Domingo de la semana 5 de Pascua; ciclo B
Jesús es la vid, que nos da vida si permanecemos unidos a Él
“En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: -Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento mío que no da fruto, lo arranca; y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto. Vosotros estáis limpios por las palabras que os he hablado; permaneced en mí y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante, porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí, lo tiran fuera, como al sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden. Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros pediréis lo que deseéis, y se realizará. La gloria de mi Padre está en que deis mucho fruto, y así seréis mis discípulos” (Juan 15,1-8).
1. Gracias, Jesús, por esa alegoría que explica mi unión contigo, la unión de todos contigo. Tú eres la cepa, Jesús; y nosotros los sarmientos, tus discípulos unidos a ti; el labrador es el Padre; y la poda o limpieza es esa purificación de mi ego, necesaria para que tú crezcas en mí: "Yo soy la vid verdadera y mi Padre es el labrador". La verdadera vid es la que da el fruto. Mi vida será productiva unida a ti, la Vid, unida a tu resurrección. Jesús, tú vives y eres para todos los creyentes el único autor de la vida y el principio de su organización. De ti viene la savia, tú nos mantienes unidos como sarmientos a la vid, para "dar fruto".
S. Agustín comenta: “Jesús dijo que él era la vid, sus discípulos los sarmientos y el Padre el agricultor. Sobre ello ya he hablado, según mis alcances. En la misma lectura, hablando todavía de sí mismo que es la vid, y de los sarmientos, es decir, de sus discípulos, dice: Permaneced en mí y yo en vosotros. Pero ellos no están en él del mismo modo que él en ellos. Una y otra presencia es provechosa para ellos, no para él. En efecto, los sarmientos están en la vid de tal modo que, sin darle ellos nada a ella, reciben de ella la savia que les da vida; a su vez la vid está en los sarmientos proporcionándoles el alimento vital, sin recibir nada de ellos. De la misma manera, tener a Cristo y permanecer en Cristo es de provecho para los discípulos, no para Cristo; porque, arrancando un sarmiento, puede brotar otro de la raíz viva, mientras que el sarmiento cortado no puede tener vida sin la raíz. Luego añade: Como el sarmiento no puede dar fruto de sí mismo, si no permanece unido a la vid, así tampoco vosotros si no permanecéis en mí (…) El sarmiento no puede dar fruto de sí mismo, si no permanece unido a la vid (…) Considerad una y mil veces las siguientes palabras de la Verdad: Yo soy la vid, y vosotros los sarmientos. El que está en mí y yo en él, ése dará mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada (…) no dice: «porque sin mi podéis hacer poco», sino:sin mí no podéis hacer nada. Se trate de poco o se trate de mucho, no se puede hacer sin el cual no se puede hacer nada. Y si el sarmiento da poco fruto, el agricultor lo poda para que lo dé más abundante; pero, si no permanece unido a la vid, no podrá producir fruto alguno. Y puesto que Cristo no podría ser la vid, si no fuese hombre, no podría comunicar esta virtud a los sarmientos si no fuese también Dios. Mas como nadie puede tener vida sin la gracia, y sólo la muerte cae bajo el poder del libre albedrío, continúa diciendo: El que no permanezca en mí será echado fuera, como el sarmiento, y se secará, lo cogerán y lo arrojarán al fuego y en él arderá. Los sarmientos son tanto más despreciables fuera de la vid cuanto más gloriosos unidos a ella. Como dice el Señor por boca del profeta Ezequiel, cortados de la vid son enteramente inútiles para el agricultor y no sirven al carpintero. El sarmiento ha de estar en uno de esos dos lugares: o en la vid o en el fuego; si no está en la vid estará en el fuego. Permanezca, pues, en la vid para librarse del fuego. Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pediréis cuanto queráis y se os concederá. Permaneciendo unidos a Cristo, ¿qué otra cosa pueden querer sino lo que es conforme a Cristo? Estando unidos al Salvador, ¿qué otra cosa pueden querer sino lo que no es extraño a la salvación”. Muchas veces pedimos sin saber que Dios nos concederá aquello, pero quizá no del modo que pedimos sino según nos convenga, los bienes que sí necesitamos, como reza la oración colecta: «Señor, Tú que te has dignado redimirnos y has querido hacernos hijos tuyos; míranos siempre con amor de Padre y haz que cuantos creemos en Cristo tu Hijo, alcancemos la libertad verdadera y la herencia eterna».
Comenta San Cirilo de Alejandría: «los que están unidos a Él e injertados en su persona, vienen a ser como sus sarmientos y, que, al participar del Espíritu de Cristo, éste nos une con Él. La adhesión de quienes se vinculan a la vid consiste en una adhesión de voluntad y de deseo; en cambio, la unión de la vid con nosotros es una unión de amor y de inhabitación».
Gracias, Jesús, por estas palabras que nos dices en tu sobremesa de la cena de Pascua, y que nos dan seguridad en tu gracia, en tu misericordia, en tu salvación cuando me uno a ti. Cuando dices «Yo soy» (Yo soy la luz del mundo, la vid verdadera, el buen pastor...) me recuerda las palabras del encuentro de Moisés con Dios, quien le dice su nombre: “Yavhé”, “Yo soy”… Tú eres el Dios venido a la tierra, Jesús, y por eso te llamas fuente de agua viva; por eso dices: “yo soy de allá arriba; vosotros sois de este mundo, yo no soy de este mundo» (Jn 8,23). Y me gustaría preguntarte: «¿Qué eres?, ¿Quién eres?». ¿Qué quieres decir cuando dices «que Yo soy»? Te veo como las palabras de la zarza ardiente cuando nos dice Dios: «Soy el que soy», el de ayer, hoy y mañana... Cuando dices «Yo soy» retomas toda esta historia y la refieres a ti mismo: «El Padre y yo somos uno». Y en otro lugar nos dirás: «Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre» (Jn 14,9). Jesús, tu vida es totalmente «relacional», todo su ser es pura relación con el Padre. Nos haces ver que eres el Dios venido a la tierra, que estás unidoa al Padre. Me impresiono cuando dices «Cuando levantéis al Hijo del hombre sabréis que Yo soy» (Jn 8,28). Me impresiona verte en la cruz como camino para que tu humanidad santísima se haga uno con el Padre. En la cruz, te encuentras a la «altura» de Dios, que es Amor. Allí se te puede «reconocer», se puede comprender el «Yo soy».
La zarza ardiente es la cruz. La suprema instancia de revelación, el «Yo soy» y tu cruz, Jesús, son inseparables. «Entonces sabréis que Yo soy». ¿Cuándo se hace realidad ese «entonces»?, se pregunta Ratzinger: “Se hace realidad constantemente en la historia, empezando por el día de Pentecostés”...
Me asombra cuando dices a los judíos: «Os aseguro que antes de que naciera Abraham, Yo soy» (Jn 8,58). Siempre ese «Yo soy»: te veo por encima de todo lo humano, sino verdadero hombre. Y al mismo tiempo, veo en ti esa fuerza divina que dice a los apóstoles en las tormentas, cuando apareces en su barca: «Ánimo, soy yo, no tengáis miedo» (Mc 6, 50). Es el temor «teofánico», que invade al hombre cuando se ve ante la presencia directa de Dios. Y cuando caminas sobre las aguas o calmas la tempestad te veo como Señor de la naturaleza.
Señala también Ratzinger que Jesús pronuncia 7 veces esa afirmación, un número perfecto: “Yo soyel pan de vida, la luz del mundo, la puerta, el buen pastor, la resurrección y la vida, el camino y la verdad y la vida, la vid verdadera”: “en el fondo, el hombre sólo necesita una cosa en la que está contenido todo lo demás; pero antes tiene que aprender a reconocer, a través de sus deseos y anhelos superficiales, lo que necesita realmente y lo que quiere realmente. Necesita a Dios. Y así podemos ver ahora que detrás de todas las imágenes se encuentra en definitiva esto: Jesús nos da la «vida», porque nos da a Dios. Puede dárnoslo, porque Él es uno con Dios. Porque es el Hijo. Él mismo es el don, Él es «la vida». Precisamente por eso toda su esencia es comunicación, «pro-existencia». Esto es precisamente lo que aparece en la cruz como su verdadera exaltación”.
“Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante, porque sin mí no podéis hacer nada... Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros pediréis lo que deseéis, y se realizará. La gloria de mi Padre está en que deis mucho fruto, y así seréis mis discípulos”. Vamos a pedir esta unión íntima con Jesús, con palabras de san Luis María Grignion de Monfort: “todo fiel que no esté unido a Cristo como el sarmiento a la vid, se cae, se seca y sólo sirve para ser arrojado al fuego. En cambio, si estamos en Jesucristo y Jesucristo está en nosotros, no debemos temer ninguna condena. Ni los ángeles del cielo, ni los hombres de la tierra, ni los demonios del infierno, ni ninguna otra criatura podrán producirnos mal alguno, porque no podrá separarnos jamás del amor de Dios, en Jesucristo. Todo lo podemos por Cristo, con Cristo y en Cristo; podemos dar todo honor y toda gloria al Padre, en la unidad del Espíritu Santo; podemos alcanzar la perfección y ser perfume de vida eterna para el prójimo”.
2. Los Hechos de los Apóstolesnos cuentan cuando Pablo fue a Jerusalén, y los discípulos primero no se fiaban de él. “Entonces Bernabé se lo presentó a los apóstoles. Saulo les contó cómo había visto al Señor en el camino, lo que le había dicho”, pero los judíos “se propusieron suprimirlo”, y los hermanos le ayudaron a huir. Y la Iglesia “progresaba en la fidelidad al Señor y se multiplicaba animada por el Espíritu Santo”. En Tarso, Pablo debió predicar intensamente el evangelio, pues se corrió la voz en las comunidades cristianas de Judea que decían: "El que nos ha perseguido predica ahora la misma fe que antes quiso liquidar". Es un motivo de alegría la obra del Espíritu Santo, como dice el canto de entrada: “Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas; revela a las naciones su justicia. Aleluya”.
El Salmohabla de una fiesta que celebra “todo lo que hizo el Señor”, la liberación esperada que viene del sufrimiento llevado por obediencia de amor. Esto nos puede servir para encontrar un sentido al esfuerzo, ahora que estamos a final de curso. Me gustó la anécdota que leí, de un niño que encontró un capullo de una mariposa y se lo llevó a casa. Un día vio que había un pequeño orificio y entonces se sentó a observar: la mariposa luchaba por abrirlo más y poder salir... forcejeaba duramente para poder pasar su cuerpo a través del pequeño agujero. Parecía que se había atascado. El niño quiso ayudar con unas tijeras, y por fin la mariposa pudo salir de aquella cárcel que le aprisionaba. Tenía un cuerpo muy hinchado y unas alas pequeñas y dobladas. Esperó a que volara, pero inútilmente, se quedó mermada en sus facultades, pues el niño no sabía que la mariposa necesita un esfuerzo y tiempo para hacer llegar líquidos a las alas, permitiendo que éstas se fortalezcan y extiendan. Todo tiene su tiempo, cuesta un esfuerzo que no es bueno eliminar. Hay que tener paciencia para que las cosas resulten como lo queremos. El niño esperaba que las alas se desdoblarían y crecerían lo suficiente para soportar al cuerpo, que se contraería, al reducir lo hinchado que estaba. La mariposa solamente podía arrastrarse en círculos con su cuerpecito hinchado y sus alas dobladas. Nunca pudo llegar a volar. La pequeñez de la abertura del capullo y la lucha requerida por la mariposa, para salir por el diminuto agujero, era la forma en que la naturaleza forzaba fluidos del cuerpo de la mariposa hacia sus alas, para que estuviesen grandes y fuertes y luego pudiese volar. La libertad y el volar solamente podían llegar tras la lucha. Al privar a la mariposa de la lucha, también le fue arrebatada su salud. El sentimiento a veces se equivoca al evitar el esfuerzo, necesitamos las luchas en la vida. Si la naturaleza nos permitiese progresar por nuestras vidas sin obstáculos, nos convertiría en inválidos. No podríamos crecer y ser tan fuertes como podríamos haberlo sido. A través de nuestros esfuerzos y caídas, somos fortalecidos así como el oro es refinado con el fuego. A veces son necesarias las experiencias del dolor, esfuerzo, del error y los fracasos, para poder crecer.
3. La carta de San Juan nos dice que “no amemos de palabra ni de boca, sino con obras y según la verdad”, si hacemos las cosas nos quedamos tranquilos: “En esto conocemos que somos de la verdad, y tranquilizaremos nuestra conciencia ante Él, en caso de que nos condene nuestra conciencia, pues Dios es mayor que nuestra conciencia y conoce todo”. Y el mandamiento más grande para estar en paz es: “que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y que nos amemos unos a otros tal como nos lo mandó”.
Llucià Pou Sabaté
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