sábado, 10 de diciembre de 2011

Domingo de la 3ª semana de Adviento, año B: nos llenamos de alegría con María, por la proximidad del Señor que viene a salvarnos


Domingo de la 3ª semana de Adviento, año B: nos llenamos de alegría con María, por la proximidad del Señor que viene a salvarnos
Lectura del Profeta Isaías 61,1-2a. 10-11. El Espíritu del Señor está sobre mí porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos y a los prisioneros, la libertad, para proclamar el año de gracia del Señor.
Desbordo de gozo con el Señor, y me alegro con mi Dios: porque me ha vestido un traje de gala y me ha envuelto en un manto de triunfo, como novio que se pone la corona, o novia que se adorna con sus joyas.
Como el suelo echa sus brotes, como un jardín hace brotar sus semillas, así el Señor hará brotar la justicia y los himnos, ante todos los pueblos.
Salmo: Lc 1,46-48. 49-50. 53-54. R/. Se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador.
Proclama mi alma la grandeza del Señor / se alegra mi espíritu en Dios mi salvador; / porque ha mirado la humillación de su esclava.
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones / porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí; / su nombre es santo, / y su misericordia llega a sus fieles / de generación en generación.
A los hambrientos los colma de bienes / y a los ricos los despide vacíos. / Auxilia a Israel su siervo, / acordándose de la misericordia.
Lectura de la primera carta del Apóstol San Pablo a los Tesalonicenses 5,16-24. Hermanos: Estad siempre alegres. Sed constantes en orar. En toda ocasión tened la Acción de Gracias: ésta es la voluntad de Dios en Cristo Jesús respecto de vosotros. No apaguéis el espíritu, no despreciéis el don de profecía; sino examinadlo todo, quedándoos con lo bueno. Guardaos de toda forma de maldad. Que el mismo Dios de la paz os consagre totalmente, y que todo vuestro ser, alma y cuerpo, sea custodiado sin reproche hasta la Parusía de nuestro Señor Jesucristo. El que os ha llamado es fiel y cumplirá sus promesas.
Lectura del santo Evangelio según San Juan 1,6-8. 19-28. Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz. Los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a Juan, a que le preguntaran: —¿Tú quién eres?
El confesó sin reservas: —Yo no soy el Mesías.
Le preguntaron: —Entonces ¿qué? ¿Eres tú Elías?
El dijo: —No lo soy.
—¿Eres tú el Profeta?
Respondió: —No.
Y le dijeron: —¿Quién eres? Para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado, ¿qué dices de ti mismo?
El contestó: —Yo soy "la voz que grita en el desierto: Allanad el camino del Señor" (como dijo el Profeta Isaías).
Entre los enviados había fariseos y le preguntaron: —Entonces, ¿por qué bautizas, si tú no eres el Mesías ni Elías, ni el Profeta?
Juan les respondió: —Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, que existía antes que yo y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia. Esto pasaba en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde estaba Juan bautizando.

Comentario: 1. Is 61. 1-2a/10-11. La comunidad ha vuelto del destierro babilónico y se encuentra en Jerusalén. La voz del profeta quiere ser un rayo de esperanza. El profeta anuncia su vocación, que consiste en un don del Espíritu (cf 11,2; 42,1; 48,16) y que designa como una "unción". Habla de "liberación" (deror) es una expresión que justamente se refiere a la "liberación" en el sabbat o en el año jubilar (Lv 25,10; Ez 46,17), donde teóricamente todos volvían a tener libertad sobre cualquier deuta o esclavitud. El tiempo del gran cambio va a llegar, manifestándose de este modo la gloria del Señor (44,23). La llamada es a la alegría, porque el que la hace tiene la firme confianza en que Yahvé apresura ese tiempo de salvación; y esto es tan cierto como el crecimiento de la hierba en el campo y de los retoños en el huerto. Por eso, anima al pueblo a un regocijo semejante al novio que va a las nupcias; hay que cambiar el vestido de duelo por el de fiesta (Jr 33,11; Ap 21,2). El tiempo de la angustia y del llanto va a pasar; llegan los días del gozo y de la felicidad (“Eucaristía 1987”). Alegrémonos y démosle gracias al comprobar que este mensaje se está ya realizando en este Domingo "Gaudete" que motiva a ir con más ánimos en el camino de Belén.
Será la lectura cristológica la que dé sentido pleno a estas palabras: Jesús cita este texto en la sinagoga de Nazaret como credencial y finalidad de su misión profética (Lc 4; cf. A. Gil Modrego). Se venía anunciando la figura de un gran "Ungido", que en griego se dice "Cristo" y en hebreo "Mesías". La esperanza de este Ungido-Mesías es la que da lugar a lo que llamamos mesianismo y la que, en el fondo, posibilita todos los advientos. Se puede aplicar al Ungido lo que se dice de su Espíritu, que donde él está "allí hay libertad" (2 Co 3,13), derramará la gracia generosamente, proclamará "el año de gracia del Señor", "de su plenitud recibiremos gracia sobre gracia", se manifestará lleno "de gracia y de verdad" (Jn 1,16-17), un tiempo en que todo será misericordia y benevolencia, júbilo y generosidad. Dios se hace gracia por un año sin término, gracia para siempre (“Caritas”). Este texto se sitúa en la línea de los cánticos del Siervo doliente, con ciertos rasgos que hacen de su protagonista un profeta, movido por la fuerza del «espíritu».
2. Comentarios al Magnificat (Lc 1, 46-55), de "La Cadena de Oro" de Santo Tomás de Aquino. San Basilio: “La Santísima Virgen, considerando la inmensidad del misterio, con intención sublime, y con un fin muy alto y como avanzando en sus profundidades, engrandece al Señor. Por esto prosigue: "Y dijo María: Mi alma engrandece al Señor"”.
“Los primeros frutos del Espíritu Santo son la paz y la alegría. Y como la Santísima Virgen había reunido en sí toda la gracia del Espíritu Santo, con razón añade: "Y mi espíritu se regocijó". En el mismo sentido dice alma y espíritu. La palabra exaltación -de tanto uso en las Sagradas Escrituras- insinúa cierto hábito o estado del alma -alegre y feliz- en aquellos que son dignos de él. Por eso la Virgen se regocija en el Señor con inefable latir del corazón y transporte de gozo en la agitación de un afecto honesto. Sigue: "En Dios mi Salvador"” (S. Basilio). “Porque el espíritu de la Virgen se alegra de la divinidad eterna del mismo Jesús -esto es, del Salvador-, cuya carne es engendrada por una concepción temporal” (S. Beda). “El alma de María en verdad que engrandece al Señor, y su espíritu se regocija en Dios; porque consagrada en alma, espíritu y cuerpo al Padre y al Hijo, venera con piadoso afecto a un solo Dios, de quien son todas las cosas. Que el alma de María esté en todas las cosas para engrandecer al Señor; que el espíritu de María esté en todas las cosas para regocijarse en el Señor. Si según la carne una sola es la Madre de Cristo, según la fe el fruto de todos es Cristo. Porque toda alma concibe el Verbo de Dios, si, inmaculada y exenta de vicios, guarda su castidad con pudor inviolable” (S. Ambrosio). “Engrandece al Señor aquel que sigue dignamente a Jesucristo, y mientras se llama cristiano, no ofende la dignidad de Cristo, sino que practica obras grandes y celestiales; entonces, se regocijará el espíritu -esto es, el crisma espiritual-, o lo que es lo mismo, adelantará y no será mortificado” (Teofilacto).
“¡Oh verdadera humildad, que parió a los hombres un Dios, dio a los mortales la vida, renovó los cielos, purificó el mundo, abrió el paraíso y libró a las almas de los hombres! La humildad de María se convirtió en escala para subir al cielo, por la cual Dios baja hasta la tierra. ¿Qué quiere decir "miró", sino "aprobó"? Muchos parecen humildes a los ojos de los hombres; pero la humildad de ellos no la mira el Señor, porque si fuesen verdaderamente humildes, querrían que Dios fuese alabado por los hombres, y no que los hombres los alabasen. Y su espíritu se alegraría, no en este mundo, sino en Dios” (Pseudo-Agustín).
“Manifiesta la Virgen que no será proclamada bienaventurada por su virtud, sino que explica la causa diciendo: "Porque hizo conmigo cosas grandes el que es poderoso"” (Teofilacto). “¿Qué cosas grandes hizo en ti? Creo: que siendo criatura dieras a luz al Creador y que siendo sierva engendraras al Señor, para que Dios redimiese al mundo por ti, y por ti también le volviese la vida” (Pseudo-Agustín). “Esto se refiere al principio del cántico, en donde dice: "Mi alma engrandece al Señor". Sólo aquella alma, en quien Dios se ha dignado hacer cosas grandes, es la que puede engrandecerle con dignas alabanzas” (Beda).
“Volviéndose desde los dones especiales que ha recibido del Señor hacia las gracias generales, explica la situación de todo el género humano añadiendo: "Y su misericordia de generación en generación a los que le temen". Como diciendo: No sólo me ha dispensado gracias especiales el que es poderoso, sino a todos los que temen a Dios y son aceptos en su presencia” (Beda).
“Como parece que la prosperidad humana consiste principalmente en los honores de los poderosos y en la abundancia de las riquezas, después de la caída de los poderosos y la exaltación de los humildes, hace mención del anonadamiento de los ricos y la abundancia de los pobres… Los que desean las cosas eternas con todo interés y como hambrientos, serán saciados cuando Jesucristo aparezca en su gloria. Pero los que se gozan en las cosas de la tierra al final serán abandonados, vacíos de toda felicidad”.
“Después que hace mención de la piedad y de la justicia divina, vuelve a ocuparse de la gracia especial que dispensa por medio de la nueva encarnación, diciendo: "Recibió a Israel su siervo", como médico que visita al enfermo. Así, Dios se hizo visible entre los hombres, para hacer que Israel -esto es, el que ve a Dios- fuese su siervo” (Glosa). “Dice, pues, Israel, no la material a quien ennoblecía su nombre, sino la espiritual que retenía el nombre de la fe, teniendo sus ojos dirigidos hacia Dios para verlo por medio de la fe. También puede adaptarse a la Israel material, puesto que de ella creyeron muchos. Hizo esto "acordándose de su misericordia", porque cumplió lo que había ofrecido a Abraham, diciendo: "Porque serán bendecidas en tu descendencia todas las naciones de la tierra" (Gén 22,18). La Madre de Dios, recordando esta promesa decía: "Así como habló a nuestros padre Abraham". Porque se dijo a Abraham: "Estableceré mi pacto entre nosotros, y entre tu descendencia que habrá de venir después que tú, por medio de un pacto sempiterno que alcanzará a todas sus generaciones, a fin de que yo sea tu Dios y el de tu descendencia después de ti" (Gén 17,7)” (S. Basilio). “Llama descendencia, no tanto a los engendrados por la carne, como a los que han de seguir las huellas de su fe, y a quienes se ha prometido la venida del Salvador en los siglos” (Beda). En cualquier caso, aquí junto al don de Dios la alegría va ligada a la correspondencia a este don: Alegría, basada en el don de la filiación divina y fruto de la entrega. “Dios se entusiasma ante la entrega alegre del que se da por Amor con espontaneidad, y no como quien realiza un favor costoso” (Amigos de Dios, 140). “Cada vez estoy más persuadido: la felicidad del cielo es para los que saben ser felices en la tierra” (Forja 1005). Y motivos de alegría tenemos muchos: las maravillas del universo, virtudes y cualidades de los demás, la amistad sincera, la satisfacción del trabajo bien hecho, la alegría del deber cumplido. Hemos de fomentar la alegría y cultivarla, porque sin alegría no se puede servir a Dios. No se puede servir bien entre penas y llantos, mejor es que sea fruto de la alegría, de felicidad, fidelidad amorosa al servicio de Dios y los demás. Y que es compatible con el cansancio físico, con el dolor... La alegría es consecuencia de la filiación divina, de sabernos queridos por nuestro Padre Dios, que nos acoge, nos ayuda, y nos perdona siempre. La misma tristeza de ver nuestros errores no puede degenerar en pereza que lleva a la melancolía e inactividad, la tristeza ante los fallos que lleva al decaimiento puede nacer de la soberbia; pero con humildad puede convertirse esta tristeza en santa y mueve a luchar. A veces el Señor se sirve de ello para purificarnos y hacer profundizar en la vida interior. No hay que confundir la tristeza con el cansancio y encima cargar con la tristeza de que uno no está entregado…
La tristeza mala es aliada del enemigo. La hemos de rechazar con prontitud, porque hace que desaparezca el optimismo humano y sobrenatural y el alma se ve asaltada por tentaciones de buscar compensaciones que suplan de algún modo el deseo de alegría, de felicidad. Son las salidas ansiosas hacia escapatorias (deporte exagerado, comida o bebida o sexualidad desmedidas). Además la tristeza hace ver todo desde el punto de vista negativo y pesimista, tanto para nuestras cosas como para la de los demás. Se pierde entonces la objetividad y la visión sobrenatural como el palo que dentro del agua se ve torcido, la confianza en Dios se atenúa pues se confía en las propias fuerzas y lógicamente no se llega a todo y llegando al desaliento se afloja en la entrega a Dios y los demás, se busca la satisfacción en otras cosas, se encuentra peros a todo, se desata el juicio crítico... aparece el enemigo: “la tristeza es un vicio causado por el desordenado amor de sí mismo, que no es un vicio especial, sino la raíz general de todos ellos” (Santo Tomás de A.). La tristeza es causa de otros muchos males para el alma. Origina faltas de caridad, despierta el afán de compensaciones y permite, con frecuencia, que el alma no luche con prontitud ante las tentaciones. Hay que ir a la auténtica base del edificio: “Si nos sentimos hijos predilectos de nuestro Padre de los Cielos, ¡que eso somos!, ¿cómo no vamos a estar alegres siempre? —Piénsalo” (Forja 266). “"«¿Contento?» - Me dejó pensativo la pregunta. - No se han inventado todavía las palabras, para expresar todo lo que se siente -en el corazón y en la voluntad- al saberse hijo de Dios" (Surco 61). “Los hijos de Dios, ¿por qué vamos a estar tristes? La tristeza es la escoria del egoísmo; si queremos vivir para el Señor, no nos faltará la alegría, aunque descubramos nuestros errores y nuestras miserias. La alegría se mete en la vida de oración, hasta que no nos queda más remedio que romper a cantar: porque amamos, y cantar es cosa de enamorados” (Amigos de Dios 92).
Va unido el don de la filiación divina y la tarea de responder como buenos hijos: “Si vivimos así, realizaremos en el mundo una tarea de paz; sabremos hacer amable a los demás el servicio al Señor, porque Dios ama al que da con alegría. El cristiano es uno más en la sociedad; pero de su corazón desbordará el gozo del que se propone cumplir, con la ayuda constante de la gracia, la Voluntad del Padre. Y no se siente víctima, ni capitidisminuido, ni coartado. Camina con la cabeza alta, porque es hombre y es hijo de Dios” (Amigos de Dios 93). Es un fruto del deseo eficaz de hacer la voluntad de Dios, pues lo propio del hijo es obedecer. Alegría en la cruz, en cumplir la voluntad de Dios, en decirle: “Señor, qué quieres de mí?” “Hemos de ver las cosas con paciencia. No son como queremos, sino como vienen por providencia de Dios: hemos de recibirlas con alegría, sean como sean. Si vemos a Dios detrás de cada cosa, estaremos siempre contentos, siempre serenos. Y de ese modo manifestaremos que nuestra vida es contemplativa, sin perder nunca los nervios” (san Josemaría Escrivá). Recuerdo aquello de Manzini en su obra “Los novios”: es importante saber que todas nuestros problemas y contrariedades, tanto por nuestra culpa como sin ella, si las vemos con fe, las llevamos mejor. La Cruz hace al cristiano “Ipse Christus”, para identificarse con la Voluntad del Padre del Cielo, imitando a Cristo; porque ante lo agradable y ante lo desagradable, ante lo que requiere poco esfuerzo y ante lo que quizás exige mucho sacrificio, decide ponerse en la presencia de Dios y afirmar con clara actitud: “¿lo quieres, Señor?… ¡Yo también lo quiero!”: “Nadie es feliz, en la tierra, hasta que se decide a no serlo. Así discurre el camino: dolor, ¡en cristiano!, Cruz; Voluntad de Dios, Amor; felicidad aquí y, después, eternamente” (Surco 52). “Una persona alegre obra el bien, gusta de las cosas buenas y agrada a Dios. En cambio, el triste siempre obra el mal” (Pastor de Hermas). Muchos hoy día aparecen como ásperos, impacientes, a veces duros y no nos extraña conocer a gente con amarguras y rostro disgustado. Esa especie de penosa desesperación que se ve en la calle se ha convertido en algo habitual. Tal vez hoy más que nunca apreciamos a la Alegría como una característica de las personas santas, como la Madre Teresa de Calcuta con su sonrisa y alegría que salía del alma mientras dedicaba sus cuidados a los menesterosos y enfermos que todo el mundo rechazaba. Como nos dice el Santo Padre (Aloc. 24-11-1979) “La alegría cristiana es una realidad que no se describe fácilmente, porque es espiritual y también forma parte del misterio. Quien verdaderamente cree que Jesús es el Verbo Encarnado, el Redentor del Hombre, no puede menos de experimentar en lo intimo un sentido de alegría inmensa, que es consuelo, paz, abandono, resignación, gozo... ¡No apaguéis esta alegría que nace de la fe en Cristo crucificado y resucitado! ¡Testimoniad vuestra alegría! ¡Habituaos a gozar de esta alegría!”
Efectivamente, la alegría cristiana no es fácil de describir y es misteriosa. Como el amor, en la alegría hay misterio. Pero los cristianos tenemos un motivo fundamental para estar alegres: “Somos hijos de Dios y nada nos debe turbar; ni la misma muerte. Para la verdadera alegría nunca son definitivas ni determinantes las circunstancias que nos rodeen, porque está fundamentada en la fidelidad a Dios, en el cumplimiento del deber, en abrazar la Cruz. Sólo en Cristo se encuentra el verdadero sentido de la vida personal y la clave de la historia humana. La alegría es uno de los más poderosos aliados que tenemos para alcanzar la victoria. Este gran bien sólo lo perdemos por el alejamiento de Dios (el pecado, la tibieza, el egoísmo de pensar en nosotros mismos), o cuando no aceptamos la Cruz, que nos llega de diversas formas: dolor, enfermedad, contradicción, cambio de planes, humillaciones. La tristeza hace mucho daño en nosotros y en los demás. Es una planta dañina que debemos arrancar en cuanto aparece, con la Confesión, con el olvido de sí mismo y con la oración confiada” (Hablar con Dios).
“Dios se entusiasma ante la entrega alegre del que da y se da por Amor con espontaneidad, y no como quein realiza un favor costoso” (J. Escrivá, Amigos de Dios 140). O como dice S. Agustín, “si das el pan entristeciéndote, pierdes el pan y la recompensa” (ver también Forja, 308).
154.000 empleadas del hogar filipinas abarrotan las calles de Hong Kong. Están alegres, sonríen, participan de conversaciones festivas, son una nota de paz en un mar de calles llenas de gente estresada. Aprenden idiomas rápido (aparte de inglés fuido y tagalo hablan enseguida cantonés, tienen facilidad por las lenguas); muchas son universitarias, madres o hermanas mayores que trabajan con alegría para mandar dinero a los hijos / hermanos que han de alimentarse e ir a colegio. La pregunta que muchos se hacen es cómo pasar la vida contentas si muchas veces tienen un trabajo que les esclaviza; cómo no sentir la soledad lejos de su mundo, cómo en lugar de ser las personas más desgraciadas de Hong Kong son las más felices: un servicio de Aceprensa recoge estas preguntas. Según F. de León, profesor de la Universidad de Filipinas, “raíces malayas, mezcladas con espíritu católico y festivo de los antiguos colonizadores españoles, a los que se añade una pizca de sabor occidental, proveniente de los días en que era colonia americana”. Esta misma opinión recoge lo que podríamos decir su “buen carácter”: abiertos a todos y a todo, lo contrario de la cultura individualista de Occidente, cerrada al éxito personal que es lo que le pierde. La cultura filipina se basa en la noción de “kapwa”: compartir. “Todo, desde el dolor hasta una broma o una comida, existe para ser compartido”. Esto también se ve en culturas como la andaluza. “El filipino se siente urgido por conectar, por hacerse uno de ellos... hay mucha menos soledad entre ellos”. Y eso se extiende a la religión, la Misa es una gran reunión de familia... Dice el padre Lim, sacerdote filipino dedicado a esa pastoral entre filipinos en Hong Kong, que “esta íntima vivencia de la fe es una de las razones por las que no se dan entre las “amahs” casi ningún caso de drogas, suicidio o depresión, problemas crecientes entre los chinos”. En tagalo se las apoda “bayani”, heroínas, y así lo dice una de ellas cuando al presentarse en un concurso de belleza le preguntaron porqué se sentía dichosa: “somos heroinas porque nos sacrificamos por aquellos a los que queremos. Echarles de menos es normal. Aguantamos porque estamos unidas.” El amor produce en el hombre la perfecta alegría. En efecto, sólo disfruta de veras el que vive en caridad.
“Sonríe a todos. Pondré gracia en tu sonrisa”, le decía el Señor a Gabrielle Bossis. Es algo simple, pero no sencillo. Es simple apreciar si una persona es alegre o no, y la forma en la que ilumina a los demás, sin embargo tratar de ser una persona así no es sencillo. La alegría es un gozo del espíritu. Los seres humanos conocemos muy bien el sufrimiento y el dolor, y quienes han perdido a un ser querido lo han experimentado en toda su profundidad. Así como el dolor proviene de una situación difícil, la alegría es exactamente al revés, proviene del interior. Desde el centro de nuestra mente, de nuestra alma, hay un bienestar, una paz que se reflejan en todo nuestro cuerpo: sonreímos, andamos por ahí tarareando o silbando una tonadita, nos volvemos solícitos... El cambio es realmente espectacular, tanto que suele contagiar a quienes están al rededor de una persona así. La alegría es consecuencia de la paz que llega como recompensa de la lucha interior por mejorar, incluso cuando las cosas no van como debieran, tenemos la alegría del hijo pródigo, rectificar, volver a Dios, recomenzar.
La alegría surge, en primer lugar, de una actitud, la de decidir cómo afronta nuestro espíritu las cosas que nos rodean. Quien se deja afectar por las cosas malas, elige sufrir. Quien decide que su paz es mayor que las cosas externas, entonces se acerca más a una alegría. Una alegría que viene desde de adentro.
La rutina sería fuente de tristeza, si no hubiera ese dulce sobresalto que produce el amor. No está el gozo en eludir la realidad, sino no esclavizarse por ella, sentirse libres en el trabajo (la satisfacción de la labor realizada), en la vida en familia, en los amigos, en ayudar a todos… ("es hacer el bien, sin mirar a quien"). Toda persona es capaz de irradiar desde su interior la alegría, manifestándola exteriormente con una simple sonrisa o con la actitud serena de su persona, propia de quien sabe apreciar y valorar todo lo que existe a su alrededor
Y "lo mismo que la tristeza, la alegría es contagiosa. Tengo un amigo que irradia alegría, y no porque su vida sea fácil, sino porque está habituado a reconocer la presencia de Dios en medio de todos los sufrimientos humanos, lo suyos y los de los demás. Vaya donde vaya, esté con quien esté, siempre es capaz de ver y oír algo hermoso, algo por lo que estar agradecido. No niega el sufrimiento que le rodea, ni está ciego o sordo ante lo suspiros y los gemidos de los seres humanos, sus prójimos, pero su espíritu gravita hacia la luz en medio de la oscuridad y tiende a orar en medio de los gritos de desesperación. Su mirada es amable, su voz suave. No es un sentimental. Es un realista; pero su profunda fe le enseña que la esperanza es más real que la desesperación, que la fe es más real que la desconfianza y el amor más real que el miedo. Este realismo espiritual es el que hace que sea un hombre feliz," y ya puedes hablarle de una guerra que dice "he visto a dos niños que compartían su pan entre sí, y he oído a una mujer decir 'gracias' y sonreír cuando otro la cubría con una manta. Esa pobre gente sencilla me da ánimos para seguir viviendo mi vida'.
La alegría de mi amigo es contagiosa. Cuando más estoy con él, más llegan hasta mí rayos del sol que pasa a través de las nubes. Sí, sé que hay un sol, incluso cuando el cielo está cubierto de nubes. Cuando mi amigo hablaba del sol, yo seguía hablando de las nubes, hasta que un día me di cuenta de que era el sol el que me permitía ver las nubes.
Los que siguen hablando del sol mientras andan bajo un cielo encapotado son mensajeros de esperanza, son los verdaderos santos de nuestros días", están sorprendidos por la alegría. Venga noticias tristes, violencia, "es terrible", y "el gran desafío de la fe es dejarnos sorprender por la alegría", alegría que despierta ante una puesta de sol cuando unos ojos inocentes dicen: “mira papá”...
La alegría va de la mano con la risa: "el dinero y el éxito no nos hacen felices. como se ve que están angustiados y atemorizados, gente sombría, y pobres se ríen con gran facilidad y muestran alegría. "La alegría y la risa son los dones que trae consigo vivir en presencia de Dios y creer que no merece la pena preocuparse por el mañana. Siempre me sorprende que la gente rica tiene mucho dinero pero los pobres tienen mucho tiempo. Y cuando se tiene mucho tiempo, se puede celebrar la vida." "El problema no está en el dinero y el éxito; el problema consiste en a falta de tiempo libre y disponible para poder encontrarse con Dios en el presente y para que la vida pueda elevarse a su forma más bella y buena." Los niños que juegan estando juntos nos enseñan: "he hecho un pastel de arena, ven a verlo" "Dios busca los sitios donde hay sonrisas y risa. Las sonrisas y la risa abren las puertas del Reino. Por eso Jesús nos llama a ser como niños".
3. 1 Ts 5, 16-24. En tres palabras sintetiza Pablo la actitud del espíritu cristiano tal como corresponde a la voluntad de Dios: alegría, oración y agradecimiento. Van unidas, dan la clave para este día de "¡Alegraos constantemente!", o sea, incluso en las horas bajas y de sufrimiento (1,6), pues esos momentos no afectan al fundamento en el que descansa nuestra alegría; la certeza de la salvación en Cristo. La alegría es algo intrínseco a la vocación cristiana. Pedimos al Señor el “gaudium cum pace”, del que . Chesterton decía: "La alegría, que constituyó la pequeña publicidad del hombre pagano, es el gigantesco secreto del cristiano. Cristo nunca encubrió sus lágrimas. Él nunca escondió su ira. Pero hubo algo que controló. Hubo algo que era demasiado grande para que Dios pudiera mostrárnoslo, cuando anduvo por la tierra; y algunas veces se me ha ocurrido que ese algo era su alegría" (Orthodoxy). Y va muy unida a la oración: "Orad sin cesar". Naturalmente, no con palabras, sino con la conciencia de la unión con Dios, porque en el descanso del alma en él se encuentra precisamente la verdadera oración, sin palabras y de pleno valor, esto configura al santo en alguien alegre. "El buen humor es manifestación externa clara de que hay en el alma una juventud perenne", decía s. Josemaría, y lo ponía en práctica según cuentan las Hermanas de los Hospitales: "Yo le recuerdo siempre alegre. Si tuviera que destacar una cualidad de él, creo que me quedaría con ésta: la jovialidad, el gozo que emanaba de su persona. Nos alegraba la vida con su modo de ser". Sabía reír como un niño; hacía reír con su impresionante sentido del humor. El historiador y médico P. Berglar observa su expresión juvenil, “aquella sonrisa que muy a menudo surgía alrededor de los ojos y de la boca; una sonrisa que, de modo inconfundible, reunía en sí calor, picardía y libertad de espíritu (e imperturbabilidad) en sus diagnósticos”. Para poder ayudar a los demás hay que ser experto en humanidad, dar paz.
"¡Dad gracias por todo!". Incluso en las pruebas y sufrimiento. Aquí es donde tiene que mostrarse la fe fuerte, en que todo lo que viene de la mano de Dios es para nuestra salvación. Esta actitud del alma es, pues, la que concuerda con la voluntad de Dios, como nos lo reveló Jesús. "¡No apaguéis el espíritu!", dirá S. Pablo evocando el fuego y luz, como siempre indica el carisma más alto el amor, la fuerza del Espíritu. Y es que la alegría viene en primer lugar del amor, motor de la vida. Alegría y amor. La fuente más común, más profunda y más grande de la alegría es el amor. Se siente alegre cuando se conoce al amor de la vida, cuando se da cuenta de que esa persona nos quiere con locura. El amor rejuvenece y es una fuente espontánea y profunda de alegría. Ese amor es, efectivamente, el principal combustible para estar alegres. Quien no ama, no ríe. Y es por eso que el egoísta sufre, y nunca está alegre. La alegría es propia de los enamorados. Cuando alguien pasa por ahí canturreando y con una sonrisa en los labios, con un semblante pacífico, pensamos fácilmente “ah, son las cosas del amor”. Pues los católicos tenemos muchas y muy buenas razones para tener esa alegría propia de los enamorados. Copio de no sé donde: “La alegría es el amor disfrutado; es su primer fruto. Cuanto más grande es el amor, mayor es la alegría, decía S. Tomás de Aquino. Dios es amor (1, 4,8) enseña San Juan; un Amor sin medida, un Amor eterno que se nos entrega. Y la santidad es amar, corresponder a esa entrega de Dios al alma. Por eso, el discípulo de Cristo es un hombre, una mujer, alegre, aun en medio de las mayores contrariedades: Y Yo os daré una alegría que nadie os podrá quitar (Juan 16, 22). “Un santo triste es un triste santo” se ha escrito con verdad. Porque la tristeza tiene una íntima relación con la tibieza, con el egoísmo y la soledad. El Señor nos pide el esfuerzo para desechar un gesto adusto o una palabra destemplada para atraer muchas almas hacia Él, con nuestra sonrisa y paz interior, con garbo y buen humor. Si hemos perdido la alegría, la recuperamos con la oración, con la Confesión y el servicio a los demás sin esperar recompensa aquí en la tierra.”
Juan Pablo II nos pone delante de nuestra mirada a la Virgen Santa: “El canto del magnificat continúa siendo durante los siglos la expresión más pura de la alegría que brota en cada una de las almas fieles. Es la alegría que surge del estupor ante la fuerza omnipotente de Dios que puede permitirse realizar “cosas grandes” a pesar de la desproporción de los instrumentos humanos. Podemos cantar el magnificat con espíritu exultante, si tratamos de tener en nosotros los sentimientos de María su fe, su humildad, su candor”.
Sentirse amado es la fuente de la alegría. La posesión del Amor, y por tanto de la alegría, comienza a ser un hecho ya en la tierra mediante la gracia, que nos hace hijos de Dios, aunque será necesario esperar llegar al cielo para poseer la felicidad plena, que sacia sin saciar. “Si nos sentimos hijos predilectos de nuestro padre de los Cielos, ¡que eso somos!, ¿como no vamos a estar alegres siempre?” (Forja 266). “¡Que estén tristes los que no quieren ser hijos de Dios! Esa aspiración de conducirse como buen hijo de Dios da juventud, serenidad, alegría y paz permanentes” (Forja 423). El gozo cristiano comienza en esta tierra y será pleno en la vida eterna, pero no se puede disfrutar de el si sólo se descubre motivos de desaliento. “¿Por qué nos entristecemos los hombres? Porque la vida en la tierra no se desarrolla como nosotros personalmente esperábamos, porque surgen obstáculos que impiden o dificultan seguir adelante en la satisfacción de lo que pretendemos” (Amigos de Dios).
Decía Teresa de Calcuta: “Un corazón lleno de alegría es resultado de un corazón que arde de amor. La alegría no es solo cuestión de temperamento, siempre resulta difícil conservar la alegría - motivo mayor para tratar de adquirirla y de hacerla crecer en nuestros corazones. La alegría es oración; la alegría es fuerza; la alegría es amor. Da más quien da con alegría. A los niños y a los pobres, a todos los que sufren y están solos, bríndales siempre una sonrisa alegre; no solo les brindes tus cuidados sino también tu corazón. Tal vez no podamos dar mucho, pero siempre podemos brindar la alegría que brota de un corazón lleno de amor. Si tienes dificultades en tu trabajo y si las aceptas con alegría, con una gran sonrisa, en este caso, como en muchas otras cosas, verás que tu bien si funciona. Además, la mejor manera de mostrar tu gratitud está en aceptar todo con alegría. Si tienes alegría, esta brillara en tus ojos y en tu aspecto, en tu conversación y en tu contento. No podrás ocultarla por que la alegría se desborda. La alegría es muy contagiosa. Trata, por tanto, de estar siempre desbordando de alegría donde quiera que vayas. La alegría, ha sido dada al hombre para que se regocije en Dios por la esperanza del bien eterno y de todos los beneficios que recibe de Dios. Por tanto, sabrá como regocijarse ante la prosperidad de su vecino, como sentirse descontento ante las cosas huecas. La alegría debe ser uno de los pivotes de nuestra existencia. Es el distintivo de una personalidad generosa. En ocasiones, también es el manto que cubre una vida de sacrificio y entrega propia. La persona que tiene este don muchas veces alcanza cimas elevadas. El o ella es como el sol en una comunidad. Deberíamos preguntarnos: "¿En verdad he experimentado la alegría de amar?" el amor verdadero es un amor que nos produce dolor, que lastima y, sin embargo, nos produce alegría. Por ello debemos orar y pedir valor para amar. Quien Dios te devuelva en amor todo el amor que hayas dado y toda la alegría y la paz que hayas sembrado a tu alrededor, en todo el mundo”. Todo esto lo vemos en las exhortaciones que concluyen la primera carta de Pablo, dirigida a los cristianos de Tesalónica, escrita hacia el año 51: alegría, oración, acción de gracias. La alegría va de la mano del dolor, y de la esperanza… pero ya tocaremos en otro momento estos aspectos.
4. Jn 1, 6-8. 19-28. Volvemos a Juan Bautista y su testimonio sobre su autoridad, dependiente de Jesús, ante los judíos de Jerusalén, como fiscales celosos de un sistema. En el Oficio de Lectura de hoy se leen unas palabras de s. Agustín: "Juan era la voz, pero el Señor es la Palabra que en el principio ya existía. Juan era una voz provisional; Cristo, desde el principio, es la Palabra eterna. Quita la palabra, ¿y qué es la voz? Si no hay concepto, no hay más que ruido vacío. La voz sin la palabra llega al oído, pero no edifica el corazón (...). Y precisamente porque resulta difícil distinguir la palabra de la voz, tomaron a Juan por el Mesías. La voz fue confundida con la palabra: pero la voz se reconoció a sí misma, para no ofender a la palabra. Dijo: No soy el Mesías, ni Elías, ni el Profeta. Y cuando le preguntaron: ¿Quién eres?, respondió: Yo soy la voz que grita en el desierto:`Allanad el camino del Señor'. La voz que grita en el desierto, la voz que rompe el silencio; pero ésta no se dignará venir a donde yo trato de introducirla, si no le allanáis el camino".
No era la luz sino su testigo enamorado. ¿Puede haber vocación más bonita? Decir a las gentes que no siempre es de noche ni todo es tinieblas. Llevar un rayo de esperanza a los corazones entristecidos. Una sonrisa gratuita en una sociedad violenta. Pronosticar que la verdad terminará imponiéndose. Descubrir valores ocultos y carismas no apreciados. Apreciar el lado bueno de las cosas y personas. Entender que no todo es relativo. Encontrar el sentido de la vida. Testigo de todas las luces. Testigo del que es todo luz.
-Yo soy la voz que grita. ¿Puede haber una vocaciòn más humilde y más grande? No es Mesías, ni profeta, ni quiere ser personaje. Es una voz, un mensaje, una llamada. Está hecho para gritar, para proclamar, para anunciar y para denunciar. Si deja de hablar, se muere. Si deja de gritar, deja de ser. Si deja de anunciar su mensaje, se condena. Una voz, pero hija del viento, del Espíritu. Una voz solamente, pero que no se puede acallar, y que empezará a renovar el mundo. ¡Cuánto vale su palabra! Cuando falten estas voces, el mundo habrá perdido su conciencia.
-Tú, ¿quién eres? Una pregunta que todos tenemos que hacernos. ¿Cuál es nuestra verdadera vocación? No el montaje que nos hemos preparado, o la rutina a la que nos hemos acostumbrado, o la obligación a la que nos sentimos forzados. ¿Quién eres?, sin caretas ni tapujos. No lo que piensan, o dicen, o esperan de ti. Ni lo que tú mismo has llegado quizá a creerte. ¿Quién eres, de verdad? ¿Podrías adivinar el nombre escrito en la piedra blanca que al fin te darán? Ojalá puedan escribir también algo parecido a "testigo de la luz" y "voz que grita" (“Caritas”).
Vivimos en una época de mucho griterío y muchos fuegos fatuos. Nos llegan cantidad de voces vacías de palabra. Distraen, y no establecen una comunicación a fondo entre nosotros ni nos ayudan a encontrarnos a nosotros mismos. Pero también es cierto que hay palabras vivas, aunque nos cuesta descubrirlas, distraídos como estamos. Jesús es el Verbo, es decir, la Palabra por excelencia, aquella que ha sido concebida en el fondo del corazón (en el seno mismo de Dios). Retengámosla, esta palabra, no la perdamos. Y para ello hagamos caso de la recomendación de Juan: "Allanad el camino del Señor". San Agustín nos lo explica así: "Es como si dijera: Yo grito para introducirlo en vuestro corazón, pero el Señor no se dignará entrar si vosotros no le preparáis los caminos". El Adviento es eso. ¿Y no podría ser una manera de prepararle el camino ponernos en sintonía con el Espíritu que reposa sobre Él y que le envía "a anunciar la salvación a los pobres, la liberación a los oprimidos y a los afligidos el consuelo?" (J. Totosaus).
En el ciclo B, el evangelio de Marcos que leemos habitualmente es completado de vez en cuando con fragmentos del de Juan, como hoy.

Sábado de la 2ª semana de Adviento: la figura de San Juan Bautista: “Elías ya ha venido, y no lo reconocieron”

Sábado de la 2ª semana de Adviento: la figura de San Juan Bautista: “Elías ya ha venido, y no lo reconocieron”


Eclesiástico (Si) 48, 1-4.9-11: Surgió Elías, un profeta como un fuego, cuyas palabras eran horno encendido. Les quitó el sustento del pan, con su celo los diezmó; con el oráculo divino sujetó el cielo e hizo bajar tres veces el fuego. ¡Qué terrible eras, Elías!; ¿quién se te compara en gloria? Un torbellino te arrebató a la altura; tropeles de fuego, hacia el cielo. Está escrito que te reservan para el momento de aplacar la ira antes de que estalle, para reconciliar a padres con hijos, para restablecer las tribus de Israel. Dichoso quien te vea antes de morir, y más dichoso tú que vives.

Salmo 79,2ac y 3b.15-16.18-19. R. Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve
Pastor de Israel, escucha, tú que te sientas sobre querubines, resplandece; despierta tu poder y ven a salvarnos.
Dios de los ejércitos, vuélvete: mira desde el cielo, fíjate, ven a visitar tu viña, la cepa que tu diestra plantó, y que tú hiciste vigorosa.
Que tu mano proteja a tu escogido, al hombre que tú fortaleciste. No nos alejaremos de ti: danos vida, para que invoquemos tu nombre.

Texto del Evangelio (Mt 17,10-13): Bajando Jesús del monte con ellos, sus discípulos le preguntaron: «¿Por qué, pues, dicen los escribas que Elías debe venir primero?». Respondió Él: «Ciertamente, Elías ha de venir a restaurarlo todo. Os digo, sin embargo: Elías vino ya, pero no le reconocieron sino que hicieron con él cuanto quisieron. Así también el Hijo del hombre tendrá que padecer de parte de ellos». Entonces los discípulos comprendieron que se refería a Juan el Bautista.

Comentario: 1. Ese pasaje ha sido escogido hoy, para corresponder con la lectura del Evangelio: los escribas esperaban el retorno de Elías... Jesús dice que Elías ya ha venido... ¡es El, Jesús, el nuevo Elías!... Excelente ocasión de aprender de los labios de Jesús, que no se deben interpretar todos los pasajes de la Escritura, de un modo demasiado simple, liberal o infantil. El verdadero sentido de la Biblia no se obtiene interpretándolo materialmente.
-El profeta Elías surgió como fuego, su palabra ardía como una antorcha. El fuego es una imagen constante en la Biblia, para simbolizar a Dios. En el Sinaí, Dios se manifestó en el fuego de la tormenta. Es natural que el portador de la voluntad divina tenga un rostro de fuego. El fuego será el instrumento de la purificación última de los últimos tiempos. Esa imagen sugestiva proviene seguramente del hecho que, en los sacrificios primitivos, el fuego era el elemento que unía el hombre a Dios. Se comía luego la víctima para consumar la comunión con Dios.
-Elías, por tres veces, hizo caer fuego del cielo. Juan Bautista dirá: "El que viene detrás de mi, os bautizará en el Espíritu Santo y el fuego..." (Mateo 3,11). Y Jesús dirá: «He venido a traer fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que estuviera ya encendido...!» (Lc 12, 49). Y, en Pentecostés, "vieron aparecer unas lenguas, como de fuego..." (Hch 2,3). ¡Dios. Ven a abrasarnos, a purificarnos! ¡Ven a alumbrarnos, a guiarnos!
-Elías, tú que fuiste arrebatado en torbellino de fuego, en carro de caballos de fuego. Escucho la revelación. Acepto esas palabras como unas imágenes: a su muerte, el profeta es «arrebatado en Dios»...
-Fuiste designado para el fin de los tiempos. Es el anuncio del famoso «retorno de Elías» del que los escribas hablaban en tiempo de Jesús, al preguntarse si no sería Juan Bautista, o Jesús. Esto debe interpretarse, pues, espiritualmente. Para calmar la ira antes que estalle... Para reconducir el corazón de los padres a los hijos... y restablecer las tribus de Jacob... Dichosos los que te verán, dichosos los que se durmieron en el amor del Señor, porque también nosotros poseeremos la verdadera vida. Jesús dijo que había venido a asumir la función de Elías, el profeta. Sí, vino a «calmar la ira antes que estalle», y a «conducir de nuevo los corazones de los padres a los hijos»... Esa es la función confiada a la Iglesia y a los cristianos: ser signos de la venida de Dios en el mundo. Para eso recibimos, en Pentecostés, el fuego del Espíritu Santo. En ese tiempo de Adviento que nos encamina hacia Navidad, analizo la situación: ¿dónde estoy, en cuanto a los esfuerzos espirituales decididos? ¿en cuanto mi participación a la venida de Dios en el mundo? ¿Participo del celo y ansia de Jesús cuando dijo: «cuánto quisiera que el fuego de Dios encendiera la tierra»? ¿o bien lo espero pasivamente? (Noel Quesson).
Jesús Ben Sirac, personaje importante de Jerusalén en la época helenista, hacia el año 180 antes de Cristo canta aquí a los antepasados gloriosos en la historia de Israel (cc 44-50), haciendo recuento de “hombres de bien” a los que el Altísimo repartió “gran gloria”. Entre ellos se encuentran reyes, consejeros, videntes, sabios, poetas...(44, 1 ss), pero hay uno muy insigne, que se alzó contra los escándalos de su tiempo: Elías, un hombre de Dios cuya actitud debe imitarse. Es el profeta que –según la tradición de Israel- está llamado a aparecer en los grandes acontecimientos de la historia salvífica, por ejemplo, en la presentación del Mesías, y, además, al final de los tiempos. Le corresponde, por tanto, preparar los caminos al advenimiento de Jesús y de Yhavé, prendiendo el fuego sagrado e inflamando a las gentes con la llama de la Verdad.
Aquel que está lleno del Espíritu Santo tiene la fuerza del fuego que devora la hierba seca y que purifica los metales para que sean preciosos y puros. Elías es comparado a un profeta de fuego, con palabras de fuego; arrebatado por el fuego pero que volverá para poner las cosas en orden preparando el camino al Señor. Quienes hemos recibido el Don del Espíritu Santo, que habita en nuestros corazones como en un templo, no podemos permanecer indiferentes ante el la maldad que ha dominado a muchos e impide que el Señor sea reconocido como Señor en sus vidas. No podemos sólo proclamar el Nombre del Señor por costumbre; lo hemos de hacer siendo instrumentos del Espíritu del Señor que prepara los corazones para que en ellos habite el Señor y le dé un nuevo sentido a sus vidas. No podemos quedarnos sólo en preparaciones externas para la venida del Señor; hemos de estar con un corazón dispuesto a recibirlo y para que, teniéndolo en nosotros, lo manifestemos ante los demás con todo su poder salvador.
2. Sal. 79. Que Dios tenga piedad de nosotros y nos bendiga; que haga resplandecer su Rostro sobre nosotros y nos conceda su protección y su paz. Dios no puede olvidarse de la obra de sus manos. Muchas veces nosotros hemos vivido lejos del Señor, pero Él, como un Padre amoroso y compasivo, siempre está dispuesto a perdonarnos si volvemos a Él con un corazón sincero. Dios, por medio de su Hijo Encarnado, ha salido al encuentro del hombre pecador. Nosotros hemos sido objeto del amor misericordioso del Señor; no cerremos nuestro corazón al Redentor que se acerca a nosotros no sólo para protegernos sino para renovarnos como criaturas nuevas, como hijos de Dios.
3. Mt. 17, 10-13. Juan Bautista estuvo encarcelado y fue decapitado. Sus discípulos interrogaron a Jesús sobre la venida de Elías, que debe preceder a la del Mesías. La respuesta de Jesús es clara: Elías ya ha venido, es Juan Bautista. Cumplió el encargo de Elías: ser el profeta de la última hora y preparar al pueblo para el reino de Dios. Tenían que haberlo reconocido en sus palabras y en sus acciones. Al no aceptar el pueblo su invitación y llamada a la penitencia, no pudo realizar la misión que se esperaba de Elías. Sin embargo, el plan de Dios se cumple, incluso en el fracaso del Bautista… San Juan Crisóstomo alaba así la tarea de San Juan Bautista: «Es deber del buen servidor no sólo el de no defraudar a su dueño la gloria que se le debe, sino también el de rechazar los honores que quiera tributarle la multitud... San Juan dijo “quien viene detrás de mí, en realidad me precede”, y “no soy digno de desatar la correa de sus sandalias”, y “Él os bautizará con el Espíritu Santo y el fuego”, y que había visto al Espíritu Santo descender en forma de paloma y posarse sobre Él. Por último atestiguó que era el Hijo de Dios y añadió “he ahí al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”...
«Como solo se preocupaba de conducirlos a Cristo y hacerlos discípulos suyos, no lanzó un largo discurso. San Juan sabía que, una vez que hubieran acogido sus palabras y se hubieran convencido, no tendrían ya necesidad de su testimonio a favor de Aquél... Cristo no habló; todo lo dijo San Juan... Juan, haciendo oficio de amigo, tomó la diestra de la esposa, al conciliarle con sus palabras las almas de los hombres. Y Él, tras haberles acogido, los ligó tan estrechamente a sí mismo que ya no regresaron a aquél que se los había confiado... Todos los demás profetas y apóstoles anunciaron a Cristo cuando estaba ausente. Unos, antes de su Encarnación; otros, después de su Ascensión. Sólo él lo anunció estando presente. Por eso también lo llamó “amigo del esposo”, pues sólo él asistió a su boda».
Pero no lo reconocieron, igual que no reconocerán en Jesús al Mesías que va a padecer. El libro del Eclesiástico preveía la vuelta de Elías al final de los tiempos, volviendo otra vez a un tema del que ya había escrito antes. A Elías se le reserva para "reconciliar a padres con hijos y restablecer las tribus de Israel". Un papel de reunificador. Esta venida no reconocida es una dura lección para nosotros. Mucho más frecuentemente de lo que pensamos, a través de los seres y de los acontecimientos, hay venidas de Dios para restaurar el mundo. Aceptar, reconocer a estos "profetas" no es sencillo, ¡y hay tantos falsos profetas en nuestros días! Sin embargo, se les puede reconocer por sus frutos: Aunque no hablen sólo de unidad y amor, si lejos de rechazar a los que no piensen como ellos, demuestran que les aman; si todas sus actividades, y no sólo sus palabras son portadoras de unidad, bien podrían ser apariciones de Dios a los hombres, aun cuando no provoquen en nosotros simpatías humanas. Quizá en la Iglesia de hoy, por prudencia justificada, se desconfíe de los carismas. Se comprende que haya que verificarlos. La prueba decisiva será siempre, y hasta el fin, el amor de Dios y de los otros en lo concreto de la vida, no el amor de pequeños grupos, que mantienen un ideal a menudo demasiado humano y defendido con uñas y dientes, sino un amor universal signo del cristiano. Los que son suficientemente puros como para haber recibido este don de Dios, ¿no podrían ser, hoy y entre nosotros, Elías reconciliadores? (Adien Nocent).
"Y no lo reconocieron, sino que lo trataron a su antojo". En lugar de reconocerle, han hecho con él todo lo que han querido. Este es el drama de todos los tiempos. Juzgamos siempre muy superficialmente. No acertamos a reconocer los signos que Dios nos da como precursores de su presencia. Hoy, como siempre, Dios está junto a nosotros, en nuestra vidas y en las vidas de los que nos rodean. Y pasa desapercibido. "Así también el Hijo del hombre va a padecer a manos de ellos". La suerte de Jesús, el Mesías, está ligada a la suerte del Bautista, el precursor. La ignorancia del precursor es ignorancia de Cristo. La muerte del Bautista anuncia y predice la muerte de Cristo. Estamos en Adviento y debemos desear con fuerza la venida de Dios a nosotros y a nuestro mundo, pero ojo: hay que estar alertas para descubrir los signos que Dios nos envía como precursores de su venida… La vida verdadera nace de la muerte. Una vida que surge entre constantes dolores de parto (Rom 8,22). Sólo es posible transformarse y transformar el mundo si tenemos presente la meta a la que queremos llegar y si no perdemos nunca la esperanza en que ese futuro mejor, esa meta que nos aguarda, es posible (Francisco Bartolome Gonzalez).
Está terminando la segunda semana de este Adviento… hemos de preparar seriamente la venida del Señor a nuestras vidas, que es la gracia de la Navidad, y no sabemos darnos cuenta de los signos de esta venida en las personas y los acontecimientos, y no nos hemos sentido interpelados para «renovarlo todo» en nuestra existencia, entonces el Adviento son sólo hojas del calendario que van pasando, y no la gracia sacramental que Dios habla pensado. Tenemos que decir desde lo profundo de nuestro ser: «Oh Dios, restáuranos», «que amanezca en nuestros corazones tu Unigénito, y su venida ahuyente las tinieblas del pecado y nos transforme en hijos de la luz» (oración). Y decirlo con voluntad sincera de dejar que Dios cambie algo en nuestra vida. Más aún, los cristianos somos invitados a ser Elías y Bautista para los otros: a ser voz que anuncia y testimonio que contagia, y contribuir a que otros también. en nuestra familia, en nuestra comunidad, se preparen a la venida del Señor, y se renueve algo en nuestro mundo, y suceda de veras esa señal que anunciaba el profeta, que «se reconcilien padres e hijos» (J. Aldazábal).
A veces nuestra vida espiritual se reduce a lo que “yo” creo. Me rijo por el “yo necesito”, “yo rezo”, y convertimos la fe en un “producto” que yo me preparo a mi medida y gusto. Sin embargo, no podemos aplicar esta regla para descubrir las cosas de Dios. S. Juan de la Cruz fue un fraile carmelita que supo escuchar a Dios, que supo encontrarle. Lo hizo sobre todo en los momentos de mayor prueba en su vida. Recluído nueve meses en una estrecha y oscura prisión, fue allí, entre sufrimientos y privaciones donde vieron la luz sus más profundos y bellos poemas espirituales. Porque Dios vive, actúa y está presente en los hombres y en todas las creaturas de la naturaleza. Todo esto es posible cuando el presupuesto de nuestra oración dejo de ser “yo”, y se convierte en el “Tu”. Cuando dejo de “oírme” y comienzo a escuchar. Porque orar es, sobre todo, escuchar a Dios. Se requiere silencio y apertura de corazón. Presentarse uno mismo, como es, con sinceridad ante el espejo del alma. Hace falta la valentía de aceptarse, con todos nuestros límites y virtudes, pero además, hace falta meter a Dios en esa aceptación, en ese diálogo. Es necesario conectarse a Dios desde la sinceridad de uno mismo. Aquellos judíos no reconocieron a Juan, y no reconocerán a Jesucristo. Nosotros estamos en mejores condiciones. Las dificultades siempre las tendremos, pero podemos vencerlas si somos sinceros y si tenemos la firme convicción que nuestra “conexión” con Dios es la cosa más importante que tenemos y que nuestro “yo” está subordinado al Tú de Dios, que es AMOR.
A cada uno de nosotros el Señor nos manda ser precursores. Y como precursores, nos toca hablar, nos toca manifestar y nos toca proclamar con nuestro testimonio lo que es Dios en la vida del hombre. Podemos ser acogidos y comprendidos y tener grandes éxitos; o por el contrario, podemos no ser recibidos y encontrar, aparentemente, esterilidad. Sin embargo, como dice Jesús en la última frase de este Evangelio: "La sabiduría de Dios se justifica a sí misma por sus obras”. Es decir, yo no necesito que otro me diga que estoy actuando bien, que está de acuerdo conmigo, o que el camino que llevo es el correcto; el precursor es fecundo por el simple hecho de proclamar el mensaje de aquel de quien es precursor. Cometeríamos un error si pensáramos que porque no vemos los frutos, estamos siendo infructuosos. Cometeríamos un error si nosotros pensamos que por el simple hecho de que la gente no nos reciba, no estamos siendo fecundos. Si nosotros queremos ser verdaderos precursores de Cristo es necesario que nunca dejemos de entregarnos, que siempre mantengamos con la misma frescura la donación de nosotros mismos, independientemente de los frutos que veamos. A lo mejor nos moriremos y no veremos los frutos que queríamos obtener. Sin embargo, nosotros no sembramos para esta vida, sembramos para la vida eterna: "Dichoso aquel que no se guía por mundanos criterios [...]. Es como un árbol plantado junto al río, que da fruto a su tiempo y nunca se marchita”. Los frutos de Dios —nunca lo olvidemos— con mucha frecuencia son frutos interiores, son frutos que nacen del corazón y que a veces se quedan en él. Cada uno de nosotros tiene que pedirle a Dios que nuestras palabras nunca queden sin fruto. No le pidamos ver los frutos; sólo pidámosle que no seamos obstáculo para que los frutos que, a través de nosotros tengan que darse, se puedan dar, porque si así lo hacemos, en nosotros se está cumpliendo lo que dice la Escritura: "La sabiduría de Dios se justifica a sí misma por sus obras”. No busquemos que la sabiduría de Dios se justifique por nuestras obras. Permitamos que sea el Señor, que viene en esta Navidad, el que justifique las obras. Hagamos de este Adviento, días de una especial e intensa purificación interior. Y para lograrlo, hagamos un serio examen para revisar dónde nuestra vida no está sabiendo ser precursora, y roguemos al Señor para que nunca seamos una puerta que cierra el paso a los frutos que Él quiere obtener de los demás, por nuestra mediación.
“El bautismo es el punto final del Antiguo Testamento y el punto de partida del Nuevo. Tenía como promotor a Juan, el Bautista, “porque entre los hijos de mujer no ha habido uno mayor que Juan el Bautista” (Mt 11,11) Juan era el último de una serie de profetas, porque “todos los profetas y la ley anunciaron esto hasta que vino Juan.” (Mt 11,13) El inaugura la era mesiánica, tal como está escrito: “Comienza la buena noticia de Jesús, Mesías, Hijo de Dios...Apareció Juan el Bautista en el desierto...Juan bautizaba.” (cf Mc 1,1.4). ¿Opondrías a Juan Elías, el Tesbita, que fue arrebatado al cielo? De todos modos, no es superior a Juan el Bautista. Enoc fue transportado al cielo, y sin embargo, no es superior a Juan el Bautista. Moisés fue el mayor legislador en Israel. Todos los profetas eran admirables, pero ninguno es mayor que Juan el Bautista. No es cuestión de comparar unos profetas con otros, sino que su Maestro, nuestro Maestro, el Señor Jesús en persona ha declarado: “...no ha habido uno mayor que Juan el Bautista.” (Mt 11,11) Hay ciertamente comparación entre el gran servidor y sus compañeros de servicio, pero la superioridad y la gracia del Hijo de la Virgen no tiene comparación con sus siervos. ¿Te das cuenta qué clase de hombre escogió Dios como primer beneficiado de la gracia del Hijo? Un pobre, un amigo del desierto, no por esto enemigo de los hombres, Juan el Bautista, el nuevo Elías. Comiendo langostas, daba alas a su alma. Alimentado con miel silvestre, pronunciaba palabras de dulzura. Vestido de pieles de camello mostraba en su persona un ejemplo de esfuerzo y vigor. Desde el seno de la madre había sido consagrado por el Espíritu Santo. Jeremías había sido consagrado, pero no había profetizado en el seno de la madre. Sólo Juan Bautista, en el claustro del seno materno saltó de gozo. Sin ver con los ojos de la carne, bajo la acción del Espíritu Santo, reconoció al Maestro. La grandeza del bautismo pedía un guía grande en el inicio de la nueva era” (San Cirilo de Jerusalén, 313-350).
Quienes viven de espaldas a la Verdad, aun cuando resucite un muerto no creerán realmente en Dios, porque no quieren convertirse ni salvarse. De muchas maneras habló Dios en el pasado a su Pueblo; pero muchos no quisieron ir por los caminos de Dios. Llegada la salvación prefirieron las tinieblas a la luz porque sus obras eran malas. Apagar la voz del profeta significa despreciar no sólo al enviado sino a Aquel que lo envió. Pero cuando el que envió vino a nosotros, los suyos no lo recibieron; y no sólo lo rechazaron sino que también lo persiguieron como si en lugar de llegar Aquel que los hizo pueblo suyo y ovejas de su rebaño, hubiese llegado un enemigo o un extraño. Ojalá y nosotros no cerremos nuestro corazón al Señor que, amándonos, quiere hacer su morada en nuestros corazones y quiere impulsar nuestra vida por el camino del bien. En esta Eucaristía el Señor nos comunica cada vez en mayor medida, el fuego de su amor, que ha de transformarnos para que, unidos a Él, seamos luz que ilumine el camino de todos los pueblos de la tierra. El Señor no sólo nos instruye con su Palabra, sino que nos llena de su misma Vida para que seamos portadores de su amor y de su Gracia. Quien vive en comunión de vida con Cristo no puede sólo confesar su fe con los labios, pues sus mismas obras estarán dando testimonio de que en verdad es hijo de Dios. La Iglesia de Cristo ha de actuar siempre guiada por el Espíritu Santo, fuego que arde en su interior y la hace ser testigo valiente del Señor, esforzándose en trabajar incansablemente para que haya un mejor orden en la vida social, y no se nos pierda de vista nuestra meta final: llegar juntos a participar de la vida que Dios nos ofrece mediante su Hijo Jesús. Si queremos que nuestro mundo viva un poco más en paz y armonía, en amor fraterno y en solidaridad con los necesitados, no nos quedemos con una fe que pierda su inserción en el mundo. No podemos sustraernos de las realidades temporales; pero no podemos dejarnos deslumbrar por ellas de tal forma que llegáramos a pensar que nuestra plena realización se lleva a cabo sólo en esta vida, o en la posesión de las cosas temporales. Ciertamente no podemos descuidar nuestras tareas en que nos esforzamos por construir la ciudad terrena; pero en ella debemos esforzarnos para que se vivan los valores que proclama la Iglesia. Hemos de ser los primeros responsables en aquellas tareas que se nos han encomendado, o que hemos aceptado en la vida, sabiendo que con ellas, aún de un modo indirecto, estamos prestando un servicio a nuestros hermanos. Hemos de ser los primeros en trabajar por la paz, de tal forma que no seamos generadores de guerras, ni de persecuciones, ni de asesinatos, ni de injusticias. Hemos de ser los primeros en tratar de remediar el hambre de los desprotegidos, no sólo despojándonos de lo nuestro en favor de ellos, sino trabajando para que haya una mayor justicia social que abra más oportunidades a quienes, en razón de su cultura, raza o edad, han sido desplazados o marginados. Sólo poseyendo el Fuego del Espíritu de Dios en nosotros no nos quedaremos en estos proyectos temporales, sino que daremos el paso hacia la construcción del Reino de Dios entre nosotros, de tal forma que el Señor nos lleve no sólo a buscar proteger a los débiles, sino a buscar la salvación de quienes viven lejos de Él y han destruido su propia vida o han generado injusticias que destruyen la vida de los demás. Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la Gracia de prepararle el camino al Señor con un corazón libre de maldades, injusticias y odios, y lleno del Amor que venido de Dios, nos haga ser una digna morada para Él y un signo del amor fraterno para cuantos nos traten (www.homiliacatolica.com).
En el canto de entrada expresamos nuestros anhelos por la venida del Señor: «Despierta tu poder, Señor, Tú que te sientas sobre querubines, y ven a salvarnos» (Sal 79,4.2). En la comunión tenemos la respuesta: «Mira, llego en seguida, dice el Señor, y traigo conmigo mi salario, para pagar a cada uno su propio trabajo» (Ap 22, 12). En la oración colecta (Rótulus de Rávena), pedimos al Señor que amanezca en nuestros corazones su Unigénito, resplandor de su gloria, para que su venida ahuyente las tinieblas del pecado y nos transforme en hijos de la luz.
Jesús viene a traer la salvación, a vencer los males del mundo: injusticia, violencia, tristeza, crueldad. En su seguimiento, el primero fue su precursor, Juan Bautista, fue como Elías, luminoso como el fuego (primera lectura), preparó los caminos del Señor. Pide hoy la Iglesia en la Colecta: “haz brillar, Dios todopoderoso, en nuestros corazones el resplandor de tu gloria, para que una vez ahuyentadas las tinieblas de la noche, aparezcamos, con la llegada de tu Unigénito, como hijos de la luz”. San Agustín tuvo la experiencia de su conversión, de ese itinerario largo hasta acabar rendido ante la Verdad: "¡Tarde te amé, hermosura soberana, tarde te amé! Y Tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba; y me lanzaba sobre estas cosas hermosas que Tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Me retenían lejos de Ti aquellas cosas que sin Ti no existirían. Me llamaste y clamaste, y quebrantaste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera, exhalaste tu perfume y lo aspiré, y ahora te anhelo; gusté de Ti, y ahora siento hambre y sed de Ti; me tocaste, y deseé con ansia la paz que procede de Ti" (San Agustín, Confesiones).
Al acabar esta semana vemos el sendero que nos marca el Señor, que nos señala Juan Bautista con su vida: ir a la luz, dejarse querer por Jesús (el buen pastor): "Como un pastor apacentará su rebaño, recogerá con su brazo los corderillos, los tomará en su seno, y conducirá él mismo las ovejas recién nacidas" (Is 40, 41).
Y, una vez convertidos, todos de señalar esos caminos del Señor: "Cristo espera mucho de tu labor. Pero has de ir a buscar las almas, como el Buen Pastor salió tras la oveja centésima: sin aguardar a que te llamen. Luego, sírvete de tus amigos para hacer bien a otros: nadie puede sentirse tranquilo —díselo a cada uno— con una vida espiritual que después de llenarle, no rebose hacia afuera con celo apostólico." (San Josemaría Escrivá, Surco 223). Juan no se echará atrás cuando el viento, el ambiente frívolo, le azote, y más adelante dará su cabeza al verdugo de Herodes, para que la Verdad siga viviendo.
En aquel valle de Jericó, junto al Jordán, predicaba el Bautista, cerca del camino de caravanas que de Perea van hacia Jerusalén. Tiene cuerpo robusto, la piel curtida por el sol; cabellos largos. Resistente, parco en comer y hablar. Mirada profunda, exigente. Voz poderosa, que llega. Valiente, cumple su misión: "voz del que clama en el desierto."
Siguiendo el hilo de esta exigente llamada del Maestro, podemos revisar cómo nos va el examen de conciencia, ese repaso al corazón, cada día. "Y estas páginas blancas que empezamos a garabatear cada día, a mí me gusta encabezarlas con una sola palabra: ¡Serviam!, ¡serviré!, que es un deseo y una esperanza.... Y digo al Señor que vuelvo a empezar, Nunc coepi!, que vuelvo a empezar con la voluntad recta de servicio y de dedicarle mi vida, momento por momento, minuto por minuto" (S. CANALS, Ascética meditada). Su finalidad es un conocimiento más profundo del estado de nuestra alma, y del conocimiento de la voluntad de Dios y de cómo vamos en cumplirla. Ahí nos preguntamos: “¿Dónde está mi corazón?” Ahí reconocemos detalles de vanidad, el buscar aplausos; quizás resentimientos y antipatías; sensualidad o rutina… pero todo ello no importa, si acaba con un acto de amor, de no dejarse llevar por el desánimo sino “arreglar” las faltas de amor con un acto de amor, recomenzar, volver a empezar… y por eso va bien terminar con un propósito. El examen nos predispone a tener un corazón nuevo, para preparar esos caminos del Señor como San Juan, del que decían: “¿Quién pensáis ha de ser este niño? Porque la mano del Señor estaba con él" (Lc 1, 57-66). Nuestra consideración de hoy sobre la figura de Juan el Bautista, que señala la presencia de Jesús y proclama: “ése es el Cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo”, nos indica que entre los hombres anda siempre esa misión, de ayudar al Señor preparando sus caminos… La misión y la razón de su elección se propaga también en nuestra vida; hemos recibido de algún modo también esta llamada, y todos, cada uno, hemos sido elegidos por Dios para señalar su presencia en el mundo de hoy –en la familia, en el trabajo, en nuestro ambiente- para preparar las almas, en los corazones de tanta gente.
Por tanto, la santidad no está en "el egoísmo de ser perfectos" sin ocuparse de los demás, sino la perfección en el amor, ser –en expresión de san Josemaría Escrivá- Cristo que pasa entre los hombres; eso hizo san Juan con fidelidad, humildad, fortaleza... Virtudes que necesitamos también nosotros. Fidelidad a ese parentesco (san Juan era su primo, y para nosotros es nuestro hermano mayor). Humildad de no querer brillo propio sino mostrar la luz del Señor. Fortaleza de dar la vida, de quitar lo que nos aparta de Dios, pues la debilidad se transforma en fortaleza cuando se aparta la ocasión. Apartar significa con frecuencia huir de las ocasiones de enfriamiento, con pequeños sacrificios en el cumplimiento del deber, ofrecer esos actos de entregamiento por las intenciones que llevamos en el corazón.

viernes, 9 de diciembre de 2011

Viernes de la 2ª semana de Adviento. “Si hubieras atendido a mis mandatos... No escuchan ni a Juan ni al Hijo del hombre… os hemos tocado la flauta…”

Viernes de la 2ª semana de Adviento. “Si hubieras atendido a mis mandatos... No escuchan ni a Juan ni al Hijo del hombre… os hemos tocado la flauta…” aprender a oír la música divina de la vida

Isaías 48,17-19. Así dice el Señor, tu redentor, el Santo de Israel: «yo, el Señor, tu Dios, te enseño para tu bien, te guío por el camino que sigues. Si hubieras atendido a mis mandatos, sería tu paz como un río, tu justicia como las olas del mar; tu progenie sería corno arena, como sus granos, los vástagos de tus entrañas; tu nombre no sería aniquilado ni destruido ante mí.»

Salmo 1,1-2.3.4 y 6. R. El que te sigue, Señor, tendrá la luz de la vida.
Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos, ni entra por la senda de los pecadores, ni se sienta en la reunión de los cínicos; sino que su gozo es la ley del Señor, y medita su ley día y noche.
Será como un árbol plantado al borde de la acequia: da fruto en su sazón y no se marchitan sus hojas; y cuanto emprende tiene buen fin.
No así los impíos, no así; serán paja que arrebata el viento. Porque el Señor protege el camino de los justos pero el camino de los impíos acaba mal.

Evangelio según san Mateo 11,16-19. En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: - «¿A quién se parece esta generación? Se parece a los niños sentados en la plaza, que gritan a otros: "Hemos tocado la flauta, y no habéis bailado; hemos cantado lamentaciones, y no habéis llorado.7 Porque vino Juan, que ni comía ni bebía, y dicen: "Tiene un demonio. " Vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: "Ahí tenéis a un comilón y borracho, amigo de publicanos y pecadores." Pero los hechos dan razón a la sabiduría de Dios.»

Comentario: 1.- Is 48,17-19. -El destierro es para el pueblo una prueba de Dios, para que conozca sus caminos, para que vea a dónde le lleva su infidelidad. Todo pecado priva de la bendición divina. Por eso toda infidelidad exige el destierro, símbolo de la lejanía de Dios. El mayor pecado del pueblo no fue quebrantar los mandamientos de Dios sino considerarlos inútiles en su vida. Prescindir de Dios y de su voluntad para convertirse en seres autónomos sin otra ley que su propio arbitrio. Por eso Dios se presenta, dolorido, ante ellos para hacerles comprender el verdadero sentido de los mandamientos que les dio. No fue para imponerles un yugo, para oprimirlos con carga pesada. Se los dio como señales de tráfico para que no se equivocaran en el camino que habían de seguir, para enseñarles y marcarles el verdadero camino, el camino de la paz, la justicia y la felicidad. Preciosa concepción de la ley antigua, tan olvidada no sólo por los israelitas sino incluso por muchos cristianos de nuestros días. El hombre, ciego por su autosuficiencia egoísta, sigue caminando al azar, haciendo su camino, despreciando las indicaciones de tráfico, sin percatar del gran peligro que corre de no llegar a la única meta a la que está destinado.
-Así habla el Señor, tu Redentor. En nuestro lenguaje corriente, ese término «redención» evoca la idea de «rescate»: pagar en lugar de otro para rescatarlo. Ciertamente, Jesús se puso en nuestro lugar y pagó duramente, nuestra justificación. Pero de hecho, el término, de origen hebreo, tiene otro matiz: «Yo, el Señor, soy tu redentor, tu 'goel'». En el derecho tribal primitivo había un «goel»: era el hombre encargado de «vengar la sangre», el responsable del honor de la tribu. De hecho la idea es pues la de «un amor de Dios que se ha comprometido en el destino de los hombres». La idea principal no es la de un Dios que requiere sangre para aplacarse. Es la idea de un Dios que ama «apasionadamente la humanidad y se compromete totalmente para salvarla». «¡Yo, el Señor, vengo a auxiliarte!» «Yo, el Señor, soy tu «goel», tu redentor!» ¡Qué misterio! Contemplo en Belén a Jesús encarnado, compartiendo totalmente nuestra condición humana, y muriendo en la cruz.
-Yo, el Señor tu Dios, te instruyo en lo que es provechoso y te marco el camino por donde debes ir. Dios se ha comprometido en nuestra salvación. Pero no nos reemplaza. Nos invita a "caminar", a aceptar la instrucción "provechosa", la que salva. La enseñanza de Jesús, el Evangelio. "Te doy una instrucción, una enseñanza" dice Jesús también. ¿Cómo es mi fidelidad en recibir y meditar esa enseñanza? ¿Cómo me esfuerzo en aumentar mi cultura religiosa? ¿Y en ser fiel a la oración?
-Si hubieras estado atento a mis mandatos... «Atento»... Es una cualidad esencial a la oración... y a toda la vida del hombre. Haznos atentos, Señor. Jesús hablaba a menudo de vigilancia: «velad y orad» ¡Tan a menudo vivo como adormilado, dejándome llevar! «Os doy un mandamiento nuevo: ¡que os améis los unos a los otros!» ¡Estar atentos a amar! ¡No dejar pasar las ocasiones de amar!
-...Tu paz sería como un río. El que se deja "guiar" por Dios, el que escucha la «enseñanza provechosa», el que está «atento a amar», ¡está lleno de paz! ¡Un río! Evoco esa imagen...
-...Tu dicha y tu justicia serían como las olas del mar. ...Tu posteridad sería como la arena del mar, y tus hijos tantos como los granos de arena. Repetición de la promesa hecha a Abraham. A pesar de todos nuestros rechazos, de todas nuestras faltas de amor, Dios quiere nuestra felicidad, nuestra «justicia» nuestra «rectitud», nuestra «santidad»... ¡vasta y potente como las olas del mar! Y Dios quiere que nuestra vida sea fecunda, que «nuestros talentos rindan el céntuplo»... ¡como los granos de arena de las riberas! Una sola condición: estar atento a tus mandatos, Señor (Noel Quesson).
El Señor, antes que nada, nos quiere comprometidos con Él; nos quiere como trabajadores a favor de la justicia y de la paz. Por eso nos invita diciendo: "Busquen primero el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás llegará a ustedes por añadidura." ¿Cuando, después de haber estado en la presencia de Dios, volvemos a nuestras actividades diarias, llevamos sólo el deseo de que el Señor nos conceda bienes pasajeros; o nos lo llevamos a Él, para ponernos a trabajar en la construcción de un mundo renovado en Cristo?

2. Sal. 1. No se puede construir la conciencia humana sin un fundamento divino. –Cristo es el Camino, la Verdad y la Vida, quien lo sigue no caminará en las tinieblas. Por eso, para el justo la ley del Señor es su gozo. Bien lo dice el Salmo1: «Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos… sino que su gozo es la ley del Señor, y medita su ley día y noche. Será como un árbol plantado al borde de la acequia: da fruto… y cuanto emprende tiene un buen fin. No así los impíos, no así; serán paja que arrebata el viento, porque el Señor protege el camino de los justos, pero el camino de los impíos acaba mal». Éste es un salmo de instrucción con respecto al bien y al mal, poniendo ante nosotros vida y muerte, bendición y maldición, a fin de que tomemos el camino recto que lleva a la felicidad, y evitemos el que de cierto conduce a la miseria y a la ruina. Nos muestra: I. La santidad y la dicha de una persona piadosa (vv. 1-3). II. La pecaminosidad y la miseria del malvado (vv. 4, 5). III. El fundamento y la razón de ambos casos (v. 6).
Versículos 1-3. El salmista comienza por el carácter y la condición del piadoso. El Señor conoce por su nombre a los que son suyos (Nm 16:5; 2 Ti 2:19), pero nosotros hemos de conocerlos por su carácter, el cual se nos presenta aquí mediante las normas que escoge para su conducta: A) El hombre piadoso (v 1) no anda en consejo de malos, etc. Se pone primero esta parte de su carácter, porque apartarse del mal es el primer paso por el que comienza la sabiduría. (a) Ve en torno suyo malhechores, de los que el mundo está lleno. Se describen aquí por medio de tres epítetos: malos, pecadores, escarnecedores. Primero son malvados, carentes de temor de Dios. Cuando falta este temor de Dios, el hombre muestra ser pecador, en abierta rebelión contra Dios. Las omisiones abren el camino a las comisiones y así se endurece, a la larga, el corazón de tal manera que los pecadores se hacen escarnecedores, despreciando todo lo sagrado, burlándose de la piedad y tomando a broma el pecado. El vocablo hebreo para malos (mejor, malhechores) indica una persona que no se somete a ninguna norma, sino que se deja llevar de todo mal deseo. La persona piadosa no puede menos de ver con tristeza a los tales, cuyos criterios son tan insensatos y tan opuestos a los suyos. (b) Por consiguiente, no anda según los consejos, los criterios, de ellos. No sigue sus principios, ni toma el camino de ellos, ni se sienta para participar en el corro de los burladores, lo cual equivaldría a asociarse con quienes promueven el reino del diablo.
B) En cambio, el piadoso, para hacer el bien, se somete a la dirección de la palabra de Dios, familiarizándose con ella (v. 2). Todos los que se deleitan en que haya un Dios, han de deleitarse también en que haya una Biblia, la revelación de Dios y de su voluntad, y del único camino hacia la dicha en él: En su ley medita de día y de noche (comp. Jos 1:8). El estudio y la práctica de la Ley de Dios es la delicia del hombre piadoso, como el autor del Sal 119. El verbo hebreo para meditar significa literalmente musitar: leer y dialogar consigo mismo sobre las grandes cosas que la Biblia contiene, fijarlas en la mente y en el corazón y experimentar en la vida el sabor y el poder de ellas.
Seguridad que se da al piadoso de que ha de disfrutar de las bendiciones de Dios. El salmo comienza literalmente: «¡Oh, las bendiciones del varón!, etc.» (el hebreo ashrey es plural). La bondad y la santidad no sólo son el camino hacia la felicidad (Ap 22:14), sino que se identifican con la felicidad misma; aun cuando no hubiese otra vida después de ésta, el hombre que va por el camino del deber es ya un hombre dichoso. Será como árbol, fructífero y floreciente, pues las bendiciones divinas producen efectos reales. El justo es plantado por la gracia de Dios; por naturaleza, todos somos olivos silvestres y continuamos siéndolo hasta que somos injertados por un poder de arriba, celestial. Nunca crece por sí mismo un buen árbol; es plantío de Yahweh para ser árbol de justicia y en ello ha de ser glorificado Dios (Is 61:3). Es plantado junto a los medios de gracia, llamados aquí corrientes de aguas; de aquí saca el justo provisión abundante de fuerza y vigor, pero de forma secreta, oculta a las miradas de la gente. De quienes participan de los medios de gracia ha de esperarse que, tanto en sus criterios como en su conducta, respondan a las intenciones de la gracia y lleven fruto. Y su hoja no cae. Su follaje no se marchita, sino que son de hoja perenne. En cuanto a los que muestran solamente las hojas de profesión cristiana, sin fruto alguno, las hojas mismas, al fin, se marchitarán y caerán; pero si la palabra de Dios gobierna el corazón, la profesión se conservará siempre verde y fresca; tales laureles no se marchitan.
Versículos 4-6. Se describe ahora el carácter de los malvados (v 4): (A) En general, son el reverso de los justos, tanto en carácter como en condición: no llevan fruto, sino agraces de Sodoma que inutilizan la tierra. (B) En particular, mientras los justos son como árboles útiles, valiosos y fructíferos, los malvados son como el tamo que arrebata el viento; son como la parte más liviana de la paja, el polvo que el amo de la era quiere ver lejos de allí, puesto que para nada sirve…
La razón que se da de este final tan distinto de los buenos y los malos (v 6). Yahweh conoce, es decir, aprueba complacido y remunera la conducta de los justos, por lo que les hace dichosos y prósperos (al menos, espiritualmente), pero está airado contra la senda de los malos, la cual, ya de suyo, lleva a los hombres a la ruina y a la perdición (Rm 6:23). Al cantar estos versículos, y orar sobre ellos, dejémonos poseer de un santo temor de la porción del malvado y de una santa diligencia en presentamos a Dios aprobados en todo, buscando su favor de todo corazón (com. de edit. Clie).
Dios no nos creó para la muerte, sino para la vida. Tampoco se recrea en la muerte de los suyos. Él quiere que todos alcancen la plenitud de la vida que nos ofrece por medio de su Hijo Jesús. Nadie puede, por tanto, sentirse excluido de esa vida y de esa gracia. Dios, por todos los medios posibles, saldrá al encuentro del hombre pecador para llamarlo a la conversión, dándole la oportunidad de rectificar sus caminos. Pero si alguien se obstina en su pecado, y a causa de él muere, no puede culparse a Dios de la condenación de los malvados. Jesús mismo, llorando sobre Jerusalén le indicará: ¡Si hoy conocieras la oportunidad que Dios te da! Pero eso está oculto a tus ojos; oculto porque las cosas pasajeras y pecaminosas, porque tu terquedad a cerrarte al amor de Dios te enceguecieron para que no vieras aquello que te conduce a la salvación. Ojalá y no vaya a sucedernos a nosotros lo mismo.
El Señor protege el camino del justo y al malo sus caminos acaban por perderlo. Dios es quien justifica al hombre. Pero no basta con haber recibido su vida por medio del Bautismo, que nos une, en comunión de vida, con el Hijo de Dios. Es necesario no quedarnos como ramas parásitas; es necesario que demos fruto, y fruto abundante de buenas obras si no queremos que el Padre nos arranque y nos sequemos y nos quedemos sin esperanza de vida. Por eso hemos de estar atentos a la Palabra que Dios pronuncia sobre nosotros para que la dejemos dar fruto en nosotros, de tal forma que, tomando cuerpo en nuestra vida, seamos convertidos en la Palabra que toma carne en la Iglesia, esposa de Cristo, y continúa su obra salvadora a favor de todos los hombres. Quien, aún perteneciendo a la Iglesia, y tal vez participando de la mesa del Señor y anunciando el Evangelio a los demás, lleva una vida de maldad no puede decir que es sincero en su fe, ni puede estar seguro de encaminarse hacia la posesión de los bienes definitivos.

3.- Mt 11,16-19. *Cosas de 2007: La Iglesia celebra durante el Adviento todo el Misterio de Jesús, desde Navidad hasta Pentecostés. En este Tiempo de Adviento, las cuatro semanas que nos sirven de tiempo de preparación para la Navidad, hoy se nos propone este pasaje del Evangelio en preparación para la venida de Cristo. Es tiempo de piadosa y alegre esperanza. "¡Ven Señor Jesús!". "Ha llegado el Adviento. ¡Qué buen tiempo para remozar el deseo, la añoranza, las ansias sinceras por la venida de Cristo!, ¡por su venida cotidiana a tu alma en la Eucaristía! - "Ecce veniet"! - ¡que está al llegar!, nos anima la Iglesia." (Beato Josemaría. Forja, 548).
No podemos hacer como esos inconscientes que no se enteran, que no se preparan para la gran fiesta. Jesús nos enseña a saber escuchar la música del amor, hacer el bien, pedir a Dios saber “entonar” bien el cántico de la generosidad, del amor que es lo más grande y se vive en lo más pequeño de cada día. Para ello, hemos de luchar, entrenarnos en el oído, y quitar la vanidad, orgullo, egoísmo…
En medio del bullicio del mundo, hemos de hacer como los niños que reconocen al Maestro, se acercan a Él, y Él los bendice y abraza, y proclama con éxtasis entusiasmado: "Yo te alabo, Padre, Señor del Cielo y de la tierra, porque ocultaste estas cosas a los sabios y prudentes y las revelaste a los pequeños." Suele la gente ofrecer su mejor imagen, para causar buena impresión. Así, los profesores principiantes suelen hacer ver en sus clases que saben mucho de lo que enseñan. Pero más enriquecedor es acercarse a un sabio, y contemplar su sencillez, y ver cómo escucha, y a veces responde: “no sé” ante una pregunta. Aparentar puede ser necesario para el que quiere “ser más”, pero no para el que quiere ser "pequeño", el que le basta con lo que tiene, el que está contento con lo que ya es, hijo de Dios. Nicodemo quería hacerse pequeño, y no sabía cómo: "¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Acaso puede entrar otra vez en el seno de su madre y nacer?" (Jn. 3, 4). San Josemaría comentaba así este “proceso”: "hacernos niños: renunciar a la soberbia, a la autosuficiencia; reconocer que nosotros solos nada podemos, porque necesitamos de la gracia, del poder de nuestro Padre Dios para aprender a caminar y para perseverar en el camino. Ser pequeños exige abandonarse como se abandonan los niños, pedir como piden los niños" (Es Cristo que pasa, n.143). Es un camino de sencillez, y puesto que nos hemos montado una careta, camino de volver atrás, descomplicación, quitar los laberintos del corazón, máscaras en los sentimientos, gafas de sol. Mostrarnos a los demás tal como somos no es fácil, se requiere estar contentos con lo que somos, sin ansiar otras cosas. También requiere que si hay algo que mejorar, lo procuremos: "Madre, Vida, Esperanza mía, condúceme con tu mano -y si algo hay ahora en mí que desagrada a mi Padre-Dios, concédeme que lo vea y que, entre los dos, lo arranquemos.
”¡Oh clementísima, oh piadosa, oh dulce Virgen Santa María!, ruega por mí, para que, cumpliendo la amabilísima Voluntad de tu Hijo, sea digno de alcanzar y gozar las promesas de Nuestro Señor Jesús." (Forja n. 161).
Hay un famoso cuadro en la iglesia de Sant Paul, en Londres, que muestra Jesús, abriendo la puerta del corazón de una persona. Alguien le dijo al pintor, en la presentación de la pintura: “falta el picaporte de esa puerta”, y el pintor contestó: “no se me olvidó pintarla, es que esta puerta, la del corazón de cada persona, sólo puede abrirse desde dentro”. Vamos a procurar abrir esa puerta para que entre Jesús, y con él el Cielo, en nuestro corazón. Vamos a procurar que todos los hombres le abran la puerta a Jesús. Vamos a hacer muchas copias de esta llave, para mostrar a los demás cual el secreto de la felicidad, del cielo: "El que hace la voluntad de mi Padre que está en los Cielos, ése entrará”. Vamos a “entender” la música del corazón, para decir con toda el alma, cada día, con mucha fe, las palabras del Padre Nuestro: "Hágase tu voluntad." Oír la música: "por tanto, todo el que oye estas palabra mías y las pone en práctica es como un hombre prudente que edificó su casa sobre roca: cayó la lluvia, llegaron las riadas, soplaron los vientos e irrumpieron contra aquella casa, pero no se cayó porque estaba cimentada sobre roca."
Jesús es el que llama a la puerta del corazón del hombre, toca la música para consolar al triste, acompañar al enfermo, ayudar al necesitado, visitar al que esté solo. Llama y toca la música ahí donde nos encontramos: en la familia, con los amigos, vecinos…
“En vísperas de la Navidad —cuenta la Madre Teresa de Calcuta— yo abrí un hogar para enfermos de SIDA en Nueva York como regalo de nacimiento para Jesús. Lo empezamos con quince lechos para otros tantos pacientes y con cuatro jóvenes a quienes conseguí sacar de la cárcel porque no querían morir allí. Ellos fueron los primeros huéspedes de nuestro hogar. Les había preparado una capilla, de modo que tales jóvenes de veinte o veinticinco años, que no habían estado cerca o se habían alejado de Jesús, de la oración o de la confesión, pudiesen, si lo deseaban, acercarse de nuevo a Él. Gracias a la bendición de Dios y a su amor, sus corazones se transformaron por completo. Los trece o catorce han fallecido ya en nuestro hogar, porque se trata de una enfermedad mortal, incurable. La última vez que estuve allí, recientemente todavía, uno de ellos hubo de ser trasladado al hospital. Antes de ir me dijo:
—Madre Teresa, usted es amiga mía. Quiero hablar a solas con usted.
¿Qué creéis que me dijo aquel hombre que veinticinco años atrás se había confesado y comulgado por última vez y que desde entonces había interrumpido sus contactos con Jesús?
Me dijo esto:
—¿Sabe, Madre Teresa? Cuando siento un tremendo mal de cabeza, lo comparto con el dolor de Jesús al ser coronado de espinas. Cuando experimento un dolor insoportable (y es que el dolor que produce esa enfermedad es insoportable de verdad), cuando el dolor resulta insoportable en mi espalda, lo comparto con el dolor de Jesús al ser azotado. Cuando el dolor se hace insoportable en mis manos y mis pies, lo comparto con el dolor experimentado por Jesús al ser crucificado. Le pido que me lleve de nuevo al hogar. Quiero morir cerca de ustedes.
Conseguí permiso del médico para llevármelo a casa. Lo acompañé a la capilla. Jamás he visto a nadie hablar con Dios como lo hizo aquel hombre, con un amor de comprensión tan grande entre él y Jesús. Después de tres días murió. Difícil de comprender el cambio experimentado por aquel hombre."
La vida es como una canción de amor, que como toda canción tiene una letra y una música: la letra es lo que toca en cada momento hacer, pero la entonación musical es importante, si no sería muy aburrida la vida: es la música del corazón, el amor, lo que da sentido a la letra, como decían aquellos del primer concurso de “Operación triunfo”: “Nos une una obsesión. Cantar es nuestra vida y mi música es tu voz. Cuenta con mi vida que hoy la doy por ti. Mi pasión la quiero compartir. A tu lado me siento seguro... a tu lado yo puedo volar... a tu lado mis sueños se harán por fin realidad. A tu lado... Estamos hoy unidos cantando esta canción... A tu lado me siento seguro, a tu lado no dudo a tu lado yo puedo volar. A tu lado hoy brilla mi estrella a tu lado mis sueños se harán por fin realidad”. Al lado de Dios estamos seguros, su música es camino seguro de felicidad. Es una música sutil y encantadora, nos hace –como decía aquel grupo- “soñar despierto, vivir lo nuestro, volar” en este universo sobrenatural, dondequiera que vayamos. Con el corazón llevando esta música, podemos disfrutar profundamente de la compañía de las personas que nos rodean (familiares, amigos, conocidos o extraños), entre ellas aquellos cuyos caracteres no son perfectos, del mismo modo que nuestro propio carácter no es perfecto. Estamos entonces abiertos a la belleza, al misterio y a la grandeza de la vida corriente, "comprendemos" que siempre ha sido bella, misteriosa y grandiosa, y que siempre lo será... como cantaba también ese grupo: “Juntas nuestras manos la estrella brillará / música es la fuerza que nos empujará... / juntos corazones en una sola voz, / tantas ilusiones en un corazón... / Cógela y aprieta fuerte, / lucha cueste lo que cueste, / contra el viento contra el fuego llegarás al mismo cielo... / Mi estrella será tu luz..., / coge mi mano yo estoy contigo / esto es un sueño sueña conmigo... / Mi estrella será tu luz... / y conseguirlo no es tan difícil si la voz te sale del corazón”.
La estrella es María, nuestra esperanza, Adviento vivo de la presencia del Señor. Ella nos hace sentir a Jesús que nos busca, oír su música, aprender a bailar con esa música divina… rezar, desperezarse de esperar en la plaza y caminar con Jesús y trabajar con él… ésta es la vida: "Cristo se ha hecho para nosotros camino, y ¿podremos así perder la esperanza de llegar? Este camino no puede tener fin, no se puede cortar, no lo pueden corroer la lluvia ni los diluvios, ni puede ser asaltado por los ladrones. Camina seguro en Cristo, camina; no tropieces, no caigas, no mires atrás, no te detengas en el camino, no te apartes de Él. Con tal que cuides esto habrás llegado." (San Agustín, Sermón 170, 11). No pensemos que no tenemos méritos, pues es Él quien toca su música, con nosotros como instrumentos… “a veces el más insignificante violín puede elevarse por encima del conjunto de la orquesta, pidiendo atención para su quejumbrosa súplica. Escucha las pequeñas voces de tu vida y advierte que también ellas tienen algo que expresar con su canto” (Alaric Lewis OSB). Para oír la música divina hay que escuchar en nuestro corazón, y en el silencio oírle… “En toda composición musical hay silencios, pequeños descansos que detienen el sonido para hacernos gustar con mayor plenitud el conjunto. Descubre la absoluta belleza del silencio aún en medio del paso acelerado de la vida, y disfruta los momentos de reposo” (sigue diciendo Lewis). Así iremos entonando este cántico de amor: “Dicen que el universo vibra en ‘fa’. Si es cierto..., lo que conocemos como Dios seguramente vibrara en ‘fa’ y será música” (Rafael Pascual). Descubriremos otra visión de Dios, autor de este misterio: “La música es tan alta, que ninguna inteligencia puede superarla y de ella emana un poder que todo lo domina y del que nadie es capaz de dar razón” (Goethe).

**Cosas que pongo de mercaba.org, en 2009: La parábola tiene su punto de apoyo en el mundo infantil. Entre los niños ocurre con frecuencia no ponerse de acuerdo en sus juegos. Unos quieren jugar a una cosa, otros a otra. El capricho y la terquedad de los niños en sus juegos es el punto esencial de referencia en la parábola. Inmediatamente se pasa a la aplicación de la misma: así es esta generación. Y cuando Jesús utiliza la palabra "generación" lo hace ordinariamente en sentido peyorativo de censura descorazonada, de reprensión infructuosa e inútil (12, 39-42; 23, 36; Mc 8, 12-38). Si fuésemos a precisar todavía más el sentido de la parábola tendríamos que recurrir a otros lugares del evangelio donde la generación lleva el calificativo de "mala y adúltera" (infiel a la palabra de Dios y sus exigencias). Jesús retrata en la parábola al pueblo judío que le ha negado la fe. Y de modo especial a los dirigentes cualificados del pueblo, a los especia- listas cualificados de la ley. Ellos son los más directamente responsables. De la parábola pudiera deducirse la conclusión siguiente: unos que quieren y otros que no quieren jugar. ¿Tiene cada uno de estos grupos un significado especial en la aplicación doctrinal de la parábola? No lo creemos. Se trata, más bien, de rasgos parabólicos que se hallan en función de la enseñanza. "Os hemos tocado la flauta y no habéis bailado, hemos tocado cantos fúnebres y no os habéis entristecido". ¿Tenemos en estas palabras el retrato del Bautista, que incitaba a la penitencia, y el de Jesús, que invitaba a la alegría? El Maestro alude al Precursor y al Hijo del hombre para poner de relieve el capricho de aquel pueblo. El sentido de la parábola es claro: los judíos siempre rechazan la palabra de Dios, en cualquier forma que les haya sido propuesta. Su comportamiento no es el de héroes sino el de niños tercos y caprichosos. Sentados (v. 11) en el comodín de una religión desfigurada por ellos, y por lo mismo inauténtica, se sentían felices diezmando el anís, la menta y el comino y descuidaban, cobijados bajo el manto de su religiosidad oficial, lo fundamental de la ley: la justicia, la misericordia, la fe. Sentados en la plaza criticaban la actitud de todos los enviados de Dios: todos aquéllos que no entren por sus caminos y se ajusten a sus planes están lejos del camino de la salvación, incluso el mismo Jesús.
Son ellos, los dirigentes del pueblo, los que viven sentados como señores en la plaza y se arrogan el derecho de elegir las piezas que deben tocarse. Por encima de todos debe prevalecer su criterio, su plusvalía, su capricho. Y al no querer obedecer nunca, quedan excluidos del camino de la salud. Porque nuestra vida fundamentalmente es obediencia. La obediencia de la fe.
Al final de la parábola añade Jesús esta sentencia: "la Sabiduría se acredita por sus obras". Cuando se habla de la sabiduría en el mundo griego, y también en nuestro mundo, se piensa sencillamente en la ciencia. El mundo de la Biblia piensa de manera distinta. La sabiduría, sin calificativo alguno, es la sabiduría de Dios. Con ella se hace referencia al plan de Dios sobre el mundo y su ejecución a través de los hombres elegidos por él para lograrlo. Este proverbio afirma, por consiguiente, que tanto el Bautista como Jesús son agentes eminentes en la realización del plan de Dios. Su conducta puede parecer equivocada y ser juzgada como tal por los dirigentes del pueblo judío, pero sus obras demuestran que están en la línea de la verdad y que, por tanto, los equivocados son ellos. Por otra parte sabemos -y lo repite frecuentemente el Nuevo Testamento- que Jesús es la sabiduría de Dios. La obra salvadora que llevó a cabo en el mundo demuestra que aquéllos que le rechazaron no tenían razón (com de edit. Marova).
Después del juicio sobre el Bautista (su excepcional grandeza hace resaltar aún más la grandeza de ser discípulo de Jesús), un juicio "sobre esta generación" (11,16-19). Como de costumbre, Jesús recurre a una comparación. Dos grupos de niños, dispuestos en fila en la plaza uno enfrente de otro, deciden jugar a los funerales. Pero cuando el primer grupo comienza las lamentaciones, el otro ni se mueve; ha perdido todo el interés por el juego. Es demasiado triste, dicen. Entonces se cambia y comienza de nuevo; se juega a bodas. Pero tampoco esta vez se mueve el segundo grupo: el juego es demasiado alegre. Jesús reprocha a los hombres de esta generación ser como niños caprichosos; no saben lo que quieren; o mejor, lo saben muy bien; quieren que se les deje en paz. Se podría titular así la parábola: las excusas de quien no quiere decidirse. Para el que no quiere decidirse siempre hay excusas al alcance de la mano. Se rechaza una actitud, lo mismo que la contraria; se critica una propuesta, y luego otra; es la prueba de la falta de sinceridad. Hoy diríamos "falta de voluntad política" (Bruno Maggioni).
"¿A quién se parece... y no habéis llorado?" Así ve Jesús a la gente de su tiempo y a nosotros. NIños que no saben lo que quieren. Que nos dejamos llevar solamente de nuestro capricho, de nuestra voluntad propia, sin dar importancia a lo que en realidad vale para la vida eterna. Cristo es el "camino, la verdad y la vida". Quien le sigue no andará en tinieblas. Que sea su ley, su voluntad, nuestro gozo y nos asemejaremos al "árbol plantado al borde de la acequia", "nuestra paz será como un río y nuestro fruto, abundante como la arena del mar". El profeta echa en cara al pueblo su infidelidad y le dice bien claro lo que se ha perdido por no ser fiel al amor de Dios. En este texto de Mateo, es Cristo mismo quien como el profeta en la anterior lectura de Isaías, echa en cara a los de su generación que no tienen la suficiente madurez para creer y ser de verdad fieles: sois como críos, les dice. Viene el Bautista con su austeridad y le acusan de extraño endemoniado; viene Cristo con su sencillez, se sienta a compartir la vida y la comida de los hombres, y le dicen que es un pinta y un comilón cualquiera. Venga quien venga, haga lo que haga, diga lo que diga, donde no hay sensibilidad, ni honradez, ni capacidad de creer y amar, habrá siempre salidas infantiles y excusas para no creer. Sufrimos hoy en el mundo y en la Iglesia una de esas crisis de inmadurez que nos hace hablar y obrar en todo como críos; la ingenuidad infantil en unos, la pataleta en otros... y en todo y para todos la crítica, la acusación y el insulto.
¿De quién hablamos bien hoy? ¿Quién nos merece respeto y admiración? ¿Quién nos mueve a creer y a obrar, a echar una mano, a colaborar? El papa mal, los obispos mal, los curas mal, los seglares mal... ¿y el mal que está dentro de nosotros? La madurez se manifiesta en la sencillez, en el respeto a los demás, a quienes se les toma en serio. Ser capaces de admirar más que de despreciar. Ser más adultos y menos críos. Y sentirse plenamente responsable.
-"Madrecita mía ¿es verdad que todos ante todos, por todos, somos culpables? -No saben las criaturas eso, que si lo supieran, desde ahora empezaría el Paraíso". (Dostoievski). ¿De qué sirve acusar a los individuos?
-Jesús declara a las gentes: "¿a quién compararé esta raza de hombres? es semejante a los muchachos sentados en la plaza que interpelando a otros..." Escena llena de vivacidad, observada por Jesús y hoy también observable por nosotros. Seguramente Jesús alguna vez debió pararse a mirar. Grupos de muchachos jugando en la calle. -Os hemos entonado cantares alegres y no habéis bailado; cantares lúgubres y no habéis llorado. Sí, he ahí cómo ve Jesús a las gentes de su tiempo. Esta "generación caprichosa e inestable que no sabe lo que quiere: son niños que juegan a "la boda"... y luego al "entierro". Una de las bandas debuta con un canto alegre, pero a los otros no les hace gracia. Entonces comienza un canto triste, ¡pero la cosa tampoco marcha! Entre los niños, esto suele ser sólo un capricho pasajero, que no tiene consecuencias. Pero para los adultos del tiempo de Jesús -¿y del nuestro?-, no se trata ya de un juego... sino de su vida eterna! "Esto no es serio" parece decir Jesús ¿No somos quizá también nosotros gente caprichosa? ¿Tenemos el sentido de nuestras responsabilidades? ¿Somos adultos? ¿capaces de perseverar? En este tiempo de Adviento ¿"mantenemos" las resoluciones tomadas? o bien ¿nos dejamos llevar por deseos caprichosos del momento? ¿Hemos conseguido una cierta firmeza en nuestras decisiones? o bien ¿capitulamos dando paso a posturas infantiles, pasajeras?
-Porque vino Juan que casi no come, ni bebe, y dicen: Es un loco. Ha venido el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen " ¡Es un glotón y un bebedor, amigo de publicanos y de pecadores! Sí, los contemporáneos de Jesús no han sabido leer los signos de los tiempos. Juan Bautista vivía como un asceta, llevando una vida rigurosa y penitente, con ayuno y abstención de alcohol: predicaba así la conversión: "haced penitencia"... En general, no se le escuchó. Su actitud no gustaba. Jesús en cambio, vive como un hombre corriente; come normalmente, bebe vino: predica el "festín mesiánico"... la era nueva del gozo con Dios. . . ¡y se le acusa de ser "un glotón y un bebedor"! ¡Se le acusa de ser "un amigo de los pecadores"! Gracias, Señor Jesús, por permitir que te hicieran esta acusación. Gracias de haber venido a inaugurar el tiempo de la alegría, de habernos venido a ofrecer tu amistad a nosotros, que somos pecadores. Amigo de los pecadores... Amigo de los pecadores... Gracias.
Juan Bautista es un hombre de penitencia y se lo reprochan. Jesús es hombre de apertura, se lo reprochan también. ¡Cuán hábil es la humanidad para rehusar las llamadas de Dios! Encontramos siempre buenas razones para quedarnos con nuestra testarudez infantil. Sánanos, Señor, de nuestras ligerezas. Haz que tomemos en serio lo que Tú nos propones.
-Pero, la sabiduría de Dios se revela "justa" a través de lo que hace. Señor, enséñanos a juzgar "justo", juzgando "según tu sabiduría divina". Finalmente, Juan Bautista y Jesús eran ambos igualmente necesarios a la humanidad: a uno encargó Dios el invitar a la austeridad y a la penitencia... al otro encargó Dios el aportarnos la alegría da Reino... El tiempo de Adviento y de Navidad comporta esos dos aspectos (Noel Quesson).
Jesús echará en cara a su generación que no reciben a los enviados de Dios, ni al Bautista ni a Jesús mismo. Ya en la primera lectura el profeta se lamenta con tristeza de que el pueblo era rebelde y no había querido obedecer a Dios. No eligió el camino del bien, sino el del propio capricho. Y así le fue. Si hubiera sido fiel a Dios, hubiera gozado de bienes abundantes, que el profeta describe con un lenguaje cósmico lleno de poesía: la paz sería como un río, la justicia rebosante como las olas del mar, los hijos abundantes como la arena. Si Israel hubiera seguido los caminos de Dios, no habría tenido que experimentar las calamidades del destierro. El tono de lamento se convierte en el salmo en una reflexión sapiencial: «el que te sigue, Señor, tendrá la vida de la vida». «Dichoso el hombre para el que su gozo es la ley del Señor. Será como árbol plantado al borde de la acequia», lleno de frutos. «Porque el camino de los impíos acaba mal».
Tampoco hicieron caso al Bautista muchos de sus contemporáneos, ni al mismo Jesús, que acreditaba sobradamente que era el Enviado de Dios. «Vino al mundo y los suyos no le recibieron». Esta vez la queja está en labios de Jesús, con la gráfica comparación de los juegos y la música en la plaza. Un grupo de niños invita a otro a bailar con música alegre, y los otros no quieren. Les cambian entonces la música, y ponen una triste, pero tampoco. En el fondo, es que no aceptan al otro grupo, por el motivo que fuera. Tal vez por mero capricho o tozudez. La aplicación de Jesús es clara. El Bautista, con su estilo austero de vida, es rechazado por muchos: tiene un demonio, es demasiado exigente, debe ser un fanático. Viene Jesús, que es mucho más humano, que come y bebe, que es capaz de amistad, pero también le rechazan: «es un comilón y un borracho». En el fondo, no quieren cambiar. Se encuentran bien como están, y hay que desprestigiar como sea al profeta de turno, para no tener que hacer caso a su mensaje. De Jesús, lo que sabe mal a los fariseos es que es «amigo de publicanos y pecadores», que ha hecho una clara opción preferencial por los pobres y los débiles, los llamados pecadores, que han sido marginados por la sociedad. La queja la repetirá Jesús más tarde: Jerusalén, Jerusalén, cuántas veces quise reunir a tus hijos como la gallina a sus polluelos, y no quisiste.
a) ¿Cuál será la excusa de nuestra negativa. si no nos decidimos a entrar en el Adviento Y a vivir la Navidad? El retrato de muchos cristianos que no se toman en serio a Cristo Jesús en sus vidas puede ser en parte el mismo que el de las clases dirigentes de Israel, al no aceptar a Juan ni a Jesús: terquedad, obstinación y seguramente también infantilismo e inmadurez. Hay personas insatisfechas crónicas, que se refugian en su crítica, o ven sólo lo malo en la historia y en las personas, y siempre se están quejando. Esta actitud les resulta, tal vez sin pensarlo explícitamente, la mejor excusa para su voluntad de no cambiar. Este papa no les convence porque es alemán, el otro polaco. El anterior, porque era italiano. A aquél porque dudaba, a ese porque no duda, a este porque no tiene tanta buena imagen. Y así con muchas otras personas o campañas o tareas. Nos cuesta comprometernos. Y es que si tomamos en serio a Cristo, y a su Iglesia, y los dones de su gracia, eso cambia nuestra vida, y se ponen en juicio nuestros criterios, y se nos coloca ante la alternativa del seguimiento del Evangelio de Cristo o del de este mundo.
¿Cuántos Advientos hemos vivido ya en nuestra historia? ¿De veras acogemos al Señor que viene? Cada año se nos invita a una opción: dejar entrar a Dios en nuestra vida, con todas las consecuencias. Pero nos resulta más cómodo disimular y dejar pasar el tiempo. En vez de decir o cantar tantas veces el «ven, Señor Jesús», podríamos decir con sinceridad este año: «voy, Señor Jesús» (J. Aldazábal).
Como que se nos vienen a la mente aquellas palabras de Esteban a los sanedritas: Ustedes, hombres testarudos, tercos y sordos, siempre se han resistido al Espíritu Santo. Eso hicieron sus antepasados, y lo mismo hacen ustedes. Cuando uno tapona sus oídos para no escuchar a Dios ni dejarse convertir por Él, por más que quiera Dios hacer algo por él será imposible pues esa cerrazón podría considerarse tanto como haber cometido un pecado contra el Espíritu Santo donde ya no hay remedio. ¿Qué más pudo hacer Dios por nosotros que no haya hecho, si lo único que faltaba, que era enviarnos a su propio Hijo, ya lo hizo? Ojalá y tengamos la debida apertura al Señor para recibirlo y dejarnos salvar o perdonar por Él, y dejar que su Espíritu guíe en adelante nuestra vida.
En esta Eucaristía el Señor nos manifiesta su amor incondicional y hasta el extremo. A Él ya no le importa nuestra vida pasada, por muy malvados que hayamos sido. Él sólo nos contempla con amor de Padre, lleno de compasión y de misericordia hacia nosotros. Él contempla a su propio Hijo, en el momento supremo, en que entrega su vida por nosotros y es glorificado por su filial obediencia, en este Memorial de nuestra fe. Ante esta manifestación del amor de Dios hacia nosotros, Él espera nuestra respuesta de fidelidad y no sólo las alabanzas de nuestros labios. Él quiere que lo honremos también con el corazón que se abra para recibirlo como salvación nuestra. Ojalá y escuchemos hoy su voz y no endurezcamos ante Él nuestro corazón.
Dejados instruir por Dios; llenos de su Vida y de su Espíritu, no podemos quedarnos sentados ante el reclamo que Dios nos hace por medio de la voz de los que sufren injusticias o guerras, persecuciones o vejaciones, para manifestarles nuestra fe en Cristo, que nos impulse a actuar al estilo de Jesús, que pasó haciendo el bien, aún a costa de la entrega de su propia vida por amor nuestro. El Adviento, que nos prepara para la venida del Salvador, debe hacernos abrir los ojos ante el Señor que se acerca a nosotros, día a día, en la presencia del hombre azotado por la injusticia, por la enfermedad, por el hambre, por la desilusión, por la pobreza, por el pecado, por el vicio. Si en verdad creemos en Cristo hemos de esforzarnos día a día para que las ilusiones y esperanzas que muchos tienen en lograr un mundo más justo y más fraterno, no queden sin alcanzarse. Hay muchos, que incluso sin creer en Cristo, se esfuerzan por crear un mundo más humano. ¿Nos quedaremos al margen de esas luchas auténticas que han surgido en muchos hombres de buena voluntad? ¿Podremos hacerlas llegar a su plenitud por actuar, ya no sólo desde el punto de vista humano, sino desde nuestra fe en Cristo?
Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de ser fieles a la Palabra de Dios en nosotros, para poder ser no sólo portadores de la misma con las palabras, sino con el testimonio de una vida que realmente se encuentra comprometida con Cristo y con su Reino. Amén (www.homiliacatolica.com).
El derecho a equivocarse. Con tanto desconcierto –ya no estamos en una “sociedad cristiana” hoy es fácil equivocarse. Incluso diría que muchos tienen cierto “derecho” a equivocarse. Con tanto desconcierto preguntas a unos y te dicen “¿ni come ni bebe?…tiene un demonio. ¿Come y bebe? … Es un comilón y borracho”. Y, ¡venga a dar vueltas a la misma calle!. Sería muy triste si nos quedáramos dando vueltas eternamente, pero nos dice Isaías: “Así dice el Señor, tu redentor, el Santo de Israel: Yo, el Señor, tu Dios, te enseño para tu bien, te guío por el camino que sigues”. No podríamos tener mejor copiloto. Fíate de Él. Te ha dejado a la Iglesia para que te diga cuáles son las señales auténticas, para indicarte cuál es el buen camino. A la Iglesia y a los que están en comunión con ella. No a esos “copilotos”- incapaces de dedicar un momento a hablar con su Señor- que ponen su magisterio por encima del Magisterio; ni a esos “teóricos” que en vez de buscar nuevos caminos y allanar los existentes se empeñan en conducir campo a través hasta despeñarse. El copiloto es el Señor, tu redentor, y le escuchas por medio de la Iglesia (Archimadrid).
Una de las experiencias más amargas que podemos experimentar al desvivirnos por alguna persona, sea familiar o amigo, es cuando no somos correspondidos. Si en “pago”, por los servicios prestados se nos ignora o se nos critica, nos sentimos traicionados y heridos. A Jesús en este pasaje le sucede algo parecido. Se siente triste y decepcionado de la respuesta del hombre. Él como Dios, nos ha amado y querido hasta el límite –inigualable- de la encarnación y de su muerte en cruz. En su vida no hizo otra cosa que pasar “haciendo el bien”... y todo este despliegue de compasión, de amor y misericordia ¿dio fruto? ¿cuál fue la respuesta recibida a cambio? Sabemos que la semilla dio fruto después de su muerte. En nuestro caso, tenemos que reconocer que “todo” podría estar a nuestro favor. Tenemos su presencia en la eucaristía, su gracia sacramental, su acción a través de su Espíritu Santo... tenemos a María, Madre nuestra.
Ojalá el Señor vea cómo vamos poco a poco progresando en su conocimiento, aprendiendo a apreciar, a gustar todos estos medios que nos hacen sus amigos y nos impulsan a compartir con Él las penas y las alegrías. Nuestra felicidad y realización personales dependen de saber escuchar y responder al Señor y con más razón durante este Adviento, preparándonos a su venida.
Me pregunto hoy: ¿Por qué estaremos siempre insatisfechos? Si hay por que hay y si no porque no… total ¿quién nos dará gusto? Ya vemos hoy que esto mismo pasaba en tiempos de Jesús, en los cuales no importaba que se hiciera para atraer a la gente a Dios de ninguna manera participaban. Antes nos quejábamos de que no entendíamos nada de la misa pues era en Latín y por eso no íbamos; luego se puso en español y ahora resulta que es demasiado larga, que el sonido no jala, que el padre es muy aburrido… en fin, que excusas no faltan. El resultado: tampoco vamos a misa. De manera que si la Iglesia presenta más apertura, es una descocida que ya no tiene moral; si se cierra, es una retrograda oscurantista que solo quiere dominar a la gente... Total… ¿Cómo le daremos gusto a la gente? Y es que como dice san Agustín: “Nos hiciste para ti, Señor, y nuestro corazón estará inquieto hasta que no descanse en ti.” Mientras que el hombre no centra su vida en Cristo, toda su vida es insatisfacción… no importa de que se trate siempre estaremos inconformes e incómodos. Cosa muy distinta ocurre en los que aceptan a Cristo, sabiduría de Dios, en su vida. Par ellos la satisfacción no proviene de las cosas exteriores, incluso ni de la personas, todo viene del amor de Dios que se desarrolla en el corazón de los que creen. Abre tu corazón a Cristo para que él nazca y viva en ti: Verás qué distinta es la vida desde su amor y amistad (Ernesto María Caro).
Nuestra vida no tiene sentido si no es junto al Señor. ¿Adónde iremos, Señor? Sólo Tú tienes palabras de vida eterna (Juan 6, 68). Él viene a traernos un amor que lo penetra todo como el fuego y a darle sentido a nuestra vida sin sentido. Amor exigente es el del Señor, que pide siempre más y nos lleva a crecer en finura del alma con Dios y a dar muchos frutos. Pero si el cristiano deja que el amor se enfríe, vendrá esa terrible enfermedad interior que es la tibieza: Cristo queda como oscurecido, por descuido culpable, en la mente y en el corazón; no se le ve ni se le oye. Queda en el alma un vacío de Dios que se intentará llenar de otras cosas, que no son de Dios y no llenan. Esta enfermedad tiene curación si ponemos los medios. Siempre se puede descubrir de nuevo aquel tesoro escondido, Cristo, que un día dio sentido a la vida. En la oración y en los sacramentos nos espera siempre el Señor.
Por faltas aisladas no se cae necesariamente en la tibieza. La tibieza nace de una dejadez prolongada en la vida interior que se expresa en el descuido habitual de las cosas pequeñas, en la falta de contrición ante los errores personales, en la falta de metas concretas en el trato con el Señor. Se ha dejado de luchar por ser mejores y se abandona la mortificación. La tibieza es como una pendiente inclinada; casi insensiblemente nace una preocupación por no excederse, por quedarse en el límite, en lo suficiente para no caer en pecado mortal, aunque se descuida y se acepta sin dificultad el venial. Las Comuniones son frías, la Santa Misa distraída, la oración difusa, y el examen se abandona. Estemos alerta para percibir los primeros síntomas de esta enfermedad del alma, y acudamos con prontitud a la Virgen. Ella aumenta nuestra esperanza, y nos trae la alegría del nacimiento de Jesús.
Fomentar el espíritu de lucha, nos llevará a cuidar el examen de conciencia. De ahí sacaremos un punto en el que mejorar al día siguiente y un acto de contrición por las cosas en que aquel día no fuimos del todo fieles al Señor. Este amor vigilante es el polo opuesto a la tibieza. Y de nuevo, cerca de Cristo. Con una alegría nueva, con una humildad nueva. Humildad, sinceridad, arrepentimiento... y volver a empezar con una alegría profunda e incomparable. Nuestra Madre nos ayudará a recomenzar (Francisco Fernández Carvajal).
Un problema de sintonía. Dios se queja de su pueblo. No hay sintonía. Llamó a penitencia por medio de Juan, y la respuesta fue de rechazo; llamó a amistad por medio de Cristo, y de nuevo el rechazo. La dureza del hombre desconcierta al mismo hombre si reflexiona un poco sobre ella.
Nos conmueve la palabra de Isaías. He aquí a un Dios que casi tiene que darle explicaciones a su pueblo. "Te instruyo por tu bien", dice el Señor, por si alguien no lo había entendido. El problema de nuevo es de sintonía: el bien que Dios quiere no es bien que el pueblo quiera. O tal vez estos bienes coinciden en el fondo, pero la obediencia a los mandatos, camino para el bien, no encuentra espacio en el corazón endurecido del pueblo.
Ahora bien, nosotros no podemos quedarnos contemplando el espectáculo de la desobediencia pasada. Es preciso que hoy y aquí creamos en la palabra del profeta: lo que Dios nos ordena nos lo ordena por nuestro bien. La gran mentira del demonio es: "Dios no te ama, no se ocupa de ti"; la gran verdad revelada por Cristo es: "Dios te quiere a ti; eres importante para él". Y desde ese amor y desde esa importancia que tienes ante él, te ordena sus mandamientos.
El amigo de sus enemigos… La crítica contra Jesús, recogida por él mismo en el evangelio de hoy, es en el fondo un elogio en su parte final: "ahí tienen a un amigo de pecadores". Frase que nació el desprecio y de la envidia, y que sin embargo describe bien el misterio y el ministerio de Jesucristo: es el amigo de los pecadores, el amigo de sus enemigos.
La ley de Moisés prohibía juntarse con el enfermo de lepra, por temor al contagio de la lepra. Con una lógica semejante estos hombres quieren que se prohíba el contacto con los pecadores, por miedo a contagiarse de pecado. No han descubierto que Jesús no quedará sucio, sino que los limpiará. Jesús es el lugar del "bien fuerte", el bien que no se ensucia en contacto con el mal, sino que lo vence y lo limpia. Él es la luz que vence a las tinieblas.
Si Jesús fuera enemigo de sus enemigos, podría tal vez ganarles a ellos pero a precio de dar una victoria a la enemistad y un nuevo cubil al odio. El amigo de los enemigos es aquel que pierde, a primera vista, pero gana la batalla, porque vence no a un humano débil sino a un pecado fuerte (Pere Grau i Andreu).
Jesús: ¿qué más puedes hacer por mí? Has probado todas las combinaciones: me has mostrado la alegría de servirte; me has advertido del castigo que merecen los que mueren en pecado mortal; me has dado el ejemplo de profetas y santos muy diversos; y finalmente has muerto en la cruz por mí. Tienes razón, Jesús, a veces parezco un niño que no se conforma con nada, aunque en el fondo de mis excusas hay bastante de egoísmo y comodidad. Hoy, mirando al sagrario donde te encuentras encerrado por amor a mí, me pregunto: ¿Qué más puedes hacer para que te ame, para que te entregue un poco de mi tiempo, de ese tiempo que Tú mismo me has regalado? Está claro que siempre puedo encontrar excusas: ¿por qué he de hacer más, si tal persona tampoco lo hace? ¿Por qué siempre yo? ¿Por qué he de hacer esta norma de piedad? ¿Por qué he de obedecer a alguien que tampoco será perfecto? Ese sacerdote es poco simpático; ese sacerdote es poco serio... Jesús: a todo le encuentro pegas. A todo... menos a mi criterio. Jesús, Tú ya has hecho mucho: has venido al mundo, te has hecho hombre; has trabajado, reído y sufrido como nosotros; has muerto en la cruz y te has quedado en la Eucaristía. ¿Qué más puedes hacer? Que no ponga más excusas para venir a verte, para recibirte en la comunión, para tenerte presente en mi trabajo... y en mi descanso.
Es más fácil decir que hacer - Tú.... que tienes esa lengua tajante -de hacha-, ¿has probado alguna vez, por casualidad siquiera, a hacer «bien» lo que, según tu «autorizada» opinión, hacen los otros menos bien? [Camino 441].
Ha venido Juan que no come ni bebe y dicen... Ha venido el Hijo del Hombre que come y bebe y dicen... Decir es muy fácil. Criticar lo sabe hacer cualquiera.
Pero la sabiduría se acredita por sus propias obras. Son las obras lo que cuenta. En vez de criticar tantas cosas que me parece que se hacen mal, yo ¿qué hago? Jesús, en mi vida diaria tengo miles de ocasiones para mejorar mi actitud de crítica negativa. Desde un plato que se ha quemado un poco, o un recado que alguien entendió mal, hasta un jefe o un profesor que se ha equivocado, o un conocido que da mal ejemplo. ¿Cómo lo habría hecho yo en esas circunstancias? ¿No podría haber hecho algo para mejorar aquella situación? Jesús, que no permita ninguna crítica a tu Iglesia, ni a tus ministros. El que tenga una queja, debería preguntarse primero qué ha hecho él por la Iglesia. Siempre hay gente dispuesta a criticar a la Iglesia. No importa lo que hagan sus miembros, porque siempre se puede criticar algo. Ocurre como te ocurría con los fariseos: si estás con unos, porque estás con unos; si estás con todos, porque quieres abarcarlos a todos; si haces algo, porque no haces lo otro; y así sucesivamente. Así como los buitres, que pasan volando por muchos prados y lugares amenos y olorosos sin que hagan aprecio de su belleza, son arrastrados por el olor de cosas hediondas; así como las moscas, que no haciendo caso de las partes sanas van a buscar las úlceras, así también los envidiosos no miran ni se fijan en el esplendor de la vida, ni en la grandeza de las obras buenas, sino en lo podrido y corrompido [San Basilio, Hom. sobre la envidia]. Que no caiga yo en el vicio de la crítica negativa, de la murmuración, del descrédito. Que busque siempre el lado positivo, el esfuerzo realizado, la buena intención. Que intente comprender, perdonar, enseñar con paciencia, aguantar los defectos de los demás que no sean ofensa de Dios -como ellos también soportan los míos-, alabar o callarme antes de criticar (Pablo Cardona).
¡Qué difícil es anunciar el Evangelio a quienes han hecho de su corazón de carne un corazón de piedra! Difícilmente aceptarán el mensaje de salvación, pues han tapado sus oídos para no escuchar, y cerrado su corazón para no convertirse a Dios y dejarse salvar por Él. Sin embargo, lo que para los hombres es imposible, es posible para Dios. Él puede hacer que de esas piedras nazcan hijos de Dios. El Padre Dios, en su gran amor por nosotros, nos envió a su propio Hijo para ofrecernos el perdón, de tal forma que, una vez reconciliados con Él mediante la Sangre del Cordero Inmaculado, no sólo lo llamemos Padre, sino que lo tengamos por Padre en verdad. La Iglesia de Cristo jamás puede desanimarse cuando se vea rechazada, perseguida e incluso puesta en una cruz. A nosotros corresponde el anuncio del Mensaje de Salvación, hecho con las palabras, pero sobre todo con el testimonio personal de una vida que se realice conforme a aquello que anuncia. Hagámonos cercanos a todos; incluso a los más grandes pecadores. El Señor nos enseñó a convivir con toda clase de personas, no tanto para dejarnos dominar por el mal que ha encadenado a muchos, sino para conducir a todos a la salvación y a la vida eterna. Ojalá y después, tal vez, de ser criticados por nuestra cercanía a los pecadores, podamos decir junto con Cristo: ¿Quién podrá echarme en cara un pecado? Si nos hemos hecho pobres con los pobres y pecadores con los pecadores, no ha sido para condenarnos con ellos, sino para salvarlos. Entonces también podremos decir que la sabiduría de Dios, que actúa en la Iglesia, se justifica a sí misma por sus obras.
Dios nos ha cumplido sus promesas de salvación por medio de su Hijo, hecho uno de nosotros, por obra del Espíritu Santo, en el seno Virginal de María de Nazaret. Hoy Él nos ha reunido para celebrar la salvación que ha logrado para nosotros mediante la entrega de su propia vida, manifestándonos, así, su amor hasta el extremo. Él quiere que su Iglesia se convierta en un signo creíble de su amor en el mundo, para conducir a todos a la salvación. Para que esto se haga realidad en nosotros nos hemos de dejar transformar por el Espíritu de Dios como criaturas nuevas, renovadas en Cristo Jesús y revestidas de Él. Para eso es necesario que no sólo nos arrodillemos ante el Señor, sino que no cerremos nuestro corazón a la Vida y al Espíritu que Dios nos ofrece. Al entrar en comunión de Vida con el Señor en la Eucaristía, que estamos celebrando, estamos aceptando en nosotros los Dones de Dios, iniciando, así, un nuevo camino en la presencia de nuestro Dios y Padre. Hechos uno con Cristo, Él nos envía para que demos testimonio de la vida nueva que aquí hemos recibido.
Los que creemos en Cristo continuamente nos hemos de poner en camino para anunciar el Evangelio en todos los ambientes y lugares. Nuestro anuncio será muchas veces con nuestras palabras; pero las más de las veces será mediante el testimonio de una vida recta, amoldada al espíritu del Evangelio. Si queremos un mundo más justo, más en paz, más fraterno y libre de todo aquello que destruye la vida social o familiar, hemos de ser los primeros en ponernos a trabajar a favor del Reino de Cristo. No podemos llamarnos personas de fe en Él mientras nos quedamos sentados en las plazas criticando a quienes luchan a brazo partido por construir un mundo nuevo. El Señor nos ha enviado como testigos de su amor y de su verdad. Aun cuando al contemplar el mal que se ha adueñado de muchos ambientes, tuviésemos la tentación de desanimarnos y trabajar sólo por salvarnos a nosotros mismos, olvidándonos de hacer el bien a los demás para que también ellos vayan por caminos que les conduzcan a la paz y a la salvación, levantemos la cabeza y seamos fieles a la Misión salvadora que el Señor nos ha confiado como una luz que no podemos ocultar sólo para nosotros mismos, sino con la que hemos de iluminar al mundo entero.
Roguémosle al Señor que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber ser fieles en la escucha de su Palabra y de la puesta en práctica de la misma, para ser dignos de que el Señor habite en nuestros corazones, haciéndonos renacer, día a día, como hijos de Dios cada vez más perfectos. Amén (homiliacatolica.com).
No hacen caso ni de Juan ni de Jesús. Hay personas incapaces de ver al Señor. Son los eternos insatisfechos, los intransigentes con los demás, los que solo ven lo negativo de los hombres, los que siempre interpretan mal sus actos, los que se consideran superiores a los demás. El Señor tuvo que enfrentarse con personas semejantes. Por eso contra el Señor y contra su mensaje de salvación se han dirigido en todos los tiempos las acusaciones más diversas y contradictorias. También les sucede lo mismo a aquellos que le siguen con amor verdadero. Comenta San Agustín: «Aquí no se baila; pero no obstante que no se baile, se leen las palabras del Evangelio: “Os hemos cantado y no habéis bailado”. Se les reprocha, se les recrimina y se les acusa por no haber bailado. ¡Lejos de nosotros el retornar aquella insolencia! Escuchad cómo quiere la Sabiduría que lo entendamos. Canta quien manda; baila quien cumple lo mandado. ¿Qué es bailar sino ajustar el movimiento de los miembros a la música? ¿Cuál es nuestro cántico? No voy a decirlo yo, para que no sea algo mío. Me va mejor ser administrador que actor. Recito nuestro cántico: “No améis al mundo, ni a las cosas del mundo”…(1 Jn 2,15). «¡Qué cántico, hermanos míos! Escuchasteis al cantor, oigamos a los bailarines: haced vosotros con la buena ordenación de las costumbres lo que hacen los bailarines con el movimiento de sus cuerpos. Hacedlo así en vuestro interior: que las costumbres se ajusten a la música. Arrancad los malos deseos y plantad la caridad» (Sermón 311, 4-8, en Cartago, año 405).