domingo, 25 de diciembre de 2011

Natividad del Señor, 25 de diciembre, Misa del día: hemos de hacernos pequeños, entrar en el Portal, nacer de nuevo…


Natividad del Señor, 25 de diciembre, Misa del día: hemos de hacernos pequeños, entrar en el Portal, nacer de nuevo…

Lectura del Profeta Isaías 52,7-10: ¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la buena nueva, que pregona la victoria, que dice a Sión: «Tu Dios es Rey»!
Escucha: tus vigías gritan, cantan a coro, porque ven cara a cara al Señor, que vuelve a Sión.
Romped a cantar a coro, ruinas de Jerusalén, que el Señor consuela a su pueblo, rescata a Jerusalén: el Señor desnuda su santo brazo a la vista de todas las naciones, y verán los confines de la tierra la victoria de nuestro Dios.

Salmo 97,1.2-3ab.3cd-4.5-6: R/. Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios.
Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas. Su diestra le ha dado la victoria, su santo brazo; el Señor da a conocer su victoria, revela a las naciones su justicia: se acordó de su misericordia y su fidelidad en favor de la casa de Israel.
Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios. Aclama al Señor, tierra entera, gritad, vitoread, tocad.
Tocad la cítara para el Señor, suenen los instrumentos: con clarines y al son de trompetas aclamad al Rey y Señor.

Lectura de la carta a los Hebreos 1,1-6: En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los Profetas. Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha ido realizando las edades del mundo. El es reflejo de su gloria, impronta de su ser. El sostiene el universo con su palabra poderosa. Y, habiendo realizado la purificación de los pecados, está sentado a la derecha de Su Majestad en las alturas; tanto más encumbrado sobre los ángeles, cuanto más sublime es el nombre que ha heredado. Pues, ¿a qué ángel dijo jamás: «Hijo mío eres tú, hoy te he engendrado»? O: ¿«Yo seré para él un padre y él será para mí un hijo»? Y en otro pasaje, al introducir en el mundo al primogénito, dice: «Adórenlo todos los ángeles de Dios»


Lectura del santo Evangelio según San Juan 1,1-18 (el texto entre [ ] puede omitirse por razón de brevedad). En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho. En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió. [Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz.]
La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Al inundo vino y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella,y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios.
Y la Palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad. [Juan da testimonio de él y grita diciendo: -Este es de quien dije: «El que viene detrás de mí pasa delante de mí, porque existía antes que yo».
Pues de su plenitud todos hemos recibido gracia tras gracia: porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás: El Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.]

Comentario: 1. Is 52. 7-10: el poema trata del pueblo deportado, centrándose, en primer lugar, en que éste no puede considerar su actual situación como definitiva. El pueblo, pues, clama a Dios (que parece estar dormido), exigiendo su intervención como en el pasado. El Señor responde infundiendo confianza: él es el omnipotente, el consolador que viene con la liberación. En segundo lugar, el Señor, no obstante, recuerda la desolación en que quedó sumida la ciudad. Jerusalén es la mujer desolada porque sus hijos o han muerto o han marchado al destierro. Pero ahora comienza una nueva etapa: Dios retira la copa de su ira y la pone en los labios de los opresores, porque abusaron de su poder. En tercer lugar, el Señor hace despertar de su letargo a Jerusalén. Se invita a la pobre mujer, a despojarse de sus trajes de luto y a vestirse de gala, porque empieza la liberación. La derrota de Jerusalén fue mal interpretada por los vencedores, creyendo que Dios era incapaz de proteger a su pueblo. En este contexto se insertan los versos que hoy se proclaman. La buena noticia de la salvación se conoce en seguida en Jerusalén.
En un bello sueño poético, Isaías II presenta el final del exilio. La caravana ha partido de Mesopotamia, y el poeta hace ver el momento tan ansiado de la llegada del mensajero, que ya está atravesando las colinas del norte de la ciudad. Una nueva era de paz y libertad comienza: el mensajero trae la buena noticia de la liberación de Israel. A este anuncio se unen los gritos de los vigías que custodian las ruinas de la ciudad. La intervención de Dios no puede dejar a nadie indiferente. Su victoria debe alcanzar a todos los confines de la tierra (“Eucaristía 1989”). Las desgracias han sido un camino hacia la purificación. Hay que despabilar, despertar del mal sueño de la tristeza. Se convertirá de nuevo en la casa de la «presencia esplendorosa» ( = kabod, doxa) del Señor. Y es que el Señor está a punto de llegar. Hay que preparar el camino pues «el Señor está cerca", «vuestro Dios es rey» (40,9-10). El grito lo repiten ahora los centinelas que custodian las murallas semiderruidas de Jerusalén: "Qué hermosos son los pies del heraldo que anuncia la paz" (52,7), de aquel que anuncia la irrupción del reino de Dios. Es hora de despertarse porque el Señor está cerca (“La Biblia día a día”).
Desde el país de exilio, de monte en monte, un mensajero va transmitiendo la voz, el gran anuncio. Este anuncio se sintetiza en: la "paz", que es la plenitud de todos los bienes; la "buena nueva" (en griego, "evangelio"), que es lo que uno tiene ganas de oír para ser feliz, la noticia más esperada; la "victoria", que es la liberación de toda opresión; y finalmente, lo que es la causa de todo: que "tu Dios es rey", él es el que conduce la historia a favor de su pueblo. Escuchar este mensaje es una gran alegría, y lo es más aún cuando los centinelas de la ciudad devastada también se unen a él: el retorno de los exiliados que ya se ven llegar significa que realmente, definitivamente, el Señor vuelve a estar presente en su ciudad. Ver el retorno es ver cara a cara al Señor mismo que vuelve (J. Lligadas).
2. El salmo proclama la Resurrección del Señor, el Reino de Yahwé, a la vista de la plenitud de la revelación: se trata de la victoria de Cristo, autor de nuestra Redención, manifestada en su Misterio Pascual. Su diestra le ha dado la victoria: es decir, para salvarnos por medio de su Muerte y Resurrección, el Señor no necesitó ayuda extraña (s. Hilario). Y esas maravillas de las que habla el salmo -comenta Jerónimo- responden a aquellas otras del Antiguo Testamento. De un modo semejante a como Eliseo (4 Reg 4: 34 ss) se contrajo al postrarse sobre el cadáver del hijo de la viuda -ojos sobre ojos, manos sobre manos, ...- para resucitarle, así también el Señor ha asumido la forma de hombre y se ha contraído para constituirnos en hijos de la Resurrección.
Tanto la Liturgia como la tradición cristiana nos invitan a alabar con un cántico nuevo (v. 1) al Niño de Belén, en quien se manifiesta el amor de Dios Padre en favor de la Iglesia, el nuevo Israel. La alabanza a Cristo, aprendida en la escuela de este salmo, es el fruto de la alegría que suscita su Nacimiento en un corazón admirado y agradecido de sentirse salvado por su Señor, que aparece en la verdad de nuestra misma carne. En un famoso himno navideño de Sedulio (+450), se recogen estas palabras: "No rechaza el pesebre, ni dormir sobre unas pajas; tan solo se conforma con un poco de leche, el mismo que, en su providencia, impide que los pájaros sientan hambre."
Venidos desde los confines de la tierra, los Magos conocieron al Niño Dios. Ellos son los primeros, de entre todas las naciones, a quienes se les revela la misericordia divina: la primera epifanía del Unigénito a los gentiles, que nace de una madre Virgen para salvar al mundo. Una colecta de la liturgia de Adviento sirve para convertir en oración estos sentimientos: "Suban, Señor, a tu presencia nuestras súplicas y colma en tus siervos los deseos de llegar a conocer en plenitud el misterio admirable de la Encarnación de tu Hijo. Que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén."
“Se acordó de su misericordia y su fidelidad en favor de la casa de Israel” (v. 3). Este versículo, que podría haber inspirado -quizá- el Magníficat, nos sugiere meditar en los sentimientos de María en la Resurrección de su Hijo: "Fuerte en la fe, contempló de antemano el día de la luz y de la vida, en el que, desvanecida la noche de la muerte, el mundo entero saltaría de gozo y la Iglesia naciente, al ver de nuevo a su Señor inmortal, se alegraría entusiasmada" (Colecta de una Misa de la Virgen; cf. Félix Arocena).
El sentido original de los salmos es aquel querido y orado por el pueblo de Israel. Este es un "salmo del reino": una vez al año, en la fiesta de las Tiendas (que recordaban los 40 años del Éxodo de Israel, de peregrinación por el desierto), Jerusalén, en una gran fiesta popular que se notaba no solamente en el Templo, lugar de culto, sino en toda la ciudad, ya que se construían "tiendas" con ramajes por todas partes... Jerusalén festejaba a "su rey". Y la originalidad admirable de este pueblo, es que este "rey" no era un hombre (ya que la dinastía Davídica había desaparecido hacía largo tiempo), sino Dios en persona. Este salmo es una invitación a la fiesta que culminaba en una enorme "ovación" real: "¡Dios reina!", "¡aclamad a vuestro rey, el Señor!" Imaginemos este "Terouah", palabra intraducible, que significa: "grito"... "ovación"... "aclamación". Originalmente, grito de guerra del tiempo en que Yahveh, al frente de los ejércitos de Israel, los conducía a la victoria... Ahora, regocijo general, gritos de alegría, mientras resonaban las trompetas, los roncos sonidos de los cuernos, y los aplausos de la muchedumbre exaltada. ¿Por qué tanta alegría? Seis verbos lo indican: ¡seis "acciones" de Dios! Cinco de ellas están en "pasado" (o más exactamente en "acabado": porque el hebreo no tiene sino dos tiempos de conjugación para los verbos, "el acabado", y el "no acabado"). "El ha hecho maravillas"... "Ha salvado con su mano derecha"... "Ha hecho conocer y revelado su justicia"... "Se acordó de su Hessed"... (Amor-fidelidad que llega a lo más profundo del ser); "El vino-el viene"... Y para terminar, un verbo en tiempo, "no acabado", que se traduce en futuro a falta de un tiempo mejor (ya que esta última acción de Dios está solamente sin terminar aunque comenzada): "El regirá el orbe con Justicia y los pueblos con rectitud"... Observemos la audaz "universalidad" de este pensamiento de Israel. La salvación (justicia-fidelidad-amor) de que ha sido objeto la Casa de Israel... está, efectivamente destinada a "todas las naciones": ¡El Dios que aclama como su único Rey, será un día el rey que gobernará la humanidad entera. Entonces será poca la potencia de nuestros gritos! ¡Será poca toda la naturaleza, el mar, los ríos, las montañas, para "cantar su alegría y aplaudir"!
Lo curioso es que según investigaciones serias, el nacimiento de Jesús coincide con el 25 de diciembre y con esta fiesta del Templo descrita en el párrafo anterior, al que se refiere el Salmo, según cuenta Ratzinger en una meditación sobre el buey y la mula: “Por Navidades nos deseamos de corazón que, en medio del ajetreo en que vivimos actualmente, este tiempo festivo nos regale un poco de contemplación y de alegría, contacto con la bondad de nuestro Dios y, así, nuevos ánimos para seguir adelante. Es por eso que, al comienzo de esta breve reflexión sobre lo que la fiesta de Navidad es capaz de decirnos hoy a nosotros, puede resultarnos útil examinar brevemente el origen de la celebración de Navidad.
El calendario festivo de la Iglesia no se ha desarrollado primero en atención a la Natividad de Jesús sino a partir de la fe en su resurrección. La fiesta primordial de la cristiandad no es, pues, la Navidad, sino la Pascua. En efecto, sólo la resurrección ha fundado la fe cristiana y ha dado origen a la Iglesia. Por eso, ya Ignacio de Antioquía (muerto a más tardar en el año 117 d. C.) designa a los cristianos como aquellos que «no observan ya el sábado, sino que viven según el día del Señor». Ser cristianos significa vivir de forma pascual, basados en la resurrección, la misma que se celebra en la fiesta semanal de Pascua, es decir, el domingo. Quien por primera vez esta bleció que Jesús nació el 25 de diciembre fue con certeza Hipólito de Roma en su comentario al libro de Daniel, escrito aproximadamente en el año 204 d. C. Bo Reicke, exégeta que desarrolló años atrás su actividad académica en Basilea, señaló además el calendario festivo en base al cual en el Evangelio de san Lucas se establece una relación recíproca entre los relatos acerca del nacimiento de Juan el Bautista y aquellos que versan sobre el de Jesús. De allí se seguiría que ya san Lucas presupone en su Evangelio como fecha del nacimiento de Jesús el 25 de diciembre. Ese día se celebraba en aquel tiempo la fiesta de la consagración del templo, instituida por Judas Macabeo en el año 164 a. C. Así, la fecha del nacimiento de Jesús significaría al mismo tiempo que, con él, que amaneció como la luz de Dios en la noche invernal, aconteció verdaderamente una consagración del templo: la llegada de Dios a esta tierra (hasta ahora, esta importante investigación ha tenido poco eco en la investigación litúrgica).
La Navidad de Francisco de Asís: Comoquiera que sea, la fiesta de Navidad sólo adquirió su forma definida en la cristiandad a partir del siglo IV, cuando desplazó a la fiesta romana del sol invicto y enseñó a entender el nacimiento de Cristo como la victoria de la Luz verdadera. El hecho de que, en esta refundición de una fiesta pagana en una solemnidad cristiana, se asumiera no obstante una antigua tradición judeo-cristiana es algo que ha quedado claro a través de las observaciones realizadas por Bo Reicke.
Sin embargo, esa especial calidez humana que en la Navidad nos toca tanto que ha llegado a superar ampliamente la Pascua en el corazón de la cristiandad sólo se desarrolló en la Edad Media. Fue Francisco de Asís el que, a partir de su profundo amor al hombre Jesús, al Dios-con-nosotros, contribuyó a desarrollar esta nueva visión. Su primer biógrafo, Tomás de Celano, narra en su segunda biografía lo siguiente: «Con preferencia a las demás solemnidades, celebraba con inefable alegría la del nacimiento del niño Jesús,- la llamaba fiesta de las fiestas, en la que Dios, hecho niño pequeñuelo, se crió a los pechos de madre humana. Representaba en su mente imágenes del niño, que besaba con avidez,- y la compasión hacia el niño, que había penetrado en su corazón, le hacía incluso balbucir palabras de ternura al modo de los niños. Y era este nombre para él como miel y panal en la boca».''
De este espíritu provino después la famosa celebración de Navidad en Greccio, a la que Francisco se sintió impulsado probablemente por su visita a Tierra Santa y al pesebre de Santa María Maggiore, en Roma. Lo que motivaba a Francisco era el anhelo de cercanía, de realidad, el deseo de tener una vivencia muy presente de Belén, de experimentar de forma inmediata la alegría del nacimiento del Niño Jesús y de comunicar esa alegría a todos sus amigos.
A esa celebración nocturna del pesebre se refiere Celano en la primera biografía de Francisco de una manera que ha conmovido siempre de nuevo a los hombres y que, al mismo tiempo, ha contribuido decisivamente a que se desarrollara la costumbre navideña más hermosa: la de montar «pesebres», «belenes» o «nacimientos». Con toda razón podemos decir que la noche de Greccio regaló a la cristiandad la fiesta de Navidad de una forma totalmente nueva, de modo que la afirmación propia de esta fiesta, su especial calidez y humanidad, la humanidad de nuestro Dios, se comunicó a las almas y dio a la fe una dimensión nueva. La fiesta de la resurrección había orientado nuestra mirada hacia el poder de Dios que vence a la muerte y nos enseña a poner nuestras esperanzas en el mundo futuro. Pero ahora se hacía visible el amor indefenso de Dios, su humildad y su bondad, que se exponen a nosotros en medio de este mundo y nos quieren enseñar en su propia manifestación una nueva forma de vivir y de amar. Tal vez sea útil detenernos aquí por un momento más y preguntarnos: ¿dónde queda Grec-cio, esa aldea que adquirió una importancia tan especial y propia para la historia de la fe? Es una pequeña localidad en el valle de Rieti, en Umbría, no demasiado alejada de Roma en dirección hacia el noreste. Lagos y montañas confieren a esa comarca un encanto especial y una silenciosa belleza que sigue inspirando emoción todavía hoy, especialmente porque casi no se ha visto afectada por el ajetreo del turismo. El convento de Greccio, situado a 638 metros de altura, ha conservado algo de la sencillez de los orígenes: ha seguido siendo siempre modesto como la aldea que se encuentra a sus pies,- el bosque lo rodea como en tiempos del Poverello e invita a quedarse y a contemplar. Celano dice sobre Greccio que Francisco amaba especialmente a los habitantes del paraje por su pobreza y sencillez, que iba a menudo a Greccio para tomarse un descanso, atraído entre otras cosas por una celda de extrema pobreza y apartamiento, en la que podía dedicarse sin ser molestado a la contemplación de las cosas del cielo. Pobreza, sencillez, silencio de los hombres y habla de la creación: tales eran al parecer las impresiones que se relacionaban con ese lugar para el santo de Asís. De ese modo, Greccio pudo convertirse en su Belén e inscribir nuevamente el misterio de Belén en la geografía de las almas.
Pero regresemos a la Navidad de 1223. El terreno en Greccio había sido puesto a disposición del Pobre de Asís por un noble llamado Juan, de quien Celano narra que, a pesar de su gran alcurnia e importante posición, «despreciaba la nobleza de la sangre y aspiraba a la nobleza del espíritu». Por eso lo amaba Francisco.
De ese Juan dice Celano que, esa noche, le fue concedida una visión maravillosa. Vio recostado y exánime en el pesebre a un niño que se despertó por la cercanía de san Francisco. El autor agrega: «No carece esta visión de sentido, puesto que el niño Jesús, sepultado en el olvido en muchos corazones, resucitó por su gracia, por medio de su siervo Francisco, y su imagen quedó grabada en los corazones enamorados»."
En esa imagen está descrita con toda exactitud la nueva dimensión que Francisco ha regalado a la fiesta de Navidad con su fe, que penetra el corazón y los sentimientos: el descubrimiento de la revelación de Dios contenida precisamente en el Niño Jesús. Justamente así se hizo Dios verdaderamente «Emanuel», Dios con nosotros, de quien no nos separa barrera alguna de alteza o lejanía,- como niño se nos ha hecho tan cercano que, sin temor, podemos tutearlo, tratarlo de tú en la inmediatez del acceso al corazón de niño.
En el Niño Jesús se manifiesta de la forma más patente la indefensión del amor de Dios: Dios viene sin armas porque no quiere conquistar desde lo exterior, sino ganar desde el interior, transformar desde dentro. Si acaso hay algo que puede vencer al hombre, su arrogancia, su violencia y su codicia, es la indefensión del niño. Dios la asumió para sí a fin de vencernos y conducirnos así a nosotros mismos.
No olvidemos aquí que el título de mayor dignidad de Jesucristo es el de «Hijo», Hijo de Dios. La dignidad divina se menciona con una palabra que designa a Jesús corno niño perenne. Su infantilidad se encuentra en una singularísima correspondencia con su divinidad, que es la divinidad del «Hijo». Así, su condición de niño es una indicación del camino por el cual podemos llegar a Dios, a la divinización. Desde allí deben entenderse sus palabras: «Si no cambiáis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos» (Mt 18,3).
Quien no haya entendido el misterio de la Navidad no ha entendido lo decisivo de la condición cristiana. Quien no lo haya aceptado, no puede entrar en el reino de los cielos: eso es lo que Francisco quería traer de nuevo a la memoria de la cristiandad de su tiempo y de todo tiempo futuro.
El buey y el asno conocen a su Señor: Respondiendo a la indicación de san Francisco, en la cueva de Greccio estaban en la Nochebuena el buey y el asno. Francisco había dicho al noble Juan: «Deseo celebrar la memoria del niño que nació en Belén y quiero contemplar de alguna manera con mis ojos lo que sufrió en su invalidez de niño, cómo fue reclinado en el pesebre y cómo fue colocado sobre heno entre el buey y el asno».
A partir de entonces, el buey y el asno (la mula, diríamos aquí) forman parte de toda representación del nacimiento. Pero ¿de dónde provienen el buey y la mula? Bien es sabido que las historias de Navidad del Nuevo Testamento no hacen referencia alguna a ellos. Si investigamos la cuestión, llegaremos a un asunto importante tanto para las costumbres navideñas en su conjunto como, en general, para toda la piedad navideña y pascual de la Iglesia en la liturgia y en los usos populares.
El buey y la mula no son un mero producto de la imaginación piadosa, sino que se han convertido en acompañantes del acontecimiento de la Navidad en virtud de la fe de la Iglesia en la unidad entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. En efecto, en Isaías 1,3 dice: «Conoce el buey a su dueño y el asno el pesebre de su amo; Israel no conoce, mi pueblo no entiende».
Los Padres de la Iglesia vieron en esas palabras un discurso profético que preanuncia el nuevo pueblo de Dios, la Iglesia formada por judíos y gentiles. Ante Dios, todos los hombres, judíos y paganos, eran como bueyes y asnos, sin razón ni entendimiento. Pero el Niño del pesebre les abrió los ojos de modo que, ahora, entienden la voz del dueño, la voz de su Señor.
En las representaciones medievales de la Navidad llama siempre la atención que las dos bestias tienen rostros casi humanos al encontrarse e inclinarse con reconocimiento y veneración ante el misterio del Niño. Era lógico, pues ambos animales fueron considerados como la cifra profética detrás de la cual se esconde el misterio de la Iglesia -nuestro misterio, el de quienes somos frente al Eterno como bueyes y asnos a los que en la Nochebuena se les abren los ojos de modo que reconocen en el pesebre a su Señor-.
¿Quién lo reconoció y quién no? Pero ¿lo reconocemos realmente? Al colocar en el pesebre las figuras del buey y del asno tiene que venirnos a la memoria toda la frase de Isaías, que no es sólo un «evangelio» -promesa de conocimiento futuro- sino también juicio sobre la ceguera presente. El buey y el asno conocen, pero «Israel no conoce, mi pueblo no entiende».
¿Quiénes son hoy buey y asno, quiénes «mi pueblo», que no entiende? ¿En qué se reconoce al buey y al asno, en qué a «mi pueblo»? ¿Y por qué se da que la ausencia de razón alcanza conocimiento y la razón es ciega?
Para encontrar una respuesta tenemos que remontarnos una vez más, junto con los Padres de la Iglesia, a la primera Navidad. ¿Quiénes fueron los que no reconocieron al Señor? ¿Y quiénes lo conocieron? ¿Y por qué se dieron así las cosas?
El que no lo reconoció fue Herodes, que no entendió nada cuando le contaron acerca del niño, sino que se encegueció aún más por sus ansias de poder y el correspondiente delirio de persecución (Mt 2,3). La que no lo reconoció fue «toda Jerusalén con él» (ibídem). Los que no lo reconocieron fueron los hombres vestidos con refinamiento (Mt 11,8), la gente fina. Los que no entendieron fueron los eruditos, los conocedores de la Biblia, los especialistas en exégesis de la Escritura, que sabían exactamente cuál era el versículo que correspondía, pero, a pesar de ello, no comprendieron nada (Mt 2,6).
Los que sí lo reconocieron —a diferencia de toda esa gente de renombre- fueron «el buey y el asno»: los pastores, los magos, María y José. ¿Es que acaso podía ser de otro modo? En el establo donde está el Niño Jesús no vive la gente fina: allí viven, justamente, el buey y el asno.
Pero ¿y nosotros? ¿Estamos tan lejos del establo porque somos demasiado finos y sesudos para estar en él? ¿No nos enredamos también nosotros en interpretaciones eruditas de la Biblia, en demostrar la inautenticidad o autenticidad del lugar histórico, al punto de quedarnos ciegos para el mismo Niño y no captar nada de él? ¿No estamos también nosotros demasiado en «Jerusalén», en el palacio, afincados en nosotros mismos, en nuestra arrogancia, en nuestra manía persecutoria, como para poder escuchar por la noche la voz de los ángeles, acudir al pesebre y adorar?
Así pues, esta noche los rostros del buey y del asno nos miran con ojos interrogativos: mi pueblo no entiende; ¿entiendes tú la voz de tu Señor? Al colocar en el pesebre estas figuras tan familiares deberíamos pedir a Dios que le regale a nuestro corazón la sencillez que descubre en el niño al Señor, como en su día Francisco en Greccio. Entonces podría sucedemos también a nosotros lo que Celano, siguiendo muy de cerca las palabras de san Lucas sobre los pastores de la primera Nochebuena (Lc 2,20), narra acerca de los que participaron en la Nochebuena de Greccio: «todos retornaron a sus casas colmados de alegría»”.
El tercer Domingo de Adviento hemos cantado un canto de Isaías, que proclama los mismos temas y que pudo inspirar este salmo 97: "Dios es quien me salva, tengo confianza, no temo. El Señor es mi refugio y mi fuerza. El es mi salvador. Dad gracias al Señor e invocad su nombre, anunciad a los pueblos las maravillas que El ha hecho: Recordadles que su nombre es sublime. Cantad al Señor. Porque ha hecho maravillas conocidas en toda la tierra. Exultad, dad gritos de alegría: Dios está en medio de vosotros" (Isaías 12). ¡La "venida" de Dios! Israel no podía ni mucho menos adivinar hasta qué punto esto sería cierto. Lo que celebra este canto, es realmente la Navidad, la venida del Hijo de Dios en persona: este salmo 97 se utiliza en la Misa del día de Navidad... Y en la Misa de media noche, encontramos un salmo que tiene exactamente el mismo sentido (salmo 95). ¡La revelación del amor-fiel de Dios! La Encarnación del Verbo es el acontecimiento histórico que hace visible, que "levanta el velo" (significado de la palabra revelar) del amor que Dios tiene a Israel, y que extiende a todos los pueblos, en Jesús. ¡La "Nueva Alianza", la "Nueva Liberación"! Hay que cantar un "canto nuevo, porque Dios renueva su Alianza: la celebración de la "venida" de Dios es un "signo", un "sacramento" que realiza lo que significa. Cuando se aclama a Dios como Rey, no se le confiere la realeza (El lo es desde siempre), sin embargo se "actualiza" esta "realeza" se "urge la venida del reino escatológico". Festejar la Navidad, es en un sentido real, sacramental, "hacer que Dios venga hoy". "¡La salvación que tú preparaste ante todos los pueblos!" Así se expresa Simeón en su canto de alabanza (Lucas 2,30) "Atraeré hacia mí a todos los hombres" (Grita Jesús en proximidad de la Pascua). (Juan 12,32). "¡Jesús había de morir por el pueblo de Israel, y no solamente por él, sino para reunir en uno todos los hijos de Dios que están dispersos!" En expresión de San Juan (11,52). Y esta visión universal, realizada en Cristo, era anunciada en la esperanza de todo un pueblo, que se atrevía a convidar a "toda la tierra", "todas las naciones", "todos los habitantes del mundo" a su propio "Terouah". ¡Una fiesta mundial! ¡Vamos hacia una fiesta en que todos los hombres estarán felices y cantarán todos juntos, el mismo día, el mismo Dios, el mismo amor que los habrá salvado ¡Salvado! Me imagino a Jesús recitando este salmo... Lo recito con El...
Escuchemos a Paul Claudel, que vive a su manera este salmo: "¿Qué canto, oh Dios mío, podemos inventar al compás de nuestro asombro? El ha roto todos los velos. Se ha mostrado. Se ha manifestado tal como es a todo el mundo. La misma caridad, la misma verdad, todo semejante, a lo que quiso con Israel, ¡helo aquí, doquier, brillando a los ojos de todo el mundo! ¡Tierra, estremécete! ¡Que oiga en tus profundidades el grito de todo un pueblo que canta y que llora y que patalea! ¡Adelante, todos los instrumentos! ¡Adelante la cítara y el salmo! ¡Adelante, la trompeta en pleno día con sonido claro, y esta trompeta, la otra, muy bajo, como un hormigueo de trompetas que yo creía escuchar durante la noche! ¡Adelante el mar, para sumirme! ¡Adelante, la redondez de la tierra como un canasto que se sacude! ¡Ríos, aplaudid, y que se alisten las montañas, porque ha llegado el momento en que Dios va a "juzgar" a la tierra! ¡Ha llegado el día del rayo del sol, y de la radiante nivelación de la justicia!".
¡La "justicia"! ¡Un mundo gobernado "según Dios"! ¡Está por venir! ¡Un mundo gobernado según el amor! Está por venir, Dios viene. El Reino de Dios ha comenzado... (Nole Quesson). De ahí el tono del salmo, de experiencia gozosa, de una alegría que produce la actuación salvadora de Dios: el salmista siente admiración, entusiasmo y gratitud por este Dios tan excelso, tan providente, y por esto brota de su corazón la más sincera alabanza. La fe en Dios lleva aneja la alabanza, y la alabanza proviene de la alegría. Los salmos, entre otras muchas otras cosas, nos enseñan también esta verdad y esta actitud de la alabanza gozosa, porque si el hombre alaba a Dios lo hace movido por un corazón admirado y agradecido, inundado de alegría por sentirse amado, salvado y protegido por su Dios. Y esta corriente de exultación gozosa ha continuado en la vida de la Iglesia con el ejemplo de los santos y la proliferación inacabable de expresiones de alabanza: recordemos el "Te Deum", el "Cántico de las creaturas" de san Francisco de Asís. Y sobre todo, la Liturgia de la Iglesia, con su variadísima gama de alabanzas, desde la Plegaria Eucarística hasta la Liturgia de las Horas y tantas y tantas prácticas de piedad cristianas que siguen el mismo camino de alabanza y gratitud a Dios.
Así decía Juan Pablo II: “Se trata de un himno al Señor, rey del universo y de la historia (cf. v.6). Es definido como un «cántico nuevo» (v. 1), que en el lenguaje bíblico significa un cántico perfecto, rebosante, solemne, acompañado por música festiva. Además del canto del coro, de hecho, se evoca el sonido melodioso de la cítara (v.5), la trompeta y el son del cuerno (v.6), así como una especie de aplauso cósmico (v.8). Además, incesantemente resuena el nombre del «Señor» (seis veces), invocado como «nuestro Dios» (v.3)... El Salmo se abre con la proclamación de la intervención divina dentro de la historia de Israel (vv.1-3). Las imágenes de la «diestra» y del «brazo santo» se refieren al Éxodo, a la liberación de la esclavitud de Egipto (v.1). La alianza con el pueblo de la elección es recordada a través de dos grandes perfecciones divinas: «amor» y «fidelidad» (v.3). Estos signos de salvación son revelados «a las naciones» y a «los confines de la tierra» (vv.2-3) para que toda la humanidad sea atraída por Dios salvador y se abra a su palabra y a su obra salvadora. La acogida reservada al Señor que interviene en la historia está marcada por una alabanza común: además de la orquesta y de los cantos del templo de Sión (vv.5-6), participa también el universo, que constituye una especie de templo cósmico... En este Salmo, el apóstol Pablo reconoció con profunda alegría una profecía de la obra del misterio de Cristo. Pablo se sirvió del versículo 2 para expresar el tema de su gran carta a los Romanos: en el Evangelio «la justicia de Dios se ha revelado» (Cf. Rom 1,17), «se ha manifestado» (3,21). La interpretación de Pablo confiere al Salmo una mayor plenitud de sentido. Leído en la perspectiva del Antiguo Testamento, el Salmo proclama que Dios salva a su pueblo y que todas las naciones, al verlo, quedan admiradas. Sin embargo, en la perspectiva cristiana, Dios realiza la salvación en Cristo, hijo de Israel; todas las naciones lo ven y son invitadas a aprovecharse de esta salvación, dado que el Evangelio «es potencia de Dios para la salvación de todo el que cree: del judío primeramente y también del griego», es decir el pagano (1,16). Ahora «los confines de la tierra» no sólo «han contemplado la victoria de nuestro Dios» (Salmo 97, 3), sino que la han recibido. En esta perspectiva, Orígenes, escritor cristiano del siglo III, en un texto citado después por san Jerónimo, interpreta el «cántico nuevo» del Salmo como una celebración anticipada dela novedad cristiana del Redentor crucificado. Escuchemos entonces su comentario que mezcla el canto del salmista con el anuncio evangélico. «Cántico nuevo es el Hijo de Dios que fue crucificado -algo que nunca antes se había escuchado-. A una nueva realidad le debe corresponder un cántico nuevo. “Cantad al Señor un cántico nuevo». Quien sufrió la pasión en realidad es un hombre; pero vosotros cantáis al Señor. Sufrió la pasión como hombre, pero redimió como Dios”. Orígenes continúa: Cristo “hizo milagros en medio de los judíos: curó a paralíticos, purificó a leprosos, resucitó muertos. Pero también lo hicieron otros profetas. Multiplicó los panes en gran número y dio de comer a un innumerable pueblo. Pero también lo hizo Eliseo. Entonces, ¿qué es lo que hizo de nuevo para merecer un cántico nuevo? ¿Queréis saber lo que hizo de nuevo? Dios murió como hombre para que los hombres tuvieran la vida; el Hijo de Dios fue crucificado para elevarnos hasta el cielo»”.
3. Hb 1,1-6: La encarnación es una nueva revelación de la Palabra, superior a las precedentes. La palabra creadora y salvadora tiene en Cristo su centro. Creación e historia encuentran sentido en él. La palabra hecha carne se convierte en voz que suplica al Padre, en boca de nuestra naturaleza, para gritar a Dios la necesidad que el hombre tiene de salvación y redención (Pere Franquesa). La exhortación a los "Hebreos" comienza con una solemne afirmación: el Dios de nuestros padres ha hablado. Dios se manifiesta, se da a conocer por su palabra. El soplo de Dios, su Espíritu, se hace sonido. Antaño, en la voz de los profetas. Ahora, en esta etapa final, en la encarnación, muerte y exaltación de su Hijo. Esta es la palabra eterna del Padre, hecha hombre, la manifestación luminosa de la gloria del Padre y la impronta de su ser. Las distintas manera con que Dios se reveló antes se han unificado en Cristo, han llegado a plenitud en la venida de quien es mayor que cualquier profeta. Quien ve a Jesús ve a Dios. Cristo nos revela el misterio de Dios. Por eso, la entrada del Hijo en la historia de los hombres lleva los tiempos a "su plenitud". El Hijo, la suprema y definitiva manifestación de Dios al mundo, es Jesús de Nazaret. La afirmación de que él ha heredado un "nombre" superior a los ángeles introduce el tema de la primera parte de esta carta: Jesús, Hijo de Dios y hermano de los hombres (“Eucaristía 1988”).
Los "padres" son los antepasados del pueblo de Israel, es decir, las generaciones pasadas (cf 3, 8; 8,9). Los cristianos, aun los de origen pagano, están unidos al verdadero Israel por Jesús, continuador de la promesa (cf Rom 4, 16-18). El hecho de Jesús entronca al creyente con el querer salvador de Dios. La encarnación nos sitúa en la órbita de la posible conexión con Dios. La "etapa final" es el tiempo propicio, el tiempo de la intervención divina (cf Ez 38, 16; Dan 2, 28; Rom 16, 26). Este tiempo está ahora presente porque Jesús lo ha inaugurado para siempre (cf Hech 2, 17; 1 Cor 10, 11). Certeza para todo el que cree. A los profetas, denominados a veces en el AT como "servidores" (Jer 7, 25), sucede un último mensajero que es el Hijo (cf Mc 12 2-6). Para el creyente en Jesús ha dejado de tener interés cualquier "dios" que no sea el "Dios de Jesús". Así es: nuestro único camino para llegar a Dios es el del hombre Jesús, sus palabras y sus hechos, toda su vida. En el Hijo la promesa hecha a los "padres" tiene cumplimiento final. Es el descendiente privilegiado de los patriarcas (cf Gn 15, 3-4) y de David (Sal 2,8) al que se le prometió el reino universal (cf Dan 2, 44). El que Jesús sea heredero es lo que da ánimo y esperanza a los que le seguimos. Un día, efectivamente, la herencia será también cosa nuestra.
V. 3:Estas expresiones parecen inspirarse en la Sabiduría (Sab 7, 25-26). Para expresar la relación entre el Hijo y Dios, el autor escoge las palabras más fuertes. La palabra de este Jesús, cuyo nacimiento conmemoramos, es lo que sostendrá a generaciones de creyentes. El hombre define la posición de la persona y su dignidad respecto a los demás. Para definir la posición del Hijo, su intervención en la historia, el autor lo compara a los "ángeles" que, según la mentalidad del tiempo, eran los que más cerca estaban de Dios. Jesús es más que ellos ya que es Hijo, ya que contiene en sí mismo ese germen que se desarrollará plenamente el día de su exaltación. Es algo fuera de lo común el que también el creyente, por la mediación de Jesús, participe en este formidable proceso de filiación (“Eucaristía 1987”).
4. Jn 1. 1-18: El prólogo del evangelio de Jn es un himno solemne -en siete estrofas de estructura semita- al Logos, al Verbo, revelación del Padre en Cristo. En este prólogo están ya presentes los grandes temas del evangelio: el Verbo, la vida, la luz, la gloria, la verdad. Y las fuertes contraposiciones: Luz-tinieblas; Dios-mundo; fe-incredulidad. Dos veces resuena la voz del testigo: Juan Bautista. Las tesis que presenta son las mismas que las del evangelio. La idea de fondo es la plenitud de la revelación que nos ha traído el Verbo. Ha salido del Padre y se ha hecho hombre. También de la Sabiduría se dice que estaba en Dios (Pr 8. 30), pero la sabiduría era una personificación literaria. La Palabra en cambio, es una persona, es Dios, es la última palabra que Dios ha pronunciado (Hb 1. 3). En la Palabra hay vida y la vida era luz. Luz que brilla en las tinieblas. La llegada de Jesús divide la historia en dos partes. Tinieblas antes de Jesús, luz después de él y nos coloca en una alternativa: ser hijos de la luz o hijos de las tinieblas. Jesús es la luz verdadera no tanto en contraste con Juan sino con el A.T. Es la luz verdadera porque en él se cumplen las promesas. La Palabra se hizo carne. Así clarifica que la revelación definitiva de Dios no es una sombra, un sueño, una ilusión sino una realidad tangible. Juan lo reafirma en el prólogo de su primera carta. Ha venido para acampar entre nosotros. Este ha sido siempre el modo de la presencia de Dios en medio de su pueblo. Desde la revelación en el Sinaí, Dios ha estado en medio de su pueblo. La tienda primero, el templo después, fueron los modos de presencia. Ahora esta presencia se ha hecho real y viva con la vida del hombre. La encarnación es el primer momento de esta morada de Dios entre los hombres y tendrá su realización plena en la resurrección (P. Franquesa).
El prólogo del evangelio de Juan es un himno cristiano que proviene, probablemente, de los círculos joaneos y que ha sido adaptado para servir de presentación a la narración evangélica de los diversos pasos de la Palabra encarnada. Esta Palabra viene a identificarse no sólo con Jesús, sino con la acción de Jesús. Esta personificación, con ribetes sapienciales, viene a mostrar la capacidad que tiene de dar vida y orientación a todo hombre que se acerca a ella (8, 12). De verdad que el misterio de la encarnación es, en el fondo, el misterio del hombre entero. Los judíos no han comprendido la realidad de Jesús. O lo que es igual: la antigua economía es incapaz de comprender la realidad nueva que es Jesús. Por tanto, la conclusión se impone: es preciso abandonar toda estructura que imposibilita la comprensión de Jesús. Falló el intento de querer aprisionar la luz -que es Jesús- dentro del sistema religioso judío (7,34). La Palabra de Dios, sabiduría desde siempre, se mueve dentro de la máxima libertad. Solamente el que comprende esto es capaz de construir una fe libre. La realidad de la presencia de Dios ha comenzado a incidir históricamente en los hombres con el comienzo de la vida de Jesús: este suceso constituye el momento decisivo de la historia de la salvación; lo testimonian los cristianos. La palabra "carne" designa en Juan todo lo que constituye la debilidad humana, todo lo que conduce a la muerte como limitación del hombre. La encarnación no es ninguna apariencia: por la experiencia de nuestro ser de hombres es como hemos de acercarnos a Dios, a Jesús (“Eucaristía 1989”). Desde el momento de la venida del Hijo al mundo en la debilidad de la "carne", realiza la presencia de Dios entre los hombres. El cuerpo de Jesús se convierte, por su muerte y su resurreción, en el templo de la presencia de Dios. El es la verdad y la vida de Dios hecha carne. Ama, cura, perdona. Vive y sufre como un hombre entre los hombres. Todos pueden verlo y oírlo. Todos pueden creer en él, ver su luz, beber su agua, comer su pan, participar de su plenitud de gracia y de verdad. La comunidad cristiana lee solemnemente el prólogo del evangelio de Juan en la fiesta del nacimiento del Señor. Se trata de proclamar la misericordia y fidelidad de Dios, su gracia, que se han hecho realidad en Jesús. Que Dios no actúa mediante favores pasajeros y limitados, sino con el don permanente y total del Hijo hecho hombre que se llama Jesús, el Cristo (“Eucaristía 1988”).
-Dios no es un ser lejano. Es un Dios que habla, y su Palabra es entrañablemente cercana. Se ha hecho un niño y ha nacido en Belén. Antes, durante siglos, había hablado por medio de profetas y había enviado Ángeles como mensajeros. Pero ahora nos ha hablado de otra manera: nos ha enviado a su Hijo. Y el Hijo es superior a todos los profetas y a los Ángeles. (Es lo que nos dice el autor de la carta a los Hebreos). Y es también lo que llena de entusiasmo a S. Juan, en el prólogo de su evangelio, la solemne página que acabamos de escuchar: la Palabra estaba junto a Dios -la palabra era Dios, y la Palabra se hizo hombre y acampó entre nosotros. La Palabra, ya lo sabemos, se llama Cristo Jesús, el hijo de Dios, que desde la primera Navidad es también hijo de los hombres. Dios nos ha dirigido su Palabra. Si entre nosotros puede tener tanta transcendencia el dirigirnos o no la palabra unos a otros, si nuestra palabra de amistad, de interés o de amor, puede significar tanto ¿qué sería esa Palabra de Dios, su propio Hijo que ha querido hacerse uno de nuestra raza y está para siempre entre nosotros? No, no es el nuestro un Dios mudo y lejano, es un Dios cercano y que nos habla y su Palabra se llama de una vez por todas Jesús. Y desde entonces siempre es Navidad porque siempre está esa Palabra de Dios dirigida vitalmente a nosotros, en señal de amistad y de alianza. Este es el misterio de la Navidad que hoy nos recuerda la liturgia y vuelve a llenarnos de alegría. Una palabra hecha persona, que es el Hijo mismo de Dios y por el cual Dios nos acepta también a nosotros como hijos. Acojamos a Cristo, el Hijo de Dios y Hermano nuestro; que no se pueda decir de nosotros lo que Juan ha dicho de los judíos: "al mudo vino y el mudo no le conoció; vino a su casa y los suyos no le recibieron". Por este Jesús, el Salvador, el mundo tiene esperanza. El futuro es siempre más prometedor que el presente. Porque él es para siempre, y sin retractación posible,. Dios con nosotros.
En la Eucaristía -que los cristianos repetimos sobre todo el domingo, el día del Señor- se nos hace presente de un modo sacramental y se nos da como alimento el mismo Jesús que nació en Belén hace veinte siglos, y el mismo Jesús que vendrá al final de los tiempos como Señor Glorioso y Juez de la historia. En cada Eucaristía entramos en comunión con Él. Cada Eucaristía es como la Navidad, la Pascua y la Venida final, condensadas para nosotros, con toda la gracia y la salvación que el Hijo de Dios ha querido traer a nuestras vidas (J. Aldazábal).
Empieza el tiempo de navidad, un nuevo "tiempo fuerte", después de las cuatro semanas de Adviento: hasta la fiesta del Bautismo del Señor, celebramos los cristianos la Manifestación del Salvador. Se tendrá que notar en el modo de la celebración: cantos, tono festivo, potenciación del Gloria cantado, etc. Sería una pena que de alguno de nosotros se tuviera que decir lo que Jn escribe en su prólogo: "vino a su casa y los suyos no le recibieron". O lo que le pasó ya muy sintomáticamente a la pareja José y María, que andaba buscando una casa para dar a luz: no tenían sitio en la posada para ellos. A veces nosotros estamos tan llenos de cosas, de problemas y de valores intrascendentes, que no tenemos sitio para Dios en nuestra vida. Y celebrar Navidad debería significar hacer sitio al amor de Dios que se nos ha manifestado en Cristo Jesús. Con todas las consecuencias. Tenemos delante ejemplos estimulantes: María y José, que acogen a su hijo. Los pastores, que corren a adorar al recién nacido, le reconocen como el Mesías, y cuentan sus alabanzas. En concreto María, que "conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón": la mejor Maestra, también de la Navidad. Entonces sí: "a los que le recibieron, les da poder para ser hijos de Dios", que es el fruto de una Navidad bien celebrada: nacer con Cristo y ser hijos con él (J. Aldazábal). Navidad es algo más que un estado de ánimo consolador. En este día, en esta santa noche, se trata del Niño, del único Niño. Del Hijo de Dios que se hizo hombre, de su nacimiento. Todo lo demás o vive de ello o bien muere y se convierte en ilusión. Navidad quiere decir: Él ha llegado, ha hecho clara la noche. Ha hecho de la noche de nuestra oscuridad, de nuestra ignorancia, de la noche de nuestra angustia y desesperación una noche de Dios, una santa noche. Eso quiere decir Navidad. El momento en que esto sucedió, realmente y por todos los tiempos, debe seguir siendo realidad, a través de esta fiesta, en nuestro corazón y en nuestro espíritu (Karl Rahner). "Aunque Cristo nazca mil veces en Belén, mientras no nazca en tu corazón, estarás perdido para el más allá: habrás nacido en vano" (Angelus Silesius). Llucià Pou Sabaté

sábado, 24 de diciembre de 2011

Navidad, Misa de Medianoche, dejar nacer a Jesús en nuestro corazón

Navidad, Misa de Medianoche, dejar nacer a Jesús en nuestro corazón

Lectura del Profeta Isaías 9,2-7: El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban tierras de sombras, y una luz les brilló. Acreciste la alegría, aumentaste el gozo: se gozan en tu presencia, como gozan al segar, como se alegran al repartirse el botín. Porque la vara del opresor, el yugo de su carga, el bastón de su hombro, los quebrantaste como el día de Madián. Porque la bota que pisa con estrépitoy la túnica empapada de sangreserán combustible, pasto del fuego. Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado: lleva al hombro el principado, y es su nombre: Maravilla de Consejero, Dios guerrero, Padre perpetuo, Príncipe de la paz. Para dilatar el principadocon una paz sin límites, sobre el trono de Davidy sobre su reino. Para sostenerlo y consolidarlocon la justicia y el derecho, desde ahora y por siempre. El celo del Señor lo realizará.
Salmo 95,1-2a. 2b-3, 11-12. 13: R/. Hoy nos ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor.
Cantad al Señor un cántico nuevo, / cantad al Señor, toda la tierra; / cantad al Señor, bendecid su nombre. // Proclamad día tras día su victoria. / Contad a los pueblos su gloria, / sus maravillas a todas las naciones. // Alégrese el cielo, goce la tierra, / retumbe el mar y cuanto lo llena; / vitoreen los campos y cuanto hay en ellos, / aclamen los árboles del bosque. // Delante del Señor, que ya llega, / ya llega a regir la tierra.

Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a Tito 2,11-14: Ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres; enseñándonos a renunciar a la vida sin religión y a los deseos mundanos, y a llevar, ya desde ahora, una vida sobria, honrada y religiosa, aguardando la dicha que esperamos: la aparición gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro: Jesucristo.

Evangelio de San Lucas, 2, 1-14: “En aquellos días, se promulgó un edicto de César Augusto, para que se empadronase todo el mundo. Este primer empadronamiento fue hecho cuando Quirino era gobernador de Siria, y todos iban a inscribirse, cada uno a su ciudad. José, como era de la casa y familia de David, subió desde Nazaret, ciudad de Galilea, a la ciudad de David llamada Belén, en Judea, para empadronarse con María, su esposa, que estaba en cinta. Y sucedió que estando allí, le llegó la hora del parto, y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, porque no hubo lugar para ellos en la posada.
En la misma región había pastores que estaban en el campo, cuidando sus rebaños durante las vigilias de la noche. Y un ángel del Señor se les presentó, y la gloria del Señor los rodeó de resplandor, y tuvieron gran temor. Mas el ángel les dijo: No temáis, porque he aquí, os traigo buenas nuevas de gran gozo que serán para todo el pueblo; porque os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor.
Y esto os servirá de señal: hallaréis a un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre.
Y de repente apareció con el ángel una multitud de los ejércitos celestiales, alabando a Dios y diciendo: Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz entre los hombres en quienes Él se complace.
Y aconteció que cuando los ángeles se fueron al cielo, los pastores se decían unos a otros: Vayamos, pues, hasta Belén y veamos esto que ha sucedido, que el Señor nos ha dado a saber. Fueron a toda prisa, y hallaron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Y cuando lo vieron, dieron a saber lo que se les había dicho acerca de este niño. Y todos los que lo oyeron se maravillaron de las cosas que les fueron dichas por los pastores.
Pero María atesoraba todas estas cosas, reflexionando sobre ellas en su corazón.
Y los pastores se volvieron, glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto, tal como se les había dicho.
Comentario: El Pregón de Navidad reza así: “Os anunciamos, hermanos, una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo; escuchadla con corazón gozoso: Habían pasado miles y miles de años desde que, al principio, Dios creó el cielo y la tierra y, asignándoles un progreso continuo a través de los tiempos, quiso que las aguas produjeran un pulular de vivientes y pájaros que volaran sobre la tierra. Miles y miles de años, desde el momento en que Dios quiso que apareciera en la tierra el hombre, hecho a su imagen y semejanza, para que dominara las maravillas del mundo y, al contemplar la grandeza de la creación, alabara en todo momento al Creador. Miles y miles de años, durante los cuales los pensamientos del hombre, inclinados siempre al mal, llenaron el mundo de pecado hasta tal punto que Dios decidió purificarlo, con las aguas torrenciales del diluvio. Hacía unos 2.000 años que Abraham, el padre de nuestra fe, obediente a la voz de Dios, se dirigió hacia una tierra desconocida para dar origen al pueblo elegido. Hacía unos 1.250 años que Moisés hizo pasar a pie enjuto por el Mar Rojo a los hijos de Abraham, para que aquel pueblo, liberado de la esclavitud del Faraón, fuera imagen de la familia de los bautizados. Hacía unos 1.000 años que David, un sencillo pastor que guardaba los rebaños de su padre Jesé, fue ungido por el profeta Samuel, como el gran rey de Israel. Hacía unos 700 años que Israel, que había reincidido continuamente en las infidelidades de sus padres y por no hacer caso de los mensajeros que Dios le enviaba, fue deportado por los caldeos a Babilonia; fue entonces, en medio de los sufrimientos del destierro, cuando aprendió a esperar un Salvador que lo librara de su esclavitud, y a desear aquel Mesías que los profetas le habían anunciado, y que había de instaurar un nuevo orden de paz y de justicia, de amor y de libertad. Finalmente, durante la olimpíada 94, el año 752 de la fundación de Roma, el año 14 del reinado del emperador Augusto, cuando en el mundo entero reinaba una paz universal, hace 2000 años, en Belén de Judá, pueblo humilde de Israel, ocupado entonces por los romanos, en un pesebre, porque no tenía sitio en la posada, de María virgen, esposa de José, de la casa y familia de David, nació Jesús, Dios eterno, Hijo del Eterno Padre, y hombre verdadero, llamado Mesías y Cristo, que es el Salvador que los hombres esperaban. El es la Palabra que ilumina a todo hombre; por él fueron creadas al principio todas las cosas; él, que es el camino, la verdad y la vida, ha acampado, pues, entre nosotros. Nosotros, los que creemos en él, nos hemos reunido hoy, o mejor dicho, Dios nos ha reunido, para celebrar con alegría la solemnidad de Navidad, y proclamar nuestra fe en Cristo, Salvador del mundo. Hermanos, alegraos, haced fiesta y celebrad la mejor NOTICIA de toda la historia de la humanidad.
"De mis entrañas te engendré antes que el lucero de la mañana" (Sal 109,3, Ant. entrada). Antes que el lucero de la mañana, lo cual quiere decir en la eternidad, antes de que existiese el mundo y el tiempo. Antes que el lucero de la mañana, o sea, en esta noche, del seno de la Virgen. Antes que el lucero de la mañana, es decir, en la noche de Pascua, del seno de la tumba. ¡Lenguaje divino de la Sagrada Escritura! Con sólo dos palabras pone de manifiesto todo el misterio de Cristo, y la liturgia, que lo comprende y lo pregona, lo hace realidad y vida en el sacrificio del altar, desde la noche del nacimiento, que hoy celebramos, hasta la noche de la Pascua y de la resurrección. El salmo profético (que también se puede leer en la ant. de entrada): "Tú eres mi hijo, yo te engendré hoy" se hace realidad; Al celebrar el primer nacimiento de Cristo, de la Virgen, se evoca también la mística presencia de su segundo nacimiento de la tumba. Detrás de la imagen del Niño, la Iglesia ve resplandecer la gloria del Hombre y del Vencedor, y al tiempo que escucha la palabras de los pastores: "Vamos a Belén", oye también la palabra del Señor: "Mirad, subimos a Jerusalén" (Lc 18, 31). Este es, pues, el "hoy vendrá y nos salvará". Viene a salvarnos. Por eso, en la solemnidad de esta noche debemos tan sólo pasar por Belén y subir hasta Jerusalén. En Belén nace el Niño, contemplamos al que viene; más en Jerusalén vemos al que sufre, al que obra nuestra salvación y al resucitado que lleva a su perfección la gloria del hombre nuevo. El Niño del pesebre no nos fascinaría con una tal seguridad de redención si no viésemos en El la belleza glorificada del resucitado (Emiliana Löhr).
El árbol de la vida. Hablaba Ratzinger del árbol de navidad probablemente más antiguo que se haya conservado en todo el mundo. “Este árbol viene a ser algo así como la imagen del altar mayor de la iglesia del Christkindl (del Niño Jesús), situada en las ameras de la ciudad de Steyr, en el norte de Austria. La historia del árbol se remonta hasta el año 1694. En ese entonces, Steyr había recibido un nuevo campanero y director de coro que sufría de epilepsia, la «enfermedad de las caídas», como lo consigna con candidez la crónica. El hombre había aprendido en Melk, de donde era oriundo, la veneración del Niño Jesús. Así pues, colocó en la cavidad de un abeto de mediana altura una imagen de la Sagrada Familia y cultivó frente a esa imagen sus prácticas de piedad, que le proporcionaban fortaleza y consuelo. Después, se enteró de la existencia de una imagen del Niño Jesús que había traído la curación a una monja paralítica. Finalmente, recibió una reproducción exacta de esa imagen: un Niño Jesús de cera que sostiene en una mano la cruz y en la otra la corona de espinas. El hombre llevó esa imagen al árbol, rezó frente a ella su devoción y sintió que de ella emanaba una fuerza sanadora.
Poco a poco, los hombres déla zona fueron enterándose y comenzaron a peregrinar al Niño Jesús del árbol. Imponiéndose a los titubeos de las autoridades eclesiásticas de Passau lograron que se construyera en torno al árbol una pequeña iglesia. Así, en 1708 se colocó la piedra fundamental de la iglesia del Christkindl, que fue erigida por los arquitectos más célebres de esa época en Austria siguiendo el modelo de Santa Maria Rotonda de Roma. La iglesia se ha convertido de alguna manera en una preciosa envoltura del árbol, del cual surgen el altar y el sagrario: el árbol sigue conteniendo el pequeño Niño Jesús de cera, que, con corona y rodeado de rayos dorados, entraña promesa y esperanza para los hombres.
El árbol de la vida reencontrado. Ese encuentro no se convirtió para mí solamente en una interpretación de una de nuestras hermosas costumbres navideñas, sino también, a partir de ella, en un acceso al centro mismo del misterio de la Navidad. Ese árbol se levanta como el árbol de la vida del paraíso, que ha sido reencontrado: «el querubín no está ya vedando la entrada». Ese árbol es María con el fruto bendito de su vientre, Jesús. Pero Jesús está allí como niño, inerme, en ademán de invitación, como «Emanuel», un Dios al alcance de la mano, un Dios para tratar de «tú». El nos invita a su casa, a nosotros, que en un sentido muy profundo sufrimos todos de la «enfermedad de las caídas». Una y otra vez somos incapaces de andar y de estar interiormente erguidos. Una y otra vez caemos, no tenemos el dominio de nosotros mismos, estamos alienados y carecemos de libertad. La iglesia rotonda subraya esa misma afirmación. El octógono circular es la forma clásica de la iglesia bautismal, que retoma a su vez antiquísimas tradiciones religiosas: la cueva y la construcción redonda que sugieren el seno materno, el misterio del nacimiento.
Así, la construcción remite de nuevo a María, a la Iglesia, a nuestro bautismo y nuevo nacimiento. Interpreta para nosotros lo que significa que Dios se haya hecho niño. Interpreta lo que significa la frase de Jesús a Nicodemo: «Si no naces del agua y del Espíritu no puedes entrar en el reino de Dios». Y en este contexto tiene también su lugar la otra frase de Jesús: «Si no os hacéis como niños no entraréis en el reino de los cielos».
Parafraseando lo que Karl Marx dijo en una ocasión: no serás independiente mientras te debas a la gracia de otro. Mientras no seas independiente, no serás libre sino dependiente. ¡Qué raciocinio tan obvio! Pero si se lo analiza más de cerca, viene a significar que se declara el amor como falta de libertad, puesto que el amor implica que necesito del otro y de su gracia.
Esa idea de libertad entiende el amor como una esclavitud y tiene como presupuesto la destrucción del amor. En ello es un ataque a la verdad de la condición humana, que vive del amor. Y también es un ataque a Dios, cuya imagen es el hombre justamente por el hecho de que necesita amor. En efecto, Dios tampoco quiso ser independiente del amor: el Hijo existe sólo desde el Padre, el Espíritu sólo desde ambos y el Padre sólo hacia ambos: él es Dios sólo en esa dependencia mutua, como Trinidad. No puede ser de otro modo si Dios es amor.
El fruto del árbol de la vida. A esa verdad primordial de la condición humana nos remite el Niño Jesús: tenemos que nacer de nuevo. Debemos ser aceptados y dejarnos aceptar. Hemos de dejar transformar nuestra dependencia en amor y, así, llegar a ser libres. Tenemos que nacer de nuevo, deponer el orgullo, llegar a ser niños: reconocer y recibir en el Niño Jesús al fruto de la vida. A ello quiere conducirnos la Navidad: ésa es la verdad del niño, la verdad del fruto del árbol de la vida. El árbol de Christkindl, que nos dice esto, es al mismo tiempo una custodia: la manifestación de Aquel que es el pan de la vida, la aparición visible de la salvación. Y ese árbol es cruz y, por eso, pudo convertirse en altar. El niño sostiene la cruz y la corona de espinas en las manos, los signos del amor que convierte el árbol en cruz, pero también la cruz en mesa de la vida eterna.
El verdadero árbol de la vida no está lejos de nosotros, en algún paraje de un mundo perdido. Ha sido erigido en medio de nosotros, no sólo como imagen y signo, sino en la realidad. Jesús, que es el fruto del árbol de la vida, la vida misma, se ha hecho tan pequeño que nuestras manos pueden contenerlo. Se hace dependiente de nosotros para hacernos libres, para recuperarnos de nuestra «enfermedad de las caídas». No defraudemos su confianza. Depositémonos en sus manos tal como él se ha depositado en las nuestras”.
La Misa navideña de medianoche celebra el alumbramiento de María, que da a luz al Niño. Pero, en un sentido más profundo, esta noche festeja ese otro alumbramiento más universal por el cual Dios, a. través de Jesús, hace que surja la luz de en medio de las tinieblas.
Las tinieblas son la oscuridad que hay en el mundo a causa de la injusticia, el hambre, la pobreza; a causa de la opresión de unos hermanos sobre otros; a causa del orgullo del hombre, de su avidez de poder y de dominio. Todo ello constituye como una oquedad tenebrosa, como un seno estéril, como una tumba. Hasta aquí desciende María y el fruto de su vientre, cuando tienen que refugiarse en la gruta abandonada, cuando tienen que someterse a las órdenes de un gobernador impuesto por potencias extranjeras y abandonar la propia casa. Hasta aquí ha descendido Israel, país pequeño, su patria chica, ocupado durante siglos por países más poderosos. En medio de esa noche oscura nace Jesús, como niño inefable que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. Dios ha suscitado del corazón de la noche la aparición luminosa y real de un hombre, hijo del hombre e hijo de Dios. Ha resonado la Buena Noticia, la alegría, la claridad de la aurora. Dentro de unos años, pocos, volverá a brillar de nuevo la gloria, el esplendor de Dios, también a través de Jesús, cuando le resucita el Padre por haber sabido descender hasta la muerte en cruz y hasta la tumba ignominiosa de los ajusticiados, en favor de los hermanos. El alumbramiento de la noche, no el oscurecimiento del día, es la palabra definitiva de Dios. En la Eucaristía -que los cristianos repetimos sobre todo el domingo, el día del Señor- se nos hace presente de un modo sacramental y se nos da como alimento el mismo Jesús que nació en Belén hace veinte siglos, y el mismo Jesús que vendrá al final de los tiempos como Señor Glorioso y Juez de la historia. En cada Eucaristía entramos en comunión con Él. Cada Eucaristía es como la Navidad, la Pascua y la Venida final, condensadas para nosotros, con toda la gracia y la salvación que el Hijo de Dios ha querido traer a nuestras vidas. A veces nosotros estamos tan llenos de cosas, de problemas y de valores intrascendentes, que no tenemos sitio para Dios en nuestra vida. Y celebrar Navidad debería significar hacer sitio al amor de Dios que se nos ha manifestado en Cristo Jesús. Con todas las consecuencias. Tenemos delante ejemplos estimulantes: María y José, que acogen a su hijo. Los pastores, que corren a adorar al recién nacido, le reconocen como el Mesías, y cuentan sus alabanzas. En concreto María, que "conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón": la mejor Maestra, también de la Navidad. Entonces sí: "a los que le recibieron, les da poder para ser hijos de Dios", que es el fruto de una Navidad bien celebrada: nacer con Cristo y ser hijos con él (J. Aldazábal).
Navidad es algo más que un estado de ánimo consolador. En este día, en esta santa noche, se trata del Niño, del único Niño. Del Hijo de Dios que se hizo hombre, de su nacimiento. Todo lo demás o vive de ello o bien muere y se convierte en ilusión. Navidad quiere decir: Él ha llegado, ha hecho clara la noche. Ha hecho de la noche de nuestra oscuridad, de nuestra ignorancia, de la noche de nuestra angustia y desesperación una noche de Dios, una santa noche. Eso quiere decir Navidad. El momento en que esto sucedió, realmente y por todos los tiempos, debe seguir siendo realidad, a través de esta fiesta, en nuestro corazón y en nuestro espíritu (Karl Rahner). Recordemos las palabras del poeta místico: "Aunque Cristo nazca mil veces en Belén, mientras no nazca en tu corazón, estarás perdido para el más allá: habrás nacido en vano" (Angelus Silesius).
El hecho histórico de esta lectura es la conversión del norte oriental de Palestina en provincia asiria. En este contexto histórico el oráculo es un canto de esperanza. Dios no abandona para siempre a su pueblo y a su territorio al capricho de los enemigos. La contraposición entre luz y tinieblas, entendidas como símbolos de la salvación y condenación, tienen una referencia al lenguaje típico de la creación en la que Dios, creador de la luz, vence al caos y a las tinieblas. El motivo de la paz y el hecho de la liberación es el nacimiento del nuevo rey. Así como en Egipto, el día de la entronización, se daban al soberano nombres nuevos así se le imponen al niño que ha nacido. Entre estos nombres no aparece el de Yavhé pero tienen un significado teológico. El poder y la plenitud que expresan superan todo lo que se puede decir del rey teocrático de Jerusalén. Las imágenes usuales se presentan en clave escatológica. Desde esta clave interpretativa se refieren al príncipe con quien se cerrará la historia, en el que se realizarán todas las promesas hechas a la casa de David desde Natán. Celebramos su venida, pero su obra no ha llegado a plenitud. El reino de paz se está haciendo realidad pero todavía no es "la realidad" (P. Franquesa).
-"El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande": Las tinieblas, signo del caos y de la muerte, nos indican la situación de opresión y también de infidelidad del pueblo. La luz, signo de nueva creación y de vida, nos indica la liberación y la restauración. Este paso es motivo del gozo, comparable al de una buena cosecha o al de una victoria sobre los enemigos. La posesión de la tierra y su fecundidad están siempre en el centro de atención del pueblo de Israel.
-"... los quebrantaste como el día de Madián": La liberación y la iluminación es una acción de Dios, que se compara a la victoria de Gedeón sobre los madianitas (Jc 7, 16-23): en medio de la noche, los israelitas con antorchas encendidas y tocando los cuernos ahuyentan a los enemigos. La luz y la palabra liberan en medio de la noche.
-"Porque un niño nos ha nacido...": ¿En qué consiste esta acción de Dios? Aparentemente las palabras del profeta se mueven a nivel de una historia concreta: la continuidad de la dinastía de David. Pero los mismos términos de la profecía se abren en un sentido que va más allá de la historia menuda. Cuatro nombres de uso cortesano definen, en principio, al niño: consejero, guerrero, padre, príncipe. Pero cada uno de ellos va acompañado de un calificativo que lo sitúa en un ámbito y en una amplitud que va más allá de las realidades humanas: "Maravilla de Consejero, Dios guerrero. Padre perpetuo, Príncipe de la paz".
-"... con una paz sin límites sobre el trono de David...": la profecía de Isaías reasume la profecía de Natán, con una insistencia en su perpetuidad que desborda las posibilidades históricas: "por siempre". Su fundamento es el mismo Dios: el celo de Dios, que se puede manifestar en el castigo, se manifestará "desde ahora y por siempre" en el amor por su pueblo a través del Mesías (J. Naspleda).
2. Este salmo de la misa de medianoche en la fiesta de Navidad nos invita con insistencia a "cantar". La palabra se repite tres veces al comienzo de las tres primeras líneas. Más adelante, por tres veces, vuelve la insistencia: "Dad gloria al Señor"... "Dad gloria al Señor"... "¡Dad pues gloria al Señor!". Quién es el invitado a la fiesta? Primero el pueblo de Dios, Israel. Y el nuevo Israel. Observemos ya, que los creyentes no tienen derecho a guardar para ellos solos la "Buena Nueva de la salvación". La Navidad hay que celebrarla "con todo el mundo". "Contad a los pueblos su gloria, y sus maravillas a todas las naciones". ¡La Iglesia, pueblo de alabanza a Dios, debe ser misionera, es decir, encargada de convocar a todos los hombres a la fiesta de Dios, fiesta universal, verdaderamente católica! Pero no es solamente Israel quien debe alabar. "Todas las familias de los pueblos"... están convocadas al Templo: "¡Vosotros todos, traed vuestra ofrenda, entrad en sus atrios!" El santuario de Dios está abierto para todos; no está reservado a los puros, a los creyentes. ¡Ya no hay privilegios! ¡Dios "viene" para todos! En su exaltación, el autor inspirado, habiendo convocado a Israel, y toda la humanidad, convoca igualmente a la naturaleza y al cosmos. El cielo, la tierra, el mar, el campo, los árboles. ¿Por qué Navidad no sería celebrada por los "árboles de Navidad" y por las "estrellas de Navidad?" ¿Y por toda la creación que Dios hizo para que acogiera un día en su interior a su Dios? ¿Para quién todo este despliegue? Para Dios. Y el autor deja que su pluma escriba una pequeña "teodicea", una especie de letanía amorosa de "atributos" de Dios: ¡El es "grande", "único" (los otros dioses no son nada), "creador", "espléndido", "majestuoso", "poderoso", "bello", "glorioso", "santo", "rey", "justo", "verdadero"!
Hay que recitar este salmo con los "ángeles de Navidad" que "cantaron aquella noche": "Gloria a Dios, paz a los hombres". Nosotros junto con ellos cantemos también "alegría en el cielo, fiesta en la tierra"... "¡El cielo se alegra, la tierra exulta!" "¡Gloria a Dios!" "¡Adorad a Dios!" "¡El Señor es rey! Que nuestra oración jamás olvide esta actitud. La adoración, el sentimiento de anonadamiento, es el fundamento de todo primer descubrimiento de Dios. Dios es el "totalmente Otro", el trascendente, aquel que supera toda imaginación. Y la revelación de la proximidad de Dios que se hizo "uno de nosotros", que se hizo "niño" en Navidad "no disminuye en nada este sentimiento de adoración: paradójicamente la infinidad de Dios brilla hasta en el exceso de amor que lo hizo nacer en un pesebre de animales" (Noel Quesson).
Juan Pablo II comenta este salmo que habla de Dios, rey y juez del universo (se sitúa entre los "salmos del Señor rey", que abarcan los salmos 95-98, así como el 46 y el 92): “el centro está constituido por la figura grandiosa de Dios, que gobierna todo el universo y dirige la historia de la humanidad… "gobernar" expresa la certeza de que no nos hallamos abandonados a las oscuras fuerzas del caos o de la casualidad, sino que desde siempre estamos en las manos de un Soberano justo y misericordioso… comienza con una invitación jubilosa a alabar a Dios, una invitación que abre inmediatamente una perspectiva universal: "cantad al Señor, toda la tierra" (v. 1). Se invita a los fieles a "contar la gloria" de Dios "a los pueblos" y, luego, "a todas las naciones" para proclamar "sus maravillas" (v. 3). Es más, el salmista interpela directamente a las "familias de los pueblos" (v. 7) para invitarlas a glorificar al Señor. Por último, pide a los fieles que digan "a los pueblos: el Señor es rey" (v. 10), y precisa que el Señor "gobierna a las naciones" (v. 10), "a los pueblos" (v. 13). Es muy significativa esta apertura universal de parte de un pequeño pueblo aplastado entre grandes imperios… La primera parte (cf. vv. 1-9) comprende una solemne epifanía del Señor "en su santuario" (v. 6), es decir, en el templo de Sión. La preceden y la siguen cantos y ritos sacrificiales de la asamblea de los fieles. Fluye intensamente la alabanza ante la majestad divina: "Cantad al Señor un cántico nuevo, (...) cantad (...), cantad (...), bendecid (...), proclamad su victoria (...), contad su gloria, sus maravillas (...), aclamad la gloria y el poder del Señor, aclamad la gloria del nombre del Señor, entrad en sus atrios trayéndole ofrendas, postraos (...)" (vv. 1-3, 7-9). Así pues, el gesto fundamental ante el Señor rey, que manifiesta su gloria en la historia de la salvación, es el canto de adoración, alabanza y bendición. Estas actitudes deberían estar presentes también en nuestra liturgia diaria y en nuestra oración personal…
Pero pasemos al segundo cuadro, el que se abre con la proclamación de la realeza del Señor (cf. vv. 10-13). Quien canta aquí es el universo, incluso en sus elementos más misteriosos y oscuros, como el mar, según la antigua concepción bíblica: "Alégrese el cielo, goce la tierra, retumbe el mar y cuanto lo llena; vitoreen los campos y cuanto hay en ellos, aclamen los árboles del bosque, delante del Señor, que ya llega, ya llega a regir la tierra" (vv. 11-13). Como dirá san Pablo, también la naturaleza, juntamente con el hombre, "espera vivamente (...) ser liberada de la servidumbre de la corrupción para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios" (Rm 8, 19. 21). Aquí quisiéramos dejar espacio a la relectura cristiana de este salmo que hicieron los Padres de la Iglesia, los cuales vieron en él una prefiguración de la Encarnación y de la crucifixión, signo de la paradójica realeza de Cristo. Así, san Gregorio Nacianceno…: "Cristo nace: glorificadlo. Cristo baja del cielo: salid a su encuentro. Cristo está en la tierra: levantaos. "Cantad al Señor, toda la tierra" (v. 1); y, para unir a la vez los dos conceptos, "alégrese el cielo, goce la tierra" (v. 11) a causa de aquel que es celeste pero que luego se hizo terrestre"”… ya la Carta a Bernabé enseñaba que "el reino de Jesús está en el árbol de la cruz" y el mártir san Justino, citando casi íntegramente el Salmo en su Primera Apología, concluía invitando a todos los pueblos a alegrarse porque "el Señor reinó desde el árbol de la cruz"”.
3. Tito 2,11-14: -"Ha aparecido la gracia de Dios...": La gracia de Dios se ha manifestado ya en JC, pero se manifestará en plenitud cuando vuelva glorioso al fin del mundo. Esta revelación histórica del plan de Dios en la persona de Jesús tiene siempre en el pensamiento de Pablo una finalidad: la salvación de todos los hombres. Por eso congrega a un pueblo que renuncia "a la impiedad y a los deseos mundanos" y vive en la expectativa del cumplimiento de esta salvación universal.
-"Él se entregó por nosotros para rescatarnos...": Dios realiza su plan salvador en la persona de JC, "gran Dios y Salvador nuestro". Así como en la antigua alianza, Dios congregó a un pueblo suyo, ahora Cristo con su muerte sacrificial reúne un nuevo pueblo, liberado del pecado y "dedicado a las buenas obras (J. Naspleda).
Para Pablo, la moral cristiana se sitúa entre dos "manifestaciones divinas" (Tt 2. 11 y 2. 13; cf. 3. 4). Es decir, que la moral cristiana se deja "enseñar" a través de esas manifestaciones de bondad y de gloria, siendo ella misma manifestación de la salvación en el mundo. Depende, pues, del comportamiento cristiano que el mundo crea en la salvación y espere la revelación final de Dios. En la medida en que la vida cristiana sea pura pondrá de manifiesto, en efecto, que está liberada del pecado por la Sangre de Cristo y que pertenece realmente a la soberanía de Cristo (Tt 2,14; Maertens-Frisque). El "aparuit" de la antigua liturgia latina es la palabra clave para esta noche. Toda la vida cristiana tiene su comienzo en esta aparición del Señor y Salvador que celebramos ahora. La "gracia de Dios" de que habla la lectura, ¿qué mejor interpretación puede recibir que la de la persona de Jesús? Esta primera aparición prepara la definitiva, para la que es preciso irse disponiendo con un modo de vida acorde con el de Jesús. No mirar simplemente hacia el pasado, hasta con cierta nostalgia, sino hacia adelante, aunque apoyados en lo que ya ha sucedido. Y sacando las consecuencias cotidianas. El otro matiz está dado por las últimas palabras de la lectura. Aun en la noche de Navidad, no es lícito entregarse a un romanticismo fácil o sentimental, sino el autor de la carta a Tito nos recuerda el destino de este Niño: su entrega a la muerte. El destino de Jesús es humanamente duro. Y comienza con su aparición en el mundo el camino que emprende hasta la Cruz. Todo esto nos compromete (“Dabar 1980”).
“Apareció la gracia de Dios”. Apareció Dios hecho gracia. ¿Puede haber algo en Dios que no sea gracia? ¡Anda que si aparece la justicia de Dios o el poder de Dios, o la gloria de Dios! Pero todo eso es gracia. La justicia, no la que castiga, es la que nos hace justos, "un pueblo purificado". El poder, no el que humilla, sino el que libera: "renunciar a la vida de los deseos mundanos". La gloria, no la que apabulla, sino la que salva: "salvación para todos los hombres". Dicho de otro modo: toda la justicia, todo el poder y toda la gloria de Dios son manifestaciones de su amor, porque Dios es amor, Dios es gracia. ¿Hay que seguir "aguardando la dicha que esperamos"? Si la dicha es Jesús, hay que esperar y no hay que esperar: porque Él está con nosotros, pero Él tiene que venir; mientras no hayamos renunciado del todo a una vida sin religión y a una religión sin vida, hay que seguir esperando (“Caritas”).
La acción-vida del hombre es una respuesta a la acción salvífica de Dios. La "epifanía", aparición, de la gracia de Dios puesta al principio de esta lectura orienta el sentido de todas las demás afirmaciones. En la tradición bíblica las "epifanías" eran signos de la intervención de Dios. La Iglesia primitiva ha asumido este concepto para anunciar a Cristo que se manifiesta en la carne para la salvación del mundo. El texto proclama la actividad terrena de Jesús como revelación de la gracia de Dios... El hombre no se libera a sí mismo sino que debe acoger la salvación que viene de Dios. Este texto es como la recapitulación de la fe de la Iglesia primitiva. El autor describe la acción maravillosa que Dios ha realizado en Cristo. Se anuncia el misterio de la encarnación pero se recuerda el sacrificio expiatorio y la gloria que recibe en la resurrección (P. Franquesa).
4. Lc 2. 1-14. “Et verbum caro factum est": el Verbo de Dios se hizo carne. Es el gran día de Navidad, este modo, el más conveniente para realizar nuestra Redención, que hizo Dios, que es hacerse uno de nosotros. De Nazaret a Belén anduvieron mucho, quizá 4 ó 5 días fueron los que María y José estuvieron en camino. Queremos acompañarles, como el asno que serviría de cabalgadura a la Virgen, entrar en ese pequeño pueblo de pastores y campesinos de quizá mil habitantes, y pues el albergue está lleno y con el mesonero ve José que no es lugar para María en su estado, les dejan un cobertizo en una cueva, y ahí sucede el gran portento de la Humanidad. Así lo cuenta San Josemaría Escrivá: “Se ha promulgado un edicto de César Augusto, y manda empadronar a todo el mundo. Cada cual ha de ir, para esto, al pueblo de donde arranca su estirpe. —Como es José de la casa y familia de David, va con la Virgen María desde Nazaret a la ciudad llamada Belén, en Judea (Lc 2,1-5). Y en Belén nace nuestro Dios: ¡Jesucristo! —No hay lugar en la posada: en un establo. —Y su Madre le envuelve en pañales y le recuesta en el pesebre. (Lc 2,7). / Frío. —Pobreza. —Soy un esclavito de José. —¡Qué bueno es José! —Me trata como un padre a su hijo. —¡Hasta me perdona, si cojo en mis brazos al Niño y me quedo, horas y horas, diciéndole cosas dulces y encendidas!...Y le beso —bésale tú—, y le bailo, y le canto, y le llamo Rey, Amor, mi Dios, mi Unico, mi Todo!... ¡Qué hermoso es el Niño...! (…) Los diversos hechos y circunstancias que rodearon el nacimiento del Hijo de Dios acuden a nuestro recuerdo, y la mirada se detiene en la gruta de Belén, en el hogar de Nazareth. María, José, Jesús Niño, ocupan de un modo muy especial el centro de nuestro corazón. ¿Qué nos dice, qué nos enseña la vida a la vez sencilla y admirable de esa Sagrada Familia? / Entre las muchas consideraciones que podríamos hacer, una sobre todo quiero comentar ahora. El nacimiento de Jesús significa, como refiere la Escritura, la inauguración de la plenitud de los tiempos (Gal 4,4), el momento escogido por Dios para manifestar por entero su amor a los hombres, entregándonos a su propio Hijo. Esa voluntad divina se cumple en medio de las circunstancias más normales y ordinarias: una mujer que da a luz, una familia, una casa. La Omnipotencia divina, el esplendor de Dios, pasan a través de lo humano, se unen a lo humano. Desde entonces los cristianos sabemos que, con la gracia del Señor, podemos y debemos santificar todas las realidades limpias de nuestra vida. No hay situación terrena, por pequeña y corriente que parezca, que no pueda ser ocasión de un encuentro con Cristo y etapa de nuestro caminar hacia el Reino de los cielos”.
Jesús ha nacido para mi la noche de Navidad, y queremos acercarnos a este misterio, queremos participar de esta Vida, queremos emprender el camino justo que es la Humanidad Santísima de Cristo. Queremos entender el sentido de nuestra vida en Cristo. Queremos mirar, abrir los ojos, tener los ojos abiertos y dejar que el Señor haga, realice este milagro en nuestra poquedad. La tierra, la tierra estéril, la tierra agreste, se transformaba en tierra esponjosa, en tierra amorosa: -"Ya no serás la desolada, serás la amada", porque el Señor cultiva nuestro campo, nuestra alma, como su jardín, donde va realizando su obra. Vamos a abrir las verjas de nuestro jardín, para que el Señor entre, vamos a contemplarlo, para saber mirar a Cristo, dejarle hacer en nuestra alma, dejarle entrar en nuestro jardín y colaborar con Él, en tener sus mismos sentimientos, en participar en sus afanes, en participar en el amor a su Madre -que es nuestra Madre Santa Maria-, y participar de nuestra nueva creación, en esta transformación –como en Caná- de lo humano, lo terreno, en divino, el agua en vino, el pobre corazón que tenemos en un corazón que sepa amar a la medida del corazón de Cristo. "Este es el día que ha hecho el Señor”, la Pascua de Navidad, el día más grande, aunque nos podemos plantear que si Navidad es el día más popular, los teólogos dirán que es mayor la Pascua de Resurrección. Pero también es cierto que si Jesús no hubiera nacido, no hubiera podido resucitar. El Nacimiento es el momento más grande de la historia, al menos en palabras de San Pablo: "Llegada la plenitud de los tiempos, entonces, hijo de una mujer, vino Dios al mundo". Así pues, "éste es el día que ha hecho el Señor", en este día las cosas humanas, la tierra agreste, las cosas que todavía no son, quedan transformadas en divinas, como dirá el prefacio de Navidad dirigiéndose a Dios Padre: “gracias al misterio del Verbo hecho carne, la luz de tu gloria brilló ante nuestros ojos con nuevo resplandor, para que conociendo a Dios visiblemente, Él nos lleve al amor de lo invisible”. Por Jesús, unidos a él, las cosas humanas se convierten en divinas, es una nueva creación. Jesús, ha venido a traer el sentido de nuestra Filiación Divina. Nunca más estaremos solos, la tierra nunca más estará desolada. Ésta es la gran verdad que hemos de extender, a la gente que nos rodea, a todo el mundo.
San Josemaría Escrivá se metía en el Portal como un personaje más, escondido porque no se atrevía a molestar. Pero se fijaba en todo, con ánimo de aprovechar y de descubrir hasta el último detalle de esa Familia a la que pertenecemos. Podemos aprender mucho mirando el pesebre. Nosotros, queremos responder, con esta respuesta de amor: “¡Quiero ir directamente a Ti, Señor!, quiero encontrarte en las cosas de cada día!” Estas cosas ordinarias ya tienen un sentido nuevo, un sentido especial, ya no son solitarias, agrestes; son amadas. Vamos a disfrutar de estos momentos de cada día con los ojos del amor, las pupilas dilatadas con este Amor de Dios, nos hace descubrir que la vida es bella, que la gente es imagen de Dios. Aunque haya momentos duros de esfuerzo que requieren nuestro sacrificio, en la vida hay muchos momentos mágicos que disfrutamos de estas delicias, este sentido de paladear lo que es el amor, la amistad, lo que es el ambiente de familia, de la oración, lo que es el sentido estético, de disfrutar, de sentir los rayos de sol cuando paseamos, y después de haber hecho una buena comida... Aquella película: "El festín de Babette”, habla un poco de cómo después de una buena comida todo un pueblo encuentra la reconciliación, un pueblo que se había encerrado en si mismo, en sus cosas; y aquella mujer que derrocha -porque es artista y no sabe de someterse a unas reglas-, y derrocha todo su entusiasmo y su ciencia, y disfruta, hace disfrutar a los demás... es el sentido de fiesta, de la vida como fiesta, como dice el salmo: "Se han encontrado, se han besado la Justicia y la Paz ", se han vuelto a encontrar, en este sentido de Amor. Aquel paraíso perdido, soñado y añorado en nuestro interior, aparece en el mundo con la venida del Señor.
Qué bonito, sentirnos siempre con Jesús, hijos de Dios, y si en algún momento nos despistamos, recuperar la pista, recuperar el camino, como el coche que se sale del camino y vuelve a él, así volver a este encuentro, a esta compañía, a esta presencia de Jesús, a esta presencia de Dios Padre, a este sentirnos Hijos de Dios. Por eso en la oración, queremos pedirle, que nos ayude a tratarle: "¡Jesús!, ayúdame a tratarte, a tratar tu Humanidad Santísima, pon en mi alma esta hambre insaciable, deseo disparatado, de verte, o de comprender tu faz. Ayúdame a leer en el Evangelio, en la misa, en la lectura, en la oración, abriendo los ojos a este sentido nuevo, de que, ya no seré más la tierra desolada, mi huerto no será nunca estéril, sino que estoy siempre contigo y tú conmigo”.
Y esta es la fuerza más potente que tenemos para hacer la voluntad de Dios, y no la fuerza de la obligación o el miedo al pecado, sino el contemplar el amor que Dios ha tenido con nosotros, en Cristo. Este es el Evangelio que debemos llevar en el corazón que, pase lo que pase, estamos con el Señor; y, aún cayendo, también encontramos las manos de Dios que nos sujetan.
En una lectura del breviario se dicen unas cosas muy bonitas: es un comentario a como el Señor nunca deja de pagar lo que hemos hecho por Él, y si nosotros estamos ayudando a los demás, estamos ayudando a Cristo; y Él, que es muy agradecido, estará contentísimo, está contento de nosotros y todo lo que hacemos por los demás, lo hacemos por Él, y Él, no nos dejará nunca solos. Aunque tengamos muchas miserias, por esa caridad vivida Él asegurará nuestra fidelidad, nuestro camino, también conmovido por lo que de generosidad ha habido en nuestra vida. Él, que es pan que simboliza “darse”, Él, que es comida -don de si-, se nos mete dentro cuando nosotros nos damos. Él nos enseña esta ciencia del Amor, que la mejor inversión es darse, y por tanto, nunca hemos como de tener una la sensación de inseguridad, de miedo por tener o no tener éxito y poder... Cuando pasa el tiempo también viene aquella tentación por la que se piensa: “estoy perdiendo la vida, estoy malgastando mis años”. No, no, nunca tendremos esta sensación. La vida sólo se pierde lo que se guarda uno para sí. En la vida sólo tenemos -en el sentido de plenitud-, sólo tenemos lo que hemos dado, y cuanto más nos damos más se nos da; cuanto más nos damos más tenemos. Y sin nervios, con paz, queremos pedirle al Señor: “Ayúdame a darme del todo, para que Tú también te puedas dar del todo, para encontrar esta plenitud de Amor, de Vida”.
Junto al Amor, el Señor nos da la Esperanza, nos da la Fe, y esto es lo que nos mueve a cumplir el deber, abandonarnos en su Misericordia, a velar por los pobres y por los ricos; hacer como Jesús, un espacio amplio donde caben todos, y esto será la unidad de los cristianos que el Espíritu Santo suscita en su Iglesia. Fruto de nuestra unión con Cristo, como decía san Pablo: "Para mi, la vida es Cristo", fruto de este "meterme en la piel de Cristo", entonces tendré esta Paz de Cristo y podré darla en primer lugar en casa, y con los demás, con afecto, con la labor dar paz. Dar paz es una tarea muy importante en un mundo competitivo, egoísta, y con una agresividad contenida, con un estrés preocupante..., la gente necesita paz.
Como fruto de esta misa del nacimiento del Señor, de la Navidad, queremos tratar a Jesús con sencillez, con una intimidad que no disminuya, con cariño, una presencia especial, con mucho cariño en los detalles pequeños, sabiendo que allí, nos acompaña el Señor. Y queremos tener una conversación íntima con Él, tener una presencia de Jesús constante, queremos que sea nuestro Rey, que ansía reinar en nuestros corazones de hijos de Dios. Decirle a una persona: "eres mi Rey", significa decirle que: "estoy a tus órdenes", significa que “tus deseos son órdenes”; significa, que “quiero hacer lo que Tú quieras”...., eso es lo que decimos hoy a Jesús, en su cátedra de Belén, donde es también nuestro médico y se nos muestra en la Eucaristía. Belén significa “casa de pan” y sin duda es una imagen eucarística, que ahí Jesús nace cada vez que viene sobre el altar y a nuestro corazón. Vamos al médico divino, maestro y amigo, y mostrarnos sin escondernos en el anonimato, y abrir nuestro corazón sin esconder los síntomas, mostrando nuestras debilidades, y mostrándonos sin esta especie de querer escondernos, y dejarle hacer, dejarle que como médico actúe en nuestra alma: “¡Señor!, que me pasa esto”...
Este encuentro sincero, de reconocer nuestras limitaciones, es la oración. Es la oración de esa desnudez espiritual, este ir directamente al Señor; este no tener miedo a sabernos como somos, porque en el fondo se identifica con mostrarnos a nosotros mismos. Decirle: “¡Señor, me pasa esto!”, significa decir: no tengo miedo a reconocerme como soy, porque tenemos esta plenitud de aceptación, saber que el Señor nos quiere como somos, y así nos encontramos muy bien, muy a gusto; por eso, queremos mostrarnos como somos. Es nuestro Maestro, una ciencia que sólo Él posee; dar un amor sin límites a Dios, todos los días.
“Cuando se nos leyó el evangelio, escuchamos las palabras mediante las cuales los ángeles anunciaron a los pastores el nacimiento, de una virgen, de Jesucristo el Señor: Gloria a Dios en los cielos y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad (Lc 2,14). Palabras de fiesta y de congratulación, no sólo para la mujer cuyo seno había dado a luz al niño, sino también para el género humano, en cuyo beneficio la virgen había alumbrado al Salvador. En verdad era digno y de todo punto conveniente que la que había procreado al Señor de cielo y tierra y había permanecido virgen después de dar a luz, viera celebrado su alumbramiento no con festejos humanos de algunas mujercillas, sino con los divinos cánticos de alabanza de un ángel. Digámoslo, pues, también nosotros, y digámoslo con el mayor gozo que nos sea posible; nosotros que no anunciamos su nacimiento a pastores de ovejas, sino que lo celebramos en compañía de sus ovejas; digamos también nosotros, vuelvo a repetirlo, con un corazón lleno de fe y con devota voz: Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad. Meditemos con fe, esperanza y caridad estas palabras divinas, este cántico de alabanza a Dios, este gozo angélico, considerado con toda la atención de que seamos capaces. Tal como creemos, esperamos y deseamos, también nosotros seremos «gloria a Dios en las alturas» cuando, una vez resucitado el cuerpo espiritual, seamos llevados al encuentro en las nubes con Cristo, a condición de que ahora, mientras nos hallamos en la tierra, busquemos la paz con buena voluntad. Vida en las alturas ciertamente, porque allí está la región de los vivos; días buenos también allí donde el Señor es siempre el mismo y sus años no pasan. Pero quien ame la vida y desee ver días buenos, cohíba su lengua del mal y no hablen mentira sus labios; apártese del mal y obre el bien, y conviértase así en hombre de buena voluntad. Busque la paz y persígala, pues paz en la tierra a los hombres de buena voluntad” (S. Agustín).
Los pastores y el canto de los ángeles. Los pastores nos abren el camino de la sencillez, el universo de Belén es el de los pequeños, que no tienen ninguna pretensión, que tienen la "clave del conocimiento". En aquellos tiempos los judíos incluían a los pastores entre los "pecadores y publicanos" debido a que, por la ignorancia religiosa, inflingían continuamente las prescripciones de la ley de Moisés. Por ello se les consideraba también como testigos no validos en los juicios. Sin embargo, fueron los escogidos por Dios para ser testigos del mayor acontecimiento de la historia. También nosotros somos invitados a ser pregoneros de la verdad, y para ello hemos de hacernos pequeños.
El canto de los ángeles tiene dos lecturas: “Gloria a Dios en las alturas, y, en la tierra, paz a los hombres de buena voluntad”, pero también “a los hombres que gozan de la benevolencia divina”, que es también la que sigue el texto castellano del gloria: “paz a los hombres que ama el Señor”. Esto nos consuela, pues si tuviéramos que tener “buena voluntad” podríamos pensar que no estamos preparados o no somos dignos de la paz prometida. De la misma forma, si traducimos a S. Pablo “todo es para bien para los que aman a Dios” el sentido de la traducción queda pobre, y quedamos desnudos pues depende de que vaya todo bien de nuestro amor a Dios. Pero la traducción se expresa mejor diciendo “todo es para bien para los que Dios ama”, “para los que Dios guarda o cuida con su beneplácito…”, pues cuando sabemos que Dios nos ama siempre, entonces estamos contentos, pues podemos tener paz porque nos sabemos destinatarios de ese amor benevolente de Dios, y llevar la paz a los demás, ser sembradores de paz.

jueves, 22 de diciembre de 2011

Adviento: 22 de Diciembre: María, la estrella de la esperanza

Adviento: 22 de Diciembre: María, la estrella de la esperanza
I Samuel 1:24-28: 24 Cuando lo hubo destetado, lo subió consigo, llevando además un novillo de tres años, una medida de harina y un odre de vino, e hizo entrar en la casa de Yahveh, en Silo, al niño todavía muy pequeño. 25 Inmolaron el novillo y llevaron el niño a Elí 26 y ella dijo: «Oyeme, señor. Por tu vida, señor, yo soy la mujer que estuvo aquí junto a ti, orando a Yahveh. 27 Este niño pedía yo y Yahveh me ha concedido la petición que le hice. 28 Ahora yo se lo cedo a Yahveh por todos los días de su vida; está cedido a Yahveh.» Y le dejó allí, a Yahveh.

Salmo (I Samuel 2,4-8): 4 El arco de los fuertes se ha quebrado, los que tambalean se ciñen de fuerza. 5 Los hartos se contratan por pan, los hambrientos dejan su trabajo. La estéril da a luz siete veces, la de muchos hijos se marchita. 6 Yahveh da muerte y vida, hace bajar al seol y retornar. 7 Yahveh enriquece y despoja, abate y ensalza. 8 Levanta del polvo al humilde, alza del muladar al indigente para hacerle sentar junto a los nobles, y darle en heredad trono de gloria, pues de Yahveh los pilares de la tierra y sobre ellos ha sentado el universo.

Evangelio (Lc 1,46-56): En aquel tiempo, dijo María: «Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, Santo es su nombre y su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los que son soberbios en su propio corazón. Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada. Acogió a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia —como había anunciado a nuestros padres— en favor de Abraham y de su linaje por los siglos». María permaneció con Isabel unos tres meses, y se volvió a su casa.

Comentario: 1.-1 S 1, 24-48: El cántico de Ana contiene exactamente los mismos temas que el «Magnificat» de María que se lee en este día... -la maternidad excepcional de esa mujer, hasta ahora, estéril, anuncia también por adelantado las dos maternidades excepcionales de Isabel y de María. -Yo soy esa mujer que estuvo aquí ante ti orando al Señor. Yo pedía este niño y el Señor me ha concedido la petición que le hice. Muy próxima ya la Navidad, la liturgia se concentra en la contemplación de María; y rememoriza los nacimientos algo milagrosos que narra el Antiguo Testamento. Ana era estéril. Suplicó a Dios que se dignara «mirar la aflicción de su sierva». Habiendo sido escuchada su oración, consagró a Dios a su hijo, el pequeño Samuel.
Misterio de la maternidad. Contemplo en silencio la alegría de María en esos días: ella espera y se prepara... -Entonces Ana dijo esta oración: «Mi corazón exulta en el Señor...». «Mi alma exalta al Señor, mi espíritu exulta en Dios, mi salvador...»
El clima interior de María es la alegría, la exultación. Trato de imaginarla esos días dichosa, ¡a pesar del desplazamiento de Nazaret a Belén para cumplir la orden de empadronamiento impuesta por el emperador de Roma! ¿Cuál es el clima interior de mi alma? ¿Suelo también recitar el «Magnificat» para cantar, en verdad, mi gozo y mi agradecimiento? -«El arco de los fuertes se quiebra, pero los débiles recobran vigor...» «Los hartos se contratan por pan, los hambrientos dejan su trabajo...» «Derriba de su trono a los poderosos, ensalza a los humildes...» «A los hambrientos los colma de bienes, a los ricos los despide vacíos...» María se sabe pequeña, humilde y modesta. No forma parte de los grupos de gente muy conocida y bien relacionada. Su única y profunda relación es Dios. No busca aparentar, en el sentido mundano. Vive ignorada por todos. Nadie a su alrededor, salvo José e Isabel, saben el gran misterio: Dios está en ella, escondido. Como María, ¿sabré yo hacer la verdadera jerarquía de valores? ¿Sabré buscar los verdaderos «bienes» y dejarme "colmar" por ellos?
-«Levanta del polvo al humilde y del estercolero alza al indigente.» «Acogió a Israel, su siervo; se acordó de su misericordia...» Toda una tradición bíblica conduce a esas expresiones: Dios ama a los pobres, se hace defensor de los débiles, de los que no tienen apoyo humano. Dichosos los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. El tema de la "alegría" y el de la "pobreza" están ligadas. ¡Concédenos, Señor, esa pobreza interior y, a la vez, esa alegría! Que en los próximos días de Navidad, el pesebre del establo de Belén, sea para mí un recuerdo y una llamada. Ciertamente, no se debe al azar el hecho que hayas querido nacer en esas condiciones de sorprendente indigencia. ¡Estamos todos demasiado acostumbrados a oírlo o a leerlo y ya no nos choca! Dios nacido en un establo... y recostado sobre la paja de un pesebre... (Noel Quesson).

2. 1Sam. 2, 1. 4-8. En la antífona de entrada de la Misa: “portones, ¡alzad los dinteles! Que se alcen las puertas eternas, va a entrar el Rey de la gloria” (Salmo 23, 7). Y en la oración colecta pedimos que al conocer la Encarnación “merezcamos gozar también de su Redención”. . .
Después de que Ana, la madre de Samuel, consagra y entrega a su hijo para que quede al Servicio de Dios, entona un cántico de alabanza al Señor; ese cántico estará muy relacionado con el cántico de María en el Nuevo Testamento. Dios ha vuelto su mirada compasiva hacia Ana que vivía seca, estéril y sin esperanza, pues Dios es quien da la muerte y la vida, quien hunde en el abismo y saca de él, quien empobrece y enriquece, quien humilla y engrandece. Aquel que confía en el Señor y se deja conducir por su Espíritu hará la obra de Dios, y, por su medio, Dios se manifestará como el Señor de la Vida a pesar de que la existencia pasada haya sido fecunda en obras malas y estéril en obras buenas. Aquellos que vivan engreídos y pagados de sí mismos lo único que harán al rechazar a Dios será encaminarse hacia su propia destrucción y humillación.
3. Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre en el Seno de María Virgen, se ha convertido para nosotros en nuestro poderoso defensor, de tal forma que sólo en Él tenemos el Camino que nos salva. Vivamos unidos a Él, consagrados a Él para que, recibiendo de Él la vida de Dios, seamos los continuadores de su Victoria sobre el pecado y la muerte, y no los vencidos y humillados por haberle abierto las puertas al mal en nosotros.María, llena del Espíritu Santo, es portadora en su seno del Hijo de Dios, y actúa con amistad, que es caridad solidaria, atención de servicio a quien lo necesita. Visita a Isabel al enterarse que está en el sexto mes en su ancianidad, y puede necesitar ayuda. María la visita y la acompaña, a la que está contenta por tener un hijo, desconcertada por el modo; María sin saberlo la confirma en su misión. Las dos están gozosas, con deseos de comprender los planes de Dios, grandiosos, inescrutables, de los que sólo conocemos siempre una pequeña parte.
María va hacia Jerusalén, y luego hacia la ciudad de Isabel, quizá va con San José, que la acompaña en todo, pues la quiere a ella y a sus cosas, y él se acomoda, que esto hace el amor que le tiene… en latín nos dice el texto que va “cum festinatione”, es decir “haciendo fiesta”, con alegría gozosa. Isabel está radiante, contenta: “¿De donde a m’ este bien, que venga la madre de mi Señor?” Y salta el niño de gozo y se alegra su corazón y la luz divina ilumina su inteligencia para comprender. La visitación de la Virgen, portadora del Consolador, de algún modo continúa en visitaciones que hace a sus hijos. Al visitarla María, la llena el Espíritu Santo, el entusiasmo de Pentecostés se adelanta en su boca y en el gozo de su hijo aún no nacido. Sus palabras son un compendio de las misericordias que el Señor ha derramado a lo largo de la historia. Por eso se repiten sin cesar en la boca de los cristianos. Y también esos frutos se renuevan a lo largo de la historia en las atenciones maternales de María con nosotros. Visitaciones que siempre dejan algo suyo, algo maternal y nos traen a Jesús, la paz, el consuelo cuando estamos afligidos, fortaleza en la lucha, refrigerio en el cansancio, ayuda en la tentación.
María lleva a Dios las cosas que oye, los elogios que le hacen, aquel “bienaventurada tú que has creído”; y escucha, pues sabe escuchar al Espíritu Santo, a Dios que habla en las profecías, en las palabras de las personas que tenemos cerca. Contenta de llevar la alegría, entiende que “la unión con Dios, la vida sobrenatural, comporta siempre la práctica atractiva de las virtudes humanas: María lleva la alegría al hogar e su prima, porque ‘lleva’ a Cristo” (San Josemaría Escrivá, Surco 566). María llevaría la mirada que refleja toda la gracia de su Hijo, que llevará luego la mirada de Jesús en sus ojos saliendo a su Madre pues de ella recibe todo su cuerpo, el alma la pone el Señor… El canto del “Magnificat” en el que prorrumpe es como una fuente que recoge el agua tantas veces represada meditando los textos de la Escritura, la misericordia divina con su gente, la ternura del cielo: “magnifica mi alma al Señor…” es un canto a la humildad: “porque ha puesto los ojos en la bajeza de su esclava”… “porque ha hecho en mí cosas grandes el Todopoderoso”. Es un espejo perfecto de lo que revela Dios en su historia: “derribó a los poderosos de su trono y ensalzó a los humildes”, es un canto a la esperanza, que nos anuncia que sus visitaciones nos acompañarán en lo que hacemos, pues sentimos la presencia de la mano amorosa de María que nos enseña la obediencia en la fe, aunque nos cueste, el amor perfecto, el amor no egoísta. Nos lleva a beber en la fuente de la felicidad, el árbol de la vida, el que nos abre las puertas de la eternidad, ya aquí en la tierra porque el cielo es vivir este Amor divino. Esta es la ciencia de María, la ciencia de la vida, el auténtico árbol de la ciencia, para poder comer del árbol de la vida: aprender a querer.
Visitaciones marianas, consuelos divinos que tanto nos ayudan… aunque lo importante, como santa María nos sugiere, es como decía alguien, no buscamos los consuelos de Dios, sino al Dios de los consuelos y nos da aquellos frutos secretos que reserva para todos los que puedan acogerlos, es decir los pequeños, los que entienden las cosas de Dios, que quieren ser sus amigos íntimos. Y estos frutos son: serenidad pase lo que pase, gozo íntimo, certeza en la esperanza de alcanzar la meta, luz para la inteligencia y alegría en la Verdad.
«Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador». El Magníficat de María que cantamos cada día en la Liturgia de las Horas acercándonos a los sentimientos y al corazón con que María se alegraba, bendecía y daba gracias a Dios por todas sus bondades. Como decía Francesc Perarnau, “María se ha beneficiado de la gracia más extraordinaria que nunca ninguna otra mujer ha recibido y recibirá: ha sido elegida por Dios, entre todas las mujeres de la historia, para ser la Madre de aquel Mesías Redentor que la Humanidad estaba esperando desde hacía siglos. Es el honor más alto nunca concedido a una persona humana, y Ella lo recibe con una total sencillez y humildad, dándose cuenta de que todo es gracia, regalo, y que Ella es nada ante la inmensidad del poder y de la grandeza de Dios, que ha obrado maravillas en Ella (cf. Lc 1,49). Una gran lección de humildad para todos nosotros, hijos de Adán y herederos de una naturaleza humana marcada profundamente por aquel pecado original del que, día tras día, arrastramos las consecuencias”.
La humildad es, especialmente, fundamento de la caridad: “la morada de la caridad es la humildad “ (Sobre la virginidad), decía San Agustín. Muchas faltas de caridad han sido provocadas por faltas previas de vanidad, orgullo, egoísmo, deseos de sobresalir. Hemos de estar en nuestro sitio, trabajando para Dios, y evitar que la ambición nos ofusque, y menos convertir la vida en una loca carrera por puestos cada vez más altos. La persona humilde conoce sus limitaciones y posibilidades, es siempre una ayuda, tiene paciencia con los defectos de quienes lo rodean, y evita el juicio negativo sobre los demás. Entre los caminos para llegar a la humildad está, en primer lugar, el desearla ardientemente, valorarla y pedirla al Señor; ser dóciles; recibir con alegría la corrección fraterna; aceptar las humillaciones en silencio, por amor al Señor; la obediencia rápida y alegre; y sobre todo la alcanzaremos en el servicio a los demás. Jesús es el ejemplo supremo de humildad, y nadie sirvió a los hombres con tanta solicitud como Él lo hizo. María, al confesarse esclava del Señor, se llena de gozo. Nosotros lo tendremos si somos humildes como Ella (F. Fernández Carvajal).
Finaliza el tiempo de Adviento, de esperanza, y María quien nos enseña el mejor camino, el que marca con su oración. Es el camino de la esperanza. Ahora, cuando Navidad está a las puertas, y “el Señor está cerca”, como recuerda la liturgua, echamos la vista atrás en este proceso que comenzó con la fiesta de la Inmaculada y su novena... y al mismo tiempo adelante, hacia la noche santa: "Qué cielo mas azul aquella noche! / Parece que se vea el infinito, / el Infinito sin velos, / más allá de la luna y de las estrellas. // La luna y las estrellas brillan tan claro / en el azul infinito de la noche santa, / que el alma se encanta / allá..." (Joan Maragall). En todo este caminar, hemos ido con “Maria”, que significa entre otras acepciones "estrella de la mañana" en lengua hebrea: recuerda la estrella que daba orientación a los navegantes, porque conocieran el camino en la oscuridad de la noche. Así la estrella guía a los Magos, y nosotros queremos seguir nuestra estrella hasta llegar a Jesús…
Cuentan que había millones de estrellas en el cielo, estrellas de todo los colores: blancas, plateadas, rojas, azules, doradas. Un día, inquietas, se acercaron a san Gabriel –que es su jefe- y le propusieron: "- nos gustaría vivir en la Tierra, convivir con las personas." -"Sea", respondió. Se dice que aquella noche hubo una fantástica lluvia de estrellas. Algunas se acurrucaron en las torres de las iglesias, otras fueron a jugar y correr junto con las luciérnagas por los campos, otras se mezclaron con los juguetes de los niños. La Tierra quedó, entonces, maravillosamente iluminada. Pero con el correr del tiempo, las estrellas decidieron abandonar a los hombres y volver al cielo, dejando a la tierra oscura y triste. "-¿Por qué habéis vuelto?", preguntó Gabriel, a medida que ellas iban llegando al cielo. "-Nos fue imposible permanecer en la Tierra, allí hay mucha miseria, mucha violencia, demasiadas injusticias". Les contestó Gabriel: "-Claro. La Tierra es el lugar de lo transitorio, de aquello que cae, de aquel que yerra, de aquel que muere. Nada es perfecto. El Cielo es el lugar de lo inmutable, de lo eterno, de la perfección." Después de que había llegado gran cantidad de estrellas, Gabriel, que sabe muchas matemáticas, las dijo: "-Falta una estrella... ¿dónde estará?". Un ángel que estaba cerca replicó: "-Hay una estrella que quiso quedarse entre los hombres. Descubrió que su lugar es exactamente donde existe la imperfección, donde hay límites, donde las cosas no van bien, donde hay dolor. Es la Esperanza, la estrella verde. La única estrella de ese color." Y cuando miraron para la tierra, la estrella no estaba sola: la Tierra estaba nuevamente iluminada porque había una estrella verde en el corazón de cada persona. Porque el único sentimiento que el hombre tiene y el cielo no necesita retener es la Esperanza, ella es propia de la persona humana, de aquel que yerra, de aquel que no es perfecto, de aquel que no sabe cómo puede conocer el porvenir.
Maria es nuestra esperanza, la que nos guía a Jesús, que nos ha dado en el pesebre. No obliga, nos muestra el camino, respeta nuestra libertad, como hace la estrella, ilumina. Este es el modelo para toda educación, tanto la de los padres con los hijos, la de los miembros de la Iglesia en su apostolado, o como ciudadanos a nivel social y cultural: no se trata sólo de transmitir conocimientos, sino vida, dar luz, ser un referente –estrella- en un mundo de gente que no sabe hacia dónde ir, que necesita maestros. Con qué alegría nos dice un amigo: “quiero contarte esta pena, sólo puedo explicártelo a ti, que me inspiras confianza”. Y estos guías necesitan luz, dar del calor que tienen; Maria nos trae a Jesús que nos quiere dar luz y calor, nos llena de optimismo y esperanza que va más allá de lo que vemos, que a veces puede parecernos algo negro, que nos proyecta hacia lo que no vemos. Leí hace poco: "Ciertamente, es muy difícil practicar la esperanza en los tiempos que vivimos. Muchísimas son las cosas que militan en su contra: las críticas y ataques, los valores morales en declive, el materialismo. Humanamente hay poquísimos motivos para la esperanza; pero la esperanza no se basa en meras consideraciones humanas, sino en la bondad de Dios, y tenemos que poner lo que está de nuestra parte." La creación está esperando, expectante, esta luz. Pienso que el speranto, esta lengua que pretende unir a los hombres, tienen como lema la estrella verde, la esperanza. Dios niño viene a decirnos que sí, que podemos aprender la lengua de los hijos de Dios, que nos une a todos, en un mundo en el que todos seamos hermanos. Navidad nos habla de que si Dios se ha hecho Niño, es posible un mundo mejor, en el que reine la alegría. Que por muy negro que parezca el futuro, y nuestros conflictos parezcan sin solución, siempre hay un punto en lo más profundo del alma –¡la estrella verde!- que emana la luz y el calor de Belén, que nos llena y nunca nos deja sentirnos vacíos, que es fuente inagotable de ilusiones y proyectos. Porque Jesús entra dentro de la Historia, es solidario con todo lo nuestro, y nunca nos sentiremos solos: “Si las estrellas bajan para mirarte, / detrás de cada estrella / camina un ángel” (Luis Rosales). Llucià Pou Sabaté

martes, 20 de diciembre de 2011

Adviento: 21 de Diciembre: María es modelo de cómo servir, con la alegría de tener al Señor

Adviento: 21 de Diciembre: María es modelo de cómo servir, con la alegría de tener al Señor

Cantar de los cantares 2,8-14: escuchad, ¡oigo la voz de mi amado! Mirad cómo viene, brincando por las montañas, saltando por los montes. Mi amado corre como una gacela, como un ciervo joven. Ya está aquí fuera, detrás de la pared, mirando por la ventana, espiando por la celosía.
Mi amado me dice: “levántate, amiga mía, hermosa mía, y ven. Mira, ha pasado el invierno, la lluvia se ha ido, ya se ven flores alrededor, es el tiempo en que cantan los pájaros y se oyen las tórtolas en nuestros campos. La higuera da los primeros frutos y las viñas floridas esparcen perfume. Levántate y ven, amiga mía. Paloma mía, que te escondes dentro las grietas de las rocas: déjame ver tu cara, hazme sentir tu voz, que tu voz es dulce y tu cara bonita”.

Salmo 32: Celebrad al Señor con la lira, / acompañadle con el arpa en vuestros cantos, / dedicadle un cántico nuevo, / tocad acompañándole la aclamación.
Los planes del Señor persisten, / mantén siempre los propósitos de su corazón. / Feliz la nación que tiene al Señor por Dios, / feliz el pueblo que él ha escogido por heredad.
Tenemos puesta la esperanza en el Señor, / auxilio nuestro y escudo que nos protege. / Es la alegría de nuestro corazón, / y confiamos en la presencia de su nombre.

Texto del Evangelio (Lc 1,39-45): En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena de Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!».

Comentario: 1. Cant. Es un canto para unas nupcias, este libro canta el amor humano, completamente fascinado por su novedad. El joven pide a la muchacha que vaya a reunirse con él, y su deseo es tan ardiente y lozano como la primavera de Palestina. La naturaleza se hace cómplice. Es la estación de los amores: la tórtola hace oír su arrullo en el campo, mientras el sol madura los frutos.
-Salta por las colinas, semejante a la gacela o a un joven cervatillo.
Efectivamente, Dios ha debido de salvar muchas distancias para llegar hasta nosotros. No solamente «montes y colinas», sino la distancia infinita de la divinidad a la humanidad. Nada es obstáculo para Dios. Salta, ligero y ágil. Viene.
-Mi amado ha hablado y me ha dicho: «Levántate, amada mía, hermosa mía y vente». El amor es recíproco. Tenemos, ahora, la declaración de Dios. Ama y desea a la humanidad. Esta es tratada por Dios como la «amada» la «muy hermosa». Dios se hizo hombre porque ama a la humanidad, la ve hermosa. También debemos nosotros amar lo que Dios ama: nuestra vida humana es la obra maestra de su inteligencia y de su Amor. ¡El es quien ha creado esto! El Hijo de Dios es concebido en un seno materno de mujer, toma un cuerpo y un alma humanas, nace, toma «condición humana»... ¡todo eso prueba que lo encuentra hermoso!
-Porque, mira, ha pasado el invierno... Aparecen las flores en el campo... el tiempo de las canciones ha llegado... Se oye el arrullo de la tórtola. Echa la higuera sus yemas, la viña en flor exhala su fragancia... Son las «imágenes» tradicionales que en todos los pueblos son expresión del amor: primavera... flores... perfumes... canciones... felicidad. Esas expresiones poéticas, en los escritos proféticos, caracterizan siempre la era mesiánica. El mismo Jesús las repite también cuando, al anunciar su retorno al final de los tiempos, lo presenta como la llegada de la «primavera»: «cuando veis que la higuera echa sus yemas tiernas, sabéis que el verano está cerca, así también el reino de Dios está cerca...» (Mt 24, 32). La venida de Dios inaugura una era de felicidad. «Tranquilízanos, Señor, en las pruebas, en esta vida en que esperamos la felicidad que nos prometes, y el advenimiento de Jesucristo, nuestro Salvador.» Danos, Señor, desde ahora, ese gozo interior que viene de ti... y que resulta colmado en la eternidad.
-Muéstrame tu semblante, déjame oír tu voz. Porque tu voz es dulce y tu rostro, hermoso. Nos lo dice Dios, que ama a la humanidad. ¿Soy digno de ello? (Noel Quesson).
Pues bien; si ardiente y profundo es el amor humano, y tan evidentes son los gestos en que se expresa, ¿no podemos utilizar esa trama vital para cantar poéticamente, místicamente, el intenso amor de Dios, creador, padre, amigo, salvador, hacia el hombre que es su hijo, hacia el alma o conciencia que percibe sus delicias espirituales? Ciertamente, desde los viejos comentarios a la Biblia, ya por parte de los judíos, este libro habría que entenderlo en sentido alegórico, es decir, leyendo Dios donde dice “enamorado”, y leyendo Alma-persona donde dice “enamorada”. Quien lea a san Juan de la Cruz en su Cántico Espiritual entenderá un poco de todo esto, entenderá el amor de la Navidad.
Otro tipo de lectura o comentario, meramente pasional y sensual, no da en la clave del Amor a lo divino. No lo leyeron así María e Isabel en su Canto de fe.
2. Sal. 33 (32). Dios tiene un proyecto de salvación sobre todo lo creado: Él quiere salvarnos, hacernos hijos suyos y hacernos participar de su Gloria eternamente. Y para llevar adelante este Plan de salvación nos envió a su propio Hijo, hecho uno de nosotros, para conducirnos sanos y salvos a su Reino celestial. Alegrémonos porque el Señor nos ha escogido para que formemos parte de su Pueblo Santo. Entonémosle un cántico nuevo no sólo con instrumentos externos a nosotros; ni sólo con nuestra voz. Que toda nuestra vida se convierta en una continua alabanza de su Santo Nombre. Confiemos siempre en el amor de Dios, pues Él jamás nos ha abandonado, a pesar de que muchas veces nuestro cántico ha sido un cántico destemplado a causa de nuestras maldades y pecados. Sin embargo, a pesar de como haya sido nuestra vida, el Señor nos vuelve a llamar para que en Cristo encontremos el perdón y el Camino que lleve a unirnos a Él. Pongamos nuestra vida en manos del Señor, confiando en Él no sólo para que nos conceda cosas pasajeras, sino para que vivamos comprometidos con Él en la construcción de un mundo renovado cada vez más en Cristo Jesús.
3. Lc 1,39-45. Este Evangelio que leemos cuatro días antes de Navidad continúa el relato de la Anunciación, y la llena de gracia, animada por el Espíritu Santo, sabiendo que Isabel la podía necesitar, partió sin dilación, en latín dice el texto: “cum festinatione”, que en catalán también se dice: “haciendo fiesta”, es decir de modo festivo, alegre, de prisa y contenta, como se ha dicho es la alegría al sentir en sus entrañas a Jesús, es como la primera Procesión del Corpus, la presencia del Huésped, y ese dulce peso pone alas a sus pies. "Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz". Quizá, acompañada de san José, llegó a aquella población de las montañas de Judea, Aín-Karim.
Ahí sucede el segundo anuncio, cuando Isabel nota a su hijo que salta de gozo en sus entrañas y ella, llena del Espíritu Santo, exclama “con gran voz”, es decir gritando en un éxtasis bendito: "Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre. ¿Quién soy yo para que la madre de mi Señor venga a verme? Apenas llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno. Dichosa tú que has creído, porque se cumplirá cuanto te fue anunciado de parte del Señor". (Como respuesta, María pronunciará uno de los cánticos más bellos que jamás hayan sido pronunciados, el Magnificat.)
Hoy vemos a María, la mujer del “sí”, que pronuncia un “sí” no sólo con la boca, sino con todo su ser, alma y cuerpo, voluntad recia que lleva al servicio. Es un modelo fascinante de prontitud, generosidad y gozosa entrega. El don de su maternidad se amplía, se hace extensible al Hombre Dios y a todo hombre, imagen de su Hijo Dios. Maternidad y servicio van así unidos para siempre. ¿Qué genera la alegría: la presencia de Jesús en ella, la maternidad o el servicio? Pienso que las tres cosas van unidas: asumir la presencia de Dios con una disposición llena de fe, vivir la vocación consiguiente a la obediencia de esta fe, y el servicio abnegado que esta vocación conlleva. En concreto, la maternidad y la paternidad, entendida como vocación hecha vida en las familias y enfocada al servicio a los demás, a la apertura del don de sí, es siempre fuente de alegría. Estos años hay una cultura “de la muerte” y es importante recordar –como hace la Iglesia- que la familia es “santuario de la vida”. Y ver la vida enraizada en la vocación al servicio –don de sí- y alegría, como estamos recordando.
Hoy leemos el Evangelio del servicio, que da alegría y es la mejor manifestación de la libertad. Juan Pablo II decía que la anticoncepción y el aborto «tienen sus raíces en una mentalidad hedonista e irresponsable respecto a la sexualidad y presuponen un concepto egoísta de la libertad, que ve en la procreación un obstáculo al desarrollo de la propia personalidad».
Lejos de abandonarse a quietud de la contemplación, estando tranquilamente en su casa de Nazaret, la caridad es imaginativa, tiene inventiva, y actúa según los medios que tengamos a mano: "La caridad es servicial, no busca sólo su propio interés, y lo soporta todo" (1Cor. 13). San Bernardo dice que desde entonces María quedó constituida en "Canal inmenso" por medio del cual la bondad de Dios envía hacia nosotros las cantidades más admirables de gracias, favores y bendiciones. Tomo de autor desconocido estas palabras: María, en la Visitación, se hace también "servidora del prójimo", "servicio de la caridad a domicilio", Nuestra Señora de los servicios domésticos. Nuestra Señora del delantal puesto, Nuestra Señora de los mandados, Nuestra Señora de la cocina y de la escoba. Es así modelo en su viaje, para los viajes de servicio que nosotros podamos también hacer. Podemos pensarlo cada vez que meditamos este misterio del Rosario. Dice mi amigo Àngel Caldas: “La alegría de Dios y de María se ha esparcido por todo el mundo. Para darle paso, basta con abrirse por la fe a la acción constante de Dios en nuestra vida, y recorrer camino con el Niño, con Aquella que ha creído, y de la mano enamorada y fuerte de san José. Por los caminos de la tierra, por el asfalto o por los adoquines o terrenos fangosos, un cristiano lleva consigo, siempre, dos dimensiones de la fe: la unión con Dios y el servicio a los otros. Todo bien aunado: con una unidad de vida que impida que haya una solución de continuidad entre una cosa y otra”. Llucià Pou Sabaté