sábado, 15 de marzo de 2014

Cuaresma II, Domingo (A): la Transfiguración de Jesús nos prepara para la Cruz y la Gloria

En aquel tiempo, Jesús toma consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los lleva aparte, a un monte alto. Y se transfiguró delante de ellos: su rostro se puso brillante como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. En esto, se les aparecieron Moisés y Elías que conversaban con Él. Tomando Pedro la palabra, dijo a Jesús: «Señor, bueno es estarnos aquí. Si quieres, haré aquí tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías».
Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y de la nube salía una voz que decía: «Éste es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle». Al oír esto los discípulos cayeron rostro en tierra llenos de miedo. Mas Jesús, acercándose a ellos, los tocó y dijo: «Levantaos, no tengáis miedo». Ellos alzaron sus ojos y ya no vieron a nadie más que a Jesús solo. Y cuando bajaban del monte, Jesús les ordenó: «No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre haya resucitado de entre los muertos»” (Mt 17,1-9).
1. Dios Padre presenta a los hombres a Jesucristo, su Hijo, el amado, su predilecto, para que le escuchen y le sigan, y sean así partícipes de su gloria. Así, cada persona puede oír esa voz de  Dios, y José María Pemán expresa así la grandeza de nuestra vocación: “Yo no soy flor nacida para todos los vientos / ni camino perdido para todos los pasos. / Yo no soy pluma suelta de destinos y acasos / arrojada a los aires cual despojo maldito. / Yo he nacido a la sombra de un mandato infinito, / de un misterio fecundo, / donde en letras de estrellas mi sendero está escrito. / Yo he venido a la vida con un nombre bendito. / Yo no soy hospiciano de las patrias del mundo”.
El prefacio nos muestra la transfiguración del Señor vinculada al nexo pasión-resurrección: la revelación de la gloria de Jesús es clave de comprensión de su muerte; nos muestra también el carácter pascual del misterio de la salvación. El tema está preparado con la lectura de estos días, cuando vemos a los profetas que en su fracaso se realiza su eficacia: el grano de trigo ha de morir para tener fruto, como Jesús: la "kénosis: "...actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz" (Flp 2, 7-8). En el escarnio de la cruz, muestra su realeza. También se ve el relato de hoy anunciado en las tentaciones del desierto: "Si eres Hijo de Dios..." se decía entonces. A esta insidia da respuesta la transfiguración: Sí, "¡éste es mi Hijo!". Es el anuncio de la respuesta que será la resurrección (Pere Tena).
a) Mateo y Marcos dicen: «Seis días después tomó Jesús consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan» (Mt 17, 1; Mc 9, 2). Lucas escribe: «Unos ocho días después» (Lc 9, 28). En una conexión espacial vemos que la divinidad de Jesús va unida a la cruz. Juan señala que la cruz es la «exaltación» de Jesús y que su exaltación no tiene lugar más que en la cruz (Ratzinger-Benedicto XVI, a quien seguimos a partir de ahora). Hay dos grandes fiestas judías en otoño: primero el Yom Hakkippurim, la gran fiesta de la expiación; seis días más tarde, la fiesta de las Tiendas (Sukkoí), que dura una semana. La confesión que Pedro hizo del Señor pudo tener lugar en el gran día de la expiación y que, desde el punto de vista teológico, se la debería interpretar en el trasfondo de esta fiesta, única ocasión del año en la que el sumo sacerdote pronuncia solemnemente el nombre de YHWH en el sancta sanctórum del templo. La confesión de Pedro de  Jesús como Hijo del Dios vivo tendría en este contexto una dimensión más profunda. “Los seis o cerca de ocho días harían referencia entonces a la semana de la fiesta de las Tiendas; por tanto, la transfiguración de Jesús habría tenido lugar el último día de esta fiesta, que al mismo tiempo era su punto culminante y su síntesis interna”.
Las fiestas judías tienen tres dimensiones: “proceden de celebraciones de la religión natural, es decir, hablan del Creador y de la creación; luego se convierten en conmemoraciones de la acción de Dios en la historia y finalmente, basándose en esto, en fiestas de la esperanza que salen al encuentro del Señor que viene, en el cual la acción salvadora de Dios en la historia alcanza su plenitud, y se llega a la vez a la reconciliación de toda la creación”. Estas tres dimensiones de las fiestas profundizan más y adquieren un carácter nuevo mediante su realización en la vida y la pasión de Jesús.
Leyendo a Juan Evangelista vemos que “los grandes acontecimientos de la vida de Jesús guardan una relación intrínseca con el calendario de fiestas judías; son, por así decirlo, acontecimientos litúrgicos en los que la liturgia, con su conmemoración y su esperanza, se hace realidad, se hace vida que a su vez lleva a la liturgia y que, desde ella, quisiera volver a convertirse en vida”, y así vemos la fiesta de las tiendas como trasfondo de las tiendas que quiere montar Pedro en la transfiguración.
El trasfondo es también la subida de Moisés al monte Sinaí, clave esencial para la interpretación del acontecimiento de la transfiguración. En él se dice: «La nube lo cubría y la gloria del Señor descansaba sobre el monte Sinaí y la nube lo cubrió durante seis días. Al séptimo día llamó a Moisés desde la nube» (Ex 24, 16). Tanto Moisés como los Profetas hablan todos de Jesús.
b) En el relato de la transfiguración, “se dice que Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, y los llevó a un monte alto, a solas (cf. Mc 9,2). Volveremos a encontrar a los tres juntos en el monte de los Olivos (cf. Mc 14, 33), en la extrema angustia de Jesús, como imagen que contrasta con la de la transfiguración, aunque ambas están inseparablemente relacionadas entre sí. No podemos dejar de ver la relación con Éxodo 24, donde Moisés lleva consigo en su ascensión a Aarón, Nadab y Abihú, además de los setenta ancianos de Israel.
De nuevo nos encontramos —como en el Sermón de la Montaña y en las noches que Jesús pasaba en oración— con el monte como lugar de máxima cercanía de Dios; de nuevo tenemos que pensar en los diversos montes de la vida de Jesús como en un todo único: el monte de la tentación, el monte de su gran predicación, el monte de la oración, el monte de la transfiguración, el monte de la angustia, el monte de la cruz y, por último, el monte de la ascensión, en el que el Señor —en contraposición a la oferta de dominio sobre el mundo en virtud del poder del demonio— dice: «Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra» (Mt 28, 18). Pero resaltan en el fondo también el Sinaí, el Horeb, el Moria, los montes de la revelación del Antiguo Testamento, que son todos ellos al mismo tiempo montes de la pasión y montes de la revelación y, a su vez, señalan al monte del templo, en el que la revelación se hace liturgia”.
El monte es un símbolo: lugar de la subida, no sólo externa, sino sobre todo interior; es también “liberación del peso de la vida cotidiana, como un respirar en el aire puro de la creación; el monte que permite contemplar la inmensidad de la creación y su belleza; el monte que me da altura interior y me hace intuir al Creador. La historia añade a estas consideraciones la experiencia del Dios que habla y la experiencia de la pasión, que culmina con el sacrificio de Isaac, con el sacrificio del cordero, prefiguración del Cordero definitivo sacrificado en el monte Calvario. Moisés y Elías recibieron en el monte la revelación de Dios; ahora están en coloquio con Aquel que es la revelación de Dios en persona”.
«Y se transfiguró delante de ellos», dice simplemente Marcos, y añade, con un poco de torpeza y casi balbuciendo ante el misterio: «Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo» (9, 2s). Mateo utiliza ya palabras de mayor aplomo: «Su rostro resplandecía como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz» (17, 2). Lucas es el único que había mencionado antes el motivo de la subida: subió «a lo alto de una montaña, para orar»; y, a partir de ahí, explica el acontecimiento del que son testigos los tres discípulos: «Mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió, sus vestidos brillaban de blanco» (9, 29). La transfiguración es un acontecimiento de oración… Se puede ver tanto la referencia a la figura de Moisés como su diferencia: «Cuando Moisés bajó del monte Sinaí... no sabía que tenía radiante la piel de la cara, de haber hablado con el Señor» (Ex 34, 29). Pero su luz viene de Dios, de haber hablado con Él, y le hace resplandecer. “Por el contrario, Jesús resplandece desde el interior, no sólo recibe la luz, sino que Él mismo es Luz de Luz”.
Las vestiduras de Jesús también hablan de nosotros: las vestiduras de los elegidos son blancas porque han sido lavadas en la sangre del Cordero (cf. Ap 7, 14). Es decir, porque a través del bautismo se unieron a la pasión de Jesús y su pasión es la purificación que nos devuelve la vestidura original que habíamos perdido por el pecado (cf. Lc 15, 22). A través del bautismo nos revestimos de luz con Jesús y nos convertimos nosotros mismos en luz.
Sólo Lucas nos cuenta de qué habló Jesús con Moisés y Elías: «Aparecieron con gloria; hablaban de su muerte, que iba a consumar en Jerusalén» (9, 31). El éxodo de Jesús que debía cumplirse en Jerusalén. “La cruz de Jesús es éxodo, un salir de esta vida, un atravesar el «mar Rojo» de la pasión y un llegar a su gloria, en la cual, no obstante, quedan siempre impresos los estigmas”. Es lo que explicó Jesús a los de Emaús: cómo hablaban de su pasión los profetas.
“Con ello aparece claro que el tema fundamental de la Ley y los Profetas es la «esperanza de Israel», el éxodo que libera definitivamente; que, además, el contenido de esta esperanza es el Hijo del hombre que sufre y el siervo de Dios que, padeciendo, abre la puerta a la novedad y a la libertad. Moisés y Elías se convierten ellos mismos en figuras y testimonios de la pasión. Con el Transfigurado hablan de lo que han dicho en la tierra, de la pasión de Jesús; pero mientras hablan de ello con el Transfigurado aparece evidente que esta pasión trae la salvación; que está impregnada de la gloria de Dios, que la pasión se transforma en luz, en libertad y alegría.
En este punto hemos de anticipar la conversación que los tres discípulos mantienen con Jesús mientras bajan del «monte alto». Jesús habla con ellos de su futura resurrección de entre los muertos, lo que presupone obviamente pasar primero por la cruz. Los discípulos, en cambio, le preguntan por el regreso de Elías anunciado por los escribas. Jesús les dice al respecto: «Elías vendrá primero y lo restablecerá todo. Ahora, ¿por qué está escrito que el Hijo del hombre tiene que padecer mucho y ser despreciado? Os digo que Elías ya ha venido y han hecho con él lo que han querido, como estaba escrito de él» (Mc 9, 9-13). Jesús confirma así, por una parte, la esperanza en la venida de Elías, pero al mismo tiempo corrige y completa la imagen que se habían hecho de todo ello. Identifica al Elías que esperan con Juan el Bautista, aun sin decirlo: en la actividad del Bautista ha tenido lugar la venida de Elías”. Juan, siguiendo a Jesús, está bajo el signo de la pasión. Y, en efecto: «Han hecho con él lo que han querido, como estaba escrito de él» (Mc 9, 13). Hemos de ir profundizando en la Palabra: “Siempre tenemos que dejar que el Señor nos introduzca de nuevo en su conversación con Moisés y Elías; tenemos que aprender continuamente a comprender la Escritura de nuevo a partir de Él, el Resucitado”.
c) Los tres discípulos están impresionados por la grandiosidad de la aparición. El «temor de Dios» se apodera de ellos, como en otros momentos en los que sienten la proximidad de Dios en Jesús, perciben su propia miseria y quedan casi paralizados por el miedo. «Estaban asustados», dice Marcos (9, 6). Y entonces toma Pedro la palabra, aunque en su aturdimiento «...no sabía lo que decía» (9, 6): «Maestro. ¡Qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías» (9, 5). Palabras pronunciadas en éxtasis, en el temor, pero también en la alegría por la proximidad de Dios. Moisés montó «fuera del campamento» la tienda del encuentro, sobre la que descendió después la columna de nube. Allí el Señor y Moisés hablaron «cara a cara, como habla un hombre con su amigo» (33, 11). “Por tanto, Pedro querría aquí dar un carácter estable al evento de la aparición levantando también tiendas del encuentro; el detalle de la nube que cubrió a los discípulos podría confirmarlo”. Pero es mucha más directa la relación con la fiesta de las Tiendas: pueden confluir en un texto del Evangelio varias fuentes proféticas: “tanto la exégesis judía como la paleocristiana conocen una encrucijada en la que confluyen diversas referencias a la revelación, complementándose unas a otras”: Creación, historia y esperanza se unen entre sí. Fiesta de petición de agua para la tierra árida, recuerdo de la marcha de Israel por el desierto, donde los judíos vivían en tiendas con la protección divina en el desierto, y una prefiguración de donde los justos vivirían al llegar el mundo futuro (por tanto tenían un significado escatológico). La escena de la transfiguración indica la llegada del tiempo mesiánico. El Señor ha puesto la tienda de su cuerpo entre nosotros inaugurando el tiempo mesiánico, “para realizar la construcción de la tienda destruida de la naturaleza humana” (Gregorio de Nisa). Entonces, «se formó una nube que los cubrió y una voz salió de la nube: Éste es mi Hijo amado; escuchadlo» (Mc 9, 7). La nube sagrada indicaba la presencia de Dios. A las palabras divinas del bautismo se añade ahora: «Escuchadlo». La Ley, como en Moisés, recibe en Jesús su plenitud: «Escuchadlo»: Jesús es la Torá misma, que asume toda la flaqueza y el dolor que abruma a la humanidad, para poderla divinizar y, será cuando llegue el Espíritu Santo, o quizá más tarde… cuando entiendan eso de resucitar de entre los muertos.
2. Jesús lleva a plenitud lo que leemos que “Yahveh dijo a Abram: «Vete de tu tierra, y de tu patria, y de la casa de tu padre, a la tierra que yo te mostraré. De ti haré una nación grande y te bendeciré. Engrandeceré tu nombre; y sé tú una bendición. Bendeciré a quienes te bendigan y maldeciré a quienes te maldigan. Por ti se bendecirán todos los linajes de la tierra»”: Jesús sale del Padre y nos salva, obedeciendo en su misión redentora. A él se pueden aplicar las palabras del salmo: “Pues recta es la palabra de Yahveh, toda su obra fundada en la verdad; él ama la justicia y el derecho”, y también es modelo para nosotros: “Los ojos de Yahveh están sobre quienes le temen, sobre los que esperan en su amor, para librar su alma de la muerte, y sostener su vida en la penuria”. A nosotros se nos pide confianza: “Nuestra alma en Yahveh espera, él es nuestro socorro y nuestro escudo; sea tu amor, Yahveh, sobre nosotros, como está en ti nuestra esperanza”.
3. San Pablo anima a Timoteo a no temer ante la cruz: “No te avergüences, pues, ni del testimonio que has de dar de nuestro Señor, ni de mí, su prisionero; sino, al contrario, soporta conmigo los sufrimientos por el Evangelio, ayudado por la fuerza de Dios, que nos ha salvado y nos ha llamado con una vocación santa, no por nuestras obras, sino por su propia determinación y por su gracia que nos dio desde toda la eternidad en Cristo Jesús, y que se ha manifestado ahora con la Manifestación de nuestro Salvador Cristo Jesús, quien ha destruido la muerte y ha hecho irradiar vida e inmortalidad por medio del Evangelio”.

 Llucià Pou Sabaté

viernes, 14 de marzo de 2014

Sábado de la semana 1 de Cuaresma

Amar es la ley de los hijos
“En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Habéis oído que se dijo: “Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo”. Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa vais a tener? ¿No hacen eso mismo también los publicanos? Y si no saludáis más que a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de particular? ¿No hacen eso mismo también los gentiles? Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial»” (Mateo 5, 43-48).
1. Jesús nos dirá que somos mucho más que criaturas: ¡somos de la familia de Dios, hijos de Dios! Y nos quiere con locura; entonces ya solo vale la ley del amor, porque todos somos hermanos. Cuentan de Carlitos, con sus cuatro años, que está enfermo. Su madre está constantemente pendiente de él. El pequeño, sintiendo el cariño de su madre, le echa las manos al cuello y le dice:
-Mamá, te quiero mucho. Te quiero con todo “tu” corazón.
-No se dice con todo “tu” corazón. - Corrige la madre-. Tienes que decir con todo “mi” corazón.
El pequeño, que sabe perfectamente lo que quiere decir, rectifica a su vez:
-No, mamá. Con el tuyo que es más grande. El mío es pequeñito.
 “Con todo tú corazón”. Al crío le parecía poca la capacidad de su corazón para el amor que quería dar a su madre. Malo si no nos parece poca la capacidad de amor del nuestro, para todo lo que Dios nos merece y le debemos a Él y a los demás.
Poder amar con el corazón de Dios, eso es algo grande, pero es eso lo que pasa: “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo, que se nos ha dado”. Por eso amar es tener un cachito de Dios, y podemos amar como Jesús: “como yo os he amado”. Y por eso Jesús lleva la Ley a la plenitud; dijo: «Habéis oído que se dijo: “Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo””. Lo de “odiar a los enemigos” no venía en la ley de Moisés, sino que era de la interpretación rabínica, que Jesús desmonta. “Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos… sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial».  Lumen gentium 40 recoge este reclamo divino a la llamada universal a la santidad, aunque no se refiere (el texto original y contexto) a tener el poder de Dios o una perfección nuestra, sino a beber de su amor y misericordia: ése es el sentido profundo de la santidad, que es exigente: amar a todos, ser misericordiosos y entregados por los demás, y poner buena cara incluso a los que ni nos saludan. «La ley del Señor es perfecta y es descanso del alma» (entrada).
Así Jesús aplica a la ley lo que el artista cuando pone colores sobre un boceto hecho al carbón (que sería la ley antigua: Teofilacto), no sólo no destruye el boceto, sino que lo completa, lo perfecciona, lo embellece, y le da mayor realismo. Jesús rejuvenece la Ley Antigua (Fillion) que había degenerado en un formalismo rudimentario, que con frecuencia sólo exigía actos externos. A aquella ley le faltaba subrayar la esencia, el amor: "No he venido a abolir la ley, sino a perfeccionarla" (Mt 5,17). Lo que era semilla, lo desarrolló y se convirtió en árbol: lo que era flor, lo transformó en fruto. Le pone corazón: “enséñame a cumplir tu voluntad y a guardarla de todo corazón" (Salmo 118: J. Martí Ballester).
“El Evangelio nos exhorta al amor más perfecto. Amar es querer el bien del otro y en esto se basa nuestra realización personal. No amamos para buscar nuestro bien, sino por el bien del amado, y haciéndolo así crecemos como personas” (Juan Costa Bou). El ser humano, afirmó el Concilio Vaticano II, “no puede encontrar su plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás”, y añadía Juan Pablo II, «el hombre no puede vivir sin amor. Él permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente».
2. Moisés habló al pueblo de la Alianza, el pacto que hizo con Dios, diciendo: “Hoy el Señor tu Dios te manda que cumplas estas leyes... Guárdalas y cúmplelas con todo el corazón y con toda el alma. Hoy te has comprometido con el Señor a que Él sea tu Dios; a ir por sus caminos; a observar sus leyes...; y a  escuchar su voz. Y hoy el Señor se compromete a que seas su pueblo propio, como te lo había prometido... Él te elevará por encima de todas las naciones que ha hecho, en gloria, renombre y esplendor...” Las palabras de amistad entre Yahvé y su pueblo elegido tienen intimidad, compromiso y gran ternura. "Yo seré tu Dios y tú serás mi pueblo". Es una especie de contrato bilateral, en el que Dios se compromete a cuidarnos, y nos pide que le amemos y obedezcamos, aunque Él es siempre fiel, también si nosotros no lo somos. ¡Qué bonito, ser del Señor, de los suyos, de su gente! ¡Vivir aquello que nos dice: «buscad primero el reino y su justicia, y todo eso se os dará por añadidura» (Mt 6,33).
3. Con la oración del sábado volvemos al principio de la semana: «conversión» de la muerte a la vida. Es una conversión a la verdad, «obrar la verdad», afirma San Agustín, interpretando a San Juan: «El que obra la verdad viene a la luz» (Jn 3,21). En el salmo paladeamos: “dichoso el que, con vida intachable, camina en la voluntad del Señor; dichoso el que, guardando sus preceptos, lo busca de todo corazón”. La imagen del hijo pródigo que se convierte y vuelve nos anima estos días, pero también su hermano nos sirve para no ser como él. Desde Caín y Abel, los dos hermanos suelen representar en las palabras de Jesús los que están lejos y cerca, el mayor tiene un triste papel: Ismael frente a Isaac, Esaú frente a Jacob…. El mayor es Israel, fiel en la casa del Padre, pero sin corazón, con resentimiento: «Hace ya tantos años que te sirvo sin jamás haber traspasado tus mandatos» (Lc 15,29). Es el que no sabe lo que tiene: «Hijo, tú estás siempre conmigo, y todos mis bienes tuyos son» (v.31). Tiene envidia. Desea la tierra lejana y le cuesta la conversión. No entra a la fiesta; se queda fuera. La piedra de toque de la estructura de la justicia cristiana es el «no» a la envidia, el «sí» a la misericordia de Dios, la presencia de esta misericordia en nuestra misericordia fraterna”: es eso muy importante. Es el trabajo de convertirnos…
Por eso, hemos de ver desde el amor esa ley de Dios, a quien rezamos: “Tú promulgas tus decretos, para que se observen exactamente; ojalá esté firme mi camino, para cumplir tus consignas”. Una vez hemos quitado las malas hierbas de nuestra alma, queremos arar la tierra y convertirnos, darnos la vuelta, como se hace con la hierba mala, que sirve para abono. Así los pecados sirven para hacernos humildes, pedimos perdón y nos hacen más santos. La primera semana de Cuaresma se recordaba también la siembra en el campo. Queremos  sembrar la bondad de Dios y su palabra, el amor, brote en nosotros el don de Dios, la santidad.
A Jaimito le regalan una bicicleta el día de Reyes. Va con su madre al jardín y feliz se dedica a dar vueltas en la bici mientras su madre, sentada en un banco, se entretiene leyendo. Después de varias vueltas ya se siente seguro y empieza a hacer burradas para lucir sus habilidades. Al pasar por delante de su madre, levanta los pies de los pedales exclamando: ”Mamá, sin pies”. A la vuelta siguiente, saludándola con una mano: “Mamá, sin una mano”. Luego: “Mamá, sin manos”. Y a continuación, lloroso y sangrando por la boca: “Mamá, sin dientes”. Si no vamos con cuidado, lo lógico será que acabemos dándonos la bofetada. Y para ir con cuidado lo importante es obedecer las normas, los mandamientos de la ley de Dios: el amor a Dios y a los demás. Así como en Avatar se “enchufan” a las raíces o a la cabalgadura para conectar con el todo, nosotros queremos conectar con nuestro Padre Dios, cargar las pilas para llenarnos de amor. Si se descuida ese trato, al final no dominamos el potrillo salvaje que llevamos dentro, no controlamos y: “sin dientes”. Querer mantenerse en pie prescindiendo de los puntos de apoyo, es una “jaimitada” (Agustín Filgueiras Pita).
Por eso queremos basarnos en la fuerza de Dios, para continuar cantando con el salmista: “Te alabaré con sincero corazón; cuando aprenda tus justos mandamientos, quiero guardar tus leyes exactamente, tú no me abandones”. Había la tradición de celebrar témporas estos días. Se ofrecían a Dios así las cosechas, siguiendo tradiciones incluso de la Roma antigua. En esta primera semana de Cuaresma era la semana de la siembra. Y se confiaba a la Virgen en la “estación” a Santa María la Mayor.
Acudimos a la gran santa, Santa María, a quien se puede aplicar con plenitud las palabras del salmo de hoy: “dichosa la que camina en la voluntad del Señor”, y le decimos: “bajo tu amparo nos acogemos”. Bajo el manto de la Virgen estamos seguros, ella nos protege de los tropezones y nos lleva a Jesús: “muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre”. En todas nuestras dificultades podemos acudir siempre, con una confianza sin límites, a nuestra Madre.
Llucià Pou Sabaté

jueves, 13 de marzo de 2014

Viernes de la semana 1 de Cuaresma

Dios quiere nuestra conversión, que se manifieste en el amor a los demás
“En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Os digo que, si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los cielos. Habéis oído que se dijo a los antepasados: ‘No matarás; y aquel que mate será reo ante el tribunal’. Pues yo os digo: Todo aquel que se encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal; pero el que llame a su hermano "imbécil", será reo ante el Sanedrín; y el que le llame "renegado", será reo de la gehenna de fuego.Si, pues, al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces de que un hermano tuyo tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas tu ofrenda. Ponte enseguida a buenas con tu adversario mientras vas con él por el camino; no sea que tu adversario te entregue al juez y el juez al guardia, y te metan en la cárcel. Yo te aseguro: no saldrás de allí hasta que no hayas pagado el último céntimo»” (Mateo 5,20-26).
1. ¡Lo explicas tan bien, Señor! Es como una explicación de lo que será la multiplicación de los panes, pero en el amor: el decálogo ya no es abolido, sino llevado a la plenitud con tu Palabra. Usas la antítesis: «... se dijo a los antiguos, pero yo os digo», pues eres el nuevo Moisés, o mejor del que habló Moisés, eres el Legislador: «El Señor, tu Dios, te suscitará de en medio de ti, de entre tus hermanos, un profeta como yo; a él le oirás» (Dt 18,15). Era el deseo de siempre: «No ha vuelto a surgir en Israel el profeta semejante a Moisés, con quien cara a cara tratase Yahveh» (Dt 34,10), El nuevo Profeta es aquel que habla con Dios cara a cara. Pero es mucho más. La antítesis no es «Moisés dijo», «yo digo»; la antítesis es «se dijo», «Yo digo». Esta pasiva «se dijo» es la forma hebraica de velar el nombre de Dios. Debe traducirse así: «Dios dijo a los antiguos, pero yo os digo»: la antítesis es «Dios dijo». «Yo digo»; Jesús habla al mismo nivel de Dios. Este «Yo» es un Yo divino. Esto es lo nuevo: «Lo viejo pasó, se ha hecho nuevo» (2 Cor 5,17): «He aquí que hago nuevas todas las cosas» (Ap 21,5). La oración después de la comunión lo señala: «Señor, que esta eucaristía nos renueve para que, superando nuestra vida caduca, lleguemos a participar de los bienes de la redención» (Joseph Ratzinger, “El camino pascual”).
-“Habéis oído que se dijo a los antiguos: "No matarás"... Pero yo os digo: "No os irritéis contra vuestro hermano..."” Como dirá luego la primera lectura, vemos aquí que Jesús interioriza la ley, va a la raíz -la "cólera"- de no-amar. A la luz de estas palabras, examino mis relaciones humanas. En este tiempo de cuaresma, es bueno proyectar esa luz exigente sobre mis relaciones cotidianas. ¿Me dejo llevar por mi temperamento? ¿Soy despreciativo? ¿Soy duro en mis palabras?
-“Si vas a presentar tu ofrenda ante el altar y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar...” Si hay discordia entre los hombres, la relación con Dios también se rompe. ¡Dios rehúsa la muestra de amor que pretendemos darle, cuando no amamos también a sus hermanos! Esto no quiere decir que si al ir a comulgar nos acordamos de alguien con quien nos enfadamos, tengamos que salir de la fila para ir a buscarlo… pero sí que en nuestro corazón hagamos el propósito de hacer las paces en la primera ocasión, y pidamos ayuda al Señor en la comunión. Además, es bonito saber que quien juzga a los demás, tendrá juicio en la muerte. Pero el que no juzga, no será juzgado… –“Ve primero a reconciliarte con tu hermano y luego vuelve a presentar tu ofrenda”. No es posible tener odio al hermano y participar en la Eucaristía, sacramento del Amor. “Expulse el amor de la humildad el espíritu de la soberbia, fuente de todo pecado, y mitigue la mansedumbre a los que infla el orgullo. Los que con sus ofensas han exasperado los ánimos, reconciliados entre sí, busquen entrar en la unidad de la concordia. No volváis mal por mal, sino perdonaos mutuamente, como Cristo nos ha perdonado. Suprimid las enemistades humanas con la paz...” (San León Magno).
Es aquel “perdónanos nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos ofenden” (Mt 6,12), y sigue San León: “es absolutamente cierto que, al conceder el perdón a las ofensas de los otros, nos disponemos nosotros mismos para alcanzar la clemencia divina”.
Morir a la ley del gusto es un buen propósito para hoy: no hacer las cosas porque me gusta, me apetece, me va bien.... me contaron una historia: Dos hermanitos vestidos de forma harapienta, uno de cinco años y el otro de diez, iban pidiendo un poco de comida por las casas de la calle que rodea la colina. Nadie les daba… hasta que una señora les dio una lata de leche.
Se sentaron los dos en la acera. El más pequeño le dijo al de diez años: "tú eres el mayor, toma primero”... y lo miraba relamiéndose.
Se lleva la lata a la boca y simulando que bebía, apretaba los labios fuertemente para que no le entrase ni una sola gota de leche. Después decía al hermano: "Ahora es tu turno. Sólo un poquito." Y el hermanito, dando un trago exclamaba: "¡Está sabrosa!"
"Ahora yo", dice el mayor. Y llevándose a la boca la latita, ya medio vacía, no bebía nada. "Ahora tú", "Ahora yo", "Ahora tú", "Ahora yo"... Y, después de varios tragos, el menor se acababa toda la leche... él solito.
El mayor comenzó a cantar, a danzar, a jugar fútbol con la lata vacía de leche. Estaba radiante, con el estómago vacío, pero con el corazón rebosante de alegría. Brincaba con la naturalidad de quien no hace nada extraordinario, o aún mejor, con la naturalidad de quien está habituado a hacer cosas extraordinarias sin darles la mayor importancia. De aquél muchacho podemos aprender una gran lección: "Quien da es más feliz que quien recibe." Es así que debemos amar. Sacrificándonos con tanta naturalidad, con tal elegancia, con tal discreción, que los demás ni siquiera puedan agradecernos el servicio que les prestamos." ¿Cómo podrías hoy encontrar un poco de esta "felicidad" y hacer la vida de alguien mejor, con más "gusto de ser vivida"? Cerca de nosotros puede haber un amigo que necesita de nuestro hombro, de nuestro consuelo y, quizá aún más, de un poco de nuestra paz.... Madre mía, que siempre actúe para darles gusto a mis padres, a mis hermanos; que muera a la ley del gusto mío.
2. El profeta Ezequiel, en medio de un templo y religión destruidos por la guerra, y muchos en el destierro, habla de escuchar a Dios con el corazón, que dice: -“¿Es que quiero yo la muerte del malvado y que no se convierta de su camino y viva?” Claro, para esto está la Cuaresma, para hacer las paces, el arrepentimiento: «Convertíos a Mí de todo corazón». La conversión ha de verse en las buenas obras: ser más caritativos, más serviciales, más cariñosos, más amables, más desprendidos, más bondadosos. Dice San Clemente Romano: «Seamos humildes, dejando toda chulería, aparentar y tontería, y los arrebatos de la ira..., emprendamos otra vez la meta de la paz…» recemos también por todos los pecadores, pues dice también el profeta: “Si el malvado se convierte de todos los pecados… vivirá, y no morirá. Ninguna de las ofensas que haya cometido le será recordada: a causa de la justicia que ha practicado, vivirá… preserva su vida. Él ha abierto los ojos y se ha convertido de todas las ofensas que había cometido: por eso, seguramente vivirá, y no morirá”. Es una llamada a la responsabilidad personal, y al perdón. Ezequiel insiste también sobre la «bondad» y sobre la «responsabilidad». ¡Dios se ha comprometido en el gran combate contra la "maldad"! Está por el "derecho y la justicia."
Y ahí está la libertad de la persona: “Esta liberación, el descubrimiento de la unicidad de la persona, es el corazón de la libertad. Esta liberación es el fruto de la fe en Dios-persona, o mejor aún: esta liberación proviene de la revelación de Dios-persona. La liberación, y con ella la libertad misma desaparece -no al instante, por supuesto, pero sí con una lógica implacable- cuando este Dios se pierde de vista en el mundo. Este Dios no es -como dicen los marxistas- instrumento de esclavitud; la historia nos enseña exactamente lo contrario: el valor indestructible de la persona humana depende de la presencia de un Dios personal” (Ratzinger).
3. «Desde el fondo del corazón a ti grito, Señor; Señor, escucha mi voz; estén tus oídos atentos a la voz de mi súplica. Si llevas cuenta de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir?” Pedimos en la entrada de hoy: «Señor, ensancha mi corazón oprimido y sácame de mis tribulaciones. Mira mis trabajos y mis penas y perdona todos mis pecados» (Sal 24,17-18). No podemos apalancarnos, ahorrarnos la búsqueda personal de Dios y la conversión a él. "Si no sois mejores que los letrados y fariseos no entraréis en el Reino de los cielos" (Mt 5, 20). Nos sentimos pobres ante el Señor, necesitados de su misericordia, pues no somos perfectos sino siempre “en construcción”, de la mano de Dios. Hemos quitado los “estados de perfección” (los religiosos se llamaban así), pues de lo que se trata es en encontrar cada “la perfección en su propio estado”. Y también hemos de perder las ideas falsas de Dios como justiciero o al modo humano. Buda decía alegóricamente: "si encuentras a Dios, mátalo". Se puede entender en el sentido de que: Si ya tienes una imagen de Dios, destrózala, porque Dios no se parece a esa imagen, está más allá y debes de seguir buscándolo. San Agustín dice: "Si lo comprendes, ya no es Dios".
Lo que sí nos ha dicho Jesús de Dios Padre es que perdona: “Pero de ti procede el perdón y así infundes respeto. Mi alma espera en el Señor, espera en su palabra; mi alma aguarda al Señor, más que el centinela la aurora; porque del Señor viene la misericordia, la redención copiosa; y Él redimirá a Israel de todos sus delitos». Qué bonito el salmo de perdón, que me lleva a sentirme perdonado por Dios, porque yo también perdono a los demás. Esto cuesta. Y por eso pedimos en la Colecta: «Que tu pueblo, Señor, como preparación a las fiestas de Pascua, se entregue a las penitencias corporales, y que nuestra austeridad comunitaria sirva para la renovación espiritual de tus fieles».
Llucià Pou Sabaté

miércoles, 12 de marzo de 2014

Jueves de la semana 1 de Cuaresma

El núcleo de la oración cristiana es la confianza en Dios
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide recibe; el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá. ¿O hay acaso alguno entre vosotros que al hijo que le pide pan le dé una piedra; o si le pide un pez, le dé una culebra? Si, pues, vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que se las pidan! Por tanto, todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros a ellos; porque ésta es la Ley y los Profetas» (Mateo 7,7-12).
1. Jesús nos anima a rezar como niños a su padre: «Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá”. Nos anima a rezar, y Dios, que es profundamente bueno, desea "dar" cosas buenas a sus hijos que se lo pidan, con una confianza total. Sabemos que Dios ya sabe lo que tenemos necesidad, y por eso a veces nos preguntamos si hemos de pedir o solo darle gracias y adorarle. Si nos hacemos pequeños, vemos que también la oración tiene otros dos fines: pedir perdón y petición de cosas. Son también los cuatro fines de la Misa. Hay algo en el templo de nuestra alma, que se hace grande cuando vivimos la oración en una u otra forma, según están recogidas en el Padrenuestro, y a veces haremos más petición y otras más actos de abandono en su providencia amorosa. Es un misterio el modo en que Dios nos concede siempre lo que le pedimos, porque nos lo da muchas veces de un modo diverso, que no entendemos, pero sabemos que es bueno y lo que nos conviene. No podemos entender a Dios y meterlo en nuestra pobre cabeza, como dice aquella canción: “deja que Dios haga de Dios, tú adórale…”; hemos de aprender a ser humildes y pedir como hacen los niños. Un Dios que no pudiera hacer milagros no sería Dios… si Dios es amor, ¿por qué parece que deja que nos haga daño la vida? Parece que verdad y amor no coincidan. Cabeza y corazón se contraponen, pero la inteligencia y el amor se funden en la oración, y entonces descubrimos que no hay más verdad que la que es amorosa ni más amor que el verdadero… y que esta es la verdad que nos da libertad… en la oración descubrimos la profunda unidad entre verdad, amor y libertad, que fundan todo acto humano y divino.
-“Porque quien pide recibe. Quien busca halla. A quien llama se le abre”. A veces dudo, porque ¡hay tantas plegarias aparentemente no atendidas! Quizá rezamos mal, quizá nos falta confianza y verdadera familiaridad con Dios. Sé que nos atiendes, Señor, pero no en lo que te pedimos exactamente. Y no entiendo. Pero me fío. Además, todos tenemos experiencia: yo te pedía "una" cosa precisa, y no la recibí... pero recibí de ti y de mi propia oración, una gran paz, una inmensa aceptación interior. He sido yo el que he cambiado por mi oración. ¿Es así como acoges nuestras súplicas, Señor?
 -“¿Quién de vosotros es el que si su hijo le pide pan, le da una piedra o si le pide un pez, le da una serpiente?” No se le ocurrirá a un padre darle una piedra o una serpiente al hijo. Esta experiencia de amor paterno o materno puede hacerme comprender que ciertas plegarias no sean atendidas, aparentemente. Aunque puedo ponerme la pega de que yo no doy siempre lo que esperan los demás de mí…
-“Si, pues, vosotros siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre que está en los cielos, dará cosas buenas a quien se las pide!” Todo depende de la bondad y del amor de ti, Señor. Tú nos amas. Eres padre. Eres madre. Quiere darnos cosas buenas. Necesito, quizá, llegar a descubrir que lo que me sienta mal, que no me gusta, mis pruebas y contrariedades... contienen una gracia, y son, de tu mano una "cosa buena" a recibir. Misterio del sufrimiento que agranda a un ser. Misterio de la enfermedad, de la soledad, de la vejez. Todo es aprendizaje.
-“Cuanto quisiereis que os hagan a vosotros los hombres, hacédselo vosotros a ellos”. He aquí lo que evitaría muchos contratiempos. Que sepa yo encontrar en ello mi alegría (Noel Quesson).
Los mandamientos son sencillamente la explicación concreta de las exigencias del amor. Pero tampoco el amor es una opción arbitraria: el amor es el contenido del ser; el amor es la verdad. La verdad sobre la persona se va mutilando, como ahora se ahoga la corporalidad, se quita la fe de exigencias morales, como si la oración fuera una especie de yoga y estar en un nirvana. Aprendemos a renunciar a nuestros deseos, no eliminándolos sino por la oración integrándolos en la obediencia a lo que Dios quiere, así nos disponemos a desear el bien y nos hacemos buenos hablando con aquel que es la bondad misma. Es un proceso de transformación (Ratzinger). Es lo que pedimos en la colecta: «Concédenos la gracia, Señor, de pensar y practicar siempre el bien, y pues sin ti no podemos ni existir ni ser buenos, haz que vivamos siempre según tu voluntad. Por nuestro Señor...»
Lourdes escribió en el blog http://primeroseducadores.blogspot.com/
 estas palabras, preciosas que seguro que si nos hacemos “peques” entenderemos: “ayer tarde hice una prueba con mis hijos, yo les recitaba el Padre Nuestro y ellos me explicaban su significado, el resumen es el siguiente:

-“Padre Nuestro”: Mi Papi, Tu Papi.
-“Que estás en el cielo”: Ellos veían con naturalidad que su Papi Dios esté flotando en lo alto de una nube o sentando en una estrella, para ellos no hay nada imposible, sólo hay que imaginarlo porque los niños no sueñan con la mente sino con el corazón, entonces vi como su Papi, tu Papi, mi Papi estaba sentado en la estrella que habita en su corazón.
-“Santificado sea tu nombre”: Aquí se acordaron de que Santificado es eso que nos dice mamá que tenemos que ser de mayores, "Santos": ¡claro!, su Papi, tu Papi, mi Papi es lo más de lo más, es SANTO y REyyyy -gritaban alborotados porque después venía lo del reinado.
-“Venga a nosotros tu reino”, donde podremos jugar al balón, a la comba y a la Wii.
-“Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”, eso, jugamos a todos los juegos que nuestro Papi diga porque como es SANTO Y REY se le ocurren los juegos mas divertidos.
-“No nos dejes caer en la tentación”, su Papi no les dejaría meterse en los charcos porque aunque es divertido luego terminamos empapados.
-“Líbranos del mal”, mi Papi me rescatará si viene una inundación (como Spiderman...)
-“AMÉN”, es la mejor respuesta: -“¿que significa Amén?”
-“Mamá, qué va a significar, pues eso: Amén”. (Claro, si está clarísimo… se entiende muy bien…)
La conversación fue bastante más larga y divertida, pero resumido puede quedar así, animo a que hagáis la prueba y vais a ver cómo aprendéis mucho de sus comentarios. A mí me enseñaron que no existe nada mejor que su Papi, tu Papi, mi Papi porque lo puede todo, todo, todo y estar con Él es lo mas divertido”.
Pues eso, nos hemos metido un poco en lo que es el cielo y nuestro Padre, y el corazón de una madre que sabe hacer que sus hijos quieran al padre. El amor lleva a que la madre enseñe a pronunciar “papá” y ella desaparecer, pensar en los demás: “Por tanto, todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros a ellos; porque ésta es la Ley y los Profetas».
2. Ester y su pueblo están en gran peligro. Ester se refugió en el Señor, presa de mortal angustia. La situación del pueblo judío era dramática. Dispersos, perseguidos y despreciados. Ella tenía miedo y rezó así: "Señor mío, único rey nuestro. Protégeme, que estoy sola y no tengo otro defensor fuera de ti, pues yo misma me he expuesto al peligro”. Está en un “bajón”, sólo ve en ella debilidad y pobreza. Se atreve a mirar su gran pobreza, a reconocerla y a confesarla ¡Soledad! Es uno de los mayores sufrimientos. "Estoy sola". Esa impresión de no tener muchos amigos, y aun estando cerca de ellos, no poder contarles todo. Esto pasa también en la vida conyugal y familiar: esa dificultad para el intercambio, para la participación sincera. Hay días en los que estamos y nos sentimos «solos», aislados, con el corazón vacío... en los que se tiene la impresión de no ser comprendido. ¿Hay que aceptarlo, y nada más? o bien, como Ester, ¿ir a Dios y expansionarse con Él? A los estoicos y a los fuertes esto puede parecer una debilidad supletoria. Señor, yo no pretendo ser fuerte, quiero saber solamente que Tú sí me escuchas y me comprendes. ¡Sería una lástima que yo me mantuviera dándole vueltas a mis penas en lugar de vaciarlas en tu corazón y liberarme de ellas en lo posible!
“Desde mi infancia oí, en el seno de mi familia, cómo tú, Señor, escogiste a Israel entre las naciones, a nuestros padres entre todos sus antepasados, para ser tu heredad perpetua; y les cumpliste lo que habías prometido. Atiende, Señor, muéstrate a nosotros en la pena, y dame valor, Señor… Pon en mi boca un discurso acertado… A nosotros, líbranos con tu mano; y a mí, que no tengo otro auxilio fuera de ti, protégeme tú, Señor, que lo sabes todo." Ester es un ejemplo de cómo rezar en la angustia. Decirle a Dios lo que nos pasa: "Estoy sola…", no tengo amigas… con el corazón vacío... no me siento comprendida. Y ella no sólo acepta esa situación, sino que se sobrepone y reza (Noel Quesson).
-“Dame valor... Pon en mis labios palabras armoniosas”...  Es una plegaria que pide a Dios que "lleguemos a representar nuestro papel". «Señor, danos fuerza para lograrlo... "Ilumíname, dame el mejor discurso para salir de mi soledad". Pide saber interpretar ese papel, como tantas personas que les podrían dar el Oscar de mejor actriz, al tener que interpretar papeles duros… Maravilloso ¿verdad?: «¡Dame valor!». Una oración para repetirla a menudo. –“Líbranos, acude en socorro de mí que no tengo a nadie sino a ti, Tú lo sabes todo”. Oración confiada... Totalmente abandonado en las manos del Padre... (Noel Quesson).
3. Y cuando sale del peligro: “Te doy gracias, Señor, de todo corazón, te cantaré en presencia de los ángeles. / Me postraré ante tu santo Templo, y daré gracias a tu Nombre por tu amor y tu fidelidad, porque tu promesa ha superado tu renombre. / Me respondiste cada vez que te invoqué y aumentaste la fuerza de mi alma”.  Queremos estar, como decía la canción del verano 2009, “colgado de tus manos”, Señor, como un niño en el regazo de su madre, para no tener miedo, para sentir el calor de tus caricias. Iré con la Virgen, mi Madre, que es el camino más fácil, ella me enseñará: “Tu amor es eterno, Señor, ¡no abandones la obra de tus manos!
Llucià Pou Sabaté

martes, 11 de marzo de 2014

Miércoles de la semana 1 de Cuaresma

No hemos de pedir cosas mágicas a Jesús, el éxito de la vida es tenerlo a Él mismo como Amigo, y con Él tenemos todo lo demás, para verlo así necesitamos conversión
“En aquel tiempo, habiéndose reunido la gente, comenzó a decir: «Esta generación es una generación malvada; pide una señal, y no se le dará otra señal que la señal de Jonás. Porque, así como Jonás fue señal para los ninivitas, así lo será el Hijo del hombre para esta generación. La reina del Mediodía se levantará en el Juicio con los hombres de esta generación y los condenará: porque ella vino de los confines de la tierra a oír la sabiduría de Salomón, y aquí hay algo más que Salomón. Los ninivitas se levantarán en el Juicio con esta generación y la condenarán; porque ellos se convirtieron por la predicación de Jonás, y aquí hay algo más que Jonás»” (Lucas 11,29-32).
1. La reina de Sabá vino desde muy lejos, atraída por la fama de sabio del rey Salomón. Los habitantes de Nínive hicieron caso a la primera a la voz del profeta Jonás y se convirtieron. Jesús dice que aquella Reina “vino de los confines de la tierra a oír la sabiduría de Salomón, y aquí hay algo más que Salomón. Los ninivitas se levantarán en el Juicio con esta generación y la condenarán; porque ellos se convirtieron por la predicación de Jonás, y aquí hay algo más que Jonás”. Le pedimos que no tengamos el corazón duro, y hagamos caso de esta llamada a mejorar. ¡Qué pena, cuando Jesús «vino a los suyos y los suyos no le reconocieron»! Hoy hace una semana que iniciamos la Cuaresma con el rito de la ceniza. ¿Hemos entrado en serio en este camino de los 40 días?, ¿en casa notan ya que estoy mejorando?: si controlo un poco más el potro salvaje que llevo dentro, que hay que domar (ayuno, sacrificio). Si conecto con Jesús como hijo de Dios que es algo mucho más mágico que los de Avatar conectando con la madre tierra o con su cabalgadura pues así “cargamos las pilas” y nos encendemos de energía de amor de Dios, nos revestimos de la coraza de la fortaleza para arrancar las malas hierbas del egoísmo en nuestra vida (oración). Si una vez hemos preparado nuestra alma sembramos la buena semilla del amor y la llevamos a todos con el servicio y la sonrisa (caridad): «Señor, mira complacido a tu pueblo, que desea entregarse a Ti con una vida santa; y a los que moderan su cuerpo con la penitencia, transfórmales interiormente mediante el fruto de las buenas obras» (oración colecta). Hay quien piensa que ser feliz es tener una consola o el último juego de ordenador, o tener suerte con los exámenes o con los amigos o con la lotería, tener éxito. Pero el éxito es tener a Jesús, ahí está todo. Él dice: «El que me ha visto a mí ha visto al Padre», el “todo será mejor” del cielo. Queremos ver a Jesús, que se haga realidad todo lo que soñamos, ese mundo mejor, y, de este modo, estar seguros. Jesús responde: «Sí, podéis ver». Ese mundo mágico del Padre se ha hecho visible en el Hijo.
2. Jonás fue a Nínive, la gran ciudad, y predicó durante un día entero: "Dentro de cuarenta días Nínive será destruida". Los ninivitas creyeron en Dios: promulgaron un ayuno y todos, grandes y pequeños, se vistieron de sayal. También el rey de Nínive, al enterarse, se levantó de su trono, se quitó el manto, se vistió de sayal y se sentó en el suelo. Luego mandó pregonar en Nínive este bando: "Por orden del rey y sus ministros, que hombres y bestias, ganado mayor y menor, no prueben bocado, ni pasten ni beban agua. Que se vistan de sayal, clamen a Dios con fuerza y que todos se conviertan de su mala conducta y de sus violentas acciones". Y Dios protegió la ciudad.
Jonás lo pasó mal, cuentan que no se portaba muy bien y se lo tragó un monstruo marino y los tres días y las tres noches que pasó en el corazón de la tierra, en «lo profundo de los infiernos» quedó marcado, las huellas de la experiencia de la muerte le hicieron madurar, dejó de ser un joven frívolo y salió hecho un profeta de pies a cabeza. Señor, si a veces lo paso mal, y Tú lo permites, que aproveche aquel “castigo” no para encerrarme en mis tonterías, sino para madurar. No para quedarme en mi habitación llorando sin abrir a nadie diciendo “no quiero cenar ni hablar con nadie”, “quiero morirme”, “no quiero respirar”, sino diciéndome: “si Tú quieres esto, Señor, será como tus tres días de estar en la Cruz y en el sepulcro, será para resucitar como el gusano que se transforma en mariposa, para vivir a una vida mejor, para transformarme en una persona mucho más fuerte y aprovechar de esta “crisis” y con ayuda de la Virgen, que me trae toda Gracia, que sea una “oportunidad” de victoria.
3. Ver a Jesús; ésta es la respuesta. Rezar nos cansa a veces, no sabemos. Hemos de purificarnos, nuestra alma está “miope”, por eso ahora que dentro de cuarenta días será Pascua, la gran fiesta de  nuestra salvación, vamos a prepararnos… con el salmo de hoy: «oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme». Nos invita la Iglesia a pedir perdón y a perdonarnos unos a otros. Y por mucho que nos cueste algo, más grande es la misericordia de Dios. Vamos aprendiendo a hacer la confesión con sinceridad, como dice el salmo: “¡Ten piedad de mí, Señor, por tu bondad, por tu gran compasión, borra mis faltas! / ¡Lávame totalmente de mi culpa y purifícame de mi pecado! / Crea en mí, Dios mío, un corazón puro, y renueva la firmeza de mi espíritu. / No me arrojes lejos de tu presencia ni retires de mí tu santo espíritu”.
Dios no se asusta de mí. Quizá hayas visto la película "Tarzán en Nueva York". Describe las divertidas aventuras de Tarzán y Chita cuando son trasladados en avión desde la selva a la ciudad de los rascacielos, donde todo les llena de asombro y les ocurren mil peripecias. Chita protagoniza una de las sorpresas: al llegar a la habitación del hotel ve reflejada su fea cara sobre el gran espejo del armario. El susto fue tan descomunal que, lanzando un terrible bramido presa de pavor, salió corriendo: no se imaginaba que aquel feísimo "monstruo" que ha visto en la habitación es su propia imagen reflejada en el espejo. La escena acaba bien: Chita se refugió en los brazos de Tarzán, que la cogió con afecto, calmándola con sus caricias. Y es que Tarzán quería a Chita como era: con sus pelos negros y largos, su rostro de irracional y su mirada extraviada.
Dios nos quiere a cada uno de nosotros infinitamente más: sabe mejor que nadie cómo somos; conoce nuestros fallos; no ignora que somos miserables y que tenemos muchos defectos. Nos conoce mucho mejor que podemos conocernos a nosotros mismos, y tiene en cuenta nuestras cosas buenas y nuestros deseos de mejorar (José Pedro Manglano). Dios no se asusta de nuestras tonterías. Gracias, Dios mío, porque me quieres a mí y a cada uno más que todas las madres del mundo puedan querer a sus hijos; no te asustas ante nuestras torpezas, ni ante nuestras miserias, y nos acoges con un cariño infinitamente mayor que el que tenía Tarzán a Chita. El problema es que cuando yo voy descubriendo mis limitaciones, fallos, miserias, etc., me puedo "medio asustar" y pensar que no me es posible ser santo, que no puedo estar cerca de ti, entonces puedo desanimarme, olvidarme de que Tú me quieres como soy, y alejarme de Ti. Que no me pase esto, Señor. Si alguna vez me alejo de Ti, volveré corriendo a tu lado contándote lo que me pasa. Y también a las personas que me fío: padres, hermanos, abuelos, parientes, en el cole el preceptor o tutor,  amigos y sacerdote, etc., porque cuando se me mete una idea de que soy super-raro y el único que le pasa algo, como que tengo una cara fea porque me sale un grano, en cuanto lo cuento y me dicen que es normal… me quedo ya tranquilo. Y esto en todo…
¿Por qué descorazonarnos, cuando en nuestro camino de conversión encontramos algo que se nos hace tremendamente difícil de superar? ¿Somos más grandes nosotros que la Misericordia de Dios? ¿Es más milagroso el hecho de que una mujer vaya a escuchar a Salomón, o el que una ciudad completa, se convierta ante la voz de un profeta, que la Resurrección del Hijo de Dios? Muchas veces a lo largo de la vida hemos pedido perdón, y muchas veces nos ha perdonado el Señor. Cada uno de nosotros sabe cuánto necesita de la misericordia divina: Recuerda, Señor, que tu ternura y tu misericordia son eternas (Salmo 24, 6), leemos en la Antífona de la Misa. La Cuaresma es un tiempo oportuno para cuidar muy bien el modo de recibir el sacramento de la Penitencia, ese encuentro con Cristo, que se hace presente en el sacerdote. Allí nos acoge, nos cura, nos limpia, nos fortalece. Cuando nos acercamos a este sacramento debemos pensar ante todo en Cristo. Él debe ser el centro del acto sacramental. Y la gloria y el amor a Dios han de contar más que nuestros pecados. Se trata de mirar mucho más a Jesús que a nosotros mismos; más a su bondad que a nuestra miseria, pues la vida interior es un diálogo de amor en el que Dios es siempre el punto de referencia. Somos como el hijo pródigo que vuelve a la casa paterna (Francisco Fernández Carvajal).
Llucià Pou Sabaté

lunes, 10 de marzo de 2014

Martes de la semana 1 de Cuaresma

La oración transforma el alma como tierra fértil para acoger la semilla divina, a ejemplo de santa María.
“En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Al orar, no charléis mucho, como los gentiles, que se figuran que por su palabrería van a ser escuchados. No seáis como ellos, porque vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de pedírselo. Vosotros, pues, orad así: ‘Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu Nombre; venga tu Reino; hágase tu Voluntad así en la tierra como en el cielo. Nuestro pan cotidiano dánosle hoy; y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros hemos perdonado a nuestros deudores; y no nos dejes caer en tentación, mas líbranos del mal’. Que si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas» (Mt 6,7-15).
1. Jesús nos recomienda la oración y nos enseña el «Padrenuestro». Podemos hablar con Dios como padre, llamarle “papá”, con una confianza de niño pequeño con su padre, santa osadía. Es tan bonito ver que no es un “dios” lejano al que rendimos homenaje y pedimos a cambio cosas, sino un “padre” al que amamos y que espera de nosotros correspondencia a su amor. La palabra "abba" expresa esa confianza extrema en aquella tierra, la que los niños usan al echarse en brazos de su padre: algo así como "¡papaíto querido!": Jesús nos anima a tratar a Dios como padre, como Él lo trata: “Padre nuestro, que estás en el cielo, / sólo tu eres santo, / tu estás por encima de todo, / eres ternura y misericordia. / ¡Bendito sea tu nombre! / ¡No abandones la obra de tus manos, / hazte reconocer por lo que eres, / que venga tu Reino, / que los hombres descubran tu presencia, / pues tú eres el Dios fiel!
¡Danos hoy el pan de la vida, / tu palabra y tu Hijo, / tu gracia y tu luz, / para el camino de este día! / ¡Bendito seas, / tú que has cancelado toda nuestras deudas / salvándonos por Jesucristo: / también hoy perdónanos, / como nosotros perdonamos / a todos los que nos ofenden, / en la paz de tu gracia! / ¡Padre, / no nos sometas a la gran prueba, / guárdanos en la fe y la esperanza / pues nunca renegaremos de tu nombre y tu palabra! / ¡Líbranos del Adversario, / pues tú eres nuestro Dios, el único, / Dios santo, Padre de ternura!” (Sal Terrae).
Esto es la oración, que nuestro corazón se haga campo para la palabra como decía el profeta, tierra que se deja absorber por la semilla. María es la que mejor «guardaba» la palabra en su corazón y daba fruto. Ella ha llevado en sí todo el pueblo de Israel, sus esperanzas, y la Promesa, Jesús. Ella, entregada a la oración, ha convertido el sufrimiento y la grandeza de aquella historia en tierra fértil para el Dios vivo. Gracias, Madre mía, porque te haces tierra, ser transformada en aquel que tiene necesidad de nosotros para hacerse fruto de la tierra. Te pido que hagas realidad la oración colecta de hoy: hacernos deseo ardiente de Dios. En este tiempo de hacer cosas, de activismo y poca contemplación, acudimos a tu intercesión para profundizar  de la oración, el anhelo de Dios y la fe, para que como la semilla germinó en tualma, y una nueva vida pudiera ver la luz, también nosotros acojamos a Jesús.
2. Cuentan de un hombre que estaba arriba el  tejado de casa suya durante una inundación; el agua le llegaba a los pies, y pasó uno con una canoa y dijo:
-"He venido a salvarte!"
-"¡No!, dijo él, he rezado a mi Dios y Él me salvará".
Pasaba el tiempo, el agua le llegaba ya a la cintura, cuando llegó una lancha a motor:
-"Quieres que te lleve a un lugar más alto?"
-"No, gracias, tengo fe en Dios, a quien he rezado y él me salvará."
-"Tú te lo pierdes...!"- cogió la lancha y se fue. Y cuanto el agua le llegaba al cuello, lo vio un helicóptero que desde lejos lo había visto, con las sirenas encendidas, y con el altavoz le gritan:
-"¡Cógete a esta cuerda y te subiremos!"
-"¡no gracias, he rezado a mi Señor y tengo fe en él, que me salvarà!”
Desconcertado el piloto, dejó aquel hombre al tejado, y poco después, moría ahogado; y cuanto fue a recibir la recompensa, que se presentó ante Dios, le dijo:
-"Señor, yo tenía total fe en que tú me salvarías y me has abandonado: ¿Porqué?".
Y dice la historieta que Dios le contestó: "¿Que más querías que hiciera?: fuiste tú que no quisiste salvarte. Yo te envié una canoa, una lancha a motor y un helicóptero, ¿qué más querías?"
Bien, a veces no sabemos reconocer estas señales de Dios, y nos obsesionamos, nos ahogamos por un problema y la solución está a nuestro lado; buscamos una felicidad de maneras equivocadas, en lugar de disfrutar de lo que se nos da. El Señor nos escucha siempre, pero no siempre de la forma que le pedimos… A veces pedimos las grandes cosas, y Dios está en las pequeñas cosas, las que pasen hoy y ahora, cada día y a  cada hora concreta, en cada momento... ahí nos da “el pan nuestro de cada día”… No podemos dejar pasar aquella oportunidad, cada momento es especial…
Hay una canción de uno que se cree el Rey que manda más que nadie y dice “y mi palabra es la ley…” esto no verdad, porque ya vimos el domingo que no somos Dios, y nos estropeamos si no queremos obedecer la ley de Dios, como nos dice hoy por boca del profeta Isaías. En contra de lo que dice el profeta, Israel no obedece. La semilla de Dios en el mundo no parece dar resultados. Isaías, profeta del consuelo, canta cuanto hay de bello y de hermoso en el mundo  para devolver la ilusión y la esperanza. Confianza en que a pesar de todo, Dios concede esos dones que promete: “Así como la lluvia y la nieve descienden del cielo y no vuelven a él sin haber empapado la tierra, sin haberla fecundado y hecho germinar, para que dé la semilla al sembrador y el pan al que come, así sucede con la palabra que sale de mi boca: ella no vuelve a mí estéril, sino que realiza todo lo que yo quiero y cumple la misión que yo le encomendé”.
Jesús, sé que eres tú la Palabra encarnada, que da fruto y nos salva. En ti, Señor, tu Padre Dios se ha comprometido con nosotros, eres la nueva Alianza, nuestra salvación. Y eres la misma palabra de Dios que te nos das en la Eucaristía, como dice hoy la oración sobre las ofrendas: "transforma en sacramento de vida eterna el pan y el vino  que has creado para sustento temporal del hombre". Tú nos divinizas, Señor, contigo la tierra ya no será desolada, sino fértil porque acogerá esta simiente divina. Aquí vemos también a María, tierra santa de la Iglesia: que la palabra de Dios no quedó vacía y limitada a sí misma, sino que asumió lo otro, la tierra; en la «tierra» de la Madre, la palabra se hace hombre, y ahora, amasada con la tierra de la humanidad entera, puede de nuevo volver a Dios. La Virgen María es la que sabe decir que sí a lo que Dios le pide, y es estupendo cómo nos trajo a Jesús.
3. Por eso dice el salmo que el Señor está al lado de los que tienen roto el corazón, y los ayuda: “Engrandeced conmigo a Yahveh, ensalcemos su nombre todos juntos”. Al buscarte, Señor, me libras de mis miedos: “He buscado a Yahveh, y me ha respondido: me ha librado de todos mis temores. Los que miran hacia él, refulgirán: no habrá sonrojo en su semblante”. Eres mi roca que me da paz: “Cuando el pobre grita, Yahveh oye, y le salva de todas sus angustias. Los ojos de Yahveh sobre los justos, y sus oídos hacia su clamor”. Nos libras de toda angustia, y me levantas de toda pena: “Yahveh está cerca de los que tienen roto el corazón. Él salva a los espíritus hundidos”.

Llucià Pou Sabaté

domingo, 9 de marzo de 2014

Lunes de la semana 1 de Cuaresma

Meditaciones de la semana
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Necesitamos convertirnos, para crear una cultura del amor, y además en el amor seremos juzgados
“En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria acompañado de todos sus ángeles, entonces se sentará en su trono de gloria. Serán congregadas delante de Él todas las naciones, y Él separará a los unos de los otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos. Pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda. Entonces dirá el Rey a los de su derecha: “Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme”. Entonces los justos le responderán: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; o sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos forastero, y te acogimos; o desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y fuimos a verte?” Y el Rey les dirá: “En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis”.Entonces dirá también a los de su izquierda: “Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el Diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; era forastero, y no me acogisteis; estaba desnudo, y no me vestisteis; enfermo y en la cárcel, y no me visitasteis”. Entonces dirán también éstos: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento o forastero o desnudo o enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?” Y él entonces les responderá: “En verdad os digo que cuanto dejasteis de hacer con uno de estos más pequeños, también conmigo dejasteis de hacerlo”. E irán éstos a un castigo eterno, y los justos a una vida eterna»” (Mateo 25,31-46).
1. Hoy se nos recuerda el juicio final, “cuando el Hijo del hombre venga en su gloria” y “Él separará a los unos de los otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos”. Y en ese gran momento, dirá el Rey a los de su derecha: “Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme”. Entonces los que van al cielo piensan: resulta que Cristo estaba en los demás, y no lo veíamos, y le dicen: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; o sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos forastero, y te acogimos; o desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y fuimos a verte?” Y el Rey les dirá: “En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis”». Sigue con los condenados, que nos da mucha pena…
Jesús no habla aquí de ir a Misa y cumplir otros mandamientos, sino de tener buen corazón con los demás. Hacemos o dejamos de hacer con él lo que hacemos o dejamos de hacer con los que nos rodean. Es una de las páginas más sorprendentes de todo el evangelio. Una página que se entiende demasiado bien. El amor fraterno es la mejor preparación para participar de la Pascua de Cristo, se nos dice desde el principio de la Cuaresma. Es un programa exigente. Amar a nuestro prójimo: a nuestra familia, a los compañeros de clase, a los vecinos del barrio o de la escalera del edificio. Va en serio: «cada vez que lo hicisteis con ellos, conmigo lo hicisteis; cada vez que no lo hicisteis con uno de ellos, tampoco lo hicisteis conmigo». Tenemos que ir viendo a Jesús mismo en la persona del prójimo. Para un estudiante, será visitar al compañero enfermo y explicarle las cosas que han dado en clase mientras no ha ido. De ayudar al que pasa hambre: si guardamos en la hucha para dar a los que vemos en la tele que están necesitados. Si estudiamos para arreglar el mundo, el día de mañana, con nuestra ciencia. Alguien ha dicho que tener un enfermo en casa es como tener el sagrario: pero entonces debe haber muchos «sagrarios abandonados». Será la manera de preparar la Pascua de este año: «anhelar año tras año la solemnidad de la Pascua, dedicados con mayor entrega a la alabanza divina y al amor fraterno» (prefacio I de Cuaresma). Será también la manera de prepararnos a sacar buena nota en ese examen final. «Al atardecer de la vida, seremos juzgados sobre el amor» (S. Juan de la Cruz): si hemos dado de comer, si hemos visitado al que estaba solo. Al final resultará que eso era lo único importante (J. Aldazábal).
Por tanto, en la vida no es importante hacer cosas grandes sino amar, ésta es la cosa grande, como dice S. Agustín: “A los que se salvan Jesús no les dirá: “hiciste esta o aquella obra grande”, sino: “tuve hambre y me disteis de comer”; a los que están a la izquierda no les dirá: “hicisteis ésta o aquélla obra mala”, sino: “tuve hambre y no me disteis de comer.” Los primeros, por su limosna irán a la vida eterna; los segundos por su esterilidad, al fuego eterno, Elegid ahora el estar a la derecha o a la izquierda”… Cristo vive en los cristianos, y le da un sentido más profundo a las relaciones humanas, ver a Jesús en los demás da una orientación a todo nuestro actuar: “el corazón del progreso es el progreso del amor. Y el corazón del amor es la cruz, el perderse con Jesús” (Ratzinger). Hoy en Roma se revive una “estación”, una Misa en una iglesia importante, es en San Pedro “in Vinculis”, iglesia construida al lado de un tribunal romano; ahí se guardan las cadenas de Pedro en la cárcel. ¿El amor encadena? De una manera diferente al juego al que uno se engancha, pero engancha… pero qué bonito engancharse a lo bueno…
Hoy rezamos: “dame fuerzas, Señor, para convertirme”. ¿Qué es convertirse? Seguir a Jesús, acompañarle, caminar con Él, no querer ser “libres” de Dios, sino engancharnos a él, tener necesidad de su amor, de rezar, desear la fe, esperanza y amor antes que nuestro gusto, caprichos y comodidades, los falsos dioses que nos engañan.
Cuentan que un importante señor gritó al director de su empresa, porque estaba enfadado en ese momento. El director llegó a su casa y gritó a su esposa, acusándola de que estaba gastando demasiado, porque había un abundante almuerzo en la mesa. Su esposa gritó a la empleada porque rompió un plato. La empleada dio una patada al perro porque la hizo tropezar. El perro salió corriendo y mordió a una señora que pasaba por la acera, porque le cerraba el paso. Esa señora fue al hospital para ponerse la vacuna y que le curaran la herida, y gritó al joven médico, porque le dolió la vacuna al ser aplicada. El joven médico llegó a su casa y gritó a su madre, porque la comida no era de su agrado. Su madre, tolerante y un manantial de amor y perdón, acarició sus cabellos diciéndole: -"Hijo querido, prometo que mañana haré tu comida favorita. Tú trabajas mucho, estás cansado y precisas una buena noche de sueño. Voy a cambiar las sábanas de tu cama por otras bien limpias y perfumadas, para que puedas descansar en paz. Mañana te sentirás mejor". Bendijo a su hijo y abandonó la habitación, dejándolo solo con sus pensamientos... En ese momento, se interrumpió el círculo del odio, porque chocó con la tolerancia, la dulzura, el perdón y el amor. Si tú eres de los que entraron en un círculo del odio, acuérdate que puedes romperlo con tolerancia, dulzura, perdón y amor. No caigamos en el círculo del odio pensando que es imposible encontrar amor: la manera más rápida de recibir amor es darlo, hay más alegría en dar que en recibir. El amor lo perdemos cuando lo queremos para nosotros, es como el fuego que cuando lo extendemos nos acaricia con su calor; el amor tiene alas y no hay que encadenarlo. El amor es el don más preciado que Dios nos ha regalado, y que nos da la oportunidad de regalar. Además, cuanto más se da más nos queda porque se agranda nuestro corazón al amar, ahí está el secreto del amor. De nada tiene necesidad este mundo como del amor. El amor alienta, sonríe, atrae, confía, enternece, canta, tranquiliza, guarda silencio, edifica, siembra, espera, consuela, suaviza, aclara, perdona, vivifica, es dulce; es pacífico; es veraz, es luminoso, es humilde, es sumiso, es manso, es espiritual, es sublime, todo lo puede... No hay dificultad por muy grande que sea, que el amor no lo supere. -No hay enfermedad por muy grave que sea, que el amor no la sane. -No hay puerta por muy cerrada que esté, que el amor no la abra. -No hay distancias por extremas que sean, que el amor no las acorte tendiendo puentes sobre ellas. -No hay muro por muy alto que sea, que el amor no lo derrumbe. -No hay pecado por muy grave que sea, que el amor no lo redima. -No importa cuán serio sea un problema, cuán desesperada una situación, cuán grande un error, el amor tiene poder para superar todo esto. Quien es capaz de experimentar realmente el amor, puede ser la persona más feliz y más poderosa del mundo. Amar... Siempre... En cada acto, en cada pensamiento, en cada día que amanece, en cada noche que llega, hacer de la vida siempre una canción de amor...
2. El Señor fue dando a Moisés un “código de santidad”: “No odiarás a tu hermano en tu corazón: deberás reprenderlo convenientemente, para no cargar con un pecado a causa de él. No serás vengativo con tus compatriotas ni les guardarás rencor. Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo soy el Señor”: mientras que hay cosas que cambiaron con Jesús pero otras que nunca cambian: no robar, no engañar, no guardar rencor, no maldecir al sordo (aprovechando que no puede oír) y no poner tropiezos ante el ciego (que no puede ver). La consigna final es bien positiva: «amarás a tu prójimo como a ti mismo». Todo ello en nombre de Dios: «yo soy el Señor». Dios quiere que seamos santos como él, que le honremos más con las obras que con los cantos y las palabras. “Sed santos, porque Yo el Señor, vuestro Dios, soy Santo”. Jesús dirá: «sed perfectos como vuestro Padre es perfecto».  Y es que lo demás no nos llena, como decía S. Agustín: «Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti» (Confesiones 1,1).

3. El Salmo nos recuerda que “la ley del Señor es perfecta, reconforta el alma…; los mandamientos del Señor son claros, iluminan los ojos… los juicios del Señor son la verdad, enteramente justos”. El mandamiento de Dios es el amor, y el amor verdadero es el que sigue estos mandamientos… ¡qué misterio! Somos como un coche con muchas posibilidades, pero que está mal de frenos… nos avisa la cabeza: “que viene bajada, no aceleres”, pero a veces nos gusta la velocidad, y ya es demasiado tarde… no tomamos bien la curva y nos salimos, o chocamos contra un árbol… por eso tenemos los mandamientos: prohíben lo que es contrario al amor de Dios y del prójimo y mandan lo que le es esencial, para ayudarnos a no salirnos del camino, a no chocar, a no estrellarnos llevados por las pasiones. Al final, es lo que hace feliz: «Tus palabras, Señor, son espíritu y vida»… Si contemplamos la Palabra de Dios viva, que es Jesús, si hacemos oración, si hacemos de su Palabra nuestro alimento cotidiano, nuestra delicia... por ese camino alcanzaremos la santidad.

sábado, 8 de marzo de 2014

Domingo de la semana 1 de Cuaresma; ciclo A

Meditaciones de la semana
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«Entonces fue conducido Jesús al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo. Después de haber ayunado cuarenta días con cuarenta noches, sintió hambre. Y acercándose el tentador le dijo: Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes. EL respondiendo dijo: Escrito está: No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que procede de la boca de Dios. Luego, el diablo lo llevó a la Ciudad Santa y lo puso sobre el pináculo del Templo. Y le dijo: Si eres Hijo de Dios, arrójate abajo. Pues escrito está: Dará órdenes acerca de ti a sus ángeles, de que te lleven en sus manos, no sea que tropiece tu pie contra alguna piedra. Y le respondió Jesús: Escrito está también: no tentarás al Señor tu Dios. De nuevo lo llevó el diablo a un monte muy alto, y le mostró todos los reinos del mundo y su gloria, y le dijo: Todas estas cosas te daré si postrándote me adoras. Entonces le respondió Jesús: Apártate Satanás, pues escrito está: Al Señor adorarás y a El solo darás culto. Entonces lo dejó el diablo, y los ángeles vinieron y le servían». (Mateo 4, 1-11)
1º. Jesús, te has retirado al desierto para prepararte antes de empezar tu predicación.
Y te preparas con más oración y con más mortificación.
Siguiendo tu ejemplo, también yo he de preparar cualquier acción apostólica rezando y ofreciendo pequeños sacrificios por aquéllos a quienes quiera hablar de Ti.
«Sintió hambre.»
Jesús, eres perfecto Dios y también perfecto hombre.
Por eso tienes hambre y sed, te cansas después de caminar todo un día, o lloras cuando se muere un amigo.
Tú me entiendes porque has experimentado los mismos cansancios, alegrías, sufrimientos, dolores, sentimientos y afectos que yo me encuentro a lo largo de mi vida.
Jesús, hoy experimentas la tentación del demonio.
No quieres dejar de vivir esta situación tan humana y, al permitir que te suceda, me vienes a decir que sufrir la tentación, como una prueba a nuestra virtud, no es algo necesariamente malo.
Puede ser incluso motivo de gran avance espiritual, y por eso la permites.
«El Espíritu Santo nos hace discernir entre la prueba, necesaria para el crecimiento del hombre interior en orden a una «virtud probada», y la tentación que conduce al pecado y a la muerte. También debemos distinguir entre «ser tentado» y «consentir» en la tentación. Por último, el discernimiento desenmascara la mentira de la tentación: aparentemente su objeto es «bueno, seductor a la vista, deseable», mientras que, en realidad, su fruto es la muerte» (CEC.- 2847).
 Lo importante es luchar para vencer la tentación, sabiendo que siempre presenta una falsa felicidad, una «pseudo ganancia» hueca.
Jesús, ¡no me dejes caer en la tentación!
2º. «Jesucristo tentado. La tradición ilustra esta escena considerando que Nuestro Señor; para darnos ejemplo en todo, quiso también sufrir la tentación. Así es, porque Cristo fue perfecto Hombre, igual a nosotros, salvo en el pecado. Después de cuarenta días de ayuno, con el solo alimento         -quizá- de yerbas y de raíces y de un poco de agua, Jesús siente hambre: hambre de verdad, como la de cualquier criatura. Y cuando el diablo le propone que convierta en pan las piedras, Nuestro Señor no sólo rechaza el alimento que su cuerpo pedía, sino que aleja de sí una incitación mayor: la de usar del poder divino para remediar; si podemos hablar así, un problema personal
» habréis notado a lo largo de los Evangelios: Jesús no hace milagros en beneficio propio. Convierte el agua en vino, para los esposos de Caná; multiplica los panes los peces, para dar de comer a una multitud hambrienta. Pero El se gana el pan, durante largos años, con su propio trabajo. Y más tarde, durante el tiempo de su peregrinar por tierras de Israel, vive con la ayuda de aquellos que le siguen.
»En la segunda tentación, cuando el diablo le propone que se arroje desde lo alto del Templo, rechaza Jesús de nuevo ese querer servirse de su poder divina Cristo no busca la vanagloria, el aparato, la comedia humana que intenta utilizar a Dios como telón de fondo de la propia excelencia» (Es Cristo que pasa, 61).
Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.

viernes, 7 de marzo de 2014

Sábado de Ceniza

Meditaciones de la semana
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Al reconocernos pecadores podemos recibir la misericordia divina, y comunicar ese amor divino a los demás
«Después de esto, salió y vio a un publicano de nombre Leví, sentado en el telonio y le dijo: Sígueme. Y dejadas todas las cosas se levantó y le siguió. Y Leví preparó en su casa un gran banquete para él; había un gran número de publicanos y de otros que le acompañaban a la mesa. Y murmuraban los fariseos y sus escribas decían a los discípulos de Jesús: ¿Por qué coméis y bebéis con los publicanos y pecadores? Y respondiendo Jesús, les dijo: No tienen necesidad de médico los que están sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a la penitencia». (Lucas  5, 27-32)
1. Hoy, Jesús invita al publicano Levi-Mateo a seguirlo. Y el pecador se levanta, lo deja todo y va en seguimiento de Jesús. Le ofrece un gran banquete para celebrar su conversión. San Mateo era antes un recaudador de impuestos, vendido a los romanos, hacía un negocio sucio, y era odiado: por ser un traidor del pueblo. El Señor lo miraría con cariño (una mirada de misericordia, que llena de esperanza), y le dijo: “Sígueme”. «No podía ser más sencilla la manera de llamar Jesús a los primeros doce: «ven y sígueme». / Para ti, que buscas tantas excusas con el fin de no continuar esta tarea, se acomoda como el guante a la mano la consideración de que muy pobre era la ciencia humana de aquellos primeros; y, sin embargo, ¡cómo removieron a quienes les escuchaban! / - No me lo olvides: la labor la sigue haciendo El, a través de cada uno de nosotros” (S. Josemaría, Surco 189).
«Y dejadas todas las cosas se levantó y le siguió.» Es la respuesta ante la transformación que Jesús provoca en algunas almas, en la nuestra, si le atendemos. Y Leví hace la fiesta. Le dicen “¿cómo es que comes con publicanos y pecadores?” y Cristo dirá: “no he venido a los justos, sino a los pecadores a que se conviertan”, y es que los que se creen justos no se dejan salvar… Él es el remedio de nuestros males: todos andamos un poco enfermos y por eso tenemos necesidad de Cristo. Debemos ir a Él como el enfermo va al médico, diciendo la verdad de lo que le pasa, con deseos de curarnos: “Señor, si quieres, puedes curarme”. Y el Señor actuará: “Quiero, sé limpio”. También dice: “Id y mostraos a los sacerdotes”, y vamos al sacramento de la penitencia, como nos dice el Catecismo, hablando de la confesión frecuente: «sin ser estrictamente necesaria, la confesión de los pecados veniales, sin embargo, se recomienda vivamente por la iglesia. En efecto, la confesión habitual de los pecados veniales ayuda a formar la conciencia, a luchar contra las malas inclinaciones, a dejarse curar por Cristo, a progresar en la vida del Espiritual» (1458).
2. Nos dice Dios que nos portemos bien con los demás,. “Entonces llamarás, y el Señor responderá; pedirás auxilio, y él dirá: "¡Aquí estoy!"… tú serás como un jardín bien regado”, nos dará el Señor todo lo que necesitamos, si nosotros lo hacemos con los demás, si no los dejamos solos.
El profeta nos dice: «el sábado sea tu delicia», o bien, que «el Señor sea tu delicia». Pero por la caridad fraterna, desterrar la opresión y la maledicencia, partir el pan con el hambriento. Entonces sí, «brillará tu luz en las tinieblas y el Señor te dará reposo permanente» y te llamarán «reparador de brechas». ¿Aprovecho el domingo para dedicarlo a los que amo: mi familia, mis amigos, Dios? ¿Es la misa del domingo el núcleo y centro de toda mi semana? ¿Procuro asimilar la Palabra de Dios?¿Mi misa es un encuentro con Dios, un escuchar a Dios, una comunicación con El? ¿Es la cumbre de mi vida humana? Mi conducta, mis compromisos de toda la semana ¿quedan iluminados por mi misa dominical?  “Entonces, encontrarás tu «alegría» en el Señor... Serás como huerto bien regado... Como un manantial... Levantarás las ruinas... Edificarás”. Imágenes de expansión y de felicidad, de fecundidad y de vida. Siempre la misma idea: Dios no quiere el esfuerzo y el sacrificio por sí mismos. Dios quiere el sacrificio para el gozo y la alegría.
-“Que tu gesto no sea nunca una amenaza, ni tus palabras expresen maldades... Comparte tu pan con el hambriento... Colma los deseos del desgraciado”. Nos pide el Señor desterrar la maledicencia: no sólo la calumnia, sino el hablar mal de los demás propalando sus defectos o fallos; partir el pan con el que no tiene, saciar el estómago del indigente: poner suavidad y bondad en todas nuestras relaciones... estar atentos a los deseos de los demás... y a las necesidades de más necesitados...
-“Tales son las palabras del Señor”. ¿Cómo es posible que la cuaresma aparezca a muchos, hoy todavía, como un tiempo de restricción, de disminución, de menoscabo? (Noel Quesson). Dice San Gregorio Nacianceno: «No consintamos, hermanos, en administrar de mala manera lo que, por don divino, se nos ha concedido... No nos dediquemos a acumular y guardar dinero, mientras otros tienen que luchar en medio de la pobreza... Imitemos aquella suprema y primordial ley de Dios que hace llover sobre  justos y pecadores, y hace salir igualmente el sol para todos; que pone la tierra, las fuentes, los ríos y los bosques a disposición de todos sus habitantes; el aire se lo entrega a las aves y el agua a los que viven en ella, y a todos da con abundancia los subsidios para su existencia, sin que haya autoridad de nadie que los detenga, ni ley que los circunscriba, ni fronteras que los separen; se lo entregó todo en común, con amplitud y abundancia y sin deficiencia alguna. Así enaltece la uniforme dignidad de la naturaleza con la igualdad de sus dones y pone de manifiesto las riquezas de su benignidad».
Dicen que un joven iba por carretera en coche, cuando vio a una señora anciana, fuera de un coche parado, al lado de la carretera. Llovía fuerte y  oscurecía, y al verla necesitada, detuvo su coche y se acercó. La señora al verle vestido pobremente tuvo miedo, y el joven le dijo: “Estoy aquí para ayudarla, señora, no se preocupe. ¿Por qué no entra en el coche que estará mejor? Me llamo Renato”. Ella tenía una rueda pinchada y Renato la cambió… la mujer le contó que estaba de paso, y que se encontraba perdida en aquel lugar, sin saber qué hacer, y no sabía cómo agradecer la preciosa ayuda; preguntó qué podía pagarle. Renato respondió: “Si realmente quisiera pagarme, la próxima vez que encuentre a alguien que precise de ayuda, déle a esa persona la ayuda que ella necesite y acuérdese de mí”...
Algunos kilómetros después, la señora se detuvo en un restaurante más bien pobre. La camarera era joven, muy amable, le trajo una toalla limpia para que secase su cabello y le dirigió una dulce sonrisa... estaba con casi ocho meses de embarazo, le notó cierta preocupación en su cara, y quedó curiosa en saber cómo olvidaba sus problemas para tratar tan bien a una extraña, y le dio pena que trabajara hasta tan tarde, en esas condiciones. Entonces se acordó de Renato. Después que terminó su comida, se retiró... Cuando la camarera volvió notó algo escrito en la servilleta, en la que había 4 billetes de 500 euros... Leyó entre lágrimas lo que decía: - “Tú no me debes nada, yo tengo bastante. Alguien me ayudó hoy y de la misma forma te estoy ayudando. Si tú realmente quisieras reembolsarme este dinero, no dejes que este círculo de amor termine contigo, ayuda a alguien”. Aquella noche, cuando fue a casa, cansada, pensaba en el dinero y en lo que la señora dejó escrito... ¿Cómo pudo esa señora saber cuánto ella y el marido necesitaban de aquel dinero? Con el bebé que estaba por nacer el próximo mes, todo estaba difícil... Quedó pensando en la bendición que había recibido, y que últimamente estaba enfadada con su situación y que las cosas no iban bien con su marido; cambió su cara y dibujó una gran sonrisa... Agradeció a Dios y besó a su marido con un beso suave y susurró: -“Todo estará bien: ¡te amo... Renato!”
En la película "Cadena de Favores" vemos esta idea: un niño inicia un movimiento que sugiere que alguien haga un favor grande a tres personas; cada una de esas tres personas ayudará a otras tres, y así sucesivamente, hasta llegar a un nivel donde el se multiplican los favores y buenas intenciones y se logre mejorar el lamentable estado en el que está el mundo. El niño entonces ayuda a quienes más cerca están de él, sin darse cuenta del lío que va a organizar, como una gran ola de gente que le va a seguir. Uno se puede dejar contagiar de la agresividad que nos rodea, el “mal rollo”, o puede sembrar amabilidad. Uno puede ir a la suya, y construir su destino, o bien hacer el bien, y ayudar a todo el que te necesite. La vida es algo misterioso, y la historia de Renato sería una cursilada si no fuera porque experimentamos que en nuestras vidas muchas veces es realmente así... en la medida que hagamos a los demás, ellos harán con nosotros; la vida es un espejo... ciertas “casualidades” nos hacen ver que todo lo que uno da, ¡vuelve a  uno!  Es como si hubiera un espejo que funciona con lo que expresamos; si damos odio nos vuelve odio, si lo que damos a los demás es amor, también lo recibimos. ¿Siempre? Porque a veces parece que no recibimos lo que damos: en realidad lo recibimos siempre, pero de otro modo, pues el fruto más importante de nuestras acciones ya ha crecido en nuestro interior, aunque fuera no germine aparentemente; aunque no siempre se ven los resultados, aun así vale la pena. La regla de oro siempre es la del Evangelio: hacer a los demás lo que queremos que hagan con nosotros, sabiendo que hay más alegría en dar que en recibir.
3. «Enséñame tus caminos», pedimos al Señor en el salmo. La misericordia oprimido por todos esos males y buscando socorro en nosotros. "Enséñame, Señor, tu camino, para que siga tu verdad."
“Tú eres mi Dios, piedad de mí, Señor, / que a ti te estoy llamando todo el día; / alegra el alma de tu siervo, / pues levanto mi alma hacia ti.
Porque tú, Señor, eres bueno y clemente, / rico en misericordia con los que te invocan. / Señor, escucha mi oración, / atiende a la voz de mi súplica”.
Llucià Pou Sabaté



San Juan de Dios, religioso

San Juan de Dios (Montemor-o-Novo 8 de marzo de 1495 - Granada 8 de marzo de 1550) es el fundador de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios. Su nombre de pila era João Cidade Duarte (Juan Ciudad Duarte en español).
Cuando aún no contaba con doce años, se establece en Oropesa, (Toledo) (España), en la casa de Francisco Cid Mayoral, al cual le servía como pastor. A la edad de 27 años, (1523) se alistó en las tropas de un capitán de infantería llamado Juan Ferruz, al servicio del Emperador Carlos I, en la defensa de Fuenterrabía, contra de las tropas francesas. Fue para él una dura experiencia, siendo expulsado por negligencia en el cuidado de las ganancias de su compañia (se salvo en el último momento de ser ahorcado). A pesar de ello, volvió a combatir en las tropas del conde de Oropesa en 1532, en el auxilio de Carlos V a Viena, sitiada por los turcos de Soliman I.
Al desembarcar en España por la costa gallega, siente la necesidad de entrar en Portugal y reencontrarse con sus orígenes. Pero este deseo se ve seriamente frustrado: sus padres han muerto; tan sólo queda su tío. De allí pasa a Andalucia y estando de paso en Gibraltar decide embarcar para África. En su mismo barco, encuentra al caballero Almeyda, su mujer y sus cuatro hijas que habían sido desterrados por el rey de Portugal enviándolos a Ceuta. El padre le contrata como sirviente, pero pronto cayeron todos enfermos, gastando la poca fortuna que traían, viéndose en la necesidad de pedir socorro a Juan de Dios. Este, mostrando ya la enorme caridad que le convertiría en santo, se pone a trabajar en la reconstrucción de las murallas de la ciudad, permitiendo que de su salario comiesen todos. Más tarde, pasa a Gibraltar, donde se hace vendedor ambulante de libros y estampas. De ahí se traslada definitivamente a Granada, en 1538, y abre una pequeña librería en la Puerta Elvira. Sería en esta librería donde comienza su contacto con los libros de tipo religioso.
El 20 de enero de 1539 se produce un hecho trascendental. Mientras escuchaba el sermón predicado por San Juan de Ávila en la Ermita de los Mártires, tiene lugar su conversión. Las palabras de Juan de Ávila producen en él una conmoción tal, que le lleva a destruir los libros que vendía, vaga desnudo por la ciudad, los niños lo apedrean y todos se mofan de él. Su comportamiento es el de un loco y, como tal, es encerrado en el Hospital Real. Allí trata con los enfermos y mendigos y va ordenando sus ideas y su espíritu mediante la reflexión profunda. Juan de Ávila dirige su joven e impaciente espíritu y lo manda peregrinar al santuario de la Virgen de Guadalupe en Extremadura. Allí madura su propósito y a los pies de la Virgen promete entregarse a los pobres, enfermos y a todos los desfavorecidos del mundo.
Juan vuelve a Granada en otoño de ese mismo año, lleno de entusiasmo y humanidad. Los recursos con los que cuenta son su propio esfuerzo y la generosidad de la gente. En un principio Juan utiliza las casas de sus bienhechores para acoger a los enfermos y desfavorecidos de la ciudad. Pero pronto tuvo que alquilar una casa, en la calle Lucena, donde monta su primer hospital. Pronto crece su fama por Granada, y el obispo le pone el nombre de Juan de Dios. En los siguientes diez años crece su obra y abre otro hospital en la Cuesta de Gomérez. Es, así mismo, un innovador de la asistencia hospitalaria de su época. Sus obras se multiplican y crece el número de sus discípulos -entre los cuales destaca Antón Martín, creador del Hospital de la Orden en Madrid llamado de Nuestra Señora del Amor de Dios- y se sientan las bases de su obra a través del tiempo. El 8 de marzo de 1550, a los 55 años, moría Juan de Dios en Granada, víctima de una pulmonía a consecuencia de haberse tirado al Genil para salvar a un joven que, aprovechando la crecida del río, había ido para hacer leña pero se cayó en medio de la corriente y estaba en trance de ahogarse. Lógico final para una vida totalmente entregada a los demás.
Fue beatificado por el papa Urbano VIII el 1 de septiembre de 1630 y canonizado por el papa Alejandro VIII, el 16 de octubre de 1690. Fue nombrado santo patrón de los hospitales y de los enfermos.
A su muerte su obra se extendió por toda España, Portugal,Italia y Francia y hoy día está presente en los cinco continentes.