lunes, 9 de enero de 2012

Lunes de la 1ª semana de Tiempo Ordinario. Su rival insultaba a Ana, porque el Señor la había hecho estéril Tiempo ordinario, I semana, lunes: Jesús l

Lunes de la 1ª semana de Tiempo Ordinario. Su rival insultaba a Ana, porque el Señor la había hecho estéril
Tiempo ordinario, I semana, lunes: Jesús llama a la conversión y a seguirle
Convertíos y creed en el Evangelio

Primer libro de Samuel 1, 1-8. Habla un hombre sufita, oriundo de Ramá, en la serranía de Efraín, llamado Elcaná, hijo de Yeroján, hijo de Elihú, hijo de Toju, hijo de Suf, efraimita. Tenla dos mujeres: una se llamaba Ana y la otra Fenina; Fenina tenía hijos, y Ana no los tenía. Aquel hombre solía subir todos los años desde su pueblo, para adorar y ofrecer sacrificios al Señor de los ejércitos en Siló, donde estaban de sacerdotes del Señor los dos hijos de Elí, Jofní y Fineés. Llegado el día de ofrecer el sacrificio, repartía raciones a su mujer Fenina para sus hijos e hijas, mientras que a Ana le daba sólo una ra11ción; y eso que la queria, pero el Señor la había hecho estéril. Su rival la insultaba, ensañándose con ella para mortificarla, porque el Señor la habla hecho estéril. Así hacia año tras año; siempre que subían al templo del Señor, solía insultarla así. Una vez Ana lloraba y no comía. Y Elcaná, su marido, le dijo: -«Ana, ¿por qué lloras y no comes? ¿Por qué te afliges? ¿No te valgo yo más que diez hijos?»

Salmo 115, 12-13. 14 y 17. 18-19. R. Te ofreceré, Señor, un sacrificio de alabanza
¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Alzaré la copa de la salvación, invocando su nombre.
Cumpliré al Señor mis votos en presencia de todo el pueblo. Te ofreceré un sacrificio de alabanza, invocando tu nombre, Señor.
Cumpliré al Señor mis votos en presencia de todo el pueblo, en el atrio de la casa del Señor, en medio de ti, Jerusalén.


Texto del Evangelio (Mc 1,14-20): Después que Juan fue entregado, marchó Jesús a Galilea; y proclamaba la Buena Nueva de Dios: «El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva». Bordeando el mar de Galilea, vio a Simón y Andrés, el hermano de Simón, largando las redes en el mar, pues eran pescadores. Jesús les dijo: «Venid conmigo, y os haré llegar a ser pescadores de hombres». Al instante, dejando las redes, le siguieron. Caminando un poco más adelante, vio a Santiago, el de Zebedeo, y a su hermano Juan; estaban también en la barca arreglando las redes; y al instante los llamó. Y ellos, dejando a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros, se fueron tras Él.

Comentario: 1.- 1S 1,1-8. Durante las cinco semanas siguientes meditaremos la historia de David, precedida de la de Samuel. En el desarrollo de la historia de Israel, el período de David es un período de estabilización: David, joven pastor de una humilde familia de Belén es el verdadero fundador de la realeza. Comienza su vida como "jefe de banda" en operaciones de "comandos" contra los filisteos, luego conquista Jerusalén y se instala como rey en esta ciudad. Ese personaje, subido de color, de vida aventurera, antepasado de Cristo, está muy lejos de ser un «hombre perfecto»... Es un hombre pecador como todos nosotros. A lo largo del tiempo escucharemos el relato de sus búsquedas, de sus dificultades, de sus éxitos. El proyecto de Dios va realizándose a través de esos acontecimientos ambiguos. Gracias, Señor, por revelarnos con ello que nuestras vidas son también una mezcla de bien y de mal. Ayúdanos a vivir nuestro propio itinerario personal insertándolo en el más vasto itinerario de tu Pueblo en marcha.
En los años pares, durante cinco semanas leemos páginas de los libros históricos del AT, empezando por los de Samuel y siguiendo por el primero de Reyes. Esta primera aproximación a la historia de Israel abarca desde el inicio de la monarquía, con Saúl, hasta el cisma de las tribus del Norte, después de Salomón.
Van a desfilar en nuestras lecturas personas como Samuel, Saúl, David y Salomón, que marcaron la historia de Israel y que nos pueden dar lecciones para nuestra vida de hoy con su actuación, a veces buena y otras deficiente. El ver cómo el pueblo de Israel, el pueblo elegido, fue respondiendo o no a la Alianza con su Dios, será como un espejo en el que mirarnos nosotros, el nuevo pueblo elegido de la Iglesia.
La página de hoy inicia el ciclo de Samuel, un personaje que vivió unos mil años antes de Cristo, y que iba a tener mucha influencia en la historia del pueblo judío como el último de los jueces que Dios puso al frente de su pueblo y como instaurador de la monarquía.
La escena es muy propia de la vida familiar: Ana, una de las dos mujeres de Elcaná, es estéril, y eso la hace totalmente infeliz. Llora desconsolada, a pesar del afecto de su marido. Se siente marginada, fracasada. Ya se encarga de recordárselo su rival.
Adorad a Dios todos sus ángeles. Canten su gloria todas las criaturas. Hombres, mujeres, hijos de Dios, sed fieles a su Amor… Comenzamos la liturgia de la palabra con el inicio del primer libro de Samuel. Libro encantador, humano y religioso, que nos regala con sus relatos primarios e ingenuos. Históricamente, las noticias narradas en este libro se pueden remontar a tradiciones orales muy remotas, llegando incluso al periodo de los reyes, por los siglos XI-X antes de Cristo. Naturalmente, las huellas de aquellos lejanos días serían a lo más un boceto de noticias, memorias y reflexiones a las que posteriormente se irían incorporando nuevos pensamientos de carácter histórico-teológico. Su conjunto final, recopilado en libros, aparece en los textos de Samuel, Josué, Jueces y Reyes. Ellos son una parte del corazón y memoria del viejo pueblo elegido. El párrafo que hoy leemos (preparación psicológica para la concepción de Samuel) describe la escena de dolor de una mujer estéril, Ana, que, además de no ser madre, sufre la burla de otra mujer fecunda que hace gala de su gozo soberbio. El relato es una forma de indicarnos a todos que desde la humillación y abatimiento es desde donde el Espíritu nos levantará para alcanzar el triunfo y la salvación que ha de llegar.
-La madre de Samuel: un clima de extrema pobreza humana. Este es un cuadro realista de la condición feminista hacia el año 1000 antes de Jesucristo: Ana, mujer de Elkama, es estéril -y esto crea ya una atmósfera de frustración dolorosa-... pero, además, la poligamia de aquel tiempo refuerza el infortunio de la pobre Ana, pues la rival Penina, con sus afrentas diarias, mantiene el clima de angustia, apenas sostenible. En un tal contexto, ¿cómo no dudaría una mujer del amor de su marido hacia ella? El hogar mismo está herido.
-«Ana, ¿por qué lloras y no comes? ¿Por qué estás triste? ¿Es que no soy para ti mejor que diez hijos?» Sí, la moral es muy baja en esa casa; y el pobre Elkana no sabe como ayudar a su mujer. Quisiera hacerlo. Nos resulta incluso simpático en su torpeza, pero esto no soluciona nada, aparentemente. En esa situación de extrema pobreza espiritual, Ana descubrirá la maravilla del amor de Dios para con ella. -Bienaventurados los pobres, porque de ellos es el Reino de los cielos (Mt 5,3). Si el grano de trigo no muere, queda él solo (Jn 12,24). ¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria? (Lc 24,26). Cuando estoy débil, entonces es cuando soy fuerte (II Cor 12,10). En esa escena concreta de sufrimiento de un matrimonio, reconocemos el misterio de Jesús: la pobreza, a la que se promete la dicha... la cruz y el fracaso aparente que se transforman en mañana de Pascua... la afirmación de la gracia de Dios, capaz de encontrar una salida a las situaciones más desesperadas... Señor, como la madre de Samuel, me remito a tu amor. Ayudadnos, Señor, a asumir todos los acontecimientos de nuestras vidas (Noel Quesson).
Entre hoy y los tres días siguientes leeremos enteros -raro honor en los nuevos leccionarios- los tres capítulos que forman el relato del nacimiento y la vocación de Samuel; sólo saltamos al cántico de Ana, que con razón utiliza la liturgia como cántico o salmo, y no como lectura, y que, además, debía de referirse originariamente a un rey (v 10), mientras aquí la acción se supone que pasa cuando «no había... rey en Israel, y hacía cada uno lo que le parecía bien» (Jue 17,6; 21,25). De las cuatro etapas redaccionales de los libros de Samuel, la historia de la infancia del profeta pertenece probablemente a la última, los tiempos finales de la monarquía, cuando la suerte del templo de Siló es en boca de los profetas motivo de exhortación para no fiarse del templo de Jerusalén y convertirse.
Esta historia ha sido colocada delante del ciclo de tradiciones relativas a Samuel, de la misma manera que Mt y Lc antepusieron dos capítulos de relatos de infancia a sus evangelios respectivos. Tal es el sentido que, ya en las biografías paganas tienen las narraciones de infancias extraordinarias: dar por adelantado como una síntesis explicativa de aquello que el personaje está llamado a ser. En las biografías paganas, además, quieren indicar como un presagio fatalista del futuro; los relatos bíblicos, en cambio, proclaman la libre iniciativa de Dios, que dirige el curso de la historia, rompe situaciones que parecían sin salida y abre nuevos caminos a su pueblo por medio de un escogido suyo. Esta iniciativa todopoderosa de Dios es especialmente subrayada por el tema del nacimiento prodigioso, de madre estéril (Isaac, Sansón, Juan Bautista), o de la criatura providencialmente salvada de la muerte (Moisés). Dios no necesita esperar que aparezca el hombre idóneo: lo crea; y, milagrosamente aparecido, la gente se pregunta qué querrá hacer Dios de él. El escogido hace su papel para dejar paso después a lo que haya de venir.
El templo de Siló -etapa intermedia en la historia de las presencias divinas entre la tienda del desierto y el templo de Salomón- guarda el arca de la alianza, símbolo de la confederación de las tribus israelitas. Estos cc. 1-3 son ricos en detalles de expresividad ingenua y a la vez realista sobre la religión de Israel en tiempos remotos: peregrinaciones -seguramente la fiesta de las tiendas-, banquetes sagrados, un sacerdocio no exclusivamente levítico -es admitido en él el efraimita Samuel- y unos sacerdotes que escandalizan al pueblo. La pureza del yahvismo se vela por el contacto con los cultos paganos de Canaán: la fiesta en honor del Señor degenera a veces en orgía. Eli, que no sabe o no puede corregir los abusos de sus propios hijos, quiere reprimir los excesos de la piedad popular y recrimina a aquella mujer que él cree ebria. Pero cuando la pobre Ana le ruega humildemente que no la confunda con una perdida ni con ninguna de aquellas desvergonzadas con que yacían los hijos de Elí (cf 2,22), y «derrama su alma afligida» -¡magnífica definición de la plegaria!- ante el sacerdote, tal como lo había hecho ante Dios, Elí se inclina ante aquella religiosidad tan auténtica y la bendice con su palabra sacerdotal eficaz. A menudo han de aprender los sacerdotes de la fe del pueblo y el pueblo ha de aceptar la mediación de los sacerdotes, aunque no siempre sean fieles del todo (H. Raguer).

2. Sal 115. El salmo nos presenta una actitud de súplica ante Dios, un «sacrificio de alabanza» y unos votos que se ofrecen en el atrio de la casa del Señor: la actitud de esta buena mujer, Ana, que visita el Templo para impetrar la ayuda de Dios en su desgracia.
Dios parece que, para realizar sus planes de salvación, tiene particular gusto, a lo largo de la historia, en elegir a personas que humanamente parecen poca cosa.
El es capaz de sacar vida de la esterilidad. Lo que humanamente parece imposible, para Dios no lo es. Así se ve mejor que es Dios quien salva, y no las cualidades y las iniciativas humanas. En la vida el que más bien hace no es siempre el más brillante, sino el que sabe ser mejor instrumento en las manos de Dios.
También ahora, en nuestras actividades y proyectos, haríamos bien en poner nuestra confianza más en la fuerza de Dios que en nuestras pedagogías y trabajos, que, por otra parte, hemos de poner en marcha con decisión. Eso nos llevaría a no enorgullecernos demasiado si vienen éxitos. Y a no desanimarnos en exceso si fracasamos después de haber puesto toda nuestra buena voluntad en la tarea.
Así como en el caso de Ana y Elcaná les llegó el hijo deseado, y nada menos que Samuel, juez, profeta y sacerdote de Israel, también ahora, en nuestros proyectos y en los de la Iglesia, seguro que también quiere Dios seguir realizando cosas que a primera vista parecerían imposibles. Por ejemplo, suscitando vocaciones proféticas para bien de un mundo desorientado. Si se lo pedimos con fe, como Ana.
Comentaba Juan Pablo II: “El Salmo 115, con el que acabamos de rezar, siempre ha sido utilizado por la tradición cristiana, a partir de san Pablo que, citando la introducción, siguiendo la traducción griega de los Setenta, escribe a los cristianos de Corinto estas palabras: «teniendo aquel espíritu de fe conforme a lo que está escrito: "Creí, por eso hablé", también nosotros creemos, y por eso hablamos» (2 Cor 4,13). El apóstol se siente en acuerdo espiritual con el salmista en la serena confianza y en el sincero testimonio, a pesar de los sufrimientos y de las debilidades humanas. Al escribir a los romanos, Pablo retomará el versículo 2 del salmo y trazará la contraposición entre la fidelidad de Dios y la incoherencia del hombre: «Que quede claro que Dios es veraz y todo hombre mentiroso» (Rom 3,4). La tradición sucesiva transformará este canto en una celebración del martirio (Orígenes) a causa de la mención de «la muerte de sus fieles» (v 15). O hará de él un texto eucarístico, considerando la referencia a «la copa de la salvación» que el salmista eleva invocando el nombre del Señor (v 13). Este cáliz es identificado por la tradición cristiana con «la copa de la bendición» (cf 1 Cor 10,16), con la «copa de la Nueva Alianza» (cf 1 Cor 11,25; Lc 22,20): expresiones que en el Nuevo Testamento hacen referencia precisamente a la Eucaristía. El Salmo 115, en el original hebreo, forma parte de una sola composición junto al salmo precedente, el 114. Ambos, constituyen una acción de gracias unitaria, dirigida al Señor que libera de la pesadilla de la muerte. En nuestro texto aparece la memoria de un pasado angustiante: el orante ha mantenido alta la llama de la fe, incluso cuando en sus labios surgía la amargura de la desesperación y de la infelicidad (cf Sal 115,10). Alrededor se elevaba como una cortina helada de odio y de engaño, pues el prójimo se demostraba falso e infiel (cf v 11). Ahora, sin embargo, la súplica se transforma en gratitud, pues el Señor ha sacado a su fiel del torbellino oscuro de la mentira (cf v 12). El orante se dispone, por tanto, a ofrecer un sacrificio de acción de gracias en el que se beberá el cáliz ritual, la copa de la libación sagrada que es signo de reconocimiento por la liberación (cf v 13). La Liturgia, por tanto, es la sede privilegiada en la que se puede elevar la alabanza agradecida al Dios salvador.
De hecho, además de mencionarse el rito del sacrificio se hace referencia explícitamente a la asamblea de «de todo el pueblo», ante la cual el orante cumple su voto y testimonia su fe (v 14). En esta circunstancia hará pública su acción de gracias, consciente de que incluso cuando se acerca la muerte, el Señor se inclina sobre él con amor. Dios no es indiferente al drama de su criatura, sino que rompe sus cadenas (v 16).
El orante salvado de la muerte se siente «siervo» del Señor, hijo de su esclava, bella expresión oriental con la que se indica que se ha nacido en la misma casa del dueño. El salmista profesa humildemente con alegría su pertenencia a la casa de Dios, a la familia de las criaturas unidas a él en el amor y en la fidelidad.
Con las palabras del orante, el salmo concluye evocando nuevamente el rito de acción de gracias que será celebrado en el contexto del templo (vv 17-19). Su oración se situará en el ámbito comunitario. Su vicisitud personal es narrada para que sirva de estímulo para todos a creer y a amar al Señor. En el fondo, por tanto, podemos vislumbrar a todo el pueblo de Dios, mientras da gracias al Señor de la vida, que no abandona al justo en el vientre oscuro del dolor y de la muerte, sino que le guía a la esperanza y a la vida.
Concluimos nuestra reflexión encomendándonos a las palabras de san Basilio Magno que, en la Homilía sobre el Salmo 115, comenta la pregunta y la respuesta de este Salmo con estas palabras: «"¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Alzaré la copa de la salvación". El salmista ha comprendido los muchos dones recibidos de Dios: del no ser ha sido llevado al ser, ha sido plasmado de la tierra y ha recibido la razón…, ha percibido después la economía de salvación a favor del género humano, reconociendo que el Señor se entregó a sí mismo como redención en lugar nuestro; y busca entre todas las cosas que le pertenecen cuál es el don que puede ser digno del Señor. ¿Qué ofreceré, por tanto, al Señor? No quiere sacrificios ni holocaustos, sino toda mi vida. Por eso dice: "Alzaré la copa de la salvación", llamando cáliz a los sufrimientos en el combate espiritual, a la resistencia ante el pecado hasta la muerte. Es lo que nos enseñó, por otro lado, nuestro salvador en el Evangelio: "Padre, si es posible, que pase de mí este cáliz"; o cuando les dijo a los discípulos: "¿podéis beber el cáliz que yo he de beber?", refiriéndose claramente a la muerte que aceptaba por la salvación del mundo». Habiendo recibido el perdón de Dios; habiendo sido objeto del amor divino cuando el Hijo de Dios entregó su vida por nosotros, ¿cómo no vivirle agradecidos? Ciertamente que no tenemos nada con qué podamos pagarle al Señor por todo el bien que nos ha hecho. Por eso, por lo menos, llevemos una vida recta y vivamos fieles a sus enseñanzas. Que nuestra vida manifieste que en verdad somos hijos de Dios. No permitamos que la Gracia de Dios caiga en nosotros como en saco roto. ¿De qué nos serviría haber sido perdonados y liberados de la muerte, si, por culpa nuestra, volvemos a nuestras maldades? Si en verdad somos hijos de Dios, demostrémoslo no sólo con nuestras palabras y con el culto que le tributamos a Dios, sino con una vida íntegra amoldada a su Evangelio”.

3.- Mc 1,14-20 (ver domingo 03b). A. Comentario mío de 2008: * Caridad, oración y ayuno, son las armas espirituales para combatir el mal, que se nos recuerdan en Cuaresma, pero quiere la Iglesia proponernos ya en la primera semana del tiempo ordinario este Evangelio de llamada a la conversión, para que empecemos con buen pie. Joan Costa señalaba: “Hoy, el Evangelio nos invita a la conversión. «Convertíos y creed en la Buena Nueva» (Mc 1,15). Convertirse, ¿a qué?; mejor sería decir, ¿a quién? ¡A Cristo! Así lo expresó: «El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí» (Mt 10,37).
Convertirse significa acoger agradecidos el don de la fe y hacerlo operativo por la caridad. Convertirse quiere decir reconocer a Cristo como único señor y rey de nuestros corazones, de los que puede disponer. Convertirse implica descubrir a Cristo en todos los acontecimientos de la historia humana, también de la nuestra personal, a sabiendas de que Él es el origen, el centro y el fin de toda la historia, y que por Él todo ha sido redimido y en Él alcanza su plenitud. Convertirse supone vivir de esperanza, porque Él ha vencido el pecado, al maligno y la muerte, y la Eucaristía es la garantía.
Convertirse comporta amar a Nuestro Señor por encima de todo aquí en la tierra, con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y con todas nuestras fuerzas. Convertirse presupone entregarle nuestro entendimiento y nuestra voluntad, de tal manera que nuestro comportamiento haga realidad el lema episcopal del Santo Padre, Juan Pablo II, Totus tuus, es decir, Todo tuyo, Dios mío; y todo es: tiempo, cualidades, bienes, ilusiones, proyectos, salud, familia, trabajo, descanso, todo. Convertirse requiere, entonces, amar la voluntad de Dios en Cristo por encima de todo y gozar, agradecidos, de todo lo que acontece de parte de Dios, incluso contradicciones, humillaciones, enfermedades, y descubrirlas como tesoros que nos permiten manifestar más plenamente nuestro amor a Dios: ¡si Tú lo quieres así, yo también lo quiero!
Convertirse pide, así, como los apóstoles Simón, Andrés, Jaime y Juan, dejar «inmediatamente las redes» e irse con Él (cf. Mc 1,18), una vez oída su voz. Convertirse es que Cristo lo sea todo en nosotros”.
** Antes de pasar a la llamada que Jesús hace a seguirle, miraremos con más detenimiento la necesidad de conversión: ¿qué tiene que ver con la dignidad de la persona y con la conciencia de pecado? La necesidad de redención es fácil de intuir o de creer siguiendo la revelación, pero difícil de entender. El pecado existe, es un mal: ofensa a Dios y destrucción de la vocación del hombre. ¿Hace daño a Dios? No, pero la gloria de Dios es la felicidad del hombre, y Dios “sufre” cuando nos hacemos daño, cuando estamos tristes porque le hemos abandonado (estamos hechos para el amor de Dios, y no encontramos la plenitud fuera del amor, que es caer en el pecado, que es egoísmo). El pecado es ofensa a Dios, nos desvía de Él y por tanto nos “pierde”, maltrata nuestra dignidad y perturba la convivencia (después de alzar el puño contra Dios con la soberbia del primer pecado de Adán, la rebelión contra Dios, el segundo pecado del mundo es Caín que mata a Abel: cuando no hay padre, los hermanos se matan: cf. Catecismo, 1849-1850). Pero después del primer pecado (Gen 3, 15) Dios promete la salvación. Más tarde, Abraham (s. XX-XIX a. C.) dispone las cosas para su plan redentor, primero con la liberación de la esclavitud de Egipto, elección de Israel y alianzas, cuidado amoroso y envío de los Patriarcas y Profetas, hasta Jesús, pues el hombre no puede salvarse solo, y la situación de pecado personal genera el pecado social con sus estructuras de pecado como vemos en la historia.
La llamada primera es a la conversión. La santidad no es una cuestión mágica, como dándole a un botón, mirar hacia oriente y decir una formulita… Jesús nos dice que ha venido a salvar a los pecadores, y que prefiere un corazón contrito y humillado. Esto significa reconocer nuestra situación de pecado, y dejarnos conquistar por el divino alfarero que para hacer su obra maestra necesita que seamos dúctiles, que nos dejemos transformar, convertir. (Tomo prestados unos apuntes como base de los siguientes comentarios).
Ya en el Antiguo Testamento vemos este diálogo entre el hombre, que tiene momentos buenos y otros llenos de infidelidad, y la fidelidad de Dios por contraste (Gen 8, 21-22; 9, 11). Después del diluvio se establece una alianza con el arco iris para que el hombre pueda recordar siempre que Dios no olvida su promesa, que su perdón es para siempre. Los profetas y las prácticas penitenciales van recordando la necesidad que tiene el hombre de continua conversión, para recibir este perdón (cf. Os 14, 2; Ez 18,21; Jer 26, 3). De modo excepcional esta conversión está recogida en el Salmo 50 que la Iglesia proclama todos los viernes en su liturgia de las horas. Los ritos que el pueblo de Israel dedica a la petición de perdón (Num 16, 6-15; Jue 10,10-16; 1 Rey 8,33-40.46-51) están también cargados de llamadas a la penitencia y ayunos (Joel 1-2; Is 22,12) y estas prácticas penitenciales cobran más conciencia después de la cautividad (Esd 9,5-15; Dan 9,4-19…).
En el Nuevo Testamento, la llamada a la conversión está presente desde el comienzo de la proclamación de la buena nueva, como hemos visto al comentar la predicación de San Juan Bautista, que con ella preparó la venida del Mesías: "Yo soy la voz que clama en el desierto: enderezad el camino del Señor, como dijo Isaías. (Jn. 1, 23). Sus palabras eran claras y fuertes. San Lucas narra esta predicación y cómo animaba a compartir con los demás lo que se posee, a no exigir más de lo que marca la justicia en los negocios, a no ser violentos, ni denunciar falsamente a nadie (cfr. Lc. 3, 1-18) Para conseguir vivir sin pecado proponía el bautismo de agua y la penitencia. Sin embargo, siempre insistió en que estos medios eran insuficientes, pues él era sólo el precursor: "Yo os bautizo con agua para la penitencia; pero el que viene detrás de mí es más poderoso que yo. No soy digno de llevarle las sandalias; él os bautizará en el Espíritu Santo y fuego; en su mano tiene el bieldo y va a limpiar su era; reunirá su trigo en el granero, y la paja la quemará en un fuego inextinguible" (Mt. 3. 11-12). Cuando Jesús fue a bautizarse al Jordán, le dijo: "Yo necesito ser bautizado por ti, y ¿tú vienes a mí?" (Mt. 3, 14) Más adelante dirá de Jesús: "He aquí el Cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo" (Jn. 1, 29). Cuando sus discípulos le dejan para seguir a Jesús, se llenó de alegría, añadiendo: "Conviene que El crezca y yo disminuya" (Jn. 3, 30).
Ahora ya hemos vivido el Bautismo del Señor, sabemos en esta primera predicación de Jesús que todo comienza con la conversión: "se han cumplido los tiempos y se acerca el Reino de Dios; convertíos y creed en la Buena Nueva" (Mc. 1, 15; cf. Mc 6, 12). Se trata de volver a nacer, "hacerse como niños" o "nacer de nuevo", como dirá a Nicodemo (cfr. Jn. 3, 4). Jesús recuerda los castigos si no se convierten: “Yo os digo que si no hiciereis penitencia, todos igualmente pereceréis” (Lc 13, 3-5; cf. Mt 11, 20-24; Lc 10, 13-16; 11, 29-32). Dentro de pocos días, al conmemorar el inicio de la Cuaresma, tendremos que volver sobre ello, y completar el cuadro.
*** Vemos también en este Evangelio dos de las características principales de la llamada de Jesús a los discípulos (en otros sitios correlativos veremos completados los aspectos). Hay que decir que no es la primera llamada, que leímos la semana pasada, sino otra más personal, para ser de los discípulos que le siguen más de cerca. Luego veremos también quizá otra llamada, la del colegio apostólico. No sé si hay dos o tres llamadas a los discípulos, por parte de Jesús, o bien si es la vida una continua llamada, en la que vemos algunos aspectos más relevantes como estos, cuando Jesús llama a algunos y estos le siguen. Seguiré un esquema desarrollado que leí (firmaba JJU):
a) La llamada es iniciativa de Jesús. No es encargada a una tercera persona, aunque haya mediaciones como la que vimos hace días de Felipe que busca Natanael. Ahora, la realiza personalmente el mismo Jesús en virtud de su poder mesiánico. A veces, alguno quiere seguirlo por propia iniciativa pero es invitado a tomar otro camino (cf. Mc 5,18-20): “No me habéis elegido vosotros a mí, sino yo a vosotros”, dirá más tarde (Jn 15,16). Nadie se hace a sí mismo discípulo. Es Jesús el que los hace. El seguimiento no es conquista, sino un ser conquistado. Así lo experimentó Pablo: “No es que sea ya perfecto, sino que continúo mi carrera por si consigo alcanzarlo [a Cristo], habiendo sido yo mismo alcanzado por Cristo Jesús” (Fil 3,12). Por esta misma razón, la vocación al seguimiento culmina con la transformación existencial que da lugar a un nuevo yo: “No soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí” (Gál 2,20).
Esta iniciativa por parte de Jesús es indicada en los Evangelios con tres verbos. Dos de ellos se refieren a lo que él hace: ‘pasa’ al lado de los que luego le seguirán y los ‘ve’. Entonces vemos la llamada explícita: Jesús les dijo: ‘Venid conmigo’, o simplemente, ‘sígue-me’. Como veremos en el Evangelio de mañana, esto causará estupor: está diciendo que sigamos no una doctrina, sino a Él. «Llamando». Después de ‘ver’ aparece la llamada explícita, que es también un mandato: “Venid conmigo”, “sígueme”. Estas expresiones indican la relación de cercanía y la intimidad con Jesús que deben caracterizar la vida del discípulo.

b) La llamada es personal. Jesús no llama a multitudes o grupos. Su llamada se dirige siempre a personas concretas, y su llamada es intransferible. Jesús se muestra en todo momento atento a las personas, incluso cuando tiene delante una muchedumbre: “A la puesta del sol, todos cuantos tenían enfermos de diversas dolencias se los llevaban; y, poniendo él las manos sobre cada uno de ellos, los curaba” (Lc 4,40). A lo largo de su ministerio público, Jesús llama y trata de manera distinta a personas distintas, especialmente a los apóstoles. La relación de Jesús con cada uno es diferente, y a cada uno dice cosas diferentes (Pedro, Juan, Natanael, Tomás, Judas, etc.).

B. Textos tomados de mercaba.org (2010). Durante las nueve primeras semanas del año hacemos la lectura continua del evangelio según san Marcos, el primero que se puso por escrito y el más corto de los evangelios. Los trece primeros versículos, que no leemos aquí, porque se leyeron durante los domingos precedentes, relatan muy brevemente la "predicación de Juan Bautista", "el bautismo de Jesús" y "el retiro preliminar de Jesús en el desierto, donde fue tentado"... Se podría decir, por tanto, que Marcos es el inventor de ese género literario tan provechoso que se llama «evangelio»: no es tanto historia, ni novela, sino «buena noticia». Pudo ser escrito en los años 60, o, si hacemos caso de los papiros descubiertos en el Qumran, incluso antes. Con un estilo sencillo, concreto y popular, Marcos va a ir haciendo pasar ante nuestros ojos los hechos y palabras de Jesús: con más relieve los hechos que las palabras. Marcos no nos aporta, por ejemplo, tantos discursos de Jesús como Mateo o tantas parábolas como Lucas. Le interesa más la persona que la doctrina. En sus páginas está presente Jesús, con su historia palpitante, sus reacciones, sus miradas, sus sentimientos de afecto o de ira. Lo que quiere Marcos, y lo dice desde el principio, es presentarnos «el evangelio de Jesús, el Mesías, el Hijo de Dios» (Mc 1,1). Hacia el final del libro pondrá en labios del centurión las mismas palabras: «Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios» (Mc 15,39). Además de leer cada año el evangelio de Marcos en los días feriales de estas nueve semanas, también lo proclamamos en los domingos de cada tres años: 1997, 2000, 2003... La página que escuchamos hoy nos narra el comienzo del ministerio de Jesús en Galilea, que ocupará varios capítulos. En los versículos anteriores (Mc 1,1-13) nos hablaba de Juan el Precursor y del bautismo de Jesús en el Jordán. Son pasajes que leímos en el tiempo de Adviento y Navidad. El mensaje que Marcos pone en labios de Jesús es sencillo pero lleno de consecuencias: ha llegado la hora (en griego, «kairós»), las promesas del AT se empiezan a cumplir, está cerca el Reino de Dios, convertíos y creed la Buena Noticia: la Buena Noticia que tiene que cambiar nuestra actitud ante la vida. En seguida empieza ya a llamar a discípulos: hoy a cuatro, dos parejas de hermanos. El relato es bien escueto. Sólo aporta dos detalles: que es Jesús el que llama y que los llamados le siguen inmediatamente, formando ya un grupo en torno suyo.
Somos invitados a escuchar a Jesús, nuestro auténtico Maestro, a lo largo de todo el año, y a seguirle en su camino. Nuestro primer «evangelio de cabecera» en los días entre semana será Marcos. Es la escuela de Jesús, el Evangelizador verdadero. Somos invitados a «convertirnos», o sea, a ir aceptando en nuestras vidas la mentalidad de Jesús. Si creyéramos de veras, como aquellos cuatro discípulos, la Buena Noticia que Jesús nos anuncia también a nosotros, ¿no tendría que cambiar más nuestro estilo de vida? ¿no se nos tendría que notar que hemos encontrado al Maestro auténtico? «Convertíos y creed en la Buena Noticia». Convertirse significa cambiar, abandonar un camino y seguir el que debe ser, el de Jesús. El Miércoles de Ceniza escuchamos, mientras se nos impone la ceniza, la doble consigna de la conversión (porque somos polvo) y de la fe (creer en el evangelio de Jesús). El mensaje de Jesús es radical: no nos puede dejar indiferentes. «Lo dejaron todo y le siguieron». Buena disposición la de aquellos pescadores. A veces los lazos de parentesco (son hermanos) o sociales (los cuatro son pescadores) tienen también su influencia en la vocación y en el seguimiento. Luego irán madurando, pero ya desde ahora manifiestan una fe y una entrega muy meritorias. «Lo dejaron todo y le siguieron». No es un maestro que enseña sentado en su cátedra. Es un maestro que camina por delante. Sus discípulos no son tanto los que aprenden cosas de él, sino los que le siguen, los que caminan con él. Es más importante la persona que la doctrina. Marcos no nos revela tanto qué es lo que enseñaba Jesús -aunque también lo dirá- sino quién es Jesús y qué significa seguirle. «Convertíos y creed la Buena Noticia». «Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron» (J. Aldazábal).
-Después que Juan fue preso, Jesús marchó a Galilea, predicando la "buena nueva" de Dios. Jesús humildemente sigue la predicación de Juan. Le ha dejado llegar hasta el final de su misión de precursor. A su desaparición, le llega a Jesús el turno de entrar en escena. ¿Sé yo dejar su lugar a los demás? Juan Bautista fue pues "detenido", y encarcelado. En esta situación dramática -la "buena nueva" es un estorbo y los portavoces de Dios son mal vistos- es cuando Jesús comienza: ya puede prever lo que le esperará dentro de algunos meses.
-Decía "Los tiempos se han cumplido... y el Reino de Dios está cerca... Arrepentíos... y creed en la "buena nueva..." Voy a meditar pausadamente sobre estas cuatro palabras. Jesús desde el principio se considera ser el término de todo el Antiguo Testamento. El tiempo fijado por Dios para cumplir sus promesas ha llegado. Una nueva era comienza. Abraham, Moisés, David, los Profetas... no eran más que una preparación: "Yo llego... cumplo... termino... Pretensión exorbitante. Se ha creído a veces poder soslayar la cuestión engorrosa que suscita la personalidad de Jesús, tratando de suprimir los milagros o de explicarlos humanamente. De hecho la conciencia que posee Jesús de su vinculación privilegiada con Dios está presente en todas las páginas del evangelio. Si se rehúsa admitir la divinidad de Jesús, no sólo se tendrán que romper algunas páginas molestas... toda la trama del evangelio quedaría rota.
"El Reino de Dios está cercano". Yo introduzco la humanidad en este reino. Es a partir de mí que este reino tan esperado va a comenzar por fin. "Convertíos". Cambiad de vida. Es urgente. "Creed en "la buena nueva." Sí, lo que acabo de deciros es bueno, ¡es una alegre nueva!
-Caminando a orillas del mar de Galilea vio a Simón y a su hermano Andrés... Algo más allá vio a Santiago y a su hermano Juan... Marcos no intenta darnos una biografía real. Sabemos por el evangelio según san Juan que Jesús había ya encontrado esos mismos hombres a orillas del Jordán. Pero aquí Marcos quiere decirnos toda la importancia que, para Jesús, tienen los "discípulos". Todavía no hemos visto a Jesús ante las muchedumbres, ni ante personas precisas... Estamos sólo en el versículo 16 del evangelio... y he aquí que Jesús se rodea de cuatro hombres, que no van a dejarle más, y que veremos siempre a su alrededor. Son éstos más importantes para El que el entusiasmo de las gentes; es ya la Iglesia que se va preparando.
-Venid... Seguidme... Yo os haré pescadores de hombres. Decididamente, este joven "rabí" se impone de entrada. ¿Quién es para tener tales pretensiones y tales exigencias? Parece saber muy bien lo que quiere. Por el momento no será un "maestro" intelectual reuniendo auditores para ir pensando con El... No, hay que seguirle para una acción, hay que trabajar en su obra, hay que ayudar a salvar a la humanidad (Noel Quesson).
Juan Pablo II, en su carta apostólica Rosarium Virginis Mariae, nos ha propuesto un nuevo haz de misterios: los luminosos. Justamente estos misterios nos invitan a que no demos un salto mortal de los gozosos a los dolorosos. Nada de saltos; vayamos paso a paso recorriendo la historia vivida por Jesús desde Galilea hasta Jerusalén, recordando las palabras de Mateo: “País de Zabulón y de Neftalí, Galilea de los gentiles. A los que habitaban en tinieblas una luz les brilló”. Es bueno que nuestra contemplación se detenga en la claridad que irradia toda la manifestación de Jesús. Después de quedar deslumbrados por el fogonazo de la Navidad y antes de asomarnos a la tiniebla casi impenetrable del Gólgota y a la gloria del sepulcro vacío, acerquémonos a la luz amiga que nos llega desde las palabras del maestro, desde los milagros del carismático, desde las acciones simbólicas del profeta, desde las revelaciones del Hijo.
En realidad, tal es el camino que ha recorrido la cristología en los últimos decenios. Antes se tendía a pasar del estudio del misterio del Verbo encarnado al de la obra de la Redención, con algún interludio sobre la santidad, la ciencia y la conciencia de Jesús. Se sobrevolaba su ministerio. Sin embargo, para no caer en un mito extraño del Salvador necesitamos aferrarnos a la peripecia concreta vivida por Jesús. En ella se nos revelan los misterios del Reino, la misma verdad de Jesús y el rostro de Dios Padre. En el anuncio de la llegada del Señorío de Dios, en la llamada a la conversión, en la cercanía de Jesús a sufrientes y marginados, en la mesa compartida (“la esencia del cristianismo es comer juntos”, nos ha dicho un docto exégeta alemán), en el trato con las mujeres y los pequeños, y en tantas cosas más lo de Dios cobra un perfil concretísimo que nos liberará de falsas proyecciones. ¡Atentos, pues, a este tiempo ordinario y a su gracia cotidiana! (Pablo Largo: pldomizgil@hotmail.com).
Los primeros discípulos de Jesús no pertenecían a la clase sacerdotal que controlaba el templo, ni al grupo de los fariseos o letrados (devotos de turno o teólogos juristas), ni a los saduceos, que conforma­ban la aristocracia terrateniente. Provenían de Galilea, una región mal vista por la ortodoxia judía («Galilea de los gentiles» o de los paganos, la llamaban), llena de gente descreída y propensa a revoluciones desestabilizadoras del «orden establecido». A la «gente de bien» de entonces no les parecería el lugar más adecuado para elegir a los futuros «pescadores de personas». Jesús comienza llamando a dos parejas de hermanos, pues el reino de Dios o comunidad cristiana será una comunidad de iguales. Y los invita a seguirlo, para entregarles su Espíritu, como Elías invitó a Elíseo en el libro primero de los Reyes (Re 19,20s). Cuando reciban el Espíritu (el amor universal de Dios) quedarán capacitados para ser «pescadores de seres humanos», o lo que es igual, para llamar a to­dos, sin distinción de personas, a formar parte de la comunidad cristiana, que -hoy como ayer- debe ser una alternativa de sociedad o una sociedad alternati­va dentro de este viejo mundo que tiene por Dios al dinero. (J. Mateos-F. Camacho).
Una de las actitudes que han hecho que el cristianismo no haya llegado todavía a todos los corazones como es el deseo de Dios, es la indecisión en el seguimiento del Señor. Todos estamos muy ocupados con nuestras cosas y nuestros pensamientos. Y la verdad que lo que hacemos es importante, sin embargo cuando el Señor nos llama no hay lugar para las demoras, ni para las excusas. Y este llamado no es sólo al seguimiento apostólico, como sería el caso de los sacerdotes o religiosos o religiosas, es un llamado general para vivir con “prontitud” el mensaje del Evangelio: ¡Ven y sígueme! Será el mismo llamado para todos, apóstoles y seglares. A la voz del Maestro hay que dejarlo todo y ponerse en camino con él. Pedro , Andrés, Santiago y Juan dejaron “de inmediato” lo que estaban haciendo: Nosotros ¿cuándo? (Ernesto María Caro).
San Ireneo de Lión (hacia 130-208) obispo, teólogo y mártir, en Contra las herejías,4 14 habla de que Dios Los llama porque los ama, dice así: “El Padre nos recomienda vivir en seguimiento del Verbo, no porque tuviera necesidad de nuestro servicio sino para procurarnos la salvación. Porque, seguir al Salvador es tener parte en la salvación, como seguir a la luz es tener parte en la luz. No son los hombres que hacen resplandecer la luz sino que son ellos los iluminados, hechos resplandecientes por la luz. Los hombres nada pueden añadir a la luz, sino que la luz los ilumina y los enriquece.
Así es con el servicio que rendimos a Dios. Dios no tiene necesidad de nuestro servicio y nada le añade a su gloria. Pero aquellos que le sirven y le siguen reciben de Dios la vida, la incorruptibilidad y la gloria eterna. Si Dios invita a los hombres a vivir en su servicio es para poder otorgarnos sus beneficios, ya que él es bueno y misericordioso con todos. Dios no necesita nada; en cambio el hombre necesita de la comunión con Dios. La gloria del hombre consiste en que persevere en el servicio de Dios.
Por esto dijo el Señor a los apóstoles: “No me elegisteis vosotros a mí, fui yo quien os elegí a vosotros” (Jn 15,16). Con ello indica que no somos nosotros los que le glorificamos con nuestro servicio, sino que por haber seguido al Hijo de Dios, somos glorificados por él... Dios concede sus bienes a los que le sirven porque le sirven. Pero no recibe de ellos ningún beneficio ya que él es perfecto en si mismo y sin carencia de ninguna clase. Nos llama porque nos ama”.
Ha concluido la misión y el ministerio de Juan Bautista. Jesús inicia el anuncio del Evangelio. Él es el Evangelio viviente del Padre. Ante Él hay que aprender a confrontar la propia vida para dejar a un lado aquellas actitudes o criterios que nos impidan aceptarlo en nuestra existencia. Creer en el Evangelio significa aceptar a Jesús como el Enviado del Padre para liberarnos de nuestras esclavitudes al mal. Pero no basta con escuchar a Jesús y aceptar su salvación en nosotros. Debemos convertirnos en testigos suyos, uniéndonos a la misión que el Padre Dios le confió. Hay que echar las redes para pescar hombres para Dios; y si las redes están rotas hay que remendarlas para que queden preparadas para la pesca. Ante el seguimiento de Cristo no puede haber impedimentos de barcas o familia. Dios nos quiere con un amor hacia su Hijo muy por encima de la familia o de las cosas materiales. Quien siga esclavo de lo pasajero o de la familia podría llegar a utilizar la fe para negociar con ella. Y el Señor nos quiere leales a nuestro compromiso con Él, libres de intenciones torcidas en la proclamación de su santo Nombre (www.homiliacatolica.com).
Se acabó el tiempo de Navidad. Hoy añadimos: comenzamos el tiempo ordinario. El título del comentario de hoy no hace referencia a este hecho (aunque ciertamente es un alivio el volver a la vida común y saber qué día es domingo, lunes o viernes y no tener semanas con fin de semana entre medias). El verdadero alivio viene al escuchar a Jesús en el evangelio de hoy: “Venid conmigo y os haré pescadores de hombres” e inmediatamente le siguieron. Podría haber dicho el Señor: “Apuntaros a unas clases de teología”, “leer mis obras completas”, “Voy a haceros un examen de aptitud”, “Seguro que no sois capaces de hacer esto o lo otro” o poner un anuncio en el “Jerusalem Press” buscando seguidores. Pero no, el Señor no hace nada de eso, predica públicamente y llama a los que quiere y los llama a seguirle y Él será su escuela, su vida su libro de texto, sus palabras el examen que les hará convertirse, el Espíritu Santo su maestro. Nuestra vida es ésta, seguir a Cristo. ¿A dónde? A donde nos lleve. Cada día es una apasionante aventura en la que caminamos siguiendo a Cristo. Tu casa, tu lugar de trabajo, la calle, el transporte público…, cualquier momento del día podemos vivir acompañados de Cristo que es el que nos ha llamado. Simón, Andrés, Santiago y Juan siguieron a Jesús, se marcharon con Él, sin imaginar por un momento qué sería de su vida y de su destino. Si nosotros entendemos el tiempo ordinario, la vida de cada día, como rutina aburrida es que no seguimos a Cristo, nos hemos quedado remendando las redes y sólo tendremos noticias lejanas de un tal Jesús que camina por el mundo predicando cosas que no entendemos demasiado. ¿Es posible que tú sigas hoy a Cristo?. Por supuesto, Dios no busca a los más capacitados, busca a todos, a ti también, si eres capaz de caminar tras de Él. Nos puede parecer que somos estériles como Ana y que otros se reirán de nosotros si vivimos siguiendo a Cristo o incluso se “ensañen con nosotros” como hacía Fenina. Podremos pensar que los frutos realmente importantes serán “producir” “consumir” “ser efectivos”… pero seguir a Cristo “vale más que diez hijos” y Dios que no nos deja de su mano nos hará dar fruto si somos fieles a encontrarle cada día en cada acontecimiento, en cada situación. Podrá parecerte que dejas atrás muchas cosas que el mundo te ofrece, pero estarás ganando el mundo entero al que puede dirigir hacia su creador y redentor. Mira una imagen de la Virgen que tengas cerca (un cuadro, una estampa, una medalla) y dile a María, nuestra madre: “Ayúdame a seguir a Jesús cada día, que no me distraiga de Él con tantas cosas, que aprenda a caminar detrás de Cristo en su Iglesia y a no dejar de preguntarme ¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? y no deje de responderle: con mi vida fiel y humilde de seguidor de Cristo, de pescador de hombres” (Archimadrid).
Juan ha sido entregado. Jesús entregará su vida por nosotros; nadie se la quita, Él la entrega porque quiere y porque nos ama. Se retira a Galilea, desde donde subirá a Jerusalén, y de ahí a su glorificación a la diestra del Padre Dios. Toda su vida será un amor convertido en servicio, hecho cercanía a nosotros. Él conoce nuestros pecados y lo frágil de nuestra naturaleza; pero jamás ha dejado de amarnos. Él continúa llamándonos constantemente al arrepentimiento, pues su Reino debe anidar en nuestros corazones. No ha venido a buscarnos sólo para que de un modo esporádico estemos con Él. Él nos quiere tras sus huellas, hasta que lleguemos, junto con Él, a la Gloria del Padre. Se acerca a nosotros en nuestra propia realidad, pues desde ella hemos de darle una respuesta, y colaborar en la construcción de su Reino entre nosotros. A los que estaban pescando les indica que serán pescadores de hombres. A los que remiendan las redes los llama para que vayan con Él y colaboren en la restauración de la naturaleza que ha sido deteriorada por el pecado. Dios no nos separará de nuestras actividades diarias; sin embargo hemos de dar testimonio de Él, siendo constructores de su Reino, que es justicia y paz; y siendo constructores de una vida cada vez más fraterna, brotada del amor, en los diversos ambientes en que se desarrolle nuestra existencia. Así, sin esclavitudes a lo pasajero, podremos decir que realmente vamos tras las huellas de Cristo trabajando para ganar a todos para Él, hasta que juntos y unidos a Él lleguemos a la posesión de la Gloria que le corresponde como a Hijo unigénito del Padre.
El Señor nos ha llamado, pasando junto a nosotros, para que colaboremos en su proyecto de salvación. Él ha bajado hasta nuestras galileas, hasta nuestros dolores, sufrimientos, angustias, pobrezas y vejaciones. Él ha llegado hasta nosotros, porque nos ama y porque quiere anunciarnos la buena noticia del amor de Dios por nosotros. Él nos quiere santos, como Él es Santo, para que podamos permanecer con Él eternamente. Y para eso no sólo nos manifiesta su voluntad mediante su Palabra salvadora, sino que entrega su vida para el perdón de nuestros pecados, y para darnos nueva vida mediante su gloriosa resurrección y la participación de su Espíritu Santo. Este es el Misterio de comunión con el Señor que no sólo estamos celebrando, sino en el que participamos haciendo nuestra la vida y la misión del Hijo de Dios, convertido en el Verbo encarnado y redentor. Si en verdad lo amamos vayamos tras sus huellas, y colaboremos para hacer llegar su salvación hasta el último rincón de la tierra. Reconocemos que somos pecadores. Somos la Iglesia de Dios, que peregrina hacia la Patria eterna. Iglesia siempre necesitada de conversión y del perdón de Dios. Amados por Él; perdonados en su Hijo; llenos de su Espíritu Santo. No sólo hemos de ir tras las huellas de Cristo para llegar a ser santos como Dios es Santo. El seguimiento del Señor nos ha de identificar cada día más con Él, haciendo que su Palabra tome carne en nosotros; pero al mismo tiempo procurando convertirnos en testigos del amor del Padre en cualquier circunstancia en que se desarrolle nuestra vida, pues es ahí donde hemos de hacer un fuerte llamado a la conversión, de tal forma que seamos constructores de un mundo más justo, más en paz, más solidario y más fraterno. No podemos trabajar por la salvación de nuestro prójimo y continuar con las redes de maldad en nuestra mano. No podemos decir que realmente creemos en Cristo cuando continuamos destruyendo a nuestro prójimo, o cuando nosotros mismos nos convertimos en ocasión de pecado para él. Dios no sólo nos llama hijos suyos, sino que nos tiene como hijos suyos en verdad. Vivamos con lealtad ese amor que el Padre Dios nos ha tenido, de tal forma que, por medio de su Iglesia, su Hijo continúe hablando a toda la humanidad para caminar, junto con ella, a la posesión de los bienes definitivos (Homiliacatolica.com). Llucià Pou Sabaté

domingo, 8 de enero de 2012

El Bautismo del Señor, ciclo B: completa la epifanía, manifestación de la gloria del Padre en la unción filial de Jesús como Hijo y nosotros con Él.


El Bautismo del Señor, ciclo B: completa la epifanía, manifestación de la gloria del Padre en la unción filial de Jesús como Hijo y nosotros con Él.

Lectura del Profeta Isaías 42,1-4. 6-7. Esto dice el Señor: Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, a quien prefiero. Sobre él he puesto mi espíritu, para que traiga el derecho a las naciones. No gritará, no clamará, no voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará, el pábilo vacilante no lo apagará. Promoverá fielmente el derecho, no vacilará ni se quebrará hasta implantar el derecho en la tierra y sus leyes, que esperan las islas. Yo, el Señor, te he llamado con justicia, te he tomado de la mano, te he formado y te he hecho alianza de un pueblo, luz de las naciones. Para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la prisión, y de la mazmorra a los que habitan en las tinieblas.
Salmo 28,1a.2.3ac-4.3b.9b-10: R/. El Señor bendice a su pueblo con la paz.
Hijos de Dios, aclamad al Señor, / aclamad la gloria del nombre del Señor, / postraos ante el Señor en el atrio sagrado. // La voz del Señor sobre las aguas, / el Señor sobre las aguas torrenciales. / La voz del Señor es potente, / la voz del Señor es magnífica. // El Dios de la gloria ha tronado. / El Señor descorteza las selvas. / En su templo, un grito unánime: ¡Gloria! / El Señor se sienta por encima del aguacero, / El señor se sienta como rey eterno.

Lectura de los Hechos de los Apóstoles 10,34-38: En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo: —Está claro que Dios no hace distinciones; acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea. Envió su palabra a los israelitas anunciando la paz que traería Jesucristo, el Señor de todos. Conocéis lo que sucedió en el país de los judíos cuando Juan predicaba el bautismo, aunque la cosa empezó en Galilea. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo; porque Dios estaba con él.
Lectura del santo Evangelio según San Marcos 1,6b-11. En aquel tiempo proclamaba Juan: —Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco ni agacharme para desatarle las sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo.
Por entonces llegó Jesús desde Nazaret de Galilea a que Juan lo bautizara en el Jordán. Apenas salió del agua, vio rasgarse el cielo y al Espíritu bajar hacia él como una paloma. Se oyó una voz del cielo: —Tú eres mi Hijo amado, mi preferido.

Comentario. Los tres ciclos dominicales repiten hoy las dos primeras lecturas y varían el evangelio, todo ello nos muestra la manifestación de Dios en la persona y la misión de Jesús. Todo lo que el pueblo de Dios esperaba (1ª lectura) y todo lo que Jesús hizo y la Iglesia cree y anuncia (2ª lectura) está incluido en la proclamación del Jordán: Jesús es el hombre lleno del Espíritu de Dios que podrá manifestar y comunicar al Padre, al Dios del amor (ya que él es el Hijo, el amado, "en quien he puesto mi amor "=" el que es el predilecto"). La narración del bautismo de Jesús anuncia su vida pública, y esta unción divina se manifestará progresivamente (Transfiguración, Pasión con la afirmación ante el Sanedrín). Como dicen los evangelios: Jesús "crece" ante Dios y ante los hombres. Está para comenzar el año litúrgico, y el camino de Jesús sigue en nosotros: hemos recibido el Espíritu de Dios para manifestar y realizar el amor de Dios (J. Gomis). Hace unos días, comentando con unos pequeños que la estrella de los Magos la tenemos en el corazón, que allí hay una luz, como un GPS por el que Jesús nos indica el camino, y cuando nos despistamos y perdemos la señal puede ser que estemos sin batería, que hemos de cargar otra vez; y al preguntarles cómo cargamos ese GPS un niño contestó: “rezando y portándome bien”. Así es, pensé: trato con Dios (sacramentos y oración) y lucha por hacer por amor lo que toca, no “pasarlo bien” sino como Jesús un pasar "haciendo el bien"; hoy se concluye por así decir la fiesta de Epifanía, con esta otra escena epifánica o teofánica: "Apenas se bautizó el Señor, se abrió el cielo, y el Espíritu se posó sobre él. Y se oyó la voz del Padre que decía: Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto" (ant. de entrada). Hay varios signos epifánicos: el abrirse el cielo, cerrado para la humanidad por su pecado, el posarse sobre Jesús el Espíritu en un gesto que recuerda la primera creación, ungiéndole como Mesías, y la voz del Padre manifestando que aquel hombre, aparentemente pecador, es su Hijo predilecto (prefacio). Esto mismo expresa la oración colecta: "Dios todopoderoso y eterno, que en el Bautismo de Cristo, en el Jordán, quisiste revelar solemnemente que él era tu Hijo amado enviándole tu Espíritu Santo"... Los textos eucológicos insisten en el carácter teofánico de la escena del bautismo; en este día manifestaste a tu Hijo predilecto (ofrendas).
El Bautismo es el fundamento de la llamada a la santidad, el fundamento del deber y derecho a vivir el culto "en espíritu y en verdad". Es el primera peldaño del proceso de iniciación cristiana, que debe crecer con el don efusivo del Espíritu (Confirmación) y el sentarse por primera vez a la mesa del Señor (Eucaristía). Jesús en el Bautismo del Jordán asume "la realidad de nuestra carne para manifestársenos" (2a oración colecta). La asume en aparente condición pecadora, como siervo, poseído totalmente por el espíritu, en condición humilde y paciente. Su misión es promover el derecho y la justicia, siendo luz y liberando de las esclavitudes de los hombres (Is 42,1-4.6-7). Santo Tomás de Aquino hablaba de los "misterios de la vida de Cristo": el resplandor de Dios en el hombre Jesús de Nazaret. Él será hoy el centro de nuestra celebración y de nuestra contemplación: él, bautizado en el Jordán. Es una fiesta nueva, aún no tiene tradición y pasa más desapercibida. Para la gente, las fiestas de Navidad se han terminado. Pero litúrgicamente se prolongan hoy y aún hay reminiscencias el domingo próximo, en el que todavía escucharemos el testimonio de Juan y asistiremos a la "transferencia" de discípulos entre Juan y Jesús (en el Ciclo B). Las iglesias orientales celebran el bautismo del Señor en la fiesta de la Epifanía. La iglesia latina ha preferido en esta fiesta leer el evangelio de la adoración de los magos. Pero, ciertamente la gran Epifanía, tal como consta en los cuatro evangelios, y en la primitiva predicación de los apóstoles (cf. 2a.lect.), es el bautismo en el Jordán. Aquí tiene lugar la gran Teofanía que ya anuncia la Pascua. El Padre manifiesta, proclama, que Jesús es su Hijo, el amado; y el Espíritu desciende del cielo sobre las aguas como una paloma recordando el fin del antiguo diluvio y el establecimiento de una Alianza nueva, definitiva. Todo eso tendrá su plenitud en la Pascua: entonces, en la resurrección, Jesús es declarado Hijo de Dios (cf. Rom 1, 4) y se convierte en emisor del Espíritu (cf. Jn 20, 22). La Epifanía, celebrada sobre todo en el bautismo del Señor, anticipa la Pascua (P. Llabrés).
1. Is 42,1-4.6-7. Se nos presenta al elegido del Señor (bhr) sobre el que reposa su espíritu (rûh). Es el primer cántico del siervo en lenguaje velado y oscuro: ¿Quién es el siervo? ¿Ante quiénes se presenta? ¿Cuál es su misión? Se equipara a los profetas de Israel (Jc 6, 34; 1 S 11, 6; Is 6; 11, 2ss.). Pero aquí nos recuerda la presentación pública de los reyes ante el pueblo (cf 1 S 16: David, equipado con el don del espíritu, es proclamado rey). -Su misión es hermosa pero muy dura, ya que debe "implantar el derecho en la tierra...": abrir los ojos de los ciegos, sacar a los cautivos de la prisión, y de la mazmorra a los que habitan en tinieblas (v. 7). Ceguera, prisión, tinieblas, evocan realidades negativas que deben ser transformadas a través de actuaciones liberadoras: abrir, sacar. Toda la teología bíblica rezuma liberación; todo ser humano con vocación de redentor debe ser necesariamente liberador, ya que ambos términos se identifican. Muchas veces su premio será el sufrimiento, más no se quebrará (v. 4). Siempre confiado, transmitirá este sentimiento incluso a aquéllos que están a punto de extinguirse: "la caña cascada no la quebrará, el pábilo vacilante no lo apagará". La postura del siervo es firme, inquebrantable en el cumplimiento de su deber (A. Gil Modrego).
La figura el siervo es enigmática. En la tradición oriental, en los procesos, después de proclamar la condena, el heraldo rompía una caña y apagaba una lámpara, signos de muerte. Esto es lo que no hará el Siervo... El siervo proclamará la misericordia de Dios a todos los pueblos y les hará conocer el derecho de Yahvé. Realizará su misión con firmeza = fidelidad y verdad. Con un juego de palabras, que remite al v. 3, dice que no se apagará ni quebrará hasta que haya cumplido su misión (P. Franquesa).
La ambientación histórica son los años del destierro o inmediatamente siguientes. Aquí se nos habla de liberación, con terminología propia de la creación, "Yo te he formado", como al primer hombre. Es que con su siervo comienza un Nuevo Mundo, una Nueva Creación, un nuevo orden de cosas a través de la Nueva Alianza realizada con su pueblo. A partir de él todo será nuevo. "Los ciegos" o paganos abrirán sus ojos a la revelación; "los presos" o israelitas serán liberados de las tinieblas o equivocaciones en que viven desterrados. Y todo lo hará el que todo lo hizo con el soplo de su palabra, el creador de cielos y tierra. Creador y Redentor serán siempre ideas correlativas en nuestro profeta. Como rey implantará el derecho y justicia en la tierra. Derecho y justicia que están muy por encima de los conceptos modernos impregnados de legalismo o sociología; implican una actividad salvífica a todos los niveles sobre la base de los designios de Dios. Como sacerdote, es a él a quien compete exponer lo mismo que el rey debe implantar: el derecho. Tal era la costumbre en el pueblo de Israel. Como profeta, le compete ser el paciente altavoz de la voluntad divina en medio de todas las naciones de la tierra. Rey, sacerdote y profeta en maravilloso contraste con los reyes, sacerdotes y profetas de su tiempo. Nada de procedimientos militares ni de griteríos en las plazas ni de legalismo humano. Sencilla y llanamente transformando la interioridad de los individuos, reavivando la mecha a punto de extinguirse, llevando a cabo la verdadera revolución querida por Dios con las armas de la paz. Y todo ello será efecto de la acción dinámica de Yahveh en él, del espíritu divino que lo anima. En el bautismo y en el Tabor nos encontraremos con la realización de esta profecía en Jesús como primicia. Más tarde, en Pentecostés, sobre la naciente Iglesia como comunidad salvífica y medianera universal. Los exiliados no podían llegar tan lejos. A nosotros se nos ha revelado (Edic. Marova). Este «Libro de la Consolación» (40-56) está lleno de esperanza pues está lleno de la voz de Jesús, que vemos en el salmo.
2. Jesús habla por esas palabras –explica S. Agustín- en el corazón humano "humillaba a los soberbios mediante la contrición del corazón, ...que arrastraba a unos hacia su amor, mientras dejaba a otros en su propia malicia, ...que manifestaba la opacidad de los misterios contenidos en la Sagrada Escritura...". Es el anuncio de la Realeza de Cristo, quien, saliendo victorioso de la lucha y tras sentarse sobre su trono de gloria, hace partícipe a su pueblo de la fuerza, de la potencia y de la bendición en su Reino de paz. Este salmo- que habla tanto de tempestad- termina con una apacible visión de paz, como si se tratara de un reflejo literario de aquella otra tempestad de Viernes Santo que concluye con la luz gozosa de la Resurrección: tras la lucha y las borrascas de la vida presente, si la voz del Señor encuentra acogida en nuestro interior, nos espera el sosiego de la vida eterna (Félix Arocena).
Desde el simple ángulo poético, tenemos en este salmo un admirable trozo literario: la descripción de una tempestad que rodea la Palestina, originándose sobre el mar al occidente, desplazándose hacia el norte (los montes del Líbano y Sarión), y finalizando en el desierto de Cadés al sur. La descripción de la tempestad es muy concreta: al brillo de los relámpagos fantásticos, la imaginación exaltada ve saltar los montes como novillos furiosos... Los bosques desplomarse por los rayos, y los grandes árboles arrancados de raíz troncharse en el suelo al caer... Los animales enloquecidos protegen a sus pequeñuelos antes de tiempo... Estos efectos grandiosos son logrados mediante recursos literarios de una extrema simplicidad: las mismas palabras: repetidas según el ritmo gradual, como el rugido de un eco que se prolonga... Frases cortas "entrecortadas" y sobre todo estos siete golpes de "trueno" que escanden el poema: "voz del Señor" en hebreo "Qôl Yahveh...". En la liturgia judía, este salmo se canta en Pentecostés, para celebrar la revelación del Sinaí. Israel recuerda esta "teofanía" formidable que vivió a lo largo de su peregrinación de 40 años en el desierto de Cadés: la voz del Señor "era semejante a un trueno" esta "voz", esta "palabra" de Dios reveló a este pueblo su ley. No es mera coincidencia que esta voz se haga oír aquí, "siete veces". Es un número simbólico, que significa "la perfección". ¡La voz de Dios es perfecta!
Este salmo lo propone la Iglesia el domingo del "bautismo de Jesús": "Se abrió el cielo... Se oyó una voz... Tú eres mi Hijo". El evangelio como cosa normal, utiliza todos los esquemas culturales del pueblo en el cual fue primeramente proclamado. .. Para un judío de ese tiempo, el "trueno", era "la voz de Dios". Y San Juan, no vacila en narrar lo siguiente: "Una voz vino del cielo: yo lo he glorificado y lo glorificaré aún". La muchedumbre que se encontraba allí y que había oído decía que se trataba de un trueno: otros decían que un ángel le había hablado". (Jn 12,28-29). El mismo San Juan, en el Apocalipsis, escuchó también "Siete ruidos de trueno" (Ap 10,3-4), exactamente como en este salmo. Se comprende por qué, el día de Pentecostés, también la presencia de Dios se sintió como una tempestad que conmovió la casa en que los apóstoles estaban reunidos... y por qué Saulo fue derribado por un relámpago en el camino de Damasco (Hch 9,3-4). Ante tantos problemas estos versos nos hacen estar en pie valientemente, y pensar que el hombre de fe no tiene miedo, no tiene miedo de nada, pues sabe que todo está en manos de Dios: "El domina, el Señor reina eternamente". La imagen de la tempestad que fulmina los cedros, que domina la fuerza de las aguas, nos dice elocuentemente que Dios tendrá efectivamente la última palabra contra todas las potencias hostiles. Jesucristo es este "Señor de la gloria" cantado ya por el salmista. El es verdaderamente la "voz del Señor", su palabra triunfante que como el fuego "destruirá el pecado con el soplo de su boca" (2 Tesalonicenses 2,8). No, el mal no puede permanecer ante Dios ¡Alegrémonos por ello! Que nuestras liturgias sean un grito ininterrumpido: "¡Gloria!" (Noel Quesson).
El cielo está oscuro, la tempestad se enfurece, las fuerzas del mal parecen haberse apoderado de cielo y tierra. La tempestad es símbolo y realidad de destrucción y confusión, de peligro y de muerte. El hombre teme a la tempestad y corre a protegerse cuando los rayos descargan. El hombre, desde su infancia personal e histórica, siempre ha tenido miedo a la oscuridad. Y, sin embargo, tú me enseñas ahora, Señor, que la tempestad es tu trono. En ella avanzas, te presentas, dominas los cielos y la tierra que tú creaste. Tú eres el Señor de la tempestad. Tú estás presente en la oscuridad tanto como en la luz; tú reinas sobre las nubes como lo haces sobre el cielo azul. El trueno es tu voz, y el rayo es la rúbrica de tu mano. He de aprender a reconocer tu presencia en la tormenta oscura, así como la reconozco en la alegre luz del sol. Te adoro como Señor de la naturaleza. «La voz del Señor sobre las aguas, el Dios de la gloria ha tronado, el Señor sobre las aguas torrenciales. La voz del Señor es potente, la voz del Señor es magnífica, la voz del Señor descuaja los cedros del Líbano. La voz del Señor lanza llamas de fuego». Después de reconocerte en las tormentas de la naturaleza, llego a reconocerte también en las tormentas de mi propia alma. Cuando mi cielo privado se oscurece, tiemblan mis horizontes y rayos de desesperación descargan sobre la soledad de mi corazón. Si las bendiciones vienen de ti, también vienen las pruebas. Si tú eres sol, también eres trueno; y si traes la paz, también traes la espada. Tú te acercas al alma tanto en el consuelo como en la tentación. Tuyo es el día y tuya es la noche; y después de venerarte como Dios de la luz del día, quiero también aprender a venerarte como Señor de la noche en mi propia vida. Aún te siento ahora más cerca en la tempestad, Señor, que en la calma. Cuando todo va bien y la vida discurre su curso normal, te doy por supuesto, reduzco al mínimo tu papel en mi vida, me olvido de ti. En cambio, cuando vienen las tinieblas y me cubren con el sentido de mi propia impotencia, al instante pienso en ti y me refugio a tu lado. Por eso acepto ahora con gratitud el misterio de la tormenta, la prueba del relámpago y el trueno. Me acerco a ti más en mis horas negras, y me inclino ante tu majestad en el temporal que ruge por los campos de mi alma. El Dios de las tormentas es el Dios de mi vida. «El Señor se sienta por encima del aguacero, el Señor se sienta como Rey eterno. El Señor da fuerza a su pueblo, el Señor bendice a su pueblo con la paz».
Juan Pablo II explicaba así cómo en el salmo –que algunos estudiosos consideran como uno de los textos más antiguos del Salterio- el Señor proclama solemnemente su palabra: “el salmista concibe el trueno como un símbolo de la voz divina que, con su misterio trascendente e inalcanzable, irrumpe en la realidad creada hasta estremecerla y asustarla, pero que en su significado más íntimo es palabra de paz y armonía. El pensamiento va aquí al capítulo 12 del cuarto evangelio, donde la muchedumbre escucha como un trueno la voz que responde a Jesús desde el cielo (cf. Jn 12, 28-29)… (luego,) al temor y al miedo se contrapone ahora la glorificación adorante de Dios en el templo de Sión. Hay casi un canal de comunicación que une el santuario de Jerusalén y el santuario celestial: en estos dos ámbitos sagrados hay paz y se eleva la alabanza a la gloria divina. Al ruido ensordecedor de los truenos sigue la armonía del canto litúrgico; el terror da paso a la certeza de la protección divina. Ahora Dios "se sienta por encima del aguacero (...) como rey eterno" (v. 10), es decir, como el Señor y el Soberano supremo de toda la creación. Ante estos dos cuadros antitéticos, el orante es invitado a hacer una doble experiencia. En primer lugar, debe descubrir que el hombre no puede comprender y dominar el misterio de Dios, expresado con el símbolo de la tempestad. Como canta el profeta Isaías, el Señor, a semejanza del rayo o la tempestad, irrumpe en la historia sembrando el pánico en los malvados y en los opresores. Bajo la intervención de su juicio, los adversarios soberbios son descuajados como árboles azotados por un huracán o como cedros destrozados por los rayos divinos (cf. Is 14, 7-8). Desde esta perspectiva resulta evidente lo que un pensador moderno, Rudolph Otto, definió lo ‘tremendum’ de Dios, es decir, su trascendencia inefable y su presencia de juez justo en la historia de la humanidad. Esta cree vanamente que puede oponerse a su poder soberano. También María exaltará en el Magníficat este aspecto de la acción de Dios: "Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos" (Lc 1, 51-52). Con todo, el salmo nos presenta otro aspecto del rostro de Dios: el que se descubre en la intimidad de la oración y en la celebración de la liturgia. Según el pensador citado, es lo ‘fascinosum’ de Dios, es decir, la fascinación que emana de su gracia, el misterio del amor que se derrama sobre el fiel, la seguridad serena de la bendición reservada al justo. Incluso ante el caos del mal, ante las tempestades de la historia y ante la misma cólera de la justicia divina, el orante se siente en paz, envuelto en el manto de protección que la Providencia ofrece a quien alaba a Dios y sigue sus caminos. En la oración se conoce que el Señor desea verdaderamente dar la paz. En el templo se calma nuestra inquietud y desaparece nuestro terror; participamos en la liturgia celestial con todos "los hijos de Dios", ángeles y santos. Y por encima de la tempestad, semejante al diluvio destructor de la maldad humana, se alza el arco iris de la bendición divina, que recuerda "la alianza perpetua entre Dios y toda alma viviente, toda carne que existe sobre la tierra" (Gn 9, 16). Este es el principal mensaje que brota de la relectura "cristiana" del salmo. Si los siete "truenos" de nuestro salmo representan la voz de Dios en el cosmos, la expresión más alta de esta voz es aquella con la cual el Padre, en la teofanía del bautismo de Jesús, reveló su identidad más profunda de "Hijo amado" (Mc 1, 11 y paralelos). San Basilio escribe: "Tal vez, más místicamente, "la voz del Señor sobre las aguas" resonó cuando vino una voz de las alturas en el bautismo de Jesús y dijo: "Este es mi Hijo amado". En efecto, entonces el Señor aleteaba sobre muchas aguas, santificándolas con el bautismo. El Dios de la gloria tronó desde las alturas con la voz alta de su testimonio (...). Y también se puede entender por "trueno" el cambio que, después del bautismo, se realiza a través de la gran "voz" del Evangelio"”.
3. Hch 10,34-38: Reflejando el kerigma primitivo en el fondo, encontramos dos temas principales en este discurso: universalidad del mensaje y función de Cristo. El primero de ellos (vs. 34-36) empalma con el contexto inmediato de Hechos, la conversión de Cornelio, consiguiente apertura del Evangelio a los gentiles y explicaciones de Pedro, primero a los catecúmenos y luego a los de la comunidad primitiva (cap. 11). A todos nos cuesta relativizar nuestra inteligencia de lo cristiano, sobre todo cuanto tiene vinculación con temas que son irrenunciables o que consideremos cercanos a ellos. Pero deberíamos tener más prudencia a la hora de discernir cuáles son esos temas irrenunciables. La historia de la Iglesia está llena de ejemplos de cómo se ha dado marcha atrás en muchos puntos que se creían vinculados incuestionablemente al cristianismo (F. Pastor). Ante el relativismo actual este discernimiento es más importante, distinguir el trigo de la paja, lo esencial de lo mudable en la historia, para no ofrecer dificultades añadidas a la mentalidad de la cultura actual. Pedro se encuentra en casa de Cornelio, comparte con él la misma mesa y le anuncia el Evangelio. Comprende que no debe distinguir ya entre alimentos puros e impuros, tampoco entre gentiles y judíos. Pero proclama la universalidad de la salvación que realiza Dios en Cristo. Todos los hombres son iguales ante la salvación de Dios. Pedro confiesa abiertamente que ahora comprende lo que dicen las Escrituras, que Dios no hace distinciones (Dt, 10,17; Rm 2,11; Gal 2,6) y que el Evangelio no puede detenerse ante las fronteras de ningún pueblo, raza o nación. La igualdad de los hombres ante Dios era comúnmente aceptada por los helenistas, esto es, por los cristianos procedentes de la gentilidad que habían sido mentalizados por la filosofía estoica. Sin embargo, para Pedro y los cristianos procedentes del judaísmo se trataba de un cambio radical en su concepción de la historia de salvación. Pero confiesa que el Evangelio es para todo el mundo, porque Jesús es el Señor de todos los hombres (Mt, 28,18-20; Jn 1,1ss; Fl 2,5-11).
Después de esta introducción, Pedro pasa ahora a predicar el Evangelio de Jesucristo. La descripción que se hace aquí de la actividad pública de Jesús a partir del Jordán y comenzando en Galilea recuerda el Evangelio según San Marcos, que recoge precisamente la tradición de San Pedro. En atención a sus oyentes gentiles, Pedro destaca particularmente el poder de hacer milagros y la fuerza con la que Jesús libera a los oprimidos por el diablo. Jesús es el "ungido", es decir, el Cristo o Mesías. Sobre él descendió el Espíritu Santo y fue consagrado con toda la plenitud de Dios. Su dignidad mesiánica está inseparablemente unida a su misión salvadora. Jesús, con la fuerza del Espíritu Santo, pasó por el mundo haciendo bien y curando a los oprimidos. Esta expresión sugiere el título de Salvador (Soter) y Benefactor (Euergetes), títulos que solían dar los antiguos a los soberanos después de su apoteosis. Claro que todos estos "salvadores y benefactores" no entendieron su autoridad como un servicio que se acercaba al menos al que prestó el Siervo de Yahveh. Los cristianos de la naciente Iglesia, confesando su fe en Cristo, el Señor, protestaban contra todo culto a los emperadores. Sólo Jesús vino a servir y no a ser servido, por eso Jesús es el Señor (“Eucaristía 1987”).
El discurso de Pedro señala como la intervención de Dios marca este camino de discernimiento en la Iglesia: no hace distinciones, toma una decisión que señala un cambio decisivo. Desde este momento nadie puede ser tenido por impuro. Todo hombre puede ser grato a Dios (P. Franquesa). Es la «Pentecostés de los gentiles» (44-46) y el bautismo de los miembros de la casa de Cornelio (47-48; cf. 2,1-13; 19,6-7; aquí está redactado de una forma que se ha de completar con las vacilaciones de Pedro, que en este mismo terreno provocarán un enfrentamiento con Pablo: Gál 2,11s: F. Casal).
4. -"Por entonces llegó Jesús desde Nazaret de Galilea a que Juan lo bautizara en el Jordán". El bautismo abre la etapa de la actividad pública de Jesús como predicador itinerante. Jesús es Dios hecho hombre (como hemos contemplado por Navidad), con todas las de la ley. Y va madurando como lo vamos haciendo los hombres: en contacto con los demás, recibiendo sus influencias y asimilándolas, descubriendo, con la ayuda de los demás, nuestras riquezas y nuestra vocación. El día de la Sagrada Familia leíamos: "...se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba". Jesús -el Hijo de Dios- crece y madura como hombre bajo la mirada amorosa del Padre, pero con la ayuda paternal de José y María y de los demás vecinos de Nazaret.
"Apenas salió del agua, vio rasgarse el cielo". Nótese que el evangelio no describe algo "que todos pudieron ver" sino lo que vio Jesús. Además, ¿qué puede querer decir que el cielo se rasgó, que el espíritu, como una paloma, bajó hacia él, y que se oyó una voz del cielo? Estas primeras pinceladas de la vida públcia del Señor pertenecen al ser más profundo de Jesús: a sus relaciones con Dios. ¿Quién es Jesús? Es el Hijo amado, el predilecto del Padre y en el que se ha posado su mismo Espíritu (1ª lect.) En Jesús se establece una íntima comunicación entre Dios y los hombres: el "cielo" no está "cerrado"(=no hay separación e incomunicación entre Dios y los hombres), sino que está abierto, "rasgado". De la misma manera que rompemos la cáscara de una almendra o de una nuez para sacar el fruto, hemos de romper, también, el lenguaje de textos como estos para descubrir (¡y no es difícil!) lo que nos quieren decir. No busquemos hechos maravillosos y extraños, sino comprendamos lo que nos dice el evangelista. Jesús que viene de Nazaret y está a punto de empezar su actividad de predicador itinerante por Galilea es aquel sobre el que reposa el Espíritu de Dios, el Hijo amado, el predilecto. "A tus hijos de adopción, renacidos del agua y del Espíritu Santo" (colecta). Nosotros fuimos bautizados: inmergidos, sumergidos, en Jesucristo. Incorporados a él, tomados por él, injertados en él. Y, con él y en él, entramos en el mismo orden de relaciones con Dios: somos también hijos amados del Padre, el Padre se complace en nosotros y nos envía su mismo Espíritu. Sólo poniéndonos en la escuela del Hijo amado, fiel en todo al Espíritu. de Dios, podemos comportarnos como hijos amados y ser dóciles. Es lo que hacemos cada domingo al celebrar la Eucaristía. Pero tenemos que vivirlo también a lo largo de nuestra vida de cada día (J. Totosaus).
Este texto se encuentra influenciado por la afirmación fundamental que encabeza el evangelio: Jesús, el Cristo, Hijo de Dios. Su carácter mesiánico lo vincula a los motivos teológicos de la antigua alianza. Juan hace de puente entre los dos testamentos. Hay una continuidad explícita entre Juan=AT, y Jesús-NT. El que viene "detrás de mí" puede más que yo. "Detrás de mí" significa que él se siente como el principio de una realidad futura que le supera. La obra del que viene detrás es el bautismo con Espíritu. El Bautista es el mayor, pero desaparece ante el que puede más que él. El bautiza con agua pero está ya presente el que bautiza con Espíritu. Los otros evangelistas hablan de su bautismo en Espíritu y fuego que se clarifica con la venida del Espíritu en forma de lenguas de fuego en Pentecostés. En el evangelio de Marcos, Jesús entra en nuestra historia a través del bautismo de Juan. Con este gesto se incardina en la historia de salvación del pueblo de Dios compendiada en el bautismo de Juan. Se pone entre los pecadores y se somete, junto con ellos, al juicio de Dios. El bautismo de Jesús es el primero de una serie de signos mesiánicos que -relacionados intrínsecamente con la muerte de Cristo- representan la salvación definitiva de Dios. La cena pascual puso fin a estos signos del cumplimiento escatológico. Marcos, para demostrar que Jesús bautizará con Espíritu, dice que se rasgaron los cielos, bajó el Espíritu y se oyó la voz del cielo. Rasgarse los cielos equivale a decir que ha llegado la salvación definitiva. Dios vuelve a hablar con su pueblo. Había enmudecido, no había profetas. La conclusión no es formulada aquí explícitamente, como en la narración de la transfiguración (Marcos 9,7), pero es clara: es mi hijo amado, mi preferido. Escuchadle (Pere Franquesa).
La conmoción que el Bautista con su predicación de penitencia y su modo de vivir produjo, fue tan grande, que muchos creyeron que él fuese el "Mesías" prometido. Para evitar este engaño, Juan acentúa su misión de "precursor" señalando con su dedo hacia Jesús: En pos de mí, viene uno... "Así como la aurora es el fin de la noche y el principio del día, Juan Bautista es la aurora del día del Evangelio, y el término de la noche de la Ley" (Tertuliano). "Es necesario que Él crezca y que yo disminuya”. Como el lucero de la mañana palidece ante el sol, así el Precursor del Señor quiere eclipsarse ante el que es la Sabiduría encarnada. Esta es la lección que nos deja el Bautista a cuantos queremos predicar al Salvador: desaparecer. "¡Ay, cuando digan bien de vosotros!"
Sugiere Raniero Cantalamessa: “Cuando se escribe la vida de los grandes artistas y poetas, siempre se intenta descubrir la persona (en general la mujer) que ha sido, para el genio, la fuente de inspiración, la musa frecuentemente escondida. También en la vida de Cristo hallamos un amor secreto que ha sido el motivo inspirador de todo lo que hizo: su amor por el Padre celestial. Ahora, con ocasión del Bautismo en el Jordán, descubrimos que este amor es recíproco. El Padre proclama a Jesús su «Hijo predilecto» y le manifiesta toda su complacencia enviando sobre él el Espíritu Santo, que es su mismo amor personificado. Según la Escritura, como la relación hombre-mujer tiene su modelo en la relación Cristo-Iglesia, así la relación padre-hijo tiene su modelo en la relación entre Dios Padre y su Hijo Jesús. De Dios padre «toda paternidad en los cielos y en la tierra toma nombre» (Ef 3,15), esto es, saca existencia, sentido y valor. Es una ocasión para reflexionar sobre este delicado tema. Quién sabe por qué la literatura, el arte, el espectáculo, la publicidad explotan una sola relación humana: la de fondo sexual entre el hombre y la mujer, entre el marido y la esposa. Dejamos en cambio casi del todo inexplorada otra relación humana igualmente universal y vital, otra de las grandes fuentes de gozo de la vida: la relación padres-hijos, la alegría de la paternidad. Igual que el cáncer ataca habitualmente los órganos más delicados en el hombre y en la mujer, así el poder destructor del pecado y del mal ataca los ganglios más vitales de la existencia humana. No hay nada que sea sometido al abuso, a la explotación y a la violencia como la relación hombre-mujer, y no hay nada que esté tan expuesto a la deformación como la relación padre-hijo: autoritarismo, paternalismo, rebelión, rechazo, incomunicación... El sufrimiento es recíproco. Hay padres cuyo sufrimiento más profundo en la vida es ser rechazados o directamente despreciados por los hijos, por los cuales han hecho cuanto han podido. Y hay hijos cuyo más profundo y no confesado sufrimiento es sentirse incomprendidos o rechazados por el padre, y que en un momento de irritación, tal vez han oído decir del propio padre: «¡Tú no eres mi hijo!». ¿Qué hacer? Ante todo creer. Reencontrar la confianza en la paternidad. Pedir a Dios el don de saber ser padre. Después esforzarse también en imitar al Padre celeste”. Vimos en la fiesta de la S. Famlilia cómo traza la Escritura la relación padres-hijos, con visión positiva, no “con continuos reproches y observaciones negativas, sino más bien animar cada pequeño esfuerzo. Comunicar sentido de libertad, de protección, de confianza en sí mismos, de seguridad. Como hace Dios, que dice querer ser siempre para nosotros una «roca de defensa» y una «ayuda siempre cercada en las angustias» (Sal 46). No tengáis miedo de imitar alguna vez, a la letra, a Dios Padre y de decir al propio hijo o hija: «¡Tú eres mi hijo amado! ¡Tú eres mi hija amada! ¡Estoy orgulloso de ti, de ser tu padre!». Si sale del corazón en el momento adecuado, esta palabra hace milagros, da alas al corazón del chaval o de la joven. Y para el padre es como generar una segunda vez, más conscientemente, al propio hijo”.
San Gregorio Nacianceno comenta: “Cristo es iluminado: dejémonos iluminar junto con él; Cristo se hace bautizar: descendamos al mismo tiempo que él, para ascender con él. Juan está bautizando, y Cristo se acerca; tal vez para santificar al mismo por quien va a ser bautizado; y sin duda para sepultar en las aguas a todo el viejo Adán, santificando el Jordán antes de nosotros y por nuestra causa; y así, el Señor, que era espíritu y carne, nos consagra mediante el Espíritu y el agua. Juan se niega, Jesús insiste. Entonces: Soy yo el que necesito que tú me bautices, le dice la lámpara al Sol, la voz a la Palabra, el amigo al Esposo, el mayor entre los nacidos de mujer al Primogénito de toda la creación, el que había saltado de júbilo en el seno materno al que había sido ya adorado cuando estaba en él, el que era y habría de ser precursor al que se había manifestado y se manifestará. Soy yo el que necesito que tú me bautices; y podría haber añadido: «Por tu causa.» Pues sabía muy bien que habría de ser bautizado con el martirio; o que, como a Pedro, no sólo le lavarían los pies. Pero Jesús, por su parte, asciende también de las aguas; pues se lleva consigo hacia lo alto al mundo, y mira cómo se abren de par en par los cielos que Adán había hecho que se cerraran para sí y para su posteridad, del mismo modo que se había cerrado el paraíso con la espada de fuego. También el Espíritu da testimonio de la divinidad, acudiendo en favor de quien es su semejante; y la voz desciende del cielo, pues del cielo procede precisamente Aquel de quien se daba testimonio; del mismo modo que la paloma, aparecida en forma visible, honra el cuerpo de Cristo, que por deificación era también Dios. Así también, muchos siglos antes, la paloma había anunciado el fin del diluvio. Honremos hoy nosotros, por nuestra parte, el bautismo de Cristo, y celebremos con toda honestidad su fiesta. Ojalá que estéis ya purificados, y os purifiquéis de nuevo. Nada hay que agrade tanto a Dios como el arrepentimiento y la salvación del hombre, en cuyo beneficio se han pronunciado todas las palabras y revelado todos los misterios; para que, como astros en el firmamento, os convirtáis en una fuerza vivificadora para el resto de los hombres; y los esplendores de aquella luz que brilla en el cielo os hagan resplandecer, como lumbreras perfectas, junto a su inmensa luz, iluminados con más pureza y claridad por la Trinidad, cuyo único rayo, brotado de la única Deidad, habéis recibido inicialmente en Cristo Jesús, Señor nuestro, a quien le sean dados la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén”.

sábado, 7 de enero de 2012

Navidad, 7 de Enero: hemos de examinar los espíritus para reconocer los que vienen de Dios, es decir el amor: es Luz que nos trae Jesús para recorrer

Navidad, 7 de Enero: hemos de examinar los espíritus para reconocer los que vienen de Dios, es decir el amor: es Luz que nos trae Jesús para recorrer este año nuevo con magnanimidad

Primera carta del apóstol san Juan 3,22-4,6. Queridos hermanos: Cuanto pidamos lo recibimos de él, porque guardamos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada. Y éste es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos unos a otros, tal como nos lo mandó. Quien guarda sus mandamientos permanece en Dios, y Dios en él; en esto conocemos que permanece en nosotros: por el Espíritu que nos dio. Queridos: no os fiéis de cualquier espíritu, sino examinad si los espíritus vienen de Dios, pues muchos falsos profetas han salido al mundo. Podréis conocer en esto el espíritu de Dios: todo espíritu que confiesa a Jesucristo venido en carne es de Dios; y todo espíritu que no confiesa a Jesús no es de Dios: es del Anticristo. El cual habéis oído que iba a venir; pues bien, ya está en el mundo. Vosotros, hijos míos, sois de Dios y lo habéis vencido. Pues el que está en vosotros es más que el que está en el mundo. Ellos son del mundo; por eso hablan según el mundo y el mundo los escucha. Nosotros somos de Dios. Quien conoce a Dios nos escucha, quien no es de Dios no nos escucha. En esto conocemos el espíritu de la verdad y el espíritu del error.

Salmo 2,7-8.10-12a. R. Te daré en herencia las naciones
Voy a proclamar el decreto del Señor; él me ha dicho: «Tú eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy. Pídemelo: te daré en herencia las naciones, en posesión, los confines de la tierra.»
Y ahora, reyes, sed sensatos; escarmentad, los que regís la tierra: servid al Señor con temor, rendidle homenaje temblando.

Texto del Evangelio (Mt 4,12-17.23-25): En aquel tiempo, cuando Jesús oyó que Juan estaba preso, se retiró a Galilea. Y dejando la ciudad de Nazaret, fue a morar en Cafarnaún, ciudad marítima, en los confines de Zabulón y de Neftalí. Para que se cumpliese lo que dijo Isaías el profeta: «Tierra de Zabulón y tierra de Neftalí, camino de la mar, de la otra parte del Jordán, Galilea de los gentiles. Pueblo que estaba sentado en tinieblas, vio una gran luz, y a los que moraban en tierra de sombra de muerte les nació una luz».
Desde entonces comenzó Jesús a predicar y a decir: «Haced penitencia, porque el Reino de los cielos está cerca». Y andaba Jesús rodeando toda Galilea, enseñando en las sinagogas de ellos y predicando el Evangelio del Reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia del pueblo. Y corrió su fama por toda Siria, y le trajeron todos los que tenían algún mal, poseídos de varios achaques y dolores, y los endemoniados, y los lunáticos y los paralíticos, y los sanó. Y le fueron siguiendo muchas gentes de Galilea y de Decápolis y de Jerusalén y de Judea, y de la otra ribera del Jordán.

Comentario: 1. 1 Jn 3,22-4,6. Durante las ferias que pueda haber desde la Epifanía del día 6 hasta el domingo siguiente, la fiesta del Bautismo del Señor (que puede caer desde el día 7 hasta el 13), la primera lectura seguirá siendo la de la carta de Juan, que da unidad a todo el Tiempo de Navidad. En la página de hoy, Juan insiste en varias de las direcciones de su carta que ya hemos escuchado los últimos días. Ante todo, la doble dirección del mandamiento de Dios: la fe y el amor, la recta doctrina y la práctica del amor fraterno. Creer en Cristo Jesús y amarnos los unos a los otros. Quien guarda esos mandamientos permanece en Dios y Dios en él. Y podrá orar confiadamente, porque será escuchado. Aparece también el tema del discernimiento de espíritus y de la vigilancia contra los falsos profetas, los anticristos, que no aceptaban a Cristo venido como hombre, encarnado seriamente en nuestra condición humana. El Espíritu Santo nos ayudará a saber distinguir los maestros buenos y los malos. Finalmente insiste en nuestra lucha contra el mundo, en la tensión entre la verdad y el error, entre la luz y la tiniebla. Los cristianos estamos destinados a vencer al mundo en cuanto contrario a Cristo Jesús. Y como Dios es más fuerte que el anticristo, nuestra victoria está asegurada si nos apoyamos en él.
Si la verdadera comunión con Dios está reservada para la eternidad (1 Jn 3,2), si esa comunión está ya actuando en la vida presente, aunque de manera misteriosa, que se sustrae a las miradas del mundo (1 Jn 3,1), ¿de qué criterios disponemos para saber si esa comunión nos acompaña realmente en esta tierra; qué seguridad podemos tener ante Dios sobre si esa presencia no es incluso percibida por nosotros mismos? A esta preguntas viene a contestar este pasaje. Podemos conocer experimentalmente que Dios mora en nosotros (v. 24) por la manera en que guardamos los mandamientos. Esa observancia de los mandamiento hará que nuestro corazón no nos acuse (v 21), que estemos seguros ante Dios hasta el punto de poder pedirle con la seguridad de ser escuchados (v 21); la misma doctrina encontramos en Jn 15,15-17. El mandamiento que nos dará la seguridad delante de Dios y nos garantiza su estancia entre nosotros es doble: creer en el nombre de Jesucristo y amarnos los unos a los otros (v 23). Estos dos preceptos nos los presenta Juan de tal manera que no parecen constituir sino uno. Juan estima, en efecto, que no hay dos virtudes distintas: la fe por una parte y la caridad por otra, sino que esas dos virtudes no son más que las dimensiones trascendente e inmanente de una sola actitud (cf Jn 13,34-36; 15,12-17): somos hijos de Dios por nuestra fe y la caridad entre hermanos deriva de esa filiación (1 Jn 2,3-11).
Atenerse al mismo tiempo a la dimensión horizontal y a la dimensión vertical del mandamiento de Dios no es fácil. Hoy, en particular, la tentación del cristiano es la de buscar un amor fraterno más auténtico y más universal, pero sin referencia necesaria a Dios, olvidando que la salvación del hombre depende de una sola palabra: el amor, pero un amor que hunde sus raíces en la vida misma de Dios.
Creer en Jesucristo como pide San Juan, es creer que el Padre ama a todos los hombres a través de su propio Hijo y querer participar en esa mediación del amor. Creer en Jesucristo es admitir igualmente que Jesús es la mejor réplica humana al amor del Padre y querer imitarle en su renuncia total a sí mismo y en su filiación obediente a su Padre.
Cada Eucaristía sitúa al cristiano en relación simultánea con Dios y con todos los hombres; nos reúne para dar gracias a Dios y después volverse hacia los hombres: la simultaneidad de ambas misiones es su misterio por excelencia (Maertens-Frisque).
-Dios nos concede cualquier cosa que le pedimos confiadamente porque somos fieles a sus mandamientos y hacemos lo que le agrada. ¿Cómo podemos saber que «Dios está con nosotros»? ¿Qué seguridad tenemos de estar «en comunión con Dios» y de que nuestras oraciones sean atendidas? San Juan contesta: Estamos en comunión con Dios si «hacemos lo que le agrada... si permanecemos fieles a lo que nos manda...». Es lo mismo que sucede con las personas que amamos: la verdadera unión, la verdadera prueba de amor consiste en hacer lo que agrada al otro. Se da entonces la comunión de pensamientos y de voluntades. Si dos se aman son sólo uno: Todo lo mío es tuyo. Agradarte, Señor. Hacer tu voluntad. Mis proyectos, mis actividades, mi jornada entera, todo según tu propio proyecto divino. Está claro entonces que mi plegaria será atendida, porque correspondo con todo mi ser a «lo que Tú quieres», a "lo que te agrada".
-Y este es "su" mandamiento: Que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo... Y que nos amemos unos a otros... Son dos aspectos de un solo mandamiento: creer y amar. No son dos preceptos, son el mismo, "su" mandamiento. Para san Juan, según parece, la fe y la caridad no son dos vIrtudes distintas, sino una sola virtud: "ser hijo de Dios". ¿Constituye esto el fondo de mi vida?
-Quien guarda sus mandamientos permanece en Dios y Dios en él. Procuro que esas palabras penetren profundamente en mí. Permanecer en Dios... ¿"Permanezco yo en Dios"? o bien ¿me aparto de El con frecuencia? ¿tal vez, por el pecado, me sitúo fuera de Dios? Conocemos que permanece en nosotros por el Espíritu que nos dio. El Espíritu de Dios no es algo material, un regalo, un don inerte. Es un Impulso, es un Pensamiento, es un Querer, es un Proyecto, es una Persona... Es el Espíritu de Dios en nosotros. ¿Correspondo yo a ello? ¿Dejo que ese espíritu me vivifique?
-No os fiéis de cualquier «inspirado». Con esa doctrina a la que san Juan da tanta importancia, un cierto «subjetivismo» muy individualista sería de temer: ¡cada uno podría creerse «inspirado» por el Espíritu! En tiempo de san Juan no faltaban los falsos profetas de ese tipo. En nuestro tiempo tampoco faltan los por así decir profetas que, muy «concienzudamente» seguros de sí mismos, afirman saber lo que conviene a la Iglesia. Hoy se insiste, en particular y con razón, en la «dimensión horizontal»: el amor fraterno, el compromiso en la promoción de los hermanos... y san Juan no deja nunca de insistir en ese aspecto. Pero no podemos olvidar que su fuente, su origen se halla en una «dimensión vertical» igualmente esencial: el amor de Dios, la fe en Cristo, la oración...
-Mirad como podréis conocer si el espíritu de Dios les inspira: Todo «inspirado» que confiesa que Jesucristo es el Mesías venido ya en carne mortal, procede de Dios. Jesucristo vuelto, a la vez, hacia Dios y hacia los hombres (Noel Quesson).

2. Sal. 2. Tú eres mi Hijo amado en quien tengo puestas mis complacencias. Hoy, el hoy de la eternidad, el eterno presente en el que es engendrado el Hijo de Dios por el Padre Dios, lo hace igual a Él en el ser y en la perfección, de tal forma que quien contempla al Hijo contempla al Padre, pues el Hijo está en el Padre y el Padre en el Hijo. A nosotros corresponde reconocer al Hijo de Dios, encarnado, como Señor de nuestra vida siéndole fieles al escuchar su Palabra y ponerla en práctica; postrándonos de rodillas ante Él para estar atentos a su voluntad y permitirle que Él lleve a efecto su obra salvadora en nosotros. Aquel que vive en la rebeldía a Jesucristo, aquel que va por caminos de pecado y de muerte, a pesar de que acuda a dar culto a Dios, no le pertenece a Dios, pues sus obras son malas. Manifestemos nuestra fe no sólo con palabras, sino con una vida íntegra entregada a realizar el bien conforme a las enseñanzas del Señor. Entonces estaremos demostrando, con la vida misma, que en realidad pertenecemos al Reino y familia de Dios.

3. A. Comentario mío de 2008. Jesús comienza a predicar con palabras de Isaías: «El pueblo que estaba sentado en tinieblas, vio una gran luz» (Mt 4,16). “La esperanza que salva”, ha titulado Benedicto XVI su nueva Encíclica, siguiendo el surco que dejó Juan Pablo II con su doctrina y su acción social, pues ayudó no poco a la reconversión de los países comunistas hacia la libertad. Pero Occidente necesita aquella esperanza que ha va perdiendo, agostado por la engañosa llamarada del consumismo. En una escuela de inspiración cristiana, un día de reunión de padres, una madre se me acercó contenta: “estamos muy alegres, desde que venimos por aquí, y nos hemos decidido a tener otro hijo, lo estoy esperando...” el pequeño de la familia tenía ya 14 años, otro ya tenía 18, y después de ese largo período de tiempo se animaron a tener otro más; me gustó eso de que la paternidad fuera fruto de esa alegría de vivir que se respira en un ambiente esperanzado, que estuviera unida esta alegría a la ilusión de dar la vida. (Ya sabemos que los índices de nacimientos de algunos países de Europa, por ejemplo España, son los más bajos del mundo). Como recordaba hace poco J. Magraner, el filósofo danés S. Kierkegard vio con extraordinaria lucidez que el hombre que no cree en Dios es un hombre profundamente desesperado, aunque viva en medio de un progreso material nunca visto. También él comprendió que el cristiano que flojea en la fe, aunque tenga muchas esperanzas , va perdiendo la verdadera esperanza que sólo en Dios tiene su fundamento.
“La fe -nos dice Hebreos 11,1- es la sustancia de lo que esperamos, prueba de aquello que no vemos”. Y por la fe –dirá Benedicto XVI siguiendo al Santo de Aquino- ya están presentes en nosotros, si bien de manera incipiente, las realidades que esperamos: la vida eterna. Porque la vida eterna –que no es otra cosa que Cristo mismo- ya está presente en nosotros por el bautismo y los otros sacramentos que junto con la oración nos permiten mantener, acrecentar, y transmitir esa vida nueva que es divina sin dejar de ser muy humana. Es la vida enamorada de un hijo de Dios que lo espera todo de su Padre y al mismo tiempo no deja de luchar para cooperar con sus pobres fuerzas humanas para que se cumpla el mensaje navideño por excelencia: ¡Gloria a Dios en Cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad!
* Esta es la gran luz que vino Jesús a traernos, como dice mi amigo Jordi Castellet: “Hoy comienza el tiempo en que Dios nos da una vez más su tiempo para que lo santifiquemos, para que estemos cerca de Él y hagamos de nuestra vida un servicio de cara a los otros. La Navidad se acaba, lo hará el próximo domingo —si Dios quiere— con la fiesta del Bautismo del Señor, y con ella se da el pistoletazo de salida para el nuevo año, para el tiempo ordinario —tal y como decimos en la liturgia cristiana— para vivir in extenso el misterio de la Navidad. La Encarnación del Verbo nos ha visitado en estos días y ha sembrado en nuestros corazones, de manera infalible, su Gracia salvadora que nos encamina, nuevamente, hacia el Reino del Cielo, el Reino de Dios que Cristo vino a inaugurar entre nosotros, gracias a su acción y compromiso en el seno de nuestra humanidad. / Por esto, nos dice san León Magno que «la providencia y misericordia de Dios, que ya tenía pensado ayudar —en los tiempos recientes— al mundo que se hundía, determinó la salvación de todos los pueblos por medio de Cristo». / Ahora es el tiempo favorable. No pensemos que Dios actuaba más antes que ahora, que era más fácil creer cerca de Jesús —físicamente, quiero decir— que ahora que no le vemos tal como es. Los sacramentos de la Iglesia y la oración comunitaria nos otorgan el perdón y la paz y la oportunidad de participar, nuevamente, en la obra de Dios en el mundo, a través de nuestro trabajo, estudio, familia, amigos, diversión o convivencia con los hermanos. ¡Que el Señor, fuente de todo don y de todo bien, nos lo haga posible!”
Se suele decir: año nuevo, vida nueva. Será verdad en el sentido de que, si renovamos nuestra confianza en Dios, será una vida de conversión en algo más alto, en vivir de fe y de amor, arrostrando dificultades, eso sí, como Juan Pablo II recordaba a los jóvenes: “La fe incluye siempre un desafío. Nunca ha sido de otro modo. Hoy existen ciertas dificultades para el que quiere ser cristiano. Pero ayer había otras. Y mañana -es una profecía que se puede arriesgar sin temor de ser desmentidos-, mañana las nuevas generaciones de jóvenes tendrán que afrontar nuevas dificultades. Ser cristianos nunca ha sido, ni lo será jamás, una opción "tranquila"”. Esto implica lucha, para mejorar cada día un poco:”si dijeses: ¡ya basta!, has perecido. Añade siempre, camina siempre, adelanta siempre; no te pares en el camino, no vuelvas atrás, no te desvíes. Se detiene el que no adelanta; vuelve atrás el que vuelve a pensar en el punto de donde había partido (...). Mejor es el cojo en el camino, que el que corre fuera del camino” (San Agustín, Sermón 169). Por tanto, ante las dificultades la gracia nos da fuerzas para evitar el derrotismo y el pesimismo. No sólo ante la soberbia y la sensualidad, expresiones del egoísmo que llevamos dentro, sino también ante los ataques de la cultura en sus formas equivocadas de expresarse contra la libertad religiosa, incomprensiones que no suelen faltar en todas las épocas hacia los inconformistas.
Ahora que empieza el año, pensemos que lo importante no será lo que hagamos con nuestra fuerza, aunque hemos de poner buena voluntad en nuestra lucha, sino que lo que más cuenta es lo que hace Dios en nosotros: vamos a dejarle “espacio vital”, dejarle hacer. Para ello, ayuda la magnanimidad, ánimo grande, que el alma sea amplia en la que quepan muchos. “Es la fuerza que nos dispone a salir de nosotros mismos, para prepararnos a emprender obras valiosas, en beneficio de todos. No anida la estrechez en el magnánimo; no media la cicatería, ni el cálculo egoísta, ni la trapisonda interesada. El magnánimo dedica sin reservas sus fuerzas a lo que vale la pena; por eso es capaz de entregarse él mismo. No se conforma con dar; se da. Y logra entender entonces la mayor muestra de magnanimidad: darse a Dios” (san Josemaría Escrivá).
** “Tras de un amoroso lance, / y no de esperanza falto, / volé tan alto, tan alto / que le di a la caza alcance”. La aventura de tener un vuelo así, hasta mirar el sol de hito en hito, es majestuosa. La experiencia de “pájaro solitario” viene del salmo 101: "Recordé y fui hecho semejante al pájaro solitario en el tejado": abrí los ojos y me hallé sobre todas las inteligencias naturales, solitario sin ellas en el tejado, por encima de todas las cosas de abajo. Así es, por ejemplo, el celibato de amor, entendido como un voluntario estar solitario de otros amores, incluso del amor propio, para adquirir las alas célibes del ceibe, del libre: la envergadura voladora de una poderosa libertad, como leí no sé donde: Vaciamiento y libertad, pues, como ingeniería del alma para llegar a las cumbres más altas del amor divino. Vaciamiento, que es desnudez y es oquedad, capacidad de resonancia, para la escucha sabrosa de la música callada, la soledad sonora.
Hay como 5 notas de la contemplación: I: El ave solitaria se pone en lo más alto. Siempre por encima del suelo. Siempre en trato con Dios. Siempre buscando la perspectiva cimera de lo sobrenatural. Siempre desafiando el vuelo rasante, gallináceo y timorato. “No vueles como un ave de corral, cuando puedes subir como las águilas”, decía S. Josemaría Escrivá, quien a los comienzos del Opus Dei se reúne con mujeres de la Obra para mostrarles algunas labores apostólicas que soñaba para el futuro: granjas escuelas para campesinas; residencias universitarias; clínicas de maternidad; centros de capacitación profesional de la mujer en distintos ámbitos: hostelería, secretariado, enfermería, docencia, idiomas; actividades en el campo de la moda; bibliotecas ambulantes. Quedaron pasmadas, entre el asombro y el vértigo. Les dice: "Ante esto se pueden tener dos reacciones. Una, la de pensar que es algo muy bonito pero quimérico, irrealizable. Y otra, de confianza en el Señor que, si nos ha pedido todo esto, nos ayudará a sacarlo adelante".
II: A toda hora tiene el pájaro vuelto el pico donde viene el aire. Vuelta la atención y vuelto el afecto hacia donde sopla el Espíritu. Pendiente en todo momento de lo que Dios quiera decir, señalar, sugerir, dar o pedir.
III: Está sólo y no consiente otra ave junto a sí, sino que, cuando alguna se posa a su lado, luego se va, emprende el vuelo. El pájaro quiere estar solitario, en soledad de todas las cosas, desnudo de todas ellas, porque no consiente en sí otra cosa que su soledad en Dios.
IV: Canta muy suavemente. Así en voz baja y perfumando con fragancia suave, “in odorem suavitatis”, como los gramos de incienso que se queman despacio, sin grandes humaredas, lentamente, sube hasta Dios su tenue canto, nada vocinglero: la sencilla canción de un pájaro pequeño. Canta muy suavemente, porque no canta para ser oído y aplaudido por los hombres. No desea llamar la atención de ninguno. Su espectador y su escuchador es Dios sólo. Y a Dios se le habla mejor sin grandes ruidos, sin muchas palabras. Dios entiende, como nadie, ese hablar suave que sólo se pronuncia con el corazón. Y entonces, cuando se llega a hacer la música callada, se empieza a saborear la soledad sonora, la cena que recrea y enamora.
V: El pájaro solitario no luce en sus plumas algún determinado color. No tiene ningún color de efecto particular, ni hacia otros ni hacia sí. No es que no quiera a nadie. Es que a todos quiere sin discriminación, sin acepción y sin distingos de una especial coloración. Reparte su amor con liberalidad, sin particularismos, sin predilecciones, sin dejarse llevar admiración, debilidades o simpatía…
“Tras de un amoroso lance, / y no de esperanza falto, / volé tan alto, tan alto, / que le di a la caza alcance”. S. Juan de la Cruz nos da pensamientos para volar este año con magnanimidad, como el pájaro solitario, vacío de riquezas y de querencias, libre de arrimos y ligaduras: porque es abismo de noticia de Dios, la que posee. No le cuesta nada comportarse así, porque no necesita otro desahogadero que el del Dios de sus secretos, porque -sellada su alma y sellados sus labios con el sello del Amor más excelente-, todo suceso de acá abajo es bagatela de poca monta que no puede trabarle, ni distraerle, ni deslumbrarle: es abismo de noticia de Dios, la que posee. De todo lo demás, es hombre ceibe, libre y vaciado, su vida es para Dios y los demás.

B. comentario de 2010, con textos de mercaba.org- Mt 4,12-17.23-25 (ver domingo 3 A). Los evangelios serán una selección de pasajes de los cuatro evangelistas, en que leemos unas manifestaciones de Jesús Mesías, como la multiplicación de los panes y la calma de la tempestad, a modo de prolongación de la epifanía a los magos de Oriente y de preparación a la fiesta del Bautismo. El milagro de las bodas de Caná, tan propio de este tiempo, se ha guardado para el domingo segundo del Tiempo Ordinario. Esta es la semana de los "signos", de las "epifanías": la Iglesia nos propone un cierto número de gestos que "manifiestan" a Cristo. Jesús inicia su ministerio mesiánico en Cafarnaúm. El que ha sido revelado a los magos con una intención universalista, en efecto empieza a actuar como Mesías en una población de Galilea muy cercana a los paganos. Desde el principio de su predicación se empiezan a cumplir los anuncios proféticos que tantas veces oímos durante el Adviento: «el pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande». Jesús anuncia la cercanía del Reino de los cielos, los tiempos mesiánicos que Dios preparaba a su pueblo y a toda la humanidad.
El Niño de Belén, adorado por los magos de Oriente, ahora ya se manifiesta como el Mesías y el Maestro enviado por Dios. Enseña, proclama el Reino, cura a los enfermos, libera a los posesos. Y, de momento. el éxito le acompaña: una gran multitud cree en él y le sigue.
Algunos dan mayor importancia a la ortodoxia de la doctrina, por ejemplo, sobre la persona de Cristo. Otros, a la ortopraxis de la caridad fraterna. La carta de Juan nos ha dicho claramente que los dos mandamientos van unidos y son inseparables. Por una parte, debemos discernir las muchas voces que escuchamos, guiados por el Espíritu de Dios, sabiéndonos defender de la seducción de otros espíritus, que pueden obedecer al egoísmo, la facilidad o el materialismo ambiente. Por otra debemos fortalecer en nuestra vida la actitud de caridad fraterna. Es la lección que también nos da ese Jesús que empieza su vida misionera y andariega por los caminos de Palestina, totalmente dedicado a los demás. Sus destinatarios primeros y preferidos son los pobres, los marginados, los enfermos, los que sufren las mil dolencias que la vida nos depara.
Imitando el estilo de actuación de Cristo Jesús es como mejor permanecemos en la recta doctrina y como mejor cumplimos su mandamiento del amor a los hermanos. Ojalá al final de este año que ahora estamos empezando se pueda decir que lo hemos vivido «haciendo el bien», como se pudo resumir de Cristo Jesús: ayudando, curando heridas, liberando de angustias y miedos, anunciando la buena noticia del amor de Dios. Se trata de ver a Dios en los demás, sobre todo en los pobres y los débiles, en los marginados de cerca y de lejos. Se trata de que este amor que aprendemos de Cristo lo traduzcamos en obras concretas de comprensión y ayuda. El Bautista daba como consigna de la preparación al tiempo mesiánico una muy concreta: el que tenga dos túnicas, que dé una. El amor no es decir palabras solemnes, sino imitar los mil detalles diarios de un Cristo entregado por los demás (J. Aldazábal).
-Habiendo oído que Juan había sido preso, Jesús se retiró a Galilea. Dejando Nazaret, se fue a morar en Cafarnaúm, ciudad situada a orillas del mar, en los términos de Zabulón y Neftalí. Jesús cambia de domicilio; deja el pueblo donde había vivido hasta ahora y va a habitar a una ciudad más importante. En nuestro siglo de tanta movilidad, me gusta pensar que Jesús, El también, debió acostumbrarse a una nueva vecindad, a hacer nuevas relaciones, a cambiar de medio.
-Así se cumplió lo que el Señor había dicho por el profeta Isaías ¡Tierra de Zabulón y tierra de Neftalí, camino del mar al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles! El pueblo que habita en tinieblas vio una gran luz. Jesús no cambia de domicilio sin una razón. Es un signo. Este gesto tiene una significación misionera. Galilea era una provincia en la que convivían varias razas, una "feria de gentiles", un camino de invasión, un país abierto por donde pasaban las caravanas que iban hacia el mar. Jesús va a vivir en ese cruce de caminos, en ese lugar de trasiego de pueblos: allí es donde piensa que podrá evangelizar a muchos de aquellos que viven aún "en las tinieblas" y que esperan la luz. Durante toda su infancia, Jesús ha vivido en un pueblo bien protegido, Nazaret, al margen de las grandes corrientes humanas de su época: aquel día escogió habitar en Cafarnaúm, donde hay gentes ansiosas y que buscan... Señor, ¿tengo yo recelo de entrar en contacto con el paganismo, o el ateísmo? ¿Qué cualidad tienen mis reflejos misioneros?
-Y para los que habitan en la región de sombras y de muerte, una luz se levantó. He ahí lo que viene a hacer Jesús. Dejo resonar estas palabras en mí. Las prolongo en la oración.
-Desde entonces comenzó Jesús a predicar y a decir: "Arrepentíos porque se acerca el reino de Dios". Recorría Galilea, enseñando en las sinagogas, predicando la buena nueva del Reino... Te contemplo, Señor, avanzando por los caminos, de pueblo en pueblo, predicador ambulante. ¿De qué trataban tus homilías? ¿De qué les hablabas? ¿En qué consistía tu "enseñanza? La totalidad del evangelio nos lo dirá. Pero, por el momento, ya sabemos una cosa: que el reino de los cielos ha llegado... ¡esto es! Dios está ahí, con nosotros, si queremos acogerle. Y precisamente, el clamor de Jesús, su "proclamación" es que nos dispongamos a acoger a Dios: "¡convertíos! ¡Cambiad de corazón! ¡Cambiad de vida!" Todo puede llegar a ser hermoso y bueno: es un "algo bueno', una buena nueva. No transformemos la predicación de Jesús exclusivamente en predicación moralizante: hay que hacer esto; no hay que hacer aquello. Es ante todo un nuevo estado de espíritu -que lo cambia todo, evidentemente, también nuestros comportamientos morales- ¡El evangelio, es "bueno"!
-Y curaba en el pueblo toda enfermedad, toda dolencia... Le traían todos los que sufrían... y El los curaba... He ahí la epifanía de Dios; el signo de que ¡Dios está obrando allí! Muy simplemente, me imagino estas escenas: toda la desventura de los hombres, todo el mal que como una ola humana afluye hacia ti, Señor. Sálvanos, hoy también. Salva a los que están en "la sombra de la muerte (Noel Quesson)… Sin duda hay una variada presencia eclesial en lugares de tinieblas y muerte: el 25 % de las instituciones dedicadas a los enfermos de SIDA son eclesiales; misioneras y misioneros están diariamente en el filo entre la vida y la muerte, y rondan la treintena los que mueren al año de forma violenta (en el año 2001, el número exacto ha sido de 33); sacerdotes, laicos y religiosos se infiltran en instituciones penitenciarias. El sacerdote francés Léon Burdin acaba de publicar un libro titulado "Decir la muerte", habla de cóm hemos de ayudar, ser “barqueros” del más allá... ayudar a los moribundos a “pasar” a la otra orilla, recoger su último aliento o su última palabra, prodigar los últimos consuelos, acompañarlos en su postrer viaje...
Todos somos testigos de la gran luz que nos ha iluminado. Cristo niño se ha hecho hombre por amor a nosotros para convertirse en la luz que guiará nuestros pasos. Se dice que cuando la noche es más oscura es cuando más brillan las estrellas. Podríamos decir también que cuando más oscuro es nuestro peregrinar por este mundo es cuando más brilla la luz de Cristo en nuestros corazones. Cuando más solos nos sentimos es cuando Cristo está más cerca de nosotros. Porque como dice el profeta Isaías: “este mundo camina en tinieblas pero ya ha visto una gran luz que viene a salvarle”. No permitamos que la ceguera de nuestro egoísmo entenebrezca la luz de Cristo en nuestros corazones. Tengamos bien abiertos los ojos de la fe en Dios para caminar por la senda del verdadero amor y de la verdadera esperanza. Sabemos por el evangelio de hoy que el Reino de los cielos ha llegado, pero ¿cómo le hemos recibido? ¿Nos hemos dado cuenta de su llegada? O por el contrario, ¿hemos permitido que otras luces que no es la de Cristo guíen nuestra vida? No gastemos nuestro fuego en otros infiernillos. Confiemos en que Jesús es la verdadera luz que nos traerá aquella felicidad que buscamos en las cosas de este mundo. Porque sólo Cristo llenará las ansias de felicidad que buscamos (José Rodrigo Escorza).
San León Magno (hacia 461) papa, doctor de la Iglesia en su Tercer sermón para Epifanía (SC 22, pag. 209-211) habla de que “El pueblo que habita en las tinieblas vio una gran luz”… dice así: “Instruidos en estos misterios de la gracia divina, queridos míos, celebremos con gozo espiritual el día que es el de nuestras primicias y aquél en que comenzó la salvación de lo paganos. Demos gracias al Dio misericordioso, quien, según palabras del Apóstol, “nos ha hecho capaces de compartir la herencia del pueblo santo en la luz; él nos ha sacado del dominio de las tinieblas y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido” (Col 1,12-13). Porque, como profetizó Isaías, “el pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban en tierra de sombras, y una luz les brilló” (Is 9,1). También a propósito de ello dice el propio Isaías al Señor: “Naciones que no te conocían te invocarán, un pueblo que no te conocía correrá hacia ti” (Is 55,5).
Abrahán vio este día y se llenó de alegría, cuando supo que sus hijos según la fe serían benditos en su descendencia, a saber, en Cristo, y él se vio a sí mismo, por su fe, como futuro padre de todos los pueblo “dando gloria a Dios, al persuadirse de que Dios es capaz de hacer lo que promete” (Rm 4,21). También David anunciaba este día en los salmos cuando decía: “Todos los pueblos vendrán a postrarse en tu presencia, Señor; bendecirán tu nombre (Sal 85,9); y también: El Señor da a conocer su victoria, revela a la naciones su justicia” (Sal 97,2).
Esto se ha realizado, lo sabemos, en el hecho de que tres magos, llamados de su lejano país, fueron conducidos por una estrella para conocer y adorar al Rey del cielo y de la tierra. La docilidad de los magos a esta estrella nos indica el modo de nuestra obediencia, para que, en la medida de nuestras posibilidades, seamos servidores de esa gracia que llama a todos los hombres a Cristo. Todos los que en la Iglesia viven en la piedad y la castidad, todos los que aprecian las realidades del cielo más que las de la tierra, se parecen a esta luz celestial. Mientras mantienen en su vida el esplendor de una luz santa, muestran ante el mundo, como una estrella, el camino que lleva a Dios. Tened todos este deseo. Así brillaréis como hijos de la luz e el reino de Dios”. Llucià Pou Sabaté