Jueves de la 3ª semana de Adviento. No se apartará de Judá el cetro, Genealogía de Jesucristo, hijo de David
Génesis 49,1-2.8-10. En aquellos días, Jacob llamó a sus hijos y les dijo: «Reuníos, que os voy a contar lo que os va a suceder en el futuro; agrupaos y escuchadme, hijos de Jacob, oíd a vuestro padre Israel: A ti, Judá, te alabarán tus hermanos, pondrás la mano sobre la cerviz de tus enemigos, se postrarán ante ti los hijos de tu padre. Judá es un león agazapado, has vuelto de hacer presa, hijo mío; se agacha y se tumba como león o como leona, ¿quién se atreve a desafiarlo? No se apartará de Judá el cetro, ni el bastón de mando de entre sus rodillas, hasta que venga aquel a quien está reservado, y le rindan homenaje los pueblos.»
Salmo 71,1-2.3-4ab.7-8.17. R .Que en sus días florezca la justicia, y la paz abunde eternamente
Dios mío, confía tu juicio al rey, tu justicia al hijo de reyes, para que rija a tu pueblo con justicia, a tus humildes con rectitud.
Que los montes traigan paz, y los collados justicia; que él defienda a los humildes del pueblo, socorra a los hijos del pobre. Que en sus días florezca la justicia y la paz hasta que falte la luna; que domine de mar a mar, el Gran Río al confín de la tierra. Que su nombre sea eterno, y su fama dure como el sol; que él sea la bendición de todos los pueblos, y lo proclamen dichoso todas las razas de la tierra.
Evangelio según san Mateo 1,1-17: Genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abrahán. Abrahán engendró a Isaac, Isaac a Jacob, Jacob a Judá y a sus hermanos. Judá engendró, de Tamar, a Farés y a Zará, Farés a Estón, Esrón a Aram, Aram a Aminadab, Aminadab a Naasón, Naasón a Salmón, Salmón engendró, de Rahab, a Booz; Booz engendró, de Rut, a Obed; Obed a Jesé, Jesé engendró a David, el rey. David, de la mujer de Urías, engendró a Salomón, Salomón a Roboam, Roboam a Abías, Abías a Asaf, Asaf a Josafat, Josafat a Joram, Joram a Ozías, Ozías a Joatán, Joatán a Acaz, Acaz a Ezequías, Ezequías engendró a Manasés, Manasés a Amós, Amós a Josías; Josías engendró a Jeconías y a sus hermanos, cuando el destierro de Babilonia. Después del destierro de Babilonia, Jeconías engendró a Salatiel, Salatiel a Zorobabel, Zorobabel a Abiud, Abiud a Eliaquín, Eliaquín a Azor, Azor a Sadoc, Sadoc a Aquirn, Aquím a Eliud, Eliud a Eleazar, Eleazar a Matán, Matán a Jacob; y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo. Así, las generaciones desde Abrahán a David fueron en total catorce; desde David hasta la deportación a Babilonia, catorce; y desde la deportación a Babilonia hasta el Mesías, catorce.
Comentario: 1.- Is 54,1-10 (ver 4ª lectura de la vigilia pascual). El poema que leemos hoy en Isaías está lleno de imágenes sorprendentes. Dios es el esposo siempre fiel. Israel, la esposa casquivana que ha sido infiel y ha tenido que vivir, en castigo, como esposa abandonada, estéril, llena de vergüenza. Ahora Dios la invita a volver a su amor. Si vuelve, el suyo ya no será un futuro sin esperanza: ya no será estéril, tendrá muchos hijos, y se verá obligada a ensanchar la tienda para que quepan todos en ella. Ya no pasará vergüenza como si siguiera siendo soltera o estéril o viuda. «El que te hizo te tomará por esposa». «Como a mujer abandonada y abatida te vuelve a llamar el Señor». «Por un instante te abandoné, pero con gran cariño te reuniré, con misericordia eterna te quiero, dice el Señor». Es un lenguaje entrañable, que muestra los planes de salvación que Dios tiene para con su pueblo. Dios ofrece el perdón a Israel, le muestra su afecto, le invita a retornar a su vera.
Jesús en el evangelio se comparará a sí mismo con el novio. Su Reino será como el banquete de bodas del Novio, del Cordero, que es él mismo. El que estuvo en las bodas de Caná y convirtió el agua en el vino bueno de la alegría y del amor. El Esposo que se entregó en la cruz por su Esposa la Iglesia. Es una imagen valiente y hermosa, que se aplica en el A.T. a la relación de Dios con su Pueblo, y en el N.T. a la de Cristo con su Iglesia. Dios nos asegura su amor eterno: «aunque se retiren los montes y vacilen las colinas, no se retirará de ti mi misericordia ni mi alianza de paz vacilará, dice el Señor que te quiere». La iniciativa es de él. Él es el que ama primero. Habla de la restauración, canta la fecundidad de la nueva Jerusalén. Estéril durante el exilio, puesto que la ciudad había quedado desierta, Jerusalén tendrá hijos, de nuevo. ¡Hay que «gritar»... «gritar de júbilo», "romper en gritos de alegría", dice el Señor! Una vez más notemos esa invitación a una religión alegre; de ningún modo a una religión «fácil» o beata-ingenua, porque esas palabras van dirigidas a gente anonadada, humillada, a hombres que todo podría llevarles a la tristeza y la desesperación. La alegría, que Dios nos pide, ¿de dónde procede? -Tu esposo es tu Creador. La razón de la alegría, incluso en situaciones humanamente sin salida, es el "amor de Dios" por nosotros. Dios afirma que nos ha desposado. Ese tema de los esponsales será desarrollado en tres estrofas.-Como mujer abandonada y contristada de espíritu te llamó el Señor. ¿Es repudiada la mujer de la juventud? Dice el Señor... Los pecados de Jerusalén han sido considerados por Dios como un adulterio; y Dios fue obligado a dar una carta de repudio -el exilio-. Pero Dios no olvida a la que El ha seguido amando. Ni siguiera el pecado puede parar ese amor. Entonces... Dios anula la carta de repudio. -Por un momento te abandoné, pero con gran ternura te recogeré. En un arranque de furor te oculté mi rostro por un momento; pero en mi amor eterno, tengo piedad de ti. Dice el Señor... Hay que volver a leer despacio esas palabras de amor ardiente. ¡Solamente los más apasionados amores humanos pueden darnos una idea de los sentimientos de Dios por su pueblo, por nosotros, por todos los hombres! «Mi amor eterno...» «Mi amor eterno...» Cuando san Pablo repetirá a los esposos que «su amor es grande, porque es el signo -el sacramento- del amor de Cristo y de la Iglesia (Ef 5-32), no hará sino repetir esas palabras mismas de Dios. -¡Juro que no me irritaré más contra ti! ¡Que no te amenazaré! Aun cuando los montes se movieran y las colinas tambalearan, mi amor por ti no cambiará, mi alianza de paz no será alterada, ha declarado el Señor en su compasión por ti... Ciertamente, así me ama Dios. Es preciso callarse y escuchar esas declaraciones. Es preciso ser muy humilde, pequeño, porque no merecemos en absoluto ser amados hasta tal punto (Noel Quesson).
3.- Lc 7,24-30. De nuevo una alabanza del Bautista en labios de Jesús. Juan no es una caña agitada por el viento. No se doblega ni ante las presiones ni ante los halagos. Ha mostrado su reciedumbre hasta el testimonio de la muerte. No usa vestidos delicados ni lleva una vida de lujo. Da un ejemplo admirable de austeridad. Éste sí que puede ser un auténtico profeta, un mensajero de Dios que prepara los caminos de Cristo, como había anunciado el profeta Malaquías, a quien cita Jesús. Pero una vez más, Jesús tiene que quejarse de que a un profeta así le han escuchado la gente sencilla, los más pecadores, pero «los fariseos y los letrados, que no han aceptado su bautismo, frustraron el designio de Dios para con ellos».
En este Adviento se repite la invitación de Dios, ahora a su Iglesia, o sea, a cada uno de nosotros. La invitación a volver más decididamente a su amor, como esposa fiel, dispuesta a abandonar sus distracciones extramatrimoniales. ¿Quién puede decir que no necesita esta llamada? ¿a quién no le crece más, a lo largo del año, «el hombre viejo» que el nuevo? ¿quién puede asegurar que no ha habido desvíos y olvidos en su vida de fe y en su fidelidad a Dios?
La figura del Bautista también nos interpela: ahí tenemos, según Cristo, el modelo de un seguidor recio y fiel de los planes de Dios. Comparados con él, ¿podemos asegurar que somos personas de carácter, que no obran siguiendo la moda, lo fácil, lo que halaga, lo que hacen todos? ¿que somos sinceros para con Dios, fieles a su amor? Esta pregunta nos la podemos hacer los sacerdotes y los religiosos, y cada uno de los fieles cristianos. Porque nuestra relación de amor y fidelidad con Dios puede conocer en cada caso episodios de ida y de vuelta, de pasos adelante y pasos atrás. Y el Adviento, y la próxima Navidad, es una ocasión para revisar nuestra vida y volver al amor primero.
Para que no se pueda decir de nosotros lo que Jesús, con pena, tuvo que decir de los fariseos: que frustraron los planes que Dios tenía sobre ellos. Si no aceptamos la venida de Cristo a nuestras vidas, es un «fracaso de Dios»: su programa de salvación para este año no se cumplirá, por culpa nuestra.
Además, de Juan debemos aprender la lección de su honradez de profeta y precursor: no se buscó a si mismo («él tiene que crecer, yo tengo que menguar»), no sintió ninguna clase de envidia ni celos por el éxito de Jesús entre sus discípulos. Nosotros ¿nos buscamos a nosotros, en nuestro trabajo apostólico? ¿nos alegramos del bien, sea quien sea quien lo hace? ¿o la paga que buscamos es el premio de las alabanzas humanas? (J. Aldazábal).
-Así que hubieron partido los enviados de Juan, Jesús se dirigió a la muchedumbre y les habló de Juan. El punto de partida de los sermones de Jesús solía ser algo actual. Vamos a tener aquí un ejemplo típico de su estilo. -"¿Qué salisteis a ver en el desierto?" ¿Siempre esta manera interrogativa, provocadora? Jesús va directamente a las motivaciones profundas, como decimos hoy. Quiere que las gentes tomen conciencia del sentido de sus gestiones. ¿Por qué haces esto? ¿Cuál es el sentido que tú das a tal actitud? Trato de oír a Jesús, que, hoy y a mí, me hace esta clase de preguntas. -¿Una caña sacudida por el viento? Lenguaje a base de imágenes, enigmático, que corresponde al modo de pensar de los pueblos de oriente. Lenguaje que, más que afirmar, sugiere. Juan Bautista ¿una caña que se dobla según el viento? ¡Vaya por Dios! ¿Un hombre que cambia de parecer y se pliega a todas las modas del día? Si está en la cárcel precisamente por su firmeza inflexible y por su valentía. Jesús no aparenta estimar mucho la debilidad de carácter. Señor, ayúdanos a ser flexibles y firmes, acogedores y exigentes a la vez. -O ¿algún hombre vestido con ropas delicadas? Esto tampoco parece ser muy del gusto de Jesús. A través de ese tono, algo polémico y mordaz oigo y entiendo el juicio de Jesús sobre la riqueza y el lujo. -Pero, ya sabéis que los que visten ropas preciosas y viven entre delicias, están en los palacios de los reyes. ¡Esto es duro! Y a la vez refleja bien el juicio habitual de las gentes sencillas, sobre ciertos modos de malgastar el dinero. Juan Bautista, por lo contrario, vestía una simple piel de camello y no comía sino langostas y miel silvestre, alimentos pobres del desierto. Manifiestamente Jesús admira a ese tipo de hombre, capaz de vivir muy sobriamente como un asceta. ¿Me lleva esto a reconsiderar tal o cual aspecto de mi vida? -En fin, ¿qué salisteis a ver? ¿Un profeta? Sí, ciertamente yo os lo aseguro, y aún más que un profeta: pues él es de quien está escrito: "Mira que yo envío delante de ti a mi mensajero, para que vaya preparándote el camino." Ser "el que prepara un camino" para otro (Malaquías 3, 1) Tarea eminente de los padres y de las madres, respecto a sus hijos. Tarea de los apóstoles. Tarea de todos aquellos que quieren que algo o alguien progrese. -Entre los hombres, ningún profeta es mayor que Juan Bautista, sin embargo el más pequeño en el Reino de Dios, es mayor que él. Jesús es verdaderamente consciente de la novedad absoluta que El aporta. Una nueva era comienza. El tiempo del Antiguo Testamento ha terminado. Jesús, a la vez que rinde testimonio al valer de Juan Bautista pone de relieve que se ha quedado en el umbral del Nuevo Testamento: ¿comprendió Juan que Jesús sobrepasaba todas las esperas y todas las profecías? No nos vanagloriemos de ser más lúcidos que Juan: ya que muy a menudo reducimos a Jesús a nuestras cortas esperanzas (Noel Quesson).
miércoles, 14 de diciembre de 2011
Miércoles de la 3ª semana de Adviento. Los cielos son llamados a destilar el rocío… ha llegado la salvación: “Anunciad a Juan lo que habéis visto y oí
Miércoles de la 3ª semana de Adviento. Los cielos son llamados a destilar el rocío… ha llegado la salvación: “Anunciad a Juan lo que habéis visto y oído”
Libro de Isaías 45 y 6b-8.18.21b-25. «Yo soy el Señor, y no hay otro: artífice de la luz, creador de las tinieblas, autor de la paz, creador de la desgracia; yo, el Señor, hago todo esto. Cielos, destilad el rocío; nubes, derramad la victoria; ábrase la tierra, y brote la salvación, y con ella germine la justicia; el Señor, lo he creado.» Así dice el Señor, creador del cielo -él es Dios-, él modeló la tierra, la fabricó y la afianzó; no la creó vacía, sino que la formó habitable: «Yo soy el Señor, y no hay otro. No hay otro Dios fuera de mí. Yo soy un Dios justo y salvador, y no hay ninguno más. Volveos hacia mí para salvaros, confines de la tierra, pues yo soy Dios, y no hay otro. Yo juro por mi nombre, de mi boca sale una sentencia, una palabra irrevocable: "Ante mí se doblará toda rodilla, por mí jurará toda lengua"; dirán: "Sólo el Señor tiene la justicia y el poder." A él vendrán avergonzados los que se enardecían contra él; con el Señor triunfará y se gloriará la estirpe de Israel.»
Salmo 84,9ab-10.11-12.13-14. R. Cielos, destilad el rocío; nubes, derramad al justo.
Voy a escuchar lo que dice el Señor: «Dios anuncia la paz a su pueblo y a sus amigos.» La salvación está ya cerca de sus fieles, y la gloria habitará en nuestra tierra.
La misericordia y la fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se besan; la fidelidad brota de la tierra, y la justicia mira desde el cielo.
El Señor nos dará la lluvia, nuestra tierra dará su fruto la justicia marchará ante él, la salvación seguirá sus pasos.
Evangelio según san Lucas 7,19-23. En aquel tiempo, Juan envió a dos de sus discípulos a preguntar al Señor: - «¿Eres tú el que ha de venir, o tenemos que esperar a otro?» Los hombres se presentaron a Jesús y le dijeron: -«Juan, el Bautista, nos ha mandado a preguntarte: "¿Eres tú el que ha de venir, o tenemos que esperar a otro?"» Y en aquella ocasión Jesús curó a muchos de enfermedades, achaques y malos espíritus, y a muchos ciegos les otorgó la vista. Después contestó a los enviados: -«Id a anunciar a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los inválidos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el Evangelio. Y dichoso el que no se escandalice de mí.»
Comentario: 1.- Is 45,6b-8.18.21b-26. El capítulo 45 de Isaías comienza con un oráculo de investidura dedicado a Ciro. Por primera vez en la historia del pueblo escogido un oráculo favorable se dirige a un rey extranjero llamándolo "el ungido". Después de las invasiones de Babilonia y Siria cuya política era arrasar y aniquilar los pueblos conquistados, el gobierno de Persia, más permisivo y conciliador, resulta una bendición para la nación judía. Dentro de ese canto dirigido a Ciro, rey de Persia, se halla el verso 8º: "Que los cielos manden de lo alto la lluvia y que las nubes descarguen la justicia. Que se abra la tierra y produzca su fruto que es la salvación. La tradición de la Iglesia y la liturgia han aplicado estos versos a la venida del Salvador. Cristo es el primer "brote" de la nueva humanidad renovada. Justicia y salvación son los frutos de la humanidad fecundada por la misericordia divina.
Esta es una de las profecías de Isaías que el Adviento ha tenido más en cuenta. La renovación mesiánica es anunciada como una «primavera». La naturaleza entera se renueva y participa a la eclosión del Mesías.
-Que los cielos destilen el rocío. Que las nubes derramen la justicia y produzca la salvación. Que la justicia haga que crezcan a la vez todos sus brotes... Visión poética y optimista. Una vez más, oímos esa revelación constante de la Biblia. La humanidad no puede ser feliz, sin que la naturaleza obtenga de ello un beneficio. La tierra reseca recibe un «rocío» que la hace "fecunda" y las yemas brotan de todas partes. Concepción optimista de la naturaleza.
-¡Yo, el Señor, he creado todo esto! Así habla el Señor, el Creador de los cielos. Que ha modelado la tierra y la ha formado. No la creó como un desierto, sino para que fuera habitada. Constantemente debemos volver a encontrar ese sentido profundo de las cosas, ese optimismo enraizado. Efectivamente, Dios hizo hermosa la tierra; y quiere que sea bella, fecunda y dichosa. El anuncio de la era mesiánica, anuncia también ese renuevo. ¿Cuál es mi participación en esa renovación? Concebir todo mi trabajo, mi vida de familia, mis compromisos, como una cooperación a Dios creador.
-Yo soy el Señor. No existe ningún otro. No hay otro Dios, sino Yo. Ese optimismo está fundado en un monoteísmo feroz. Isaías es el más estricto defensor del monoteísmo: ¡un solo Dios! ¡No hay otro!
-Un Dios justo y salvador, no hay otro fuera de mi. ¡Volveos a mí y seréis «salvados», habitantes de toda la tierra! La reivindicación divina no es una reivindicación orgullosa y tiránica... ¡un monopolio! ¡Es un «servicio»! Soy el único que puedo salvaros. No erréis la dirección. ¡Seria un gran daño para vosotros buscar una «salvación» fuera de mí! Seríais muy desgraciados. Malograríais vuestra vida. Esto fue dicho no sólo al pueblo hebreo, sino a "todos los habitantes de la tierra", en un universalismo sorprendente para aquella época. Cristo Jesús ha venido. Leamos de nuevo esas frases proféticas pensando en El. ¡Sálvanos, Señor! ¡Salva a todos los habitantes de la tierra!
-¡Sólo al Señor la justicia y la fuerza! A El se volverán avergonzados los que se habían levantado contra El. Cristo cambia los corazones: los que estaban "contra El", van «hacia El». Esta es la maravillosa primavera anunciada. Cumple, Señor, tu promesa. Cambia el corazón de los hombres (Noel Quesson).
Con la posibilidad cada vez más cercana del retorno de los desterrados, Isaías sigue afianzando con mayor fuerza aquella esperanza de la liberación. Precisamente el capítulo 45 comienza con la alusión a Ciro, el rey persa que permitirá el regreso. Este rey es llamado Ungido, mi ungido. El profeta lo considera un instrumento importante de Dios y por eso no duda denominarlo ungido = Mesiáh = Mesías. Sin embargo el pueblo no puede confundirse. No porque Ciro sea el medio por el cual habrá liberación, podrán ellos suplantar a Dios. Precisamente los primeros versículos de la perícopa que nos presenta hoy la liturgia son la ratificación del único Señorío de Dios. Los especialistas asumen que a partir de aquí ya se puede empezar a hablar de un monoteísmo teórico en Israel. Es decir, la evolución teológica ha madurado al punto de no reconocer ninguna otra divinidad para ningún otro pueblo; YHWH es único y no hay otro fuera de él. Antes del exilio, el concepto era distinto; los demás pueblos tenían sus dioses. Israel seguía únicamente a YHWH como al Verdadero, pero ello no implicaba que no se reconocieran otras divinidades.
El monoteísmo teórico implica, por tanto, un estadio más avanzado en el proceso de reflexión teológica de Israel, y este es el camino de la paternidad universal de Dios. Si uno solo es Dios, él es el único que ha podido crearlo todo, por él todo subsiste y se mantiene, a él única y exclusivamente acudirán todos los pueblos de la tierra. Con toda razón, pues, Isaías es el gran promotor de esta etapa teológica, gracias a él y a su predicación Israel se abre paso a una nueva etapa de la revelación.
Dios por medio de su Hijo, encarnado por obra del Espíritu Santo en el Señor purísimo de María Virgen, nos ofrece el perdón de nuestros pecados y la vida eterna. Y aun cuando esta oferta de parte de Dios ya está hecha, no puede hacerse realidad en nosotros si no abrimos nuestro corazón a la justificación que nos viene de Dios. Por eso podemos decir que cada uno va colaborando con la gracia para que la Redención no quede inutilizada en nosotros, ni caiga como en saco roto. De una u otra forma también vamos colaborando para que la salvación llegue nuestro prójimo. Incluso cuando alguien se levante en contra nuestra y nos calumnie, maldiga, persiga o crucifique, estará colaborando con Dios para que seamos purificados y lleguemos como un holocausto digno a su presencia. Aprendamos a alabar a Dios y a confiarnos a Él no sólo cuando todo marche bien, sino incluso en los momentos más difíciles de nuestra vida, imitando así al Señor que, perdonando a sus verdugos, confió su Espíritu en manos de su Padre Dios, sabiendo que era necesario padecer todo eso, para entrar así en su Gloria.
2. Sal. 85 (84). El Padre Dios nos envió su Palabra eterna, para que los que la escuchemos y pongamos en práctica, seamos eternamente bienaventurados en su presencia. Sin embargo la Palabra de Dios llega a nosotros como una buena semilla, que habiendo sido sembrada en nuestros corazones, necesita dar fruto, y frutos abundantes de salvación. Por eso el Señor derrama en nosotros la lluvia abundante de su gracia y de su Espíritu Santo, para que no sólo nos llamemos hijos de Dios, sino que lo seamos en verdad, y lo manifestemos con nuestras buenas obras, pues de lo que está lleno el corazón de eso habla la boca. Dios siempre ha sido bondadoso para con nosotros; si Él nos ha dado su Vida, demos frutos de justicia y de paz; sólo así nos habremos puesto en camino tras las huellas de Cristo hacia la Gloria del Padre.
El único que puede salvar es Dios. Él es el todopoderoso, el creador de la luz y las tinieblas, de la paz y de las tribulaciones. Sólo a él podemos clamar pidiendo salvación y justicia.
Los profetas intentaban recordar al pueblo -siempre olvidadizo y distraído- la existencia y la actuación de ese Dios trascendente, el único, el «todo Otro», lleno de poder y de misericordia a la vez, Señor del cosmos y de la historia.
De esta convicción brota la oración más propia del Adviento: «cielos, lloved vuestro rocío, ábrase la tierra y brote el Salvador». El único que puede concedernos eso es Dios: «yo, el Señor, lo he creado. ¿Quién anunció esto desde antiguo? ¿no fui yo, el Señor?». El salmo 84 es uno de los más propios del tiempo de Adviento: «la salvación está ya cerca de sus fieles». Seria bueno que lo rezáramos entero, reposadamente, por ejemplo después de la comunión, o en un momento de oración personal.
3. Lc 7,19-23. Histórica o no, la pregunta del Bautista ha condensado su destino de mensajero que anuncia la llegada del juicio de Dios sobre la tierra. Por eso, cuando los días han pasado, cuando acaba su vida en el fracaso aparente de una cárcel, es lógico que toda su existencia se convierta en la voz de una llamada: ¿Eres tú el que ha de venir? Esta pregunta es el sentido de la historia de Israel. Cuando se ha escuchado la voz de los profeta que evocan un futuro de presencia de Dios sobre la tierra; cuando todos los días se siente la urgencia de los apocalípticos, que anuncian el juicio ya inminente; cuando por doquier se advierten (y se aguardan) los signos de un futuro despertar del cosmos, la figura de Jesús tiene que suscitar una pregunta: ¿Eres tú el que ha de venir o esperamos a otro? Esa pregunta sigue flotando en medio de la historia. Los hombres que aguardan y aceleran la irrupción de la justicia (los marxistas); los que sueñan con un mundo más humano; los que esperan un futuro cataclismo que destruya los cimientos del orden establecido; los que simplemente sufren aplastados por la figura de Jesús, siguen preguntando: "¿Eres tú el que ha de venir o esperamos a otro?" La respuesta de Jesús se despliega en el plano de los principios de los hechos. En el plano de los principios Jesús ha tomado como norma la esperanza de Israel, que aguarda la salvación definitiva de los hombres (reflejada en la cita de Is 35, 5 y 61,1): sólo cuando el mundo cambie, cuando surja una existencia nueva que destruya la ceguera, pequeñez y muerte de los hombres puede hablarse de irrupción (o de llegada) del Mesías de Dios sobre la tierra.
Pasando al plano de los hechos, Jesús ha mostrado el inmenso atrevimiento de afirmar que la novedad del mundo nuevo ha irrumpido ya sobre la tierra: los pobres reciben la buena noticia, caminan los que estaban impedidos, ven los ciegos y los muertos resucitan. Mirada desde fuera, esta pretensión produce escándalo (7, 23): es verdad que ha curado a unos enfermos; es verdad que ha ofrecido a unos cuantos la ilusión del reino... Pero, en el fondo, todo sigue igual; los pobres continúan oprimidos; desesperan y mueren los enfermos; se pudren en la tumba los que han muerto.
Sobre esta pretensión de Jesús se dividen los espíritus. Por más que le admiren, los judíos de todos los tiempos, los marxistas de hoy día o simplemente los incrédulos, suponen que Jesús ha fracasado. Puede haber tenido buenos gestos e intenciones, pero al fin todo continúa como siempre. Por eso, después de haber preguntado "¿eres tú el que ha de venir?", responden, quizá con tristeza: ¡No, Jesús no era el que ha de venir! Y siguen esperando (o desesperando). En cambio, los cristianos admiten el testimonio de Jesús y piensan que en el gesto de su vida (su amor y sus milagros) ha comenzado a irrumpir sobre el mundo la realidad definitiva (la victoria de la vida sobre la muerte).
A manera de conclusiones señalamos: a) Dios no se revela solamente en el final, cuando la vida haya destruido la muerte: Dios se está manifestando a través de toda la historia de Jesús, en sus milagros iniciales, en el fracaso de su muerte y en el comienzo nuevo de su pascua. b) Los milagros de Jesús tienen sentido como principio de un camino que (pasando ciertamente por la muerte) conduce a la resurrección universal, en la que se mostrará abiertamente que era "el que ha de venir". c) Nosotros creemos en Jesús en la medida en que llevamos la "buena noticia de la libertad" a los pobres, en la medida en que ayudamos a los necesitados; sólo así testimoniamos nuestra fe en la Pascua (com, edic. Marova).
-Juan Bautista, llamando a dos de sus discípulos, los envió a Jesús para que le hiciesen esta pregunta,; "¿Eres tú aquel que ha de venir, o debemos esperar a otro? Es necesario captar primero el drama profundo que encierra esta pregunta. Juan Bautista es un hombre que, como todos sus contemporáneos, esperaba con ardiente intensidad un Mesías triunfador y purificador por el fuego. Decía: "El os bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego; tomará en su mano el bieldo, y limpiará su era, guardará después el trigo en su granero, y quemará la paja con fuego que no se apaga".
Estas eran las palabras llenas de ardor con las que Juan Bautista había anunciado anteriormente al Mesías. Ahora bien, Señor, ¿qué esperas? ¿Eres Tú éste? A menudo, ¿no es esa también nuestra pregunta y nuestra extrañeza? ¿Por qué Dios no se manifiesta mejor? ¿Por qué no nos da signos más claros de su poder? La respuesta de Jesús, para ser mejor recibida, requiere haber pasado un tiempo de prueba y de experiencia de esta especie de escándalo.
-En la misma hora curó Jesús a muchos de sus enfermedades y llagas, y de espíritus malignos, y dio vista a muchos ciegos. ¡Tales son los signos! Ante todo son signos de amor para la humanidad pobre y aplastada, signos de liberación de la desgracia. Tal es Dios. No es ante todo, aquel que hace gala de su poder, sino "aquel que ha venido para servir", es el que salva... porque ama. ¿De qué modo colaboro en el trabajo de Dios?
-Respondióles, pues, diciendo: "Id y contad a Juan las cosas que habéis visto y oído..." Jesús, no ha comenzado por contestar; ha comenzado por actuar. Me paro a contemplar esta actitud. Jesús no tiene prisa en aportar argumentos, en discutir, en demostrar intelectualmente. Silenciosamente, "pasa haciendo el bien", "potente en la acción... en la palabra" (Hechos 10, 38). Procuro imaginar a Jesús en medio de estos enfermos, tratando de hacerles bien... sus gestos, las breves palabras que les dirige.
-Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan... Jesús cita al profeta Isaías (29, 18. 19; 35, 5-6) Así se inserta en la gran tradición de Israel, en la espera que le ha precedido. Adviento nos hace revivir este tiempo de espera. Son tantos los hombres que hoy también esperan la liberación de todo lo que pesa sobre sus vidas. En mi plegaria, expreso a Dios lo que percibo concretamente a mi alrededor de esta inmensa aspiración de la humanidad.
-A los pobres... se les anuncia la Buena Nueva. Es el resumen de todos los otros beneficios. Hablar a los pobres, decirles alguna cosa "buena" para ellos. Hablar al corazón de los pobres para darles una noticia, la buena nueva de su liberación. Está claro el por qué; en un tal asunto, hay que actuar primero antes que hablar. Y yo, ¿soy quizá de los que a menudo me contento con sólo mis buenas intenciones?
-Y bienaventurado aquel que no se escandalizare por causa mía. Una bienaventuranza nueva: No escandalizarse por las preferencias divinas (Noel Quesson).
Este poder salvador de Dios se manifestaba ya en el A.T., pero sobre todo en Cristo Jesús.
El Bautista, que sigue siendo el personaje de esta semana, no sabemos si para cerciorarse él mismo, o para dar a sus discípulos la ocasión de convencerse de la venida del Mesías, les envía desde la cárcel con la pregunta crucial: «¿eres tú, o esperamos a otro?» El Bautista orienta a sus discípulos hacia Jesús. Luego ellos, como Andrés con su hermano Simón Pedro, irán comunicando a otros la buena noticia de la llegada del Mesías. La respuesta de Jesús es muy concreta y está llena de sentido pedagógico.
Son sus obras las que demuestran que en él se cumplen los signos mesiánicos que anunciaban los profetas y que hemos ido escuchando en las semanas anteriores: devuelve la vista a los ciegos, cura a muchos de sus achaques y malos espíritus, resucita a los muertos, y a los pobres les anuncia la Buena Noticia. Ésa es la mejor prueba de que está actuando Dios: el consuelo, la curación, la paz, el anuncio de la Buena Noticia de la salvación.
En el mundo de hoy son muchos los que siguen en actitud de búsqueda, formulando, más o menos conscientemente, la misma pregunta: «¿eres tú o esperamos a otro?, ¿de dónde nos vendrá la felicidad, el pleno sentido de la vida? ¿de la Iglesia, de las ideologías, de las instituciones, de las religiones orientales, de las sectas, de los estimulantes? Porque no vemos que vayan reinando la justicia y la paz en este mundo». Nuestra respuesta debería ser tan concreta como la de Jesús, y en la misma dirección. Sólo puede ser evangelizadora una comunidad cristiana que cura, que atiende, que infunde paz y esperanza, que libera, que se muestra llena de misericordia. La credibilidad de la Iglesia, y de cada uno de nosotros, se consigue sólo si hacemos el bien a nuestro alrededor. Como en el caso de Jesús, de quien se pudo decir que «pasó haciendo el bien».
Como el Bautista ayuda a reconocer a Jesús, ¿actuamos también nosotros de precursores a nuestro alrededor? No hace falta ser sacerdote u obispo para eso. Todo cristiano puede, en este Adviento, ante todo crecer él mismo en su fe, y luego transmitirla a los demás, evangelizar, conducir a Jesús. Pueden ser precursores de Jesús los padres para con los hijos, los amigos con los amigos, los catequistas con su grupo. Y a veces al revés: los hijos para los padres, los discípulos para con el maestro. Según quién ayude y acompañe a quién, desde su fe y su convicción. Todo el que está trabajando a su modo en el campo de la evangelización, está acercando la salvación a este mundo, está siendo profeta y precursor de Adviento para los demás. Para que no sigan esperando a otro, Y se enteren que ya ha venido el Salvador enviado por Dios.
El programa mesiánico no se ha cumplido todavía. No reinan en la medida que prometían los profetas la justicia y la paz. El programa mesiánico sólo está inaugurado, sigue en marcha hasta el final. Y somos nosotros los que lo llevamos adelante. Cuanto más se manifieste la justicia y la esperanza en nuestro alrededor, tanto mejor estamos viviendo el Adviento y preparando la Navidad.
En la Eucaristía, antes de comulgar, rezamos todos juntos el Padrenuestro. Y en esta oración hay una invocación que ahora en Adviento podemos decir con más convicción interior: «venga a nosotros tu Reino». Con el compromiso de que no sólo pedimos que venga el Salvador, sino también que nosotros trabajaremos en la construcción, en nuestro mundo de hoy, de ese Reino que trae paz y salvación a todos (J. Aldazábal).
Lucas subraya que la fama de Jesús se va extendiendo por todas partes: "por toda la judea y las regiones vecinas contaban lo que Jesús había hecho" (Lc 7, 17). Juan el Bautista se entera de lo que Jesús está haciendo y envía mensajeros para que le pregunten sí él es el Mesías, el Esperado. Jesús no da una respuesta con palabras, sino con hechos tan significantes que atestiguan por sí solos que ha llegado el Reino de Dios. La Palabra y la acción de Jesús son al mismo tiempo denuncia y anuncio. Denuncian a la sociedad que masacra al pueblo, y anuncian una sociedad nueva donde el pueblo será liberado para convertirse en protagonista de un mundo nuevo, centrado en la vida (servicio biblico latinoamericano).
La pregunta que Juan manda a decir a Jesús en el evangelio de hoy nos deja con una inquietud a nosotros: ¿dudaba Juan? Es posible que, como ser humano que era, agobiado además por una prisión injusta y cruel, hubiera llegado al extremo de sus fuerzas y se preguntara si todo había valido la pena. O es posible que en un acto supremo de heroico desprendimiento haya enviado a sus discípulos sólo para que estos se convencieran de quién era aquel a quien ahora debían seguir. La pregunta en todo caso sirve de ocasión para que Cristo haga hablar no a sus labios sino a sus manos, pues son las obras de amor y salvación las que proclaman aquí quién es el Señor.
Puede extrañar la frase final de lo que dice Jesús, "Dichoso el que no se escandalice de mí." Recordemos que "escandalizarse" según el sentido original del término es "tropezar," esto es, encontrar algo que impide seguir avanzando o creyendo. ¿Y cómo puede Cristo ser motivo de escándalo? Puede serlo porque la audacia de su amor y las exigencias de su seguimiento pueden parecer excesivas. Reconocer que Cristo es admirable no es difícil; reconocer en él la Palabra que define mi vida y el juez de mi existencia no es obvio, y necesitamos auxilio de lo Alto para no equivocarnos, o como dice Cristo, no "escandalizarnos."
Jesús nace en una cueva, oculto a los ojos de los hombres que lo esperan, y unos pastores de alma sencilla serán sus primeros adoradores. La sencillez de aquellos hombres les permitirá ver al Niño que les han anunciado. También nosotros lo hemos encontrado y es lo más extraordinario de nuestra pobre existencia. Sin el Señor nada valdría nuestra vida. Se nos da a conocer con señales claras. No necesitamos más pruebas para verle. Dios da siempre señales para descubrirle. Pero hacen falta buenas disposiciones interiores para ver al Señor que pasa a nuestro lado. Sin humildad y pureza de corazón es imposible reconocerle, aunque esté muy cerca. Nuestra propia historia personal está llena de señales para que no equivoquemos el camino. Nosotros podemos decir, como se le dijo Andrés a su hermano Simón: ¡Hemos encontrado al Mesías!
Tener visión sobrenatural es ver las cosas como Dios las ve, aprender a interpretar y juzgar los acontecimientos desde el ángulo de la fe. Sólo así entenderemos nuestra vida y el mundo en el que estamos. El Señor nos da suficiente luz para seguir el camino: si somos humildes no tendremos que pedir nuevas señales. Lo que pasa es que a veces nos sobra pereza o nos falta correspondencia a la gracia. El Señor ha de encontrarnos con esa disposición humilde y llena de autenticidad, que excluye los prejuicios y permite escuchar al Señor, porque a veces Su voluntad contraría nuestros proyectos o nuestros caprichos.
No hay otro a quien esperar. Jesucristo está en nosotros y nos llama. Iesus Christus heri, et hodie; ipse et in saecula (Hebreos 13, 8). “¡Cuánto me gusta recordarlo!: Jesucristo, el mismo que fue ayer para los Apóstoles y las gentes que le buscaban, vive hoy para nosotros, y vivirá por los siglos. Somos los hombres los que a veces no alcanzamos a descubrir su rostro, perennemente actual, porque miramos con ojos cansados o turbios” (J. Escrivá de Balaguer). Nosotros queremos ver al Señor, tratarle, amarle y servirle. ¡Abrid de par en par las puertas a Cristo!, nos anima su Vicario (Juan Pablo II). Debemos desear una nueva conversión para contemplarle en esta próxima Navidad. La Virgen nos ayudará a prepararnos para recibirle, y su fortaleza ayudará nuestra debilidad, y nos hará comprobar que para Dios nada es imposible (Francisco Fernández Carvajal). Llucià Pou Sabaté
Libro de Isaías 45 y 6b-8.18.21b-25. «Yo soy el Señor, y no hay otro: artífice de la luz, creador de las tinieblas, autor de la paz, creador de la desgracia; yo, el Señor, hago todo esto. Cielos, destilad el rocío; nubes, derramad la victoria; ábrase la tierra, y brote la salvación, y con ella germine la justicia; el Señor, lo he creado.» Así dice el Señor, creador del cielo -él es Dios-, él modeló la tierra, la fabricó y la afianzó; no la creó vacía, sino que la formó habitable: «Yo soy el Señor, y no hay otro. No hay otro Dios fuera de mí. Yo soy un Dios justo y salvador, y no hay ninguno más. Volveos hacia mí para salvaros, confines de la tierra, pues yo soy Dios, y no hay otro. Yo juro por mi nombre, de mi boca sale una sentencia, una palabra irrevocable: "Ante mí se doblará toda rodilla, por mí jurará toda lengua"; dirán: "Sólo el Señor tiene la justicia y el poder." A él vendrán avergonzados los que se enardecían contra él; con el Señor triunfará y se gloriará la estirpe de Israel.»
Salmo 84,9ab-10.11-12.13-14. R. Cielos, destilad el rocío; nubes, derramad al justo.
Voy a escuchar lo que dice el Señor: «Dios anuncia la paz a su pueblo y a sus amigos.» La salvación está ya cerca de sus fieles, y la gloria habitará en nuestra tierra.
La misericordia y la fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se besan; la fidelidad brota de la tierra, y la justicia mira desde el cielo.
El Señor nos dará la lluvia, nuestra tierra dará su fruto la justicia marchará ante él, la salvación seguirá sus pasos.
Evangelio según san Lucas 7,19-23. En aquel tiempo, Juan envió a dos de sus discípulos a preguntar al Señor: - «¿Eres tú el que ha de venir, o tenemos que esperar a otro?» Los hombres se presentaron a Jesús y le dijeron: -«Juan, el Bautista, nos ha mandado a preguntarte: "¿Eres tú el que ha de venir, o tenemos que esperar a otro?"» Y en aquella ocasión Jesús curó a muchos de enfermedades, achaques y malos espíritus, y a muchos ciegos les otorgó la vista. Después contestó a los enviados: -«Id a anunciar a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los inválidos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el Evangelio. Y dichoso el que no se escandalice de mí.»
Comentario: 1.- Is 45,6b-8.18.21b-26. El capítulo 45 de Isaías comienza con un oráculo de investidura dedicado a Ciro. Por primera vez en la historia del pueblo escogido un oráculo favorable se dirige a un rey extranjero llamándolo "el ungido". Después de las invasiones de Babilonia y Siria cuya política era arrasar y aniquilar los pueblos conquistados, el gobierno de Persia, más permisivo y conciliador, resulta una bendición para la nación judía. Dentro de ese canto dirigido a Ciro, rey de Persia, se halla el verso 8º: "Que los cielos manden de lo alto la lluvia y que las nubes descarguen la justicia. Que se abra la tierra y produzca su fruto que es la salvación. La tradición de la Iglesia y la liturgia han aplicado estos versos a la venida del Salvador. Cristo es el primer "brote" de la nueva humanidad renovada. Justicia y salvación son los frutos de la humanidad fecundada por la misericordia divina.
Esta es una de las profecías de Isaías que el Adviento ha tenido más en cuenta. La renovación mesiánica es anunciada como una «primavera». La naturaleza entera se renueva y participa a la eclosión del Mesías.
-Que los cielos destilen el rocío. Que las nubes derramen la justicia y produzca la salvación. Que la justicia haga que crezcan a la vez todos sus brotes... Visión poética y optimista. Una vez más, oímos esa revelación constante de la Biblia. La humanidad no puede ser feliz, sin que la naturaleza obtenga de ello un beneficio. La tierra reseca recibe un «rocío» que la hace "fecunda" y las yemas brotan de todas partes. Concepción optimista de la naturaleza.
-¡Yo, el Señor, he creado todo esto! Así habla el Señor, el Creador de los cielos. Que ha modelado la tierra y la ha formado. No la creó como un desierto, sino para que fuera habitada. Constantemente debemos volver a encontrar ese sentido profundo de las cosas, ese optimismo enraizado. Efectivamente, Dios hizo hermosa la tierra; y quiere que sea bella, fecunda y dichosa. El anuncio de la era mesiánica, anuncia también ese renuevo. ¿Cuál es mi participación en esa renovación? Concebir todo mi trabajo, mi vida de familia, mis compromisos, como una cooperación a Dios creador.
-Yo soy el Señor. No existe ningún otro. No hay otro Dios, sino Yo. Ese optimismo está fundado en un monoteísmo feroz. Isaías es el más estricto defensor del monoteísmo: ¡un solo Dios! ¡No hay otro!
-Un Dios justo y salvador, no hay otro fuera de mi. ¡Volveos a mí y seréis «salvados», habitantes de toda la tierra! La reivindicación divina no es una reivindicación orgullosa y tiránica... ¡un monopolio! ¡Es un «servicio»! Soy el único que puedo salvaros. No erréis la dirección. ¡Seria un gran daño para vosotros buscar una «salvación» fuera de mí! Seríais muy desgraciados. Malograríais vuestra vida. Esto fue dicho no sólo al pueblo hebreo, sino a "todos los habitantes de la tierra", en un universalismo sorprendente para aquella época. Cristo Jesús ha venido. Leamos de nuevo esas frases proféticas pensando en El. ¡Sálvanos, Señor! ¡Salva a todos los habitantes de la tierra!
-¡Sólo al Señor la justicia y la fuerza! A El se volverán avergonzados los que se habían levantado contra El. Cristo cambia los corazones: los que estaban "contra El", van «hacia El». Esta es la maravillosa primavera anunciada. Cumple, Señor, tu promesa. Cambia el corazón de los hombres (Noel Quesson).
Con la posibilidad cada vez más cercana del retorno de los desterrados, Isaías sigue afianzando con mayor fuerza aquella esperanza de la liberación. Precisamente el capítulo 45 comienza con la alusión a Ciro, el rey persa que permitirá el regreso. Este rey es llamado Ungido, mi ungido. El profeta lo considera un instrumento importante de Dios y por eso no duda denominarlo ungido = Mesiáh = Mesías. Sin embargo el pueblo no puede confundirse. No porque Ciro sea el medio por el cual habrá liberación, podrán ellos suplantar a Dios. Precisamente los primeros versículos de la perícopa que nos presenta hoy la liturgia son la ratificación del único Señorío de Dios. Los especialistas asumen que a partir de aquí ya se puede empezar a hablar de un monoteísmo teórico en Israel. Es decir, la evolución teológica ha madurado al punto de no reconocer ninguna otra divinidad para ningún otro pueblo; YHWH es único y no hay otro fuera de él. Antes del exilio, el concepto era distinto; los demás pueblos tenían sus dioses. Israel seguía únicamente a YHWH como al Verdadero, pero ello no implicaba que no se reconocieran otras divinidades.
El monoteísmo teórico implica, por tanto, un estadio más avanzado en el proceso de reflexión teológica de Israel, y este es el camino de la paternidad universal de Dios. Si uno solo es Dios, él es el único que ha podido crearlo todo, por él todo subsiste y se mantiene, a él única y exclusivamente acudirán todos los pueblos de la tierra. Con toda razón, pues, Isaías es el gran promotor de esta etapa teológica, gracias a él y a su predicación Israel se abre paso a una nueva etapa de la revelación.
Dios por medio de su Hijo, encarnado por obra del Espíritu Santo en el Señor purísimo de María Virgen, nos ofrece el perdón de nuestros pecados y la vida eterna. Y aun cuando esta oferta de parte de Dios ya está hecha, no puede hacerse realidad en nosotros si no abrimos nuestro corazón a la justificación que nos viene de Dios. Por eso podemos decir que cada uno va colaborando con la gracia para que la Redención no quede inutilizada en nosotros, ni caiga como en saco roto. De una u otra forma también vamos colaborando para que la salvación llegue nuestro prójimo. Incluso cuando alguien se levante en contra nuestra y nos calumnie, maldiga, persiga o crucifique, estará colaborando con Dios para que seamos purificados y lleguemos como un holocausto digno a su presencia. Aprendamos a alabar a Dios y a confiarnos a Él no sólo cuando todo marche bien, sino incluso en los momentos más difíciles de nuestra vida, imitando así al Señor que, perdonando a sus verdugos, confió su Espíritu en manos de su Padre Dios, sabiendo que era necesario padecer todo eso, para entrar así en su Gloria.
2. Sal. 85 (84). El Padre Dios nos envió su Palabra eterna, para que los que la escuchemos y pongamos en práctica, seamos eternamente bienaventurados en su presencia. Sin embargo la Palabra de Dios llega a nosotros como una buena semilla, que habiendo sido sembrada en nuestros corazones, necesita dar fruto, y frutos abundantes de salvación. Por eso el Señor derrama en nosotros la lluvia abundante de su gracia y de su Espíritu Santo, para que no sólo nos llamemos hijos de Dios, sino que lo seamos en verdad, y lo manifestemos con nuestras buenas obras, pues de lo que está lleno el corazón de eso habla la boca. Dios siempre ha sido bondadoso para con nosotros; si Él nos ha dado su Vida, demos frutos de justicia y de paz; sólo así nos habremos puesto en camino tras las huellas de Cristo hacia la Gloria del Padre.
El único que puede salvar es Dios. Él es el todopoderoso, el creador de la luz y las tinieblas, de la paz y de las tribulaciones. Sólo a él podemos clamar pidiendo salvación y justicia.
Los profetas intentaban recordar al pueblo -siempre olvidadizo y distraído- la existencia y la actuación de ese Dios trascendente, el único, el «todo Otro», lleno de poder y de misericordia a la vez, Señor del cosmos y de la historia.
De esta convicción brota la oración más propia del Adviento: «cielos, lloved vuestro rocío, ábrase la tierra y brote el Salvador». El único que puede concedernos eso es Dios: «yo, el Señor, lo he creado. ¿Quién anunció esto desde antiguo? ¿no fui yo, el Señor?». El salmo 84 es uno de los más propios del tiempo de Adviento: «la salvación está ya cerca de sus fieles». Seria bueno que lo rezáramos entero, reposadamente, por ejemplo después de la comunión, o en un momento de oración personal.
3. Lc 7,19-23. Histórica o no, la pregunta del Bautista ha condensado su destino de mensajero que anuncia la llegada del juicio de Dios sobre la tierra. Por eso, cuando los días han pasado, cuando acaba su vida en el fracaso aparente de una cárcel, es lógico que toda su existencia se convierta en la voz de una llamada: ¿Eres tú el que ha de venir? Esta pregunta es el sentido de la historia de Israel. Cuando se ha escuchado la voz de los profeta que evocan un futuro de presencia de Dios sobre la tierra; cuando todos los días se siente la urgencia de los apocalípticos, que anuncian el juicio ya inminente; cuando por doquier se advierten (y se aguardan) los signos de un futuro despertar del cosmos, la figura de Jesús tiene que suscitar una pregunta: ¿Eres tú el que ha de venir o esperamos a otro? Esa pregunta sigue flotando en medio de la historia. Los hombres que aguardan y aceleran la irrupción de la justicia (los marxistas); los que sueñan con un mundo más humano; los que esperan un futuro cataclismo que destruya los cimientos del orden establecido; los que simplemente sufren aplastados por la figura de Jesús, siguen preguntando: "¿Eres tú el que ha de venir o esperamos a otro?" La respuesta de Jesús se despliega en el plano de los principios de los hechos. En el plano de los principios Jesús ha tomado como norma la esperanza de Israel, que aguarda la salvación definitiva de los hombres (reflejada en la cita de Is 35, 5 y 61,1): sólo cuando el mundo cambie, cuando surja una existencia nueva que destruya la ceguera, pequeñez y muerte de los hombres puede hablarse de irrupción (o de llegada) del Mesías de Dios sobre la tierra.
Pasando al plano de los hechos, Jesús ha mostrado el inmenso atrevimiento de afirmar que la novedad del mundo nuevo ha irrumpido ya sobre la tierra: los pobres reciben la buena noticia, caminan los que estaban impedidos, ven los ciegos y los muertos resucitan. Mirada desde fuera, esta pretensión produce escándalo (7, 23): es verdad que ha curado a unos enfermos; es verdad que ha ofrecido a unos cuantos la ilusión del reino... Pero, en el fondo, todo sigue igual; los pobres continúan oprimidos; desesperan y mueren los enfermos; se pudren en la tumba los que han muerto.
Sobre esta pretensión de Jesús se dividen los espíritus. Por más que le admiren, los judíos de todos los tiempos, los marxistas de hoy día o simplemente los incrédulos, suponen que Jesús ha fracasado. Puede haber tenido buenos gestos e intenciones, pero al fin todo continúa como siempre. Por eso, después de haber preguntado "¿eres tú el que ha de venir?", responden, quizá con tristeza: ¡No, Jesús no era el que ha de venir! Y siguen esperando (o desesperando). En cambio, los cristianos admiten el testimonio de Jesús y piensan que en el gesto de su vida (su amor y sus milagros) ha comenzado a irrumpir sobre el mundo la realidad definitiva (la victoria de la vida sobre la muerte).
A manera de conclusiones señalamos: a) Dios no se revela solamente en el final, cuando la vida haya destruido la muerte: Dios se está manifestando a través de toda la historia de Jesús, en sus milagros iniciales, en el fracaso de su muerte y en el comienzo nuevo de su pascua. b) Los milagros de Jesús tienen sentido como principio de un camino que (pasando ciertamente por la muerte) conduce a la resurrección universal, en la que se mostrará abiertamente que era "el que ha de venir". c) Nosotros creemos en Jesús en la medida en que llevamos la "buena noticia de la libertad" a los pobres, en la medida en que ayudamos a los necesitados; sólo así testimoniamos nuestra fe en la Pascua (com, edic. Marova).
-Juan Bautista, llamando a dos de sus discípulos, los envió a Jesús para que le hiciesen esta pregunta,; "¿Eres tú aquel que ha de venir, o debemos esperar a otro? Es necesario captar primero el drama profundo que encierra esta pregunta. Juan Bautista es un hombre que, como todos sus contemporáneos, esperaba con ardiente intensidad un Mesías triunfador y purificador por el fuego. Decía: "El os bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego; tomará en su mano el bieldo, y limpiará su era, guardará después el trigo en su granero, y quemará la paja con fuego que no se apaga".
Estas eran las palabras llenas de ardor con las que Juan Bautista había anunciado anteriormente al Mesías. Ahora bien, Señor, ¿qué esperas? ¿Eres Tú éste? A menudo, ¿no es esa también nuestra pregunta y nuestra extrañeza? ¿Por qué Dios no se manifiesta mejor? ¿Por qué no nos da signos más claros de su poder? La respuesta de Jesús, para ser mejor recibida, requiere haber pasado un tiempo de prueba y de experiencia de esta especie de escándalo.
-En la misma hora curó Jesús a muchos de sus enfermedades y llagas, y de espíritus malignos, y dio vista a muchos ciegos. ¡Tales son los signos! Ante todo son signos de amor para la humanidad pobre y aplastada, signos de liberación de la desgracia. Tal es Dios. No es ante todo, aquel que hace gala de su poder, sino "aquel que ha venido para servir", es el que salva... porque ama. ¿De qué modo colaboro en el trabajo de Dios?
-Respondióles, pues, diciendo: "Id y contad a Juan las cosas que habéis visto y oído..." Jesús, no ha comenzado por contestar; ha comenzado por actuar. Me paro a contemplar esta actitud. Jesús no tiene prisa en aportar argumentos, en discutir, en demostrar intelectualmente. Silenciosamente, "pasa haciendo el bien", "potente en la acción... en la palabra" (Hechos 10, 38). Procuro imaginar a Jesús en medio de estos enfermos, tratando de hacerles bien... sus gestos, las breves palabras que les dirige.
-Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan... Jesús cita al profeta Isaías (29, 18. 19; 35, 5-6) Así se inserta en la gran tradición de Israel, en la espera que le ha precedido. Adviento nos hace revivir este tiempo de espera. Son tantos los hombres que hoy también esperan la liberación de todo lo que pesa sobre sus vidas. En mi plegaria, expreso a Dios lo que percibo concretamente a mi alrededor de esta inmensa aspiración de la humanidad.
-A los pobres... se les anuncia la Buena Nueva. Es el resumen de todos los otros beneficios. Hablar a los pobres, decirles alguna cosa "buena" para ellos. Hablar al corazón de los pobres para darles una noticia, la buena nueva de su liberación. Está claro el por qué; en un tal asunto, hay que actuar primero antes que hablar. Y yo, ¿soy quizá de los que a menudo me contento con sólo mis buenas intenciones?
-Y bienaventurado aquel que no se escandalizare por causa mía. Una bienaventuranza nueva: No escandalizarse por las preferencias divinas (Noel Quesson).
Este poder salvador de Dios se manifestaba ya en el A.T., pero sobre todo en Cristo Jesús.
El Bautista, que sigue siendo el personaje de esta semana, no sabemos si para cerciorarse él mismo, o para dar a sus discípulos la ocasión de convencerse de la venida del Mesías, les envía desde la cárcel con la pregunta crucial: «¿eres tú, o esperamos a otro?» El Bautista orienta a sus discípulos hacia Jesús. Luego ellos, como Andrés con su hermano Simón Pedro, irán comunicando a otros la buena noticia de la llegada del Mesías. La respuesta de Jesús es muy concreta y está llena de sentido pedagógico.
Son sus obras las que demuestran que en él se cumplen los signos mesiánicos que anunciaban los profetas y que hemos ido escuchando en las semanas anteriores: devuelve la vista a los ciegos, cura a muchos de sus achaques y malos espíritus, resucita a los muertos, y a los pobres les anuncia la Buena Noticia. Ésa es la mejor prueba de que está actuando Dios: el consuelo, la curación, la paz, el anuncio de la Buena Noticia de la salvación.
En el mundo de hoy son muchos los que siguen en actitud de búsqueda, formulando, más o menos conscientemente, la misma pregunta: «¿eres tú o esperamos a otro?, ¿de dónde nos vendrá la felicidad, el pleno sentido de la vida? ¿de la Iglesia, de las ideologías, de las instituciones, de las religiones orientales, de las sectas, de los estimulantes? Porque no vemos que vayan reinando la justicia y la paz en este mundo». Nuestra respuesta debería ser tan concreta como la de Jesús, y en la misma dirección. Sólo puede ser evangelizadora una comunidad cristiana que cura, que atiende, que infunde paz y esperanza, que libera, que se muestra llena de misericordia. La credibilidad de la Iglesia, y de cada uno de nosotros, se consigue sólo si hacemos el bien a nuestro alrededor. Como en el caso de Jesús, de quien se pudo decir que «pasó haciendo el bien».
Como el Bautista ayuda a reconocer a Jesús, ¿actuamos también nosotros de precursores a nuestro alrededor? No hace falta ser sacerdote u obispo para eso. Todo cristiano puede, en este Adviento, ante todo crecer él mismo en su fe, y luego transmitirla a los demás, evangelizar, conducir a Jesús. Pueden ser precursores de Jesús los padres para con los hijos, los amigos con los amigos, los catequistas con su grupo. Y a veces al revés: los hijos para los padres, los discípulos para con el maestro. Según quién ayude y acompañe a quién, desde su fe y su convicción. Todo el que está trabajando a su modo en el campo de la evangelización, está acercando la salvación a este mundo, está siendo profeta y precursor de Adviento para los demás. Para que no sigan esperando a otro, Y se enteren que ya ha venido el Salvador enviado por Dios.
El programa mesiánico no se ha cumplido todavía. No reinan en la medida que prometían los profetas la justicia y la paz. El programa mesiánico sólo está inaugurado, sigue en marcha hasta el final. Y somos nosotros los que lo llevamos adelante. Cuanto más se manifieste la justicia y la esperanza en nuestro alrededor, tanto mejor estamos viviendo el Adviento y preparando la Navidad.
En la Eucaristía, antes de comulgar, rezamos todos juntos el Padrenuestro. Y en esta oración hay una invocación que ahora en Adviento podemos decir con más convicción interior: «venga a nosotros tu Reino». Con el compromiso de que no sólo pedimos que venga el Salvador, sino también que nosotros trabajaremos en la construcción, en nuestro mundo de hoy, de ese Reino que trae paz y salvación a todos (J. Aldazábal).
Lucas subraya que la fama de Jesús se va extendiendo por todas partes: "por toda la judea y las regiones vecinas contaban lo que Jesús había hecho" (Lc 7, 17). Juan el Bautista se entera de lo que Jesús está haciendo y envía mensajeros para que le pregunten sí él es el Mesías, el Esperado. Jesús no da una respuesta con palabras, sino con hechos tan significantes que atestiguan por sí solos que ha llegado el Reino de Dios. La Palabra y la acción de Jesús son al mismo tiempo denuncia y anuncio. Denuncian a la sociedad que masacra al pueblo, y anuncian una sociedad nueva donde el pueblo será liberado para convertirse en protagonista de un mundo nuevo, centrado en la vida (servicio biblico latinoamericano).
La pregunta que Juan manda a decir a Jesús en el evangelio de hoy nos deja con una inquietud a nosotros: ¿dudaba Juan? Es posible que, como ser humano que era, agobiado además por una prisión injusta y cruel, hubiera llegado al extremo de sus fuerzas y se preguntara si todo había valido la pena. O es posible que en un acto supremo de heroico desprendimiento haya enviado a sus discípulos sólo para que estos se convencieran de quién era aquel a quien ahora debían seguir. La pregunta en todo caso sirve de ocasión para que Cristo haga hablar no a sus labios sino a sus manos, pues son las obras de amor y salvación las que proclaman aquí quién es el Señor.
Puede extrañar la frase final de lo que dice Jesús, "Dichoso el que no se escandalice de mí." Recordemos que "escandalizarse" según el sentido original del término es "tropezar," esto es, encontrar algo que impide seguir avanzando o creyendo. ¿Y cómo puede Cristo ser motivo de escándalo? Puede serlo porque la audacia de su amor y las exigencias de su seguimiento pueden parecer excesivas. Reconocer que Cristo es admirable no es difícil; reconocer en él la Palabra que define mi vida y el juez de mi existencia no es obvio, y necesitamos auxilio de lo Alto para no equivocarnos, o como dice Cristo, no "escandalizarnos."
Jesús nace en una cueva, oculto a los ojos de los hombres que lo esperan, y unos pastores de alma sencilla serán sus primeros adoradores. La sencillez de aquellos hombres les permitirá ver al Niño que les han anunciado. También nosotros lo hemos encontrado y es lo más extraordinario de nuestra pobre existencia. Sin el Señor nada valdría nuestra vida. Se nos da a conocer con señales claras. No necesitamos más pruebas para verle. Dios da siempre señales para descubrirle. Pero hacen falta buenas disposiciones interiores para ver al Señor que pasa a nuestro lado. Sin humildad y pureza de corazón es imposible reconocerle, aunque esté muy cerca. Nuestra propia historia personal está llena de señales para que no equivoquemos el camino. Nosotros podemos decir, como se le dijo Andrés a su hermano Simón: ¡Hemos encontrado al Mesías!
Tener visión sobrenatural es ver las cosas como Dios las ve, aprender a interpretar y juzgar los acontecimientos desde el ángulo de la fe. Sólo así entenderemos nuestra vida y el mundo en el que estamos. El Señor nos da suficiente luz para seguir el camino: si somos humildes no tendremos que pedir nuevas señales. Lo que pasa es que a veces nos sobra pereza o nos falta correspondencia a la gracia. El Señor ha de encontrarnos con esa disposición humilde y llena de autenticidad, que excluye los prejuicios y permite escuchar al Señor, porque a veces Su voluntad contraría nuestros proyectos o nuestros caprichos.
No hay otro a quien esperar. Jesucristo está en nosotros y nos llama. Iesus Christus heri, et hodie; ipse et in saecula (Hebreos 13, 8). “¡Cuánto me gusta recordarlo!: Jesucristo, el mismo que fue ayer para los Apóstoles y las gentes que le buscaban, vive hoy para nosotros, y vivirá por los siglos. Somos los hombres los que a veces no alcanzamos a descubrir su rostro, perennemente actual, porque miramos con ojos cansados o turbios” (J. Escrivá de Balaguer). Nosotros queremos ver al Señor, tratarle, amarle y servirle. ¡Abrid de par en par las puertas a Cristo!, nos anima su Vicario (Juan Pablo II). Debemos desear una nueva conversión para contemplarle en esta próxima Navidad. La Virgen nos ayudará a prepararnos para recibirle, y su fortaleza ayudará nuestra debilidad, y nos hará comprobar que para Dios nada es imposible (Francisco Fernández Carvajal). Llucià Pou Sabaté
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Lo que habeis visto y oido.
martes, 13 de diciembre de 2011
Martes de la 3ª semana de Adviento. ‘Hijo, vete hoy a trabajar en la viña’: somos invitados a vivir como hijos en la obediencia a la voluntad de Dios.
Martes de la 3ª semana de Adviento. ‘Hijo, vete hoy a trabajar en la viña’: somos invitados a vivir como hijos en la obediencia a la voluntad de Dios. Juan, el precursor, testimonio auténtico, y los pecadores le creyeron
Profecía de Sofonías 3,1-2.9-13. Así dice el Señor: «¡Ay de la ciudad rebelde, manchada y opresora! No obedeció ni escarmentó, no aceptaba la instrucción, no confiaba en el Señor, no se acercaba a su Dios. Entonces daré a los pueblos labios puros, para que invoquen todos el nombre del Señor, para que le sirvan unánimes. Desde más allá de los ríos de Etiopía, mis fieles dispersos me traerán ofrendas. Aquel día no te avergonzarás de las obras con que me ofendiste, porque arrancaré de tu interior tus soberbias bravatas, y no volverás a gloriarte sobre mi monte santo. Dejaré en medio de ti un pueblo pobre y humilde, que confiará en el nombre del Señor. El resto de Israel no cometerá maldades, ni dirá mentiras, ni se hallará en su boca una lengua embustera; pastarán y se tenderán sin sobresaltos.»
Salmo 33,2-3.6-7.17-18.19 y 23. R. Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha
Bendigo al Señor en todo momento, su alabanza está siempre en mi boca; mi alma se gloría en el Señor: que los humildes lo escuchen y se alegren.
Contempladlo, y quedaréis radiantes, vuestro rostro no se avergonzará. Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha y lo salva de sus angustias.
Pero el Señor se enfrenta con los malhechores, para borrar de la tierra su memoria. Cuando uno grita, el Señor lo escucha y lo libra de sus angustias.
El Señor está cerca de los atribulados, salva a los abatidos. El Señor redime a sus siervos, no será castigado quien se acoge a él.
Evangelio según san Mateo 21, 28-32. «Pero ¿qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Llegándose al primero, le dijo: ‘Hijo, vete hoy a trabajar en la viña’.’Y él respondió: ’No quiero’, pero después se arrepintió y fue. Llegándose al segundo, le dijo lo mismo. Y él respondió: ’Voy, Señor’, y no fue. ¿Cuál de los dos hizo la voluntad del padre?» - «El primero» - le dicen. Díceles Jesús: «En verdad os digo que los publicanos y las rameras llegan antes que vosotros al Reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros por camino de justicia, y no creísteis en Él, mientras que los publicanos y las rameras creyeron en Él. Y vosotros, ni viéndolo, os arrepentisteis después, para creer en Él.
Comentario: 1.- So 3,1-2.9-13. Estos dos primeros vv. constituyen una queja dolorosa de Dios, al ver que Jerusalén, lejos de oír su voz, de buscarle y arrepentirse con sincera conversión, se ha vuelto ciudad rebelde, manchada, opresora", ciudad materialista. No obedecen... ni aceptan... ni confían... ni se acercan. Es la ausencia de Dios y de lo divino en una sociedad. Es el ateísmo práctico. Por eso, en la última parte del texto, Dios se desborda generosamente en promesas de restauración mesiánica. Y no sólo para Jerusalén, sino para todos los pueblos, a los que dará "labios puros" para que "le invoquen y le sirvan unánimes". Jesús de Nazaret, el Hijo amado del Padre es, al mismo tiempo, el primer hermano de nuestra raza que ha tenido esos labios puros para invocar el nombre del Señor, que ha tenido ese corazón obediente para vivir cumpliendo incondicionalmente la voluntad de Dios. En "aquel día", en la era mesiánica en que nos encontramos, nadie tendrá por qué avergonzarse de sus malas obras pasadas. La razón es todo un evangelio: "porque arrancaré de tu interior..." Los hombres de la era mesiánica están renovados interiormente, transformados en Cristo: "el pueblo pobre y humilde que confiará en el nombre del Señor". Esta pobreza es el abandono activo y confiado en los designios de Dios. El profeta Sofonías escribe un siglo después de Isaías, aproximadamente en el 640. También él anuncia que las desgracias que sobrevendrán a Jerusalén, la purificarán. Y que será el comienzo de una era nueva, que verá la conversión y la afluencia de paganos en el pueblo de Dios: visión mesiánica y universalista.
-¡Ay de Jerusalén!, la ciudad rebelde, impura, opresora. No ha escuchado la voz, no ha aceptado la corrección, no ha puesto su confianza en el Señor... La historia del pueblo escogido es una larga serie de infidelidades: idolatrías, injusticias sociales, hipocresía religiosa. Es tarea de los profetas denunciar ese mal. Sin embargo, Dios continúa trabajando en medio de todo eso. ¡Ambigüedad profunda de toda obra humana! Mezcla de bien y de mal, en el interior mismo del pueblo de Dios. HOY también, en la Iglesia.
-Pero yo transformaré los pueblos y purificaré sus labios, para que invoquen todos el nombre del Señor... ¡Allende los ríos de Etiopía, mis hijos dispersos me aportarán ofrendas! Sofonías anuncia la conversión de Egipto y de Etiopía símbolo de países lejanos. Dios dará a los paganos unos "labios puros" dignos de alabar a Dios. Vendrán hasta Jerusalén para «aportar sus ofrendas». El episodio de los magos, venidos de países lejanos es una repetición de esa profecía. Es bastante emocionante oír que el mismo Dios llama a los «paganos» sus «hijos dispersos». Esa fórmula ha sido insertada en las nuevas plegarias eucarísticas. Dios no se olvida de sus hijos... ¡incluso cuando éstos le olvidan! ¿Cuál es mi preocupación misionera? ¿Tengo tendencia a condenar a "los que no conocen a Dios todavía"?, ¿a los «no practicantes»? Aquel día no tendrás ya que avergonzarte de todas tus rebeldías contra mí, porque entonces extirparé de tu seno a todos los orgullosos con su insolencia, y tú no volverás a engreírte en mi monte santo. Esa afluencia de paganos que se dirigen a Jerusalén para adorar a Dios, contribuye a la purificación del pueblo escogido: los arrogantes, los que creían que el monte del templo era un privilegio exclusivo, quedan abatidos. Sí, que hay que librarse de todo exclusivismo y de todo orgullo, ¡sobre todo del orgullo que rechaza a los demás!
-En medio de ti, sólo dejaré subsistir un pueblo pequeño y pobre, que se refugiará en el monte del Señor. En el pueblo renovado, solamente subsisten los humildes y los pobres. Es como un anuncio de lo que sucedió en Belén. Después de anunciar la venida de los paganos -los magos- se anuncia la llegada de los humildes -los pastores-.
-Ese «resto» de Israel no cometerá más injusticias... Renunciará a la mentira... Se apacentarán y reposarán sin que nadie los turbe. La «pobreza espiritual», la que Jesús ha beatificado, ya está aquí. Líbranos, Señor, de todo orgullo, de toda suficiencia, de toda condena, de toda dureza. Haznos pequeños y pobres ante Ti. Consérvanos humildes ante tu paz. ¡La Iglesia, concebida como el "pequeño resto" de los humildes! De los que modestamente encuentran su refugio en el Señor, y no en sus propias fuerzas (Noel Quesson).
Un siglo después de Isaías, y un poco antes de Jeremías, alza su voz el profeta Sofonías, recriminando al pueblo de Judá (el reino del Sur) y advirtiéndole que le pasará lo mismo que antes a Samaria (el reino del Norte): el castigo del destierro. Israel se cree una ciudad rica, poderosa, autosuficiente, y no acepta la voz de Dios. Aunque oficialmente es el pueblo de Dios, de hecho se rebela contra él y se fía sólo de sí misma. Se ha vuelto indiferente, increyente. Ya no cuenta con Dios en sus planes. El profeta les invita a convertirse, a cambiar el estilo de su vida, a abandonar las «soberbias bravatas», a volver a escuchar y alabar a Dios con labios puros, sin engaños: sin prometer una cosa y hacer otra, como va siendo su costumbre. Anuncia también que serán los pobres los que acojan esta invitación, y que Dios tiene planes de construir un nuevo pueblo a partir del «resto de Israel», el «pueblo pobre y humilde», sin maldad ni embustes, que no pondrá su confianza en sus propias fuerzas sino que tendrá la valentía de ponerla en Dios. Se repite la constante de la historia humana que cantará María en su Magnificat: Dios ensalza a los pobres y humildes, y derriba de sus seguridades a los que se creen ricos y poderosos.
Sofonías ve la comunidad de su tiempo dividida en dos; por una parte, los rebeldes que no quieren acercarse a Dios, porque son orgullosos y confían más en las alianzas políticas. Han escuchado la voz de los profetas que los llaman a conversión y no quieren enmendarse. Por otra el pueblo humilde que por ser pobre confía en el Señor.
Este profeta que vivió en los tiempos del rey Josías (rey que despertó grandes esperanzas en el pueblo de Israel, pero fue vencido en combate) combatió el descorazonamiento del pueblo que escandalizado por aquel aparente abandono de Dios, volvió a los pecados religiosos. No es esta, según el profeta, la reacción adecuada. Un pueblo que experimenta su debilidad y su pobreza, encontrará su fortaleza en una vuelta sincera a Dios, reconociéndose pobre y débil ante Él. Este reconocimiento es lo que le hace grato a los ojos de Dios. Tres actitudes describe el profeta Sofonías en su mirada a Israel: La de quienes se muestran rebeldes, opresores, incultos, desconfiados de los hombres y de Dios, y lo desprecian. A éstos los considera el profeta dignos de lástima. La de quienes, percibiendo en lontananza –desde pueblos lejanos- las maravillas de Dios sobre Israel y sus hijos, gozan en la esperanza de que también ellos serán liberados un día por quien tan poderoso y tierno se les muestra. Éstos acudirán con ofrendas al altar del Señor mostrando su gratitud. Y la de quienes, avergonzados de su pasado, llegan a reconsiderar su lamentable estado y actitudes y vuelven a la Casa del Señor de la que nunca debieron alejarse. Estos, humildes, sencillos, arrepentidos, formarán el ‘resto de Israel’ que ya no defraudará a su Señor.
Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él. Si el pecador se arrepiente y se convierte, tendrá con él la salvación. Por muy grandes que sean los pecados del hombre, Dios le llamará continuamente a la conversión y le ofrecerá el perdón. Por eso, quienes hemos depositado en el Señor nuestra fe y nuestra esperanza hemos de confiar en Él, en su amor, en su bondad, en su misericordia, pues el Señor está siempre dispuesto a quitar de en medio de nosotros el orgullo, la soberbia y cualquier otra clase de maldad. Por eso, si en verdad ha llegado a nosotros la salvación de Dios, hemos de manifestarla mediante nuestras buenas obras, pues mediante ellas expresamos, de un modo externo, nuestro amor fiel a la voluntad de Dios sobre cada uno de nosotros. Por medio de su Hijo Dios nos ofrece su perdón y su paz; ojalá y no despreciemos el don de Dios.
El Señor nos dice por medio del profeta Isaías: "Así como bajan la lluvia y la nieve del cielo, y no vuelven allá sino después de haber fecundado la tierra y de hacerla producir frutos abundantes, así será la Palabra que salga de mi boca, no volverá a mí con las manos vacías." Solamente nosotros tenemos el poder de hacer inútil esa Palabra de Dios por cerrarnos en nuestros egoísmos, maldades, miserias y pecados. Entonces la Encarnación del Hijo de Dios, como Salvador nuestro, dejaría de ser eficaz para nosotros, y seríamos dignos de que el Señor nos reprendiera, como hoy lo hace por medio del profeta Sofonías, diciendo: "Ay de la ciudad rebelde y opresora, que no ha escuchado la voz, ni aceptado la corrección; que no ha confiado en el Señor ni vuelto a su Dios." Mas no por eso pensemos que el Señor nos ha abandonado; Él continúa amándonos e invitándonos a volver a Él, rico en misericordia y siempre dispuesto a perdonarnos. Efectivamente, Dios no envió a su propio Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él. Si el pecador se arrepiente y se convierte, encontrará en Cristo la salvación. Por muy grandes que sean los pecados del hombre, Dios le llama continuamente a la conversión y le ofrece su perdón. Por eso, los que hemos depositado nuestra fe y nuestra esperanza en el Señor, hemos de confiar en Él, en su amor, en su bondad, en su misericordia, pues siempre está dispuesto a quitar de en medio de nosotros el orgullo, la soberbia y cualquier otra clase de maldad. Por eso, si en verdad ha llegado a nosotros la salvación de Dios, manifestémosla mediante nuestras buenas obras, pues sólo por medio de ellas expresamos, de un modo externo, nuestro amor fiel a la voluntad de Dios sobre cada uno de nosotros.
2. Sal. 34 (33). Dios es siempre compasivo y misericordioso para con nosotros. Nuestra vida está en sus manos; esa es nuestra alegría y nuestra paz. Sin embargo no podemos alegrarnos sólo porque el Señor vele por nosotros. Es necesario que dejemos de ser malvados; sólo así podremos vivir nuestra fe sin hipocresías y dar testimonio del Señor, no sólo con nuestras palabras, sino con nuestra vida misma. Dios siempre está dispuesto a escuchar el clamor de los suyos, y a ponerse de su parte como poderoso Defensor. Ojalá y siempre seamos de los suyos porque, además de darle un culto agradable, sepamos escuchar su Palabra, meditarla amorosamente en nuestro corazón, y ponerla en práctica, fortalecidos con su Espíritu Santo. Tratemos no sólo de alegrarnos en el Señor, sino de dejar que el Señor nos convierta en motivo de alegría y de paz para los demás. El Señor ha creado a su Iglesia como signo de cercanía a todo hombre que sufre, para remediar sus males; a los pecadores para llamarlos a la conversión; a los abatidos para consolarlos. Vivamos unidos y confiados plenamente en el Señor; Él jamás nos abandonará; y, aunque todos nos persigan y maldigan, al final el Señor nos llevará sanos y salvos a su Reino celestial. Hagamos la prueba, y veremos qué bueno es el Señor; confiemos en Él y saltaremos de gusto, pues jamás nos sentiremos decepcionados.
Si Dios nos ha amado tanto, bendigamos su santo Nombre a todas horas. Que nuestra alabanza brote de lo más profundo de nuestro corazón, y se exteriorice tanto con los labios, como con una vida intachable y fiel a su voluntad sobre nosotros. Dios ha vuelto su mirada compasiva y misericordiosa hacia nosotros por medio de su Hijo, que ha salido a nuestro encuentro; escuchemos su voz y pongamos en práctica sus enseñanzas, para que así nos manifestemos constantemente como discípulos fieles y como siervos siempre dispuestos a llevar adelante la Obra de Dios. No confiemos en nuestras débiles fuerzas; no pensemos que la salvación es obra del hombre, pues, más bien, es la obra de Dios en el hombre; por eso pongámonos confiadamente en las manos de Dios y dejémonos conducir por su Espíritu; si hacemos esto saltaremos de gusto, pues el Señor jamás nos decepcionará, sino que estará siempre junto a nosotros e incluso nos librará para siempre de la muerte, pues su Victoria sobre el pecado y la muerte será nuestra victoria.
3.- Mt 21,28-32 (ver domingo 26A). «‘No quiero’, pero después se arrepintió y fue»… Hoy contemplamos al padre que tiene dos hijos y dice al primero: «Hijo, vete hoy a trabajar en la viña» (Mt 21,28). Éste respondió: «‘No quiero’, pero después se arrepintió y fue» (Mt 21, 29). Al segundo le dijo lo mismo. Él le respondió: «Voy, señor»; pero no fue... (cf. Mt 21,30). Lo importante no es decir “sí”, sino “obrar”. Hay un adagio que afirma que «obras son amores y no buenas razones».
En otro momento, Jesús dará la doctrina que enseña esta parábola: «No todo el que me diga: ‘Señor, Señor’, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial» (Mt 7, 21). Como escribió san Agustín, «existen dos voluntades. Tu voluntad debe ser corregida para identificarse con la voluntad de Dios; y no la de Dios torcida para acomodarse a la tuya». En lengua catalana decimos que un niño “creu” (“cree”), cuando obedece: ¡cree!, es decir, identificamos la obediencia con la fe, con la confianza en lo que nos dicen.
Obediencia viene de “ob-audire”: escuchar con gran atención. Se manifiesta en la oración, en no hacernos “sordos” a la voz del Amor. «Los hombres tendemos a “defendernos”, a apegarnos a nuestro egoísmo. Dios exige que, al obedecer, pongamos en ejercicio la fe. A veces el Señor sugiere su querer como en voz baja, allá en el fondo de la conciencia: y es necesario estar atentos, para distinguir esa voz y serle fieles» (San Josemaría Escrivá). Cumplir la voluntad de Dios es ser santo; obedecer no es ser simplemente una marioneta en manos de otro, sino interiorizar lo que hay que cumplir: y así hacerlo porque “me da la gana”.
Nuestra Madre la Virgen, maestra en la “obediencia de la fe”, nos enseñará el modo de aprender a obedecer la voluntad del Padre.
En torno a la figura de Juan, el Precursor, y más tarde del mismo Mesías, Cristo Jesús, también hay alternativas de humildad y orgullo, de verdad y mentira. Jesús, con su estilo directo y comprometedor, interpela a sus oyentes para que sean ellos los que decidan: ¿quién de los dos hijos hizo lo que tenía que hacer, el que dijo sí pero no fue, o el que dijo no, pero luego de hecho sí fue a trabajar? Al Bautista le hicieron caso los pobres y humildes, la gente sencilla, los pecadores, los que parecía que decían que no. Los otros, los doctos y los poderosos, los piadosos, parecía que decían que sí, pero no fue sincera su afirmativa. Muchas veces en el evangelio Jesús critica a los «oficialmente buenos» y alaba a los que tienen peor fama, pero en el fondo son buenas personas y cumplen la voluntad de Dios. El fariseo de la parábola no bajó santificado, y el publicano, sí. Los viñadores primeros no merecían tener arrendada la viña, y les fue dada a otros que no eran del pueblo. Los leprosos judíos no volvieron a dar las gracias por la curación, mientras que sí lo hizo el tenido por pecador, el samaritano. Aquí Jesús llega a afirmar, cosa que no gustaría nada a los sacerdotes y fariseos, que «los publicanos y prostitutas os llevan la delantera en el camino del Reino de Dios», porque sí creyeron al Bautista. Jesús no nos está invitando a ser pecadores, o a decir que no. Sino a decir sí, pero siendo luego consecuentes con ese sí. Y esto, también en tiempos de Jesús, lo hace mejor el pueblo «pobre, sencillo y humilde» que se está reuniendo en torno a Jesús, siguiendo su invitación: «venid a mí, que soy sencillo y humilde de corazón». Ahora puede pasar lo mismo, y es bueno que recojamos esta llamada a la autocrítica sincera. Nosotros, ante la oferta de salvación por parte de Dios en este Adviento, ¿dónde quedamos retratados? ¿somos de los autosuficientes, que ponen su confianza en sí mismos, de los «buenos» que no necesitan la salvación? ¿o pertenecemos al pueblo pobre y humilde, el resto de Israel de Sofonías, el que acogió el mensaje del Bautista? Tal vez estamos íntimamente orgullosos de que decimos que sí porque somos cristianos de siempre, y practicamos y rezamos y cantamos y llevamos medallas: cosas todas muy buenas. Pero debemos preguntarnos si llevamos a la práctica lo que rezamos y creemos. No sólo si prometemos, sino si cumplimos; no sólo si cuidamos la fachada, sino si la realidad interior y las obras corresponden a nuestras palabras. También entre nosotros puede pasar que los buenos -los sacerdotes, los religiosos, los de misa diaria- seamos poco comprometidos a la hora de la verdad, y que otros no tan «buenos» tengan mejor corazón para ayudar a los demás y estén más disponibles a la hora del trabajo. Que sean menos sofisticados y complicados que nosotros, y que estén de hecho más abiertos a la salvación que Dios les ofrece en este Adviento, a pesar de que tal vez no tienen tantas ayudas de la gracia como nosotros. Esto es incómodo de oír, como lo fueron seguramente las palabras de Jesús para sus contemporáneos. Pero nos hace bien plantearnos a nosotros mismos estas preguntas y contestarlas con sinceridad.
En la misa de estos días, en las invocaciones del acto penitencial, manifestamos claramente nuestra actitud de humilde súplica a Dios desde nuestra existencia débil y pecadora: «tú que viniste al mundo para salvarnos», «tú que viniste a salvar lo que estaba perdido», «luz del mundo, que vienes a iluminar a los que viven en las tinieblas del pecado... Señor, ten piedad». Empezamos la misa con un acto de humildad y de confianza. Y no es por adorno literario, sino porque en verdad somos débiles y pecadores. Sólo el humilde pide perdón y salvación, como decía el salmo de hoy: «los pobres invocan al Señor y él les escucha». El Adviento sólo lo toman en serio los pobres. Los que lo tienen todo, no esperan ni piden nada. Los que se creen santos y perfectos, no piden nunca perdón. Los que lo saben todo, ni preguntan ni necesitan aprender nada (J. Aldazábal).
En tiempo de Jesús, como con Sofonías, el pueblo estaba dividido en dos categorías: los pecadores y los justos, que habían permanecido fieles a la religión oficial. Unos y otros son hijos de Dios. El acento recae no sobre lo que son, sino sobre lo que hacen o dejan de hacer. Especialmente los fariseos se imaginaban que por su fidelidad a la ley merecían la aprobación de Dios, pero en realidad ellos no habían cumplido la voluntad del Padre. Su piedad era vacía, su cumplimiento vano; no practicaban la justicia y despreciaban a los demás pensando ser los únicos justos. Pero Jesús les muestra que no es así. Son los pecadores, que antes rechazaron la voluntad de Dios, los que ahora le obedecen al aceptar primero la predicación de Juan el Bautista y luego la de Jesús. Los publicanos despreciados por los demás judíos, sin embargo, han mostrado más disponibilidad para seguir a Jesús. De hecho uno llegó a ser su discípulo y otro se convirtió. Y las prostitutas, han mostrado frente a Jesús una actitud de conversión y amor. Y los jefes que han visto eso no han querido arrepentirse y seguir a Jesús, sin embargo, son ellos los que no están cumpliendo la voluntad del Padre. A nosotros nos puede suceder lo mismo. Quizás creemos que tenemos derecho a los primeros puestos y en realidad, no tenemos sensibilidad social, ni acogemos a los pobres, ni nos preocupamos por los marginados. Estamos convencidos de que con una religiosidad formalista y ritual nos hemos ganado el reino de los cielos, mientras que otros, a los que rara vez vemos en la Iglesia, quizá sin saberlo, están más cerca del reino porque saben compartir lo poco que tienen, porque tienen un sentido de la justicia más afinado, porque no explotan a los demás.
Este es ciertamente uno de los pasajes más desconcertantes e hirientes. Para el creyente piadoso resultan un tanto contradictorias las palabras de Jesús. Perfectamente le pueden nacer inquietudes como éstas: ¿acaso un proscrito o una mujer de mala vida ir delante de las personas que siempre han sido religiosas? Esta misma pregunta se hicieron los contemporáneos de Jesús al ver cómo el Maestro se codeaba con la más baja ralea de la sociedad. En nuestros esquemas mentales, que no difieren mucho de los de los contemporáneos de Jesús, no cabe otro orden que el establecido por las instancias sociales reconocidas por un Estado, una religión y cierto conjunto de costumbres. Más allá de estos parámetros, lo que aparezca está por fuera de la ley y es despreciable. Pues bien, Jesús se saltó todas esas instancias y mediaciones con su enseñanza y conducta. Lo que Jesús hizo con los proscritos, los marginados y los despreciados no nació de una ocurrencia irreverente. La conducta de Jesús fue fruto de su fe, de su especial relación con Dios como Padre. El comprendió rápidamente que la ordenación del mundo, tal como estaba en su momento, no correspondía a un ideal divino sino que era fruto del capricho humano. Y, además, que era necesario saltarse las instancias institucionales para favorecer a los seres humanos relegados por las estructuras discriminadoras injustas. Por su fe en el ser humano y en Dios desafió a las autoridades y defendió el derecho de los pobres y los discriminados. Lo que dijo de las prostitutas y los pecadores (que "los precederán en el Reino de los cielos") se refería a la condición de estas personas que, en medio de sus inmensas limitaciones, son capaces de vivir valores del Reino que la sociedad tan rígidamente organizada no está en condiciones de asumir.
El reconocimiento del poder de Dios no depende del lugar que se ocupe en la comunidad. Cuando un grupo, o un individuo, se ha "instalado" en su vida religiosa, considera que toda la revelación pasa necesariamente por él. Es por eso por lo que las autoridades a las que se siguió dirigiendo Jesús no solamente no comprendieron el problema de la autoridad de Jesús, sino que tampoco fueron capaces de responder al llamado del padre a trabajar en su viña. La parábola de este día es necesario leerla desde ese trasfondo. Cada elemento tiene su significado y muy fácil descubrirlo: el padre de los hijos es Dios, el hijo que responde afirmativamente al principio y que luego no acude al pedido del trabajo es el pueblo de Israel, mientras que el hijo que en un principio no acepta el trabajo pero que luego se compromete con la viña de su padre son los que ingresan a la comunidad eclesial, provenientes tanto del judaísmo como del paganismo. Ahora bien, es importante comprender qué quiere decir Mateo. El evangelista necesita justificar la separación de su comunidad luego de las persecuciones a las cuales fueron sometidos los primeros cristianos. Es por eso por lo que su evangelio está cargado de relatos de conflictos entre Jesús y los fariseos. Esto nos sirve para no descalificar de plano a todo el pueblo judío (hay quienes aprovechan estos textos para sus propagandas neo-nazis). Desde esta perspectiva, quien no fue a trabajar a la viña es porque ha desoído al Padre, porque se ha asentado en una seguridad propia en lugar de escuchar la voz de Dios. Y esto no es porque pertenezca sin más al pueblo judío, porque inmediatamente la parábola concluye que entrarán al Reino de los Cielos los publicanos (o los de afuera) y los pecadores (es decir, los de adentro). De quienes participan del pueblo, ingresarán al Reino los pecadores, o mejor dicho, aquellos que eran excluidos arbitrariamente por estas autoridades, o quienes, por haber pecado en verdad, no recibían remisión y eran igualmente excluidos. Por lo tanto, según esta parábola, solamente aquellos que se sepan dependientes de Dios, que se sepan necesitados, que no confíen en sus fuerzas únicamente, quienes no vivan en el individualismo y el voluntarismo, llegarán al Reino. Estos son los pobres de Yavé, los anawim de los cuales habla Sofonías, los que el Señor se ha separado para manifestar su poder y su salvación.
Para Jesús, son las ‘obras’, no las ‘palabras’, las que van hablando de nuestro espíritu auténtico, lo que definen a una persona. Se cuenta que en una ocasión, la hermana pequeña de santo Tomás de Aquino le preguntó: –“¿Tomás, qué tengo yo que hacer para ser santa?”–. Ella esperaba una respuesta muy profunda y complicada, pero el santo le respondió: “Hermanita, para ser santa basta querer”. ¡Sí!, querer. Pero querer con todas las fuerzas y con toda la voluntad. Es decir, que no es suficiente con un “quisiera”. La persona que “quiere” puede hacer maravillas; pero el que se queda con el “quisiera” es sólo un soñador o un idealista incoherente. Éste es el caso del segundo hijo: él “hubiese querido” obedecer, pero nunca lo hizo. Aquí el refrán popular vuelve a tener la razón: “del dicho al hecho hay mucho trecho”. Por eso, nuestro Señor nos dijo un día que “no todo el que me dice ‘¡Señor, Señor!’ se salvará, sino el que hace la voluntad de mi Padre del cielo”. Palabras muy sencillas y escuetas, pero muy claras y exigentes. Y nosotros, ¿cuál de estos dos hijos somos? (Clemente González).
Tú eres mi hijo: yo te he engendrado hoy (Salmo II), leemos en la Antífona de la Primera Misa de Navidad. “El adverbio hoy habla de la eternidad, el hoy de la Santísima e inefable Trinidad” (Juan Pablo II, Audiencia general). Precisamente por esto los judíos querían matar a Jesús, porque llamaba a Dios su Padre (Juan 5, 18). Suyo en sentido totalmente literal: El Niño que nacerá en Belén es el Hijo de Dios, Unigénito, consustancial al Padre, eterno, con su propia naturaleza divina y la naturaleza humana asumida en el seno virginal de María. Cuando esta Navidad le veamos inerme en los brazos de María no olvidemos que es Dios hecho Hombre por amor a cada uno de nosotros, y haremos un acto de fe profundo y agradecido, y adoraremos la Humanidad Santísima del Señor.
Jesús nos vino del Padre (Juan 6, 29). Pero nos nació de una mujer. El Espíritu Santo ha querido mostrarnos (Mateo 1, 1-25) cómo el Mesías se ha entroncado en una familia y en un pueblo, y a través de él en toda la humanidad. María le dio a Jesús, en su seno, su propia sangre: sangre de Adán, de Farés, de Salomón. Jesús, en cuanto Dios, es engendrado misteriosamente, no hecho, por el Padre desde toda la eternidad. De este Niño depende toda nuestra existencia: en la tierra y en el Cielo. Y quiere que le tratemos con una amistad y una confianza únicas. Se hace pequeño para que no temamos acerarnos a Él.
Nuestra vida debe ser una continua imitación de la vida de Jesús aquí en la tierra. Él, este Jesús (Hechos 2, 32), Dios hecho Hombre, es nuestro Modelo en todas las virtudes. No hay en nosotros un solo pensamiento o sentimiento bueno que Él no pueda hacer suyo, no existe ningún pensamiento o sentimiento suyo que no debamos nosotros esforzarnos en asimilar. Jesús amó profundamente todo lo verdaderamente humano: el trabajo, la amistad, la familia; especialmente a los hombres con sus defectos y miserias. Su Humanidad Santísima es nuestro camino hacia la Trinidad. Jesús nos enseña con su ejemplo cómo hemos de servir y ayudar a quienes nos rodean; la caridad es amar como yo os he amado (Juan 13, 34). Para imitar al Señor hemos de conocerlo, hay que “mirarse en Él” (J. Escrivá de Balaguer). La lectura y meditación del Evangelio nos facilitarán contemplar a Jesús Niño en la gruta de Belén, rodeado de María y José. Aprenderemos grandes lecciones de desprendimiento, de humildad y de preocupación por los demás. El Santo Evangelio nos ayudará a hacer de nuestra vida un reflejo de la vida de Jesús (Francisco Fernández Carvajal). Llucià Pou Sabaté
Profecía de Sofonías 3,1-2.9-13. Así dice el Señor: «¡Ay de la ciudad rebelde, manchada y opresora! No obedeció ni escarmentó, no aceptaba la instrucción, no confiaba en el Señor, no se acercaba a su Dios. Entonces daré a los pueblos labios puros, para que invoquen todos el nombre del Señor, para que le sirvan unánimes. Desde más allá de los ríos de Etiopía, mis fieles dispersos me traerán ofrendas. Aquel día no te avergonzarás de las obras con que me ofendiste, porque arrancaré de tu interior tus soberbias bravatas, y no volverás a gloriarte sobre mi monte santo. Dejaré en medio de ti un pueblo pobre y humilde, que confiará en el nombre del Señor. El resto de Israel no cometerá maldades, ni dirá mentiras, ni se hallará en su boca una lengua embustera; pastarán y se tenderán sin sobresaltos.»
Salmo 33,2-3.6-7.17-18.19 y 23. R. Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha
Bendigo al Señor en todo momento, su alabanza está siempre en mi boca; mi alma se gloría en el Señor: que los humildes lo escuchen y se alegren.
Contempladlo, y quedaréis radiantes, vuestro rostro no se avergonzará. Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha y lo salva de sus angustias.
Pero el Señor se enfrenta con los malhechores, para borrar de la tierra su memoria. Cuando uno grita, el Señor lo escucha y lo libra de sus angustias.
El Señor está cerca de los atribulados, salva a los abatidos. El Señor redime a sus siervos, no será castigado quien se acoge a él.
Evangelio según san Mateo 21, 28-32. «Pero ¿qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Llegándose al primero, le dijo: ‘Hijo, vete hoy a trabajar en la viña’.’Y él respondió: ’No quiero’, pero después se arrepintió y fue. Llegándose al segundo, le dijo lo mismo. Y él respondió: ’Voy, Señor’, y no fue. ¿Cuál de los dos hizo la voluntad del padre?» - «El primero» - le dicen. Díceles Jesús: «En verdad os digo que los publicanos y las rameras llegan antes que vosotros al Reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros por camino de justicia, y no creísteis en Él, mientras que los publicanos y las rameras creyeron en Él. Y vosotros, ni viéndolo, os arrepentisteis después, para creer en Él.
Comentario: 1.- So 3,1-2.9-13. Estos dos primeros vv. constituyen una queja dolorosa de Dios, al ver que Jerusalén, lejos de oír su voz, de buscarle y arrepentirse con sincera conversión, se ha vuelto ciudad rebelde, manchada, opresora", ciudad materialista. No obedecen... ni aceptan... ni confían... ni se acercan. Es la ausencia de Dios y de lo divino en una sociedad. Es el ateísmo práctico. Por eso, en la última parte del texto, Dios se desborda generosamente en promesas de restauración mesiánica. Y no sólo para Jerusalén, sino para todos los pueblos, a los que dará "labios puros" para que "le invoquen y le sirvan unánimes". Jesús de Nazaret, el Hijo amado del Padre es, al mismo tiempo, el primer hermano de nuestra raza que ha tenido esos labios puros para invocar el nombre del Señor, que ha tenido ese corazón obediente para vivir cumpliendo incondicionalmente la voluntad de Dios. En "aquel día", en la era mesiánica en que nos encontramos, nadie tendrá por qué avergonzarse de sus malas obras pasadas. La razón es todo un evangelio: "porque arrancaré de tu interior..." Los hombres de la era mesiánica están renovados interiormente, transformados en Cristo: "el pueblo pobre y humilde que confiará en el nombre del Señor". Esta pobreza es el abandono activo y confiado en los designios de Dios. El profeta Sofonías escribe un siglo después de Isaías, aproximadamente en el 640. También él anuncia que las desgracias que sobrevendrán a Jerusalén, la purificarán. Y que será el comienzo de una era nueva, que verá la conversión y la afluencia de paganos en el pueblo de Dios: visión mesiánica y universalista.
-¡Ay de Jerusalén!, la ciudad rebelde, impura, opresora. No ha escuchado la voz, no ha aceptado la corrección, no ha puesto su confianza en el Señor... La historia del pueblo escogido es una larga serie de infidelidades: idolatrías, injusticias sociales, hipocresía religiosa. Es tarea de los profetas denunciar ese mal. Sin embargo, Dios continúa trabajando en medio de todo eso. ¡Ambigüedad profunda de toda obra humana! Mezcla de bien y de mal, en el interior mismo del pueblo de Dios. HOY también, en la Iglesia.
-Pero yo transformaré los pueblos y purificaré sus labios, para que invoquen todos el nombre del Señor... ¡Allende los ríos de Etiopía, mis hijos dispersos me aportarán ofrendas! Sofonías anuncia la conversión de Egipto y de Etiopía símbolo de países lejanos. Dios dará a los paganos unos "labios puros" dignos de alabar a Dios. Vendrán hasta Jerusalén para «aportar sus ofrendas». El episodio de los magos, venidos de países lejanos es una repetición de esa profecía. Es bastante emocionante oír que el mismo Dios llama a los «paganos» sus «hijos dispersos». Esa fórmula ha sido insertada en las nuevas plegarias eucarísticas. Dios no se olvida de sus hijos... ¡incluso cuando éstos le olvidan! ¿Cuál es mi preocupación misionera? ¿Tengo tendencia a condenar a "los que no conocen a Dios todavía"?, ¿a los «no practicantes»? Aquel día no tendrás ya que avergonzarte de todas tus rebeldías contra mí, porque entonces extirparé de tu seno a todos los orgullosos con su insolencia, y tú no volverás a engreírte en mi monte santo. Esa afluencia de paganos que se dirigen a Jerusalén para adorar a Dios, contribuye a la purificación del pueblo escogido: los arrogantes, los que creían que el monte del templo era un privilegio exclusivo, quedan abatidos. Sí, que hay que librarse de todo exclusivismo y de todo orgullo, ¡sobre todo del orgullo que rechaza a los demás!
-En medio de ti, sólo dejaré subsistir un pueblo pequeño y pobre, que se refugiará en el monte del Señor. En el pueblo renovado, solamente subsisten los humildes y los pobres. Es como un anuncio de lo que sucedió en Belén. Después de anunciar la venida de los paganos -los magos- se anuncia la llegada de los humildes -los pastores-.
-Ese «resto» de Israel no cometerá más injusticias... Renunciará a la mentira... Se apacentarán y reposarán sin que nadie los turbe. La «pobreza espiritual», la que Jesús ha beatificado, ya está aquí. Líbranos, Señor, de todo orgullo, de toda suficiencia, de toda condena, de toda dureza. Haznos pequeños y pobres ante Ti. Consérvanos humildes ante tu paz. ¡La Iglesia, concebida como el "pequeño resto" de los humildes! De los que modestamente encuentran su refugio en el Señor, y no en sus propias fuerzas (Noel Quesson).
Un siglo después de Isaías, y un poco antes de Jeremías, alza su voz el profeta Sofonías, recriminando al pueblo de Judá (el reino del Sur) y advirtiéndole que le pasará lo mismo que antes a Samaria (el reino del Norte): el castigo del destierro. Israel se cree una ciudad rica, poderosa, autosuficiente, y no acepta la voz de Dios. Aunque oficialmente es el pueblo de Dios, de hecho se rebela contra él y se fía sólo de sí misma. Se ha vuelto indiferente, increyente. Ya no cuenta con Dios en sus planes. El profeta les invita a convertirse, a cambiar el estilo de su vida, a abandonar las «soberbias bravatas», a volver a escuchar y alabar a Dios con labios puros, sin engaños: sin prometer una cosa y hacer otra, como va siendo su costumbre. Anuncia también que serán los pobres los que acojan esta invitación, y que Dios tiene planes de construir un nuevo pueblo a partir del «resto de Israel», el «pueblo pobre y humilde», sin maldad ni embustes, que no pondrá su confianza en sus propias fuerzas sino que tendrá la valentía de ponerla en Dios. Se repite la constante de la historia humana que cantará María en su Magnificat: Dios ensalza a los pobres y humildes, y derriba de sus seguridades a los que se creen ricos y poderosos.
Sofonías ve la comunidad de su tiempo dividida en dos; por una parte, los rebeldes que no quieren acercarse a Dios, porque son orgullosos y confían más en las alianzas políticas. Han escuchado la voz de los profetas que los llaman a conversión y no quieren enmendarse. Por otra el pueblo humilde que por ser pobre confía en el Señor.
Este profeta que vivió en los tiempos del rey Josías (rey que despertó grandes esperanzas en el pueblo de Israel, pero fue vencido en combate) combatió el descorazonamiento del pueblo que escandalizado por aquel aparente abandono de Dios, volvió a los pecados religiosos. No es esta, según el profeta, la reacción adecuada. Un pueblo que experimenta su debilidad y su pobreza, encontrará su fortaleza en una vuelta sincera a Dios, reconociéndose pobre y débil ante Él. Este reconocimiento es lo que le hace grato a los ojos de Dios. Tres actitudes describe el profeta Sofonías en su mirada a Israel: La de quienes se muestran rebeldes, opresores, incultos, desconfiados de los hombres y de Dios, y lo desprecian. A éstos los considera el profeta dignos de lástima. La de quienes, percibiendo en lontananza –desde pueblos lejanos- las maravillas de Dios sobre Israel y sus hijos, gozan en la esperanza de que también ellos serán liberados un día por quien tan poderoso y tierno se les muestra. Éstos acudirán con ofrendas al altar del Señor mostrando su gratitud. Y la de quienes, avergonzados de su pasado, llegan a reconsiderar su lamentable estado y actitudes y vuelven a la Casa del Señor de la que nunca debieron alejarse. Estos, humildes, sencillos, arrepentidos, formarán el ‘resto de Israel’ que ya no defraudará a su Señor.
Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él. Si el pecador se arrepiente y se convierte, tendrá con él la salvación. Por muy grandes que sean los pecados del hombre, Dios le llamará continuamente a la conversión y le ofrecerá el perdón. Por eso, quienes hemos depositado en el Señor nuestra fe y nuestra esperanza hemos de confiar en Él, en su amor, en su bondad, en su misericordia, pues el Señor está siempre dispuesto a quitar de en medio de nosotros el orgullo, la soberbia y cualquier otra clase de maldad. Por eso, si en verdad ha llegado a nosotros la salvación de Dios, hemos de manifestarla mediante nuestras buenas obras, pues mediante ellas expresamos, de un modo externo, nuestro amor fiel a la voluntad de Dios sobre cada uno de nosotros. Por medio de su Hijo Dios nos ofrece su perdón y su paz; ojalá y no despreciemos el don de Dios.
El Señor nos dice por medio del profeta Isaías: "Así como bajan la lluvia y la nieve del cielo, y no vuelven allá sino después de haber fecundado la tierra y de hacerla producir frutos abundantes, así será la Palabra que salga de mi boca, no volverá a mí con las manos vacías." Solamente nosotros tenemos el poder de hacer inútil esa Palabra de Dios por cerrarnos en nuestros egoísmos, maldades, miserias y pecados. Entonces la Encarnación del Hijo de Dios, como Salvador nuestro, dejaría de ser eficaz para nosotros, y seríamos dignos de que el Señor nos reprendiera, como hoy lo hace por medio del profeta Sofonías, diciendo: "Ay de la ciudad rebelde y opresora, que no ha escuchado la voz, ni aceptado la corrección; que no ha confiado en el Señor ni vuelto a su Dios." Mas no por eso pensemos que el Señor nos ha abandonado; Él continúa amándonos e invitándonos a volver a Él, rico en misericordia y siempre dispuesto a perdonarnos. Efectivamente, Dios no envió a su propio Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él. Si el pecador se arrepiente y se convierte, encontrará en Cristo la salvación. Por muy grandes que sean los pecados del hombre, Dios le llama continuamente a la conversión y le ofrece su perdón. Por eso, los que hemos depositado nuestra fe y nuestra esperanza en el Señor, hemos de confiar en Él, en su amor, en su bondad, en su misericordia, pues siempre está dispuesto a quitar de en medio de nosotros el orgullo, la soberbia y cualquier otra clase de maldad. Por eso, si en verdad ha llegado a nosotros la salvación de Dios, manifestémosla mediante nuestras buenas obras, pues sólo por medio de ellas expresamos, de un modo externo, nuestro amor fiel a la voluntad de Dios sobre cada uno de nosotros.
2. Sal. 34 (33). Dios es siempre compasivo y misericordioso para con nosotros. Nuestra vida está en sus manos; esa es nuestra alegría y nuestra paz. Sin embargo no podemos alegrarnos sólo porque el Señor vele por nosotros. Es necesario que dejemos de ser malvados; sólo así podremos vivir nuestra fe sin hipocresías y dar testimonio del Señor, no sólo con nuestras palabras, sino con nuestra vida misma. Dios siempre está dispuesto a escuchar el clamor de los suyos, y a ponerse de su parte como poderoso Defensor. Ojalá y siempre seamos de los suyos porque, además de darle un culto agradable, sepamos escuchar su Palabra, meditarla amorosamente en nuestro corazón, y ponerla en práctica, fortalecidos con su Espíritu Santo. Tratemos no sólo de alegrarnos en el Señor, sino de dejar que el Señor nos convierta en motivo de alegría y de paz para los demás. El Señor ha creado a su Iglesia como signo de cercanía a todo hombre que sufre, para remediar sus males; a los pecadores para llamarlos a la conversión; a los abatidos para consolarlos. Vivamos unidos y confiados plenamente en el Señor; Él jamás nos abandonará; y, aunque todos nos persigan y maldigan, al final el Señor nos llevará sanos y salvos a su Reino celestial. Hagamos la prueba, y veremos qué bueno es el Señor; confiemos en Él y saltaremos de gusto, pues jamás nos sentiremos decepcionados.
Si Dios nos ha amado tanto, bendigamos su santo Nombre a todas horas. Que nuestra alabanza brote de lo más profundo de nuestro corazón, y se exteriorice tanto con los labios, como con una vida intachable y fiel a su voluntad sobre nosotros. Dios ha vuelto su mirada compasiva y misericordiosa hacia nosotros por medio de su Hijo, que ha salido a nuestro encuentro; escuchemos su voz y pongamos en práctica sus enseñanzas, para que así nos manifestemos constantemente como discípulos fieles y como siervos siempre dispuestos a llevar adelante la Obra de Dios. No confiemos en nuestras débiles fuerzas; no pensemos que la salvación es obra del hombre, pues, más bien, es la obra de Dios en el hombre; por eso pongámonos confiadamente en las manos de Dios y dejémonos conducir por su Espíritu; si hacemos esto saltaremos de gusto, pues el Señor jamás nos decepcionará, sino que estará siempre junto a nosotros e incluso nos librará para siempre de la muerte, pues su Victoria sobre el pecado y la muerte será nuestra victoria.
3.- Mt 21,28-32 (ver domingo 26A). «‘No quiero’, pero después se arrepintió y fue»… Hoy contemplamos al padre que tiene dos hijos y dice al primero: «Hijo, vete hoy a trabajar en la viña» (Mt 21,28). Éste respondió: «‘No quiero’, pero después se arrepintió y fue» (Mt 21, 29). Al segundo le dijo lo mismo. Él le respondió: «Voy, señor»; pero no fue... (cf. Mt 21,30). Lo importante no es decir “sí”, sino “obrar”. Hay un adagio que afirma que «obras son amores y no buenas razones».
En otro momento, Jesús dará la doctrina que enseña esta parábola: «No todo el que me diga: ‘Señor, Señor’, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial» (Mt 7, 21). Como escribió san Agustín, «existen dos voluntades. Tu voluntad debe ser corregida para identificarse con la voluntad de Dios; y no la de Dios torcida para acomodarse a la tuya». En lengua catalana decimos que un niño “creu” (“cree”), cuando obedece: ¡cree!, es decir, identificamos la obediencia con la fe, con la confianza en lo que nos dicen.
Obediencia viene de “ob-audire”: escuchar con gran atención. Se manifiesta en la oración, en no hacernos “sordos” a la voz del Amor. «Los hombres tendemos a “defendernos”, a apegarnos a nuestro egoísmo. Dios exige que, al obedecer, pongamos en ejercicio la fe. A veces el Señor sugiere su querer como en voz baja, allá en el fondo de la conciencia: y es necesario estar atentos, para distinguir esa voz y serle fieles» (San Josemaría Escrivá). Cumplir la voluntad de Dios es ser santo; obedecer no es ser simplemente una marioneta en manos de otro, sino interiorizar lo que hay que cumplir: y así hacerlo porque “me da la gana”.
Nuestra Madre la Virgen, maestra en la “obediencia de la fe”, nos enseñará el modo de aprender a obedecer la voluntad del Padre.
En torno a la figura de Juan, el Precursor, y más tarde del mismo Mesías, Cristo Jesús, también hay alternativas de humildad y orgullo, de verdad y mentira. Jesús, con su estilo directo y comprometedor, interpela a sus oyentes para que sean ellos los que decidan: ¿quién de los dos hijos hizo lo que tenía que hacer, el que dijo sí pero no fue, o el que dijo no, pero luego de hecho sí fue a trabajar? Al Bautista le hicieron caso los pobres y humildes, la gente sencilla, los pecadores, los que parecía que decían que no. Los otros, los doctos y los poderosos, los piadosos, parecía que decían que sí, pero no fue sincera su afirmativa. Muchas veces en el evangelio Jesús critica a los «oficialmente buenos» y alaba a los que tienen peor fama, pero en el fondo son buenas personas y cumplen la voluntad de Dios. El fariseo de la parábola no bajó santificado, y el publicano, sí. Los viñadores primeros no merecían tener arrendada la viña, y les fue dada a otros que no eran del pueblo. Los leprosos judíos no volvieron a dar las gracias por la curación, mientras que sí lo hizo el tenido por pecador, el samaritano. Aquí Jesús llega a afirmar, cosa que no gustaría nada a los sacerdotes y fariseos, que «los publicanos y prostitutas os llevan la delantera en el camino del Reino de Dios», porque sí creyeron al Bautista. Jesús no nos está invitando a ser pecadores, o a decir que no. Sino a decir sí, pero siendo luego consecuentes con ese sí. Y esto, también en tiempos de Jesús, lo hace mejor el pueblo «pobre, sencillo y humilde» que se está reuniendo en torno a Jesús, siguiendo su invitación: «venid a mí, que soy sencillo y humilde de corazón». Ahora puede pasar lo mismo, y es bueno que recojamos esta llamada a la autocrítica sincera. Nosotros, ante la oferta de salvación por parte de Dios en este Adviento, ¿dónde quedamos retratados? ¿somos de los autosuficientes, que ponen su confianza en sí mismos, de los «buenos» que no necesitan la salvación? ¿o pertenecemos al pueblo pobre y humilde, el resto de Israel de Sofonías, el que acogió el mensaje del Bautista? Tal vez estamos íntimamente orgullosos de que decimos que sí porque somos cristianos de siempre, y practicamos y rezamos y cantamos y llevamos medallas: cosas todas muy buenas. Pero debemos preguntarnos si llevamos a la práctica lo que rezamos y creemos. No sólo si prometemos, sino si cumplimos; no sólo si cuidamos la fachada, sino si la realidad interior y las obras corresponden a nuestras palabras. También entre nosotros puede pasar que los buenos -los sacerdotes, los religiosos, los de misa diaria- seamos poco comprometidos a la hora de la verdad, y que otros no tan «buenos» tengan mejor corazón para ayudar a los demás y estén más disponibles a la hora del trabajo. Que sean menos sofisticados y complicados que nosotros, y que estén de hecho más abiertos a la salvación que Dios les ofrece en este Adviento, a pesar de que tal vez no tienen tantas ayudas de la gracia como nosotros. Esto es incómodo de oír, como lo fueron seguramente las palabras de Jesús para sus contemporáneos. Pero nos hace bien plantearnos a nosotros mismos estas preguntas y contestarlas con sinceridad.
En la misa de estos días, en las invocaciones del acto penitencial, manifestamos claramente nuestra actitud de humilde súplica a Dios desde nuestra existencia débil y pecadora: «tú que viniste al mundo para salvarnos», «tú que viniste a salvar lo que estaba perdido», «luz del mundo, que vienes a iluminar a los que viven en las tinieblas del pecado... Señor, ten piedad». Empezamos la misa con un acto de humildad y de confianza. Y no es por adorno literario, sino porque en verdad somos débiles y pecadores. Sólo el humilde pide perdón y salvación, como decía el salmo de hoy: «los pobres invocan al Señor y él les escucha». El Adviento sólo lo toman en serio los pobres. Los que lo tienen todo, no esperan ni piden nada. Los que se creen santos y perfectos, no piden nunca perdón. Los que lo saben todo, ni preguntan ni necesitan aprender nada (J. Aldazábal).
En tiempo de Jesús, como con Sofonías, el pueblo estaba dividido en dos categorías: los pecadores y los justos, que habían permanecido fieles a la religión oficial. Unos y otros son hijos de Dios. El acento recae no sobre lo que son, sino sobre lo que hacen o dejan de hacer. Especialmente los fariseos se imaginaban que por su fidelidad a la ley merecían la aprobación de Dios, pero en realidad ellos no habían cumplido la voluntad del Padre. Su piedad era vacía, su cumplimiento vano; no practicaban la justicia y despreciaban a los demás pensando ser los únicos justos. Pero Jesús les muestra que no es así. Son los pecadores, que antes rechazaron la voluntad de Dios, los que ahora le obedecen al aceptar primero la predicación de Juan el Bautista y luego la de Jesús. Los publicanos despreciados por los demás judíos, sin embargo, han mostrado más disponibilidad para seguir a Jesús. De hecho uno llegó a ser su discípulo y otro se convirtió. Y las prostitutas, han mostrado frente a Jesús una actitud de conversión y amor. Y los jefes que han visto eso no han querido arrepentirse y seguir a Jesús, sin embargo, son ellos los que no están cumpliendo la voluntad del Padre. A nosotros nos puede suceder lo mismo. Quizás creemos que tenemos derecho a los primeros puestos y en realidad, no tenemos sensibilidad social, ni acogemos a los pobres, ni nos preocupamos por los marginados. Estamos convencidos de que con una religiosidad formalista y ritual nos hemos ganado el reino de los cielos, mientras que otros, a los que rara vez vemos en la Iglesia, quizá sin saberlo, están más cerca del reino porque saben compartir lo poco que tienen, porque tienen un sentido de la justicia más afinado, porque no explotan a los demás.
Este es ciertamente uno de los pasajes más desconcertantes e hirientes. Para el creyente piadoso resultan un tanto contradictorias las palabras de Jesús. Perfectamente le pueden nacer inquietudes como éstas: ¿acaso un proscrito o una mujer de mala vida ir delante de las personas que siempre han sido religiosas? Esta misma pregunta se hicieron los contemporáneos de Jesús al ver cómo el Maestro se codeaba con la más baja ralea de la sociedad. En nuestros esquemas mentales, que no difieren mucho de los de los contemporáneos de Jesús, no cabe otro orden que el establecido por las instancias sociales reconocidas por un Estado, una religión y cierto conjunto de costumbres. Más allá de estos parámetros, lo que aparezca está por fuera de la ley y es despreciable. Pues bien, Jesús se saltó todas esas instancias y mediaciones con su enseñanza y conducta. Lo que Jesús hizo con los proscritos, los marginados y los despreciados no nació de una ocurrencia irreverente. La conducta de Jesús fue fruto de su fe, de su especial relación con Dios como Padre. El comprendió rápidamente que la ordenación del mundo, tal como estaba en su momento, no correspondía a un ideal divino sino que era fruto del capricho humano. Y, además, que era necesario saltarse las instancias institucionales para favorecer a los seres humanos relegados por las estructuras discriminadoras injustas. Por su fe en el ser humano y en Dios desafió a las autoridades y defendió el derecho de los pobres y los discriminados. Lo que dijo de las prostitutas y los pecadores (que "los precederán en el Reino de los cielos") se refería a la condición de estas personas que, en medio de sus inmensas limitaciones, son capaces de vivir valores del Reino que la sociedad tan rígidamente organizada no está en condiciones de asumir.
El reconocimiento del poder de Dios no depende del lugar que se ocupe en la comunidad. Cuando un grupo, o un individuo, se ha "instalado" en su vida religiosa, considera que toda la revelación pasa necesariamente por él. Es por eso por lo que las autoridades a las que se siguió dirigiendo Jesús no solamente no comprendieron el problema de la autoridad de Jesús, sino que tampoco fueron capaces de responder al llamado del padre a trabajar en su viña. La parábola de este día es necesario leerla desde ese trasfondo. Cada elemento tiene su significado y muy fácil descubrirlo: el padre de los hijos es Dios, el hijo que responde afirmativamente al principio y que luego no acude al pedido del trabajo es el pueblo de Israel, mientras que el hijo que en un principio no acepta el trabajo pero que luego se compromete con la viña de su padre son los que ingresan a la comunidad eclesial, provenientes tanto del judaísmo como del paganismo. Ahora bien, es importante comprender qué quiere decir Mateo. El evangelista necesita justificar la separación de su comunidad luego de las persecuciones a las cuales fueron sometidos los primeros cristianos. Es por eso por lo que su evangelio está cargado de relatos de conflictos entre Jesús y los fariseos. Esto nos sirve para no descalificar de plano a todo el pueblo judío (hay quienes aprovechan estos textos para sus propagandas neo-nazis). Desde esta perspectiva, quien no fue a trabajar a la viña es porque ha desoído al Padre, porque se ha asentado en una seguridad propia en lugar de escuchar la voz de Dios. Y esto no es porque pertenezca sin más al pueblo judío, porque inmediatamente la parábola concluye que entrarán al Reino de los Cielos los publicanos (o los de afuera) y los pecadores (es decir, los de adentro). De quienes participan del pueblo, ingresarán al Reino los pecadores, o mejor dicho, aquellos que eran excluidos arbitrariamente por estas autoridades, o quienes, por haber pecado en verdad, no recibían remisión y eran igualmente excluidos. Por lo tanto, según esta parábola, solamente aquellos que se sepan dependientes de Dios, que se sepan necesitados, que no confíen en sus fuerzas únicamente, quienes no vivan en el individualismo y el voluntarismo, llegarán al Reino. Estos son los pobres de Yavé, los anawim de los cuales habla Sofonías, los que el Señor se ha separado para manifestar su poder y su salvación.
Para Jesús, son las ‘obras’, no las ‘palabras’, las que van hablando de nuestro espíritu auténtico, lo que definen a una persona. Se cuenta que en una ocasión, la hermana pequeña de santo Tomás de Aquino le preguntó: –“¿Tomás, qué tengo yo que hacer para ser santa?”–. Ella esperaba una respuesta muy profunda y complicada, pero el santo le respondió: “Hermanita, para ser santa basta querer”. ¡Sí!, querer. Pero querer con todas las fuerzas y con toda la voluntad. Es decir, que no es suficiente con un “quisiera”. La persona que “quiere” puede hacer maravillas; pero el que se queda con el “quisiera” es sólo un soñador o un idealista incoherente. Éste es el caso del segundo hijo: él “hubiese querido” obedecer, pero nunca lo hizo. Aquí el refrán popular vuelve a tener la razón: “del dicho al hecho hay mucho trecho”. Por eso, nuestro Señor nos dijo un día que “no todo el que me dice ‘¡Señor, Señor!’ se salvará, sino el que hace la voluntad de mi Padre del cielo”. Palabras muy sencillas y escuetas, pero muy claras y exigentes. Y nosotros, ¿cuál de estos dos hijos somos? (Clemente González).
Tú eres mi hijo: yo te he engendrado hoy (Salmo II), leemos en la Antífona de la Primera Misa de Navidad. “El adverbio hoy habla de la eternidad, el hoy de la Santísima e inefable Trinidad” (Juan Pablo II, Audiencia general). Precisamente por esto los judíos querían matar a Jesús, porque llamaba a Dios su Padre (Juan 5, 18). Suyo en sentido totalmente literal: El Niño que nacerá en Belén es el Hijo de Dios, Unigénito, consustancial al Padre, eterno, con su propia naturaleza divina y la naturaleza humana asumida en el seno virginal de María. Cuando esta Navidad le veamos inerme en los brazos de María no olvidemos que es Dios hecho Hombre por amor a cada uno de nosotros, y haremos un acto de fe profundo y agradecido, y adoraremos la Humanidad Santísima del Señor.
Jesús nos vino del Padre (Juan 6, 29). Pero nos nació de una mujer. El Espíritu Santo ha querido mostrarnos (Mateo 1, 1-25) cómo el Mesías se ha entroncado en una familia y en un pueblo, y a través de él en toda la humanidad. María le dio a Jesús, en su seno, su propia sangre: sangre de Adán, de Farés, de Salomón. Jesús, en cuanto Dios, es engendrado misteriosamente, no hecho, por el Padre desde toda la eternidad. De este Niño depende toda nuestra existencia: en la tierra y en el Cielo. Y quiere que le tratemos con una amistad y una confianza únicas. Se hace pequeño para que no temamos acerarnos a Él.
Nuestra vida debe ser una continua imitación de la vida de Jesús aquí en la tierra. Él, este Jesús (Hechos 2, 32), Dios hecho Hombre, es nuestro Modelo en todas las virtudes. No hay en nosotros un solo pensamiento o sentimiento bueno que Él no pueda hacer suyo, no existe ningún pensamiento o sentimiento suyo que no debamos nosotros esforzarnos en asimilar. Jesús amó profundamente todo lo verdaderamente humano: el trabajo, la amistad, la familia; especialmente a los hombres con sus defectos y miserias. Su Humanidad Santísima es nuestro camino hacia la Trinidad. Jesús nos enseña con su ejemplo cómo hemos de servir y ayudar a quienes nos rodean; la caridad es amar como yo os he amado (Juan 13, 34). Para imitar al Señor hemos de conocerlo, hay que “mirarse en Él” (J. Escrivá de Balaguer). La lectura y meditación del Evangelio nos facilitarán contemplar a Jesús Niño en la gruta de Belén, rodeado de María y José. Aprenderemos grandes lecciones de desprendimiento, de humildad y de preocupación por los demás. El Santo Evangelio nos ayudará a hacer de nuestra vida un reflejo de la vida de Jesús (Francisco Fernández Carvajal). Llucià Pou Sabaté
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domingo, 11 de diciembre de 2011
Lunes de la 3ª semana de Adviento. “¿Con qué autoridad haces esto?” Preguntan a Jesús. Su autoridad es divina, anunciada por los profetas, y últimamen
Lunes de la 3ª semana de Adviento. “¿Con qué autoridad haces esto?” Preguntan a Jesús. Su autoridad es divina, anunciada por los profetas, y últimamente por Juan Bautista.
Libro de los Números 24,2-7.15-17a. En aquellos días, Balaán, tendiendo la vista, divisó a Israel acampado por tribus. El espíritu de Dios vino sobre él, y entonó sus versos: «Oráculo de Balaán, hijo de Beor, oráculo del hombre de ojos perfectos; oráculo del que escucha palabras de Dios, que contempla visiones del Poderoso, en éxtasis, con los ojos abiertos: ¡Qué bellas las tiendas de Jacob y las moradas de Israel! Como vegas dilatadas, como jardines junto al río, como áloes que plantó el Señor o cedros junto a la corriente; el agua fluye de sus cubos, y con el agua se multiplica su simiente. Su rey es más alto que Agag, y su reino descuella.» Y entonó sus versos: «Oráculo de Balaán, hijo de Beor, oráculo del hombre de ojos perfectos; oráculo del que escucha palabras de Dios y conoce los planes del Altísimo, que contempla visiones del Poderoso, en éxtasis, con los ojos abiertos: Lo veo, pero no es ahora, lo contemplo, pero no será pronto: Avanza la constelación de Jacob, y sube el cetro de Israel.»
Salmo 24,4-5ab.6-7bc.8-9. R. Señor, instrúyeme en tus sendas.
Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas: haz que camine con lealtad; enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador.
Recuerda, Señor, que tu ternura y tu misericordia son eternas; acuérdate de mí con misericordia, por tu bondad, Señor.
El Señor es bueno y es recto, enseña el camino a los pecadores; hace caminar a los humilles con rectitud, enseña su camino a los humildes.
Evangelio según san Mateo 21,23-27. En aquel tiempo, Jesús llegó al templo y, mientras enseñaba, se le acercaron los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo para preguntarle: -«¿Con qué autoridad haces esto? ¿Quién te ha dado semejante autoridad?» Jesús les replicó: «Os voy a hacer yo también una pregunta; si me la contestáis, os diré yo también con qué autoridad hago esto. El bautismo de Juan ¿de dónde venía, del cielo o de los hombres?» Ellos se pusieron a deliberar: -«Si decimos "del cielo", nos dirá: "¿Por qué no le habéis creído? Si le decimos "de los hombres", tememos a la gente; porque todos tienen a Juan por profeta.» Y respondieron a Jesús: - «No sabemos.» Él, por su parte, les dijo: - «Pues tampoco yo os digo con qué autoridad hago esto.»
Comentario: 1.-Nm 24,2-07.15-17a. Se recogen aquí los oráculos tercero y cuarto del ciclo de Balaán. El rey de Moab le encarga, por su fama de vidente, que maldiga al pueblo de Israel y sus campamentos. Pero Dios toca su corazón, y el adivino pagano se convierte en uno de los mejores profetas del futuro mesiánico. En sus poemas breves, llenos de admiración, en vez de maldecir, bendice el futuro de Israel. Ve su estrella y su cetro y anuncia la aparición de un héroe que dominará sobre todos los pueblos. Sorpresas de Dios, que no se deja manipular ni entra en nuestros cálculos. Somos nosotros los que debemos ver y oír lo que él quiere. Es una profecía que en un primer momento se interpretó como cumplida en el rey David, pero que luego los mismos israelitas dirigieron a la espera del Mesías. El adivino pagano Balam había sido llamado por el rey de Moab, Balac, para que maldijera a Israel en su camino hacia la tierra prometida. Pero Balam no pudo cumplir su cometido. Cada vez que intentaba maldecir a Israel, el Señor le cambiaba la maldición en una bendición. A la cuarta vez, Balam pronuncia un oráculo que habla de un futuro rey que habrá de surgir de Israel. Este oráculo se refiere al rey David quien le da seguridad al reino, al liberarlo de sus enemigos. Pero David es sólo tipo del verdadero rey. Aunque no se lo cita expresamente en Nuevo Testamento, el episodio de la adoración de los magos ha sido inspirado en su presentación por el oráculo de Balam. Jesús es el que establecerá definitivamente el reino de Dios. La liturgia de este día nos presenta dos casos que muestran dos actitudes radicalmente opuestas. Por un lado, el caso de Balaam, el adivino madianita (ver Nm 22-23). Pese a ser un extranjero se ve obligado a bendecir a Israel, reconociendo en Yavé a un Dios poderoso y en Israel a un futuro vencedor de Moab. Y por otro, la cerrazón de espíritu de las autoridades religiosas que pueden reconocer en este pobre predicador ambulante al verdadero Hijo de Dios.
La estratagema de Balac para asegurarse la victoria sobre Israel mediante una maldición pronunciada contra los ejércitos enemigos, lejos de surtir el efecto apetecido, produce un efecto contrario. Balaán lo dice con toda claridad: «Yo no puedo quebrantar el mandamiento de Yahvé haciendo mal o bien por cuenta propia; lo que Yahvé me diga le diré» (v 13). Es una afirmación contra la creencia popular en la eficacia maléfica de ciertas palabras humanas. Dios está por encima de los hombres, los cuales no pueden manipularlo a su antojo, por más que lo intenten. Lo que deben hacer los hombres es tener los ojos abiertos (3.15) y escuchar las palabras de Dios (4.16) para conocer los planes del Altísimo (16). Entonces verán las cosas tal como son, en toda su profunda realidad anclada en el presente, pero que se extiende hacia el futuro como crecen las ramas del árbol que goza de aguas abundantes (7). Y acertarán a interpretar auténticamente los hechos de la historia y descubrirán que Yahvé es el gran protagonista de la salvación del pueblo (6c.8). El cuarto y último oráculo de Balaán (15-25) es el más importante. Lo pronuncia sin que nadie se lo pida. Toda su fuerza reside en la interpretación mesiánica que le han dado los Padres. Los versículos 17-19 fueron leídos por los cristianos de los primeros siglos como una anticipación de la aparición de Jesús en el horizonte de Israel. El Nuevo Testamento no menciona esta profecía, pero sí contiene resonancias de sus imágenes. En la antigüedad, la estrella representaba la divinidad o la realeza. Balaán ve cómo se alza de Jacob una estrella (17) un rey que dominará sobre todos los otros reyes. Jesús, descendiente de Jacob, es la estrella que Lucas, en el cántico del Benedictus, identifica con Dios, que nos visita de lo alto para iluminar a los que están sentados en tinieblas y sombras de muerte y enderezar nuestros pasos por el camino de la paz (Lc 1,78s). O la luz verdadera que Juan nos presenta en lucha victoriosa con las tinieblas (Jn 1,9ss). Que la profecía de Balaán nos ayude a profundizar en el misterio de Jesús, que en breve celebraremos, la lucha de la vida contra la muerte, de la luz contra nuestra oscuridad, y haga que en la impotencia de la caída, de la humillación, se abran nuestros ojos (4c) y podamos contemplar la luz de Cristo resucitado, nuestra auténtica Pascua. Esta es la buena palabra, el oráculo favorable, el evangelio de Dios que transforma nuestra vida (J.M. Aragonés).
La profecía que leeremos hoy es bastante sorprendente. Fue pronunciada en las siguientes circunstancias: Durante el Éxodo, después de cuarenta años de larga marcha a través del desierto de Sinaí, el pueblo de Israel, conducido por Moisés, llega al Este del Mar Muerto, cerca de la tierra prometida; pero le queda todavía por atravesar el territorio de Moab. El rey de ese país no ve con agrado esa tropa de nómadas que quieren pasar. Envía pues a buscar, por las orillas del Eúfrates, a un famoso adivino, una especie de brujo poderoso para que maldiga a esos inoportunos y les lance un maleficio. ¡Balaam es pues un profeta pagano! Ahora bien, esto es lo que pasó: En lugar de maldecir, anuncia el futuro mesiánico del pueblo de Israel. -El profeta pagano Balaam, alzando los ojos, vio el pueblo que acampaba... Le sobrevino el Espíritu de Dios, y pronunció estas palabras: ¡Sorprendente! Ya en el Antiguo Testamento, esto es una prueba manifiesta que el Espíritu de Dios no está encerrado en los límites demasiado estrechos de un pueblo o de una institución. Dios no es tan solo el Dios del «pueblo escogido»... es el Dios de «todos los hombres»... Su acción no está limitada al marco de las instituciones de la Ley de Moisés. HOY, todavía, esto es igualmente real. Es verdad que Dios ha escogido la Iglesia como instrumento de salvación para el mundo; pero su gracia, su acción divina no se limitan a las fronteras visibles de la Iglesia. Dios por su Espíritu, está presente en el corazón de los paganos. Trabaja en el corazón de todos y de cada uno de los hombres. Permanezco en silencio el tiempo necesario para contemplar a Dios, HOY, trabajando en el corazón de los hombres que no pertenecen visiblemente a la Iglesia. Oráculo de Balaam, el varón clarividente, que oye las palabras de Dios. También a mí, Señor, me pides aguzar mi mirada para ver mejor... No sé «ver» ni sé «oír» suficientemente los signos de Dios, «los signos de los tiempos». Dios sigue obrando y hablando. ¿Qué me dices, Señor? ¿Hacia donde suscitas, HOY, mi atención?
-Saldrá un héroe de la descendencia de Israel, dominará sobre pueblos numerosos. Su reino será mayor que el de... La fe nos proyecta, a nosotros también, hacia el futuro del mundo. Nos hace ver, por adelantado, «lo que ha de venir». Cristo va creciendo hasta su advenimiento definitivo. En silencio, busco, en mí y a mi alrededor, los signos de ese crecimiento. Todo hombre que progresa, que va siendo mejor... es Cristo que está creciendo. Pero, todo ello no es algo deslumbrante. Son pequeños signos.
-A ese héroe, lo veo... aunque no para ahora. Lo diviso, pero no de cerca. Un astro se levanta, un cetro se endereza. Sí, no es muy aparente todavía. No se ve bien. Es necesario tener buenos ojos para discernir esas cosas. Así, el anuncio del Mesías viene jalonando toda la historia. Incluso entre los paganos de buena fe. En ese tiempo de Adviento hay que aguzar nuestra mirada (Noel Quesson).
Un adivino llamado Balaam vivía en las orillas del río Eufrates y fue llamado para que predijera el porvenir del pueblo de Israel. Este oráculo es uno de los más antiguos poemas reales de Israel. Es el primero que encamina las esperanzas del pueblo por la senda de la realeza. Israel llegará a tener un rey, figura-tipo del Mesías esperado. Quien ha sido poseído por el Espíritu de Dios no puede convertirse en una maldición para los demás. Sin embargo, la Palabra que Dios pronuncia sobre los suyos es para que sea escuchada, de tal forma que se conozca la ciencia del Altísimo y se produzcan abundantes frutos de buenas obras, con la misma abundancia de frutos que dan los árboles que han hundido sus raíces en las corrientes de los ríos. Balaam contempla en el futuro cómo de Jacob se levanta una estrella y cómo surge un cetro de Israel. Es el Señor que viene a reinar en el corazón de todos los hombres. En Cristo, Hijo de Dios y descendiente de David se cumple plenamente esta profecía. Él se ha convertido en luz que ilumina a todas las naciones; Él es el Camino que nos conduce al Padre; Él es, para nosotros, la fuente de agua que nos da vida eterna. Quien posea su Espíritu no podrá, jamás pasar haciendo el mal, sino el bien, que procede de Dios. Ese es el fruto que Dios espera de quienes creen en Él.
Balaam en la Historia Sagrada representa el fruto del cálculo de los hombres para que no se realicen los planes de Dios. Pero, al mismo tiempo, Balaam es el triunfo de Dios sobre los cálculos de los hombres, sobre el modo en el cual los seres humanos consideramos las cosas. Nos narra la Escritura que cuando Balaam maldice al pueblo de Israel, un ángel se le aparece, pero sólo el burro en el que él va montado lo puede ver. Y aunque el profeta intenta que el burro siga caminando, no lo logra pues el burro está muy asustado. De pronto Baalam también ve al ángel y dice: ¡Cómo es posible que un animal haya visto lo que yo no veía! Esto hace que él reflexione y cambie. Y en vez de hacer una profecía de maldición, hace una profecía de bendición: "Qué hermosas son tus tiendas, son como extensos valles, como jardines junto al río".
Al ver que Balaam sin pertenecer al pueblo de Israel y sin ser profeta ungido en Israel es capaz de verse a sí mismo como vocero de la Palabra de Dios al pueblo de Israel, nosotros tendríamos que ser capaces de preguntarnos si ante Cristo que viene estamos poniendo una especie de barrera con nuestros cálculos, o si por el contrario, nuestra vida se abre a lo que Jesucristo nos pide. Si la mayoría de las veces vemos perfectamente lo que Cristo nos está pidiendo, ¿por qué razón no lo hacemos?
Las reminiscencias del origen davídico de Jesús se pueden hacer remontar no sólo a este pasaje de Nm, sino también a las mismas profecías de Natán y de otros profetas posteriores; pero lo que cuenta no es llegar a descubrir si realmente Jesús pertenecía al “tronco de Jesé” o sea a la familia de David para poder considerarlo Mesías. Lo importante es constatar que en él se cumplen las expectativas mesiánicas más genuinas: el ansia de liberación, las formas claras y concretas de realización y de implantación del reino de Dios... y algo muy importante también: en Jesús la procedencia o la descendencia queda totalmente relativizada; no es el vínculo de sangre lo que afilia a todos los hombres y mujeres con Dios como Padre Único, sino la actitud de cada uno de escuchar la Palabra de Dios y ponerla en práctica.
Esto último es lo que en definitiva constituye a Jesús como Señor Único de la historia y del universo; su autoridad y señorío no vienen dados por su procedencia de familia real, sino por su decisión radical de poner en práctica única y exclusivamente la voluntad de Dios. Eso es lo que en el fondo deben tener claro los escribas y sumos sacerdotes. Su experiencia, pero también las pretensiones de creerse profundos conocedores de la Escritura y de todas sus minucias, los lleva a interrogar a Jesús. Supuestamente ellos debían haber sido consultados por Jesús para poder realizar su ministerio; ellos sienten que son los únicos que pueden avalar o no las palabras de Jesús. Desde esta óptica comprendemos mejor el por qué de la pregunta a Jesús. Sin embargo, Jesús, conciente de su autoridad, que sobrepasa a la de los ancianos y sumos sacerdotes los pone aprietos. Si ellos son autoridad ¿por qué no dieron crédito a la predicación de Juan? ¿Por qué no cambiaron?
Jesús desenmascara la hipocresía y la forma tan soterrada como los líderes de Israel manipulan la Escritura intentando de paso manipular también la misma voluntad divina. Para Jesús sólo hay un criterio de autoridad: realizar la voluntad del Padre....
El Espíritu de Dios ha venido sobre nosotros para convertirnos en fuente de bendición y de vida para todos. Escuchar la Palabra de Dios y meditarla con gran amor nos debe llevar a convertirnos en un signo del amor de Dios para toda la humanidad. No podemos acercarnos a escuchar al Señor para después retirarnos de su presencia olvidando lo que aquí hemos vivido, visto y escuchado. No podemos decir que tenemos a Dios en nuestro corazón cuando sólo nos conformamos con rezarle, pero no hemos hecho nuestros su Vida, su Amor y su Paz. Teniendo a Dios con nosotros no podemos convertirnos en proclamadores de maldades, de pecados, de escándalos ni de signos de muerte. El Espíritu de Dios ha tomado posesión de nosotros para que anunciemos la Verdad, la santidad, la justicia, la paz, la misericordia y el amor. El Señor quiere enviarnos como constructores de una vida que, día a día, se vaya renovando en Él. En Jesús se ha cumplido la promesa que hoy hemos escuchado, pronunciada por Balaam, que, aunque extranjero, fue poseído por el Espíritu de Dios: "De la descendencia de Israel nace un héroe que domina sobre pueblos numerosos; de Jacob se levanta una estrella y un cetro surge de Israel." Pero de nada nos servirá saber lo que hoy se nos ha comunicado si cerramos nuestro corazón a la salvación que Dios nos ofrece y, si en lugar de ir por caminos de luz, continuamos sujetos a nuestros camino de tinieblas, de maldades y de injusticias.
2. Sal. 24. Que Dios nos descubra sus caminos para que no sólo los conozcamos, sino para que los sigamos. Muchas veces pudimos perdernos en el laberinto de nuestros pecados, y pareciera como que nos vamos a quedar atrapados en ellos. Sin embargo, quienes confiamos en el Señor, seremos guiados por su Palabra para encontrar el camino de salvación. Dios jamás se olvidará de nosotros, pues el amor y la ternura que nos tiene son eternos. Esto no puede llevarnos a vivir descuidados en el amor, pensando que Dios nos perdonará y salvará, pues el tiempo de gracia no es marcado por el hombre, sino por Dios. Ojalá y escuchemos hoy su voz y no endurezcamos ante Él nuestro corazón.
El Señor es recto y bondadoso. Nosotros, frágiles y pecadores, acudimos a Él para que nos enseñe a caminar en el bien, deseando llegar a ser perfectos, como Él es perfecto. Por tanto no podemos acudir a su presencia buscando Vida y Sabiduría, para después volver a nuestros antiguos caminos de maldad. El Señor nos conoce hasta en lo más profundo de nuestras intenciones. Él sabe que hay muchas obras buenas en nosotros; pero ante Él no se ocultan nuestros pecados y miserias. A pesar de todo eso Él nos sigue amando, y puesto que su ternura y su misericordia hacia nosotros son eternas, siempre está dispuesto a perdonarnos, a llenarnos de su Espíritu y a guiar nuestros pasos por el camino del bien mediante su Palabra, que, hecha uno de nosotros, se convierte para nosotros en Camino, Verdad y Vida. Acudamos, pues, al Señor, con gran humildad. Que su Palabra no se pronuncie inútilmente sobre nosotros; más bien que, día a día, por obra del Espíritu Santo, esa Palabra vaya encarnándose en nosotros.
3.- Mt 21,23-27. Jesús se enfrenta al judaísmo oficial y renuncia a dar testimonio explícito de sí mismo, porque una sola palabra no podía convencer a quienes se han opuesto a todo su ministerio con una actitud incrédula y negativa. Jesús no esquiva la pregunta de los sumos sacerdotes y ancianos ni les discute el derecho de plantearle la cuestión de la autoridad. Con su contrapregunta sólo quiere hacerles recapacitar. La respuesta a la pregunta sobre la autoridad del Bautista proyectará luz sobre la autoridad de Jesús, porque Juan preparó los caminos a Jesús. La sanedritas no buscan la verdad de Dios, sino que se buscan a sí mismos. Por eso no toman ninguna decisión. En cualquier decisión que tomaran estarían perdidos. Si declaran a Juan Bautista como verdadero profeta, entonces tienen que creer y consiguientemente perderse, entregándose a Dios. Tienen que aceptar a Jesús. Hay aquí algo que aprender para el enfrentamiento de la fe con la incredulidad. No existen pruebas para los hombres que no quieren creer. Quien no se deja convencer por la imagen general que Jesús le brinda con su persona, con sus palabras y con su vida de que Dios habla y actúa por medio de él, tampoco puede ser instruido por ninguna discusión. Si dicen que es falso profeta entonces se ve amenazada su vida por el pueblo, que cree en la misión divina del Bautista. Cuando tenemos algo que defender -nuestra razón, nuestra voluntad, a nosotros mismos- son intereses que nos impiden descubrir a Dios. -No defenderme. -No exigir. -No reprochar.
El tiempo de Adviento es el tiempo de preparación para... de encaminarse hacia... Raramente las grandes decisiones y los grandes compromisos surgen de la nada sin haber sido suficientemente preparados. Frente a la opción "Jesús", tan nueva desde muchos aspectos, los hombres se separarán según una elección que ya se les había presentado frente a Juan Bautista". La posición tomada ante la llamada del Bautista prepara la posición a tomar ante la llamada de Jesús. Trato hoy de contemplar, a mi alrededor y en mi propia vida, las múltiples elecciones humanas, que son como andaduras hacia Jesucristo, o que, por el contrario, bloquean ya cualquier avance hacia El.
-Cuando Jesús enseñaba en el templo, los príncipes de los sacerdotes y los ancianos del pueblo se acercaron a él y le preguntaron: "¿Con qué autoridad haces estas cosas, y quién te ha dado tal potestad?" En el relato de Mateo, a esta pregunta precede la escena de Jesús expulsando a los vendedores en el templo. Ante un "acto" tal no cabe la indiferencia: hay que tomar una decisión. Es un dilema: o esto... o esto...
-Respondióles Jesús: "Yo también quiero haceros una pregunta, sólo una.. Me gusta verte así, Señor Jesús, como una persona enérgica, que no se deja intimidar, una persona que contra-ataca. Esta era a menudo tu táctica: en vez de contestar, hacías otra pregunta. ¿Acepto yo también dejarme interpelar? ¿Soy de los que pasan su tiempo haciendo preguntas a Dios, como si yo fuera el centro del mundo y Dios debiera estar a mi servicio? o bien ¿me dejo contestar por Dios? La primera actitud, frente a la opción "Jesús", es la disponibilidad: aceptar que él dirija el juego en mi vida. ¿Qué pregunta vas a hacernos, Señor?
-"El bautismo de Juan, ¿de dónde era? ¿Del cielo o de los hombres?" Efectivamente, es la pregunta más radical. Jesús va siempre directamente a lo esencial. La opción fundamental es esta: o... o... No hay escapatoria posible. Todo el porvenir queda comprometido.
-Mas ellos discurrían, diciendo: "Si respondemos "del cielo", nos dirá... "Si respondemos, "de los hombres", tenemos que temer al pueblo... Contestaron, pues, diciendo: "No lo sabemos. A menudo, también nosotros, contestamos huyendo las preguntas radicales de Dios. Hoy mismo, ¿cuál es la pregunta, la invitación, que yo siento que Dios me hace? ¿Cuál va a ser mi respuesta?
-"¿Por qué no le habéis creído?" La fe. Si Dios habla, incluso a través de un profeta como Juan Bautista, incluso a través de personas y de acontecimientos que me solicitan, ¿cómo se explica que yo tome estas actitudes ambiguas, huidizas? Escucho esta palabra de Jesús: "¿Por qué no creéis?". Señor, ante las grandes o las pequeñas opciones, te necesito.
-Pues yo tampoco os diré con qué autoridad hago estas cosas. A qué dar una respuesta, si no sirve para nada. También esta escena se termina, con una decepción de Dios. Contemplo en el corazón de Cristo esta decepción de no haber sido escuchado (Noel Quesson).
Los dirigentes de Israel no quieren aceptar a Juan, como tampoco el rey de Moab quedó nada satisfecho con las profecías del vidente Balaán, a quien él había contratado con la intención contraria. La peor ceguera es la voluntaria. Aquí se cumple una vez más lo que decía Jesús: que los que se creen sabios no saben nada, y los sencillos y humildes son los que alcanzan la verdadera sabiduría. Estas lecturas nos interpelan hoy y aquí a nosotros. Balaán anunció la futura venida del Mesías. El Bautista lo señaló ya como presente. Nosotros sabemos que el Enviado de Dios, Cristo Jesús, vino hace dos mil años y que como Resucitado sigue estándonos presente. La pregunta es siempre incómoda: ¿le hemos acogido, le estamos acogiendo de veras en este Adviento y nos disponemos a celebrar el sacramento de la Navidad en todo su profundo significado?
Admiramos las sorpresas de Dios en el pasado -elige a un vidente pagano para anunciar su salvación, como luego elegirá al perseguidor Saulo para convertirlo en el apóstol Pablo- pero tendríamos que estar dispuestos a saberlas reconocer también en el presente. El testimonio de la presencia de Dios en nuestra historia no nos viene siempre a través de personas importantes y solemnes. Otras mucho más sencillas, de las que menos nos lo podamos esperar, que nos dan ejemplo con su vida de valores auténticos del Evangelio, pueden ser los profetas que Dios nos envía para que entendamos sus intenciones de salvación. Pueden ser mayores o jóvenes, hombres o mujeres, laicos o religiosos, personas de poca cultura o grandes doctores, creyentes o alejados de la Iglesia. La voz de Dios nos puede venir de las direcciones más inesperadas, como en el caso de Balaán, si sabemos estar atentos. Al Bautista le entendió el pueblo sencillo, y las autoridades no. ¿Tendrá que seguir clamando en el desierto también hoy? ¿Qué velos o intereses tapan nuestros ojos para impedirnos ver lo que Dios nos está queriendo decir a través del ejemplo de generoso sacrificio de un familiar nuestro, o de la fidelidad alegre de un miembro de nuestra comunidad?, ¿o es que queremos mantenernos cómodos con nuestra ceguera de corazón.
El Dios del ayer es el Dios del hoy y el Dios del mañana. El que vino, el que viene, el que vendrá. Cada día, no sólo en la Eucaristía, sino a lo largo de la jornada, en esos pequeños encuentros personales y acontecimientos, sucede una continuada venida de Dios a nuestra vida, si estamos despiertos y sabemos interpretar la historia (J. Aldazábal).
Los sacerdotes están preocupados por el poder y la autoridad con que actúa Jesús. Parece que el permiso de enseñanza en los patios del templo estaba restringido al reducido grupo de maestros y levitas reconocidos por las autoridades de Jerusalén. La intromisión de Jesús en el Templo causa revuelo. Ha realizado la purificación del templo y este gesto profético los llena de miedo. Temen perder su influjo en la gente. Por eso interrogan a Jesús sobre su autoridad y sobre el origen de ella. Se creen los guardianes del templo y ven en Jesús un intruso. Quieren ver sus credenciales. Siguiendo el método rabínico de controversia, Jesús les responde a su vez con otra pregunta. Ante el dilema que les plantea Jesús, ellos nos son capaces de responder ni toman posición frente a la autoridad de Juan. Jesús muestra así que tiene más autoridad que ellos. También a nosotros los cristianos se nos puede preguntar por la autoridad que tenemos para predicar. Nuestra autoridad a través de Jesús que nos ha enviado, viene de Dios. Lo que preguntan, en cambio, callaron por miedo y encubrieron por astucia, de este modo perdieron su legitimidad ante el pueblo. Por eso Jesús pasa de confrontado a confrontador. El les ha devuelto la amenaza y las autoridades se ven en aprietos para legitimar la propia autoridad. De este modo, queda en firme la autoridad de Jesús y en entredicho la de las autoridades supuestamente legítimas (servicio bíblico latinoamericano). La otra cara de la historia estará representado por las autoridades. Ellos, preocupados por ortodoxia, por el verticalismo, por la seguridad de la autoridad competente, de forma desconfiada exigen una prueba de autoridad a este pobre peregrino. Ellos no podían considerar que la autoridad no siempre va ligada al poder, que Dios no se manifiesta verticalmente sino desde los pobres y apartados por las mismas autoridades. Lo mismo pensaba Balac, que por tener el poder de convocar a este vidente pensaba que con eso ya había ganado la maldición para Israel. Dios se manifiesta, lo ha demostrado, no desde el poder sino desde su propia iniciativa allí en dónde esté un corazón dispuesto a reconocerlo (servicio bíblico latinoamericano).
Jesús no se dejaba amedrentar, no rea un mojigato. Las imágenes dulces de Jesús han ido en contra de su perfil como hombre decidido y valiente. Hoy su reacción en el Evangelio roza en la altanería: «Pues tampoco yo os digo con que autoridad hago yo esto». La fortaleza de Jesús encara la mala intención de los que querían ningunearlo. El cristiano ha de tener paciencia y no usar la violencia, pero no es un ingenuo, que deba rendirse a los prepotentes. Las situaciones adversas debemos afrontarlas con inteligencia, sin rehuir el debate y el derecho a expresar nuestras crítica o desacuerdo. Demasiados silencios cristianos han velado la verdad, e inclinado la balanza de parte de quienes se aprovechan del débil. A Jesús le negaban su autoridad porque enseñaba a ver las cosas de otra manera. Él demuestra una inteligencia sutil para poner a sus interlocutores ante un callejón sin salida. La palabra al servicio de la causa justa . Un modo de pensar inteligente, para desarmar la mala intención de quienes se creen poseedores exclusivos de la verdad. Aprendamos de nuestro Maestro el coraje de un enfrentamiento limpio, cuando esté en juego la verdad y la vida.
La respuesta displicente de Jesús enseña también que hay quienes no tienen derecho a la verdad. Hay gente cerrada de antemano. A quien veía el corazón no se le escapaba esa posición. Por eso los cristianaos debemos usar también nuestra agudeza visual. Hay que tratar de evitar el caer en las trampas y en la complicidad de quienes, haciendo gala de verdad, solo velan por su propio interés. Un maestro agudo para unos seguidores que quisiéramos aprender su inteligencia y decisión. Que él nos la enseñe, para afrontar las situaciones complicadas y capciosas de la vida (Pedro Sarmiento).
En su mente se sienten los depositarios del poder de Dios y cuestionan la actuación de Jesús, colocada al margen e independientemente de la propia. De esa forma, sitúan la defensa de sus propios intereses sociales y de clase por encima de los auténticos intereses de Dios y de la justicia del Reino.
Jesús responde con otra pregunta que gira en torno al origen de la autoridad de Juan. Este también se había situado al margen del poder religioso de sumos sacerdotes y senadores del pueblo. Su bautismo, ejercicio de esa autoridad, se efectuaba en la denuncia del poder institucional de los que formulaban la primera pregunta.
Ante esa contrapregunta los interlocutores de Jesús se encuentran en un callejón sin salida. El temor de la gente les impide considerar la autoridad de Juan originada en la voluntad humana, la propia reacción ante el Bautista les imposibilita colocar su fuente en la voluntad divina.
Su negativa a dar respuesta pone en claridad dos realidades: primeramente, su mala fe, porque actúan movidos por sus mezquinos intereses y, en segundo lugar, que no han llegado ni siquiera al nivel de comprensión de la gente que en Juan, ha reconocido la presencia de "un profeta" (v.25).
Ligando la actuación de Dios a su propia actuación, se han vuelto incapaces de comprender el designio salvador de Dios a través de sus profetas. Su incapacidad de dar una respuesta al origen de la autoridad del Bautista cierra sus corazones a la aceptación a los signos de Dios realizados por Jesús.
Jesús se inscribe en la prolongación de la larga historia de la Palabra divina, manifestada a lo largo de las vicisitudes de Israel. Como la dirigencia del pasado, sumos sacerdotes y senadores del pueblo no han querido aceptar la Palabra profética de Juan. Por ello, tampoco pueden comprender el sentido de la actuación de Jesús que es el cumplimiento definitivo de supervivencia de la Palabra divina en medio del rechazo egoísta de la dirigencia israelita.
El texto presenta, de este modo, la necesidad de no dejar que los propios intereses nos lleven al rechazo de la Palabra. La identificación de nuestros intereses con los intereses divinos nace de un corazón egoísta que buscando manipular a Dios, impide el reconocimiento de su señorío sobre la propia vida y sobre la vida de los demás.
Frecuentemente, la defensa de los propios privilegios es el principal obstáculo que impide la posibilidad de la apertura a la gracia y a la libertad divina. Esa actitud impide plantear correctamente la pregunta sobre el obrar divino y hace inútil cualquier tipo de respuesta. La respuesta está ya dada en la presencia definitiva de Dios a través de Jesús y su mensaje (J. Mateos-F. Camacho).
Lo propio del rey es poseer autoridad para reinar. Precisamente en torno a la autoridad de Cristo se centra todo el evangelio de hoy. Así como a Juan Bautista le vinieron a preguntar con qué autoridad bautizaba, los sumos sacerdotes y los ancianos, es decir, los depositarios de la autoridad, vienen a investigar sobre la autoridad en cuyo nombre Jesús se permite enseñar y trastocar los hábitos del templo (Mt 21,12-22). Y con razón surge este interrogante, ya que Jesús durante su vida pública aparece como el depositario de una autoridad singular: predica con autoridad (Mc 1,22), tiene poder para perdonar los pecados (Mt 9,6), es Señor del Sábado (Mc 2,28), expulsa los traficantes del templo, etc. Motivos suficientes para que quienes representaban la autoridad “legítima” lo abordaran con la pregunta: ¿Con qué autoridad haces esto?
Los sumos sacerdotes y los ancianos, que eran los jefes del pueblo judío, piden cuentas al Señor de lo que hace, pero no movidos por un sincero deseo de saber de dónde procedía el poder de Jesús, sino buscando en su respuesta la manera de condenarlo. El pueblo en cambio, reconocía en Jesús la autoridad con la que hablaba, confirmada con sus obras maravillosas.
Los enemigos de Jesús piensan tenderle una celada de la que no podría evadirse: si Jesús contesta que la autoridad le viene de ser el Hijo de Dios, entonces ellos rasgarían sus vestiduras y lo proclamarían blasfemo. Jesús no responde directamente a esta cuestión: son los signos que realiza los que dan razón para orientar los espíritus hacia una respuesta adecuada. La malicia de los judíos jefes se hace evidente y el Señor los desenmascara al ponerlos en una situación de apremio que les descubrirá sus malas intenciones.
El pueblo, los humildes y sencillos de corazón, esos sí que comprenden de dónde proviene la autoridad de Jesús y no necesitan preguntárselo, pues ven las obras que hace y creen en sus palabras y en sus obras; pero los sacerdotes y magistrados se hacen los sordos y ciegos. Ya habían condenado a Jesús, ahora sólo les faltaba desacreditarlo frente al pueblo, primer paso para luego realizar su propósito de ejecutarlo, condenándolo a muerte ignominiosa (servicio bíblico latinoamericano).
Hoy, el Evangelio nos invita a contemplar dos aspectos de la personalidad de Jesús: la sagacidad y la autoridad. Fijémonos, primero, en la sagacidad: Él conoce profundamente el corazón del hombre, conoce el interior de cada persona que se le acerca. Y, cuando los sumos sacerdotes y los notables del pueblo se dirigen a Jesús para preguntarle, con malicia: «Con qué autoridad haces esto?» (Mt 21,23), Jesús, que conoce su falsedad, les responde con otra pregunta: «El bautismo de Juan, ¿de dónde era?, ¿del cielo o de los hombres?» (Mt 21,25). Ellos no saben qué contestarle, ya que si dicen que venía de Dios, entrarían en contradicción con ellos mismos por no haberle creído, y si dicen que venía de los hombres se pondrían en contra del pueblo, que lo tenía por profeta. Se encuentran en un callejón sin salida. Astutamente, Jesús con una simple pregunta ha denunciado su hipocresía; les ha dado la verdad. Y la verdad siempre es incómoda, te hace tambalear.
También nosotros estamos llamados a hacer tambalear a la mentira. Tantas veces los hijos de las tinieblas usan toda su astucia para conseguir más dinero, más poder y más prestigio; mientras que los hijos de la luz parece que tengamos la imaginación un poco adormecida. Del mismo modo que un hombre del mundo la utiliza al servicio de sus intereses, los cristianos la hemos de emplear al servicio de Dios y del Evangelio. Jesús ejercía su autoridad gracias al profundo conocimiento que tenía de las personas y de las situaciones. También nosotros estamos llamados a tener esta autoridad. Es un don que nos viene de lo alto. Cuanto más nos ejerzamos en poner las cosas en su sitio —las pequeñas cosas de cada día—, mejor sabremos orientar a las personas y las situaciones, gracias a las inspiraciones del Espíritu Santo (Melcior Querol i Solà).
Hace unos días mi ordenador decidió cambiar las extensiones de mis archivos. Las extensiones, como bien sabéis, son esas pocas letras colocadas tras el nombre del documento precedidas por un punto, del estilo: “.doc; .jpeg; .exe”. Están situadas al final del nombre, pero es lo primero que el procesador lee para utilizar el programa adecuado para abrir el documento. Si la extensión no es la correcta no se abrirá el documento. Perfecto, pensaréis, este cura ahora, en vez de hablar de las lecturas, nos quiere colocar una clase de informática. No os preocupéis, no pierdo el hilo: contempla a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo del evangelio de hoy cuando se acercan a Jesús. ¡Tienen la extensión cambiada!. Son incapaces de reconocer al Mesías, de reconocer la obra de Dios, de escucharle. Por eso Jesús les da el “mensaje de error”. Podría haber hecho un gran milagro en ese momento para hacerles creer, una manifestación cósmica y que el sol diese vueltas o quitarle veinte años de golpe a Caifás, pero seguramente ni aún así habrían creído. Intentaban abrir un documento de Dios con la extensión de los hombres, así que se quedaron como estaban: ignorantes. En ocasiones a nosotros con Dios nos puede pasar algo parecido. Muchas veces en la dura experiencia de los funerales o la enfermedad me preguntan: ¿Por qué Dios permite esto? En el fondo es la misma pregunta del evangelio ¿Quién le ha dado a Dios autoridad sobre la vida y la muerte, sobre mí o sobre mis seres queridos? ¿Quién se cree que es? Estas preguntas presentadas tan descarnadamente, y que pueden sonar a blasfemas son, en el fondo, las que surgen de nuestra soberbia, de no dejar a Dios ser Dios. Dudamos si realmente “el Señor es bueno y recto” y que, a pesar de nuestras rebeliones, “su ternura y su misericordia son eternas”. Repite despacio: “Sé que Dios me quiere” y acércate a Dios como María, desde la humildad, dejándole hablar pues “enseña su camino a los humildes”.
Cuando te acerques al sagrario, cuando asistas a Misa, asegúrate de ir con la “extensión correcta”. No vayas para reprender a Dios, ni a juzgar al celebrante o a los que te rodean. Simplemente ponte en actitud humilde ante Dios y la Iglesia y dile despacio, con el corazón: “Señor, que no venga a pedirte cuentas, como los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo, sino que esté ya escuchándote como aquellos personajes anónimos que oían atentamente tus enseñanzas”. Dentro de poco llegaremos a Belén. Ésa es nuestra escuela de oración (Archimadrid).
Cristo acababa de entrar triunfalmente en Jerusalén; había echado a los mercaderes del templo, y sus enemigos, llenos de odio y envidia, se acercan a preguntarle: «¿Con qué autoridad haces esto?» Jesús ya había manifestado y enseñado que su poder y misión venía de Dios Padre. Sus enemigos se habían resistido a creerlo y ahora tampoco venían con ganas de abrirse a la verdad. Por tanto, Cristo opta por tomar la iniciativa y proponerles una pregunta para ponerles en aprieto. Les pregunta sobre el Bautista. Su predicación, misión y bautismo, ¿tenían origen divino o no? Básicamente era la misma pregunta que le acababan de hacer. El Bautista había predicado que Cristo era el Mesías. Así que, si los sacerdotes decían que las enseñanzas de Juan eran de origen divino, entonces habrían de admitir la misión de Jesús. Si decían que era sólo de origen humano, la gente se les echaría encima y les apedrearía. Ellos fingen la ignorancia, -pues habían venido de mala fe-, y Jesús les respeta su decisión de permanecer cerrados.
Los sacerdotes intentan rebajar a Jesús con su pregunta y, sin embargo, habiendo venido por lana, salen trasquilados. En vez de ser hombres que buscan a Dios, se buscan a sí mismos y ven en Jesús a alguien que les va a quitar protagonismo o incluso les va a desbancar. Esa envidia les llevará incluso a buscar la muerte de Cristo. Así es la envidia. Basta recordar a Herodes intentando matar al niño Jesús, o a Antipas matando a Juan para no quedar mal ante los invitados al banquete. Casi todos los apóstoles seguirían la misma suerte que el Bautista. Y así padecerían también los mártires de todos los tiempos. Los celos, la envidia, el amor propio, el deseo de ser estimado, tenido por alguien importante, del temor al «qué dirán, el brillar en un cierto nivel social, el ostentar un puesto de honra o poder son fuerzas que carcomen y matan el espíritu del evangelio en nosotros. Dios todopoderoso, que nació niño en una cueva, desmentirá esas creencias: «El que busca su vida, la perderá; el que la pierda por amor a mí, la hallará». En la película “The Damnet”, los malditos, traducida como “La caída de los dioses”, de Visconti, muestra como una familia de alemanes degenera como tanta gente. Recuerdo que un chico mejoró su posición social, y dejó a la novia amiga de toda la vida que ya no le “vestía”, por otra de más “nivel”. Le dije que estaba siendo egoista. Salimos en coche y aún en el garaje ya me decía escandalizado: “¡el cinturón de seguridad!”: para él lo importante era ponérselo cuanto antes. Pensé que estábamos en una sociedad puritana… Oración: Señor, dame la gracia de vivir con pureza de intención. Que mi obrar, pensar, sentir sea por Dios y delante de Dios. Actuar: Revisaré mi actuar para no dejar que la envidia y otros males se instalen en mi corazón. Llucià Pou Sabaté.
Libro de los Números 24,2-7.15-17a. En aquellos días, Balaán, tendiendo la vista, divisó a Israel acampado por tribus. El espíritu de Dios vino sobre él, y entonó sus versos: «Oráculo de Balaán, hijo de Beor, oráculo del hombre de ojos perfectos; oráculo del que escucha palabras de Dios, que contempla visiones del Poderoso, en éxtasis, con los ojos abiertos: ¡Qué bellas las tiendas de Jacob y las moradas de Israel! Como vegas dilatadas, como jardines junto al río, como áloes que plantó el Señor o cedros junto a la corriente; el agua fluye de sus cubos, y con el agua se multiplica su simiente. Su rey es más alto que Agag, y su reino descuella.» Y entonó sus versos: «Oráculo de Balaán, hijo de Beor, oráculo del hombre de ojos perfectos; oráculo del que escucha palabras de Dios y conoce los planes del Altísimo, que contempla visiones del Poderoso, en éxtasis, con los ojos abiertos: Lo veo, pero no es ahora, lo contemplo, pero no será pronto: Avanza la constelación de Jacob, y sube el cetro de Israel.»
Salmo 24,4-5ab.6-7bc.8-9. R. Señor, instrúyeme en tus sendas.
Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas: haz que camine con lealtad; enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador.
Recuerda, Señor, que tu ternura y tu misericordia son eternas; acuérdate de mí con misericordia, por tu bondad, Señor.
El Señor es bueno y es recto, enseña el camino a los pecadores; hace caminar a los humilles con rectitud, enseña su camino a los humildes.
Evangelio según san Mateo 21,23-27. En aquel tiempo, Jesús llegó al templo y, mientras enseñaba, se le acercaron los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo para preguntarle: -«¿Con qué autoridad haces esto? ¿Quién te ha dado semejante autoridad?» Jesús les replicó: «Os voy a hacer yo también una pregunta; si me la contestáis, os diré yo también con qué autoridad hago esto. El bautismo de Juan ¿de dónde venía, del cielo o de los hombres?» Ellos se pusieron a deliberar: -«Si decimos "del cielo", nos dirá: "¿Por qué no le habéis creído? Si le decimos "de los hombres", tememos a la gente; porque todos tienen a Juan por profeta.» Y respondieron a Jesús: - «No sabemos.» Él, por su parte, les dijo: - «Pues tampoco yo os digo con qué autoridad hago esto.»
Comentario: 1.-Nm 24,2-07.15-17a. Se recogen aquí los oráculos tercero y cuarto del ciclo de Balaán. El rey de Moab le encarga, por su fama de vidente, que maldiga al pueblo de Israel y sus campamentos. Pero Dios toca su corazón, y el adivino pagano se convierte en uno de los mejores profetas del futuro mesiánico. En sus poemas breves, llenos de admiración, en vez de maldecir, bendice el futuro de Israel. Ve su estrella y su cetro y anuncia la aparición de un héroe que dominará sobre todos los pueblos. Sorpresas de Dios, que no se deja manipular ni entra en nuestros cálculos. Somos nosotros los que debemos ver y oír lo que él quiere. Es una profecía que en un primer momento se interpretó como cumplida en el rey David, pero que luego los mismos israelitas dirigieron a la espera del Mesías. El adivino pagano Balam había sido llamado por el rey de Moab, Balac, para que maldijera a Israel en su camino hacia la tierra prometida. Pero Balam no pudo cumplir su cometido. Cada vez que intentaba maldecir a Israel, el Señor le cambiaba la maldición en una bendición. A la cuarta vez, Balam pronuncia un oráculo que habla de un futuro rey que habrá de surgir de Israel. Este oráculo se refiere al rey David quien le da seguridad al reino, al liberarlo de sus enemigos. Pero David es sólo tipo del verdadero rey. Aunque no se lo cita expresamente en Nuevo Testamento, el episodio de la adoración de los magos ha sido inspirado en su presentación por el oráculo de Balam. Jesús es el que establecerá definitivamente el reino de Dios. La liturgia de este día nos presenta dos casos que muestran dos actitudes radicalmente opuestas. Por un lado, el caso de Balaam, el adivino madianita (ver Nm 22-23). Pese a ser un extranjero se ve obligado a bendecir a Israel, reconociendo en Yavé a un Dios poderoso y en Israel a un futuro vencedor de Moab. Y por otro, la cerrazón de espíritu de las autoridades religiosas que pueden reconocer en este pobre predicador ambulante al verdadero Hijo de Dios.
La estratagema de Balac para asegurarse la victoria sobre Israel mediante una maldición pronunciada contra los ejércitos enemigos, lejos de surtir el efecto apetecido, produce un efecto contrario. Balaán lo dice con toda claridad: «Yo no puedo quebrantar el mandamiento de Yahvé haciendo mal o bien por cuenta propia; lo que Yahvé me diga le diré» (v 13). Es una afirmación contra la creencia popular en la eficacia maléfica de ciertas palabras humanas. Dios está por encima de los hombres, los cuales no pueden manipularlo a su antojo, por más que lo intenten. Lo que deben hacer los hombres es tener los ojos abiertos (3.15) y escuchar las palabras de Dios (4.16) para conocer los planes del Altísimo (16). Entonces verán las cosas tal como son, en toda su profunda realidad anclada en el presente, pero que se extiende hacia el futuro como crecen las ramas del árbol que goza de aguas abundantes (7). Y acertarán a interpretar auténticamente los hechos de la historia y descubrirán que Yahvé es el gran protagonista de la salvación del pueblo (6c.8). El cuarto y último oráculo de Balaán (15-25) es el más importante. Lo pronuncia sin que nadie se lo pida. Toda su fuerza reside en la interpretación mesiánica que le han dado los Padres. Los versículos 17-19 fueron leídos por los cristianos de los primeros siglos como una anticipación de la aparición de Jesús en el horizonte de Israel. El Nuevo Testamento no menciona esta profecía, pero sí contiene resonancias de sus imágenes. En la antigüedad, la estrella representaba la divinidad o la realeza. Balaán ve cómo se alza de Jacob una estrella (17) un rey que dominará sobre todos los otros reyes. Jesús, descendiente de Jacob, es la estrella que Lucas, en el cántico del Benedictus, identifica con Dios, que nos visita de lo alto para iluminar a los que están sentados en tinieblas y sombras de muerte y enderezar nuestros pasos por el camino de la paz (Lc 1,78s). O la luz verdadera que Juan nos presenta en lucha victoriosa con las tinieblas (Jn 1,9ss). Que la profecía de Balaán nos ayude a profundizar en el misterio de Jesús, que en breve celebraremos, la lucha de la vida contra la muerte, de la luz contra nuestra oscuridad, y haga que en la impotencia de la caída, de la humillación, se abran nuestros ojos (4c) y podamos contemplar la luz de Cristo resucitado, nuestra auténtica Pascua. Esta es la buena palabra, el oráculo favorable, el evangelio de Dios que transforma nuestra vida (J.M. Aragonés).
La profecía que leeremos hoy es bastante sorprendente. Fue pronunciada en las siguientes circunstancias: Durante el Éxodo, después de cuarenta años de larga marcha a través del desierto de Sinaí, el pueblo de Israel, conducido por Moisés, llega al Este del Mar Muerto, cerca de la tierra prometida; pero le queda todavía por atravesar el territorio de Moab. El rey de ese país no ve con agrado esa tropa de nómadas que quieren pasar. Envía pues a buscar, por las orillas del Eúfrates, a un famoso adivino, una especie de brujo poderoso para que maldiga a esos inoportunos y les lance un maleficio. ¡Balaam es pues un profeta pagano! Ahora bien, esto es lo que pasó: En lugar de maldecir, anuncia el futuro mesiánico del pueblo de Israel. -El profeta pagano Balaam, alzando los ojos, vio el pueblo que acampaba... Le sobrevino el Espíritu de Dios, y pronunció estas palabras: ¡Sorprendente! Ya en el Antiguo Testamento, esto es una prueba manifiesta que el Espíritu de Dios no está encerrado en los límites demasiado estrechos de un pueblo o de una institución. Dios no es tan solo el Dios del «pueblo escogido»... es el Dios de «todos los hombres»... Su acción no está limitada al marco de las instituciones de la Ley de Moisés. HOY, todavía, esto es igualmente real. Es verdad que Dios ha escogido la Iglesia como instrumento de salvación para el mundo; pero su gracia, su acción divina no se limitan a las fronteras visibles de la Iglesia. Dios por su Espíritu, está presente en el corazón de los paganos. Trabaja en el corazón de todos y de cada uno de los hombres. Permanezco en silencio el tiempo necesario para contemplar a Dios, HOY, trabajando en el corazón de los hombres que no pertenecen visiblemente a la Iglesia. Oráculo de Balaam, el varón clarividente, que oye las palabras de Dios. También a mí, Señor, me pides aguzar mi mirada para ver mejor... No sé «ver» ni sé «oír» suficientemente los signos de Dios, «los signos de los tiempos». Dios sigue obrando y hablando. ¿Qué me dices, Señor? ¿Hacia donde suscitas, HOY, mi atención?
-Saldrá un héroe de la descendencia de Israel, dominará sobre pueblos numerosos. Su reino será mayor que el de... La fe nos proyecta, a nosotros también, hacia el futuro del mundo. Nos hace ver, por adelantado, «lo que ha de venir». Cristo va creciendo hasta su advenimiento definitivo. En silencio, busco, en mí y a mi alrededor, los signos de ese crecimiento. Todo hombre que progresa, que va siendo mejor... es Cristo que está creciendo. Pero, todo ello no es algo deslumbrante. Son pequeños signos.
-A ese héroe, lo veo... aunque no para ahora. Lo diviso, pero no de cerca. Un astro se levanta, un cetro se endereza. Sí, no es muy aparente todavía. No se ve bien. Es necesario tener buenos ojos para discernir esas cosas. Así, el anuncio del Mesías viene jalonando toda la historia. Incluso entre los paganos de buena fe. En ese tiempo de Adviento hay que aguzar nuestra mirada (Noel Quesson).
Un adivino llamado Balaam vivía en las orillas del río Eufrates y fue llamado para que predijera el porvenir del pueblo de Israel. Este oráculo es uno de los más antiguos poemas reales de Israel. Es el primero que encamina las esperanzas del pueblo por la senda de la realeza. Israel llegará a tener un rey, figura-tipo del Mesías esperado. Quien ha sido poseído por el Espíritu de Dios no puede convertirse en una maldición para los demás. Sin embargo, la Palabra que Dios pronuncia sobre los suyos es para que sea escuchada, de tal forma que se conozca la ciencia del Altísimo y se produzcan abundantes frutos de buenas obras, con la misma abundancia de frutos que dan los árboles que han hundido sus raíces en las corrientes de los ríos. Balaam contempla en el futuro cómo de Jacob se levanta una estrella y cómo surge un cetro de Israel. Es el Señor que viene a reinar en el corazón de todos los hombres. En Cristo, Hijo de Dios y descendiente de David se cumple plenamente esta profecía. Él se ha convertido en luz que ilumina a todas las naciones; Él es el Camino que nos conduce al Padre; Él es, para nosotros, la fuente de agua que nos da vida eterna. Quien posea su Espíritu no podrá, jamás pasar haciendo el mal, sino el bien, que procede de Dios. Ese es el fruto que Dios espera de quienes creen en Él.
Balaam en la Historia Sagrada representa el fruto del cálculo de los hombres para que no se realicen los planes de Dios. Pero, al mismo tiempo, Balaam es el triunfo de Dios sobre los cálculos de los hombres, sobre el modo en el cual los seres humanos consideramos las cosas. Nos narra la Escritura que cuando Balaam maldice al pueblo de Israel, un ángel se le aparece, pero sólo el burro en el que él va montado lo puede ver. Y aunque el profeta intenta que el burro siga caminando, no lo logra pues el burro está muy asustado. De pronto Baalam también ve al ángel y dice: ¡Cómo es posible que un animal haya visto lo que yo no veía! Esto hace que él reflexione y cambie. Y en vez de hacer una profecía de maldición, hace una profecía de bendición: "Qué hermosas son tus tiendas, son como extensos valles, como jardines junto al río".
Al ver que Balaam sin pertenecer al pueblo de Israel y sin ser profeta ungido en Israel es capaz de verse a sí mismo como vocero de la Palabra de Dios al pueblo de Israel, nosotros tendríamos que ser capaces de preguntarnos si ante Cristo que viene estamos poniendo una especie de barrera con nuestros cálculos, o si por el contrario, nuestra vida se abre a lo que Jesucristo nos pide. Si la mayoría de las veces vemos perfectamente lo que Cristo nos está pidiendo, ¿por qué razón no lo hacemos?
Las reminiscencias del origen davídico de Jesús se pueden hacer remontar no sólo a este pasaje de Nm, sino también a las mismas profecías de Natán y de otros profetas posteriores; pero lo que cuenta no es llegar a descubrir si realmente Jesús pertenecía al “tronco de Jesé” o sea a la familia de David para poder considerarlo Mesías. Lo importante es constatar que en él se cumplen las expectativas mesiánicas más genuinas: el ansia de liberación, las formas claras y concretas de realización y de implantación del reino de Dios... y algo muy importante también: en Jesús la procedencia o la descendencia queda totalmente relativizada; no es el vínculo de sangre lo que afilia a todos los hombres y mujeres con Dios como Padre Único, sino la actitud de cada uno de escuchar la Palabra de Dios y ponerla en práctica.
Esto último es lo que en definitiva constituye a Jesús como Señor Único de la historia y del universo; su autoridad y señorío no vienen dados por su procedencia de familia real, sino por su decisión radical de poner en práctica única y exclusivamente la voluntad de Dios. Eso es lo que en el fondo deben tener claro los escribas y sumos sacerdotes. Su experiencia, pero también las pretensiones de creerse profundos conocedores de la Escritura y de todas sus minucias, los lleva a interrogar a Jesús. Supuestamente ellos debían haber sido consultados por Jesús para poder realizar su ministerio; ellos sienten que son los únicos que pueden avalar o no las palabras de Jesús. Desde esta óptica comprendemos mejor el por qué de la pregunta a Jesús. Sin embargo, Jesús, conciente de su autoridad, que sobrepasa a la de los ancianos y sumos sacerdotes los pone aprietos. Si ellos son autoridad ¿por qué no dieron crédito a la predicación de Juan? ¿Por qué no cambiaron?
Jesús desenmascara la hipocresía y la forma tan soterrada como los líderes de Israel manipulan la Escritura intentando de paso manipular también la misma voluntad divina. Para Jesús sólo hay un criterio de autoridad: realizar la voluntad del Padre....
El Espíritu de Dios ha venido sobre nosotros para convertirnos en fuente de bendición y de vida para todos. Escuchar la Palabra de Dios y meditarla con gran amor nos debe llevar a convertirnos en un signo del amor de Dios para toda la humanidad. No podemos acercarnos a escuchar al Señor para después retirarnos de su presencia olvidando lo que aquí hemos vivido, visto y escuchado. No podemos decir que tenemos a Dios en nuestro corazón cuando sólo nos conformamos con rezarle, pero no hemos hecho nuestros su Vida, su Amor y su Paz. Teniendo a Dios con nosotros no podemos convertirnos en proclamadores de maldades, de pecados, de escándalos ni de signos de muerte. El Espíritu de Dios ha tomado posesión de nosotros para que anunciemos la Verdad, la santidad, la justicia, la paz, la misericordia y el amor. El Señor quiere enviarnos como constructores de una vida que, día a día, se vaya renovando en Él. En Jesús se ha cumplido la promesa que hoy hemos escuchado, pronunciada por Balaam, que, aunque extranjero, fue poseído por el Espíritu de Dios: "De la descendencia de Israel nace un héroe que domina sobre pueblos numerosos; de Jacob se levanta una estrella y un cetro surge de Israel." Pero de nada nos servirá saber lo que hoy se nos ha comunicado si cerramos nuestro corazón a la salvación que Dios nos ofrece y, si en lugar de ir por caminos de luz, continuamos sujetos a nuestros camino de tinieblas, de maldades y de injusticias.
2. Sal. 24. Que Dios nos descubra sus caminos para que no sólo los conozcamos, sino para que los sigamos. Muchas veces pudimos perdernos en el laberinto de nuestros pecados, y pareciera como que nos vamos a quedar atrapados en ellos. Sin embargo, quienes confiamos en el Señor, seremos guiados por su Palabra para encontrar el camino de salvación. Dios jamás se olvidará de nosotros, pues el amor y la ternura que nos tiene son eternos. Esto no puede llevarnos a vivir descuidados en el amor, pensando que Dios nos perdonará y salvará, pues el tiempo de gracia no es marcado por el hombre, sino por Dios. Ojalá y escuchemos hoy su voz y no endurezcamos ante Él nuestro corazón.
El Señor es recto y bondadoso. Nosotros, frágiles y pecadores, acudimos a Él para que nos enseñe a caminar en el bien, deseando llegar a ser perfectos, como Él es perfecto. Por tanto no podemos acudir a su presencia buscando Vida y Sabiduría, para después volver a nuestros antiguos caminos de maldad. El Señor nos conoce hasta en lo más profundo de nuestras intenciones. Él sabe que hay muchas obras buenas en nosotros; pero ante Él no se ocultan nuestros pecados y miserias. A pesar de todo eso Él nos sigue amando, y puesto que su ternura y su misericordia hacia nosotros son eternas, siempre está dispuesto a perdonarnos, a llenarnos de su Espíritu y a guiar nuestros pasos por el camino del bien mediante su Palabra, que, hecha uno de nosotros, se convierte para nosotros en Camino, Verdad y Vida. Acudamos, pues, al Señor, con gran humildad. Que su Palabra no se pronuncie inútilmente sobre nosotros; más bien que, día a día, por obra del Espíritu Santo, esa Palabra vaya encarnándose en nosotros.
3.- Mt 21,23-27. Jesús se enfrenta al judaísmo oficial y renuncia a dar testimonio explícito de sí mismo, porque una sola palabra no podía convencer a quienes se han opuesto a todo su ministerio con una actitud incrédula y negativa. Jesús no esquiva la pregunta de los sumos sacerdotes y ancianos ni les discute el derecho de plantearle la cuestión de la autoridad. Con su contrapregunta sólo quiere hacerles recapacitar. La respuesta a la pregunta sobre la autoridad del Bautista proyectará luz sobre la autoridad de Jesús, porque Juan preparó los caminos a Jesús. La sanedritas no buscan la verdad de Dios, sino que se buscan a sí mismos. Por eso no toman ninguna decisión. En cualquier decisión que tomaran estarían perdidos. Si declaran a Juan Bautista como verdadero profeta, entonces tienen que creer y consiguientemente perderse, entregándose a Dios. Tienen que aceptar a Jesús. Hay aquí algo que aprender para el enfrentamiento de la fe con la incredulidad. No existen pruebas para los hombres que no quieren creer. Quien no se deja convencer por la imagen general que Jesús le brinda con su persona, con sus palabras y con su vida de que Dios habla y actúa por medio de él, tampoco puede ser instruido por ninguna discusión. Si dicen que es falso profeta entonces se ve amenazada su vida por el pueblo, que cree en la misión divina del Bautista. Cuando tenemos algo que defender -nuestra razón, nuestra voluntad, a nosotros mismos- son intereses que nos impiden descubrir a Dios. -No defenderme. -No exigir. -No reprochar.
El tiempo de Adviento es el tiempo de preparación para... de encaminarse hacia... Raramente las grandes decisiones y los grandes compromisos surgen de la nada sin haber sido suficientemente preparados. Frente a la opción "Jesús", tan nueva desde muchos aspectos, los hombres se separarán según una elección que ya se les había presentado frente a Juan Bautista". La posición tomada ante la llamada del Bautista prepara la posición a tomar ante la llamada de Jesús. Trato hoy de contemplar, a mi alrededor y en mi propia vida, las múltiples elecciones humanas, que son como andaduras hacia Jesucristo, o que, por el contrario, bloquean ya cualquier avance hacia El.
-Cuando Jesús enseñaba en el templo, los príncipes de los sacerdotes y los ancianos del pueblo se acercaron a él y le preguntaron: "¿Con qué autoridad haces estas cosas, y quién te ha dado tal potestad?" En el relato de Mateo, a esta pregunta precede la escena de Jesús expulsando a los vendedores en el templo. Ante un "acto" tal no cabe la indiferencia: hay que tomar una decisión. Es un dilema: o esto... o esto...
-Respondióles Jesús: "Yo también quiero haceros una pregunta, sólo una.. Me gusta verte así, Señor Jesús, como una persona enérgica, que no se deja intimidar, una persona que contra-ataca. Esta era a menudo tu táctica: en vez de contestar, hacías otra pregunta. ¿Acepto yo también dejarme interpelar? ¿Soy de los que pasan su tiempo haciendo preguntas a Dios, como si yo fuera el centro del mundo y Dios debiera estar a mi servicio? o bien ¿me dejo contestar por Dios? La primera actitud, frente a la opción "Jesús", es la disponibilidad: aceptar que él dirija el juego en mi vida. ¿Qué pregunta vas a hacernos, Señor?
-"El bautismo de Juan, ¿de dónde era? ¿Del cielo o de los hombres?" Efectivamente, es la pregunta más radical. Jesús va siempre directamente a lo esencial. La opción fundamental es esta: o... o... No hay escapatoria posible. Todo el porvenir queda comprometido.
-Mas ellos discurrían, diciendo: "Si respondemos "del cielo", nos dirá... "Si respondemos, "de los hombres", tenemos que temer al pueblo... Contestaron, pues, diciendo: "No lo sabemos. A menudo, también nosotros, contestamos huyendo las preguntas radicales de Dios. Hoy mismo, ¿cuál es la pregunta, la invitación, que yo siento que Dios me hace? ¿Cuál va a ser mi respuesta?
-"¿Por qué no le habéis creído?" La fe. Si Dios habla, incluso a través de un profeta como Juan Bautista, incluso a través de personas y de acontecimientos que me solicitan, ¿cómo se explica que yo tome estas actitudes ambiguas, huidizas? Escucho esta palabra de Jesús: "¿Por qué no creéis?". Señor, ante las grandes o las pequeñas opciones, te necesito.
-Pues yo tampoco os diré con qué autoridad hago estas cosas. A qué dar una respuesta, si no sirve para nada. También esta escena se termina, con una decepción de Dios. Contemplo en el corazón de Cristo esta decepción de no haber sido escuchado (Noel Quesson).
Los dirigentes de Israel no quieren aceptar a Juan, como tampoco el rey de Moab quedó nada satisfecho con las profecías del vidente Balaán, a quien él había contratado con la intención contraria. La peor ceguera es la voluntaria. Aquí se cumple una vez más lo que decía Jesús: que los que se creen sabios no saben nada, y los sencillos y humildes son los que alcanzan la verdadera sabiduría. Estas lecturas nos interpelan hoy y aquí a nosotros. Balaán anunció la futura venida del Mesías. El Bautista lo señaló ya como presente. Nosotros sabemos que el Enviado de Dios, Cristo Jesús, vino hace dos mil años y que como Resucitado sigue estándonos presente. La pregunta es siempre incómoda: ¿le hemos acogido, le estamos acogiendo de veras en este Adviento y nos disponemos a celebrar el sacramento de la Navidad en todo su profundo significado?
Admiramos las sorpresas de Dios en el pasado -elige a un vidente pagano para anunciar su salvación, como luego elegirá al perseguidor Saulo para convertirlo en el apóstol Pablo- pero tendríamos que estar dispuestos a saberlas reconocer también en el presente. El testimonio de la presencia de Dios en nuestra historia no nos viene siempre a través de personas importantes y solemnes. Otras mucho más sencillas, de las que menos nos lo podamos esperar, que nos dan ejemplo con su vida de valores auténticos del Evangelio, pueden ser los profetas que Dios nos envía para que entendamos sus intenciones de salvación. Pueden ser mayores o jóvenes, hombres o mujeres, laicos o religiosos, personas de poca cultura o grandes doctores, creyentes o alejados de la Iglesia. La voz de Dios nos puede venir de las direcciones más inesperadas, como en el caso de Balaán, si sabemos estar atentos. Al Bautista le entendió el pueblo sencillo, y las autoridades no. ¿Tendrá que seguir clamando en el desierto también hoy? ¿Qué velos o intereses tapan nuestros ojos para impedirnos ver lo que Dios nos está queriendo decir a través del ejemplo de generoso sacrificio de un familiar nuestro, o de la fidelidad alegre de un miembro de nuestra comunidad?, ¿o es que queremos mantenernos cómodos con nuestra ceguera de corazón.
El Dios del ayer es el Dios del hoy y el Dios del mañana. El que vino, el que viene, el que vendrá. Cada día, no sólo en la Eucaristía, sino a lo largo de la jornada, en esos pequeños encuentros personales y acontecimientos, sucede una continuada venida de Dios a nuestra vida, si estamos despiertos y sabemos interpretar la historia (J. Aldazábal).
Los sacerdotes están preocupados por el poder y la autoridad con que actúa Jesús. Parece que el permiso de enseñanza en los patios del templo estaba restringido al reducido grupo de maestros y levitas reconocidos por las autoridades de Jerusalén. La intromisión de Jesús en el Templo causa revuelo. Ha realizado la purificación del templo y este gesto profético los llena de miedo. Temen perder su influjo en la gente. Por eso interrogan a Jesús sobre su autoridad y sobre el origen de ella. Se creen los guardianes del templo y ven en Jesús un intruso. Quieren ver sus credenciales. Siguiendo el método rabínico de controversia, Jesús les responde a su vez con otra pregunta. Ante el dilema que les plantea Jesús, ellos nos son capaces de responder ni toman posición frente a la autoridad de Juan. Jesús muestra así que tiene más autoridad que ellos. También a nosotros los cristianos se nos puede preguntar por la autoridad que tenemos para predicar. Nuestra autoridad a través de Jesús que nos ha enviado, viene de Dios. Lo que preguntan, en cambio, callaron por miedo y encubrieron por astucia, de este modo perdieron su legitimidad ante el pueblo. Por eso Jesús pasa de confrontado a confrontador. El les ha devuelto la amenaza y las autoridades se ven en aprietos para legitimar la propia autoridad. De este modo, queda en firme la autoridad de Jesús y en entredicho la de las autoridades supuestamente legítimas (servicio bíblico latinoamericano). La otra cara de la historia estará representado por las autoridades. Ellos, preocupados por ortodoxia, por el verticalismo, por la seguridad de la autoridad competente, de forma desconfiada exigen una prueba de autoridad a este pobre peregrino. Ellos no podían considerar que la autoridad no siempre va ligada al poder, que Dios no se manifiesta verticalmente sino desde los pobres y apartados por las mismas autoridades. Lo mismo pensaba Balac, que por tener el poder de convocar a este vidente pensaba que con eso ya había ganado la maldición para Israel. Dios se manifiesta, lo ha demostrado, no desde el poder sino desde su propia iniciativa allí en dónde esté un corazón dispuesto a reconocerlo (servicio bíblico latinoamericano).
Jesús no se dejaba amedrentar, no rea un mojigato. Las imágenes dulces de Jesús han ido en contra de su perfil como hombre decidido y valiente. Hoy su reacción en el Evangelio roza en la altanería: «Pues tampoco yo os digo con que autoridad hago yo esto». La fortaleza de Jesús encara la mala intención de los que querían ningunearlo. El cristiano ha de tener paciencia y no usar la violencia, pero no es un ingenuo, que deba rendirse a los prepotentes. Las situaciones adversas debemos afrontarlas con inteligencia, sin rehuir el debate y el derecho a expresar nuestras crítica o desacuerdo. Demasiados silencios cristianos han velado la verdad, e inclinado la balanza de parte de quienes se aprovechan del débil. A Jesús le negaban su autoridad porque enseñaba a ver las cosas de otra manera. Él demuestra una inteligencia sutil para poner a sus interlocutores ante un callejón sin salida. La palabra al servicio de la causa justa . Un modo de pensar inteligente, para desarmar la mala intención de quienes se creen poseedores exclusivos de la verdad. Aprendamos de nuestro Maestro el coraje de un enfrentamiento limpio, cuando esté en juego la verdad y la vida.
La respuesta displicente de Jesús enseña también que hay quienes no tienen derecho a la verdad. Hay gente cerrada de antemano. A quien veía el corazón no se le escapaba esa posición. Por eso los cristianaos debemos usar también nuestra agudeza visual. Hay que tratar de evitar el caer en las trampas y en la complicidad de quienes, haciendo gala de verdad, solo velan por su propio interés. Un maestro agudo para unos seguidores que quisiéramos aprender su inteligencia y decisión. Que él nos la enseñe, para afrontar las situaciones complicadas y capciosas de la vida (Pedro Sarmiento).
En su mente se sienten los depositarios del poder de Dios y cuestionan la actuación de Jesús, colocada al margen e independientemente de la propia. De esa forma, sitúan la defensa de sus propios intereses sociales y de clase por encima de los auténticos intereses de Dios y de la justicia del Reino.
Jesús responde con otra pregunta que gira en torno al origen de la autoridad de Juan. Este también se había situado al margen del poder religioso de sumos sacerdotes y senadores del pueblo. Su bautismo, ejercicio de esa autoridad, se efectuaba en la denuncia del poder institucional de los que formulaban la primera pregunta.
Ante esa contrapregunta los interlocutores de Jesús se encuentran en un callejón sin salida. El temor de la gente les impide considerar la autoridad de Juan originada en la voluntad humana, la propia reacción ante el Bautista les imposibilita colocar su fuente en la voluntad divina.
Su negativa a dar respuesta pone en claridad dos realidades: primeramente, su mala fe, porque actúan movidos por sus mezquinos intereses y, en segundo lugar, que no han llegado ni siquiera al nivel de comprensión de la gente que en Juan, ha reconocido la presencia de "un profeta" (v.25).
Ligando la actuación de Dios a su propia actuación, se han vuelto incapaces de comprender el designio salvador de Dios a través de sus profetas. Su incapacidad de dar una respuesta al origen de la autoridad del Bautista cierra sus corazones a la aceptación a los signos de Dios realizados por Jesús.
Jesús se inscribe en la prolongación de la larga historia de la Palabra divina, manifestada a lo largo de las vicisitudes de Israel. Como la dirigencia del pasado, sumos sacerdotes y senadores del pueblo no han querido aceptar la Palabra profética de Juan. Por ello, tampoco pueden comprender el sentido de la actuación de Jesús que es el cumplimiento definitivo de supervivencia de la Palabra divina en medio del rechazo egoísta de la dirigencia israelita.
El texto presenta, de este modo, la necesidad de no dejar que los propios intereses nos lleven al rechazo de la Palabra. La identificación de nuestros intereses con los intereses divinos nace de un corazón egoísta que buscando manipular a Dios, impide el reconocimiento de su señorío sobre la propia vida y sobre la vida de los demás.
Frecuentemente, la defensa de los propios privilegios es el principal obstáculo que impide la posibilidad de la apertura a la gracia y a la libertad divina. Esa actitud impide plantear correctamente la pregunta sobre el obrar divino y hace inútil cualquier tipo de respuesta. La respuesta está ya dada en la presencia definitiva de Dios a través de Jesús y su mensaje (J. Mateos-F. Camacho).
Lo propio del rey es poseer autoridad para reinar. Precisamente en torno a la autoridad de Cristo se centra todo el evangelio de hoy. Así como a Juan Bautista le vinieron a preguntar con qué autoridad bautizaba, los sumos sacerdotes y los ancianos, es decir, los depositarios de la autoridad, vienen a investigar sobre la autoridad en cuyo nombre Jesús se permite enseñar y trastocar los hábitos del templo (Mt 21,12-22). Y con razón surge este interrogante, ya que Jesús durante su vida pública aparece como el depositario de una autoridad singular: predica con autoridad (Mc 1,22), tiene poder para perdonar los pecados (Mt 9,6), es Señor del Sábado (Mc 2,28), expulsa los traficantes del templo, etc. Motivos suficientes para que quienes representaban la autoridad “legítima” lo abordaran con la pregunta: ¿Con qué autoridad haces esto?
Los sumos sacerdotes y los ancianos, que eran los jefes del pueblo judío, piden cuentas al Señor de lo que hace, pero no movidos por un sincero deseo de saber de dónde procedía el poder de Jesús, sino buscando en su respuesta la manera de condenarlo. El pueblo en cambio, reconocía en Jesús la autoridad con la que hablaba, confirmada con sus obras maravillosas.
Los enemigos de Jesús piensan tenderle una celada de la que no podría evadirse: si Jesús contesta que la autoridad le viene de ser el Hijo de Dios, entonces ellos rasgarían sus vestiduras y lo proclamarían blasfemo. Jesús no responde directamente a esta cuestión: son los signos que realiza los que dan razón para orientar los espíritus hacia una respuesta adecuada. La malicia de los judíos jefes se hace evidente y el Señor los desenmascara al ponerlos en una situación de apremio que les descubrirá sus malas intenciones.
El pueblo, los humildes y sencillos de corazón, esos sí que comprenden de dónde proviene la autoridad de Jesús y no necesitan preguntárselo, pues ven las obras que hace y creen en sus palabras y en sus obras; pero los sacerdotes y magistrados se hacen los sordos y ciegos. Ya habían condenado a Jesús, ahora sólo les faltaba desacreditarlo frente al pueblo, primer paso para luego realizar su propósito de ejecutarlo, condenándolo a muerte ignominiosa (servicio bíblico latinoamericano).
Hoy, el Evangelio nos invita a contemplar dos aspectos de la personalidad de Jesús: la sagacidad y la autoridad. Fijémonos, primero, en la sagacidad: Él conoce profundamente el corazón del hombre, conoce el interior de cada persona que se le acerca. Y, cuando los sumos sacerdotes y los notables del pueblo se dirigen a Jesús para preguntarle, con malicia: «Con qué autoridad haces esto?» (Mt 21,23), Jesús, que conoce su falsedad, les responde con otra pregunta: «El bautismo de Juan, ¿de dónde era?, ¿del cielo o de los hombres?» (Mt 21,25). Ellos no saben qué contestarle, ya que si dicen que venía de Dios, entrarían en contradicción con ellos mismos por no haberle creído, y si dicen que venía de los hombres se pondrían en contra del pueblo, que lo tenía por profeta. Se encuentran en un callejón sin salida. Astutamente, Jesús con una simple pregunta ha denunciado su hipocresía; les ha dado la verdad. Y la verdad siempre es incómoda, te hace tambalear.
También nosotros estamos llamados a hacer tambalear a la mentira. Tantas veces los hijos de las tinieblas usan toda su astucia para conseguir más dinero, más poder y más prestigio; mientras que los hijos de la luz parece que tengamos la imaginación un poco adormecida. Del mismo modo que un hombre del mundo la utiliza al servicio de sus intereses, los cristianos la hemos de emplear al servicio de Dios y del Evangelio. Jesús ejercía su autoridad gracias al profundo conocimiento que tenía de las personas y de las situaciones. También nosotros estamos llamados a tener esta autoridad. Es un don que nos viene de lo alto. Cuanto más nos ejerzamos en poner las cosas en su sitio —las pequeñas cosas de cada día—, mejor sabremos orientar a las personas y las situaciones, gracias a las inspiraciones del Espíritu Santo (Melcior Querol i Solà).
Hace unos días mi ordenador decidió cambiar las extensiones de mis archivos. Las extensiones, como bien sabéis, son esas pocas letras colocadas tras el nombre del documento precedidas por un punto, del estilo: “.doc; .jpeg; .exe”. Están situadas al final del nombre, pero es lo primero que el procesador lee para utilizar el programa adecuado para abrir el documento. Si la extensión no es la correcta no se abrirá el documento. Perfecto, pensaréis, este cura ahora, en vez de hablar de las lecturas, nos quiere colocar una clase de informática. No os preocupéis, no pierdo el hilo: contempla a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo del evangelio de hoy cuando se acercan a Jesús. ¡Tienen la extensión cambiada!. Son incapaces de reconocer al Mesías, de reconocer la obra de Dios, de escucharle. Por eso Jesús les da el “mensaje de error”. Podría haber hecho un gran milagro en ese momento para hacerles creer, una manifestación cósmica y que el sol diese vueltas o quitarle veinte años de golpe a Caifás, pero seguramente ni aún así habrían creído. Intentaban abrir un documento de Dios con la extensión de los hombres, así que se quedaron como estaban: ignorantes. En ocasiones a nosotros con Dios nos puede pasar algo parecido. Muchas veces en la dura experiencia de los funerales o la enfermedad me preguntan: ¿Por qué Dios permite esto? En el fondo es la misma pregunta del evangelio ¿Quién le ha dado a Dios autoridad sobre la vida y la muerte, sobre mí o sobre mis seres queridos? ¿Quién se cree que es? Estas preguntas presentadas tan descarnadamente, y que pueden sonar a blasfemas son, en el fondo, las que surgen de nuestra soberbia, de no dejar a Dios ser Dios. Dudamos si realmente “el Señor es bueno y recto” y que, a pesar de nuestras rebeliones, “su ternura y su misericordia son eternas”. Repite despacio: “Sé que Dios me quiere” y acércate a Dios como María, desde la humildad, dejándole hablar pues “enseña su camino a los humildes”.
Cuando te acerques al sagrario, cuando asistas a Misa, asegúrate de ir con la “extensión correcta”. No vayas para reprender a Dios, ni a juzgar al celebrante o a los que te rodean. Simplemente ponte en actitud humilde ante Dios y la Iglesia y dile despacio, con el corazón: “Señor, que no venga a pedirte cuentas, como los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo, sino que esté ya escuchándote como aquellos personajes anónimos que oían atentamente tus enseñanzas”. Dentro de poco llegaremos a Belén. Ésa es nuestra escuela de oración (Archimadrid).
Cristo acababa de entrar triunfalmente en Jerusalén; había echado a los mercaderes del templo, y sus enemigos, llenos de odio y envidia, se acercan a preguntarle: «¿Con qué autoridad haces esto?» Jesús ya había manifestado y enseñado que su poder y misión venía de Dios Padre. Sus enemigos se habían resistido a creerlo y ahora tampoco venían con ganas de abrirse a la verdad. Por tanto, Cristo opta por tomar la iniciativa y proponerles una pregunta para ponerles en aprieto. Les pregunta sobre el Bautista. Su predicación, misión y bautismo, ¿tenían origen divino o no? Básicamente era la misma pregunta que le acababan de hacer. El Bautista había predicado que Cristo era el Mesías. Así que, si los sacerdotes decían que las enseñanzas de Juan eran de origen divino, entonces habrían de admitir la misión de Jesús. Si decían que era sólo de origen humano, la gente se les echaría encima y les apedrearía. Ellos fingen la ignorancia, -pues habían venido de mala fe-, y Jesús les respeta su decisión de permanecer cerrados.
Los sacerdotes intentan rebajar a Jesús con su pregunta y, sin embargo, habiendo venido por lana, salen trasquilados. En vez de ser hombres que buscan a Dios, se buscan a sí mismos y ven en Jesús a alguien que les va a quitar protagonismo o incluso les va a desbancar. Esa envidia les llevará incluso a buscar la muerte de Cristo. Así es la envidia. Basta recordar a Herodes intentando matar al niño Jesús, o a Antipas matando a Juan para no quedar mal ante los invitados al banquete. Casi todos los apóstoles seguirían la misma suerte que el Bautista. Y así padecerían también los mártires de todos los tiempos. Los celos, la envidia, el amor propio, el deseo de ser estimado, tenido por alguien importante, del temor al «qué dirán, el brillar en un cierto nivel social, el ostentar un puesto de honra o poder son fuerzas que carcomen y matan el espíritu del evangelio en nosotros. Dios todopoderoso, que nació niño en una cueva, desmentirá esas creencias: «El que busca su vida, la perderá; el que la pierda por amor a mí, la hallará». En la película “The Damnet”, los malditos, traducida como “La caída de los dioses”, de Visconti, muestra como una familia de alemanes degenera como tanta gente. Recuerdo que un chico mejoró su posición social, y dejó a la novia amiga de toda la vida que ya no le “vestía”, por otra de más “nivel”. Le dije que estaba siendo egoista. Salimos en coche y aún en el garaje ya me decía escandalizado: “¡el cinturón de seguridad!”: para él lo importante era ponérselo cuanto antes. Pensé que estábamos en una sociedad puritana… Oración: Señor, dame la gracia de vivir con pureza de intención. Que mi obrar, pensar, sentir sea por Dios y delante de Dios. Actuar: Revisaré mi actuar para no dejar que la envidia y otros males se instalen en mi corazón. Llucià Pou Sabaté.
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Su autoridad es divina
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