miércoles, 23 de octubre de 2013

Jueves de la 29ª semana (impar). Jesús no quieres una falsa tranquilidad, sino la paz consecuencia de la lucha por vivir como hijos de Dios

“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: -«He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo! Tengo que pasar por un bautismo, ¡y qué angustia hasta que se cumpla! ¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No, sino división. En adelante, una familia de cinco estará dividida: tres Contra dos y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra»” (Lucas 12,49-53).  

1. Jesús, hoy nos pones unas imágenes poéticas, fuertes:
-“He venido a traer fuego a la tierra”... Reconsiderando esa hermosa imagen de Jesús, un himno de comunión canta: "Mendigo del fuego yo te tomo en mis manos como en la mano se toma la tea para el invierno... Y Tú pasas a ser el incendio que abrasa el mundo..." En toda la Biblia, el fuego es símbolo de Dios; en la zarza ardiendo encontrada por Moisés, en el fuego o rayo de la tempestad en el Sinaí, en los sacrificios del Templo, donde las víctimas eran pasadas por el fuego, como símbolo del juicio final que purificará todas las cosas. Pero no es un fuego que destruye, pues tú rehúsas dejar que pidan que caiga fuego del cielo sobre los samaritanos (Lc 9,54). Tu fuego es el "fuego del Espíritu", que ardía en el corazón de los peregrinos de Emaús cuando escuchaban al Resucitado sin reconocerlo... (Lc 24,32), que descenderá en Pentecostés...
-“¡Y otra cosa no quiero sino que baya prendido!” Es tu ardiente deseo de llevar a cabo la misión que te ha dado el Padre, Señor: y comunicar a toda la humanidad el amor, la alegría, tu Espíritu.
El gran pecado de muchos países que han progresado es la banalidad de la existencia, y tú Señor nos dices que hay que "arder"... en las cosas cotidianas, que se vuelven interesantes por el amor.
-“Tengo que recibir un bautismo, y ¡cuán angustiado estoy hasta que se cumpla!” Vemos que tienes pasiones, Señor, y la angustia también. Este pensamiento que nos viene antes de que llegue un mal, y que es más fuerte que el mal que vendrá, si llega… Ves que la salvación del mundo requiere tu sufrimiento... dará frutos de Purificación, de redención de los hombres... Señor, danos la gracia de participar a tu bautismo.
-“¿Pensáis que he venido a traer paz a la tierra? Os digo que no, sino división”. El Mesías era esperado como Príncipe de la Paz, uno de los más grandes beneficios que el hombre desea es la paz; y se saludaban deseándose la paz: "Shalom". Jesús despedía a los pecadores y pecadoras con esa frase llena de sentido: "Vete en paz" (Lc 7,50; 8,48; 10,5-9). Y sus discípulos tenían que desear la "paz" a las casas donde entraban. Pero... Ese saludo, esa paz nueva, viene a trastornar la paz de este mundo. No es una paz fácil, sin dificultades: es una paz que hay que construir en la dificultad (Noel Quesson).
-“Porque de ahora en adelante una familia de cinco estará dividida: Tres contra dos, y dos contra tres... El padre contra el hijo, y el hijo contra el padre... La madre contra la hija, y la hija contra la madre”...
La paz no puede identificarse con una tranquilidad a cualquier precio. Cristo es -ya lo dijo el anciano Simeón en el Templo- "signo de contradicción": optar por él puede traer división en una familia o en un grupo humano. Es algo que parece contradictorio, pero a veces son las paradojas las que mejor nos transmiten un pensamiento, precisamente por su exageración y por su sentido sorprendente a primera vista. El fuego con el que Jesús quiere incendiar el mundo es su luz, su vida, su Espíritu. Ése es el Bautismo al que aquí se refiere: pasar, a través de la muerte, a la nueva existencia e inaugurar así definitivamente el Reino. Ésa es también la "división", quizá quieres indicarnos, Señor, que la opción que cada uno haga, aceptándole o no, crea situaciones de contradicción en una familia o en un grupo. Decir que no has venido a traer la paz indica que no quieres una falsa paz: ánimos demasiado tranquilos y mortecinos, banalidad.
Si el Papa o los Obispos o un cristiano cualquiera sólo hablara de lo que gusta a la gente, les dejarían en paz. Serían aplaudidos por todos. ¿Pero es ése el fuego que Jesús ha venido a traer a la tierra, la evangelización que nos ha encargado? Jesús aparece manso y humilde de corazón, pero lleva dentro un fuego que le hace caminar hacia el cumplimiento de su misión y quiere que todos se enteren y se decidan a seguirle. Jesús es humilde, pero apasionado. No es el Cristo acaramelado y dulzón que a veces nos han presentado. Ama al Padre y a la humanidad, y por eso sube decidido a Jerusalén, a entregarse por el bien de todos. ¿Nos hemos dejado nosotros contagiar ese fuego? Cuando los dos discípulos de Emaús reconocieron finalmente a Jesús, en la fracción del pan, se decían: "¿no ardía nuestro corazón cuando nos explicaba las Escrituras?". La Eucaristía que celebramos y la Palabra que escuchamos, ¿nos calientan en ese amor que consume a Cristo, o nos dejan apáticos y perezosos, en la rutina y frialdad de siempre? Su evangelio, que a veces compara con la semilla o con la luz o la vida, es también fuego (J. Aldazábal).
Jesús, ayúdame a ser fiel a tu fuego del Espíritu, para decir como tú: «Pero tengo que ser sumergido por las aguas y no veo la hora de que eso se cumpla» (Lc 12,50). La sociedad reaccionará dándole muerte («ser sumergido por las aguas»), pero tú lo deseas, porque por ese sufrir nos salvas. Por eso, Jesús, vienes a romper la falsa paz del orden establecido (cf. Miq 7,6).
La paz que Jesús da no es la paz del cementerio, sino de la lucha por instaurar el Reino de Dios, y muchas veces los detentores del poder enmascaran y ocultan las graves tensiones en que una sociedad está inmersa. Llamar paz a tal realidad es continuar la práctica de los falsos profetas que aplauden lo que a Dios desagrada. Por ello los seguidores de Jesús deben prepararse para tomar sobre sí los conflictos y aceptar la carga dolorosa de la división que la misión produce y que ellos deben cargar sobre sus débiles hombros (Josep Rius-Camps).
El anciano Simeón ya profetizó que “este niño está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, como signo de contradicción, quedando al descubierto las intenciones de muchos corazones”.

2. Sigue Pablo con el Bautismo: con él hemos sido liberados del pecado: "Antes" éramos esclavos del pecado. "Ahora", liberados del pecado, somos "esclavos de Dios", que "nos regala vida eterna por medio de Cristo Jesús". Antes "hacíamos el mal" y los frutos de esa esclavitud nos llevaban a la muerte, porque el pecado paga con la muerte. Ahora, entregados a Dios, "producimos frutos que llevan a la santidad y acaban en vida eterna": -“Libres del pecado y esclavos de Dios fructificáis para la santidad; y el fin es la vida eterna”.
Pasamos de ser «esclavo» a «libre». ¡El cristiano es un hombre libre!: -“En otros tiempos ofrecisteis vuestros miembros como esclavos a la impureza y llegasteis al desorden... Cuando erais esclavos del pecado, ¿qué frutos cosechasteis? Aquellas cosas que ahora os avergüenzan, pues su fin es la muerte”. Antes de su bautismo, los destinatarios de esta Carta habían vivido como paganos. Pablo apela a sus recuerdos. ¡Acordaos de vuestros pecados! ¿Éramos dichosos cuando nos hemos extraviado con el pecado? Es una invitación a sentir los límites de nuestra libertad: -“Ahora pues, haced de vuestros miembros esclavos de la justicia para llegar a la santidad”.
-“Porque el salario del pecado es la muerte; pero el don de Dios es la vida eterna, en Cristo Jesús”. Pecado=esclavitud=muerte... y en cambio la Justicia=libertad=vida=Dios... (Noel Quesson).
2. “Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos, ni entra por la senda de los pecadores, ni se sienta en la reunión de los cínicos; sino que su gozo es la ley del Señor, y medita su ley día y noche”. Pongámonos en manos de Dios y tendremos vida. Alejémonos del camino de la maldad, que nos lleva a la muerte. Ayúdame, Señor, a meditar tu Palabra cada día.
Será como un árbol plantado al borde de la acequia: da fruto en su sazón y no se marchitan sus hojas; y cuanto emprende tiene buen fin”. El camino del justo conduce a la vida. El del impío, a la perdición: “No así los impíos, no así; serán paja que arrebata el viento. Porque el Señor protege el camino de los justos, pero el camino de los impíos acaba mal”.


Llucià Pou Sabaté
Miércoles de la 29ª semana (impar): nos pide el Señor estar vigilantes a su venida.

“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: -«Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora viene el ladrón, no le dejaría abrir un boquete. Lo mismo vosotros, estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre.» Pedro le preguntó: -«Señor, ¿has dicho esa parábola por nosotros o por todos?» El Señor le respondió: -«¿Quién es el administrador fiel y solícito a quien el amo ha puesto al frente de su servidumbre para que les reparta la ración a sus horas? Dichoso el criado a quien su amo, al llegar, lo encuentre portándose así. Os aseguro que lo pondrá al frente de todos sus bienes. Pero si el empleado piensa: "Mi amo tarda en llegar", y empieza a pegarles a los mozos y a las muchachas, a comer y beber y emborracharse, llegará el amo de ese criado el día y a la hora que menos lo espera y lo despedirá, condenándolo a la pena de los que no son fieles. El criado que sabe lo que su amo quiere y no está dispuesto a ponerlo por obra recibirá muchos azotes; el que no lo sabe, pero hace algo digno de castigo, recibirá pocos. Al que mucho se le dio, mucho se le exigirá; al que mucho se le confió, más se le exigirá»” (Lucas 12,39-48).  

1. Jesús, quieres que estemos atentos, en estas últimas semanas que quedan de año litúrgico, cuando vivimos la preparación para tu segunda venida, y nos pones hoy la comparación de estar alerta para que no entre un ladrón en casa.
-“Si el dueño de la casa supiera a qué hora va a llegar el ladrón... Estad también vosotros preparados: pues cuando menos lo penséis llegará el Hijo del hombre.” Para la antigua Grecia y otros pueblos de oriente, la historia es un perpetuo volver a empezar; un círculo continuado… pero la fe nos dice que hay un fin en la historia, vamos en progresión y en el curso de los años Dios se ha ido manifestando con lo que llamamos “revelación” (quitar el velo) de la Verdad, que se ha revelado plenamente en Cristo. Jesús, tú has venido entre nosotros, has vivido con nosotros, y continúas viniendo, y nos anuncias que vendrás... para juzgar el mundo y salvarlo.
Es verdad que los primeros cristianos esperaron, casi físicamente, la última venida -la Parusía- de Jesús... la deseaban con ardor y rogaban para adelantar esa venida: "Ven Señor Jesús". Las nuevas plegarias eucarísticas, desde el Concilio, nos han retornado esa bella y esencial plegaria: "Esperamos tu venida gloriosa... esperamos tu retorno... Ven, Señor Jesús". Sabemos que no sabemos ni el día ni la hora, pues nos dices: "llegará cuando menos lo penséis..." y que tu venida, Señor, puede tardar aún mucho tiempo. Pero, al mismo tiempo, sabemos que ya estás aquí, en nuestra vida y nuestra historia…
"Vino a su casa y los suyos no lo recibieron" (Jn 1,11). Quiero verte, Señor, y no dejar que llores otra vez "porque la ciudad no reconoció el tiempo en que fue "visitada" (Lc 19,44). Cada uno estamos invitados a recibir la "visita íntima y personal" de Jesús: "He ahí que estoy a la puerta y llamo: si uno me oye y me abre, entraré en su casa y tomaremos la "cena" juntos" (Ap 3,20). Oh Señor, ayúdame a pensarlo. Despierta mi corazón para esos encuentros contigo.
-“Pedro le dijo entonces: "Señor, ¿has dicho esa parábola por nosotros o por todos en general?" El Señor responde: "¿Dónde está ese administrador fiel y sensato a quien el Amo va a encargar de repartir a los sirvientes la ración de trigo a sus horas? Dichoso el tal empleado si el Amo al llegar lo encuentra en su trabajo”.
Nos invitas a la vigilancia, Jesús, y pides a los que podemos influir en otros que hemos de ser "fieles y sensatos". "Llegará cuando menos lo penséis..." Quieres que estemos atentos, Jesús, y por eso nos lo repites… Los administradores somos nosotros, que no sabemos día y hora, porque ya estás aquí, Señor, en mi día de  hoy. Y cuando dependen otras personas de nosotros, hemos de pensar que tendemos que rendir cuentas. Su papel esencial es "dar a cada uno el alimento a sus horas." Pero todos somos responsables de los demás, de cada uno dependen los demás. Así pues, toda la Iglesia tiene que estar en actitud de "vigilancia"... cada cristiano, pero también y ante todo cada responsable. El Reino de Dios ya está inaugurado.
Referirse a ese Reino -que ciertamente no estará "acabado" más que al Fin- no supone para la Iglesia un proyectarse en un futuro de ensueño, sino aceptar el presente como esperanza, y contribuir a que ese presente acepte y reciba el Reino que ya está aquí  (Noel Quesson).
-"Dichoso el servidor si su amo al llegar le encuentra en su trabajo". Ayúdame, Señor, a estar en mi trabajo cada día y a captar tu presencia.
-“Al que mucho se le dio, mucho se le exigirá; al que mucho se le confió, más se le pedirá.” Podemos sentirnos muy seguros del Reino, porque hemos sido elegidos responsables ante los demás... Tu, Jesús, nos haces reflexionar, hacer examen, pues "al que mucho se le confió, más se le exigirá".
Tenemos el peligro de la pereza, del amodorramiento, y los las comparaciones que nos pones, Señor, del ladrón que puede venir en cualquier momento, o el amo que puede presentarse improvisamente, nos ayudan a examinarnos y no pensar que somos dueños, sino que todo puede acabarse y hemos de tener las cosas preparadas para dar cuentas. No quieres, Jesús, que vivamos con angustia, ni una tensión psicológica, mala, sino una tensión de amor, de tener los ojos abiertos y llenos de luz porque tú nos esperas en cada acontecimiento. Así, con sentido de responsabilidad, sin descuidar ni la defensa de la casa ni el arreglo y el buen orden en las cosas que dependen de nosotros... y si tenemos responsabilidades sociales, procuraremos vivir no como dueños de los demás sino sus servidores. Así nos dice el Concilio Vaticano II: “Una misma es la santidad que cultivan en cualquier clase de vida y de profesión los que son guiados por el espíritu de Dios y, obedeciendo a la voz del Padre, adorando a Dios y al Padre en espíritu y verdad, siguen a Cristo pobre, humilde y cargado con la cruz, para merecer la participación de su gloria. Según eso, cada uno según los propios dones y las gracias recibidas, debe caminar sin vacilación por el camino de la fe viva, que excita la esperanza y obra por la caridad”.
Los pastores han de ser responsables con su deber ministerial: los obispos, “santamente y con entusiasmo, con humildad y fortaleza, según la imagen del Sumo y Eterno sacerdote”. Así también los demás sacerdotes, los diáconos, “asiduos en la oración, fervorosos en el amor, preocupados siempre por la verdad, la justicia, la buena fama, realizando todo para gloria y honor de Dios. A los cuales todavía se añaden aquellos seglares, escogidos por Dios, que, entregados totalmente a las tareas apostólicas, son llamados por el Obispo y trabajan en el campo del Señor con mucho fruto”.
“Conviene que los cónyuges y padres cristianos, siguiendo su propio camino, se ayuden el uno al otro en la gracia, con la fidelidad en su amor a lo largo de toda la vida, y eduquen en la doctrina cristiana y en las virtudes evangélicas a la prole que el Señor les haya dado. De esta manera ofrecen al mundo el ejemplo de un incansable y generoso amor, construyen la fraternidad de la caridad y se presentan como testigos y cooperadores de la fecundidad de la Madre Iglesia, como símbolo y al mismo tiempo participación de aquel amor con que Cristo amó a su Esposa y se entregó a sí mismo por ella. Un ejemplo análogo lo dan los que, en estado de viudez o de celibato, pueden contribuir no poco a la santidad y actividad de la Iglesia. Y por su lado, los que viven entregados al duro trabajo conviene que en ese mismo trabajo humano busquen su perfección, ayuden a sus conciudadanos, traten de mejorar la sociedad entera y la creación, pero traten también de imitar, en su laboriosa caridad, a Cristo, cuyas manos se ejercitaron en el trabajo manual, y que continúa trabajando por la salvación de todos en unión con el Padre; gozosos en la esperanza, ayudándose unos a otros en llevar sus cargas, y sirviéndose incluso del trabajo cotidiano para subir a una mayor santidad, incluso apostólica”.
Jesús, que esté atento a tu venida final, y a esas pequeñas pero irrepetibles venidas en las ocasiones diarias en que muestras tu cercanía; te pido estar despierto, vigilante (J. Aldazábal).
2. En el bautismo se produce una liberación del pecado:
-“Que no reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal obedeciendo a sus concupiscencias”. El cuerpo es templo del Espíritu Santo (1 Co 6,19), miembro de Cristo (1 Co 6,15), símbolo de la Iglesia (1 Co 12,12). Y, aunque caduco, mortal, algo que se marchita, está destinado a la incorrupción, a la inmortalidad (1 Co 15,12/49): “Nuestros antiguos pecados han sido eliminados por obra de la gracia. Ahora, para permanecer muertos al pecado después del bautismo, se precisa un esfuerzo personal aunqeu la gracia de Dios continúe ayudándonos poderosamente” (S. Juan Crisóstomo).
«No obedezcáis a las apetencias de la carne». «No os sometáis a los deseos del cuerpo»: el «egoísmo», que es lo contrario del amor desinteresado. «No dejéis que reine en vosotros el egoísmo... no busquéis la satisfacción de vuestros deseos egoístas»... porque habéis sido hechos amor, por Aquel que es amor.
-“Al contrario, poneos al servicio de Dios... y ofreced a Dios vuestros miembros para el combate de la justicia”. Antes el cuerpo daba frutos malos: "poníamos a su servicio nuestros miembros como instrumentos del mal". Ahora debemos sentirnos libres de ese dueño y servir sólo a Dios, "ofreciéndole nuestros miembros como instrumentos del bien". Ya no somos "súbditos de los deseos del cuerpo", pues "el pecado no sigue dominando en nuestro cuerpo mortal", sino que vivimos como quien "de la muerte ha vuelto a la vida".
Dios opera en lo íntimo de nuestro ser. –“Pues ¿qué? ¿Pecaremos porque no estamos bajo la ley sino bajo la gracia? ¡De ningún modo!... Pues después de haber sido liberados del pecado, os hacéis esclavos al servicio de la justicia”: ¡el cristiano no tiene ya Ley que se le imponga desde el exterior! Es «libre». Pero es ahora «dócil a la actividad íntima del Espíritu que trabaja su ser desde el interior». «Líbranos del pecado, Señor» (Noel Quesson).
3. "Si el Señor no hubiera estado de nuestra parte, nos habrían tragado vivos... nos habrían arrollado las aguas... nuestro auxilio es el nombre del Señor". Gracias, Señor, pues contigo "hemos salvado la vida como un pájaro de la trampa del cazador", gracias por la liberación de todo mal.

Llucià Pou Sabaté 

martes, 22 de octubre de 2013

Martes de la 29ª semana (impar). Jesús nos pide vigilancia, llena de confianza: vivir de esperanza, estar en vela, en fidelidad, edificando su cuerpo que es la Iglesia.

“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: -«Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas. Vosotros estad como los que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle apenas venga y llame. Dichosos los criados a quienes el señor, al llegar, los encuentre en vela; os aseguro que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y los irá sirviendo. Y, si llega entrada la noche o de madrugada y los encuentra así, dichosos ellos»” (Lucas 12,35-38).

1. Jesús, quiero aprender lo que nos dirás estos días sobre la vigilancia, esa actitud de espera activa y despierta que nos pides:
-“Jesús decía: "Poneos el traje de trabajo" -"llevad ceñida la cintura"- y "mantened las lámparas encendidas". Llevar puesto el delantal es estar presto para el trabajo: es el "uniforme" de servicio; también el atuendo del viajero el que llevaban los judíos para celebrar la Pascua: el viaje del éxodo. Dispuestos a salir de viaje ("con las maletas preparadas").

Tener la lámpara encendida, es estar siempre a punto, incluso durante la noche, como las cinco muchachas prudentes que esperaban al novio. Con el aceite de la fe, de la esperanza y del amor. Mirar hacia delante. Ayer se nos decía que no nos dejáramos apegar a las riquezas, porque nos estorbarán en el momento decisivo. Hoy, que vigilemos. Es sabio el que vive despierto y sabe mirar al futuro. No porque no sepa gozar de la vida y cumplir sus tareas del "hoy", pero sí porque sabe que es peregrino en esta vida y lo importante es asegurarse su continuidad en la vida eterna. Y vive con una meta y una esperanza. En las cosas de aquí abajo afinamos mucho los cálculos: para que nos llegue el presupuesto, para conseguir éxitos comerciales o deportivos, para aprobar el curso. Pero ¿somos igualmente espabilados en las cosas del espíritu? "Dichosos ellos, si el amo los encuentra así". Y escucharemos las palabras que serán el colmo de la felicidad: "muy bien, siervo fiel, entra en el gozo de tu Señor". Y nos sentará a su mesa y nos irá sirviendo uno a uno (J. Aldazábal).
Señor, quieres que estemos en alerta constante, siempre prestos a la acción y preparados para servir día y noche. ¿Estoy yo preparado para servir en todo instante, en todo momento?
-“Pareceos a los que aguardan a que su amo vuelva de la boda para, cuando llegue, abrirle en cuanto llame”. Nos hablas de una llegada de "improviso", oculta... ¿Estoy siempre a punto de recibir a Jesús? "Vienes" de muchas maneras:
- en tu Palabra, propuesta cada día, esta allí... ¿Soy fiel a la oración?
- estás en todo hombre que necesita de mí... "he tenido hambre, estaba solo..."
- en la Iglesia y lo que me propone, estas allí... "quien a vosotros escucha, a mí me escucha..."
- en los acontecimientos, "signos de los tiempos", que es preciso descifrar, estas allí...
- en mis alegrías y mis penas, en mi muerte y en mi vida estas allí. Los hijos vuelven de la escuela: es Jesús quien viene y espera mi disponibilidad. Un colega viene a pedirme que le eche una mano: es Jesús quien viene. Se me invita a una reunión importante para participar en la vida de la escuela, de la empresa, de la colectividad, de la Iglesia... ¿me quedaré tranquilo en mi rincón? Estoy preparando la comida... Trabajo en mi oficina, en mi despacho, en mi taller... Acepto una responsabilidad que se me confía... Es Jesús que viene y al que hay que recibir.
-“Dichosos esos criados si el Amo al llegar los encuentra "en vela"”. Velar, en sentido estricto, es renunciar al sueño de la noche, para terminar un trabajo urgente, o para no ser sorprendido por un enemigo... En un sentido más simbólico, es luchar contra el entorpecimiento, la negligencia, para estar siempre en estado de disponibilidad. ¡Dichosos! ¡Dichosos ellos! (Noel Quesson)
-“Os aseguro que el Amo se ceñirá el delantal, los hará recostarse y les servirá uno a uno”. Es cosa inaudita que el amo haga eso con sus siervos. Tanto en los momentos grandes como el momento de nuestra propia muerte –en hora imprevista- como para la venida cotidiana del Señor a nuestras vidas, en su palabra, en los sacramentos, en los acontecimientos, en las personas. Si estamos despiertos, podremos aprovechar su presencia. Si estamos adormilados, ni nos daremos cuenta.

2. -“Por un solo hombre, Adán, entró el pecado en el mundo y por el pecado, la muerte... Todos pecaron”. Este pasaje es la principal fuente bíblica para la teología del pecado original. Hay que distinguir la concepción histórica (la idea que tenían de Adán, que sería el aspecto cultural de la época) de la verdad revelada que se trasmite (sería el aspecto religioso): vemos que en la historia humana hay un clima contaminado en el orden moral; nacemos en un mundo entretejido de pecado, y los pecados individuales contaminantes van unidos a una idea de pecado primero, una necesidad de redención. Cristo ha venido para redimirnos. Adán peca, Jesús salva, es el nuevo y definitivo Adán, cabeza de la humanidad:
-“Pero con el don gratuito de Dios no sucede como con el delito. Si por el delito de uno solo, Adán, murieron todos, ¡cuánto más la gracia de Dios se ha desbordado sobre todos los hombres por medio de uno solo, Jesucristo! Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia”... La gracia sobrepasa al pecado. ¡La gracia es dada profusamente! ¡La solidaridad en el mal no es nada frente a la superabundancia de solidaridad en el bien! Sí, creo que el bien gana al mal en eficacia. Sí, Señor, creo que la gracia gana al pecado.
-“El cumplimiento de la justicia por uno solo condujo a todos los hombres a la justificación que da la vida”. «Uno solo», Jesús... «Todos», nosotros todos: por la obediencia (sumisión de Flp 2, 5-11) de Cristo "todos fueron justificados":
-“Así como por la desobediencia de un solo hombre, Adán... todos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno solo, Jesús... todos serán constituidos justos”. Dios no ha permitido el pecado desconociendo las maravillas del perdón. Al crear a Adán, Dios veía ya a Jesús, ¡el perfecto obediente, el perfecto «hijo»! Es la vida, es el bien el que triunfa (Noel Quesson).
-“Así, lo mismo que el pecado estableció su reino de muerte... Así también la gracia, fuente de justicia, establecerá su reino para dar la vida eterna, por Jesucristo, nuestro Señor”. Entra en acción el poder del mal y se extiende a toda la humanidad. Pero la vida de Dios también es comunicada por un hombre a toda la humanidad. El pecado no se entiende sin la gracia. Vemos que las antítesis se suceden: "por Adán... por Cristo", "entró el pecado... la benevolencia de Dios", "la muerte... la vida", "la desobediencia... la obediencia", "la condena... la salvación", "si creció el pecado, más desbordante fue la gracia". Cada uno de nosotros es hijo del primer Adán y también hermano e imagen del segundo Adán. Sentimos la debilidad y a la vez experimentamos la fuerza de Jesús. ¿Qué aspecto triunfa más en mi vida: el pecado o la gracia, el hombre viejo o el nuevo, la desobediencia o la obediencia, la muerte o la vida, Adán o Cristo?
3. "Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad", dice el salmo resumiendo la actitud de Jesús. Hagamos examen: ¿podemos resumir nuestra actuación diciendo que hemos obedecido gozosamente a Dios, o tenemos que reconocer que hemos buscado nuestros propios caminos? Decimos: "tú que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros": los Kyries, el Gloria, el Cordero de Dios. El Catecismo (de la Iglesia Católica) dice: “En Cristo, y por medio de su voluntad humana, la voluntad del Padre fue cumplida perfectamente y de una vez por todas. Jesús dijo al entrar en el mundo: "He aquí que yo vengo, oh Dios, a hacer tu voluntad" (Hb 10,7; Sal 40,7). Sólo Jesús puede decir: "Yo hago siempre lo que le agrada a él" (Jn 8,29). En la oración de su agonía, acoge totalmente esta Voluntad: "No se haga mi voluntad sino la tuya" (Lc 22,42; cf Jn 4,34; 5,30; 6,38). He aquí por qué Jesús "se entregó a sí mismo por nuestros pecados según la voluntad de Dios" (Ga 1,4). "Y en virtud de esta voluntad somos santificados, merced a la oblación de una vez para siempre del cuerpo de Jesucristo" (Hb 10,10)” (n. 2824).
Rezamos con Jesús: Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo. Si queremos pasar haciendo el bien y no el mal, aprendamos a escuchar la Palabra de Dios y a ponerla en práctica. De esa forma procuraremos concretizar entre nosotros el Reino de Dios, que es Reino de Santidad y de Vida, de Justicia, de Amor y de Paz.

Llucià Pou Sabaté

domingo, 20 de octubre de 2013

Semana XXIX, lunes (impar): Jesús nos lleva a tener confianza en la gracia de Dios y no idolatrar el dinero
“En aquel tiempo, dijo uno del público a Jesús: -«Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia.» Él le contestó: -«Hombre, ¿quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros?» Y dijo a la gente: -«Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes.» Y les propuso una parábola: -«Un hombre rico tuvo una gran cosecha. Y empezó a echar cálculos: "¿Qué haré? No tengo donde almacenar la cosecha." Y se dijo: "Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros más grandes, y almacenaré allí todo el grano y el resto de mi cosecha. Y entonces me diré a mí mismo: Hombre, tienes bienes acumulados para muchos años; túmbate, come, bebe y date buena vida." Pero Dios le dijo: "Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será?" Así será el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios»” (Lucas 12,13-21).   
1. Uno le pidió a Jesús: "Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia". El derecho de sucesión estaba regido, como siempre en Israel, por la ley de Moisés. Pero se solía pedir a los rabinos que hicieran arbitrajes y dictámenes periciales. En este caso una persona va a Jesús para que influya sobre su hermano injusto.
-Le contestó Jesús: "¿Quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros?" Jesús, no quieres mandar sobre cosas temporales. Así aprende la Iglesia, como nos dice en su último concilio: "Es de suma importancia distinguir claramente entre las responsabilidades que los fieles, ya individualmente considerados, ya asociados, asumen, de acuerdo con su conciencia cristiana... y de los actos que ponen en nombre de la Iglesia en comunión con sus Pastores... La Iglesia no está ligada a ningún sistema político" (G. S. 76). "Que los cristianos esperen de los sacerdotes la luz y el impulso espiritual, pero no piensen que sus pastores vayan a estar siempre en condiciones de tal competencia que hayan de tener al alcance una solución concreta e inmediata por cada problema, aun grave, que se les presente" (G. S. 43). Jesús no quiere responder a un problema entre hermanos causado por dinero de una herencia. Me gustaría que lo hubieras hecho, Señor, y que hubieras dicho algo sobre cómo comportarse en esos casos, pues veo que en muchas familias los hermanos se pelean por causa de la herencia. Prefieres dar unas normas generales que guíen nuestras acciones, sin entrar en la casuística. Es la doctrina social: puntos de referencia morales para afrontar los problemas, con una solución diversa, y da también criterios de actuación, para vivirlos libremente, con discernimiento personal.
-“Luego, dirigiéndose Jesús a la multitud dijo: "Cuidado, guardaos de toda codicia porque la vida de una persona, aunque ande en la abundancia, no depende de sus riquezas”.  Jesús, hoy me hablas de uno de los pecados capitales: la avaricia, que va contra el décimo mandamiento que «prohíbe la avaricia y el deseo de una apropiación inmoderada de los bienes terrenos. Prohíbe el deseo desordenado nacido de la pasión inmoderada de las riquezas y de su poder. Prohíbe también el deseo de cometer una injusticia mediante la cual se dañaría al prójimo en sus bienes temporales» (Catecismo 2536). Tu consejo, Señor, es claro: «guardaos de toda avaricia». El avaro nunca se contenta con lo que tiene, porque, en el fondo, su principal fin está en la posesión de riqueza material. Y como es un fin que no llena, el avaro pierde absurdamente su vida en una continua búsqueda por acaparar dinero y poder. Jesús, ayúdame a luchar contra la avaricia, y hacer examen: ¿Sé dejar a otros lo mío cuando lo necesitan? ¿Me creo necesidades por lujo, capricho, vanidad, comodidad, etc.? ¿Dónde tengo puesto el corazón, en Dios y los demás, o en las cosas materiales? O lucho por despegarlo de las cosas materiales, o acabaré siendo avaricioso (Pablo Cardona). Jueces y magistrados que hagan la aplicación al caso concreto, pero tú, Señor, nos vas a dar una parábola para ilustrarnos:
-"Un hombre rico... cuyas tierras dieron una gran cosecha... decidió derribar sus graneros y construir otros más grandes para almacenar más grano y provisiones. Se dijo: "Tienes reservas abundantes para muchos años. Descansa. Come. Bebe. Date la buena vida". Pero Dios le dijo: "Estás loco: Esta misma noche te van a reclamar la vida". Hay una parábola de Antonio Machado que dice: “Érase de un marinero / que hizo un jardín junto al mar / y se metió a jardinero. // Estaba el jardín en flor / y el marinero se fue / por esos mares de Dios”. Pienso en tantas ilusiones que nos hacen felices, pero cuando se hacen realidad, ya no sacian. Juan Ramón Jiménez escribía: “Mariposa de luz, la belleza se va cuando yo llego a su rosa. / Corro, ciego, tras ella...  La medio cojo aquí y allá... ¡Solo queda en mi mano la forma de su huida!” Se puede quedar como frustrada nuestra esperanza, pensando: “¿sólo era eso?”. Son deseos que nos mueven hacia algo más allá de lo tangible, nos transportan siempre más allá…
Pienso en los tebeos antiguos con esa imagen del burro que va con un palo atado que le pone delante una zanahoria, para que siga adelante, pensando que podrá comérsela... ahora pienso que nosotros pasamos toda nuestra vida siguiendo zanahorias de metas y de propósitos, y al tener esas cosas materiales según la publicidad que nos anima -“consigue esto y serás feliz”- vemos que al tener por fin aquello deseado, no alcanzamos aquella “felicidad...” es como lo de la mariposa que se fue… El alma del hombre es infinita y los anhelos de algo grande no pueden satisfacerse con lo limitado, con lo material. Dios es infinito.
-“Eso le pasa al que amontona riquezas "para sí" y no es rico "para Dios"”. El dinero puede ser esclavitud o servicio. Ayúdame, Jesús, a guardarme de toda avaricia, y a tener libre el corazón para ser más generoso con los demás y con Dios, a seguir el consejo de san Pablo: "Buscad las cosas de arriba".
2. -“Hermanos, ante la promesa de Dios, Abraham no cedió a la duda con incredulidad”... Abrahán es una persona de fe; el gran patriarca no tuvo una vida fácil: "creyó contra toda esperanza": podía dudar de que siendo viejo pudiera tener hijos. Pienso en mis preocupaciones, mis responsabilidades aplastantes, las cargas que pesan sobre mí... mis pecados, mis impotencias... Señor, todo esto que me podría «hacer caer en la duda», te lo ofrezco como Abraham, lo confió a tu cuidado, creo en tus promesas.
-“Sino que halló su fuerza («dunamis») en la fe y dio gloria a Dios”: «fue dinamizado por su Fe»... el evangelio es «una fuerza de Dios». Reconoce a Dios y no se apoya más que en Él, le da gloria. Quien no ve salida a sus problemas cae en desesperación, en cambio la confianza en Dios nos lleva a «Acción de gracias» («Eucaristía»): Señor, me fío de ti.
-“Porque estaba plenamente convencido de que Dios tiene poder de cumplir «lo que ha prometido» Por ésta su fe, Dios le «declaró justo». Dios nos declarará justos también a nosotros, porque creemos en Aquel que resucitó de entre los muertos, en Jesús, Señor nuestro, quien fue entregado por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación”. Cristo se une a cada uno de nosotros. Fue entregado «por» mí, resucitó «por» mí...
3. Como salmo tenemos el canto que proclama que “Juan viene a ser como la línea divisoria entre los dos Testamentos, el Antiguo y el Nuevo… Es como la personificación de lo antiguo y el anuncio de lo nuevo. Porque personifica lo antiguo, nace de padres ancianos; porque personifica lo nuevo, es declarado profeta en el seno de su madre. Aún no ha nacido y, al venir a la Virgen María, salta de gozo en las entrañas de su madre. Con ello queda ya señalada su misión, aun antes de nacer; queda demostrado de quién es precursor, antes de que él lo vea… Finalmente, nace, se le impone el nombre, queda expedita la lengua de su padre… Este silencio de Zacarías significaba que, antes de la predicación de Cristo, el sentido de las profecías estaba en cierto modo latente, oculto, encerrado. Con el advenimiento de aquel a quien se referían estas profecías, todo se hace claro” (S. Agustín). Y nos llega Jesús al mundo por María Virgen: "dichosa tú, porque has creído". El Benedictus que leemos nos hace ser más conscientes de lo mucho que hace Dios y de lo poco que somos capaces de hacer nosotros por nuestra cuenta: "el Señor Dios ha visitado a su pueblo... realizando la misericordia que tuvo con nuestros padres, recordando el juramento que juró a nuestro padre Abrahán para concedernos que le sirvamos con santidad y justicia, en su presencia, todos nuestros días".

Llucià Pou Sabaté  
Domingo de la semana 29 de tiempo ordinario; ciclo C
La oración de petición siempre es atendida por Dios, que nos da lo mejor, pero quiere que mejoremos con nuestra perseverancia
«Les proponía una parábola sobre la necesidad de orar siempre y no desfallecer, diciendo: «En cierta ciudad había un juez que no temía a Dios ni respetaba a los hombres. También había en aquella ciudad una viuda, que acudía a él diciendo: "Hazme justicia ante mi adversario". Y durante mucho tiempo no quería. Sin embargo, al final se dijo a sí mismo: "Aunque no temo a Dios ni respeto a los hombres, ya que esta viuda está molestándome, le haré justicia, para que no siga viniendo a importunarme"». Concluyó el Señor: «Prestad atención a lo que dice el juez injusto. ¿Acaso Dios no hará justicia a sus elegidos que claman a Él día y noche, y les hará esperar? Os aseguro que les hará justicia sin tardanza. Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿acaso encontrará fe sobre la tierra?» (Lucas 18, 1-8).
 1. Jesús, buscas una parábola para enseñar a tus discípulos de una manera gráfica que es necesario «orar siempre y no desfallecer.» Ya antes, y después, les has enseñado este punto con tu ejemplo: te han visto rezar a tu Padre en silencio y en alta voz: en días de calma, y en días de gran ajetreo en los que no tenias tiempo ni para comer. Está claro que, si quiero imitarte, debo hacer oración cada día.
Hoy nos hablas de pedir. Pedir es propio de hijos, especialmente cuando los padres son generosos y pueden conseguir lo que sus hijos necesitan. Por eso, ¿cómo no voy a pedirte todo lo que me haga falta?
Nos hablas de un juez al que va una viuda pobre, pero él en lugar de ser protector de los desvalidos está pervertido, y no quiere escucharla. Pero ella, de tanto insistir, consigue que la atienda. También nosotros vemos que la justicia no existe en los tribunales, que quien tiene dinero o engaña puede ganar un juicio de manera injusta. Que no se atienden en nuestro mundo peticiones justas. Pero: “¿no sirve de nada?”
¡Nunca estamos solos! Nunca hago nada solo. Necesito la familia, los amigos, y necesito sobre todo la certeza de que Dios también me acompaña. Y aunque los jueces y otros me fallen, Él no me falla. Y aunque vea que falte justicia en este mundo, lucharé por ella, sabedor de que luego habrá justicia plena en el cielo. Por eso me propongo hoy luchar, no encerrarme en mí mismo nunca, no contar solo con mis fuerzas, acogerme a los amigos, acogerme a la amistad de Dios. A pesar de los tropiezos de la vida, a pesar de las desgracias que sufra, aprenderé a confiar en los otros, aprenderé a confiar en Dios. La comunidad puede fallar, los amigos y vecinos pueden fallar, pero Dios estará por mí con todo su amor y su poder (M. Regal).
Cuando pedimos algo y no se nos concede, y hay situaciones y problemas que se prolongan en el tiempo, pensamos: “Dios no me hace caso, todo sigue igual… Es que me canso de pedir siempre lo mismo para nada”. Hemos de esperar, que todo saldrá. Pensemos en que si esa mujer consigue que hasta un juez injusto haga justicia: Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche? ¿O les dará largas? A veces tenemos miedo de la justicia divina, o de la injusticia de los hombres, y hemos de mirar a Jesús que nos invita a pensar que Dios es un Padre amoroso, que las oraciones que elevamos a Dios no caen en el vacío. Que puede parecer que “no sirve de nada orar”, pero para empezar Él se nos entrega, y luego nos hacemos mejores con la oración, que es la puerta de la fe. Y luego nos da lo que nos conviene, de la forma que sea mejor para nosotros, la forma que Dios disponga. La confianza en Dios se prueba justamente en la constancia a la hora de rezar. Hay quien deja de orar porque piensa que su petición no es escuchada. Pero, ¿qué pedimos nosotros tantas veces sino la solución que juzgamos mejor para nuestros problemas o, incluso, piedras en lugar de pan? "Nosotros no sabemos pedir como conviene", asegura S. Pablo (Rm 8,26). En cambio, nuestro Padre Dios sabe bien lo que nos hace falta antes de que se lo pidamos (Cf Mt 6,8). "No te aflijas, dice S. Agustín, si no recibes de Dios inmediatamente lo que pides: es Él quien quiere hacerte más bien todavía mediante tu perseverancia con Él en oración. Él quiere que nuestro deseo sea probado en la oración. Así nos dispone para recibir lo que Él está dispuesto a darnos".
«La primera condición de la oración es la perseverancia; la segunda, la humildad.
-Sé santamente tozudo, con confianza. Piensa que el Señor, cuando le pedimos algo importante, quizá quiere la súplica de muchos años. ¡Insiste!..., pero insiste siempre con más confianza» (J. Escrivá, Forja 535).El propio Jesús nos da la respuesta: Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero nos cuesta aceptar que hay que dejar a Dios ser Dios, y sus tiempos no son los nuestros, y debemos aprender a esperar que “a su tiempo”, llegará la acción de Dios. Por eso Jesús vuelve a provocarnos y a cuestionarnos: Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra? Porque nuestro pecado es la impaciencia, y lo que salva es la paciencia de Dios. Necesitamos orar sin desanimarnos, con esa fe de la viuda de la parábola, con esa fe insistente y casi haciéndonos “pesados” ante Dios.
“Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?” La oración se fundamenta en la Palabra de Dios, que es “viva, eficaz y escruta los sentimientos y los pensamientos del corazón” (cfr. Hb 4,12). Que es la Verdad. Que es la Santidad.
«Mediante la oración de petición mostramos la conciencia de nuestra relación con Dios: por ser criatura, no somos ni nuestro propio origen, ni dueños de nuestras adversidades, ni nuestro fin último; pero también, por ser pecadores, sabemos, como cristianos, que nos apartamos de nuestro Padre. La petición ya es un retorno a El» (Catecismo 2629).
«La petición de perdón es el primer movimiento de la oración de petición» (2631)... «La petición cristiana está centrada en el deseo de Dios y en la búsqueda del reino que viene...» (2632) «...Toda necesidad puede convertirse en objeto de petición» (2633).
«A los que buscan el Reino y la justicia de Dios, El les promete darles todo por añadidura. Todo en efecto pertenece a Dios: el que posee a Dios, nada le falta, si él mismo no falta a Dios» (S. Cipriano) (2830).
Pero esta fe no es fácil. “Las palabras del Señor: ¿Creéis que cuando venga el Hijo del hombre encontrará fe en la tierra? se refieren a la fe perfecta. Ésta apenas se encuentra en la tierra. La Iglesia de Dios está llena de fe; pues, si no existiese ninguna, ¿quién se acercaría a ella? ¿Quién no trasladaría los montes si esa fe fuese plena? Pon tu atención en los mismos apóstoles. No hubiesen seguido al Señor tras haber abandonado todo y pisoteado toda esperanza mundana, si no hubiesen poseído una gran fe. Por otra parte, si hubiesen tenido una fe plena, no hubiesen dicho al Señor: Auméntanos la fe (Lc 17,5). Pensad también en aquel otro que confesaba una y otra cosa refiriéndose a si mismo. Habiendo presentado a su hijo al Señor para que lo sanase, al ser interrogado si creía contestó afirmativamente: Creo, Señor; ayuda mi incredulidad (Mc 9,23). Creo, -dijo-;creo, Señor: luego existe la fe. Pero ayuda mi incredulidad: luego no es plena la fe” (S. Agustín, Sermón 115,1).
Si los malos llegan a portarse bien por esa insistencia..., ¿qué no hará el Dios bueno? Es un mensaje sencillo pro el que Jesús quiere hacérnoslo comprender claramente: Dios quiere hacerse de rogar, quiere incluso dejarse importunar por el hombre. Si Dios da libertad al hombre y hace incluso un pacto con él, entonces no solamente respeta su libertad, sino que incluso se ha unido a su partner en la alianza, sin perder por ello su libertad divina: dará siempre al que pide lo que sea mejor para él: «Cosas buenas» (Mt 7,11), el «Espíritu Santo» (Lc 11,12). El que pide algo a Dios en el Espíritu de Cristo es infaliblemente escuchado (Jn 14,13-14). Y el evangelio añade: «sin tardar»; Dios no escucha luego, más tarde, sino que escucha y corresponde en seguida con lo que mejor corresponde a la demanda. Pero la oración de petición presupone la fe, y aquí el evangelio termina con unas palabras que dan que pensar: «Cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?» Esta pregunta va dirigida a nosotros, que escuchamos aquí y ahora, y no a otros (von Balthasar).
2. La oración ha de vivirse en la Iglesia, en comunidad, como hemos escuchado en la 1ª lectura. Ante la batalla que se avecina, Moisés, Aarón y Jur subieron a la cima del monte, para orar por su pueblo. Mientras Moisés tenía en alto la mano, vencía Israel, y cuando le llega el cansancio (le pesaban las manos), no se siente solo, tiene a Aarón y Jur, que le sostenían los brazos, uno a cada lado. También nosotros debemos sostenernos unos a otros en la oración para no desanimarnos. Como dice un himno de la Liturgia de las Horas: No ven-go a la soledad cuando vengo a la oración, pues sé que estando contigo, con mis hermanos estoy (Laudes Sábado Semana II). Nos debemos ayudar unos a otros a orar con fe, en esa oración insistente, con la certeza de que Dios no nos dará largas.
La Eucaristía es el gran momento en el que, como Moisés, en medio de las “batallas y luchas” de la vida, como comunidad alzamos nuestras manos hacia el Padre para presentarle nuestras peticiones. En Cristo Eucaristía Él acoge nuestra oración, y por eso nosotros debemos continuar orando juntos sin desanimarnos, sabiendo que, por Cristo, el Padre no nos va a dar largas, de modo que cuando venga el Hijo del Hombre encuentre esta fe en la tierra.
Mientras Moisés tenía en alto la mano, vencía Israel»: «La oración de Moisés es la figura cautivadora de la oración de intercesión que tiene su cumplimiento en el único Mediador entre Dios y los hombres, Cristo-Jesús» (1 Tm 2, 5). La imagen de las manos levantadas de Moisés durante la batalla con Amalec es sumamente elocuente en la primera lectura. Mientras Josué ataca, Moisés reza y al mismo tiempo hace penitencia, pues es ciertamente pesado y doloroso tener durante tantas horas las manos levantadas hacia Dios. Así está hecha la cristiandad: unos combaten fuera mientras otros -en el convento o en la soledad de su «cuarto»- rezan por los que luchan. Pero la imagen va aún más lejos: como a Moisés le pesaban las manos, Aarón y Jur tuvieron que sostener sus brazos hasta la puesta del sol, hasta que Israel venció finalmente en la batalla. Las manos levantadas de los orantes y contemplativos en la Iglesia deben ser sostenidas al igual que las de Moisés, porque sin oración la Iglesia no puede vencer, no en los combates del siglo, sino en las luchas espirituales que se le exigen. Todos nosotros debemos orar y ayudar a los demás a perseverar en la oración, y a no poner su confianza en la actividad externa, si es que queremos que la Iglesia no sea derrotada en los duros combates de nuestro tiempo (von Balthasar).
La santidad es ese “levantar los ojos hacia los montes”, de que habla el Salmo responsorial: es la intimidad con el padre que está en los cielos; la intimidad con el Espíritu Santo mediante Cristo. Es sentirnos “custodiados” por Dios. El Santo conoce muy bien su fragilidad, la precariedad de su existencia, de sus capacidades. Pero no se asusta. Se siente igualmente seguro. Confía en el hecho de que Dios “no permitirá que resbale su pie, que lo guardará a su sombra, que lo guardará de todo mal”.
No obstante los santos sienten muchas tinieblas en sí mismos, sienten que están hechos para la Verdad. Para Dios-Verdad. Y ciertamente, en su vida dan cada día más espacio a esta Verdad. De aquí nace esta seguridad que los distingue: donde los otros vacilan, ellos resisten. Donde los otros dudan, ellos ven claro. La santidad quiere decir también tener las manos alzadas en plegaria a Dios, mientras alrededor se desarrolla un combate, mientras continúa la lucha entre el bien y el mal. A primera vista puede parecer que el compromiso de la contemplación y de la oración nos aleja de las luchas de la vida, como si fuese una renuncia a combatir. Pero quien piensa así no conoce el poder de la oración (Juan Pablo II).
3. «Proclama la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo». Esta palabra no es la pura acción, sino la palabra de la oración de petición, de las manos en alto de Moisés. «Permanece en lo que has aprendido», es decir, en lo que conoces de la «Sagrada Escritura». Sólo cuando «el hombre de Dios» es instruido por la «Escritura inspirada por Dios», está «perfectamente equipado para toda obra buena», y la primera "obra buena" es la oración, que debe recomendarse a los cristianos «con toda comprensión y pedagogía» (von Balthasar).
En este mes de octubre, acudamos a la Virgen especialmente con el Rosario: «No dejéis de inculcar con todo cuidado la práctica del Rosario, la oración tan querida de la Virgen y tan recomendada por los Sumos Pontífices, por medio del cual los fieles pueden cumplir de la manera más suave y eficaz el mandato del Divino Maestro: Pedid y recibiréis, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá» (Pablo VI, Carta Encíclica Mense Maio, 29-IV-1965).

Llucià Pou Sabaté

viernes, 18 de octubre de 2013

Sábado de la 28ª semana de Tiempo Ordinario (impar). El Espíritu Santo, Espíritu de Jesús, nos ilumina y da fuerza para seguir sus inspiraciones, y ser sus testigos

“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: -«Si uno se pone de mi parte ante los hombres, también el Hijo del hombre se pondrá de su parte ante los ángeles de Dios. Y si uno me reniega ante los hombres, lo renegarán a él ante los ángeles de Dios. Al que hable contra el Hijo del hombre se le podrá perdonar, pero al que blasfeme contra el Espíritu Santo no se le perdonará. Cuando os conduzcan a la sinagoga, ante los magistrados y las autoridades, no os preocupéis de lo que vais a decir, o de cómo os vais a defender. Porque el Espíritu Santo os enseñará en aquel momento lo que tenéis que decir»” (Lucas 12,8-12).  

1. “En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: -«Si uno se pone de mi parte ante los hombres, también el Hijo del hombre se pondrá de su parte ante los ángeles de Dios”. Nos animas, Jesús, a ser valientes a la hora de dar testimonio de ti. Antes nos has dicho que Dios nunca se olvida de nosotros: si cuida los pajarillos y los cabellos de nuestra cabeza, ¡cuánto más con cada uno de nosotros, que somos sus hijos! Hoy tú nos das otro motivo para ser intrépidos en la vida cristiana: tú mismo, Jesús, darás testimonio a favor nuestro ante la presencia de Dios, el día del juicio.
Y si uno me reniega ante los hombres, lo renegarán a él ante los ángeles de Dios”. Ser cristiano es dar testimonio de Ti, Señor, con mi vida. Además, muchos dependen de lo que haga, con mi buen o mal ejemplo, con la comunión de los santos mando gracia o dejo de mandarla a quienes están incluso lejos. “Jesús, hay momentos en los que cuesta especialmente dar testimonio cristiano. Por ejemplo, cuando mi grupo de amigos se divierte ridiculizando a la Iglesia o a personas consagradas; o cuando algunos planes a los que me invitan no son dignos de un cristiano; o cuando es difícil ser honrado en los negocios” (Pablo Cardona). Ayúdame, Señor, a dar la cara aunque cueste, ir contra corriente. Puede costarme también –y te pido ayuda, Jesús-, cuando sufro algún revés físico, económico o moral, cuando me entra rebeldía por cosas que no me gustan. Para estos momentos te pido serenidad, fortaleza, esperanza y paz.
«Vosotros tenéis que desarrollar una tarea altísima, estáis llamados a completar en vuestra carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, a favor de su cuerpo, que es la Iglesia. Con vuestro dolor podéis afianzar a las almas vacilantes, volver a llamar al camino recto a las descarriadas, devolver serenidad y confianza a las dudosas y angustiadas. Vuestros sufrimientos, si son aceptados y ofrecidos generosamente en unión de los del crucificado, pueden dar una aportación de primer orden en la lucha por la victoria del bien sobre las fuerzas del mal, que de tantos modos insidian a la humanidad contemporánea. En vosotros, Cristo prolonga su pasión redentora» (Juan Pablo II).
“Al que hable contra el Hijo del hombre se le podrá perdonar, pero al que blasfeme contra el Espíritu Santo no se le perdonará”. No sabemos exactamente qué quieres decir, Señor, con esa blasfemia. Intuyo que es impedir que entre tu gracia en mí,  por la presunción o la desesperación que aún es peor, el descorazonamiento, o la perversión de hacer daño a los demás sin buscar el bien sino la maldad… por eso te pido vivir abierto a tu gracia, y cuanto más grandes sean mis pecados, más me abandonaré en tu misericordia. «Nuestro Señor Jesucristo lo quiere: es preciso seguirle de cerca. No hay otro camino. Esta es la obra del Espíritu Santo en cada alma -en la tuya-, y has de ser dócil, para no poner obstáculos a tu Dios» (J. Escrivá, Forja 860).
Sólo hay una clase de personas sin remedio, los que "blasfeman contra el Espíritu Santo", o sea, los que, viendo la luz, la niegan, los que no quieren ser salvados. Son ellos mismos los que se excluyen del perdón y la salvación. Quiero no cerrarme a tu Espíritu, Jesús, que es el santificador de mi alma…
“…no os preocupéis de lo que vais a decir, o de cómo os vais a defender. Porque el Espíritu Santo os enseñará en aquel momento lo que tenéis que decir»”… Jesús, hoy me dices que no me preocupe ante las acusaciones y las insidias de los incrédulos. Fortalecido e iluminado por la gracia del Espíritu Santo sabré responder bien por mal, verdad por mentira, honestidad por hipocresía. Tú sugieres en mi alma lo que tengo que decir. Quiero ser dócil, dejarme conducir por ti. Quiero cuidar la oración, para recibir tu fortaleza para hacer lo que me pides, la humildad para pedir perdón y arreglar lo que no hago bien, y la alegría por saberme en tus manos, y llevado por tu amor corresponder a esa entrega que tú has hecho por mi con tu vida, pasión y muerte y resurrección.
Por eso he de acudir a esos medios santos –los Sacramentos- para llenarme de tu gracia, el Espíritu de Dios. Así se completa la cercanía del Dios Trino. El Padre que no nos olvida, Jesús que "se pondrá de nuestra parte" el día del juicio, y el Espíritu que nos inspirará cuando nos presentemos ante los magistrados y autoridades para dar razón de nuestra fe.
Jesús, nos aseguras el amor de Dios y la ayuda eficaz de tu Espíritu. Y además, nos prometes que tú mismo saldrás fiador a nuestro favor en el momento decisivo. No te dejarás ganar en generosidad, si nosotros hemos sido valientes en nuestro testimonio, si no hemos sentido vergüenza en mostrarnos cristianos en nuestro ambiente. No tenemos motivos para dejarnos llevar del miedo o de la angustia (J. Aldazábal). La angustia es la conmoción y dolor del alma por el miedo ante algo malo que, si pasara, nunca sería tan malo como lo que sufrimos por el miedo de que pase…
El redil de las falsas seguridades también puede provocar angustias, pero tú, Señor, nos dices siempre que no nos preocupemos por el futuro, aquí nos dices que no temamos por preparar nuestra defensa o justificación ante cosas. «Porque el Espíritu Santo os enseñará en aquel momento lo que tenéis que decir». En la tarea de la nueva evangelización, tú eres mi esperanza, Señor, tu gracia sigue activa ante cualquier contrariedad, como en tiempo de los apóstoles (Josep Rius-Camps).

         2. “-Hermanos: No fue la observancia de la Ley, sino la justificación obtenida por la fe, la que obtuvo para Abrahán y su descendencia la promesa de heredar el mundo”. Pablo no contrapone "fe y obras" (pues Jesús dijo que "no el que dice: Señor, Señor, sino el que hace la voluntad de mi Padre", ése entrará en el Reino). Lo que contrapone es la fe con la observancia de la ley de Moisés como causa de la salvación: "no fue la observancia de la ley, sino la fe”, nos dice aquí, y el Catecismo señala: “la fe nos hace gustar de antemano el gozo y la luz de la visión beatífica, fin de nuestro caminar aquí abajo. Entonces veremos a Dios "cara a cara" (1 Cor 13,12), "tal cual es" (1 Jn 3,2). La fe es pues ya el comienzo de la vida eterna: ‘mientras que ahora contemplamos las bendiciones de la fe como el reflejo en un espejo, es como si poseyéramos ya las cosas maravillosas de que nuestra fe nos asegura que gozaremos un día’ (S. Basilio).
Ahora, sin embargo, ‘caminamos en la fe y no en la visión’ (2 Cor 5,7), y conocemos a Dios ‘como en un espejo, de una manera confusa,...imperfecta’ (1 Cor 13,12). Luminosa por aquel en quien cree, la fe es vivida con frecuencia en la oscuridad. La fe puede ser puesta a prueba. El mundo en que vivimos parece con frecuencia muy lejos de lo que la fe nos asegura; las experiencias del mal y del sufrimiento, de las injusticias y de la muerte parecen contradecir la buena nueva, pueden estremecer la fe y llegar a ser para ella una tentación.
Entonces  es cuando debemos volvernos hacia los testigos de la fe: Abraham, que creyó, ‘esperando contra toda esperanza’ (Rom 4,18); la Virgen María que, en ‘la peregrinación de la fe’ (LG 58), llegó hasta la "noche de la fe" (Juan Pablo II, R Mat 18) participando en el sufrimiento de su Hijo y en la noche de su sepulcro; y tantos otros testigos de la fe: ‘También nosotros, teniendo en torno nuestro tan gran nube de testigos, sacudamos todo lastre y el pecado que nos asedia, y corramos con fortaleza la prueba que se nos propone, fijos los ojos en Jesús, el que inicia y consuma la fe’ (Hb 12,1-2)”.
Por eso, como todo depende de la fe, todo es gracia; así la promesa está asegurada para toda la descendencia, no solamente para la descendencia legal, sino también para la que nace de la de Abrahán, que es padre de todos nosotros”. Las dos promesas de Dios -que tendría un hijo y que le pertenecería toda la tierra de Canaán-, parecían imposibles de conseguir, y sin embargo, Abrahán creyó. Y fueron posibles. Tanto en nuestra vida espiritual como en nuestro trabajo apostólico, no tendríamos que apoyarnos tanto en nuestros propios talentos y recursos, sino en la gracia y la fuerza salvadora de Dios.
“El comienzo de la justificación por parte de Dios es la fe, que cree en el que justifica. Y esta fe, cuando se encuentra justificada, es como una raíz que recibe la lluvia en la tierra del alma, de manera que cuando comienza a cultivarse por medio de la ley de Dios, surgen de ella ramas que llevan los frutos de las obras. La raíz de la justicia no deriva de las obras, sino que de la raíz de la justicia crece el fruto de las obras” (Orígenes). Y dice el Catecismo: “Abraham realiza así la definición de la fe dada por la carta a los Hebreos: ‘La fe es garantía de lo que se espera; la prueba de las realidades que no se ven’ (Hb 11,1). ‘Creyó Abraham en Dios y le fue reputado como justicia’ (Rom 4,3). Gracias a esta ‘fe poderosa (Rom 4,20), Abraham vino a ser ‘el padre de todos los creyentes’ (Rom 4,11.18)”, al ser fiel a ese don gratuito.
-“Así, dice la Escritura: “Te hago padre de muchos pueblos”. Por su fe, verdaderamente, "dio la vida". Quien cree, da vida…
-“Al encontrarse con el Dios que da vida a los muertos y llama a la existencia lo que no existe, Abrahán creyó. Apoyado en la esperanza, creyó, contra toda esperanza, que llegaría a ser padre de muchas naciones, según lo que se le había dicho: “Así será tu descendencia”. Jesús es que hace viva esa experiencia con su resurrección, energía que devuelve la vida a los muertos.
3. “Contra toda esperanza” cree el patriarca. La fe «para transportar las montañas», decía Jesús. La Fe, fuerza de lo imposible. Se comprende que Pablo diga que esa «Fe da posesión del mundo». En efecto, nada puede ir en contra de ello. No se apoya sobre nada humano: toda su fuerza está en Dios. ¡Danos esta Fe, Señor! (Noel Quesson). Rezamos con el salmo: -El Señor es nuestro Dios, él gobierna toda la tierra. Se acuerda de su alianza eternamente, de la palabra dada, por mil generaciones; de la alianza sellada con Abrahán, del juramento hecho a Isaac”. Y así contemplamos llenos de gozo que “sacó a su pueblo con alegría, a sus escogidos con gritos de triunfo”. Le pedimos a María Virgen vivir esa alegría de –como ella- sabernos en las manos de Dios.
Llucià Pou Sabaté


San Lucas, evangelista

"La mies es abundante y los obreros pocos", nos dice el Señor, y desea que le ayudemos a corredimir.
En aquel tiempo, designó el Señor otros setenta y dos y los mandó por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir él. Y les decía: "La mies es abundante y los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que mande obreros a su mies. ¡Poneos en camino! Mirad que os mando como corderos en medio de lobos. No llevéis talega, ni alforja, ni sandalias; y no os detengáis a saludar a nadie por el camino.Cuando entréis en una casa, decid primero: "Paz en esta casa". Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a vosotros. Quedaos en la misma casa, comed y bebed de lo que tengan, porque el obrero merece su salario. No andéis cambiando de casa. Si entráis en un pueblo y os reciben bien, comed lo que os pongan, curad a los enfermos que haya, y decid: "Está cerca de vosotros el Reino de Dios” (Lucas 10,1-9).
1. Hoy es el tercero de los grandes santos que hemos celebrado estos días: Teresa de Jesús, Ignacio de Antioquia y Lucas, autor del tercer evangelio de Jesús, y los Hechos de los Apóstoles. Las parábolas del buen samaritano y del hijo pródigo son alguno de los pasajes más bonitos. Junto a estas páginas sublimes sobre la misericordia, también sólo Lucas nos transmite algunos rasgos de santa María, la madre de Jesús. Al “pintar” tan bien esas escenas, tomó la tradición de que era pintor, y así la leyenda nos dice que es suya una imagen romana de la Virgen.
«Después de esto, el Señor designó a otros Setenta». Mientras que el envío de los Doce representan el nuevo Israel (las doce tribus), los setenta tenían que representar la nueva humanidad (según el cómputo judío, las naciones paganas eran en número de setenta). «Setenta y dos», dicen numerosos manuscritos, intento de reconducir la apertura a la universalidad (esbozada en el número «siete/setenta», al recinto de Israel, delimitado por un múltiplo de «doce» [6 x 12 = 72].)
El éxito de la misión es grande. Jesús les anima a evangelizar: «La mies es abundante y los braceros pocos». La cosecha se prevé abundante, el reinado de Dios empieza a producir frutos para los demás. Cuando se comparte lo que se tiene, hay de sobra. No hacen falta explicaciones ni estadísticas: la presencia de la comunidad se ha de notar por los frutos abundantes que produce. Todos estamos llamados al apostolado, tanto clérigos como laicos, religiosos como seglares… «¡Id! Mirad que os envío como corderos entre lobos». Toda comunidad debe ser esencialmente misionera. La misión, si se hace bien, encontrará la oposición sistemática de la sociedad. Esta, al ver que se tambalea su escala de valores, usará toda clase de insidias para silenciar a los enviados, empleando todo tipo de procedimientos legales. Los enviados están indefensos. La defensa la asumirá Jesús a través del Espíritu Santo, el Abogado de los pobres. «No llevéis bolsa ni alforja ni sandalias». Como en la misión de los Doce, Jesús insiste en que los enviados no confíen en los medios humanos. “Y no saludéis a nadie en el camino”. Ellos han de dejar en sus manos aquello que es más esencial para vivir: el Señor, que viste los lirios de los campos y da alimento a los pájaros, quiere que su discípulo busque, en primer lugar, el Reino del cielo y no, en cambio, «qué comer ni qué beber, y [que] no estéis inquietos. [Porque] por todas esas cosas se afanan los gentiles del mundo; y ya sabe vuestro Padre que tenéis la necesidad de eso» (Lc 12,29-30).
Han de compartir techo y mesa con aquellos que los acogen, curando a los enfermos que haya, liberando a la gente de todo aquello que los atormente. La buena noticia ha de consistir en el anuncio de que «Ya ha llegado a vosotros el reinado de Dios». Empieza un orden nuevo, cuyo estallido tendrá lugar en otra situación. El proceso, empero, es irreversible. La comunidad ya tiene experiencia de ello (Josep Rius-Camps).
Lucas fue de esos apóstoles más allá de “los Doce”, y en su honor decimos hoy en el himno de Laudes:
Vosotros que escuchasteis la llamada / de viva voz que Cristo os dirigía, / abrid nuestro vivir y nuestra alma  / al mensaje de amor que él nos envía.
Vosotros que invitados al banquete / gustasteis el sabor del nuevo vino, / llenad el vaso, del amor que ofrece, / al sediento de Dios en su camino.
Vosotros que lo visteis ya glorioso, / hecho Señor de gloria sempiterna, / haced que nuestro amor conozca el gozo  / de vivir junto a él la vida eterna. Amén.
2. En la carta a Timoteo, nos dice san Pablo que el anuncio del Evangelio debe hacerse a tiempo y a destiempo. Y ha de realizarse con gran paciencia y conforme a la enseñanza, dedicados plenamente al Ministerio que Dios nos ha confiado. A pesar de que tengamos que sufrir oposición de muchos, no hemos de dar marcha atrás en aquello que Dios nos ha confiado: proclamar su Nombre salvador a toda la humanidad. El Señor siempre estará a nuestro lado animándonos y fortaleciéndonos para que su Mensaje de salvación llegue a todos los pueblos. La Iglesia de Cristo no sólo ha de evangelizarse continuamente a sí misma, para vivir más conforme a las enseñanzas del Señor y llegar a la madurez en Él; además ha de evangelizar a todos los pueblos, pues esa es la Misión que el Señor le confió al enviarla a todas las gentes de todos los tiempos y lugares. Al final, libres del pecado y de la muerte, a pesar de que hayamos sufrido por anunciar y vivir el Evangelio en ambientes hostiles al mismo, el Señor nos dará la salvación en su Reino celestial de un modo definitivo a quienes, ya desde ahora, lo tuvimos como Señor y Salvador de nuestra vida.
3. En el salmo vemos que el Señor, Creador y Rey soberano de todo, se manifiesta para con nosotros como un Padre cercano, siempre atento a las necesidades de los suyos. Él no está lejos de quien lo invoca (www.homiliacatolica.com):
“Que todas tus obras te den gracias, Señor, / y que tus fieles te bendigan; / que anuncien la gloria de tu reino y proclamen tu poder”. Juan Pablo II ha presentado al mundo la Eucaristía como “una gran escuela de paz que puede formar a hombres y mujeres para ser tejedores de diálogo y de comunión. Es escuela de la paz para vivir esta proclamación de tu gloria, Señor, en un camino hacia una sociedad más justa y fraterna. No puede producir otros frutos.
“Así manifestarán a los hombres tu fuerza / y el glorioso esplendor de tu reino: / tu reino es un reino eterno, / y tu dominio permanece para siempre.
El Señor es justo en todos sus caminos / y bondadoso en todas sus acciones; / está cerca de aquellos que lo invocan,  / de aquellos que lo invocan de verdad”. El mundo necesita experimentar que el Señor está cerca, que su destino no va a la deriva, sin rumbo… Dios se imbrica en la historia de los hombres y mujeres de nuestro tiempo, haciendo, con ellos, historia de Salvación.
Llucià Pou Sabaté

Lucas el Evangelista (hebreo: לוקא, transliterado Lyka o Liká; griego: Λουκάς, Loukás) es considerado por la tradición cristiana el autor del Evangelio según san Lucas y de los Hechos de los Apóstoles. Fue discípulo de Pablo de Tarso.
Lucas de Antioquía, por lo tanto no era judío. Esto se ve cuando Pablo lo separa de los circuncidados (Col. 4, 14), además de ser un hombre más de educación griega y de profesión médico. Estaba quizás también emparentado con el diácono Nicolás (un prosélito de Antioquía), (Hech. 6,5). Según reza la tradición, perteneció a los setenta y dos, esto es del grupo de seguidores de Jesús, pero según la exégesis las fechas de la escritura de sus obras no concuerdan en el tiempo. Sabemos que en la elaboración su evangelio Lucas hizo una rica investigación entrevistando a personas (incluyendo los Apóstoles y tal vez María, la madre de Jesús), que fueron testigos de estos hechos como se puede encontrar en el prólogo del Evangelio y que los Hechos de los Apóstoles es una continuación del mismo. Es el más largo y el mejor redactado por su elaboración exquisita del griego, como sólo una persona culta y sabia podía hacer en esa época. Lucanus (Lucas) se hizo cristiano mucho después y según la tradición conoció a María, la madre de Jesús, en una visita que hizo junto a Pablo.
Al revelarnos los íntimos secretos de la Anunciación, de la Visitación, de la Navidad, él nos hace entender que conoció personalmente a la Virgen. Se cree , por esto, que Lucas cite tantos sucesos de la infancia de Jesús, y que hable de los sentimientos de María. "María, por su parte, guardaba con cuidado todas estas cosas, meditándolas en su corazón", dice Lucas cuando llegan los pastores al pesebre a adorar a Jesús recién nacido.
Algún exégeta avanza la hipótesis de que fue la Virgen María misma quien le transcribió el himno del “Magnificat” (Lc 1:46-55), que ella elevó a Dios en un momento de exultación en el encuentro con la prima Isabel.
Incluso una pintura muy antigua de María en las catacumbas de Priscila en Roma es atribuida, según la tradición, al apóstol.
Lucas era seguidor de Pablo, "el médico querido" (Col., 4, 14). Lucas hizo muchos viajes junto a Saulo de Tarso en su camino por la evangelización, por lo que se sabe Pablo no era un hombre sano y quizás necesitó de la ayuda de Lucas para sus viajes.

Veamos como se llega a esta conclusión:
Envía saludos a los colosenses, esto indica que les había visitado. Luego aparece por primera vez en los Hechos en Tróade (16, 8), donde se reúne con San Pablo, y, tras la visión, cruza con él a Europa desembarcando en Neápolis y continuando a Filipos, "persuadidos de que Dios nos había llamado para evangelizarles" (relato en primera persona).
Luego está presente en la conversión de Lidia con sus compañeros. Junto con San Pablo y sus compañeros, fue reconocido por el espíritu pitón: "Nos seguía a Pablo y a nosotros gritando: Estos hombres son siervos del Dios Altísimo, que os anuncian un camino de salvación" (v. 17).
Vio a Pablo y Silas detenidos, arrastrados ante los magistrados romanos, acusados de alborotar la ciudad, "siendo judíos", azotados con varas y echados a prisión. Lucas y Timoteo escaparon, probablemente porque no eran judíos.
Cuando Pablo partió de Filipos, Lucas se quedó, con toda probabilidad para continuar el trabajo de evangelista. San Jerónimo cree que es muy probable que San Lucas sea "el hermano, cuyo renombre a causa del Evangelio se ha extendido por todas las Iglesias" (II Cor. 8, 18), y que fuera uno de los portadores de la carta a Corinto. Poco después, cuando San Pablo volvió de Grecia, San Lucas le acompañó de Filipos a Tróade, y con él hizo el largo viaje por la costa descrito en Hechos 20. Subió a Jerusalén, estuvo presente en el tumulto, vio el ataque al apóstol. Los biblistas están seguros de que fue un continuo visitante de San Pablo durante los dos años de prisión en Cesarea.
Fue partícipe del naufragio y estuvo junto a Pablo en Roma por un período considerable, lo que se sabe por la Epístola a los Colosenses y la Epístola a Filemón, donde se le menciona en los saludos dados:
"Os saluda Lucas, el médico querido", "Te saludan... Marcos, Aristarco, Demas y Lucas, mis colaboradores".
También los estudiosos dicen que los relatos de los Hechos se hicieron en ese período y Lucas fue el último fiel compañero de Pablo hasta su muerte:
"He competido en la noble competición, he llegado a la meta en la carrera... Apresúrate a venir hasta mí cuanto antes, porque me ha abandonado Demás por amor a este mundo... El único que está conmigo es Lucas" (II Tim., 4, 7-11).
Nótese en los saludos que aparece Marcos, el fiel secretario de San Pedro que también estuvo participando en los últimos tiempos en Roma junto a Pablo y de allí se puede saber como la primera parte de los Hechos habla mucho de las actividades de los apóstoles, siendo Marcos muy allegado a ellos. Luego de los sucesos de la muerte de Pedro y Pablo, no se sabe bien el destino de Lucas, se discute aún si fue martirizado o bien según el antiguo "Prefatio vel Argumentum Lucae" murió de anciano. Sí sabemos que siguió predicando por las tradiciones en Macedonia, Acaya y Galacia y que supuestamente falleció en Beocia y fue enterrado en Tebas.
La tradición indica que San Lucas mandó ser enterrado junto a la imagen tallada de "nuestra Señora" que él mismo había confeccionado. Luego, como refiere San Jerónimo (cf. De viris ill. VI, I), sus huesos fueron transportados a Constantinopla, a la basílica de los Santos Apóstoles.
Cuando sus restos sufrieron aquel primer traslado, el emperador se hizo cargo de aquella imagen tallada, la cual originaría (siglos después) el culto a la Virgen de Guadalupe en España.
En tiempos de las Cruzadas, las reliquias del santo llegaron a Padua. Desde entonces se conservan en la iglesia de Santa Justina. (El cráneo fue en cambio trasladado en 1354 de Padua a Praga a la catedral de San Vito por voluntad del emperador Carlos IV).
Véase también: Tetramorfos
[editar] ObraEl tercer evangelio es obra de un discípulo de Pablo, un médico (Col 4,14) probablemente de origen sirio. A lo mejor se convirtió a la fe cristiana cuando los cristianos perseguidos de Jerusalén y de Cesarea buscaron refugio fuera de Palestina, llevando consigo el mensaje. A partir del año 50 acompañó a Pablo en sus misiones (He 16,10).
Tal vez fue en Gracia donde redactó su evangelio y el libro de los Hechos. Para él eran las dos mitades de una misma obra, y con toda probabilidad tanto una como otra fueron terminadas antes del año 64 o 65.
Para ese entonces Lucas estaba en Roma a donde había llegado dos años antes acompañando a Pablo misionero.
Lucas precisa que fue a indagar el testimonio de los primeros servidores de la Palabra, es decir, de los apóstoles (1,1-5). En efecto, más de una vez fue con Pablo a jerusalén y a Cesarea, donde las primeras comunidades guardaban los documentos en los cuales se inspiraban los tres primeros evangelios.
Lucas conservó, como Marcos, los dos grandes bloques en que se basaba esta catequesis primitiva: la actividad de Jesús en Galilea, y sus últimos días en Jerusalén, pero insertó entr medio de ellos el contenido de otro ducumento que contenía muchas palabras de Jesús. Las colocó intencionalemente durante la subida de Jesús de Galilea a Jerusalén para mostrar que la vida cristiana se desarrolla bajo el signo de la cruz.
Otros documentos de las primeras comunidades de Palestina le proporcionaron el contenido de sus dos primeros capítulos consagrados a la infancia de Jesús. Aquí está el testimonio de la comunidad primitiva de la cual formaba parte María. Esos capítulos otorgan de partida al evangelio de Lucas su carácter propio; si hubiera que caracterizarlo con una palabra, habría que decir que es el más humano de los cuatro.
Ese sentido profundamente humano de Lucas, lo vemos por ejemplo en el cuidado que puso para recordar la actitud de Jesús con respecto a las mujeres. Pero , en seguida, ya que Lucas había dejado a su familia para seguir a Pablo misionero, viviendo en la inseguridad, recalcó más que otros la incompatibilidad entre el Evangelio y las posesiones.
Lucas, discípulo de Pablo, puso de relieve las palabras de Jesús que recuerdan que la salvación es ante todo, no la recompensa por nuestros méritos, sino un don de Dios. Por eso quizo salvar las parábolas que ilustran la muy asombrosa misericordia de Dios (Lc 15).
Después del evangelio de la infancia (1 - 2) y el relato del bautismo de Jesús en Judea, el evangelio de Lucas comprende tres secciones:

-El ministerio de Jesús en Galilea: 3,1 - 9,56
-El viaje a Jerusalén atravesando Samaria: 9,57 - 18,17
-Los acontecimientos de Jerusalén: 18,18 - 23.