudiera el Padre seguir bautizando.
Dios autoriza a su misionero con milagros patentes.
Como aquel de los tigres. Va caminando con otro Padre, compañero de misión, y se encuentran frente por frente con varios tigres, a sólo un tiro de piedra. El Padre Juan de Brito no se inmuta. Aviva toda su fe, traza sobre ellos la señal de la Cruz, y las fieras que dan media vuelta y emprenden la fuga...
Como aquel otro de la ceniza y del agua bendecida. Acuden los cristianos, todos angustiados:
- ¡Padre, mire qué nubes de langostas! Van a acabar con todas nuestras cosechas.
¡Venga a bendecir nuestros campos!
El Padre los sigue. Rocía los sembrados con agua bendita y con ceniza bendita también, según la costumbre india, desaparecen las nubes de aquellos animales dañinos, no les pasa nada a los campos de los cristianos, mientras que en los otros terrenos de la comarca se pierden todos los sembrados.
Ante la necesidad de misioneros, el Padre embarca para Europa, pero los vientos contrarios arrastran la nave hacia América y da en las costas de Brasil. Nueva embarcación, y llega por fin a Portugal. Su vida deja a todos pasmados, y le proponen muy en serio: -¡A cuidarse en su salud y a reponerla, para que pueda seguir trabajando en la India! Duerme sobre el suelo, y en el mismo palacio del rey no come sino una sola vez al día, a base de arroz y legumbres, y responde a los que se lo reprochan: -Mis hermanos de la India llevan una vida mucho más dura que yo, expuestos además a peligros y persecuciones. ¿Cómo puedo atreverme yo a vivir mejor? ¿Qué dirían San Ignacio, Francisco Javier y mi Maestro el Señor Jesús?
Con ejemplo semejante, los que quisieran ir de misioneros a la India, ya sabían a qué atenerse... El rey de Portugal se admira, y quiere que acepte un arzobispado brillante. Pero Juan de Brito: -¿Yo, arzobispo? No. Yo no cambio la palma del martirio por la mitra arzobispal.
Tantas persecuciones, tantas calumnias, le hacían prever al Padre que un día u otro le cortarían la cabeza. Y así fue. Los enemigos de la Iglesia queman los templos de la Misión.
Apresan al Padre, lo llevan un día a la colina sobre el caudaloso río, y el mártir contempla con sus ojos cómo el verdugo afila la cuchilla. Se hinca entonces, permanece media hora en oración, y al fin lo hacen sentar, le atan las manos, le cortan la cabeza, descuartizan su cuerpo, lo cuelgan en un palo, y al cabo de ocho días arrojan los despojos al río.
Con un carbón humedecido, había escrito en la cárcel: -¡Adiós a todos! Y añadía con orgullo santo: Este año bauticé a más de cuatro mil...
Era el 4 de Febrero del año 1693. Juan de Brito tenía 0406 años. Los mismos que el otro apóstol de la India, patrono suyo y hermano en la Compañía, el gran San Francisco Javier.
Llegó la noticia del martirio a Portugal. La anciana madre de Juan de Brito, mujer tan cristiana como noble, es llamada al palacio por el rey, y se presenta adornada con sus vestidos más lujosos ante el monarca y toda la gente de la nobleza: -Así; quiero ser felicitada así. ¡Soy la madre afortunada de un mártir!

SAN RABANO MAURO, OBISPO

San RabanoQueridos hermanos y hermanas:
Hoy quisiera hablar de un personaje del occidente latino verdaderamente extraordinario: el monje Rabano Mauro. Junto a hombres como Isidoro de Sevilla, Beda el Venerable, Ambrosio Auperto, de los que ya he hablado en catequesis precedentes, supo durante los siglos de la Alta Edad Media mantener el contacto con la gran cultura de los antiguos sabios y de los padres cristianos. Recordado con frecuencia como "praeceptor Germaniae" [maestro de Alemania, ndt.], Rabano Mauro tuvo una fecundidad extraordinaria. Con su capacidad de trabajo totalmente excepcional fue quizás el que más contribuyó a mantener viva la cultura teológica, exegética y espiritual a la que recurrirían los siglos sucesivos. A él hacen referencia grandes personajes pertenecientes al mundo de los monjes, como Pedro Damián, Pedro el Venerable y Bernardo de Claraval, así como un número cada vez más consistente de "clérigos" del clero secular, que en los siglos XII y XIII dieron vida a uno de los florecimientos más hermosos y fecundos del pensamiento humano.
Nacido en Maguncia, alrededor del año 780, Rabano entró cuando todavía era muy joven en el monasterio: se le añadió el nombre de Mauro en referencia precisamente al joven Mauro, que según el segundo libro de los Diálogos de San Gregorio Magno, había sido entregado, cuando todavía era un niño por sus mismos padres, nobles romanos, al abad Benito de Nursia. Esta introducción precoz de Rabano como "puer oblatus" en el mundo monástico benedictino, y los frutos que sacó para su crecimiento humano, cultural y espiritual abrieron posibilidades interesantísimas no sólo para la vida de los monjes, sino también para toda la sociedad de su tiempo, normalmente llamada "carolingia". Hablando de ellos, o quizá de sí mismo, Rabano Mauro escribe: "Hay algunos que han tenido la suerte de haber sido introducidos en el conocimiento de las Escrituras desde la tierna infancia ('a cunabulis suis') y se han alimentado tan bien de la comida que les ha ofrecido la santa Iglesia que pueden ser promovidos, con la educación adecuada, a las más elevadas órdenes sagradas" (PL 107, col 419BC).
La extraordinaria cultura por la que se distinguía Rabano Mauro llamó muy pronto la atención de los grandes de su tiempo. Se convirtió en consejero de príncipes. Se comprometió para garantizar la unidad del Imperio y, a un nivel cultural más amplio, nunca negó a quien le preguntaba una respuesta ponderada, que se inspiraba preferentemente en la Biblia y en los textos de los santos padres. A pesar de que fue elegido primero abad del famoso monasterio de Fulda y después arzobispo de la ciudad natal, Maguncia, no dejó sus estudios, demostrando con el ejemplo de su vida que se puede estar al mismo tiempo a disposición de los demás, sin privarse por este motivo de un adecuado tiempo de reflexión, estudio y meditación. De este modo, Rabano Mauro se convirtió en exegeta, filósofo, poeta, pastor y hombre de Dios. Las diócesis de Fulda, Maguncia, Limburgo, y Breslavia le veneran como santo o beato. Sus obras llenan seis volúmenes de la "Patrología Latina" de Migne. Probablemente compuso uno de los himnos más bellos y conocidos de la Iglesia latina, el "Veni Creator Spiritus", síntesis extraordinaria de pneumatología cristiana. El primer compromiso teológico de Rabano se expreso, de hecho, en forma de poesía y tuvo como tema el misterio de la santa Cruz en una obra titulada "De laudibus Sanctae Crucis", concebida para proponer no sólo contenidos conceptuales, sino también alicientes exquisitamente artísticos, utilizando tanto la forma poética como la forma pictórica dentro del mismo código manuscrito. Proponiendo iconográficamente entre las líneas de su escrito la imagen de Cristo crucificado, escribe: "Esta es la imagen del Salvador que, con la posición de sus miembros, hace que sea sagrada para nosotros la dulcísima y queridísima forma de la Curz para que, creyendo en su nombre y obedeciendo a sus mandamientos, podamos obtener la vida eterna gracias a su pasión. Por eso, cada vez que elevamos la mirada a la Cruz, recordamos a Aquél que sufrió por nosotros para arrancarnos del poder de las tinieblas, aceptando la muerte para hacernos herederos de la vida eterna" (Lib. 1, Fig. 1, PL 107 col 151 C).
Este método de armonizar todas las artes, la inteligencia, el corazón y los sentidos, que procedía de Oriente, sería sumamente desarrollado en Occidente, alcanzando cumbres inalcanzables en los códices miniados de la Biblia y en otras obras de fe y de arte, que florecieron en Europa hasta la invención de la prensa e incluso después. En todo caso, demuestra que Rabano Mauro tenía una conciencia extraordinaria de la necesidad de involucrar, en la experiencia de fe, no sólo la mente y el corazón, sino también los sentidos a través de esos otros aspectos del gusto estético y de la sensibilidad humana que llevan al hombre a disfrutar de la verdad con todo su ser, "espíritu, alma y cuerpo". Esto es importante: la fe no es sólo pensamiento, toca a todo el ser. Dado que Dios se hizo hombre en carne y hueso y entró en el mundo sensible, nosotros tenemos que tratar de encontrar a Dios con todas las dimensiones de nuestro ser. De este modo, la realidad de Dios, a través de la fe, penetra en nuestro ser y lo transforma. Por este motivo, Rabano Mauro concentró su atención sobre todo en la Liturgia, como síntesis de todas las dimensiones de nuestra percepción de la realidad. Esta intuición de Rabano Mauro le hace extraordinariamente actual. Dejó también los famosos "Carmina", propuestos para ser utilizados sobre todo en las celebraciones litúrgicas. De hecho, el interés de Rabano por la liturgia se daba totalmente por sobreentendido dado que ante todo era un monje. Él sin embargo, no se dedicaba al arte de la poesía como fin en sí mismos, sino que utilizaba el arte y cualquier otro tipo de conocimiento para profundizar en la Palabra de Dios. Por ello, trató con el máximo empeño y rigor de introducir a sus contemporáneos, pero sobre todo a los ministros (obispos, presbíteros y diáconos), en la comprensión del significado profundamente teológico y espiritual de todos los elementos de la celebración litúrgica.
De este modo, trató de comprender y presentar a los demás los significados teológicos escondidos en los ritos, recurriendo a la Biblia y a la tradición de los padres. No dudaba en citar, por honestidad y para dar mayor peso a sus explicaciones, las fuentes patrísticas a las que debía su saber. Se servía de ellas con libertad y discernimiento atento, continuando el desarrollo del pensamiento patrístico. Al final de la "Primera Epístola" dirigida a un corepíscopo de la diócesis de Maguncia, por ejemplo, tras haber respondido a peticiones de aclaración sobre el comportamiento que hay que tener en el ejercicio de la responsabilidad pastoral, escribe: "Te hemos escrito todo esto tal y como lo hemos deducido de las Sagradas Escrituras y de los cánones de los padres. Ahora bien, tú, santísimo hombre, toma tus decisiones como mejor te parezca, caso por caso, tratando de moderar tu evaluación de tal manera que se garantice en todo la discreción, pues ella es la madre de todas las virtudes" ("Epistulae", I, PL 112, col 1510 C). De este modo se ve la continuidad de la fe cristiana, que tiene sus inicios en la Palabra de Dios: ésta, sin embargo, siempre está viva, se desarrolla y se expresa de nuevas maneras, siempre en coherencia con toda la construcción, con todo el edificio de la fe.
Dado que la Palabra de Dios es parte integrante de la celebración litúrgica, Rabano Mauro se dedicó a esta última con el máximo empeño durante toda su existencia. Redactó explicaciones exegéticas apropiadas casi para todos los libros bíblicos del Antiguo y del Nuevo Testamento con un objetivo claramente pastoral, que justificaba con palabras como éstas: "He escrito esto... sintetizando explicaciones y propuestas de otros muchos para ofrecer un servicio al pobre lector que no puede tener a disposición muchos libros, pero también para ayudar a quienes en muchos argumentos no logran profundizar en la comprensión de los significados descubiertos por los padres" ("Commentariorum in Matthaeum praefatio", PL 107, col. 727D). De hecho, al comentar los textos bíblicos recurría enormemente a los padres antiguos, con predilección especial por Jerónimo, Ambrosio, Agustín y Gregorio Magno.
Su aguda sensibilidad pastoral le llevó después a afrontar uno de los problemas que más interesaban a los fieles y a los ministros sagrados de su tiempo: el de la Penitencia. Compiló "Penitenciarios" --así los llamaba-- en los que, según la sensibilidad de la época se enumeraban los pecados y las penas correspondientes, utilizando en la medida de lo posible motivaciones tomadas de la Biblia, de las decisiones de los concilios, y de los decretos de los papas. De estos textos se sirvieron también los "carolingios" en su intento de reforma de la Iglesia y de la sociedad. A este mismo objetivo pastoral respondían obras como "De disciplina ecclesiastica" y "De institutione clericorum" en los que, citando sobre todo a Agustín, Rabano explicaba a personas sencillas y al clero de su misma diócesis los elementos fundamentales de la fe cristiana: eran una especie de pequeños catecismos.
Quisiera concluir la presentación de este gran "hombre de la Iglesia" citando algunas palabras suyas en las que se refleja su convicción de fondo: "Quien descuida la contemplación, se priva de la visión de la luz de Dios; quien se deja llevar por las preocupaciones y permite que sus pensamientos queden arrollados por el tumulto de las cosas del mundo se condena a la absoluta imposibilidad de penetrar en los secretos del Dios invisible" (Lib. I, PL 112, col. 1263A). Creo que Rabano Mauro nos dirige hoy estas palabras: en el trabajo, con sus ritmos frenéticos, y en las vacaciones, tenemos que reservar momentos para Dios. Abrirle nuestra vida dirigiéndole un pensamiento, una reflexión, una breve oración, y sobre todo no tenemos que olvidar el domingo como el día del Señor, el día de la liturgia, para percibir en la belleza de nuestras iglesias, de la música sacra y de la Palabra de Dios, la belleza misma de Dios, dejándole entrar en nuestro ser. Sólo así nuestra vida se hace grande, se hace vida de verdad.

martes, 2 de febrero de 2016

Miércoles de la semana 4 de Tiempo Ordinario; año par

Miércoles de la semana 4 de tiempo ordinario; año par

Jesús experimenta en su vida el ser rechazado, y en ese aparente fracaso nos salva. Así también en nuestra vida, las dificultades tienen un valor pedagógico
Jesús salió de allí y se dirigió a su pueblo, seguido de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, comenzó a enseñar en la sinagoga, y la multitud que lo escuchaba estaba asombrada y decía: "¿De dónde saca todo esto? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada y esos grandes milagros que se realizan por sus manos? ¿No es acaso el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón? ¿Y sus hermanas no viven aquí entre nosotros?". Y Jesús era para ellos un motivo de tropiezo. Por eso les dijo: "Un profeta es despreciado solamente en su pueblo, en su familia y en su casa". Y no pudo hacer allí ningún milagro, fuera de curar a unos pocos enfermos, imponiéndoles las manos. Y él se asombraba de su falta de fe. Jesús recorría las poblaciones de los alrededores, enseñando a la gente” (Marcos 6,1-6).
1. –“Jesús volvió a "su patria", siguiéndole los discípulos. Llegado el sábado se puso a enseñar en la sinagoga”. He aquí pues a Jesús de nuevo en Nazaret. La costumbre quería que se invitase a un hombre a leer y comentar la Escritura. El jefe de la sinagoga confía este papel a Jesús. Marcos no nos dice de qué habló Jesús, pero señala el asombro y la incredulidad de los oyentes.
-“El numeroso auditorio se maravillaba diciendo: "¿De dónde le vienen a este tales cosas, y qué sabiduría es ésta que le ha sido dada, y cómo se hacen por su mano tales milagros? ¿No es acaso el carpintero? ¿El hijo de María y el hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón? ¿Y sus hermanas no viven aquí entre nosotros?" Y se escandalizaban de Él”. Marcos da la lista de los primos y primas de Jesús, pues en Israel, como en otros pueblos que he visto de África, a esos parientes también se les llama “hermanos”. Jesús vuelve a encontrarse pues en su medio ambiente y en su familia. Pero ya tiene una nueva familia: sus discípulos, los que escuchan la Palabra de Dios, los que tienen fe en El.
-“Jesús les decía "Ningún profeta es tenido en poco, sino en su patria y entre sus parientes y en su familia." Y no pudo hacer allí ningún milagro, fuera de que a algunos enfermos les impuso las manos y los curó”. Esta imposibilidad de hacer milagros, no viene de que no tenga ya poder para ello... sino que se relaciona con la falta de Fe. El milagro supone la Fe, necesaria para comprenderlo, para recibirlo.
-“Y se admiraba de la "incredulidad" de aquellas gentes”. Marcos en tres capítulos nos mostrará cómo reaccionan ante la persona de Jesús sus propios discípulos, después de haber visto la reacción de fariseos y pueblo. Tenemos a veces la impresión de que la incredulidad es un fenómeno moderno; o de que proviene de faltas de la Iglesia –marketing inadecuado, pecados de los cristianos, transmisión obsoleta del mensaje…- pero vemos a Jesús que también fracasa, no creen en él. Jesús ha tenido incrédulos en su propia familia. Esto puede ser un consuelo para padres que tienen dificultades con la fe de sus hijos.
Tu "admiración", tu extrañeza, Señor, me hacen bien: me manifiestan al menos que tú estás seguro, Señor, de lo que enseñas, de lo que Tú eres... (Noel Quesson). Te pido, Señor, esa fuerza de la fe.
Vemos hecho realidad lo de que «vino a los suyos y los suyos no le recibieron», o como lo expresa Jesús: «nadie es profeta en su tierra». El anciano Simeón lo había dicho a sus padres: que Jesús iba a ser piedra de escándalo y señal de contradicción.
Nosotros somos ahora «los de su casa», los más cercanos al Señor, los que celebramos incluso diariamente su Eucaristía y escuchamos su Palabra. Hay un tipo de rutina enemiga del amor, que nos impide reconocer la voz de Dios en los mil pequeños signos cotidianos de nuestro encuentro con los demás, del trabajo o contacto con la naturaleza, y podemos, ante un santo que nos habla, volver a decir: «¿pero no es éste el carpintero?», o las otras reacciones de falta de fe: «no está en sus cabales», «está en connivencia con el diablo», «es un fanático». Hoy me preguntaba un chico en elcolegio: “¿hay milagros recientes por aquí?”, como si fuera la esencia de la vida cristiana, cuando la Eucaristía es el mayor milagro escondido, pues podemos participar de la vida de Cristo en la comunión (J. Aldazábal).
La “normalidad” de Jesús, de la Virgen, en sus trabajos, confunde a los paisanos, que lo ven, que la ven, como uno más, como una más… esta vida de Jesús en Nazaret nos ayuda a aprender de él, de cómo haría su trabajo en Nazaret: con perfección humana, acabándolo en sus detalles, con competencia profesional. Es conocido como el artesano. Señor, te pido que me ayudes a trabajar a conciencia, haciendo rendir el tiempo; sin dejarme dominar por la pereza; mantener la ilusión por mejorar cada día en competencia profesional; cuidar los detalles; abrazar con amor la Cruz, la fatiga de cada día. El trabajo, cualquier trabajo noble hecho a conciencia, nos hace partícipes de la Creación y corredentores con Cristo. Los años de Nazaret son el libro abierto donde aprendemos a santificar lo de cada día, donde podemos ejercitar las virtudes sobrenaturales y las humanas (Pablo VI, Discurso a la Asociación de Juristas católicos).
Hemos estado unos años analizando “los signos de los tiempos”, pero ese análisis nos ha entretenido, casi ha llevado a algunos a la parálisis. Sin embargo, el análisis es un paso del diagnóstico, para poner remedio a las cosas. Así como un enfermo no se contempla a ver si se muere del mal… “Si el orgullo nos ha hecho salir, que la humildad nos haga entrar... Como el médico, después de haber establecido un diagnóstico, trata el mal en su causa, tú, cura la raíz del mal, cura el orgullo; entonces ya no habrá mal alguno en ti. Para curar tu orgullo, el Hijo de Dios se ha abajado, se ha hecho humilde. ¿Por qué enorgullecerte? Para ti, Dios se ha hecho humilde. Tal vez te avergonzarías imitando la humildad de un hombre; imita por lo menos la humildad de Dios. El Hijo de Dios se humilló haciéndose hombre. Se te pide que seas humilde, no que te hagas animal. Dios se ha hecho hombre. Tú, hombre, conoce que eres hombre. Toda tu humildad consiste en conocer quién eres.
”Escucha a Dios que te enseña la humildad: “Yo he bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado” (Jn 6,38) He venido, humilde, a enseñar la humildad, como maestro de humildad. Aquel que viene a mí se hace uno conmigo; se hace humilde. El que se adhiere a mí será humilde. No hará su voluntad sino la de Dios. Y no será echado fuera (Jn 6,37) como cuando era orgulloso” (San Agustín).
El remedio de los remedios es la piedad. Y me atrevo a decir que el perdón, ese volver a nuestro Padre Dios, que siempre nos acoge, siempre nos espera. El perdón lo resuelve todo.
2. David manda un censo y ve que “en Israel había 800.000 hombres aptos para el servicio militar, y en Judá 500.000”. Se interpreta como pecado de orgullo, no se apoya ya en Dios... Señor, también nosotros sentimos a menudo esa necesidad de seguridad. Quisiéramos poder contar con nuestros medios humanos. Es muy natural. Y sin embargo sabemos muy bien que Jesús nos ha lanzado a una aventura. «El que salve su vida, la perderá, y el que pierda su vida, la ganará.» «El hijo del hombre no tiene donde reposar su cabeza.» «Si alguien quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo.» Todas esas fórmulas son invitaciones a cortar las amarras y partir con una total confianza... ¡sin cálculo alguno!, ¡sin hacer el censo! Quiero ser aventurero de tus planes, Señor, no estar atado a mis seguridades…
David rezo: -«He cometido un gran pecado.» Efectivamente: "hizo cuentas", «calculó». “Dígnate ahora, Señor, borrar la falta de tu servidor, porque me he comportado como un necio". Una vez más la grandeza de David se manifiesta en el hecho de saber reconocer sus faltas. Pecador, pero fiel, que viene de “fides”, tener fe, confiar en Dios. Concédenos, Señor, esa delicadeza de conciencia para que sepamos confesar enseguida nuestros errores. ¿Qué aspecto de la virtud de la penitencia es más habitual en mi vida: la virtud de la veracidad... de la transparencia ante Dios?
-“El profeta Gad propuso entonces a David, en expiación, que eligiera entre tres castigos”. No entendemos eso, porque era hace muchos años, con una mentalidad bastante primitiva. Entre varias desgracias, escoge David: "Estoy en grande angustia. Pero caigamos a manos del Señor, mejor que a manos de los hombres, porque es grande la misericordia del Señor".
David se muestra con buen corazón: -“Yo fui quien pequé... Pero éstos ¿qué mal han hecho?” Implora al Señor para que el castigo recaiga sobre él y quede salvo el pueblo. Es un misterio la causa de los males, y ahora sabemos que cuando a alguien le vienen desgracias no es por causa de pecado. De todas formas, hay un misterio en la solidaridad, todos estamos interconexionados, de tal modo que la falta de uno es causa de la desgracia de todos... Gracias a Dios, también en positivo: la oración o la obediencia de uno repercute en bien de todos. Veo así a Jesús, ¡Cordero de Dios, que cargó sobre él el pecado del mundo! Mis pecados... ¿Tengo tendencia a "salir adelante" evitando las solidaridades que me llevarían demasiado lejos? o bien, con Cristo, ¿acepto toda mi parte de solidaridad? ¿Me aparto, quizá, de los males que afligen a mis hermanos, buscando, ante todo, mi seguridad? o bien, ¿acepto compartir los riesgos?
-“David compró la era de Arauná el jebuseo y levantó allí un altar para el sacrificio”. Así termina el Libro de Samuel y la historia de David. Dios ha perdonado. David es agradecido. Compra el terreno donde se levantará pronto el Templo de Jerusalén: una era para la trilla del trigo... (Noel Quesson). La moraleja que saco también de todo esto es que nosotros también podemos ver de qué recursos humanos disponemos; pero la Evangelización no depende de esos recursos ni planes, que habrá que hacer, sino de Dios en quien hemos de tener puesta la confianza, y dejarnos guiar por Él. No son nuestros los éxitos ni los fracasos, simplemente hemos de dejar actuar a Dios.
3. ¡Feliz el que ha sido absuelto de su pecado y liberado de su falta! ¡Feliz el hombre a quien el Señor no le tiene en cuenta las culpas, y en cuyo espíritu no hay doblez!” Esta bienaventuranza va seguida de la conversión del pecador, que ya no puede resistir; ha decidido confesar su culpa con una declaración valiente, que parece anticipar la del hijo pródigo de la parábola de Jesús: “Pero yo reconocí mi pecado, no te escondí mi culpa, pensando: "Confesaré mis faltas al Señor". ¡Y tú perdonaste mi culpa y mi pecado! Por eso, que todos tus fieles te supliquen en el momento de la angustia; y cuando irrumpan las aguas caudalosas no llegarán hasta ellos”.  "Dios es misericordioso y no escatima su perdón. (...) El cúmulo de tus pecados no superará la grandeza de la misericordia de Dios; la gravedad de tus heridas no superará la habilidad del supremo Médico, con tal de que te abandones a él con confianza. Manifiesta al Médico tu enfermedad, y háblale con las palabras que dijo David: "Reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado". Así obtendrás que se hagan realidad estas otras palabras: "Tú has perdonado la maldad de mi corazón"" (S. Cirilo de Jerusalén, Le catechesi, Roma 1993, pp. 52-53).
Llucià Pou Sabaté
San Blas, obispo y mártir. San Oscar, obispo

SAN BLAS, OBISPO Y MÁRTIR
San Blas fue médico y obispo de Sebaste, Armenia. Hizo vida eremítica en una cueva del Monte Argeus.
San Blas era conocido por su don de curación milagrosa. Salvó la vida de un niño que se ahogaba al trabársele en la garganta una espina de pescado. Este es el origen de la costumbre de bendecir las gargantas el día de su fiesta.
Según una leyenda, se le acercaban también animales enfermos para que les curase, pero no le molestaban en su tiempo de oración.
Cuando la persecución de Agrícola, gobernador de Cappadocia, contra los cristianos llegó a Sebaste, sus cazadores fueron a buscar animales para los juegos de la arena en el bosque de Argeus y encontraron muchos de ellos esperando fuera de la cueva de San Blas. Allí  encontraron a San Blas en oración y lo arrestaron. Agrícola trató sin éxito de hacerle apostatar. En la prisión, San Blas sanó a algunos prisioneros. Finalmente fue echado a un lago. San Blas, parado en la superficie, invitaba a sus perseguidores a caminar sobre las aguas y así demostrar el poder de sus dioses. Pero se ahogaron. Cuando volvió a tierra fue torturado y decapitado. C. 316.
San Blas, obispo y mártir, fue tan celebre en todo el mundo cristiano por el don de los milagros con que lo honró Dios, nació en Sebaste, cuidad de Armenia. La pureza de sus costumbres, la dulzura de su naturaleza, su humildad y prudencia, y sobre todo, su eminente misericordia, criaron en él la estimación de todo lo bueno.
Los primeros años de su vida se desempeñó en el estudio de la filosofía, y un tiempo hizo grandes progresos. Los bellos descubrimientos que hizo en el estudio de la naturaleza excitaron su inclinación a la medicina, la cual practicó con perfección. Esta profesión le dio motivo para conocer más de cerca las enfermedades y la miseria de esta vida, y en esta ocasión, de hacer más serias reflexiones sobre su caducidad, como también sobre el mérito y la solidez de los bienes eternos.
Penetrado de estos grandes sentimientos, decidió prevenir los remordimientos que se experimentan a la hora de la muerte, evitándolos con la santidad de una vida verdaderamente cristiana. Pensaba retirarse al desierto, pero cuando falleció el obispo de Sebaste, lo eligieron en su reemplazo con los aplausos de toda la ciudad.
El nuevo cargo sólo sirvió para que resalte con nueva luz su virtud, y lo obligo a iniciar una vida más santa. Cuanto más se despreocupaba en la salvación de sus ovejas, más aumentaba esa despreocupación por su propia vida. Se dedicó, entonces a instruir el pueblo más con sus ejemplos que con su palabra.
Era tan grande la predisposición que tenía al retiro, y tan ardiente el deseo de perfeccionarse cada día más y más, que tuvo la necesidad de esconderse en una gruta, situada en la punta de una montaña, llamada el monte Argeo, poco distante de la ciudad.
A pocos días de estar allí, Dios manifestó la eminente santidad de su fiel siervo con varios milagros. No solamente venían de todas partes hombres para que los cure de las dolencias de su alma y cuerpo, sino que hasta los mismos animales salvajes salían de sus cuevas y venían a manadas a que el santo obispo les dé su bendición, y que los sane de los males que sufrían. Si sucedía que lo encontraban en oración cuando llegaban, esperaban mansamente en la puerta de la gruta sin interrumpirlo, pero no se retiraban hasta lograr que el Santo los bendiga.
Hacía el año 315 vino a Sebaste Agricolao — gobernador de Capadocia y de la menor Armenia — por el mandado del emperador Licinio, con el orden de exterminar a todos los cristianos. En cumplimento de su misión, luego de entrar a la ciudad, ordenó que fuesen echados a las fieras todos los cristianos que se encuentren en prisiones. Para que se realice esta sentencia, salieron a los bosques cercanos en caza de leones y tigres. Los enviados del gobernador entraron por el monte Argeo, y se encontraron con la cueva, en la cual estaba retirado San Blas. La entrada a la cueva estaba rodeada de muchos animales salvajes y viendo al Santo que estaba rezando en medio de ellos con la mayor tranquilidad se asombraron. Fascinados del suceso tan extraordinario, comunicaron al Gobernador lo que acababan de ver, y él sorprendido de esta noticia, ordenó a los soldados que traigan a su presencia al santo Obispo. Ni bien lo intimaron de esta orden, nuestro Santo, bañado de una dulcísima alegría les dijo: "Vamos, hijos míos, vamos a derramar nuestra sangre por mi Señor Jesucristo! Hace mucho tiempo que suspiro por el martirio, y esta noche me ha dado el Señor para entender que se dignaba de aceptar mi sacrificio.
Luego que se extendió la noticia que a nuestro Santo lo llevaban a la ciudad de Sebaste, los caminos se llenaron de gente — concurriendo hasta los mismos paganos — que deseaba recibir su bendición y alivio de sus males. Una pobre mujer desesperada y afligida, pasó como pudo por medio de la muchedumbre, y llena de confianza se arrojo a los pies del Santo, presentándole a un hijo suyo que estaba sufriendo por una espina que le había atravesado la garganta y que lo ahogaba sin remedio humano. Compadecido el piadoso Obispo del triste estado de su hijo y del dolor de la madre, levanto los ojos y las manos al cielo, y empezó a rezar fervorosamente: "Señor mío, Padre de las Misericordias, y Dios de todo consuelo, dígnate de oír la humilde petición de tu siervo, y concédele a este niño la salud para que conozca todo el mundo que sólo Tu eres el Señor de los vivos y de los muertos. Pues Tu eres el Dueño soberano de todos, misericordiosamente liberal, y Te suplico humildemente, que todos los que recurren a mí para conseguir de Tu la curación de semejantes dolencias por la intercesión de Tu siervo, y demuestren su confianza, serán benignamente oídos y favorablemente atendidos." Apenas terminó el Santo su oración, cuando el muchacho arrojó la espina de su garganta y quedo totalmente sano. Esta es la principal veneración que tiene San Blas, por la ayuda con todos los males de la garganta, y los milagros que aparecen cada día demuestran la eficacia de su poderosa protección.
Cuando ellos llegaron a la ciudad, San Blas fue presentado al Gobernador, quien le ordenó que allí mismo, sin ninguna replica y demora, sacrificase a los dioses inmortales. ¡Oh Dios!, — exclamó el Santo — ¿Para qué des ese nombre a los demonios, que sólo tienen el poder para hacernos mal? No hay más dioses que un sólo Dios Inmortal, Todopoderoso y Eterno, y Ese es el Dios que yo adoro!"
Irritado con esta respuesta Agricolao, al instante ordenó a que le peguen con tanta crueldad y por tan largo tiempo, que no se creía que pudiese sobrevivir. Pero San Blas demostró alegría en su semblante y tenía una fuerza sobrenatural que lo sostenía. Después lo llevaron a la cárcel, en la cual obró tantos milagros, que cuando entró enfurecido el Gobernador, ordenó que le despedazasen el cuerpo con uñas de acero, herida tras herida. Corrían arroyos de sangre por todas partes. Siete devotas mujeres, que se preocuparon de recogerla cuidadosamente, encontraron luego el premio de su devoción. Cuando fueron traídas ante el Gobernador, acompañadas de dos pequeños niños, las mandó a que sacrificasen a los dioses bajo pena de su vida. Ellas pidieron que les entreguen los ídolos, y cuando todos creían que iban a sacrificar, vieron que con tan valioso denuedo los arrojaron en una laguna. Por esa demostración ganaron la corona del martirio, cuando allí mismo fueron degolladas junto con los dos niños.
Siguió fuerte San Blas, entonces avergonzado el Gobernador de verse siempre vencido, mandó que lo ahoguen en la misma laguna donde habían sido arrojados los ídolos. Protegiéndose el Santo Mártir con la señal de la cruz, comenzó a caminar sobre las aguas sin hundirse, como si fuera por tierra firme. Llegó a la mitad de la laguna y se sentó serenamente, demostrando a los infieles que sus dioses no tenían ningún poder. Hubo algunos tan necios o corajudos, que quisieron hacer la prueba por su cuenta, pero todos se ahogaron. En ese momento escuchó San Blas una voz que lo llamaba a salir de la laguna para recibir el martirio. Al salir, el gobernador de inmediato le mandó a cortar la cabeza en el año 316.
SAN OSCAR, OBISPO
San Óscar, obispo (también llamado Ascario, Anscario, Ansgar o Anskar) (Amiens, Austrasia; 8 de septiembre de 801 – Brema, Sajonia; 3 de febrero de 865), misionero europeo, el primer arzobispo de Hamburgo y santo patrono de Escandinavia, siendo su día festivo el 3 de febrero. Su biografía fue escrita por san Remberto de Bremen en la Vita Ansgarii.
Fue mandado por Ludovico Pío a ayudar al rey Harald Klak a cristianizar Dinamarca y con el rey Björn på Håga para convertir al cristianismo a Suecia. Óscar inició una misión religiosa en todos los países eslavos y escandinavos, siendo designado arzobispo de Hamburgo en el año 832.
Sin embargo los normandos restituyeron el paganismo en Suecia y Dinamarca en el 845 y Óscar hubo de repetir todo su trabajo. Después frustró otra rebelión pagana y fue reconocido como un santo después de su muerte.

lunes, 1 de febrero de 2016

Martes de la semana 4 de Tiempo Ordinario; año par

Martes de la semana 4 de tiempo ordinario; año par

La misericordia de Dios protege a quien confía en Él: la fe en Jesús hace milagros, continúa haciéndolos con la Eucaristía. Y aunque el sabor de la cruz acompaña la vida del hombre… es camino para la gloria.
“En aquel tiempo, Jesús pasó de nuevo en la barca a la otra orilla y se aglomeró junto a Él mucha gente; Él estaba a la orilla del mar. Llega uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y al verle, cae a sus pies, y le suplica con insistencia diciendo: «Mi hija está a punto de morir; ven, impón tus manos sobre ella, para que se salve y viva». Y se fue con él. Le seguía un gran gentío que le oprimía.Entonces, una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años, y que había sufrido mucho con muchos médicos y había gastado todos sus bienes sin provecho alguno, antes bien, yendo a peor, habiendo oído lo que se decía de Jesús, se acercó por detrás entre la gente y tocó su manto. Pues decía: «Si logro tocar aunque sólo sea sus vestidos, me salvaré». Inmediatamente se le secó la fuente de sangre y sintió en su cuerpo que quedaba sana del mal. Al instante, Jesús, dándose cuenta de la fuerza que había salido de Él, se volvió entre la gente y decía: «¿Quién me ha tocado los vestidos?». Sus discípulos le contestaron: «Estás viendo que la gente te oprime y preguntas: ‘¿Quién me ha tocado?’». Pero Él miraba a su alrededor para descubrir a la que lo había hecho. Entonces, la mujer, viendo lo que le había sucedido, se acercó atemorizada y temblorosa, se postró ante Él y le contó toda la verdad. Él le dijo: «Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda curada de tu enfermedad».Mientras estaba hablando llegan de la casa del jefe de la sinagoga unos diciendo: «Tu hija ha muerto; ¿a qué molestar ya al Maestro?». Jesús que oyó lo que habían dicho, dice al jefe de la sinagoga: «No temas; solamente ten fe». Y no permitió que nadie le acompañara, a no ser Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegan a la casa del jefe de la sinagoga y observa el alboroto, unos que lloraban y otros que daban grandes alaridos. Entra y les dice: «¿Por qué alborotáis y lloráis? La niña no ha muerto; está dormida». Y se burlaban de Él. Pero Él después de echar fuera a todos, toma consigo al padre de la niña, a la madre y a los suyos, y entra donde estaba la niña. Y tomando la mano de la niña, le dice: «Talitá kum», que quiere decir: «Muchacha, a ti te digo, levántate». La muchacha se levantó al instante y se puso a andar, pues tenía doce años. Quedaron fuera de sí, llenos de estupor. Y les insistió mucho en que nadie lo supiera; y les dijo que le dieran a ella de comer”(Marcos 5,21-43).
1. Hoy te vemos, Jesús, ayudando a los necesitados con dos milagros: cuando vas camino de la casa de Jairo a sanar a su hija -que mientras tanto ya ha muerto- curas a la mujer que padece flujos de sangre. Veo que ha llegado el Reino prometido. Estás ya actuando con la fuerza de Dios, que a la vez fomentas la fe que tienen estas personas en ti. El jefe de la sinagoga te pide que cures a su hija. Mientras vas, la mujer enferma no se atreve a pedir: se acerca disimuladamente y te toca el borde del manto. Tú notaste “que había salido fuerza” de ti y la atendiste luego con unas palabras: en los dos casos apelas a la fe: «hija, tu fe te ha curado», «no temas, basta que tengas fe».
Me gusta, Señor, ver cómo te enfrentas a la enfermedad y la muerte. Sobre todo cómo tienes compasión por nosotros. Te veo en la Iglesia y tus sacramentos, «como fuerzas que brotan del Cuerpo de Cristo siempre vivo y vivificante», presente en ellos a través del ministerio de la Iglesia. Son también acciones del Espíritu Santo que actúa en su Cuerpo que es la Iglesia y «las obras maestras de Dios en la nueva y eterna Alianza» (CEC 1116).
Todo dependerá de si tenemos fe. Tu acción salvadora, Señor, está siempre en acto. Pero no actúa mágica o automáticamente. También a nosotros nos dices: «No temas, basta que tengas fe». Tal vez nos falta esta fe de Jairo o de la mujer enferma para acercarnos a ti, Jesús, y pedirte humilde y confiadamente que nos cures de la enfermedad que es nuestra experiencia de debilidad, y del miedo de la muerte, gran interrogante que en ti cobra sentido profundo, al hacernos ver cómo Dios nos tiene destinados a la salud y a la vida: «El que cree en mí, aunque muera, vivirá; el que me come tiene vida eterna».
La buena mujer que se acerca a Jesús nos hace ver que los sacramentos actúan por su propia fuerza divina, de modo infinito, pero se reciben según la capacidad del recipiente, de nuestra fe. Ella, que por padecer flujos de sangre es considerada «impura» y está marginada por la sociedad, sólo quiere una cosa: poder tocar tu manto, Jesús.
En Cafarnaún, donde llegaste con el bote, esta mujer oye quizá la curación del leproso, y ve llegar al jefe de la sinagoga, que angustiado dice al Maestro: "maestro, mi hija se está muriendo, ven a imponerle las manos para que se ponga bien y no se muera", y se pusieron en camino. Entonces hace su plan: "si pudiera tocarle la ropa que trae, me pondré buena", y tan buen punto lo tocó, se le paró la hemorragia, y así el mal había desaparecido, sintió el cuerpo lleno de vida. Entonces fue cuando el Señor dice: "¿quien me ha tocado?" y ella, llena de vergüenza pero contenta y feliz, responde: “he sido yo, Señor”, y dice Jesús: "tu fe te ha salvado, vete en paz".
Cuenta un misionero en la India que estaba en adoración eucarística cuando uno de los asistentes, hindú, se acercó y tocó el copón, mientras él miraba asombrado pero optó –viendo el respeto con que lo hacía- por dejarle hacer. Luego volvió a donde estaban los otros y al cabo de un rato dijo que quería ver la Eucaristía que se escondía dentro del copón, y explicó que cuando se acercó al altar le pidió a Jesús que le curara de un tumor, en la cabeza, un bulto grande como una fruta, y que al tocarlo se había curado. Efectivamente, se fijó el sacerdote que ya no tenía el bulto. Luego pensó en la fe que teníamos los católicos en la Eucaristía, y en la que tenía aquel hindú... Nosotros podemos tocar Jesús, con los sacramentos, el manto de Cristo son los sacramentos, tocar quiere decir creer. La tímida audacia de la hemorroísa debe servirnos para tocar a Jesús, que está esperándonos en la Misa, y espera que nos acerquemos confiadamente.
A veces la cosa está fatal, como cuando los criados de Jairo le dicen “no molestes al maestro, tu hija ha muerto”. Pero Jesús le dice: «No temas, solamente ten fe». Jesús, contra toda esperanza: “no tengas miedo, basta que creas y ella vivirá”, y luego ante ella manda: “talita cumi”, levántate y anda, y cuando se alzó ante la sorpresa de todos, añade: “dadle de comer, que tiene hambre”. Jesús nos dirá muchas veces: “si tuvierais un poco de fe…”, haríais maravillas. La fe no va sola, va de la mano de la humildad. La Iglesia “es” en la Eucaristía, en Jesús. Ahí nos desligamos de las ataduras de espacio y tiempo y nos trasladamos a la cúspide del calvario.... donde ese amor que juega al escondite, que late bajo estas especies, nos da vida pues sin Él no tiene sentido la vida, sería anodina, sin trascendencia. Se descubre la presencia del Amado, que ya vino por el bautismo pero ahora se fusiona con nosotros. Ahí Jesús nos recibe, nos dice: “mira que estoy a la puerta y llamo”... “el que me coma vivirá por mí”. El Apóstol lo expresa así: “No soy yo quien vivo, es Cristo quien vive en mí”.
“Una sola gota de la Preciosa Sangre contenida en el cáliz podría bastar para obtenernos gracias cuya eficacia ni siquiera podemos sospechar; bastaría para salvar millones de mundos más culpables que el nuestro, y para hacer más santos que cuantos pueda poseer el paraíso” (Vandeur). “Todas las obras buenas juntas no pueden compararse con el sacrificio de la Misa, pues son obras de hombres, mientras que la Misa es obra de Dios” (Cura de Ars). La Eucaristía tiene un valor infinito, pero nuestra participación es según las posibilidades, las disposiciones: si vamos con un gran recipiente acogeremos más gracia de Dios, según la capacidad de nuestro corazón; como decía Santo Tomás: “pues en la satisfacción se mira más el afecto del que ofrece que el valor de la oblación -fue el Señor quien dijo de la viuda que echó dos céntimos que ‘había echado más que ninguno-, aunque esta oblación sea suficiente de suyo para satisfacer por toda la pena, se satisface sólo por quienes se ofrece o por quienes la ofrecen en la medida de la devoción que tienen, y no por toda la pena”.
 “Cuando participamos de la Eucaristía -dice San Cirilo de Jerusalén- experimentamos la espiritualización deificante del Espíritu Santo, que no sólo nos conforma con Cristo, como sucede en el bautismo, sin que nos cristifica por entero, asociándonos a la plenitud de Cristo Jesús”.
Así como la hemorroísa percibió instantáneamente su curación con ocasión de tocar el borde del manto de Jesús, “gracias a la fuerza que había salido de Él”; y “se pide al sacerdote que aprenda a no estorbar la presencia de Cristo en él, especialmente en aquellos momentos en los que realiza el Sacrificio del Cuerpo y de la Sangre y cuando, en nombre de Dios, en la Confesión sacramental auricular y secreta, perdona los pecados”, decía san Josemaría, y añadía: “Cuando yo era niño, no estaba aún extendida la práctica de la comunión frecuente. Recuerdo cómo se disponían para comulgar: había esmero en arreglar bien el alma y el cuerpo. El mejor traje, la cabeza bien peinada, limpio también físicamente el cuerpo, y quizá hasta con un poco de perfume... eran delicadezas propias de enamorados, de almas finas y recias, que saben pagar con amor el Amor”. El deseo de comulgar –comunión espiritual- también fomenta la recepción de esas gracias.
2. A la muerte de su hijo Absalón, David llora: «Hijo mío Absalón, ojalá hubiera muerto yo en vez de ti»; y se retira solo a su cuarto para llorar. Nuestro Padre celestial, aun cuando somos rebeldes y nos oponemos a Él, sigue amándonos. «Yo no quiero la muerte del pecador, sino que se convierta y viva» (Ez 33,11) Si David ha comprendido tan bien el perdón hacia su hijo, es porque él mismo había experimentado el perdón de Dios. El contagio de la misericordia divina había comenzado en el corazón de David. Jesús recordará esta ley: «si no perdonáis vosotros, tampoco Dios os perdonará». ¿A quién tengo que perdonar, hoy?
 -“La victoria se troco en duelo aquel día para todo el ejército y el pueblo”: «perdonar» es una victoria mayor que «vencer». ¿Cuál será mi victoria interior? (Noel Quesson). Mientras David llora por su hijo muerto, el ejército vencedor no se atreve a celebrar el triunfo y entra en la ciudad «a escondidas, como se esconden abochornados los soldados cuando han huido del combate». Como dice Valerio Máximo la más vergonzosa de las victorias es la obtenida en una guerra civil.
3. “Oración de David. Inclina tu oído, Señor, respóndeme, porque soy pobre y miserable; protégeme, porque soy uno de tus fieles, salva a tu servidor que en ti confía”. El salmo pone en labios de David una súplica muy sentida a Dios para que le ayude en este momento de dolor. El buen corazón de David nos recuerda la inmensidad del amor de Dios, manifestado de modo pleno en Cristo Jesús, siempre dispuesto a perdonar. “Tú eres mi Dios: ten piedad de mí, Señor, porque te invoco todo el día; reconforta el ánimo de tu servidor, porque a ti, Señor, elevo mi alma. Tú, Señor, eres bueno e indulgente, rico en misericordia con aquellos que te invocan: ¡atiende, Señor, a mi plegaria, escucha la voz de mi súplica!”
Llucià Pou Sabaté
La Presentación del Señor

Jesús es luz del mundo y el nuevo Templo, y proclama la nueva Ley
“Cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos, según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor, como está escrito en la Ley del Señor: «Todo varón primogénito será consagrado al Señor» y para ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o dos pichones, conforme a lo que se dice en la Ley del Señor.Y he aquí que había en Jerusalén un hombre llamado Simeón; este hombre era justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel; y estaba en él el Espíritu Santo. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor. Movido por el Espíritu, vino al Templo; y cuando los padres introdujeron al niño Jesús, para cumplir lo que la Ley prescribía sobre Él, le tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz; porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel». Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de Él.Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: «Éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción —¡y a ti misma una espada te atravesará el alma!— a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones».Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad avanzada; después de casarse había vivido siete años con su marido, y permaneció viuda hasta los ochenta y cuatro años; no se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día en ayunos y oraciones. Como se presentase en aquella misma hora, alababa a Dios y hablaba del Niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén. Así que cumplieron todas las cosas según la Ley del Señor, volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El Niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre Él” (Lucas 2,22-40).
1. La Presentación de Jesús al templo es una fiesta cristológica, con un sentido también mariológico pues se desarrolla el rito de la presentación del hijo una vez cumplido el tiempo de la purificación de la madre a través del recogimiento y la oración, a los cuarenta días que hubiese dado a luz. La luz de Navidad se vuelve a poner de relieve a los 40 días, con la profecía de Simeón, antes de iniciar  la cuaresma, otros 40 días antes de la Pascua de la Resurrección. Estamos en un entretiempo entre las dos pascuas: el fin popular de los días de Navidad –el final litúrgico se celebró con el Bautismo del Señor-, cuando en algunos sitios se recogen las imágenes del Nacimiento hasta el año siguiente, ya preparando con esta luz de la procesión de las candelas la otra luz, la de la resurrección, el cirio pascual.
La “Fiesta de las candelas” o el “Día de la Candelaria”, como se sabe, tiene el aspecto festivo de la procesión con las velas encendidas, que luego se guardan de recuerdo, como más tarde la de la Vigilia pascual, pues representan la luz de Cristo en los hogares.
Tiene la fiesta un rico simbolismo del encuentro entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Simeón y Ana representan a los profetas que habían vivido con la esperanza del Mesías, representan el pueblo de Israel que durante años habían estado esperando a un Mesías que vendría a salvarlos e iluminarles el camino. Simeón lo proclama como "luz de las naciones y gloria de su pueblo Israel". Son fórmulas que se rezaban en misa, y se ponen ahora aquí para reflejar esos dos aspectos de Jesús, que es luz y gloria. Con María y José, nos llegas tú, Señor, la Buena Nueva, la luz para iluminar nuestras vidas desde la luz del bautismo, la gloria de todos los hombres, llamados por el bautismo a ser “portadores de la luz”. Nos llega por tus brazos, María, tú que eres "la luna que refleja perfectamente al sol", y te pedimos que nos ilumine esta luz y nos enseñe a ser buenos instrumentos del amor divino.
Se está renovando el Templo, con la presencia del Señor, como Ageo profetizó: «La gloria de este templo será más grande que la del anterior, dice el Señor del universo, y en este lugar yo daré la paz» (Ag 2,9); «los tesoros más preciados de todas las naciones vendrán aquí» (Ag 2,7), también está traducido por: «el más preciado», dirán algunos, «el deseado de todas las naciones».
Simeón, a quien «le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor», ha subido al Templo. Él no es de los privilegiados, su único título es ser hombre «justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel».
Y Simeón proclama su bendición, y añade a María: «¡y a ti misma una espada te atravesará el alma!» (Lc 2,35). Las cosas de Dios suceden con sufrimiento… Serían estos recuerdos guardados en su corazón, objeto de confidencias de la Virgen ya mayor, que haría a los discípulos y como madre les abriría los ojos al sentido de la cruz, de la contradicción, que es camino de la gloria.
En algunos pasajes sobre la disputa del sábado hemos visto cómo Jesús es el nuevo Moisés, que proclama la nueva Ley, ahora podemos ver que Él es el nuevo Templo. Se produce, como dijo Jesús a la samaritana, un cambio hacia un templo donde Dios es adorado no aquí o allá sino en espíritu y en verdad. Enseña Ratzinger: “La universalización de la fe y de la esperanza de Israel, la consiguiente liberación de la letra hacia la nueva comunión con Jesús, está vinculada a la autoridad de Jesús y a su reivindicación como Hijo”. No hace una interpretación liberal de la Torá –lo cual le daría un carácter relativo también a la Torá, a su procedencia de la voluntad de Dios-; sino una obediencia a la autoridad de esta nueva interpretación superior a la de Moisés, y al mandato original: ha de ser una autoridad divina. Esta superación no es trasgresión sino su cumplimiento.
Se juntan de la mano la justicia y la paz, como dice el salmo, la ley y la gracia, Simeón y José, Ana y María, el Antiguo y Nuevo Testamento, en Jesús: “La correcta conexión entre el Antiguo y el Nuevo Testamento –sigue diciendo Ratzinger- ha sido y es un elemento constitutivo para la Iglesia: precisamente las palabras del Resucitado dan importancia al hecho de que Jesús sólo puede ser entendido en el contexto de «la Ley y los Profetas» y de que su comunidad sólo puede vivir en este contexto que ha de ser comprendido de modo adecuado”. Hay dos polos opuestos peligrosos: un falso legalismo hipócrita, y el rechazo del «Antiguo Testamento» suplantado a veces por la ley del amor entendida como cosa espiritual, sin relevancia social.
En ti, Señor, vemos realizada la promesa hecha por Moisés: «El Señor tu Dios suscitará en medio de tus hermanos un profeta como yo.» (Dt 18,15). Tú explicas la Ley con la proclamación de la fe en el único Dios y Padre y unida a esta, la preocupación por los débiles, los pobres, las viudas y los huérfanos. El amor a Dios y el amor al prójimo son inseparables, y el amor al prójimo es la prueba del primero. En el Sermón de la Montaña lo explicarás, Jesús. Ya desde tu presentación en el templo veo, Señor, que no suprimes, sino que le das cumplimiento a la Ley, que protege la dignidad de la persona.
2. Malaquías escribe años después del exilio, y una de sus preocupaciones es responder a los escandalizados ante el hecho de que los injustos, los ricos y opresores, los infieles, vivían mejor que los fieles. Por ello, anuncia vigorosamente el "Día de Yahvè", cuando Dios destruirá el mal para siempre y asegurará a los fieles una vida saludable. Este anuncio lo realiza vinculándolo muy especialmente al Templo de Jerusalén, y ve el cumplimiento de sus esperanzas cuando Yahvé estará gloriosamente presente en el Templo, y todos los hombres subirán a ofrecer en él un sacrificio aceptable (J. Lligadas). Se habla de "mi mensajero... el Señor... el mensajero de la alianza", prueba de que Dios va a venir (el mensajero podría ser Elías, o Juan Bautista). El pueblo acusa a Dios, y el profeta dice que somos nosotros quienes tenemos que convertirnos, si queremos acudir a su misericordia.
El «día de Yahvé» ya llega, los buenos serán separados de los malos, y añade una nota apocalíptica: los justos tomarán parte en el castigo de los malvados.
Parece que Dios no tiene prisa por venir. Debemos creer y esperar, porque, a pesar de todo, el Señor vendrá y pondrá las cosas en su sitio (J. Aragonés).
3. Los salmos cantaban este momento: «¡Puertas, levantad vuestros dinteles, alzaos, portones antiguos, para que entre el rey de la gloria!», pero las cosas suceden con sencillez extrema, sin aparato. Proclamamos los títulos solemnes de Dios: "Rey de la gloria; Señor valeroso, héroe de la guerra; y Señor de los ejércitos". Es una exaltación, pero "Señor de los ejércitos", no tiene un carácter marcial sino un valor cósmico: el Señor es el Creador, que tiene como ejército todas las estrellas del cielo, es decir, todas las criaturas del universo que le obedecen: "Brillan las estrellas en su puesto de guardia, llenas de alegría; las llama él y dicen: "Aquí estamos". Y brillan alegres para su Hacedor" (Ba 3,34-35). Dios infinito se adapta a la criatura humana, se le acerca para encontrarse con ella, escucharla y entrar en comunión con ella. Y la liturgia es la expresión de este encuentro en la fe, en el diálogo y en el Amor manifestado en Jesús.
3. Jesús vence al pecado con su muerte, le quita todo poder al diablo, que era dueño de la muerte. Ha sido fiel a su voluntad hasta el final. Es modelo para todos, y camino para el cielo (J. Lligadas). Jesús, eres uno de los nuestros; has compartido nuestra sangre y nuestra carne y no te avergüenzas de llamarnos hermanos, has asumido todo lo humano: alegría, amistad, familia, sencillez. Has asumido el dolor, limitación, sufrimiento, muerte. Más aún, nos aceptas como somos, limitados, pecadores, con odios pequeños e irracionales; no rehúsas tu vida humana y nos amas a todos, tal como somos, excepto el pecado. María Virgen ha sido la primera en seguirte, acogiéndote en una apertura de entrega, sencillez y generosidad de su vida (G. Mora).
Llucià Pou Sabaté 
CELEBRACIÓN DE LAS VÍSPERAS DE LA FIESTA DE LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR
HOMILÍA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
Basílica Vaticana, Martes 2 de febrero de 2011 
Queridos hermanos y hermanas:
En la fiesta de hoy contemplamos a Jesús nuestro Señor, a quien María y José llevan al templo «para presentarlo al Señor» (Lc 2, 22). En esta escena evangélica se revela el misterio del Hijo de la Virgen, el consagrado del Padre, que vino al mundo para cumplir fielmente su voluntad (cf. Hb 10, 5-7). Simeón lo señala como «luz para alumbrar a las naciones» (Lc 2, 32) y anuncia con palabras proféticas su ofrenda suprema a Dios y su victoria final (cf. Lc 2, 32-35). Es el encuentro de los dos Testamentos, Antiguo y Nuevo. Jesús entra en el antiguo templo, él que es el nuevo Templo de Dios: viene a visitar a su pueblo, llevando a cumplimiento la obediencia a la Ley e inaugurando los tiempos finales de la salvación.
Es interesante observar de cerca esta entrada del niño Jesús en la solemnidad del templo, en medio de un gran ir y venir de numerosas personas, ocupadas en sus asuntos: los sacerdotes y los levitas con sus turnos de servicio, los numerosos devotos y peregrinos, deseosos de encontrarse con el Dios santo de Israel. Pero ninguno de ellos se entera de nada. Jesús es un niño como los demás, hijo primogénito de dos padres muy sencillos. Incluso los sacerdotes son incapaces de captar los signos de la nueva y particular presencia del Mesías y Salvador. Sólo dos ancianos, Simeón y Ana, descubren la gran novedad. Guiados por el Espíritu Santo, encuentran en ese Niño el cumplimiento de su larga espera y vigilancia. Ambos contemplan la luz de Dios, que viene para iluminar el mundo, y su mirada profética se abre al futuro, como anuncio del Mesías: «Lumen ad revelationem gentium!» (Lc 2, 32). En la actitud profética de los dos ancianos está toda la Antigua Alianza que expresa la alegría del encuentro con el Redentor. A la vista del Niño, Simeón y Ana intuyen que precisamente él es el Esperado.
La Presentación de Jesús en el templo constituye un icono elocuente de la entrega total de la propia vida para cuantos, hombres y mujeres, están llamados a reproducir en la Iglesia y en el mundo, mediante los consejos evangélicos, «los rasgos característicos de Jesús virgen, pobre y obediente» (Exhort. apost. postsinodal Vita consecrata, 1). Por esto, el venerable Juan Pablo II eligió la fiesta de hoy para celebrar la Jornada anual de la vida consagrada. En este contexto, dirijo un saludo cordial y agradecido a monseñor João Braz de Aviz, que hace poco nombré prefecto de la Congregación para los institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica, así como al secretario y a sus colaboradores. Saludo con afecto a los superiores generales presentes y a todas las personas consagradas.
Quiero proponer tres breves pensamientos para la reflexión en esta fiesta.
El primero: el icono evangélico de la Presentación de Jesús en el templo contiene el símbolo fundamental de la luz; la luz que, partiendo de Cristo, se irradia sobre María y José, sobre Simeón y Ana y, a través de ellos, sobre todos. Los Padres de la Iglesia relacionaron esta irradiación con el camino espiritual. La vida consagrada expresa ese camino, de modo especial, como «filocalia», amor por la belleza divina, reflejo de la bondad de Dios (cf. ib., 19). En el rostro de Cristo resplandece la luz de esa belleza. «La Iglesia contempla el rostro transfigurado de Cristo, para confirmarse en la fe y no correr el riesgo del extravío ante su rostro desfigurado en la cruz... Ella es la Esposa ante el Esposo, partícipe de su misterio y envuelta por su luz. Esta luz llega a todos sus hijos… Una experiencia singular de la luz que emana del Verbo encarnado es, ciertamente, la que tienen los llamados a la vida consagrada. En efecto, la profesión de los consejos evangélicos los presenta como signo y profecía para la comunidad de los hermanos y para el mundo» (ib., 15).
En segundo lugar, el icono evangélico manifiesta la profecía, don del Espíritu Santo. Simeón y Ana, contemplan al Niño Jesús, vislumbran su destino de muerte y de resurrección para la salvación de todas las naciones y anuncian este misterio como salvación universal. La vida consagrada está llamada a ese testimonio profético, vinculado a su actitud tanto contemplativa como activa. En efecto, a los consagrados y las consagradas se les ha concedido manifestar la primacía de Dios, la pasión por el Evangelio practicado como forma de vida y anunciado a los pobres y a los últimos de la tierra. «En virtud de esta primacía no se puede anteponer nada al amor personal por Cristo y por los pobres en los que él vive... La verdadera profecía nace de Dios, de la amistad con él, de la escucha atenta de su Palabra en las diversas circunstancias de la historia» (ib., 84). De este modo la vida consagrada, en su vivencia diaria por los caminos de la humanidad, manifiesta el Evangelio y el Reino ya presente y operante.
En tercer lugar, el icono evangélico de la Presentación de Jesús en el templo manifiesta la sabiduría de Simeón y Ana, la sabiduría de una vida dedicada totalmente a la búsqueda del rostro de Dios, de sus signos, de su voluntad; una vida dedicada a la escucha y al anuncio de su Palabra. «”Faciem tuam, Domine, requiram”: tu rostro buscaré, Señor (Sal 26, 8… La vida consagrada es en el mundo y en la Iglesia signo visible de esta búsqueda del rostro del Señor y de los caminos que llevan hasta él (cf. Jn 14, 8)… La persona consagrada testimonia, pues, el compromiso gozoso a la vez que laborioso, de la búsqueda asidua y sabia de la voluntad divina» (cf. Congregación para los institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica, Instrucción El servicio de la autoridad y la obediencia. Faciem tuam Domine requiram [2008], I).
Queridos hermanos y hermanas, ¡escuchad asiduamente la Palabra, porque toda sabiduría de vida nace de la Palabra del Señor! Escrutad la Palabra, a través de la lectio divina, puesto que la vida consagrada «nace de la escucha de la Palabra de Dios y acoge el Evangelio como su norma de vida. El vivir siguiendo a Cristo casto, pobre y obediente, se convierte en "exégesis" viva de la Palabra de Dios. El Espíritu Santo, en virtud del cual se ha escrito la Biblia, es el mismo que ha iluminado con luz nueva la Palabra de Dios a los fundadores y fundadoras. De ella ha brotado cada carisma y de ella quiere ser expresión cada regla, dando origen a itinerarios de vida cristiana marcados por la radicalidad evangélica» (Verbum Domini, 83).
Hoy vivimos, sobre todo en las sociedades más desarrolladas, una condición marcada a menudo por una pluralidad radical, por una progresiva marginación de la religión de la esfera pública, por un relativismo que afecta a los valores fundamentales. Esto exige que nuestro testimonio cristiano sea luminoso y coherente y que nuestro esfuerzo educativo sea cada vez más atento y generoso. Que vuestra acción apostólica, en particular, queridos hermanos y hermanas, se convierta en compromiso de vida, que accede, con perseverante pasión, a la Sabiduría como verdad y como belleza, «esplendor de la verdad». Sabed orientar con la sabiduría de vuestra vida, y con la confianza en las posibilidades inexhaustas de la verdadera educación, la inteligencia y el corazón de los hombres y las mujeres de nuestro tiempo hacia la «vida buena del Evangelio».
En este momento, mi pensamiento va con especial afecto a todos los consagrados y las consagradas, en todos los rincones de la tierra, y los encomiendo a la santísima Virgen María:
Oh María, Madre de la Iglesia,
te encomiendo
toda la vida consagrada,
a fin de que tú le alcances
la plenitud de la luz divina:
que viva en la escucha
de la Palabra de Dios,
en la humildad del seguimiento
de Jesús, tu hijo y nuestro Señor,
en la acogida
de la visita del Espíritu Santo,
en la alegría cotidiana del Magníficat,
para que la Iglesia sea edificada
por la santidad de vida
de estos hijos e hijas tuyos,
en el mandamiento del amor. Amén.