Jeremías 20, 10-13 (también se lee en el Domingo 12-A): “Yo oía a mis adversarios que decían contra mí: «¿Cuándo, por fin, lo denunciarán?» Ahora me observan los que antes me saludaban, esperando que yo tropiece para desquitarse de mí. Pero Yahvé está conmigo, Él, mi poderoso defensor; los que me persiguen no me vencerán. Caerán ellos y tendrán la vergüenza de su fracaso, y su humillación no se olvidará jamás. Yahvé, Señor, tus ojos están pendientes del hombre justo. Tú conoces las conciencias y los corazones, haz que vea cuando te desquites de ellos, porque a Ti he confiado mi defensa. ¡Canten y alaben a Yahvé, que salvó al desamparado de las manos de los malvados! El cuchicheo de la gente que decía : ... delatadlo, vamos a delatarlo.
Salmo 17: En el peligro invoqué al Señor y me escuchó. Yo te amo, Señor, Tú eres mi fortaleza, Dios míos, peña mía, refugio mío, escudo mío, mi fuerza salvadora, mi baluarte. Invoco al Señor de mi alabanza y quedo libre de mis enemigos. Me cercaban olas mortales; torrentes destructores, me envolvían las redes del abismo, me alcanzaban los lazos de la muerte. En el peligro invoqué al Señor, grité a mi Dios; desde su templo Él escuchó mi voz y mi grito llegó a sus oídos.
Texto del Evangelio (Jn 10,31-42): En aquel tiempo, los judíos trajeron otra vez piedras para apedrearle. Jesús les dijo: «Muchas obras buenas que vienen del Padre os he mostrado. ¿Por cuál de esas obras queréis apedrearme?». Le respondieron los judíos: «No queremos apedrearte por ninguna obra buena, sino por una blasfemia y porque tú, siendo hombre, te haces a ti mismo Dios». Jesús les respondió: «¿No está escrito en vuestra Ley: ‘Yo he dicho: dioses sois’? Si llama dioses a aquellos a quienes se dirigió la Palabra de Dios —y no puede fallar la Escritura— Aquel a quien el Padre ha santificado y enviado al mundo, ¿cómo le decís que blasfema por haber dicho: ‘Yo soy Hijo de Dios’? Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis; pero si las hago, aunque a mí no me creáis, creed por las obras, y así sabréis y conoceréis que el Padre está en mí y yo en el Padre». Querían de nuevo prenderle, pero se les escapó de las manos. Se marchó de nuevo al otro lado del Jordán, al lugar donde Juan había estado antes bautizando, y se quedó allí. Muchos fueron donde Él y decían: «Juan no realizó ninguna señal, pero todo lo que dijo Juan de éste, era verdad». Y muchos allí creyeron en Él.
Comentario: Este viernes hay un recuerdo especial para la Virgen de los Dolores, que nos prepara para contemplar la Pasión, el estandarte por el que nos llega la victoria, que al mirar la Cruz quedamos curados: «¡Oh admirable virtud de la santa cruz! ¡Oh inefable gloria del Padre! En ella podemos considerar el tribunal del Señor, el juicio del mundo y el poder del crucificado. ¡Oh, sí, Señor: atrajiste a Ti todas las cosas cuando, teniendo extendidas todo el día tus manos hacia el pueblo incrédulo y rebelde (cf. Is 65,2), el universo entero comprendió que debía rendir homenaje a tu majestad!» (San León Magno).
1. Jeremías sufre por la verdad. En todo hombre que sufre, en todo "hombre de dolor", se ve reflejada la imagen de Jesús, el Justo, que se une a nuestro sufrimiento para que podamos llevarlo con provecho para nuestra salvación: ayúdanos, Señor, a ver tu faz... y a la vez creeremos «que sufren contigo»... y «que resucitarán también contigo» (Rm 6-8). Y todo hombre que sufre me ayuda a ver el rostro de Jesús. Momentos de "terror" del profeta.
El hombre acorralado: “A ti he confiado mi causa”, se abandona en Dios, como hará Jesús: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu...». Decimos en la Entrada: «Piedad, Señor, que estoy en peligro; líbrame de los enemigos que me persiguen. Señor, que no me avergüence de haberte invocado» (Sal 30,10.16.18). En la oración Colecta pedimos esta protección: «Perdona las culpas de tu pueblo, Señor, y que tu amor y tu bondad nos libren del poder del pecado, al que nos ha sometido nuestra debilidad». A todo hombre le llega el encontrarse, algún día, en esa situación extrema. Pecados personales y de los otros (libertad), límites humanos o leyes de la naturaleza (catástrofes, enfermedades...). ¿El mal nos viene como castigo por los pecados? La muerte de Jesús, el «inocente», viene a disolver esta explicación; en la Comunión diremos: «Jesús, cargado con nuestros pecados, subió al leño, para que, muertos al pecado, vivamos para la justicia. Sus heridas nos han curado» (1Pe 2,24). Santo Tomás de Aquino explica cómo Jesús padece por todos: «El Señor padeció de los gentiles y de los judíos, de los hombres y de las mujeres, como se ve en las sirvientas que acusaron a Pedro. Padeció también de los Príncipes y de sus ministros, y de la plebe... Padeció de los parientes y conocidos, y de Pedro, que le negó. De otro modo, padeció cuanto el hombre puede padecer. Pues Cristo padeció de los amigos que lo abandonaron; padeció en la fama, por las blasfemias proferidas contra Él; padeció en el honor y en la honra por las irrisiones y burlas que le infligieron; en los bienes, pues fue despojado hasta de sus vestidos; en el alma, por la tristeza, el tedio, y el temor; en el cuerpo, por las heridas y los azotes» (Suma Teológica 3, q.46, a.5). Como fruto de la Eucaristía pedimos en la Postcomunión: «Este don que hemos recibido, Señor, nos proteja siempre, y aleje de nosotros todo mal». Jeremías es modelo de una vida marcada por la incomprensión y dureza de su propio pueblo, soledad dolorosa en su ministerio profético, de "amar a Dios sobre todas las cosas". Su voz sigue proclamando fuerte el amor a Dios y su alianza.
2. En el salmo 17 meditamos el dolor y las afrentas en las persecuciones. Es como la oración de Cristo en su Pasión. Fue perseguido, pero también triunfó. El cristiano puede recitar este salmo en sus tribulaciones y dolores, y también en la pena de la esclavitud del pecado, pues dice San Basilio: «En esto consiste precisamente el pecado, en el uso desviado y contrario a la voluntad de Dios de las facultades que Él nos ha dado para practicar el bien». Y esto es lo que provoca la tristeza de la esclavitud, como recuerda Orígenes: «Quien soporta la tiranía del príncipe de este mundo por la libre aceptación del pecado, está bajo el reino del pecado».
3. El Señor está a mi lado como guerrero poderoso, con la fuerza que Jesús muestra cuando intentaron apoderarse de Él, y se les escapó de las manos. El cristiano está más allá del miedo, en estos tiempos de terrorismo, de pavor ante epidemias por enfermedades nuevas, de desasosiego por los vaivenes caprichosos y crueles de la economía, de incertidumbre ante las fuerzas en conflicto en diversos países, de inseguridad física por la delincuencia, de escepticismo ante la gestión económica y política de los poderosos de las naciones. de miedo ante los fundamentalismos, o... de un cometa que caiga y nos extinga.
a) El Viernes de pasión, antiguamente memoria de la Virgen de los dolores, es como el pórtico para comenzar a meternos en las escenas del Evangelio que narran la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, y preguntarnos cómo vamos a vivir estos próximos días de una manera especial. Será ésta una Semana Santa eucarística, de acción de gracias por la Redención, especialmente el Triduo pascual, con jueves santo, el día que Jesús se nos da todo Él en este Sacramento, el viernes cuando se entrega a la pasión y muerte por amor, y el Domingo de Resurrección, el día que Jesús ha hecho nuevas todas las cosas. Y como siempre, lo mejor para acompañar de cerca al Señor, para contemplarle y demostrarle un amor con propósitos de conversión, es hacerlo con la Virgen de los Dolores.
Para hacer una buena fotografía se requiere un encuadre adecuado, enfocar bien el campo visual, un punto de vista adecuado. Pues para vivir la Semana Santa el mejor ángulo de encuadre es el corazón de la Santísima Virgen, meternos en su corazón y desde allí acompañar a Jesús.
Ella nos dice que hagamos lo que su Hijo nos diga. Es bueno que pensemos qué es lo que Jesús nos dice con su Pasión, y al contemplar lo mucho que Jesús nos quiere hasta morir crucificado por nuestra salvación, nos vendrá a la cabeza, como decía san Josemaría Escrivá: Jesús ha hecho esto por mí... yo, ¿qué hago por Jesús? Y de ahí salen propósitos de correspondencia: puesto que la causa de la muerte de Jesús son mis pecados, voy a vivir en gracia de Dios acudiendo al sacramento de la confesión. Voy a acompañar a Jesús de la mejor manera: que Él esté conmigo, y huyendo de las ocasiones de pecado, acudiendo a la Virgen en las tentaciones, reaccionando con prontitud como han hecho los santos: “¡Aparta Señor de mí lo que me aparte de Ti!”
Como nos dice en el libro “Getsemaní” el prelado del Opus Dei, hemos de mirar a Cristo
para aprender de Él a tratar al Padre, meternos entre los apóstoles en esas escenas: “Los llevó con Él, para que participaran en su oración... Durante los tres años de caminar con Él por Tierra Santa, sería constante la invitación del Maestro a los discípulos para que rezaran. Ahora les pidió que se sumasen a su recogimiento, a su preparación para el Sacrificio redentor de la humanidad. Les remachaba así que la vida del cristiano, a todas horas y especialmente en las circunstancias más extraordinarias, debe discurrir por el cauce de una oración con Él y como la de Él”, y “orar con Cristo lleva necesariamente a asumir como propia la Voluntad del Padre... los planes divinos”. Meternos en Jesús significa que le “dejaremos habitar en la inteligencia y en el corazón, confiriendo a nuestras potencias la hondura del diálogo del Hijo de Dios con su Padre”.
“Contemplar” así es desligarnos de nuestra miseria y volar alto, en esas alturas del amor de Dios. La oración es necesaria para no caer en la tentación, para no abandonar a Jesús en las horas duras: “abandonándole huyeron todos” (Mc 14, 50), en una desbandada que dura siglos... Hoy Jesús sigue teniendo pocos amigos: para no fallarle, para que Jesús no se quede más solo, para acompañarle... hay que estar con Él cada día, incorporar a nuestro plan de vida estar unos minutos con quien sabemos nos quiere tanto: la lectura del Evangelio, la oración para meter la cabeza y el corazón en cada una de las escenas de la Pasión del Señor, si puede ser meditación, que lleve a la contemplación que es cerrar los ojos y representar a Cristo en el momento a considerar según lo que nos presenta la liturgia cada uno de estos días: hecho un guiñapo en la flagelación, caído en el suelo por el camino de la Vía dolorosa, con la cruz a plomo... “Contemplar” ha de ser dejarse mirar por Él, y mirarle nosotros con petición de perdón... esta actitud ha hecho muchos santos y es el mejor sistema para crecer en amor a Cristo, a través de su Humanidad Santísima. Va muy bien beber en la sabiduría de las imágenes del crucificado, como el pequeño crucifijo que podemos llevar encima, y al que acudir a escondernos en sus heridas; o admirar el padecimiento de Jesús cuando vamos a dejar un trabajo por cansancio, cuando somos perezosos; ver su humillación cuando nos sentimos vanidosos; ver su generosidad cuando nos vence el egoísmo, ver su entrega cuando luchamos poco.
Nos acercamos a Jesús con los protagonistas de la Pasión, por ejemplo Verónica, esa mujer atrevida, que se abre paso para dar la cara por Jesús; limpia su rostro y queda grabada su faz en el velo, como queda impresa la imagen de Cristo en nuestra alma. Por eso, de ahí nacen deseos de no empañar esa imagen con cosas malas, queremos limpiar el rostro de Jesús... Son los actos de amor y de desagravio, jaculatorias y petición de perdón ante nuestros retrasos e indelicadezas, desganas y falta de sensibilidad. Son también nuestras contrariedades, enfermedades, unidas a la cruz de Jesús; y las correcciones que nos hacen, agradecer esa ayuda. Y siempre con María, ir de su mano, a donde Ella nos lleve.
b) “Jesús se paseaba en el Templo... De nuevo los judíos trajeron piedras para apedrearle”. Así nos muestras, Jesús, que tu pasión comenzó mucho antes del viernes. Las últimas semanas de tu vida terrena las viviste rodeado de enemigos despiadados. Sabes lo que es el sufrimiento moral: el miedo, la aprehensión, el ansia, la inseguridad... ser incomprendido, mal juzgado... vivir en medio de gentes que deforman nuestras intenciones profundas... no llegar a hacerse comprender. Todo esto que es lote doloroso de tantos seres humanos, lo has experimentado, Señor Jesús. ¿Cuáles eran entonces tus reacciones interiores? Ayúdame, Señor, a contemplar lo que pasa en ti mientras Tú vives los últimos días de tu vida. Pero no estás solo: “El Padre está en mi y Yo en el Padre”... Incluso en medio de las tormentas, seguramente estabas en posesión de una paz constante. Incluso en la angustia podías apoyarte en el Padre. Te sabías amado, acompañado, cuidado (Noel Quesson). "El Padre está en mí". Comunión. Unidad profunda. Los Padres de la Iglesia se atreverán a decir: "Dios se hizo hombre, para que el hombre llegara a ser Dios". La gloria de Dios es nuestra gloria, y por el amor a los demás vemos a este Dios que nos salva: "Si tú me dices, muéstrame a tu Dios, yo te diré a mi vez; muéstrame tú a tu hombre y yo te mostraré a mi Dios. Muéstrame, por tanto, si los ojos de tu mente ven y si oyen los oídos de tu corazón" (san Teófilo). Colocándonos espiritualmente ante el Cristo crucificado, Salvador, Buen Pastor, Amigo que da la vida por sus amigos, meditemos sobre ese momento de gracia, perdón y salvación, hablándole desde nuestra más profunda intimidad: Pastor, que con tus silbos amorosos / me despertaste del profundo sueño; / tú que hiciste cayado de ese leño / en que tiendes los brazos poderosos, / vuelve tus ojos a mi fe piadosos, / pues te confieso por mi amor y dueño, / y la palabra de seguir empeño / tus dulces silbos y tus pies hermosos. // Oye, Pastor, que por amores mueres, / no te espante el rigor de mis pecados, / pues tan amigo de rendidos eres. // Espera, pues, y escucha mis cuidados. / Pero ¿cómo te digo que me esperes, / si estás, para esperar, los pies clavados?” (cf. “Gratis datae”).
c) ¿Cómo debías sentirte, Jesús, ante estos acontecimientos? Por un lado, la angustia del dolor que se avecinaba; por otro, la necesidad de cumplir la misión para la que habías venido al mundo. Ahora mi alma está turbada; y ¿qué diré?: ¿Padre, líbrame de esta hora?, si para eso vine a esta hora (Jn 12,27). Jesús, estoy acostumbrado a verte sufrir en la cruz y no me doy cuenta de lo que sufriste también en los días anteriores.
Pero lo que más te debía doler era la incomprensión de aquellos hombres: les habías demostrado con obras que eras el Hijo de Dios, y te iban a pagar con la cruz. ¡Jerusalén, Jerusalén!, que matas a los profetas y lapidas a los que te son enviados. Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como la gallina cobija a sus polluelos bajo las alas, y no quisiste (Mt 23,37). Jesús, quiero acompañarte estos días teniendo tus mismos sentimientos. Aquello del Apóstol: «tened en vuestros corazones los mismos sentimientos que tuvo Jesucristo en el suyo», exige a todos los cristianos que reproduzcan en sí, en cuanto al hombre es posible, aquel sentimiento que tenía el divino Redentor cuando se ofrecía en sacrificio. (...) Exige, además, que de alguna manera adopten la condición de víctima, negándose a sí mismos según los preceptos del Evangelio, entregándose voluntaria y gustosamente a la penitencia, detestando y confesando cada uno sus propios pecados. Si unimos nuestras pequeñeces -las insignificantes y las grandes contradicciones- a los grandes sufrimientos del Señor, Víctima -¡la única Víctima es Él!-, aumentará su valor, se harán un tesoro y, entonces, tomaremos a gusto, con garbo, la Cruz de Cristo. -Y no habrá así pena que no se venza con rapidez; y no habrá nada ni nadie que nos quite la paz y la alegría (Forja, 785).
Jesús, que cuando sufra por algún motivo, físico o moral, me acuerde de lo mucho que has sufrido por mí, y me dé cuenta de que también así, sufriendo, me estoy pareciendo y uniendo a Ti. Son esas caricias de Dios, que me trata como a su Hijo, y que me permite aportar mi pequeño grano de arena a la Redención. Cada día puedo ofrecer esas contradicciones en la Misa, junto al Pan y el Vino, de manera que se unan al sacrificio de la Cruz. De este modo, esos sufrimientos adquirirán un valor infinito y redentor, aumentará su valor, se harán un tesoro. Juan no hizo ningún milagro, pero todo lo que dijo Juan acerca de él era verdad. Jesús, aunque no haga milagros, siempre puedo, como Juan, hablar de Ti a los que me rodean: con mi ejemplo, con el modo de afrontar las contradicciones grandes o pequeñas que todo el mundo padece. Al ofrecer esos sufrimientos, uniéndolos a los tuyos en el santo sacrificio de la Misa, no habrá pena que no venza con rapidez; y no habrá nada ni nadie que me quite la paz y la alegría. Y el resultado de una vida vivida con esa fe y esa esperanza será portentoso, como el fruto del apostolado de Juan: muchos allí creyeron en Él (Pablo Cardona).
Cuentan que esta primera generación del siglo XXI se denomina la del “Prozac”. Como sabéis, esta medicina no es otra cosa que un ansiolítico que ha adquirido gran fama por la cantidad de gente que la consume por prescripción médica. El fatídico síndrome de la ansiedad... las “prisas” que tiene nuestra sociedad por “hacer cosas”, el sueño de una vida mucho más prolongada, y con un alto grado de bienestar. Y así, de la misma manera que nos jactamos de sacar a la luz miles de encuestas sobre las cosas más absurdas, habría que realizar la más importante, con una pregunta muy concreta: “Pero, ¿es usted verdaderamente feliz?”. Ante todo esto se alza la verdad, que Jesús nos recuerda estos días: “Os he hecho ver muchas obras buenas por encargo de mi Padre: ¿por cuál de ellas me apedreáis”. Creer, ser hijos de Dios, como decíamos ayer: sentirnos en casa, en la casa del Padre, con la descendencia de esa familia que por la fe se extiende como Iglesia-cuerpo místico de Cristo, en esa relación filial y de amor que nos da este Dios-con-nosotros: Tú y yo estamos también llamados a ser dioses, hijos en el Hijo. Hemos sido elevados a la condición divina por los méritos de Cristo, y aún queremos hacer más “cosas” para demostrarnos… ¿el qué? Que lo importante es recordar que sólo en Jesús nuestras ansias y nuestros agobios encuentran el sosiego y la paz definitivas. ¡Que sí!, que hay que trabajar, que hay que procurar el ejercicio del bien común en esta sociedad que nos toca vivir… pero, todo con el corazón puesto en la debida rectitud de intención: dar gloria a Dios, y que sólo Él brille ante los ojos del mundo. Jesús sufre porque por la libertad podemos no acogernos a esa felicidad, y buscar alternativas superficiales…
Este sufrimiento es preludio de lo que sucederá después de la Última Cena, cuando Jesús siente una inmensa necesidad de orar. En el Huerto de los Olivos cae abatido: se postró rostro en tierra (Mateo 26, 39), precisa San Mateo. Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz; pero no sea como yo quiero, sino como quieres Tú. Jesús está sufriendo una tristeza capaz de causar la muerte. Él, que es la misma inocencia, carga con todos los pecados de todos los hombres, y se prestó a pagar personalmente todas nuestras deudas. ¡Cuánto hemos de agradecer al Señor su sacrificio voluntario para librarnos del pecado y de la muerte eterna! En nuestra vida puede haber momentos de profundo dolor, en que cueste aceptar la Voluntad de Dios, con tentaciones de desaliento. La imagen de Jesús en el Huerto de los Olivos nos enseña a abrazar la Voluntad de Dios, sin poner límite alguno ni condiciones, e identificarnos con el querer de Dios por medio de una oración perseverante.
Hemos de rezar siempre, pero hay momentos en que esa oración se ha de intensificar. Abandonarla sería como dejar abandonado a Cristo y quedar nosotros a merced del enemigo. Nuestra meditación diaria, si es verdadera oración, nos mantendrá vigilantes ante el enemigo que no duerme. Y nos hará fuertes para sobrellevar y vencer tentaciones y dificultades. Si la descuidáramos perderíamos la alegría y nos veríamos sin fuerzas para acompañar a Jesús.
Los santos han sacado mucho provecho para su alma de este pasaje de la vida del Señor. Santo Tomás Moro nos muestra cómo la oración del Señor en Getsemaní ha fortalecido a muchos cristianos ante grandes dificultades y tribulaciones. También él fue fortalecido con la contemplación de estas escenas, mientras esperaba el martirio por ser fiel a su fe. Y puede ayudarnos a nosotros a ser fuertes en las dificultades, grandes o pequeñas, de nuestra vida ordinaria. El primer misterio doloroso del Santo Rosario puede ser tema de nuestra oración cuando nos cueste descubrir la Voluntad de Dios en los acontecimientos que quizá no entendemos. Podemos entonces rezar con frecuencia a modo de jaculatoria: Quiero lo que quieres, quiero porque quieres, quiero como lo quieres, quiero hasta que quieras (Francisco Fernández Carvajal).
viernes, 30 de marzo de 2012
jueves, 29 de marzo de 2012
Cuaresma 5, viernes: Jesús, hijo de Dios, es el inocente que por el sufrimiento nos abre las puertas para entrar a la familia de Dios
Jeremías 20, 10-13 (también se lee en el Domingo 12-A): “Yo oía a mis adversarios que decían contra mí: «¿Cuándo, por fin, lo denunciarán?» Ahora me observan los que antes me saludaban, esperando que yo tropiece para desquitarse de mí. Pero Yahvé está conmigo, Él, mi poderoso defensor; los que me persiguen no me vencerán. Caerán ellos y tendrán la vergüenza de su fracaso, y su humillación no se olvidará jamás. Yahvé, Señor, tus ojos están pendientes del hombre justo. Tú conoces las conciencias y los corazones, haz que vea cuando te desquites de ellos, porque a Ti he confiado mi defensa. ¡Canten y alaben a Yahvé, que salvó al desamparado de las manos de los malvados! El cuchicheo de la gente que decía : ... delatadlo, vamos a delatarlo.
Salmo 17: En el peligro invoqué al Señor y me escuchó. Yo te amo, Señor, Tú eres mi fortaleza, Dios míos, peña mía, refugio mío, escudo mío, mi fuerza salvadora, mi baluarte. Invoco al Señor de mi alabanza y quedo libre de mis enemigos. Me cercaban olas mortales; torrentes destructores, me envolvían las redes del abismo, me alcanzaban los lazos de la muerte. En el peligro invoqué al Señor, grité a mi Dios; desde su templo Él escuchó mi voz y mi grito llegó a sus oídos.
Texto del Evangelio (Jn 10,31-42): En aquel tiempo, los judíos trajeron otra vez piedras para apedrearle. Jesús les dijo: «Muchas obras buenas que vienen del Padre os he mostrado. ¿Por cuál de esas obras queréis apedrearme?». Le respondieron los judíos: «No queremos apedrearte por ninguna obra buena, sino por una blasfemia y porque tú, siendo hombre, te haces a ti mismo Dios». Jesús les respondió: «¿No está escrito en vuestra Ley: ‘Yo he dicho: dioses sois’? Si llama dioses a aquellos a quienes se dirigió la Palabra de Dios —y no puede fallar la Escritura— Aquel a quien el Padre ha santificado y enviado al mundo, ¿cómo le decís que blasfema por haber dicho: ‘Yo soy Hijo de Dios’? Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis; pero si las hago, aunque a mí no me creáis, creed por las obras, y así sabréis y conoceréis que el Padre está en mí y yo en el Padre». Querían de nuevo prenderle, pero se les escapó de las manos. Se marchó de nuevo al otro lado del Jordán, al lugar donde Juan había estado antes bautizando, y se quedó allí. Muchos fueron donde Él y decían: «Juan no realizó ninguna señal, pero todo lo que dijo Juan de éste, era verdad». Y muchos allí creyeron en Él.
Comentario: Este viernes hay un recuerdo especial para la Virgen de los Dolores, que nos prepara para contemplar la Pasión, el estandarte por el que nos llega la victoria, que al mirar la Cruz quedamos curados: «¡Oh admirable virtud de la santa cruz! ¡Oh inefable gloria del Padre! En ella podemos considerar el tribunal del Señor, el juicio del mundo y el poder del crucificado. ¡Oh, sí, Señor: atrajiste a Ti todas las cosas cuando, teniendo extendidas todo el día tus manos hacia el pueblo incrédulo y rebelde (cf. Is 65,2), el universo entero comprendió que debía rendir homenaje a tu majestad!» (San León Magno).
1. Jeremías sufre por la verdad. En todo hombre que sufre, en todo "hombre de dolor", se ve reflejada la imagen de Jesús, el Justo, que se une a nuestro sufrimiento para que podamos llevarlo con provecho para nuestra salvación: ayúdanos, Señor, a ver tu faz... y a la vez creeremos «que sufren contigo»... y «que resucitarán también contigo» (Rm 6-8). Y todo hombre que sufre me ayuda a ver el rostro de Jesús. Momentos de "terror" del profeta.
El hombre acorralado: “A ti he confiado mi causa”, se abandona en Dios, como hará Jesús: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu...». Decimos en la Entrada: «Piedad, Señor, que estoy en peligro; líbrame de los enemigos que me persiguen. Señor, que no me avergüence de haberte invocado» (Sal 30,10.16.18). En la oración Colecta pedimos esta protección: «Perdona las culpas de tu pueblo, Señor, y que tu amor y tu bondad nos libren del poder del pecado, al que nos ha sometido nuestra debilidad». A todo hombre le llega el encontrarse, algún día, en esa situación extrema. Pecados personales y de los otros (libertad), límites humanos o leyes de la naturaleza (catástrofes, enfermedades...). ¿El mal nos viene como castigo por los pecados? La muerte de Jesús, el «inocente», viene a disolver esta explicación; en la Comunión diremos: «Jesús, cargado con nuestros pecados, subió al leño, para que, muertos al pecado, vivamos para la justicia. Sus heridas nos han curado» (1Pe 2,24). Santo Tomás de Aquino explica cómo Jesús padece por todos: «El Señor padeció de los gentiles y de los judíos, de los hombres y de las mujeres, como se ve en las sirvientas que acusaron a Pedro. Padeció también de los Príncipes y de sus ministros, y de la plebe... Padeció de los parientes y conocidos, y de Pedro, que le negó. De otro modo, padeció cuanto el hombre puede padecer. Pues Cristo padeció de los amigos que lo abandonaron; padeció en la fama, por las blasfemias proferidas contra Él; padeció en el honor y en la honra por las irrisiones y burlas que le infligieron; en los bienes, pues fue despojado hasta de sus vestidos; en el alma, por la tristeza, el tedio, y el temor; en el cuerpo, por las heridas y los azotes» (Suma Teológica 3, q.46, a.5). Como fruto de la Eucaristía pedimos en la Postcomunión: «Este don que hemos recibido, Señor, nos proteja siempre, y aleje de nosotros todo mal». Jeremías es modelo de una vida marcada por la incomprensión y dureza de su propio pueblo, soledad dolorosa en su ministerio profético, de "amar a Dios sobre todas las cosas". Su voz sigue proclamando fuerte el amor a Dios y su alianza.
2. En el salmo 17 meditamos el dolor y las afrentas en las persecuciones. Es como la oración de Cristo en su Pasión. Fue perseguido, pero también triunfó. El cristiano puede recitar este salmo en sus tribulaciones y dolores, y también en la pena de la esclavitud del pecado, pues dice San Basilio: «En esto consiste precisamente el pecado, en el uso desviado y contrario a la voluntad de Dios de las facultades que Él nos ha dado para practicar el bien». Y esto es lo que provoca la tristeza de la esclavitud, como recuerda Orígenes: «Quien soporta la tiranía del príncipe de este mundo por la libre aceptación del pecado, está bajo el reino del pecado».
3. El Señor está a mi lado como guerrero poderoso, con la fuerza que Jesús muestra cuando intentaron apoderarse de Él, y se les escapó de las manos. El cristiano está más allá del miedo, en estos tiempos de terrorismo, de pavor ante epidemias por enfermedades nuevas, de desasosiego por los vaivenes caprichosos y crueles de la economía, de incertidumbre ante las fuerzas en conflicto en diversos países, de inseguridad física por la delincuencia, de escepticismo ante la gestión económica y política de los poderosos de las naciones. de miedo ante los fundamentalismos, o... de un cometa que caiga y nos extinga.
a) El Viernes de pasión, antiguamente memoria de la Virgen de los dolores, es como el pórtico para comenzar a meternos en las escenas del Evangelio que narran la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, y preguntarnos cómo vamos a vivir estos próximos días de una manera especial. Será ésta una Semana Santa eucarística, de acción de gracias por la Redención, especialmente el Triduo pascual, con jueves santo, el día que Jesús se nos da todo Él en este Sacramento, el viernes cuando se entrega a la pasión y muerte por amor, y el Domingo de Resurrección, el día que Jesús ha hecho nuevas todas las cosas. Y como siempre, lo mejor para acompañar de cerca al Señor, para contemplarle y demostrarle un amor con propósitos de conversión, es hacerlo con la Virgen de los Dolores.
Para hacer una buena fotografía se requiere un encuadre adecuado, enfocar bien el campo visual, un punto de vista adecuado. Pues para vivir la Semana Santa el mejor ángulo de encuadre es el corazón de la Santísima Virgen, meternos en su corazón y desde allí acompañar a Jesús.
Ella nos dice que hagamos lo que su Hijo nos diga. Es bueno que pensemos qué es lo que Jesús nos dice con su Pasión, y al contemplar lo mucho que Jesús nos quiere hasta morir crucificado por nuestra salvación, nos vendrá a la cabeza, como decía san Josemaría Escrivá: Jesús ha hecho esto por mí... yo, ¿qué hago por Jesús? Y de ahí salen propósitos de correspondencia: puesto que la causa de la muerte de Jesús son mis pecados, voy a vivir en gracia de Dios acudiendo al sacramento de la confesión. Voy a acompañar a Jesús de la mejor manera: que Él esté conmigo, y huyendo de las ocasiones de pecado, acudiendo a la Virgen en las tentaciones, reaccionando con prontitud como han hecho los santos: “¡Aparta Señor de mí lo que me aparte de Ti!”
Como nos dice en el libro “Getsemaní” el prelado del Opus Dei, hemos de mirar a Cristo
para aprender de Él a tratar al Padre, meternos entre los apóstoles en esas escenas: “Los llevó con Él, para que participaran en su oración... Durante los tres años de caminar con Él por Tierra Santa, sería constante la invitación del Maestro a los discípulos para que rezaran. Ahora les pidió que se sumasen a su recogimiento, a su preparación para el Sacrificio redentor de la humanidad. Les remachaba así que la vida del cristiano, a todas horas y especialmente en las circunstancias más extraordinarias, debe discurrir por el cauce de una oración con Él y como la de Él”, y “orar con Cristo lleva necesariamente a asumir como propia la Voluntad del Padre... los planes divinos”. Meternos en Jesús significa que le “dejaremos habitar en la inteligencia y en el corazón, confiriendo a nuestras potencias la hondura del diálogo del Hijo de Dios con su Padre”.
“Contemplar” así es desligarnos de nuestra miseria y volar alto, en esas alturas del amor de Dios. La oración es necesaria para no caer en la tentación, para no abandonar a Jesús en las horas duras: “abandonándole huyeron todos” (Mc 14, 50), en una desbandada que dura siglos... Hoy Jesús sigue teniendo pocos amigos: para no fallarle, para que Jesús no se quede más solo, para acompañarle... hay que estar con Él cada día, incorporar a nuestro plan de vida estar unos minutos con quien sabemos nos quiere tanto: la lectura del Evangelio, la oración para meter la cabeza y el corazón en cada una de las escenas de la Pasión del Señor, si puede ser meditación, que lleve a la contemplación que es cerrar los ojos y representar a Cristo en el momento a considerar según lo que nos presenta la liturgia cada uno de estos días: hecho un guiñapo en la flagelación, caído en el suelo por el camino de la Vía dolorosa, con la cruz a plomo... “Contemplar” ha de ser dejarse mirar por Él, y mirarle nosotros con petición de perdón... esta actitud ha hecho muchos santos y es el mejor sistema para crecer en amor a Cristo, a través de su Humanidad Santísima. Va muy bien beber en la sabiduría de las imágenes del crucificado, como el pequeño crucifijo que podemos llevar encima, y al que acudir a escondernos en sus heridas; o admirar el padecimiento de Jesús cuando vamos a dejar un trabajo por cansancio, cuando somos perezosos; ver su humillación cuando nos sentimos vanidosos; ver su generosidad cuando nos vence el egoísmo, ver su entrega cuando luchamos poco.
Nos acercamos a Jesús con los protagonistas de la Pasión, por ejemplo Verónica, esa mujer atrevida, que se abre paso para dar la cara por Jesús; limpia su rostro y queda grabada su faz en el velo, como queda impresa la imagen de Cristo en nuestra alma. Por eso, de ahí nacen deseos de no empañar esa imagen con cosas malas, queremos limpiar el rostro de Jesús... Son los actos de amor y de desagravio, jaculatorias y petición de perdón ante nuestros retrasos e indelicadezas, desganas y falta de sensibilidad. Son también nuestras contrariedades, enfermedades, unidas a la cruz de Jesús; y las correcciones que nos hacen, agradecer esa ayuda. Y siempre con María, ir de su mano, a donde Ella nos lleve.
b) “Jesús se paseaba en el Templo... De nuevo los judíos trajeron piedras para apedrearle”. Así nos muestras, Jesús, que tu pasión comenzó mucho antes del viernes. Las últimas semanas de tu vida terrena las viviste rodeado de enemigos despiadados. Sabes lo que es el sufrimiento moral: el miedo, la aprehensión, el ansia, la inseguridad... ser incomprendido, mal juzgado... vivir en medio de gentes que deforman nuestras intenciones profundas... no llegar a hacerse comprender. Todo esto que es lote doloroso de tantos seres humanos, lo has experimentado, Señor Jesús. ¿Cuáles eran entonces tus reacciones interiores? Ayúdame, Señor, a contemplar lo que pasa en ti mientras Tú vives los últimos días de tu vida. Pero no estás solo: “El Padre está en mi y Yo en el Padre”... Incluso en medio de las tormentas, seguramente estabas en posesión de una paz constante. Incluso en la angustia podías apoyarte en el Padre. Te sabías amado, acompañado, cuidado (Noel Quesson). "El Padre está en mí". Comunión. Unidad profunda. Los Padres de la Iglesia se atreverán a decir: "Dios se hizo hombre, para que el hombre llegara a ser Dios". La gloria de Dios es nuestra gloria, y por el amor a los demás vemos a este Dios que nos salva: "Si tú me dices, muéstrame a tu Dios, yo te diré a mi vez; muéstrame tú a tu hombre y yo te mostraré a mi Dios. Muéstrame, por tanto, si los ojos de tu mente ven y si oyen los oídos de tu corazón" (san Teófilo). Colocándonos espiritualmente ante el Cristo crucificado, Salvador, Buen Pastor, Amigo que da la vida por sus amigos, meditemos sobre ese momento de gracia, perdón y salvación, hablándole desde nuestra más profunda intimidad: Pastor, que con tus silbos amorosos / me despertaste del profundo sueño; / tú que hiciste cayado de ese leño / en que tiendes los brazos poderosos, / vuelve tus ojos a mi fe piadosos, / pues te confieso por mi amor y dueño, / y la palabra de seguir empeño / tus dulces silbos y tus pies hermosos. // Oye, Pastor, que por amores mueres, / no te espante el rigor de mis pecados, / pues tan amigo de rendidos eres. // Espera, pues, y escucha mis cuidados. / Pero ¿cómo te digo que me esperes, / si estás, para esperar, los pies clavados?” (cf. “Gratis datae”).
c) ¿Cómo debías sentirte, Jesús, ante estos acontecimientos? Por un lado, la angustia del dolor que se avecinaba; por otro, la necesidad de cumplir la misión para la que habías venido al mundo. Ahora mi alma está turbada; y ¿qué diré?: ¿Padre, líbrame de esta hora?, si para eso vine a esta hora (Jn 12,27). Jesús, estoy acostumbrado a verte sufrir en la cruz y no me doy cuenta de lo que sufriste también en los días anteriores.
Pero lo que más te debía doler era la incomprensión de aquellos hombres: les habías demostrado con obras que eras el Hijo de Dios, y te iban a pagar con la cruz. ¡Jerusalén, Jerusalén!, que matas a los profetas y lapidas a los que te son enviados. Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como la gallina cobija a sus polluelos bajo las alas, y no quisiste (Mt 23,37). Jesús, quiero acompañarte estos días teniendo tus mismos sentimientos. Aquello del Apóstol: «tened en vuestros corazones los mismos sentimientos que tuvo Jesucristo en el suyo», exige a todos los cristianos que reproduzcan en sí, en cuanto al hombre es posible, aquel sentimiento que tenía el divino Redentor cuando se ofrecía en sacrificio. (...) Exige, además, que de alguna manera adopten la condición de víctima, negándose a sí mismos según los preceptos del Evangelio, entregándose voluntaria y gustosamente a la penitencia, detestando y confesando cada uno sus propios pecados. Si unimos nuestras pequeñeces -las insignificantes y las grandes contradicciones- a los grandes sufrimientos del Señor, Víctima -¡la única Víctima es Él!-, aumentará su valor, se harán un tesoro y, entonces, tomaremos a gusto, con garbo, la Cruz de Cristo. -Y no habrá así pena que no se venza con rapidez; y no habrá nada ni nadie que nos quite la paz y la alegría (Forja, 785).
Jesús, que cuando sufra por algún motivo, físico o moral, me acuerde de lo mucho que has sufrido por mí, y me dé cuenta de que también así, sufriendo, me estoy pareciendo y uniendo a Ti. Son esas caricias de Dios, que me trata como a su Hijo, y que me permite aportar mi pequeño grano de arena a la Redención. Cada día puedo ofrecer esas contradicciones en la Misa, junto al Pan y el Vino, de manera que se unan al sacrificio de la Cruz. De este modo, esos sufrimientos adquirirán un valor infinito y redentor, aumentará su valor, se harán un tesoro. Juan no hizo ningún milagro, pero todo lo que dijo Juan acerca de él era verdad. Jesús, aunque no haga milagros, siempre puedo, como Juan, hablar de Ti a los que me rodean: con mi ejemplo, con el modo de afrontar las contradicciones grandes o pequeñas que todo el mundo padece. Al ofrecer esos sufrimientos, uniéndolos a los tuyos en el santo sacrificio de la Misa, no habrá pena que no venza con rapidez; y no habrá nada ni nadie que me quite la paz y la alegría. Y el resultado de una vida vivida con esa fe y esa esperanza será portentoso, como el fruto del apostolado de Juan: muchos allí creyeron en Él (Pablo Cardona).
Cuentan que esta primera generación del siglo XXI se denomina la del “Prozac”. Como sabéis, esta medicina no es otra cosa que un ansiolítico que ha adquirido gran fama por la cantidad de gente que la consume por prescripción médica. El fatídico síndrome de la ansiedad... las “prisas” que tiene nuestra sociedad por “hacer cosas”, el sueño de una vida mucho más prolongada, y con un alto grado de bienestar. Y así, de la misma manera que nos jactamos de sacar a la luz miles de encuestas sobre las cosas más absurdas, habría que realizar la más importante, con una pregunta muy concreta: “Pero, ¿es usted verdaderamente feliz?”. Ante todo esto se alza la verdad, que Jesús nos recuerda estos días: “Os he hecho ver muchas obras buenas por encargo de mi Padre: ¿por cuál de ellas me apedreáis”. Creer, ser hijos de Dios, como decíamos ayer: sentirnos en casa, en la casa del Padre, con la descendencia de esa familia que por la fe se extiende como Iglesia-cuerpo místico de Cristo, en esa relación filial y de amor que nos da este Dios-con-nosotros: Tú y yo estamos también llamados a ser dioses, hijos en el Hijo. Hemos sido elevados a la condición divina por los méritos de Cristo, y aún queremos hacer más “cosas” para demostrarnos… ¿el qué? Que lo importante es recordar que sólo en Jesús nuestras ansias y nuestros agobios encuentran el sosiego y la paz definitivas. ¡Que sí!, que hay que trabajar, que hay que procurar el ejercicio del bien común en esta sociedad que nos toca vivir… pero, todo con el corazón puesto en la debida rectitud de intención: dar gloria a Dios, y que sólo Él brille ante los ojos del mundo. Jesús sufre porque por la libertad podemos no acogernos a esa felicidad, y buscar alternativas superficiales…
Este sufrimiento es preludio de lo que sucederá después de la Última Cena, cuando Jesús siente una inmensa necesidad de orar. En el Huerto de los Olivos cae abatido: se postró rostro en tierra (Mateo 26, 39), precisa San Mateo. Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz; pero no sea como yo quiero, sino como quieres Tú. Jesús está sufriendo una tristeza capaz de causar la muerte. Él, que es la misma inocencia, carga con todos los pecados de todos los hombres, y se prestó a pagar personalmente todas nuestras deudas. ¡Cuánto hemos de agradecer al Señor su sacrificio voluntario para librarnos del pecado y de la muerte eterna! En nuestra vida puede haber momentos de profundo dolor, en que cueste aceptar la Voluntad de Dios, con tentaciones de desaliento. La imagen de Jesús en el Huerto de los Olivos nos enseña a abrazar la Voluntad de Dios, sin poner límite alguno ni condiciones, e identificarnos con el querer de Dios por medio de una oración perseverante.
Hemos de rezar siempre, pero hay momentos en que esa oración se ha de intensificar. Abandonarla sería como dejar abandonado a Cristo y quedar nosotros a merced del enemigo. Nuestra meditación diaria, si es verdadera oración, nos mantendrá vigilantes ante el enemigo que no duerme. Y nos hará fuertes para sobrellevar y vencer tentaciones y dificultades. Si la descuidáramos perderíamos la alegría y nos veríamos sin fuerzas para acompañar a Jesús.
Los santos han sacado mucho provecho para su alma de este pasaje de la vida del Señor. Santo Tomás Moro nos muestra cómo la oración del Señor en Getsemaní ha fortalecido a muchos cristianos ante grandes dificultades y tribulaciones. También él fue fortalecido con la contemplación de estas escenas, mientras esperaba el martirio por ser fiel a su fe. Y puede ayudarnos a nosotros a ser fuertes en las dificultades, grandes o pequeñas, de nuestra vida ordinaria. El primer misterio doloroso del Santo Rosario puede ser tema de nuestra oración cuando nos cueste descubrir la Voluntad de Dios en los acontecimientos que quizá no entendemos. Podemos entonces rezar con frecuencia a modo de jaculatoria: Quiero lo que quieres, quiero porque quieres, quiero como lo quieres, quiero hasta que quieras (Francisco Fernández Carvajal).
Salmo 17: En el peligro invoqué al Señor y me escuchó. Yo te amo, Señor, Tú eres mi fortaleza, Dios míos, peña mía, refugio mío, escudo mío, mi fuerza salvadora, mi baluarte. Invoco al Señor de mi alabanza y quedo libre de mis enemigos. Me cercaban olas mortales; torrentes destructores, me envolvían las redes del abismo, me alcanzaban los lazos de la muerte. En el peligro invoqué al Señor, grité a mi Dios; desde su templo Él escuchó mi voz y mi grito llegó a sus oídos.
Texto del Evangelio (Jn 10,31-42): En aquel tiempo, los judíos trajeron otra vez piedras para apedrearle. Jesús les dijo: «Muchas obras buenas que vienen del Padre os he mostrado. ¿Por cuál de esas obras queréis apedrearme?». Le respondieron los judíos: «No queremos apedrearte por ninguna obra buena, sino por una blasfemia y porque tú, siendo hombre, te haces a ti mismo Dios». Jesús les respondió: «¿No está escrito en vuestra Ley: ‘Yo he dicho: dioses sois’? Si llama dioses a aquellos a quienes se dirigió la Palabra de Dios —y no puede fallar la Escritura— Aquel a quien el Padre ha santificado y enviado al mundo, ¿cómo le decís que blasfema por haber dicho: ‘Yo soy Hijo de Dios’? Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis; pero si las hago, aunque a mí no me creáis, creed por las obras, y así sabréis y conoceréis que el Padre está en mí y yo en el Padre». Querían de nuevo prenderle, pero se les escapó de las manos. Se marchó de nuevo al otro lado del Jordán, al lugar donde Juan había estado antes bautizando, y se quedó allí. Muchos fueron donde Él y decían: «Juan no realizó ninguna señal, pero todo lo que dijo Juan de éste, era verdad». Y muchos allí creyeron en Él.
Comentario: Este viernes hay un recuerdo especial para la Virgen de los Dolores, que nos prepara para contemplar la Pasión, el estandarte por el que nos llega la victoria, que al mirar la Cruz quedamos curados: «¡Oh admirable virtud de la santa cruz! ¡Oh inefable gloria del Padre! En ella podemos considerar el tribunal del Señor, el juicio del mundo y el poder del crucificado. ¡Oh, sí, Señor: atrajiste a Ti todas las cosas cuando, teniendo extendidas todo el día tus manos hacia el pueblo incrédulo y rebelde (cf. Is 65,2), el universo entero comprendió que debía rendir homenaje a tu majestad!» (San León Magno).
1. Jeremías sufre por la verdad. En todo hombre que sufre, en todo "hombre de dolor", se ve reflejada la imagen de Jesús, el Justo, que se une a nuestro sufrimiento para que podamos llevarlo con provecho para nuestra salvación: ayúdanos, Señor, a ver tu faz... y a la vez creeremos «que sufren contigo»... y «que resucitarán también contigo» (Rm 6-8). Y todo hombre que sufre me ayuda a ver el rostro de Jesús. Momentos de "terror" del profeta.
El hombre acorralado: “A ti he confiado mi causa”, se abandona en Dios, como hará Jesús: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu...». Decimos en la Entrada: «Piedad, Señor, que estoy en peligro; líbrame de los enemigos que me persiguen. Señor, que no me avergüence de haberte invocado» (Sal 30,10.16.18). En la oración Colecta pedimos esta protección: «Perdona las culpas de tu pueblo, Señor, y que tu amor y tu bondad nos libren del poder del pecado, al que nos ha sometido nuestra debilidad». A todo hombre le llega el encontrarse, algún día, en esa situación extrema. Pecados personales y de los otros (libertad), límites humanos o leyes de la naturaleza (catástrofes, enfermedades...). ¿El mal nos viene como castigo por los pecados? La muerte de Jesús, el «inocente», viene a disolver esta explicación; en la Comunión diremos: «Jesús, cargado con nuestros pecados, subió al leño, para que, muertos al pecado, vivamos para la justicia. Sus heridas nos han curado» (1Pe 2,24). Santo Tomás de Aquino explica cómo Jesús padece por todos: «El Señor padeció de los gentiles y de los judíos, de los hombres y de las mujeres, como se ve en las sirvientas que acusaron a Pedro. Padeció también de los Príncipes y de sus ministros, y de la plebe... Padeció de los parientes y conocidos, y de Pedro, que le negó. De otro modo, padeció cuanto el hombre puede padecer. Pues Cristo padeció de los amigos que lo abandonaron; padeció en la fama, por las blasfemias proferidas contra Él; padeció en el honor y en la honra por las irrisiones y burlas que le infligieron; en los bienes, pues fue despojado hasta de sus vestidos; en el alma, por la tristeza, el tedio, y el temor; en el cuerpo, por las heridas y los azotes» (Suma Teológica 3, q.46, a.5). Como fruto de la Eucaristía pedimos en la Postcomunión: «Este don que hemos recibido, Señor, nos proteja siempre, y aleje de nosotros todo mal». Jeremías es modelo de una vida marcada por la incomprensión y dureza de su propio pueblo, soledad dolorosa en su ministerio profético, de "amar a Dios sobre todas las cosas". Su voz sigue proclamando fuerte el amor a Dios y su alianza.
2. En el salmo 17 meditamos el dolor y las afrentas en las persecuciones. Es como la oración de Cristo en su Pasión. Fue perseguido, pero también triunfó. El cristiano puede recitar este salmo en sus tribulaciones y dolores, y también en la pena de la esclavitud del pecado, pues dice San Basilio: «En esto consiste precisamente el pecado, en el uso desviado y contrario a la voluntad de Dios de las facultades que Él nos ha dado para practicar el bien». Y esto es lo que provoca la tristeza de la esclavitud, como recuerda Orígenes: «Quien soporta la tiranía del príncipe de este mundo por la libre aceptación del pecado, está bajo el reino del pecado».
3. El Señor está a mi lado como guerrero poderoso, con la fuerza que Jesús muestra cuando intentaron apoderarse de Él, y se les escapó de las manos. El cristiano está más allá del miedo, en estos tiempos de terrorismo, de pavor ante epidemias por enfermedades nuevas, de desasosiego por los vaivenes caprichosos y crueles de la economía, de incertidumbre ante las fuerzas en conflicto en diversos países, de inseguridad física por la delincuencia, de escepticismo ante la gestión económica y política de los poderosos de las naciones. de miedo ante los fundamentalismos, o... de un cometa que caiga y nos extinga.
a) El Viernes de pasión, antiguamente memoria de la Virgen de los dolores, es como el pórtico para comenzar a meternos en las escenas del Evangelio que narran la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, y preguntarnos cómo vamos a vivir estos próximos días de una manera especial. Será ésta una Semana Santa eucarística, de acción de gracias por la Redención, especialmente el Triduo pascual, con jueves santo, el día que Jesús se nos da todo Él en este Sacramento, el viernes cuando se entrega a la pasión y muerte por amor, y el Domingo de Resurrección, el día que Jesús ha hecho nuevas todas las cosas. Y como siempre, lo mejor para acompañar de cerca al Señor, para contemplarle y demostrarle un amor con propósitos de conversión, es hacerlo con la Virgen de los Dolores.
Para hacer una buena fotografía se requiere un encuadre adecuado, enfocar bien el campo visual, un punto de vista adecuado. Pues para vivir la Semana Santa el mejor ángulo de encuadre es el corazón de la Santísima Virgen, meternos en su corazón y desde allí acompañar a Jesús.
Ella nos dice que hagamos lo que su Hijo nos diga. Es bueno que pensemos qué es lo que Jesús nos dice con su Pasión, y al contemplar lo mucho que Jesús nos quiere hasta morir crucificado por nuestra salvación, nos vendrá a la cabeza, como decía san Josemaría Escrivá: Jesús ha hecho esto por mí... yo, ¿qué hago por Jesús? Y de ahí salen propósitos de correspondencia: puesto que la causa de la muerte de Jesús son mis pecados, voy a vivir en gracia de Dios acudiendo al sacramento de la confesión. Voy a acompañar a Jesús de la mejor manera: que Él esté conmigo, y huyendo de las ocasiones de pecado, acudiendo a la Virgen en las tentaciones, reaccionando con prontitud como han hecho los santos: “¡Aparta Señor de mí lo que me aparte de Ti!”
Como nos dice en el libro “Getsemaní” el prelado del Opus Dei, hemos de mirar a Cristo
para aprender de Él a tratar al Padre, meternos entre los apóstoles en esas escenas: “Los llevó con Él, para que participaran en su oración... Durante los tres años de caminar con Él por Tierra Santa, sería constante la invitación del Maestro a los discípulos para que rezaran. Ahora les pidió que se sumasen a su recogimiento, a su preparación para el Sacrificio redentor de la humanidad. Les remachaba así que la vida del cristiano, a todas horas y especialmente en las circunstancias más extraordinarias, debe discurrir por el cauce de una oración con Él y como la de Él”, y “orar con Cristo lleva necesariamente a asumir como propia la Voluntad del Padre... los planes divinos”. Meternos en Jesús significa que le “dejaremos habitar en la inteligencia y en el corazón, confiriendo a nuestras potencias la hondura del diálogo del Hijo de Dios con su Padre”.
“Contemplar” así es desligarnos de nuestra miseria y volar alto, en esas alturas del amor de Dios. La oración es necesaria para no caer en la tentación, para no abandonar a Jesús en las horas duras: “abandonándole huyeron todos” (Mc 14, 50), en una desbandada que dura siglos... Hoy Jesús sigue teniendo pocos amigos: para no fallarle, para que Jesús no se quede más solo, para acompañarle... hay que estar con Él cada día, incorporar a nuestro plan de vida estar unos minutos con quien sabemos nos quiere tanto: la lectura del Evangelio, la oración para meter la cabeza y el corazón en cada una de las escenas de la Pasión del Señor, si puede ser meditación, que lleve a la contemplación que es cerrar los ojos y representar a Cristo en el momento a considerar según lo que nos presenta la liturgia cada uno de estos días: hecho un guiñapo en la flagelación, caído en el suelo por el camino de la Vía dolorosa, con la cruz a plomo... “Contemplar” ha de ser dejarse mirar por Él, y mirarle nosotros con petición de perdón... esta actitud ha hecho muchos santos y es el mejor sistema para crecer en amor a Cristo, a través de su Humanidad Santísima. Va muy bien beber en la sabiduría de las imágenes del crucificado, como el pequeño crucifijo que podemos llevar encima, y al que acudir a escondernos en sus heridas; o admirar el padecimiento de Jesús cuando vamos a dejar un trabajo por cansancio, cuando somos perezosos; ver su humillación cuando nos sentimos vanidosos; ver su generosidad cuando nos vence el egoísmo, ver su entrega cuando luchamos poco.
Nos acercamos a Jesús con los protagonistas de la Pasión, por ejemplo Verónica, esa mujer atrevida, que se abre paso para dar la cara por Jesús; limpia su rostro y queda grabada su faz en el velo, como queda impresa la imagen de Cristo en nuestra alma. Por eso, de ahí nacen deseos de no empañar esa imagen con cosas malas, queremos limpiar el rostro de Jesús... Son los actos de amor y de desagravio, jaculatorias y petición de perdón ante nuestros retrasos e indelicadezas, desganas y falta de sensibilidad. Son también nuestras contrariedades, enfermedades, unidas a la cruz de Jesús; y las correcciones que nos hacen, agradecer esa ayuda. Y siempre con María, ir de su mano, a donde Ella nos lleve.
b) “Jesús se paseaba en el Templo... De nuevo los judíos trajeron piedras para apedrearle”. Así nos muestras, Jesús, que tu pasión comenzó mucho antes del viernes. Las últimas semanas de tu vida terrena las viviste rodeado de enemigos despiadados. Sabes lo que es el sufrimiento moral: el miedo, la aprehensión, el ansia, la inseguridad... ser incomprendido, mal juzgado... vivir en medio de gentes que deforman nuestras intenciones profundas... no llegar a hacerse comprender. Todo esto que es lote doloroso de tantos seres humanos, lo has experimentado, Señor Jesús. ¿Cuáles eran entonces tus reacciones interiores? Ayúdame, Señor, a contemplar lo que pasa en ti mientras Tú vives los últimos días de tu vida. Pero no estás solo: “El Padre está en mi y Yo en el Padre”... Incluso en medio de las tormentas, seguramente estabas en posesión de una paz constante. Incluso en la angustia podías apoyarte en el Padre. Te sabías amado, acompañado, cuidado (Noel Quesson). "El Padre está en mí". Comunión. Unidad profunda. Los Padres de la Iglesia se atreverán a decir: "Dios se hizo hombre, para que el hombre llegara a ser Dios". La gloria de Dios es nuestra gloria, y por el amor a los demás vemos a este Dios que nos salva: "Si tú me dices, muéstrame a tu Dios, yo te diré a mi vez; muéstrame tú a tu hombre y yo te mostraré a mi Dios. Muéstrame, por tanto, si los ojos de tu mente ven y si oyen los oídos de tu corazón" (san Teófilo). Colocándonos espiritualmente ante el Cristo crucificado, Salvador, Buen Pastor, Amigo que da la vida por sus amigos, meditemos sobre ese momento de gracia, perdón y salvación, hablándole desde nuestra más profunda intimidad: Pastor, que con tus silbos amorosos / me despertaste del profundo sueño; / tú que hiciste cayado de ese leño / en que tiendes los brazos poderosos, / vuelve tus ojos a mi fe piadosos, / pues te confieso por mi amor y dueño, / y la palabra de seguir empeño / tus dulces silbos y tus pies hermosos. // Oye, Pastor, que por amores mueres, / no te espante el rigor de mis pecados, / pues tan amigo de rendidos eres. // Espera, pues, y escucha mis cuidados. / Pero ¿cómo te digo que me esperes, / si estás, para esperar, los pies clavados?” (cf. “Gratis datae”).
c) ¿Cómo debías sentirte, Jesús, ante estos acontecimientos? Por un lado, la angustia del dolor que se avecinaba; por otro, la necesidad de cumplir la misión para la que habías venido al mundo. Ahora mi alma está turbada; y ¿qué diré?: ¿Padre, líbrame de esta hora?, si para eso vine a esta hora (Jn 12,27). Jesús, estoy acostumbrado a verte sufrir en la cruz y no me doy cuenta de lo que sufriste también en los días anteriores.
Pero lo que más te debía doler era la incomprensión de aquellos hombres: les habías demostrado con obras que eras el Hijo de Dios, y te iban a pagar con la cruz. ¡Jerusalén, Jerusalén!, que matas a los profetas y lapidas a los que te son enviados. Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como la gallina cobija a sus polluelos bajo las alas, y no quisiste (Mt 23,37). Jesús, quiero acompañarte estos días teniendo tus mismos sentimientos. Aquello del Apóstol: «tened en vuestros corazones los mismos sentimientos que tuvo Jesucristo en el suyo», exige a todos los cristianos que reproduzcan en sí, en cuanto al hombre es posible, aquel sentimiento que tenía el divino Redentor cuando se ofrecía en sacrificio. (...) Exige, además, que de alguna manera adopten la condición de víctima, negándose a sí mismos según los preceptos del Evangelio, entregándose voluntaria y gustosamente a la penitencia, detestando y confesando cada uno sus propios pecados. Si unimos nuestras pequeñeces -las insignificantes y las grandes contradicciones- a los grandes sufrimientos del Señor, Víctima -¡la única Víctima es Él!-, aumentará su valor, se harán un tesoro y, entonces, tomaremos a gusto, con garbo, la Cruz de Cristo. -Y no habrá así pena que no se venza con rapidez; y no habrá nada ni nadie que nos quite la paz y la alegría (Forja, 785).
Jesús, que cuando sufra por algún motivo, físico o moral, me acuerde de lo mucho que has sufrido por mí, y me dé cuenta de que también así, sufriendo, me estoy pareciendo y uniendo a Ti. Son esas caricias de Dios, que me trata como a su Hijo, y que me permite aportar mi pequeño grano de arena a la Redención. Cada día puedo ofrecer esas contradicciones en la Misa, junto al Pan y el Vino, de manera que se unan al sacrificio de la Cruz. De este modo, esos sufrimientos adquirirán un valor infinito y redentor, aumentará su valor, se harán un tesoro. Juan no hizo ningún milagro, pero todo lo que dijo Juan acerca de él era verdad. Jesús, aunque no haga milagros, siempre puedo, como Juan, hablar de Ti a los que me rodean: con mi ejemplo, con el modo de afrontar las contradicciones grandes o pequeñas que todo el mundo padece. Al ofrecer esos sufrimientos, uniéndolos a los tuyos en el santo sacrificio de la Misa, no habrá pena que no venza con rapidez; y no habrá nada ni nadie que me quite la paz y la alegría. Y el resultado de una vida vivida con esa fe y esa esperanza será portentoso, como el fruto del apostolado de Juan: muchos allí creyeron en Él (Pablo Cardona).
Cuentan que esta primera generación del siglo XXI se denomina la del “Prozac”. Como sabéis, esta medicina no es otra cosa que un ansiolítico que ha adquirido gran fama por la cantidad de gente que la consume por prescripción médica. El fatídico síndrome de la ansiedad... las “prisas” que tiene nuestra sociedad por “hacer cosas”, el sueño de una vida mucho más prolongada, y con un alto grado de bienestar. Y así, de la misma manera que nos jactamos de sacar a la luz miles de encuestas sobre las cosas más absurdas, habría que realizar la más importante, con una pregunta muy concreta: “Pero, ¿es usted verdaderamente feliz?”. Ante todo esto se alza la verdad, que Jesús nos recuerda estos días: “Os he hecho ver muchas obras buenas por encargo de mi Padre: ¿por cuál de ellas me apedreáis”. Creer, ser hijos de Dios, como decíamos ayer: sentirnos en casa, en la casa del Padre, con la descendencia de esa familia que por la fe se extiende como Iglesia-cuerpo místico de Cristo, en esa relación filial y de amor que nos da este Dios-con-nosotros: Tú y yo estamos también llamados a ser dioses, hijos en el Hijo. Hemos sido elevados a la condición divina por los méritos de Cristo, y aún queremos hacer más “cosas” para demostrarnos… ¿el qué? Que lo importante es recordar que sólo en Jesús nuestras ansias y nuestros agobios encuentran el sosiego y la paz definitivas. ¡Que sí!, que hay que trabajar, que hay que procurar el ejercicio del bien común en esta sociedad que nos toca vivir… pero, todo con el corazón puesto en la debida rectitud de intención: dar gloria a Dios, y que sólo Él brille ante los ojos del mundo. Jesús sufre porque por la libertad podemos no acogernos a esa felicidad, y buscar alternativas superficiales…
Este sufrimiento es preludio de lo que sucederá después de la Última Cena, cuando Jesús siente una inmensa necesidad de orar. En el Huerto de los Olivos cae abatido: se postró rostro en tierra (Mateo 26, 39), precisa San Mateo. Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz; pero no sea como yo quiero, sino como quieres Tú. Jesús está sufriendo una tristeza capaz de causar la muerte. Él, que es la misma inocencia, carga con todos los pecados de todos los hombres, y se prestó a pagar personalmente todas nuestras deudas. ¡Cuánto hemos de agradecer al Señor su sacrificio voluntario para librarnos del pecado y de la muerte eterna! En nuestra vida puede haber momentos de profundo dolor, en que cueste aceptar la Voluntad de Dios, con tentaciones de desaliento. La imagen de Jesús en el Huerto de los Olivos nos enseña a abrazar la Voluntad de Dios, sin poner límite alguno ni condiciones, e identificarnos con el querer de Dios por medio de una oración perseverante.
Hemos de rezar siempre, pero hay momentos en que esa oración se ha de intensificar. Abandonarla sería como dejar abandonado a Cristo y quedar nosotros a merced del enemigo. Nuestra meditación diaria, si es verdadera oración, nos mantendrá vigilantes ante el enemigo que no duerme. Y nos hará fuertes para sobrellevar y vencer tentaciones y dificultades. Si la descuidáramos perderíamos la alegría y nos veríamos sin fuerzas para acompañar a Jesús.
Los santos han sacado mucho provecho para su alma de este pasaje de la vida del Señor. Santo Tomás Moro nos muestra cómo la oración del Señor en Getsemaní ha fortalecido a muchos cristianos ante grandes dificultades y tribulaciones. También él fue fortalecido con la contemplación de estas escenas, mientras esperaba el martirio por ser fiel a su fe. Y puede ayudarnos a nosotros a ser fuertes en las dificultades, grandes o pequeñas, de nuestra vida ordinaria. El primer misterio doloroso del Santo Rosario puede ser tema de nuestra oración cuando nos cueste descubrir la Voluntad de Dios en los acontecimientos que quizá no entendemos. Podemos entonces rezar con frecuencia a modo de jaculatoria: Quiero lo que quieres, quiero porque quieres, quiero como lo quieres, quiero hasta que quieras (Francisco Fernández Carvajal).
miércoles, 28 de marzo de 2012
Cuaresma 5, jueves: Dios establece una alianza con Abraham, y por la fe genera una familia de los hijos de Dios que se lleva a cumplimiento en Jesús,
Libro de Génesis 17,3-9: Abrám cayó con el rostro en tierra, mientras Dios le seguía diciendo: "Esta será mi alianza contigo: tú serás el padre de una multitud de naciones. Y ya no te llamarás más Abrám: en adelante tu nombre será Abraham, para indicar que Yo te he constituido padre de una multitud de naciones. Te haré extraordinariamente fecundo: de ti suscitaré naciones, y de ti nacerán reyes. Estableceré mi alianza contigo y con tu descendencia a través de las generaciones. Mi alianza será una alianza eterna, y así yo seré tu Dios y el de tus descendientes. Yo te daré en posesión perpetua, a ti y a tus descendientes, toda la tierra de Canaán, esa tierra donde ahora resides como extranjero, y yo seré su Dios". Después, Dios dijo a Abraham: "Tú, por tu parte, serás fiel a mi alianza; tú, y también tus descendientes, a lo largo de las generaciones.
Salmo 105,4-9: ¡Recurran al Señor y a su poder, busquen constantemente su rostro; / recuerden las maravillas que Él obró, sus portentos y los juicios de su boca! / Descendientes de Abraham, su servidor, hijos de Jacob, su elegido: / el Señor es nuestro Dios, en toda la tierra rigen sus decretos. / Él se acuerda eternamente de su alianza, de la palabra que dio por mil generaciones, / del pacto que selló con Abraham, del juramento que hizo a Isaac.
Evangelio según San Juan 8,51-59: En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: «En verdad, en verdad os digo: si alguno guarda mi Palabra, no verá la muerte jamás». Le dijeron los judíos: «Ahora estamos seguros de que tienes un demonio. Abraham murió, y también los profetas; y tú dices: “Si alguno guarda mi Palabra, no probará la muerte jamás”. ¿Eres tú acaso más grande que nuestro padre Abraham, que murió? También los profetas murieron. ¿Por quién te tienes a ti mismo?». Jesús respondió: «Si yo me glorificara a mí mismo, mi gloria no valdría nada; es mi Padre quien me glorifica, de quien vosotros decís: “Él es nuestro Dios”, y sin embargo no le conocéis, yo sí que le conozco, y si dijera que no le conozco, sería un mentiroso como vosotros. Pero yo le conozco, y guardo su Palabra. Vuestro padre Abraham se regocijó pensando en ver mi día; lo vio y se alegró». Entonces los judíos le dijeron: «¿Aún no tienes cincuenta años y has visto a Abraham?». Jesús les respondió: «En verdad, en verdad os digo: antes de que Abraham existiera, Yo Soy». Entonces tomaron piedras para tirárselas; pero Jesús se ocultó y salió del Templo.
Comentario: En el evangelio de hoy, Jesús se vincula a la gran historia que comienza en Abraham: «Abraham exultó esperando ver mi día. Lo vio y se alegró... Antes que naciera Abraham, “¡Yo soy!”». Es siempre ese “yo soy con vosotros”, una presencia divina en nuestra vida, por la Encarnación. Dirá Clemente de Alejandría: “ésta es la única manera de mantenerse sin tropiezo: tener presente que Dios está siempre a nuestro lado”.
1. Abraham rostro en tierra habla con Dios (se le llama “El-Saday”, que puede significar “Dios omnipotente”, “Dios de las montañas”, “Dios de la abundancia”). Nosotros también podemos hablar con Dios. Y Dios le habla: -“Esta es mi alianza contigo: Serás padre de una multitud de pueblos. Te haré fecundo sobremanera”. No era fecundo, y le es anunciada una fecundidad sobrehumana. Es su inmensa fecundidad espiritual: él es el «padre de los creyentes»: es el primero en haber creído... puso su fe en Dios... se lanzó a la mayor aventura espiritual de todos los tiempos, renunciando a apoyarse en sus propias luces y en sus propias fuerzas, para únicamente apoyarse en Dios; que le dice –por primera vez en la Biblia-: “sé perfecto”, llamada a la santidad que Jesús extiende a todos (cf. Mt 4,48). Es el hermoso riesgo de la Fe. La aventura de la Fe. Abandonar su país. Sus seguridades humanas. Entregarlo todo. Esperarlo todo de otro. Renunciar a sus aparentes certezas naturales, para confiarse a la Palabra y a la Promesa de otro.
-“Estableceré mi alianza entre nosotros dos, una alianza perpetua...” (Jesús dirá: «Si alguien guarda mi Palabra, no verá jamás la muerte»). Una alianza eterna entre Dios y el hombre. El hombre que no quiere morir, el hombre que se agarra excesivamente a la vida... es ridículo y loco. Hay quien lo tiene todo atado, y una enfermedad… y se descontrola todo, basta tener un accidente y todo se derrumba, si no se ve la mano de Dios. Abram cree. Dios –por primera vez también- cambia su nombre: se llamará “Abraham”, le hace padre de un linaje. Si no queremos morir, tenemos sólo un medio a nuestra disposición; se trata de un famoso salto a lo desconocido: aceptar un contrato con Dios, hacer «Alianza con Él», perpetuarnos –personalmente, en el cielo, y crear un linaje-: «En verdad, yo os digo: si alguien guarda mi Palabra, no verá jamás la muerte.» ¡Esa fue la apuesta de Abraham! La Fe. Abraham hizo esa apuesta, fue el primero entre esa categoría de hombres que juegan toda su vida a una carta: Dios. San Pablo dirá que Abraham apostó sobre «aquel que es capaz de resucitar a los muertos» (Rm 4, 18). Esperando contra toda esperanza, creyó, y pasó a ser padre de una multitud: “Yo seré tu Dios... y tú, guardarás mi alianza...” Dios, por su parte, es fiel. Pero nosotros, ¿somos fieles a la alianza? ¿De veras hemos apostado todo a Dios? ¿Confiamos, realmente, en su Palabra? Nuestra vida diaria, nuestros gustos y decisiones cotidianas no ponen de manifiesto, a menudo, que sólo nos fiamos de nosotros mismos? Señor, creo, pero haz que crezca mi Fe (Noel Quesson). Dios le da a Isaac, que significa: “Dios, sonríe”. Y la sonrisa de Dios llena de alegría el corazón del viejo patriarca. Jesús se declara el verdadero objeto de la promesa hecha a Abraham, la verdadera causa de su alegría, el Isaac espiritual, el hijo de Dios.
2. El salmo nos muestra a Dios, siempre fiel a pesar de las infidelidades de su Pueblo. Pero aun cuando Dios siempre está dispuesto a perdonar nuestras culpas, no podemos pensar que ha quedado sin efecto lo que le corresponde al Pueblo. El Salmo concluirá diciendo que si Dios ha sido fiel, al Pueblo corresponde obedecer sus mandamientos y practicar sus leyes. Dios siempre está a nuestro lado como Padre y como poderoso defensor. Busquémoslo sin descanso para vivir totalmente comprometidos con Él y no sólo para recibir sus beneficios. El mismo Cristo nos invita a buscar primero el Reino de Dios y su justicia, sabiendo que todo lo demás llegará a nosotros por añadidura.
3. Los judíos han entendido perfectamente la pretensión que hay en la afirmación de Jesús: que Él confiere la vida eterna, no es una persona "normal", sólo a Dios compete eso, y le llaman endemoniado. Sin fe, Jesús y los que lo siguen se valoran excesivamente, son “fanáticos”, piensan demasiado en Dios: "¿Pero tú, por quién te tienes?", será siempre la tentación, los del entorno nos dirán: procura ser “simplemente” una persona “normal”, no te creas “especial”. Jesús contesta: “si dijera "no lo conozco" sería, como vosotros, un embustero, pero yo lo conozco y guardo su palabra”. Jesús les dijo: “os aseguro –lo dice en fórmula solemne- que antes que naciera Abraham existo yo". Convivir con mil años antes es decir: “Yo existo desde siempre”, es asumir la manifestación del nombre que Dios hizo a Moisés, y éste es el tema de las lecturas que leemos desde el lunes: “yo soy el que está con nosotros”, “Dios con nosotros, el Emmanuel”, Jesús. El nombre de Dios era “impronunciable” para los judíos, como comenta Ratzinger: “No obstante, sigue siendo cierto que Dios no rechazó simplemente la petición de Moisés y, para entender este singular entrelazarse de nombre y no-nombre, hemos de tener claro lo que significa realmente un nombre. Podríamos decir sencillamente: el nombre crea la posibilidad de dirigirse a alguien, de invocarle. Establece una relación. Cuando Adán da nombre a los animales no significa que describa su naturaleza, sino que los incluye en su mundo humano, les da la posibilidad que ser llamados por él. A partir de ahí podemos entender de manera positiva lo que se quiere decir al hablar del nombre de Dios: Dios establece una relación entre Él y nosotros. Hace que lo podamos invocar. Él entra en relación con nosotros y da la posibilidad de que nosotros nos relacionemos con Él. Pero eso comporta que de algún modo se entrega a nuestro mundo humano. Se ha hecho accesible y, por ello, también vulnerable. Asume el riesgo de la relación, del estar con nosotros.
Lo que llega a su cumplimiento con la encarnación ha comenzado con la entrega del nombre. De hecho, al reflexionar sobre la oración sacerdotal de Jesús veremos que allí Él se presenta como el nuevo Moisés: «He manifestado tu nombre a los hombres.» (Jn 17, 6). Lo que comenzó en la zarza que ardía en el desierto del Sinaí se cumple en la zarza ardiente de la cruz. Ahora Dios se ha hecho verdaderamente accesible en su Hijo hecho hombre. Él forma parte de nuestro mundo, se ha puesto, por decirlo así, en nuestras manos.
De esto podemos entender lo que significa la exigencia de santificar el nombre de Dios. Ahora se puede abusar del nombre de Dios y, con ello, manchar a Dios mismo. Podemos apoderarnos del nombre de Dios para nuestros fines y desfigurar así la imagen de Dios. Cuanto más se entrega Él en nuestras manos, tanto más podemos oscurecer nosotros su luz; cuanto más cercano sea, tanto más nuestro abuso puede hacerlo irreconocible”. Martin Buber dijo en cierta ocasión que, con tanto abuso infame como se ha hecho del nombre de Dios, podríamos perder el valor de pronunciarlo. Pero silenciarlo sería un rechazo todavía mayor del amor que viene a nuestro encuentro. Buber dice entonces que sólo con gran respeto se podrían recoger de nuevo los fragmentos del nombre enfangado e intentar limpiarlos. Pero no podemos hacerlo solos. Únicamente podemos pedirle a Él mismo que no deje que la luz de su nombre se apague en este mundo.
“Y esta súplica de que sea Él mismo quien tome en sus manos la santificación de su nombre, de que proteja el maravilloso misterio de ser accesible para nosotros y de que, una y otra vez, aparezca en su verdadera identidad librándose de las deformaciones que le causamos, es una súplica que comporta siempre para nosotros un gran examen de conciencia: ¿cómo trato yo el santo nombre de Dios? ¿Me sitúo con respeto ante el misterio de la zarza que arde, ante lo inexplicable de su cercanía y ante su presencia en la Eucaristía, en la que se entrega totalmente en nuestras manos? ¿Me preocupo de que la santa cohabitación de Dios con nosotros no lo arrastre a la inmundicia, sino que nos eleve a su pureza y santidad?”
Las palabras de Jesús hoy nos recuerdan: "En el principio ya existía el Verbo y el Verbo estaba con Dios y el Verbo era Dios" (Jn 1). Dirá el Bautista: "vino después que yo, pero existía antes que yo" (Jn 1,30).
"Entonces cogieron piedras para tirárselas, pero Jesús se escondió y salió del templo". Jesús sale huyendo del templo. Y dice un comentarista: la shekina de Yavhé, la gloria de Dios, la presencia de Dios, se retiró para siempre del templo judío. Conducta lógica, cuando falta la fe. Hostilidad. Ambiente de homicidio. No se trata solamente de propósitos violentos: se busca camorra... llegarán a las manos... se pelearán. “Pero Jesús se ocultó y salió del Templo”. ¿Qué es lo que habías dicho, Señor, para suscitar un odio tal? ¿Qué papel pinta el demonio en la Historia? No sabemos, pero sí conocemos lo que “Jesús decía a los judíos: "En verdad os digo: si alguno guardare mi palabra, jamás verá la muerte."” Está invitando a no tener juicio, ir directos a la gloria, a los que quieren matarle…: la victoria de la vida sobre la muerte es difícil de entender, para nuestro corazón con restos de venganza. Jesús, te toman por loco, por poseso: me fío de Ti, hazme también loco de amor, dar el gran salto en lo desconocido. Ayúdanos a confiar en Ti, hasta en la muerte, hasta el último punto imaginable... hasta no reservar nada para sí. El núcleo del gran problema de la humanidad es éste: entregar o no la vida a Jesús, creer o no que es Dios, el único, en el fondo, escoger entre la vida como camino al "agujero negro" (a la nada) o al misterio del cielo (el todo), entre el abandono a la desesperanza o la alegría de vivir, entre conformarse con la derrota o quererlo todo (Noel Quesson, con adaptaciones mías): «Mira con amor, Señor, a los que han puesto su esperanza en tu misericordia» (oración), para vivir tus mandatos: «Guardad mi alianza, tú y tus descendientes» (1ª lectura), confiando en Ti: «El Señor se acuerda de su alianza eternamente» (salmo), pues dices: «Quien guarda mi palabra no sabrá qué es morir para siempre» (evangelio).
Esta alianza sellada próximamente con la sangre de Cristo nos da fuerzas para vivir la fidelidad, en un mundo de cambios (de marca, de automóvil, de trabajo, etc., que se extiende a la vida matrimonial). La Eucaristía es el memorial de esta alianza, de la fidelidad, de arriesgarlo todo, de sostener la palabra dada aun a costa de la propia vida, como reafirmamos en las promesas bautismales de la vigilia de Pascua. Con el Rosario, Via crucis, y principalmente la liturgia de estos días, nos acercamos al misterio de la Resurrección del Señor; pero no podremos participar de Ella, si no nos unimos a su Pasión y Muerte. Por eso, durante estos días, acompañemos a Jesús, con nuestra oración, en su vía dolorosa y en su muerte en la Cruz. Nosotros estamos ahí implicados, como protagonistas de aquellos horrores, porque Jesús cargó con nuestros pecados (1 Pedro 2, 24), con cada uno de ellos. Somos rescatados de las manos del demonio y de la muerte a gran precio (1 Corintios 6, 20), el de la Sangre de Cristo. Santo Tomás de Aquino decía: “La Pasión de Cristo basta para servir de guía y modelo a toda nuestra vida”. Al preguntarle a San Buenaventura de donde sacaba tan buena doctrina para sus obras, le contestó presentándole un Crucifijo, ennegrecido por los muchos besos que le había dado: “Este es el libro que me dicta todo lo que escribo; lo poco que sé aquí lo he aprendido”. Nos hace mucho bien contemplar la Pasión de Cristo... nos imaginamos presentes como espectadores, testigos, contemplar desde el corazón de la Virgen que antes se celebraba mañana en la advocación de la Virgen de los Dolores, porque el mejor ángulo de visión, la mejor perspectiva, el mejor encuadre para la semana santa, para contemplar a Cristo en la Cruz, es desde el corazón de su Madre, a su lado, al pie de la cruz, que lo tiene en brazos, que lo espera en su corazón, donde se le aparece en primer lugar resucitado. San León Magno añade: “el que quiera de verdad venerar la pasión del Señor debe contemplar de tal manera a Jesús crucificado con los ojos del alma, que reconozca su propia carne en la carne de Jesús”.
La alianza con Abraham tiene tres puntos: una descendencia, una tierra y sobre todo, una relación: "yo seré el Dios de tus descendientes". Aunque ciertamente lo más inmediato y visible es la tierra y la descendencia, es sobre todo ese modo de relación lo que va a resultar más durable y decisivo en la alianza cuyo comienzo presenciamos en esta primera lectura. La descendencia de Abraham es sobre todo Jesús. Todo miraba desde el principio a Jesús, aunque el mismo Abraham no lo tuviese del todo claro.
Pienso que hay como tres coordenadas en los textos de hoy: a) la tierra es:“yo soy con vosotros”, la presencia de Dios, se realiza plenamente en Cristo, ya no hacen falta signos, está Él, y por la Pascua se nos da como regalo en la Eucaristía: “estaré siempre con vosotros, cada día, hasta la consumación de los siglos”; b) la descendencia: la alianza fiel forma en la fecundidad de Jesús, por su amor, una nueva familia que estaba en Abraham anunciada; c) la relación: el núcleo de esta pertenencia a la familia, la perfección mejor dicho en su “vivencia”, es la ley del amor que Jesús instaura con su entrega y de modo especial su pasión.
La meditación de la Pasión de Cristo nos consigue innumerables frutos. En primer lugar nos ayuda a tener una aversión grande a todo pecado, pues Él fue traspasado por nuestras iniquidades y molido por nuestros pecados (Isaías 53, 5). Los padecimientos nos animan a huir de todo lo que pueda significar aburguesamiento y pereza; avivan nuestro amor y alejan la tibieza. Hacen nuestra alma mortificada, guardando mejor los sentidos. Y si alguna vez, el Señor permite el dolor, nos será de gran ayuda y alivio considerar los dolores de Cristo en su Pasión. Hagamos el propósito de estar más cerca de la Virgen estos días que preceden a la Pasión de su Hijo, y pidámosle que nos enseñe a contemplarle en esos momentos en los que tanto sufrió por nosotros (Francisco Fernández Carvajal).
Sí, Cristo en la Eucaristía se nos vuelve a dar totalmente. Cada Eucaristía es el signo de la fidelidad de la promesa de Dios: “Yo estaré contigo todos los días hasta el fin del mundo”. Dios no se olvida de sus promesas. Y cuando vemos a un Dios que se entrega de esta manera, no nos queda otro camino sino buscarlo sin descanso. Buscarlo sin descanso a través de la oración y, sobre todo, a través de la voluntad, que una vez que ha optado por Dios nuestro Señor, así se le mueva la tierra, no se altera, no varía; así no entienda qué es lo que está pasando ni sepa por dónde le está llevando el Señor, no cambia. Dios promete su presencia, pero Dios también pide. Y pide que por nuestra parte le seamos fieles en todo momento, nos mantengamos fieles a la palabra dada pase lo que pase. Romper esto es romper la verdad y la fidelidad de nuestra entrega a Cristo. Que la Eucaristía abra en nuestro corazón una opción decidida por nuestro Señor. Una opción decidida por vivir el camino que Él nos pone delante, con una gran fidelidad, con un gran amor, con una gran gratitud ante un Dios que por mí se hace hombre; ante un Dios que tolera el que yo muchas veces haya podido tener una piedra en la mano y me haya permitido, incluso, intentar arrojársela. Y sobre todo, una gratitud profunda porque permitió que mi vida, una vez más, lo vuelva a encontrar, lo vuelva a amar, consciente de que el Señor nunca olvida sus promesas. El Señor nos comunica su misma Vida para que nosotros seamos signos de vida en el mundo. A través del tiempo la Iglesia se esfuerza por hacer llegar la vida de Dios a todos los hombres, muchas veces deteriorados a causa del pecado. No podemos cerrar los ojos ante las injusticias, ante los crímenes que conmueven al mundo entero. ¿Cuál es la voz de la Iglesia ante estas angustias de la humanidad? Y la Iglesia no son sólo los pastores de la misma; lo somos todos los bautizados. Si no somos una luz que clarifique el camino del hombre en medio de tantas incertidumbres e interrogantes, si no somos motivo de esperanza para los decaídos ¿de qué nos sirve confesarnos como hombres de fe en Cristo? No podemos, por tanto, quedarnos sólo como aquellos que escuchan a su maestro y se olvidan de sus enseñanzas. Si hemos venido ante el Señor es porque nos queremos comprometer a trabajar para darle un nuevo rumbo a nuestra historia desde la fe que profesamos (www.homiliacatolica.com). Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de unir nuestra existencia a Jesucristo, con tal lealtad que en verdad podamos convertirnos en un signo de la vida nueva que Dios ofrece a la humanidad, hasta lograr alcanzar la plenitud de esa vida en la eternidad. Amén.
Salmo 105,4-9: ¡Recurran al Señor y a su poder, busquen constantemente su rostro; / recuerden las maravillas que Él obró, sus portentos y los juicios de su boca! / Descendientes de Abraham, su servidor, hijos de Jacob, su elegido: / el Señor es nuestro Dios, en toda la tierra rigen sus decretos. / Él se acuerda eternamente de su alianza, de la palabra que dio por mil generaciones, / del pacto que selló con Abraham, del juramento que hizo a Isaac.
Evangelio según San Juan 8,51-59: En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: «En verdad, en verdad os digo: si alguno guarda mi Palabra, no verá la muerte jamás». Le dijeron los judíos: «Ahora estamos seguros de que tienes un demonio. Abraham murió, y también los profetas; y tú dices: “Si alguno guarda mi Palabra, no probará la muerte jamás”. ¿Eres tú acaso más grande que nuestro padre Abraham, que murió? También los profetas murieron. ¿Por quién te tienes a ti mismo?». Jesús respondió: «Si yo me glorificara a mí mismo, mi gloria no valdría nada; es mi Padre quien me glorifica, de quien vosotros decís: “Él es nuestro Dios”, y sin embargo no le conocéis, yo sí que le conozco, y si dijera que no le conozco, sería un mentiroso como vosotros. Pero yo le conozco, y guardo su Palabra. Vuestro padre Abraham se regocijó pensando en ver mi día; lo vio y se alegró». Entonces los judíos le dijeron: «¿Aún no tienes cincuenta años y has visto a Abraham?». Jesús les respondió: «En verdad, en verdad os digo: antes de que Abraham existiera, Yo Soy». Entonces tomaron piedras para tirárselas; pero Jesús se ocultó y salió del Templo.
Comentario: En el evangelio de hoy, Jesús se vincula a la gran historia que comienza en Abraham: «Abraham exultó esperando ver mi día. Lo vio y se alegró... Antes que naciera Abraham, “¡Yo soy!”». Es siempre ese “yo soy con vosotros”, una presencia divina en nuestra vida, por la Encarnación. Dirá Clemente de Alejandría: “ésta es la única manera de mantenerse sin tropiezo: tener presente que Dios está siempre a nuestro lado”.
1. Abraham rostro en tierra habla con Dios (se le llama “El-Saday”, que puede significar “Dios omnipotente”, “Dios de las montañas”, “Dios de la abundancia”). Nosotros también podemos hablar con Dios. Y Dios le habla: -“Esta es mi alianza contigo: Serás padre de una multitud de pueblos. Te haré fecundo sobremanera”. No era fecundo, y le es anunciada una fecundidad sobrehumana. Es su inmensa fecundidad espiritual: él es el «padre de los creyentes»: es el primero en haber creído... puso su fe en Dios... se lanzó a la mayor aventura espiritual de todos los tiempos, renunciando a apoyarse en sus propias luces y en sus propias fuerzas, para únicamente apoyarse en Dios; que le dice –por primera vez en la Biblia-: “sé perfecto”, llamada a la santidad que Jesús extiende a todos (cf. Mt 4,48). Es el hermoso riesgo de la Fe. La aventura de la Fe. Abandonar su país. Sus seguridades humanas. Entregarlo todo. Esperarlo todo de otro. Renunciar a sus aparentes certezas naturales, para confiarse a la Palabra y a la Promesa de otro.
-“Estableceré mi alianza entre nosotros dos, una alianza perpetua...” (Jesús dirá: «Si alguien guarda mi Palabra, no verá jamás la muerte»). Una alianza eterna entre Dios y el hombre. El hombre que no quiere morir, el hombre que se agarra excesivamente a la vida... es ridículo y loco. Hay quien lo tiene todo atado, y una enfermedad… y se descontrola todo, basta tener un accidente y todo se derrumba, si no se ve la mano de Dios. Abram cree. Dios –por primera vez también- cambia su nombre: se llamará “Abraham”, le hace padre de un linaje. Si no queremos morir, tenemos sólo un medio a nuestra disposición; se trata de un famoso salto a lo desconocido: aceptar un contrato con Dios, hacer «Alianza con Él», perpetuarnos –personalmente, en el cielo, y crear un linaje-: «En verdad, yo os digo: si alguien guarda mi Palabra, no verá jamás la muerte.» ¡Esa fue la apuesta de Abraham! La Fe. Abraham hizo esa apuesta, fue el primero entre esa categoría de hombres que juegan toda su vida a una carta: Dios. San Pablo dirá que Abraham apostó sobre «aquel que es capaz de resucitar a los muertos» (Rm 4, 18). Esperando contra toda esperanza, creyó, y pasó a ser padre de una multitud: “Yo seré tu Dios... y tú, guardarás mi alianza...” Dios, por su parte, es fiel. Pero nosotros, ¿somos fieles a la alianza? ¿De veras hemos apostado todo a Dios? ¿Confiamos, realmente, en su Palabra? Nuestra vida diaria, nuestros gustos y decisiones cotidianas no ponen de manifiesto, a menudo, que sólo nos fiamos de nosotros mismos? Señor, creo, pero haz que crezca mi Fe (Noel Quesson). Dios le da a Isaac, que significa: “Dios, sonríe”. Y la sonrisa de Dios llena de alegría el corazón del viejo patriarca. Jesús se declara el verdadero objeto de la promesa hecha a Abraham, la verdadera causa de su alegría, el Isaac espiritual, el hijo de Dios.
2. El salmo nos muestra a Dios, siempre fiel a pesar de las infidelidades de su Pueblo. Pero aun cuando Dios siempre está dispuesto a perdonar nuestras culpas, no podemos pensar que ha quedado sin efecto lo que le corresponde al Pueblo. El Salmo concluirá diciendo que si Dios ha sido fiel, al Pueblo corresponde obedecer sus mandamientos y practicar sus leyes. Dios siempre está a nuestro lado como Padre y como poderoso defensor. Busquémoslo sin descanso para vivir totalmente comprometidos con Él y no sólo para recibir sus beneficios. El mismo Cristo nos invita a buscar primero el Reino de Dios y su justicia, sabiendo que todo lo demás llegará a nosotros por añadidura.
3. Los judíos han entendido perfectamente la pretensión que hay en la afirmación de Jesús: que Él confiere la vida eterna, no es una persona "normal", sólo a Dios compete eso, y le llaman endemoniado. Sin fe, Jesús y los que lo siguen se valoran excesivamente, son “fanáticos”, piensan demasiado en Dios: "¿Pero tú, por quién te tienes?", será siempre la tentación, los del entorno nos dirán: procura ser “simplemente” una persona “normal”, no te creas “especial”. Jesús contesta: “si dijera "no lo conozco" sería, como vosotros, un embustero, pero yo lo conozco y guardo su palabra”. Jesús les dijo: “os aseguro –lo dice en fórmula solemne- que antes que naciera Abraham existo yo". Convivir con mil años antes es decir: “Yo existo desde siempre”, es asumir la manifestación del nombre que Dios hizo a Moisés, y éste es el tema de las lecturas que leemos desde el lunes: “yo soy el que está con nosotros”, “Dios con nosotros, el Emmanuel”, Jesús. El nombre de Dios era “impronunciable” para los judíos, como comenta Ratzinger: “No obstante, sigue siendo cierto que Dios no rechazó simplemente la petición de Moisés y, para entender este singular entrelazarse de nombre y no-nombre, hemos de tener claro lo que significa realmente un nombre. Podríamos decir sencillamente: el nombre crea la posibilidad de dirigirse a alguien, de invocarle. Establece una relación. Cuando Adán da nombre a los animales no significa que describa su naturaleza, sino que los incluye en su mundo humano, les da la posibilidad que ser llamados por él. A partir de ahí podemos entender de manera positiva lo que se quiere decir al hablar del nombre de Dios: Dios establece una relación entre Él y nosotros. Hace que lo podamos invocar. Él entra en relación con nosotros y da la posibilidad de que nosotros nos relacionemos con Él. Pero eso comporta que de algún modo se entrega a nuestro mundo humano. Se ha hecho accesible y, por ello, también vulnerable. Asume el riesgo de la relación, del estar con nosotros.
Lo que llega a su cumplimiento con la encarnación ha comenzado con la entrega del nombre. De hecho, al reflexionar sobre la oración sacerdotal de Jesús veremos que allí Él se presenta como el nuevo Moisés: «He manifestado tu nombre a los hombres.» (Jn 17, 6). Lo que comenzó en la zarza que ardía en el desierto del Sinaí se cumple en la zarza ardiente de la cruz. Ahora Dios se ha hecho verdaderamente accesible en su Hijo hecho hombre. Él forma parte de nuestro mundo, se ha puesto, por decirlo así, en nuestras manos.
De esto podemos entender lo que significa la exigencia de santificar el nombre de Dios. Ahora se puede abusar del nombre de Dios y, con ello, manchar a Dios mismo. Podemos apoderarnos del nombre de Dios para nuestros fines y desfigurar así la imagen de Dios. Cuanto más se entrega Él en nuestras manos, tanto más podemos oscurecer nosotros su luz; cuanto más cercano sea, tanto más nuestro abuso puede hacerlo irreconocible”. Martin Buber dijo en cierta ocasión que, con tanto abuso infame como se ha hecho del nombre de Dios, podríamos perder el valor de pronunciarlo. Pero silenciarlo sería un rechazo todavía mayor del amor que viene a nuestro encuentro. Buber dice entonces que sólo con gran respeto se podrían recoger de nuevo los fragmentos del nombre enfangado e intentar limpiarlos. Pero no podemos hacerlo solos. Únicamente podemos pedirle a Él mismo que no deje que la luz de su nombre se apague en este mundo.
“Y esta súplica de que sea Él mismo quien tome en sus manos la santificación de su nombre, de que proteja el maravilloso misterio de ser accesible para nosotros y de que, una y otra vez, aparezca en su verdadera identidad librándose de las deformaciones que le causamos, es una súplica que comporta siempre para nosotros un gran examen de conciencia: ¿cómo trato yo el santo nombre de Dios? ¿Me sitúo con respeto ante el misterio de la zarza que arde, ante lo inexplicable de su cercanía y ante su presencia en la Eucaristía, en la que se entrega totalmente en nuestras manos? ¿Me preocupo de que la santa cohabitación de Dios con nosotros no lo arrastre a la inmundicia, sino que nos eleve a su pureza y santidad?”
Las palabras de Jesús hoy nos recuerdan: "En el principio ya existía el Verbo y el Verbo estaba con Dios y el Verbo era Dios" (Jn 1). Dirá el Bautista: "vino después que yo, pero existía antes que yo" (Jn 1,30).
"Entonces cogieron piedras para tirárselas, pero Jesús se escondió y salió del templo". Jesús sale huyendo del templo. Y dice un comentarista: la shekina de Yavhé, la gloria de Dios, la presencia de Dios, se retiró para siempre del templo judío. Conducta lógica, cuando falta la fe. Hostilidad. Ambiente de homicidio. No se trata solamente de propósitos violentos: se busca camorra... llegarán a las manos... se pelearán. “Pero Jesús se ocultó y salió del Templo”. ¿Qué es lo que habías dicho, Señor, para suscitar un odio tal? ¿Qué papel pinta el demonio en la Historia? No sabemos, pero sí conocemos lo que “Jesús decía a los judíos: "En verdad os digo: si alguno guardare mi palabra, jamás verá la muerte."” Está invitando a no tener juicio, ir directos a la gloria, a los que quieren matarle…: la victoria de la vida sobre la muerte es difícil de entender, para nuestro corazón con restos de venganza. Jesús, te toman por loco, por poseso: me fío de Ti, hazme también loco de amor, dar el gran salto en lo desconocido. Ayúdanos a confiar en Ti, hasta en la muerte, hasta el último punto imaginable... hasta no reservar nada para sí. El núcleo del gran problema de la humanidad es éste: entregar o no la vida a Jesús, creer o no que es Dios, el único, en el fondo, escoger entre la vida como camino al "agujero negro" (a la nada) o al misterio del cielo (el todo), entre el abandono a la desesperanza o la alegría de vivir, entre conformarse con la derrota o quererlo todo (Noel Quesson, con adaptaciones mías): «Mira con amor, Señor, a los que han puesto su esperanza en tu misericordia» (oración), para vivir tus mandatos: «Guardad mi alianza, tú y tus descendientes» (1ª lectura), confiando en Ti: «El Señor se acuerda de su alianza eternamente» (salmo), pues dices: «Quien guarda mi palabra no sabrá qué es morir para siempre» (evangelio).
Esta alianza sellada próximamente con la sangre de Cristo nos da fuerzas para vivir la fidelidad, en un mundo de cambios (de marca, de automóvil, de trabajo, etc., que se extiende a la vida matrimonial). La Eucaristía es el memorial de esta alianza, de la fidelidad, de arriesgarlo todo, de sostener la palabra dada aun a costa de la propia vida, como reafirmamos en las promesas bautismales de la vigilia de Pascua. Con el Rosario, Via crucis, y principalmente la liturgia de estos días, nos acercamos al misterio de la Resurrección del Señor; pero no podremos participar de Ella, si no nos unimos a su Pasión y Muerte. Por eso, durante estos días, acompañemos a Jesús, con nuestra oración, en su vía dolorosa y en su muerte en la Cruz. Nosotros estamos ahí implicados, como protagonistas de aquellos horrores, porque Jesús cargó con nuestros pecados (1 Pedro 2, 24), con cada uno de ellos. Somos rescatados de las manos del demonio y de la muerte a gran precio (1 Corintios 6, 20), el de la Sangre de Cristo. Santo Tomás de Aquino decía: “La Pasión de Cristo basta para servir de guía y modelo a toda nuestra vida”. Al preguntarle a San Buenaventura de donde sacaba tan buena doctrina para sus obras, le contestó presentándole un Crucifijo, ennegrecido por los muchos besos que le había dado: “Este es el libro que me dicta todo lo que escribo; lo poco que sé aquí lo he aprendido”. Nos hace mucho bien contemplar la Pasión de Cristo... nos imaginamos presentes como espectadores, testigos, contemplar desde el corazón de la Virgen que antes se celebraba mañana en la advocación de la Virgen de los Dolores, porque el mejor ángulo de visión, la mejor perspectiva, el mejor encuadre para la semana santa, para contemplar a Cristo en la Cruz, es desde el corazón de su Madre, a su lado, al pie de la cruz, que lo tiene en brazos, que lo espera en su corazón, donde se le aparece en primer lugar resucitado. San León Magno añade: “el que quiera de verdad venerar la pasión del Señor debe contemplar de tal manera a Jesús crucificado con los ojos del alma, que reconozca su propia carne en la carne de Jesús”.
La alianza con Abraham tiene tres puntos: una descendencia, una tierra y sobre todo, una relación: "yo seré el Dios de tus descendientes". Aunque ciertamente lo más inmediato y visible es la tierra y la descendencia, es sobre todo ese modo de relación lo que va a resultar más durable y decisivo en la alianza cuyo comienzo presenciamos en esta primera lectura. La descendencia de Abraham es sobre todo Jesús. Todo miraba desde el principio a Jesús, aunque el mismo Abraham no lo tuviese del todo claro.
Pienso que hay como tres coordenadas en los textos de hoy: a) la tierra es:“yo soy con vosotros”, la presencia de Dios, se realiza plenamente en Cristo, ya no hacen falta signos, está Él, y por la Pascua se nos da como regalo en la Eucaristía: “estaré siempre con vosotros, cada día, hasta la consumación de los siglos”; b) la descendencia: la alianza fiel forma en la fecundidad de Jesús, por su amor, una nueva familia que estaba en Abraham anunciada; c) la relación: el núcleo de esta pertenencia a la familia, la perfección mejor dicho en su “vivencia”, es la ley del amor que Jesús instaura con su entrega y de modo especial su pasión.
La meditación de la Pasión de Cristo nos consigue innumerables frutos. En primer lugar nos ayuda a tener una aversión grande a todo pecado, pues Él fue traspasado por nuestras iniquidades y molido por nuestros pecados (Isaías 53, 5). Los padecimientos nos animan a huir de todo lo que pueda significar aburguesamiento y pereza; avivan nuestro amor y alejan la tibieza. Hacen nuestra alma mortificada, guardando mejor los sentidos. Y si alguna vez, el Señor permite el dolor, nos será de gran ayuda y alivio considerar los dolores de Cristo en su Pasión. Hagamos el propósito de estar más cerca de la Virgen estos días que preceden a la Pasión de su Hijo, y pidámosle que nos enseñe a contemplarle en esos momentos en los que tanto sufrió por nosotros (Francisco Fernández Carvajal).
Sí, Cristo en la Eucaristía se nos vuelve a dar totalmente. Cada Eucaristía es el signo de la fidelidad de la promesa de Dios: “Yo estaré contigo todos los días hasta el fin del mundo”. Dios no se olvida de sus promesas. Y cuando vemos a un Dios que se entrega de esta manera, no nos queda otro camino sino buscarlo sin descanso. Buscarlo sin descanso a través de la oración y, sobre todo, a través de la voluntad, que una vez que ha optado por Dios nuestro Señor, así se le mueva la tierra, no se altera, no varía; así no entienda qué es lo que está pasando ni sepa por dónde le está llevando el Señor, no cambia. Dios promete su presencia, pero Dios también pide. Y pide que por nuestra parte le seamos fieles en todo momento, nos mantengamos fieles a la palabra dada pase lo que pase. Romper esto es romper la verdad y la fidelidad de nuestra entrega a Cristo. Que la Eucaristía abra en nuestro corazón una opción decidida por nuestro Señor. Una opción decidida por vivir el camino que Él nos pone delante, con una gran fidelidad, con un gran amor, con una gran gratitud ante un Dios que por mí se hace hombre; ante un Dios que tolera el que yo muchas veces haya podido tener una piedra en la mano y me haya permitido, incluso, intentar arrojársela. Y sobre todo, una gratitud profunda porque permitió que mi vida, una vez más, lo vuelva a encontrar, lo vuelva a amar, consciente de que el Señor nunca olvida sus promesas. El Señor nos comunica su misma Vida para que nosotros seamos signos de vida en el mundo. A través del tiempo la Iglesia se esfuerza por hacer llegar la vida de Dios a todos los hombres, muchas veces deteriorados a causa del pecado. No podemos cerrar los ojos ante las injusticias, ante los crímenes que conmueven al mundo entero. ¿Cuál es la voz de la Iglesia ante estas angustias de la humanidad? Y la Iglesia no son sólo los pastores de la misma; lo somos todos los bautizados. Si no somos una luz que clarifique el camino del hombre en medio de tantas incertidumbres e interrogantes, si no somos motivo de esperanza para los decaídos ¿de qué nos sirve confesarnos como hombres de fe en Cristo? No podemos, por tanto, quedarnos sólo como aquellos que escuchan a su maestro y se olvidan de sus enseñanzas. Si hemos venido ante el Señor es porque nos queremos comprometer a trabajar para darle un nuevo rumbo a nuestra historia desde la fe que profesamos (www.homiliacatolica.com). Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de unir nuestra existencia a Jesucristo, con tal lealtad que en verdad podamos convertirnos en un signo de la vida nueva que Dios ofrece a la humanidad, hasta lograr alcanzar la plenitud de esa vida en la eternidad. Amén.
martes, 27 de marzo de 2012
Cuaresma 5, miércoles: Jesús y la auténtica liberación; la libertad interior del amor
Libro de Daniel 3,14-20.91-92.95: Nabucodonosor tomó la palabra y les dijo: "¿Es verdad Sadrac, Mesac y Abed-Negó, que vosotros no servís a mis dioses y no adoráis la estatua de oro que yo erigí? ¿Estáis dispuestos ahora, apenas oigáis el sonido de la trompeta, el pífano, la cítara, la sambuca, el laúd, la cornamusa y de toda clase de instrumentos, a postraros y adorar la estatua que yo hice? Porque si no la adoráis, seréis arrojados inmediatamente dentro de un horno de fuego ardiente. ¿Y qué Dios podrá salvaros de mi mano?" Sadrac, Mesac y Abed-Negó respondieron al rey Nabucodonosor, diciendo: "No tenemos necesidad de darte una respuesta acerca de este asunto. Nuestro Dios, a quien servimos, puede salvarnos del horno de fuego ardiente y nos librará de tus manos. Y aunque no lo haga, ten por sabido, rey, que nosotros no serviremos a tus dioses ni adoraremos la estatua de oro que tú has erigido". Nabucodonosor se llenó de furor y la expresión de su rostro se alteró frente a Sadrac, Mesac y Abed-Negó. El rey tomó la palabra y ordenó activar el horno siete veces más de lo habitual. Luego ordenó a los hombres más fuertes de su ejército que ataran a Sadrac, Mesac y Abed-Negó, para arrojarlos en el horno de fuego ardiente. Entonces el rey Nabucodonosor, estupefacto, se levantó a toda prisa y preguntó a sus consejeros: «¿No hemos echado nosotros al fuego a estos tres hombres atados?» Respondieron ellos: «Indudablemente, oh rey.» Dijo el rey: «Pero yo estoy viendo cuatro hombres que se pasean libremente por el fuego sin sufrir daño alguno, y el cuarto tiene el aspecto de un hijo de los dioses.» Nabucodonosor exclamó: «Bendito sea el Dios de Sadrak, Mesak y Abed-Negó, que ha enviado a su ángel a librar a sus siervos que, confiando en Él, quebrantaron la orden del rey y entregaron su cuerpo antes que servir y adorar a ningún otro fuera de su Dios.
Daniel 3,52-56: «Bendito seas, Señor, Dios de nuestros padres, loado, exaltado eternamente. Bendito el santo nombre de tu gloria, loado, exaltado eternamente. / Bendito seas en el templo de tu santa gloria, cantado, enaltecido eternamente. / Bendito seas en el trono de tu reino, cantado, exaltado eternamente. / Bendito Tú, que sondeas los abismos, que te sientas sobre querubines, loado, exaltado eternamente. / Bendito seas en el firmamento del cielo, cantado, glorificado eternamente.
Evangelio según San Juan 8,31-42: En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos que habían creído en Él: «Si os mantenéis en mi Palabra, seréis verdaderamente mis discípulos, y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres». Ellos le respondieron: «Nosotros somos descendencia de Abraham y nunca hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú: Os haréis libres?». Jesús les respondió: «En verdad, en verdad os digo: todo el que comete pecado es un esclavo. Y el esclavo no se queda en casa para siempre; mientras el hijo se queda para siempre. Así pues, si el Hijo os da la libertad, seréis realmente libres. Ya sé que sois descendencia de Abraham; pero tratáis de matarme, porque mi Palabra no prende en vosotros. Yo hablo lo que he visto donde mi Padre; y vosotros hacéis lo que habéis oído donde vuestro padre».
Ellos le respondieron: «Nuestro padre es Abraham». Jesús les dice: «Si sois hijos de Abraham, haced las obras de Abraham. Pero tratáis de matarme, a mí que os he dicho la verdad que oí de Dios. Eso no lo hizo Abraham. Vosotros hacéis las obras de vuestro padre». Ellos le dijeron: «Nosotros no hemos nacido de la prostitución; no tenemos más padre que a Dios». Jesús les respondió: «Si Dios fuera vuestro Padre, me amaríais a mí, porque yo he salido y vengo de Dios; no he venido por mi cuenta, sino que Él me ha enviado».
Comentario: 1. En los tiempos de Antíoco, los judíos fueron obligados a venerar otros dioses, pero hubo quienes no quisieron acatar el mandamiento del rey, y algunos fueron torturados. También responderá así san Pedro: «Es preciso obedecer a Dios antes que a los hombres» (Hch 5,29). Es un canto de libertad en medio de la esclavitud (el Evangelio de hoy profundizará más en lo que es la libertad verdadera). Es precioso el ejemplo de fortaleza que nos dan esos tres jóvenes del horno de Babilonia, que en un ambiente hostil, pagano, saben pensar por libre, por encima de las órdenes y amenazas de la corte real en la que sirven. Las personas coherentes son admiradas y por eso su cántico es propuesto como modelo (además de la oración penitencial que leíamos el martes de la tercera semana, la alabanza a Dios que hoy leemos como salmo se canta en la hora de Laudes de los domingos, a trozos: el cántico de las criaturas). “Unas alabanzas así sólo pueden brotar de corazones realmente libres” (J. Aldazábal).
a) Es también un ejemplo de cómo la pertenencia a un sistema no determina el modo de actuar. La cultura dominante, que se convierte en una forma habitual de pensar y de actuar, un hábito, algo normal, espontáneo, casi inconsciente, puede producir ignorancia en muchos (como luego dirá el Evangelio, la persona acaba siendo esclava del pecado, dominada por él aun sin darse cuenta). En esa situación, la injusticia no es un pecado simplemente personal, forma parte del sistema social, es un pecado también social. Como en las imágenes de literatura (“Un mundo feliz”) o películas (“Matriz”, “Blade runer”) las personas se vuelven robots mecanizados a quienes se les impone una idea y una como religión del Estado. Está prohibido pensar de modo distinto que el partido en el poder o la cultura dominante, se genera un pensamiento único. El que se niega a ello es enviado al gran horno -los hornos crematorios de los totalitarismos de ayer, las difamaciones y calumnias de hoy-. Frente a intoxicaciones colectivas hay quien elige mantener una posición personal: no quieren someterse a nadie, sino sólo a Dios. También “El señor de los anillos” es un ejemplo de cómo unos débiles hobbits unidos a otros más poderosos, formando una comunidad, pueden afrontar esos poderes del mal y liberar a tantos ignorantes. Han hallado un «absoluto», un Sentido. Han encontrado una razón de vivir que es más importante que su propia vida. La muerte misma no les condiciona, no les da miedo, no empaña su libertad, ni es capaz de doblegarles. La historia está hecha por la gente sencilla, y algunos son escogidos para grandes cosas (como muestran los niños de las apariciones de Lourdes y Fátima), es el mundo de los sencillos, que creen, que son fieles a esa misión divina (también Juan Diego, ante la Virgen de Guadalupe). Y ante los ataques y calumnias, «atados»... cantan como los 3 jóvenes: «Bendito eres, Señor Dios de nuestros padres, a Ti el honor y la gloria para siempre». No se encadena al espíritu. Podemos preguntarnos en nuestro examen: ¿Tengo yo ese sentimiento de que es Dios quien me libera? Jesús en la cruz, sujetado también, clavado en la madera... era total e íntimamente libre. Señor, concédenos seguirte libremente, incluso si es preciso ir contra la corriente.
b) Las ocasiones de heroísmo son excepcionales. El martirio en su forma violenta se presenta raras veces, pero el martirio del día a día es más importante: permanecer fiel en cumplir los compromisos aceptados... continuar con nuestros compromisos lo mejor posible... seguir en la tarea comenzada aunque nos parezca que no avanzamos... empezar de nuevo, sin tregua el combate contra un defecto que nos hace sufrir... reemprender la resolución mil veces hecha. Señor, no confío en mí... creo y confío en Ti... (Noel Quesson). Con la ayuda de la gracia, como decimos en la Entrada: «Dios me libró de mis enemigos, me levantó sobre los que resistían y me salvó del hombre cruel» (Sal 17,48-49s). Y es lo que pedimos, acabando este tiempo de preparación, en la Colecta: «Ilumina, Señor, el corazón de tus fieles, purificado por las penitencias de Cuaresma; y Tú que nos infundes el piadoso deseo de servirte, escucha paternalmente nuestras súplicas». Pedimos obrar como justos, que obran libremente, por amor a Dios. Dice San Jerónimo: «Él, que promete estar con sus discípulos hasta la consumación de los siglos, manifiesta que ellos habrán de vencer siempre, y que Él nunca se habrá de separar de los que creen».
Estos tres son mártires en vistas de Jesús. Orígenes dirá: «El Señor nos libra del mal no cuando el enemigo deja de presentarnos batalla valiéndose de sus mil artes, sino cuando vencemos arrostrando valientemente las circunstancias». Todo es figura de Cristo en su Pasión. El fuego no toca a sus siervos. El condenado, el vencido, se levanta glorioso al tercer día de entre los muertos.
c) La Iglesia desde sus primeras persecuciones vio en los tres jóvenes arrojados al horno de Babilonia su propia imagen: los jóvenes perseguidos, castigados, condenados a muerte, perseveran en la alabanza divina y son protegidos por una brisa suave que los inmuniza del fuego mortal. También la Iglesia, en medio de sus persecuciones continúa alabando al Señor con el Cántico de Daniel: «A Ti gloria y alabanza por los siglos. Bendito eres, Señor, Dios de nuestros padres... Bendito tu nombre santo y glorioso. Bendito eres en el templo de tu santa gloria. Bendito sobre el trono de tu reino. Bendito eres Tú, que sentado sobre querubines, sondeas los abismos. Bendito eres en la bóveda del cielo. A Ti gloria y alabanza por los siglos».
La fe, el testimonio de estos jóvenes, capaces de arriesgarlo todo, hasta su propia vida, por su confianza absoluta en Dios, es algo maravilloso. Y no dependen de una especie de "negocio" con Dios, pues su oración es madura, no depende de los resultados: confían en Dios, pero no piden un milagro y que los salve, quieren ser fieles aun con la consecuencia de morir por ello. Sobrecogido de temor, el tirano descubre que hay un poder por encima de su poder, sucede con frecuencia que la fe, en su debilidad frente al poder externo, convierte con su fuerza interior. Las dificultades abren paso a la fe, la virtud mejora en la dificultad, a veces necesitamos que se arruinen nuestros planes para que admiremos la sabiduría, bondad y poder de Sus planes. A veces, ser vencidos es la única forma de salir ganando. La fidelidad, dirá Jesús, es lo que define al creyente: "Si permanecéis fieles a mi palabra..." (como veremos luego). San Alfonso María de Ligorio dice de los mandamientos: "¿pesan al cristiano los divinos mandamientos? Sí, como al ave sus alas". Las alas pesan, pero las alas son vuelo, vida. Unirse a la palabra de Dios, Jesús, “es vuelo, es vida, y es libertad” (Fray Nelson).
2. Juan Pablo II comentó abundantemente este cántico, que “refleja el alma religiosa universal, que percibe en el mundo la huella de Dios, y se alza en la contemplación del Creador. Pero en el contexto del libro de Daniel, el himno se presenta como agradecimiento pronunciado por tres jóvenes israelitas -Ananías, Azarías y Misael-, condenados a morir quemados en un horno por haberse negado a adorar la estatua de oro de Nabucodonosor. Milagrosamente fueron preservados de las llamas. En el telón de fondo de este acontecimiento se encuentra la historia especial de salvación en la que Dios escoge a Israel como a su pueblo y establece con él una alianza. Los tres jóvenes israelitas quieren precisamente permanecer fieles a esta alianza, aunque esto suponga el martirio en el horno ardiente. Su fidelidad se encuentra con la fidelidad de Dios, que envía a un ángel para alejar de ellos las llamas (cf. Daniel 3, 49)”, en la línea de los cánticos como el de Éxodo 15, y resuena como anticipación de la resurrección de Jesús y como ejemplo de oración dominical como recuerdan antiquísimos testimonios: “Las catacumbas romanas conservan vestigios iconográficos en los que se pueden ver a tres jóvenes que rezan incólumes entre las llamas, testimoniando así la eficacia de la oración y la certeza en la intervención del Señor”.
"Bendito eres en la bóveda del cielo: a Ti honor y alabanza por los siglos" (Daniel 3, 56): se siente el alma agradecida “no sólo por el don de la creación, sino también por el hecho de ser destinatario del cuidado paterno de Dios, que en Cristo le ha elevado a la dignidad de hijo.
Un cuidado paterno que permite ver con ojos nuevos a la misma creación y permite gozar de su belleza, en la que se entrevé, como distintivo, el amor de Dios. Con estos sentimientos, Francisco de Asís contemplaba la creación y elevaba su alabanza a Dios, manantial último de toda belleza. Espontáneamente la imaginación considera que el santo de Asís debió experimentar el eco de este texto bíblico cuando, en San Damián, después de haber alcanzado las cumbres del sufrimiento en el cuerpo y en el espíritu, compuso el "Cántico al hermano sol."”
Engarzada esta luminosa oración en forma de letanía, el cántico de las criaturas es de acción de gracias, por todas las maravillas del universo. El hombre se hace eco de toda la creación para alabar y dar gracias a Dios. “El dolor rudo y violento de la prueba desaparece, parece casi disolverse en presencia de la oración y de la contemplación. Precisamente esta actitud de confiado abandono suscita la intervención divina… Las pesadillas se deshacen como la niebla ante el sol, los miedos se disuelven, el sufrimiento es cancelado cuando todo el ser humano se convierte en alabanza y confianza, expectativa y esperanza. Esta es la fuerza de la oración cuando es pura, intensa, cuando está llena de abandono en Dios, providente y redentor”.
“Este himno es como una letanía, repetitiva y a la vez nueva: sus invocaciones suben hasta Dios como figuras espirales de humo de incienso, recorriendo el espacio con formas semejantes pero nunca iguales. La oración no tiene miedo de la repetición, como el enamorado no duda en declarar infinitas veces a la amada todo su cariño. Insistir en las mismas cuestiones es signo de intensidad y de los múltiples matices propios de los sentimientos, de los impulsos interiores, y de los afectos… Comienza con seis invocaciones dirigidas directamente a Dios”.
Nabucodonosor, el tremendo soberano babilonio que aniquiló la ciudad santa de Jerusalén en el año 586 a.c. y deportó a los israelitas «a orillas de los ríos de Babilonia» (Cf. Salmo 136), no puede nada ante ese poder de la fe, estandarte durante las persecuciones de los reyes sirio-helenos del siglo II a.c. Precisamente tuvo lugar entonces la valiente reacción de los Macabeos, combatientes por la libertad de la fe y de la tradición judía: “El cántico, tradicionalmente conocido como el de «los tres jóvenes», es como una llama que ilumina en la oscuridad del tiempo de la opresión y de la persecución, tiempo que con frecuencia se ha repetido en la historia de Israel y en la historia del cristianismo. Y nosotros sabemos que el perseguidor no asume siempre el rostro violento y macabro del opresor, sino que con frecuencia se complace en aislar al justo con el sarcasmo y la ironía, preguntándole con sarcasmo: «¿En dónde está tu Dios?» (Salmo 41, 4. 11).
En la bendición que los tres jóvenes elevan desde el crisol de su prueba al Señor Omnipotente quedan involucradas todas las criaturas. Entretejen una especie de tapiz multicolor en el que brillan los astros, se suceden las estaciones, se mueven los animales, se asoman los ángeles y, sobre todo, cantan los «siervos del Señor», los «santos» y los «humildes de corazón» (Cf. Daniel 3, 85.87).
El pasaje que acabamos de proclamar precede a esta magnífica evocación de todas las criaturas. Constituye la primera parte del cántico, que evoca la presencia gloriosa del Señor, transcendente y al mismo tiempo cercana. Sí, Dios está en los cielos, donde «sondea los abismos» (Cf. 3, 55), pero está también en «el templo santo glorioso» de Sión (Cf. 3, 53). Se sienta en el «trono de su reino» eterno e infinito (Cfr. 3, 54), pero también «sobre querubines» (Cf. 3, 55), en el arca de la alianza, colocada en el Santo de los Santos del templo de Jerusalén.
Es un Dios que está por encima de nosotros, capaz de salvarnos con su potencia, pero también un Dios cercano a su pueblo, en medio del cual ha querido morar en su «templo santo glorioso», manifestando así su amor. Un amor que revelará en plenitud para que «habite entre nosotros» su Hijo, Jesucristo, «lleno de gracia y de verdad» (Cf. Juan 1, 14). Él revelará en plenitud su amor al enviar entre nosotros al Hijo a compartir en todo, a excepción del pecado, nuestra condición marcada por pruebas, opresiones, soledad y muerte”. Esta alabanza continúa en la Iglesia, como Clemente Romano: «Tú abriste los ojos de nuestro corazón (Cf. Efesios 1, 18) / para que te conociéramos a Ti, el único (Cf. Juan 17, 3) / altísimo en lo altísimo de los cielos, / el Santo que estás entre los santos, / que humillas la violencia de los soberbios (Cf. Isaías 13, 11), / que deshaces los designios de los pueblos (Cf. Salmo 32, 10), / que exaltas a los humildes, / y humillas a los soberbios (Cf. Job 5, 11). / Tú, que enriqueces y empobreces, / que quitas y das la vida (Cf. Deuteronomio 32, 39), / benefactor único de los espíritus, / y Dios de toda carne, / que sondeas los abismos (Cf. Daniel 3, 55), / que observas las obras humanas, / que socorres a los que están en peligro, / y salvas a los desesperados (Cf. Judit 9, 11), / creador y custodio de todo espíritu, / que multiplicas los pueblos de la tierra, / y que entre todos escogiste a los que te aman / por medio de Jesucristo, / tu altísimo Hijo, / mediante el cual nos has educado, nos has santificado / y nos has honrado».
San Máximo el Confesor también rezará, tomando pie de este canto penitencial: «No nos abandones para siempre, por amor de tu nombre, no repudies tu alianza, no nos retires tu misericordia (Cf. Daniel 3, 34-35), por tu piedad, Padre nuestro que estás en los cielos, por la compasión de tu Hijo unigénito y por la misericordia de tu Santo Espíritu... No desoigas nuestra súplica, Señor, y no nos abandones para siempre. Nosotros no confiamos en nuestras obras de justicia, sino en tu piedad, por la que conservas nuestra estirpe... No detestes nuestra indignidad, más bien ten compasión de nosotros por tu gran piedad, y por la plenitud de tu misericordia cancela nuestros pecados para que sin condena nos acerquemos a tu santa gloria y podamos ser considerados dignos de la protección de tu unigénito Hijo… Sí, Señor dueño omnipotente, escucha nuestra súplica, pues no reconocemos a otro que fuera de Ti».
3. En el Evangelio, Jesús nos dice: "Si os mantenéis en mi palabra seréis de verdad discípulos míos". Quiere decir que la palabra de Jesús es como el espacio vital en que el hombre ha de mantenerse siempre. La palabra de Jesús es como la señal de tráfico para la vida del creyente. La señal única y definitiva. La norma suprema a la cual el creyente apuesta su vida. Y al discípulo auténtico y fiel le promete el conocimiento de la verdad y la libertad. "Conoceréis la verdad y la verdad os haré libres". Esta maravillosa sentencia de Jesús de la verdad que hace libres, forma ya parte del mejor patrimonio de la humanidad. Últimamente han dicho que es al revés, que es la libertad lo que nos hace verdaderos, en realidad son las dos cosas, la verdad nos hace libres y la libertad ha de ser la base de nuestra verdad, pues así como los seres tienen sus trascendentales (ser, verdad, belleza, bien) la persona tienen sus caracteres irreductibles personales (inteligencia, amor, libertad), y para que un acto sea humano ha de tener las tres condiciones: ser inteligente y por tanto abierto a la verdad, libre y fruto del amor. Sin referencia a la verdad auténtica no hay libertad y amor auténticos, pues mucha gente acude a estas palabras para imponer su verdad y su concepto de libertad y de amor a los demás. Aquí el evangelista no habla de una verdad teórica, para “saber”, sino de la verdad en la persona de Jesús. Para san Juan la verdad aparece vinculada total y absolutamente a la persona de Jesús. Y alcanzamos la máxima revelación de la Verdad, pues no es seguir un maestro, un portador de una verdad doctrinal, sino una vida-verdad (14, 6) pues Él, personalmente, es el camino, la verdad y la vida. Y esta verdad, o sea su Persona, es la que "hará libres", a los que aceptan y experimentan esta verdad. Esto es lo decisivo de la fe, la liberación.
Los judíos indican que tienen libertad interior, pues pueden vivir en regímenes adversos, pero Jesús les habla de esa libertad interior más profunda. No se trata en primer término de una liberación política o social (podemos vivir en cualquier sociedad humana), sino de una encarnación de la vida de Jesús, libres de las potencias de la muerte, del pecado, de las tinieblas, y una liberación del hombre de sí mismo. Experiencia de libertad radical, como Jesús, que no tiene miedo. Salvación y libertad son lo mismo aquí. Es un proyecto siempre abierto, con Jesús, camino de verdad y vida libre. ¡Estar en casa! Estar siempre en la casa del Padre, siempre con Dios, como recordábamos ayer, ese Dios que “soy el que soy con vosotros”, Dios aquí presente, en mi vida y nuestra historia: “Si el Hijo os libera, seréis verdaderamente libres”. Sucedía alguna vez que "un hijo de la casa", tramaba amistad con uno de sus esclavos, y sentía el deseo de "liberarle"... para que no continuara en situación de dependencia humillante. Es lo que ha hecho Jesús con nosotros. Nos ha introducido en "su casa", en "su familia". Él nos ha liberado, redimido. En aquel momento, los criados podían ser despedidos en cualquier momento, mientras que los miembros de la familia estaban firmemente vinculados a la casa. El Hijo nos saca de servidumbres, y trae la verdadera libertad y la regala; pero esto no significa que podemos abusar, pues sentirse libres requiere vivir la vida de Jesús, darse: "A vosotros, hermanos, os han llamado a la libertad, pero que esa libertad no dé pie a los bajos instintos. Al contrario, que el amor os tenga al servicio de los demás" (Gal 5, 13-14). La libertad característica del cristiano es la libertad de amar. "Soy libre, cierto, nadie es mi amo; sin embargo, me ha puesto al servicio de todos" (1Co 9,19). "El cristiano es un hombre libre, dueño de todas las cosas; no está sometido a nadie. El cristiano es un servidor lleno de obediencia, se somete a todos" (M. Lutero). Esto es paradójico, como todo el evangelio; la esclavitud a los demás es el signo de haber sido realizada la liberación de la esclavitud. Dice san Agustín: "La libertad es un placer. Mientras que tú haces el bien por miedo, no gozas de Dios. Mientras que estés obrando como un esclavo no puedes disfrutar. Que Dios te fascine y entonces serás libre", y aquí acabamos este itinerario de libertad, que se activa en el amor.
¿Hago yo esta experiencia? ¿Siento que el pecado me ata, me encadena? San Pablo decía: "No hago el bien que quisiera, y hago el mal que no quisiera... ¿Quién me librará?" (Rm 7,24). Señor:¡Dame amor a esta Palabra, libérame, Señor! Siguiéndote no caminamos hacia una esclavitud (como alguien dijo, que era una religión de esclavos), no hacia una "vida disminuida" (como dicen otros, que ser cristiano está en contra de la vida y sus placeres), sino que viviéndola tengo esta experiencia de libertad, dentro de mí veo esta expansión total, "vida en plenitud"... ¡Libre! Palabra preciosa que muchos artistas han querido retratar, como Matisse (en “La danza”), el padre del color quiso ir más allá de la impresión, captar la naturaleza y la persona en su mundo interior, pero pienso que su visión naturalista es muy pobre, cuando capta sólo un aspecto de la alegría de vivir, no ha podido reflejar lo que en profundidad significa ¡ser libre!, que es tener holgura interior, sin trabas ni obstáculos, sin tantas cosas que me encadenan: mis hábitos, mis límites, mis pecados... y esto no se consigue dejando los instintos de forma natural sino con la educación de las virtudes, la libertad es una conquista, un trabajo, como un cuadro, dejando que el pincel, cada uno, sea llevado por Dios: con esfuerzo y gracia: Hazme libre, Señor. La Cuaresma es un tiempo muy a propósito para la liberación. Hoy, ¿de qué atadura procuraré liberarme? ¿Qué cadenas voy a romper con tu ayuda?
“Yo hablo lo que he visto en el Padre”. Jesús es perfectamente libre, porque es perfectamente Hijo. Ama, y es libre porque ama: no está apegado a sí mismo. Nada le detiene, ninguna retrospección sobre sí mismo. Ningún egoísmo. Ningún obstáculo al amor.
“Yo no he venido de mí mismo”. El amor hace salir de uno, ¡libera! Amar al solo Dios verdadero. Someterse al solo Dios verdadero. Es el único medio de no estar sometido a nadie, sino a Dios, y de liberarse de cualquier ídolo. Líbrame, Señor, de mis ídolos, de todo lo que no tiene valor verdadero alguno, de todo lo que obstaculiza mi libertad (Noel Quesson). Jesús, te veo libre ante tu familia, ante los discípulos, ante las autoridades, ante los que entendían mal el mesianismo y querían hacerte rey. Libre para anunciar y para denunciar, para seguir tu camino con fidelidad, con alegría, con libertad interior. Cuando estás ante unos acusadores, eres mucho más libre que los que te condenan. Como lo era Pablo aunque muchas veces le tocara estar encadenado. Como lo fueron los admirables jóvenes de hoy en el ambiente pagano y en el horno de fuego. Como lo fueron tantos mártires, que iban a la muerte con el rostro iluminado y una opción gozosa de testimonio por Jesús. Celebrar la Pascua es dejarse comunicar la libertad por el Señor resucitado. Cuando cumplimos las “obligaciones” sociales, religiosas, ¿lo hacemos desde el amor, desde la libertad de los hijos, o desde la rutina o el miedo o la resignación?
Cuando rezamos el Padrenuestro deberíamos decir esas breves palabras con un corazón esponjado, un corazón no sólo de criaturas o de siervos, sino de hijos que se saben amados por el Padre y que le responden con su confianza y su propósito de vivir según su voluntad. Es la oración de los que aman. De los libres (J. Aldazábal). «El sacramento que acabamos de recibir sea medicina para nuestra debilidad» (comunión); «Dios nos ha trasladado al Reino de su Hijo querido, por cuya sangre hemos recibido la Redención, el perdón de los pecados» (Ant. Comunión: Col 1,13-14). San Agustín dice: «Eres, al mismo tiempo, siervo y libre: siervo porque fuiste hecho, libre porque eres amado de Aquel que te hizo, y también porque amas a tu Hacedor». Al terminar nuestra oración acudimos a la Virgen para que nos enseñe a vivir nuestra vocación de libertad –don y tarea- con Cristo en medio de nuestra vida ordinaria, con la mirada puesta en el cielo, en la libertad completa.
Daniel 3,52-56: «Bendito seas, Señor, Dios de nuestros padres, loado, exaltado eternamente. Bendito el santo nombre de tu gloria, loado, exaltado eternamente. / Bendito seas en el templo de tu santa gloria, cantado, enaltecido eternamente. / Bendito seas en el trono de tu reino, cantado, exaltado eternamente. / Bendito Tú, que sondeas los abismos, que te sientas sobre querubines, loado, exaltado eternamente. / Bendito seas en el firmamento del cielo, cantado, glorificado eternamente.
Evangelio según San Juan 8,31-42: En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos que habían creído en Él: «Si os mantenéis en mi Palabra, seréis verdaderamente mis discípulos, y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres». Ellos le respondieron: «Nosotros somos descendencia de Abraham y nunca hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú: Os haréis libres?». Jesús les respondió: «En verdad, en verdad os digo: todo el que comete pecado es un esclavo. Y el esclavo no se queda en casa para siempre; mientras el hijo se queda para siempre. Así pues, si el Hijo os da la libertad, seréis realmente libres. Ya sé que sois descendencia de Abraham; pero tratáis de matarme, porque mi Palabra no prende en vosotros. Yo hablo lo que he visto donde mi Padre; y vosotros hacéis lo que habéis oído donde vuestro padre».
Ellos le respondieron: «Nuestro padre es Abraham». Jesús les dice: «Si sois hijos de Abraham, haced las obras de Abraham. Pero tratáis de matarme, a mí que os he dicho la verdad que oí de Dios. Eso no lo hizo Abraham. Vosotros hacéis las obras de vuestro padre». Ellos le dijeron: «Nosotros no hemos nacido de la prostitución; no tenemos más padre que a Dios». Jesús les respondió: «Si Dios fuera vuestro Padre, me amaríais a mí, porque yo he salido y vengo de Dios; no he venido por mi cuenta, sino que Él me ha enviado».
Comentario: 1. En los tiempos de Antíoco, los judíos fueron obligados a venerar otros dioses, pero hubo quienes no quisieron acatar el mandamiento del rey, y algunos fueron torturados. También responderá así san Pedro: «Es preciso obedecer a Dios antes que a los hombres» (Hch 5,29). Es un canto de libertad en medio de la esclavitud (el Evangelio de hoy profundizará más en lo que es la libertad verdadera). Es precioso el ejemplo de fortaleza que nos dan esos tres jóvenes del horno de Babilonia, que en un ambiente hostil, pagano, saben pensar por libre, por encima de las órdenes y amenazas de la corte real en la que sirven. Las personas coherentes son admiradas y por eso su cántico es propuesto como modelo (además de la oración penitencial que leíamos el martes de la tercera semana, la alabanza a Dios que hoy leemos como salmo se canta en la hora de Laudes de los domingos, a trozos: el cántico de las criaturas). “Unas alabanzas así sólo pueden brotar de corazones realmente libres” (J. Aldazábal).
a) Es también un ejemplo de cómo la pertenencia a un sistema no determina el modo de actuar. La cultura dominante, que se convierte en una forma habitual de pensar y de actuar, un hábito, algo normal, espontáneo, casi inconsciente, puede producir ignorancia en muchos (como luego dirá el Evangelio, la persona acaba siendo esclava del pecado, dominada por él aun sin darse cuenta). En esa situación, la injusticia no es un pecado simplemente personal, forma parte del sistema social, es un pecado también social. Como en las imágenes de literatura (“Un mundo feliz”) o películas (“Matriz”, “Blade runer”) las personas se vuelven robots mecanizados a quienes se les impone una idea y una como religión del Estado. Está prohibido pensar de modo distinto que el partido en el poder o la cultura dominante, se genera un pensamiento único. El que se niega a ello es enviado al gran horno -los hornos crematorios de los totalitarismos de ayer, las difamaciones y calumnias de hoy-. Frente a intoxicaciones colectivas hay quien elige mantener una posición personal: no quieren someterse a nadie, sino sólo a Dios. También “El señor de los anillos” es un ejemplo de cómo unos débiles hobbits unidos a otros más poderosos, formando una comunidad, pueden afrontar esos poderes del mal y liberar a tantos ignorantes. Han hallado un «absoluto», un Sentido. Han encontrado una razón de vivir que es más importante que su propia vida. La muerte misma no les condiciona, no les da miedo, no empaña su libertad, ni es capaz de doblegarles. La historia está hecha por la gente sencilla, y algunos son escogidos para grandes cosas (como muestran los niños de las apariciones de Lourdes y Fátima), es el mundo de los sencillos, que creen, que son fieles a esa misión divina (también Juan Diego, ante la Virgen de Guadalupe). Y ante los ataques y calumnias, «atados»... cantan como los 3 jóvenes: «Bendito eres, Señor Dios de nuestros padres, a Ti el honor y la gloria para siempre». No se encadena al espíritu. Podemos preguntarnos en nuestro examen: ¿Tengo yo ese sentimiento de que es Dios quien me libera? Jesús en la cruz, sujetado también, clavado en la madera... era total e íntimamente libre. Señor, concédenos seguirte libremente, incluso si es preciso ir contra la corriente.
b) Las ocasiones de heroísmo son excepcionales. El martirio en su forma violenta se presenta raras veces, pero el martirio del día a día es más importante: permanecer fiel en cumplir los compromisos aceptados... continuar con nuestros compromisos lo mejor posible... seguir en la tarea comenzada aunque nos parezca que no avanzamos... empezar de nuevo, sin tregua el combate contra un defecto que nos hace sufrir... reemprender la resolución mil veces hecha. Señor, no confío en mí... creo y confío en Ti... (Noel Quesson). Con la ayuda de la gracia, como decimos en la Entrada: «Dios me libró de mis enemigos, me levantó sobre los que resistían y me salvó del hombre cruel» (Sal 17,48-49s). Y es lo que pedimos, acabando este tiempo de preparación, en la Colecta: «Ilumina, Señor, el corazón de tus fieles, purificado por las penitencias de Cuaresma; y Tú que nos infundes el piadoso deseo de servirte, escucha paternalmente nuestras súplicas». Pedimos obrar como justos, que obran libremente, por amor a Dios. Dice San Jerónimo: «Él, que promete estar con sus discípulos hasta la consumación de los siglos, manifiesta que ellos habrán de vencer siempre, y que Él nunca se habrá de separar de los que creen».
Estos tres son mártires en vistas de Jesús. Orígenes dirá: «El Señor nos libra del mal no cuando el enemigo deja de presentarnos batalla valiéndose de sus mil artes, sino cuando vencemos arrostrando valientemente las circunstancias». Todo es figura de Cristo en su Pasión. El fuego no toca a sus siervos. El condenado, el vencido, se levanta glorioso al tercer día de entre los muertos.
c) La Iglesia desde sus primeras persecuciones vio en los tres jóvenes arrojados al horno de Babilonia su propia imagen: los jóvenes perseguidos, castigados, condenados a muerte, perseveran en la alabanza divina y son protegidos por una brisa suave que los inmuniza del fuego mortal. También la Iglesia, en medio de sus persecuciones continúa alabando al Señor con el Cántico de Daniel: «A Ti gloria y alabanza por los siglos. Bendito eres, Señor, Dios de nuestros padres... Bendito tu nombre santo y glorioso. Bendito eres en el templo de tu santa gloria. Bendito sobre el trono de tu reino. Bendito eres Tú, que sentado sobre querubines, sondeas los abismos. Bendito eres en la bóveda del cielo. A Ti gloria y alabanza por los siglos».
La fe, el testimonio de estos jóvenes, capaces de arriesgarlo todo, hasta su propia vida, por su confianza absoluta en Dios, es algo maravilloso. Y no dependen de una especie de "negocio" con Dios, pues su oración es madura, no depende de los resultados: confían en Dios, pero no piden un milagro y que los salve, quieren ser fieles aun con la consecuencia de morir por ello. Sobrecogido de temor, el tirano descubre que hay un poder por encima de su poder, sucede con frecuencia que la fe, en su debilidad frente al poder externo, convierte con su fuerza interior. Las dificultades abren paso a la fe, la virtud mejora en la dificultad, a veces necesitamos que se arruinen nuestros planes para que admiremos la sabiduría, bondad y poder de Sus planes. A veces, ser vencidos es la única forma de salir ganando. La fidelidad, dirá Jesús, es lo que define al creyente: "Si permanecéis fieles a mi palabra..." (como veremos luego). San Alfonso María de Ligorio dice de los mandamientos: "¿pesan al cristiano los divinos mandamientos? Sí, como al ave sus alas". Las alas pesan, pero las alas son vuelo, vida. Unirse a la palabra de Dios, Jesús, “es vuelo, es vida, y es libertad” (Fray Nelson).
2. Juan Pablo II comentó abundantemente este cántico, que “refleja el alma religiosa universal, que percibe en el mundo la huella de Dios, y se alza en la contemplación del Creador. Pero en el contexto del libro de Daniel, el himno se presenta como agradecimiento pronunciado por tres jóvenes israelitas -Ananías, Azarías y Misael-, condenados a morir quemados en un horno por haberse negado a adorar la estatua de oro de Nabucodonosor. Milagrosamente fueron preservados de las llamas. En el telón de fondo de este acontecimiento se encuentra la historia especial de salvación en la que Dios escoge a Israel como a su pueblo y establece con él una alianza. Los tres jóvenes israelitas quieren precisamente permanecer fieles a esta alianza, aunque esto suponga el martirio en el horno ardiente. Su fidelidad se encuentra con la fidelidad de Dios, que envía a un ángel para alejar de ellos las llamas (cf. Daniel 3, 49)”, en la línea de los cánticos como el de Éxodo 15, y resuena como anticipación de la resurrección de Jesús y como ejemplo de oración dominical como recuerdan antiquísimos testimonios: “Las catacumbas romanas conservan vestigios iconográficos en los que se pueden ver a tres jóvenes que rezan incólumes entre las llamas, testimoniando así la eficacia de la oración y la certeza en la intervención del Señor”.
"Bendito eres en la bóveda del cielo: a Ti honor y alabanza por los siglos" (Daniel 3, 56): se siente el alma agradecida “no sólo por el don de la creación, sino también por el hecho de ser destinatario del cuidado paterno de Dios, que en Cristo le ha elevado a la dignidad de hijo.
Un cuidado paterno que permite ver con ojos nuevos a la misma creación y permite gozar de su belleza, en la que se entrevé, como distintivo, el amor de Dios. Con estos sentimientos, Francisco de Asís contemplaba la creación y elevaba su alabanza a Dios, manantial último de toda belleza. Espontáneamente la imaginación considera que el santo de Asís debió experimentar el eco de este texto bíblico cuando, en San Damián, después de haber alcanzado las cumbres del sufrimiento en el cuerpo y en el espíritu, compuso el "Cántico al hermano sol."”
Engarzada esta luminosa oración en forma de letanía, el cántico de las criaturas es de acción de gracias, por todas las maravillas del universo. El hombre se hace eco de toda la creación para alabar y dar gracias a Dios. “El dolor rudo y violento de la prueba desaparece, parece casi disolverse en presencia de la oración y de la contemplación. Precisamente esta actitud de confiado abandono suscita la intervención divina… Las pesadillas se deshacen como la niebla ante el sol, los miedos se disuelven, el sufrimiento es cancelado cuando todo el ser humano se convierte en alabanza y confianza, expectativa y esperanza. Esta es la fuerza de la oración cuando es pura, intensa, cuando está llena de abandono en Dios, providente y redentor”.
“Este himno es como una letanía, repetitiva y a la vez nueva: sus invocaciones suben hasta Dios como figuras espirales de humo de incienso, recorriendo el espacio con formas semejantes pero nunca iguales. La oración no tiene miedo de la repetición, como el enamorado no duda en declarar infinitas veces a la amada todo su cariño. Insistir en las mismas cuestiones es signo de intensidad y de los múltiples matices propios de los sentimientos, de los impulsos interiores, y de los afectos… Comienza con seis invocaciones dirigidas directamente a Dios”.
Nabucodonosor, el tremendo soberano babilonio que aniquiló la ciudad santa de Jerusalén en el año 586 a.c. y deportó a los israelitas «a orillas de los ríos de Babilonia» (Cf. Salmo 136), no puede nada ante ese poder de la fe, estandarte durante las persecuciones de los reyes sirio-helenos del siglo II a.c. Precisamente tuvo lugar entonces la valiente reacción de los Macabeos, combatientes por la libertad de la fe y de la tradición judía: “El cántico, tradicionalmente conocido como el de «los tres jóvenes», es como una llama que ilumina en la oscuridad del tiempo de la opresión y de la persecución, tiempo que con frecuencia se ha repetido en la historia de Israel y en la historia del cristianismo. Y nosotros sabemos que el perseguidor no asume siempre el rostro violento y macabro del opresor, sino que con frecuencia se complace en aislar al justo con el sarcasmo y la ironía, preguntándole con sarcasmo: «¿En dónde está tu Dios?» (Salmo 41, 4. 11).
En la bendición que los tres jóvenes elevan desde el crisol de su prueba al Señor Omnipotente quedan involucradas todas las criaturas. Entretejen una especie de tapiz multicolor en el que brillan los astros, se suceden las estaciones, se mueven los animales, se asoman los ángeles y, sobre todo, cantan los «siervos del Señor», los «santos» y los «humildes de corazón» (Cf. Daniel 3, 85.87).
El pasaje que acabamos de proclamar precede a esta magnífica evocación de todas las criaturas. Constituye la primera parte del cántico, que evoca la presencia gloriosa del Señor, transcendente y al mismo tiempo cercana. Sí, Dios está en los cielos, donde «sondea los abismos» (Cf. 3, 55), pero está también en «el templo santo glorioso» de Sión (Cf. 3, 53). Se sienta en el «trono de su reino» eterno e infinito (Cfr. 3, 54), pero también «sobre querubines» (Cf. 3, 55), en el arca de la alianza, colocada en el Santo de los Santos del templo de Jerusalén.
Es un Dios que está por encima de nosotros, capaz de salvarnos con su potencia, pero también un Dios cercano a su pueblo, en medio del cual ha querido morar en su «templo santo glorioso», manifestando así su amor. Un amor que revelará en plenitud para que «habite entre nosotros» su Hijo, Jesucristo, «lleno de gracia y de verdad» (Cf. Juan 1, 14). Él revelará en plenitud su amor al enviar entre nosotros al Hijo a compartir en todo, a excepción del pecado, nuestra condición marcada por pruebas, opresiones, soledad y muerte”. Esta alabanza continúa en la Iglesia, como Clemente Romano: «Tú abriste los ojos de nuestro corazón (Cf. Efesios 1, 18) / para que te conociéramos a Ti, el único (Cf. Juan 17, 3) / altísimo en lo altísimo de los cielos, / el Santo que estás entre los santos, / que humillas la violencia de los soberbios (Cf. Isaías 13, 11), / que deshaces los designios de los pueblos (Cf. Salmo 32, 10), / que exaltas a los humildes, / y humillas a los soberbios (Cf. Job 5, 11). / Tú, que enriqueces y empobreces, / que quitas y das la vida (Cf. Deuteronomio 32, 39), / benefactor único de los espíritus, / y Dios de toda carne, / que sondeas los abismos (Cf. Daniel 3, 55), / que observas las obras humanas, / que socorres a los que están en peligro, / y salvas a los desesperados (Cf. Judit 9, 11), / creador y custodio de todo espíritu, / que multiplicas los pueblos de la tierra, / y que entre todos escogiste a los que te aman / por medio de Jesucristo, / tu altísimo Hijo, / mediante el cual nos has educado, nos has santificado / y nos has honrado».
San Máximo el Confesor también rezará, tomando pie de este canto penitencial: «No nos abandones para siempre, por amor de tu nombre, no repudies tu alianza, no nos retires tu misericordia (Cf. Daniel 3, 34-35), por tu piedad, Padre nuestro que estás en los cielos, por la compasión de tu Hijo unigénito y por la misericordia de tu Santo Espíritu... No desoigas nuestra súplica, Señor, y no nos abandones para siempre. Nosotros no confiamos en nuestras obras de justicia, sino en tu piedad, por la que conservas nuestra estirpe... No detestes nuestra indignidad, más bien ten compasión de nosotros por tu gran piedad, y por la plenitud de tu misericordia cancela nuestros pecados para que sin condena nos acerquemos a tu santa gloria y podamos ser considerados dignos de la protección de tu unigénito Hijo… Sí, Señor dueño omnipotente, escucha nuestra súplica, pues no reconocemos a otro que fuera de Ti».
3. En el Evangelio, Jesús nos dice: "Si os mantenéis en mi palabra seréis de verdad discípulos míos". Quiere decir que la palabra de Jesús es como el espacio vital en que el hombre ha de mantenerse siempre. La palabra de Jesús es como la señal de tráfico para la vida del creyente. La señal única y definitiva. La norma suprema a la cual el creyente apuesta su vida. Y al discípulo auténtico y fiel le promete el conocimiento de la verdad y la libertad. "Conoceréis la verdad y la verdad os haré libres". Esta maravillosa sentencia de Jesús de la verdad que hace libres, forma ya parte del mejor patrimonio de la humanidad. Últimamente han dicho que es al revés, que es la libertad lo que nos hace verdaderos, en realidad son las dos cosas, la verdad nos hace libres y la libertad ha de ser la base de nuestra verdad, pues así como los seres tienen sus trascendentales (ser, verdad, belleza, bien) la persona tienen sus caracteres irreductibles personales (inteligencia, amor, libertad), y para que un acto sea humano ha de tener las tres condiciones: ser inteligente y por tanto abierto a la verdad, libre y fruto del amor. Sin referencia a la verdad auténtica no hay libertad y amor auténticos, pues mucha gente acude a estas palabras para imponer su verdad y su concepto de libertad y de amor a los demás. Aquí el evangelista no habla de una verdad teórica, para “saber”, sino de la verdad en la persona de Jesús. Para san Juan la verdad aparece vinculada total y absolutamente a la persona de Jesús. Y alcanzamos la máxima revelación de la Verdad, pues no es seguir un maestro, un portador de una verdad doctrinal, sino una vida-verdad (14, 6) pues Él, personalmente, es el camino, la verdad y la vida. Y esta verdad, o sea su Persona, es la que "hará libres", a los que aceptan y experimentan esta verdad. Esto es lo decisivo de la fe, la liberación.
Los judíos indican que tienen libertad interior, pues pueden vivir en regímenes adversos, pero Jesús les habla de esa libertad interior más profunda. No se trata en primer término de una liberación política o social (podemos vivir en cualquier sociedad humana), sino de una encarnación de la vida de Jesús, libres de las potencias de la muerte, del pecado, de las tinieblas, y una liberación del hombre de sí mismo. Experiencia de libertad radical, como Jesús, que no tiene miedo. Salvación y libertad son lo mismo aquí. Es un proyecto siempre abierto, con Jesús, camino de verdad y vida libre. ¡Estar en casa! Estar siempre en la casa del Padre, siempre con Dios, como recordábamos ayer, ese Dios que “soy el que soy con vosotros”, Dios aquí presente, en mi vida y nuestra historia: “Si el Hijo os libera, seréis verdaderamente libres”. Sucedía alguna vez que "un hijo de la casa", tramaba amistad con uno de sus esclavos, y sentía el deseo de "liberarle"... para que no continuara en situación de dependencia humillante. Es lo que ha hecho Jesús con nosotros. Nos ha introducido en "su casa", en "su familia". Él nos ha liberado, redimido. En aquel momento, los criados podían ser despedidos en cualquier momento, mientras que los miembros de la familia estaban firmemente vinculados a la casa. El Hijo nos saca de servidumbres, y trae la verdadera libertad y la regala; pero esto no significa que podemos abusar, pues sentirse libres requiere vivir la vida de Jesús, darse: "A vosotros, hermanos, os han llamado a la libertad, pero que esa libertad no dé pie a los bajos instintos. Al contrario, que el amor os tenga al servicio de los demás" (Gal 5, 13-14). La libertad característica del cristiano es la libertad de amar. "Soy libre, cierto, nadie es mi amo; sin embargo, me ha puesto al servicio de todos" (1Co 9,19). "El cristiano es un hombre libre, dueño de todas las cosas; no está sometido a nadie. El cristiano es un servidor lleno de obediencia, se somete a todos" (M. Lutero). Esto es paradójico, como todo el evangelio; la esclavitud a los demás es el signo de haber sido realizada la liberación de la esclavitud. Dice san Agustín: "La libertad es un placer. Mientras que tú haces el bien por miedo, no gozas de Dios. Mientras que estés obrando como un esclavo no puedes disfrutar. Que Dios te fascine y entonces serás libre", y aquí acabamos este itinerario de libertad, que se activa en el amor.
¿Hago yo esta experiencia? ¿Siento que el pecado me ata, me encadena? San Pablo decía: "No hago el bien que quisiera, y hago el mal que no quisiera... ¿Quién me librará?" (Rm 7,24). Señor:¡Dame amor a esta Palabra, libérame, Señor! Siguiéndote no caminamos hacia una esclavitud (como alguien dijo, que era una religión de esclavos), no hacia una "vida disminuida" (como dicen otros, que ser cristiano está en contra de la vida y sus placeres), sino que viviéndola tengo esta experiencia de libertad, dentro de mí veo esta expansión total, "vida en plenitud"... ¡Libre! Palabra preciosa que muchos artistas han querido retratar, como Matisse (en “La danza”), el padre del color quiso ir más allá de la impresión, captar la naturaleza y la persona en su mundo interior, pero pienso que su visión naturalista es muy pobre, cuando capta sólo un aspecto de la alegría de vivir, no ha podido reflejar lo que en profundidad significa ¡ser libre!, que es tener holgura interior, sin trabas ni obstáculos, sin tantas cosas que me encadenan: mis hábitos, mis límites, mis pecados... y esto no se consigue dejando los instintos de forma natural sino con la educación de las virtudes, la libertad es una conquista, un trabajo, como un cuadro, dejando que el pincel, cada uno, sea llevado por Dios: con esfuerzo y gracia: Hazme libre, Señor. La Cuaresma es un tiempo muy a propósito para la liberación. Hoy, ¿de qué atadura procuraré liberarme? ¿Qué cadenas voy a romper con tu ayuda?
“Yo hablo lo que he visto en el Padre”. Jesús es perfectamente libre, porque es perfectamente Hijo. Ama, y es libre porque ama: no está apegado a sí mismo. Nada le detiene, ninguna retrospección sobre sí mismo. Ningún egoísmo. Ningún obstáculo al amor.
“Yo no he venido de mí mismo”. El amor hace salir de uno, ¡libera! Amar al solo Dios verdadero. Someterse al solo Dios verdadero. Es el único medio de no estar sometido a nadie, sino a Dios, y de liberarse de cualquier ídolo. Líbrame, Señor, de mis ídolos, de todo lo que no tiene valor verdadero alguno, de todo lo que obstaculiza mi libertad (Noel Quesson). Jesús, te veo libre ante tu familia, ante los discípulos, ante las autoridades, ante los que entendían mal el mesianismo y querían hacerte rey. Libre para anunciar y para denunciar, para seguir tu camino con fidelidad, con alegría, con libertad interior. Cuando estás ante unos acusadores, eres mucho más libre que los que te condenan. Como lo era Pablo aunque muchas veces le tocara estar encadenado. Como lo fueron los admirables jóvenes de hoy en el ambiente pagano y en el horno de fuego. Como lo fueron tantos mártires, que iban a la muerte con el rostro iluminado y una opción gozosa de testimonio por Jesús. Celebrar la Pascua es dejarse comunicar la libertad por el Señor resucitado. Cuando cumplimos las “obligaciones” sociales, religiosas, ¿lo hacemos desde el amor, desde la libertad de los hijos, o desde la rutina o el miedo o la resignación?
Cuando rezamos el Padrenuestro deberíamos decir esas breves palabras con un corazón esponjado, un corazón no sólo de criaturas o de siervos, sino de hijos que se saben amados por el Padre y que le responden con su confianza y su propósito de vivir según su voluntad. Es la oración de los que aman. De los libres (J. Aldazábal). «El sacramento que acabamos de recibir sea medicina para nuestra debilidad» (comunión); «Dios nos ha trasladado al Reino de su Hijo querido, por cuya sangre hemos recibido la Redención, el perdón de los pecados» (Ant. Comunión: Col 1,13-14). San Agustín dice: «Eres, al mismo tiempo, siervo y libre: siervo porque fuiste hecho, libre porque eres amado de Aquel que te hizo, y también porque amas a tu Hacedor». Al terminar nuestra oración acudimos a la Virgen para que nos enseñe a vivir nuestra vocación de libertad –don y tarea- con Cristo en medio de nuestra vida ordinaria, con la mirada puesta en el cielo, en la libertad completa.
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La libertad interior del amor.
Cuaresma 5, martes: Dios se revela en Jesús, que en la Cruz nos salva, hemos de mirarle y creer en Él para recibir la Vida plena
Cuaresma 5, martes: Dios se revela en Jesús, que en la Cruz nos salva, hemos de mirarle y creer en Él para recibir la Vida plena
Libro de los Números 21,4-9: Los israelitas partieron del monte Hor por el camino del Mar Rojo, para bordear el territorio de Edóm. Pero en el camino, el pueblo perdió la paciencia y comenzó a hablar contra Dios y contra Moisés: "¿Por qué nos hicieron salir de Egipto para hacernos morir en el desierto? ¡Aquí no hay pan ni agua, y ya estamos hartos de esta comida miserable!". Entonces el Señor envió contra el pueblo unas serpientes abrasadoras, que mordieron a la gente, y así murieron muchos israelitas. El pueblo acudió a Moisés y le dijo: "Hemos pecado hablando contra el Señor y contra ti. Intercede delante del Señor, para que aleje de nosotros esas serpientes". Moisés intercedió por el pueblo, y el Señor le dijo: "Fabrica una serpiente abrasadora y colócala sobre un asta. Y todo el que haya sido mordido, al mirarla, quedará curado". Moisés hizo una serpiente de bronce y la puso sobre un asta. Y cuando alguien era mordido por una serpiente, miraba hacia la serpiente de bronce y quedaba curado.
Salmo 102,2-3.16-21: Señor, escucha mi oración y llegue a Ti mi clamor; / no me ocultes tu rostro en el momento del peligro; inclina hacia mí tu oído, respóndeme pronto, cuando te invoco. / Las naciones temerán tu Nombre, Señor, y los reyes de la tierra se rendirán ante tu gloria: / cuando el Señor reedifique a Sión y aparezca glorioso en medio de ella; / cuando acepte la oración del desvalido y no desprecie su plegaria. / Quede esto escrito para el tiempo futuro y un pueblo renovado alabe al Señor: / porque Él se inclinó desde su alto Santuario y miró a la tierra desde el cielo, / para escuchar el lamento de los cautivos y librar a los condenados a muerte. Los hijos de tus servidores tendrán una morada y su descendencia estará segura ante Ti.
Evangelio según San Juan 8,21-30: Jesús les dijo también: "Yo me voy, y ustedes me buscarán y morirán en su pecado. Adonde yo voy, ustedes no pueden ir". Los judíos se preguntaban: "¿Pensará matarse para decir: 'Adonde yo voy, ustedes no pueden ir'?". Jesús continuó: "Ustedes son de aquí abajo, yo soy de lo alto. Ustedes son de este mundo, yo no soy de este mundo. Por eso les he dicho: 'Ustedes morirán en sus pecados'. Porque si no creen que Yo Soy, morirán en sus pecados". Los judíos le preguntaron: "¿Quién eres Tú?". Jesús les respondió: "Esto es precisamente lo que les estoy diciendo desde el comienzo. De ustedes, tengo mucho que decir, mucho que juzgar. Pero aquel que me envió es veraz, y lo que aprendí de Él es lo que digo al mundo". Ellos no comprendieron que Jesús se refería al Padre. Después les dijo: "Cuando ustedes hayan levantado en alto al Hijo del hombre, entonces sabrán que Yo Soy y que no hago nada por mí mismo, sino que digo lo que el Padre me enseñó. El que me envió está conmigo y no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada". Mientras hablaba así, muchos creyeron en Él.
Comentario: La primera lectura nos presenta cómo, en el desierto, el pueblo de Israel realiza la experiencia de la dificultad de vivir la fe, de confiar en la promesa de Dios. Su rebelión le muestra cómo fuera de Dios no hay salvación (Misa dominical). En el evangelio de hoy, Jesús afirma que «debe ser levantado del suelo» y que será entonces un signo de salvación... La cruz. La serpiente de bronce era un anuncio de ese signo de salvación.
1. “Durante su marcha a través del desierto, el pueblo de Israel se desanimó... habló contra Dios y contra Moisés. A lo largo de toda la Biblia, el desierto es el lugar de la tentación y de las pruebas. La gran prueba es la de dudar de Dios mismo. Ese estado de duda en nuestras relaciones con Dios suele aparecer cuando nos sentimos excesivamente aplastados por el peso de nuestras preocupaciones. Y esto sucede, en verdad, también a los cristianos más generosos y a los apóstoles más ardientes. Con mayor razón esto puede explicar en parte el ateísmo y la incredulidad: ¡con el desánimo a cuestas, se acusa a Dios!” Como Moisés, rezamos por nuestros contemporáneos que prescinden de Dios: ¡Ten piedad, Señor! ¡Alivia la carga que pesa sobre ellos!
Llegan las “serpientes venenosas”. “La serpiente ha sido siempre símbolo de espanto. Animal sinuoso y deslizante, difícil de atrapar, que ataca siempre por sorpresa y cuya mordedura es venenosa: el veneno que inyecta en la sangre no guarda proporción con su herida aparentemente benigna. Se está tentado de atribuirlo a una potencia maléfica, casi mágica”. Fue serpiente la que tentó a Eva, y hay mujeres que tienen sus pesadillas con imágenes de serpientes (supongo que a causa de haberlas visto por el campo). Los antiguos interpretaban como un castigo del cielo las desgracias naturales que les sobrevenían, y de ahí que vean el mal en la serpiente: -“Hemos pecado contra el Señor y contra ti. Intercede ante el Señor para que aparte de nosotros las serpientes”. También nosotros queremos ser conscientes de nuestros pecados, ver claro; pero que la evidencia de nuestra culpa no nos deje sucumbir en el desaliento (Noel Quesson, la serpiente había sido divinizada, por ejemplo como símbolo de la fecundidad. Hoy vemos una re-interpretación más religiosa, quizá hubo en el templo una imagen hasta que el rey Ezequías mandó destruirla: cf. 2 R 18,4). En el Evangelio vemos que aquella figura era estandarte a imagen de Cristo en la Cruz: Él sí que nos cura y nos salva, cuando volvemos la mirada hacia Él, sobre todo cuando es elevado a la cruz en su Pascua. Jesús, el Salvador.
2. El autor del Salmo 101 es un pobre gravemente enfermo, pero que no ha perdido la confianza de ser salvado de su enfermedad, pues conoce las frecuentes visitas de Dios a su pueblo. Por profundo que sea nuestro abatimiento, alcemos nuestros ojos a Dios, como Israel los levantó al signo que le presentaba Moisés y contemplemos a Jesucristo, nuestra salvación, en la Cruz. El Señor nos librará, aunque por nuestros pecados nos sintamos condenados a muerte: «Señor, escucha mi oración, que mi grito llegue hasta Ti, no me escondas tu rostro el día de la desgracia. Inclina tu oído hacia mí, cuando te invoco, escúchame en seguida... Que el Señor ha mirado desde su excelso santuario, desde el cielo se ha fijado en la tierra, para escuchar los gemidos de los cautivos y librar a los condenados a muerte».
Es un clamor hacia la ternura de Dios, para que se haga presente en sus cuidados: “porque Él se inclinó desde su alto Santuario y miró a la tierra desde el cielo, / para escuchar el lamento de los cautivos y librar a los condenados a muerte”, y nos prepara “una morada… segura”. Queremos acercarnos con esperanza hacia esta morada, viviendo donde estamos, sabiendo que hasta ahí se “agacha” el Señor, y ahí lo podemos encontrar, podemos hacer nuestros “refugios”, figura de la Ciudad de Dios y encontrar al divino huésped: “Te amo, te abrazo, estoy orgulloso de ti. Me alegra vivir en ti, enseñarte a visitantes, dar tu nombre junto al mío al dar la dirección donde vivo, unir así tu nombre al mío en sacramento topográfico de matrimonio residencial. Tú eres mi ciudad, y yo soy tu ciudadano. Nos queremos”. Todo puede ser ocasión de encuentro con Dios: “Tus avenidas son sagradas, tus cruces son benditos, tus casas están ungidas con la presencia del hombre, hijo de Dios. Tú eres un templo en tu totalidad, y consagras con el sello del hombre que trabaja los paisajes vírgenes del planeta tierra.
Por ti rezo, ciudad querida, por tu belleza y por tu gloria; rezo a ese Dios cuyo templo eres y cuya majestad reflejas, para que repare los destrozos causados en ti por la insensatez del hombre y los estragos del tiempo y te haga resplandecer con la perfección final que yo sueño para ti y que Él, como Dueño y Señor tuyo, quiere también para ti… Mi propia vida parece a veces desmoronarse, y entonces me acojo a ti, me escondo en ti, me uno a ti. Cuando sufro, me acuerdo de tus sufrimientos; y cuando las sombras de la vida se me alargan, pienso en las sombras de tus ruinas. Y entonces pienso también en tus cimientos, firmes y permanentes desde tiempos antiguos; y en la permanencia de tu historia encuentro la fe que necesito para continuar mi vida.
Ciudad moderna de huelgas y disturbios, de explosiones de bombas y sirenas de policía. Sufro contigo y vivo contigo, con la esperanza de que nuestro sufrimiento traerá redención y llegaré a cantar libremente en ti las alabanzas del Señor que te hizo a ti y me hizo a mí” (Carlos Vallés), que nos ha hecho para ser felices en el paraíso que ya tocamos con los dedos cuando nos elevamos de puntillas y alargamos las manos con la esperanza.
3. Estamos leyendo capítulos centrales del cuarto Evangelio, de cuando Jesús sube a Jerusalén para la fiesta de las Tiendas (7,2.10), y las controversias entre Jesús y los judíos de Jerusalén culminarán en el intento de apedrear a Jesús al final del capítulo 8. Se trata de la validez del testimonio de Jesús sobre sí mismo. La tensión dramática del Evangelio llega aquí a un momento verdaderamente culminante; de hecho llevará a la muerte de Jesús. El contexto forma un trasfondo importante para entender el texto. La fiesta de las Chozas era para los judíos la fiesta por excelencia de la esperanza mesiánica. En ella la autoproclamación de Yahvé tenía una fuerza y centralidad sin igual, y la celebración venía a subrayar esta presencia poderosa de Yahvé en el templo con el majestuoso «Yo soy» de la liturgia. Jesús, en medio de este contexto, se autoproclama «Yo soy». La revelación no puede ser más clara. Y en estas palabras majestuosas, que quieren responder a la pregunta explícita: «¿Tú quién eres?» (25), se da precisamente la razón fundamental del escándalo y del rechazo judío: lo quieren apedrear. El cuarto Evangelio pone un contrapunto a esta actitud negativa radical, y el fragmento de hoy acaba diciendo: «muchos del pueblo creyeron en Él» (30). La revelación de Jesús ha provocado la división radical: unos la han aceptado y otros rechazado. Es la opción por Jesús, que es mucho más radical que la controversia, no es doctrinal sino algo vital (Oriol Tuñi): "Si no creéis que Yo soy, moriréis en vuestro pecado". Los oyentes morirán en su pecado si no creen que Yo soy. Es muy importante este presente: "Ego eimi=Yo soy" que aparece repetidas veces en S. Juan. Según los comentaristas todo parece indicar que la afirmación "Yo soy" había que entenderla desde las afirmaciones semejantes de Yahvé y muy especialmente desde la famosa revelación del nombre divino de Yahvé a Moisés en la visión de la zarza ardiente (Ex 3,14) que se traduce de esta forma: "Yo soy el que estoy aquí", no es por tanto una afirmación metafísica sino que subraya el aspecto de que Dios está presente, Dios está aquí, en la historia, en mi historia. Por eso, continuó: así hablarás a los hijos de Israel: "Yo estoy aquí" me envía a vosotros". "Yo soy" es una revelación cristológica: en Cristo, Dios está aquí, en mi historia. Jesús es “el sitio” de la presencia divina, el lugar en que el hombre puede encontrar a Dios en el mundo. Esta revelación se hará plena con el Espíritu Santo, fruto de la Cruz: "Cuando levantéis al Hijo del hombre sabréis que Yo soy". Una exaltación por su abajamiento, como veremos próximamente (según Fil 2). Con esta conexión establecida entre la cruz y la afirmación "Yo soy" queda definitivamente claro dónde hay que buscar y encontrar el lugar de la presencia salvadora de Dios: en Cristo crucificado.
-Con esta pregunta "¿Quién eres tú?" los enemigos de Jesús declaran que no han entendido la afirmación de Jesús acerca de su origen, ni tampoco su afirmación "Yo soy". A esta pregunta no hay respuesta por parte de Jesús. Es una opción de fe, no se puede forzar la libertad.
"Cuando levantéis al Hijo del hombre sabréis que Yo soy y que no hago nada por mi cuenta, sino que hablo como el Padre me ha enseñado": la cruz es el lugar en que se ha revelado al mundo de manera más plena y más aplastante el amor entrañable de Dios (cf. Jn 3,14-16: "Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre... Porque tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna"; Jn 19, 37: “Y se cumplió la Escritura: ‘Mirarán al que traspasaron’”: para ser salvado hay que "mirar" -con el corazón- a Cristo levantado en la cruz).
"Y cuando levantéis al Hijo del hombre sabréis también que Yo no hago nada por mi cuenta". Jesús mediante su muerte en la cruz proclama su obediencia a la voluntad del Padre. Y esa palabra tan fácil de decir "nada hago por mi cuenta" define exactamente la conducta de Jesús y en su muerte se confirma y se realiza de una manera perfecta, es la máxima realización de la voluntad divina, una oración existencial: "El que me envió está conmigo, no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada". Jesús está máximamente acompañado, el Padre " no me ha dejado solo", es decir, que la soledad de las palabras de Jesús en la cruz (Mt 27, 46) "Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" según los sinópticos, queda completado, para cortar los errores de interpretación, por esa verdad que explica S. Juan: el Padre no ha abandonado a su Hijo ni siquiera al ser izado en la cruz y la razón está en que "yo hago siempre lo que le agrada", es decir, cumplo siempre su voluntad. San Germán de Constantinopla contempla así esta obediencia de Cristo: «A raíz de que Cristo se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte y muerte de Cruz (cf. Flp 2,8), la Cruz viene a ser el leño de obediencia, ilumina la mente, fortalece el corazón y nos hace participar del fruto de la vida perdurable. El fruto de la obediencia hace desaparecer el fruto de la desobediencia. El fruto pecaminoso ocasionaba estar alejado de Dios, permanecer lejos del árbol de la vida y hallarse sometido a la sentencia condenatoria que dice: “volverá a la tierra de donde fuiste formado” (Gén 3,19). El fruto de la obediencia, en cambio, proporciona familiaridad con Dios, dando cumplimiento a estas palabras de Cristo: Cuando yo sea levantado en alto atraeré a todos a Mí (Jn 12,32). Esta promesa es verdad muy apetecible».
Jesús me enseña a estar enteramente "vuelto hacia otro", "dependiendo vitalmente de su Padre", "recibiendo todo de Él". Es Hijo de Dios, que me enseña a ser hijo en Él. No centrado en sí mismo, sino centrado en Otro. Es lo propio del amor. Dios es Amor. Es lo propio de la "filiación": recibir la vida de otro.
-Y el que me envió está "conmigo". No me ha dejado solo, porque Yo hago siempre lo que es de su agrado. Repetir y meditar largamente estas palabras... tan simples, y tan evocadoras. Por Jesús, y en Él me es ofrecida esta misma intimidad con Dios. ¿Me siento solo, quizá? Ayúdame, Señor, a vivir "contigo". "Hacer siempre lo que es de su agrado": he aquí una de las más perfectas expresiones del amor. Jesús es "amor del Padre". Y por esto es también "amor nuestro". Amaos los unos a los otros como yo os he amado (Noel Quesson).
“En este capitulo octavo, que empezamos a leer ayer, estamos ante el tema central del evangelio de Juan: ¿quién es Jesús? Él mismo responde: «Yo soy de allá arriba... Yo no soy de este mundo... cuando levantéis al Hijo del Hombre (en la cruz) sabréis que Yo soy». Los que crean en Él -los que le miren y vean en Él al enviado de Dios y le sigan- se salvarán. Y al revés: «si no creéis que Yo soy, moriréis en vuestro pecado». Quienes le oyen no parecen dispuestos a creer: se le oponen frontalmente y el conflicto es cada vez mayor”. Tocamos el tema de la semana Santa: «ser levantado» se refiere a toda la Pascua: no sólo a la cruz, sino también su glorificación y su entrada en la nueva existencia junto al Padre. “Es lo que los cristianos nos disponemos a celebrar en los próximos días. Miraremos a Cristo en la cruz con creciente intensidad y emoción en estos últimos días de la Cuaresma y en el Triduo Pascual. Le miraremos no con curiosidad, sino con fe, sabiendo interpretar el «yo soy» que nos ha repetido tantas veces en su evangelio. A nosotros no nos escandaliza, como a sus contemporáneos, que Él afirme su divinidad. Precisamente por eso le seguimos… creemos firmemente que, si miramos con fe al Cristo de la cruz, al Cristo pascual, en Él tenemos la curación de todos nuestros males y la fuerza para todas las luchas. Sobre todo nosotros, a quienes Él mismo se nos da como alimento en la Eucaristía, el sacramento en el que participamos de su victoria contra el mal” (J. Aldazábal): «Señor, escucha mi oración: no me escondas tu rostro» (salmo), «perdona nuestras faltas y guía Tú mismo nuestro corazón vacilante» (ofrendas). San León Magno dice: «¡Oh admirable poder de la Cruz!... En ella se encuentra el tribunal del Señor, el juicio del mundo, el poder del Crucificado. Atrajiste a todos hacia Ti, Señor, a fin de que el culto de todas las naciones del orbe celebrara mediante un sacramento pleno y manifiesto, lo que realizaban en el templo de Judea como sombra y figura... Porque tu Cruz es fuente de toda bendición, el origen de toda gracia; por ella, los creyentes reciben de la debilidad, la fuerza; del oprobio, la gloria; y de la muerte, la vida».
El paraíso tenía en el centro el árbol de la vida, y el nuevo paraíso que nos muestra ese “Dios presencia” es a través de la cruz, árbol de la vida por la que entramos en la Vida plena, como apunta San Teodoro Estudita: «La Cruz no encierra en sí mezcla del bien y del mal como el árbol del Edén, sino que toda ella es hermosa y agradable, tanto para la vista cuanto para el gusto. Se trata, en efecto, del leño que engendra la vida, no la muerte; que da luz, no tinieblas; que introduce en el Edén, no que hace salir de él...».
«Jesucristo es nuestro pontífice, su cuerpo precioso es nuestro sacrificio que Él ofreció en el ara de la Cruz para la salvación de todos los hombres» (San Juan Fisher).
Sus brazos abiertos, extendidos entre el cielo y la tierra, trazan el signo indeleble de su amistad con nosotros los hombres. Al verle así, alzado ante nuestra mirada pecadora, sabremos que Él es (cf. Jn 8,28), y entonces, como aquellos judíos que le escuchaban, también nosotros creeremos en Él. “Sólo la amistad de quien está familiarizado con la Cruz puede proporcionarnos la connaturalidad para adentrarnos en el Corazón del Redentor... Que nuestra mirada a la Cruz, mirada sosegada y contemplativa, sea una pregunta al Crucificado, en que sin ruido de palabras le digamos: «¿Quién eres tú?» (Jn 8,25). Él nos contestará que es «el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn 14,6), la Vid a la que sin estar unidos nosotros, pobres sarmientos, no podemos dar fruto, porque sólo Él tiene palabras de vida eterna. Y así, si no creemos que Él es, moriremos por nuestros pecados. Viviremos, sin embargo, y viviremos ya en esta tierra vida de cielo si aprendemos de Él la gozosa certidumbre de que el Padre está con nosotros, no nos deja solos. Así imitaremos al Hijo en hacer siempre lo que al Padre le agrada” (Josep Maria Manresa).
Acabamos con propósitos de mirar a Cristo, de vida de piedad: buscar la fortaleza en el trato de amistad con Jesús, a través de la oración, de la presencia de Dios a lo largo de la jornada y en la visita al Santísimo Sacramento. El Señor quiere a los cristianos corrientes metidos en la entraña de la sociedad, laboriosos en sus tareas, en un trabajo que de ordinario ocupará de la mañana a la noche, pues Dios está ahí, Jesús espera que no nos olvidemos de Él mientras trabajamos, procuremos mantener su presencia a lo largo de la jornada, con recordatorios, esas “industrias humanas”: jaculatorias, actos de amor y desagravio, comuniones espirituales, miradas a la imagen de Nuestra Señora; cosas sencillas, pero de gran eficacia. Si perseveramos, llegaremos a estar en la presencia de Dios como algo normal y natural. Aunque siempre tendremos que poner lucha y empeño. Muchas veces vemos al Señor que se dirigía a su Padre Dios con una oración corta, amorosa, como una jaculatoria. Nosotros también podemos decirlas desde el fondo de nuestra alma, y que responden a necesidades o situaciones concretas por las que estamos pasando. Santa Teresa recuerda la huella que dejó en su vida una jaculatoria: “¡Para siempre, siempre, siempre!” Son impresionantes las palabras que evocan esa presencia, que pronunciaron aquellos discípulos de Emaús: “Quédate con nosotros, Señor, porque se hace de noche” (Lucas 24, 29), sin Ti, Señor, la vida es noche, todo es oscuridad cuando Tú no estás. La Virgen María nos dará ese camino seguro: “bendito es el fruto de tu vientre, Jesús” (Francisco Fernández Carvajal).
Libro de los Números 21,4-9: Los israelitas partieron del monte Hor por el camino del Mar Rojo, para bordear el territorio de Edóm. Pero en el camino, el pueblo perdió la paciencia y comenzó a hablar contra Dios y contra Moisés: "¿Por qué nos hicieron salir de Egipto para hacernos morir en el desierto? ¡Aquí no hay pan ni agua, y ya estamos hartos de esta comida miserable!". Entonces el Señor envió contra el pueblo unas serpientes abrasadoras, que mordieron a la gente, y así murieron muchos israelitas. El pueblo acudió a Moisés y le dijo: "Hemos pecado hablando contra el Señor y contra ti. Intercede delante del Señor, para que aleje de nosotros esas serpientes". Moisés intercedió por el pueblo, y el Señor le dijo: "Fabrica una serpiente abrasadora y colócala sobre un asta. Y todo el que haya sido mordido, al mirarla, quedará curado". Moisés hizo una serpiente de bronce y la puso sobre un asta. Y cuando alguien era mordido por una serpiente, miraba hacia la serpiente de bronce y quedaba curado.
Salmo 102,2-3.16-21: Señor, escucha mi oración y llegue a Ti mi clamor; / no me ocultes tu rostro en el momento del peligro; inclina hacia mí tu oído, respóndeme pronto, cuando te invoco. / Las naciones temerán tu Nombre, Señor, y los reyes de la tierra se rendirán ante tu gloria: / cuando el Señor reedifique a Sión y aparezca glorioso en medio de ella; / cuando acepte la oración del desvalido y no desprecie su plegaria. / Quede esto escrito para el tiempo futuro y un pueblo renovado alabe al Señor: / porque Él se inclinó desde su alto Santuario y miró a la tierra desde el cielo, / para escuchar el lamento de los cautivos y librar a los condenados a muerte. Los hijos de tus servidores tendrán una morada y su descendencia estará segura ante Ti.
Evangelio según San Juan 8,21-30: Jesús les dijo también: "Yo me voy, y ustedes me buscarán y morirán en su pecado. Adonde yo voy, ustedes no pueden ir". Los judíos se preguntaban: "¿Pensará matarse para decir: 'Adonde yo voy, ustedes no pueden ir'?". Jesús continuó: "Ustedes son de aquí abajo, yo soy de lo alto. Ustedes son de este mundo, yo no soy de este mundo. Por eso les he dicho: 'Ustedes morirán en sus pecados'. Porque si no creen que Yo Soy, morirán en sus pecados". Los judíos le preguntaron: "¿Quién eres Tú?". Jesús les respondió: "Esto es precisamente lo que les estoy diciendo desde el comienzo. De ustedes, tengo mucho que decir, mucho que juzgar. Pero aquel que me envió es veraz, y lo que aprendí de Él es lo que digo al mundo". Ellos no comprendieron que Jesús se refería al Padre. Después les dijo: "Cuando ustedes hayan levantado en alto al Hijo del hombre, entonces sabrán que Yo Soy y que no hago nada por mí mismo, sino que digo lo que el Padre me enseñó. El que me envió está conmigo y no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada". Mientras hablaba así, muchos creyeron en Él.
Comentario: La primera lectura nos presenta cómo, en el desierto, el pueblo de Israel realiza la experiencia de la dificultad de vivir la fe, de confiar en la promesa de Dios. Su rebelión le muestra cómo fuera de Dios no hay salvación (Misa dominical). En el evangelio de hoy, Jesús afirma que «debe ser levantado del suelo» y que será entonces un signo de salvación... La cruz. La serpiente de bronce era un anuncio de ese signo de salvación.
1. “Durante su marcha a través del desierto, el pueblo de Israel se desanimó... habló contra Dios y contra Moisés. A lo largo de toda la Biblia, el desierto es el lugar de la tentación y de las pruebas. La gran prueba es la de dudar de Dios mismo. Ese estado de duda en nuestras relaciones con Dios suele aparecer cuando nos sentimos excesivamente aplastados por el peso de nuestras preocupaciones. Y esto sucede, en verdad, también a los cristianos más generosos y a los apóstoles más ardientes. Con mayor razón esto puede explicar en parte el ateísmo y la incredulidad: ¡con el desánimo a cuestas, se acusa a Dios!” Como Moisés, rezamos por nuestros contemporáneos que prescinden de Dios: ¡Ten piedad, Señor! ¡Alivia la carga que pesa sobre ellos!
Llegan las “serpientes venenosas”. “La serpiente ha sido siempre símbolo de espanto. Animal sinuoso y deslizante, difícil de atrapar, que ataca siempre por sorpresa y cuya mordedura es venenosa: el veneno que inyecta en la sangre no guarda proporción con su herida aparentemente benigna. Se está tentado de atribuirlo a una potencia maléfica, casi mágica”. Fue serpiente la que tentó a Eva, y hay mujeres que tienen sus pesadillas con imágenes de serpientes (supongo que a causa de haberlas visto por el campo). Los antiguos interpretaban como un castigo del cielo las desgracias naturales que les sobrevenían, y de ahí que vean el mal en la serpiente: -“Hemos pecado contra el Señor y contra ti. Intercede ante el Señor para que aparte de nosotros las serpientes”. También nosotros queremos ser conscientes de nuestros pecados, ver claro; pero que la evidencia de nuestra culpa no nos deje sucumbir en el desaliento (Noel Quesson, la serpiente había sido divinizada, por ejemplo como símbolo de la fecundidad. Hoy vemos una re-interpretación más religiosa, quizá hubo en el templo una imagen hasta que el rey Ezequías mandó destruirla: cf. 2 R 18,4). En el Evangelio vemos que aquella figura era estandarte a imagen de Cristo en la Cruz: Él sí que nos cura y nos salva, cuando volvemos la mirada hacia Él, sobre todo cuando es elevado a la cruz en su Pascua. Jesús, el Salvador.
2. El autor del Salmo 101 es un pobre gravemente enfermo, pero que no ha perdido la confianza de ser salvado de su enfermedad, pues conoce las frecuentes visitas de Dios a su pueblo. Por profundo que sea nuestro abatimiento, alcemos nuestros ojos a Dios, como Israel los levantó al signo que le presentaba Moisés y contemplemos a Jesucristo, nuestra salvación, en la Cruz. El Señor nos librará, aunque por nuestros pecados nos sintamos condenados a muerte: «Señor, escucha mi oración, que mi grito llegue hasta Ti, no me escondas tu rostro el día de la desgracia. Inclina tu oído hacia mí, cuando te invoco, escúchame en seguida... Que el Señor ha mirado desde su excelso santuario, desde el cielo se ha fijado en la tierra, para escuchar los gemidos de los cautivos y librar a los condenados a muerte».
Es un clamor hacia la ternura de Dios, para que se haga presente en sus cuidados: “porque Él se inclinó desde su alto Santuario y miró a la tierra desde el cielo, / para escuchar el lamento de los cautivos y librar a los condenados a muerte”, y nos prepara “una morada… segura”. Queremos acercarnos con esperanza hacia esta morada, viviendo donde estamos, sabiendo que hasta ahí se “agacha” el Señor, y ahí lo podemos encontrar, podemos hacer nuestros “refugios”, figura de la Ciudad de Dios y encontrar al divino huésped: “Te amo, te abrazo, estoy orgulloso de ti. Me alegra vivir en ti, enseñarte a visitantes, dar tu nombre junto al mío al dar la dirección donde vivo, unir así tu nombre al mío en sacramento topográfico de matrimonio residencial. Tú eres mi ciudad, y yo soy tu ciudadano. Nos queremos”. Todo puede ser ocasión de encuentro con Dios: “Tus avenidas son sagradas, tus cruces son benditos, tus casas están ungidas con la presencia del hombre, hijo de Dios. Tú eres un templo en tu totalidad, y consagras con el sello del hombre que trabaja los paisajes vírgenes del planeta tierra.
Por ti rezo, ciudad querida, por tu belleza y por tu gloria; rezo a ese Dios cuyo templo eres y cuya majestad reflejas, para que repare los destrozos causados en ti por la insensatez del hombre y los estragos del tiempo y te haga resplandecer con la perfección final que yo sueño para ti y que Él, como Dueño y Señor tuyo, quiere también para ti… Mi propia vida parece a veces desmoronarse, y entonces me acojo a ti, me escondo en ti, me uno a ti. Cuando sufro, me acuerdo de tus sufrimientos; y cuando las sombras de la vida se me alargan, pienso en las sombras de tus ruinas. Y entonces pienso también en tus cimientos, firmes y permanentes desde tiempos antiguos; y en la permanencia de tu historia encuentro la fe que necesito para continuar mi vida.
Ciudad moderna de huelgas y disturbios, de explosiones de bombas y sirenas de policía. Sufro contigo y vivo contigo, con la esperanza de que nuestro sufrimiento traerá redención y llegaré a cantar libremente en ti las alabanzas del Señor que te hizo a ti y me hizo a mí” (Carlos Vallés), que nos ha hecho para ser felices en el paraíso que ya tocamos con los dedos cuando nos elevamos de puntillas y alargamos las manos con la esperanza.
3. Estamos leyendo capítulos centrales del cuarto Evangelio, de cuando Jesús sube a Jerusalén para la fiesta de las Tiendas (7,2.10), y las controversias entre Jesús y los judíos de Jerusalén culminarán en el intento de apedrear a Jesús al final del capítulo 8. Se trata de la validez del testimonio de Jesús sobre sí mismo. La tensión dramática del Evangelio llega aquí a un momento verdaderamente culminante; de hecho llevará a la muerte de Jesús. El contexto forma un trasfondo importante para entender el texto. La fiesta de las Chozas era para los judíos la fiesta por excelencia de la esperanza mesiánica. En ella la autoproclamación de Yahvé tenía una fuerza y centralidad sin igual, y la celebración venía a subrayar esta presencia poderosa de Yahvé en el templo con el majestuoso «Yo soy» de la liturgia. Jesús, en medio de este contexto, se autoproclama «Yo soy». La revelación no puede ser más clara. Y en estas palabras majestuosas, que quieren responder a la pregunta explícita: «¿Tú quién eres?» (25), se da precisamente la razón fundamental del escándalo y del rechazo judío: lo quieren apedrear. El cuarto Evangelio pone un contrapunto a esta actitud negativa radical, y el fragmento de hoy acaba diciendo: «muchos del pueblo creyeron en Él» (30). La revelación de Jesús ha provocado la división radical: unos la han aceptado y otros rechazado. Es la opción por Jesús, que es mucho más radical que la controversia, no es doctrinal sino algo vital (Oriol Tuñi): "Si no creéis que Yo soy, moriréis en vuestro pecado". Los oyentes morirán en su pecado si no creen que Yo soy. Es muy importante este presente: "Ego eimi=Yo soy" que aparece repetidas veces en S. Juan. Según los comentaristas todo parece indicar que la afirmación "Yo soy" había que entenderla desde las afirmaciones semejantes de Yahvé y muy especialmente desde la famosa revelación del nombre divino de Yahvé a Moisés en la visión de la zarza ardiente (Ex 3,14) que se traduce de esta forma: "Yo soy el que estoy aquí", no es por tanto una afirmación metafísica sino que subraya el aspecto de que Dios está presente, Dios está aquí, en la historia, en mi historia. Por eso, continuó: así hablarás a los hijos de Israel: "Yo estoy aquí" me envía a vosotros". "Yo soy" es una revelación cristológica: en Cristo, Dios está aquí, en mi historia. Jesús es “el sitio” de la presencia divina, el lugar en que el hombre puede encontrar a Dios en el mundo. Esta revelación se hará plena con el Espíritu Santo, fruto de la Cruz: "Cuando levantéis al Hijo del hombre sabréis que Yo soy". Una exaltación por su abajamiento, como veremos próximamente (según Fil 2). Con esta conexión establecida entre la cruz y la afirmación "Yo soy" queda definitivamente claro dónde hay que buscar y encontrar el lugar de la presencia salvadora de Dios: en Cristo crucificado.
-Con esta pregunta "¿Quién eres tú?" los enemigos de Jesús declaran que no han entendido la afirmación de Jesús acerca de su origen, ni tampoco su afirmación "Yo soy". A esta pregunta no hay respuesta por parte de Jesús. Es una opción de fe, no se puede forzar la libertad.
"Cuando levantéis al Hijo del hombre sabréis que Yo soy y que no hago nada por mi cuenta, sino que hablo como el Padre me ha enseñado": la cruz es el lugar en que se ha revelado al mundo de manera más plena y más aplastante el amor entrañable de Dios (cf. Jn 3,14-16: "Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre... Porque tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna"; Jn 19, 37: “Y se cumplió la Escritura: ‘Mirarán al que traspasaron’”: para ser salvado hay que "mirar" -con el corazón- a Cristo levantado en la cruz).
"Y cuando levantéis al Hijo del hombre sabréis también que Yo no hago nada por mi cuenta". Jesús mediante su muerte en la cruz proclama su obediencia a la voluntad del Padre. Y esa palabra tan fácil de decir "nada hago por mi cuenta" define exactamente la conducta de Jesús y en su muerte se confirma y se realiza de una manera perfecta, es la máxima realización de la voluntad divina, una oración existencial: "El que me envió está conmigo, no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada". Jesús está máximamente acompañado, el Padre " no me ha dejado solo", es decir, que la soledad de las palabras de Jesús en la cruz (Mt 27, 46) "Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" según los sinópticos, queda completado, para cortar los errores de interpretación, por esa verdad que explica S. Juan: el Padre no ha abandonado a su Hijo ni siquiera al ser izado en la cruz y la razón está en que "yo hago siempre lo que le agrada", es decir, cumplo siempre su voluntad. San Germán de Constantinopla contempla así esta obediencia de Cristo: «A raíz de que Cristo se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte y muerte de Cruz (cf. Flp 2,8), la Cruz viene a ser el leño de obediencia, ilumina la mente, fortalece el corazón y nos hace participar del fruto de la vida perdurable. El fruto de la obediencia hace desaparecer el fruto de la desobediencia. El fruto pecaminoso ocasionaba estar alejado de Dios, permanecer lejos del árbol de la vida y hallarse sometido a la sentencia condenatoria que dice: “volverá a la tierra de donde fuiste formado” (Gén 3,19). El fruto de la obediencia, en cambio, proporciona familiaridad con Dios, dando cumplimiento a estas palabras de Cristo: Cuando yo sea levantado en alto atraeré a todos a Mí (Jn 12,32). Esta promesa es verdad muy apetecible».
Jesús me enseña a estar enteramente "vuelto hacia otro", "dependiendo vitalmente de su Padre", "recibiendo todo de Él". Es Hijo de Dios, que me enseña a ser hijo en Él. No centrado en sí mismo, sino centrado en Otro. Es lo propio del amor. Dios es Amor. Es lo propio de la "filiación": recibir la vida de otro.
-Y el que me envió está "conmigo". No me ha dejado solo, porque Yo hago siempre lo que es de su agrado. Repetir y meditar largamente estas palabras... tan simples, y tan evocadoras. Por Jesús, y en Él me es ofrecida esta misma intimidad con Dios. ¿Me siento solo, quizá? Ayúdame, Señor, a vivir "contigo". "Hacer siempre lo que es de su agrado": he aquí una de las más perfectas expresiones del amor. Jesús es "amor del Padre". Y por esto es también "amor nuestro". Amaos los unos a los otros como yo os he amado (Noel Quesson).
“En este capitulo octavo, que empezamos a leer ayer, estamos ante el tema central del evangelio de Juan: ¿quién es Jesús? Él mismo responde: «Yo soy de allá arriba... Yo no soy de este mundo... cuando levantéis al Hijo del Hombre (en la cruz) sabréis que Yo soy». Los que crean en Él -los que le miren y vean en Él al enviado de Dios y le sigan- se salvarán. Y al revés: «si no creéis que Yo soy, moriréis en vuestro pecado». Quienes le oyen no parecen dispuestos a creer: se le oponen frontalmente y el conflicto es cada vez mayor”. Tocamos el tema de la semana Santa: «ser levantado» se refiere a toda la Pascua: no sólo a la cruz, sino también su glorificación y su entrada en la nueva existencia junto al Padre. “Es lo que los cristianos nos disponemos a celebrar en los próximos días. Miraremos a Cristo en la cruz con creciente intensidad y emoción en estos últimos días de la Cuaresma y en el Triduo Pascual. Le miraremos no con curiosidad, sino con fe, sabiendo interpretar el «yo soy» que nos ha repetido tantas veces en su evangelio. A nosotros no nos escandaliza, como a sus contemporáneos, que Él afirme su divinidad. Precisamente por eso le seguimos… creemos firmemente que, si miramos con fe al Cristo de la cruz, al Cristo pascual, en Él tenemos la curación de todos nuestros males y la fuerza para todas las luchas. Sobre todo nosotros, a quienes Él mismo se nos da como alimento en la Eucaristía, el sacramento en el que participamos de su victoria contra el mal” (J. Aldazábal): «Señor, escucha mi oración: no me escondas tu rostro» (salmo), «perdona nuestras faltas y guía Tú mismo nuestro corazón vacilante» (ofrendas). San León Magno dice: «¡Oh admirable poder de la Cruz!... En ella se encuentra el tribunal del Señor, el juicio del mundo, el poder del Crucificado. Atrajiste a todos hacia Ti, Señor, a fin de que el culto de todas las naciones del orbe celebrara mediante un sacramento pleno y manifiesto, lo que realizaban en el templo de Judea como sombra y figura... Porque tu Cruz es fuente de toda bendición, el origen de toda gracia; por ella, los creyentes reciben de la debilidad, la fuerza; del oprobio, la gloria; y de la muerte, la vida».
El paraíso tenía en el centro el árbol de la vida, y el nuevo paraíso que nos muestra ese “Dios presencia” es a través de la cruz, árbol de la vida por la que entramos en la Vida plena, como apunta San Teodoro Estudita: «La Cruz no encierra en sí mezcla del bien y del mal como el árbol del Edén, sino que toda ella es hermosa y agradable, tanto para la vista cuanto para el gusto. Se trata, en efecto, del leño que engendra la vida, no la muerte; que da luz, no tinieblas; que introduce en el Edén, no que hace salir de él...».
«Jesucristo es nuestro pontífice, su cuerpo precioso es nuestro sacrificio que Él ofreció en el ara de la Cruz para la salvación de todos los hombres» (San Juan Fisher).
Sus brazos abiertos, extendidos entre el cielo y la tierra, trazan el signo indeleble de su amistad con nosotros los hombres. Al verle así, alzado ante nuestra mirada pecadora, sabremos que Él es (cf. Jn 8,28), y entonces, como aquellos judíos que le escuchaban, también nosotros creeremos en Él. “Sólo la amistad de quien está familiarizado con la Cruz puede proporcionarnos la connaturalidad para adentrarnos en el Corazón del Redentor... Que nuestra mirada a la Cruz, mirada sosegada y contemplativa, sea una pregunta al Crucificado, en que sin ruido de palabras le digamos: «¿Quién eres tú?» (Jn 8,25). Él nos contestará que es «el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn 14,6), la Vid a la que sin estar unidos nosotros, pobres sarmientos, no podemos dar fruto, porque sólo Él tiene palabras de vida eterna. Y así, si no creemos que Él es, moriremos por nuestros pecados. Viviremos, sin embargo, y viviremos ya en esta tierra vida de cielo si aprendemos de Él la gozosa certidumbre de que el Padre está con nosotros, no nos deja solos. Así imitaremos al Hijo en hacer siempre lo que al Padre le agrada” (Josep Maria Manresa).
Acabamos con propósitos de mirar a Cristo, de vida de piedad: buscar la fortaleza en el trato de amistad con Jesús, a través de la oración, de la presencia de Dios a lo largo de la jornada y en la visita al Santísimo Sacramento. El Señor quiere a los cristianos corrientes metidos en la entraña de la sociedad, laboriosos en sus tareas, en un trabajo que de ordinario ocupará de la mañana a la noche, pues Dios está ahí, Jesús espera que no nos olvidemos de Él mientras trabajamos, procuremos mantener su presencia a lo largo de la jornada, con recordatorios, esas “industrias humanas”: jaculatorias, actos de amor y desagravio, comuniones espirituales, miradas a la imagen de Nuestra Señora; cosas sencillas, pero de gran eficacia. Si perseveramos, llegaremos a estar en la presencia de Dios como algo normal y natural. Aunque siempre tendremos que poner lucha y empeño. Muchas veces vemos al Señor que se dirigía a su Padre Dios con una oración corta, amorosa, como una jaculatoria. Nosotros también podemos decirlas desde el fondo de nuestra alma, y que responden a necesidades o situaciones concretas por las que estamos pasando. Santa Teresa recuerda la huella que dejó en su vida una jaculatoria: “¡Para siempre, siempre, siempre!” Son impresionantes las palabras que evocan esa presencia, que pronunciaron aquellos discípulos de Emaús: “Quédate con nosotros, Señor, porque se hace de noche” (Lucas 24, 29), sin Ti, Señor, la vida es noche, todo es oscuridad cuando Tú no estás. La Virgen María nos dará ese camino seguro: “bendito es el fruto de tu vientre, Jesús” (Francisco Fernández Carvajal).
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Dios se revela en la Cruz
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