sábado, 18 de enero de 2014

Domingo II del tiempo ordinario (A): Jesús es el Cordero pascual, que quita el pecado del mundo

“En aquel tiempo, vio Juan venir Jesús y dijo: «He ahí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Éste es por quien yo dije: ‘Detrás de mí viene un hombre, que se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo’. Y yo no le conocía, pero he venido a bautizar en agua para que Él sea manifestado a Israel».
Y Juan dio testimonio diciendo: «He visto al Espíritu que bajaba como una paloma del cielo y se quedaba sobre Él. Y yo no le conocía pero el que me envió a bautizar con agua, me dijo: ‘Aquel sobre quien veas que baja el Espíritu y se queda sobre él, ése es el que bautiza con Espíritu Santo’. Y yo le he visto y doy testimonio de que éste es el Elegido de Dios»” (Jn 1,29-34).

1. Juan está aún a orillas del Jordán junto a dos de sus discípulos cuando ve pasar a Jesús y no se retiene de gritar de nuevo: «¡He ahí el Cordero de Dios!». Los dos discípulos comprenden y, dejando para siembre al Bautista, se ponen a seguir a Jesús.
En la Misa contemplamos esas palabras: «Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros / danos la paz». Entonces, antes de recibir al Señor en la comunión, el sacerdote las pronuncia en uno de los momentos más solemnes de la Misa, mostrando Jesús en la Eucaristía, como Cordero, y nos unimos a la fe eucarística con aquellas otras: “Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una sola palabra tuya y mi alma quedará sanada”. La expresión “cordero” aparece aquí unida a “el que sana mi alma”, el que me cura, me salva…
 “Cordero” es una metáfora de carácter mesiánico que habían usado los profetas, principalmente Isaías, y que era bien conocida por todos los buenos israelitas. A orillas del Jordán (quizá por Betaraba o Beth Abarah, el “lugar del pasaje”, en recuerdo del paso del Jordán por los hebreos), Jesús se nos muestra como Pascua: el que pasa por este río de la vida, para abrirnos el camino de la Vida. “La misericordia de Dios es superior a toda expectativa”, decía san Leopoldo Mandic. El Cordero se nos muestra como salvación. San Hipólito exclamaba admirado: “¡Oh, hecho que llena de estupor! El río infinito, que alegra la ciudad de Dios, es bañado por unas pocas gotas de agua. El manantial incontenible y perenne del que brota la vida para todos los hombres, se sumerge en un hilo de agua escasa y fugaz. Aquél que está en todas partes y no falta en ningún lugar, aquél que los ángeles no pueden comprender y los hombres no pueden ver, se acerca voluntariamente a recibir el bautismo”.
¿Por qué se bautiza el Mesías, si es el cordero inmaculado en quien no hay sombra de pecado? Hemos visto que pasa por las aguas para ser el Cordero pascual, que “se ha dado a sí mismo por nosotros para rescatarnos de toda iniquidad” (Tit 2,14). “En este abajamiento de Dios en el sublime momento de comenzar la predicación de la verdad y la proclamación del Misterio de Dios, se pone de manifiesto la magnitud, la generosidad de esta total donación de Dios en la Encarnación. ¿Por qué el Inmaculado se acerca humildemente a recibir el signo de los que se confiesan pecadores? Es mucho más fácil responder a esta pregunta que responder a la pregunta infinitamente más radical que ésta: ¿Por qué Dios se ha hecho hombre y se ha dado a los hombres que contra él pecaron? Ninguna de las cosas que hace Cristo las hace porque Él las necesita, sino porque las necesitamos nosotros. Todos los actos de Cristo son don a los hombres: Dios no tenía necesidad de hacerse cercano a nosotros en la Encarnación, pero nosotros sí teníamos necesidad de su cercanía, porque la lejanía de Dios es la muerte del alma; Jesucristo no tenía necesidad de purificarse en las aguas del Jordán, pero nosotros necesitábamos contemplar la humildad de Dios encarnado que se abaja hasta nosotros, pecadores; nosotros teníamos la necesidad de escuchar, en este ejemplo de Cristo, la invitación a expresar exteriormente nuestra penitencia (...) No venía Él a purificarse sino a purificarnos. Es el trasfondo de la maravillosa expresión que acuña Juan para referirse a Jesús: ‘Ese es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo’” (Miguel Á. Fuentes).
 “Cordero” tiene sin duda otros significados: animal pacífico que se deja hacer, que se deja comer… también es suave y manso, que se ofrece en sacrificio, inocente sobre el que se vierten las culpas como sacrificio vicario, víctima expiatoria… recordamos el animal que sustituye la muerte de Isaac en el altar del sacrificio, cuando Abraham puede recuperar a su hijo, todos son símbolos mesiánicos, y el hijo recuperado somos nosotros, salvados por la sangre redentora de Jesús. Es un cordero el del sacrificio cotidiano en el templo (cf. Ex 29,38); también hace referencia al Siervo de Yahvéh, de Isaías, llevado al matadero como corderito mudo (cf. Is 53,6.7); se resalta en muchos sitios su cualidad de inocencia o su disposición al sufrimiento. En el fondo Juan cifra todas estas cosas en ese solo nombre. De Cristo dice que “quita” el pecado del mundo; en el sentido de “hacer desaparecer”. Lo explicará también Juan Evangelista en sus cartas: “Sabéis que (Cristo) apareció para quitar los pecados” (1 Jn 3,5). Juan de Maldonado apunta: “Algunos siguiendo al Crisóstomo notan que Juan no dice ‘que quitará’, sino ‘que quita’ los pecados del mundo, usando el presente para significar, más que el hecho, la virtud natural de Cristo de quitar los pecados. A la manera que no decimos ‘el fuego calentará’, sino ‘el fuego calienta’, para expresar que el fuego, de su natural, como no halle impedimento, calienta cualquier cosa en todo tiempo y lugar”.
¿Cómo quita los pecados? Juan, hablando de la misión de Cristo dice: “Él os bautizará en Espíritu Santo y fuego”. La obra de Jesucristo, a diferencia de la de Juan, llega hasta el corazón, lo penetra y lo cambia. Por eso es comparada con el fuego: el fuego quema y purifica la escoria, la destruye; limpia, transforma. Cristo bautiza en el Espíritu Santo porque con su predicación no se limita a decir a los hombres que no pueden seguir viviendo como lo hacían hasta ese momento, sino que Él mismo los cambiará. Hará penetrar en los corazones el Espíritu Santo, y el Espíritu Santo, penetra, transforma y santifica. Juan prepara y Cristo lleva a plenitud la obra de la santificación de las almas cuando las sumerge con Él en las aguas fecundantes del Jordán espiritual: con Él hemos sido sepultados en el bautismo (Rom 6,4)” (Miguel Á. Fuentes).
Juan habla del bautismo del Espíritu Santo, por el que recibimos la filiación divina. Mucho más que cualquier otro talento o riqueza que podríamos desear o imaginar, es ser hijos de Dios: constituye el único fin que consuma nuestra vida. Esto va unido a la fraternidad, sentir como propias las cosas de los demás, y por tanto ser apóstoles de tan gozosa verdad, que estamos llamados a ser hijos en el Hijo, al camino de santidad, según nuestra condición ser consecuentes con esa filiación divina.
La filiación es complicada, para quien no tiene idea de padre, o ha perdido la confianza en ella, y considera Dios, más que como un Padre amoroso al que debe la vida y todo lo que es y tiene, como un obstáculo de la propia autonomía, o incluso un rival de la libertad personal. A veces, en efecto, hay quien considera a Dios como una complicación incómoda, que lamentablemente existe, que dificulta más aún la vida, ya de suyo difícil de los hombres. La imagen del Padre que perdona, que espera cada día la vuelta del hijo, dispuesto a restituirle su favor apenas regrese arrepentido, es muy plástica para re-construir la idea de padre, viendo al "padre misericordioso". La confesión será así una “actualización” del bautismo, como en los programas informáticos, para reavivar el fuego de la gracia, y cada vez que animamos a otro a "volver", se cumplen las palabras con las que concluye Santiago su carta a una joven comunidad de fieles: si alguno de vosotros se desvía de la verdad y otro le convierte, sepa que quien convierte a un pecador de su extravío, salvará su alma de la muerte y cubrirá sus muchos pecados.
Mirar el Cordero de Dios es participar de su misericordia (la que contemplamos en Semana Santa por ejemplo), dejarnos transformar por el Cordero: es amar a Dios de verdad, participar en su corazón, y nos dolerá que otros ofendan al Señor, aunque no sepan que lo hacen. Saldrán propósitos de pedir la luz de la fe, también con nuestros sacrificios, pues todos buscan la verdad y a Dios aún sin saberlo, todos intentan alcanzar la felicidad que en Él está, la vida plena que la Trinidad nos ha preparado, pues a esa vida nos eligió antes de la constitución del mundo para que seamos santos y felices en su presencia por el amor.
2. Samuel era un niño al servicio del templo y del sacerdote Elí, y acostado oyó que le llamaban, y “fue corriendo a donde estaba Elí y le dijo: —Aquí estoy; vengo porque me has llamado”.
Por tres veces oyó voces Samuel y le dijo Elí: —“No te he llamado; vuelve a acostarte”. Hasta que “Elí comprendió que era el Señor quien llamaba al muchacho y dijo a Samuel: —Anda, acuéstate; y si te llama alguien, responde: «Habla, Señor, que tu siervo te escucha.» Samuel fue y se acostó en su sitio. El Señor se presentó y le llamó como antes: —¡Samuel, Samuel! El respondió: —Habla, Señor, que tu siervo te escucha.
Samuel crecía, Dios estaba con él”, y fue el último Juez, antes de que comenzara la dinastía de los Reyes. Samuel habla con Dios
Nosotros, con el salmo, queremos decirle de algún modo al Señor: aquí está "tu siervo que está dispuesto a escucharte": "Aquí estoy para hacer tu voluntad. Dios mío, lo quiero y llevo tu ley en las entrañas”. Dios se inclina hacia cada uno de nosotros, para escucharnos, y darnos fortaleza: "afirmó mi pie sobre la roca”, y darnos su palabra: “me puso en la boca un canto nuevo", -"abriste mis oídos... para que escuchara tu voluntad", y queremos serle fieles: "llevo tu ley en mis entrañas... mira, no guardo silencio". Dios no quiere ya sacrificios de animales... lo que agrada a Dios es la docilidad de cada instante a su voluntad... El "don de sí por amor".
3. “Dios, con su poder, resucitó al Señor y nos resucitará también a nosotros. ¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? El que se une al Señor es un espíritu con él. Huid de la fornicación. Cualquier pecado que cometa el hombre, queda fuera de su cuerpo. Pero el que fornica, peca en su propio cuerpo. ¿O es que no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo?” Ser templos del Espíritu Santo, Dios en nosotros respetando nuestro modo de ser, sabiendo que estamos edificando el Templo: “Él habita en vosotros porque lo habéis recibido de Dios. No os poseáis en propiedad, porque os han comprado pagando un precio por vosotros. Por tanto, ¡glorificad a Dios con vuestro cuerpo!”
Es falso pensar que el alma está destinada a la inmortalidad y el cuerpo a la corrupción. También los cuerpos resucitarán. Por eso ya ahora los cuerpos de los bautizados, de los creyentes, están unidos a Cristo como los miembros a su cabeza. Cristo es la cabeza; a él le pertenecemos y con él estamos unidos en cuerpo y alma. La separación del alma y la degradación del cuerpo a enemigo del alma obedecen a una concepción platónica distinta de la cristiana. Para Pablo el hombre nunca es pura interioridad; más aún, no puede ser interioridad, alma, sin ser al mismo tiempo expresión corporal. Por eso, o nos unimos a Cristo en cuerpo y alma o no estamos unidos a él de ningún modo. "Ser en Cristo" es el fundamento de la conducta moral del cristiano y su motivación. El fundamento decisivo y el motivo último de la conducta moral es la unión personal con Cristo. No es una ética de normas abstractas sino una vida desde la fe, la esperanza y el amor. "Ser en Cristo" abarca toda la realidad del hombre, alma y cuerpo, todo lo que es y todo lo que hace (P. Franquesa).
Llucià Pou Sabaté


viernes, 17 de enero de 2014

Sábado de la semana 1 de tiempo ordinario

Vocación de Mateo, manifestación de la misericordia divina con los pecadores
En aquel tiempo, Jesús salió de nuevo por la orilla del mar, toda la gente acudía a Él, y Él les enseñaba. Al pasar, vio a Leví, el de Alfeo, sentado en el despacho de impuestos, y le dice: «Sígueme». Él se levantó y le siguió. Y sucedió que estando Él a la mesa en casa de Leví, muchos publicanos y pecadores estaban a la mesa con Jesús y sus discípulos, pues eran muchos los que le seguían. Al ver los escribas de los fariseos que comía con los pecadores y publicanos, decían a los discípulos: «¿Qué? ¿Es que come con los publicanos y pecadores?». Al oír esto Jesús, les dice: «No necesitan médico los que están fuertes, sino los que están mal; no he venido a llamar a justos, sino a pecadores»” (Marcos 2,13-17).
1. Hoy acabamos estos evangelios de la primera semana donde hemos visto tu misericordia, Jesús, volcarse sobre los necesitados, hoy sobre Mateo. Es la llamada de Jesús. Algunos de los apóstoles escogidos por Jesús son fervientes observantes de la religión judía, algunos incluso de los más celosos (zelotes). Pero “al otro lado del círculo de los Doce encontramos a Levi-Mateo, estrecho colaborador del poder dominante como recaudador de impuestos; debido a su posición social, se le debía considerar como un pecador público” (Benedicto XVI). Hoy contemplamos su conversión, cuando Jesús pasa: es algo “mágico” (en el sentido de misterioso), que no es solamente una cuestión moral o de ver, una filosofía del instante presente, de aprovechar el momento: tiene Jesús la capacidad de ofrecer un cambio de corazón instantáneo, algo así como una “mutación” de la energía interior, sobrenaturalizarnos…. Un flechazo que transforma el interior.
Por eso muchas cosas “pasan” cuando Jesús “pasa junto a” y “mira” a alguien, vuelca su mirada en la persona que tiene delante, Caravaggio quiso plasmar ese momento en el que Jesús dirigió esa mirada suya a Leví y con ella penetró en su alma, y se metió en su vida. «Pasando», lo miró. Hay una comunión profunda entre Jesús y la persona “mirada” por él. Después de esta mirada, las cosas no quedan nunca como estaban. La vocación es una llamada personalizada. Mirada libre, que no coacciona ni somete de ninguna forma: invita. Jesús se presenta casi siempre en camino. El Jesús en movimiento es también el Jesús que pone en movimiento. La llamada se realiza siempre en el contexto histórico de la persona que es llamada, en medio de sus cosas (barcas o banco...).
Esa mirada tiene algo anterior en el tiempo, un destino y misión: “Antes que fueses formado, en el seno materno, yo te conocí; antes que salieses del seno de tu madre, yo te consagré y te hice profeta” (Jr 1,5). Destino sería el día a día que forjamos con el aprendizaje, las dificultades y otras cosas… la misión, el motivo de nuestra existencia, para lo que Dios nos dio cualidades y ese aprendizaje… Jesús pasa, ama y llama a los que él quiere (cf. Mc 3,13), cuando él quiere y como él quiere, “no en virtud de nuestras obras, sino en virtud de su propósito y de la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos eternos” (2 Tm 1,9). Si por una parte, cuando Jesús invita al seguimiento anima a los discípulos a perseguir metas elevadas (cf Mt 11,12), por otra parte les deja claro que si no fuese por la ayuda divina fracasarían necesariamente en su empresa (cf Mc 10,38). Aunque es en el tiempo cuando descubrimos poco a poco esa llamada suya, en Dios está desde toda la eternidad. Somos amados en Cristo y llamados, a imagen suya, en nuestras circunstancias, para estar con Jesús (cf Mc 3,13), a seguirle (cf Mc 1,17), a estar donde está él (cf Jn 12,26).
La llamada es a veces imprevisible, sorprendente: un pecador, un vendido a Roma, que les sangra impuestos de los invasores para revenderlos a los romanos, quedándose una parte, un traidor, es uno de los escogidos para la nueva alianza. La llamada lleva consigo también la fuerza para responder. Cuando dice “Sígueme”, incluye esta Palabra el poder transformador para hacer todo lo que conviene a seguir a Jesús. Jesús, como Yahweh en el Antiguo Testamento, tiene en su palabra autoridad, y la fuerza para la misión que nos da. Sorprende la pronta respuesta que dan los discípulos a la invitación del Señor: al instante, dejándolo todo, le siguen (Mc 1,22). No es algo a lo que no se pueda resistir, pues la respuesta es libre y hay ejemplos de quien dice “no” (Jonás, el joven rico, Judas). Hay un encuentro entre la libertad de Dios y del que es llamado, ¿a qué? A la misión, pues es un dejarse implicar: “Me separó desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia, para que le anunciase entre los gentiles...” (Gal 1,15-16).
Es una llamada en primer lugar a estar con Jesús, seguirle: “Los llamó para que estuvieran con él y enviarlos a predicar” (Mc 3,14). Sólo quien le conoce, quien ‘permanece’ con él (cf Jn 1,39) puede dar fruto, como el sarmiento da fruto sólo si permanece unido a la vid (cf Jn 15,4-5).
Leví se convierte, sigue a Jesús. Con esta prontitud y generosidad hizo el gran "negocio". No solamente el "negocio del siglo", sino también el de la eternidad: «Y todo el que haya dejado casa, hermanos o hermanas, padre o madre, hijos o campo por mi nombre, recibirá el ciento por uno y gozará de la vida eterna» (Mt 19,29). Cuando el preguntan a Teresa de Calcuta por qué no se casa, ella responde que su vocación de servicio es para todos, esto implica no atarse a una persona, sacrificar el formar una familia particular abre perspectivas como Jesús vivió.
En la comida que después organiza Leví, junto a Jesús invita a sus antiguos colegas, considerados pecadores. Ahí se desarrolla la disputa sobre si Jesús hace mal en juntarse con ese tipo de gente. De hecho, la idea de no juntarse con personas de vida públicamente pecadora es común a muchas culturas, y se ha formulado incluso algún principio moral de “no colaboración con el mal” que ha apartado a los cristianos del trato con algunas personas, y actividades como política (partidos socialistas o de izquierdas), economía, cine y teatro, televisión y cierto tipo de prensa… Jesús afirma venir para los pecadores, cosa que también sorprende y que interpreto en el sentido de que los que se creen sanos no pueden abrir su corazón a la salvación. Todos somos pecadores y, como dirá san Pablo, «todos han pecado y se han privado de la gloria de Dios» (Rm 3,23). Cristo por esto ha muerto en la cruz y derramado su sangre preciosa:  para remisión de los pecados: "Esta es mi sangre, la sangre de la alianza, que se derrama por todos para el perdón de los pecados". Con su muerte, el Hijo nos ha obtenido la redención y el perdón de los pecados. Es decir, que el pecador como Leví se convierte y recupera su dignidad perdida (imagen de Dios); pero todos necesitamos esta conversión (Mt 3,7-12), pues nunca estamos a la altura de la vocación a la que somos llamados; es algo que abarca toda la vida (Mt 3,8; Lc 3,10-14), “cambio de mentalidad” (metánoya); en la propuesta de Jesús no hay nada de coacción (siempre dice: “quien quiera seguirme…”), no violenta los corazones, no coacciona (cf. “Dignitatis humanae” 11), Dios no quiere imponerse sino que se presenta como un pretendiente a pedir nuestro amor. El mundo no es salvado por los crucificadores, sino por el crucificado por amor (especialmente en su debilidad, colgado en la Cruz, es cuando atrae todos hacia sí).  
Quizá Leví pensaba dejarlo todo, asqueado con aquel camino que no le llenaba, que le degradaba… entonces, precisamente entonces, Jesús aparece, cuando más lo necesita, cuando está para pensar en hacer una tontería, en dejarse llevar por ese fruto del remordimiento cerrado en uno mismo que es el resentimiento, no perdonarse a uno mismo. Pero así como el dolor no es malo, sino un síntoma del mal, el remordimiento es el dolor del alma que indica una herida, que ha de transformar el remordimiento en arrepentimiento. Entonces, nace el deseo de penitencia (Catecismo, 1989); hay una apertura a la verdad y al bien. Aquellas dificultades que hundían, por la humildad se transforman en oportunidades. Nada está perdido, hay más experiencia. Si la voluntad se inclina maliciosamente hacia conductas pecaminosas, si las pasiones y los sentidos experimentan un desorden que les lleva a rebelarse al impulso de la razón, más fuerte es el amor de Dios, que ayuda a ir creciendo una nueva vida; después va influyendo en los que le rodean.
2. –“Ciertamente ¡es viva la Palabra de Dios!” Al  leerla, vibra en nosotros la fe de la Iglesia, de todas las personas que han hecho vida suya la Palabra, y sobre todo el Espíritu que nos aviva el alma y que la transforma haciendo que esa palabra sea Palabra de Dios, vida del alma: -“Enérgica y más cortante que una espada de dos filos”. Esa fuerza tiene que ver con la Verdad a la que invita, el Amor al que nos mueve, la esperanza que suscita con nuestra libertad: «El que me rechaza y no acepta mis palabras ya tiene quien lo juzgue: el mensaje que he comunicado, ése lo juzgará el último día» (Jn 12,48).
-“La Palabra de Dios penetra a lo más profundo del alma, hasta las junturas y médulas; juzga los sentimientos y pensamientos del corazón. No hay para ella criatura invisible: todo está desnudo y patente a la mirada de Aquel a quien hemos de dar cuenta”. Señor, que me deje vencer en vez de resistir, que me deje moldear por ti. Porque veo que mi crecimiento en Ti, Señor, es dejar mi orgullo y el “yo”, que quiere dominar, controlar… y todo esto es fuente de angustias y de estrés. Ayúdame a dejarme llevar, soltar ese “control” y que con el abandono en tus manos no me resista sino que siga ese plan, vocación, llamada que tu Palabra me ofrece, desenmascarando tantas mentiras… con tu verdad, como único Mediador:
-“En Jesús, el Hijo de Dios, tenemos al sumo sacerdote por excelencia”. Los sacerdotes del templo están ya obsoletos. Ahora es Jesús el templo: -“El Hijo de Dios... que penetró más allá de los cielos”. Cristo es Dios, «representativo» de lo divino. Pero también es hombre, y así el mediador perfecto: -“Pues no tenemos a un Sumo Sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo igual que nosotros, menos en el pecado”. Es verdaderamente «representante» de la humanidad que reconciliará con Dios (Noel Quesson).
-“Avancemos pues confiadamente hacia Dios todopoderoso y dador de gracia”.
3. “La ley del Señor es perfecta / y es descanso del alma; / el precepto del Señor es fiel / e instruye al ignorante”. La Palabra de Dios es espíritu y vida, descanso y alegría, luz y felicidad. “Los mandatos del Señor son rectos / y alegran el corazón; / la norma del Señor es límpida / y da luz a los ojos”. Palabra que penetra hasta lo más íntimo de nosotros y descubre los secretos e intenciones del corazón; Palabra que nos salva al cumplirla: “La voluntad del Señor es pura / y eternamente estable; / los mandamientos del Señor son verdaderos / y enteramente justos”. El amor de Dios que nos une a todos como hermanos, pues su Espíritu en nosotros nos hará reconocernos como hijos del mismo Dios y Padre, en una oración filial: “Que te agraden las palabras de mi boca, / y llegue a tu presencia el meditar de mi corazón, / Señor, roca mía, redentor mío”.

Llucià Pou Sabaté

jueves, 16 de enero de 2014

Viernes de la semana 1 de tiempo ordinario

Encuentros con Jesús misericordioso
“Entró de nuevo en Cafarnaum; al poco tiempo había corrido la voz de que estaba en casa. Se agolparon tantos que ni siquiera ante la puerta había ya sitio, y Él les anunciaba la Palabra.Y le vienen a traer a un paralítico llevado entre cuatro. Al no poder presentárselo a causa de la multitud, abrieron el techo encima de donde Él estaba y, a través de la abertura que hicieron, descolgaron la camilla donde yacía el paralítico. Viendo Jesús la fe de ellos, dice al paralítico: «Hijo, tus pecados te son perdonados».Estaban allí sentados algunos escribas que pensaban en sus corazones: «¿Por qué éste habla así? Está blasfemando. ¿Quién puede perdonar pecados, sino Dios sólo?». Pero, al instante, conociendo Jesús en su espíritu lo que ellos pensaban en su interior, les dice: «¿Por qué pensáis así en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir al paralítico: “Tus pecados te son perdonados”, o decir: “Levántate, toma tu camilla y anda” Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder de perdonar pecados -dice al paralítico-: “A ti te digo, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa”».Se levantó y, al instante, tomando la camilla, salió a la vista de todos, de modo que quedaban todos asombrados y glorificaban a Dios, diciendo: «Jamás vimos cosa parecida» (Marcos 2,1-12).
1. Podemos meternos con la imaginación, en la casa junto a Pedro, muy cerca del Señor. Tenemos suerte, porque muchos no caben, se han quedado fuera. Muchos, con la esperanza de tocar su túnica al pasar. Jesús está enseñando.
No faltan varios fariseos y doctores de la ley. Son los que lo saben todo, escuchan buscando qué censurar. ¡Qué distinta la gente sencilla que nos rodea dentro de la sala!
Mientras tanto, cuatro hombres audaces, con fe en el Señor, traen a un paralítico para que lo cure. Y no pueden entrar. Pero no se dan por vencidos. Por detrás la casa suben al tejado, escuchamos sus pasos en el techo. Jesús sigue hablando. Demasiado sabe Él lo que está ocurriendo. Después, comienzan a dar golpes. Todos miramos hacia arriba: están perforando el terrado.
El Señor no se inmuta. Caen trozos de barro seco, a pesar del cuidado de quienes lo hacen. Por fin se ve, por la abertura, el cielo. Jesús sigue hablando. Pero todos miramos las manos afanosas, el boquete descubierto, que se hace más grande. Ya se ven sus rostros. Con cuerdas descuelgan la camilla, un fardo con el cuerpo de aquel hombre paralítico. Y así, lo colocan delante del Señor. Todos guardamos silencio.
El Señor suspende su enseñanza. Mira al hombre paralítico y le sonríe. Los ojos del hombre, que está ahí, en el suelo, se avivan. Los cuatro audaces se han quedado en el techo. Sus cuatro caras pegadas miran respetuosas y atentas. No dicen nada. El Señor también les mira a ellos. Quisieran esconderse, no pueden. La humildad brota en sus semblantes. Y también les sonríe.
Con Jesús volvemos nuestra mirada al paralítico. Parece como si toda su vida se agolpara en sus ojos: miran llenos de esperanza. La compasión divina se posa en esa esperanza. Vuelven a avivarse los ojos del hombre. La Misericordia infinita y la miseria ínfima, frente a frente. Y en la sala, un silencio impresionante.
-“Tus pecados te son perdonados”.
Los escribas y los fariseos se remueven en sus asientos: están pensando mal. Jesús se encarar con ellos, sin corazón, por ignorar la miseria del hombre.
-“¿Qué es lo que andáis revolviendo en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil decir: Tus pecados te son perdonados, o decir: Levántate y anda...?” Misericordiosa y protectora mirada de Jesús para el humilde caído, desafiante y acusadora para la soberbia engreída.
Los aludidos bajan los ojos y enmudecen. Sus cabezas se inclinan. El Señor les sigue hablando, pero ellos no oyen ya, turbados de vergüenza... Cuando han sentido alivio, porque los ojos de Jesús han vuelto a posarse sobre los que le miraban con silenciosa esperanza, logran levantar los suyos.
-“¡Levántate!.. . Carga con tu camilla y vete a tu casa”. Jesús al momento mira a los cuatro del tejado, y nosotros con Él. Como que es este milagro un premio a su fe callada y operativa. Y por mirar arriba no observamos cómo fueron los primeros movimientos del hombre curado. Nos sorprende, ya de pie, levantando su camilla. Por el pasmo, todos los ojos se agrandan más y más.
Es que no nos acostumbramos a los milagros: nos sorprenden siempre. Y el que había sido paralítico obedece, y sale lleno de gozo, dando gloria a Dios. Desde dentro escuchamos el clamor de las gentes en la plaza. Se sorprendieron al ver la obra de Dios, realizada a pesar de ellos.
Salió el hombre de aquella casa por donde no entró. Y volvió a su hogar por un camino que no había andado, a vista de todo el mundo, de forma que todos estaban pasmados y dando gloria a Dios, decían: Jamás habíamos visto cosa semejante.
Hoy aprendo que la audacia debe llevarnos a poner por obra lo que nos enseña la fe. A un hombre así, que vive conmigo, le encomendaron una misión dificilísima, llevada ya a cabo felizmente, porque entendía algo de aquella cuestión, y porque era lo suficientemente lanzado como para no darse cuenta que era imposible (J. A. González Lobato).
A veces no se hace algo por parálisis mental, por no entender los planes de Dios, podemos ver esos planes como algo arduo y sin libertad, cuando precisamente es dejarse querer por Él, ensanchar nuestro corazón, y al escuchar su voz descubrir que es fuente de libertad, de felicidad, y comunicarla, hacerla realidad en el mundo que nos ha tocado vivir. Cuando hay motivaciones profundas, es más fácil llevar adelante las cosas, y ese núcleo de la respuesta cristiana que es el “hacer la voluntad de Dios en nuestras vidas” ya no se ve obedecer algo externo y como impuesto, sino que responde a una motivación interior, que conduce a la oración, a frecuentar la Eucaristía. Porque sería una forma de parálisis limitar la vida cristiana a cumplir unos cuantos ritos. Conduce a buscar la formación y alimentación para el alma. Muchas veces la acción social, que hoy vemos en formas de voluntariado, es un primer paso para luego ir a la fuente del amor en Dios, y llevar de esa agua viva a los demás, como vemos en la escena de hoy.
Sólo Dios puede perdonarnos, como se recuerda hoy en el Evangelio: ante la afirmación llamativa de Jesús, que dice a un paralítico: "hijo, tus pecados te son perdonados", los oyentes sorprendidos pensaron: "¡éste blasfema! ¿Quién puede perdonar pecados sino sólo Dios?". En el pecado el ofendido es el mismo Dios amor, aunque va unido esto a que el pecado nos hiere y nos daña por dentro. Pues esta herida sólo Dios puede sanarla, ahí está unido el poder infinito y su amor misericordioso. Y es lo que Jesús dice al perdonar: "pues para que veáis que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder para perdonar los pecados; miró al paralítico y le dijo: levántate, toma tu camilla y vete a tu casa".
2. Se nos habla hoy del Sabbat, descanso… también paz, es decir estar bien. Como nos pide Jesús: "venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera".
-“Hermanos, permaneciendo aún en vigor la promesa de entrar en su descanso, debemos temer que alguno de vosotros no llegue demasiado tarde”. En el judaísmo el descanso semanal era obligatorio y religioso. ¡Dios quiere que el hombre descanse! Ya naturalmente, la vida del hombre está hecha de alternación de trabajo y descanso, de movimiento y de paro. El verdadero descanso no es solamente un «cese», una actitud negativa, es el cumplimiento de la actividad. Las posturas hieráticas del Yoga son una buena imagen de un descanso que es «concentración» suprema, y, por lo tanto, una toma de conciencia al máximo.
-“Ciertamente, hemos recibido la buena noticia lo mismo que aquellos que salieron de Egipto. Pero a ellos no les sirvió de nada oír la palabra porque lo que oyeron no la recibieron en ellos por la fe”. Toda la diferencia está entre «oír» y «escuchar». La fe es estar a la escucha intensa de Dios con todo el ser. –“Pero, los que hemos creído, hemos entrado en el descanso”. Es la tierra prometida era la figura y el anuncio del «descanso definitivo»: el cielo. En Jesús, el cielo ha comenzado ya. La oración es a la vez un momento de intensa concentración y un momento de descanso en profundidad. Una madre de familia numerosa, llena de ocupaciones, decía que no podía pasar sin el rato que dedicaba cada día a la oración: «Es mi mejor momento de la jornada... el que vigoriza todo lo restante... ¡es mi mejor descanso!»
-“Dijo Dios: «Por eso juré en mi cólera: ¡no entrarán en mi descanso!»” Por su falta de atención, por su falta de fe, la «generación del desierto» no pudo entrar en el descanso de Dios. Jesús expresó a menudo esa condenación. La peor condena, incluso humanamente, es el «stress», la agitación, falta de sueño…-«Esforcémonos pues, por entrar en ese descanso, para que nadie caiga, imitando a los que desobedecieron» (Noel Quesson).
3. El que tiene buena conciencia, está tranquilo y la misma tranquilidad es el sábado de su corazón: “Lo que oímos y aprendimos, / lo que nuestros padres nos contaron, / lo contaremos a la futura generación: / las alabanzas del Señor, su poder.” Es bueno que proclamemos el don de Dios, a nosotros nos va muy bien: “Que surjan y lo cuenten a sus hijos, / para que pongan en Dios su confianza / y no olviden las acciones de Dios, / sino que guarden sus mandamientos.” Así evitamos el mal: “Para que no imiten a sus padres, / generación rebelde y pertinaz; / generación de corazón inconstante,/ de espíritu infiel a Dios”.

Llucià Pou Sabaté

miércoles, 15 de enero de 2014

Jueves de la semana 1 de tiempo ordinario

La misericordia de Jesús nos cura de nuestras dolencias
“En aquel tiempo, vino a Jesús un leproso suplicándole y, puesto de rodillas, le dice: «Si quieres, puedes limpiarme». Compadecido de él, extendió su mano, le tocó y le dijo: «Quiero; queda limpio». Y al instante, le desapareció la lepra y quedó limpio. Le despidió al instante prohibiéndole severamente: «Mira, no digas nada a nadie, sino vete, muéstrate al sacerdote y haz por tu purificación la ofrenda que prescribió Moisés para que les sirva de testimonio». Pero él, así que se fue, se puso a pregonar con entusiasmo y a divulgar la noticia, de modo que ya no podía Jesús presentarse en público en ninguna ciudad, sino que se quedaba a las afueras, en lugares solitarios. Y acudían a Él de todas partes” (Marcos 1,40-45).
1. Jesús, te veo con tu corazón lleno de misericordia con en el milagro de la multiplicación de los panes, y ahora con las curaciones en tu primera predicación en Galilea. Hoy es un leproso: «Si quieres, puedes limpiarme». Nos sigue diciendo el Evangelio: Jesús, «sintiendo lástima, extendió la mano» y lo curó. La lepra era considerada la peor enfermedad de su tiempo. Se pensaba que tenía que ver con los pecados, como una culpa… y por motivos de higiene nadie podía tocar ni acercarse a los leprosos. Jesús sí lo hace, como protestando contra las leyes de esta marginación.
Jesús, sientes compasión de todas las personas que sufren. Eres el salvador, vences toda manifestación del mal: enfermedad, posesión diabólica, muerte. La salvación de Dios nos ha llegado por ti.
Yo quisiera, Señor, fijarme en tus buenos sentimientos, para ser como tú, misericordioso. Veo que tu misión, Señor, es mostrarnos la misericordia divina, la esencia de toda la historia de la salvación es sentirnos amados por Dios, abrirnos a su amor misericordioso.
Esto se ve cuando tú, Jesús, curas enfermedades, que van más allá del cuerpo, vas a sanar todo, vas hasta el corazón del hombre. La lepra tiene también este sentido simbólico, de estar enfermos del alma; y ésta clama en su interior por la curación, como el paralítico de hoy. Cuando Van Thuân predicó Ejercicios en el Vaticano, dijo que “los escribas y los fariseos se escandalizan porque Jesús perdona los pecados. Sólo Dios puede perdonar los pecados. El amor misericordioso resucita a los muertos, física y espiritualmente. Jesús siempre perdonó a todos. Perdonó cualquier pecado, por más grave que fuera. Con su perdón dio nueva vida a muchas personas hasta el punto de que se convirtieron en instrumentos de su amor misericordioso. Hizo de Pedro, quien le negó tres veces, su primer vicario en la tierra, y de Pablo, perseguidor de cristianos, apóstol de las gentes, mensajero de su misericordia, pues, como él decía, "allí donde abunda el pecado, sobreabunda la gracia"». Juan Pablo II agradeció a Nguyên Van Thuân sus palabras, en una carta en la que decía: «He deseado que durante el gran Jubileo se diera un espacio particular al testimonio de personas que han sufrido a causa de su fe, pagando con valentía interminables años de prisión y otras privaciones de todo tipo. Usted ha compartido con nosotros este testimonio con calor y emoción, mostrando que, en toda la vida del hombre, el amor misericordioso, que trasciende toda lógica humana, no tiene medida, especialmente en los momentos de mayor angustia. Usted nos ha asociado a todos aquellos que, en diferentes partes del mundo, siguen pagando un tributo pesado en nombre de su fe en Cristo (…) Al basarse en la Escritura y en la enseñanza de los Padres de la Iglesia, así como en su experiencia personal, especialmente de los años en los que estuvo en prisión por Cristo y su Iglesia, usted ha puesto de manifiesto la potencia de la Palabra de Dios que es para los discípulos firmeza en la fe, comida del alma, manantial puro y perenne de la vida espiritual».
«Él manifestó su amor para con los pobres y los enfermos, para con los pequeños y los pecadores. El nunca permaneció indiferente ante el sufrimiento humano» (plegaria eucarística V/c). Nosotros deberíamos imitarle: «que nos preocupemos de compartir en la caridad las angustias y las tristezas, las alegrías y las esperanzas de los hombres, y así les mostremos el camino de la salvación» (ibídem).
¡Qué pena, una persona desconfiada, insensible, pesimista, desesperanzada!... Este posible deterioro interior lo evitaremos también con el sacramento de la Penitencia o Reconciliación es un modo práctico de vivir la divina misericordia, donde Jesús nos perdona cuando le pedimos, como el leproso, lleno sde confianza: «Señor, si quieres, puedes curarme». Y oiremos, a través de la mediación de la Iglesia, su palabra eficaz: «quiero, queda limpio», «yo te absuelvo de tus pecados».
La divina misericordia es la devoción más importante en este siglo XXI que ha de abrirnos a la esperanza en los umbrales del tercer milenio. “¡Corazón Inmaculado de María, ayúdanos a vencer el mal que con tanta facilidad arraiga en los corazones de los hombres de hoy y que con sus efectos inconmensurables pesa ya sobre nuestra época y parece cerrar los caminos del futuro! ¡Que se revele, una vez más, la fuerza infinita del Amor misericordioso! ¡Que se manifieste para todos, en vuestro Corazón Inmaculado, la luz de la Esperanza!” (Juan Pablo II).
Santa Faustina fue quien inició uno de los movimientos emocionales en torno al amor misericordioso de Dios que surgieron en Europa comienzos del siglo XX. Esa monja polaca fue canonizada por Juan Pablo II justo el año 2000, quien dijo en la homilía de la basílica de la misericordia: "hoy en este santuario quiero realizar un solemne acto de consagración del mundo a la misericordia divina”, para fomentar en todos los corazones la esperanza, y para que se cumpliera la promesa de Jesús, que dice que de esa devoción saldrá la chispa que prepare el mundo a su última avenida. Mensaje pues de amor unido a la esperanza, que recordó también Mons. Stanislaw Rylko, amigo del Papa, es el que dijo al día siguiente de la muerte que este Papa será recordado en la historia como un “Papa de la divina misericordia”, porque también su muerte fue en el día que él instituyó, el II domingo de Pascua, día de la divina misericordia, y todo su magisterio ha sido un anuncio del amor misericordioso de Cristo por la humanidad entera. Cuando en una larga entrevista André Frossard le preguntó qué pedía en su oración, contestó Wojtila: “la misericordia”. Con su lema “Totus tuus” quiso abandonarse en la Virgen, y fue llevado por ella a Dios un primer sábado, día especialmente dedicado a ella según la devoción de Fátima. En una visita al santuario romano de la divina misericordia, Juan Pablo II animó a “que seáis apóstoles de la divina misericordia”, él verdaderamente lo fue con su vida.
Una de sus encíclica más bellas, la «Dives in misericordia» (“Rico en misericordia”, 1980), era una invitación a contemplar al «Padre de las misericordias y Dios de toda consolación, que nos consuela en toda tribulación» (2 Corintios 1,3-4), y mirar a María, la Madre de la Misericordia, que durante la visita a Isabel, alababa al Señor exclamando: «su misericordia se extiende de generación en generación» (Lucas 1,50).
Nuestro mundo necesita completar la justicia con la misericordia, acoger a todos aquellos que tienen necesidad de ayuda, de perdón y de amor… construir la civilización del amor. En un mundo en que domina la idea de juicio, también el juicio divino, hemos de penetrar más el sentido de Jesús: «El Hijo del Hombre no ha venido para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él» (Juan 3,17).
Cada uno de nosotros podemos ser agentes de misericordia, inclinarnos ante el hombre necesitado de hoy para abrazarle y levantarle con amor redentor. Te pedimos, Señor, ser dignos de ti, con un corazón grande para quienes nos rodean. Que seamos buenos samaritanos, sin “pasar de largo” con hipocresía o indiferencia ante las necesidades de los demás, sino com-padecernos de él, “pararnos” y atenderlo, como haces tú, Jesús, con nosotros. Las obras de misericordia son innumerables, tantas como necesidades tiene el hombre: hambre y sed, vestido y hogar, sentirse escuchado y amado, acompañado en su sufrimiento y en la enfermedad y en la hora de su muerte.
2. -"Atención, hermanos! Que ninguno de vosotros tenga un corazón incrédulo... engañado por el pecado". Es siempre una llamada al corazón bueno.
-“El Espíritu Santo dice en un salmo: «Si oís hoy la voz del Señor, no endurezcáis vuestros corazones...»” Perdón, Señor, por no escucharte a veces, por no verte en cada momento de mi día, donde estás esperándome como una invitación tuya. Hazme atento a tu voz, Señor.
-“Después de haber visto mis obras durante cuarenta años... vuestros padres me desafiaron y me provocaron... entonces dije: "nunca entrarán en mi descanso..."”. El pueblo murmura (quiere volver al pasado), sin ver la presencia de Dios en la situación actual, fuese la que fuese, para refugiarse en un sueño, como a veces algunos quieren volver a “restaurar” una situación anterior. Jesús nos enseña a mirar adelante, en la obediencia y el amor. Dios quería hacer entrar a los hombres en su descanso, en su paz, en su «tierra prometida», en su propia intimidad.
-“¡Velad, hermanos! que no haya en ninguno de vosotros un corazón pervertido por la incredulidad que le haga apostatar del Dios vivo”. Señor, que no caiga en ese «abandono» de irme lejos de ti. -“Antes bien mientras dure ese hoy del salmo exhortaos mutuamente cada día para que ninguno de vosotros se endurezca seducido por el pecado”. Cristo, arquitecto de la casa, es superior al patriarca Moisés que no era más que el ejecutor. Y nos invita: -“Porque hemos venido a ser compañeros de Cristo.” Sí, Cristo nos «acompaña», minuto tras minuto, día tras día.
-“A condición de que mantengamos firme hasta el fin la segura confianza del principio”. No volverse atrás, mirar un templo que ya no es tal, ni añorar los sacrificios anteriores, pues Jesús se ofreció una vez por todas. Ayúdanos, Señor, a permanecer fieles a lo esencial en medio de las formas nuevas que toma entre nosotros el «DÍA de HOY de Dios» (Noel Quesson).
3. El Salmo 94 nos invita a no caer en la misma tentación de los israelitas en el desierto: el desánimo, el cansancio, la dureza de corazón. Olvidándose de lo que Dios había hecho por ellos, los israelitas «endurecieron sus corazones», «se les extravió el corazón», «no conocieron los caminos de Dios» y «desertaron del Dios vivo», murmurando de él y añorando la vida de Egipto. Dios se enfadó y no les permitió que entraran en la Tierra prometida.
Corazón duro, oídos sordos, desvío progresivo hasta perder la fe. Es lo que les pasó a los de Israel. Lo que puede pasar a los cristianos si no están atentos. Sigue actual el aviso: «no endurezcáis vuestros corazones como en el desierto», «oíd hoy su voz». Dios ha sido fiel. Cristo ha sido fiel. Los cristianos debemos ser fieles y escarmentar del ejemplo de los israelitas en el desierto.
La fidelidad es hoy difícil. Los entusiasmos de primera hora -en nuestra vida cristiana, religiosa, vocacional o matrimonial- pueden afectarse por el cansancio o la rutina, zarandeados por el miedo al compromiso, o un querer cambiar que se fomenta en nuestra cultura.

Llucià Pou Sabaté

martes, 14 de enero de 2014

Miércoles de la semana 1 de tiempo ordinario

Meditaciones de la semana
en Word y en PDB
Jesús sigue curando en sábado, dando sentido al “descanso”, y nos enseña a dedicar tiempo a la oración
“En aquel tiempo, Jesús, saliendo de la sinagoga se fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre; y le hablan de ella. Se acercó y, tomándola de la mano, la levantó. La fiebre la dejó y ella se puso a servirles.Al atardecer, a la puesta del sol, le trajeron todos los enfermos y endemoniados; la ciudad entera estaba agolpada a la puerta. Jesús curó a muchos que se encontraban mal de diversas enfermedades y expulsó muchos demonios. Y no dejaba hablar a los demonios, pues le conocían.De madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó, salió y fue a un lugar solitario y allí se puso a hacer oración. Simón y sus compañeros fueron en su busca; al encontrarle, le dicen: «Todos te buscan». El les dice: «Vayamos a otra parte, a los pueblos vecinos, para que también allí predique; pues para eso he salido». Y recorrió toda Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando los demonios” (Marcos 1,29-39).
1. Jesús, te veo salir de la sinagoga donde has curado a uno, y vas a casa de Pedro y curas a su suegra: la tomas de la mano y la “levantas”, usando el mismo verbo que se usa para tu resurrección, «levantar» (en griego, «egueiro»). Veo ahí que comunicas tu victoria contra el mal y la muerte, curando enfermos y liberando a los poseídos por el demonio. Es tu misión de Mesías y Salvador: curar enfermos, consolar a los tristes, expulsar demonios, predicar.
Luego, “al atardecer, a la puesta del sol, le trajeron todos los enfermos y endemoniados; la ciudad entera estaba agolpada a la puerta. Jesús curó a muchos que se encontraban mal de diversas enfermedades y expulsó muchos demonios. Y no dejaba hablar a los demonios, pues le conocían”. Todos te llevan sus enfermos y endemoniados. Todos quieren escucharte: «Todos te buscan», te dicen los discípulos. Seguro que debías tener una actividad frecuentemente muy agotadora, que casi no le dejaba ni respirar. Señor gracias por poner atención a lo que es en verdad el sábado, y no hacer caso a los legalismos judíos. Hay una unión misteriosa entre el sábado y las bienaventuranzas de los humildes, los que poseen de verdad la tierra. Jesús nos trae el Reino de Dios, con sus curaciones (físicas y espirituales, van unidas muchas veces) quiere traernos el auténtico descanso, el sentido del sábado como reino de los cielos, anticipo del cielo.
 “De madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó, salió y fue a un lugar solitario y allí se puso a hacer oración”. Tienes tiempo para ponerte a rezar a solas con tu PadreNosotros decimos frecuentemente: —¡No tengo tiempo de rezar! Realizamos un montón de cosas importantes, eso sí, pero corremos el riesgo de olvidar la más necesaria: la oración. Hemos de crear un equilibrio para poder hacer las unas sin desatender las otras. San Francisco nos lo plantea así: «Hay que trabajar fiel y devotamente, sin apagar el espíritu de la santa oración y devoción, al cual han de servir las otras cosas temporales».
El Catecismo, al frente de las tentaciones en la oración, pone ésta: “La tentación más frecuente, la más oculta, es nuestra falta de fe. Esta se expresa menos en una incredulidad declarada que en unas preferencias de hecho. Se empieza a orar y se presentan como prioritarios mil trabajos y cuidados que se consideran más urgentes” (2732).
Es muy eficaz la oración, lleva a la audacia: “En San Pablo, esta confianza es audaz, basada en la oración del Espíritu en nosotros y en el amor fiel del Padre que nos ha dado a su Hijo único. La transformación del corazón que ora es la primera respuesta a nuestra petición” (2739).
Y Jesús nos enseña a rezar, con su vida: “La oración de Jesús hace de la oración cristiana una petición eficaz. Él es su modelo. Él ora en nosotros y con nosotros” (2740). “Jesús ora también por nosotros, en nuestro lugar y favor nuestro. Todas nuestras peticiones han sido recogidas una vez por todas en sus Palabras en la Cruz; y escuchadas por su Padre en la Resurrección: por eso no deja de interceder por nosotros ante el Padre. Si nuestra oración está resueltamente unida a la de Jesús, en la confianza y la audacia filial, obtenemos todo lo que pidamos en su Nombre, y aún más de lo que pedimos: recibimos al Espíritu Santo, que contiene todos los dones” (2741).
 “Simón y sus compañeros fueron en su busca; al encontrarle, le dicen: «Todos te buscan». Él les dice: «Vayamos a otra parte, a los pueblos vecinos, para que también allí predique; pues para eso he salido». Y recorrió toda Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando los demonios”. San Pedro resumía la vida de Jesús haciendo referencia a esta dimensión taumatúrgica propia de la vida pública del Señor; así lo dice ante los judíos: ...”Jesús, el Nazareno, hombre acreditado por Dios entre vosotros con milagros, prodigios y señales que Dios hizo por su medio entre vosotros, como vosotros mismos sabéis” (Act 2,22); y ante el centurión Cornelio: ...”Dios a Jesús de Nazaret le ungió con el Espíritu Santo y con poder, y cómo él pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el Diablo, porque Dios estaba con él” (Act 10,37-38).
Te doy gracias, Señor, por tus milagros, para ayudar a los pobres, para ayudarnos a creer:
- Milagros sobre los espíritus, pues ángeles como demonios se sometían públicamente a ti;
- milagros cósmicos sobre las cosas (como la conversión del agua en vino, la primera pesca milagrosa, el apaciguamiento de la tempestad; las multiplicaciones de los panes, caminar sobre las aguas, moneda extraída del pez, se seca la higuera maldita). También los portentos en algunos momentos, desde la estrella de Belén hasta el cosmos que llora a su muerte;
- milagros sobre personas, de orden moral, y curaciones: resurrecciones (tres), curaciones (16 aparecen) y milagros de majestad (de su potestad, autoridad).
Sólo Dios puede hacer milagros, y Jesucristo los ejecutaba con su propio poder, sin recurrir a la oración, como los otros taumaturgos. Por eso dice San Lucas que salía de Él un poder que sanaba a todos (Lc 6,19). Con esto se muestra, dice San Cirilo, que “no obrara con poder prestado”. El mismo Jesús declara el origen divino de su poder cuando dice: “Jesús, pues, tomando la palabra, les decía: ...lo que hace [el Padre], eso también lo hace igualmente el Hijo... Porque, como el Padre resucita a los muertos y les da la vida, así también el Hijo da la vida a los que quiere” (Juan 5,19.21).
Tiempo especialmente importante es la juventud, para ayudar en la educación integral, haciendo ver que necesitamos este tiempo de silencio creador, que es la oración, esos tiempos de reflexión: “No basta ser cristianos por el Bautismo recibido o por las condiciones histórico-sociales en que se ha nacido o se vive. Poco a poco se crece en años y en cultura, se asoman a la conciencia problemas nuevos y exigencias nuevas de claridad y certeza. Es necesario, pues, buscar responsablemente las motivaciones de la propia fe cristiana. Si no llegamos a ser personalmente conscientes y no tenemos una comprensión adecuada de lo que se debe creer y de los motivos de la fe, en cualquier momento todo puede hundirse faltalmente y ser echados fuera, a pesar de la buena voluntad de los padres y educadores. Por eso, hoy especialmente es tiempo de estudio, de meditación, de reflexión. Por eso os digo: emplead bien vuestra inteligencia, esforzaos por lograr convicciones concretas y personales, no perdáis el tiempo, profundizad en los motivos y fundamentos de vuestra fe en Cristo y en la Iglesia, para ser fieles ahora y en vuestro futuro” (Juan Pablo II).
Lo que agobia y cansa es lo que se teme. Se teme lo que se deja para más tarde y como se deja para mas tarde sabiendo que se debe hacer agobia, es como una losa que se lleva encima, pesa. Jesús nos enseña a poder atender a la gente, porque atendemos a nuestra alma, donde habita el principal que hemos de atender, el Señor.
2. –“Puesto que los hombres tienen todos una naturaleza de carne y de sangre, Jesús quiso participar de esa condición humana”. Es el realismo de la encarnación. ¡«Participar de la condición» de aquellos que se quiere salvar! Así ha de ser el sacerdote, según el último Concilio: «Los presbíteros, tomados de entre los hombres, viven con los demás hombres como hermanos. Así también el Señor Jesús... En cierta manera son segregados en el seno del pueblo de Dios, no de forma que se separen de él, ni de hombre alguno... No podrían ser ministros de Cristo si no fueran testigos y dispensadores de una vida distinta a la terrena; pero tampoco podrían servir a los hombres, si permanecieran extraños a su vida y a sus condiciones.»
-“Así también, por su muerte, pudo Jesús aniquilar al señor de la muerte, es decir, al Diablo”. Jesús vence todo mal. –“Y liberó a cuantos, por temor a la muerte, estaban de por vida sometidos a esclavitud. De esta manera, afrontando la muerte, nos libra de ella”. Viviéndola, nos muestra que no hay que tenerle miedo, puesto que tampoco el temió pasar por ella como algo necesario para acceder a la verdadera vida. Señor, ayúdame a no tener miedo a la muerte... o por lo menos a que este miedo no me esclavice. Quédate conmigo, Señor, cuando llegue mi hora.
-“Porque ciertamente no son ángeles a los que quiere ayudar... por eso le fue preciso asemejarse en todo a sus hermanos...” ¡Gracias; Señor! –“Para ser, en sus relaciones con Dios, sumo Sacerdote, misericordioso y fiel”. Es el sacerdocio de Cristo, la puerta que nos lleva al Padre.
-“Habiendo sido probado en el sufrimiento de su pasión, puede ayudar a los que se ven probados”. La prueba. La experiencia del sufrimiento. Decimos a menudo: «¡no lo podéis comprender! es preciso pasar por ello para saberlo». El hombre que ha de soportar esa misma prueba adquiere una capacidad nueva de comprensión. Como Jesús, es capaz de ayudar a los probados (Noel Quesson).
3. “Dad gracias al Señor, invocad su nombre, / dad a conocer sus hazañas a los pueblos. / Cantadle al son de instrumentos, / hablad de sus maravillas.” El Señor es sacerdote perfecto, que nos abre las puertas de la casa del Padre. Él mismo es la puerta de la salvación: “Gloriaos de su nombre santo, / que se alegren los que buscan al Señor. / Recurrid al Señor y a su poder, / buscad continuamente su rostro.”
En el prefacio de la misa en que se celebra la Unción de los enfermos recordamos el ejemplo de Jesús: «Tu Hijo, médico de los cuerpos y de las almas, tomó sobre sí nuestras debilidades para socorrernos en los momentos de prueba y santificarnos en la experiencia del dolor»: “Se acuerda de su alianza eternamente, / de la palabra dada, por mil generaciones; / de la alianza sellada con Abrahán, / del juramento hecho a Isaac”.
Llucià Pou Sabaté

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San Juan Bosco, La Pelicula Completa en Español, con Flavio Insinna, 2004

Gonzalo Rodríguez Fraile, 'Abundancia': MOTRIL 3/3 Dic.14. 2013

Para una visión completa de "crecimiento personal", os invito al curso que se está componiendo en http://moodle.e-aprender.net/course/view.php?id=72dentro del aula de e-aprender.net. La inscripción es libre (se puede entrar como invitado o inscribirse, gratis).

lunes, 13 de enero de 2014

Martes de la semana 1 de tiempo ordinario

Meditaciones de la semana
en Word y en PDB
Jesús tiene “autoridad” e impacta
“Llegó Jesús a Cafarnaum y el sábado entró en la sinagoga y se puso a enseñar. Y quedaban asombrados de su doctrina, porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas. Había precisamente en su sinagoga un hombre poseído por un espíritu inmundo, que se puso a gritar: «¿Qué tenemos nosotros contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres tú: el Santo de Dios». Jesús, entonces, le conminó diciendo: «Cállate y sal de él». Y agitándole violentamente el espíritu inmundo, dio un fuerte grito y salió de él.Todos quedaron pasmados de tal manera que se preguntaban unos a otros: «¿Qué es esto? ¡Una doctrina nueva, expuesta con autoridad! Manda hasta a los espíritus inmundos y le obedecen». Bien pronto su fama se extendió por todas partes, en toda la región de Galilea” (Marcos 1,21-28).
1. Jesús enseñando en la sinagoga... el contexto de este comienzo de la predicación nos lo dan otros pasajes: «Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. Decía: "Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios; convertíos y creed en el Evangelio (la Buena Noticia)"». Ayer leímos estas palabras del comienzo de la vida pública de Jesús que recoger, el contenido fundamental de su mensaje (1,4s), como también narra Mateo: «Recorría toda Galilea, enseñando en las sinagogas y proclamando el Evangelio del reino, curando las enfermedades y las dolencias del pueblo» (4, 23; cf. 9, 35). Y señala Benedicto XVI: “Ambos evangelistas definen el anuncio de Jesús como «Evangelio». Pero, ¿qué es realmente el Evangelio?
Recientemente se ha traducido como «Buena Noticia»; sin embargo, aunque suena bien, queda muy por debajo de la grandeza que encierra realmente la palabra «evangelio». Este término forma parte del lenguaje de los emperadores romanos, que se consideraban señores del mundo, sus salvadores, sus libertadores. Las proclamas que procedían del emperador se llamaban «evangelios», independientemente de que su contenido fuera especialmente alegre y agradable. Lo que procede del emperador —ésa era la idea de fondo— es mensaje salvador, no simplemente una noticia, sino transformación del mundo hacia el bien.
Cuando los evangelistas toman esta palabra —que desde entonces se convierte en el término habitual para definir el género de sus escritos—, quieren decir que aquello que los emperadores, que se tenían por dioses, reclamaban sin derecho, aquí ocurre realmente: se trata de un mensaje con autoridad que no es sólo palabra, sino también realidad. En el vocabulario que utiliza hoy la teoría del lenguaje se diría así: el Evangelio no es un discurso meramente informativo, sino operativo; no es simple comunicación, sino acción, fuerza eficaz que penetra en el mundo salvándolo y transformándolo. Marcos habla del «Evangelio de Dios»: no son los emperadores los que pueden salvar al mundo, sino Dios. Y aquí se manifiesta la palabra de Dios, que es palabra eficaz; aquí se cumple realmente lo que los emperadores pretendían sin poder cumplirlo. Aquí, en cambio, entra en acción el verdadero Señor del mundo, el Dios vivo”.
Hoy vemos el impacto que causa la proclamación del Evangelio, de la palabra que salva: «Quedaban asombrados de su doctrina, porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas». Esta observación inicial es impresionante. Nos encuadra el estupor que tienen los que escuchan. Veamos algún aspecto de su sorpresa.
Jesús comienza a curar en sábado; no se ha despertado aún la polémica de las curaciones en sábado, pero sí que quedan pasmados por el modo en que enseña con autoridad, tiene potestad, núcleo esencial del mensaje que luego se irá explicitando: que Jesús está por encima del sábado, “cuya observancia escrupulosa es para Israel la expresión central de su existencia como vida en la Alianza con Dios. Incluso quien lee los Evangelios superficialmente sabe que el debate sobre lo que es o no propio del sábado está en el centro del contraste de Jesús con el pueblo de Israel de su tiempo. La interpretación habitual dice que Jesús acabó con una práctica legalista restrictiva introduciendo en su lugar una visión más generosa y liberal, que abría las puertas a una forma de actuar razonable, adaptada a cada situación. Como prueba se utiliza la frase: «El sábado ha sido hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado» (Mc 2, 27), y que muestra una visión antropocéntrica de toda la realidad, de la cual resultaría obvia una interpretación «liberal» de los mandamientos. Así, precisamente del conflicto en torno al sábado, se ha sacado la imagen del Jesús liberal. Su crítica al judaísmo de su tiempo sería la crítica del hombre de sentimientos liberales y razonables a un legalísmo anquilosado, en el fondo hipócrita, que degradaba la religión a un sistema servil de preceptos a fin de cuentas poco razonables, que serían un impedimento para el desarrollo de la actuación del hombre y de su libertad. Es obvio que una concepción semejante no podía generar una imagen muy atrayente del judaísmo; sin embargo, la crítica moderna —a partir de la Reforma— ha visto representado en el catolicismo este elemento «judío», así concebido”, dice Benedicto XVI: “En cualquier caso, aquí se plantea la cuestión de Jesús —quién era realmente y qué es lo que de verdad quería— y también toda la cuestión sobre judaísmo y el cristianismo: ¿fue Jesús en realidad un rabino liberal, un precursor del liberalismo cristiano? ¿Es el Cristo de la fe y, por consiguiente, toda la fe de la Iglesia, un gran error?
Con sorprendente rapidez, Neusner deja a un lado este tipo de interpretación; puede hacerlo porque pone al descubierto de un modo convincente el verdadero punto central de la controversia. Con respecto a la discusión con los discípulos que arrancaban las espigas tan sólo afirma: «Lo que me inquieta no es que los discípulos incumplan el precepto de respetar el sábado. Eso sería irrelevante y pasaría por alto el núcleo de la cuestión». Sin duda, cuando leemos la controversia sobre las curaciones en el sábado, y los relatos sobre el dolor lleno de indignación del Señor por la dureza de corazón de los partidarios de la interpretación dominante del sábado, podemos ver que en estos conflictos están en juego las preguntas más profundas sobre el hombre y el modo correcto de honrar a Dios. Por tanto, tampoco este aspecto del conflicto es algo simplemente «trivial»”, como es el caso de las espigas del sábado”.
La razón de la admiración de los oyentes no es por tanto “la doctrina”, sino “el maestro”; no “aquello” que se explica, sino “Aquél” que lo explica: Jesús enseñaba «con autoridad»: «No lo hacía como los escribas». La curación del hombre lleva a decir: «¿Qué es esto? ¡Una doctrina nueva, expuesta con autoridad!» (Mc 1,27). La doctrina es «nueva». Jesús comunica algo inaudito (nunca como aquí este calificativo tiene sentido), con tal autoridad que «hasta a los espíritus inmundos le obedecen». Además de la autoridad, veo en ti, Señor, la fuerza contra los espíritus del mal. Jesús, ayúdame a tener conciencia de que ningún otro hombre ha hablado jamás como tú, la Palabra de Dios Padre. ¿Me siento rico de un mensaje que tampoco tiene parangón? ¿Me doy cuenta de la fuerza liberadora que Jesús y su enseñanza tienen en la vida humana y, más concretamente, en mi vida? Movidos por el Espíritu Santo, digamos a nuestro Redentor: Jesús-vida, Jesús-doctrina, Jesús-victoria, haz que, como le complacía decir al gran Ramon Llull, ¡vivamos en la continua "maravilla" de Ti! (A. Oriol).
2. Jesús es el hombre cabal y perfecto, el nuevo Adán: "Jesús es el primogénito de una multitud de hermanos". Habiendo compartido toda la aventura humana, él es, "por la gracia de Dios, la salvación de todos".
Jesús, eres uno de nosotros, que también es Dios y nos salva. –“¿A quién sometió Dios el mundo venidero? No fue a los ángeles”.
-“Mas al presente, no vemos todavía que le esté sometido todo”. Y sin embargo, a Jesús que fue hecho algo inferior a los ángeles, le vemos ahora "coronado de gloria y de honor" a causa de su pasión y muerte.
-“Si pues experimentó la muerte, por la gracia de Dios fue para el bien de todos”. Jesús siente la muerte, fue su bautismo, y en él hemos sido curados.
-“Convenía, en efecto, que Aquel creador de todo y para quien es todo llevara muchos hijos a la gloria...” es el objetivo de Dios: llevar a los hombres a su propia vida, a su propia gloria divina... ¡tener hijos a quienes colmar de bienes! ¡Una vasta empresa de amor!
-“Y era normal que lleve a su perfección, mediante el sufrimiento, a aquel que iba a guiarlos a la salvación”. Así, Jesús es, en verdad, «la perfección del proyecto de Dios», su «cumplimiento»: en El se lleva a término la transformación radical del hombre elevándolo hasta Dios.
-“Pues tanto Jesús el santificador, como los hombres, los santificados, son de la misma raza. Por eso no se avergüenza de llamarlos hermanos”. Solidaridad de Jesús con la humanidad. Hay una especie de superioridad de los hombres respecto a los ángeles. Jesús se hizo uno de nosotros, sometiéndose totalmente a la condición humana, incluida la muerte.
3. El salmo declara: "Oh Dios, ¿qué es el hombre para que te acuerdes de él?... Le hiciste algo inferior a los ángeles... De gloria y de honor le coronaste. Todo lo sometiste bajo sus pies". Al someterle todo, nada dejó que no le estuviera sometido. Es la vocación sublime del hombre en la creación, recordando el proyecto de Dios en el Génesis (1, 26): «dominad la tierra y sometedla». ¿Estoy convencido de la permanencia de esa misión del hombre? ¿No podríamos ver en la técnica que transforma el mundo una cierta aplicación de ese mandamiento del Creador? Un mejor conocimiento de las leyes cósmicas: físicas, biológicas, psicológicas permitirá dominarlas para impedir que aplasten al hombre. Uno de los fines de la ciencia es liberar al hombre de cantidad de alienaciones que la naturaleza bruta hace pesar sobre él. Vencer la sequía, el hambre, la enfermedad. Utilizar las energías destructoras del fuego, de la electricidad, del átomo para el bien del hombre. El hecho de que el Hijo de Dios se hiciera hombre no hace más que reforzar esta vocación sorprendente (Noel Quesson).
Llucià Pou Sabaté


domingo, 12 de enero de 2014

Lunes de la semana 1 de tiempo ordinario

Jesús llama a la conversión y a seguirle
“Después que Juan fue entregado, marchó Jesús a Galilea; y proclamaba la Buena Nueva de Dios: «El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva». Bordeando el mar de Galilea, vio a Simón y Andrés, el hermano de Simón, largando las redes en el mar, pues eran pescadores. Jesús les dijo: «Venid conmigo, y os haré llegar a ser pescadores de hombres». Al instante, dejando las redes, le siguieron. Caminando un poco más adelante, vio a Santiago, el de Zebedeo, y a su hermano Juan; estaban también en la barca arreglando las redes; y al instante los llamó. Y ellos, dejando a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros, se fueron tras Él” (Marcos 1,14-20).
1. Hoy comienza el “tiempo ordinario” que abarca 34 semanas, ocupa el año litúrgico cuando no es tiempo de Adviento, Navidad, Cuaresma o Pascua. Fue la primera manera de organizar las misas que tuvo la Iglesia desde el comienzo.
Señor, lo primero que nos dices es: «Convertíos y creed en la Buena Nueva». Convertirse, ¿a qué?; mejor sería decir, ¿a quién? ¡A Cristo! Pues solo él es digno de una entrega total, como la que hizo por nosotros en Navidad al encarnarse. Y nuestra felicidad está en corresponder a ese amor. Así lo expresó: «El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí» (Mt 10,37).
Convertirse significa acoger agradecidos el don de la fe y hacerlo operativo por la caridad.
Convertirse quiere decir reconocer a Cristo como único señor y rey de nuestros corazones, de los que puede disponer.
Convertirse implica descubrir a Cristo en todos los acontecimientos de la historia humana, también de la nuestra personal, a sabiendas de que Él es el origen, el centro y el fin de toda la historia, y que por Él todo ha sido redimido y en Él alcanza su plenitud.
Convertirse supone vivir de esperanza, porque Él ha vencido el pecado, al maligno y la muerte, y la Eucaristía es la garantía.
Convertirse comporta amar a Nuestro Señor por encima de todo aquí en la tierra, con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y con todas nuestras fuerzas.
Convertirse presupone entregarle nuestro entendimiento y nuestra voluntad, de tal manera que nuestro comportamiento haga realidad el lema episcopal de Juan Pablo II, Totus tuus, es decir, Todo tuyo, Dios mío; y todo es: tiempo, cualidades, bienes, ilusiones, proyectos, salud, familia, trabajo, descanso, todo.
Convertirse requiere, entonces, amar la voluntad de Dios en Cristo por encima de todo y gozar, agradecidos, de todo lo que acontece de parte de Dios, incluso contradicciones, humillaciones, enfermedades, y descubrirlas como tesoros que nos permiten manifestar más plenamente nuestro amor a Dios: ¡si Tú lo quieres así, yo también lo quiero!
Convertirse pide, así, como los apóstoles Simón, Andrés, Jaime y Juan, dejar «inmediatamente las redes» e irse con Él, una vez oída su voz. Convertirse es que Cristo lo sea todo en nosotros (Joan Costa).
Caridad, oración y ayuno, son las armas espirituales para combatir el mal, que se nos recuerdan en Cuaresma, pero quiere la Iglesia proponernos ya en la primera semana del tiempo ordinario este Evangelio de llamada a la conversión, para que empecemos con buen pie. Es fácil de intuir que hay algo dentro de nosotros que lo necesita, y nos anima a creer siguiendo la revelación. El pecado existe, es un mal: ofensa a Dios y destrucción de la vocación del hombre. ¿Es capaz de hacer daño a Dios lo que nosotros hacemos de malo? Parece que no, porque Dios es omnipotente, pero ama, y la gloria de Dios es la felicidad del hombre, y Dios “sufre” cuando nos hacemos daño, cuando estamos tristes porque le hemos abandonado, es vulnerable. Estamos hechos para el amor de Dios, y no encontramos la plenitud fuera del amor, que es caer en el pecado, que es egoísmo. El pecado es ofensa a Dios, nos desvía de Él y por tanto nos “pierde”, maltrata nuestra dignidad y perturba la convivencia.
Después de alzar el puño contra Dios con la soberbia del primer pecado de Adán, la rebelión contra Dios, el segundo pecado del mundo es Caín que mata a Abel: cuando no hay padre, los hermanos se matan (Catecismo, 1849-1850). Pero después del primer pecado (Gen 3, 15) Dios promete la salvación. Más tarde, el Señor suscita en Abraham un paso más en su plan redentor, luego la liberación de la esclavitud de Egipto, elección de Israel y alianzas, cuidado amoroso y envío de los Patriarcas y Profetas, hasta Jesús, pues el hombre no puede salvarse solo, y la situación de pecado personal genera el pecado social con sus estructuras de pecado como vemos en la historia.
La llamada primera es a la conversión. La santidad no es una cuestión mágica, sin implicarnos en el amor y correspondencia, como dándole a un botón, mirar hacia oriente y decir una formulita… Jesús nos dice que ha venido a salvar a los pecadores, y que prefiere un corazón contrito y humillado. Esto significa reconocer nuestra situación de pecado, y dejarnos conquistar por el divino alfarero que para hacer su obra maestra necesita que seamos dúctiles, que nos dejemos transformar, convertir. Y para esto, necesitamos oración: «En la oración tiene lugar la conversión del alma hacia Dios, y la purificación del corazón» (San Agustín). Te pido, Señor, ir descubriendo las cosas que he de mejorar en el campo de mi alma: defectos que arrancar, virtudes que sembrar… Jesús, en la oración te has metido en mi vida casi sin darme cuenta, desde el bautismo (que ayer hemos recordado). Ahora quiero verte en la oración, y así sentir cómo me invitas a seguirte:
-“Caminando a orillas del mar de Galilea vio a Simón y a su hermano Andrés”... se irá formando el grupo de los que siguen a Jesús.
-“Venid... Seguidme... Yo os haré pescadores de hombres. Es la segunda llamada de Jesús a los discípulos (la primera, la leímos la semana pasada, cuando estaban con Juan Bautista Juan y Andrés, que luego irán a buscar a sus respectivos hermanos), esta es quizá más personal, para ser de los discípulos que le siguen más de cerca. Habrá también una tercera, la llamada a los que formarán el colegio apostólico. Toda la vida es una continua llamada, donde hay momentos especiales, más relevantes.
Lo dejaron todo y le siguieron». Jesús, no eres un maestro que enseña sentado en su cátedra y manda a la gente a misiones. Vas por delante. Tus discípulos son los que te siguen, los que caminan contigo. Es más importante la persona que la doctrina o moral. Ser cristiano no es seguir una doctrina principalmente, sino seguirte, Jesús.
2. La Epístola a los Hebreos, que leeremos durante cuatro semanas, fue antes atribuida a san Pablo. Hoy los exegetas, como los Padres de la Iglesia latina primitiva, piensan que lo escribió uno de sus discípulos. Y que más que una «carta» es un «sermón», quizá Pablo lo acogió como suyo y le añade su autoridad mediante una salutación personal (Hebreos 13,22) al enviarlo a las iglesias.
Tiene una gran densidad humana y teológica. Destinada sin duda a judíos conversos, es necesario conocer los ritos de sacrificio de animales para entender la interpretación simbólica de la Biblia que se hace.
-“Muchas veces y de diversas formas habló Dios en el pasado a nuestros padres por medio de los profetas. Pero en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio de su Hijo”. Un Dios que no cesa de "hablar", un Dios que se «comunica» con los hombres, ¡tal es nuestro Dios! Vemos que el Antiguo Testamento anuncia y prefigura a Cristo. Jesús es la palabra última de Dios, su Palabra definitiva.
-“El Hijo a quien instituyó heredero de todo y por quien creó los mundos”, como dice el prólogo de san Juan: «todo fue hecho por El, y sin él nada se hizo» (Juan 1, 3). Qué pena, cuando han querido despojar a Jesús de su divinidad… ¡nuestra fe es que Jesús es Dios y hombre!
-“Reflejo esplendente de la Gloria del Padre, impronta perfecta de su ser”. El hijo de María, el muchacho carpintero de Nazaret, el hombre sensible a los sufrimientos del pueblo sencillo, el amigo fiel que llora la muerte de los que ama... ¡sí! Pero también el Hijo de Dios, Luz de luz, Resplandor de la Gloria de Dios, impronta perfecta del Ser de Dios.
-“El Hijo que sostiene todo con su palabra poderosa, después de llevar a cabo la purificación de los pecados, se sentó a la diestra de la Majestad divina, en las alturas”. Las imágenes se acumulan para afirmar la divinidad de Jesús:
a. Como Dios, es Creador, y mantiene en la existencia a todas las cosas. En efecto, la creación no está terminada. La palabra todopoderosa de Jesús está terminando la humanidad.
b. Es salvador y purificador, como sólo Dios puede ser. «¿Quién puede perdonar los pecados?» (Mc 2, 7).
c. Está asociado a la Gloria, a la Majestad. Con una superioridad sobre los ángeles (Noel Quesson).
3. El salmo responsorial nos invita a decir: «adorad a Dios, todos sus ángeles», y a alegrarnos de la grandeza y del poder de Dios sobre el cosmos y sobre la humanidad: “el Señor reina”. Vemos a Dios Creador de todo: “los cielos pregonan su justicia”. Muchas veces, por desgracia, nos hemos creado falsos dioses y les hemos entregado nuestro corazón. Así, hemos pensado que nuestra paz, nuestra seguridad y nuestra plena realización se basarían en cosas pasajeras, o en vernos protegidos por amuletos, o en la acumulación de bienes pasajeros. O verse protegido por los poderosos de este mundo. Te pedimos, Señor y Rey nuestro, Jesús, Dios encarnado, que sigamos tu Camino que nos conduzca al Padre, y a nuestra plena realización en Él.

Llucià Pou Sabaté

sábado, 11 de enero de 2014

El Bautismo del Señor

Es Jesús el ungido con la fuerza del Espíritu Santo: el Padre le llama Hijo amado, en quien se complace
“En aquel tiempo, el pueblo estaba en expectación, y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías; él tomó la palabra y dijo a todos: - “Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego”. En un bautismo general, Jesús también se bautizó. Y, mientras oraba, se abrió el cielo, bajó el Espíritu Santo sobre él en forma e paloma, y vino un voz del cielo: - “Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto” (Lucas 3,15-16.21-22).
1. Bautismo es renacer, la inmersión en el Jordán significa que Jesús asume nuestras miserias y pecados, y en su suprema solidaridad se ofrece para morir para que nosotros tengamos vida. La teología lo explicará diciendo con san Pablo que es un morir nuestro a Cristo al sepultarnos en las aguas, y resucitar con él al salir de ellas limpios, a una vida nueva. Al entrar en el agua, los bautizados reconocen sus pecados y tratan de liberarse del peso de sus culpas.
Los cantos litúrgicos del 3 de enero corresponden a los del Miércoles Santo, los del 4 de enero a los del Jueves Santo, los del 5 de enero a los del Viernes Santo y el Sábado Santo. La iconografía recoge estos paralelismos. El icono del bautismo de Jesús muestra el agua como un sepulcro líquido que tiene la forma de una cueva oscura, que a su vez es la representación iconográfica del Hades, el inframundo, el infierno. El descenso de Jesús a este sepulcro líquido, a este infierno que le envuelve por completo, es la representación del descenso al infierno: «Sumergido en el agua, ha vencido al poderoso» (cf. Lc 11, 22), dice Cirilo de Jerusalén. Juan Crisóstomo escribe: «La entrada y la salida del agua son representación del descenso al infierno y de la resurrección». Los troparios de la liturgia bizantina añaden otro aspecto simbólico más: «El Jordán se retiró ante el manto de Elíseo, las aguas se dividieron y se abrió un camino seco como imagen auténtica del bautismo, por el que avanzamos por el camino de la vida» (Evdokimov, p. 246).
El bautismo de Jesús se entiende así como compendio de toda la historia, en el que se retoma el pasado y se anticipa el futuro: el ingreso en los pecados de los demás es el descenso al «infierno», no sólo como espectador, como ocurre en Dante, sino con-padeciendo y, con un sufrimiento transformador, convirtiendo los infiernos, abriendo y derribando las puertas del abismo. Es el descenso a la casa del mal, la lucha con el poderoso que tiene prisionero al hombre (y ¡cómo es cierto que todos somos prisioneros de los poderes sin nombre que nos manipulan!). Para salvarnos de esas fuerzas oscuras, Jesús asume toda la culpa del mundo sufriéndola hasta el fondo. Es un «volver» a ser, prepara un nuevo cielo y una nueva tierra. Y el sacramento del Bautismo aparece así como una participación en la lucha transformadora del mundo emprendida por Jesús en el cambio de vida que se ha producido en su descenso y ascenso.
Los cuatro Evangelios indican, aunque de formas diversas, que al salir Jesús de las aguas el cielo se «rasgó» (Mc), se «abrió» (Mt y Lc), que el espíritu bajó sobre Él «como una paloma» y que se oyó una voz del cielo que, según Marcos y Lucas, se dirige a Jesús: «Tú eres...», y según Mateo, dijo de él: «Éste es mi hijo, el amado, mi predilecto» (3, 17). La imagen de la paloma puede recordar al Espíritu que aleteaba sobre las aguas del que habla el relato de la creación (cf. Gn 1, 2); mediante la partícula «como» (como una paloma) ésta funciona como «imagen de lo que en sustancia no se puede describir» (Gnilka). Por lo que se refiere a la «voz», la volveremos a encontrar con ocasión de la transfiguración de Jesús, cuando se añade sin embargo el imperativo: «Escuchadle».
Nosotros sumergidos en Cristo por el bautismo podemos salir del aguar resucitados como Él, por la cruz llegamos a la vida nueva. Es el mensaje del agua del Jordán, que se expande, como una ola inmensa, por toda la tierra durante los siglos sin fin, a lo largo de la historia. Es como una aspersión cósmica, aquel bautismo tiene una simbología profunda, que la Iglesia también relaciona con las bodas de Caná, y que hemos ya comentado y volveremos sobre ello: las cosas humanas, que podemos ofrecer (los frutos de la naturaleza, como es el agua) se convierten en divinas (el vino) no sólo naturales, sino realmente sobrenaturales, además de místicas: el Cuerpo de Cristo, y nuestra participación en él, nuestra transformación en él, la salvación.
Sigue el Papa: “Aquí deseo sólo subrayar brevemente tres aspectos. En primer lugar, la imagen del cielo que se abre: sobre Jesús el cielo está abierto. Su comunión con la voluntad del Padre, la «toda justicia» que cumple, abre el cielo, que por su propia esencia es precisamente allí donde se cumple la voluntad de Dios. A ello se añade la proclamación por parte de Dios, el Padre, de la misión de Cristo, pero que no supone un hacer, sino su ser: Él es el Hijo predilecto, sobre el cual descansa el beneplácito de Dios. Finalmente, quisiera señalar que aquí encontramos, junto con el Hijo, también al Padre y al Espíritu Santo: se preanuncia el misterio del Dios trino, que naturalmente sólo se puede manifestar en profundidad en el transcurso del camino completo de Jesús. En este sentido, se perfila un arco que enlaza este comienzo del camino de Jesús con las palabras con las que el Resucitado enviará a sus discípulos a recorrer el «mundo»: «Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo» (Mt 28,19). El bautismo que desde entonces administran los discípulos de Jesús es el ingreso en el bautismo de Jesús, el ingreso en la realidad que El ha anticipado con su bautismo. Así se llega a ser cristiano”.
Es «el Hijo predilecto», que si por un lado es totalmente Otro, precisamente por ello puede ser contemporáneo de todos nosotros, «más interior en cada uno de nosotros que lo más íntimo nuestro» (San Agustín)”. Efectivamente, la Unción de hoy es Trinitaria, y esto afectará a la conciencia humana de Jesús, pero sabemos que es un misterio cómo Jesús participa según los momentos de su Yo único, divino, que conoce desde el principio (como se ve en la escena del Niño perdido en el Templo).
Acaba el tiempo de Navidad. La Encarnación del Verbo nos ha visitado en estos días y ha sembrado en nuestros corazones la filiación divina, y con ella la luz y fuerza (luz para la inteligencia, fuerza para la voluntad) salvadoras que nos encaminan hacia el Reino del Cielo. San León Magno dirá que «la providencia y misericordia de Dios, que ya tenía pensado ayudar —en los tiempos recientes— al mundo que se hundía, determinó la salvación de todos los pueblos por medio de Cristo». Es el tiempo favorable, el día de la salvación. El día que podemos oír la voz: “—Tú eres mi Hijo, el amado, en ti me he complacido”. Palabras dirigidas a Cristo, y por la piedad somos Cristo y el Padre nos las dirige a nosotros. Esa manifestación de la Trinidad –"Teofanía"– al comienzo de la vida pública de Jesucristo, abre plenamente el Evangelio. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, se manifiestan. El modo en que la filiación de Cristo y nuestra filiación en Cristo es distinta lo señalará con muchos matices el Señor, como cuando le dijo a María Magdalena en su Resurrección: «Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios». Le indica la comunión y al mismo tiempo que Él tiene una comunión con el Padre especial. La Virgen María tuvo también en la tierra una especial  relación con la Trinidad, y la tiene en el Cielo como hija de Dios Padre, Madre de Dios Hijo y Esposa de Dios Espíritu Santo.
Señor, te pedimos que sepamos ir actualizando cada día nuestro Bautismo, como los programas del ordenador, que se van adquiriendo actualizaciones a diario, directamente se descargan de la red, automáticamente: así con nuestros actos de contrición y de amor renovado. Pienso que este Sacramento tiene –como se decía ya en los comienzos- una actualización especial con el Sacramento de la Reconciliación, la confesión que es la actualización del bautismo; la palabra “actualizar” es mejor que “un segundo bautismo” porque es siempre un bautismo renovado, pero el mismo, profundizar en sus raíces que hemos repasado: de vida nueva de hijos de Dios, y también de relación trinitaria. Encomendémonos a su cuidado maternal (a la Blanca Paloma, la Esposa de la Paloma-Espíritu Santo), para que nos consiga la gracia de vivir también en un trato continuo y feliz con la Trinidad, como hijos de Dios Padre, en Cristo, por el Espíritu Santo.
2. Isaías cuenta que Dios habla de un “siervo”, el elegido, el preferido, que no tendrá miedo para hacer justicia, el guía, el nuevo Moisés para llevar al nuevo pueblo, con más poder que todos los héroes que hemos nunca soñado, "luz de las naciones" con misión universal, el gran libertador, personaje misterioso que se revela en Jesús.
Señor, sé que tú eres creador de cielos y tierra, Redentor, sacerdote y Amigo, del que habla el profeta que nos salvas, creo en ti y quiero pedirte con la oración colecta de la misa de hoy: «Dios todopoderoso y eterno (...), concede a tus hijos adoptivos, nacidos del agua y del Espíritu Santo, llevar siempre una vida que te sea grata»: que me enseñes a estar siempre contigo, a no dejarte. Que sepa decir a Dios que sí, como tu madre, como tú. Miraré a la Virgen a los ojos, en su cuadro o imagen, y le diré: Mamá, Madre, Madre mía Inmaculada, o Ave María, Purísima, sin pecado concebida, que no me separe de Jesús ni de ti. Todo tuyo soy María  y mis cosas tuyas son; Tú, mi Madre. Tú, mi Reina, mi ideal de petición. Todo tuyo soy, María, por amor a Ti  me doy, para ser esclavo tuyo, y por Ti serlo de Dios.
El Salmo nos habla de tormentas, pero Dios nos dice que no tengamos miedo, que quiere mucho a las aves del cielo y a nosotros más. Que miremos las flores del campo y los pájaros que no necesitan hacerse vestidos, y Dios los viste de colores tan preciosos que ni un rey o una reina pueden vestirse así. Pues a nosotros nos quiere y nos cuida mucho más. ¿Sabéis por qué? Por nosotros somos hijos suyos. Dios nos ha dado la vida y nos ha hecho así, como somos: con ojos que pueden ver, una lengua que puede hablar, manos que pueden coger las cosas, pies que pueden andar; y, por dentro, algo maravilloso, que nos hace parecidos a Dios, con la que podemos pensar, rezar, y querer a Dios y a nuestros padres o hijos, hermanos y amigos... ¿y es?... El espíritu de hijos de Dios. Dios nos quiere más que a todas las criaturas de la tierra, porque somos hijos suyos. Por todo debemos darle gracias, y para parecernos a Él como hijos suyos, debemos ser también muy generosos.
Gracias, muchas gracias, Jesús. Porque me has dado la vida y me has hecho hijo de Dios. En la Misa podemos “meternos” en la vida de Jesús… Por las aves del cielo, los peces del mar y los animales todos de la tierra. Por las flores y frutos y todos los árboles que adornan la tierra. Por el sol que ilumina los días y la luna y estrellas que lucen en la noche. Por el agua llovida del cielo, por las fuentes, los ríos y el inmenso mar. Por los padres y hermanos que me has dado, por los amigos... ¿Tú sabes ya dar o prestar alguna cosa a tus amigos?
Me contaban de Juan, un niño de 10 años en su primer día en un colegio extranjero, en Israel. Juan no entendía casi nada, con el miedo de lo desconocido. Se le acerca un niño, Jerôme, americano-israelí, judío, le mira a los ojos, sonriente, y le dice: “¿vienes a jugar conmigo al patio?”…  Juan no se animó, era demasiado pronto, y se disculpó como pudo. Sin asomo de malestar, y con una sonrisa aún más amplia, el niño dijo: Ah, no pasa nada, ya jugaremos juntos en otra ocasión”. Son esas personas que como ángeles están a nuestro lado, que nos dan fuerzas para caminar…
¿Y cuando el cielo se oscurece? A veces las fuerzas del mal parecen hacerme daño… pues entonces iré a ti Jesús, a protegerme en tu corazón para que los rayos malos no me hagan daño, para no tener miedo de la oscuridad. Porque Tú Jesús eres el Señor de la tempestad, tú reinas sobre las nubes como lo haces sobre el cielo azul. Contigo estoy seguro. Quiero verte también en las dificultades y problemas, en las cosas que salen mal, en los modos de ser de los demás cuando me parecen pesados, y me gustaría incluso que alguien no existiera o se fuera o se pusiera enfermo o le pasara algo… quiero verte así como te veo en la alegre luz del sol.
3. Los Hechos nos recuerdan que Jesús fue “ungido” (tocado, señalado, escogido) por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que “pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él”. Pedro se encuentra en casa de Cornelio, extranjero y descubre que no debe distinguir ya entre inmigrantes y judíos, entre gente de razas y ricos y pobres: todos somos hijos de Dios. Como los reyes magos representan las razas de la tierra, ahora vemos que el bautismo es para blancos, amarillos, negros… todos somos hermanos, hijos de Dios. Nadie es más que otro, nadie es menos que otro. Es igual que sea moro o español, indio o asiático. Cristo es de todos. Todos los hombres son iguales ante la salvación de Dios. Pedro confiesa abiertamente que ahora comprende lo que dicen las Escrituras, que Dios no hace distinciones y que el Evangelio no puede detenerse ante las fronteras de ningún pueblo, raza o nación. Que así sea. Amén.
Llucià Pou Sabaté
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