sábado, 26 de octubre de 2013

Sábado de la 29ª semana (impar). No dependemos de la impaciencia de los hombres, ni de los poderes del mal, sino del amor de Dios, que con paciencia nos va guiando hacia nuestra salvación

En una ocasión, se presentaron algunos a contar a Jesús lo de los galileos cuya sangre vertió Pilato con la de los sacrificios que ofrecían. Jesús les contestó: «¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos, porque acabaron así? Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceréis lo mismo. Y aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿pensáis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera.» Y les dijo esta parábola: -«Uno tenía una higuera plantada en su viña, y fue a buscar fruto en ella, y no lo encontró. Dijo entonces al viñador: "Ya ves: tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué va a ocupar terreno en balde? Pero el viñador contestó: "Señor, déjala todavía este año; yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto. Si no, la cortas"»” (Lucas 13,1-9).  

1. Jesús, ayer nos hablaste de saber interpretar los signos de los tiempos. Hoy nos pones dos ejemplos. Pilato aplasta una revuelta de galileos cuando estaban sacrificando en el Templo, mezclando su sangre con la de los animales que ofrecían. Sabemos por Flavio Josefo que ese u otro hecho es real, que fue así dominado con violencia. Tampoco sabemos más de ese accidente, el derrumbamiento de un muro de la torre de Siloé, que aplastó a dieciocho personas:
-“En aquel momento llegaron algunos que le contaron lo de los Galileos, cuya sangre había mezclado Pilato con la de sus sacrificios. Y aquellas dieciocho personas que murieron aplastadas al desplomarse la torre de Siloé...” Jesús, no juzgas como los antiguos, que los males son castigo divino. Superas esta visión, que también tiene el pueblo judío, y en continuidad con la revelación de la resurrección de la carne que poco tiempo antes ya creían, y nos dices que habrá otra vida con una justicia plena, y aquí del mal saca Dios un bien. También nos indicas que todos tenemos que convertirnos, para que así la muerte, sea cuando sea, nos encuentre preparados.
Todo lo que acaece puede ser portador de un mensaje; es un signo, si sabemos hacer su lectura en la Fe. Tal enfermedad, tal fracaso, tal éxito, tal solicitud, tal amistad, tal responsabilidad, tal accidente, tal hijo que nos da preocupación o alegría, tal esposo, tal esposa, tal gran corriente contemporánea... Todo es "signo". ¿Qué quiere Dios decirnos a través de esas cosas?
-“¿Pensáis que aquellos Galileos eran más pecadores que los demás? ¡Os digo que no!; y si no os enmendáis, todos vosotros pereceréis también”. Se creía que las víctimas de una desgracia recibían así el castigo por sus pecados. Es una manera simplista de ver la historia. Todos nuestros males o los de nuestros vecinos son signos de la fragilidad humana; no hay que abandonarse a una seguridad engañosa... vamos hacia nuestro "fin"... es urgente tomar posición. La "revisión de vida" sobre los acontecimientos no tiene que llevarnos a juzgar a los demás -es demasiado fácil- sino a una conversión personal.
Hay también otra explicación de las palabras de Jesús: que esos hombres que murieron no eran malos. Simplemente eligieron el camino equivocado; además, si la multitud toma ese camino, le va a ocurrir igual. Precisamente esto fue lo que ocurrió en el año 75 d.C. cuando algunos fanáticos nacionalistas se rebelaron contra Roma. Su mentalidad posesiva y opresora los llevó a interminables luchas internas que le facilitaron el triunfo a Roma. Jesús les advierte: no es el éxito armado lo que garantiza una victoria sobre el sistema vigente, sino el cambio de mentalidad en las personas y en la comunidad. De lo contrario, la violencia seguirá reproduciéndose y la guerra, entonces como ahora, será despiadada e interminable. Jesús llama al Pueblo de Dios para que no se convierta en una higuera estéril, sino que se transforme en un árbol que de abundantes frutos de solidaridad, justicia e igualdad. Por eso, advierte al pueblo que tiene un breve tiempo, en el que Dios espera que la higuera de los frutos que le corresponden. Terminado el tiempo, Dios decidirá qué hacer con ella. Así, el Pueblo tiene que entender que el tiempo no es indefinido, sino que debe comenzar aquí y ahora a cambiar su manera de pensar y a transformar su manera de actuar (servicio bíblico latinoamericano).
-“Jesús añadió esa parábola: "Un hombre tenía una higuera plantada en su viña. Fue a buscar higos y no encontró. Entonces dijo al viñador: "Ya ves, tres años llevo viniendo a buscar fruto de esta higuera y no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué va a agotar la tierra?"” Siempre es cuestión de urgencia. ¿Soy una higuera estéril para Dios, para mis hermanos?
-“Pero el viñador le contestó: "Señor, déjala todavía este año, entretanto yo cavaré y le echaré estiércol. Quizá dará fruto de ahora en adelante"”. Tenemos aquí un elemento capital de apreciación de los "signos de los tiempos": ¡la paciencia de Dios! La intercesión de ese viñador es una línea de conducta para nosotros. Tan necesario es no perder un minuto en trabajar para nuestra propia conversión como ser nosotros muy pacientes con los demás e interceder a favor de ellos. Tenemos siempre tendencia a juzgar a los demás demasiado aprisa y desconsideradamente. Jesús nos pone como ejemplo a ese viñador que no escatima sus energías: cava, pone abono. Seguramente Jesús, compartiendo la vida dura de los pobres cultivadores galileos, debió también hacer ese humilde trabajo en el cercado de su viña familiar. Contemplo a Jesús cavando la tierra de una higuera que no quería dar fruto. Todo un símbolo de Dios hacia nosotros. Jesús, hoy todavía, se porta así conmigo. Gracias, Señor.
Benedicto XVI habla mucho de que el mundo lo pierde la impaciencia de los hombres (nuestras precipitaciones) y lo gana la paciencia de Dios (ahí, en la Cruz, Jesús, indefenso, consigue ganar nuestro corazón). La paciencia todo lo alcanza…
La paciencia de Dios contrasta con nuestra impaciencia. Queremos ver pronto los resultados, que todo se arregle en un instante, que se acabe de golpe con el mal. Y la vida no es así: se crece lentamente, se madura lentamente, no siempre se da el fruto deseado. Hay que saber, por tanto, adoptar una actitud de espera activa y positiva, como la de aquel viñador que dio un plazo más a la higuera y dejó abierta la puerta a la esperanza de una cosecha abundante de higos, haciendo mientras tanto lo que estaba de su parte: cavar y echar estiércol (servicio bíblico latinoamericano).
-“Si no, la cortas.” "Un año" aún ante mí, para dar fruto... El Final de los tiempos se acerca... ha empezado.... ¡Señor, que sepa utilizar bien el tiempo que tú me das! (Noel Quesson).
La muerte también es un misterio, y no es Dios quien la manda como castigo de los pecados ni "la permite" a pesar de su bondad. En su plan no entraba la muerte, pero lo que sí entra es que incluso de la muerte saca vida, y del mal, bien. Desde la muerte de Cristo, también trágica e injusta, toda muerte tiene un sentido misterioso pero salvador. Jesús nos enseña a sacar de cada hecho de estos una lección de conversión, de llamada a la vigilancia. Somos frágiles, nuestra vida pende de un hilo: tengamos siempre las cosas en regla, bien orientada nuestra vida, para que no nos sorprenda la muerte, que vendrá como un ladrón, con la casa en desorden. Lo mismo nos dice la parábola de la higuera estéril. ¿Podemos decir que damos a Dios los frutos que esperaba de nosotros?, ¿que si nos llamara ahora mismo a su presencia tendríamos las manos llenas de buenas obras o, por el contrario, vacías? Una última reflexión: ¿tenemos buen corazón, como el de aquel viñador que "intercede" ante el amo para que no corte el árbol?, ¿nos interesamos por la salvación de los demás, con nuestra oración y con nuestro trabajo evangelizador? ¿Somos como Jesús, que no vino a condenar, sino a salvar? Con nosotros mismos, tenemos que ser exigentes: debemos dar fruto. Con los demás, debemos ser tolerantes y echarles una mano, ayudándoles en la orientación de su vida (J. Aldazábal).

2. Leemos este capítulo 8 sobre "la vida del cristiano en el Espíritu": -“Para los que están con Cristo Jesús... no hay ninguna condenación”. Es el canto de victoria. Para esto, una sola condición, «estar en Cristo»... estar unido a Ti, Señor. -El Espíritu. El Espíritu de Dios. El Espíritu de Cristo. Esta palabra se repite diez veces en la única página leída HOY. Hay que dejarse impregnar por esta palabra y esta realidad misteriosa. -El Espíritu que da la vida en Cristo Jesús me ha liberado... El Espíritu de Dios habita en vosotros. El Espíritu es vuestra vida. Ahora han sido posibles todas las exigencias de la ley de Dios porque el Espíritu de Dios mismo está aquí, presente en nosotros para impulsarnos a ella. No pienso a menudo ni suficientemente en esto. El Espíritu de Dios en mí.
-“No estáis bajo el dominio de la carne, sino bajo el dominio del Espíritu”. Estoy decidido a dejarme convencer de ello, Señor, puesto que Tú nos lo dices. Yo lo creo. No obstante, continúa en mí esa acción profunda. Transfórmanos. Danos un corazón nuevo. Vemos un dinamismo entre "la carne" y "el Espíritu". Carne aquí significa todo lo humano meramente. "El Espíritu" son las fuerzas de Dios y su plan salvador, muchas veces diferente a las apetencias humanas.
-“Si Cristo está en vosotros, aunque vuestro cuerpo sea para la muerte, el Espíritu es vuestra vida a causa de la justicia”. Esta transformación espiritual, este «dominio» del Espíritu, no suprime nuestros otros aspectos mortales. Se continúa yendo hacia la muerte. Y, al mismo tiempo, se va hacia la "vida". Gracias. En medio de nuestros días efímeros, es finalmente ésta la única certeza. Frente a nuestros duelos, junto a nuestros difuntos, creemos que están en la «vida».
 -“¡El Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos, habita en nosotros!” Fórmula trinitaria de la que Pablo tiene el secreto. Las Tres personas divinas son aquí evocadas, en la misma acción. «El Espíritu... de Aquel... que resucitó a Jesús"..., ¡habita en mí! Hay que detenerse ante esta revelación extraordinaria, hay que saborearla. Contemplar a este «huésped». Dirigirse a El, que está ahí, ¡tan cerca!
-“Aquel que resucitó a Jesús dará también la vida a vuestros cuerpos mortales, por su Espíritu que habita en vosotros”. No es un «huésped muerto», inactivo. Está ahí como una fuerza de resurrección. Difunde la «vida». Una «vida» que repercutirá incluso sobre este pobre cuerpo que me empuja al pecado. Espíritu. ¡Actual ¡Vivifica! ¡Eleva! ¡Anima! ¡Da vida! ¡Santifica! Desde HOY y en el día de la resurrección final. Toda la obra de Dios está destinada al éxito. Y su Espíritu trabaja ya en el fondo de mí mismo, como en el fondo de todo hombre (Noel Quesson).
3. Éste es el grupo que viene a tu presencia, Señor”, para alabarle pues “del Señor es la tierra y cuanto la llena, el orbe y todos sus habitantes: él la fundó sobre los mares, él la afianzó sobre los ríos”. No nos atrevemos a subir, pues “¿Quién puede subir al monte del Señor? ¿Quién puede estar en el recinto sacro? El hombre de manos inocentes y puro corazón, que no confía en los ídolos”. Así, el Señor quiere morar en el alma de los que así van a él: “Ése recibirá la bendición del Señor, le hará justicia el Dios de salvación. Éste es el grupo que busca al Señor, que viene a tu presencia, Dios de Jacob”.

Llucià Pou Sabaté

jueves, 24 de octubre de 2013

Viernes de la 29ª semana (impar). Jesús nos ayuda a entender los signos de los tiempos, y ver que la salvación está en acoger la llamada divina

“En aquel tiempo, decía Jesús a la gente: -«Cuando veis subir una nube por el poniente, decís en seguida: "Chaparrón tenemos", y así sucede. Cuando sopla el sur, decís: "Va a hacer bochorno", y lo hace. Hipócritas: si sabéis interpretar el aspecto de la tierra y del cielo, ¿cómo no sabéis interpretar el tiempo presente? ¿Cómo no sabéis juzgar vosotros mismos lo que se debe hacer? Cuando te diriges al tribunal con el que te pone pleito, haz lo posible por llegar a un acuerdo con él, mientras vais de camino; no sea que te arrastre ante el juez, y el juez te entregue al guardia, y el guardia te meta en la cárcel. Te digo que no saldrás de allí hasta que no pagues el último céntimo» (Lucas 12,54-59).  

1. Jesús, hoy nos quieres hacer entender que hay quien niega lo previsible:
-“Cuando veis subir una nube por el poniente decís enseguida: "Tendremos lluvia", y así sucede. Cuando sopla el viento sur decís: "Hará calor", y así sucede”. Por medio de esas palabras, Jesús reprocha a sus conciudadanos no saber interpretar los "signos de los tiempos", cuando son perfectamente capaces de interpretar los signos meteorológicos. La Iglesia contemporánea cuida especialmente de ser fiel a esa invitación de Jesús. En el Concilio Vaticano II decía: "Es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio, de forma que, acomodándose a cada generación, pueda la Iglesia responder a los perennes interrogantes de la humanidad sobre el sentido de la vida presente y futura... Es necesario, por ello, conocer y comprender el mundo en que vivimos, sus esperanzas, sus aspiraciones y el rasgo dramático que con frecuencia le caracteriza.
-“¡Hipócritas! si sabéis interpretar el aspecto de la tierra y del cielo, ¿cómo es que no sabéis interpretar el "momento presente"? Los hombres del campo y del mar, mirando el color y la forma de las nubes y la dirección del viento, tienen un arte especial, a veces mejor que los meteorólogos de profesión, para conocer el tiempo que va a hacer. Pero los judíos no tenían vista para "interpretar el tiempo presente" y reconocer en Jesús al Enviado de Dios, a pesar de los signos milagrosos que les hacía. Jesús les llama "hipócritas": porque sí que han visto, pero no quieren creer.
La ofuscación no era exclusiva de los contemporáneos de Jesús. Hay algunos muy hábiles en algunas cosas y necios y ciegos para las importantes. Espabilados para lo humano y obtusos para lo espiritual. Cuando Jesús se queja de esta ceguera voluntaria, emplea la palabra "kairós" para designar "el tiempo presente". "Kairós" significa tiempo oportuno, ocasión de gracia, momento privilegiado que, si se deja escapar, ya no vuelve. Nosotros ya reconocemos en Jesús al Mesías. Pero seguimos, tal vez, sin reconocer su presencia en tantos "signos de los tiempos" y en tantas personas y acontecimientos que nos rodean, y que, si tuviéramos bien la vista de la fe, serían para nosotros otras tantas voces de Dios.
Voces quizá ocultas bajo las ansias de libertad que tienen los pueblos, la solidaridad con los más injustamente tratados, la defensa de los valores ecológicos de la naturaleza, el respeto a los derechos humanos, la revalorización de la mujer en la sociedad y de los laicos en la Iglesia... Podríamos preguntarnos hoy si tenemos una "visión cristiana" de la historia, de los tiempos, de los grandes hechos de la humanidad y de la Iglesia, viendo en todo un "kairós", una ocasión de crecimiento en nuestra fe (J. Aldazábal).
El Concilio ha reconocido algunos "signos de los tiempos" esenciales. He ahí algunos: - la solidaridad creciente de los pueblos (A.S.,14) - el ecumenismo (D. Ecum. 4) - la preocupación por la libertad religiosa (L.R.15) - la necesidad del apostolado de los laicos (A.L.I). "Movido por la fe que le impulsa a creer que quien le conduce es el Espíritu del Señor, que llena el universo, el pueblo de Dios se esfuerza en discernir en los acontecimientos, las exigencias y los deseos que le son comunes con los demás hombres de nuestro tiempo y cuáles son en ellos las señales de la presencia o de los designios de Dios" (G.S. 11).
"¡Darnos cuenta" del momento en que nos encontramos! Dios conduce la historia, Dios sigue actuando hoy. Más que dolernos añorando la Iglesia del pasado... Más que evadirnos soñando la Iglesia de mañana... Es preciso, según la invitación de Jesús, "darnos cuenta del momento en que nos encontramos". Sus contemporáneos en la Palestina de aquella época no supieron aprovechar la actualidad prodigiosa del tiempo excepcional que estaban viviendo. ¿Y nosotros? La finalidad de la "revisión de vida" es tratar, humildemente de "reconocer" la acción de Dios en los acontecimientos, en nuestras vidas... para "encontrarlo" y participar en esa acción de Dios... a fin de "revelarlo", en cuanto fuere posible, a los que lo ignoran. Señor, ayúdanos a vivir los menores acontecimientos de nuestras vidas, como los mayores, a ese nivel. Reconocer participar, revelar tu obra actual.
-“Y ¿por qué no juzgáis vosotros mismos lo que se debe hacer?” El tiempo en el que "yo" estoy viviendo es el único verdaderamente decisivo para mí. "Juzgad vosotros mismos"... Nadie, nadie más que yo puede ponerse en mi lugar para esa opción.
-"Cuando vas con tu contrincante a ver al magistrado, haz lo posible para librarte de él mientras vais de camino; no sea que te arrastre ante el juez, y el juez te entregue al alguacil, y el alguacil te meta en la cárcel..." En Mateo, esa misma parábola (Mt 5,25) servía para insistir sobre el deber de la caridad fraterna. Lucas coloca esa parábola en una serie de consejos de Jesús sobre la urgencia de la conversión: no hay que dejar para mañana la "toma de posición", el discernimiento de los "signos de los tiempos" (Noel Quesson).
Los signos de los tiempos: El Señor sigue pasando cerca de nuestra vida, con suficientes referencias, y cabe el peligro de que en alguna ocasión no lo reconozcamos. Se hace presente en la enfermedad o en la tribulación, en las personas con las que trabajamos o en las que forman nuestra familia, en las buenas noticias esperando que le demos las gracias. Nuestra vida sería bien distinta si fuéramos más conscientes de la presencia divina y desaparecería la rutina, el malhumor, las penas y las tristezas porque viviríamos más confiados de la Providencia divina. La fe se hace más penetrante cuanto mejores son las disposiciones de la voluntad. Cuando no se está dispuesto a cortar con una mala situación, cuando no se busca con rectitud de intención sólo la gloria de Dios, la conciencia se puede oscurecer y quedarse sin luz para entender incluso lo que parece evidente. Si la voluntad no se orienta a Dios, la inteligencia encontrará muchas dificultades en el camino de la fe, de la obediencia o de la entrega al Señor (J. Piepper, La fe, hoy).
La limpieza de corazón, la humildad y la rectitud de intención son importantes para ver a Jesús que nos visita con frecuencia. Rectifiquemos muchas veces la intención: ¡para Dios toda la gloria! Todos vamos por el camino de la vida hacia el juicio. Aprovechemos ahora para olvidar agravios y rencores, por pequeños que sean, mientras queda algo de trayecto por recorrer. Descubramos los signos que nos señalan la presencia de Dios en nuestra vida. Luego, cuando llegue la hora del juicio, será ya demasiado tarde para poner remedio. Este es el tiempo oportuno de rectificar, de merecer, de amar, de reparar, de pagar deudas de gratitud, de perdón, incluso de justicia. A la vez, hemos de ayudar a otros que nos acompañan en el camino de la vida a interpretar esas huellas que señalan el paso del Señor cerca de su familia, de su trabajo... Hemos de saber descubrir a Jesús, Señor de la historia, presente en el mundo, en medio de los grandes acontecimientos de la humanidad, y en los pequeños sucesos de los días sin relieve. Entonces sabremos darlo a conocer a los demás (Francisco Fernández Carvajal).
2. Por el Bautismo hemos sido introducidos en la esfera de Cristo, lo cual supone ser libres del pecado. Pero la lucha continúa. ¿Cómo entender que somos santos si nos sentimos pecadores?: -“Bien sé yo que nada bueno habita en mí, es decir, en mi naturaleza carnal. En efecto, soy capaz de querer el bien, pero no soy capaz de cumplirlo”. El mal está pegado a nuestro ser, «habita» en nosotros. Así, incluso antes de que el hombre tome una decisión, el mal está ya en él, está «en el corazón» de mí mismo. Es siempre un error echar la culpa de lo que nos pasa a los demás:
-“No hago el bien que quiero, sino que obro el mal que no quiero”. ¡Cuán verdadero es este análisis de la debilidad humana! ¿Quién de nosotros no ha hecho esta experiencia? Es la impotencia radical de toda voluntad sin la ayuda de la gracia. Sé muy bien lo que «tendría que hacer»... ¡Bien quisiera hacerlo!... Y no lo logro. Es como un análisis psicológico de su propia existencia.
-“Simpatizo con la Ley de Dios, en tanto que hombre razonable, pero advierto otra ley en mis miembros, que lucha contra la ley de mi inteligencia y me encadena a la ley del pecado”. Yo entiendo lo que tengo que hacer, pero muchas veces no lo hago. Me siento pecador, y al mismo tiempo veo otro “yo” en mi interior, santificado por Dios:
-“¡Desgraciado de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo que me lleva a la muerte? Por esta liberación, gracias sean dadas a Dios por Jesucristo, nuestro Señor”. Acción de gracias. Alegría. ¡Que mi debilidad termine siempre con ese grito de confianza! El optimismo fundamental de san Pablo no es ingenuo, irreal. Es la conclusión de un análisis riguroso de la impotencia del hombre para salvarse. En el momento mismo en que corremos peligro de salvarnos, «la mano de Dios viene a asirnos y nos salva» (Noel Quesson). La respuesta viene tajante: me liberará de todo mal "Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo, y le doy gracias". La Eucaristía, entre otros medios de su gracia, nos ofrece en comunión al que "quita el pecado del mundo". En la página que vamos a meditar hallaremos la más dramática descripción de la «condición humana»: el hombre es un ser dividido, que aspira al bien y que hace el mal.
3. Enséñame a gustar y a comprender, porque me fío de tus mandatos. Tú eres bueno y haces el bien; instrúyeme en tus leyes”. El Señor nos cuida en el camino de la vida, está siempre a nuestro lado: “Que tu bondad me consuele, según la promesa hecha a tu siervo. Cuando me alcance tu compasión, viviré, y mis delicias serán tu voluntad”. Somos tocados por la gracia, y aunque seamos débiles, nos vestimos de la fuerza divina. “Jamás olvidaré tus decretos, pues con ellos me diste vida”.

Llucià Pou Sabaté

miércoles, 23 de octubre de 2013

Jueves de la 29ª semana (impar). Jesús no quieres una falsa tranquilidad, sino la paz consecuencia de la lucha por vivir como hijos de Dios

“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: -«He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo! Tengo que pasar por un bautismo, ¡y qué angustia hasta que se cumpla! ¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No, sino división. En adelante, una familia de cinco estará dividida: tres Contra dos y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra»” (Lucas 12,49-53).  

1. Jesús, hoy nos pones unas imágenes poéticas, fuertes:
-“He venido a traer fuego a la tierra”... Reconsiderando esa hermosa imagen de Jesús, un himno de comunión canta: "Mendigo del fuego yo te tomo en mis manos como en la mano se toma la tea para el invierno... Y Tú pasas a ser el incendio que abrasa el mundo..." En toda la Biblia, el fuego es símbolo de Dios; en la zarza ardiendo encontrada por Moisés, en el fuego o rayo de la tempestad en el Sinaí, en los sacrificios del Templo, donde las víctimas eran pasadas por el fuego, como símbolo del juicio final que purificará todas las cosas. Pero no es un fuego que destruye, pues tú rehúsas dejar que pidan que caiga fuego del cielo sobre los samaritanos (Lc 9,54). Tu fuego es el "fuego del Espíritu", que ardía en el corazón de los peregrinos de Emaús cuando escuchaban al Resucitado sin reconocerlo... (Lc 24,32), que descenderá en Pentecostés...
-“¡Y otra cosa no quiero sino que baya prendido!” Es tu ardiente deseo de llevar a cabo la misión que te ha dado el Padre, Señor: y comunicar a toda la humanidad el amor, la alegría, tu Espíritu.
El gran pecado de muchos países que han progresado es la banalidad de la existencia, y tú Señor nos dices que hay que "arder"... en las cosas cotidianas, que se vuelven interesantes por el amor.
-“Tengo que recibir un bautismo, y ¡cuán angustiado estoy hasta que se cumpla!” Vemos que tienes pasiones, Señor, y la angustia también. Este pensamiento que nos viene antes de que llegue un mal, y que es más fuerte que el mal que vendrá, si llega… Ves que la salvación del mundo requiere tu sufrimiento... dará frutos de Purificación, de redención de los hombres... Señor, danos la gracia de participar a tu bautismo.
-“¿Pensáis que he venido a traer paz a la tierra? Os digo que no, sino división”. El Mesías era esperado como Príncipe de la Paz, uno de los más grandes beneficios que el hombre desea es la paz; y se saludaban deseándose la paz: "Shalom". Jesús despedía a los pecadores y pecadoras con esa frase llena de sentido: "Vete en paz" (Lc 7,50; 8,48; 10,5-9). Y sus discípulos tenían que desear la "paz" a las casas donde entraban. Pero... Ese saludo, esa paz nueva, viene a trastornar la paz de este mundo. No es una paz fácil, sin dificultades: es una paz que hay que construir en la dificultad (Noel Quesson).
-“Porque de ahora en adelante una familia de cinco estará dividida: Tres contra dos, y dos contra tres... El padre contra el hijo, y el hijo contra el padre... La madre contra la hija, y la hija contra la madre”...
La paz no puede identificarse con una tranquilidad a cualquier precio. Cristo es -ya lo dijo el anciano Simeón en el Templo- "signo de contradicción": optar por él puede traer división en una familia o en un grupo humano. Es algo que parece contradictorio, pero a veces son las paradojas las que mejor nos transmiten un pensamiento, precisamente por su exageración y por su sentido sorprendente a primera vista. El fuego con el que Jesús quiere incendiar el mundo es su luz, su vida, su Espíritu. Ése es el Bautismo al que aquí se refiere: pasar, a través de la muerte, a la nueva existencia e inaugurar así definitivamente el Reino. Ésa es también la "división", quizá quieres indicarnos, Señor, que la opción que cada uno haga, aceptándole o no, crea situaciones de contradicción en una familia o en un grupo. Decir que no has venido a traer la paz indica que no quieres una falsa paz: ánimos demasiado tranquilos y mortecinos, banalidad.
Si el Papa o los Obispos o un cristiano cualquiera sólo hablara de lo que gusta a la gente, les dejarían en paz. Serían aplaudidos por todos. ¿Pero es ése el fuego que Jesús ha venido a traer a la tierra, la evangelización que nos ha encargado? Jesús aparece manso y humilde de corazón, pero lleva dentro un fuego que le hace caminar hacia el cumplimiento de su misión y quiere que todos se enteren y se decidan a seguirle. Jesús es humilde, pero apasionado. No es el Cristo acaramelado y dulzón que a veces nos han presentado. Ama al Padre y a la humanidad, y por eso sube decidido a Jerusalén, a entregarse por el bien de todos. ¿Nos hemos dejado nosotros contagiar ese fuego? Cuando los dos discípulos de Emaús reconocieron finalmente a Jesús, en la fracción del pan, se decían: "¿no ardía nuestro corazón cuando nos explicaba las Escrituras?". La Eucaristía que celebramos y la Palabra que escuchamos, ¿nos calientan en ese amor que consume a Cristo, o nos dejan apáticos y perezosos, en la rutina y frialdad de siempre? Su evangelio, que a veces compara con la semilla o con la luz o la vida, es también fuego (J. Aldazábal).
Jesús, ayúdame a ser fiel a tu fuego del Espíritu, para decir como tú: «Pero tengo que ser sumergido por las aguas y no veo la hora de que eso se cumpla» (Lc 12,50). La sociedad reaccionará dándole muerte («ser sumergido por las aguas»), pero tú lo deseas, porque por ese sufrir nos salvas. Por eso, Jesús, vienes a romper la falsa paz del orden establecido (cf. Miq 7,6).
La paz que Jesús da no es la paz del cementerio, sino de la lucha por instaurar el Reino de Dios, y muchas veces los detentores del poder enmascaran y ocultan las graves tensiones en que una sociedad está inmersa. Llamar paz a tal realidad es continuar la práctica de los falsos profetas que aplauden lo que a Dios desagrada. Por ello los seguidores de Jesús deben prepararse para tomar sobre sí los conflictos y aceptar la carga dolorosa de la división que la misión produce y que ellos deben cargar sobre sus débiles hombros (Josep Rius-Camps).
El anciano Simeón ya profetizó que “este niño está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, como signo de contradicción, quedando al descubierto las intenciones de muchos corazones”.

2. Sigue Pablo con el Bautismo: con él hemos sido liberados del pecado: "Antes" éramos esclavos del pecado. "Ahora", liberados del pecado, somos "esclavos de Dios", que "nos regala vida eterna por medio de Cristo Jesús". Antes "hacíamos el mal" y los frutos de esa esclavitud nos llevaban a la muerte, porque el pecado paga con la muerte. Ahora, entregados a Dios, "producimos frutos que llevan a la santidad y acaban en vida eterna": -“Libres del pecado y esclavos de Dios fructificáis para la santidad; y el fin es la vida eterna”.
Pasamos de ser «esclavo» a «libre». ¡El cristiano es un hombre libre!: -“En otros tiempos ofrecisteis vuestros miembros como esclavos a la impureza y llegasteis al desorden... Cuando erais esclavos del pecado, ¿qué frutos cosechasteis? Aquellas cosas que ahora os avergüenzan, pues su fin es la muerte”. Antes de su bautismo, los destinatarios de esta Carta habían vivido como paganos. Pablo apela a sus recuerdos. ¡Acordaos de vuestros pecados! ¿Éramos dichosos cuando nos hemos extraviado con el pecado? Es una invitación a sentir los límites de nuestra libertad: -“Ahora pues, haced de vuestros miembros esclavos de la justicia para llegar a la santidad”.
-“Porque el salario del pecado es la muerte; pero el don de Dios es la vida eterna, en Cristo Jesús”. Pecado=esclavitud=muerte... y en cambio la Justicia=libertad=vida=Dios... (Noel Quesson).
2. “Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos, ni entra por la senda de los pecadores, ni se sienta en la reunión de los cínicos; sino que su gozo es la ley del Señor, y medita su ley día y noche”. Pongámonos en manos de Dios y tendremos vida. Alejémonos del camino de la maldad, que nos lleva a la muerte. Ayúdame, Señor, a meditar tu Palabra cada día.
Será como un árbol plantado al borde de la acequia: da fruto en su sazón y no se marchitan sus hojas; y cuanto emprende tiene buen fin”. El camino del justo conduce a la vida. El del impío, a la perdición: “No así los impíos, no así; serán paja que arrebata el viento. Porque el Señor protege el camino de los justos, pero el camino de los impíos acaba mal”.


Llucià Pou Sabaté
Miércoles de la 29ª semana (impar): nos pide el Señor estar vigilantes a su venida.

“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: -«Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora viene el ladrón, no le dejaría abrir un boquete. Lo mismo vosotros, estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre.» Pedro le preguntó: -«Señor, ¿has dicho esa parábola por nosotros o por todos?» El Señor le respondió: -«¿Quién es el administrador fiel y solícito a quien el amo ha puesto al frente de su servidumbre para que les reparta la ración a sus horas? Dichoso el criado a quien su amo, al llegar, lo encuentre portándose así. Os aseguro que lo pondrá al frente de todos sus bienes. Pero si el empleado piensa: "Mi amo tarda en llegar", y empieza a pegarles a los mozos y a las muchachas, a comer y beber y emborracharse, llegará el amo de ese criado el día y a la hora que menos lo espera y lo despedirá, condenándolo a la pena de los que no son fieles. El criado que sabe lo que su amo quiere y no está dispuesto a ponerlo por obra recibirá muchos azotes; el que no lo sabe, pero hace algo digno de castigo, recibirá pocos. Al que mucho se le dio, mucho se le exigirá; al que mucho se le confió, más se le exigirá»” (Lucas 12,39-48).  

1. Jesús, quieres que estemos atentos, en estas últimas semanas que quedan de año litúrgico, cuando vivimos la preparación para tu segunda venida, y nos pones hoy la comparación de estar alerta para que no entre un ladrón en casa.
-“Si el dueño de la casa supiera a qué hora va a llegar el ladrón... Estad también vosotros preparados: pues cuando menos lo penséis llegará el Hijo del hombre.” Para la antigua Grecia y otros pueblos de oriente, la historia es un perpetuo volver a empezar; un círculo continuado… pero la fe nos dice que hay un fin en la historia, vamos en progresión y en el curso de los años Dios se ha ido manifestando con lo que llamamos “revelación” (quitar el velo) de la Verdad, que se ha revelado plenamente en Cristo. Jesús, tú has venido entre nosotros, has vivido con nosotros, y continúas viniendo, y nos anuncias que vendrás... para juzgar el mundo y salvarlo.
Es verdad que los primeros cristianos esperaron, casi físicamente, la última venida -la Parusía- de Jesús... la deseaban con ardor y rogaban para adelantar esa venida: "Ven Señor Jesús". Las nuevas plegarias eucarísticas, desde el Concilio, nos han retornado esa bella y esencial plegaria: "Esperamos tu venida gloriosa... esperamos tu retorno... Ven, Señor Jesús". Sabemos que no sabemos ni el día ni la hora, pues nos dices: "llegará cuando menos lo penséis..." y que tu venida, Señor, puede tardar aún mucho tiempo. Pero, al mismo tiempo, sabemos que ya estás aquí, en nuestra vida y nuestra historia…
"Vino a su casa y los suyos no lo recibieron" (Jn 1,11). Quiero verte, Señor, y no dejar que llores otra vez "porque la ciudad no reconoció el tiempo en que fue "visitada" (Lc 19,44). Cada uno estamos invitados a recibir la "visita íntima y personal" de Jesús: "He ahí que estoy a la puerta y llamo: si uno me oye y me abre, entraré en su casa y tomaremos la "cena" juntos" (Ap 3,20). Oh Señor, ayúdame a pensarlo. Despierta mi corazón para esos encuentros contigo.
-“Pedro le dijo entonces: "Señor, ¿has dicho esa parábola por nosotros o por todos en general?" El Señor responde: "¿Dónde está ese administrador fiel y sensato a quien el Amo va a encargar de repartir a los sirvientes la ración de trigo a sus horas? Dichoso el tal empleado si el Amo al llegar lo encuentra en su trabajo”.
Nos invitas a la vigilancia, Jesús, y pides a los que podemos influir en otros que hemos de ser "fieles y sensatos". "Llegará cuando menos lo penséis..." Quieres que estemos atentos, Jesús, y por eso nos lo repites… Los administradores somos nosotros, que no sabemos día y hora, porque ya estás aquí, Señor, en mi día de  hoy. Y cuando dependen otras personas de nosotros, hemos de pensar que tendemos que rendir cuentas. Su papel esencial es "dar a cada uno el alimento a sus horas." Pero todos somos responsables de los demás, de cada uno dependen los demás. Así pues, toda la Iglesia tiene que estar en actitud de "vigilancia"... cada cristiano, pero también y ante todo cada responsable. El Reino de Dios ya está inaugurado.
Referirse a ese Reino -que ciertamente no estará "acabado" más que al Fin- no supone para la Iglesia un proyectarse en un futuro de ensueño, sino aceptar el presente como esperanza, y contribuir a que ese presente acepte y reciba el Reino que ya está aquí  (Noel Quesson).
-"Dichoso el servidor si su amo al llegar le encuentra en su trabajo". Ayúdame, Señor, a estar en mi trabajo cada día y a captar tu presencia.
-“Al que mucho se le dio, mucho se le exigirá; al que mucho se le confió, más se le pedirá.” Podemos sentirnos muy seguros del Reino, porque hemos sido elegidos responsables ante los demás... Tu, Jesús, nos haces reflexionar, hacer examen, pues "al que mucho se le confió, más se le exigirá".
Tenemos el peligro de la pereza, del amodorramiento, y los las comparaciones que nos pones, Señor, del ladrón que puede venir en cualquier momento, o el amo que puede presentarse improvisamente, nos ayudan a examinarnos y no pensar que somos dueños, sino que todo puede acabarse y hemos de tener las cosas preparadas para dar cuentas. No quieres, Jesús, que vivamos con angustia, ni una tensión psicológica, mala, sino una tensión de amor, de tener los ojos abiertos y llenos de luz porque tú nos esperas en cada acontecimiento. Así, con sentido de responsabilidad, sin descuidar ni la defensa de la casa ni el arreglo y el buen orden en las cosas que dependen de nosotros... y si tenemos responsabilidades sociales, procuraremos vivir no como dueños de los demás sino sus servidores. Así nos dice el Concilio Vaticano II: “Una misma es la santidad que cultivan en cualquier clase de vida y de profesión los que son guiados por el espíritu de Dios y, obedeciendo a la voz del Padre, adorando a Dios y al Padre en espíritu y verdad, siguen a Cristo pobre, humilde y cargado con la cruz, para merecer la participación de su gloria. Según eso, cada uno según los propios dones y las gracias recibidas, debe caminar sin vacilación por el camino de la fe viva, que excita la esperanza y obra por la caridad”.
Los pastores han de ser responsables con su deber ministerial: los obispos, “santamente y con entusiasmo, con humildad y fortaleza, según la imagen del Sumo y Eterno sacerdote”. Así también los demás sacerdotes, los diáconos, “asiduos en la oración, fervorosos en el amor, preocupados siempre por la verdad, la justicia, la buena fama, realizando todo para gloria y honor de Dios. A los cuales todavía se añaden aquellos seglares, escogidos por Dios, que, entregados totalmente a las tareas apostólicas, son llamados por el Obispo y trabajan en el campo del Señor con mucho fruto”.
“Conviene que los cónyuges y padres cristianos, siguiendo su propio camino, se ayuden el uno al otro en la gracia, con la fidelidad en su amor a lo largo de toda la vida, y eduquen en la doctrina cristiana y en las virtudes evangélicas a la prole que el Señor les haya dado. De esta manera ofrecen al mundo el ejemplo de un incansable y generoso amor, construyen la fraternidad de la caridad y se presentan como testigos y cooperadores de la fecundidad de la Madre Iglesia, como símbolo y al mismo tiempo participación de aquel amor con que Cristo amó a su Esposa y se entregó a sí mismo por ella. Un ejemplo análogo lo dan los que, en estado de viudez o de celibato, pueden contribuir no poco a la santidad y actividad de la Iglesia. Y por su lado, los que viven entregados al duro trabajo conviene que en ese mismo trabajo humano busquen su perfección, ayuden a sus conciudadanos, traten de mejorar la sociedad entera y la creación, pero traten también de imitar, en su laboriosa caridad, a Cristo, cuyas manos se ejercitaron en el trabajo manual, y que continúa trabajando por la salvación de todos en unión con el Padre; gozosos en la esperanza, ayudándose unos a otros en llevar sus cargas, y sirviéndose incluso del trabajo cotidiano para subir a una mayor santidad, incluso apostólica”.
Jesús, que esté atento a tu venida final, y a esas pequeñas pero irrepetibles venidas en las ocasiones diarias en que muestras tu cercanía; te pido estar despierto, vigilante (J. Aldazábal).
2. En el bautismo se produce una liberación del pecado:
-“Que no reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal obedeciendo a sus concupiscencias”. El cuerpo es templo del Espíritu Santo (1 Co 6,19), miembro de Cristo (1 Co 6,15), símbolo de la Iglesia (1 Co 12,12). Y, aunque caduco, mortal, algo que se marchita, está destinado a la incorrupción, a la inmortalidad (1 Co 15,12/49): “Nuestros antiguos pecados han sido eliminados por obra de la gracia. Ahora, para permanecer muertos al pecado después del bautismo, se precisa un esfuerzo personal aunqeu la gracia de Dios continúe ayudándonos poderosamente” (S. Juan Crisóstomo).
«No obedezcáis a las apetencias de la carne». «No os sometáis a los deseos del cuerpo»: el «egoísmo», que es lo contrario del amor desinteresado. «No dejéis que reine en vosotros el egoísmo... no busquéis la satisfacción de vuestros deseos egoístas»... porque habéis sido hechos amor, por Aquel que es amor.
-“Al contrario, poneos al servicio de Dios... y ofreced a Dios vuestros miembros para el combate de la justicia”. Antes el cuerpo daba frutos malos: "poníamos a su servicio nuestros miembros como instrumentos del mal". Ahora debemos sentirnos libres de ese dueño y servir sólo a Dios, "ofreciéndole nuestros miembros como instrumentos del bien". Ya no somos "súbditos de los deseos del cuerpo", pues "el pecado no sigue dominando en nuestro cuerpo mortal", sino que vivimos como quien "de la muerte ha vuelto a la vida".
Dios opera en lo íntimo de nuestro ser. –“Pues ¿qué? ¿Pecaremos porque no estamos bajo la ley sino bajo la gracia? ¡De ningún modo!... Pues después de haber sido liberados del pecado, os hacéis esclavos al servicio de la justicia”: ¡el cristiano no tiene ya Ley que se le imponga desde el exterior! Es «libre». Pero es ahora «dócil a la actividad íntima del Espíritu que trabaja su ser desde el interior». «Líbranos del pecado, Señor» (Noel Quesson).
3. "Si el Señor no hubiera estado de nuestra parte, nos habrían tragado vivos... nos habrían arrollado las aguas... nuestro auxilio es el nombre del Señor". Gracias, Señor, pues contigo "hemos salvado la vida como un pájaro de la trampa del cazador", gracias por la liberación de todo mal.

Llucià Pou Sabaté 

martes, 22 de octubre de 2013

Martes de la 29ª semana (impar). Jesús nos pide vigilancia, llena de confianza: vivir de esperanza, estar en vela, en fidelidad, edificando su cuerpo que es la Iglesia.

“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: -«Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas. Vosotros estad como los que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle apenas venga y llame. Dichosos los criados a quienes el señor, al llegar, los encuentre en vela; os aseguro que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y los irá sirviendo. Y, si llega entrada la noche o de madrugada y los encuentra así, dichosos ellos»” (Lucas 12,35-38).

1. Jesús, quiero aprender lo que nos dirás estos días sobre la vigilancia, esa actitud de espera activa y despierta que nos pides:
-“Jesús decía: "Poneos el traje de trabajo" -"llevad ceñida la cintura"- y "mantened las lámparas encendidas". Llevar puesto el delantal es estar presto para el trabajo: es el "uniforme" de servicio; también el atuendo del viajero el que llevaban los judíos para celebrar la Pascua: el viaje del éxodo. Dispuestos a salir de viaje ("con las maletas preparadas").

Tener la lámpara encendida, es estar siempre a punto, incluso durante la noche, como las cinco muchachas prudentes que esperaban al novio. Con el aceite de la fe, de la esperanza y del amor. Mirar hacia delante. Ayer se nos decía que no nos dejáramos apegar a las riquezas, porque nos estorbarán en el momento decisivo. Hoy, que vigilemos. Es sabio el que vive despierto y sabe mirar al futuro. No porque no sepa gozar de la vida y cumplir sus tareas del "hoy", pero sí porque sabe que es peregrino en esta vida y lo importante es asegurarse su continuidad en la vida eterna. Y vive con una meta y una esperanza. En las cosas de aquí abajo afinamos mucho los cálculos: para que nos llegue el presupuesto, para conseguir éxitos comerciales o deportivos, para aprobar el curso. Pero ¿somos igualmente espabilados en las cosas del espíritu? "Dichosos ellos, si el amo los encuentra así". Y escucharemos las palabras que serán el colmo de la felicidad: "muy bien, siervo fiel, entra en el gozo de tu Señor". Y nos sentará a su mesa y nos irá sirviendo uno a uno (J. Aldazábal).
Señor, quieres que estemos en alerta constante, siempre prestos a la acción y preparados para servir día y noche. ¿Estoy yo preparado para servir en todo instante, en todo momento?
-“Pareceos a los que aguardan a que su amo vuelva de la boda para, cuando llegue, abrirle en cuanto llame”. Nos hablas de una llegada de "improviso", oculta... ¿Estoy siempre a punto de recibir a Jesús? "Vienes" de muchas maneras:
- en tu Palabra, propuesta cada día, esta allí... ¿Soy fiel a la oración?
- estás en todo hombre que necesita de mí... "he tenido hambre, estaba solo..."
- en la Iglesia y lo que me propone, estas allí... "quien a vosotros escucha, a mí me escucha..."
- en los acontecimientos, "signos de los tiempos", que es preciso descifrar, estas allí...
- en mis alegrías y mis penas, en mi muerte y en mi vida estas allí. Los hijos vuelven de la escuela: es Jesús quien viene y espera mi disponibilidad. Un colega viene a pedirme que le eche una mano: es Jesús quien viene. Se me invita a una reunión importante para participar en la vida de la escuela, de la empresa, de la colectividad, de la Iglesia... ¿me quedaré tranquilo en mi rincón? Estoy preparando la comida... Trabajo en mi oficina, en mi despacho, en mi taller... Acepto una responsabilidad que se me confía... Es Jesús que viene y al que hay que recibir.
-“Dichosos esos criados si el Amo al llegar los encuentra "en vela"”. Velar, en sentido estricto, es renunciar al sueño de la noche, para terminar un trabajo urgente, o para no ser sorprendido por un enemigo... En un sentido más simbólico, es luchar contra el entorpecimiento, la negligencia, para estar siempre en estado de disponibilidad. ¡Dichosos! ¡Dichosos ellos! (Noel Quesson)
-“Os aseguro que el Amo se ceñirá el delantal, los hará recostarse y les servirá uno a uno”. Es cosa inaudita que el amo haga eso con sus siervos. Tanto en los momentos grandes como el momento de nuestra propia muerte –en hora imprevista- como para la venida cotidiana del Señor a nuestras vidas, en su palabra, en los sacramentos, en los acontecimientos, en las personas. Si estamos despiertos, podremos aprovechar su presencia. Si estamos adormilados, ni nos daremos cuenta.

2. -“Por un solo hombre, Adán, entró el pecado en el mundo y por el pecado, la muerte... Todos pecaron”. Este pasaje es la principal fuente bíblica para la teología del pecado original. Hay que distinguir la concepción histórica (la idea que tenían de Adán, que sería el aspecto cultural de la época) de la verdad revelada que se trasmite (sería el aspecto religioso): vemos que en la historia humana hay un clima contaminado en el orden moral; nacemos en un mundo entretejido de pecado, y los pecados individuales contaminantes van unidos a una idea de pecado primero, una necesidad de redención. Cristo ha venido para redimirnos. Adán peca, Jesús salva, es el nuevo y definitivo Adán, cabeza de la humanidad:
-“Pero con el don gratuito de Dios no sucede como con el delito. Si por el delito de uno solo, Adán, murieron todos, ¡cuánto más la gracia de Dios se ha desbordado sobre todos los hombres por medio de uno solo, Jesucristo! Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia”... La gracia sobrepasa al pecado. ¡La gracia es dada profusamente! ¡La solidaridad en el mal no es nada frente a la superabundancia de solidaridad en el bien! Sí, creo que el bien gana al mal en eficacia. Sí, Señor, creo que la gracia gana al pecado.
-“El cumplimiento de la justicia por uno solo condujo a todos los hombres a la justificación que da la vida”. «Uno solo», Jesús... «Todos», nosotros todos: por la obediencia (sumisión de Flp 2, 5-11) de Cristo "todos fueron justificados":
-“Así como por la desobediencia de un solo hombre, Adán... todos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno solo, Jesús... todos serán constituidos justos”. Dios no ha permitido el pecado desconociendo las maravillas del perdón. Al crear a Adán, Dios veía ya a Jesús, ¡el perfecto obediente, el perfecto «hijo»! Es la vida, es el bien el que triunfa (Noel Quesson).
-“Así, lo mismo que el pecado estableció su reino de muerte... Así también la gracia, fuente de justicia, establecerá su reino para dar la vida eterna, por Jesucristo, nuestro Señor”. Entra en acción el poder del mal y se extiende a toda la humanidad. Pero la vida de Dios también es comunicada por un hombre a toda la humanidad. El pecado no se entiende sin la gracia. Vemos que las antítesis se suceden: "por Adán... por Cristo", "entró el pecado... la benevolencia de Dios", "la muerte... la vida", "la desobediencia... la obediencia", "la condena... la salvación", "si creció el pecado, más desbordante fue la gracia". Cada uno de nosotros es hijo del primer Adán y también hermano e imagen del segundo Adán. Sentimos la debilidad y a la vez experimentamos la fuerza de Jesús. ¿Qué aspecto triunfa más en mi vida: el pecado o la gracia, el hombre viejo o el nuevo, la desobediencia o la obediencia, la muerte o la vida, Adán o Cristo?
3. "Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad", dice el salmo resumiendo la actitud de Jesús. Hagamos examen: ¿podemos resumir nuestra actuación diciendo que hemos obedecido gozosamente a Dios, o tenemos que reconocer que hemos buscado nuestros propios caminos? Decimos: "tú que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros": los Kyries, el Gloria, el Cordero de Dios. El Catecismo (de la Iglesia Católica) dice: “En Cristo, y por medio de su voluntad humana, la voluntad del Padre fue cumplida perfectamente y de una vez por todas. Jesús dijo al entrar en el mundo: "He aquí que yo vengo, oh Dios, a hacer tu voluntad" (Hb 10,7; Sal 40,7). Sólo Jesús puede decir: "Yo hago siempre lo que le agrada a él" (Jn 8,29). En la oración de su agonía, acoge totalmente esta Voluntad: "No se haga mi voluntad sino la tuya" (Lc 22,42; cf Jn 4,34; 5,30; 6,38). He aquí por qué Jesús "se entregó a sí mismo por nuestros pecados según la voluntad de Dios" (Ga 1,4). "Y en virtud de esta voluntad somos santificados, merced a la oblación de una vez para siempre del cuerpo de Jesucristo" (Hb 10,10)” (n. 2824).
Rezamos con Jesús: Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo. Si queremos pasar haciendo el bien y no el mal, aprendamos a escuchar la Palabra de Dios y a ponerla en práctica. De esa forma procuraremos concretizar entre nosotros el Reino de Dios, que es Reino de Santidad y de Vida, de Justicia, de Amor y de Paz.

Llucià Pou Sabaté

domingo, 20 de octubre de 2013

Semana XXIX, lunes (impar): Jesús nos lleva a tener confianza en la gracia de Dios y no idolatrar el dinero
“En aquel tiempo, dijo uno del público a Jesús: -«Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia.» Él le contestó: -«Hombre, ¿quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros?» Y dijo a la gente: -«Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes.» Y les propuso una parábola: -«Un hombre rico tuvo una gran cosecha. Y empezó a echar cálculos: "¿Qué haré? No tengo donde almacenar la cosecha." Y se dijo: "Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros más grandes, y almacenaré allí todo el grano y el resto de mi cosecha. Y entonces me diré a mí mismo: Hombre, tienes bienes acumulados para muchos años; túmbate, come, bebe y date buena vida." Pero Dios le dijo: "Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será?" Así será el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios»” (Lucas 12,13-21).   
1. Uno le pidió a Jesús: "Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia". El derecho de sucesión estaba regido, como siempre en Israel, por la ley de Moisés. Pero se solía pedir a los rabinos que hicieran arbitrajes y dictámenes periciales. En este caso una persona va a Jesús para que influya sobre su hermano injusto.
-Le contestó Jesús: "¿Quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros?" Jesús, no quieres mandar sobre cosas temporales. Así aprende la Iglesia, como nos dice en su último concilio: "Es de suma importancia distinguir claramente entre las responsabilidades que los fieles, ya individualmente considerados, ya asociados, asumen, de acuerdo con su conciencia cristiana... y de los actos que ponen en nombre de la Iglesia en comunión con sus Pastores... La Iglesia no está ligada a ningún sistema político" (G. S. 76). "Que los cristianos esperen de los sacerdotes la luz y el impulso espiritual, pero no piensen que sus pastores vayan a estar siempre en condiciones de tal competencia que hayan de tener al alcance una solución concreta e inmediata por cada problema, aun grave, que se les presente" (G. S. 43). Jesús no quiere responder a un problema entre hermanos causado por dinero de una herencia. Me gustaría que lo hubieras hecho, Señor, y que hubieras dicho algo sobre cómo comportarse en esos casos, pues veo que en muchas familias los hermanos se pelean por causa de la herencia. Prefieres dar unas normas generales que guíen nuestras acciones, sin entrar en la casuística. Es la doctrina social: puntos de referencia morales para afrontar los problemas, con una solución diversa, y da también criterios de actuación, para vivirlos libremente, con discernimiento personal.
-“Luego, dirigiéndose Jesús a la multitud dijo: "Cuidado, guardaos de toda codicia porque la vida de una persona, aunque ande en la abundancia, no depende de sus riquezas”.  Jesús, hoy me hablas de uno de los pecados capitales: la avaricia, que va contra el décimo mandamiento que «prohíbe la avaricia y el deseo de una apropiación inmoderada de los bienes terrenos. Prohíbe el deseo desordenado nacido de la pasión inmoderada de las riquezas y de su poder. Prohíbe también el deseo de cometer una injusticia mediante la cual se dañaría al prójimo en sus bienes temporales» (Catecismo 2536). Tu consejo, Señor, es claro: «guardaos de toda avaricia». El avaro nunca se contenta con lo que tiene, porque, en el fondo, su principal fin está en la posesión de riqueza material. Y como es un fin que no llena, el avaro pierde absurdamente su vida en una continua búsqueda por acaparar dinero y poder. Jesús, ayúdame a luchar contra la avaricia, y hacer examen: ¿Sé dejar a otros lo mío cuando lo necesitan? ¿Me creo necesidades por lujo, capricho, vanidad, comodidad, etc.? ¿Dónde tengo puesto el corazón, en Dios y los demás, o en las cosas materiales? O lucho por despegarlo de las cosas materiales, o acabaré siendo avaricioso (Pablo Cardona). Jueces y magistrados que hagan la aplicación al caso concreto, pero tú, Señor, nos vas a dar una parábola para ilustrarnos:
-"Un hombre rico... cuyas tierras dieron una gran cosecha... decidió derribar sus graneros y construir otros más grandes para almacenar más grano y provisiones. Se dijo: "Tienes reservas abundantes para muchos años. Descansa. Come. Bebe. Date la buena vida". Pero Dios le dijo: "Estás loco: Esta misma noche te van a reclamar la vida". Hay una parábola de Antonio Machado que dice: “Érase de un marinero / que hizo un jardín junto al mar / y se metió a jardinero. // Estaba el jardín en flor / y el marinero se fue / por esos mares de Dios”. Pienso en tantas ilusiones que nos hacen felices, pero cuando se hacen realidad, ya no sacian. Juan Ramón Jiménez escribía: “Mariposa de luz, la belleza se va cuando yo llego a su rosa. / Corro, ciego, tras ella...  La medio cojo aquí y allá... ¡Solo queda en mi mano la forma de su huida!” Se puede quedar como frustrada nuestra esperanza, pensando: “¿sólo era eso?”. Son deseos que nos mueven hacia algo más allá de lo tangible, nos transportan siempre más allá…
Pienso en los tebeos antiguos con esa imagen del burro que va con un palo atado que le pone delante una zanahoria, para que siga adelante, pensando que podrá comérsela... ahora pienso que nosotros pasamos toda nuestra vida siguiendo zanahorias de metas y de propósitos, y al tener esas cosas materiales según la publicidad que nos anima -“consigue esto y serás feliz”- vemos que al tener por fin aquello deseado, no alcanzamos aquella “felicidad...” es como lo de la mariposa que se fue… El alma del hombre es infinita y los anhelos de algo grande no pueden satisfacerse con lo limitado, con lo material. Dios es infinito.
-“Eso le pasa al que amontona riquezas "para sí" y no es rico "para Dios"”. El dinero puede ser esclavitud o servicio. Ayúdame, Jesús, a guardarme de toda avaricia, y a tener libre el corazón para ser más generoso con los demás y con Dios, a seguir el consejo de san Pablo: "Buscad las cosas de arriba".
2. -“Hermanos, ante la promesa de Dios, Abraham no cedió a la duda con incredulidad”... Abrahán es una persona de fe; el gran patriarca no tuvo una vida fácil: "creyó contra toda esperanza": podía dudar de que siendo viejo pudiera tener hijos. Pienso en mis preocupaciones, mis responsabilidades aplastantes, las cargas que pesan sobre mí... mis pecados, mis impotencias... Señor, todo esto que me podría «hacer caer en la duda», te lo ofrezco como Abraham, lo confió a tu cuidado, creo en tus promesas.
-“Sino que halló su fuerza («dunamis») en la fe y dio gloria a Dios”: «fue dinamizado por su Fe»... el evangelio es «una fuerza de Dios». Reconoce a Dios y no se apoya más que en Él, le da gloria. Quien no ve salida a sus problemas cae en desesperación, en cambio la confianza en Dios nos lleva a «Acción de gracias» («Eucaristía»): Señor, me fío de ti.
-“Porque estaba plenamente convencido de que Dios tiene poder de cumplir «lo que ha prometido» Por ésta su fe, Dios le «declaró justo». Dios nos declarará justos también a nosotros, porque creemos en Aquel que resucitó de entre los muertos, en Jesús, Señor nuestro, quien fue entregado por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación”. Cristo se une a cada uno de nosotros. Fue entregado «por» mí, resucitó «por» mí...
3. Como salmo tenemos el canto que proclama que “Juan viene a ser como la línea divisoria entre los dos Testamentos, el Antiguo y el Nuevo… Es como la personificación de lo antiguo y el anuncio de lo nuevo. Porque personifica lo antiguo, nace de padres ancianos; porque personifica lo nuevo, es declarado profeta en el seno de su madre. Aún no ha nacido y, al venir a la Virgen María, salta de gozo en las entrañas de su madre. Con ello queda ya señalada su misión, aun antes de nacer; queda demostrado de quién es precursor, antes de que él lo vea… Finalmente, nace, se le impone el nombre, queda expedita la lengua de su padre… Este silencio de Zacarías significaba que, antes de la predicación de Cristo, el sentido de las profecías estaba en cierto modo latente, oculto, encerrado. Con el advenimiento de aquel a quien se referían estas profecías, todo se hace claro” (S. Agustín). Y nos llega Jesús al mundo por María Virgen: "dichosa tú, porque has creído". El Benedictus que leemos nos hace ser más conscientes de lo mucho que hace Dios y de lo poco que somos capaces de hacer nosotros por nuestra cuenta: "el Señor Dios ha visitado a su pueblo... realizando la misericordia que tuvo con nuestros padres, recordando el juramento que juró a nuestro padre Abrahán para concedernos que le sirvamos con santidad y justicia, en su presencia, todos nuestros días".

Llucià Pou Sabaté  
Domingo de la semana 29 de tiempo ordinario; ciclo C
La oración de petición siempre es atendida por Dios, que nos da lo mejor, pero quiere que mejoremos con nuestra perseverancia
«Les proponía una parábola sobre la necesidad de orar siempre y no desfallecer, diciendo: «En cierta ciudad había un juez que no temía a Dios ni respetaba a los hombres. También había en aquella ciudad una viuda, que acudía a él diciendo: "Hazme justicia ante mi adversario". Y durante mucho tiempo no quería. Sin embargo, al final se dijo a sí mismo: "Aunque no temo a Dios ni respeto a los hombres, ya que esta viuda está molestándome, le haré justicia, para que no siga viniendo a importunarme"». Concluyó el Señor: «Prestad atención a lo que dice el juez injusto. ¿Acaso Dios no hará justicia a sus elegidos que claman a Él día y noche, y les hará esperar? Os aseguro que les hará justicia sin tardanza. Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿acaso encontrará fe sobre la tierra?» (Lucas 18, 1-8).
 1. Jesús, buscas una parábola para enseñar a tus discípulos de una manera gráfica que es necesario «orar siempre y no desfallecer.» Ya antes, y después, les has enseñado este punto con tu ejemplo: te han visto rezar a tu Padre en silencio y en alta voz: en días de calma, y en días de gran ajetreo en los que no tenias tiempo ni para comer. Está claro que, si quiero imitarte, debo hacer oración cada día.
Hoy nos hablas de pedir. Pedir es propio de hijos, especialmente cuando los padres son generosos y pueden conseguir lo que sus hijos necesitan. Por eso, ¿cómo no voy a pedirte todo lo que me haga falta?
Nos hablas de un juez al que va una viuda pobre, pero él en lugar de ser protector de los desvalidos está pervertido, y no quiere escucharla. Pero ella, de tanto insistir, consigue que la atienda. También nosotros vemos que la justicia no existe en los tribunales, que quien tiene dinero o engaña puede ganar un juicio de manera injusta. Que no se atienden en nuestro mundo peticiones justas. Pero: “¿no sirve de nada?”
¡Nunca estamos solos! Nunca hago nada solo. Necesito la familia, los amigos, y necesito sobre todo la certeza de que Dios también me acompaña. Y aunque los jueces y otros me fallen, Él no me falla. Y aunque vea que falte justicia en este mundo, lucharé por ella, sabedor de que luego habrá justicia plena en el cielo. Por eso me propongo hoy luchar, no encerrarme en mí mismo nunca, no contar solo con mis fuerzas, acogerme a los amigos, acogerme a la amistad de Dios. A pesar de los tropiezos de la vida, a pesar de las desgracias que sufra, aprenderé a confiar en los otros, aprenderé a confiar en Dios. La comunidad puede fallar, los amigos y vecinos pueden fallar, pero Dios estará por mí con todo su amor y su poder (M. Regal).
Cuando pedimos algo y no se nos concede, y hay situaciones y problemas que se prolongan en el tiempo, pensamos: “Dios no me hace caso, todo sigue igual… Es que me canso de pedir siempre lo mismo para nada”. Hemos de esperar, que todo saldrá. Pensemos en que si esa mujer consigue que hasta un juez injusto haga justicia: Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche? ¿O les dará largas? A veces tenemos miedo de la justicia divina, o de la injusticia de los hombres, y hemos de mirar a Jesús que nos invita a pensar que Dios es un Padre amoroso, que las oraciones que elevamos a Dios no caen en el vacío. Que puede parecer que “no sirve de nada orar”, pero para empezar Él se nos entrega, y luego nos hacemos mejores con la oración, que es la puerta de la fe. Y luego nos da lo que nos conviene, de la forma que sea mejor para nosotros, la forma que Dios disponga. La confianza en Dios se prueba justamente en la constancia a la hora de rezar. Hay quien deja de orar porque piensa que su petición no es escuchada. Pero, ¿qué pedimos nosotros tantas veces sino la solución que juzgamos mejor para nuestros problemas o, incluso, piedras en lugar de pan? "Nosotros no sabemos pedir como conviene", asegura S. Pablo (Rm 8,26). En cambio, nuestro Padre Dios sabe bien lo que nos hace falta antes de que se lo pidamos (Cf Mt 6,8). "No te aflijas, dice S. Agustín, si no recibes de Dios inmediatamente lo que pides: es Él quien quiere hacerte más bien todavía mediante tu perseverancia con Él en oración. Él quiere que nuestro deseo sea probado en la oración. Así nos dispone para recibir lo que Él está dispuesto a darnos".
«La primera condición de la oración es la perseverancia; la segunda, la humildad.
-Sé santamente tozudo, con confianza. Piensa que el Señor, cuando le pedimos algo importante, quizá quiere la súplica de muchos años. ¡Insiste!..., pero insiste siempre con más confianza» (J. Escrivá, Forja 535).El propio Jesús nos da la respuesta: Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero nos cuesta aceptar que hay que dejar a Dios ser Dios, y sus tiempos no son los nuestros, y debemos aprender a esperar que “a su tiempo”, llegará la acción de Dios. Por eso Jesús vuelve a provocarnos y a cuestionarnos: Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra? Porque nuestro pecado es la impaciencia, y lo que salva es la paciencia de Dios. Necesitamos orar sin desanimarnos, con esa fe de la viuda de la parábola, con esa fe insistente y casi haciéndonos “pesados” ante Dios.
“Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?” La oración se fundamenta en la Palabra de Dios, que es “viva, eficaz y escruta los sentimientos y los pensamientos del corazón” (cfr. Hb 4,12). Que es la Verdad. Que es la Santidad.
«Mediante la oración de petición mostramos la conciencia de nuestra relación con Dios: por ser criatura, no somos ni nuestro propio origen, ni dueños de nuestras adversidades, ni nuestro fin último; pero también, por ser pecadores, sabemos, como cristianos, que nos apartamos de nuestro Padre. La petición ya es un retorno a El» (Catecismo 2629).
«La petición de perdón es el primer movimiento de la oración de petición» (2631)... «La petición cristiana está centrada en el deseo de Dios y en la búsqueda del reino que viene...» (2632) «...Toda necesidad puede convertirse en objeto de petición» (2633).
«A los que buscan el Reino y la justicia de Dios, El les promete darles todo por añadidura. Todo en efecto pertenece a Dios: el que posee a Dios, nada le falta, si él mismo no falta a Dios» (S. Cipriano) (2830).
Pero esta fe no es fácil. “Las palabras del Señor: ¿Creéis que cuando venga el Hijo del hombre encontrará fe en la tierra? se refieren a la fe perfecta. Ésta apenas se encuentra en la tierra. La Iglesia de Dios está llena de fe; pues, si no existiese ninguna, ¿quién se acercaría a ella? ¿Quién no trasladaría los montes si esa fe fuese plena? Pon tu atención en los mismos apóstoles. No hubiesen seguido al Señor tras haber abandonado todo y pisoteado toda esperanza mundana, si no hubiesen poseído una gran fe. Por otra parte, si hubiesen tenido una fe plena, no hubiesen dicho al Señor: Auméntanos la fe (Lc 17,5). Pensad también en aquel otro que confesaba una y otra cosa refiriéndose a si mismo. Habiendo presentado a su hijo al Señor para que lo sanase, al ser interrogado si creía contestó afirmativamente: Creo, Señor; ayuda mi incredulidad (Mc 9,23). Creo, -dijo-;creo, Señor: luego existe la fe. Pero ayuda mi incredulidad: luego no es plena la fe” (S. Agustín, Sermón 115,1).
Si los malos llegan a portarse bien por esa insistencia..., ¿qué no hará el Dios bueno? Es un mensaje sencillo pro el que Jesús quiere hacérnoslo comprender claramente: Dios quiere hacerse de rogar, quiere incluso dejarse importunar por el hombre. Si Dios da libertad al hombre y hace incluso un pacto con él, entonces no solamente respeta su libertad, sino que incluso se ha unido a su partner en la alianza, sin perder por ello su libertad divina: dará siempre al que pide lo que sea mejor para él: «Cosas buenas» (Mt 7,11), el «Espíritu Santo» (Lc 11,12). El que pide algo a Dios en el Espíritu de Cristo es infaliblemente escuchado (Jn 14,13-14). Y el evangelio añade: «sin tardar»; Dios no escucha luego, más tarde, sino que escucha y corresponde en seguida con lo que mejor corresponde a la demanda. Pero la oración de petición presupone la fe, y aquí el evangelio termina con unas palabras que dan que pensar: «Cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?» Esta pregunta va dirigida a nosotros, que escuchamos aquí y ahora, y no a otros (von Balthasar).
2. La oración ha de vivirse en la Iglesia, en comunidad, como hemos escuchado en la 1ª lectura. Ante la batalla que se avecina, Moisés, Aarón y Jur subieron a la cima del monte, para orar por su pueblo. Mientras Moisés tenía en alto la mano, vencía Israel, y cuando le llega el cansancio (le pesaban las manos), no se siente solo, tiene a Aarón y Jur, que le sostenían los brazos, uno a cada lado. También nosotros debemos sostenernos unos a otros en la oración para no desanimarnos. Como dice un himno de la Liturgia de las Horas: No ven-go a la soledad cuando vengo a la oración, pues sé que estando contigo, con mis hermanos estoy (Laudes Sábado Semana II). Nos debemos ayudar unos a otros a orar con fe, en esa oración insistente, con la certeza de que Dios no nos dará largas.
La Eucaristía es el gran momento en el que, como Moisés, en medio de las “batallas y luchas” de la vida, como comunidad alzamos nuestras manos hacia el Padre para presentarle nuestras peticiones. En Cristo Eucaristía Él acoge nuestra oración, y por eso nosotros debemos continuar orando juntos sin desanimarnos, sabiendo que, por Cristo, el Padre no nos va a dar largas, de modo que cuando venga el Hijo del Hombre encuentre esta fe en la tierra.
Mientras Moisés tenía en alto la mano, vencía Israel»: «La oración de Moisés es la figura cautivadora de la oración de intercesión que tiene su cumplimiento en el único Mediador entre Dios y los hombres, Cristo-Jesús» (1 Tm 2, 5). La imagen de las manos levantadas de Moisés durante la batalla con Amalec es sumamente elocuente en la primera lectura. Mientras Josué ataca, Moisés reza y al mismo tiempo hace penitencia, pues es ciertamente pesado y doloroso tener durante tantas horas las manos levantadas hacia Dios. Así está hecha la cristiandad: unos combaten fuera mientras otros -en el convento o en la soledad de su «cuarto»- rezan por los que luchan. Pero la imagen va aún más lejos: como a Moisés le pesaban las manos, Aarón y Jur tuvieron que sostener sus brazos hasta la puesta del sol, hasta que Israel venció finalmente en la batalla. Las manos levantadas de los orantes y contemplativos en la Iglesia deben ser sostenidas al igual que las de Moisés, porque sin oración la Iglesia no puede vencer, no en los combates del siglo, sino en las luchas espirituales que se le exigen. Todos nosotros debemos orar y ayudar a los demás a perseverar en la oración, y a no poner su confianza en la actividad externa, si es que queremos que la Iglesia no sea derrotada en los duros combates de nuestro tiempo (von Balthasar).
La santidad es ese “levantar los ojos hacia los montes”, de que habla el Salmo responsorial: es la intimidad con el padre que está en los cielos; la intimidad con el Espíritu Santo mediante Cristo. Es sentirnos “custodiados” por Dios. El Santo conoce muy bien su fragilidad, la precariedad de su existencia, de sus capacidades. Pero no se asusta. Se siente igualmente seguro. Confía en el hecho de que Dios “no permitirá que resbale su pie, que lo guardará a su sombra, que lo guardará de todo mal”.
No obstante los santos sienten muchas tinieblas en sí mismos, sienten que están hechos para la Verdad. Para Dios-Verdad. Y ciertamente, en su vida dan cada día más espacio a esta Verdad. De aquí nace esta seguridad que los distingue: donde los otros vacilan, ellos resisten. Donde los otros dudan, ellos ven claro. La santidad quiere decir también tener las manos alzadas en plegaria a Dios, mientras alrededor se desarrolla un combate, mientras continúa la lucha entre el bien y el mal. A primera vista puede parecer que el compromiso de la contemplación y de la oración nos aleja de las luchas de la vida, como si fuese una renuncia a combatir. Pero quien piensa así no conoce el poder de la oración (Juan Pablo II).
3. «Proclama la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo». Esta palabra no es la pura acción, sino la palabra de la oración de petición, de las manos en alto de Moisés. «Permanece en lo que has aprendido», es decir, en lo que conoces de la «Sagrada Escritura». Sólo cuando «el hombre de Dios» es instruido por la «Escritura inspirada por Dios», está «perfectamente equipado para toda obra buena», y la primera "obra buena" es la oración, que debe recomendarse a los cristianos «con toda comprensión y pedagogía» (von Balthasar).
En este mes de octubre, acudamos a la Virgen especialmente con el Rosario: «No dejéis de inculcar con todo cuidado la práctica del Rosario, la oración tan querida de la Virgen y tan recomendada por los Sumos Pontífices, por medio del cual los fieles pueden cumplir de la manera más suave y eficaz el mandato del Divino Maestro: Pedid y recibiréis, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá» (Pablo VI, Carta Encíclica Mense Maio, 29-IV-1965).

Llucià Pou Sabaté