viernes, 11 de julio de 2014

Sábado de la semana 14 de tiempo ordinario

Sábado de la semana 14 de tiempo ordinario

Jesús nos llama a cada uno en el camino de la vida, y nos habla de no tener miedo, pues la providencia de Dios saca bien de todo lo que nos pasa a lo largo del camino de la vida
 “No está el discípulo por encima del maestro, ni el siervo por encima de su amo. Ya le basta al discípulo ser como su maestro, y al siervo como su amo. Si al dueño de la casa le han llamado Beelzebul, ¡cuánto más a sus domésticos!«No les tengáis miedo. Pues no hay nada encubierto que no haya de ser descubierto, ni oculto que no haya de saberse. Lo que yo os digo en la oscuridad, decidlo vosotros a la luz; y lo que oís al oído, proclamadlo desde los terrados. «Y no temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; temed más bien a Aquel que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la gehenna.¿No se venden dos pajarillos por un as? Pues bien, ni uno de ellos caerá en tierra sin el consentimiento de vuestro Padre. En cuanto a vosotros, hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. No temáis, pues; vosotros valéis más que muchos pajarillos. «Por todo aquel que se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos; pero a quien me niegue ante los hombres, le negaré yo también ante mi Padre que está en los cielos”(Mateo 10,24–33).
1. Jesús, eres el Maestro resucitado, que sigues enseñando a tus discípulos por medio del Espíritu. Continúas enviando a tus discípulos para ser misioneros abiertos a todas las gentes, y a todas sus culturas. Los sigues formando en la escucha atenta de tu Palabra en la Biblia y en la vida.
Nos pides, Señor, ser semejantes a ti, imitarte, adoptar tus pensamientos, tus maneras de ver y de amar. Todo el esfuerzo de nuestra vida es reconocerte.
-“Y si al Cabeza de familia lo han llamado "Belcebú" ¡cuánto más a la gente de su casa!” Se te acusa, Jesús, de ser un poseso. Siendo criticados y acusados nos parecemos a ti, Señor, el "cabeza de familia": tu casa, familia, es la Iglesia, nosotros somos "la gente de tu casa". Tú habitas con nosotros. Que seas Tú verdaderamente el "cabeza de familia", el que guía, el que decide, con quien agrada encontrarse, a quien se pide consejo, con quien se confía.
-“No les temáis... No tengáis miedo de los que matan el cuerpo”... No temáis: vosotros valéis más que todos los gorriones juntos. Por tres veces, Jesús, nos repites que no tengamos miedo. Para ti, Dios está presente en los menores acontecimientos de nuestras vidas: no cae un pájaro del nido sin que Dios no lo disponga... No crece una hierba, no madura un fruto, ni un solo animalillo sufre sin que Dios no lo sepa: Dios lo sabe todo, se interesa por todas sus criaturas... Dios ama a todas sus criaturas. Con más razón se interesa por sus criaturas preferidas, los hombres, sus hijos muy amados. "Los cabellos de vuestra cabeza están contados... ¡Vosotros valéis más que todos los pájaros del mundo! ¡No tengáis miedo!" ¿Tengo hacia el Padre esa confianza absoluta, inaudita que Jesús me sugiere?
-“Lo que os digo "en secreto"... "en la oscuridad"... "al oído"... Dadlo a conocer en torno vuestro, a plena luz, ¡proclamadlo!” Esas imágenes evocan la idea de confidencia: Jesús, tú no gritas al hablar... no te impones, nos hablas bajito, a media voz, junto al oído, si sabemos escucharle atentamente... es como un secreto confiado.
Haz, Señor, que oiga tu dulce y discreta voz, en la oración. Que sepa dedicar un tiempo a rezar cada día. Y luego ayúdame a repetir, a proclamar a todos tu Palabra.
-“Todo el que se pronuncie por mí ante los hombres, Yo me pronunciaré por él ante mi Padre del cielo”. Jesús, quieres ser nuestro "mediador": te pido que seas mi defensa (Noel Quesson)
«No tengáis miedo». Es la frase que más se repite en el pasaje de hoy. «No tengáis miedo de soñar», decía Benedicto XVI en el encuentro con los jóvenes en Loreto: «hoy por desgracia, con frecuencia, una existencia llena y feliz es vista por muchos jóvenes como un sueño difícil y, en ocasiones, casi irrealizable».
Quizá el materialismo ahoga la espiritualidad, y –seguía diciendo- «muchos de vuestros coetáneos ven el futuro con miedo y se plantean muchos interrogantes”. Se preguntan «cómo integrarse en una sociedad caracterizada por muchas y graves injusticias y sufrimientos. ¿Cómo reaccionar ante el egoísmo y la violencia que, en ocasiones, parecen prevalecer? ¿Cómo dar un sentido a la vida?»
La respuesta es Cristo: «¡No tengáis miedo, Cristo puede llenar las aspiraciones más íntimas de vuestro corazón!:… cada uno de vosotros, si está unido a Cristo, puede hacer grandes cosas».
«Por este motivo, queridos amigos, no debéis tener miedo de soñar, con los ojos abiertos, en grandes proyectos de bien, y no tenéis que dejaros desalentar por las dificultades». Como hemos de tener un espíritu joven, nos van muy bien estas palabras.
No es el éxito inmediato delante de los hombres lo que cuenta. Sino el éxito de nuestra misión a los ojos de Dios, que ve, no sólo las apariencias, sino lo interior y el esfuerzo que hemos hecho. Si nos sentimos hijos de ese Padre, y hermanos y testigos de Jesús, nada ni nadie podrá contra nosotros, ni siquiera las persecuciones y la muerte. El ejemplo lo tenemos en ti, Jesús, objeto de contradicciones y muerte de cruz. Pero no cediste, amaste la verdad aunque incomodara a los poderosos. Y salvaste a la humanidad y fuiste elevado a la gloria de la resurrección.
Las pruebas y las dificultades de la vida -las personales, de nuestro ambiente o del mundo- no nos deben asustar; y sigamos anunciando a plena luz, a los cercanos y a los lejanos, la buena noticia de la salvación que Dios nos ofrece (J. Aldazábal)
¿Recordáis que el Papa Juan Pablo II comenzó su pontificado gritando con fuerza ese "No tengáis miedo" de Jesús? Son palabras importantes: porque hay mucho miedo: nos asusta todo lo que no controlamos, y el futuro y la muerte… y la posibilidad de no salvarnos, pero nos dice san Juan que “El amor perfecto echa fuera el temor”, que “el que tiene miedo no es aún perfecto en el amor”: y nos han infundido mucho miedo, se ha entendido mal el temor de Dios, que está usado en la Biblia como sinónimo de reverenciarlo y no prescindir de El; de tomarlo en cuenta para confiar y esperar en Él; de no olvidarse de que Él es la suprema Realidad. Se ha tomado como una opresión a la conciencia para estar sin paz pensando que estamos en pecado, cuando Jesús nos dice: "Soy Yo, no temáis... ¿por qué teméis?... no se turbe vuestro corazón; la paz sea con vosotros; os doy la paz mía".
«No debes desconfiar de Dios ni desesperar de su misericordia; no quiero que dudes ni que desesperes de poder ser mejor: porque, aunque el demonio te haya podido precipitar desde las alturas de la virtud a los abismos del mal, ¿cuánto mejor podrá Dios volverte a la cumbre del bien, y no solamente reintegrarte al estado que tenias antes de la caída, sino también hacerte más feliz de lo que parecías antes?» (Rabano Mauro).
2. Están abreviadas, hoy, las despedidas de los dos últimos patriarcas, Jacob y José, con lo que se cierra el ciclo de Abrahán. Es nuestra última página del Génesis (el lunes iniciaremos la lectura del libro del Éxodo). Jacob siente que va a morir, que va a «reunirse con los suyos», y encarga que sin falta, cuando vuelvan a la tierra de Canaán, lleven sus restos mortales a la aldea de Mambré, cerca de Hebrón, a la cueva de Macpela que había comprado Abrahán y donde están enterrados sus antepasados. La muerte está contada con unos rasgos sencillos y emocionantes: «recogió los pies en la cama, expiró y se reunió con los suyos». Queda José con sus hermanos y sus familias. Cuando Jacob murió, los hermanos de José temieron a éste, y decidieron enviarle este mensaje: ‘antes de morir, tu padre nos encargó que te dijéramos que perdonaras nuestro crimen...’ Al recibirlo, José les respondió: No tengáis miedo...; yo os mantendré a vosotros y a vuestros hijos...” Quien asumió con resignación el ser vendido; quien asumió el trabajo y servicio a los demás como vía de realización personal humana en Egipto; quien alcanzó puestos de gran poder y honor en el mundo; quien no cultivó odio alguno en su corazón, acaba siendo ángel de la guarda de aquéllos que un día le traicionaron. Ése es el triunfo de la caridad, de la suma verdad, del amor.
Una vez más, aparece la magnanimidad de José y su perdón: «no tengáis miedo, ¿soy yo acaso Dios?». Es Dios quien juzga y premia y castiga. De nuevo José interpreta lo sucedido desde la visión providencial de Dios: «vosotros intentasteis hacerme mal, pero Dios intentaba hacer bien, para dar vida a un pueblo numeroso». También José les hace prometer que, cuando abandonen Egipto, llevarán sus restos a la tierra prometida por Dios a Abrahán. En efecto, así lo hicieron y fue enterrado en la cueva de Macpela, en Hebrón, la llamada «tumba de los patriarcas».
La muerte de nuestros seres queridos es buena ocasión para reflexionar: nos recuerda la caducidad de la vida, nos invita a reconciliarnos con los que permanecemos aquí, nos ayuda a echar una sabia mirada hacia atrás y hacia delante, nos sitúa en la presencia de Dios como Señor de la vida y de la muerte, nos consuela al pensar que «los nuestros», nuestros seres queridos ya fallecidos, se mantienen en comunión con nosotros de un modo misterioso y nos esperan hasta que también a nosotros nos llegue la hora final...
En nuestra Eucaristía recordamos, no sólo a la Virgen y a los Santos, sino también a nuestros difuntos, con quienes nos sentimos unidos y para quienes pedimos a Dios que les conceda contemplar la luz de su rostro y participar de su felicidad. Cuando nosotros, en nuestra muerte, pasemos también a la nueva existencia, «nos reuniremos con los nuestros» en un reencuentro gozoso y definitivo. Además, como para la familia de José, esos momentos son los mejores para la reconciliación y la amnistía, momentos en que hay que saber olvidar y empezar de cero, reparando brechas y tensiones y dejando el juicio último a Dios. José renueva su perdón con sencillez, sin darse importancia: «y los consoló hablándoles al corazón». Los hermanos renuevan su arrepentimiento. Todos maduran y la historia sigue. Sería bueno que, cuando nos asaltan sentimientos de venganza, repitiéramos la frase de José: «¿soy yo acaso Dios?», y tuviéramos el valor de perdonar y seguir con naturalidad la vida.
3. ¡Dad gracias a Yahvé, aclamad su nombre, divulgad entre los pueblos sus hazañas! ¡Cantadle, salmodiad para Él, sus maravillas todas recitad; gloriaos en su santo nombre, se alegre el corazón de los que buscan a Yahvé!” La obra redentora del Señor, que domina toda la tierra, y cuida de sus criaturas, se expresa en este salmo en una acción de gracias y una invitación a la alabanza. Las invitaciones iniciales van dirigidas a Israel y a los que acuden al templo donde se recitaban el inicio de este salmo con otros, para hacer memoria de la causa de nuestra alegría, de lo que nos llena de esperanza: “¡Buscad a Yahvé y su fuerza, id tras su rostro sin descanso, Raza de Abraham, su servidor, hijos de Jacob, su elegido: Él, Yahvé, es nuestro Dios, por toda la tierra sus juicios”.
Llucià Pou Sabaté

Viernes semana 14 tiempo ordinario

Viernes de la semana 14 de tiempo ordinario

Jesús es signo de contradicción, y nos manda el Espíritu Santo y su perdón, que nos da la libertad completa
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles: -«Mirad que os mando como ovejas entre lobos; por eso, sed sagaces como serpientes y sencillos como palomas. Pero no os fieis de la gente, porque os entregarán a los tribunales, os azotarán en las sinagogas y os harán comparecer ante gobernadores y reyes, por mi causa; así daréis testimonio ante ellos y ante los gentiles. Cuando os arresten, no os preocupéis de lo que vais a decir o de cómo lo diréis: en su momento se os sugerirá lo que tenéis que decir; no seréis vosotros los que habléis, el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros. Los hermanos entregarán a sus hermanos para que los maten, los padres a los hijos; se rebelarán los hijos contra sus padres, y los matarán. Todos os odiarán por mi nombre; el que persevere hasta el final se salvará. Cuando os persigan en una ciudad, huid a otra. Porque os aseguro que no terminaréis con las ciudades de Israel antes de que vuelva el Hijo del hombre»” (Mateo 10,16-23)
1. Jesús nos avisa de la lucha del discípulo contra el mal: "Os envío como ovejas en medio de lobos". El discípulo es pobre y está inerme; sólo es rico en fe en la validez de su anuncio. Somos vulnerables a los poderes del mundo. Pero con la fe somos fuertes. Simples y prudentes, son las palabras de Cristo. La simplicidad, o sencillez,  es lealtad, transparencia, confianza en la verdad y, por tanto, rechazo de cualquier subterfugio y de todo medio de violencia, la prudencia es la capacidad (y la humildad) de valorar las situaciones concretas. Pero se trata siempre, por supuesto, de la prudencia de Cristo, no de la prudencia del mundo, basada en cálculos cínicos, diplomacia y compromisos, siempre en busca de una salvación propia (Bruno Maggioni).
El Reino de Dios se revela en la debilidad de Jesús y de sus mensajeros. San Pablo dirá también que "la fortaleza de Dios encuentra su cumplimiento en la debilidad" (2 Cor 12,9). Toda la historia de la Iglesia confirma esta verdad. Son los pequeños y los humildes los que han hecho las mayores obras. Bernardita Soubirous era la más débil en Lourdes cuando Dios la escogió para que transmitiera el mensaje de la Virgen.
-“Sed cautos como serpientes e ingenuos como palomas”. Jesús, tomas tus comparaciones del mundo animal. Anuncias la persecución a tus apóstoles, pero les pides que no se expongan inoportunamente: nos pides que seamos "cautos", es decir inteligentes, hábiles, finos, como serpientes... y también que hemos de conservar la "ingenuidad", es decir la "candidez", la simplicidad, sin disimulo, sin segunda intención, como palomas... Es preciso que se perciba que los mensajeros del evangelio sólo se ocupan de Dios y no buscan su propio provecho.
-“Os llevarán a los tribunales... os conducirán ante gobernadores y reyes por mi causa, así daréis testimonio ante ellos”. Jesús, no escondes la verdad a tus apóstoles: el evangelio provoca, a veces, la oposición y la persecución. Esto no te espanta. Nos pides que nos mantengamos valientes, como tú, pues tú mismo fuiste acusado ante el tribunal de Pilato.
-“No os preocupéis por lo que vais a decir; será el Espíritu de vuestro Padre quien hable por medio de vosotros”. Dios, que "habita en nuestros corazones", que habita "en mí"... Ayúdanos, Señor, a escucharte y a ser dóciles.
A veces las dificultades surgen en el ambiente social, profesional, familiar. San  Ambrosio, hablando sobre los padres que no querían que sus hijos se entregaban a Dios, decía: “Y porque sé de no pocas jóvenes que, deseosas de consagrar a Dios su virginidad, no lo consiguieron por estorbárselo sus madres (...), a tales madres dirijo ahora mi discurso y pregunto: ¿no son libres vuestras hijas para amar a los hombres y elegir marido entre ellos, amparándolas la ley en su derecho aun contra vuestra voluntad? Y las que pueden libremente desposarse con un hombre, ¿no han de ser libres para desposarse con Dios?”
-“Todos os odiarán por causa mía; pero quien resista hasta el final, se salvará”. La oposición y la persecución vienen, a veces, de la propia familia: "un hermano entregará a su hermano y un padre a su hijo..." El odio puede nacer en todas partes. Jesús, nos sugieres una sola solución: ¡"aguantar"!, ¡permanecer fieles! Conservar la firmeza y el valor, contra toda decepción, contra toda oposición y contra todo fracaso. Lo que cuenta es la salvación eterna, "salvarse"... y saber que Jesús está con nosotros.
-“Cuando os persigan en una ciudad, huid a otra. Porque os aseguro que no terminaréis con las ciudades de Israel antes de que vuelva el Hijo del hombre”. Jesús, nos promete que "vienes", que te veremos, que viviremos contigo. “No te prometo que serás dichosa en este mundo sino en el otro”, decía santa María a Santa Bernardita (Noel Quesson).
Ya cuando se redactan los Evangelios, Santiago y Esteban han sido mártires, así como Pedro y Pablo. La salvación está en ti, Señor, y te pido el modo de comunicarla a los demás. Con prudencia y, al mismo tiempo, con sencillez. Ayudados por el Espíritu de Dios. Tenemos trabajo hasta el fin del mundo, hasta la vuelta del Señor (J. Aldazábal).
Y «el que persevere hasta el final, se salvará». Decía S. Josemaría: «¡Acabar!, ¡acabar! -Hijo, «qui perseveraverit usque in finem, hic salvus erit» -se salvará el que persevere hasta el fin.
”-Y los hijos de Dios disponemos de los medios, ¡tú también!: cubriremos aguas, porque todo lo podemos en Aquél que nos conforta.
”-Con el Señor no hay imposibles: se superan siempre» (Forja 656).
2. José perdonó a sus hermanos e invitó a que su padre Jacob se instalara en Egipto con toda su familia. –“Partió Jacob a Egipto con todo lo que poseía. Cuando llegó a Berseba ofreció sacrificios al Dios de su padre Isaac”. Las etapas de nuestras vidas, ¿están llenas de Dios como la de los patriarcas?
-“Dijo Dios a Jacob en visión nocturna: "¡Jacob! ¡Jacob!" Respondió: «¡Heme aquí!»” Oírse llamado por su nombre. Contestar manifestando nuestra disponibilidad. Es el resumen exacto de la fe, que es respuesta a una llamada, Dios tiene la iniciativa, pero ¿sabemos responderle o hacemos oídos sordos? Gracia y Libertad. Don de Dios aceptado o rechazado. HOY todavía me llama Dios por mi nombre. "Cada instante me aporta una llamada de Dios. ¿Cómo corresponderé a ella?"
-"No temas bajar a Egipto, porque allí te haré una gran nación. Yo bajaré contigo a Egipto, Yo mismo te subiré también y José te cerrará los ojos." La confianza en Dios, dejarnos llevar como un niño que baja por un tobogán, sin ofrecer resistencia, confiando en el porvenir: ¡esto es propiamente la esperanza! Señor, líbranos de la obsesión del miedo al futuro. «Bastará a cada día su trabajo», dirá Jesús. Hay que vivir al día. El porvenir está en manos del Padre. «Estoy contigo», decía el Señor a Jacob. ¿Creo yo profundamente que Dios está conmigo? Porque ahí está todo…
-“Y Jacob marchó a Egipto con toda su familia”. Sabemos que nada terreno es para siempre y que vendrá servidumbre (Éxodo 2,23-24), y Dios enviará a Moisés, de manera que todos los anteriores son como preludio del Profeta, y éste de Cristo.
-“José salió al encuentro de su padre y viéndole se echó a su cuello, le abrazó y lloró largamente”. Es la aventura de tantos hombres reconciliados con su Padre, los hijos y padres pródigos. Dios tiene la iniciativa, pero ¿sabemos responderle? Cada instante nos aporta una llamada de Dios. Casi siempre hacemos oídos sordos. Señor, enséñanos a vivir el presente. El porvenir está en tus manos (Noel Quesson).
3. El salmo nos invita, una vez más, a hacer el bien y a tener confianza en Dios, que nos sigue en todos nuestros «viajes» con cercanía de padre: «Confía en el Señor y haz el bien... el Señor vela por los días de los buenos... apártate del mal y haz el bien, porque el Señor ama la justicia y no abandona a sus fieles... el Señor es quien salva a los justos, los protege y los libra». Vivir con rectitud además de prosperidad es tener al Señor, que socorre en las circunstancias más adversas a quienes buscan refugio en Él. “Confiemos, hermanos y hermanas: sostenemos el combate del Dios vivo y lo ejercitamos en esta vida presente, con miras a obtener la corona en la vida futura. Ningún justo consigue enseguida la paga de sus esfuerzos, sino que tiene que esperarla pacientemente. Si Dios premiase enseguida a los justos, la piedad se convertiría en un negocio; daríamos la impresión de que queremos ser justos por amor al lucro y no por amor a la piedad. Por esto, los juicios divinos a veces nos hacen dudar y entorpecen nuestro espíritu, porque no vemos aún las cosas con claridad” (Homilía anónima del s. II). José va a Egipto, Jesús irá a Egipto, y a cada uno de nosotros que va por el camino de la vida acompañado por la mirada amorosa de Dios; en el abrazo de Jacob y José vemos el encuentro que tenemos con Dios Padre que nos busca (que Jesús nos presenta en la parábola del hijo pródigo).
Llucià Pou Sabaté


San Benito, abad

San Benito nació de familia rica en Nursia, región de Umbría, Italia, en el año 480. Su hermana gemela, Escolástica, también alcanzó la santidad. Después de haber recibido en Roma una adecuada formación, estudiando la retórica y la filosofía. Se retiró de la ciudad a Enfide (la actual Affile), para dedicarse al estudio y practicar una vida de rigurosa disciplina ascética. No satisfecho de esa relativa soledad, a los 20 años se fue al monte Subiaco bajo la guía de un ermitaño y viviendo en una cueva. Tres años después se fue con los monjes de Vicovaro. No duró allí mucho ya que lo eligieron prior pero después trataron de envenenarlo por la disciplina que les exigía. Con un grupo de jóvenes, entre ellos Plácido y Mauro, fundo su primer monasterio en en la montaña de Cassino en 529 y escribió la Regla, cuya difusión le valió el título de patriarca del monaquismo occidental. Fundó numerosos monasterios, centros de formación y cultura capaces de propagar la fe en tiempos de crisis.
Vida de oración disciplina y trabajo
Se levantaba a las dos de la madrugada a rezar los salmos. Pasaba horas rezando y meditando. Hacia también horas de trabajo manual, imitando a Jesucristo. Veía el trabajo como algo honroso. Su dieta era vegetariana y ayunaba diariamente, sin comer nada hasta la tarde. Recibía a muchos para dirección espiritual. Algunas veces acudía a los pueblos con sus monjes a predicar. Era famoso por su trato amable con todos.
Su gran amor y su fuerza fueron la Santa Cruz con la que hizo muchos milagros. Fue un poderoso exorcista. Este don para someter a los espíritus malignos lo ejerció utilizando como sacramental la famosa Cruz de San Benito.
San Benito predijo el día de su propia muerte, que ocurrió el 21 de marzo del 547, pocos días después de la muerte de su hermana, santa Escolástica. Desde finales del siglo VIII muchos lugares comenzaron a celebrar su fiesta el 11 de julio.
Si atendemos a la enorme influencia ejercida en Europa por los seguidores de San Benito, es desalentador comprobar que no tenemos biografías contemporáneas del padre del monasticismo occidental. Lo poco que conocemos acerca de sus primeros años, proviene de los "Diálogos" de San Gregorio, quien no proporciona una historia completa, sino solamente una serie de escenas para ilustrar los milagrosos incidentes de su carrera.
Benito nació y creció en la noble familia Anicia, en el antiguo pueblo de Sabino en Nurcia, en la Umbría en el año 480. Esta región de Italia es quizás la que mas santos ha dado a la Iglesia. Cuatro años antes de su nacimiento, el bárbaro rey de los Hérculos mató al último emperador romano poniendo fin a siglos de dominio de Roma sobre todo el mundo civilizado. Ante aquella crisis, Dios tenía planes para que la fe cristiana y la cultura no se apagasen ante aquella crisis. San Benito sería el que comienza el monasticismo en occidente.  Los monasterios se convertirán en centros de fe y cultura.
De su hermana gemela, Escolástica, leemos que desde su infancia se había consagrado a Dios, pero no volvemos a saber nada de ella hasta el final de la vida de su hermano.  El fue enviado a Roma para su "educación liberal", acompañado de una "nodriza", que había de ser, probablemente, su ama de casa.  Tenía entonces entre 13 y 15 años, o quizá un poco más.  Invadido por los paganos de las tribus arias, el mundo civilizado parecía declinar rápidamente hacia la barbarie, durante los últimos años del siglo V: la Iglesia estaba agrietada por los cismas, ciudades y países desolados por la guerra y el pillaje, vergonzosos pecados campeaban tanto entre cristianos como entre gentiles y  se ha hecho notar que no existía un solo soberano o legislador que no fuera ateo, pagano o hereje.  En las escuelas y en los colegios, los jóvenes imitaban los vicios de sus mayores y Benito, asqueado por la vida licenciosa de sus compañeros y temiendo llegar a contaminarse con su ejemplo, decidió abandonar Roma.  Se fugó, sin que nadie lo supiera, excepto su nodriza, que lo acompañó.  Existe una considerable diferencia de opinión en lo que respecta a la edad en que abandonó la ciudad, pero puede haber sido aproximadamente a los veinte años.  Se dirigieron al poblado de Enfide, en las montañas, a treinta millas de Roma.  No sabemos cuanto duró su estancia, pero fue suficiente para capacitarlo a determinar su siguiente paso.  Pronto se dio cuenta de que no era suficiente haberse retirado de las tentaciones de Roma;  Dios lo llamaba para ser un ermitaño y para abandonar el mundo y, en el pueblo lo mismo que en la ciudad, el joven no podía llevar una vida escondida, especialmente después de haber restaurado milagrosamente un objeto de barro que su nodriza había pedido prestado y accidentalmente roto.
En busca de completa soledad, Benito partió una vez más, solo, para remontar las colinas hasta que llegó a un lugar conocido como Subiaco (llamado así por el lago artificial formado en tiempos de Claudio, gracias a la represión de las aguas del Anio).  En esta región rocosa y agreste se encontró con un monje llamado Romano, al que abrió su corazón, explicándole su intención de llevar la vida de un ermitaño.  Romano mismo vivía en un monasterio a corta distancia de ahí; con gran celo sirvió al joven, vistiéndolo con un hábito de piel y conduciéndolo a una cueva en una montaña rematada por una roca alta de la que no podía descenderse y cuyo ascenso era peligroso, tanto por los precipicios como por los tupidos bosques y malezas que la circundaban.  En la desolada caverna, Benito pasó los siguientes tres años de su vida, ignorado por todos, menos por Romano, quien guardó su secreto y diariamente llevaba pan al joven recluso, quien lo subía en un canastillo que izaba mediante una cuerda.  San Gregorio dice que el primer forastero que encontró el camino hacia la cueva fue un sacerdote quien, mientras preparaba su comida un domingo de Resurrección, oyó una voz que le decía: "Estás preparándote un delicioso platillo, mientras mi siervo Benito padece hambre".  El sacerdote, inmediatamente, se puso a buscar al ermitaño, al que encontró al fin con gran dificultad.  Después de haber conversado durante un tiempo sobre Dios y las cosas celestiales, el sacerdote lo invitó a comer, diciéndole que era el día de Pascua, en el que no hay razón para ayunar.  Benito, quien sin duda había perdido el sentido del tiempo y ciertamente no tenía medios de calcular los ciclos lunares, repuso que no sabía que era el día de tan grande solemnidad.  Comieron juntos y el sacerdote volvió a casa.  Poco tiempo después, el santo fue descubierto por algunos pastores, quienes al principio lo tomaron por un animal salvaje, porque estaba cubierto con una piel 9de bestia y porque no se imaginaban que un ser humano viviera entre las rocas.  Cuando descubrieron que se trataba de un siervo de Dios, quedaron gratamente impresionados y sacaron algún fruto de sus enseñanzas.  A partir de ese momento, empezó a ser conocido y mucha gente lo visitaba, proveyéndolo de alimentos y recibiendo de él instrucciones y consejos.
Aunque vivía apartado del mundo, San Benito, como los padres del desierto, tuvo que padecer las tentaciones de la carne y del demonio, algunas de las cuales han sido descritas por San Gregorio.  "Cierto día, cuando estaba solo, se presentó el tentador.  Un pequeño pájaro negro, vulgarmente llamado mirlo, empezó a volar alrededor de su cabeza y se le acercó tanto que, si hubiese querido, habría podido cogerlo con la mano, pero al hacer la señal de la cruz el pájaro se alejó.  Una violenta tentación carnal, como nunca antes había experimentado, siguió después.  El espíritu maligno le puso ante su imaginación el recuerdo de cierta mujer que él había visto hacía tiempo, e inflamó su corazón con un deseo tan vehemente, que tuvo una gran dificultad para reprimirlo.  Casi vencido, pensó en abandonar la soledad; de repente, sin embargo, ayudado por la gracia divina, encontró la fuerza que necesitaba y, viendo cerca de ahí un tupido matorral de espinas y zarzas, se quitó sus vestiduras y se arrojó entre ellos.  Ahí se revolcó hasta que todo su cuerpo quedó lastimado.  Así, mediante aquellas heridas corporales, curó las heridas de su alma", y nunca volvió a verse turbado en aquella forma.
En Vicovaro, en Tívoli y en Subiaco, sobre la cumbre de un farallón que domina Anio, residía por aquel tiempo una comunidad de monjes, cuyo abad había muerto y por lo tanto decidieron pedir a San Benito que tomara su lugar.  Al principio rehusó, asegurando a la delegación que había venido a visitarle que sus modos de vida no coincidían --quizá él había oído hablar de ellos--.  Sin embargo, los monjes le importunaron tanto, que acabó por ceder y regresó con ellos para hacerse cargo del gobierno.  Pronto se puso en evidencia que sus estrictas nociones de disciplina monástica no se ajustaban a ellos, porque quería que todos vivieran en celdas horadadas en las rocas y, a fin de deshacerse de él, llegaron hasta poner veneno en su vino.  Cuando hizo el signo de la cruz sobre el vaso, como era su costumbre, éste se rompió en pedazos como si una piedra hubiera caído sobre él.  "Dios os perdone, hermanos", dijo el abad con tristeza.  "¿Por qué habéis maquinado esta perversa acción contra mí?  ¿No os dije que mis costumbres no estaban de acuerdo con las vuestras?  Id y encontrad un abad a vuestro gusto, porque después de esto yo no puedo quedarme por más tiempo entre vosotros".  El mismo día retornó a Subiaco, no para llevar por más tiempo una vida de retiro, sino con el propósito de empezar la gran obra para la que Dios lo había preparado durante estos años de vida oculta.
Empezaron a reunirse a su alrededor los discípulos atraídos por su santidad y por sus poderes milagrosos, tanto seglares que huían del mundo, como solitarios que vivían en las montañas.  San Benito se encontró en posición de empezar aquel gran plan, quizás revelado a él en la retirada cueva, de "reunir en aquel lugar, como en un aprisco del Señor, a muchas y diferentes familias de santos monjes dispersos en varios monasterios y regiones, a fin de hacer de ellos un sólo rebaño según su propio corazón, para unirlos más y ligarlos con los fraternales lazos, en una casa de Dios bajo una observancia regular y en permanente alabanza al nombre de Dios".  Por lo tanto, colocó a todos los que querían obedecerle en los doce monasterios hechos de madera, cada uno con su prior.  El tenía la suprema dirección sobre todos, desde donde vivía con algunos monjes escogidos, a los que deseaba formar con especial cuidado.  Hasta ahí, no tenía escrita una regla propia, pero según un antiguo documento, los monjes de los doce monasterios aprendieron la vida religiosa, "siguiendo no una regla escrita, sino solamente el ejemplo de los actos de San Benito".  Romanos y bárbaros, ricos y pobres, se ponían a disposición del santo, quien no hacía distinción de categoría social o nacionalidad.  Después de un tiempo, los padres venían para confiarles a sus hijos a fin de que fueran educados y preparados para la vida monástica.  San Gregorio nos habla de dos nobles romanos, Tértulo, el patricio y Equitius, quienes trajeron a sus hijos, Plácido, de siete años y Mauro de doce, y dedica varias páginas a estos jóvenes novicios.  (Véase San Mauro, 15 de enero y San Plácido, 5 de octubre).
En contraste con estos aristocráticos jóvenes romanos, San Gregorio habla de un rudo e inculto godo que acudió a San Benito, fue recibido con alegría y vistió el hábito monástico.  Enviado con una hoz para que quitara las tupidas malezas del terreno desde donde se dominaba el lago, trabajó tan vigorosamente, que la cuchilla de la hoz se salió del mango y desapareció en el lago.  El pobre hombre estaba abrumado de tristeza, pero tan pronto como San Benito tuvo conocimiento del accidente, condujo al culpable a la orilla de las aguas, le arrebató el mango y lo arrojó al lago.  Inmediatamente, desde el fondo, surgió la cuchilla de hierro y se ajustó automáticamente al mango.  El abad devolvió la herramienta, diciendo: "¡Toma!  Prosigue tu trabajo y no te preocupes".  No fue el menor de los milagros que San Benito hizo para acabar con el arraigado prejuicio contra el trabajo manual, considerado como degradante y servil.  Creía que el trabajo no solamente dignificaba, sino que conducía a la santidad y, por lo tanto, lo hizo obligatorio para todos los que ingresaban a su comunidad, nobles y plebeyos por igual.  No sabemos cuanto tiempo permaneció el santo en Subiaco, pero fue lo suficiente para establecer su monasterio sobre una base firme y fuerte.  Su partida fue repentina y parece haber sido impremeditada.  Vivía en las cercanías un indigno sacerdote llamado Florencio quien, viendo el éxito que alcanzaba San Benito y la gran cantidad de gente que se reunía en torno suyo, sintió envidia y trató de arruinarlo.  Pero como fracasó en todas sus tentativas para desprestigiarlo mediante la calumnia y para matarlo con un pastel envenenado que le envió (que según San Gregorio fue arrebatado milagrosamente por un cuervo), trató de seducir a sus monjes, introduciendo una mujer de mala vida en el convento.  El abad, dándose perfecta cuenta de que los malvados planes de Florencio estaban dirigidos contra él personalmente, resolvió abandonar Subiaco por miedo de que las almas de sus hijos espirituales continuaran siendo asaltadas y puestas en peligro.  Dejando todas sus cosas en orden, se encaminó desde Subiaco al territorio de Monte Cassino.  Es esta una colina solitaria en los límites de Campania, que domina por tres lados estrechos valles que corren hacia las montañas y, por el cuarto, hasta el Mediterráneo, una planicie ondulante que fue alguna vez rica y fértil, pero que, carente de cultivos por las repetidas irrupciones de los bárbaros, se había convertido en pantanosa y malsana.  La población de Monte Cassino, en otro tiempo lugar importante, había sido aniquilada por los godos y los pocos habitantes que quedaban, habían vuelto al paganismo o mejor dicho, nunca lo habían dejado.  Estaban acostumbrados a ofrecer sacrificios en un templo dedicado a Apolo, sobre la cuesta del monte.  Después de cuarenta días de ayuno, el santo se dedicó, en primer lugar, a predicar a la gente y a llevarla a Cristo.  Sus curaciones y milagros obtuvieron muchos conversos, con cuya ayuda procedió a destruir el templo, su ídolo y su bosque sagrado.  Sobre las ruinas del templo, construyó dos capillas y alrededor de estos santuarios se levantó, poco a poco, el gran edificio que estaba destinado a convertirse en la más famosa abadía que el mundo haya conocido.  Los cimientos de este edificio parecen haber sido echados por San Benito, alrededor del año 530.  De ahí partió la influencia que iba a jugar un papel tan importante en la cristianización y civilización de la Europa post-romana.  No fue solamente un museo eclesiástico lo que se destruyó durante la segunda Guerra Mundial, cuando se bombardeó Monte Cassino.
Es probable que Benito, de edad madura, en aquel entonces, pasara nuevamente algún tiempo como ermitaño; pero sus discípulos pronto acudieron también a Monte Cassino.  Aleccionado sin duda por su experiencia en Sabiaco, no los mandó a casas separadas, sino que los colocó juntos en un edificio gobernado por un prior y decanos, bajo su supervisión general.  Casi inmediatamente después, se hizo necesario añadir cuartos para huéspedes, porque Monte Cassino, a diferencia de Subiaco, era fácilmente accesible desde Roma y Cápua.  No solamente los laicos, sino también los dignatarios de la Iglesia iban para cambiar impresiones con el fundador, cuya reputación de santidad, sabiduría y milagros habíase extendido por todas partes.  Tal vez fue durante ese período cuando comenzó su "Regla", de la que San Gregorio dice que da a entender "todo su método de vida y disciplina, porque no es posible que el santo hombre pudiera enseñar algo distinto de lo que practicaba".  Aunque primordialmente la regla está dirigida a los monjes de Monte Cassino, como señala el abad Chapman, parece que hay alguna razón para creer que fue escrita para todos los monjes del occidente, según deseos del Papa San Hormisdas.  Está dirigida a todos aquellos que, renunciando a su propia voluntad, tomen sobre sí "la fuerte y brillante armadura de la obediencia para luchar bajo las banderas de Cristo, nuestro verdadero Rey", y prescribe una vida de oración litúrgica, estudio, ("lectura sacra") y trabajo llevado socialmente, en una comunidad y bajo un padre común.  Entonces y durante mucho tiempo después, sólo en raras ocasiones un monje recibía las órdenes sagradas y no existe evidencia de que el mismo San Benito haya sido alguna vez sacerdote.  Pensó en proporcionar "una escuela para el servicio del Señor", proyectada para principiantes, por lo que el ascetismo de la regla es notablemente moderado.  No se alentaban austeridades anormales ni escogidas por uno mismo y, cuando un ermitaño que ocupaba una cueva cerca de Monte Cassino encadenó sus pies a la roca, San Benito le envió un mensaje que decía:  "Si eres verdaderamente un siervo de Dios, no te encadenes con hierro, sino con la cadena de Cristo".  La gran visión en la que Benito contempló, como en un rayo de sol, a todo el mundo alumbrado por la luz de Dios, resume la inspiración de su vida y de su regla.  El santo abad, lejos de limitar sus servicios a los que querían seguir su regla, extendió sus cuidados a la población de las regiones vecinas: curaba a los enfermos, consolaba a los tristes, distribuía limosnas y alimentó a los pobres y se dice que en más de una ocasión resucitó a los muertos.  Cuando la Campania sufría un hambre terrible, donó todas las provisiones de la abadía, con excepción de cinco panes.  "No tenéis bastante ahora", dijo a sus monjes, notando su consternación, "pero mañana tendréis de sobra".  A la mañana siguiente, doscientos sacos de harina fueron depositados por manos desconocidas en la puerta del monasterio.  Otros ejemplos se han proporcionado para ilustrar el poder profético de San Benito, al que se añadía el don de leer los pensamientos de los hombres.  Un noble al que convirtió, lo encontró cierta vez llorando e inquirió la causa de su pena.  El abad repuso: "este monasterio que yo he construido y todo lo que he preparado para mis hermanos, ha sido entregado a los gentiles por un designio del Todopoderoso.  Con dificultad he logrado obtener misericordia para sus vidas".  La profecía se cumplió cuarenta años después, cuando la abadía de Monte Cassino fue destruida por los lombardos.
Cuando el godo Totila avanzaba trinfante a través del centro de Italia, concibió el deseo de visitar a San Benito, porque había oído hablar mucho de él.  Por lo tanto, envió aviso de su llegada al abad, quien accedió a verlo.  Para descubrir si en realidad el santo poseía los poderes que se le atribuían, Totila ordenó que se le dieran a Riggo, capitán de su guardia, sus propias ropas de púrpura y lo envió a Monte Cassino con tres condes que acostumbraban asistirlo.  La suplantación no engañó a San Benito, quien saludó a Riggo con estas palabras: "hijo mío, quítate las ropas que vistes; no son tuyas".  Su visitante se apresuró a partir para informar a su amo que había sido descubierto.  Entonces, Totila, fue en persona hacia el hombre de Dios y, se dice que se atemorizó tanto, que cayó postrado.  Pero Benito lo levantó del suelo, le recriminó por sus malas acciones y le predijo, en pocas palabras, todas las cosas que le sucederían.  Al punto, el rey imploró sus oraciones y partió, pero desde aquella ocasión fue menos cruel.  Esta entrevista tuvo lugar en 542 y San Benito difícilmente pudo vivir lo suficiente para ver el cumplimiento total de su propia profecía.
Anuncia su muerteEl santo que había vaticinado tantas cosas a otros, fue advertido con anterioridad acerca de su próxima muerte.  Lo notificó a sus discípulos y, seis días antes del fin, les pidió que cavaran su tumba.  Tan pronto como estuvo hecha fue atacado por la fiebre.  El 21 de marzo del año 543, durante las ceremonias del Jueves Santo, recibió la Eucaristía.  Después, junto a sus monjes, murmuró unas pocas palabras de oración y murió de pie en la capilla, con las manos levantadas al cielo. Sus últimas palabras fueron: "Hay que tener un deseo inmenso de ir al cielo".  Fue enterrado junto a Santa Escolástica, su hermana, en el sitio donde antes se levantaba el altar de Apolo, que él había destruido. 
Dos de sus monjes estaban lejos de allí rezando, y de pronto vieron una luz esplendorosa que subía hacia los cielos y exclamaron: "Seguramente es nuestro Padre Benito, que ha volado a la eternidad".  Era el momento preciso en el que moría el santo.
Que Dios nos envíe muchos maestros como San Benito, y que nosotros también amemos con todo el corazón a Jesús.
En 1964 Pablo VI declara a san Benito patrono principal de Europa.

«Comenzó Pedro a decirle: Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido. Jesús respondió: En verdad os digo que no hay nadie que habiendo dejado casa, hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o campos por mí y por el Evangelio, no reciba en esta vida cien veces más en casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y campos, con persecuciones; y, en el siglo venidero, la vida eterna. Porque muchos primeros serán últimos, y muchos últimos serán primeros.» (Marcos 10, 28-31)
1º. Jesús, hoy les haces a los apóstoles una gran promesa: quien te dé algo por amor a Ti y al Evangelio, recibirá «cien veces más» en esta vida, y, en el siglo venidero, la vida eterna.
No es que les prometas esto para que se entreguen.
Ellos ya se habían entregado antes: «Ya ves que nosotros lo hemos entregado todo y te hemos seguido.»
La verdadera entrega no va en busca del beneficio personal, no espera recibir nada a cambio.
Pero Tú quieres que tus discípulos de todos los tiempos sepan que serán las personas más felices en la tierra -con persecuciones- y también en el Cielo.
La felicidad en esta tierra es una felicidad «con persecuciones.»
¿Qué significa esto?
Significa que, aquí abajo, la verdadera alegría va unida a la Cruz.
El que se busca a si mismo, el que no es capaz de hacer ningún sacrificio por Dios o por los demás, el que huye del dolor o de lo que le cuesta, no encuentra más que vacío; y como tampoco puede evitar las cruces habituales de este mundo, se desespera y se amarga.
Por el contrario, el que sabe darse a los demás aprende a amar de verdad y, aunque ese amor implique renuncia, es un amor que llena de paz y de alegría.
En concreto, amarte a Ti, Jesús, cuesta.
Mis pasiones, mis intereses personales, mi comodidad y mi orgullo me impulsan en sentido contrario al que me pides.
Y para vencer esas tendencias, necesito fortaleza, virtud.
El camino cristiano consiste precisamente en la adquisición y desarrollo de las virtudes.
«Este es el índice para que el alma pueda conocer con claridad si ama a Dios o no, con amor puro. Si le ama, su corazón no se centrará en sí misma, ni estará atenta a conseguir sus gustos y conveniencias. Se dedicará por completo a buscar la honra y gloria de Dios y a darle gusto a El. Cuanto más tiene corazón para si misma menos lo tiene para Dios» (San Juan de la Cruz).
2º. «Es bueno dar gloria a Dios, sin tomarse anticipos (mujer hijos, honores...) de esa gloria, que gozaremos plenamente con Él en la Vida...
Además, Él es generoso... Da el ciento por uno: y esto es verdad hasta en los hijos. -Muchos se privan de ellos por su gloria, y tienen miles de hijos de su espíritu. -Hijos, como nosotros lo somos del Padre nuestro, que está en los cielos» (Camino.- 779).
Jesús, es bueno dar gloria a Dios, hacerlo todo por Ti y por el Evangelio.
Qué ridículo sería el árbol que quisiera crecer para abajo, o el caballo que quisiera volar.
Por suerte, no pueden hacer el ridículo.
La única criatura capaz de hacerlo -además de los demonios, que lo hacen por toda la eternidad- es el hombre cuando, en vez de actuar dando gloria a Dios, «va a la suya», como si fuera independiente de su Creador.
Además, El es generoso... Da el ciento por uno.
A veces, Jesús, no me entero de esto porque no lo pruebo de verdad; y aunque te doy cosas, mis planes y mi tiempo son intocables.
O te pongo límites que parecen -desde la estrecha perspectiva humana- razonables: mis hijos, mi familia, mi profesión...
No acabo de enterarme.
«Ya ves que nosotros lo hemos entregado todo y te hemos seguido.»
Jesús, ayúdame a enterarme de lo que significa ser cristiano: buscar en mis circunstancias concretas, según mi vocación específica, la gloria de Dios; no quedarme con nada que me impida seguirte de cerca y amarte sobre todas las cosas.

miércoles, 9 de julio de 2014

Jueves de la semana 14 de tiempo ordinario

Jueves de la semana 14 de tiempo ordinario

Dios está junto a nosotros, en nuestro trabajo, en nuestro corazón, y nos pide que seamos misioneros de su reino de paz, amor y misericordia.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles: -«Id y proclamad que el reino de los cielos está cerca. Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, echad demonios. Lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis. No llevéis en la faja oro, plata ni calderilla; ni tampoco alforja para el camino, ni túnica de repuesto, ni sandalias, ni bastón; bien merece el obrero su sustento. Cuando entréis en un pueblo o aldea, averiguad quién hay allí de confianza y quedaos en su casa hasta que os vayáis. Al entrar en una casa, saludad; si la casa se lo merece, la paz que le deseáis vendrá a ella. Si no se lo merece, la paz volverá a vosotros. Si alguno no os recibe o no os escucha, al salir de su casa o del pueblo, sacudid el polvo de los pies. Os aseguro que el día del juicio les será más llevadero a Sodoma y Gomorra que a aquel pueblo»” (Mateo 10,7-15).
1. El estilo misionero tiene entre sus características la pobreza. Tus discípulos, Jesús, se ponen a disposición gratuitamente (su fe, su tiempo, su amistad), dan gratis lo que gratuitamente han recibido. Es lo que nos has enseñado, Señor: todo lo que hay en nosotros es don; por eso hemos de darlo y darnos. Y nos enseñas a contentarnos con lo estrictamente necesario. Y la tarea que nos das no es imponer la verdad sino una propuesta clara y convincente porque va atestiguada con nuestras vidas, y luego dejarla a la libertad del hombre (Bruno Maggioni).
-“Jesús recomendaba a los doce apóstoles”... Jesús, abres la boca y hablas. Trato de imaginar algo del tono de tu voz... de la atención te prestan los apóstoles... Les dices lo que llevas en el corazón... tus recomendaciones...
-"Proclamad que el Reino de Dios está aquí." Se busca, a veces a Dios "demasiado lejos": ¡de hecho está "aquí"! cerca de nosotros, como insistía san Josemaría: “Es preciso convencerse de que Dios está junto a  nosotros de continuo. -Vivimos como si el Señor estuviera allá lejos, donde brillan las estrellas, y no consideramos que también está siempre a nuestro lado. 
”-Y está como un Padre amoroso -a cada uno de nosotros nos quiere más que todas las madres del mundo pueden querer a sus hijos-,  ayudándonos, inspirándonos, bendiciendo... y perdonando.
”-!Cuántas veces hemos hecho desarrugar el ceño de nuestros padres diciéndoles, después de una travesura: ya no lo haré más! -Quizá aquel mismo día volvimos a caer de nuevo... Y nuestro padre, con fingida dureza en la voz, la cara seria, nos reprende..., a la  par que se enternece su corazón, conocedor  de nuestra flaqueza, pensando: pobre chico, qué esfuerzos hace para portarse bien!
”-Preciso es que nos empapemos, que nos saturemos de que Padre y muy Padre nuestro es el Señor que está junto a nosotros y en los cielos” (Camino).
Señor, ayúdanos a descubrir que estás próximo, junto a nosotros. Un Dios próximo, un Dios amoroso. No estoy nunca solo, incluso cuando me siento abandonado o solitario. Para poder proclamar a los demás la bondad, la proximidad de la presencia de Dios... primero hay que haber hecho la experiencia en sí mismo, personalmente. ¿Cómo podría decir a los demás: "el Reino de los cielos, la felicidad de los cielos esta aquí"... "Dios esta junto a ti"... si yo mismo no creyera en ello? ¡Ayúdanos, Señor, a creer que tu Reino ha comenzado!
«La Iglesia ha nacido con este fin: propagar el reino de Cristo en toda la tierra para gloria de Dios Padre, y hacer así a todos los hombres partícipes de la redención salvadora, y por medio de ellos ordenar realmente todo el universo hacia Cristo. Toda la actividad del Cuerpo místico, dirigida a este fin, recibe el nombre de apostolado, el cual la Iglesia lo ejerce por obra de todos sus miembros, aunque de diversas maneras» (Vaticano II.- A. A.-2).
Dices: "Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, echad demonios." Resumes en estas cuatro frases todos los beneficios que los apóstoles deben aportar a sus hermanos, los hombres. Es lo que tú has hecho, Señor: curar, dar la vida, limpiar a pobres leprosos, liberar a los pecadores de sus pecados. El apóstol es el que distribuye beneficios... el que hace crecer a sus hermanos... el que les aporta luz, paz y alegría... Te pido, Señor, ser fiel a tus palabras: ¿Cuál será mi manera de ayudar, de servir, de curar?
-“De balde lo recibisteis, dadlo de balde. No os procuréis oro, plata ni moneda... ni alforja, ni dos túnicas, ni sandalias ni bastón... pues el bracero merece su sustento”. Tu simplicidad de vida es difícil de entender, Señor. Veo que ahí está mi verdadero crecimiento. Cuanto más se tiene, más se quiere... no se está nunca contento. Por lo contrario, el que sabe reducir al mínimo sus necesidades, encuentra una alegría y una libertad mayores: se contenta con poco.
-“Al entrar en una casa, saludad. Si la casa se lo merece, la paz que le deseáis se pose sobre ella. Si no se lo merece, vuestra paz vuelva a vosotros. Si alguno no os recibe, salid de esta casa”... Me das instrucciones para mi apostolado, sin imponer… tú nos dejas libres. Ofrecer la paz. Ofrecer la alegría. Dar aliento. No hay que sorprenderse si uno no tiene éxito, si no es aceptado: hay que conservar la paz y el gozo interior. Nuestra buena tentativa ha sido para el Señor (Noel Quesson).
Jesús nos habla de misión y de confianza: «En las empresas de apostolado está bien -es un deber- que consideres tus medios terrenos (2+2=4), pero no olvides ¡nunca! que has de contar, por fortuna, con otro sumando: Dios +2+2...» (J. Escrivá, Camino 471).
2. La historia de José llega a la escena culminante del reencuentro y la reconciliación con sus hermanos, una de las páginas más bellas de la Biblia, tanto en el aspecto literario como en el humano y religioso.
¿Viven todavía vuestros padres?» preguntó José. «Tenemos un padre anciano y un hermano pequeño, nacido en los días de su vejez; el hermano de éste murió, por lo tanto a su madre le queda sólo este hijo ¡y nuestro padre le ama!» -Dijo José: "Traédmelo, que puedan verlo mis ojos." Se trata de Benjamín, el pequeño y el último, el verdadero hermano de José, nacido de la misma madre: Raquel murió al dar a luz... esto explica el afecto muy particular de Jacob por esa mujer... y la ternura muy particular de José por "éste" que entre los restantes hijos de Jacob le recordaba las facciones de su propia madre. “¡Que puedan verlo mis ojos!” En medio de las rudezas de la época, contemplamos la maravilla del amor que ilumina todo lo que toca. “Dios es amor. El que ama, conoce a Dios”, dirá san Juan. Y en todo verdadero amor humano ¿sabemos reconocer a Dios?
Como se acabó el trigo, tuvieron que hacer un segundo viaje, y tienen que llevar al pequeño. “Jacob dijo: «Sabéis que mi mujer sólo me dio dos hijos. Uno lo perdí y dije: "¡Fue despedazado como una presa!" y hasta el presente no lo he vuelto a ver. Si ahora apartáis a éste de mi lado y le sucede alguna desgracia, haríais bajar penosamente mi vejez a la mansión de los muertos.” El amor paterno es una de esas maravillas que nos habla de Dios, como una verdadera participación en la paternidad de Dios «de quien toda paternidad toma nombre» (Ef 3, 15).
En este segundo viaje, José retiene a Benjamín. Cuando Judá le cuenta el disgusto del padre por la venta de José y pide que no le quiten ahora en su vejez al pequeño, José no puede ya contenerse más y, entre lágrimas, se da a conocer a sus hermanos: -“Entonces José no pudo contenerse, hizo salir a todo el mundo y cuando quedaron sólo los hermanos se dio a conocer a ellos y se echó a llorar a gritos”. Vencido por la emoción, José deja que lo reconozcan.
¡Soy José, vuestro hermano!» Sin duda el niño José Roncalli había oído esa emotiva historia de reconciliación cuando asistía al catecismo en su pueblo. Adulto, debió de meditar esa página de perdón fraterno. El caso es que siendo ya el Papa Juan XXIII, al recibir en audiencia a un grupo de judíos, con los brazos abiertos les dijo: «Yo soy José, vuestro hermano.»
«Yo soy José, vuestro hermano, al que vendisteis a los egipcios». Y les perdona: «acercaos a mí». Y añade: -“Ahora bien no os pese más ni os enoje haberme vendido aquí: pues para salvar vuestras vidas me envió Dios delante de vosotros”... ¡Si por lo menos, Señor, todos los hermanos separados, todos los hombres en pugna por conflictos... llegasen a tener esa misma visión de una historia que progresa hacia el encuentro fraterno y el amor! Y que Tú diriges, ¡oh Padre! (Noel Quesson). Nos hablas de Jesús, entregado por los suyos a la cruz; mientras él pide perdón al Padre por a sus verdugos, muestra que la salvación de Dios también actúa a través del mal y del pecado de las personas. Nosotros tendríamos que aprender, sobre todo, a perdonar a los que nos han ofendido. Difícilmente nos harán un mal tan grande como el que los hermanos de José o los discípulos de Jesús les hicieron a ellos. Ellos perdonaron. ¿Yo sé perdonar? ¿Hubiéramos tenido nosotros, en su lugar, la grandeza de corazón que aquí muestra José?, ¿y Cristo en la cruz?, ¿facilitamos que se puedan rehabilitar las personas, dándoles un voto de confianza, a pesar de que hayan fallado una o más veces? Aunque nos cueste, ¿sabemos perdonar?
3. El salmo comenta y desarrolla esta misma idea: «Recordad las maravillas que hizo el Señor. Llamó al hambre sobre aquella tierra... por delante había enviado a José, vendido como esclavo». Los planes de Dios son admirables. El va llevando a cumplimiento su promesa mesiánica por caminos que nos sorprenden. Este salmo, que sigue al que alaba la obra creadora de Dios, ensalza la obra que el Señor realiza en su redención con Israel su pueblo, y si en el anterior se refleja la gloria de Dios eternamente, eternamente en éste se proclama la Alianza divina con el pueblo elegido: Dios, que domina toda la tierra, cuida de todas sus criaturas, dio la tierra de Canaán a su pueblo y llena de alegría a sus elegidos, y si bien muchos de ellos pecan no por ello deja de favorecerlos con su bondad. José prepara la ida a Egipto que será luego con la opresión una ocasión de la pascua profética del Mesías, al igual que la tierra prometida es profética del cielo, Jerusalén de la ciudad celestial e Israel de la Iglesia… A la luz de la providencia divina y del cumplimiento de la palabra del Señor vemos toda la historia del mundo y personal nuestra.
Llucià Pou Sabaté

martes, 8 de julio de 2014

Miércoles de la semana 14 de tiempo ordinario

Miércoles de la semana 14 de tiempo ordinario

Dios nos llama a una misión  para desarrollar los proyectos de su corazón, y así cuenta con nuestra colaboración para que su misericordia se vierte sobre la humanidad.
“En aquel tiempo, Jesús, llamando a sus doce discípulos, les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y dolencia. Éstos son los nombres de los doce apóstoles: el primero, Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés; Santiago el Zebedeo, y su hermano Juan; Felipe y Bartolomé, Tomás y Mateo, el publicano; Santiago el Alfeo, y Tadeo; Simón el Celote, y Judas Iscariote, el que lo entregó. A estos doce los envió Jesús con estas instrucciones: -«No vayáis a tierra de gentiles, ni entréis en las ciudades de Samaria, sino id a las ovejas descarriadas de Israel. Id y proclamad que el reino de los cielos está cerca»” (Mateo 10,1-7).
1. Seguimos en este segundo de los cinco grandes discursos de Jesús, en el que da a sus apóstoles unas consignas para su misión evangelizadora. Ya había insinuado la idea al final del evangelio de ayer, cuando Jesús contemplaba la abundancia de la mies y la escasez de obreros para la siega, invitándonos a orar al Padre para que envíe trabajadores a su campo.
 “-Jesús llamó a sus "doce"” para enviarlos a misión. Tenemos ahora a los doce constituidos en "colegio apostólico", es decir, "misionero". "La Iglesia peregrina es misionera por su naturaleza, puesto que procede de la misión del Hijo y de la misión del Espíritu Santo, según el designio de Dios Padre" (Vaticano II: A.G. 2) "Así como, por disposición del Señor, San Pedro y los demás apóstoles forman un solo Colegio Apostólico, de igual modo el Romano Pontífice, sucesor de Pedro y los obispos, sucesores de los apóstoles se unen entre sí y forman un todo (ídem, L.G. III, 22). "El cuidado de anunciar el Evangelio en todo el mundo pertenece al "cuerpo de los pastores", ya que a todos ellos en común dio Cristo el mandato imponiéndoles un oficio común... Por tanto todos los obispos deben proveer a las misiones, no sólo de operarios para la mies, sino también de socorros espirituales y materiales." (ídem, L.G. III, 23).
Unos serán más célebres y otros quedan en la sombra... –“Y les dio autoridad sobre los espíritus "inmundos" para expulsarlos y curar todo achaque y enfermedad”. Nos mandas, Jesús, para curar, buscar la salud de alma y cuerpo… Destruir el mal. Hacer el bien. Nos llamas a cada uno para una misión, para que yo sea responsable contigo de la obra de salvación.
-“A los doce los envió Jesús con estas instrucciones:.. Id a las ovejas descarriadas de Israel.Por el camino proclamad que el Reino de Dios está cerca”. “Son muchos los cristianos persuadidos de que la Redención se realizará en todos los ambientes del mundo, y de que debe haber algunas almas —no saben quiénes— que con Cristo contribuyen a realizarla. Pero la ven a un plazo de siglos, de muchos siglos...: serían una eternidad, si se llevara a cabo al paso de su entrega.
”Así pensabas tú, hasta que vinieron a “despertarte”” (J. Escrivá, Surco 1). Dios llama a cada uno según su pensamiento amoroso, y vamos descubriendo en el tiempo lo que desde siempre había pensado para cada uno. Es un diálogo entre el Señor y nuestro interior, y vemos aquí condensada la teología de la vocación cristiana: el Señor elige a los que quiere para estar con Él y enviarlos a ser apóstoles (cf. Mc 3,13-14). En primer lugar, los elige: antes de la creación del mundo, nos ha destinado a ser santos (cf. Ef 1,4). Nos ama en Cristo, y en Él nos modela dándonos las cualidades para ser hijos suyos. Sólo en vistas a la vocación se entienden nuestras cualidades; la vocación es el “papel” que nos ha dado en la redención. Es en el descubrimiento del íntimo “por qué” de mi existencia cuando me siento plenamente “yo”, cuando vivo mi vocación.
¿Y para qué nos ha llamado? Para estar con Él. Esta llamada implica correspondencia: «Un día —no quiero generalizar, abre tu corazón al Señor y cuéntale tu historia—, quizá un amigo, un cristiano corriente igual a ti, te descubrió un panorama profundo y nuevo, siendo al mismo tiempo viejo como el Evangelio. Te sugirió la posibilidad de empeñarte seriamente en seguir a Cristo, en ser apóstol de apóstoles. Tal vez perdiste entonces la tranquilidad y no la recuperaste, convertida en paz, hasta que libremente, porque te dio la gana —que es la razón más sobrenatural—, respondiste que sí a Dios. Y vino la alegría, recia, constante, que sólo desaparece cuando te apartas de El» (San Josemaría).
Es don, pero también tarea: santidad mediante la oración y los sacramentos, y, además, la lucha personal. «Todos los fieles de cualquier estado y condición de vida están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad, santidad que, aún en la sociedad terrena, promueve un modo más humano de vivir» (Concilio Vaticano II).
Así, podemos sentir la misión apostólica: llevar a Cristo a los demás; tenerlo y llevarlo. Hoy podemos considerar más atentamente la llamada, y afinar en algún detalle de nuestra respuesta de amor.
2. Comenzamos hoy la deliciosa historia de José, a partir de cómo sus hermanos, por la envidia que sentían por él, el predilecto de Jacob, le vendieron a unos comerciantes que iban a Egipto, de cómo allí fue esclavo y estuvo en la cárcel, hasta que por su don de interpretar los sueños del Faraón, llegó a escalar posiciones muy altas en la corte, siendo nombrado primer ministro y administrador del reino (que leemos en Cuaresma, como imagen de Cristo vendido por los suyos). En la sequía que azota a Egipto y a los países limítrofes, incluido el de Canaán, vienen sus hermanos a comprar víveres para sus familias. José no se da a conocer de inmediato y los pone a prueba, pidiéndoles que le traigan al hermano menor, Benjamín, a quien quiere de modo especial porque son hijos de la misma madre (Raquel). Así se cumple el sueño en que los veía arrodillados a sus pies.
Cristina, una madre española en Tierra Santa, comentaba que hay que hablar de compartir, de solidaridad abierta a todos, con los niños: “Yo me siento enormemente afortunada (¡y orgullosa de ellos!) porque mis hijos conviven a diario, aquí en Israel, con emigrantes latinoamericanos que carecen de lo más necesario, han salido con frecuencia de sus cuartos, prestando sus camas, han trabajado doblando ropas que entregar a los que las necesitan, han ideado sistemas para facilitar la vida al prójimo, han regalado horas de descanso y diversión para que los que no tienen medios de formación cristiana pudieran acudir a ellos, quedándose sin siesta, etc. En conclusión, veo que siempre son los niños los más avanzados en esto de amar... ¿Será por esto que nos decía el Señor aquello de "si no os hacéis como niños..."?”
Los hermanos se portaron mal con José. Ahora, él los ayuda. Se nos dice que José es temeroso de Dios (=cumple sus mandamientos). A través de la lección que les da, ellos despiertan los recuerdos, toman conciencia de su culpabilidad. Sufriendo ellos, se dan cuenta de que han hecho sufrir. Pero no siempre es así. Desgraciadamente podemos permanecer inconscientes del daño. Te pedimos, Señor, ser más lúcidos respecto al daño que hemos podido infligir a nuestros hermanos. Esta historia simboliza la de todas aquellas familias que se dividen por razón de envidias o de intereses. Ruego por la reconciliación de los hermanos enemistados. Porque cabe pensar que José hubiera podido entonces aprovechar el poder que le daba su cargo para saciar su resentimiento. Por el contrario veremos que toma una actitud evangélica: "el perdón de las injurias". Perdónanos nuestras ofensas como nosotros perdonamos (Noel Quesson).
3. Vemos cómo el Señor transforma todo en bien: «dad gracias al Señor con la cítara... el Señor deshace los planes de las naciones, frustra los proyectos de los pueblos, pero el plan del Señor subsiste por siempre, los proyectos de su corazón, de edad en edad... Los ojos del Señor están puestos en sus fieles, para librar sus vidas de la muerte y reanimarlos en tiempo de hambre». La historia es una invitación a creer en la providencia de Dios, que, como tantas veces, escribe recto con líneas que han resultado torcidas por los fallos de los hombres. Cuántas veces, en la historia de la Iglesia, acontecimientos que parecían catastróficos, no lo fueron, sino que incluso resultaron providenciales para indicarnos los caminos de Dios y purificarnos de nuestras perezas o ambiciones. Por ejemplo, la invasión de los pueblos del Norte, en el siglo V, o la pérdida, en el siglo pasado, de los Estados Pontificios. También en nuestra historia particular hemos experimentado tal vez que lo que creíamos un fracaso ha resultado un bien para nosotros. Como para Ignacio de Loyola su herida en el sitio de Pamplona. Como para Jesús, cuya muerte -vendido como José por unas monedas- parecía el fracaso de todos sus planes salvadores, y fue precisamente el hecho decisivo de la redención de la humanidad. Dios sabe sacar siempre bien del mal.
Señor Dios nuestro, Señor de la historia: líbranos, por los méritos de tu Hijo Jesucristo, de la soberbia y el orgullo que nacen de la inteligencia, de la ceguera de ver que nuestros planes también van saliendo, sin atribuirte a ti el éxito. Qué difícil, Señor, despojarse de la corona de laurel que el mundo nos coloca a veces, y dejarse llevar dócilmente por tu Espíritu, quizá por caminos laterales, carreteras secundarias que no llevan a triunfos tan vistosos, pero sí a la colaboración con tu santísima voluntad.
Llucià Pou Sabaté

Miércoles de la semana 14 de tiempo ordinario

lunes, 7 de julio de 2014

Martes de la semana 14 de tiempo ordinario

Martes de la semana 14 de tiempo ordinario

Jesús nos pide fe y sinceridad de vida para adorar a Dios, y nos envía con la misión de proclamar el Evangelio
“En aquel tiempo, presentaron a Jesús un endemoniado mudo. Echó al demonio, y el mudo habló. La gente decía admirada: -«Nunca se ha visto en Israel cosa igual.» En cambio, los fariseos decían: -«Éste echa los demonios con el poder del jefe de los demonios.» Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, anunciando el Evangelio del reino y curando todas las enfermedades y todas las dolencias. Al ver a las gentes, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor. Entonces dijo a sus discípulos: -«Las mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies»” (Mateo 9,32-38).
1. “-Presentaron a Jesús a un endemoniado mudo”. Señor, ven a echar de mí los demonios mudos... Los demonios del silencio. “No hemos de alejarnos de Dios, porque descubramos nuestras fragilidades; hemos de atacar las miserias, precisamente porque Dios confía en nosotros.
”¿Cómo lograremos superar esas mezquindades? Insisto, por su importancia capital: con humildad, y con sinceridad en la dirección espiritual y en el Sacramento de la Penitencia. Id a los que orientan vuestras almas con el corazón abierto; no lo cerréis, porque si se mete el demonio mudo, es difícil de sacar.
”Perdonad mi machaconería, pero juzgo imprescindible que se grabe a fuego en vuestras inteligencias, que la humildad y —su consecuencia inmediata— la sinceridad enlazan los otros medios, y se muestran como algo que fundamenta la eficacia para la victoria. Si el demonio mudo se introduce en un alma, lo echa todo a perder; en cambio, si se le arroja fuera inmediatamente, todo sale bien, somos felices, la vida marcha rectamente: seamos siempre salvajemente sinceros, pero con prudente educación.
”Quiero que esto quede claro; a mí no me preocupan tanto el corazón y la carne, como la soberbia. Humildes. Cuando penséis que tenéis toda la razón, no tenéis razón ninguna. Id a la dirección espiritual con el alma abierta: no la cerréis, porque —repito— se mete el demonio mudo, que es difícil de sacar.
”Acordaos de aquel pobre endemoniado, que no consiguieron liberar los discípulos; sólo el Señor obtuvo su libertad, con oración y ayuno. En aquella ocasión obró el Maestro tres milagros: el primero, que oyera: porque cuando nos domina el demonio mudo, se niega el alma a oír; el segundo, que hablara; y el tercero, que se fuera el diablo.
Contad primero lo que desearíais que no se supiera. ¡Abajo el demonio mudo! De una cuestión pequeña, dándole vueltas, hacéis una bola grande, como con la nieve, y os encerráis dentro. ¿Por qué? ¡Abrid el alma! Yo os aseguro la felicidad, que es fidelidad al camino cristiano, si sois sinceros. Claridad, sencillez: son disposiciones absolutamente necesarias; hemos de abrir el alma, de par en par, de modo que entre el sol de Dios y la claridad del Amor.
Para apartarse de la sinceridad total no es preciso siempre una motivación turbia; a veces, basta un error de conciencia. Algunas personas se han formado —deformado— de tal manera la conciencia que su mutismo, su falta de sencillez, les parece una cosa recta: piensan que es bueno callar. Sucede incluso con almas que han recibido una excelente preparación, que conocen las cosas de Dios; quizá por eso encuentran motivos para convencerse de que conviene callar. Pero están engañados. La sinceridad es necesaria siempre; no valen excusas, aunque parezcan buenas (J. Escrivá, Amigos de Dios, 187-189).
-“Las multitudes decían admiradas: "Jamás se ha visto cosa igual" En cambio los fariseos decían: "Echa a los demonios con el poder del príncipe de los demonios."” ¿Ignorancia o mala fe? No sabemos las intenciones, sí que el poder diabólico se viste con la apariencia de la verdad…
-“Recorría Jesús todos los pueblos y aldeas, enseñando en las sinagogas, proclamando la buena noticia del Reino y curando todo achaque y enfermedad”. Es tu estilo, Señor: ahogar el mal en abundancia de bien, una actividad de "enseñar y sanar". Es el oficio o tarea del sacerdote y del cristiano. De pueblo en pueblo... vas a las sinagogas y a las calles, a la orilla del agua, bajo un árbol... repartiendo beneficios alrededor y aliviando cualquier pena o dolor...
-“Viendo al gentío, sintió compasión de ellos porque andaban maltrechos y derrengados como ovejas sin pastor”. Así comienza el segundo gran sermón de Jesús, llamado "Discurso misionero": Jesús enviará sus amigos en "misión" y les dará sus consignas... una especie de tratado teológico y práctico. Es esencial hacer oración sobre esta frase -viendo las muchedumbres-: ella revela algo esencial en el corazón de Jesús. La misión de la Iglesia nace aquí, en ese sentimiento que Jesús experimenta ante el gran desamparo de los hombres. La evangelización nace de esa misma observación, de esa misma mirada: "viendo" las muchedumbres... ¿Qué es lo que agota y aplasta hoy a los hombres? ¿Cómo puedo ser el "pastor" de mis hermanos? ¿Hacia qué pastos les conduciré? ¿Qué buena noticia les anunciaré?
-“Entonces dijo a sus discípulos: "La mies es abundante y los obreros pocos. Por eso rogad al dueño que mande obreros a su mies”. Rogar es la primera actividad misionera, la que hizo Santa Teresita, patrona de las misiones (Noel Quesson).
“No se nos puede ocultar que resta mucho por hacer. En cierta ocasión, contemplando quizá el suave movimiento de las espigas ya granadas, dijo Jesús a sus discípulos: «la mies es mucha, pero los obreros son pocos. Rogad, pues, al dueño de la mies que envíe trabajadores a su campo». Como entonces, ahora siguen faltando peones que quieran soportar «el peso del día y del calor». Y si los que trabajamos no somos fieles, sucederá lo que escribe el profeta Joel: «destruida la cosecha, la tierra en luto: porque el trigo está seco, desolado el vino, perdido el aceite. Confundíos, labradores; gritad, viñadores, por el trigo y la cebada. No hay cosecha».
No hay cosecha, cuando no se está dispuesto a aceptar generosamente un constante trabajo, que puede resultar largo y fatigoso: labrar la tierra, sembrar la simiente, cuidar los campos, realizar la siega y la trilla... En la historia, en el tiempo, se edifica el Reino de Dios. El Señor nos ha confiado a todos esa tarea, y ninguno puede sentirse eximido» (J. Escrivá, Es Cristo que pasa 158).
“Jesús, cuenta conmigo. Quiero trabajar esa tierra del mundo… Quiero ser uno de esos obreros que te ayude a recoger los frutos de tu Redención. Pero ¿qué he de hacer?” (Pablo Cardona).
«Son innumerables la ocasiones que tienen los seglares para ejercitar el apostolado de la evangelización y de la santificación. El mismo testimonio de la vida cristiana y las obras buenas realizadas con espíritu sobrenatural tienen eficacia para atraer a los hombres hacia la fe y hacia Dios» (Vaticano II, A. A. 6). Jesús nos da una misión: ser portadores de humanidad, estar en el mundo participando de las cosas del mundo. Salir a las periferias, como recuerda el Papa Francisco, como Jesús, a atender las necesidades de la gente. ¿No se puede decir que «la mies es mucha» y que muchos están «como ovejas que no tienen pastor»? Es bueno recordar el comienzo de aquel documento tan famoso del Vaticano II, la «Gaudium et spes»: «El gozo y la esperanza, la tristeza y la angustia de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de los afligidos, son también gozo y esperanza, tristeza y angustia de los discípulos de Cristo» (GS 1). Jesús, tú quieres seguir andando por los caminos haciendo el bien, a través de tus amigos, en este sentido todos somos «sacerdotes», partícipes de la realeza tuya, Jesús, de tu misión de profetizar y santificar.
2. Unos veinte años después de la visión de la escala que llega al cielo, de vuelta de Mesopotamia a su tierra de origen…
-“Jacob se levantó, tomó a sus dos mujeres con sus dos siervas y sus once hijos, pasaron por el vado del torrente Yabboq... e hizo pasar también todo lo que poseía”... Comienza pues por asegurar, tanto como humanamente puede, todo lo que más aprecia. ¡Parece un hombre próximo a enloquecer!
-“Jacob se quedó solo”. Era de noche. Siempre estamos solos ante las opciones más decisivas. Jesús también luchará solo en el Huerto de los Olivos. ¿Y yo? Mis soledades, mis responsabilidades, ¿las sé afrontar? -“Aquella noche, alguien luchó con él hasta rayar la aurora”. Combate que dura y dura toda una noche. ¡Batirse hasta rayar el alba!
-“Viendo que no le podía le tocó en la articulación femoral y se dislocó el fémur de Jacob mientras luchaba con aquél”. No es una pesadilla, pues sale señalado para toda la vida. ¡En adelante Jacob quedará cojo! “Jacob dijo: «No te soltaré hasta que me hayas bendecido.» El desconocido le preguntó: «¿Cuál es tu nombre?» -Me llamo Jacob. -En adelante no te llamarás Jacob, sino Israel, porque has sido fuerte contra Dios y contra los hombres”. Así, sin saberlo, se había batido contra Dios. Lo que se juega en nuestras luchas es a menudo más grave de lo que parece. Jacob, como nosotros, acababa de vivir la gran batalla de la «oración» en la forma simbólica de la lucha contra Dios: dudaba de la bendición de su padre, siente miedo terrible de afrontar la venganza de su hermano Esaú, y ahora rogó a Dios y combatió: «Dame de nuevo aquella bendición de antaño... ¡sálvame!» -“Jacob... Israel”... «Jacob», era el «astuto», «el que suplanta al otro». «Israel» es “el vencedor de Dios" el que ha soportado la prueba de la fe y ha salido airoso, aunque "herido". En mi oración puedo pensar en cada uno de esos símbolos para concretizarlos en mi propia aventura espiritual (Noel Quesson).
3. Hemos de tener confianza en Dios, que protege al justo ante la perversidad del malvado: «Señor, vengo a tu presencia, escucha mi apelación, atiende a mis clamores... yo te invoco porque tú me respondes, Dios mío... tú que salvas de los adversarios a quien se refugia a tu derecha... y al despertar me saciaré de tu semblante». El hombre de corazón sincero pide al Señor ayuda, la salvación. El apocalipsis nos dice que los salvados ante Dios “verán su rostro” (22,4). Mientras, podemos estar seguros de que Dios cuida a los suyos “como la niña de sus ojos” (cf Dt 32,10) las alas protectoras se expresan en otros lugares como las caricias de Dios padre-madre, hasta que el despertar de la muerte (como en Dn 12,2; Is 26,19) nos sorprenda con la contemplación del divino rostro, y mientras vivimos en la esperanza de ese saciarnos porque “la razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la comunión con Dios. El hombre es invitado al diálogo con Dios desde su nacimiento; pues no existe sino porque, creado por Dios por amor, es conservado siempre por amor; y no vive plenamente según la verdad si no reconoce libremente aquel amor y se entrega a su Creador” (Gaudium et spes 19).
Llucià Pou Sabaté

Lunes de la semana 14 de tiempo ordinario

Lunes de la semana 14 de tiempo ordinario

Meditaciones de la semana
en Word
 y en PDB

Jesús nos salva en las dificultades, fomenta nuestra fe en que Él siempre nos socorre
En aquel tiempo, mientras Jesús hablaba, se acercó un personaje que se arrodilló ante él y le dijo: -«Mi hija acaba de morir. Pero ven tú, ponle la mano en la cabeza, y vivirá.» Jesús lo siguió con sus discípulos. Entretanto, una mujer que sufría flujos de sangre desde hacía doce años se le acercó por detrás y le tocó el borde del manto, pensando que con sólo tocarle el manto se curaría. Jesús se volvió y, al verla, le dijo: -«¡Animo, hija! Tu fe te ha curado.» Y en aquel momento quedó curada la mujer. Jesús llegó a casa del personaje y, al ver a los flautistas y el alboroto de la gente, dijo: -«¡Fuera! La niña no está muerta, está dormida.» Se reían de él. Cuando echaron a la gente, entró él, cogió a la niña de la mano, y ella se puso en pie. La noticia se divulgó por toda aquella comarca” (Mateo 9, 18-26).
1. -Un jefe de la sinagoga se acercó a Jesús, se prosternó y le dijo: "Mi hija acaba de morir; pero ven tú, aplícale tu mano y vivirá". Es un notable, responsable de la reunión del culto de cada Sabat. Es ante todo un pobre hombre aplastado por el dolor: su hija ha muerto. Pienso en su pena... Es algo sorprendente la confianza que ese hombre tiene puesta en Jesús: ¡Todavía no ha resucitado a ningún muerto! Es una verdadera fe en lo imposible, y se atreve a pedirlo. "Ven, y aplícale tu mano". La mano de Jesús...
-“Jesús se levantó y lo siguió con sus discípulos”. Inmediatamente vas a atender a ese padre, Jesús.
-“En esto una mujer que sufría de flujos de sangre desde hacía doce años se le acercó por detrás y le tocó el borde del vestido... Jesús se volvió y al verla le dijo: "Animo, hija, tu fe te ha curado" y desde aquel momento quedó curada”. Marcos cuenta la escena con muchos detalles, Mateo subraya la fe. Pide a tus discípulos que "curen a los enfermos". También hoy Jesús cura por los sacramentos, también el amor de Dios continúa presente en la Eucaristía, donde le tocamos y Él nos cura.
-“Jesús llegó a casa del jefe de la sinagoga y al ver a los flautistas y el alboroto de la gente dijo: "Apartaos..."” Hay ciertos ambientes, quizá algo convencionales o falsos, que no te gustan, Jesús, y pides que salgan esos que pululan por ahí…
-“Pues ¡la niña no está muerta, sino dormida!” Será lo mismo que dirás sobre la muerte de Lázaro: "Vayamos a despertar a nuestro amigo" (Juan 11,11). Para ti, Jesús, la muerte no tiene el carácter temible que le damos... es más bien una especie de "sueño" del cual tú tienes el poder del despertar. Debo esforzarme constantemente en ver todas las cosas y situaciones como las miras, Jesús...
-“Pero ellos se reían de El. Cuando echaron a la gente, entró Jesús, cogió a la chiquilla de la mano y ella se puso en pie. La Noticia del hecho se difundió por toda la región”. Creo en ti, Señor, en tu poder de resucitar, de perdonar, de volvernos a la vida… te pido que me aumentes la fe, para creer más y mejor (Noel Quesson), para verte como Señor de toda la creación, de la vida y de la muerte, con poder sobre todo mal, que curas enfermedades... En eso consiste tu Reino, la novedad vienes a traer: la curación y la resurrección.
Te pido verte en los sacramentos, Señor, donde nos acercamos con más fe a ti y te «tocamos», o tú nos tocas a nosotros por la mediación de su Iglesia, para concedernos su vida. En el caso de aquella mujer, tú notaste que había salido fuerza de ti (como comenta Lucas en el texto paralelo). Así pasa en los sacramentos, que nos comunican, no unos efectos de algo antiguo, sino la vida que tú nos transmites hoy y aquí, desde su existencia de Señor Resucitado. Como dice el Catecismo, «los sacramentos son fuerzas que brotan del Cuerpo de Cristo, siempre vivo y vivificante» (CEC 1116).
El dolor de aquel padre y la vergüenza de aquella buena mujer pueden ser un buen símbolo de todos nuestros males, personales y comunitarios. También ahora, como en su vida terrena, Jesús nos quiere atender y llenarnos de su fuerza y su esperanza. En la Eucaristía se nos da él mismo como alimento, para que, si le recibimos con fe, nos vayamos curando de nuestros males (J. Aldazábal).
2. Jacob tiene que huir de Esaú. Salir de su tierra. Y es aquí donde le espera Dios. Vemos el origen del santuario de Betel, en el reino del Norte.
–“Jacob salió de Berseba y fue a Jarán. Llegando a un cierto lugar se dispuso a pasar la noche, porque ya se había puesto el sol. Tomó una de las piedras del lugar como cabezal y se durmió”. La escena es hermosa. Quizá pensaban en aquel tiempo que Yavéh era el «dios» de un lugar, unido a la Tierra Prometida. Si se viajaba fuera de «su» territorio, se perdía su presencia y su protección. Pero aquella noche... Jacob descubre que su Dios es un dios universal, presente en todo lugar.
Tuvo un sueño: Una escalinata apoyada en la tierra con la cima tocaba el cielo. Ángeles de Dios subían y bajaban por ella. El Señor estaba en pie sobre ella y dijo: -«Yo soy el Señor, el Dios de tu padre Abrahán y el Dios de Isaac”. Sí, en todo lugar de la tierra hay "comunicación" entre el hombre y Dios: ésta es la significación de esta escalera simbólica por la que suben y bajan los ángeles. Es el gran proyecto de Dios: establecer entre Dios y los hombres unas relaciones personales. ¡Cuánto nos cuesta convencernos de esto!
La tierra sobre la que estás acostado, te la daré a ti ya tu descendencia. Tu descendencia se multiplicará como el polvo de la tierra, y ocuparás el oriente y el occidente, el norte y el sur; y todas las naciones del mundo se llamarán benditas por causa tuya y de tu descendencia. Yo estoy contigo; yo te guardaré dondequiera que vayas, y te volveré a esta tierra y no te abandonaré hasta que cumpla lo que he prometido.” La promesa nos recuerda a Jesús cuando dice: -"Padre, quiero que donde yo esté, estén también conmigo los que tú me has dado" (Jn 17,24). Jesús es la escalera anunciada que une el cielo a la tierra: -"Voy a prepararos un lugar. Y cuando haya ido y os haga preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo estéis también vosotros" (Jn 14,2-3). -"El que me sirva, que me siga y donde yo esté, allí estará también mi servidor" (Jn 12,26).
-"Despertó Jacob de su sueño y dijo: Realmente el Señor está en este lugar y yo no lo sabía". Y yo tampoco lo sé la mayor parte de las veces. ¡Cómo cambiaría todo si tomáramos conciencia de ello más a menudo. No hay espacio profano. "Entre los puchero anda el Señor" decía Santa Teresa. En todo lugar hay una Presencia maravillosa. Aquí. ¡Donde me encuentro! «Tú estás aquí, en el corazón de nuestras vidas y Tú eres el que nos hace vivir.» ¿Soy capaz de descubrir esta realidad, como lo hizo el viejo patriarca, y de que ello cambie mi vida? Jacob erige un altar a Dios y llama a aquel lugar «casa de Dios», que es lo que significa Betel. Ahí recibe esa alianza divina, esa misión de formar un pueblo. También nosotros nos sentimos enviados de Dios a este mundo, cada uno en su ambiente. No tendremos sueños como el de Jacob. Tenemos algo mejor: Jesús es nuestro Mediador, que nos abre el acceso a Dios y nos ha llamado a ser discípulos suyos y a colaborar con él, siendo luz y sal y fermento en este mundo. Ante las dificultades que esto comporta, tenemos que saber escuchar la voz de Dios: «yo estoy contigo». Él nos ayuda en el camino, nos conoce, nos está cerca (Noel Quesson).
Buenaventura habla simbólicamente de esa escalera con motivo de la contemplación: «Este entrar en la divinidad y salir a la humanidad (de Cristo) no es otra cosa que el subir al cielo y bajar a la tierra, que se realiza en Cristo como por una escalera, de la cual se habla en el capítulo 28 del Génesis: Jacob vio en sueños una escalera...» Según eso, con el subir y bajar se significaban las dos formas de la contemplación: contemplación de la divinidad y de la humanidad de Cristo; las dos naturalezas están en él unidas y hacen de él una como escalera que conduce hacia arriba.
San Agustín recuerda la imagen de la escalera de Jacob en el primero de los llamados salmos graduales y evoca así a los ángeles que suben y bajan por la escala de Jacob: "bajar" es cosa distinta de "caer". Adán cayó, Cristo bajó. Caer es efecto de la soberbia, bajar servicio de la misericordia. Así, con los ángeles que suben se significan aquellos hombres que adelantan en la inteligencia espiritual de la Escritura; con los que bajan, los heraldos de la palabra, que se inclinan a los pequeños y les dan la comida que pueden soportar.
Gregorio ve en los ángeles que suben y bajan por la escalera de Jacob la imagen de los buenos predicadores de la palabra, cuyo deseo va no sólo hacia arriba, a los goces de la contemplación, sino que se inclina igualmente por la compasión hacia abajo, a los miembros de Cristo.
Isidoro, siguiendo su tendencia a las fórmulas exactas, especifica más la interpretación: El sueño de Jacob significa la pasión de Cristo, la piedra a Cristo mismo, la casa de Dios es Belén. Además, la escalera es Cristo, que se llamó a sí mismo «camino», los ángeles que están sobre ella son los evangelistas y predicadores, que suben para encontrar su divinidad y bajan para salir al encuentro de su humanidad; pero también suben los "carnales" para hacerse «espirituales», y bajan los "espirituales" para dar "leche" a los otros. Cristo empero, está arriba, en su cabeza, y abajo, en su cuerpo, que es la Iglesia: el subir y bajar desemboca por igual en él (Joseph Ratziger).
3 «Tú que habitas al amparo del Altísimo, que vives a la sombra del Omnipotente, di al Señor: Refugio mío, alcázar mío, Dios mío, confío en ti; él te librará de la red del cazador». El lector cristiano ve dirigido este salmo especialmente a Jesucristo, que en su resurrección se ha manifestado en plenitud con su auxilio divino (prometido en este salmo). Jesús promete para sus fieles esta protección divina. “Invocabit me et ego exaudiam eum, leemos en la liturgia de este domingo: si acudís a mí, yo os escucharé, dice el Señor. Considerad esta maravilla del cuidado de Dios con nosotros, dispuesto siempre a oírnos, pendiente en cada momento de la palabra del hombre (…) Nos oye el Señor, para intervenir, para meterse en nuestra vida, para librarnos del mal y llenarnos de bien:eripiam eum et glorificabo eum, lo libraré y lo glorificaré, dice del hombre. Esperanza de gloria, por tanto: ya tenemos aquí, como otras veces, el comienzo de ese movimiento íntimo, que es la vida espiritual. La esperanza de esa glorificación acentúa nuestra fe y estimula nuestra caridad” (san Josemaría Escrivá).
 “Con él estaré en la tribulación, dice Dios, ¿y yo buscaré otra cosa que la tribulación? Para mí lo bueno es estar junto a Dios, y no sólo esto, sino también hacer del Señor mi refugio, porque Él mismo dice: lo defenderé, lo glorificaré. Con él estaré en la tribulaciónGozaba –dice- con los hijos de los hombres. Se llama Emmanuel, que significa ‘Dios con nosotros’. Desciende del cielo para estar cerca de quienes sienten su corazón agitado por la tribulación, para estar con nosotros en nuestra tribulación (…) Para mí, Señor, es mejor sufrir las tribulaciones contigo que reinar sin ti, que vivir regaladamente sin ti, y que gloriarme sin ti. Es mejor para mí, Señor, unirme más iíntimamente a ti en la tribulación, tenerte conmigo en la hoguera que estar sin ti, incluso en el cielo: ¿qué me importa el cielo sin ti? Y contigo ¿qué me importa la tierra?” (S. Bernardo).

Llucià Pou Sabaté