martes, 5 de junio de 2012


Miércoles de la semana 9ª del tiempo ordinario: Dios escucha nuestras peticiones, y lo que hoy es pena mañana es gloria

PRIMERA LECTURA
Reaviva el don de Dios, que recibiste cuando te impuse las manos
Comienzo de la segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo 1, 1 -3. 6 12
Pablo, apóstol de Cristo Jesús por designio de Dios, llamado a anunciar la promesa de vida que hay en Cristo Jesús, a Timoteo, hijo querido; te deseo la gracia, misericordia y paz de Dios Padre y de Cristo Jesús, Señor nuestro.
Doy gracias a Dios, a quien sirvo con pura conciencia, como mis antepasados, porque tengo siempre tu nombre en mis labios cuando rezo, de noche y de día.
Por esta razón te recuerdo que reavives el don de Dios, que recibiste cuando te impuse las manos; porque Dios no nos ha dado un espíritu cobarde, sino un espíritu de energía, amor y buen juicio.
No te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor y de mí, su prisionero.
Toma parte en los duros trabajos del Evangelio, según la fuerza de Dios.
Él nos salvó y nos llamó a una vida santa, no por nuestros méritos, sino porque, desde tiempo inmemorial, Dios dispuso darnos su gracia, por medio de Jesucristo; y ahora, esa gracia se ha manifestado al aparecer nuestro Salvador Jesucristo, que destruyó la muerte y sacó a la luz la vida inmortal, por medio del Evangelio.
De este Evangelio me han nombrado heraldo, apóstol y maestro, y ésta es la razón de mi penosa situación presente; pero no me siento derrotado, pues sé de quién me he fiado y estoy firmemente persuadido de que tiene poder para asegurar hasta el último día el encargo que me dio.
Palabra de Dios.
Sal 24, 2-3. 4-5ab. 6-7bc. 8-9 
R. A ti, Señor, levanto mi alma.
Dios mío, en ti confío, no quede yo defraudado, que no triunfen de mí mis enemigos; pues los que esperan en ti no quedan defraudados, mientras que el fracaso malogra a los traidores. R.
Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas: haz que camine con lealtad; enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador. R.
Recuerda, Señor, que tu ternura y tu misericordia son eternas; acuérdate de mi con misericordia, por tu bondad, Señor. R.
El Señor es bueno y es recto, y enseña el camino a los pecadores; hace caminar a los humildes con rectitud, enseña su camino a los humildes. R.
EVANGELIO
No es Dios de muertos, sino de vivos
Lectura del santo evangelio según san Marcos 12, 18-27
En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos saduceos, de los que dicen que no hay resurrección, y le preguntaron:
-«Maestro, Moisés nos dejó escrito: “Si a uno se
Tobías  3,1-11,16-17: 1  Anegada entonces mi alma de tristeza, suspirando y llorando, comenzé a orar con gemidos:  2  Tú eres justo, Señor, y justas son todas tus obras. Misericordia y verdad son todos tus caminos. Tú eres el Juez del Universo.  3  Y ahora, Señor, acuérdate de mí y mírame. No me condenes por mis pecados, mis inadvertencias y las de mis padres. Hemos pecado en tu presencia,  4  no hemos escuchado tus mandatos y nos has entregado al saqueo, a la burla, al comentario y al oprobio de todas las gentes entre las que nos has dispersado.  5  Pero cierto es, Señor, que todas tus sentencias a la verdad responden cuando me tratas según mis pecados y los de mis padres; porque no hemos cumplido tus mandatos, y no hemos caminado en la verdad delante de ti.  6  Haz conmigo ahora según lo que te plazca y ordena que reciban mi vida para que yo me disuelva sobre la faz de la tierra, porque más me vale morir que vivir. Tengo que aguantar injustos reproches y me anega la tristeza. Manda, Señor, que sea liberado de esta aflicción y déjame partir al lugar eterno, y no apartes, Señor, tu rostro de mí, pues prefiero morir a pasar tanta aflicción durante la vida y tener que seguir oyendo injurias.  7  Sucedió aquel mismo día, que también Sarra, hija de Ragüel, el de Ecbátana de Media, fue injuriada por una de las esclavas de su padre,  8  porque había sido dada en matrimonio a siete hombres, pero el malvado demonio Asmodeo los había matado antes de que se unieran a ella como casados. La esclava le decía: «¡Eres tú la que matas a tus maridos! Ya has tenido siete, pero ni de uno siquiera has disfrutado.  9  ¿Nos castigas porque se te mueren los maridos? ¡Vete con ellos y que nunca veamos hijo ni hija tuyos!»  10  Entonces Sarra, con el alma llena de tristeza, se echó a llorar y subió al aposento de su padre con intención de ahorcarse. Pero, reflexionando, pensó: «Acaso esto sirva para que injurien a mi padre y le digan: "Tenías una hija única, amada y se ha ahorcado porque se sentía desgraciada." No puedo consentir que mi padre, en su ancianidad, baje con tristeza a la mansión de los muertos. Es mejor que, en vez de ahorcarme, suplique al Señor que me envíe la muerte para no tener que oír injurias durante mi vida.»  11  Y en aquel momento, extendiendo las manos hacia la ventana, oró así: Bendito seas tú, Dios de misericordias, y bendito sea tu Nombre por los siglos, y que todas tus obras te bendigan por siempre.  16  Fue oída en aquel instante, en la Gloria de Dios, la plegaria de ambos  17  y fue enviado Rafael a curar a los dos: a Tobit, para que se le quitaran las manchas blancas de los ojos y pudiera con sus mismos ojos ver la luz de Dios; y a Sarra la de Ragüel, para entregarla por mujer a Tobías, hijo de Tobit, y librarla de Asmodeo, el demonio malvado; porque Tobías tenía más derechos sobre ella que todos cuantos la pretendían. En aquel mismo momento se volvía Tobit del patio a la casa, y Sarra, la de Ragüel, descendía del aposento. 

Salmo  25,2-9: 2  oh Dios mío. En ti confío, ¡no sea confundido, no triunfen de mí mis enemigos!  3  No hay confusión para el que espera en ti, confusión sólo para el que traiciona sin motivo.  4  Muéstrame tus caminos, Yahveh, enséñame tus sendas.  5  Guíame en tu verdad, enséñame, que tú eres el Dios de mi salvación. En ti estoy esperando todo el día,  6  Acuérdate, Yahveh, de tu ternura, y de tu amor, que son de siempre. 7  De los pecados de mi juventud no te acuerdes, pero según tu amor, acuérdate de mí. por tu bondad, Yahveh.  8  Bueno y recto es Yahveh; por eso muestra a los pecadores el camino;  9  conduce en la justicia a los humildes, y a los pobres enseña su sendero. 

Marcos  12,18-27: 18  Se le acercan unos saduceos, esos que niegan que haya resurrección, y le preguntaban:  19  «Maestro, Moisés nos dejó escrito que si muere el hermano de alguno y deja mujer y no deja hijos, que su hermano tome a la mujer para dar descendencia a su hermano.  20  Eran siete hermanos: el primero tomó mujer, pero murió sin dejar descendencia;  21  también el segundo la tomó y murió sin dejar descendencia; y el tercero lo mismo.  22  Ninguno de los siete dejó descendencia. Después de todos, murió también la mujer.  23  En la resurrección, cuando resuciten, ¿de cuál de ellos será mujer? Porque los siete la tuvieron por mujer.»  24  Jesús les contestó: «¿No estáis en un error precisamente por esto, por no entender las Escrituras ni el poder de Dios?  25  Pues cuando resuciten de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, sino que serán como ángeles en los cielos.  26  Y acerca de que los muertos resucitan, ¿no habéis leído en el libro de Moisés, en lo de la zarza, cómo Dios le dijo: Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob?  27  No es un Dios de muertos, sino de vivos. Estáis en un gran error.»

Comentario: 1. Tb 3, 1-11.14-15. El autor nos transmite una conmovedora certidumbre sobre la eficacia de la oración. Esta narración nos cuenta otra prueba, la de Sara, que ocurrió el mismo día en que Tobit oyó las injurias de su mujer. Más que de una coincidencia temporal, se trata del cumplimiento del plan de Dios. Este nuevo acontecimiento está localizado en Ecbatana, ciudad situada unos 350 kilómetros al nordeste de Bagdad.
-Tobías se puso a orar con gemidos y lágrimas... Este hombre recto y que permanece fiel en la desgracia, no es un hombre insensible. Sabe lo que es sufrir, llorar, gemir. Pero todo esto en él se transforma en oración. No olvidemos el inmenso desconcierto de ese hombre: es ahora viejo, pasó toda su vida en la justicia y la piedad... y como recompensa a sus desvelos con los desgraciados, queda accidentalmente ciego... hace frente con valentía a su situación y continúa en la rectitud de su vida. Ahora bien, he ahí el colmo de su desventura: ¡su propia mujer lo abandona, lo injuria y le reprocha su «virtud»! Sucedió aquel mismo día que también Sarra, hija de Raguel, en Ragués, ciudad de Media, fue injuriada por una de sus sirvientas... Al oír esos gritos, Sarra subió a la cámara alta, y permaneció allí tres días y tres noches sin comer ni beber, prolongando su oración, implorando a Dios con lágrimas. Lejos del anciano que sufre y ora, he ahí otra oración dolorosa que se eleva hacia Dios. Se trata de otra desventura, la de una joven que bien quisiera casarse, pero está literalmente "embrujada". Todos los sueños de su porvenir son rotos por un demonio maléfico que mata sucesivamente a siete de sus prometidos, la noche misma de su boda. Por esta razón, la injuria su sirvienta: "¡Qué nunca veamos hijo o hija tuyos, asesina de sus maridos". Como Tobit, también Sara se ve afligida por la crítica y la burla del prójimo. La tristeza inunda su alma hasta el punto de que Sara quiere suicidarse. Sin embargo, la piedad filial contiene esta actitud y empuja su espíritu hacia Dios, de quien proviene todo consuelo. Esa es la razón de la plegaria que dirige a Dios desde la ventana, probablemente mirando hacia Jerusalén. En la oración encuentra Sara, como antes Tobit, su consuelo espiritual. Desde lo íntimo de su corazón afligido, Sara empieza su oración bendiciendo al Señor y sus obras (11). Vuelve hacia Dios el rostro y los ojos en señal de súplica. Como Tobit, pide a Dios que la libere del destierro y de los ultrajes que la afligen (13). Después acumula razones para mover la misericordia del Señor (14-15). Y como culminación de su plegaria resplandece un rayo de confianza total. El Señor escuchó la oración de ambos. Entonces Sarra, con el alma llena de tristeza por su desgracia y por esa malévola acusación, dirige a Dios su oración. Aceptemos el género literario y, prescindiendo de los detalles que nos parezcan inverosímiles, dejémonos mover por las situaciones evocadas en este relato. Resume todo el infortunio humano, con sus aspectos de accidentes absurdos, de fatalidad incomprensible, de malas intenciones que se suman a las cualidades. Recordando otros infortunios pasados me imagino los sufrimientos de los que HOY mismo en la tierra están pasando grandes tribulaciones.
-En aquel tiempo, las plegarias de ambos fueron oídas en la gloria de Dios soberano. Así, los sufrimientos de los hombres no parecen quedar sin salida. El autor del libro de Tobías nos lo sugiere al mostrarnos de qué modo sorprendente esas dos oraciones «convergen» en el corazón de Dios. Y la continuación del relato nos dirá que esos dos destinos lograrán encontrarse: el hijo de Tobías hará un viaje de 300 kilómetros y ¡tomará a Sarra por esposa! San Rafael fue enviado para curar a uno y a otro, porque sus oraciones habían sido presentadas a la vez ante la faz de Dios. Lo artificioso de la situación viene subrayada por los dos nombres propios que simbolizan todo el relato: - «Asmodeo", el demonio malhechor, significa «El que mata»... Según la creencia popular, Asmodeo era el demonio de la lujuria. Su nombre no parece provenir del judaísmo; tal vez tiene un origen persa. En todo caso, Asmodeo, el destructor, aparece claramente como el antagonista de Rafael, el salvador. - «Rafael", el ángel enviado por Dios, significa «El que sana, para sacar las escamas de los ojos de Tobit y dar a Tobías por esposa a Sara, la hija de Raguel. La narración termina de modo semejante a como había comenzado. El artificio literario del libro de Tobías recalca la compasión del Señor, que siempre escucha la oración del justo entre los terribles dolores de la prueba. El Señor es eternamente compasivo, y sus caminos son caminos de justicia y de piedad.
-¡Tú eres justo, Señor! Todos tus caminos son misericordia y verdad. No te acuerdes de mis faltas... No hemos obedecido tus mandatos; por ello nos has llevado a la cautividad... Ordena que mi espíritu sea recibido en la paz, porque más me vale morir que vivir... Tal fue la emocionante oración de Tobías. En la antigua perspectiva habitual cree que sus pruebas son un castigo. Y pide perdón (Noel Quesson/J. O`Callaghan).
La historia de las dos familias, la de Tobías en Nínive y la de Ragüel y su hija Sara en Media, se encuentran. Las dos quedan unidas por la serie de desgracias y por su fe en Dios. A ambas el dolor las lleva a la oración: una oración difícil, dicha entre lágrimas y sollozos en ambas ocasiones. Tobías reconoce que Dios es justo, que ha sido el pueblo el que ha pecado y ahora merece el castigo del destierro. Pero esta convicción no disminuye su dolor y llega hasta desearse la muerte. A trescientos kilómetros de distancia, Sara, la hija de Ragüel, pariente de Tobías, se encuentra en una situación dramática, porque han ido muriendo sucesivamente los siete novios que se querían casar con ella. Hasta la criada de casa se burla de ella y la llama «asesina de tus maridos». La oración de Sara es también triste, entrecortada por las lágrimas. La oración de ambos, la del anciano ciego y la joven viuda, llega a la vez a la presencia de Dios, y Dios escucha a los dos. Esta historia es una invitación para que también nosotros sigamos teniendo fe y confianza en Dios, pase lo que pase en nuestra vida. También a nosotros nos pasa que nuestra oración no siempre es poética, gustosa y llena de aleluyas. A veces, como la de Jesús en el huerto del Getsemaní, es angustiada, desgarrada, entre lágrimas, gritada, aunque sea con gritos por dentro. A veces creemos que lo que sucede -a nosotros mismos o a la comunidad- es catastrófico y no tiene salida. Pero Dios saca bien del mal. El relato de Tobías y Sara nos asegura que Dios escucha, que está cerca, que no se desentiende de nuestra historia. Son significativos los dos personajes que aparecen en el relato: el demonio Asmodeo, el que mata, y el arcángel Rafael, el que cura. Dios no quiere nuestra muerte. Nos demuestra de mil maneras su cercanía a lo largo de nuestro camino. Nuestros antepasados nos enseñaron unas oraciones breves que haríamos bien en no olvidar: «bendito sea Dios», «que se haga la voluntad de Dios». Esta fue la actitud de Tobías, de Sara, y sobre todo la de Jesús: «No se haga mi voluntad, sino la tuya». Y en todos los casos, al dolor siguió el gozo y a la muerte la resurrección.
Dos personajes cargan sobre sus espaldas sufrimiento y miserias: el anciano Tobías, cuya bondad para con los desafortunados es muy mal recompensada, puesto que quedó ciego en un accidente tonto, y Sara, víctima de algo extraño que hace que sus 7 maridos mueran uno tras otro. Experimentan cruelmente el problema del mal. Para ellos, el sufrimiento proviene de Dios, pero es el castigo por sus propias faltas (vv. 3-4). Por eso piden al Padre que les quite la vida (vv. 6, 10). No hay remedio para sus males. Ya no habrá felicidad para ninguno de los dos en esta tierra. ¿Pero qué oración es esta que pone a Dios como causa del mal?: nuestro mundo occidental ve en él al "primer motor" y al "relojero" de nuestro mundo, al cual se hace responsable directo de todo desorden real o aparente en el mecanismo del universo… sufrimiento, catástrofes, guerra, pecado… Esta concepción nos aleja totalmente del Dios revelado en Jesucristo. Es un misterio, debido en parte al papel más o menos inmediato que el hombre desempeña en ellas. ¿Cabe la posibilidad de confundir, por ejemplo, la enfermedad que aflige, el imperialismo que aplasta, el egoísmo que separa, la indiferencia que hiere? Y, a pesar de todo, el mal existe. La existencia del hombre vive dentro de una salvación que es historia y acontecer. El hombre no cree ya que el universo esté constituido por unas fuerzas que le dominan al modo de un destino fatal; sabe más bien que tiene que reducirle a su servicio y para que pueda desarrollarse. Mas su mutua complementación tiene su meta al final de una historia por la que pasan al ritmo de la libertad del hombre. Esta solidaridad del hombre y del universo estalla en Jesucristo, en quien Pablo reconoce al que reúne en sí la totalidad del universo que ha llegado a su plenitud y en el que el hombre ocupa un lugar privilegiado. Esta unidad no se manifestará en su totalidad, sino a la vuelta gloriosa del Cristo vencedor. Pero, por el momento, "los sufrimientos del tiempo presente no se pueden comparar con la gloria que ha de revelarse en nosotros" (Rom 8,18-21). Cuando, al igual que Tobías y Sara, nos vemos tentados a hacer a Dios responsable de un mal que dominó toda nuestra vida, advertimos que, por el contrario, en Jesucristo comparte Dios con nosotros nuestra condición, acompañándonos en todas las circunstancias por las que tenemos que atravesar, cargando junto con nosotros el peso de una lucha que es una progresiva liberación. En su exigente misericordia, nos saca de todos los refugios que nosotros nos buscamos para sustraernos a esa lucha contra la enfermedad, la guerra, el egoísmo, y para ejercer un dominio cada vez mayor sobre la naturaleza, que tiene que irse perfeccionando a fin de que pueda servir mejor al hombre. Nuestra pasividad ante el compromiso temporal se escuda tras un cúmulo de pretextos y de falsas razones denunciadas por Jesucristo, el cual nos precedió en el compromiso y en la lucha. Dios está con nosotros, conoce la condición del pecador, excluido el pecado en sí, puesto que pasó por la prueba de nuestro sufrimiento físico y moral. Desde entonces, ya no estamos solos. A pesar de todo, el mal, el sufrimiento y la muerte existen. Por supuesto que existen, pero la fe nos insta a echar una ojeada de ojos nuevos sobre una situación a veces intolerable, pero que ahora ya se apoya en una visión de esperanza posible en Jesucristo. Lo que esa visión esperanzadora nos presenta de cara al futuro hemos de vivirlo dentro de una oscuridad parcial que lleva consigo el riesgo de toda nuestra existencia en aras de una promesa de salvación que ya ha comenzado, pero que todavía necesita ser actualizada en su totalidad (Maertens-Frisque).
2. Deberíamos asimilar el salmo de hoy: «Dios mío, en ti confío, no quede yo defraudado... los que esperan en ti no quedan defraudados. Señor, enséñame tus caminos, haz que camine con lealtad».
“Levantar el alma” al Señor significa el ardiente deseo de poner ante Él la propia existencia. “Alma” es uno de los términos configuradores de este salmo, como también “confiar” y “esperar”. Los “traidores sin motivo” pueden ser o enemigos del salmista o quienes han abandonado al verdadero Dios por los ídolos traicionando la Alianza. Se pide a Dios (vv. 4-5) ser instruido en sus caminos, pues es Él quien nos lleva a la salvación, y se le pide perdón en virtud de su misericordia, amor y bondad (vv. 6-7). El Señor enseña su camino a los pecadores y humildes (vv. 8-9), al hacer deponer la soberbia y acogerse a la misericordia divina, “porque ha experimentado la clemencia del que vino en su ayuda” (S. Agustín: cf. Biblia de Navarra).
3. Mc 12, 18-27; cf domingo 32C. Jesús se encontró a menudo con los intelectuales de su tiempo. La serie de relatos del evangelio de Marcos que estamos leyendo es precisamente una recopilación que el evangelista hace de las controversias, bastante ásperas, entre Jesús y los círculos cultivados de la capital: miembros del Consejo de la nación, animadores políticos (Herodianos, Saduceos). Los Saduceos, racionalistas escépticos, representan bastante bien una tendencia existente también hoy."¿La resurrección? ¡Deja que nos riamos! ¡Esto es imposible!"
-Maestro, Moisés nos ha prescrito que si el hermano de uno viniere a morir y dejare la mujer sin hijos... Tener una descendencia numerosa tenía entonces gran importancia; por ello, la viuda sin hijos se veía en la obligación de volver a casarse con el hermano de su difunto marido. Los saduceos se apoyaban en esa curiosa situación para tratar de ridiculizar la resurrección.
-En la resurrección, ¿de cuál de los siete hermanos será la mujer? Respondióles Jesús: ¿No habéis caído en error, por no entender las escrituras, ni el poder de Dios? Primera respuesta elemental: la resurrección pertenece al dominio de Dios, y por consiguiente escapa al dominio de la imaginación. "¡No comprendéis!" Esto no es una razón para que una cosa no exista. La resurrección ultrapasa vuestra comprensión porque procede del "poder de Dios". Hay otras muchas realidades, fuera de nuestro alcance por ejemplo: el fenómeno de la "vida". Señor, esto es verdad. Soy incapaz de comprender cómo resucitaremos, pero confío en ti. Tengo Fe. Creo.
-Porque, en efecto, cuando resuciten de entre los muertos no se casarán sino que serán como ángeles en los cielos. Expresión misteriosa. Jesús nunca ha despreciado el matrimonio ni las realidades sexuales: incluso las ha situado a un nivel muy alto (Mc 10,1-12). Esta expresión quiere sin duda significar, muy sencillamente, que, resucitados, nuestra única preocupación será la de "servir y alabar" a Dios (Mt 18,10). Es sólo una indicación vaga. Pero está en la línea de una espiritualización del ser humano. ¿Y por qué no? El cuerpo es muy hermoso, pero el espíritu es una maravilla. ¿No vale más ser inteligente y bueno, que sólo un "bello animal"?
-¿No habéis leído en el libro de Moisés: "Yo soy el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob"? No hay Dios de muertos, sino de vivos. Estáis en un gran error. Ellos partían de la Biblia. Jesús da la vuelta a su argumento citando un pasaje del Pentateuco (Ex 3, 6), solamente reconocido por los Saduceos. Descubrimos aquí, una vez más, a un Jesús buen conocedor de las Escrituras, capaz de citar hábilmente una frase para dar apoyo a una discusión. Señor, haz que amemos las Escrituras, y abre nuestra inteligencia a su comprensión. Dios de vivos, haz que amemos la vida, hasta la vida eterna. Quiero fiarme de ti. Sé que Tú has creado la vida y que te interesa. Creo, según tus palabras que los que han dejado este mundo, viven (Noel Quesson).
Jesús responde desenmascarando la ignorancia o la malicia de los saduceos. A ellos les responde afirmando la resurrección: Dios es Dios de vivos. Aunque matiza esta convicción de manera que también los fariseos puedan sentirse aludidos: ellos sí creían en la resurrección pero la interpretaban demasiado materialmente. La otra vida será una existencia distinta de la actual, mucho más espiritual. En la otra vida ya no se casarán las personas ni tendrán hijos, porque ya estaremos en la vida que no acaba. Lo principal que nos dice esta página del evangelio es que Dios no es Dios de muertos, sino de vivos. Que nos tiene destinados a la vida. Es una convicción gozosa que haremos bien en recordar siempre, no sólo cuando se nos muere una persona querida o pensamos en nuestra propia muerte. La muerte es un misterio, también para nosotros. Pero queda iluminada por la afirmación de Jesús: «Yo soy la resurrección y la vida: el que crea en mí no morirá para siempre». No sabemos cómo, pero estamos destinados a vivir, a vivir con Dios, participando de la vida pascual de Cristo, nuestro Hermano. Esa existencia definitiva, hacia la que somos invitados a pasar en el momento de la muerte («la vida de los que en ti creemos no termina, se transforma»), tiene unas leyes muy particulares, distintas de las que vigen en este modo de vivir que tenemos ahora. Porque estaremos en una vida que no tendrá ya miedo a la muerte y no necesitará de la dinámica de la procreación para asegurar la continuidad de la raza humana. Es ya la vida definitiva. Jesús nos ha asegurado, a los que participamos de su Eucaristía: «El que me come, tendrá vida eterna, yo le resucitaré el último día». La Eucaristía, que es ya comunión con Cristo, es la garantía y el anticipo de esa vida nueva a la que él ya ha entrado, al igual que su Madre, María, y los bienaventurados que gozan de él. La muerte no es nuestro destino. Estamos invitados a la plenitud de la vida (J. Aldazábal).
San Agustín describía así la vida de eterna y amorosa comunión: «No padecerás allí límites ni estrecheces al poseer todo; tendrás todo, y tu hermano tendrá también todo; porque vosotros dos, tú y él, os convertiréis en uno, y este único todo también tendrá a Aquel que os posea a ambos». ¿Qué significa Dios para nosotros? ¿Qué sentido tiene creer en Él? Nuestra respuesta no podemos darla con simples palabras, sino de un modo vital, pues de ello dependen nuestras esperanzas y nuestras acciones cotidianas. Si Él sólo es una fantasía en nuestra mente podemos utilizarlo para explotar los sentimientos de los demás, para vivir cómodamente a base de una fe manipulada a favor de nuestros mezquinos intereses personales. Si después de esta vida ya no hay vida, ni unión eterna con Dios, ¿qué sentido tiene sacrificarlo todo por los demás? ¿no será mejor pensar en nosotros mismos y tratar de sacar el mejor partido a costa de los demás para disfrutar de la vida antes de que se nos acabe y quedemos reducidos a la nada? Quien ha perdido la fe en el Dios de la Vida podrá incluso manipular el culto, con tal de tener prestigio y riquezas hablando de un Dios en quien ya no cree, pero que puede dejarle fuertes dividendos económicos, de prestigio ante los poderosos y de influencia ante los políticos. Dios, el Dios de la Vida espera al hombre, peregrino de fe, que lucha esforzadamente para que la vida sea plena entre nosotros y no un guiñapo que ha perdido su dignidad. Al final gozaremos de Él, que nos guió y nos ayudó a vivir comprometidos con el hombre de cada día para ayudarle en el camino de su perfección. Esa vida no será continuación de este valle de lágrimas, sino la continuación de nuestra entrega y de nuestro amor, llevado a su plenitud gracias a la Redención y al amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús, su Hijo y Hermano nuestro. ¿Creemos realmente en esto? Que no sean nuestras palabras, sino nuestras obras y nuestra vida misma lo que dé una respuesta vital a esta pregunta de fe. El Dios de la Vida nos reúne en torno a Él. Su Hijo, habiendo entregado su vida, no fue abandonado a la muerte, sino que Dios lo resucitó de entre los muertos para que, quienes creamos en Él y unamos a Él nuestra vida, en Él tengamos Vida eterna. Por medio de la Eucaristía hacemos nuestra la misma vida de Dios; Él, en su Hijo, no viene a nosotros sólo como un visitante pasajero; Él viene a hacer su morada en nosotros. Así como el Padre está en el Hijo y el Hijo en el Padre, así el Hijo está en nosotros y nosotros en el Hijo (www.homiliacatolica.com). Una vez más, a este paso van a conseguir que deje de fumar o empiece a robar estancos. Además uno de los que más han subido es el Ducados, que es el que fumamos los españoles gorditos, bajitos y de más de cuarenta (lo del bigote es optativo). Será que los españoles de siempre tendremos que sacar a este país de la crisis, si es que tiene salida alguna. Está claro que por esto no vamos a organizar movilizaciones,, concentraciones ni huelgas de ceniza caída. Nos aguantaremos y creo que en mi caso dejaré de fumar. Nadie va a protestarle a la estanquera sobre lo caro que vende el tabaco, lo suben por ley y así se queda. Quienes queramos fumar tendremos que pagarlo. Será injusto, pero es sobre algo prescindible (aunque no os imagináis lo mal que lo paso cada vez que intento dejarlo). Pero no todas las leyes se refieren al tabaco, la forma de las tejas de las cubiertas o los límites de velocidad. Hay leyes que afectan a cuestiones fundamentales y por lo tanto su injusticia debe ser denunciable.
“No te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor y de mí, su prisionero. Toma parte en los duros trabajos del Evangelio, según la fuerza de Dios. Él nos salvó y nos llamó a una vida santa, no por nuestros méritos, sino porque, desde tiempo inmemorial, Dios dispuso darnos su gracia, por medio de Jesucristo; y ahora, esa gracia se ha manifestado al aparecer nuestro Salvador Jesucristo, que destruyó la muerte y sacó a la luz la vida inmortal, por medio del Evangelio. De este Evangelio me han nombrado heraldo, apóstol y maestro, y ésta es la razón de mi penosa situación presente; pero no me siento derrotado, pues sé de quién me he fiado y estoy firmemente persuadido de que tiene poder para asegurar hasta el último día el encargo que me dio.” Impresionante el testimonio de San Pablo. “Duros trabajos”. “Penosa situación presente”…. “pero no me siento derrotado”.
Parece que se va fraguando una ley de libertad religiosa nueva en España. Ley que nadie ha pedido y que no se reclama socialmente, pero que se va fraguando poco a poco. Ya se ha retirado el saludo militar a Cristo en la Eucaristía, los funerales de estado y, pasito a pasito, irán surgiendo más cosas. Es decir, que nos van a subir el precio de ser católicos. Y subirá más para los bajitos, gorditos y tal vez con bigote, es decir, a aquellos que tienen una fe sencilla, heredada de padres y abuelos, que sacan la Iglesia adelante con sus oraciones, sus silencios y su caridad cercana. Personas sin grandes teologías ni rimbombantes palabras, con vidas pequeñas, ocultas, escondidas. Que rezan por el Papa y por sus gobernantes y que verán cómo va desapareciendo de su vista todo aquello que les recordaba a Jesucristo. Y a sus hijos y a sus nietos les faltará ese retablo viviente que es la vida pública de los cristianos. ¿Si lo quitan será porque es malo? Por lo menos ya se va sembrando la sospecha. Podemos quedarnos callados, dejar que sólo los que puedan pagar el precio vivan como cristianos o lanzarnos a vivir. “¿no habéis leído en el libro de Moisés, en el episodio de la zarza, lo que le dijo Dios: “Yo soy el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob”? No es Dios de muertos, sino de vivos.” Lanzarnos a vivir nuestra fe sin vergüenza, sin sentirnos acobardados o acomplejados. A quien le moleste que yo rece el rosario dando vueltas a mi parroquia por la calle, que me denuncie. La madre que pierda a su hijo en alguna acción de paz a tiros que pida un funeral católico en el cuartel. En el trabajo poner la estampa del Cristo de mi pueblo y de la patrona de mi diócesis. Al salir de casa santiguarse e igual al pasar frente a una iglesia. Llenar los domingos los templos, pasar muchas veces (y si el párroco no quiere abrir, que abra) a hacer la visita al Santísimo, reavivar el fervor en las procesiones, revitalizar la catequesis,…. no sé, a cada uno se le ocurrirán mil cosas.
No tengamos miedo de ser católicos. No es cosa de carcas o de progres, es cosa de hijos de Dios, “sé de quién me he fiado y estoy firmemente persuadido de que tiene poder para asegurar hasta el último día el encargo que me dio.”
La Virgen nos dará mil ideas para vivir, no ser cristianos muertos de estantería de estanco, sino vivos y actuantes. En 2011 vendrá el Papa, (y antes a Barcelona y Santiago). ¿No pensarás verlo por la tele?
 Publicado en Comentario a las L

lunes, 4 de junio de 2012

Martes de la semana 9ª del Tiempo ordinario: estamos llamados a participar de las actividades temporales con el corazón lleno de amor de Dios.


PRIMERA LECTURA
Esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pedro 3, 12-15a. 17-18

Queridos hermanos:

Esperad y apresurad la venida del Señor, cuando desaparecerán los cielos, consumidos por el fuego, y se derretirán los elementos.

Pero nosotros, confiados en la promesa del Señor, esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva en que habite la justicia.

Por tanto, queridos hermanos, mientras esperáis estos acontecimientos, procurad que Dios os encuentre en paz con él, inmaculados e irreprochables.

Considerad que la paciencia de Dios es nuestra salvación.

Así, pues, queridos hermanos, vosotros estáis prevenidos; estad en guardia para que no os arrastre el error de esos hombres sin principios, y perdáis pie.

Creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, a quien sea la gloria ahora y hasta el día eterno. Amén.
Palabra de Dios.

Sal 89, 2. 3-4. 10. 14 y 16
R. Señor, tú has sido nuestro refugio de generación en generación.

Antes que naciesen los montes
o fuera engendrado el orbe de la tierra,
desde siempre y por siempre tú eres Dios. R

Tú reduces el hombre a polvo,
diciendo: «Retornad, hijos de Adán.»
Mil años en tu presencia son un ayer,
que pasó; una vela nocturna. R.

Aunque uno viva setenta años,
y el más robusto hasta ochenta, l
a mayor parte son fatiga inútil,
porque pasan aprisa y vuelan. R.

Por la mañana sácianos de tu misericordia,
y toda nuestra vida será alegría y júbilo.
Que tus siervos vean tu acción,
y sus hijos tu gloria. R.

EVANGELIO

Tobías 2,9-14 9 Aquella misma noche, después de bañarme, salí al patio y me recosté contra la tapia, con el rostro cubierto a causa del calor. 10 Ignoraba yo que arriba, en el muro, hubiera gorriones; me cayó excremento caliente sobre los ojos y me salieron manchas blancas. Fui a los médicos, para que me curasen; pero cuantos más remedios me aplicaban, menos veía a causa de las manchas, hasta que me quedé completamente ciego. Cuatro años estuve sin ver. Todos mis hermanos estaban afligidos; Ajikar, por su parte, proveyó a mi sustento durante dos años, hasta que se trasladó a Elimaida.11 En aquellas circunstancias, mi mujer Ana, tuvo que trabajar a sueldo en labores femeninas; hilaba lana y hacía tejidos 12 que entregaba a sus señores, cobrando un sueldo; el siete del mes de Dystros acabó un tejido y se lo entregó a los dueños, que le dieron todo su jornal y le añadieron un cabrito para una comida. 13 Cuando entró ella en casa, el cabrito empezó a balar; yo, entonces, llamé a mi mujer y le dije: «¿De dónde ha salido ese cabrito? ¿Es que ha sido robado? Devuélvelo a sus dueños, porque no podemos comer cosa robada.» 14 Ella me dijo: «Es un regalo que me han añadido a mi sueldo.» Pero yo no la creí; ordené que lo devolviera a los dueños y me irrité contra ella por este asunto. Entonces ella me replicó: «¿Dónde están tus limosnas y tus buenas obras? ¡Ahora se ve todo bien claro!»

Salmo 112,1-2,7-9 1 ¡Aleluya! ¡Dichoso el hombre que teme a Yahvé, que en sus mandamientos mucho se complace! 2 Fuerte será en la tierra su estirpe, bendita la raza de los hombres rectos. 7 no tiene que temer noticias malas, firme es su corazón, en Yahvé confiado. 8 Seguro está su corazón, no teme: al fin desafiará a sus adversarios. 9 Con largueza da a los pobres; su justicia por siempre permanece, su frente se levanta con honor.

Marcos 12,13–17 13 Y envían donde Él algunos fariseos y herodianos, para cazarle en alguna palabra. 14 Vienen y le dicen: «Maestro, sabemos que eres veraz y que no te importa por nadie, porque no miras la condición de las personas, sino que enseñas con franqueza el camino de Dios: ¿Es lícito pagar tributo al César o no? ¿Pagamos o dejamos de pagar?» 15 Mas Él, dándose cuenta de su hipocresía, les dijo: «¿Por qué me tentáis? Traedme un denario, que lo vea.» 16 Se lo trajeron y les dice: «¿De quién es esta imagen y la inscripción?» Ellos le dijeron: «Del César.» 17 Jesús les dijo: «Lo del César, devolvédselo al César, y lo de Dios, a Dios.» Y se maravillaban de Él.

Comentario: 1. Tb 2, 10-23. Empecemos por admirar el arte del narrador. Es una escena tan precisa y tan viva que se recuerda toda la vida aunque se haya oído contar una sola vez. Primera lección: los justos no son artificialmente preservados de la desgracia. Dios no interviene constantemente en las leyes del universo para hacer excepciones. El azar de ese grotesco accidente sugiere, sin necesidad de largos razonamientos, que no hay que hacer a Dios responsable de muchas «pruebas» que nos llegan como ésta por la conjunción de unas circunstancias ordinarias y ridículas. Segunda lección: nuestra fidelidad a Dios se pone a prueba en los acontecimientos más banales. Más frecuente que las grandes catástrofes cósmicas anunciadas por los apocalípticos, son las adversidades corrientes, que por desgracia provienen simplemente de la condición humana. "Excremento caliente que cae en los ojos". A menudo es conveniente desdramatizar, con algo de humor, si es posible, muchas de las cosas que nos suceden y que son ¡de ese tipo! La mayor parte de las veces el Reino de Dios se hallará en hechos en apariencia minúsculos... que podían no haber sucedido. Humildad. Realismo. Aceptación profunda de nuestra contingencia de criaturas limitadas. -Pero Dios permitió esa prueba para dar a la posteridad el ejemplo de su paciencia. Tercera lección: el mal puede a veces resultar en un bien. El autor afirma que, aunque Dios no haya querido ese accidente estúpido... lo ha "permitido" para que creciera el mérito de Tobías. Cuando se cree en Dios, es evidente que se cree que Dios no puede querer el mal: el que ama, sólo quiere el bien para los que ama... Ahora bien, Dios es Amor absoluto, el Padre por excelencia. Sin embargo, el mal que existe en el mundo parece ir en contra de esa convicción. ¡El mal cuestiona a Dios! Y es natural que nuestra primera reacción sea rebelarnos. Pero se trata de hallar en nuestra fe la certeza de que Dios lo «permite» tan sólo para que resulte un mayor bien. Esto es lo que Tobías vivió. Ayúdanos, Señor, a ver el bien que Tú quieres sacar de esas pruebas que nos llegan, sea por el juego de las leyes naturales, sea por culpa de algunos hombres, sea por nuestra propia culpa. Todo el tema de la Redención está ya ahí: ¡la cruz que se transforma en resurrección, la muerte que es vencida por la vida!

-Tobías fue siempre temeroso de Dios, por lo mismo no le reprochó la ceguera de que estaba afectado, sino que perseveró inquebrantablemente en el temor de Dios, glorificándole todos los días de su vida. Sentimos que surge aquí el relato edificante. ¡Es casi demasiado hermoso! A menudo nos resulta difícil aceptar la prueba. Pero, finalmente, ¿no es la fidelidad nuestra mejor actitud, como creyentes? Ayúdanos, Señor, a conservar la esperanza en la noche, cuando ya nada vemos. Cuando la «ceguera» cae sobre nuestros ojos de carne, refuerza en nosotros, Señor, esa luz interior que iluminaba la vida de Tobías.

-Ana, su mujer, es fiel, y no fue entendida por su marido. No es tan sólo meritoria respecto a Dios, sino que tiene la misma delicadeza de conciencia respecto a los hombres. -Furiosa, su mujer le injurió. No hay peor prueba que ese tipo de abandono (Noel Quesson). Típico: dos personas buenas, que no se encuentran, fieles pero en dos mundos distintos: Ana pierde la paciencia y tiene un pronto un poco duro con su marido (que a su vez tampoco fue muy oportuno en su pregunta sobre el cabrito).

El paralelismo de Tobías con Job es subrayado claramente por el libro, por la reacción de ambos ante las desgracias que les suceden. ¿Cómo reaccionamos nosotros ante las pruebas que nos depara la vida? Hay temporadas en que parece que se acumulan las malas noticias y no tenemos suerte en nada: salud, vida familiar, trabajo. ¿Nos rebelamos ante Dios? ¿o hacemos como Tobías y seguimos confiando en Él día tras día? Un cristiano creyente no se muestra agradecido a Dios sólo cuando todo le va bien, sino también cuando le acontece alguna desgracia. No sólo cuando el ambiente le ayuda, sino también cuando los comentarios de los demás son irónicos u hostiles. Un buen cristiano no pierde el humor ni la esperanza por nada. Deja siempre abierta la puerta a la confianza en Dios. Además, podemos también reflexionar sobre cómo reaccionamos ante una persona cercana a nosotros a quien le pasan estas desgracias: ¿contribuimos con nuestra palabra amable a devolverle la esperanza, o nuestros comentarios todavía le hunden más? (J. Aldazábal).

2. Salmo 112. Al que pone su confianza en Dios (v. 7) no le sucederá nada malo, ni aun cuando tuviera enemigos (v. 8). Además, porque hace limosnas (cf Pr 19,17; Tb 4,7-11) será perdonado por Dios y honrado por los demás (v. 9). San Pablo, cuando organizó la colecta a favor de los pobres de Jerusalén, citó este versículo: “y poderoso es Dios para colmaros de toda gracia, para que, teniendo siempre en todas las cosas todo lo necesario, tengáis abundacia en toda obra buena, según está escrito: repartió con largueza, dio a los pobre; su justicia permanece para siempre” (2 Cor 9,8-9).

Decía Juan Pablo II: “El centro de esta fidelidad a la palabra divina consiste en una opción fundamental, es decir, la caridad con los pobres y necesitados: "Dichoso el que se apiada y presta (...). Reparte limosna a los pobres" (vv. 5.9). Por consiguiente, el fiel es generoso: respetando la norma bíblica, concede préstamos a los hermanos que pasan necesidad, sin intereses (cf. Dt 15,7-11) y sin caer en la infamia de la usura, que arruina la vida de los pobres.

El justo, acogiendo la advertencia constante de los profetas, se pone de parte de los marginados y los sostiene con ayudas abundantes. "Reparte limosna a los pobres", se dice en el versículo 9, expresando así una admirable generosidad, completamente desinteresada.

El salmo 111/112, juntamente con el retrato del hombre fiel y caritativo, "justo, clemente y compasivo", presenta al final, en un solo versículo (cf. v. 10), también el perfil del malvado. Este individuo asiste al éxito del justo recomiéndose de rabia y envidia. Es el tormento de quien tiene una mala conciencia, a diferencia del hombre generoso cuyo "corazón está firme" y "seguro" (vv. 7-8). Nosotros fijamos nuestra mirada en el rostro sereno del hombre fiel, que "reparte limosna a los pobres".

3. Marcos 12, 13-17 (ver DOMINGO/29 A). Con su respuesta, Jesús no pone a Dios y al César en el mismo plano y mucho menos considera como independientes ambas realidades. Afirma la primacía de Dios (y por consiguiente la libertad de conciencia), pero la primacía de Dios y la libertad de conciencia no privan al estado de sus derechos. La frase de Jesús se puede acentuar de diversas formas. En un contexto religioso, en donde la afirmación de la primacía de Dios corre el riesgo de privar a la sociedad de su autonomía, el acento recae en "dad al César lo que es del César". Pero en una sociedad en donde la intromisión del estado se convierte en idolatría pública, el acento caerá en "dad a Dios lo que es de Dios", afirmando de este modo la libertad de conciencia y la repulsa decidida de todo tipo de idolatría política (Bruno Maggioni).

Este pasaje pertenece al relato de las "tentaciones" a que los escribas, fariseos y saduceos someten a Jesús. Los partidarios de Herodes lanzan el primer ataque, muy atentos a denunciar cualquier alusión hiriente al César. Creen, efectivamente, que Cristo pronunciará pronto alguna palabra en ese sentido, puesto que su pretensión de ser el Mesías no podrá tardar mucho en enfrentarse con el emperador. La pregunta es clásica en el mundo de los sabios encargados de interpretar la ley: "¿Está permitido...?" ¿Está permitido pagar el impuesto (considerado por los judíos como una obligación religiosa) al César, príncipe extranjero que no es de la raza de David y no tiene, por tanto, ningún derecho divino a reinar sobre el pueblo? Cristo responde con un argumento ad hominem: vosotros aceptáis la autoridad y los favores del imperio romano; aceptad también sus prescripciones y someteos a sus exigencias. No se pronuncia, pues, respecto a la legitimidad del poder; se limita a hacer constancia de que es aceptado y que, como tal, exige obediencia. Al actuar así, Jesús desacraliza el concepto de impuesto, que no es ya, como lo era para los judíos, un acto religioso en beneficio del templo y un reconocimiento de la teocracia, sino un acto profano regulado por el bien común. De esta forma quedan los inquisidores reducidos a su sitio y al mismo tiempo confirmados en su celo prorromano. Por eso añade Cristo un inciso: "y dad a Dios lo que es de Dios". Es decir: actuad de forma que vuestra obediencia cívica no esté en contradicción con vuestros deberes para con Dios. De donde se sigue una doble lección: la autoridad civil tiene derecho a la obediencia, sobre todo la de quienes se benefician de las ventajas que representa (Rom 13,1-8; Tit 3,1-3; 1 Pe 2,13-3,17), pero esa obediencia no puede contradecir una obediencia superior: la que se debe a Dios. La distinción que el Evangelio establece entre lo que es del César y lo que es de Dios no implica una contradicción intrínseca. Realmente es algo que cae fuera de toda duda. El Reino de Dios no margina a los reinos terrestres asumidos por Dios en Jesucristo. Querer dar a Dios lo que le es debido supone necesariamente también que se dé al César lo que le pertenece. El Reino de Dios no es de este mundo en el sentido de que no es uno más entre los reinos terrestres; pero está en el mundo, en el sentido de que es extensible a todos los reinos de acá abajo. No se podrá, por tanto, ser auténticamente cristiano al margen de las realidades de este mundo, y todo intento de marginación desemboca al final en un estilo de vida que es también marginal al verdadero Dios. La Iglesia no tiene, pues, por qué reclamar un lugar a ella reservado, un lugar en donde establecerse, puesto que es el signo visible del mundo reconciliado con Dios. No puede tampoco aspirar a ejercer su imperio sobre el mundo profano y secularizado; porque no es precisamente transformando el mundo en cristiandad, sino enviándole sus miembros sin orden preestablecido como representará para él su salvación final en Jesucristo (Maertens-Frisque).

La trampa es grosera, cuando es bien sabido que aquel impuesto estaba considerado como el signo de la sujeción a Roma. Los zelotes prohibían a sus seguidores pagarlo, mientras que los fariseos, opuestos a ello en principio, se acomodaban a la práctica, y los herodianos adulaban al poder establecido. Por lo tanto, cualquiera que sea la respuesta que dé Jesús, se meterá en dificultades; sus enemigos tendrán así un buen pretexto, sea para desacreditarle ante la población o para acusarle de rebelión contra el ocupante. Pero Jesús se muestra como el modelo: -aquél que dice siempre la verdad -el hombre incorruptible que no participa en tejemanejes, que no se arrastra ante los poderosos de turno, que no vende su conciencia..., resistente a todo chantaje, tráfico de influencias, transfuguismo. -el hombre de buen consejo acerca de "los caminos de Dios".

"Dad al César lo que es del César" "Y a Dios, lo que es de Dios". Jesús reconoce una autoridad civil en el mundo, y pide a los cristianos cumplir sus deberes respecto a la autoridad política. Pero indica también con nitidez que hay que discernir... no mezclar los dominios. Distinguir lo que es de Dios y lo que es del César, sin oponer, en lo posible, el uno al otro. Colaborar lealmente al bien común de la ciudad de los hombres. Pero ser tan fiel a Dios como a las autoridades civiles. Admirable equilibrio del pensamiento de Jesús. ¿Sabemos hoy evitar las mismas zancadillas? (Noel Quesson)

El César es autónomo: Cristo a su tiempo pagará el tributo por sí y por Pedro. La efigie del emperador romano en la moneda (en su tiempo, Tiberio) lo recuerda. Pero Dios es el que nos ofrece los valores fundamentales, los absolutos. Las personas hemos sido creadas «a imagen de Dios»: la efigie de Dios es más importante que la del emperador. Jesús no niega lo humano, «dad al César», pero lo relativiza, «dad a Dios». Las cosas humanas tienen su esfera, su legitimidad. Los problemas técnicos piden soluciones técnicas. Pero las cosas de Dios tienen también su esfera y es prioritaria. No es bueno identificar los dos niveles. Aunque tampoco haya que contraponerlos. No es bueno ni servirse de lo religioso para los intereses políticos, ni de lo político para los religiosos. No se trata de sacralizarlo todo en aras de la fe. Pero tampoco de olvidar los valores éticos y cristianos en aras de un supuesto progreso ajeno al plan de Dios. También nosotros podríamos caer en la trampa de la moneda, dando insensiblemente, contagiados por el mundo, más importancia de la debida a lo referente al bienestar material, por encima del espiritual. Un cristiano es, por una parte, ciudadano pleno, comprometido en los varios niveles de la vida económica, profesional y política. Pero es también un creyente, y en su escala de valores, sobre todo en casos de conflicto, da preeminencia a «las cosas de Dios». El magisterio social de la Iglesia, antes y después de la «Gaudium et Spes» del concilio Vaticano II, nos ha ayudado en gran manera a relacionar equilibradamente estos dos niveles, el del César y el de Dios, de modo que el cristiano pueda realizar en sí mismo una síntesis madura entre ambos (J. Aldazábal). Dice Jerónimo, «tenéis que dar forzosamente al César la moneda que lleva impresa su imagen; pero vosotros entregad con gusto todo vuestro ser a Dios, porque impresa está en nosotros su imagen y no la del César». A lo largo de su vida, Jesucristo plantea constantemente la cuestión de la elección. Somos nosotros los que estamos llamados a elegir, y las opciones son claras: vivir desde los valores de este mundo, o vivir desde los valores del Evangelio. Este discernimiento se va acogiendo en la oración, donde –dice Tertuliano- «Cristo nos va enseñando cuál era el designio del Padre que Él realizaba en el mundo, y cual la conducta del hombre para que sea conforme a este mismo designio».

En medio de las realidades de cada día, los cristianos no podemos eludir nuestras responsabilidades terrenas. Sin embargo no podemos elevar el poder temporal a la dignidad que sólo le corresponde a Dios. No podemos trabajar por las cosas temporales y por la construcción de la ciudad terrena como si eso fuese lo único que le diese sentido a nuestra vida. Dios, Creador de todo, nos quiere al servicio del bien de los demás. No podemos oprimirlos, buscando el poder temporal, o queriendo conservarlo mientras pisoteamos la dignidad y los derechos fundamentales de los demás. Dios puso la vida en nuestras manos para que la convirtamos en una continua alabanza de su santo Nombre. Pero también debemos colaborar para que la vida de todos aquellos que nos rodean, o que han sido encomendadas a nuestros cuidados pastorales, familiares, políticos o laborales, vuelvan a Dios, disfrutando de Él ya desde ahora por vivir con la debida dignidad, de hijos de Dios y hermanos nuestros, que les corresponde. Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de no sólo buscar nuestro bien personal, sino de preocuparnos del bien de todos para que el amor fraterno, nacido del amor a Dios, se haga realidad entre nosotros. Amén (www.homiliacatolica.com). No está bien robar, creo que en eso estamos casi todos de acuerdo. He conocido chavales a los que les gustaba robar, se lo pasan bien y o hacen de manera profesionalmente impecable. Que si una joyería, un robo con amenazas, un butrón, algún atraco a centros comerciales. Unos verdaderos profesionales y que, para su juventud, ya apuntan maneras. Cuando hablo con ellos -dado que no se dejan convencer de primeras para ponerse a sudar la camiseta y ganar dinero honradamente-, sí les digo que robar en una iglesia es una ordinariez. También ellos están de acuerdo. Luego seguimos hablando, la cuestión no es no robar en la parroquia, sino que roben a nadie más.

“Jesús, viendo su hipocresía, les replicó: -«Traedme un denario, que lo vea.» Se lo trajeron. Y él les preguntó: -«¿De quién es esta cara y esta inscripción?» Le contestaron: -«Del César.» Les replicó: -«Lo que es del César pagádselo al César, y lo que es de Dios a Dios.» Se quedaron admirados.” Estas son de las frases evangélicas que han hecho historia y todo el mundo conoce. Normalmente lo aplicamos al dinero, pero eso es algo que se queda cojo, así sólo hablamos del Cesar, que no nos roben en las iglesias, y nos olvidamos de lo que le corresponde a Dios. Y si alguien -por muy espiritual que sea-, no puede (o no debe), defraudar a Hacienda, otro -por muy mundano que sea-, no debe defraudar a Dios.

Para quien defrauda dinero preparamos leyes, sanciones, cárceles, multas y legislaciones. Pero también legislamos contra Dios, le quitamos el ser Señor de la vida y de la muerte, le encerramos en las sacristías, preparamos leyes de libertad (castración, diría yo) religiosa y apartamos como despreciable todo lo que suene a espiritualidad. La deuda que tenemos con Dios es más grande que la de los ayuntamientos con sus proveedores, y encima queremos denunciarle por intromisión en la vida que él ha creado. No somos nada justos. Nos quedamos a mitad de la frase y buscaremos dar al César lo que es del César y el César quiere también lo que es de Dios. Hoy tendría que decir el Evangelio: “Jesús, viendo su hipocresía, les replicó: -«Traedme un hombre, que lo vea.» Se lo trajeron. Y él les preguntó: -«¿De quién es esta cara y esta alma?» Le contestaron: -«De Dios.» Les replicó: -«Lo que es del César pagádselo al César, y lo que es de Dios a Dios.» Se quedaron admirados.” Somos hechos a imagen de Dios y creados por pura gratuidad, no podemos negarle a Dios lo que es suyo.

Menos mal que San Pedro nos recuerda lo importante: “Considerad que la paciencia de Dios es nuestra salvación”. Dios es paciente y misericordioso, se deja “estafar” por los hombres y no tiene que vivir de nuestras deudas con él. Pero ojalá nos tomemos tan en serio nuestra alma como nuestra cartera.

Nuestra Madre la Virgen sabe dar a Dos lo que es de Dios, toda su vida que gratuitamente recibió. Que ella nos ayude a vivir cada día con Él, por Él y en Él. Mañana creo que inauguramos nuevo diseño de la página web. Hay mucho trabajo y esfuerzo detrás que sin duda agradeceremos. Nos costará romper con la imagen de siempre, pero ojalá cada uno rompamos con nuestra imagen “de siempre” y empecemos a ser en verdad imagen de Dios.

domingo, 3 de junio de 2012


Lunes de la semana 9ª del tiempo ordinario: Jesús es el enviado por el Padre, para que crezcamos en el amor en la viña de Dios.

2 Pedro 3,12-15,17-18. 12 esperando y acelerando la venida del Día de Dios, en el que los cielos, en llamas, se disolverán, y los elementos, abrasados, se fundirán? 13 Pero esperamos, según nos lo tiene prometido, nuevos cielos y nueva tierra, en lo que habite la justicia. 14 Por lo tanto, queridos, en espera de estos acontecimientos, esforzaos por ser hallados en paz ante él, sin mancilla y sin tacha. 15 La paciencia de nuestro Señor juzgadla como salvación, como os lo escribió también Pablo, nuestro querido hermano, según la sabiduría que le fue otorgada. 17 Vosotros, pues, queridos, estando ya advertidos, vivid alerta, no sea que, arrastrados por el error de esos disolutos, os veáis derribados de vuestra firme postura. 18 Creced, pues, en la gracia y en el conocimiento de nuestro Señor y Salvador, Jesucristo. A él la gloria ahora y hasta el día de la eternidad. Amén.

Salmo  90,2-4,10,14,16: Antes que los montes fuesen engendrados, antes que naciesen tierra y orbe, desde siempre hasta siempre tú eres Dios. 3 Tú al polvo reduces a los hombres, diciendo: «¡Tornad, hijos de Adán!» 4 Porque mil años a tus ojos son como el ayer, que ya pasó, como una vigilia de la noche. 10 Los años de nuestra vida son unos setenta, u ochenta, si hay vigor; mas son la mayor parte trabajo y vanidad, pues pasan presto y nosotros nos volamos. 14 Sácianos de tu amor a la mañana, que exultemos y cantemos toda nuestra vida. 16        ¡Que se vea tu obra con tus siervos, y tu esplendor sobre sus hijos!

Evangelio según san Marcos 12,1-12. 1 Y se puso a hablarles en parábolas: «Un hombre plantó una viña, la rodeó de una cerca, cavó un lagar y edificó una torre; la arrendó a unos labradores, y se ausentó. 2 Envió un siervo a los labradores a su debido tiempo para recibir de ellos una parte de los frutos de la viña. 3 Ellos le agarraron, le golpearon y le despacharon con las manos vacías. 4 De nuevo les envió a otro siervo; también a éste le descalabraron y le insultaron. 5 Y envió a otro y a éste le mataron; y también a otros muchos, hiriendo a unos, matando a otros. 6 Todavía le quedaba un hijo querido; les envió a éste, el último, diciendo: "A mi hijo le respetarán". 7          Pero aquellos labradores dijeron entre sí: "Este es el heredero. Vamos, matémosle, y será nuestra la herencia." 8 Le agarraron, le mataron y le echaron fuera de la viña. 9 ¿Qué hará el dueño de la viña? Vendrá y dará muerte a los labradores y entregará la viña a otros. 10 ¿No habéis leído esta Escritura: La piedra que los constructores desecharon, en piedra angular se ha convertido; 11         fue el Señor quien hizo esto y es maravilloso a nuestros ojos?» 12 Trataban de detenerle - pero tuvieron miedo a la gente - porque habían comprendido que la parábola la había dicho por ellos. Y dejándole, se fueron.

Comentario: 1. 2P 1,1-7. En la serie de cartas más breves del NT que estamos leyendo, hoy y mañana escuchamos la segunda de Pedro, y después la segunda de Pablo a Timoteo.
Esta carta se atribuye en su título a Pedro, pero tal vez es una paternidad meramente literaria, como se hacía con frecuencia en su tiempo.
La página de hoy, el inicio de la carta, es muy dinámica: nos ha cabido en suerte una fe preciosa, ya tenemos lo que se había prometido en el AT, con esta fe recibida en el Bautismo escapamos de la corrupción de este mundo y sobre todo «participamos del mismo ser de Dios»; pero a la vez tenemos que progresar: «crezca vuestra gracia y paz».
Buen programa de vida para nosotros, cristianos. Son motivos de alegría y de estimulo para los que hemos recibido «esta fe tan preciosa» y tenemos la suerte de creer en Dios y en su enviado Jesús. Esa fe da sentido a toda nuestra vida. Pedro afirma nada menos que nos hace «participar del mismo ser de Dios», porque Jesús, al hacerse hombre, nos ha hecho a nosotros de la misma familia de Dios y nos comunica su vida sobre todo a través de los sacramentos.
Además de alegría, estimulo. Porque el programa de Pedro es que vayamos creciendo en gracia y en paz. Los dones de Dios son gratuitos, pero exigen que correspondamos a ellos con nuestra vida.
Se nos pide que nos esforcemos por añadir «a vuestra fe la honradez, a la honradez el criterio, al criterio el dominio propio, al dominio propio la constancia, a la constancia la piedad, a la piedad el cariño fraterno, al cariño fraterno el amor». Es una sabia mezcla de cualidades humanas y actitudes de fe: un retrato coherente de un cristiano con personalidad propia. Una personalidad que nos hace falta en medio de un mundo que también ahora sigue estando inmerso en la corrupción de la que ya hablaba Pedro.Hermanos, a vosotros «gracia y paz» por el conocimiento exacto de Dios y de nuestro Señor Jesucristo. La «gracia» es el don de la benevolencia divina...
La «paz» es el sentimiento de plenitud que habita en nosotros cuando estamos en amistad con Dios y con nuestros hermanos... Era éste el deseo habitual de los primeros cristianos.
Dios está en el origen de la gracia y de la paz. El hombre que se ha dejado investir por Dios es aquel a quien nada puede abatir ni siquiera turbar. Su paz interior sobrepasa toda agitación. "¿Quién podría separarnos del amor de Dios? La persecución, la tribulación, la angustia, el hambre? No, ni la vida, ni la muerte, nada podrá separarnos del amor de Dios" (Rm 8,35) Danos, Señor, tu paz.
Date a conocer plenamente. Haz que te conozcamos de veras. Que cada día descubra algo de Ti. Que cada nuevo acontecimiento me introduzca en un nuevo conocimiento de tu bondad, de tu proyecto. ¡Y que una paz profunda, procedente de Ti, invada mi vida cotidiana!
-El poder divino nos ha concedido cuanto se refiere a la vida y a la piedad, mediante el conocimiento perfecto del que nos ha llamado.
«Todo lo referente a la vida»... Me encanta esa visión. Pienso en todo lo que vive... Y considero que todo esto es una dote, un don. El formidable poder de vida que aflora en nuestro planeta viene de Dios, y es mantenido por Dios.
«Vida y piedad». No solemos ligar esos dos términos, hoy. De hecho es la historia de la lengua que corre el riesgo de cambiar poco a poco el sentido de las palabras en la mente de los hombres. No podemos emplear la misma «palabra», corriente en la Roma primitiva del tiempo de san Pedro porque aquella palabra no evoca ya lo mismo en nuestras mentes. La "piedad", era «la veneración, el respeto, el amor filial y sagrado». Es un valor siempre necesario a la «vida». Después de los desaciertos y las faltas de respeto actuales, el gran redescubrimiento de los años venideros será, sin duda, una nueva veneración por todo lo que es «natural».
-Para que os hiciérais partícipes de la naturaleza divina, huyendo de la corrupción que reina en el mundo. El hombre de la era técnica está tratando de descubrir la noción de «polución», la «corrupción de los equilibrios vitales». Al mismo tiempo «la corrupción moral» parece acentuarse en la misma humanidad. Pedro afirma aquí que el hombre puede escapar a la corrupción, mediante la «participación del hombre a la naturaleza divina».
Es una afirmación que hay que meditar. ¿Participo yo de Dios? ¿Estoy en comunión con Dios? ¿Me dejo influir por el pensamiento divino, por el modo de ver divino?, ¿trabajo en el proyecto divino sobre el mundo?, ¿mi ser es «amor», mi vida cotidiana es «amor» como Dios es «amor?». Mi naturaleza, mi modo de ser, ¿participan de la «Naturaleza divina»?
-Por esa misma razón, añadid a vuestra fe la virtud, el conocimiento, la templanza, la tenacidad, la piedad, el afecto fraterno, la caridad... La partieipación de la naturaleza divina no es una evasión teórica y abstracta, ni un «conocimiento» ineficaz... se concretiza en siete virtudes prácticas. Reconsiderar cada una de ellas, ¡contrastándolas con mi vida! (Noel Quesson).
2. El título atribuye este salmo a Moisés y hay semejanza con Dt 33. Tenemos en Nm 14 la historia a la que parece referirse este salmo. Reflexiona Moisés sobre la brevedad de la vida humana. Al cantarlo, podemos aplicarlo a los años de nuestra peregrinación por el desierto de esta vida.
A reconocer el absoluto y soberano dominio de Dios sobre el hombre, y su poder para disponer de él como le plazca. Al ver la fragilidad del hombre y su vanidad aun en medio de su mejor estado; consideremos bien la vida humana y veremos que es la vida de un moribundo…
3. Estamos leyendo los últimos días de la vida de Jesús en Jerusalén, con una ruptura creciente con los representantes oficiales de Israel. En verdad aparece Jesús como una persona valiente, al dedicar a sus enemigos la parábola de los viñadores, con la que les viene a decir que ya sabe de sus planes para eliminarlo. Ellos, desde luego, se dan por aludidos, porque «veían que la parábola iba por ellos». La alegoría de la viña, aplicada al pueblo de Israel, es conocida ya desde Isaías, con su canto sobre la viña que no daba los frutos que Dios esperaba de ella (Is 5). Aquí se dramatiza todavía más, con el rechazo y los asesinatos sucesivos, hasta llegar a matar al hijo y heredero del dueño de la viña.
Es un drama lo que sucedió con el rechazo de Jesús. Se deshacen del hijo.  Desprecian la piedra que luego resulta que era la piedra angular (Cristo, y su Iglesia). No conocen el tiempo oportuno, después de tantos siglos de espera. Pero la pregunta va hoy para nosotros, que no matamos al Hijo ni le despreciamos, pero tampoco le seguimos tal vez con toda la coherencia que merece. ¿Somos una viña que da los frutos que Dios espera? ¿Sabemos darnos cuenta del tiempo oportuno de la gracia, de la ocasión de encuentro salvador que son los sacramentos? ¿Nos aprovechamos de la fuerza salvadora de la Palabra de Dios y de la Eucaristía? Cada uno, personalmente, deberíamos hoy preguntarnos si somos viñas fructíferas o estériles. ¿Tendrá que pensar Dios en quitarnos el encargo de la viña y pasárselo a otros? ¿No estará pasando que, como Israel rechazó el tiempo de gracia, la vieja Europa esté olvidando los valores cristianos, que sí aprecian otras culturas y comunidades más jóvenes y dinámicas? ¿Nos extraña el que en algunos ambientes no nazcan vocaciones a la vida religiosa o ministerial, mientras que en otros sí abundan? La Palabra que escuchamos y la Eucaristía que celebramos deberían ayudarnos a producir en nuestra vida muchos más frutos que los que producimos para Dios y para el bien de todos (J. Aldazábal).
En esta parábola Jesús compendia la historia de la salvación y la suya propia. Sirviéndose de la alegoría de la viña (Is 5,1-7), narra los esfuerzos de Dios por hacer que el pueblo elegido diera frutos y la resistencia de los hombres, especialmente los jefes de Israel, a darlos” (Biblia de Navarra). La parábola que leeremos hoy no olvidemos que fue pronunciada por Jesús, públicamente, en Jerusalén, durante la "última semana", ante una muchedumbre en la que se mezclaban algunos discípulos... y gentes del Gran Sanedrín que buscaban una ocasión para prenderle.
-Jesús comenzó a hablar en parábolas a los escribas y a los ancianos: "Un hombre plantó una viña, la cercó de un muro, cavó un lagar y edificó una torre..."
Para un judío, conocedor de la Biblia, este texto es clarísimo.
Esta "viña", es el pueblo de Israel: todos los detalles -la cerca, el lagar, la torre- manifiestan el cuidado que Dios tiene de su viña... es un buen viñador, que ama su viña y de ella espera buenos racimos y buen vino. Los detalles mismos están sacados de Isaías, 5, 1-7; de Jeremías, 2, 21; de Ezequiel, 17, 6; 10, 10.
En silencio procuro evocar los beneficios de Dios: tantos cuidados, amor vigilante, precauciones. ¡Tú me amas Señor! Tú amas a todos los hombres, Tú esperas que den fruto... Te doy gracias por... por...
-Arrendó "su" viña y partió lejos de allí... Yo soy "tu" viña, Señor. Qué gran misterio... que te intereses por mí hasta tal punto, que me consideres como tuyo... Qué gran misterio... que Tú estés, aparentemente, "lejos", ausente, escondido, y sin embargo tan próximo, tan amable.
-Al primer servidor: le azotaron y le despidieron con las manos vacías...
Al segundo: lo hirieron en la cabeza y lo injuriaron... Al tercero: lo mataron... A otros aún: los azotaron o los mataron. Hay ya mucha sangre en todo esto. La Pasión está cerca. Jesús la ve acercarse... será dentro de unos días. Pero ¡ese "Viñador" es un loco! A nadie se le ocurre seguir enviando a "otros servidores" cuando los primeros han vuelto mal parados o no han vuelto... ¡No! El relato de Jesús no es verosímil en sentido propio. Pero Dios, sí, Dios, tiene esta paciencia, esta perseverancia, esta locura. Dios es desconcertante. ¿Hasta dónde es capaz de llegar con su amor?
-Le quedaba todavía uno, su Hijo "muy amado" y se lo envió también a ellos... ¡Cada vez es más inverosímil! ¡Pero es así! El adjetivo "muy amado" no está aquí por azar, es el epíteto usado siempre que una voz celeste anuncia la identidad de Jesús, en el bautismo, en la transfiguración (Mc 1,10; 9,7). La salvación es una obra de amor. Dios ama "su" viña, "su" humanidad, "su" Hijo muy amado. Y es Jesús mismo quien, por primera vez, usa esta palabra. La había oído del Padre el día de su bautismo. Los tres discípulos a su vez la habían oído en lo alto de la montaña. Y he aquí que Jesús la repite por su cuenta. Levanta por fin el velo sobre su identidad profunda, después de haber pedido tantas veces que lo guardasen en secreto: y es porque ya no es posible el equívoco; todo restablecimiento humano del reino de David es ahora ilusorio; la muerte está próxima, al fin de la semana.
-El dueño de la viña vendrá. Hará perecer a los viñadores, y dará la viña a otros: "La piedra que desecharon los constructores vino a ser la principal piedra angular. ¡El Señor es el que hizo esto y estamos viendo con nuestros ojos tal maravilla!" Jesús cita el salmo, 118, 22, el mismo que habían usado las multitudes para aclamarle, el día de su entrada mesiánica. La gloria está también allí. ¡Jesús no habla jamás de su muerte sin evocar también su resurrección! (Noel Quesson).
— Jesucristo es la piedra angular sobre la que se debe edificar la vida. Nuestra existencia está influida completamente por la condición de discípulos de Cristo. En la parábola de los viñadores homicida resume Jesús la historia de la salvación. El Señor, rechazado por aquellos a quienes viene a traer la salvación. No le quieren. Terminará Jesús diciendo estas palabras, tomadas de un Salmo: La piedra que rechazaron los constructores, esta ha llegado a ser piedra angular. Los dirigentes de Israel comprendieron el sentido claramente mesiánico de la parábola y que iba dirigida a ellos. Entonces intentaron prenderlo, pero una vez más temieron al pueblo.
San Pedro recordará las palabras de Jesús delante del Sanedrín, cuando ya se ha cumplido la predicción contenida en la parábola:quede claro a todos vosotros y a todo el pueblo de Israel que ha sido por el nombre de Jesucristo Nazareno, a quien vosotros crucificasteis... Él es la piedra que, rechazada por vosotros los constructores, ha llegado a ser piedra angular (Hch 4,10-11). Jesucristo se constituye como la piedra clave del arco que sostiene y fundamenta todo el edificio. Es la piedra esencial de la Iglesia, y de cada hombre: sin ella el edificio se viene abajo.
La piedra angular afecta a toda la construcción, a toda la vida: negocios, intereses, amores, tiempo...; nada queda fuera de las exigencias de la fe en la vida del cristiano. No somos discípulos de Cristo a determinadas horas (a la hora de rezar, por ejemplo, o cuando asistimos a una ceremonia religiosa...), o en determinados días... La profunda unidad de vida que reclama el ser cristiano determina que, permaneciendo todo con su propia naturaleza, se vea afectado por el hecho de ser discípulo de Jesús. Seguir a Cristo influye en el núcleo más íntimo de nuestra personalidad. En quien está hondamente enamorado, este hecho influye en todas las cosas y acontecimientos, por triviales que parezcan: al dar un paseo por la calle, en el trabajo, en el modo de comportarse en las relaciones sociales..., y no solo cuando está en presencia de la persona amada. Ser cristianos es la característica más importante de nuestra existencia, y ha de influir incomparablemente más en nuestra vida que el amor humano en la persona más enamorada.
Jesucristo es el centro al que hacen referencia nuestro ser y nuestra vida. “Supongamos a un arquitecto –comenta Casiano– que deseara construir la bóveda de un ábside. Debe trazar toda la circunferencia partiendo de un punto clave: el centro. Guiándose por esta norma infalible, ha de calcular luego la exacta redondez y el diseño de la estructura (...). Así es como un solo punto se convierte en la clave fundamental de una construcción imponente” (Casiano, Colaciones 24). De modo semejante, el Señor es el centro de referencia de nuestros pensamientos, palabras y obras. Con relación a Él queremos construir nuestra existencia.
— La fe nos da luz para conocer la verdadera realidad de las cosas y de los acontecimientos. Cristo determina esencialmente el pensamiento y la vida de sus discípulos. Por eso, sería una gran incoherencia dejar nuestra condición de cristianos a un lado a la hora de enjuiciar una obra de arte o un programa político, en el momento de realizar un negocio o de planear las vacaciones. Respetando la propia autonomía, las propias leyes que cada materia tiene y la amplísima libertad en todo lo opinable, el discípulo fiel de Jesús no se detiene en la consideración de un solo aspecto –económico, artístico, cinematográfico...– y no da por buenos unos proyectos o una obra sin más. Si en esos planes, en ese acontecimiento o en esa obra no se guarda la debida subordinación a Dios, su calificación definitiva no puede ser más que una, negativa, cualquiera que sean sus acertados valores parciales.
A la hora de realizar un negocio o aceptar un determinado puesto de trabajo, un buen cristiano no solo mira si le es rentable económicamente, sino también otras facetas: si es lícito con arreglo a las normas de moralidad, si produce el bien o el mal a otros, valora los beneficios que de él se derivan para la sociedad... Si es moralmente ilícito, o al menos poco ejemplar, las demás características –por ejemplo, la rentabilidad– no lo convierten en un buen negocio. Una buena operación comercial –si no es moral– es un negocio pésimo e irrealizable.
El error se presenta frecuentemente vestido con nobles ropajes de arte, de ciencia, de libertad... Pero la fuerza de la fe ha de ser mayor: es la poderosa luz que nos hace ver que detrás de aquella apariencia de bien hay en realidad un mal, que se manifiesta con la vestidura de una buena obra literaria, de una falsa belleza... Cristo ha de ser la piedra angular de todo edificio.
Pidamos al Señor su gracia, para vivir coherentemente nuestra vocación cristiana; así, la fe no será nunca limitación –”no puedo hacer”, “no puedo ir”...–: será luz para conocer la verdadera realidad de las cosas y de los acontecimientos, sin olvidar que el demonio intentará aliarse con la ignorancia humana –que no sabe ver la realidad total que se encierra en aquella obra o en aquella doctrina– y con la soberbia y la concupiscencia que todos arrastramos. Cristo es el crisol que pone a prueba el oro que hay en las cosas humanas; todo lo que no resiste a la claridad de sus enseñanzas es mentira y engaño, aunque se vista con alguna apariencia de bondad o de perfección.
Con el criterio que da esta unidad de vida -ser y sentirnos en toda ocasión fieles discípulos del Señor-, podremos recoger tantas cosas buenas que han hecho y pensado los hombres que se han guiado por un criterio humano recto, y ponerla a los pies de Cristo. Sin la luz de la fe nos quedaríamos en muchos momentos con la escoria, que nos engañó porque tenía algún reflejo de bondad o de belleza.
Para tener un criterio formado, además de poner los medios, es preciso tener una voluntad recta, que quiera llevar a cabo, ante todo, el querer de Dios. Así se explica que personas sencillas, de escasa instrucción y quizá con pocas luces naturales, pero de intensa vida cristiana, tengan un criterio muy recto, que les hace juzgar atinadamente de los diversos acontecimientos; mientras que otras personas, tal vez más cultivadas o incluso de gran capacidad intelectual, en ocasiones dan pruebas de una lamentable ausencia de buen juicio y se equivocan hasta en lo que es elemental.
La unidad de vida, un vivir habitual cristiano, nos mueve a juzgar con certeza, descubriendo los verdaderos valores humanos de las cosas. Así llevaremos a Cristo, santificándolas, todas las realidades humanas nobles. Preguntémonos: ¿vivo en coherencia con la fe, con la vocación, en todas las situaciones? Al tomar decisiones, importantes o de la vida diaria, ¿tengo en cuenta ante todo lo que Dios espera de mí? Y concretemos en qué puntos nos pide el Señor un comportamiento más decididamente cristiano.
— El cristiano tiene su propia escala de valores frente al mundo. El cristiano –por haber fundamentado su vida en esa piedra angular que es Cristo– tiene su propia personalidad, su modo de ver el mundo y los acontecimientos, y una escala de valores bien distinta del hombre pagano, que no vive la fe y tiene una concepción puramente terrena de las cosas. Una fe débil y tibia, de poca influencia real en lo ordinario, “puede provocar en algunos esa especie de complejo de inferioridad, que se manifiesta en un inmoderado afán de “humanizar” el Cristianismo, de “popularizar” la Iglesia, acomodándola a los juicios de valor vigentes en el mundo” (J. Orlandis). Por eso, el cristiano, a la vez que está metido en medio de las tareas seculares, necesita estar “metido en Dios”, a través de la oración, de los sacramentos y de la santificación de sus quehaceres. Se trata de ser discípulos fieles de Jesús en medio del mundo, en la vida corriente de todos los días, con todos sus afanes e incidencias. Así podremos llevar a cabo el consejo que San Pablo daba a los primeros cristianos de Roma, cuando les alertaba contra los riesgos de un conformismo acomodaticio con las costumbres paganas: no queráis conformaros a este siglo (Rm 12,2). A veces, este inconformismo nos llevará a navegar contra corriente y arrostrar el riesgo de la incomprensión de algunos. El cristiano no debe olvidar que es levadura, metida dentro de la masa a la que hace fermentar.
Nuestro Señor es la luz que ilumina y descubre la verdad de todas las realidades creadas, es el faro que ofrece orientación a los navegantes de todos los mares. “La Iglesia (...) cree que la clave, el centro y la finalidad de toda la historia humana se encuentra en su Señor y Maestro” (Gaudium et spes, 10). Jesús de Nazaret sigue siendo la piedra angular en todo hombre. El edificio construido a espaldas de Cristo está levantado en falso. Pensemos hoy, al término de nuestra oración, si la fe que profesamos influye cada vez más en la propia existencia: en la forma de contemplar al mundo y a los hombres, en nuestra manera de comportarnos, en el afán, con obras, de que todos los hombres conozcan de verdad a Cristo, sigan su doctrina y la amen.

sábado, 2 de junio de 2012


Santísima Trinidad; ciclo B

Meditaciones de la semana
en Word y en PDB
Jesús está con nosotros por la gracia del Espíritu Santo, y con ellos también el Padre vive en nuestro interior
 “En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Al verlo, ellos se postraron, pero algunos vacilaban. Acercándose a ellos, Jesús les dijo: "Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mateo 28,16-20).
1. Jesús, veo que subes al monte cuando haces cosas importantes; hoy te reúnes en un monte de Galilea para tu despedida. En un monte también nos diste tus leyes, en el de la transfiguración te mostraste ya glorioso, en el de las bienaventuranzas nos mostraste el camino tuyo y que ha de ser el nuestro, y en un monte escogiste a los Apóstoles… Veo que Moisés vio y habló con Dios en el monte Sinaí; todo esto te anunciaba a Ti, que ves a Dios Padre y Él se ve en Ti, que hablas con Él, que ers el nuevo Moisés que nos das la Nueva Ley: “Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra”.
Te veo como el que deja su “escuela”, para que sigamos tu obra: “Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado”. Entiendo que el apostolado es mi vida, como lo es tuya: proclamar tu Reino de amor y paz.
Veo también en lo que hoy nos dices, que no he de desanimarme por nada, pues Tú estás conmigo: “Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”. No Te has ido, sino que has venido. Eres el "Emmanuel, Dios con nosotros", y con tu Espíritu vives en mí, me das tu vida para que yo tenga vida al estar en Ti.
Jesús, Tú eres camino hacia la Trinidad, como nos recuerda S. Pablo: "La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo estén con todos vosotros" (2 Cor 13). Es el misterio más grande: Dios en mí… Un niño jugaba haciendo agujeros en la arena de la playa, y sacaba agua de allí con un cubo, quería sacarla toda, hasta que le dijo el hermano que se filtraba la del mar, que no podía vaciarlo todo. Esto nos pasa contigo, Señor: no podemos hacer que entres en nuestra cabeza, no podemos entenderlo todo, pero sí podemos tratarte y amarte en tus Tres Personas.
Veo a la gente imitar a su líderes preferidos, que siguen las modas, que visten con el estilo de esos “personajes”. Así también quiero mirarte, Señor, para irme pareciendo más a Ti. Además, te quedas en nuestra alma, nos das su Espíritu para tratar contigo a Dios Padre. Te pido, Padre, por tu Hijo y en tu Espíritu, que ponga mi esperanza en Ti sin preocupaciones inútiles, que oiga tu Espíritu para que no sucumba al desaliento. Que no deje de buscarte aunque haya cosas que no entienda. Te pido que ansíe ver tu rostro, Jesús, con ardor, tú eres Camino para conocer la presencia de la Trinidad en mí. Dame esperanza para entender que ya tengo el cielo cuando te tengo.
2. Vemos en la primera lectura a Moisés que recibe de Dios la Alianza, un pacto de amor: “medita en tu corazón que el Señor es el único Dios allá arriba en el cielo y aquí abajo en la tierra; no hay otro”. Seór, tú eres el Dios del cielo, que estás también aquí en la tierra, junto a nosotros. Ayúdame a meditar en mi corazón tus palabras, como María. Aunque no lo vea como ella, sé que yo también tengo un ángel que me has puesto, para que me cuide… Un día me dijo un niño de 6 años: “yo he visto mi ángel de la guarda”. Yo le contesté: “me parece estupendo… yo no he tenido esta suerte, no he visto nunca el mío”. No depende nuestra fe de visiones de la Virgen o de los ángeles. Tampoco quiero que dependa de que tenga yo ganas de ir a Misa, ni tan solo es cuestión de sentimientos, porque a veces podríamos decir: “mi piedad antes tan segura y llena, me parece una comedia”... Se trata más bien de algo que pone Dios en mi alma, que hace que yo me fíe de Él, como expresaba san Josemaría: “Pues a los que atraviesan esa situación, y a todos vosotros, contesto: ¿una comedia? ¡Gran cosa! El Señor está jugando con nosotros como una padre con sus hijos.
”Se lee en la Escritura (…) que Él juega en toda la redondez de la tierra. Pero Dios no nos abandona: (…) son mis delicias estar con los hijos de los hombres. ¡El Señor juega con nosotros! Y cuando se nos ocurra que estamos interpretando una comedia… ha sonado la hora de pensar que Dios juega con nosotros… De ordinario yo voy a contrapelo. Sigo mi plan, no porque me guste, sino porque debo hacerlo, por Amor”.
De manera que esa impersión de no “sentir”, de “hacer comedia”, no es una hipocresía, como sigue explicando: “Quédate tranquilo: para ti ha llegado el instante de participar en una comedia humana con un espectador divino. Persevera, que el Padre, y el Hijo, y el Espíritu Santo, contemplan esa comedia tuya; realiza todo por amor a Dios, por agradarle, aunque a ti te cueste”.
Es algo bonito, “¡ser juglar de Dios! ¡Qué hermoso recitar esa comedia por Amor, con sacrificio, sin ninguna satisfacción personal, por agradar a nuestro Padre Dios, que juega con nosotros! Encárate con el Señor, y confíale: no tengo ninguna ganas de ocuparme de esto, pero lo ofreceré por Ti. Y ocúpate de verdad de esa labor, aunque pienses que es una comedia. ¡Bendita comedia!“
Hacer las cosas por amor, lo que agrada a Dios, como sigue diciendo la lectura de hoy: “Guarda los preceptos y mandamientos que yo te prescribo hoy, para que seas feliz”, aquí y en la vida eterna.
Con el Salmo alabamos al Señor, porque “su misericordia llena la tierra. / La palabra del Señor hizo el cielo (…) porque El lo dijo y existió, / El lo mandó y surgió”. Cantamos a Dios, “nuestro auxilio y escudo; / que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, / como lo esperamos de ti”. Creo, Señor, que el universo no surgió ni se desarrolló por una lucha entre dioses, como decían los antiguos mitos orientales, ni por la casualidad como dicen los nuevos mitos de la ciencia, sino gracias a Ti, Padre, con tu “Palabra” (el Hijo), y tu “Aliento” (tu Espíritu). Así intervienes en la historia como padre tierno y cariñoso: «padre de los huérfanos y defensor de las viudas» (Salmo 68). Dios es Padre a pesar de nuestras infidelidades: “se han conmovido mis entrañas por él; ternura hacia él no ha de faltarme” (Jeremías 31).
Muchas veces no te vemos, Señor, no comprendemos. Enséñame a amarte, a saber que estás conmigo, que todo irá bien: “Yo le enseñé a caminar, tomándole por los brazos, pero ellos no comprendieron que yo cuidaba de ellos. Con cuerdas humanas los atraía, con lazos de amor, y era para ellos como los que alzan a un niño contra su mejilla, me inclinaba hacia él y le daba de comer... Mi corazón está en mí trastornado, y a la vez se estremecen mis entrañas» (Oseas 11).
3. “Los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios”, nos dice hoy san Pablo. Pues ahí está todo: ser dóciles a Sus inspiraciones, para vivir como hijos de Dios: “Habéis recibido, no un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor, sino un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace gritar: ¡Abba! (Padre)”. Dios en mí, que me sugiere, anima, fortalece, llena de esperanza: “Ese Espíritu y nuestro espíritu dan un testimonio concorde: que somos hijos de Dios; y si somos hijos, también herederos, herederos de Dios y coherederos con Cristo”.
Llucià Pou Sabaté

viernes, 1 de junio de 2012


Sábado de la 8ª semana de Tiempo Ordinario. Dios puede preservarnos de tropiezos y ante su gloria sin mancha. Tenemos necesidad de ir a Dios, y Jesús nos lleva con autoridad

Judas 17.20b-25. Queridos hermanos, acordaos de lo que predijeron los apóstoles de nuestro Señor Jesucristo. Idos asentando sobre el cimiento de vuestra santa fe, orad movidos por el Espíritu Santo y manteneos así en el amor de Dios, aguardando a que la misericordia de nuestro Señor Jesucristo os dé la vida eterna. ¿Titubean algunos? Tened compasión de ellos; a unos, salvadlos, arrancándolos del fuego; a otros, mostradles compasión, pero con cautela, aborreciendo hasta el vestido que esté manchado por la carne. Al único Dios, nuestro salvador, que puede preservaros de tropiezos y presentaros ante su gloria exultantes y sin mancha, gloria y majestad, dominio y poderío, por Jesucristo, nuestro Señor, desde siempre y ahora y por todos los siglos. Amén.

Salmo 62,2-6. Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío.
Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo, / mi alma está sedienta de ti; / mi carne tiene ansia de ti, / como tierra reseca, agostada, sin agua.
¡Cómo te contemplaba en el santuario / viendo tu fuerza y tu gloria! / Tu gracia vale más que la vida, / te alabarán mis labios.
Toda mi vida te bendeciré / y alzaré las manos invocándote. / Me saciaré como de enjundia y de manteca, / y mis labios te alabarán jubilosos.

Evangelio según san Marcos 11,27-33. En aquel tiempo, Jesús y los discípulos volvieron a Jerusalén y, mientras paseaba por el templo, se le acercaron los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos y le preguntaron: -«¿Con qué autoridad haces esto? ¿Quién te ha dado semejante autoridad?» Jesús les respondió: -«Os voy a hacer una pregunta y, si me contestáis, os diré con qué autoridad hago esto: El bautismo de Juan ¿era cosa de Dios o de los hombres? Contestadme.» Se pusieron a deliberar: -«Si decimos que es de Dios, dirá: "¿Y por qué no le habéis creído?" Pero como digamos que es de los hombres ... » (Temían a la gente, porque todo el mundo estaba convencido de que Juan era un profeta.) Y respondieron a Jesús: -«No sabemos.» Jesús les replicó: -«Pues tampoco yo os digo con qué autoridad hago esto.»

Comentario: 1.- Judas 17,20b-25. a) Hoy leemos uno de los escritos más breves del NT: la carta de san Judas. No sabemos con seguridad quién es su autor. No parece ser el apóstol san Judas. Tal vez sea Judas, el hermano de Santiago y por tanto primo de Jesús, el que sucedió a Santiago como responsable de la comunidad de Jerusalén. Lo que sí es seguro es que pertenece al tiempo inmediatamente después de los apóstoles. La breve carta va dirigida, con términos muy duros, contra los gnósticos, que se metían a maestros en la comunidad, proclamando un espiritualismo que se demostraba falso, entre otras cosas por el libertinaje moral a que iba unido. Leemos los versículos finales, en que el autor anima a los cristianos a mantenerse fieles en su fe, sin hacer caso de desviaciones. Por una parte se ve claramente que habla de las tres personas de la Trinidad: «Movidos por el Espíritu Santo, manteneos en el amor de Dios, aguardando a nuestro Señor Jesucristo». También parece como si hubiera querido reunir en un mismo programa de vida las tres virtudes teologales: «Continuando el edificio de vuestra santa fe... manteneos en el amor de Dios, aguardando a que Jesucristo os dé la vida eterna».
b) Cada generación cristiana necesita permanecer alerta ante los falsos maestros y los movimientos que no vienen del Espíritu de Dios. Por eso se tiene que mantener vigilante y ejercer con sabiduría el oportuno discernimiento, guiada por el magisterio de los que Cristo puso como pastores y responsables en la comunidad. Haremos bien en escuchar a san Judas en su dinámico programa: seguir edificando sólidamente la fe, mantener el amor, dejarnos ganar por la esperanza, apoyarnos en Dios. que es «el único que puede preservaros de tropiezos y presentaros ante su gloria exultantes y sin mancha». Es muy realista la consigna que da respecto a los vacilantes: «Algunos titubean: tened compasión de ellos; a unos, salvadlos arrancándolos del fuego; a otros, mostradles compasión pero con prudencia». En los tiempos que corremos, tan difíciles como los primeros, nos tenemos que ayudar unos a otros, apoyándonos ante las dificultades.
Judas fue obispo de Jerusalén, después de su hermano mayor. Esta breve Epístola es particularmente violenta para con los «heréticos», los «falsos doctores», tan reprensibles por sus errores doctrinales como por su mala conducta moral.
-Vosotros, queridos hermanos, acordaos de lo que predijeron los Apóstoles de nuestro Señor Jesucristo. La referencia de la verdad es el evangelio... lo que han relatado los apóstoles. Es una llamada a la «tradición». La verdad no se inventa, se recibe. Para nosotros HOY es una invitación suplementaria a referirnos, sin cesar, a la Palabra de Dios, a tratar de comprenderla mejor. No basta con «repetir» las palabras del pasado... pero es en estas "palabras" fielmente conservadas, que se encuentra el criterio de la verdad. A nosotros nos toca traducirlas sin traicionarlas. Costosa responsabilidad la de los cristianos de nuestro tiempo, en este siglo de mutación acelerada: decir la verdad eterna en el lenguaje de hoy. Danos, Señor, esa fidelidad y esa audacia. Ser a la vez «hombres de tradición»... y «hombres de hoy»...
-Orad en el Espíritu Santo. Manteneos en el amor de Dios. Estad prestos a recibir la misericordia de nuestro Señor Jesucristo. Conforme a la práctica de la Iglesia primitiva la conclusión de san Judas se inscribe en el marco de un himno trinitario. Es también el plan general de muchas oraciones de la misa: el «Gloria a Dios en el cielo»... "Creo en Dios Padre..." las plegarias eucarísticas... El final de cada una de las oraciones de la misa es también trinitario: por Jesucristo, tu Hijo, nuestro Señor y nuestro Dios que contigo vive y reina en la unidad del Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. ¿Qué lugar ocupa la Trinidad en mi oración?
-Si titubean algunos, tratad de convencerlos, salvadlos arrancándolos del fuego, a otros mostradles misericordia con cautela, odiando incluso la túnica manchada por su carne... La polémica contra los "heréticos" se transparenta aquí. ¡Hay que tratar de salvarlos discutiendo con ellos! Pero a otros hay que tratarlos con mucha cautela e incluso huir de ellos. La fórmula es particularmente violenta. En ciertas épocas de la historia de la Iglesia, quizá se ha acentuado demasiado este ponerles de lado, este apartarlos. Perdón, Señor, por las épocas de Inquisición. En nuestra época quizá se corre el riesgo de incurrir en la confusión inversa, un liberalismo tan abierto que llega a desconcertar. Una vez más, Señor, danos, da a tu Iglesia, el rigor del pensamiento justo y fiel y la apertura amorosa al pensamiento de los demás, a las objeciones de los no-creyentes o de los que no piensan como nosotros.
-Al que puede preservaros de la caída y presentaros sin tacha ante su gloria con alegría... fuerza y poder, ahora y por todos los siglos. Amén. ¡Danos, Señor, este sentido agudo de tu Gloria! Ayúdanos a ser más «irreprochables»... y "llenos de alegría"... (Noel Quesson).
Todo el escrito de Judas está presidido por una preocupación: que los cristianos se mantengan firmes en la fe tradicional, que proviene de los apóstoles y que han recibido de una vez para siempre (w 3.17.20), y que no se dejen engañar, seducidos por el modo de obrar y de hablar (8-16) de quienes, llamándose discípulos y participando en «vuestras comidas fraternas», son en realidad impíos (4.12.18-19). Impíos de los últimos tiempos (18), que en sus desviaciones no se distinguen de todos los que han vivido en el curso de la historia de salvación (4). El autor expone lo que les pasó a los impíos antiguos (5-8) para mostrar cómo éstos, que viven cometiendo los mismos pecados, no podrán evitar su condenación en el juicio del Señor (9-16). En la descripción de los pecados de los impíos, el autor, cristiano, muestra una formación judía, muy influida por escritos apócrifos como es el libro de Henoc (6.15-16) la Asunción de Moisés (9) y el Testamento de los Doce Patriarcas, donde también se citan, uno tras otro, el pecado de los ángeles y el de Sodoma (6-7).
En su exhortación a luchar por la fe, el autor da importancia a unos fundamentos sólidos; sobre ellos, el amor de Dios la esperanza en Jesucristo y la oración al Espíritu Santo, que unifica todo pluralismo y diversidad de dones (1 Cor 12,4.7.11), irán construyendo un firme edificio de vida eterna. La fe, pues, supone unos conocimientos, una doctrina recibida, que hay que recordar constantemente, y una acción que la mantiene viva, ya que quien escucha y conoce las palabras de Jesús, pero no las pone en práctica, "se parece al necio que construyó su casa sobre arena" (Mt 7,26). Un cristiano auténtico, en total desacuerdo con los vicios de la carne, no puede quedar indiferente ante los falsos discípulos: debe convencer a los que vacilan (22), apartar del fuego a los que se queman, sin ninguna clase de opresión ni de injuria, ya que el que lucha de parte de Dios siempre deja el juicio, la represión y el castigo al Señor (9.23; Rom 12,19), el cual «no quebrará la caña cascada ni apagará el pábilo vacilante. Promoverá fielmente el derecho, no vacilará ni se quebrará» (Is 42,3-4a) (J. Magí).
            2. Juan Pablo II comenta: “El salmo 62… es el salmo del amor místico, que celebra la adhesión total a Dios, partiendo de un anhelo casi físico y llegando a su plenitud en un abrazo íntimo y perenne. La oración se hace deseo, sed y hambre, porque implica el alma y el cuerpo. Como escribe santa Teresa de Ávila, "sed me parece a mí quiere decir deseo de una cosa que nos hace tan gran falta que, si nos falta, nos mata". La liturgia nos propone las primeras dos estrofas del salmo, centradas precisamente en los símbolos de la sed y del hambre, mientras la tercera estrofa nos presenta un horizonte oscuro, el del juicio divino sobre el mal, en contraste con la luminosidad y la dulzura del resto del salmo.
Así pues, comenzamos nuestra meditación con el primer canto, el de la sed de Dios (cf vv 2-4). Es el alba, el sol está surgiendo en el cielo terso de la Tierra Santa y el orante comienza su jornada dirigiéndose al templo para buscar la luz de Dios. Tiene necesidad de ese encuentro con el Señor de modo casi instintivo, se podría decir "físico". De la misma manera que la tierra árida está muerta, hasta que la riega la lluvia, y a causa de sus grietas parece una boca sedienta y seca, así el fiel anhela a Dios para ser saciado por él y para poder estar en comunión con él. Ya el profeta Jeremías había proclamado: el Señor es "manantial de aguas vivas", y había reprendido al pueblo por haber construido "cisternas agrietadas, que no retienen el agua" (Jr 2,13). Jesús mismo exclamará en voz alta: "Si alguno tiene sed, venga a mí, y beba, el que crea en mí" (Jn 7,37-38). En pleno mediodía de una jornada soleada y silenciosa, promete a la samaritana: "El que beba del agua que yo le dé, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que brota para vida eterna" (Jn 4,14).
Con respecto a este tema, la oración del salmo 62 se entrelaza con el canto de otro estupendo salmo, el 41: "Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío; tiene sed de Dios, del Dios vivo" (vv. 2-3). Ahora bien, en hebreo, la lengua del Antiguo Testamento, "el alma" se expresa con el término nefesh, que en algunos textos designa la "garganta" y en muchos otros se extiende para indicar todo el ser de la persona. El vocablo, entendido en estas dimensiones, ayuda a comprender cuán esencial y profunda es la necesidad de Dios: sin él falta la respiración e incluso la vida. Por eso, el salmista llega a poner en segundo plano la misma existencia física, cuando no hay unión con Dios: "Tu gracia vale más que la vida" (Sal 62,4). También en el salmo 72 el salmista repite al Señor: "Estando contigo no hallo gusto ya en la tierra. Mi carne y mi corazón se consumen: ¡Roca de mi corazón, mi porción, Dios por siempre! (...) Para mí, mi bien es estar junto a Dios" (vv. 25-28).
Después del canto de la sed, las palabras del salmista modulan el canto del hambre (cf. Sal 62,6-9). Probablemente, con las imágenes del "gran banquete" y de la saciedad, el orante remite a uno de los sacrificios que se celebraban en el templo de Sión: el llamado "de comunión", o sea, un banquete sagrado en el que los fieles comían la carne de las víctimas inmoladas. Otra necesidad fundamental de la vida se usa aquí como símbolo de la comunión con Dios: el hambre se sacia cuando se escucha la palabra divina y se encuentra al Señor. En efecto, "no sólo de pan vive el hombre, sino que el hombre vive de todo lo que sale de la boca del Señor" (Dt 8,3; cf. Mt 4,4). Aquí el cristiano piensa en el banquete que Cristo preparó la última noche de su vida terrena y cuyo valor profundo ya había explicado en el discurso de Cafarnaúm: "Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él" (Jn 6,55-56)…
En una lectura de este salmo a la luz del misterio pascual, la sed y el hambre que nos impulsan hacia Dios, se sacian en Cristo crucificado y resucitado, del que nos viene, por el don del Espíritu y de los sacramentos, la vida nueva y el alimento que la sostiene.
Nos lo recuerda san Juan Crisóstomo, que, comentando las palabras de san Juan: de su costado "salió sangre y agua" (cf. Jn 19,34), afirma: "Esa sangre y esa agua son símbolos del bautismo y de los misterios", es decir, de la Eucaristía. Y concluye: "¿Veis cómo Cristo se unió a su esposa? ¿Veis con qué nos alimenta a todos? Con ese mismo alimento hemos sido formados y crecemos. En efecto, como la mujer alimenta al hijo que ha engendrado con su propia sangre y leche, así también Cristo alimenta continuamente con su sangre a aquel que él mismo ha engendrado".
3.- Mc 11,27-33. a) La escena de hoy es continuación de la de ayer: ante el gesto profético de Jesús expulsando a los mercaderes y cambistas del Templo, las autoridades, alborotadas por un gesto tan provocativo, envían una delegación a pedirle cuentas de con qué autoridad lo ha hecho. Jesús no les contesta, sino que a su vez les propone una pregunta. Cuando él ve que no hay fe, o que hay doblez en la pregunta, considera inútil dar argumentos. A veces se calla dignamente, como ante Caifás, Pilatos o Herodes. A veces contesta con un argumento ad hominem o planteando a su vez preguntas, como en el caso de la moneda del César. Jesús también sabe ser astuto y poner trampas a sus interlocutores, desenmascarando sus intenciones capciosas.
La pregunta de los jefes no era sincera. Sólo el Mesías, o quien viene con autoridad de Dios, podía tomar una actitud así, acompañada como está, además, de signos milagrosos que no pueden ser sino mesiánicos. Pero eso no lo admiten. Es inútil razonar con estas personas. Jesús no les va a dar el gusto de afirmar una cosa que no van a aceptar y que les daría motivos de acelerar su decisión de eliminarlo. Desde ahora se van a precipitar las cosas, con fuertes controversias que desembocarán en el proceso y la ejecución de Jesús.
b) Ante los gestos proféticos que también ahora se dan en el mundo y en la Iglesia, deberíamos afinar un poco más nuestra reacción. Hay que saber discernir personal y comunitariamente, bajo la guía de los responsables de la comunidad, si los movimientos o las voces nuevas vienen o no del Espíritu. Pero no deberían ser los intereses personales o el orgullo o la pereza ante los cambios lo que motive nuestra decisión. Los jefes que interpelan a Jesús, llenos de autoridad ellos, llenos de sabiduría, rechazan ya de entrada toda explicación que les vaya a dar: ¿quién es éste para poner en tela de juicio nuestra manera de organizar las cosas del Templo? Cuando no nos interesa un mensaje, intentamos desautorizar al mensajero. Cuando un profeta nos interpela en una dirección que sacude nuestros hábitos mentales o nuestra comodidad o nuestros intereses, en lugar de preguntarnos si vendrá de Dios, nos dedicamos rápidamente a desprestigiar al profeta, para no tener que hacerle caso. A los judíos les pasó con el Bautista y luego con Jesús. A nosotros nos pasa siempre que en nuestro camino vemos u oímos voces proféticas que ponen en evidencia nuestra pereza y nuestros fallos, o nos estimulan hacia caminos más exigentes. Lo hacemos con mayor disimulo que los jefes de Jerusalén. Pero lo hacemos. Ignoramos al profeta. No nos damos por enterados de lo que Dios nos estaba queriendo decir. Luego no nos quejemos de la obstinación de los judíos (J. Aldazábal).
-Jesús con sus discípulos había regresado a Jerusalén. Y paseándose por el templo se le acercaron los príncipes de los sacerdotes, los escribas y los ancianos. La tercera jornada de Jesús en Jerusalén está ocupada por discusiones con las autoridades y la intelectualidad de la capital. Los responsables de la religión, los educadores y los intelectuales de entonces... acosan a preguntas a Jesús.
-¿Con qué poder haces estas cosas? ¿Quién te ha dado poder para hacerlas? Jesús ha manifestado que tiene autoridad sobre el Templo. En el contexto histórico éste fue un gesto significativo. Hoy estamos tentados de retener sólo el aspecto espectacular, pero para un judío de aquel tiempo el gesto de Jesús era la afirmación de una pretensión inverosímil. ¡Jesús reivindica su soberanía sobre la Casa de Dios! Y lo hace pretendiendo así cumplir las profecías mesiánicas que expresan la espera de todo un pueblo. Jesús, verdadero hombre, tan cercano a nosotros por muchos detalles de su vida... Jesús verdadero Dios, investido de una autoridad suprahumana. ¿Cómo me sitúo yo en relación a Jesús? ¿Qué replanteamiento, ésta "su autoridad" divina, debiera provocar en mí?
-Jesús les contestó: "También voy a haceros yo una pregunta: El bautismo de Juan, ¿era del cielo o de los hombres? Respondedme. Esta misma pregunta a propósito de la autoridad de Jesús. Pero Jesús, hábilmente, hace una pregunta indirecta a propósito de Juan Bautista. Sabe, en efecto que ante El tiene a unos interlocutores que no buscan precisamente la verdad... sino prolongar quisquillosamente la discusión. No están dispuestos a cambiar de opinión ni de conducta: están seguros de sí mismos, poseen la verdad. La personalidad misteriosa de Jesús, sus palabras, sus acciones sorprendentes no les interpelan: están bloqueados en sus certidumbres. Yo mismo, ¿estoy dispuesto a avanzar, a cambiar algo, a dejarme "interrogar" por Jesús? Respondedme. Os hago sólo una pregunta. Discutían entre ellos: "Si decimos: del cielo, dirá: Pues ¿por qué no habéis creído en él?" Y nosotros, hoy, ¿qué hacemos? Tenemos miedo de sentirnos obligados a comprometernos, a hacer ciertos cambios... y a la vez nos las arreglamos para no contestar las preguntas hechas. Señor, ven en ayuda de nuestras pobres fuerzas.
-Pero si decimos que de los hombres, es de temer la muchedumbre, porque todos tenían a Juan por verdadero profeta. Respondieron pues a Jesús: No lo sabemos. ¡Qué hipocresía! Lo sabían muy bien. Y henos también a nosotros entre la espada y la pared. A los pocos días de la Pasión surgen las posturas, los campos se delimitan... no es posible quedarse neutral. Nosotros también tendremos que escoger en pro o en contra de Jesús... y comprometernos por entero a seguirle.
-Jesús les dijo: "Tampoco Yo os digo con qué poder hago estas cosas. ¡No! que no se espere tampoco que Jesús les vaya a forzar la mano con una manifestación de potencia divina. Cuando, dentro de unos días le provocarán: "Si eres Hijo de Dios, baja de la cruz"... ¡No bajará! Dios sólo quiere reinar sobre los corazones libres, los corazones que se entregan (Noel Quesson).
La controversia de Jesús frente al templo no terminó tan rápido. Jesús vuelve a Jerusalén y se pasea por el templo. Su presencia provoca a las autoridades religiosas. Después de haber criticado las estructuras religiosas de su tiempo se le acercan los que representan la jerarquía del templo y la estructura social israelita: son los sacerdotes-escribas-ancianos, son los responsables del orden sagrado, los representantes de la ciudad y el templo; vienen para interrogar a Jesús sobre su autoridad y sobre su forma de hablar y de criticar las estructuras que durante años y siglos habían sustentado la vida de los judíos y que hacían de ellos un grupo muy importante y los únicos incluidos en el amor de Dios. El texto de hoy nos presenta la controversia sobre la autoridad, suscitada entre Jesús y los notables del pueblo y en relación al pasaje anterior sobre la expulsión de los mercaderes del templo. Pareciera que Jesús se resistiera a responder y a dar razón de parte de quién hablaba; no quiere situarse en el plano que ellos quieren situarlo, por eso toma distancia. Para Jesús no es importante dar razón en nombre de quién esta hablando. Como sí lo era para sus adversarios. A Jesús lo acompaña el testimonio de su propia vida, la coherencia entre su palabra y las actitudes que asume frente a los demás. En cambio, para ellos era necesario el respaldo de la institución religiosa (que ya se encontraba en decadencia), y por eso su testimonio y la supuesta autoridad con la que se presentaban al pueblo. Jesús la pone en ridículo cuando se niega a responder de parte de quién hablaba. Con su actitud, Jesús dejó ver que no es necesario hablar en nombre de una institución, ya que la misma vida ratifica lo que predica o condena.
Sin embargo, Jesús no quiere dejarlos sin una respuesta y por eso los lleva al lugar donde pueden entenderse perfectamente, los lleva al tema de Juan Bautista y por eso les propone una nueva pregunta de contenido evangélico: "El bautismo de Juan ¿provenía de Dios o de los hombres? Respóndanme!. El bautismo de Juan es de perdón de los pecados y sólo el que busca el perdón de Dios puede entender el Evangelio. De esta manera Jesús quiere llevar a las autoridades religiosas y civiles al auténtico camino que conduce a la salvación. En cambio ellos no responden, los jefes supremos, los que dictan las sentencias enmudecen por miedo a la opinión del pueblo. Por eso, para no generar controversia, responden: "no sabemos". No quieren asumir el tema y sus implicaciones porque ello significaría acoger el mensaje de Jesús. De esta manera es evidente la respuesta de Jesús: "pues yo tampoco puedo decirles con qué autoridad hago esto".
Asumamos la misma actitud de Jesús, quien fue capaz de sustentar su palabra con la vida, y fue capaz de enfrentarse a los poderes de su tiempo y de buscar nuevas alternativas capaces de generar una sociedad nueva. Esta nueva sociedad pone sus bases en la defensa de la vida y de la justicia, en torno al Dios y Señor de la historia (servicio bíblico latinoamericano).