miércoles, 21 de mayo de 2014

Jueves de la semana 5 de Pascua

Por el amor de Jesús entramos en el amor que tiene con el Padre, por la obediencia y la fe
En aquel tiempo, Jesús habló así a sus discípulos: «Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor. Os he dicho esto, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado» (Jn 15,9-11).
1. « Como el Padre me ha amado, así os he amado yo: Permaneced en mi amor…» ¡Es maravilloso saberme amado por ti, Señor, hasta el punto que pones este amor en relación con el que os tenéis tú con el Padre”. «Como el Padre me amó, así os he amado yo.» Jesús, tengo ganas de sondear el amor del Padre y Tú, que imagino inmenso, tierno, entrañable. Me sirve para ello el libro de los Proverbios, cuando contempla tu Sabiduría hablando del Padre, antes de la creación: «yo estaba allí, como arquitecto, y era yo todos los días su delicia, jugando en su presencia en todo tiempo» (Prov 8,30). Así nos amas también a nosotros por eso quizá añades que «jugando por el orbe de su tierra, mis delicias están con los hijos de los hombres» (Prov 8,31).
«Permaneced en mi amor.» Ayúdame, Jesús, a guardar tus mandamientos, para permanecer en el amor: «Jesús resumió los deberes del hombre para con Dios en estas palabras: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente»(...). Dios nos amó primero. El amor del Dios Único es recordado en la primera de «las diez palabras». Los mandamientos explicitan a continuación la respuesta de amor que el hombre está llamado a dar a su Dios» (Catecismo 2083).
Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor”… Tengo que guardar tus mandamientos, Jesús, como tú los del Padre; lo entiendo. Quiero introducirme en esa lógica divina. Si te amo, comprendo todo. Me hablas de tu amor al Padre y de a qué te lleva ese amor: «El que me ha enviado está conmigo: no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada a Él» (Jn 8,29). El Padre te proclamó bien alto en el Jordán como quien le complace: «Tú eres mi Hijo amado, en ti me he complacido» (Mc 1,11) y, más tarde, en el Tabor: «Éste es mi Hijo amado, escuchadle» (Mc 9,7). Tú has respondido, «Abbá», ¡papá! Y ahora nos revelas que entramos en ese torrente de amor divino: «como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros». Ayúdame, Señor, a mantenerme en su amor, a cumplir tus mandamientos, a amar la Voluntad del Padre. Ya sé que en algún momento te costó, cuando dirás al cabo de un rato: "Si es posible que se aleje de mí este cáliz", en el huerto de los olivos. Y añadiste: "Pero, Padre, no lo que Yo quiero, sino lo que Tú quieres." También diré yo en el Padrenuestro: “Hágase tu voluntad” (Lluís Raventós).
“Os he dicho esto para que mi gozo esté en vosotros y vuestro gozo sea completo”. Tú nos das, Jesús, el secreto de la felicidad, del gozo. Una receta tuya, y yo me fío pues “Tú eres el «inventor», y por ello sabes mejor que nadie cómo funciono, y qué efectos tienen en mí mis propias acciones. Tú sabes bien lo que, en el fondo, me perfecciona como persona o me envilece” (P. Cardona). Tu gozo, Jesús, es ser amado y amar. Haz que como tú, Dios sea la fuente de mi gozo.
La fuente de todo amor es el Padre, que ama a Jesús y Jesús al Padre. Ahí es donde entramos, al amar a Jesús y permanecer en su amor, guardando sus mandamientos, entramos en la relación de Jesús que permanece en el amor al Padre, cumpliendo su voluntad. Y esto lleva a la alegría plena: «que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría llegue a plenitud». La alegría brota del amor y de la fidelidad con que se guardan en la vida concreta las leyes del amor.
Hay un himno litúrgico que tiene dos versiones: “Donde hay verdad y amor allí está Dios”, pero se ha hecho quizá más famosa esta otra: "Donde hay caridad y amor, allí está Dios", uniendo ambos amores –a Dios y al prójimo- que es en lo que está nuestro gozo, al tener a Dios: los dos amores son inseparables, y Jesús dijo también que Él está en medio de los que se reúnen en su Nombre. No hay mayor gozo que saberse amado así, y por eso pedimos en la Colecta: «Señor Dios Todopoderoso, que, sin mérito alguno de nuestra parte, nos has hecho pasar de la muerte a la vida y de la tristeza al gozo; no pongas fin a tus dones, ni ceses de realizar tus maravillas en nosotros, y concede a quienes ya hemos sido justificados por la fe la fuerza necesaria para perseverar siempre en ella».
«Nada hay mejor en el mundo que estar en gracia de Dios» (J. Escrivá, Camino 286). “Que me dé cuenta de una vez, Jesús.
No vale la pena nada que pueda apartarme de Ti.
En el fondo ya lo sé; lo que ocurre es que, a veces, me falta fortaleza para guardar tus mandamientos en determinadas circunstancias o ambientes, o con aquellos amigos, etc....; y pierdo la cabeza.
Ayúdame Tú, Jesús.
Yo, por mi parte, te prometo poner todos los medios a mi alcance:
    -cuidar la vista;
    -no ir a -o dejar de ver- ciertos espectáculos o películas;
    -ser sobrio en las comidas; aprovechar bien el tiempo;
    -trabajar con perfección;
    -acudir con regularidad a los sacramentos;
    -no dejar suelta la imaginación;
    -aconsejarme sobre los libros que leo;
    -ser sincero en la dirección espiritual;
    -tener devoción a la Virgen, etc.
Si me ves empeñado en guardar tus mandamientos, te volcarás y me harás saborear -ya en este mundo y, después, en la vida eterna- esa alegría profunda que hoy me prometes” (P. Cardona).
2. Seguimos hoy con aquel primer Concilio; se proclama que “Dios no hizo distinción entre ellos (gentiles) y nosotros... Creemos que tanto ellos como nosotros nos salvamos por la gracia del Señor Jesús”. Pedro dirá que la Ley antigua es irrelevante para la salvación. Como comentará S. Efrén: “todo lo que Dios nos ha dado mediante la fe y la Ley lo ha concedido Cristo a los gentiles mediante la fe y sin la observancia de la Ley”. Pedro aparece como garante de la fe de sus hermanos (Hechos 15,7-21).
3. El anuncio de las maravillas que ha hecho Dios tiene una proyección universal, como cantamos en el Salmo (96/95): «Cantad al Señor un cántico nuevo, cantad al Señor toda la tierra… bendecid su nombre. Proclamad día tras día su victoria». La invitación de toda la tierra a alabar a Dios es el “cántico nuevo”: la llamada de todos a la salvación. Por este motivo, ya la Carta de Bernabé enseñaba que «el reino de Jesús está sobre el madero» y el mártir san Justino, citando casi íntegramente el Salmo en su Primera Apología, concluía invitando a todos los pueblos a exultar porque «el Señor reinó desde el madero» de la Cruz: «el que quiera ser el primero entre vosotros, será esclavo de todos, que tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos».
Llucià Pou Sabaté


Santa Joaquina Vedruna, religiosa

SANTA JOAQUINA VEDRUNA DE MAS
(† 1854)
Hermosa, pura y blanca era la niña a los seis años: jugaba y revoloteaba en los jardines de la casa paterna, y, si acontecía manchársele el vestido con tierra o lodo, escondíase luego y solita lavaba su traje, poníalo al sol y poníase ella a rezar candorosamente al Niño Jesús y a las benditas almas para que se secara pronto". Era un espejo de limpieza: no podía sufrir manchas ni aun en su ropa, ni quería con ellas ofender por un momento la vista de su buena madre.
 Tan buena y delicada era Joaquinita de Vedruna. Había nacido el 16 de abril de 1783 en Barcelona, la gran urbe condal. Sus padres, don Lorenzo de Vedruna y doña Teresa Vidal, formaron su hogar como un nido de amores cristianos a prueba de todos los sacrificios. Eran ricos y nobles. Don Lorenzo ejercía el cargo de procurador de número en la Audiencia del principado y vio bendecida su sagrada unión con numerosa prole. Doña Teresa era una de aquellas mujeres fuertes alabadas por el sabio: noble, hacendosa y abnegada en sus deberes maternales. Cuando nació Joaquinita todo fue alegría y pura felicidad: huyó el dolor ante aquel ser que nacía para aliviar a cuantos encontrase al paso en su larga y fecunda vida.
 Criada en el regazo materno dócil y sumisa, sintió al despertar su razón en los besos amorosos de su cristiana madre el aliento de lo divino, y brotó en su alma la primera, revelación de su destino en cuanto supo amar a Dios. Así, a los doce años, notando el vacío que dejaba en su alma lo de acá abajo, lanzándose con valor fuera del nido donde había nacido, llamó a las puertas del convento de madres carmelitas de Barcelona, pidiendo con insistencia el santo hábito.
 No fue, por cierto, admitida su humilde demanda: era jovencita y las religiosas no creyeron prudente ni aun mantener sus ilusiones para un corto plazo. Volvióse, pues, al hogar paterno: allí haría otro indefinido noviciado que la preparase para los designios de Dios sobre ella. ¡Designios realmente inescrutables! Dios tiene muchos caminos, y, nueva Juana de Lestonnac o Francisca Frémiot de Chantal, será como ellas una santa viuda y madre de familia, además de religiosa y fundadora, pasando así por todos los estados.
 Efectivamente, el 24 de marzo de 1799 se casa con don Teodoro de Mas, rico hacendado de Vich, procurador de los Tribunales al igual que su suegro —con el que le unía de antes, por su mismo oficio, gran amistad—, y que había reparado en las excepcionales dotes y sencillez de la menor de las tres hijas de don Lorenzo. Dieciséis años vive santamente con él, con una descendencia de ocho hijos, hasta que su esposo fallece el 5 de marzo de 1816.
 La estampa de sus hijos es fiel retrato de tan buenos padres. Dos mueren en temprana edad; pero de los seis supervivientes, cuatro hijas se consagran a Dios por medio del estado religioso: dos franciscanas en Pedralbes, dos religiosas cistercienses en Vallbona, y hasta su hijo José Luis llegó a entrar en la Trapa, pero su salud no le permitió seguir, habiendo sido luego un ferviente católico y modelo de padres cristianos. La otra hija, casada también, Inés, tuvo seis hijos, varios de ellos religiosos.
 Entretanto, tiempos aciagos corrían para España en el primer decenio del siglo XIX. Las tropas de Napoleón habían invadido la Península, sembrando la desolación y la muerte doquiera hallaban resistencia; y... la hallaron por todas partes, más o menos. Todos fueron soldados y héroes; se organizaron milicias nacionales, y el heroísmo dejó de parecer tal en fuerza de practicarlo todos hasta la muerte. Don Teodoro de Mas, noble por tradiciones de sangre y de valor militar, no desmintió su linaje, y, dejando las pingües ganancias que le daba su ocupación en la Magistratura de Barcelona, se retiró con su familia a su posesión "El Manso de El Escorial”, de Vich, para tomar parte en la defensa desesperada de la Patria. Alistóse en las filas del heroico barón de Sabassona, que le nombró su ayudante de campo, y en el mes de abril de 1807 se le encuentra en cinco batallas sangrientas. En Vich entraron los franceses el 17 de abril a sangre y fuego, y don Teodoro batióse en retirada épica, causando al enemigo no pocas bajas. Entretanto doña Joaquina hubo de abandonar la casa solariega de Mas, refugiándose en las montañas del Montseny con sus pequeños hijos hasta que pasó la tromba bélica.
 De doña Joaquina como esposa y madre nos hace el más cumplido elogio el mismo decreto de beatificación por Su Santidad Pío XII (19 de mayo de 1940): “Unida en matrimonio, cuanto le fue permitido, detestó las vanidades y cosas del mundo, estuvo completamente sometida a su marido, cumplió diligentemente sus obligaciones de esposa y madre, y educó a sus hijos con admirables resultados, formándolos en sus deberes religiosos y ciudadanos".
 Mas era necesario que la tribulación templara su espíritu, y así la divina Providencia amorosamente probó aquel feliz hogar con la muerte del esposo y del padre. Privada de su marido y conformada en su viudez, entregóse ahincadamente al cuidado de sus hijos y de su hacienda por espacio de diez años, consagrándose totalmente a su educación, a las obras de piedad para con Dios y de caridad para con el prójimo, mientras con oraciones y ásperas penitencias imploraba luz y fuerzas para conocer claramente la voluntad de Dios y para seguirla. Así, por cama tenía una estera, y por almohada una piedra; frecuentaba los hospitales de Vich e Igualada, confortando a los enfermos con su palabra, sonrisa y limosnas. Doña Joaquina vino a ser pronto popular entre los pobres y asilados.
 Mas su corazón se iba despegando cada vez más de los bienes terrenos. Ahora ella es solamente esposa de Cristo. Un director espiritual, muerto en olor de santidad, el capuchino padre Esteban de Olot, conocido por el “apóstol del Ampurdán", es el que la llevará por la más alta senda de la perfección. Y aunque ella prefiere la vida contemplativa, el santo fraile le advierte que Dios la llama para fundadora de una Orden religiosa de vida activa, de enseñanza y de caridad. En esto un personaje providencial tercia entre las dos almas: el obispo de Vich, doctor Corcuera. No habrá de llevar hábito de terciaria capuchina, sino de religiosa carmelita; es lo que decide el virtuoso prelado. Aquel su deseo infantil de los doce años se cumple ahora, tras un largo rodeo. ¡Rutas maravillosas del Señor!
 El padre Esteban de Olot redacta las reglas, reglas sapientísimas que a lo largo de un siglo no han sufrido la menor variación, y después de su profesión religiosa ante el obispo de Vich (6 de enero de 1826) inicia su obra de fundadora el 26 de febrero del mismo año con ocho doncellas. Pronto surgen contrariedades; le toca beber el cáliz de Jesús, en frase suya. Dos incipientes vuelven la vista atrás. No se desanima; pronto serán trece, y a no tardar, como el grano de mostaza, pasarán del centenar. Vich es la primera fundación: la cuna de la Congregación de las Carmelitas de la Caridad, Luego el hospital de Tárrega (1829), y en el mismo año la Casa de Caridad de Barcelona, donde permanece hasta 1830; Solsona, Manresa, hospital de peregrinos de Vich y Cardona son otras tantas fundaciones tras no pocas peripecias.
 En esto la guerra civil se echa encima. Después de fundar en el hospital de Berga, plaza ocupada por los carlistas, tiene que internarse en Francia al caer aquella población en manos de las tropas liberales. Después de penoso calvario por los Pirineos llega a Prades (1836) y sigue hasta Perpiñán, donde halla a una señora conocida suya, de Barcelona, que fue el ángel protector en el destierro de la pequeña comunidad. Pasada la ráfaga, vuelve a España en 1842, reabre el noviciado, y, después de nuevas fundaciones, tiene el consuelo de ver aprobar canónicamente la Congregación en 1850. Otro obispo español, el santo padre Claret, antes de salir para su sede de Cuba aporta su granito de arena a los estatutos de la Congregación, aunque siguiendo indicaciones del doctor Casadevall, prelado vicense a la sazón.
 Vuelve entonces a Barcelona, su ciudad natal, donde Dios la reclamará para sí. En efecto, en la Casa de Caridad le sobreviene un ataque de apoplejía, y hasta el cólera morbo, que entonces domina en la ciudad condal, se ceba en ella, y así muere santamente el 28 de agosto de 1854. Dios permitió que su cadáver no padeciera los trastornos de los apestados para consuelo de cuantos acudieron a implorar favores por medio de su sierva. En 1881 se trasladaron sus restos a Vich, donde aún hoy yacen. Beatificada por el papa Pío XII, ha sido la primera santa canonizada, el 12 de abril de 1959, por S. S. Juan XXIII.
 Después de su muerte siguió desde el cielo estimulando su obra. Rápido fue el incremento de la Congregación de las Carmelitas de la Caridad, rebasando primero los lindes de Cataluña y luego los de la Península para saltar más allá de las fronteras y de los mares. Ahora son 160 casas con un total de 2.218 religiosas, 40.739 las niñas educadas en sus colegios y 4.443 las personas asistidas en diversos hospitales.
 La madre Vedruna vive en un siglo turbulento, siglo de impiedad filosófica, de revolución y discordias civiles e intestinas. Su vida no contiene milagros ni cosas extraordinarias, ciertamente; pero esa su vida abnegada, paciente, humilde y laboriosa, santificando todos los estados en que puede encontrarse una mujer, contiene una gran dosis de callado heroísmo y sacrificio, secreto de la santidad de esa humilde y fragante violeta.

martes, 20 de mayo de 2014

Miércoles de la semana 5 de Pascua

Meditaciones de la semana
en Word
 y en PDB

Permanecer como sarmientos unidos a la Vid que es Cristo, y a la Iglesia en la unidad de Pedro.
En aquel tiempo, Jesús habló así a sus discípulos: «Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador. Todo sarmiento que en mí no da fruto, lo corta, y todo el que da fruto, lo limpia, para que dé más fruto. Vosotros estáis ya limpios gracias a la Palabra que os he anunciado. Permaneced en mí, como yo en vosotros. Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid; así tampoco vosotros si no permanecéis en mí. Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada. Si alguno no permanece en mí, es arrojado fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen, los echan al fuego y arden. Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y lo conseguiréis. La gloria de mi Padre está en que deis mucho fruto, y seáis mis discípulos» (Jn 15,1-8).
1. El Evangelio nos trae algo muy de la cultura hebrea, la imagen de la viña, para expresar el desvelo amoroso de Dios para con su pueblo (la "viña"). Es una de las parábolas más “ricas” y expresivas: “Jesús dijo a sus discípulos: Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el labrador”. Ahora vemos que el pueblo es su Cuerpo, todos estamos unidos a Jesús como Cabeza de este Cuerpo: «Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada». Por un lado, somos otros Cristos unidos a Él como cabeza de la Iglesia. De otro, nos identificamos con Él, para ser Cristo, pues Dios sólo tiene un Hijo. ¿Cómo compaginar ese ser “otros Cristos” (alter Cristus) con ser al mismo tiempo “el mismo Cristo” (ipse Cristus)? Son las dos líneas de nuestro pobre pensamiento: por un lado, somos Iglesia, y con ella hijos de Dios en el Hijo, por el bautismo y ese “endiosamiento” por el que Cristo es “primogénito entre muchos hermanos” (otros Cristos, con Él). Por otro lado, el camino es la identificación con Él, pues ser cristiano no es seguir un libro sino una Persona, que vive en nosotros y “gime dentro de nosotros: abbá, Padre” (Gal 4,6). Él nos hace clamar también, en esa “sinergia” que es su inhabitación, que podamos también “nosotros clamar: abbá, Padre” (Rom 8.15). Es “el mayor” de los hermanos en la fe, y está en mí como “lo más íntimo de mi interior”. Jesús, sé que si estoy unido a ti, alimentado de tu savia, creceré, daré fruto. Si no, me pierdo (soy “cortado”).
San Ignacio de Antioquía nos anima: «Corred todos a una como a un solo templo de Dios, como a un solo altar, a un solo Jesucristo que procede de un solo Padre». El medio de esta identificación, nos lo dice Santa María, Madre nuestra: «Haced lo que Él os diga»(Jn 2,5).
“A todo sarmiento que no da fruto, lo arranca; y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto...” Señor, sé que si se poda, da más fruto… pero también sé que cuando se la poda, la viña ‘llora’, dicen los viñadores... algunas gotas de savia fluyen antes de que se cierre la cicatriz de mi alma. Y esto, Jesús, me duele, no me gusta… Jesús, tú poda en mí, limpia, purifica. Haz que lo entienda bien, aunque me cueste, sintiendo lo que apuntaba san Josemaría: “Hemos de decirle con sinceridad al Señor que estamos dispuestos a dejar que arranque todo lo que en nosotros es un obstáculo a su acción: defectos del carácter, apegamientos a nuestro criterio o a los bienes materiales, respetos humanos, detalles de comodidad o de sensualidad... Aunque nos cueste, estamos decididos a dejarnos limpiar de todo ese peso muerto, porque queremos dar más fruto de santidad y de apostolado. El Señor nos limpia y purifica de muchas maneras. En ocasiones permitiendo fracasos, enfermedades, difamaciones... ¿No has oído de labios del Maestro la parábola de la vid y los sarmientos? -Consuélate: te exige, porque eres sarmiento que da fruto... Y te poda… para que des más fruto. ¡Claro!: duele ese cortar, ese arrancar. Pero, luego, ¡qué lozanía en los frutos, qué madurez en las obras!” Y sigue: «Yo soy la vid y vosotros los sarmientos». Ha llegado septiembre y están las cepas cargadas de vástagos largos, delgados, flexibles y nudosos, abarrotados de fruto, listo ya para la vendimia. Mirad esos sarmientos repletos, porque participan de la savia del tronco: sólo así se han podido convertir en pulpa dulce y madura, que colmará de alegría la vista y el corazón de la gente, aquellos minúsculos brotes de unos meses antes. En el suelo quedan quizá unos palitroques sueltos, medio enterrados. Eran sarmientos también, pero secos, agostados. Son el símbolo más gráfico de la esterilidad. «Porque sin mi no podéis hacer nada».
Todo depende de la unión contigo, Jesús: el "vino eucarístico" es tu Sangre derramada, tu “poda”…, el fruto de tu “vida”, de la “vid” que eres Tú. Nosotros somos miembros de tu Cuerpo y queremos "permanecer" en Ti (nos dices esta palabra ocho veces, en esta página). Sé que no "vivo" sino en la medida de mi contigo, Señor. Ayúdame a entender tus palabras: “Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pediréis lo que deseáis, y se realizará. Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis mis discípulos”. Sé que tengo en la Eucaristía el Camino: «el que come mi Carne y bebe mi Sangre, permanece en mí y yo en él... Como yo vivo por el Padre, así el que me coma vivirá por mí».
“Por tanto -comenta San Agustín-, todos nosotros, unidos a Cristo nuestra Cabeza, somos fuertes, pero separados de nuestra Cabeza no valemos para nada (...). Porque unidos a nuestra cabeza somos vid; sin nuestra cabeza (...) somos sarmientos cortados, destinados no al uso de los agricultores, sino al fuego. De aquí que Cristo diga en el Evangelio: Sin mí no podéis hacer nada. ¡Oh Señor! Sin ti nada, contigo todo (...). Sin nosotros Él puede mucho o, mejor, todo; nosotros sin Él nada”.
2. Hoy vemos el primer «Concilio» de Jerusalén, sobre la permanencia de las costumbres judías, o la “innovación” del nuevo injerto. Ya no es una cuestión física, biológica, la pertenencia al nuevo pueblo de Dios: “no han nacido de la carne, ni de la sangre, sino de Dios”, por la fe, dirá S. Juan. Desde entonces, hay una evolución histórica, como el hombre es histórico. La Iglesia está asistida por el Espíritu Santo, y hay una renovación en la tradición, posturas en la Iglesia que han de dialogarse, nunca buscar imponerse; y siempre en la unidad con el Papa. San Efrén glosa así las palabras que Cristo dirigió a Pedro: “Simón, mi Apóstol, yo te he constituido fundamento de la Santa Iglesia. Yo te he llamado ya desde el principio Pedro, porque tú sostendrás todos los edificios; tú eres el superintendente de todos los que edificarán la Iglesia sobre la tierra... Tú eres el manantial de la fuente, de la que emana mi doctrina; tú eres la cabeza de mis Apóstoles... Yo te he dado las llaves de mi reino”».
3. Señor, quiero cantar con el salmo de hoy la peregrinación a Jerusalén, donde vemos hoy que van los apóstoles, a la casa del Señor, a buscar la fortaleza en la fe: «Qué alegría cuando me dijeron: vamos a la casa del Señor. Ya están pisando nuestros pies tus umbrales, Jerusalén. Jerusalén está fundada como ciudad bien compacta. Allá suben las tribus, las tribus del Señor. Según la costumbre de Israel, a celebrar el nombre del Señor. En ella están los tribunales de justicia, en el palacio de David»(Salmo 122/121,1-2.3-5). Rezamos en la Colecta,  buscando esta luz, la Verdad: «¡Oh Dios!, que amas la inocencia y la devuelves a quienes la han perdido; atrae hacia ti el corazón de tus fieles, para que siempre vivan a la luz de tu verdad los que han sido librados de las tinieblas del error».
Acabamos con este propósito de oración, pues «la tentación más frecuente, la más oculta, es nuestra falta de fe. Esta se expresa menos en una incredulidad declarada que en preferencias de hecho. Cuando se empieza a orar, se presentan como prioritarios mil trabajos y cuidados que se consideran más urgentes; una vez más, es el momento de la verdad del corazón y de clarificar preferencias. En cualquier caso, la falta de fe revela que no se ha alcanzado todavía la disposición propia de un corazón humilde: «Sin mí, no podéis hacer nada» (Catecismo 2732).
Yo veo que quiero con mi vida ayudar a los demás… Ayúdame, Jesús, a dar fruto, y para eso no separarme nunca de Ti y así glorificar al Padre: «En esto es glorificado mi Padre, en que deis mucho fruto y seáis discípulos míos.»
Llucià Pou Sabaté


Santos Cristóbal Magallanes y compañeros, mártires

SAN CRISTOBAL MAGALLANES, y compañeros
Mártires de la persecución contra los cristeros
 
"Soy y muero inocente; perdono de corazón a los autores de mi muerte y pido a Dios que mi sangre sirva para la paz de los mexicanos desunidos" 
Nace en Totalice, México el 30 de julio de 1869, de familia muy humilde.
Trabaja en el campo hasta los 19 años.
En 1888 ingresa al seminario de Guadalajara donde se distingue por su piedad, honradez y aplicación.
Es ordenado sacerdote en septiembre del 1899 en la iglesia de Santa Teresa en Guadalajara.
Desempeña el cargo de capellán y subdirector de la escuela de artes y oficios en Guadalajara.
Organiza centros de catecismo y escuelas en las rancherías.
Construye una presa para favorecer el riego, funda un asilo para huérfanos y pequeños fraccionamientos de tierra para ayudar a los pobres.
Es párroco de Totalice por 17 años hasta que es fusilado.
El 21 de mayo de 1927 el padre va a celebrar una fiesta religiosa en un rancho cuando se inicia una balacera entre los cristeros y las fuerzas federales comandadas por el general Goñi. Es arrestado y conducido a Totalice donde lo encarcelan junto a su vicario el P. Caloca.
Los trasladan al palacio municipal de Colotitlán donde los fusilan el 25 de mayo de 1927. El P. Cristóbal, antes de ser fusilado dijo: "soy y muero inocente; perdono de corazón a los autores de mi muerte y pido a Dios que mi sangre sirva para la paz de los mexicanos desunidos".
Beatificado: 22 de noviembre de 1992
Canonizado por el Papa Juan Pablo II el 21 de mayo del 2000.

lunes, 19 de mayo de 2014

Martes de la semana 5 de Pascua

El cristiano está llamado a ser sembrador de paz y de alegría, fruto de la unión con Jesús.
En aquel tiempo, Jesús habló así a sus discípulos: «Os dejo la paz, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo. No se turbe vuestro corazón ni se acobarde. Habéis oído que os he dicho: ‘Me voy y volveré a vosotros’. Si me amarais, os alegraríais de que me fuera al Padre, porque el Padre es más grande que yo. Y os lo digo ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda creáis. Ya no hablaré muchas cosas con vosotros, porque llega el Príncipe de este mundo. En mí no tiene ningún poder; pero ha de saber el mundo que amo al Padre y que obro según el Padre me ha ordenado» (Jn 14,27-31a).
1. Jesús “venció a la muerte y al miedo. No nos da la paz «como la da el mundo», sino que lo hace pasando por el dolor y la humillación: así demostró su amor misericordioso al ser humano. En la vida de los hombres es inevitable el sufrimiento… la muerte. Pero Dios, en su infinito amor, nos ha dado el remedio para tener paz en medio del dolor: Él ha aceptado “marcharse” de este mundo con una “salida” sufriente y envuelta de serenidad” (Enrique Cases). «En la Cruz de Cristo (...), el mismo sufrimiento humano ha quedado redimido» (Juan Pablo II). Un autor del siglo II pone en boca de Cristo: «Mira los salivazos de mi rostro, que recibí por ti, para restituirte el primitivo aliento de vida que inspiré en tu rostro. Mira las bofetadas de mis mejillas, que soporté para reformar a imagen mía tu aspecto deteriorado. Mira los azotes de mi espalda, que recibí para quitarte de la espalda el peso de tus pecados. Mira mis manos, fuertemente sujetas con clavos en el árbol de la cruz, por ti, que en otro tiempo extendiste funestamente una de tus manos hacia el árbol prohibido».
«Mi paz os doyNo os la doy como os la da el mundo»: “no es ausencia de dolor, ausencia de sacrificio.
¿Qué es tu paz? Tu paz es plenitud de sentido en todo: alegrías, sufrimientos; es darse cuenta de que vale la pena cualquier esfuerzo si se hace por amor.
Tu paz consiste en buscar la felicidad en el amor, que es darse, y no en el egoísmo, que es buscarse a sí mismo” (P. Cardona).
«No se turbe vuestro corazón ni se acobarde.» Contigo, Señor, estoy seguro.
«Viene el príncipe del mundo; contra mí no puede nada». Todo mal queda así curado… Lucha a muerte con los poderes del mal: Jesús contra Satán, pero que sigue en nosotros: "Me han perseguido, se os perseguirá." Con paz, en medio de combates: «La victoria sobre el «príncipe de este mundo» se adquirió de una vez por todas en la Hora en que Jesús se entregó libremente a la muerte para darnos su vida» (Catecismo 2853).
Señor, dame creer que contigo puedo superar todas las tentaciones, con tu consejo de rezar para no caer en la tentación. Ayúdame a luchar «¡Cómo vas a salir de ese estado de tibieza, de lamentable languidez, si no pones los medios! Luchas muy poco y, cuando te esfuerzas, lo haces como por rabieta y con desazón, casi con deseo de que tus débiles esfuerzos no produzcan efecto, para así auto justificarte: para no exigirte y para que no te exijan más.
”-Estás cumpliendo tu voluntad; no la de Dios. Mientras no cambies, en serio, ni serás feliz, ni conseguirás la paz que ahora te falta.
”-Humíllate delante de Dios, y procura querer de veras» (san Josemaría, Surco 146). La paz no viene de una tranquilidad perezosa, sino de la lucha, por amor: «El mundo debe conocer que amo al Padre y que obro tal como me ordenó.» Teresa de Ávila decía: “todo es nada, y menos que nada, lo que se acaba y no contenta a Dios”. “¿Comprendéis por qué un alma deja de saborear la paz y la serenidad cuando se aleja de su fin, cuando se olvida de que Dios la ha creado para la santidad? Esforzaos para no perder nunca este punto de mira sobrenatural, tampoco a la hora de la distracción o del descanso, tan necesarios en la vida de cada uno como el trabajo. Ya podéis llegar a la cumbre de vuestra tarea profesional, ya podéis alcanzar los triunfos más resonantes, como fruto de esa libérrima iniciativa que ejercéis en las actividades temporales; pero si me abandonáis ese sentido sobrenatural que ha de presidir todo nuestro quehacer humano, habréis errado lamentablemente el camino”, dice S. Josemaría, y añade que con el Señor, “se notan entonces el gozo y la paz, la paz gozosa, el júbilo interior con la virtud humana de la alegría. Cuando imaginamos que todo se hunde ante nuestros ojos, no se hunde nada, porque Tú eres, Señor, mi fortaleza. Si Dios habita en nuestra alma, todo lo demás, por importante que parezca, es accidental, transitorio; en cambio, nosotros, en Dios, somos lo permanente (…). El Espíritu Santo, con el don de piedad, nos ayuda a considerarnos con certeza hijos de Dios. Y los hijos de Dios, ¿por qué vamos a estar tristes? La tristeza es la escoria del egoísmo; si queremos vivir para el Señor, no nos faltará la alegría, aunque descubramos nuestros errores y nuestras miserias. La alegría se mete en la vida de oración, hasta que no nos queda más remedio que romper a cantar: porque amamos, y cantar es cosa de enamorados”.
Se va Jesús, pero «volverá» y les dará su paz. Son palabras que recordamos cada día en la misa, antes de comulgar: «Señor Jesucristo, que dijiste a los apóstoles: la paz os dejo, mi paz os doy...». Señor, dame tu paz, fundada en la esperanza de lo que también me dices: «yo estoy con vosotros todos los días»: ¡éste sí es fundamento bueno para tener paz!, y también: «donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo»: ¡que no deje mi oración, con mis hermanos!, y: «lo que hiciereis a uno de ellos, a mí me lo hacéis»: ¡que te vea, Señor, en los demás! Que no te me eclipsen las cosas, sino que cada día me recuerde que tú has dicho: «me voy y vuelvo a vuestro lado».
Rezo con la Colecta: «Señor, Tú que en la resurrección de Jesucristo nos has engendrado de nuevo para que renaciéramos a una vida eterna, fortifica la fe de tu pueblo y afianza su esperanza, a fin de que nunca dudemos que llegará a realizarse lo que nos tienes prometido». San Pedro Crisólogo dice: «La paz es madre del amor, vínculo de la concordia e indicio manifiesto de la pureza de nuestra mente; ella alcanza de Dios todo lo que quiere, ya que su petición es siempre eficaz. Cristo, el Señor, nuestro rey, es quien nos manda conservar esa paz, ya que Él ha dicho: “La paz os dejo, mi paz os doy”, lo que equivale a decir: Os dejo en paz, y quiero encontraros en paz; lo que nos dio al marchar quiere encontrarlo en todos cuando vuelva».
San Josemaría Escrivá hablaba de “ser sembradores de paz y de alegría”, y esto reclama “serenidad de ánimo, dominio sobre el propio carácter, capacidad para olvidarse de uno mismo y pensar en quienes le rodean; actitudes e ideales humanos, que la fe cristiana refuerza, al proclamar la realidad de un Dios que es amor, más concretamente, que ama a los hombres hasta el extremo de asumir Él mismo la condición humana y presentar el perdón como uno de los ejes de su mensaje” (José Luis Illanes).
2. Vemos hoy a Pablo apedreado, abandonado medio muerto, y “volvieron a Listra, Icono y Antioquía, animando a los discípulos y exhortándolos a perseverar en la fe, diciéndoles que es preciso que entremos en el Reino de Dios a través de muchas tribulaciones”. Es el misterio del martirio… del sacrificio, del dolor, que al que mira a Jesús lo salva, bien unido a Él.
3. Queremos alabarte, Señor, con este salmo de hoy, «misionero» y entusiasta: «tus amigos, Señor, anunciarán la gloria de tu Reino... Explicando tus hazañas a los hombres». Queremos participar en este cántico de las criaturas a su Señor.
Llucià Pou Sabaté


San Bernardino de Siena, presbítero

Nacido en Massa Marittima, territorio de Siena, (hoy en región Toscana, Italia), el año 1380.
Queda huérfano y es criado por una tía. Ya desde chico le gustaban las cosas de Dios. Componía altares e imitaba a los predicadores. De adolescente era se cuidaba de hablar y actuar con pureza.
Cuando tenía 20 años hubo una gran peste en Italia que arrasó a Siena. El y otros jóvenes amigos suyos fueron al hospital y sirvieron por 3 meses hasta que acabó la epidemia.
A los 22 años lo dejó todo para entrar en la comunidad franciscana. Tanto movía los corazones con su prédica que se cerraban las tiendas y hasta las clases en la universidad para escucharle. Se convirtieron innumerables pecadores que venían a el arrepentidos.
Entró en la Orden de los Frailes Menores, se ordenó sacerdote y desplegó por toda Italia una gran actividad como predicador, con notables frutos.
Propagó la devoción al santísimo nombre de Jesús. Tuvo un papel importante en la promoción intelectual y espiritual de su Orden; escribió, además, algunos tratados de teología.
Propaga la devoción a la Eucaristía. Acostumbraba a llevar consigo una tablilla, mostrando la Eucaristía con rayos saliendo de ella y en el medio, el monograma IHS que el ayudó a popularizar como símbolo de la Eucaristía. Fue gran reformador de la Orden Franciscana.

No faltan las pruebas: El Papa Martín V lo suspende como predicador pero San Juan Capistrano, le ayuda a arreglar su situación.
Rechazó 3 episcopados, fundó más de 200 monasterios e intervino para traer la paz entre dos bandos, los güelfos y los gibelinos.
A los 63 años se le apareció San Pedro Celestino que le avisa de su muerte ya cercana, la que acontece en la vigilia de la Ascensión. Muere en 1444 y seis años después es canonizado por el papa Nicolás V.
Está sepultado en Aquila. Estuvo incorrupto y su ataúd sangró sin cesar hasta que vino la paz entre los bandos que peleaban en la ciudad.
Lunes de la semana 5 de Pascua

Dios viene al alma que le deja, que es humilde, que busca no la propia gloria sino la gloria de Dios, amar correspondiendo al amor de Dios
Un día dijo Jesús a sus discípulos: el que conoce mis mandamientos y los guarda, ése me ama; y al que me ama lo amará mi Padre y lo amaré yo, y me mostraré a él.Entonces Judas, no el Iscariote, le dijo: Señor, ¿qué ha sucedido para que te muestres a nosotros y no al mundo?Respondió Jesús: el que me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él...Os he hablado esto ahora que estoy a vuestro lado; pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que yo os he dicho” (Juan 14, 21-26).
1. Pablo y Bernabé van concluyendo su primer viaje. Derbe fue una estancia provechosa. En Listra se convierte Timoteo, y destaca la curación de un cojo de nacimiento (nos recuerda al otro «tullido de nacimiento» curado por Pedro a la puerta del templo). Viendo un hombre tullido, Pablo le dijo: «¡Levántate!...» El hombre dio un salto y echó a andar. Pablo realiza las mismas maravillas que Pedro y Jesús: “Así como el hombre cojo curado por Pedro y Juan en la puerta del Templo prefigura la salvación de los judíos, también este tullido licaonio representa a los pueblos gentiles alejados de la religión de la Ley y del Templo, pero recogidos ahora por la predicación del apóstol Pablo” (San Beda). Pablo advierte en el tullido “fe para ser salvado”, Pablo hace como Jesús ante el paralítico de Cafarnaum (Mc 2,1), que endereza sus pies y limpia su alma de pecado (Biblia de Navarra). Esta curación hizo que quisieran a Bernabé y a Pablo como Zeus y Hermes, dioses viajeros de una leyenda pagana, y los apóstoles reaccionan de un modo apropiado al caso: "Nosotros somos también hombres, de igual condición que vosotros". Y les hablan del Dios vivo... Que os envía desde el cielo lluvias y estaciones fructíferas, que llena vuestros corazones de sustento y de alegría. Cuando de veras se ha relativizado las cosas terrenas en provecho del apoyo único en el Único que no puede decepcionar... entonces se encuentran de nuevo todas las «cosas» como un don de Dios: lluvia, estaciones, saciedad, alegría, felicidad. ¡Danos, Señor, esa concepción optimista de la creación! (Noel Quesson).
Tienen esos pueblos un sentido religioso, una “cierta percepción de aquella fuerza misteriosa que se halla presente en la marcha de las cosas y en los acontecimientos de la vida humana, y a veces también el conocimiento de la suma Divinidad e incluso del Padre. Esta percepción y conocimiento penetra toda su vida con un íntimo sentido religioso” (Nostra aetate 2).
Como vemos aquí con los Apóstoles, “en nuestra vida a veces experimentamos éxitos, y otras fracasos. Momentos de serenidad y momentos de tensión y zozobra. Deberíamos estar dispuestos a todo. Sin perder en ningún momento la paz y el equilibrio interior, y sobre todo sin permitir que nada ni nadie nos desvíe de nuestra fe y de nuestro propósito de dar testimonio de Jesús en el mundo de hoy. También hay otras direcciones en que nos interpela la escena de hoy. ¿Nos buscamos a nosotros mismos? Como Pablo y Bernabé, tendremos que luchar a veces contra la tentación de «endiosarnos» nosotros, recordando que «somos mortales igual que vosotros»” (J. Aldazábal).
De vuelta a Antioquía de Siria visitan de nuevo las comunidades de Asia Menor, las consolidan en la fe y establecen los ancianos o presbíteros. La admisión de los gentiles a la Iglesia provocó el llamado Concilio de Jerusalén (Hch 15).
2. Cristo ha resucitado y ha sido glorificado, queremos dar testimonio, y proclamamos: «No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da la gloria”. Se ensalza el único Dios creador, que sacó el pueblo de la esclavitud de Egipto. Por desgracia los hombres siguen adorando las obras de sus manos (Ap 9,20 da a este salmo una perenne actualidad). ¿Tengo ídolos, a los que adoro? “Dioses en figura de hombres han venido a visitarnos.” A veces es el orgullo, y Jesús, que “aprendió sufriendo a obedecer”, nos enseña que la cruz es camino para la gloria.
No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da la gloria.” A lo mejor, si eres padre o madre, ves que tus hijos parece que no te agradecen ninguno de los desvelos que has tenido a lo largo de tu vida y la de cosas a las que has renunciado para que estén mejor...  Ten paz, toda la gloria a Dios, da gracias a Dios que te conoce y al que tú conoces y sigue trabajando, orando, entregándote.
3. Esta semana meditaremos el "discurso después de la Cena", palabras de Jesús en el contexto de su entrega y de la salvación, pero también de la traición de Judas y negación de Pedro. Pero no dominará la tristeza, sino el amor:
-“El que recibe mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama”. Amar a Jesús. Jesús quiere que se le ame. E indica el signo del verdadero amor: la sumisión al amado. Es una experiencia que comprenden todos los que aman. Cuando se ama a alguien, se es capaz de abandonar libremente el punto de vista personal para adaptarse al máximo a la voluntad y a los deseos de aquel que ama: se transforma en aquel a quien se ama. Se establece una especie de simbiosis mutua: tu deseo es también el mío, tu voluntad es la mía, tu pensamiento ha llegado a ser el mío... nuestras dos vidas forman una sola vida.
-“El que me ama será amado de mi Padre y Yo le amaré”. Una verdadera cascada de amistad. Es un Dios próximo y amoroso.
-"Señor, ¿por qué te manifiestas a nosotros, y no al mundo?" Esta es la pregunta de uno de los apóstoles. Llenos del Antiguo Testamento, los apóstoles piden a Jesús que se manifieste "pública y gloriosamente", en una especie de teofanía, en medio de relámpagos y truenos, como en el Sinaí... y como los profetas lo habían anunciado alguna vez (Ez 43). Hoy, también, algunos cristianos... y quizá, yo... continúan buscando manifestaciones espectaculares. ¿Cuál será la respuesta de Jesús?
¿Por qué, Jesús, eres glorificado en la cruz, escondido en tu humillación? ¿Por qué no vienes de una manera sensacional a todos los hombres para que te vean? Las cosas no ocurren muchas veces como como me parece que sería lo mejor, pero me fío de ti, Señor, que sigues presente y actuando en la Iglesia y en el mundo.
-“Si alguno me ama guardará mi palabra; mi Padre le amará y vendremos a él y haremos en él nuestra "morada"”. Es la manifestación de Dios en nuestro corazón: su morada en el corazón de los que creen en Él, de los que le abren su puerta. Jesús, gracias porque respetas la libertad de cada uno: ayúdame a entender que ¡no hay que forzar el amor!
-“El Espíritu Santo, el defensor que el Padre enviará en mi nombre, Ese os lo enseñará todo. Y os recordará todo lo que Yo os he dicho”. Jesús, sabes que te vas. Pero anuncias otra presencia, tu mismo espíritu: el Espíritu Santo (Noel Quesson). Nos invita a permanecer atentos al Espíritu, nuestro verdadero Maestro interior, nuestra memoria: el que nos va revelando la profundidad de Dios, el que nos conecta con Cristo (cf Catecismo 1091-1112). Es el «pedagogo» que «recuerda a la asamblea todo lo que Cristo ha hecho por nosotros: él despierta la memoria de la Iglesia». Un momento privilegiado de esta unión en Jesús y con el Padre es la eucaristía (J. Aldazábal).
San Gregorio Magno habla de la necesaria acción del Espíritu Santo en el entendimiento de los cristianos: «El Espíritu se llama también Paráclito –defensor–, porque a quienes se duelen de sus pecados cometidos, al tiempo que les dispone para la esperanza del perdón, libera sus mentes de la aflicción y de la tristeza. Por eso, con razón se hace esta promesa: “Él os enseñará todas las cosas” (Jn 14,26). En efecto, si el Espíritu no actúa en el corazón de los oyentes, resultan inútiles las palabras del que enseña. Que nadie, pues, atribuya al hombre que instruye a los demás aquello que desde la boca del maestro llega a la mente del que escucha, pues si el Espíritu no actúa internamente, en vano trabaja con su lengua aquél que está enseñando. Todos vosotros, en efecto, oís las palabras del que os habla, pero no todos percibís de igual modo lo que significan». Y decía también: “Porque si el Espíritu no toca el corazón de los que escuchan, la palabra de los que enseñan sería vana. Que nadie atribuya a un maestro humano la inteligencia que proviene de sus enseñanzas. Si no fuera por el Maestro interior, el maestro exterior se cansaría en vano hablando.
”Vosotros todos que estáis aquí, oís mi voz de la misma manera; y no obstante, no todos comprendéis de la misma manera lo que oís. La palabra del predicador es inútil si no es capaz de encender el fuego del amor en los corazones. Aquellos que dijeron: ‘¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?’ (Lc 24,32) habían recibido este fuego de boca de la misma verdad. Cuando uno escucha una homilía, el corazón se enardece y el espíritu se enciende en el deseo de los bienes del reino de Dios. El auténtico amor que le colma, le provoca lágrimas y al mismo tiempo le llena de gozo. El que escucha así se siente feliz de oír estas enseñanzas que le vienen de arriba y se convierten dentro de nosotros en una antorcha luminosa, nos inspiran palabras enardecidas. El Espíritu Santo es el gran artífice de estas transformaciones en nosotros”.
Pedimos en la Colecta: «¡Oh Dios!, que unes los corazones de tus fieles en un mismo deseo; inspira a tu pueblo el amor a tus preceptos y la esperanza en tus promesas, para que, en medio de las vicisitudes del mundo, nuestros corazones estén firmes en la verdadera alegría». Incorporados al Espíritu, estamos en la fuente de vida divina que es la Santísima Trinidad. «Dios está contigo. En tu alma en gracia habita la Trinidad Beatísima. —Por eso, tú, a pesar de tus miserias, puedes y debes estar en continua conversación con el Señor» (San Josemaría). La Madre de Dios intercederá —como madre nuestra que es— para que penetremos en este trato con la Santísima Trinidad.
Llucià Pou Sabaté

domingo, 18 de mayo de 2014

Domingo de la semana 5 de Pascua; ciclo A

«No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas, si no, os lo hubiera dicho, porque voy a prepararos un lugar; y cuando haya marchado y os haya preparado un lugar, de nuevo vendré y os llevaré junto a mí para que, donde yo estoy, estéis también vosotros; a donde yo voy, sabéis el camino. Tomás le dijo: Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podremos saber el camino? Le respondió Jesús: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida, nadie va al Padre sino por mí. Si me habéis conocido a mí, conoceréis también a mi Padre; desde ahora te conocéis y le habéis visto. Felipe le dijo: Señor; muéstranos al Padre y nos basta. Jesús le contestó: Felipe, ¿tanto tiempo como llevo con vosotros y no me has conocido? El que me ha visto a mí ha visto al Padre; ¿cómo dices tú: Muéstranos al Padre? ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? Las palabras que yo os digo, no las hablo por mí mismo. El Padre, que está en mí, realiza las obras. Creedme: Yo estoy en el Padre y el Padre en mí, y si no, creed por las obras mismas. » (Juan 14, 1-12)
1º. Jesús, ésta es la gran pregunta de cada hombre, de mí mismo:
«¿cómo podremos saber el camino?», ¿cómo sé por dónde debo ir para alcanzar la vida eterna, la felicidad en la tierra y, después, en el cielo?
¿Cómo puedo ser feliz?
«Yo buscaba el camino para adquirir un vigor que me hiciera capaz de gozar de ti, y no lo encontraba, hasta que me abracé al mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también él, el cual está por encima de todas las cosas, Dios bendito por los siglos, que me llamaba y me decía: «Yo soy el camino, la verdad y la vida»(San Agustín).
«Yo soy el Camino; nadie va al Padre sino por mí.»
Nadie.
Jesús, sólo hay un modo de llegar a Dios, y eres Tú: seguir el ejemplo de tu vida, vivir esa vida de la gracia que me das en los sacramentos, que es tu misma vida: «Yo soy la Vida» Toda otra vida es efímera, todo otro objetivo es superficial, si se aparta de ese«Camino» que lleva a la verdadera felicidad.
Toda «verdad» en dirección opuesta es mentira, porque sólo Tú eres la «Verdad».
Jesús, a veces me dejo convencer por esas felicidades inmediatas pero huecas que produce mi egoísmo: comodidad, pereza, sensualidad, orgullo.
Ayúdame a no apartarme de tu camino; y si me aparto -aunque la desviación sea pequeña-, que vuelva cuanto antes a él por la confesión.
Gracias, Jesús, porque con tu vida me has dejado un sendero claro, me has marcado el camino que conduce a la felicidad.
Un camino que, a veces, es difícil de ver, porque pasa por el sacrificio, por darse a los demás, por no buscarme a mi mismo.
Jesús, Tú eres el hombre más feliz que jamás ha existido ni existirá en la tierra, y la segunda persona más feliz es la Virgen María.
Pero cuanto habéis sufrido también...
Sin embargo, no ha sido un sacrificio inútil, sino por amor, y ése sacrificio es el que aumenta la capacidad de amar y, por tanto, de ser feliz.
2º. «Yo soy el camino, la verdad, y la vida. Con estas inequívocas palabras, nos ha mostrado el Señor cuál es la vereda auténtica que lleva a la felicidad eterna. Yo soy el camino: Él es la única senda que enlaza el Cielo con la tierra. Le declara a todos los hombres, pero especialmente nos lo recuerda a quienes, como tú y como yo, le hemos dicho que estamos decididos a tomarnos en serio nuestra vocación de cristianos, de modo que Dios se halle siempre presente en nuestros pensamientos, en nuestros labios y en todas las acciones nuestras, también en aquellas más ordinarias y corrientes.
Jesús es el camino. Él ha dejado sobre este mundo las huellas limpias de sus pasos, señales indelebles que ni el desgaste de los años ni la perfidia del enemigo han logrado borrar» (Amigos de Dios.-127).
Jesús, has dejado unas huellas imborrables que marcan el camino, unas señales indelebles que me indican dónde está la verdad, unas fuentes inagotables de donde mana la vida espiritual: los sacramentos.
La vida cristiana -que es esencialmente sobrenatural- se nutre de los sacramentos que Tú has dejado a la Iglesia.
Sin el apoyo de los sacramentos, la oración se convierte en cavilación, y las buenas obras en sentimentalismo.
Jesús, Tú eres la única senda que enlaza el Cielo con la tierra.
Y esa senda está marcada por los sacramentos, en especial por aquéllos que podemos recibir más a menudo: la Comunión y la Confesión.
¿Cuántas veces comulgo o me confieso?
¿Cómo comulgo y cómo me confieso?
Quiero estar preparado, Jesús, para que también a mi me puedas decir: «os llevaré junto a mí para que, donde yo estoy, estéis también vosotros.»


San Juan I, papa y mártir

Nació en Toscana, y en el año 523 fue elegido Sumo Pontífice. En Italia gobernaba el rey Teodorico que apoyaba la herejía de los arrianos. Asimismo, el emperador Justino de Constantinopla decretó cerrar todos los templos de los arrianos de esa ciudad y prohibió que los que pertenecían a la herejía arriana ocuparan empleos públicos. El rey Teodorico obligó entonces al Papa a que fuera a Constantinopla a convencer al emperador de derogar las últimas leyes, pero el Papa Juan I se negó rotundamente.
El Sumo Pontífice realizó una visita pastoral a Constantinolpla donde fue recibido por más de 15,000 fieles con velas encendidas en las manos, y estandartes. El Papa presidió solemnemente las fiestas de Navidad, y luego exhortó a los feligreses a mantenerse firmes en la fe, evitando caer en las herejías. Paralelamente, el emperador Justino se mantuvo firme en su decisión, lo cual enfureció al rey italiano quien mandó a llamar al Papa Juan y lo encerró en un oscuro calabozo. Los constantes maltratos y suplicios sufridos por el santo Papa en la cárcel, junto con otros mártires más, provocó su muerte a los pocos meses de haber sido tomado prisionero.

viernes, 16 de mayo de 2014

Sábado de la semana 4 de Pascua

Cristo, en su Iglesia, proclama un cántico nuevo, por el que Jesús muestra al Padre en la fe.
“Dice Jesús: “Si me habéis conocido a mí, conoceréis también a mi Padre. Y desde ahora lo conocéis y lo habéis visto». Felipe le dijo: «Señor, muéstranos al Padre y nos basta». Jesús le dijo: «Llevo tanto tiempo con vosotros, ¿y todavía no me conoces, Felipe? El que me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: Muéstranos al Padre? ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? Las palabras que os digo no las digo por mi propia cuenta; el Padre, que está en mí, es el que realiza sus propias obras. Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre en mí. Creedlo al menos por las obras mismas»” (Jn 14,7-14).
1. Dice Jesús: “Si me habéis conocido a mí, conoceréis también a mi Padre. Y desde ahora lo conocéis y lo habéis visto». Felipe le dijo: «Señor, muéstranos al Padre y nos basta»”. La pregunta de Felipe es sencilla y profunda, pues Juan nos transmite por ella una respuesta de Jesús que nos ayuda a profundizar en la manifestación de su divinidad: “Jesús le dijo: «Llevo tanto tiempo con vosotros, ¿y todavía no me conoces, Felipe? El que me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: Muéstranos al Padre? ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? Las palabras que os digo no las digo por mi propia cuenta; el Padre, que está en mí, es el que realiza sus propias obras. Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre en mí. Creedlo al menos por las obras mismas»” (Jn 14,7-14).Es una de las afirmaciones más fuertes de Jesús. Unidad con Dios. Afirmación decisiva: «yo estoy en el Padre y el Padre en mí...»; y la fuerza de nuestra participación en él: «lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré». Tenemos en Jesús al mediador más eficaz: su unión íntima con el Padre hará que nuestra oración sea siempre escuchada, si nosotros estamos unidos a Jesús. Nosotros, como Felipe, no hemos visto al Padre. Y además, a diferencia de Felipe, no hemos visto tampoco a Jesús. Aunque Él ya nos dijo que «dichosos los que crean sin haber visto»… En la Eucaristía tenemos una experiencia sacramental de la presencia de Cristo Jesús en nuestra vida: una experiencia que nos ayuda a saberle «ver» también presente a lo largo de nuestros días, en la persona del prójimo, en nuestro trabajo, en nuestras alegrías y dolores. Convencidos de que unidos a Él, «también haremos las obras que Él hace, y aún mayores», como nos ha dicho hoy (J. Aldazábal).
2. El pueblo judío había sido elegido primero, pero no podía monopolizar la salvación de Dios, era para todos los pueblos, aunque algunos tienden al exclusivismo: “los paganos se alegraron y se pusieron a glorificar a Dios... Pero los Judíos incitaron a mujeres distinguidas y a notables del país y promovieron una persecución contra Pablo y Bernabé”. Ayer como hoy: ¡cerrazón de los corazones… obstáculos al evangelio! Perseguidos, expulsados…
Todo al final conduce al bien, de los que se abren al amor, a Dios. Cuentan de un chino que tenía un caballo. Le dijeron “hay que ver qué suerte tienes”, y él siempre decía: “no todo es como parece...” El caballo se le escapo y los vecinos fueron a consolarle “por la desgracia”: “¿Quién dice que sea una desgracia?”, comentaba. A la semana siguiente el caballo volvió, trayendo detrás una manada preciosa de caballos. Los vecinos le felicitaron por “la suerte”... “¿quién dice que sea una fortuna?” A los dos días su hijo iba a caballo y cayendo quedó cojo. Volvieron para “consolarle”: “¿quién dice que sea una desgracia?”, les dijo también. Al cabo de poco hubo una guerra y el primogénito por estar cojo se libró de tener que ir a pelear...
Y así podríamos ir alargando la historia… Tenemos idea de lo que es bueno y lo malo, pero no tenemos la perspectiva, visión de conjunto de la historia del mundo y cada uno de nosotros. Nos parece muchas veces que la vida es una carrera de obstáculos, que hay una serie de problemas ante nosotros, cada día, y que se trata de irlos superando. En cierto modo es así, pero no podemos agobiarnos con lo que está más adelante, pues el mucho mirar los obstáculos del mañana, el obsesionarse por lo que está aún lejos, puede hacer que caigamos en el obstáculo que tenemos delante, el único que existe y en el que nos hemos de fijar, para no caer: sólo existe el “aquí y ahora”, el presente, y hemos de aprovechar la memoria del pasado como experiencia, y la previsión del futuro como deseo o esperanza. Una de las causas de inquietud que tenemos en nuestro mundo es ésta: que la vida es ir solucionando problemas, a veces agobiantes porque no está en nuestra mano el resolverlos, ir con la lengua fuera corriendo hacia una paz que nunca se alcanza... En realidad, no es ésta la finalidad de nuestra existencia, sino ver en lo de cada día una oportunidad para desarrollar nuestra vocación al amor, al encuentro con Dios. Entonces, en lugar de estar inquietos, veremos la cruz de cada día: “Por eso os digo: No os preocupéis por vuestra vida, qué comeréis; ni por vuestro cuerpo, con qué os vestiréis… Fijaos en las aves del Cielo… Contemplad los lirios del campo, cómo crecen; no se fatigan ni hilan, y yo os digo que ni Salomón en toda su gloria pudo vestirse como uno de ellos... No andéis, pues, preocupados... Bien sabe vuestro Padre Celestial que de todo eso estáis necesitados. Buscad, pues, primero el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura. Por tanto, no os preocupéis por el mañana, porque el mañana traerá su propia preocupación. A cada día le basta su contrariedad” (Mateo 6).
Mirar los lirios y los pájaros quiere decir saber contemplar, tener fe en las palabras de Jesús, que es nuestro modelo, Camino, Verdad y Vida, que lo que de veras cuenta es participar en esta aventura divina que es la vida. No podemos perdernos en amarguras del pasado y miedos del futuro. La vida es un continuo regalo de Dios, y hay que vivirla en presente, disfrutarla. Pero esto es duro para quien se deja llevar por dos peligros o tentaciones, el remordimiento del pasado y el miedo por el futuro. El pasado, con sus remordimientos de "hubieras debido actuar de manera distinta a como actuaste, hubieras debido decir otra cosa de lo que dijiste": en determinados momentos de la vida, el casado piensa si debería haber hecho otra elección o haber escogido otra persona... y así en todo; es el sentimiento de culpabilidad de "hubiera debido"; pero aún peor que nuestras culpas son nuestras preocupaciones por el futuro, esos miedos que llenan nuestra vida de "¿qué pasaría si?"... "¿y si perdiera mi trabajo?, ¿y si mi padre muriera?, ¿y si faltara dinero? ¿y si la economía se hundiera? ¿y si estallara una guerra?"... Son los "si" que junto con los "hubiera debido" perturban nuestra vida, como decía Henri J. M. Nouwen: "ellos son los que nos tienen atados a un pasado inalterable y hacen que un futuro impredecible nos arrastre. Pero la vida real tiene lugar aquí y ahora.
Dios es Dios del presente..." no existe ni el pasado (queda sólo en la memoria, es la experiencia de la vida) ni el futuro (que forjaremos con lo de ahora), sólo existe una realidad, la presente, y ésta es la que hemos de afrontar. El stress famoso no viene con la abundancia de trabajo, sino con el estado psicológico de agobio ante el trabajo: es decir no es causado por la materialidad de tener muchas cosas que hacer sino por la sensación subjetiva de no llegar: lo que agobian son las cosas “pendientes”. Pienso que algunas personas, más bien perfeccionistas, tienden a esta “saturación”... una búsqueda de la perfección enfermiza, que genera inquietud; un compararse con los demás, hacer siempre más... Más bien deberíamos pensar que no importa ser perfecto, que la vida no es un circo en el que hay que hacer el “¡más difícil todavía!” sino que se trata de hacer las cosas lo mejor que podamos. No competir con los demás, en la búsqueda del éxito, sino sacar lo mejor de nosotros mismos. Hacer lo mejor que podamos esto que traigo entre manos, sabiendo que “lo mejor es enemigo de lo bueno”.
3. Se agradece a Dios en el salmo los grandes favores hechos por Él a Israel, se reclama que toda la tierra lo haga: “Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas”; Un «cántico nuevo» en el lenguaje bíblico significa un cántico perfecto, rebosante, solemne, acompañado por música festiva… se abre con la proclamación de la intervención divina dentro de la historia de Israel; “su diestra, su santo brazo, le alcanzó la victoria; el Señor ha dado a conocer su victoria, ha revelado a las naciones su justicia”. Las imágenes de la «diestra» y del «brazo santo» se refieren al Éxodo, a la liberación de la esclavitud de Egipto (Juan Pablo II).
“Se acordó de su amor y su lealtad para con la casa de Israel; todos los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios. Aclamad al Señor toda la tierra, alegraos, regocijaos, cantad (98,1-4). La alianza con el pueblo de la elección es recordada a través de dos grandes perfecciones divinas: «amor» y «fidelidad». Estos signos de salvación son revelados «a las naciones» y a «los confines de la tierra» para que todo vaya a Cristo, como dice S. Pablo, en quien «la justicia de Dios se ha revelado», «se ha manifestado». Orígenes dice: «Cántico nuevo es el Hijo de Dios que fue crucificado -algo que nunca antes se había escuchado-. A una nueva realidad le debe corresponder un cántico nuevo. “Cantad al Señor un cántico nuevo». Quien sufrió la pasión en realidad es un hombre; pero vosotros cantáis al Señor. Sufrió la pasión como hombre, pero redimió como Dios”. Orígenes continúa: Cristo “hizo milagros en medio de los judíos: curó a paralíticos, purificó a leprosos, resucitó muertos. Pero también lo hicieron otros profetas. Multiplicó los panes en gran número y dio de comer a un innumerable pueblo. Pero también lo hizo Eliseo. Entonces, ¿qué es lo que hizo de nuevo para merecer un cántico nuevo? ¿Queréis saber lo que hizo de nuevo? Dios murió como hombre para que los hombres tuvieran la vida; el Hijo de Dios fue crucificado para elevarnos hasta el cielo».
Llucià Pou Sabaté


San Pascual Bailón, religioso

Hermano lego de los Frailes Menores Descalzos de San Francisco. Nació en Torrehermosa, no lejos de Calatayud; y murió en 1592 en Villarreal, a poca distancia de Castellón de la Plana. El Papa León XIII lo nombró Patrono de las asociaciones eucarísticas y posteriormente fue declarado Patrono de los Congresos Eucarísticos Internacionales. —Fiesta: 17 de mayo. Misa propia.
Cada siervo de Dios tiene su virtud característica. La que más intensamente cultivó el Patrono de los Congresos Eucarísticos, glorioso San Pascual, fue el amor a la Santísima Eucaristía. Sus biógrafos afirman que antes de cumplir un año de edad saltaba de la cama y arrastrándose acudía delante del Santísimo Sacramento, donde permanecía largos ratos. «De rodillas y manos por tierra se iba medio arrastrando, y asistía a las Misas y Divinos Oficios».
A medida que crecía en edad, se acrecentaba todavía más el amor que sentía hacia el augusto Sacramento, y ello en tal forma, que cuando se veía imposibilitado de visitarlo en las iglesias, oraba fervientemente en honor del Santísimo Misterio, elevando sus ojos al cielo; y —se dice— mereció que algunas veces se le apareciese en forma de viril o como estrella luminosa, satisfaciendo de esta manera las vehementes ansias eucarísticas de aquel corazón enamorado.
Su nombre era el de Pascual, por haber nacido en la vigilia de Pentecostés. Fue hijo de Martín Bailón, con cuyo patronímico se le conoce; y está bien lejos de ser llamado por este nombre, como algunos, sin ningún fundamento, afirman, por haber bailado ante el Sagrario.
Muy niño aún, por carecer sus padres de fortuna, Pascual se vio obligado a vigilar el ganado, y durante las largas horas de pastoreo aprendía él mismo a leer y escribir. Su oficio de pastorcillo no impidió jamás su trato con Jesús Sacramentado, y para avivar en su pecho el amor eucarístico que le consumía, era suficiente la vista de una iglesia, la silueta de un campanario o el tañido de una campana; al punto reconcentraba sus potencias, enviando sus mensajes al Santísimo, valiéndose de ardientes y encendidas jaculatorias.
A los veinticuatro años de edad pudo ingresar en el convento de los Frailes Menores de Albatera, y luego prestó sus servicios en Valencia, Elche, Játiva, Villena, Almansa y Jerez.
Sus fervores eucarísticos se acrecentaron aún más con su ingreso en la Orden franciscana.
Durante el día, Pascual padecía horriblemente por no poder acudir, a causa de sus muchas ocupaciones de fraile lego, ante el divino Sacramento, como ardientemente deseaba; pero al llegar la noche, cuando todos sus hermanos descansaban, él pasaba largas horas de oración junto al Sagrario desahogando el ímpetu de sus afectos.
Con ocasión de un viaje a París, para llevar una carta del Provincial de Aragón al General de la Orden, sufrió muchas dificultades; incluso en el camino tuvo que vencer atropellos de todas clases; los muchachos le apedreaban o le tiraban inmundicias, e incluso los herejes hugonotes llegaron a insultarle y apalearle. Fray Pascual Bailón llegó al término de su viaje sin proferir la más mínima queja.
Nada le producía más gozo que ayudar la Santa Misa. La Misa fue su último pensamiento en este mundo. Y murió en el preciso momento de la consagración durante la Misa Mayor, el día de la Pascua de Pentecostés.
Su fama se extendió por todo el orbe católico, y no tardaron en verse claras las pruebas de su santidad.
La fragua del amor eucarístico que abrasaba constantemente el corazón del lego franciscano era tal que, aun después de muerto, estando su cuerpo insepulto, abrió los ojos por dos veces a la doble elevación de las Sagradas Especies.
Bendecido con el don de la ciencia infusa, cuentan sus biógrafos que estando en el convento de Valencia, en más de una oportunidad, a pesar de saber escasamente leer y escribir, los profesores de Teología propusieron al Santo cuestiones dificilísimas acerca del misterio de la Santísima Trinidad, y las resolvía con tal precisión y claridad que era la admiración de todos. Unos versos que le fueron dedicados expresan algo de su extraordinaria personalidad:
De ciencia infusa dotado,
siendo lego sois Doctor,
Profeta y Predicador,
Teólogo consumado...
Dios se complace en los humildes...

jueves, 15 de mayo de 2014

Viernes de la semana 4 de Pascua

Jesús es Camino para nuestra felicidad, santidad como realización personal en la obediencia a Dios, que conduce al Cielo
“«No estéis angustiados. Confiad en Dios, confiad también en mí. En la casa de mi Padre hay sitio para todos; si no fuera así, os lo habría dicho; voy a prepararos un sitio. Cuando me vaya y os haya preparado el sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que, donde yo estoy, estéis también vosotros; ya sabéis el camino para ir adonde yo voy». Tomás le dijo: «Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo vamos a saber el camino?». Jesús le dijo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí”” (Juan 14,1-6).
1. En el Evangelio Jesús habla de irse y de volver, de la Parusía y el encuentro con cada alma tras la muerte: Cristo nos prepara la morada celestial con su obra redentora, cuando hayamos concluido nuestro tiempo aquí en la tierra: “No estéis angustiados. Confiad en Dios, confiad también en mí”. Jesús nos pide confianza, un acto de Fe en su persona.
Sigue diciendo: “En la casa de mi Padre hay sitio para todos; si no fuera así, os lo habría dicho; voy a prepararos un sitio”. Jesús "vuelve a casa": "Voy al Padre". La pascua es “pasar” a la casa del Padre, pasar de la muerte a la vida, este ciclo vital se repite en todo: nacer, morir, resucitar... como las plantas: nacer y arraigar, trasplantarse y desarraigo, y volver a arraigar, nacer de nuevo... el cirio pascual nos lo recuerda: el padecimiento, la muerte, es la puerta de la vida, y esta es nuestra esperanza que nos une en el momento de dolor ante alguien querido que está muriendo, esperando el final. Al contemplar la vida llena de quien ha estado tantos años a nuestro lado, el corazón se nos va a Jesús, que con su pasión y resurrección vino a traernos la buena nueva de que Dios es Padre y nos manda su Espíritu para ir hacia Él: “los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios” (Rom 8,14). Sí, somos hijos de Dios, y si somos hijos, también somos herederos... puesto que sufrimos con Él para llegar a ser glorificados con Él. Los sufrimientos del mundo presente no son nada comparados con la felicidad de la gloria... todos estamos esperando esta manifestación de los hijos de Dios, tenemos ya los frutos de esta cosecha en la esperanza: cuando sembramos bondad ya la recogemos, en nuestro corazón, pero es sólo una prenda de lo mucho que será el cielo.
Sigue Jesús: “Cuando me vaya y os haya preparado el sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que donde yo estoy, estéis también vosotros…” También puede traducirse por “os tomaré conmigo”: ¡Que ternura!, nos toma junto a Él.
 “Y a dónde yo voy, ya sabéis el camino».” Es también como decir: “Para ir donde Yo voy, vosotros conocéis el camino”. S. Juan Crisóstomo señala: “era necesario decirles ‘yo soy el camino’ para demostrarles que en realidad sabían lo que les parecía ignorar, porque le conocían a Él”. ¡Cristo, el que abre los caminos! ¡El que va delante! El que ha roto el círculo infernal de la finitud humana, de la mortalidad y del pecado, el que ha abierto "la salida". Sin Cristo la humanidad está encerrada en sus límites; pero he aquí que se abre una esperanza. No seremos siempre egoístas, injustos, duros, impuros, débiles... la humanidad no será siempre opresora, racista, violenta, agresiva, no estará dividida... Hay un camino que conduce a alguna parte, allá donde el amor existe (Noel Quesson).
Tomás le dijo: «Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo vamos a saber el camino?». Jesús le dijo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí (Jn 14,1-6). “Ego sum via, veritas et vita, Yo soy el camino, la verdad y la vida. Con estas inequívocas palabras, nos ha mostrado el Señor cuál es la vereda auténtica que lleva a la felicidad eterna. Ego sum via: Él es la única senda que enlaza el Cielo con la tierra. Lo declara a todos los hombres, pero especialmente nos lo recuerda a quienes, como tú y como yo, le hemos dicho que estamos decididos a tomarnos en serio nuestra vocación de cristianos, de modo que Dios se halle siempre presente en nuestros pensamientos, en nuestros labios y en todas las acciones nuestras, también en aquellas más ordinarias y corrientes.  
”Jesús es el camino. Él ha dejado sobre este mundo las huellas limpias de sus pasos, señales indelebles que ni el desgaste de los años ni la perfidia del enemigo han logrado borrar. Iesus Christus heri, et hodie; ipse et in sæcula. ¡Cuánto me gusta recordarlo!: Jesucristo, el mismo que fue ayer para los Apóstoles y las gentes que le buscaban, vive hoy para nosotros, y vivirá por los siglos. Somos los hombres los que a veces no alcanzamos a descubrir su rostro, perennemente actual, porque miramos con ojos cansados o turbios... pídele, como aquel ciego del Evangelio: Domine, ut videam!, ¡Señor, que vea!, que se llene mi inteligencia de luz y penetre la palabra de Cristo en mi mente; que arraigue en mi alma su Vida, para que me transforme cara a la Gloria eterna” (San Josemaría Escrivá).
Damos gracias a Dios: «Con tu sangre, Señor, has comprado para Dios hombres de toda tribu, lengua, pueblo y nación; has hecho de ellos una dinastía sacerdotal que sirva a Dios. Aleluya» (Ap 5,9-10), y pedimos en la Colecta: «Señor Dios, origen de nuestra libertad y de nuestra salvación, escucha las súplicas de quienes te invocamos; y puesto que nos has salvado por la sangre de tu Hijo, haz que vivamos siempre de Ti y en Ti encontremos la felicidad eterna».
2. Llegado Pablo a Antioquía de Pisidia, dice en la sinagoga: “Hermanos, hijos de la estirpe de Abraham, y los que sois fieles a Dios: a vosotros ha sido enviada esta palabra de salvación”. Es una especie de Credo resumido, continuación del de ayer. Una serie de «hechos» históricos. Un resumen de la historia de la salvación dirigido hacia Jesús el Salvador.
-“Porque los habitantes de Jerusalén y sus jefes han cumplido, sin saberlo, las palabras de los profetas que se leen cada sábado; y sin haber encontrado ninguna causa de muerte, le condenaron y pidieron a Pilato que lo matase”. Anuncia Pablo a Jesús, como hará en otras ocasiones, en el misterio de la cruz, el amor “obediente hasta la muerte”; provoca en nosotros compasión, correspondencia… así como en un árbol hubo el pecado que cortó la subida al cielo en un árbol de cruz Jesús nos prepara a la subida al Cielo…
-“Y así que cumplieron lo que acerca de Él estaba escrito, lo bajaron del leño y lo sepultaron. Pero Dios lo resucitó de entre los muertos; Él se apareció durante muchos días a los que habían ido con Él de Galilea a Jerusalén, y que ahora son sus testigos ante el pueblo”. Proclama luego la fe en la resurrección, y sus apariciones.
-“Nosotros os anunciamos la buena nueva: la promesa hecha a nuestros padres Dios la ha cumplido en nosotros, sus hijos, resucitando a Jesús, según está escrito en el salmo segundo: Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy (He 13,26-33). Recita el salmo de la realeza de Cristo, que leemos también hoy, en el contexto de resurrección según las promesas (Noel Quesson).
3. El Salmo 2 se refiere a la entronización de un rey de la dinastía davídica (siglos X-VI a.C.). El “decreto del Señor” es el acta que legitima el trono: “tú eres mi hijo”, y el día de la coronación es “hoy”, día de las promesas, el día del bautismo del Señor, de la transfiguración, de la resurrección, citada en la carta a los Hebreos para hablar de la dignidad de Cristo, y un día abierto, podemos oírlo cuando por la piedad somos hijos de Dios: “«Ya tengo yo a mi rey entronizado sobre Sión, mi monte santo». Proclamaré el decreto que el Señor ha pronunciado: «Tú eres mi hijo, yo mismo te he engendrado hoy”. “La misericordia de Dios Padre nos ha dado como Rey a su Hijo. Cuando amenaza, se enternece; anuncia su ira y nos entrega su amor. Tú eres mi hijo: se dirige a Cristo y se dirige a ti y a mí, si nos decidimos a ser alter Christus, ipse Christus. / Las palabras no pueden seguir al corazón, que se emociona ante la bondad de Dios. Nos dice: tú eres mi hijo. No un extraño, no un siervo benévolamente tratado, no un amigo, que ya sería mucho. ¡Hijo! Nos concede vía libre para que vivamos con Él la piedad del hijo y, me atrevería a afirmar, también la desvergüenza del hijo de un Padre, que es incapaz de negarle nada” (san Josemaría Escrivá).
 -“Pídeme y te daré en herencia las naciones, en propiedad los confines de la tierra. Los destrozarás con un cetro de hierro, los triturarás como a vasos de alfarero». Ahora, pues, oh reyes, sed sensatos; dejaos corregir, oh jueces de la tierra. Servid al Señor con reverencia, postraos temblorosos ante Él (2,6-11).
Llucià Pou Sabaté

miércoles, 14 de mayo de 2014

Jueves de la semana 4 de Pascua

Jesús, buen pastor, nos hace ver qué es ser persona, y cómo en la Iglesia se realiza la misericordia del Señor en la historia.
«En verdad, en verdad os digo: no es el siervo más que su señor ni el enviado más que quien le envió. Si comprendéis esto y lo hacéis seréis bienaventurados. No lo digo por todos vosotros: yo sé a quiénes elegí; sino para que se cumpla la Escritura: El que come mi pan levantó contra mí su calcañal: Os lo digo desde ahora, antes de que suceda, para que cuando ocurra creáis que yo soy En verdad, en verdad, os digo: quien recibe al que yo envíe, a mime recibe, y quien a mime recibe, recibe al que me ha enviado.» (Juan 13, 16-20)
1. A partir de hoy, y hasta el final de la Pascua, leemos en el Evangelio los capítulos que Juan dedica a la última Cena de Jesús con sus discípulos. “Después de lavar los pies a sus discípulos, Jesús les dijo: «En verdad, en verdad os digo: no es más el siervo que su amo, ni el enviado más que el que le envía. Sabiendo esto, dichosos seréis si lo cumplís”. Esta es la «bienaventuranza nueva», que nos enseñas pocos minutos antes del mandamiento nuevo: es la bienaventuranza del servicio.
Bienaventurado el que sirve a los demás -vienes a decir- porque de él es el Reino de los Cielos. Si comprendéis que servir es la reacción propia del ser espiritual -porque es lo propio de Dios- y lo hacéis, seréis bienaventurados. Por eso también el servicio es propio de los ángeles, especialmente de cada ángel de la guarda, de mi ángel custodio. Que le sepa pedir muchos favores, porque él está para servirme a mí y, sirviéndome, es bienaventurado, esto es, feliz. Para servir a los demás no tengo que hacer, necesariamente, cosas extraordinarias. No sirve más el que se va más lejos, sino el que más pone el corazón en los que le rodean (Pablo Cardona). «El artesano, el soldado, el labrador; el comerciante, todos sin excepción contribuyen al bien común y al provecho del prójimo (...). El que sólo vive para sí y desprecia a los demás, es un ser inútil, no es hombre, no pertenece a nuestro linaje» (San Juan Crisóstomo).
Jesús, si no aprendo a servir, no sólo soy mal cristiano, sino también menos persona.
No me refiero a todos vosotros; yo conozco a los que he elegido; pero tiene que cumplirse la Escritura: El que come mi pan ha alzado contra mí su talón. Os lo digo desde ahora, antes de que suceda, para que, cuando suceda, creáis que Yo Soy. En verdad, en verdad os digo: quien acoja al que yo envíe me acoge a mí, y quien me acoja a mí, acoge a Aquel que me ha enviado”. Como ya celebramos el jueves santo con el Lavatorio de los pies, con este signo quiere Jesús hablarnos de cómo hemos de servirnos si queremos seguirle a Él, que no ha venido a ser servido sino a servir: el «haced esto» en memoria mía también se aplica al servicio. Todo esto tiene que ver con la felicidad, armonía de la vida, basada en el amor y la sal de la cruz… como expresión del amor.
Pero aún hay que dar otro paso, pues la voluntad tiende al bien pero el bien supremo es el amor. Es más, el hombre –imagen de Dios, que es amor- se realiza cuando –como el modelo de su ejemplar- vive de amor, reconoce el amor y se dedica a amar, la felicidad es propia de un corazón enamorado, del que sabe querer. En definitiva, para ser buenos no hay que hacer cosas bien en un sentido de moral de obligación, sino que se han de unir las dos cosas: el bien y el amor. Porque ella es siempre la consecuencia -¡no buscada!- de la propia perfección, de la propia bondad. Y para ser buenos, hay que olvidarse por completo de uno mismo y querer procurar el bien de los demás, recuerda Tomás Melendo: “hay que aprender a amar. Únicamente entonces, cuando la desestimemos plenamente, nos sobrevendrá, como un regalo, como un don inesperado, la felicidad. El amor, sólo el amor, engendra la dicha”. 
El gozo se alcanza siempre al tener lo bueno que se buscaba, y así desde el placer, que es el gozo más sensible, hasta el éxtasis –salir de uno mismo- que es el más sublime. En todos los casos, es siempre consecuencia de tender a lo que se ve como bueno y cuando se busca el gozo en sí mismo se aborta. 
El goce de la felicidad es consecuencia del amor, señal de plenitud en la realización personal…, la donación amorosa. El hombre bueno es quien hace el bien a los demás, y el hombre malo el que es egoísta y perjudica a los demás, pero entonces se autodestruye pues renuncia a ser hombre. Pero el mal no tiene la última palabra, existe el perdón: pues el amor es fecundo y tiene frutos, hijos: la fecundidad del amor es su hijo, que es el perdón. Como fruto del amor viene la misericordia, que mueve a perdonar todo, y entonces es verdad que “amar es no tener que decir nunca lo siento”, pues está el perdón “englobado” en el amor, metido dentro de él como al “baño maría”.
2. Desde ahora, los Hechos de los Apóstoles relatarán la misión de Pablo y de Bernabé: “En aquellos días, Pablo y sus compañeros se hicieron a la mar en Pafos; llegaron a Perge de Panfilia, y allí Juan Marcos los dejó y volvió a Jerusalén”. Vemos aquí que a Marcos le faltó el ánimo y abandonó la misión apostólica. Esto provocó también la separación de Pablo, que ya no lo quiere con él, y Bernabé, que lo toma consigo: “Pablo más severo y Bernabé más benigno, cada uno mantiene su punto de vista. La discusión manifiesta un tanto la fragilidad humana” (San Jerónimo). Sin embargo, luego Pablo lo tendrá con él y dirá que le es “muy útil para el ministerio” (2 Tim 4,11). Las circunstancias, las personas, cambian; por eso, que no tengamos listas de agravios, que seamos humildes, que no demos vueltas a las cosas. Además, tenemos defectos pero podemos querernos con ellos, así como Dios nos quiere con nuestros defectos.
“Desde Perge siguieron hasta Antioquia de Pisidia, y el sábado entraron en la sinagoga y tomaron asiento. Acabada la lectura de la ley y los profetas, los jefes de la sinagoga les mandaron decir: “Hermanos, si tenéis alguna exhortación que hacer al pueblo, hablad”. Entonces se levantó Pablo, y haciendo señal de silencio con la mano, les dijo: “Israelitas y cuantos temen a Dios, escuchadme: El Dios del pueblo de Israel eligió a nuestros padres, engrandeció al pueblo cuando éste vivía como forastero en Egipto, lo sacó de allí con todo su poder, lo alimentó en el desierto durante cuarenta años, aniquiló siete tribus del país de Canaán y dio el territorio de ellas en posesión a Israel por cuatrocientos cincuenta años. Posteriormente les dio jueces, hasta el tiempo del profeta Samuel. Pidieron luego un rey, y Dios les dio a Saúl, hijo de Quis, de la tribu de Benjamín, que reinó cuarenta años. Después destituyó a Saúl y les dio por rey a David, de quien hizo esta alabanza: He hallado a David, hijo de Jesé, hombre según mi corazón, quien realizará todos mis designios. Del linaje de David, conforme a la promesa, Dios hizo nacer para Israel un salvador, Jesús. Juan preparó su venida, predicando a todo el pueblo de Israel un bautismo de penitencia, y hacia el final de su vida, Juan decía: ‘Yo no soy el que vosotros pensáis. Después de mí viene uno a quien no merezco desatarle las sandalias’ (13, 13-25).
3. El Señor ha sido fiel y del linaje de David nos ha dado un Salvador. Jesús, hijo de David, tiene un trono eterno, vence a los enemigos y extiende su poder a todo el mundo por medio de su Iglesia. Él es el Ungido que recibe una descendencia perpetua: los hijos de la Iglesia que se perpetuará en la Jerusalén celeste. Con el Salmo (88,2-3.21-22.25.27) cantamos la fidelidad y la misericordia del Señor, liberador, el Redentor. La alianza que hace con nosotros es para siempre, y aunque nosotros fallemos Él es fiel a sus promesas, por eso cantamos: “Proclamaré sin cesar la misericordia del Señor y daré a conocer que su fidelidad es eterna, pues el Señor ha dicho: “Mi amor es para siempre y mi lealtad, más firme que los cielos. He encontrado a David, mi servidor, y con mi aceite santo lo he ungido. Lo sostendrá mi mano y le dará mi brazo fortaleza. Contará con mi amor y mi lealtad y su poder aumentará en mi nombre. El me podrá decir: ‘Tú eres mi padre, el Dios que me protege y que me salva’.
Llucià Pou Sabaté


San Isidro, labrador

«Yo soy la vid verdadera y mi Padre es el labrador. Todo sarmiento que en mí no da fruto, lo corta, y todo el que da fruto lo poda para que dé más fruto. Vosotros ya estáis limpios por la palabra que os he hablado. Permaneced en mí y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo si no permanece en la vid, así tampoco vosotros si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada. Si alguno no permanece en mí es echado fuera como los sarmientos y se seca; luego los recogen, los echan al fuego y arden. Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y se os concederá. En esto es glorificado mi Padre, en que deis mucho fruto y seáis discípulos míos.» (Juan 15, 1-8)

1º. Jesús, ésta es una de tus comparaciones más profundas en todo el Evangelio.
«Yo soy la vid, vosotros los sarmientos.»
Tú eres el tronco de donde me viene la vida espiritual, tu misma vida: la vida de la gracia.
Si estoy unido a Ti, recibiré la savia que me hace crecer y dar fruto. «Permaneced en mí y yo en vosotros.»
Tú quieres vivir en mí, en mi alma, pero necesitas que yo quiera permanecer en Ti, que te ame por encima de todas las cosas.
Si me desengancho o si sigo unido pero sin aprovechar la savia -los medios que me das para dar fruto-, Dios Padre me cortará, es decir, me echará fuera, no me reconocerá como de su familia; pierdo entonces la condición de hijo de Dios y también la herencia que le es propia: el Cielo.
Si estoy unido a Ti, Jesús, si recibo tu gracia a través de la oración, los sacramentos y las buenas obras, daré fruto; y entonces Dios Padre me podará: «todo el que da fruto lo poda para que dé más fruto.»
Por eso, no me puedo quejar cuando me envías algún sufrimiento: son sacrificios que me mejoran por dentro, que me unen más a Ti y, por ello, son como la poda, que duele pero que posibilita el dar más fruto.
2º. «Yo soy la vid y vosotros los sarmientos». Ha llegado septiembre y están las cepas cargadas de vástagos largos, delgados, flexibles y nudosos, abarrotados de fruto, listo ya para la vendimia. Mirad esos sarmientos repletos, porque participan de la savia del tronco: sólo así se han podido convertir en pulpa dulce y madura, que colmará de alegría la vista y el corazón de la gente, aquellos minúsculos brotes de unos meses antes. En el suelo quedan quizá unos palitroques sueltos, medio enterrados. Eran sarmientos también, pero secos, agostados. Son el símbolo más gráfico de la esterilidad. «Porque sin mino podéis hacer nada» (Amigos de Dios.- 254).
Jesús, sin Ti no puedo nada.
Al menos, nada en el plano espiritual; y también puedo muy poco en el plano humano, porque cuando las cosas cuestan me desanimo y me echo para atrás.
Me convierto entonces en ese palitroque seco, agostado, estéril, tirado en el suelo, enterrado en mis propios defectos, comodidades y deseos, que sólo sirve para el fuego o para que los demás lo pisoteen con desprecio.
«Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y se os concederá.»
Jesús, prometes escucharme en la oración si te pido con una fe real, no la del sarmiento seco que, por fuera, sigue unido a la vid pero es incapaz de recibir la savia.
«La tentación más frecuente, la más oculta, es nuestra falta de fe. Esta se expresa menos en una incredulidad declarada que en preferencias de hecho. Cuando se empieza a orar, se presentan como prioritarios mil trabajos y cuidados que se consideran más urgentes; una vez más, es el momento de la verdad del corazón y de clarificar preferencias. En cualquier caso, la falta de fe revela que no se ha alcanzado todavía la disposición propia de un corazón humilde: «Sin mí, no podéis hacer nada» (C. I. C.- 2732).
Jesús, Tú esperas que dé mucho fruto: fruto de santidad y de apostolado, fruto de trabajo bien hecho, fruto de solidaridad con los que más lo necesitan, fruto de paz, de comprensión con todos los hombres, fruto de amistad verdadera, fruto de amor y de servicio a los que me rodean, fruto de fidelidad a tu Iglesia.
Ayúdame a no separarme nunca de Ti.
«En esto es glorificado mi Padre, en que deis mucho fruto y seáis discípulos míos.»