sábado, 9 de mayo de 2015

Domingo 6 de Pascua. Ciclo B

Domingo de la semana 6 de Pascua; ciclo B

Meditaciones de la semana
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Jesús nos hace el regalo del Espíritu Santo, Amor y causa de felicidad, para que lo demos a todos
En aquel tiempo, Jesús habló así a sus discípulos: «Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor. Os he dicho esto, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado.«Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca; de modo que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda. Lo que os mando es que os améis los unos a los otros» (Jn 15,9-17).
1. «A vosotros os he llamado amigos», nos dices hoy, Jesús: en este último último domingo antes de la de la Ascensión y Pentecostés, ya al final de la Pascua, nos abres tu corazón después de que Te nos has manifestado como el Buen Pastor y la vid a quien hay que estar unido como los sarmientos, para darnos hoy el amor, el misterio más profundo de Dios, el Amor que os une Padre e Hijo. Todo lo que has hecho, desde la creación hasta la redención, es por amor. Todo lo que esperas de nosotros como respuesta a Tu acción es amor. Por esto, tus palabras resuenan hoy: «Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor». Que sepa amar, Jesús, con tu corazón, como nos lo recuerda san Agustín: «El Maestro bueno nos recomienda tan frecuentemente la caridad como el único mandamiento posible. Sin la caridad todas las otras buenas cualidades no sirven de nada. La caridad, en efecto, conduce al hombre necesariamente a todas las otras virtudes que lo hacen bueno».
Te doy gracias, por tu amor inmenso: me amas hasta dar la vida. No quiero darte poco, Jesús, sino como tú, entregarme por entero. Los enamorados se dicen: “daría la vida por ti”, y esto hasta morir por amor; pero tú Jesús nos enseñas que tan importante o más que “morir” en un momento es “vivir” toda la vida, cuidar el amor cada día: en el trabajo y en la familia, con los amigos y en el descanso… Cuentan de dos hermanos, que como eran pobres sólo podían mandar a uno de los dos a la escuela, mientras el otro trabajaba para colaborar en que el hermano pudiera estudiar. Las manos del que trabajaba se ajaron, mientras las del estudiante se volvieron ágiles con el pincel, pues el estudiante fue Durero, gran dibujante y pintor, que pintó las manos de su hermano, agradecido de que por él, llegó a ser lo que era. Jesús, que yo también esté agradecido, viendo el esfuerzo que hacen los demás por ayudarme, por sacar las cosas adelante.
Que no se pierda lo bueno por no cuidarlo, como el amor que se marchita por no atender los detalles. Cuentan de un niño que tenía un periquito que sabía hablar muchos idiomas, pero en su contento al que olvidó darle de comer, y el pobre pajarito se murió. Hemos de alimentar el amor cada día, para que no crezca el odio y otras malas hierbas. También a otro niño se olvidaba de echar de comer a los peces hasta que vio que uno se iba comiendo a todos los demás y vio que lo que tenía era hambre… Así, Jesús, te pido que sepa hacer las cosas que debo, cumplir por amor. Tú nos enseñas a dar la vida por amor, minuto a minuto, día a día. Que sepa atender las necesidades de los demás, como visitar a los enfermos, no marginar a nadie…
Recuerdo también un cuento antiguo, de un abuelo que murió antes de dar la bendición que tanto apreciaban los nietos, niño y niña, que vivían en un castillo pues eran nobles. Recibieron una carta cada uno, y con alegría fueron a contarse uno al otro que tenían por herencia un tesoro, y la carta decía dónde estaba lo que les tocaba y tenía una llave. Encontraron el tesoro, que estaba en un cofre, en los sótanos del castillo. Abrieron las viejas cerraduras, la de cada uno, y encontraron el tesoro, y también otra carta, una en cada compartimento, que decía, dirigidos a él y ella: “si lees esto solo, recibe mi herencia; si estás con tu hermano-con tu hermana, recibe además mi bendición”… ellos se abrazaron al recibir –como premio a su amor, a su confianza, a contarse las cosas- lo que más deseaban, la bendición del abuelo...
2. “Os he dicho esto, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado”. Los Hechos de los Apóstoles nos hablan de Cornelio, que mandó llamar a Pedro, que se encontraba en Joppe donde tuvo unos sueños de manjares, que no se atrevía a comer porque estaban impuros, y Dios le dijo que comiera, pues para Él eran puros. Pedro fue a casa de Cornelio “cuando cayó el Espíritu Santo sobre todos los que escuchaban sus palabras”. Los que fueron con Pedro “se sorprendieron de que el don del Espíritu Santo se derramara también sobre los gentiles”. Pedro “mandó bautizarlos en el nombre de Jesucristo”. Fue la gran alegría de que los no judíos recibían el Espíritu Santo. Estamos contentos, Jesús, de que muchos sean llamados a tratar a Dios como Padre que está en los cielos y nos quiere como hijos suyos. Y de que el Espíritu Santo haya venido a nuestra alma, por eso hemos cantado este Salmo: “Cantad al Señor un cántico nuevo, / porque ha hecho maravillas, / su diestra le ha dado la victoria, / su santo brazo”. Queremos cantarte, Señor, este cántico nuevo, porque Tú nos da la vida del alma, porque estábamos en la tierra con frío y soledad, a oscuras… y nos llenas con la lluvia de tu misericordia, que es el mismo Jesús, que ha nacido para que nosotros vayamos al cielo con Él.
3. La carta de San Juan nos insiste en este Amor de Dios: “Amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es Amor”. Nos dice aquí también cómo es Dios. El que no ama no conoce a Dios porque Dios es Amor. Y «el amor de Dios ha sido derramado sobre nosotros por el Espíritu Santo que se nos ha dado». Se es cristiano en la medida en que se responde al amor de Dios. "El que ama conoce a Dios". Y luego dice que todo lo hemos recibido en Jesús, la salvación, y que así “vivamos por medio de Él”. Y añade algo muy especial: que podemos amar si nos ama Dios primera; pues para poder amar con entusiasmo, hemos de recibir amor: “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo, para salvarnos de nuestros pecados”. Y la conclusión está clara: “Si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros”. Sigue S. Juan continuando el tema central del domingo pasado, estar en Cristo, dejarnos posesionar de Jesús, que ha venido del cielo a la tierra para que la tierra pueda comenzar a ser un cielo: “A Dios nadie le ha visto nunca. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud”. Gracias, Jesús, por haber venido al mundo, por haber vivido por mí y haber muerto por mí, y porque sigues viviendo por mí. Tu amor me da fuerza para vivir, para luchar cuando algo me cuesta.
“¿Donde vive Jesús?” Lo pregunté el otro día a los niños de primera comunión, y me contestó enseguida uno: -“En el cielo”. -“¿Y dónde más?” –“En la misa, en el sagrario”- “-Y…” –“En nuestro corazón, al comulgar…”.
Una vez vi a un padre muy alto y un niño muy pequeño, muy bajito, el padre se fue agachando hasta que se puso a su altura… hasta que se puso cara a cara y le miró a los ojos. Pensé en ti, Señor, que te “agachas” y te haces pequeño, hasta ponerte a mi altura. Incluso te haces comida, pan para que podamos comerle… has bajado del cielo, vienes a la misa, vienes a nuestro corazón, en la comunión, y nos hablas del amor, de hacer lo que tú has hecho por nosotros: dar la vida por amor. Nos dices que quien ama conoce a Dios. Y nos mandas que nos amemos. Señor, ayúdame a perdonar, para sentirme perdonado… ayúdame a ver que te pones a nuestra altura para hacerte comida que nos dé fuerza y nos dices: “toma, cómeme”. Quiero decirte que sí, tenerte dentro por tu Espíritu. “En esto conocemos que permanecemos en Él y Él en nosotros: en que nos ha dado de su Espíritu. Y nosotros hemos visto y damos testimonio de que el Padre envió a su Hijo, para ser Salvador del mundo. Quien confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él y él en Dios”.

Llucià Pou Sabaté

viernes, 8 de mayo de 2015

Sábado de la semana 5 de Pascua

Sábado de la semana 5 de Pascua

Seguir a Jesús es participar de su misión evangelizadora: trabajar por extender el Evangelio aunque suponga contradicciones
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Si el mundo os odia, sabed que a mí me ha odiado antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero, como no sois del mundo, porque yo al elegiros os he sacado del mundo, por eso os odia el mundo. Acordaos de la palabra que os he dicho: El siervo no es más que su señor. Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros; si han guardado mi Palabra, también la vuestra guardarán. Pero todo esto os lo harán por causa de mi nombre, porque no conocen al que me ha enviado» (Jn 15,18-21).
1. Las palabras de Jesús resuenan en nuestros oídos, cuando tenemos dificultades: “Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mí antes que a vosotros”. Decía S. Gregorio Magno que “la hostilidad de los perversos suena como alabanza para nuestra vida, porque demuestra que tenemos al menos algo de rectitud en cuanto que resultamos molestos a los que no aman a Dios: nadie puede resultar grato a Dios y a los enemigos de Dios al mismo tiempo. Demuestra que no es amigo de Dios quien busca complacer a los que se oponen a Él: y quien se somete a la verdad luchará contra lo que se opone a la verdad”.
Sigue Jesús: "Si fuerais del mundo, el mundo os amaría como cosa suya, pero como no sois del mundo sino que yo os he escogido sacándoos del mundo, por eso el mundo os odia". Los cristianos, dirá Pablo, "están crucificados con Jesús", y así como el mundo no reconoció a Jesús, tampoco sus discípulos serán reconocidos. Jesús es la luz que nos ilumina, y Karol Wojtyla nos decía «que esta luz nos haga fuertes y capaces de aceptar y amar la entera Verdad de Cristo, de amarla más cuanto más la contradice el mundo».
No es el siervo más que su amo. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán; si han guardado mi palabra, también guardarán la vuestra…” Me gusta que me quieran, Señor, pero acepto el desprecio, y pasar contradicciones, por amor a ti. Sólo te pido que me des la fuerza para llevarlas. Que no me deje llevar por la mundanidad, en la búsqueda de placer o dinero, sino por las bienaventuranzas. Te pido que sepa estar en el mundo, como tú, sin dejarme llevar por el egoísmo, las fuerzas del mal; que piense que sólo tú “tienes palabras de vida eterna”. Comenta San Agustín: «Si queréis saber cómo se ama a sí mismo el mundo de perdición que odia al mundo de redención, os diré que se ama con un amor falso, no verdadero. Y si se ama con amor falso, en realidad se odia: porque quien ama la maldad tiene odio a su propia alma... Pero se dice que se ama porque ama la iniquidad que le hace inicuo; y se dice que a la vez se odia, porque ama lo que es perjudicial. En sí mismo odia la naturaleza y ama el vicio; ama lo que en él hizo su propia voluntad. Por lo cual se nos manda y se nos prohíbe amarlo. Se nos prohíbe cuando dice: “No améis el mundo”; y se nos manda en aquellas palabras: “Amad a vuestros enemigos”.  Se nos prohíbe, pues, amar en él lo que él en sí mismo odia, esto es, la hechura de Dios y los múltiples consuelos de su bondad. Se nos prohíbe amar sus vicios y se nos manda amar su naturaleza, ya que él ama sus vicios y odia su naturaleza. A fin de que nosotros lo amemos y odiemos con rectitud, ya que él se ama y se odia con perversidad».
No pertenecéis al mundo, porque yo os elegí y os saqué del mundo, por eso el mundo os odia.” Y comenta San Cipriano de Cartago: “El Señor quiere que nos alegremos, que saltemos de gozo cuando nos vemos perseguidos, porque cuando hay persecución es cuando se merece la corona de la fe. Es entonces cuando los soldados de Cristo se manifiestan en la pruebas, entonces se abren los cielos a sus testigos. No combatimos en la filas de Dios para tener una vida tranquila, para esquivar el servicio, cuando el Maestro de la humildad, de la paciencia y del sufrimiento llevó el mismo combate antes que nosotros. Lo que él ha enseñado lo ha cumplido antes, y si nos exhorta a mantenernos firmes en la lucha es porque Él mismo ha sufrido antes que nosotros y por nosotros.
”Para participar en las competiciones del estadio, uno tiene que entrenarse y ejercitarse y se considera feliz si bajo la mirada de la multitud le entregan el premio. Pero aquí hay una competición más noble y deslumbrante. Dios mismo mira nuestro combate, nos mira como hijos suyos y Él mismo nos entrega el premio celestial. Los ángeles nos miran, nos mira Cristo y nos asiste. Pertrechémonos con todas nuestra fuerzas, libremos el buen combate con un ánimo animoso y una fe sincera”.
2. Bernabé irá con Marcos, que Pablo no quiere porque fue cobarde, e irá con Silas. Las iglesias se robustecían en la fe y crecían en número de día en día... “Durante la noche Pablo tuvo una visión: un macedonio estaba de pie y le suplicaba diciendo: ven a Macedonia y ayúdanos”. Y así comenzó la fe cristiana en Europa, pues ellos fueron a Grecia “convencidos de que Dios nos había llamado para anunciarles el Evangelio” (Hechos 16,1-10).
¡Señor, que sepa ver con los ojos de la fe! ¡Que sepa ayudarte, para ir más lejos, abordar nuevos retos, proclamar tu palabra ante tantos que nos dicen con los ojos: «Ven a ayudarnos»! ¡Que sepa estar atento a esas llamadas de las personas de mi alrededor! En primer lugar, con la Colecta de hoy, te pido que comience por mí mismo: «Señor, Dios Todopoderoso, que por las aguas del bautismo nos has engendrado a la vida eterna; ya que has querido hacernos capaces de la vida inmortal, no nos niegues ahora tu ayuda para conseguir los bienes eternos».
3. «Que toda la tierra aclame al Señor», cantamos con el Salmo: gracias porque nos ha llenado de fe y esperanza. María, Madre mía, quiero unirme a tu canto de alegría, para reconocer que el Señor es el Dios que nos hace hijos suyos, que nos llena de su bondad, misericordia y fidelidad, por siempre, por eso contigo clamamos: «Aclamad al Señor, tierra entera, servid al Señor con alegría, entrad en su presencia con vítores. Sabed que el Señor es Dios; que Él nos hizo y somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño. El Señor es bueno, su misericordia es eterna, su fidelidad por todas las edades» (Salmo 100/99,2.3.5).
Llucià Pou Sabaté

jueves, 7 de mayo de 2015

Viernes de la semana 5 de Pascua

Viernes de la semana 5 de Pascua

Jesús nos da la ley del amor fraterno
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Éste es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca; de modo que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda. Lo que os mando es que os améis los unos a los otros» (Jn 15,12-17).
1. Jesús, en la intimidad del Jueves santo reunido con sus discípulos, les confía “un nuevo mandamiento”: «Que os améis los unos a los otros como yo os he amado»: es la ley del amor, con una medida, es como si nos dijera: “como me habéis visto hacer a mí y como todavía me veréis hacer”. Jesús, el amigo, nos anima a propagar ese amor. Jesús, nos has dado la medida del amor: como tú nos has amado… me enseñas que amar mucho es “dar la vida”. Te doy gracias porque nos enseñas el modelo de amor para los esposos que se entregan uno al otro, y sienten la responsabilidad de ser padres; modelo de los misioneros que llevan el Evangelio por el mundo; de los religiosos, sacerdotes y obispos, de los laicos en medio del mundo… Que aprenda, Señor, lo que has dicho un poco antes: «si el grano de trigo no cae en tierra y muere queda él solo; pero si muere da mucho fruto» (Jn 12,24). Tú me invitas a morir a mis cosas, para vivir en una entrega a los demás. Pienso que amar es participar de ti, Dios mío; cuanto más sea tuyo, más podré querer, pues amar debe de ser tener “un cachito” de Dios en mí. Que sepa atender las necesidades de los demás, Señor.
2. “Señor, ¿por qué llamas nuevo a este mandamiento?”, se preguntaba san Josemaría, pues de amor al prójimo se habla en el Antiguo Testamento, pero Jesús pide más: “Yo os pido más: amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y orad por los que os persiguen y calumnian”. “Tú nos revelaste la medida insospechada de la caridad: como Yo os he amado. ¡Cómo no habían de entenderte los Apóstoles, si habían sido testigos de tu amor insondable!
”El anuncio y el ejemplo del Maestro resultan claros, precisos. Ha subrayado con obras su doctrina. Y, sin embargo, muchas veces he pensado que, después de veinte siglos, todavía sigue siendo unmandato nuevo, porque muy pocos hombres se han preocupado de practicarlo; el resto, la mayoría, ha preferido y prefiere no enterarse. Con un egoísmo exacerbado, concluyen: para qué más complicaciones, me basta y me sobra con lo mío. No cabe semejante postura entre los cristianos. Si profesamos esa misma fe, si de verdad ambicionamos pisar en las nítidas huellas que han dejado en la tierra las pisadas de Cristo, no hemos de conformarnos con evitar a los demás los males que no deseamos para nosotros mismos. Esto es mucho, pero es muy poco, cuando comprendemos que la medida de nuestro amor viene definida por el comportamiento de Jesús (…). El principal apostolado que los cristianos hemos de realizar en el mundo, el mejor testimonio de fe, es contribuir a que dentro de la Iglesia se respire el clima de la auténtica caridad”.
Jesús, a veces me pregunto: ¿hasta dónde tengo que amar, perdonar? Y tú me das el nivel: como tú nos has amado… hasta dar la vida: «Nadie tiene amor más grande que el de dar uno la vida por sus amigos.» Cuando pienso en mis derechos de manera desmesurada, y se me mete el orgullo, me quedo solo, y triste porque hago daño a los demás; pero cuando sigo tu mandato, soy generoso y todos estamos felices. Dame tu humildad y sencillez para servir a los de mi familia, mis amigos, las personas que me rodean.
También quiero aprender, Jesús, a ver que no soy yo el que merezco la salvación, como bien dices: «No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros.» Me has elegido porque me amas, y por eso me ha creado Dios contigo, con tu amor; me has dado dones para que los emplee en seguir haciendo el bien como tú lo haces en mí, si me dejo, y así doy fruto: «el treinta por uno, el sesenta por uno, y el ciento por uno» (Mt 4,8).
«Os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca.» ¿Qué fruto permanece? La santidad, apostolado, trabajo bien hecho, servicio a los demás.
3. Señor, que dé yo también frutos de amor... que sepa vivir con obras este mandamiento nuevo, tu testamento, Jesús. Que con tu ayuda sepa amar a los demás, servir, ayudar, comprender,  disculpar... Que no quiera ser yo el centro de todo. Como decía Tagore: "Dormía y soñaba que la vida era alegría. Desperté y vi que la vida era servicio. Empecé a servir y comprobé que el servicio era alegría". Que sepa abrir los ojos a los demás, a sus virtudes: "Sólo serás bueno, si sabes ver las cosas buenas y las virtudes de los demás" (san Josemaría). Que sepa manifestar ese amor en el uso de la lengua, Jesús, pues criticar es muy fácil, como lo es destruir con una pedrada la vidriera espléndida de una catedral, pero es difícil recomponerla, como también lo es el honor de alguien por maledicencias... Que sepa construir, edificar, que es tarea de artistas...
Vemos hoy la conclusión de aquel primer Concilio de Jerusalén, con una parte doctrinal y una parte de normas variables. Lo importante no es tanto lo que hacemos los hombres, sino lo que Dios hace en la historia. “El Espíritu Santo y nosotros”…, dicen. Y todo basado en el amor, que hacía decir a los paganos, al verles: “¡mirad cómo se aman!” Ahí tenemos un punto bien concreto para nuestro examen: ¿los demás pueden decir de nosotros que destacamos -los cristianos- porque amamos a los demás, porque servimos?...
No es que amemos nosotros, es que Dios nos ha amado primero. “La caridad no la construimos nosotros; nos invade con la gracia de Dios: porque Él nos amó primero. Conviene que nos empapemos bien de esta verdad hermosísima: si podemos amar a Dios, es porque hemos sido amados por Dios. Tú y yo estamos en condiciones de derrochar cariño con los que nos rodean, porque hemos nacido a la fe, por el amor del Padre. Pedid con osadía al Señor este tesoro, esta virtud sobrenatural de la caridad, para ejercitarla hasta en el último detalle”, sigue diciendo san Josemaría; algo tan bonito como la palabra “caridad” se ha malogrado a veces: “Expresaba bien esta aberración la resignada queja de una enferma: aquí me tratan con caridad, pero mi madre me cuidaba con cariño”.
Los matices de Jesús son entrañables: «os llamo… amigos». Hemos pasado del “permanecer” en Él, a amarse unos a otros. Esta “ley de amor” sustituye al temor de los siervos; es “ley de gracia”(por el Espíritu Santo); “ley de libertad” porque “nos hace pasar de la condición del siervo «que ignora lo que hace su señor», a la de amigo de Cristo, «porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer»” (Catecismo, 1972). «Si el Señor te ha llamado «amigo», has de responder a la llamada, has de caminar a paso rápido, con la urgencia necesaria, ¡al paso de Dios! De otro modo, corres el riesgo de quedarte en simple espectador» (S. Josemaría, Surco 629).
«Porque todo lo que oí de mi Padre os lo he dado a conocer.» ¡Gracias, Señor, porque me das a conocer tantas cosas! Gracias por la maravilla que nos das, de concedernos todo lo bueno: «todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo concederá.» Todo lo que está en el Padrenuestro quiero pedirte ahora, Señor: “Padre, te pido más corazón, para corresponder al amor que me tienes; te pido más fortaleza, para no conformarme con «ir tirando», sino que me ponga a luchar en serio en el camino de la santidad; te pido más generosidad, para saber dar la vida por Ti y por los demás como ha hecho Jesús; te pido más lealtad, para no traicionar la amistad que Jesús me ha dado, rechazando el pecado con todas mis fuerzas; te pido más vibración apostólica, para que sepa dar ejemplo y hablar de Ti a mis familiares y amigos: para dar fruto, y que ese fruto permanezca” (P. Cardona).
Canta el salmo la confianza en el Señor, y así como se avecina la aurora a medida que pasa la noche, así la salvación se acerca en la tribulación: “Mi corazón está firme, Dios mío…” el orante está esperando que despunte el alba, para que la luz venza la oscuridad y los miedos… “Te daré gracias ante los pueblos, Señor… por tu bondad que es más grande que los cielos, por tu fidelidad que alcanza a las nubes» (Salmo 57/56,8-12).
Llucià Pou Sabaté

miércoles, 6 de mayo de 2015

Jueves de la semana 5 de Pascua

Jueves de la semana 5 de Pascua

Por el amor de Jesús entramos en el amor que tiene con el Padre, por la obediencia y la fe
En aquel tiempo, Jesús habló así a sus discípulos: «Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor. Os he dicho esto, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado» (Jn 15,9-11).
1. « Como el Padre me ha amado, así os he amado yo: Permaneced en mi amor…» ¡Es maravilloso saberme amado por ti, Señor, hasta el punto que pones este amor en relación con el que os tenéis tú con el Padre”. «Como el Padre me amó, así os he amado yo.» Jesús, tengo ganas de sondear el amor del Padre y Tú, que imagino inmenso, tierno, entrañable. Me sirve para ello el libro de los Proverbios, cuando contempla tu Sabiduría hablando del Padre, antes de la creación: «yo estaba allí, como arquitecto, y era yo todos los días su delicia, jugando en su presencia en todo tiempo» (Prov 8,30). Así nos amas también a nosotros por eso quizá añades que «jugando por el orbe de su tierra, mis delicias están con los hijos de los hombres» (Prov 8,31).
«Permaneced en mi amor.» Ayúdame, Jesús, a guardar tus mandamientos, para permanecer en el amor: «Jesús resumió los deberes del hombre para con Dios en estas palabras: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente» (...). Dios nos amó primero. El amor del Dios Único es recordado en la primera de «las diez palabras». Los mandamientos explicitan a continuación la respuesta de amor que el hombre está llamado a dar a su Dios» (Catecismo 2083).
Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor”… Tengo que guardar tus mandamientos, Jesús, como tú los del Padre; lo entiendo. Quiero introducirme en esa lógica divina. Si te amo, comprendo todo. Me hablas de tu amor al Padre y de a qué te lleva ese amor: «El que me ha enviado está conmigo: no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada a Él» (Jn 8,29). El Padre te proclamó bien alto en el Jordán como quien le complace: «Tú eres mi Hijo amado, en ti me he complacido» (Mc 1,11) y, más tarde, en el Tabor: «Éste es mi Hijo amado, escuchadle» (Mc 9,7). Tú has respondido, «Abbá», ¡papá! Y ahora nos revelas que entramos en ese torrente de amor divino: «como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros». Ayúdame, Señor, a mantenerme en su amor, a cumplir tus mandamientos, a amar la Voluntad del Padre. Ya sé que en algún momento te costó, cuando dirás al cabo de un rato: "Si es posible que se aleje de mí este cáliz", en el huerto de los olivos. Y añadiste: "Pero, Padre, no lo que Yo quiero, sino lo que Tú quieres." También diré yo en el Padrenuestro: “Hágase tu voluntad” (Lluís Raventós).
“Os he dicho esto para que mi gozo esté en vosotros y vuestro gozo sea completo”. Tú nos das, Jesús, el secreto de la felicidad, del gozo. Una receta tuya, y yo me fío pues “Tú eres el «inventor», y por ello sabes mejor que nadie cómo funciono, y qué efectos tienen en mí mis propias acciones. Tú sabes bien lo que, en el fondo, me perfecciona como persona o me envilece” (P. Cardona). Tu gozo, Jesús, es ser amado y amar. Haz que como tú, Dios sea la fuente de mi gozo.
La fuente de todo amor es el Padre, que ama a Jesús y Jesús al Padre. Ahí es donde entramos, al amar a Jesús y permanecer en su amor, guardando sus mandamientos, entramos en la relación de Jesús que permanece en el amor al Padre, cumpliendo su voluntad. Y esto lleva a la alegría plena:«que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría llegue a plenitud». La alegría brota del amor y de la fidelidad con que se guardan en la vida concreta las leyes del amor.
Hay un himno litúrgico que tiene dos versiones: “Donde hay verdad y amor allí está Dios”, pero se ha hecho quizá más famosa esta otra: "Donde hay caridad y amor, allí está Dios", uniendo ambos amores –a Dios y al prójimo- que es en lo que está nuestro gozo, al tener a Dios: los dos amores son inseparables, y Jesús dijo también que Él está en medio de los que se reúnen en su Nombre. No hay mayor gozo que saberse amado así, y por eso pedimos en la Colecta: «Señor Dios Todopoderoso, que, sin mérito alguno de nuestra parte, nos has hecho pasar de la muerte a la vida y de la tristeza al gozo; no pongas fin a tus dones, ni ceses de realizar tus maravillas en nosotros, y concede a quienes ya hemos sido justificados por la fe la fuerza necesaria para perseverar siempre en ella».
«Nada hay mejor en el mundo que estar en gracia de Dios» (J. Escrivá, Camino 286). “Que me dé cuenta de una vez, Jesús.
No vale la pena nada que pueda apartarme de Ti.
En el fondo ya lo sé; lo que ocurre es que, a veces, me falta fortaleza para guardar tus mandamientos en determinadas circunstancias o ambientes, o con aquellos amigos, etc....; y pierdo la cabeza.
Ayúdame Tú, Jesús.
Yo, por mi parte, te prometo poner todos los medios a mi alcance:
    -cuidar la vista;
    -no ir a -o dejar de ver- ciertos espectáculos o películas;
    -ser sobrio en las comidas; aprovechar bien el tiempo;
    -trabajar con perfección;
    -acudir con regularidad a los sacramentos;
    -no dejar suelta la imaginación;
    -aconsejarme sobre los libros que leo;
    -ser sincero en la dirección espiritual;
    -tener devoción a la Virgen, etc.
Si me ves empeñado en guardar tus mandamientos, te volcarás y me harás saborear -ya en este mundo y, después, en la vida eterna- esa alegría profunda que hoy me prometes” (P. Cardona).
2. Seguimos hoy con aquel primer Concilio; se proclama que “Dios no hizo distinción entre ellos (gentiles) y nosotros... Creemos que tanto ellos como nosotros nos salvamos por la gracia del Señor Jesús”. Pedro dirá que la Ley antigua es irrelevante para la salvación. Como comentará S. Efrén: “todo lo que Dios nos ha dado mediante la fe y la Ley lo ha concedido Cristo a los gentiles mediante la fe y sin la observancia de la Ley”. Pedro aparece como garante de la fe de sus hermanos (Hechos 15,7-21).
3. El anuncio de las maravillas que ha hecho Dios tiene una proyección universal, como cantamos en el Salmo (96/95): «Cantad al Señor un cántico nuevo, cantad al Señor toda la tierra… bendecid su nombre. Proclamad día tras día su victoria». La invitación de toda la tierra a alabar a Dios es el “cántico nuevo”: la llamada de todos a la salvación. Por este motivo, ya la Carta de Bernabé enseñaba que «el reino de Jesús está sobre el madero» y el mártir san Justino, citando casi íntegramente el Salmo en su Primera Apología, concluía invitando a todos los pueblos a exultar porque «el Señor reinó desde el madero» de la Cruz: «el que quiera ser el primero entre vosotros, será esclavo de todos, que tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos».
Llucià Pou Sabaté

martes, 5 de mayo de 2015

Miércoles de la semana 5 de Pascua

Miércoles de la semana 5 de Pascua

Permanecer como sarmientos unidos a la Vid que es Cristo, y a la Iglesia en la unidad de Pedro.
En aquel tiempo, Jesús habló así a sus discípulos: «Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador. Todo sarmiento que en mí no da fruto, lo corta, y todo el que da fruto, lo limpia, para que dé más fruto. Vosotros estáis ya limpios gracias a la Palabra que os he anunciado. Permaneced en mí, como yo en vosotros. Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid; así tampoco vosotros si no permanecéis en mí. Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada. Si alguno no permanece en mí, es arrojado fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen, los echan al fuego y arden. Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y lo conseguiréis. La gloria de mi Padre está en que deis mucho fruto, y seáis mis discípulos» (Jn 15,1-8).
1. El Evangelio nos trae algo muy de la cultura hebrea, la imagen de la viña, para expresar el desvelo amoroso de Dios para con su pueblo (la "viña"). Es una de las parábolas más “ricas” y expresivas: “Jesús dijo a sus discípulos: Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el labrador”. Ahora vemos que el pueblo es su Cuerpo, todos estamos unidos a Jesús como Cabeza de este Cuerpo: «Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada». Por un lado, somos otros Cristos unidos a Él como cabeza de la Iglesia. De otro, nos identificamos con Él, para ser Cristo, pues Dios sólo tiene un Hijo. ¿Cómo compaginar ese ser “otros Cristos” (alter Cristus) con ser al mismo tiempo “el mismo Cristo” (ipse Cristus)? Son las dos líneas de nuestro pobre pensamiento: por un lado, somos Iglesia, y con ella hijos de Dios en el Hijo, por el bautismo y ese “endiosamiento” por el que Cristo es “primogénito entre muchos hermanos” (otros Cristos, con Él). Por otro lado, el camino es la identificación con Él, pues ser cristiano no es seguir un libro sino una Persona, que vive en nosotros y “gime dentro de nosotros: abbá, Padre” (Gal 4,6). Él nos hace clamar también, en esa “sinergia” que es su inhabitación, que podamos también “nosotros clamar: abbá, Padre” (Rom 8.15). Es “el mayor” de los hermanos en la fe, y está en mí como “lo más íntimo de mi interior”. Jesús, sé que si estoy unido a ti, alimentado de tu savia, creceré, daré fruto. Si no, me pierdo (soy “cortado”).
San Ignacio de Antioquía nos anima: «Corred todos a una como a un solo templo de Dios, como a un solo altar, a un solo Jesucristo que procede de un solo Padre». El medio de esta identificación, nos lo dice Santa María, Madre nuestra: «Haced lo que Él os diga» (Jn 2,5).
“A todo sarmiento que no da fruto, lo arranca; y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto...” Señor, sé que si se poda, da más fruto… pero también sé que cuando se la poda, la viña ‘llora’, dicen los viñadores... algunas gotas de savia fluyen antes de que se cierre la cicatriz de mi alma. Y esto, Jesús, me duele, no me gusta… Jesús, tú poda en mí, limpia, purifica. Haz que lo entienda bien, aunque me cueste, sintiendo lo que apuntaba san Josemaría: “Hemos de decirle con sinceridad al Señor que estamos dispuestos a dejar que arranque todo lo que en nosotros es un obstáculo a su acción: defectos del carácter, apegamientos a nuestro criterio o a los bienes materiales, respetos humanos, detalles de comodidad o de sensualidad... Aunque nos cueste, estamos decididos a dejarnos limpiar de todo ese peso muerto, porque queremos dar más fruto de santidad y de apostolado. El Señor nos limpia y purifica de muchas maneras. En ocasiones permitiendo fracasos, enfermedades, difamaciones... ¿No has oído de labios del Maestro la parábola de la vid y los sarmientos? -Consuélate: te exige, porque eres sarmiento que da fruto... Y te poda… para que des más fruto. ¡Claro!: duele ese cortar, ese arrancar. Pero, luego, ¡qué lozanía en los frutos, qué madurez en las obras!” Y sigue: «Yo soy la vid y vosotros los sarmientos». Ha llegado septiembre y están las cepas cargadas de vástagos largos, delgados, flexibles y nudosos, abarrotados de fruto, listo ya para la vendimia. Mirad esos sarmientos repletos, porque participan de la savia del tronco: sólo así se han podido convertir en pulpa dulce y madura, que colmará de alegría la vista y el corazón de la gente, aquellos minúsculos brotes de unos meses antes. En el suelo quedan quizá unos palitroques sueltos, medio enterrados. Eran sarmientos también, pero secos, agostados. Son el símbolo más gráfico de la esterilidad. «Porque sin mi no podéis hacer nada».
Todo depende de la unión contigo, Jesús: el "vino eucarístico" es tu Sangre derramada, tu “poda”…, el fruto de tu “vida”, de la “vid” que eres Tú. Nosotros somos miembros de tu Cuerpo y queremos "permanecer" en Ti (nos dices esta palabra ocho veces, en esta página). Sé que no "vivo" sino en la medida de mi contigo, Señor. Ayúdame a entender tus palabras: “Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pediréis lo que deseáis, y se realizará. Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis mis discípulos”. Sé que tengo en la Eucaristía el Camino: «el que come mi Carne y bebe mi Sangre, permanece en mí y yo en él... Como yo vivo por el Padre, así el que me coma vivirá por mí».
“Por tanto -comenta San Agustín-, todos nosotros, unidos a Cristo nuestra Cabeza, somos fuertes, pero separados de nuestra Cabeza no valemos para nada (...). Porque unidos a nuestra cabeza somos vid; sin nuestra cabeza (...) somos sarmientos cortados, destinados no al uso de los agricultores, sino al fuego. De aquí que Cristo diga en el Evangelio: Sin mí no podéis hacer nada. ¡Oh Señor! Sin ti nada, contigo todo (...). Sin nosotros Él puede mucho o, mejor, todo; nosotros sin Él nada”.
2. Hoy vemos el primer «Concilio» de Jerusalén, sobre la permanencia de las costumbres judías, o la “innovación” del nuevo injerto. Ya no es una cuestión física, biológica, la pertenencia al nuevo pueblo de Dios: “no han nacido de la carne, ni de la sangre, sino de Dios”, por la fe, dirá S. Juan. Desde entonces, hay una evolución histórica, como el hombre es histórico. La Iglesia está asistida por el Espíritu Santo, y hay una renovación en la tradición, posturas en la Iglesia que han de dialogarse, nunca buscar imponerse; y siempre en la unidad con el Papa. San Efrén glosa así las palabras que Cristo dirigió a Pedro: “Simón, mi Apóstol, yo te he constituido fundamento de la Santa Iglesia. Yo te he llamado ya desde el principio Pedro, porque tú sostendrás todos los edificios; tú eres el superintendente de todos los que edificarán la Iglesia sobre la tierra... Tú eres el manantial de la fuente, de la que emana mi doctrina; tú eres la cabeza de mis Apóstoles... Yo te he dado las llaves de mi reino”».
3. Señor, quiero cantar con el salmo de hoy la peregrinación a Jerusalén, donde vemos hoy que van los apóstoles, a la casa del Señor, a buscar la fortaleza en la fe: «Qué alegría cuando me dijeron: vamos a la casa del Señor. Ya están pisando nuestros pies tus umbrales, Jerusalén. Jerusalén está fundada como ciudad bien compacta. Allá suben las tribus, las tribus del Señor. Según la costumbre de Israel, a celebrar el nombre del Señor. En ella están los tribunales de justicia, en el palacio de David» (Salmo 122/121,1-2.3-5). Rezamos en la Colecta,  buscando esta luz, la Verdad: «¡Oh Dios!, que amas la inocencia y la devuelves a quienes la han perdido; atrae hacia ti el corazón de tus fieles, para que siempre vivan a la luz de tu verdad los que han sido librados de las tinieblas del error».
Acabamos con este propósito de oración, pues «la tentación más frecuente, la más oculta, es nuestra falta de fe. Esta se expresa menos en una incredulidad declarada que en preferencias de hecho. Cuando se empieza a orar, se presentan como prioritarios mil trabajos y cuidados que se consideran más urgentes; una vez más, es el momento de la verdad del corazón y de clarificar preferencias. En cualquier caso, la falta de fe revela que no se ha alcanzado todavía la disposición propia de un corazón humilde: «Sin mí, no podéis hacer nada» (Catecismo 2732).
Yo veo que quiero con mi vida ayudar a los demás… Ayúdame, Jesús, a dar fruto, y para eso no separarme nunca de Ti y así glorificar al Padre: «En esto es glorificado mi Padre, en que deis mucho fruto y seáis discípulos míos.»
Llucià Pou Sabaté

lunes, 4 de mayo de 2015

Martes de la semana 5 de Pascua

Martes de la semana 5 de Pascua

El cristiano está llamado a ser sembrador de paz y de alegría, fruto de la unión con Jesús.
En aquel tiempo, Jesús habló así a sus discípulos: «Os dejo la paz, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo. No se turbe vuestro corazón ni se acobarde. Habéis oído que os he dicho: ‘Me voy y volveré a vosotros’. Si me amarais, os alegraríais de que me fuera al Padre, porque el Padre es más grande que yo. Y os lo digo ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda creáis. Ya no hablaré muchas cosas con vosotros, porque llega el Príncipe de este mundo. En mí no tiene ningún poder; pero ha de saber el mundo que amo al Padre y que obro según el Padre me ha ordenado» (Jn 14,27-31a).
1. Jesús “venció a la muerte y al miedo. No nos da la paz «como la da el mundo», sino que lo hace pasando por el dolor y la humillación: así demostró su amor misericordioso al ser humano. En la vida de los hombres es inevitable el sufrimiento… la muerte. Pero Dios, en su infinito amor, nos ha dado el remedio para tener paz en medio del dolor: Él ha aceptado “marcharse” de este mundo con una “salida” sufriente y envuelta de serenidad” (Enrique Cases). «En la Cruz de Cristo (...), el mismo sufrimiento humano ha quedado redimido» (Juan Pablo II). Un autor del siglo II pone en boca de Cristo: «Mira los salivazos de mi rostro, que recibí por ti, para restituirte el primitivo aliento de vida que inspiré en tu rostro. Mira las bofetadas de mis mejillas, que soporté para reformar a imagen mía tu aspecto deteriorado. Mira los azotes de mi espalda, que recibí para quitarte de la espalda el peso de tus pecados. Mira mis manos, fuertemente sujetas con clavos en el árbol de la cruz, por ti, que en otro tiempo extendiste funestamente una de tus manos hacia el árbol prohibido».
«Mi paz os doyNo os la doy como os la da el mundo»: “no es ausencia de dolor, ausencia de sacrificio.
¿Qué es tu paz? Tu paz es plenitud de sentido en todo: alegrías, sufrimientos; es darse cuenta de que vale la pena cualquier esfuerzo si se hace por amor.
Tu paz consiste en buscar la felicidad en el amor, que es darse, y no en el egoísmo, que es buscarse a sí mismo” (P. Cardona).
«No se turbe vuestro corazón ni se acobarde.» Contigo, Señor, estoy seguro.
«Viene el príncipe del mundo; contra mí no puede nada». Todo mal queda así curado… Lucha a muerte con los poderes del mal: Jesús contra Satán, pero que sigue en nosotros: "Me han perseguido, se os perseguirá." Con paz, en medio de combates: «La victoria sobre el «príncipe de este mundo» se adquirió de una vez por todas en la Hora en que Jesús se entregó libremente a la muerte para darnos su vida» (Catecismo 2853).
Señor, dame creer que contigo puedo superar todas las tentaciones, con tu consejo de rezar para no caer en la tentación. Ayúdame a luchar «¡Cómo vas a salir de ese estado de tibieza, de lamentable languidez, si no pones los medios! Luchas muy poco y, cuando te esfuerzas, lo haces como por rabieta y con desazón, casi con deseo de que tus débiles esfuerzos no produzcan efecto, para así auto justificarte: para no exigirte y para que no te exijan más.
”-Estás cumpliendo tu voluntad; no la de Dios. Mientras no cambies, en serio, ni serás feliz, ni conseguirás la paz que ahora te falta.
”-Humíllate delante de Dios, y procura querer de veras» (san Josemaría, Surco 146). La paz no viene de una tranquilidad perezosa, sino de la lucha, por amor: «El mundo debe conocer que amo al Padre y que obro tal como me ordenó.» Teresa de Ávila decía: “todo es nada, y menos que nada, lo que se acaba y no contenta a Dios”. “¿Comprendéis por qué un alma deja de saborear la paz y la serenidad cuando se aleja de su fin, cuando se olvida de que Dios la ha creado para la santidad? Esforzaos para no perder nunca este punto de mira sobrenatural, tampoco a la hora de la distracción o del descanso, tan necesarios en la vida de cada uno como el trabajo. Ya podéis llegar a la cumbre de vuestra tarea profesional, ya podéis alcanzar los triunfos más resonantes, como fruto de esa libérrima iniciativa que ejercéis en las actividades temporales; pero si me abandonáis ese sentido sobrenatural que ha de presidir todo nuestro quehacer humano, habréis errado lamentablemente el camino”, dice S. Josemaría, y añade que con el Señor, “se notan entonces el gozo y la paz, la paz gozosa, el júbilo interior con la virtud humana de la alegría. Cuando imaginamos que todo se hunde ante nuestros ojos, no se hunde nada, porque Tú eres, Señor, mi fortaleza. Si Dios habita en nuestra alma, todo lo demás, por importante que parezca, es accidental, transitorio; en cambio, nosotros, en Dios, somos lo permanente (…). El Espíritu Santo, con el don de piedad, nos ayuda a considerarnos con certeza hijos de Dios. Y los hijos de Dios, ¿por qué vamos a estar tristes? La tristeza es la escoria del egoísmo; si queremos vivir para el Señor, no nos faltará la alegría, aunque descubramos nuestros errores y nuestras miserias. La alegría se mete en la vida de oración, hasta que no nos queda más remedio que romper a cantar: porque amamos, y cantar es cosa de enamorados”.
Se va Jesús, pero «volverá» y les dará su paz. Son palabras que recordamos cada día en la misa, antes de comulgar: «Señor Jesucristo, que dijiste a los apóstoles: la paz os dejo, mi paz os doy...». Señor, dame tu paz, fundada en la esperanza de lo que también me dices: «yo estoy con vosotros todos los días»: ¡éste sí es fundamento bueno para tener paz!, y también: «donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo»: ¡que no deje mi oración, con mis hermanos!, y: «lo que hiciereis a uno de ellos, a mí me lo hacéis»: ¡que te vea, Señor, en los demás! Que no te me eclipsen las cosas, sino que cada día me recuerde que tú has dicho: «me voy y vuelvo a vuestro lado».
Rezo con la Colecta: «Señor, Tú que en la resurrección de Jesucristo nos has engendrado de nuevo para que renaciéramos a una vida eterna, fortifica la fe de tu pueblo y afianza su esperanza, a fin de que nunca dudemos que llegará a realizarse lo que nos tienes prometido». San Pedro Crisólogo dice: «La paz es madre del amor, vínculo de la concordia e indicio manifiesto de la pureza de nuestra mente; ella alcanza de Dios todo lo que quiere, ya que su petición es siempre eficaz. Cristo, el Señor, nuestro rey, es quien nos manda conservar esa paz, ya que Él ha dicho: “La paz os dejo, mi paz os doy”, lo que equivale a decir: Os dejo en paz, y quiero encontraros en paz; lo que nos dio al marchar quiere encontrarlo en todos cuando vuelva».
San Josemaría Escrivá hablaba de “ser sembradores de paz y de alegría”, y esto reclama “serenidad de ánimo, dominio sobre el propio carácter, capacidad para olvidarse de uno mismo y pensar en quienes le rodean; actitudes e ideales humanos, que la fe cristiana refuerza, al proclamar la realidad de un Dios que es amor, más concretamente, que ama a los hombres hasta el extremo de asumir Él mismo la condición humana y presentar el perdón como uno de los ejes de su mensaje” (José Luis Illanes).
2. Vemos hoy a Pablo apedreado, abandonado medio muerto, y “volvieron a Listra, Icono y Antioquía,animando a los discípulos y exhortándolos a perseverar en la fe, diciéndoles que es preciso que entremos en el Reino de Dios a través de muchas tribulaciones”. Es el misterio del martirio… del sacrificio, del dolor, que al que mira a Jesús lo salva, bien unido a Él.
3. Queremos alabarte, Señor, con este salmo de hoy, «misionero» y entusiasta: «tus amigos, Señor, anunciarán la gloria de tu Reino... Explicando tus hazañas a los hombres». Queremos participar en este cántico de las criaturas a su Señor.
Llucià Pou Sabaté

domingo, 3 de mayo de 2015

Lunes de la semana 5 de Pascua

Lunes de la semana 5 de Pascua

Dios viene al alma que le deja, que es humilde, que busca no la propia gloria sino la gloria de Dios, amar correspondiendo al amor de Dios
Un día dijo Jesús a sus discípulos: el que conoce mis mandamientos y los guarda, ése me ama; y al que me ama lo amará mi Padre y lo amaré yo, y me mostraré a él.Entonces Judas, no el Iscariote, le dijo: Señor, ¿qué ha sucedido para que te muestres a nosotros y no al mundo?Respondió Jesús: el que me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él...Os he hablado esto ahora que estoy a vuestro lado; pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que yo os he dicho” (Juan 14, 21-26).
1. Pablo y Bernabé van concluyendo su primer viaje. Derbe fue una estancia provechosa. En Listra se convierte Timoteo, y destaca la curación de un cojo de nacimiento (nos recuerda al otro «tullido de nacimiento» curado por Pedro a la puerta del templo). Viendo un hombre tullido, Pablo le dijo: «¡Levántate!...» El hombre dio un salto y echó a andar. Pablo realiza las mismas maravillas que Pedro y Jesús: “Así como el hombre cojo curado por Pedro y Juan en la puerta del Templo prefigura la salvación de los judíos, también este tullido licaonio representa a los pueblos gentiles alejados de la religión de la Ley y del Templo, pero recogidos ahora por la predicación del apóstol Pablo” (San Beda). Pablo advierte en el tullido “fe para ser salvado”, Pablo hace como Jesús ante el paralítico de Cafarnaum (Mc 2,1), que endereza sus pies y limpia su alma de pecado (Biblia de Navarra). Esta curación hizo que quisieran a Bernabé y a Pablo como Zeus y Hermes, dioses viajeros de una leyenda pagana, y los apóstoles reaccionan de un modo apropiado al caso: "Nosotros somos también hombres, de igual condición que vosotros". Y les hablan del Dios vivo... Que os envía desde el cielo lluvias y estaciones fructíferas, que llena vuestros corazones de sustento y de alegría. Cuando de veras se ha relativizado las cosas terrenas en provecho del apoyo único en el Único que no puede decepcionar... entonces se encuentran de nuevo todas las «cosas» como un don de Dios: lluvia, estaciones, saciedad, alegría, felicidad. ¡Danos, Señor, esa concepción optimista de la creación! (Noel Quesson).
Tienen esos pueblos un sentido religioso, una “cierta percepción de aquella fuerza misteriosa que se halla presente en la marcha de las cosas y en los acontecimientos de la vida humana, y a veces también el conocimiento de la suma Divinidad e incluso del Padre. Esta percepción y conocimiento penetra toda su vida con un íntimo sentido religioso” (Nostra aetate 2).
Como vemos aquí con los Apóstoles, “en nuestra vida a veces experimentamos éxitos, y otras fracasos. Momentos de serenidad y momentos de tensión y zozobra. Deberíamos estar dispuestos a todo. Sin perder en ningún momento la paz y el equilibrio interior, y sobre todo sin permitir que nada ni nadie nos desvíe de nuestra fe y de nuestro propósito de dar testimonio de Jesús en el mundo de hoy. También hay otras direcciones en que nos interpela la escena de hoy. ¿Nos buscamos a nosotros mismos? Como Pablo y Bernabé, tendremos que luchar a veces contra la tentación de «endiosarnos» nosotros, recordando que «somos mortales igual que vosotros»” (J. Aldazábal).
De vuelta a Antioquía de Siria visitan de nuevo las comunidades de Asia Menor, las consolidan en la fe y establecen los ancianos o presbíteros. La admisión de los gentiles a la Iglesia provocó el llamado Concilio de Jerusalén (Hch 15).
2. Cristo ha resucitado y ha sido glorificado, queremos dar testimonio, y proclamamos: «No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da la gloria”. Se ensalza el único Dios creador, que sacó el pueblo de la esclavitud de Egipto. Por desgracia los hombres siguen adorando las obras de sus manos (Ap 9,20 da a este salmo una perenne actualidad). ¿Tengo ídolos, a los que adoro? “Dioses en figura de hombres han venido a visitarnos.” A veces es el orgullo, y Jesús, que “aprendió sufriendo a obedecer”, nos enseña que la cruz es camino para la gloria.
No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da la gloria.” A lo mejor, si eres padre o madre, ves que tus hijos parece que no te agradecen ninguno de los desvelos que has tenido a lo largo de tu vida y la de cosas a las que has renunciado para que estén mejor...  Ten paz, toda la gloria a Dios, da gracias a Dios que te conoce y al que tú conoces y sigue trabajando, orando, entregándote.
3. Esta semana meditaremos el "discurso después de la Cena", palabras de Jesús en el contexto de su entrega y de la salvación, pero también de la traición de Judas y negación de Pedro. Pero no dominará la tristeza, sino el amor:
-“El que recibe mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama”. Amar a Jesús. Jesús quiere que se le ame. E indica el signo del verdadero amor: la sumisión al amado. Es una experiencia que comprenden todos los que aman. Cuando se ama a alguien, se es capaz de abandonar libremente el punto de vista personal para adaptarse al máximo a la voluntad y a los deseos de aquel que ama: se transforma en aquel a quien se ama. Se establece una especie de simbiosis mutua: tu deseo es también el mío, tu voluntad es la mía, tu pensamiento ha llegado a ser el mío... nuestras dos vidas forman una sola vida.
-“El que me ama será amado de mi Padre y Yo le amaré”. Una verdadera cascada de amistad. Es un Dios próximo y amoroso.
-"Señor, ¿por qué te manifiestas a nosotros, y no al mundo?" Esta es la pregunta de uno de los apóstoles. Llenos del Antiguo Testamento, los apóstoles piden a Jesús que se manifieste "pública y gloriosamente", en una especie de teofanía, en medio de relámpagos y truenos, como en el Sinaí... y como los profetas lo habían anunciado alguna vez (Ez 43). Hoy, también, algunos cristianos... y quizá, yo... continúan buscando manifestaciones espectaculares. ¿Cuál será la respuesta de Jesús?
¿Por qué, Jesús, eres glorificado en la cruz, escondido en tu humillación? ¿Por qué no vienes de una manera sensacional a todos los hombres para que te vean? Las cosas no ocurren muchas veces como como me parece que sería lo mejor, pero me fío de ti, Señor, que sigues presente y actuando en la Iglesia y en el mundo.
-“Si alguno me ama guardará mi palabra; mi Padre le amará y vendremos a él y haremos en él nuestra "morada"”. Es la manifestación de Dios en nuestro corazón: su morada en el corazón de los que creen en Él, de los que le abren su puerta. Jesús, gracias porque respetas la libertad de cada uno: ayúdame a entender que ¡no hay que forzar el amor!
-“El Espíritu Santo, el defensor que el Padre enviará en mi nombre, Ese os lo enseñará todo. Y os recordará todo lo que Yo os he dicho”. Jesús, sabes que te vas. Pero anuncias otra presencia, tu mismo espíritu: el Espíritu Santo (Noel Quesson). Nos invita a permanecer atentos al Espíritu, nuestro verdadero Maestro interior, nuestra memoria: el que nos va revelando la profundidad de Dios, el que nos conecta con Cristo (cf Catecismo 1091-1112). Es el «pedagogo» que «recuerda a la asamblea todo lo que Cristo ha hecho por nosotros: él despierta la memoria de la Iglesia». Un momento privilegiado de esta unión en Jesús y con el Padre es la eucaristía (J. Aldazábal).
San Gregorio Magno habla de la necesaria acción del Espíritu Santo en el entendimiento de los cristianos: «El Espíritu se llama también Paráclito –defensor–, porque a quienes se duelen de sus pecados cometidos, al tiempo que les dispone para la esperanza del perdón, libera sus mentes de la aflicción y de la tristeza. Por eso, con razón se hace esta promesa: “Él os enseñará todas las cosas” (Jn 14,26). En efecto, si el Espíritu no actúa en el corazón de los oyentes, resultan inútiles las palabras del que enseña. Que nadie, pues, atribuya al hombre que instruye a los demás aquello que desde la boca del maestro llega a la mente del que escucha, pues si el Espíritu no actúa internamente, en vano trabaja con su lengua aquél que está enseñando. Todos vosotros, en efecto, oís las palabras del que os habla, pero no todos percibís de igual modo lo que significan». Y decía también: “Porque si el Espíritu no toca el corazón de los que escuchan, la palabra de los que enseñan sería vana. Que nadie atribuya a un maestro humano la inteligencia que proviene de sus enseñanzas. Si no fuera por el Maestro interior, el maestro exterior se cansaría en vano hablando.
”Vosotros todos que estáis aquí, oís mi voz de la misma manera; y no obstante, no todos comprendéis de la misma manera lo que oís. La palabra del predicador es inútil si no es capaz de encender el fuego del amor en los corazones. Aquellos que dijeron: ‘¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?’ (Lc 24,32) habían recibido este fuego de boca de la misma verdad. Cuando uno escucha una homilía, el corazón se enardece y el espíritu se enciende en el deseo de los bienes del reino de Dios. El auténtico amor que le colma, le provoca lágrimas y al mismo tiempo le llena de gozo. El que escucha así se siente feliz de oír estas enseñanzas que le vienen de arriba y se convierten dentro de nosotros en una antorcha luminosa, nos inspiran palabras enardecidas. El Espíritu Santo es el gran artífice de estas transformaciones en nosotros”.
Pedimos en la Colecta: «¡Oh Dios!, que unes los corazones de tus fieles en un mismo deseo; inspira a tu pueblo el amor a tus preceptos y la esperanza en tus promesas, para que, en medio de las vicisitudes del mundo, nuestros corazones estén firmes en la verdadera alegría». Incorporados al Espíritu, estamos en la fuente de vida divina que es la Santísima Trinidad. «Dios está contigo. En tu alma en gracia habita la Trinidad Beatísima. —Por eso, tú, a pesar de tus miserias, puedes y debes estar en continua conversación con el Señor» (San Josemaría). La Madre de Dios intercederá —como madre nuestra que es— para que penetremos en este trato con la Santísima Trinidad.
Llucià Pou Sabaté

sábado, 2 de mayo de 2015

Domingo 5 de Pascua. Ciclo B

Domingo de la semana 5 de Pascua; ciclo B

Jesús es la vid, que nos da vida si permanecemos unidos a Él
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: -Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento mío que no da fruto, lo arranca; y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto. Vosotros estáis limpios por las palabras que os he hablado; permaneced en mí y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante, porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí, lo tiran fuera, como al sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden. Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros pediréis lo que deseéis, y se realizará. La gloria de mi Padre está en que deis mucho fruto, y así seréis mis discípulos” (Juan 15,1-8).
1. Gracias, Jesús, por esa alegoría que explica mi unión contigo, la unión de todos contigo. Tú eres la cepa, Jesús; y nosotros los sarmientos, tus discípulos unidos a ti; el labrador es el Padre; y la poda o limpieza es esa purificación de mi ego, necesaria para que tú crezcas en mí: "Yo soy la vid verdadera y mi Padre es el labrador". La verdadera vid es la que da el fruto. Mi vida será productiva unida a ti, la Vid, unida a tu resurrección. Jesús, tú vives y eres para todos los creyentes el único autor de la vida y el principio de su organización. De ti viene la savia, tú nos mantienes unidos como sarmientos a la vid, para "dar fruto".
S. Agustín comenta: “Jesús dijo que él era la vid, sus discípulos los sarmientos y el Padre el agricultor. Sobre ello ya he hablado, según mis alcances. En la misma lectura, hablando todavía de sí mismo que es la vid, y de los sarmientos, es decir, de sus discípulos, dice: Permaneced en mí y yo en vosotros. Pero ellos no están en él del mismo modo que él en ellos. Una y otra presencia es provechosa para ellos, no para él. En efecto, los sarmientos están en la vid de tal modo que, sin darle ellos nada a ella, reciben de ella la savia que les da vida; a su vez la vid está en los sarmientos proporcionándoles el alimento vital, sin recibir nada de ellos. De la misma manera, tener a Cristo y permanecer en Cristo es de provecho para los discípulos, no para Cristo; porque, arrancando un sarmiento, puede brotar otro de la raíz viva, mientras que el sarmiento cortado no puede tener vida sin la raíz. Luego añade: Como el sarmiento no puede dar fruto de sí mismo, si no permanece unido a la vid, así tampoco vosotros si no permanecéis en mí (…) El sarmiento no puede dar fruto de sí mismo, si no permanece unido a la vid (…) Considerad una y mil veces las siguientes palabras de la Verdad: Yo soy la vid, y vosotros los sarmientos. El que está en mí y yo en él, ése dará mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada (…) no dice: «porque sin mi podéis hacer poco», sino:sin mí no podéis hacer nada. Se trate de poco o se trate de mucho, no se puede hacer sin el cual no se puede hacer nada. Y si el sarmiento da poco fruto, el agricultor lo poda para que lo dé más abundante; pero, si no permanece unido a la vid, no podrá producir fruto alguno. Y puesto que Cristo no podría ser la vid, si no fuese hombre, no podría comunicar esta virtud a los sarmientos si no fuese también Dios. Mas como nadie puede tener vida sin la gracia, y sólo la muerte cae bajo el poder del libre albedrío, continúa diciendo: El que no permanezca en mí será echado fuera, como el sarmiento, y se secará, lo cogerán y lo arrojarán al fuego y en él arderá. Los sarmientos son tanto más despreciables fuera de la vid cuanto más gloriosos unidos a ella. Como dice el Señor por boca del profeta Ezequiel, cortados de la vid son enteramente inútiles para el agricultor y no sirven al carpintero. El sarmiento ha de estar en uno de esos dos lugares: o en la vid o en el fuego; si no está en la vid estará en el fuego. Permanezca, pues, en la vid para librarse del fuego. Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pediréis cuanto queráis y se os concederá. Permaneciendo unidos a Cristo, ¿qué otra cosa pueden querer sino lo que es conforme a Cristo? Estando unidos al Salvador, ¿qué otra cosa pueden querer sino lo que no es extraño a la salvación”. Muchas veces pedimos sin saber que Dios nos concederá aquello, pero quizá no del modo que pedimos sino según nos convenga, los bienes que sí necesitamos, como reza la oración colecta: «Señor, Tú que te has dignado redimirnos y has querido hacernos hijos tuyos; míranos siempre con amor de Padre y haz que cuantos creemos en Cristo tu Hijo, alcancemos la libertad verdadera y la herencia eterna».
Comenta San Cirilo de Alejandría: «los que están unidos a Él e injertados en su persona, vienen a ser como sus sarmientos y, que, al participar del Espíritu de Cristo, éste nos une con Él. La adhesión de quienes se vinculan a la vid consiste en una adhesión de voluntad y de deseo; en cambio, la unión de la vid con nosotros es una unión de amor y de inhabitación».
Gracias, Jesús, por estas palabras que nos dices en tu sobremesa de la cena de Pascua, y que nos dan seguridad en tu gracia, en tu misericordia, en tu salvación cuando me uno a ti. Cuando dices «Yo soy» (Yo soy la luz del mundo, la vid verdadera, el buen pastor...) me recuerda las palabras del encuentro de Moisés con Dios, quien le dice su nombre: “Yavhé”, “Yo soy”… Tú eres el Dios venido a la tierra, Jesús, y por eso te llamas fuente de agua viva; por eso dices: “yo soy de allá arriba; vosotros sois de este mundo, yo no soy de este mundo» (Jn 8,23). Y me gustaría preguntarte: «¿Qué eres?, ¿Quién eres?». ¿Qué quieres decir cuando dices «que Yo soy»? Te veo como las palabras de la zarza ardiente cuando nos dice Dios: «Soy el que soy», el de ayer, hoy y mañana... Cuando dices «Yo soy» retomas toda esta historia y la refieres a ti mismo: «El Padre y yo somos uno». Y en otro lugar nos dirás: «Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre» (Jn 14,9). Jesús, tu vida es totalmente «relacional», todo su ser es pura relación con el Padre. Nos haces ver que eres el Dios venido a la tierra, que estás unidoa al Padre. Me impresiono cuando dices «Cuando levantéis al Hijo del hombre sabréis que Yo soy» (Jn 8,28). Me impresiona verte en la cruz como camino para que tu humanidad santísima se haga uno con el Padre. En la cruz, te encuentras a la «altura» de Dios, que es Amor. Allí se te puede «reconocer», se puede comprender el «Yo soy».
La zarza ardiente es la cruz. La suprema instancia de revelación, el «Yo soy» y tu cruz, Jesús, son inseparables. «Entonces sabréis que Yo soy». ¿Cuándo se hace realidad ese «entonces»?, se pregunta Ratzinger: “Se hace realidad constantemente en la historia, empezando por el día de Pentecostés”...
Me asombra cuando dices a los judíos: «Os aseguro que antes de que naciera Abraham, Yo soy» (Jn 8,58). Siempre ese «Yo soy»: te veo por encima de todo lo humano, sino verdadero hombre. Y al mismo tiempo, veo en ti esa fuerza divina que dice a los apóstoles en las tormentas, cuando apareces en su barca: «Ánimo, soy yo, no tengáis miedo» (Mc 6, 50). Es el temor «teofánico», que invade al hombre cuando se ve ante la presencia directa de Dios. Y cuando caminas sobre las aguas o calmas la tempestad te veo como Señor de la naturaleza.
Señala también Ratzinger que Jesús pronuncia 7 veces esa afirmación, un número perfecto: “Yo soyel pan de vida, la luz del mundo, la puerta, el buen pastor, la resurrección y la vida, el camino y la verdad y la vida, la vid verdadera”: “en el fondo, el hombre sólo necesita una cosa en la que está contenido todo lo demás; pero antes tiene que aprender a reconocer, a través de sus deseos y anhelos superficiales, lo que necesita realmente y lo que quiere realmente. Necesita a Dios. Y así podemos ver ahora que detrás de todas las imágenes se encuentra en definitiva esto: Jesús nos da la «vida», porque nos da a Dios. Puede dárnoslo, porque Él es uno con Dios. Porque es el Hijo. Él mismo es el don, Él es «la vida». Precisamente por eso toda su esencia es comunicación, «pro-existencia». Esto es precisamente lo que aparece en la cruz como su verdadera exaltación”.
“Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante, porque sin mí no podéis hacer nada...  Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros pediréis lo que deseéis, y se realizará. La gloria de mi Padre está en que deis mucho fruto, y así seréis mis discípulos”. Vamos a pedir esta unión íntima con Jesús, con palabras de san Luis María Grignion de Monfort: “todo fiel que no esté unido a Cristo como el sarmiento a la vid, se cae, se seca y sólo sirve para ser arrojado al fuego. En cambio, si estamos en Jesucristo y Jesucristo está en nosotros, no debemos temer ninguna condena. Ni los ángeles del cielo, ni los hombres de la tierra, ni los demonios del infierno, ni ninguna otra criatura podrán producirnos mal alguno, porque no podrá separarnos jamás del amor de Dios, en Jesucristo. Todo lo podemos por Cristo, con Cristo y en Cristo; podemos dar todo honor y toda gloria al Padre, en la unidad del Espíritu Santo; podemos alcanzar la perfección y ser perfume de vida eterna para el prójimo”.
2. Los Hechos de los Apóstolesnos cuentan cuando Pablo fue a Jerusalén, y los discípulos primero no se fiaban de él. “Entonces Bernabé se lo presentó a los apóstoles. Saulo les contó cómo había visto al Señor en el camino, lo que le había dicho”, pero los judíos “se propusieron suprimirlo”, y  los hermanos le ayudaron a huir. Y la Iglesia “progresaba en la fidelidad al Señor y se multiplicaba animada por el Espíritu Santo”. En Tarso, Pablo debió predicar intensamente el evangelio, pues se corrió la voz en las comunidades cristianas de Judea que decían: "El que nos ha perseguido predica ahora la misma fe que antes quiso liquidar". Es un motivo de alegría la obra del Espíritu Santo, como dice el canto de entrada: “Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas; revela a las naciones su justicia. Aleluya”.
El Salmohabla de una fiesta que celebra “todo lo que hizo el Señor”, la liberación  esperada que viene del sufrimiento llevado por obediencia de amor. Esto nos puede servir para encontrar un sentido al esfuerzo, ahora que estamos a final de curso. Me gustó la anécdota que leí, de un niño que encontró un capullo de una mariposa y se lo llevó a casa. Un día vio que había un pequeño orificio y entonces se sentó a observar: la mariposa luchaba por abrirlo más y poder salir... forcejeaba duramente para poder pasar su cuerpo a través del pequeño agujero. Parecía que se había atascado. El niño quiso ayudar con unas tijeras, y por fin la mariposa pudo salir de aquella cárcel que le aprisionaba. Tenía un cuerpo muy hinchado y unas alas pequeñas y dobladas. Esperó a que volara, pero inútilmente, se quedó mermada en sus facultades, pues el niño no sabía que la mariposa necesita un esfuerzo y tiempo para hacer llegar líquidos a las alas, permitiendo que éstas se fortalezcan y extiendan. Todo tiene su tiempo, cuesta un esfuerzo que no es bueno eliminar. Hay que tener paciencia para que las cosas resulten como lo queremos. El niño esperaba que las alas se desdoblarían y crecerían lo suficiente para soportar al cuerpo, que se contraería, al reducir lo hinchado que estaba. La mariposa solamente podía arrastrarse en círculos con su cuerpecito hinchado y sus alas dobladas. Nunca pudo llegar a volar. La pequeñez de la abertura del capullo y la lucha requerida por la mariposa, para salir por el diminuto agujero, era la forma en que la naturaleza forzaba fluidos del cuerpo de la mariposa hacia sus alas, para que estuviesen grandes y fuertes y luego pudiese volar. La libertad y el volar solamente podían llegar tras la lucha. Al privar a la mariposa de la lucha, también le fue arrebatada su salud. El sentimiento a veces se equivoca al evitar el esfuerzo, necesitamos las luchas en la vida. Si la naturaleza nos permitiese progresar por nuestras vidas sin obstáculos, nos convertiría en inválidos. No podríamos crecer y ser tan fuertes como podríamos haberlo sido. A través de nuestros esfuerzos y caídas, somos fortalecidos así como el oro es refinado con el fuego. A veces son necesarias las experiencias del dolor, esfuerzo, del error y los fracasos, para poder crecer.
3. La carta de San Juan nos dice que “no amemos de palabra ni de boca, sino con obras y según la verdad”, si hacemos las cosas nos quedamos tranquilos: “En esto conocemos que somos de la verdad, y tranquilizaremos nuestra conciencia ante Él, en caso de que nos condene nuestra conciencia, pues Dios es mayor que nuestra conciencia y conoce todo”. Y el mandamiento más grande para estar en paz es: “que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y que nos amemos unos a otros tal como nos lo mandó”.
Llucià Pou Sabaté

Sábado de la semana 4 de Pascua

Sábado de la semana 4 de Pascua

Cristo, en su Iglesia, proclama un cántico nuevo, por el que Jesús muestra al Padre en la fe.
“Dice Jesús: “Si me habéis conocido a mí, conoceréis también a mi Padre. Y desde ahora lo conocéis y lo habéis visto». Felipe le dijo: «Señor, muéstranos al Padre y nos basta». Jesús le dijo: «Llevo tanto tiempo con vosotros, ¿y todavía no me conoces, Felipe? El que me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: Muéstranos al Padre? ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? Las palabras que os digo no las digo por mi propia cuenta; el Padre, que está en mí, es el que realiza sus propias obras. Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre en mí. Creedlo al menos por las obras mismas»” (Jn 14,7-14).
1. Dice Jesús: “Si me habéis conocido a mí, conoceréis también a mi Padre. Y desde ahora lo conocéis y lo habéis visto». Felipe le dijo: «Señor, muéstranos al Padre y nos basta»”. La pregunta de Felipe es sencilla y profunda, pues Juan nos transmite por ella una respuesta de Jesús que nos ayuda a profundizar en la manifestación de su divinidad: “Jesús le dijo: «Llevo tanto tiempo con vosotros, ¿y todavía no me conoces, Felipe? El que me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: Muéstranos al Padre? ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? Las palabras que os digo no las digo por mi propia cuenta; el Padre, que está en mí, es el que realiza sus propias obras. Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre en mí. Creedlo al menos por las obras mismas»” (Jn 14,7-14). Es una de las afirmaciones más fuertes de Jesús. Unidad con Dios. Afirmación decisiva: «yo estoy en el Padre y el Padre en mí...»; y la fuerza de nuestra participación en él: «lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré». Tenemos en Jesús al mediador más eficaz: su unión íntima con el Padre hará que nuestra oración sea siempre escuchada, si nosotros estamos unidos a Jesús. Nosotros, como Felipe, no hemos visto al Padre. Y además, a diferencia de Felipe, no hemos visto tampoco a Jesús. Aunque Él ya nos dijo que «dichosos los que crean sin haber visto»… En la Eucaristía tenemos una experiencia sacramental de la presencia de Cristo Jesús en nuestra vida: una experiencia que nos ayuda a saberle «ver» también presente a lo largo de nuestros días, en la persona del prójimo, en nuestro trabajo, en nuestras alegrías y dolores. Convencidos de que unidos a Él, «también haremos las obras que Él hace, y aún mayores», como nos ha dicho hoy (J. Aldazábal).
2. El pueblo judío había sido elegido primero, pero no podía monopolizar la salvación de Dios, era para todos los pueblos, aunque algunos tienden al exclusivismo: “los paganos se alegraron y se pusieron a glorificar a Dios... Pero los Judíos incitaron a mujeres distinguidas y a notables del país y promovieron una persecución contra Pablo y Bernabé”. Ayer como hoy: ¡cerrazón de los corazones… obstáculos al evangelio! Perseguidos, expulsados…
Todo al final conduce al bien, de los que se abren al amor, a Dios. Cuentan de un chino que tenía un caballo. Le dijeron “hay que ver qué suerte tienes”, y él siempre decía: “no todo es como parece...” El caballo se le escapo y los vecinos fueron a consolarle “por la desgracia”: “¿Quién dice que sea una desgracia?”, comentaba. A la semana siguiente el caballo volvió, trayendo detrás una manada preciosa de caballos. Los vecinos le felicitaron por “la suerte”... “¿quién dice que sea una fortuna?” A los dos días su hijo iba a caballo y cayendo quedó cojo. Volvieron para “consolarle”: “¿quién dice que sea una desgracia?”, les dijo también. Al cabo de poco hubo una guerra y el primogénito por estar cojo se libró de tener que ir a pelear...
Y así podríamos ir alargando la historia… Tenemos idea de lo que es bueno y lo malo, pero no tenemos la perspectiva, visión de conjunto de la historia del mundo y cada uno de nosotros. Nos parece muchas veces que la vida es una carrera de obstáculos, que hay una serie de problemas ante nosotros, cada día, y que se trata de irlos superando. En cierto modo es así, pero no podemos agobiarnos con lo que está más adelante, pues el mucho mirar los obstáculos del mañana, el obsesionarse por lo que está aún lejos, puede hacer que caigamos en el obstáculo que tenemos delante, el único que existe y en el que nos hemos de fijar, para no caer: sólo existe el “aquí y ahora”, el presente, y hemos de aprovechar la memoria del pasado como experiencia, y la previsión del futuro como deseo o esperanza. Una de las causas de inquietud que tenemos en nuestro mundo es ésta: que la vida es ir solucionando problemas, a veces agobiantes porque no está en nuestra mano el resolverlos, ir con la lengua fuera corriendo hacia una paz que nunca se alcanza... En realidad, no es ésta la finalidad de nuestra existencia, sino ver en lo de cada día una oportunidad para desarrollar nuestra vocación al amor, al encuentro con Dios. Entonces, en lugar de estar inquietos, veremos la cruz de cada día: “Por eso os digo: No os preocupéis por vuestra vida, qué comeréis; ni por vuestro cuerpo, con qué os vestiréis… Fijaos en las aves del Cielo… Contemplad los lirios del campo, cómo crecen; no se fatigan ni hilan, y yo os digo que ni Salomón en toda su gloria pudo vestirse como uno de ellos... No andéis, pues, preocupados... Bien sabe vuestro Padre Celestial que de todo eso estáis necesitados. Buscad, pues, primero el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura. Por tanto, no os preocupéis por el mañana, porque el mañana traerá su propia preocupación. A cada día le basta su contrariedad” (Mateo 6).
Mirar los lirios y los pájaros quiere decir saber contemplar, tener fe en las palabras de Jesús, que es nuestro modelo, Camino, Verdad y Vida, que lo que de veras cuenta es participar en esta aventura divina que es la vida. No podemos perdernos en amarguras del pasado y miedos del futuro. La vida es un continuo regalo de Dios, y hay que vivirla en presente, disfrutarla. Pero esto es duro para quien se deja llevar por dos peligros o tentaciones, el remordimiento del pasado y el miedo por el futuro. El pasado, con sus remordimientos de "hubieras debido actuar de manera distinta a como actuaste, hubieras debido decir otra cosa de lo que dijiste": en determinados momentos de la vida, el casado piensa si debería haber hecho otra elección o haber escogido otra persona... y así en todo; es el sentimiento de culpabilidad de "hubiera debido"; pero aún peor que nuestras culpas son nuestras preocupaciones por el futuro, esos miedos que llenan nuestra vida de "¿qué pasaría si?"... "¿y si perdiera mi trabajo?, ¿y si mi padre muriera?, ¿y si faltara dinero? ¿y si la economía se hundiera? ¿y si estallara una guerra?"... Son los "si" que junto con los "hubiera debido" perturban nuestra vida, como decía Henri J. M. Nouwen: "ellos son los que nos tienen atados a un pasado inalterable y hacen que un futuro impredecible nos arrastre. Pero la vida real tiene lugar aquí y ahora.
Dios es Dios del presente..." no existe ni el pasado (queda sólo en la memoria, es la experiencia de la vida) ni el futuro (que forjaremos con lo de ahora), sólo existe una realidad, la presente, y ésta es la que hemos de afrontar. El stress famoso no viene con la abundancia de trabajo, sino con el estado psicológico de agobio ante el trabajo: es decir no es causado por la materialidad de tener muchas cosas que hacer sino por la sensación subjetiva de no llegar: lo que agobian son las cosas “pendientes”. Pienso que algunas personas, más bien perfeccionistas, tienden a esta “saturación”... una búsqueda de la perfección enfermiza, que genera inquietud; un compararse con los demás, hacer siempre más... Más bien deberíamos pensar que no importa ser perfecto, que la vida no es un circo en el que hay que hacer el “¡más difícil todavía!” sino que se trata de hacer las cosas lo mejor que podamos. No competir con los demás, en la búsqueda del éxito, sino sacar lo mejor de nosotros mismos. Hacer lo mejor que podamos esto que traigo entre manos, sabiendo que “lo mejor es enemigo de lo bueno”.
3. Se agradece a Dios en el salmo los grandes favores hechos por Él a Israel, se reclama que toda la tierra lo haga: “Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas”; Un «cántico nuevo» en el lenguaje bíblico significa un cántico perfecto, rebosante, solemne, acompañado por música festiva… se abre con la proclamación de la intervención divina dentro de la historia de Israel; “su diestra, su santo brazo, le alcanzó la victoria; el Señor ha dado a conocer su victoria, ha revelado a las naciones su justicia”. Las imágenes de la «diestra» y del «brazo santo» se refieren al Éxodo, a la liberación de la esclavitud de Egipto (Juan Pablo II).
“Se acordó de su amor y su lealtad para con la casa de Israel; todos los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios. Aclamad al Señor toda la tierra, alegraos, regocijaos, cantad (98,1-4). La alianza con el pueblo de la elección es recordada a través de dos grandes perfecciones divinas: «amor» y «fidelidad». Estos signos de salvación son revelados «a las naciones» y a «los confines de la tierra» para que todo vaya a Cristo, como dice S. Pablo, en quien «la justicia de Dios se ha revelado», «se ha manifestado». Orígenes dice: «Cántico nuevo es el Hijo de Dios que fue crucificado -algo que nunca antes se había escuchado-. A una nueva realidad le debe corresponder un cántico nuevo. “Cantad al Señor un cántico nuevo». Quien sufrió la pasión en realidad es un hombre; pero vosotros cantáis al Señor. Sufrió la pasión como hombre, pero redimió como Dios”. Orígenes continúa: Cristo “hizo milagros en medio de los judíos: curó a paralíticos, purificó a leprosos, resucitó muertos. Pero también lo hicieron otros profetas. Multiplicó los panes en gran número y dio de comer a un innumerable pueblo. Pero también lo hizo Eliseo. Entonces, ¿qué es lo que hizo de nuevo para merecer un cántico nuevo? ¿Queréis saber lo que hizo de nuevo? Dios murió como hombre para que los hombres tuvieran la vida; el Hijo de Dios fue crucificado para elevarnos hasta el cielo».
Llucià Pou Sabaté