miércoles, 7 de diciembre de 2011

8 de Diciembre: La Inmaculada Concepción de la Virgen María: luz en el adviento, esperanza para nosotros sus hijos


8 de Diciembre: La Inmaculada Concepción de la Virgen María: luz en el adviento, esperanza para nosotros sus hijos

Génesis 3,9-15.20. Después que Adán comió del árbol, el Señor Dios lo llamó: —¿Dónde estás?
El contestó: —Oí tu ruido en el jardín, me dio miedo, porque estaba desnudo, y me escondí.
El Señor le replicó: —¿Quién te informó que estabas desnudo? ¿es que has comido del árbol del que te prohibí comer?
Adán respondió: —La mujer que me diste como compañera me ofreció del fruto y comí.
El Señor Dios dijo a la mujer: —¿Qué es lo que has hecho?
Ella respondió: —La serpiente me engañó y comí.
El Señor Dios dijo a la serpiente: Por haber hecho eso, serás maldita entre todo el ganado y todas las fieras del campo; te arrastrarás sobre el vientre y comerás polvo toda tu vida; establezco hostilidades entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya; ella te herirá en la cabeza cuando tú la hieras en el talón.
El hombre llamó a su mujer Eva por ser la madre de todos los que viven.

Salmo 97,1.23ab.3bc-4. R/. Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas.
Cantad al Señor un cántico nuevo, / porque ha hecho maravillas. / Su diestra le ha dado la victoria, / su santo brazo.
El Señor da a conocer su victoria; / revela a las naciones su justicia: / se acordó de su misericordia y su fidelidad / en favor de la casa de Israel.
Los confines de la tierra han contemplado / la victoria de nuestro Dios. / Aclamad al Señor tierra entera, / gritad, vitoread, tocad.

Carta del Apóstol San Pablo a los Efesios 1,3-6.11-12. Hermanos: Bendito sea Dios, Padre de Nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en la persona de Cristo con toda clase de bienes espirituales y celestiales. El nos eligió en la Persona de Cristo —antes de crear el mundo— para que fuésemos santos e irreprochahles ante él por el amor. El nos ha destinado en la Persona de Cristo —por pura iniciativa suya— a ser sus hijos, para que la gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en su querido Hijo, redunde en alabanza suya. Con Cristo hemos heredado también nosotros. A esto estábamos destinados por decisión del que hace todo según su voluntad. Y así, nosotros, los que ya esperábamos en Cristo, seremos alabanza de su gloria.

Texto del Evangelio (Lc 1,26-38): En aquel tiempo, fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María.
Y entrando, le dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo». Ella se conturbó por estas palabras, y discurría qué significaría aquel saludo. El ángel le dijo: «No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin». María respondió al ángel: «¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?». El ángel le respondió: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios. Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y éste es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril, porque ninguna cosa es imposible para Dios». Dijo María: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra». Y el ángel dejándola se fue.

Comentario: 1. Gn 3.9-15.20. El cap. 3 del Gn se refiere a la situación creada por el pecado original, fuera del jardín de Edén. Entonces Dios interviene como un juez en el cuadro de un proceso. Interroga a los culpables, establece las responsabilidades y fija las sanciones. En consecuencia, se ve bien claro que Dios no se desentiende de su creatura y no la abandona al poder de la fuerza que la ha seducido. La fe cristiana siempre ha enseñado que, aunque el hombre sea malo, hay siempre una posibilidad para la esperanza. Es, por así decirlo, un hombre salvado. El hombre rechaza toda responsabilidad acusando a la mujer, quien, a su vez, hace caer la maldición sobre la serpiente. Hay un juego de palabras: la serpiente, el más astuto de los animales (arûm:3.1), llega a convertirse en el más miserable (arûr). Su propia astucia se vuelve contra ella. Este es uno de los versos que ha sido interpretado de diferentes maneras en la historia de la exégesis. Para algunos, anunciaría una lucha a muerte entre la descendencia de la mujer y la de la serpiente; este combate sin salida se inscribe dentro de las sanciones impuestas por Dios. Para otros, sin embargo, hay una salida, ya que este verso apunta a la serpiente misma y no al hombre. Por otro lado, a la luz del resto de los libros bíblicos, la tradición cristiana ha visto aquí el "protoevangelio" anunciando la victoria del Mesías, uno de cuyos elementos esenciales será el papel que juega la madre del Mesías: María. De todos modos, queda claro que, a pesar de la derrota, hay una salida para el hombre. Después de la muerte de Jesús, y con el hecho de María, la cosa ha quedado plenamente confirmada (“Eucaristía 1989”).
La primera lectura habla de la culpa que todos llevamos a nuestras espaldas. -"Me dio miedo y me escondí". -Hoy la presencia de Dios pasa a segundo plano y decimos que somos adultos, que asumimos nuestras responsabilidades, que hemos dejado a un lado los miedos infantiles y religiosos. Quizás sí que hemos superado el miedo al demonio, pero la vida de mucha gente está llena de miedos y desequilibrios, y no parece que el gozo de vivir -transparente y puro como el agua que salta en los ríos de las montañas o que, desde los lagos refleja los picos resplandecientes de sol o blancos de nieve- sea un patrimonio compartido. La ruptura interior, con los demás, e incluso con la naturaleza, son expresiones del pecado, realidad tan vieja como la condición humana que no debemos atribuir a ningún antepasado malo.
-"La mujer..., la serpiente..." -La culpa es muy fea y nadie la quiere. Pero solamente reconociéndola -y no ignorándola- vamos a recuperar la paz y la serenidad y podremos mirar a Dios sin miedo.
-"Ella te herirá en la cabeza cuando tú la hieras en el talón". -La culpa, el pecado, no son la última palabra sobre la vida humana. El hombre pecador es capaz de luchar contra el pecado y, en esta lucha, aunque seamos heridos, saldremos victoriosos (el talón/la cabeza). El universo interior del cristiano no es de miedos y angustias, sino que está presidido por una mirada optimista -realísticamente optimista- sobre su vida, la vida del linaje entero, y el desenlace de ambas. Eva ha sido la madre de todos los que viven: no sólo de un linaje pecador; también de una humanidad capaz de luchar contra el pecado (J. Totosaus).
"Después que Adán... el Señor Dios lo llamó...": El hombre (Adán), comiendo el fruto del árbol ha tomado una opción libre en la que Dios no ha intervenido; esta opción aparecerá con toda su fuerza negativa: el encuentro con Dios la manifestará como "pecado". Este encuentro nos es presentado con una narración imaginativa y antropomórfica, que tiene el carácter de un juicio con interrogatorio y sentencia: "¿Dónde estás?".
No se trata sólo de una localización, sino de una pregunta sobre su estado. El hombre se presenta dominado por el miedo. La relación hombre y Creador ha sufrido con el pecado una perturbación profunda. "¿Es que has comido del árbol...?" También se ha producido una perturbación en las relaciones en el interior de la humanidad, y entre el hombre y las realidades creadas: el hombre acusa a la mujer y la mujer a la serpiente.
-"El Señor dijo a la serpiente...": Después del interrogatorio viene el desenlace del juicio, del cual sólo leemos en esta lectura la parte de la sentencia dirigida a la serpiente. La condena intenta explicar en primer lugar, la constitución de la serpiente, arrastrándose por tierra como si comiera polvo, y también su carácter de animal maldito, del cual huyen el hombre y, también, los demás animales, un ser inquietante como el mal mismo. Por eso el paso es fácil: entre el hombre y el mal habrá un combate sin fin. Propiamente el texto indica un combate sin esperanza de solución. Pero la diferencia entre el ataque a la cabeza y el ataque al talón fue leída, ya en la literatura targúmica y sobre todo por la Iglesia antigua, como el anuncio velado de la victoria de la descendencia de la mujer. Eva, madre del linaje humano en lucha constante con el mal, es figura de la nueva Eva, madre del hombre nuevo, el Mesías, que triunfa definitivamente sobre el mal, el pecado y su consecuencia: la muerte (J. Naspleda).
-¿En qué consistió ese pecado primigenio? No lo sabemos. Comiendo del árbol la humanidad ha intentado ser como Dios, atribuirse prerrogativas divinas. Y el resultado es patente: el hombre tiene miedo de Dios y trata de ocultarse. La vergüenza de estar desnudos, cosa de la que no se habían enterado hasta entonces, y el miedo son los signos de su ruptura de relaciones con el Creador (pecado). -En el interrogatorio de Dios ambos tratan de disculparse; el pecado no solidariza, sino que divide y traiciona al compañero. El intento de querer ser como Dios hace que no se pueda soportar al de al lado. -La consecuencia es la condena, que sigue un orden inverso al interrogatorio. Las penas son las inherentes a la condición de la serpiente, del hombre y de la mujer; por ello no se debe insistir sobre ellas. Se maldice directamente a la serpiente, pero no al hombre ni a la mujer. -Muchas serpientes astutas y sirenas seductoras se muestran interesadas, hoy, en ayudar a la humanidad en su afán de un progreso desordenado: guerra de las galaxias, armas atómicas y bacteriológicas... Se os abrirán los ojos y seréis los más potentes del orbe, casi como dioses. ¿Comeremos de esta propaganda y haremos comer a los demás? -A pesar del fracaso, Dios continúa cuidando del hombre (3,21: lo viste de pieles), respetando su libertad. En el interior humano siempre se dará una dura batalla que podrá degenerar hacia la violencia y toda serie de desmanes: muerte del hermano, aniquilamiento de la sociedad (cf Gn 4,8; 9,20ss; 11,1-9), pero también podrá llevarnos a un mayor progreso cultural, técnico y religioso (Gn 4,2-4,26...). Y según el mensaje del Génesis, el bien triunfará sobre el mal. El mensaje bíblico nunca es terrorífico, sino optimista y lleno de esperanzas (A. Gil Modrego).
Antes del pecado la vida del hombre era maravillosa. Vivía feliz, desconocía el dolor y la muerte, Dios era su confidente y toda la naturaleza estaba a su disposición. Después del pecado el cuadro cambia radicalmente. Aparece el dolor, el trabajo, la muerte, el egoísmo, la división. El hombre siempre se ha preguntado por el origen del mal y ha procurado darse una respuesta. Esta lectura que es un relato religioso, de estilo poético-místico, que no quiere ser una investigación histórica sino una reflexión sobre el sufrimiento del hombre, ha llegado a esta conclusión: la fuente moral del pecado es el hombre que se ha equivocado al hacer la opción del valor fundamental de su vida. Frente a la presencia del pecado, hay una promesa de salvación. Llegará un tiempo en el que Dios cambiará la situación y dará a la descendencia de Adán la posibilidad de recuperar la posición perdida. La humanidad se levantará contra la serpiente y uno de ellos le aplastará la cabeza. A su lado tendrá a la mujer. En la tradición bíblica al lado del hombre encontramos siempre a la mujer implicada en la obra de la salvación. El yahvista conoce la misión y la función de la mujer en esta obra de salvación. Así como la bendición de Abrahan referente a la descendencia no se realiza sin Sara, su mujer, así la mujer tendrá su función en la realización definitiva de la promesa mesiánica. Es posible que sea este el origen de la primera idea de la participación de la mujer en el plan de salvación. Las enemistades y la victoria hay que interpretarlas en sentido mesiánico colectivo. La descendencia no es exclusivamente el hijo de David, sino el Hijo del hombre como descendencia de la mujer (P. Franquesa).
El resultado y el primer efecto del pecado es que el hombre, en lugar de ser como Dios, descubre su profunda miseria: "va desnudo", es decir, se encuentra degradado. El hombre no ha conseguido lo que pensaba; huye de Dios y mezquinamente descarga sobre los demás la propia responsabilidad. Pero Dios no huye, permanece en el jardín, pasea sobre la tierra y llama a los responsables del pecado pidiéndole cuentas. El hombre busca un chivo expiatorio: "la mujer que me diste". El mal divide, rompe la armonía inicial. Entonces inicia el juicio de condena. La serpiente es maldecida y estará siempre en guerra contra el bien y condenada a una futura derrota definitiva. Al final, la humanidad vencerá porque "le aplastará la cabeza": es el primer anuncio de salvación, el llamado protoevangelio (Gn 3,15). Lo hará realidad Cristo. La compañera del hombre no será ya "ishshah" (hembra), sino hawwah" (madre de los vivientes). El cambio de nombre significa cambio de misión. Helo ahí: a la Eva-madre de los vivientes que lleva la muerte se contrapone una nueva Eva que lleva la vida. María lleva la vida sin pecado, la vida que no muere. Conclusión: Dios no ha abandonado a la humanidad en esta lucha del bien contra el mal; la esperanza se inicia en Gn 3, 15 (J. Fontbona).
Establezco hostilidades entre tu estirpe y la de la mujer… El capítulo tercero del Génesis aborda el problema del origen del mal en cuatro tiempos: tentación (3,1-4), caída (3,5-8), juicio (3,9-13) y consecuencias (3,14-23). Hoy, sólo leemos el juicio y algunas consecuencias de la desobediencia.
El juicio empieza cuando Dios llama al hombre y le pregunta: ¿Dónde estás? (3,9), porque ha roto la amistad y la armonía originales. El resultado y el primer efecto de la desobediencia es que el hombre, en vez de llegar a ser como Dios, descubre que ha perdido su estatuto y su dignidad: está desnudo (3,10-11), ha perdido su condición privilegiada ante Dios (conversaba con Él). El hombre no ha logrado lo que pretendía, huye de Dios y mezquinamente descarga sobre los demás la propia responsabilidad: el hombre busca un chivo expiatorio (3,12) en quien le ayuda (2,18). Dios, en cambio, no huye, se pasea por el jardín y llama a los responsables de la desobediencia y habla con ellos. Otra de las consecuencias del juico de condena es que la serpiente es maldecida, se convierte en la enemiga de todos los humanos y es condenada a una futura derrota definitiva. La estirpe de la mujer (Cristo, nacido de mujer) vencerá el mal porque lo herirá en la cabeza. Es el primer anuncio de salvación (3,15). El segundo confirma el primero, y es cuando Dios viste con túnicas de piel al hombre y a la mujer: así anuncia que ninguno de los dos ha perdido del todo la dignidad de ser criaturas de Dios (3,21). Anuncio que no leemos hoy. El hombre llama Eva a quien Dios le había hecho su ayuda y ella se convierte en madre de todos los que viven (3,20). A esta madre que por su desobediencia trae la muerte, hoy, se le contrapone la nueva madre de los que viven, María, que por su obediencia trae la vida que no muere (J. Fontbona).
La nueva Eva, nuestra Madre. “Me llena de gozo el Señor, mi alma se alegra con su Dios”, proclamará la Virgen con palabras compuestas por Isaías (61, 10). Ella está contenta, porque tiene al Señor; por eso aparece como la llena de gracia, “enjoyada como una novia”, limpia de todo mal. “Eva nos vistió de luto, / De Dios también nos privó / E hizo mortales; / Mas de vos salió tal fruto / Que puso en paz y quitó / Tantos males. / Por Eva la maldición / Cayó en el género humano / Y el castigo; / Mas por vos la bendición / fue, y a todos dio la mano / Dios amigo. // Un solo Dios trino y uno / A vos hizo sola y una: / Más perfecta / Después de Dios no hay ninguna, / Ni es a Dios persona alguna / Más acepta. // ¡Oh cuánto la tierra os debe! / Pues que por vos Dios volvió / La noche en día, / Por vos, más blanca que nieve, / El pecador alcanzó / Paz y alegría. Amén”. Así reza un himno, y la primera lectura de la Misa de hoy narra la experiencia dramática de la caída original, verdad esencial para entender tantos desequilibrios, faltas de armonía en el hombre y en todo lo creado. Eva, vencida, ofrece a Adán el engaño. Luego, la pérdida de la inocencia: miedo, desnudez, vergüenza, esconderse de Dios... La pregunta de Dios: “¿Dónde estás?” recoge el deseo divino de que el hombre no pierda la conciencia de quién es, cosa que se nos recuerda en la segunda lectura: la predestinación en Cristo, a ser santos e irreprochables, y en primer lugar es María la suma de esas perfecciones: la llena de gracia, es decir toda santa e inmaculada en el amor, la morada digna para su Hijo (como leemos en el Evangelio). Si la tristeza y el dolor vienen por el pecado que es sentir a Dios lejano (expulsión del paraíso, y el ángel con la espada de fuego desenvainada que impide la entrada), hay dos opciones: dejarse llevar por la ambición que ha surgido con la decisión en contra de la voluntad de Dios, la desobediencia; o bien acoger la invitación en Cristo a ser “divinizado”. Son los dos caminos, pues el hombre quiere “ser como Dios” (cf Gen 3,5): puede hacerlo “sin Dios, antes que Dios y no según Dios” (S. Máximo Confesor ambig.), o bien según nuestra vocación, para lo que fuimos creados, y así ser felices.
De un lado tenemos la mentira y miseria, dejándonos llevar por nuestra inclinación al mal (basta asomarnos a nuestro interior para ver esa miseria y desorden), o bien abandonarnos sin miedo en el regazo de nuestra Madre, para con ella emprender el camino seguro del amor de Dios: ante el mal y la muerte, el amor es más fuerte que todo ello (como acaba el Cantar de los cantares), pues la misericordia de Dios es muy grande, y “la obediencia de Cristo repara sobreabundantemente la desobediencia de Adán”, canta la Iglesia. La mujer del génesis, anunciada en el protoevangelio, es para muchos Padres María, la “nueva Eva”: anticipando el fruto de la victoria de Cristo sobre el pecado, fue preservada de toda mancha de pecado original y, durante su vida terrena, por una gracia especial de Dios, no cometió ninguna clase de pecado (cf. Catecismo de la Iglesia Católica 411; y sobre este dogma ver también nn. 490 al 493). Así se convierte en la nueva Madre de toda la humanidad, que restablece la desobediencia con su entrega amorosa a la voluntad de Dios: en la primera lectura el Señor anuncia al diablo que del linaje de Eva saldrá quien “quebrantará tu cabeza y tú pondrás asechanzas a su calcañar.” Y esto, desde la Anunciación de su maternidad divina, que luego en la Cruz Jesús proclama de un modo solemne. En María la misericordia divina se vierte a manos llenas sobre la tierra. Ya en el siglo II saludaba san Ireneo en la Madre de Jesús a la nueva Eva.
2. Sal 97. Cántico para tales maravillas: se trata de la victoria de Cristo, autor de nuestra Redención, manifestada en su Misterio Pascual: nunca se oyó cosa semejante (S. Atanasio). Su diestra le ha dado la victoria: es decir, para salvarnos por medio de su Muerte y Resurrección, el Señor no necesitó ayuda extraña (S. Hilario). Y esas maravillas de las que habla el salmo -comenta Jerónimo- responden a aquellas otras del Antiguo Testamento. De un modo semejante a como Eliseo (4 Reg 4:34ss) se contrajo al postrarse sobre el cadáver del hijo de la viuda -ojos sobre ojos, manos sobre manos, ...- para resucitarle, así también el Señor ha asumido la forma de hombre y se ha contraído para constituirnos en hijos de la Resurrección.
Tanto la Liturgia como la tradición cristiana nos invitan a alabar con un cántico nuevo (v. 1) al Niño de Belén, en quien se manifiesta el amor de Dios Padre en favor de la Iglesia, el nuevo Israel. La alabanza a Cristo, aprendida en la escuela de este salmo, es el fruto de la alegría que suscita su Nacimiento en un corazón admirado y agradecido de sentirse salvado por su Señor, que aparece en la verdad de nuestra misma carne. En un famoso himno navideño de Sedulio (+450), el 'A solis ortus cárdine', se recogen estas palabras: "No rechaza el pesebre, ni dormir sobre unas pajas; tan solo se conforma con un poco de leche, el mismo que, en su providencia, impide que los pájaros sientan hambre."
Venidos desde los confines de la tierra, los Magos conocieron al Niño Dios. Ellos son los primeros, de entre todas las naciones, a quienes se les revela la misericordia divina: la primera epifanía del Unigénito a los gentiles, que nace de una madre Virgen para salvar al mundo. Una colecta de la liturgia de Adviento sirve para convertir en oración estos sentimientos: "Suban, Señor, a tu presencia nuestras súplicas y colma en tus siervos los deseos de llegar a conocer en plenitud el misterio admirable de la Encarnación de tu Hijo. Que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén."
Se acordó de su misericordia y su fidelidad en favor de la casa de lsrael (v. 3). Este versículo, que podría haber inspirado -quizá- el Magníficat, nos sugiere meditar en los sentimientos de María en la Resurrección de su Hijo: "Fuerte en la fe, contempló de antemano el día de la luz y de la vida, en el que, desvanecida la noche de la muerte, el mundo entero saltaría de gozo y la Iglesia naciente, al ver de nuevo a su Señor inmortal, se alegraría entusiasmada." (Missa de Beata Maria Virgine in Resurrestione Domini, Praef: Félix Arocena).
No olvidemos nunca que el sentido original de los salmos es aquel querido y orado por el pueblo de Israel. Este es un "salmo del reino": una vez al año, en la fiesta de las Tiendas (que recordaban los 40 años del Éxodo de Israel, de peregrinación por el desierto), Jerusalén, en una gran fiesta popular que se notaba no solamente en el Templo, lugar de culto, sino en toda la ciudad, ya que se construían "tiendas" con ramajes por todas partes... Jerusalén festejaba a "su rey". Y la originalidad admirable de este pueblo, es que este "rey" no era un hombre (ya que la dinastía Davídica había desaparecido hacía largo tiempo), sino Dios en persona. Este salmo es una invitación a la fiesta que culminaba en una enorme "ovación" real: "¡Dios reina!", "¡aclamad a vuestro rey, el Señor!" Imaginemos este "Terouah", palabra intraducible, que significa: "grito"... "ovación"... "aclamación".
Originalmente, grito de guerra del tiempo en que Yahveh, al frente de los ejércitos de Israel, los conducía a la victoria... Ahora, regocijo general, gritos de alegría, mientras resonaban las trompetas, los roncos sonidos de los cuernos, y los aplausos de la muchedumbre exaltada.
¿Por qué tanta alegría? Seis verbos lo indican: ¡seis "acciones" de Dios! Cinco de ellas están en "pasado" (o más exactamente en "acabado": porque el hebreo no tiene sino dos tiempos de conjugación para los verbos, "el acabado", y el "no acabado"). "El ha hecho maravillas"... "Ha salvado con su mano derecha"... "Ha hecho conocer y revelado su justicia"... "Se acordó de su Hessed"... (Amor-fidelidad que llega a lo más profundo del ser); "El vino-el viene"... Y para terminar, un verbo en tiempo, "no acabado", que se traduce en futuro a falta de un tiempo mejor (ya que esta última acción de Dios está solamente sin terminar aunque comenzada): "El regirá el orbe con Justicia y los pueblos con rectitud"...
Observemos la audaz "universalidad" de este pensamiento de Israel. La salvación (justicia-fidelidad-amor) de que ha sido objeto la Casa de Israel... está, efectivamente destinada a "todas las naciones": ¡El Dios que aclama como su único Rey, será un día el rey que gobernará la humanidad entera. Entonces será poca la potencia de nuestros gritos! ¡Será poca toda la naturaleza, el mar, los ríos, las montañas, para "cantar su alegría y aplaudir"!
Habiendo leído el salmo en su sentido "literal", tal como Israel lo leía, es necesario en un segundo tiempo, leerlo a la luz del "acontecimiento Jesucristo"... Decirlo en nombre de Jesucristo y con sus sentimientos, y la oración que encontraba en él para luego aplicarlos a su misión en los designios del Padre.
No es mera coincidencia que la Iglesia proponga este salmo de "Dios-Rey que viene", en la fiesta de la Inmaculada Concepción, el 8 de diciembre, en pleno Adviento: la "Concepción" de María, es el comienzo del proceso que culminará en la Navidad... El Dios "¡Salvador"! El tercer Domingo de Adviento, se canta un canto de Isaías, que proclama los mismos temas y que pudo inspirar este salmo 97: "Dios es quien me salva, tengo confianza, no temo. El Señor es mi refugio y mi fuerza. El es mi salvador. Dad gracias al Señor e invocad su nombre, anunciad a los pueblos las maravillas que El ha hecho: Recordadles que su nombre es sublime. Cantad al Señor. Porque ha hecho maravillas conocidas en toda la tierra. Exultad, dad gritos de alegría: Dios está en medio de vosotros" (Isaías 12).
¡La "venida" de Dios! Israel no podía ni mucho menos adivinar hasta qué punto esto sería cierto. Lo que celebra este canto, es realmente la Navidad, la venida del Hijo de Dios en persona: este salmo 97 se utiliza en la Misa del día de Navidad... Y en la Misa de media noche, encontramos un salmo que tiene exactamente el mismo sentido (salmo 95).
¡La revelación del amor-fiel de Dios! La Encarnación del Verbo es el acontecimiento histórico que hace visible, que "levanta el velo" (significado de la palabra revelar) del amor que Dios tiene a Israel, y que extiende a todos los pueblos, en Jesús.
¡La "Nueva Alianza", la "Nueva Liberación"! Hay que cantar un "canto nuevo, porque Dios renueva su Alianza: la celebración de la "venida" de Dios es un "signo", un "sacramento" que realiza lo que significa. Cuando se aclama a Dios como Rey, no se le confiere la realeza (El lo es desde siempre), sin embargo se "actualiza" esta "realeza" se "urge la venida del reino escatológico". Festejar la Navidad, es en un sentido real, sacramental, "hacer que Dios venga hoy". "¡La salvación que tú preparaste ante todos los pueblos!" Así se expresa Simeón en su canto de alabanza (Lucas 2,30) "Atraeré hacia mí a todos los hombres" (Grita Jesús en proximidad de la Pascua) (Jn12,32). "¡Jesús había de morir por el pueblo de Israel, y no solamente por él, sino para reunir en uno todos los hijos de Dios que están dispersos!" En expresión de San Juan (11,52). Y esta visión universal, realizada en Cristo, era anunciada en la esperanza de todo un pueblo, que se atrevía a convidar a "toda la tierra", "todas las naciones", "todos los habitantes del mundo" a su propio "Terouah". ¡Una fiesta mundial! ¡Vamos hacia una fiesta en que todos los hombres estarán felices y cantarán todos juntos, el mismo día, el mismo Dios, el mismo amor que los habrá salvado ¡Salvado! Me imagino a Jesús recitando este salmo... Lo recito con El...
¡Vamos, no lo dudemos. Dejémonos "invitar" a la fiesta! ¡Vamos! Saquemos todos los instrumentos, trompetas, bocinas, guitarras, panderetas, flautas... Y nuestras voces y aplausos. ¿Hay personas que se escandalizan por la "alegría" y el "ruido" que hacen los muchachos de hoy en sus fiestas? Hay un tiempo para la oración silenciosa. Sí. Hay un tiempo para la meditación y la oración íntima. ¡Sí. Pero hay también un tiempo para la oración de aclamación!... ¡La "justicia"! ¡Un mundo gobernado "según Dios"! ¡Está por venir! ¡Un mundo gobernado según el amor! Está por venir, Dios viene. El Reino de Dios ha comenzado... (Noel Quesson).
Esta corriente de exultación gozosa ha continuado en la vida de la Iglesia con el ejemplo de los santos y la proliferación inacabable de expresiones de alabanza: recordemos el "Te Deum", el "Cántico de las creaturas" de san Francisco de Asís. Y sobre todo, la Liturgia de la Iglesia, con su variadísima gama de alabanzas, desde la Plegaria Eucarística hasta la Liturgia de las Horas y tantas y tantas prácticas de piedad cristianas que siguen el mismo camino de alabanza y gratitud a Dios (Pedro Farnés).
“Se trata de un himno al Señor, rey del universo y de la historia (Cf. versículo 6). Es definido como un «cántico nuevo» (v. 1), que en el lenguaje bíblico significa un cántico perfecto, rebosante, solemne, acompañado por música festiva… Además, incesantemente resuena el nombre del «Señor» (seis veces), invocado como «nuestro Dios» (v 3)…
El Salmo se abre con la proclamación de la intervención divina dentro de la historia de Israel (cf v 1-3). Las imágenes de la «diestra» y del «brazo santo» se refieren al Éxodo, a la liberación de la esclavitud de Egipto (cf v 1). La alianza con el pueblo de la elección es recordada a través de dos grandes perfecciones divinas: «amor» y «fidelidad» (cf v 3). Estos signos de salvación son revelados «a las naciones» y a «los confines de la tierra» (vv 2 y 3) para que toda la humanidad sea atraída por Dios salvador y se abra a su palabra y a su obra salvadora…
En este Salmo, el apóstol Pablo reconoció con profunda alegría una profecía de la obra del misterio de Cristo. Pablo se sirvió del versículo 2 para expresar el tema de su gran carta a los Romanos: en el Evangelio «la justicia de Dios se ha revelado» (cf Rm 1,17), «se ha manifestado» (cf Rm 3,21). La interpretación de Pablo confiere al Salmo una mayor plenitud de sentido. Leído en la perspectiva del Antiguo Testamento, el Salmo proclama que Dios salva a su pueblo y que todas las naciones, al verlo, quedan admiradas. Sin embargo, en la perspectiva cristiana, Dios realiza la salvación en Cristo, hijo de Israel; todas las naciones lo ven y son invitadas a aprovecharse de esta salvación, dado que el Evangelio «es potencia de Dios para la salvación de todo el que cree: del judío primeramente y también del griego», es decir el pagano (Rm 1,16). Ahora «los confines de la tierra» no sólo «han contemplado la victoria de nuestro Dios» (Salmo 97, 3), sino que la han recibido.
En esta perspectiva, Orígenes, escritor cristiano del siglo III, en un texto citado después por san Jerónimo, interpreta el «cántico nuevo» del Salmo como una celebración anticipada dela novedad cristiana del Redentor crucificado. Escuchemos entonces su comentario que mezcla el canto del salmista con el anuncio evangélico. «Cántico nuevo es el Hijo de Dios que fue crucificado -algo que nunca antes se había escuchado-. A una nueva realidad le debe corresponder un cántico nuevo. “Cantad al Señor un cántico nuevo». Quien sufrió la pasión en realidad es un hombre; pero vosotros cantáis al Señor. Sufrió la pasión como hombre, pero redimió como Dios”. Orígenes continúa: Cristo “hizo milagros en medio de los judíos: curó a paralíticos, purificó a leprosos, resucitó muertos. Pero también lo hicieron otros profetas. Multiplicó los panes en gran número y dio de comer a un innumerable pueblo. Pero también lo hizo Eliseo. Entonces, ¿qué es lo que hizo de nuevo para merecer un cántico nuevo? ¿Queréis saber lo que hizo de nuevo? Dios murió como hombre para que los hombres tuvieran la vida; el Hijo de Dios fue crucificado para elevarnos hasta el cielo» («74 homilías sobre el libro de los Salmos»)” (Juan Pablo II).
El nombre del Señor es el centro del Salmo que hemos escuchado. Dios actúa en la historia y al final juzgará al mundo y a los pueblos. En este contexto, juzgar significa también gobernar, instaurar la justicia, el orden y la paz. Esto es lo que el Señor trae consigo, lo que implantará definitivamente en todo el orbe. Es también el motivo por el que se le invoca y alaba desde todas partes y con todos los medios. En la perspectiva cristiana, esta realidad ha comenzado ya en Cristo, en el cual "se revela la justicia de Dios", como dice San Pablo (Romanos 1, 17) y, por eso, el creyente puede entonar ya ahora el «canto nuevo» del universo y la humanidad entera redimida por Cristo.

3. Ef 1.3-6.11-12. Primero nos bendice a nosotros el Señor, después bendecimos nosotros al Señor. Aquella es la lluvia, éste es el fruto. Así se devuelve el fruto a Dios, que llueve sobre nosotros y nos cultiva (San Agustín). Tanto por su forma como por su contenido, el texto es claramente una oración de alabanza o "eulogia". Nos referimos a un género de oraciones bien conocido en Israel, por ejemplo, en los salmos de alabanza, y también en la liturgia de la Iglesia. La oración solemne eucarística o canon de la misa es el ejemplo más sobresaliente de nuestra liturgia. La "eulogia" comienza siempre invocando a Dios (el Padre omnipotente) y continúa haciendo memoria de las maravillas que opera en favor de su pueblo. La alabanza se funda en la memoria, que frecuentemente va unida a la acción de gracias o "eucaristía".
Alabanza, memoria y acción de gracias son constitutivos esenciales de la "oración solemne eucarística". La alabanza no va dirigida a un sujeto indeterminado o abstracto, lejano a la conciencia de los hombres, sino a "el Dios y Padre de Nuestro Señor Jesucristo". La comunidad cristiana sabe muy bien a quién alabar y conoce el origen de todas las gracias que recibe y experimenta. Dios es el "Dios de Jesucristo" y Jesucristo es el "Amado de Dios" (v 6). Esta mutua relación y pertenencia es la garantía de nuestra salvación en Jesucristo. Por Jesucristo y en Jesucristo tenemos acceso al Padre, por él y en él le tributamos todo honor y toda gloria; por Jesucristo y en Jesucristo el Padre se ha acercado a nosotros con la salvación. Si el pecado nos aleja de Dios y de los hombres, la salvación de Dios en Jesucristo nos acerca los unos a los otros y restablece la comunicación vertical de todos con un mismo Padre. En Jesucristo somos como un canto de alabanza por la gracia de Dios que hemos recibido, somos una comunidad de alabanza.
Al hacer memoria de las bendiciones o beneficios de Dios, el autor destaca especialmente la elección de que hemos sido objeto, antes de la creación del mundo, para que viviéramos como hijos queridos en la presencia del Padre. Se trata de una elección en Cristo, que es el Hijo, La palabra "adopción" está tomada del lenguaje jurídico, pero tiene aquí un sentido mucho más realista: nada de una simple "adopción legal" es todo un "gracioso nacimiento de Dios" (Jn 1, 12ss; 3, 3; Tt 3, 5) por el que nos llamamos y somos en verdad "hijos de Dios" (1Jn 3,1; Rm 8,1; Ga 4,6).
Como "hijos de Dios" somos también "herederos" de todos los bienes de su reino. Nuestra unión con Cristo mantiene en nosotros viva la esperanza de alcanzar todos estos bienes (cf Col 1,5; Rm 8,24), pero la plena posesión de la herencia sólo será posible después de la resurrección de los muertos (“Eucaristía 1980”).
Admiración agradecida al Padre que nos eligió para "ser sus hijos en la persona de Cristo". Su elección es significativa y nos invita a contemplar a María no separada de nosotros sino a nuestro lado y delante de nosotros, dando gracias al Padre por la elección de que ha sido objeto junto con nosotros. No es un meteorito que cae de lo alto, sino que forma parte de esta humanidad escogida y salvada: es de nuestra raza y de nuestra familia, y pertenece a nuestra comunidad y a nuestra historia espiritual (J. Totosaus).
En este proyecto, que se apoya en Cristo, María es también pieza clave. En su Inmaculada Concepción el proyecto divino empieza a hacerse realidad. Colmada de bendiciones, elegida en la persona de Cristo «para que fuésemos santos e inmaculados ante él por el amor», hija y heredera, «alabanza de su gloria». Por eso, esta fiesta de la Inmaculada es muy propia de Adviento, fiesta de optimismo y esperanza.
4. Devoción a María Inmaculada, nuestro modelo y gran intercesora. “¿Quién es esta, que se levanta como la aurora, que es hermosa como la luna, y resplandece como el sol?”, proclama la Liturgia. La tierra y el cielo, la Iglesia entera, celebra gran fiesta, y nosotros también. Esta fiesta se extendió desde Oriente donde comenzó, por muchos sitios desde el siglo VII, y desde el siglo XIII ya se vivió como fiesta por todo el pueblo cristiano. Fue dentro de esta tradición viva de la Iglesia en la que el Espíritu Santo va mostrando –revelando- lo que estaba implícitamente dicho en el Evangelio, que –a fines del segundo milenio- el Papa Pío IX la proclamó Inmaculada solemnemente el 8 de diciembre de 1854, cuatro siglos más tarde que el papa Sixto IV hubiera extendido esta fiesta a toda la Iglesia de Occidente (1483). Así reza un Himno: “De Adán el primer pecado / No vino en vos a caer; / Que quiso Dios preservaros / Limpia como para él. / De vos el Verbo encarnado / Recibió humano ser, / Y quiere toda pureza / Quien todo puro es también. // Si Dios autor de las leyes / Que rigen la humana grey, / Para engendrar a su madre / ¿no pudo cambiar la ley? // Decir que pudo y no quiso / Parece cosa cruel, / Y, si es todopoderoso, / ¿con vos no lo habrá de ser? // Que honrar al hijo en la madre / Derecho de todos es, / Y ese derecho tan justo, / ¿Dios no lo debe tener? // Porque es justo, porque os ama, / Porque vais su madre a ser, / Os hizo Dios tan purísima / Como Dios merece y es. Amén”. La Virgen no padeció mancha de pecado alguno, ni el original que nos legaron Adán y Eva, ni otro alguno. En este misterio celebramos que quedó constituida libre del pecado original desde el primer instante de su vida. La vemos "plena de gracia", en virtud de un singular privilegio de Dios y en consideración de los méritos de Cristo, libre de cualquier egoísmo y atadura al mal. Vemos que convenía que la que tenía que ser Virgen María fuera la maravilla de la creación, la obra maestra.
Muchos himnos y oraciones piden a la Virgen esa grandeza de alma para nosotros sus hijos: “…Conserva en mí la limpieza / Del alma y del corazón, / Para que de esta manera / Suba con voz a gozar / Del que solo puede dar / Vida y gloria verdadera”. También la oración colecta de la Misa canta las grandezas de María: “Ella, sencilla como la luz, clara como el agua, pura como la nieve y dócil como una esclava concibió en su seno la Palabra”, y pide a Dios “que, a imitación suya, seamos siempre dóciles al evangelio de Jesús y así celebremos en verdad de fe la Pascua de su nacimiento”. Ella prepara la Redención con su maternidad, y prepara la Navidad por la que nos llega la salvación, el Salvador encarnado. Los privilegios con los que piropeamos las grandezas de María están bien expresados por la devoción, que nos ayuda a ensanchar nuestro corazón ante las grandezas del Señor, que nos llegan a través de la Virgen María: “Salve, nos diste el Maná verdadero; / Salve, nos sirves Manjar de delicias. / Salve, oh tierra por Dios prometida; / Salve, en ti fluyen la miel y la leche. / Salve, ¡Virgen y Esposa! // Salve, azucena de intacta belleza; …/ Salve, la suerte futura revelas; / Salve, la angélica vida desvelas. / Salve, frutal exquisito - que nutre a los fieles; // Salve, ramaje frondoso - que a todos cobija. / …Salve, perdón del que tuerce el sendero. / Salve, atavío que cubre al desnudo; / Salve, del hombre supremo deseo…/ Salve, dintel del augusto Misterio. / Salve, de incrédulo equívoco anuncio… / Salve, tú sóla has unido - dos cosas opuestas: / Salve, tú sola a la vez - eres Virgen y Madre. // Salve, por ti fue borrada la culpa; / Salve, por ti Dios abrió el Paraíso. / Salve, tú llave del Reino de Cristo; / Salve, esperanza de bienes eternos. // … Salve, por ti se confunden los sabios; / Salve, por ti el orador enmudece. / Salve, por ti se aturden - sutiles doctores; // Salve, por ti desfallecen - autores de mitos; / Salve, disuelves enredos - de agudos sofistas; / Salve, rellenas las redes - de los Pescadores. // Salve, levantas de honda ignorancia; / Salve, nos llenas de ciencia superna. / Salve, navío del que ama salvarse; / Salve, oh puerto en el mar de la vida. // …Salve, columna de sacra pureza; / Salve, umbral de la vida perfecta. / Salve, tú inicias la nueva progenie; / Salve, dispensas bondades divinas. / Salve, de nuevo engendraste - al nacido en deshonra… / Salve, regazo de nupcias divinas; / Salve, unión de los fieles con Cristo. / Salve, de vírgenes Madre y Maestra; / Salve, al Esposo conduces las almas. // Salve, oh rayo del Sol verdadero… // Salve, tú limpias las manchas - de nuestros pecados. / Salve, oh fuente que lavas las almas; / Salve, oh copa que vierte alegría. / Salve, fragancia de ungüento de Cristo; / Salve, oh Vida del sacro Banquete… / Salve, inmortal salvación de mi alma. / Salve, ¡Virgen y Esposa” (del himno oriental Akathistos).
Nos conviene contemplar a la más perfecta, la más bella de las mujeres. “Tota pulchra est Maria”: es la criatura más hermosa que ha salido de la mano de Dios. Reina del cielo y de la tierra, es superior por su gracia a todos los ángeles. La devoción a la Inmaculada es muy popular y arraigada. El corazón del pueblo cristiano -guiado por el espíritu Santo- tiene razones profundas, es el “sensus fidei”, el sentido de la fe. No serán razones muy razonadas, sino la expresión sencilla de la verdad, del corazón, el buen hijo que demuestra el amor a su madre. Como decía san Josemaría Escrivá, ¿como escogeríamos a nuestra Madre si hubiésemos podido hacerlo? Hubiéramos escogido la que tenemos, llenándola de todas las perfecciones y gracias. Así lo ha hecho Dios: Convenía que la que tenía que ser Madre del Hijo de Dios fuera liberada del poder de Satanás y del pecado, de aquel pecado original que se borra por el bautizo (por esto es tan importante, bautizar a los niños cuanto antes).
«No temas, María» (Lc 1,30), le dice el Ángel a la Virgen… «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo» (Lc 1,28). La presencia de Dios que la acompaña es causa de su alegría. Dios preparaba una digna morada a su Hijo. En previsión del misterio de la Encarnación, Dios ha cumplido una obra de arte en María, una obra sin igual de la Gracia: debía poseer la más alta nobleza espiritual para la más completa armonía con aquel que posee la santidad infinita (cf. Jean Galot, en “L’Osservatore Romano” 8-12- 2001). Ella nos enseña a ser hijos de Dios, a tener fe, confianza y amor, y es nuestra intercesora para conseguir esos bienes. Dice el himno "Monstra te esse matrem”: “Muéstrate Madre para todos, / ofrece nuestra oración; / Cristo, que se hizo Hijo tuyo, la acoja benigno" y comentaba Juan Pablo II: “Nubes oscuras se ciernen sobre el horizonte del mundo. La humanidad, que saludó con esperanza la aurora del tercer milenio, siente ahora que se cierne sobre ella la amenaza de nuevos y tremendos conflictos. Está en peligro la paz del mundo. Precisamente por esto venimos a ti, Virgen Inmaculada, para pedirte que obtengas, como Madre comprensiva y fuerte, que los hombres, renunciando al odio, se abran al perdón recíproco, a la solidaridad constructiva y a la paz”. María protege a sus hijos, y a nosotros nos va muy bien pedírselo pues así nos hacemos mejores, y tenemos paz. La Virgen de Guadalupe así lo indicaba a san Juan Diego: “Mira que es nada lo que te preocupa. ¿No estoy yo aquí que soy tu madre? ¿No estás tú por ventura bajo mi regazo? ¿No estás tú en el cruce de mis brazos? ¿De qué otra cosa tienes necesidad?”
La aparición del arcángel Gabriel da el tono a la escena de la Anunciación. Desde Daniel 8.9. Gabriel era considerado por el judaísmo como el anunciador de los últimos tiempos. Su aparición en casa de María significa, por tanto, que los últimos tiempos han sido inaugurados. El judaísmo había presentado a Gabriel con su espada de fuego como guardián del Paraíso (Gn 3. 24). Su aparición deja prever que la entrada al Paraíso estará abierta a los hombres de ahora en adelante.
La escena tiene lugar en la humilde casa de Nazaret. Lucas opone el anuncio del nacimiento de Juan Bautista, hecho en el templo de una manera solemne, a la anunciación de María, que fue hecha en el secreto del corazón de una joven pobre y en una región despreciada como era entonces Galilea (Jn 1. 46; 7.4)
Lucas parece establecer en su conjunto una oposición entre Jerusalén y María, como si María heredase las prerrogativas de Jerusalén.
El saludo del ángel: "Alégrate... porque el Señor está contigo". Esta frase ha sido pronunciada por los profetas refiriéndose a Jerusalén, para anunciarle la próxima venida del Mesías (Za 9,9; So 3,14). Por tanto, en las palabras del ángel hay algo más que un simple saludo, y en él podemos ver una trasposición de los privilegios reservados hasta entonces a Jerusalén, en beneficio de la Virgen María.
Como la antigua Jerusalén se mostraba incapaz de realizar las profecías de que había sido objeto (acogida de su Señor, apertura a todas las naciones). Dios va a suscitar una nueva Sión: la Virgen María, único "resto" fiel de la primera Sión.
La expresión "el Señor es contigo" encubre el misterio de la Encarnación, porque la expresión paralela de Sofonías: "el Señor está en medio de ti" (3,14) significa literalmente "el Señor está en tus entrañas".
La expresión "llena de gracia" para el evangelista quiere decir que la Virgen es "agraciada" como se dice en el vocabulario de los esponsales. Así es Rut para Booz (Rt 2,2; 10,13); Ester para Asuero (Est 2,9/15/17; 5,2/8; 7,3; 8,5); toda mujer para su esposo (Pr 5,19; 7,5; 18,22; Ct 8,10). Por consiguiente, este contexto matrimonial es muy evocador. Dios busca desde hace mucho tiempo una esposa que le sea fiel. Ha repudiado a Israel, su esposa anterior (Os 1-3) pero está dispuesto a "desposarse" de nuevo. Interpelada por una expresión frecuente en las relaciones entre esposos, María comprende que Dios va a realizar con ella el misterio de los esponsales que habían sido prometidos en el A.T. Este misterio alcanzará un realismo sorprendente, ya que las dos naturalezas -la divina y la humana- se van a unir en el Hijo de María, con un lazo mucho más fuerte que el de los cuerpos y el de las almas en la unión matrimonial.
Todos estos versículos del evangelio desarrollan toda una teología bíblica del misterio de María. Ella es la mujer de los últimos tiempos, la que ha sustituido a Jerusalén para realizar las promesas de universalidad y las profecías de fecundidad. Ella las realiza por medio de un misterio que consiste en sus desposorios con Dios, poniendo así punto final al repudio contra la primera esposa. Y, al mismo tiempo, las realiza también por medio de su victoria sobre el enemigo. Por eso es llena de gracia, y no solamente por su belleza física, sino mucho más por la belleza que Dios le ha concedido y que la hace digna de ser la Madre del Hijo de Dios.
La fe de María es una fe tan grande que en ella se puede realizar el paso de la Esperanza al Cumplimiento.
Sumergida en la Historia de Israel, Ella ha sido la que ha dicho la última palabra en una religión de Espera. Ella ha llevado hasta el final la búsqueda espiritual de su pueblo. Por haberlo recorrido ella misma, sabe mejor que nadie el camino que hay que seguir para ir al encuentro de Dios.
María sabe el secreto del Adviento que conduce a la aceptación del Señor. Ella apresura los caminos por donde pasan los nuevos nacimientos del Verbo.
La narración de la Anunciación da un excelente ejemplo del modo como habla el Evangelio y del modo como debe leerse. Sería equivocado buscar en él la fiel transcripción de una conversación entre María y Gabriel, o convertirlo en un estudio psicológico de María. Se trata sencillamente de una enseñanza teológica de la cual Lucas nos habla con la ayuda de un diálogo bien estructurado (es una "teología alusiva", o explicación rabínica del estilo midráshico, llenas de citas del AT, por la cual se extrae el sentido profundo de los acontecimientos dentro del contexto de la historia de la salvación). Toda esta narración reposa en definitiva sobre una experiencia religiosa de María, misteriosa pero de una riqueza inefable y de una histórica realidad.
Tras un saludo (v. 28: "Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo") que evoca los saludos proféticos a la "Hija de Sión", personificación misteriosa de la comunidad mesiánica (So 3,14; Za 9,9), la primera parte del diálogo (vv. 30-33) expone la cualidad davídica y mesiánica del niño que va a nacer, en términos que se inspiran ampliamente en 2 Sm 7,12ss (=1.lect.IV Adviento), Is 7. 14; 9. 5s; Mi 4. 7. Tras una pregunta de María (v. 34), el diálogo llega a una declaración que marca el punto álgido (v. 35: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti... Hijo de Dios"): el Niño nacerá por una intervención directa del espíritu creador, lo que valdrá ser "Santo" y ser llamado "Hijo de Dios".
Esta página es la presentación autorizada de la experiencia incomunicable de María. Experiencia fruto de una revelación nueva en la que se dio cuenta de que en ella se realizaría de modo excepcionalmente real la antigua profecía de Is 7. 14: "tendrás un hijo y le pondrás un nombre". La comunidad primitiva, la Iglesia, recibió este misterio y lo transmitió en las narraciones catequéticas de la infancia de Jesús (Mt 1. 18-25; Lc 1. 26-38), escritas como pórtico teológico que da el sentido pleno de lo que es Jesús creído a la luz de la Pascua: de este modo se puede entender mejor todo el evangelio que sigue.
Por medio, pues, de un diálogo claramente estructurado se nos ofrece la sustancia, revistiéndola de la forma escriturística y teológica más apropiada para alimentar la fe. En definitiva, se enseña que el hijo de María será el Hijo de David heredero de la descendencia mesiánica, y que, concebido de modo excepcional, merece desde su infancia el título de Hijo de Dios (título que Lucas no pone nunca en boca de hombres: su percepción profunda es fruto de revelación: 22,70). Filiación humana, enraizada en la historia concreta de un pueblo mesiánico y perceptible a la vista de cualquiera; filiación divina, fruto del favor extraordinario de Dios, que se realiza en la filiación humana mesiánica llevada a fondo, pero que no es perceptible ni se comprende ("¿Cómo será eso?") si no es por don del Espíritu y por el poder del Altísimo que iluminan la última realidad de aquel niño nacido de María en una actitud de radical pobreza: manifestada por la `virginidad` (vv. 34-37) y por la obediencia de esclava (v. 38) a la Palabra de Dios (Salvador Pie).
María representa en el momento de la encarnación a los pobres de todos los lugares y tiempos, a la humanidad toda: el Hijo de Dios se hizo hombre entre los hombres y pobre entre los pobres. Ello permite examinarnos cada uno de nosotros como encarnación de Dios, como portadores del Espíritu de Jesús.
Esto, como cualquier gestación, no puede ser una realidad que aceptemos de forma meramente pasiva, sino que nos compromete a participar en su crecimiento dentro de nosotros y en la exteriorización de aquello que llevamos "en vasos de barro".
Siguiendo la idea de Pablo, requiere que nos esforcemos para que nuestros criterios sean los criterios de Jesús, nuestros deseos sean sus deseos y nuestras acciones sean prolongación de su acción. Se trata de poder decir, con verdad, que no somos nosotros quienes vivimos, sino Cristo el que vive en nosotros. Si entusiasta significa etimológicamente "el que lleva a Dios dentro", nosotros deberíamos serlo de forma convincente para los demás. Un bonito verso dice aquello de que "Llenos de Dios vamos los hombres. Llenos de Dios y sin saberlo, como los ríos por los campos que van llenos de cielo".
María no se limita a "soportar" pasivamente la encarnación de Dios en sus entrañas, sino que, con un activo "sí", acepta la invitación divina que le da un difícil papel en favor de los demás. No se trata de un privilegio en el sentido discriminante de la palabra, una especie de "enchufe" arbitrario, sino de ofrecerse para un servicio que la humanidad necesita. En realidad, también nosotros tenemos ese privilegio de servir a nuestros hermanos desde la fe en Jesús (“Eucaristía 1989”).
El ángel le dice cómo sucederá todo, por la fuerza del Altísimo (que es el Espíritu Santo) y sin menoscabo de su virginidad. El Espíritu de Dios "la cubrirá con su sombra" lo mismo que la "nube" o "gloria de Yahvéh" cubría el arca de la Alianza, y a semejanza del Espíritu de Dios que en principio se cernía sobre las aguas. Se trata de un símbolo de la poderosa fecundidad de Dios y de su presencia santificante.
María responde con un "sí" humilde y obediente. María se convierte en el Arca de la Nueva Alianza y en Madre del Hijo de Dios. Es comprensible que María, realizado ya este misterio, conservara su virginidad y que José guardara una respetuosa distancia ante el misterio (“Eucaristía 1980”).
San Bernardo: “Oíste, Virgen, que concebirás y darás a luz a un hijo; oíste que no será por obra de varón, sino por obra del Espíritu Santo. Mira que el ángel aguarda tu respuesta, porque ya es tiempo que se vuelva al Señor que lo envió. También nosotros, los condenados infelizmente a muerte por la divina sentencia, esperamos, Señora, esta palabra de misericordia. Se pone entre tus manos el precio de nuestra salvación; en seguida seremos librados si consientes. Por la Palabra eterna de Dios fuimos todos creados, y a pesar de eso morimos; mas por tu breve respuesta seremos ahora restablecidos para ser llamados de nuevo a la vida...
¿Porqué tardas? Virgen María, da tu respuesta. Responde presto al ángel, o, por mejor decir, al Señor por medio del ángel; responde una palabra y recibe al que es la Palabra; pronuncia tu palabra y concibe la divina; emite una palabra fugaz y acoge en tu seno a la Palabra eterna. Cree, di que sí y recibe. Que tu humildad se revista de audacia, y tu modestia de confianza. De ningún modo conviene que tu sencillez virginal se olvide aquí de la prudencia. En este asunto no temas, Virgen prudente, la presunción; porque, aunque es buena la modestia en el silencio, más necesaria es ahora la piedad en las palabras.
Abre, Virgen dichosa, el corazón a la fe, los labios al consentimiento, las castas entrañas al Criador. Mira que el deseado de todas las gentes está llamando a tu puerta. Si te demoras en abrirle, pasará adelante, y después volverás con dolor a buscar al amado de tu alma. Levántate, corre, abre. Levántate por la fe, corre por la devoción, abre por el consentimiento. “Aquí está –dice la Virgen- la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38).”
Llucià Pou Sabaté

martes, 6 de diciembre de 2011

Miércoles de la 2ª semana de Adviento. El Señor todopoderoso da fuerza al cansado: «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y halla

Miércoles de la 2ª semana de Adviento. El Señor todopoderoso da fuerza al cansado: «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y hallaréis descanso»

Isaías 40, 25-31. «¿A quién podéis compararme, que me asemeje?», dice el Santo. Alzad los ojos a lo alto y mirad: ¿Quién creó aquello? El que cuenta y despliega su ejército y a cada uno lo llama por su nombre; tan grande es su poder, tan robusta su fuerza, que no falta ninguno. ¿Por qué andas hablando, Jacob, y diciendo, Israel: «Mi suerte está oculta al Señor, mi Dios ignora mi causa»? ¿Acaso no lo sabes, es que no lo has oído? El Señor es un Dios eterno y creó los confines del orbe. No se cansa, no se fatiga, es insondable su inteligencia. Él da fuerza al cansado, acrecienta el vigor del inválido; se cansan los muchachos, se fatigan, los jóvenes tropiezan y vacilan; pero los que esperan en el Señor renuevan sus fuerzas, echan alas como las águilas, corren sin cansarse, marchan sin fatigarse.

Salmo 102,1-2.3-4.8 y 10. R. Bendice, alma mía, al Señor.
Bendice, alma mía, al Señor, y todo mi ser a su santo nombre. Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus beneficios.
Él perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades; él rescata tu vida de la fosa y te colma de gracia y de ternura.
El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia; no nos trata como merecen nuestro pecados ni nos paga según nuestras culpas.

Texto del Evangelio (Mt 11,28-30): En aquel tiempo, respondiendo Jesús, dijo: «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera».

Comentario: 1. Is 40,25-31. Una población sin coraje: eso parece muchas veces Israel en su destierro. No deja de repetir que ya no hay futuro ni salvación posible. Discute, lo pone todo en tela de juicio, acusa a Dios de haberle olvidado... Entonces se alza el profeta, pues no puede tolerar semejantes reproches. El sentimiento de la fidelidad divina tiene que seguir siendo la piedra angular de la fe de Israel. Así pues, el profeta invita al pueblo a poner la vista más allá: Dios es el único, el incomparable, el santo. No tiene que rendir cuentas a nadie y prosigue, incansable, su obra de salvación. Él es el dueño del mundo. Entonces, ¿por qué adorar astros y consultar horóscopos, como hacen los babilonios? (com. Sal Terrae).
-Quien ha hecho lo más, porque lo ha hecho todo, con mucha mayor razón hará lo más sencillo, aunque para los desterrados fuera lo más increíble; dar nuevo vigor y fuerza a sus pies cansados y alas de águila a sus brazos caídos, para que caminen y vuelvan sin fatiga ni cansancio hasta la tierra prometida, la tierra que Yahvé diera a sus padres en herencia. El único requisito es la fe, la confianza en Yahvé: que es el reconocimiento del propio desamparo y la aceptación del poder salvador de Dios. Israel no tiene razón alguna para desesperar. Ni siquiera para pensar que Dios se ha olvidado de ellos. Su poder no se agotó en la creación.
-"¿Por qué andas hablando...?" ¿No tengo yo también la impresión de que Dios no se ocupa de mí, ni del mundo, que se desentiende de muchas cosas?
-Este gran Dios -dice el profeta- es un Dios sorprendente. Se preocupa tanto más por los seres cuanto más pequeños y débiles son. El Dios grande y trascendente, creador de los astros y del cosmos, es también el Dios cercano, que comunica su fuerza a los que se abren a El... a "los que ponen en El su confianza". Oh Señor, cumple tu promesa, dame "nuevas fuerzas". Devuelve cada mañana, a los hombres, a los más pobres, la ilusión y el vigor de existir, de emprender y de empezar de nuevo, de vencer siempre la desesperación.
-«¿Con quién me compararéis? ¿Quién podría igualarme?», dice el Dios santo. Los exilados podían dejarse impresionar por el despliegue de lujo deslumbrante del culto a los dioses de Babilonia. El profeta les recuerda que Yavé no es inferior a Marduk. HOY, el «poder del hombre» y sus realizaciones grandiosas podría deslumbramos o hacernos perder la cabeza.
-Alzad a lo alto los ojos y ved: ¿Quién ha creado todo esto? El que despliega el ejército celeste y llama cada estrella por su nombre. Si somos capaces de admirar el poder y la inteligencia del hombre, ¿por qué seríamos ciegos ante la obra de Dios? Si se ha empleado tanta inteligencia y trabajo para enviar cosmonautas a la luna y naves espaciales tripuladas, ¿por qué no seríamos capaces de admirar la grandiosidad del cosmos con sus galaxias y billones de estrellas?
-Dios, desde siempre, es creador de los confines de la tierra... Su inteligencia es insondable. Las leyendas de Marduk celebraban con entusiasmo el triunfo del dios sobre el caos, sobre las fuerzas del mal. Me detengo a contemplar la «inteligencia» de Dios. En este momento billones de astros se están moviendo y girando en sus órbitas respectivas. La tierra gira en este momento y siempre. El sol se levanta en algún lugar, y suscita la vida. Y todo eso, ¿ya no nos maravillaría?
-¿Por qué afirmas tú, Israel: «Mi camino está oculto para mi Dios; al Señor se le pasa mi derecho?». Desarrollando la «grandeza» de Dios, el profeta corre el riesgo de cortar los puentes entre Dios y su pueblo. Ante un Dios tan grande, los hombres aparecen entonces como hormigas. ¿De qué modo pues, sus pequeñas o grandes preocupaciones podrían interesar a un Dios tan grande y tan lejano? Isaías recoge ante todo esa pregunta, pregunta de todos los tiempos. ¿No la he formulado yo también alguna vez? ¿No tengo a menudo la impresión de que Dios no se ocupa de mí, ni del mundo; que se desentiende de muchas cosas?
-¿Es que no lo sabes? Dios da vigor al cansado y al que no tiene fuerzas, le acrecienta la energía. Este gran Dios, dice el profeta, tiene un hacer sorprendente: ¡tanto más se interesa por los seres, cuanto más pequeños y débiles son! Revelación de la paternidad de Dios, de la maternidad de Dios. ¿No sucede también así en una familia que el amor la lleva a cuidar más del «más débil»?
-Los jóvenes se cansan, se fatigan... Los atletas vacilan abatidos... Mientras que los que ponen su esperanza en el Señor, El les renueva el vigor y corren ya, sin cansarse. El Dios grande y trascendente, creador de los astros y del cosmos, es también el Dios-cercano, que comunica su fuerza a los que se abren a El... a "los que ponen en El su confianza". A los exilados, llenos de lasitud, Isaías les revela una fuente de vigor. ¡Oh, Señor, cumple tu promesa, dame «nuevas fuerzas»! Devuelve, cada mañana, a la humanidad, a los más pobres, la ilusión y el vigor de existir; de emprender y de empezar de nuevo; así como la posibilidad de vencer siempre la desesperación (Noel Quesson).
Estamos todavía al comienzo del llamado Segundo Isaías o «Libro de la Consolación». La invitación a la alegría y a la esperanza, contenida en los once primeros versículos, encuentra resistencia. El pueblo de la alianza se siente prisionero de una potencia más fuerte y abandonado de Dios: «Mi suerte está oculta a Yahvé, mi Dios ignora mi causa» (40,27). La respuesta del profeta a este estado de ánimo es doble: 1) Dios lo puede todo. Esta verdad se expresa en un lenguaje poético, no filosófico: «Las naciones son como gotas de un cubo y valen lo que el polvillo de balanza...; en su presencia, las naciones todas son como si no existieran» (vv 15.17). La interpretación profética de la historia ordena sistemáticamente los acontecimientos. Cuando describe la actuación de Dios, se preocupa menos de ofrecer una comprensión especulativa que de confirmar la fe en Yahvé. La piedad no se centra en el Absoluto, sino en la manifestación de Dios en la historia. Surge una fuerte adhesión a la libertad personal de un Dios que está por encima del tiempo, del espacio y de todas las cosas creadas. 2) Dios está en medio de su pueblo, pese a que el pueblo humillado tiene que escuchar constantemente la terrible invectiva «¿dónde está vuestro Dios?». Al reto de desconfianza responde bellamente el consolador del pueblo desterrado: «El da la fuerza al cansado, acrecienta el vigor del inválido» (v 29). La exhortación sigue unas vías argumentativas que resonarán más tarde en el Areópago de Atenas, cuando Pablo diga que en Dios vivimos, nos movemos y existimos (Hch 17,28). Pero Israel, que nunca ha sido fideísta, sabe que Dios oculta a menudo su poder bajo la debilidad. Esta pedagogía de la fe alcanzará su máximo despliegue en el Deus absconditus o Deus crucifixus de los cristianos.
La catequesis isaiana dirá que el verdadero conocimiento de Dios consiste más en adoptar ciertas actitudes concretas que en afirmar unos principios teóricos. El drama del exilio suscita el sentimiento de que la fe es insuficiente para afrontar los problemas de la vida; pero, por otro lado, Dios no está para satisfacer las pequeñas curiosidades del hombre. La tentación contra la fe obra por una especie de fascinación de la soledad. Sin embargo, la certeza de la fe no está en función de las verificaciones que de ella podemos hacer. Sólo una adhesión global puede responder a una cuestión global. Las razones para creer no pueden ser menores que Dios mismo. El profeta acaba con un acto de fe en el amor y en la vida: «Los que esperan en Yahvé renuevan sus fuerzas, echan alas como las águilas» (v 31; F. Raurell).
Isaías llega hoy a nuestro corazón con un reproche. Con toda la fuerza y la hondura de las que sólo la palabra poética es capaz, nos echa en cara nuestra falta de fe. Nos reprende nuestras dudas, nos transmite la perplejidad y el dolor (por hablar de algún modo) de un Dios que nos pregunta ¿por qué dudas? ¿a quién temes? ¡Cuántas veces hemos pensado -y tal vez hasta dicho- "mi suerte está oculta al Señor, a Dios se le pasa por alto mi derecho"! El profeta nos recuerda una vez más que Dios camina a nuestro lado, más cerca de lo que podamos pensar: "¿Acaso no lo sabes, es que no lo has oído?"
Al que espera en Dios, en Jesús, le nacen alas de águila… Hoy hemos escuchado una lección de psicología sobre la esperanza, pieza importantísima en la vida humana: pasión que nos lanza hacia objetivos de alta calidad; actitud moral positiva e impulsora de grandes proyectos; y virtud teologal que eleva nuestro horizonte hasta la vida en Dios. Todo eso en el Adviento, al escuchar los oráculos de Isaías, se muestra como don de Dios al hombre y adquiere rasgos muy relevantes:
-porque vemos que todo el proyecto creador y salvífico de Dios para el hombre avanza por caminos de audaz esperanza en la historia de la salvación;
-porque nos enseña a vivir como esforzados atletas en medio de las dificultades de la existencia, para no caer en desánimo y depresiones;
-porque nos encarece que hemos de saber conjugar actitudes e ideales nobles -de esperanza- con pasos arriesgados y realistas por el camino de la verdad y del bien.
Dejémonos, pues, de “ensoñaciones inasequibles” que se presenten como “esperanzas fáciles”; de “palabras de esperanza engañosa que no conllevan intención de apoyar proyectos de vida”, y lancémonos a hacer el bien y a animar a los demás para que confíen en Dios y en nosotros, sus hermanos. Hagámoslo y experimentaremos cuán grato resulta al espíritu caminar con Cristo y a imitación de Cristo.
Ante un destierro que se está prolongando, y en que pareciera que Dios se ha olvidado de su Pueblo, el Señor, por medio de su profeta, recuerda a los suyos que Él es el creador de todo, incluso de aquellos astros a los que los Babilonios han confundido como divinidades, quedándose muy lejos de quienes tienen al verdadero y único Dios como Dios de su Pueblo. Si la esperanza no decae, si la confianza en el Señor sigue firme a pesar de los momentos difíciles por los que se estén pasando, el Señor llenará de vigor a los suyos y los hará volver a la tierra que Él les dio como herencia. Por medio del Hijo de Dios que se ha hecho uno de nosotros, nuestra esperanza de alcanzar la verdadera perfección y de poseer los bienes definitivos, se ha abierto como un camino que nos conduce, con seguridad, hacia el cumplimiento de los designios de salvación de Dios para nosotros. Ojalá y no nos quedemos con la mirada puesta sólo en lo pasajero, sino que vayamos tras las huellas de Jesús, amando y sirviendo como Él lo ha hecho con nosotros, de tal forma que dejemos de ser piedras de tropiezo para los demás y comencemos a ser ocasión de esperanza en el camino del hombre hacia su plena realización en Cristo.
Dios siempre se manifiesta para con nosotros como un Padre misericordioso, pues a Él no se le olvida que somos barro frágil. Él siempre está dispuesto a perdonarnos; sin embargo espera de nosotros un sincero arrepentimiento, pues no podemos ir a pedir el perdón para después volver a cometer maldades y atropellos. Cuando termine nuestra peregrinación por este mundo tenemos, incluso, la esperanza de que, a los que creemos en Cristo y hemos entrado en comunión de vida con Él, el Señor rescatará nuestra vida del sepulcro y nos dará, junto con Cristo, la posesión de la Gloria que le corresponde como a Hijo unigénito. La Iglesia, esposa de Cristo, es amada por el Padre Dios con el mismo amor y ternura que le tiene a su propio Hijo; pero sabiendo que, mientras vamos como peregrinos por este mundo, estamos sujetos a muchas tentaciones y caídas, Él nos contempla con misericordia y compasión, siempre dispuesto a perdonarnos, siempre dispuesto a recibirnos como hijos cuando nos ve volver a Él arrepentidos de nuestras ofensas, pues Él es nuestro Dios y Padre, y no enemigo a la puerta.
El Señor todopoderoso da fuerza al cansado. Yavé se enfrenta con los ídolos. Nada de lo que hay en el mundo, por grande y sublime que sea, puede compararse con Yavé. Él lo ha creado todo y lo conoce todo. No ignora nuestras situaciones concretas. Todo lo ve, todo lo penetra. Para el que cree, la confianza en Dios no carece de fundamento, no es una alienación que aparta al hombre de la tarea terrena. Dios es la fuerza que continuamente, sin que nunca vaya a menos, nos empuja.
Nuestro tiempo es tiempo de gran prueba para el que tiene fe y confianza en Dios. Todo parece contradecir las convicciones del creyente. Se exalta por doquier y exageradamente el progreso de la técnica. Se ve ese progreso solamente como obra propia de la inteligencia humana; pero, ¿quién da al hombre la inteligencia y quién la mantiene activa? Sin embargo, muchos plantean el dilema falso: o Dios o el hombre. Se aparta así el hombre de Dios y se entrega a idolillos.
Para quien cree ese dilema es falso. De aceptarse, significaría la muerte del hombre, porque el hombre o vive o muere con la vida o con la muerte de Dios. No se niega el progreso humano. La Iglesia lo ha fomentado siempre. Ni tampoco se niega el campo de autonomía del hombre. Pero sí se afirma que el hombre sin Dios queda indescifrable, sin sentido. Pues bien, hoy y siempre la liturgia de Adviento nos recuerda que ha de realizarse en nuestra alma la obra del amor de Dios, que salva, que ayuda y sana. ¡Abrámonos a su acción bienhechora! ¡Solo Él puede salvarnos totalmente!

2.–El Salmo 102 nos hace contemplar la grandeza de Dios frente a nuestra debilidad, que, no obstante todo el progreso humano, conocemos por la constante experiencia de nuestras limitaciones. Reconozcamos que el poder salvador de Dios no es solo para el justo. Él no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y que viva. Él viene a buscar lo que estaba perdido. Como los israelitas, muchos de nosotros nos hemos hecho la pregunta de si Dios nos abandona. En el oráculo que hoy trae la liturgia se nos da una respuesta. Es el creador de todo cuanto existe, pero no ha dejado su obra a la deriva, conoce cada una de sus obras y a todas las llama por el nombre. Si el pueblo se había sentido abandonado en el exilio y estaba cansado de esperar, el Señor nunca se cansa y está atento a las súplicas de su pueblo. La persona fatigada encuentra en Él la fuerza necesaria para continuar el camino porque El cura todas las enfermedades perdona todas las culpas, pero sobre todo, colma de gracia y de ternura como dice el salmista.
¡Si de verdad tuviéramos Fe...! Nada nos parecería difícil ni duro porque siempre nos sostendría la certeza de que "quienes esperan en el Señor renuevan sus fuerzas, les nacen alas como de águilas, corren sin cansarse, marchan sin fatigarse". Tengo para mí que le Fe se ejercita en el agradecimiento. El salmo responsorial de este día nos regala las mejores palabras para mirar la realidad que nos circunda y nuestro propio interior con un corazón agradecido descubriendo en cuanto pasa y nos pasa, un designio de amor. Si no nos paga según nuestras culpas, ¿cómo es posible dudar?
Espera y renueva tus fuerzas… ¡Alma mía!, espera y bendice al Señor. No olvides sus beneficios y vuelve a Él tu mirada arrepentida. El Señor que es bueno, pastor solícito, amigo entrañable, perdona tus culpas, cura tus llagas, sana tus dolencias, rescata tu vida de la fosa del pecado, te llama sin ira, te espera sin enojo, te colma de gracia con ternura.
Es tan compasivo y misericordioso que nunca nos trata como merecen nuestras culpas... (Sal 102). En la liturgia de este día hagamos nuestra oración de esperanza teniendo presentes a quienes menos pueden y más nos necesitan: los pobres de pan y de espíritu, millones de hombres que carecen de trabajo, justicia y amor en el mundo, incluso en nuestro propio entorno. No pediremos a Dios, porque sería ofenderle, que ponga un ángel al frente de rebeliones multitudinarias; pediremos ardientemente que cambie el corazón y la mente de los poderosos y de los débiles, de los cultos e incultos, de los ricos y los pobres, para que todos deseemos y busquemos la verdad en la justicia, la felicidad en un bienestar moderado y la alegría en servir a los demás tanto como en cuidarnos a nosotros mismos.

3. a) ideas que escribí en 2007: El Evangelio de este miércoles de la segunda semana de Adviento continúa con la temática que dejamos ayer, pues muchas veces tenemos la tentación de la preocupación, que nos agobia, nos quita la paz. Hemos establecido unas normas, y cuando nos salimos nos sentimos inquietos, nuestro afán de ser “perfectos” es tan grande que somos capaces de cambiar las normas, incluso de decir que los mandamientos están caducados, antes de reconocer que fallamos, sin que esto nos agobie. Hay una reacción psicológica de volvernos agresivos cuando nos sentimos mal en la conciencia. Así como cuando tenemos una piedra en el zapato nos duele, también en el corazón hay “piedras” que nos hacen sufrir, y por eso discutimos y estamos de mal humor, al menos es una de las causas de nuestro malestar. Y hemos de quitar la piedra que causa la desazón. Pero estas piedras muchas veces las hemos intentado… Jesús no deja inquieta a la mujer sorprendida en adulterio (1 Jn 8, 11), sino que la atiende, defiende y luego la anima: “vete en paz, y no vuelvas a pecar”. Con el buen ladrón suspendido en la cruz tiene una respuesta mucho más esperanzada aún: “en verdad te digo que hoy mismo estarás conmigo en el paraíso” (Lc 23, 43). Jesús no tiene memoria de las reglas que pone la Iglesia: «En la Cruz, durante su agonía, el ladrón le pide que se recuerde de él cuando llegara a su Reino. Si hubiera sido yo -reconoce monseñor Van Thuân- le hubiera respondido: "no te olvidaré, pero tienes que expiar tus crímenes en el purgatorio". Sin embargo, Jesús, le respondió: "Hoy estarás conmigo en el Paraíso". Había olvidado los pecados de aquel hombre. Lo mismo sucedió con Magdalena, y con el hijo pródigo. Jesús no tiene memoria, perdona a todo el mundo». Con el paralítico de Cafarnaún (Mc 2, 1-12) y en otros muchos pasajes vemos como vino a buscar y salvar lo que estaba perdido (Lc 19, 10). Esto nos crea problemas, pues nos cuesta leer las palabras de Isaías: “Venid y entendámonos -dice Yahvé-. Aunque vuestros pecados fuesen como la grana, quedarán blancos como la nieve. Aunque fuesen rojos como la púrpura, llegarán a ser como la blanca lana” (Is 1, 18). Jesús es príncipe de la paz, y lso pensamientos que no son de paz no son de Dios, por mucha apariencia que tengan de santos como son los remordimientos por pecados, o que no somos bastante santos. Jesús muestra su misericordia, de modo especial, en su actitud con los pecadores. Ya lo anticipaba el profeta: "Yo tengo pensamientos de paz y no de aflicción” (Jer 29, 11), palabras con las que la liturgia aplica a Jesús, al acabar el año litúrgico. No viene a condenar, sino a salvar, a perdonar, a disculpar, a traer paz y alegría (cf. San Josemaría Escrivá de Balaguer, “Es Cristo que pasa”, 165).
En realidad, si Dios me quiere como soy, si lo que Dios permite algo malo, por la libertad de la que gozamos todos y de aquello sacará un bien, ¿de qué he de preocuparme? Hay un solo mal, y es el pecado, pero este no ha de motivarnos más que a la conversión, transformar el remordimiento en arrepentimiento, sin querer “estar en regla”: "Porque Dios, aun ofendido, sigue siendo Padre nuestro; aun irritado, nos sigue amando como a hijos. Sólo una cosa busca: no tener que castigarnos por nuestras ofensas, ver que nos convertimos y le pedimos perdón" (San Juan Crisóstomo, Homilías sobre San Mateo, 22, 511). Hoy entendemos que el pecado no es el castigo divino, sino la falta de acogida al amor de Dios, y por tanto la soledad por rechazo de esa mano amorosa que Él siempre nos tiende: "La omnipotencia de Dios -dice Santo Tomás- se manifiesta, sobre todo, en el hecho de perdonar y usar de misericordia, porque la manera de demostrar que Dios tiene el poder supremo es perdonar libremente" (Suma Teológica, 1, q. 25, a. 3 ad 3).
No nos merecemos el amor de Dios ni su gracia con nuestras buenas obras, pero es necesaria nuestra conversión para acoger el amor en un buen recipiente, si nuestro corazón está cerrado ahí no puede entrar esa divina esencia, la Vida: "Imagina que Dios te quiere hacer rebosar de miel: si estás lleno de vinagre, ¿dónde va a depositar la miel?, pregunta San Agustín. Primero hay que vaciar lo que contenía el recipiente (...): hay que limpiarlo aunque sea con esfuerzo, a fuerza de frotarlo, para que sea capaz de recibir esta realidad misteriosa" (Comentario a la 1ª Epístola de San Juan, 4).
La paz es mucho más palpable con "el sacramento de la alegría" (en palabras de Pablo VI), la confesión. Pues aún en lo más alto que hay en la tierra, la Eucaristía, no sentimos nada emotivo muchas veces, pero la confesión siempre deja paz y alegría, algo casi físico de bienestar. "¡Mira qué entrañas de misericordia tiene la justicia de Dios! –decía san Josemaría Escrivá- porque en los juicios humanos, se castiga al que confiesa su culpa: y, en el divino, se perdona”. Como recuerda F. Fernández Carvajal, “el juicio del sacramento de la Penitencia es, en cierto modo, adelanto y preparación del juicio definitivo, que tendrá lugar al final de la vida”.
Jesús es manso y humilde porque tiene paz, por eso da paz. Hemos visto que la piedra que a veces nos duele y que explota en ira es la inquietud, y que a veces nos engañamos y ponemos nombre cristiano a esa cerrazón del remordimiento, y cómo la apertura a la Verdad nos da paz auténtica aún en nuestros errores y nos lleva al perdón.
Podríamos añadir que las manifestaciones de violencia son en el fondo signos de debilidad: los violentos son débiles de mente o de corazón, tienen una pobreza espiritual, son disminuidos en alguna de esas facultades del alma. “Los
mansos poseerán la tierra”, reza una de las bienaventuranzas: se poseerán a sí mismos, sin ser esclavos del mal carácter; poseerán a Dios en disposición de apertura en la oración, y poseerán a los demás con su buen ambiente, el buen aroma de Cristo (2 Corintios 2,15), manifestado en la sonrisa, calma y serenidad, buen humor y capacidad de broma, comprensión y tolerancia…
Siempre estamos en lo mismo: tener paz es repartirla y verlo todo de un mejor modo. Así nos animaba Juan Pablo II: “Permitid a Cristo que os encuentre. ¡Que conozca todo de vosotros! ¡Que os guíe!
Nadie es capaz de lograr que lo pasado no haya ocurrido; ni el mejor psicólogo puede liberar a la persona del peso del pasado. Sólo lo puede lograr Dios, quien, con amor creador, marca en nosotros un nuevo comienzo: esto es lo grande del sacramento del perdón: que nos colocamos cara a cara ante Dios, y cada uno es escuchado personalmente para ser renovado por Él.
Quizá algunos de vosotros habéis conocido la duda y la confusión; quizá habéis experimentado la tristeza y el fracaso cometiendo pecados graves. Éste es un tiempo de decisión. Ésta es la ocasión para aceptar a Cristo: aceptar su amistad y su amor, aceptar la verdad de su palabra y creer en sus promesas.
Y si, a pesar de vuestro esfuerzo personal por seguir a Cristo, alguna vez sois débiles no viviendo conforme a su ley de amor, a sus mandamientos, no os desaniméis! Cristo os sigue esperando! Él, Jesús, es el Buen Pastor que carga la oveja perdida sobre sus hombros y la cuida con cariño para que sane.
Gracias al amor y misericordia de Cristo, no hay pecado por grande que sea que no pueda ser perdonado; no hay pecador que sea rechazado. Toda persona que se arrepiente será recibida por Jesucristo con perdón y amor inmenso.
Sólo Cristo puede salvar al hombre, porque toma sobre sí su pecado y le ofrece la posibilidad de cambiar.
Siempre, pero especialmente en los momentos de desaliento y de angustia, cuando la vida y el mundo mismo parecen desplomarse, no olvidéis las palabras de Jesús: «Venid a Mí todos los que estáis fatigados y oprimidos, que Yo os aliviaré. Tomad sobre vosotros mi yugo y aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas, pues mi yugo es suave y mi carga ligera.»
No nos debemos mirar tanto a nosotros mismos cuanto a Dios, y en Él debemos encontrar ese «suplemento» de energía que nos falta. ¿Acaso no es ésta la invitación que hemos escuchado de labios de Cristo: «Venid a Mí todos los que estáis fatigados y oprimidos, que Yo os aliviaré»? Es Él la luz capaz de iluminar las tinieblas en que se debate nuestra inteligencia limitada; Él es la fuerza que puede dar vigor a nuestras flacas voluntades; Él es el calor capaz de derretir el hielo de nuestros egoísmos y devolver el ardor a nuestros corazones cansados.
Como cristianos que somos, debemos ofrecer nuestros recuerdos al Señor. Pensar en el pasado no modificará la realidad de vuestros sufrimientos o desengaños, pero puede cambiar el modo de valorarlos. Los jóvenes no llegan a comprender completamente la razón por la que los ancianos vuelven frecuentemente a pensar en el pasado ya lejano, pero esa reflexión tiene su sentido. Y cuando se realiza dentro de la oración puede resultar una fuente de reparación.
En el camino de vuestra vida, no abandonéis la compañía del Señor. Si la debilidad de la condición humana os llevase alguna vez a no cumplir los mandamientos de Dios, volved vuestra mirada a Jesús y gritadle: «Quédate con nosotros, vuelve, no te alejes.» Recuperad la luz de la gracia por el sacramento de la Penitencia.
Con El podemos encontrarnos siempre, por mucho que hayamos pecado, por muy alejados que nos sintamos, porque El está saliendo siempre a nuestro encuentro.
Dios es infinitamente grande en el amor. «Tal amor es capaz de inclinarse hacia todo hijo pródigo, toda miseria humana y singularmente hacia toda miseria moral o pecado. Cuando esto ocurre, el que es objeto de misericordia no se siente humillado, sino como hallado de nuevo y revalorizado.»
No hay quien no necesite de esta liberación de Cristo, porque no hay quien, en forma más o menos grave, no haya sido y sea aún, en cierta medida, prisionero de sí mismo y de sus pasiones. Todos tenemos necesidad de conversión y de arrepentimiento; todos tenemos necesidad de la gracia salvadora de Cristo, que Él ofrece gratuitamente, a manos llenas. Él espera sólo que, como el hijo pródigo, digamos «me levantaré y volveré a la casa de mi Padre».”
Son citas largas, que explican todo este proceso y que aquí hemos considerado en un aspecto bien concreto, la confesión, pero sin duda es un sacramento paradigmático de un espíritu más general que reflejan las palabras de Jesús, y algo muy actual pues el hombre y la mujer de hoy sufren una enorme presión psicológica, miedos, agresividad, soledad profunda, falta de sentido de la vida... Cargados de normas, compromisos, objetivos, estamos expuestos a una tendencia casi depresiva. Nos vertemos en el exterior y perdemos nuestra esencia, interioridad, como decía uno: “Quizá hemos luchado para ser perfectos y en el fondo lo único que queremos es sentirnos amados”. Cuesta no dejarse llevar por el dinero, por el prestigio o por el poder, pero con Jesús todo es posible.
"Venid a mí..." Que resuenen estas palabras para ir a Jesús, en el trabajo diario, con el cuidado de las cosas pequeñas, con la sonrisa, en la pobreza, el olvido de mi yo… que sepamos tomar esta dulce carga: "Cualquier otra carga te oprime y te abruma, mas la carga de Cristo te alivia el peso. Cualquier otra carga tiene peso, pero la de Cristo tiene alas. Si a un pájaro le quitas las alas parece que le alivias del peso, pero cuanto más le quites este peso, tanto más le atas a la tierra. Ves en el suelo al que quisiste aliviar de un peso; restitúyele el peso de las alas y verás como vuela." (S. Agustín Sermón 126). Jesús quería liberarnos del insoportable peso de los numerosos preceptos y prohibiciones que rodeaban la ley de Moisés (Mt 23, 4) y que hoy nos rodean de otras formas, y quiere darnos este “descanso” que es paz.
b) Otras ideas de mercaba.org sobre Mt 11,28-30 ver domingo 14a; ver jueves de la 15ª Semana del Tiempo Ordinario: -Venid a Mí todos los que andáis agobiados con trabajos y cargas... Es una invitación. En este tiempo de Adviento recibimos una invitación "¡Venid a mi!" ¿Acepto yo esta llamada? ¿Me dirijo hacia El? En las frases precedentes a este pasaje, en San Mateo, Jesús nos ha dicho que el Padre se revelaba prioritariamente a los "pequeñuelos" más que a los sabios y prudentes. "Los que andan agobiados con cargas" son los pobres, los humildes. Me pregunto: ¿Acepto yo francamente esta predilección de Dios, que se repite por doquier? Y ¿qué pasa con esos "pequeñuelos"... y con esos "agobiados" ... en nuestras comunidades que se dicen cristianas? Y ¿en nuestros propios corazones? ¿Les testimoniamos la misma estima y la misma predilección que Dios les tiene?
-Que yo os aliviaré. ¡Señor, ayúdame a ver las "cargas" que pesan sobre los hombros de mis hermanos! Señor, haznos lúcidos: que sepamos ver "lo que aplasta" a los demás, lo que aplasta a categorías enteras de hombres y de mujeres. ¿Qué carga, qué sobrecarga podría yo aliviar en el día de hoy? Este es el trabajo de Dios: "Yo os aliviaré." ¿Cómo participo yo en ello? ¿Cómo colaboro con Dios en el alivio, la promoción, la felicidad... de mis hermanos?
-Tomad mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón. La "misericordia" de Dios, sobre la que meditábamos ayer... ¡de ningún modo es insípida, sosa! Nos invita a comprometernos a nuestra vez en el ejercicio de esa bondad que es la de Dios. Hay que tomar el yugo de Dios, ponerse bajo su mismo yugo, para trabajar con El. Evoco aquí la imagen de dos "bueyes atados al mismo yugo y tirando del mismo arado". Las dos gruesas cabezas, juntas una a la otra, que humilde y tenazmente tiran en la misma dirección. "Tomad mi yugo, dice Dios."
-Manso y humilde. Así se caracteriza Jesús. "Soy manso y humilde." Mi imaginación se entretiene en lo que esto significaba para Jesús: ¿qué actitudes, qué comportamientos, se seguían de ello?
-Sí, mi yugo es suave y mi carga ligera. En los tiempos de Jesús algunos yugos eran rasposos y mal escuadrados y por lo tanto lastimaban el cuello de los animales. El yugo de Jesús es agradable, no lastima. Cuando Jesús anuncia un yugo ligero, quiere introducir a los hombres en un nuevo tipo de religión. Una religión en la que no exista "el miedo". ¡Una religión "fácil de vivir"! ¿Quizá estas palabras me escandalizan? ¿No seré yo una de estas personas que todavía hoy atan cargas muy pesadas sobre los hombros de los demás? ¿Qué lugar le doy al amor, en mi religión? Cuando se ama, resultan fáciles multitud de cosas que serían difíciles o insoportables sin el amor (Noel Quesson).
En nuestra vida las dificultades nos vienen a veces de fuera. Y otras muchas veces, de dentro: el cansancio, la desilusión, la desorientación. Las dos lecturas de hoy nos hablan de los que están cansados, y tanto el profeta como Jesús nos aseguran que Dios quiere ayudar a los desfallecidos comunicándoles su fuerza. Podría haber una duda: Dios es todopoderoso, eterno y creador de los confines del orbe. ¿A quién le podemos comparar? Por tanto, podríamos pensar que, perfecto en su omnipotencia, seguramente estará muy lejano. El pueblo de Israel tiene la tentación de pensar: «mi suerte está oculta al Señor, mi Dios ignora mi causa». Pero el profeta nos dice lo contrario: Dios está cerca, nos conoce, no ignora nuestros problemas. Está siempre dispuesto a dar fuerza a los débiles y a los cansados. Incluso los jóvenes quedan a veces rendidos, y los guerreros tropiezan y caen: pero el que se fía de Dios renueva sus fuerzas, le nacen alas como de águila, y podrá correr sin cansarse, y marchar sin fatigarse. Esta imagen la completa poéticamente el salmo: Dios se preocupa de los suyos, perdona, cura, rescata de la fosa, está lleno de gracia y ternura. En este salmo encontramos una de las mejores definiciones de Dios que se repite en el A.T.: «el Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia».
Pero la cercanía de Dios ha quedado todavía más manifiesta en Cristo Jesús: una cercanía llena de misericordia y comprensión, como en el anuncio del profeta. Las palabras de Jesús son un pregón de esperanza: «venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré». Es el aspecto principal de la figura de Jesús. Hace milagros, predica maravillosamente, anuncia el Reino: pero sobre todo atiende a los que sufren, a los desorientados, a los que buscan, a los pobres y débiles, a los pecadores y marginados de la sociedad. Tiene buen corazón. Quiere liberar a todos de sus males. Nunca pasa al lado de una persona que sufre sin atenderla. «Venid a mí, yo os aliviaré». Es lo suyo: libera de angustias y da confianza para vivir. Ofrece paz y serenidad a los que han sido zarandeados de cualquier manera por la vida. A él le tuvo que ayudar un día el Cireneo a llevar la cruz. Pero él había ayudado y sigue ayudando a otros muchos a cargar con la cruz que les ha tocado llevar.
a) Quién más quién menos, todos andamos un poco agobiados por la vida. Somos débiles y sentimos el cansancio de tantas cosas como llevamos entre manos. La enfermedad del «estrés» es la que más caracteriza al hombre moderno, juntamente con la soledad y la desorientación. Y además nos sentimos muchas veces bloqueados por el pesimismo, el materialismo, la búsqueda de la comodidad, la intransigencia, los rencores, las pasiones, la sensualidad. El Adviento nos invita a no dudar nunca de Dios. Nos hace el anuncio cargado de confianza: Cristo Jesús vino y sigue viniendo a nuestra historia para curarnos y fortalecernos, para liberarnos de miedos y esclavitudes, de agobios y angustias. No nos sucederán milagros. Pero si de veras acudimos a él, siguiendo su invitación, encontraremos paz interior y serenidad, y fuerza para seguir caminando. El Adviento es escuela de esperanza y espacio de paz interior. Porque Dios es un Dios que siempre viene, en Cristo Jesús, y está cerca de nosotros y conoce nuestra debilidad.
b) Esta imagen acogedora de Cristo debería ser también la que ofreciera a todos la Iglesia, su comunidad, o sea, cada uno de nosotros. Este tiempo de Adviento nos invita a que seamos personas que acogen, que al dolor o a la búsqueda de las personas no responden con legalismos y exigencias, sino con comprensión; personas que infunden paz y regalan ánimos a tantos y tantos que están desfallecidos por el camino; testigos y heraldos de esperanza, que es lo que más falta hace a este mundo. En los tiempos actuales, tal vez más que nunca, existe vacío de Dios, poca unidad y armonía en la propia existencia, huida hacia las soluciones más inmediatas y fáciles, olvido de la Buena Noticia de que en Cristo Jesús tenemos la verdadera alegría y la respuesta de Dios a todas nuestras preguntas. Nosotros, los cristianos, deberíamos ser los instrumentos de los que Dios se sirve hoy para infundir más armonía y paz a las personas, recordando nosotros mismos y siendo luego pregoneros para los demás del gran acontecimiento que celebramos, la presencia de Dios en nuestra vida. El Adviento no es sólo poesía. Es compromiso de colaboración con el Dios liberador que no quiere esclavitud ni ceguera ni sufrimiento en el mundo (J. Aldazábal).
Jesús de Nazaret expresa con unas palabras que nos llenan de consuelo toda esa comprensión de la misericordia y bondad del Dios que vino a revelarnos: "Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados porque yo os aliviaré". No puede ser entonces la ley algo opresivo como se había convertido la ley judía para los fariseos. Para el cristiano, la nueva ley propuesta por Jesús en el Sermón del Monte, es una carga ligera (servicio bíblico latinoamericano).
La presencia y la historia de Jesús son decisivas de la humanidad. El da testimonio de que el mundo no camina hacia el vacío, no da vueltas en redondo, ni se repite interminable e inútilmente. Nuestra historia vale, y camina hacia un tiempo de plenitud. El tiempo mesiánico superará el oprobio, la injusticia y la violencia y significará la vida íntegra para cada persona. Jesús es la primicia de ese mundo nuevo. Hacia él avanzamos en medio de la oscuridad de la historia y la ambigüedad de nuestra naturaleza humana.
Día a día sentimos la carga de la vida cotidiana, las imposiciones económicas, las limitaciones humanas. Pero esta carga no es insoportable. La podemos llevar con entereza y dignidad. Nosotros no podemos evadir nuestra realidad humana, la miseria de nuestros pueblos o el resquebrajamiento de nuestra identidad cultural, como si fuera un padecimiento imposible de redimir. Jesús en su historia y en su presencia efectiva entre nosotros nos muestra que es posible hacerle frente al absurdo presente. La historia tiene un sentido y ese sentido apunta hacia la esperanza definitiva de la que Jesús nos da testimonio.
Jesús nos muestra que en el futuro y desde el presente es posible una comunidad humana en la que el ser humano pueda vivir en plenitud. Si la humanidad ha superado el canibalismo, el incesto y otras taras notorias, ¿no puede superar definitivamente la injusticia? Esa es una pregunta que nos dice: si es posible este mundo concreto tal como lo conocemos, ¿no será posible otro como lo deseamos? Nuestro futuro no se puede reducir a las novelas de ciencia ficción. Pues el futuro de la humanidad no está en sus cacharros sino en los pueblos que la conforman. Un mundo mejor, solidario, fraterno o por lo menos vivible se puede construir desde aquí y ahora si adoptamos realmente la esperanza que Jesús nos propuso. Porque él no hizo otra cosa que enseñarnos que el Reino era posible y que ya estaba empezando a estar presente en medio de la humanidad.
Dios siempre se ha mostrado dispuesto a estar a favor del pobre y del débil. La palabra de la Escritura es un testimonio constante de esa actitud de Dios. Desde los tiempos de la liberación del pueblo en Egipto, luego desde los anuncios proféticos a favor de los oprimidos por el mismo pueblo, en tiempos del exilio, en tiempos de las conquistas de pueblos violentos, etc., Dios siempre ha mostrado su favor y su parcialidad hacia los más pobres. El Dios de la Biblia no ama sin preferencias. Y los textos de este día también son un testimonio de ello. Las palabras de Jesús tienen un contexto muy particular en el evangelio de Mateo y en la misma tradición religiosa de Jesús. El yugo que oprimía al pueblo al cual se refiere el texto de hoy era la Ley (llamada así por el mismo pueblo). Tanta multiplicación de leyes y preceptos, tanta dependencia de la estructura religiosa podía hacer olvidar a ese Dios que buscaba a los pobres del pueblo para estar con ellos. La estructura religiosa, por lo tanto, en lugar de proporcionar el espacio sagrado para el encuentro del hombre y la mujer con el Dios del pueblo, cercaba a Dios en un ámbito al que sólo accedían algunos privilegiados por el poder. Jesús hoy pide que el pueblo se acerque a El. Más allá de cualquier yugo, el suyo es el más liviano. Y no es que no pese. Acercarse a Jesús implicará luchas, desalientos, y hasta persecuciones. Pero aun esto es más digno que el yugo de las superestructuras que oprimen las conciencias. En cambio, el seguimiento a Jesús es producto de la libertad y lleva a la liberación más primaria: la del espíritu. Por eso los pobres, los que en verdad se acercan a Jesús, son más libres de las superestructuras. Saben que tienen al Señor de su parte y que lucha con ellos por sus derechos y su libertad. No viven dependiendo de leyes que corten su libertad. Su sabiduría milenaria les ha dado un espíritu especial para discernir entre los cumplimientos opresores y la voluntad de Dios. Ellos están con Jesús, y están más aliviados (servicio bíblico latinoamericano).
El Evangelio, por su parte, da una vuelta de tuerca a este Dios-Ternura que es la tónica de esta semana segunda de Adviento: "Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré". Si su yugo es llevadero y su carga ligera, ¿cómo nos las hemos arreglado para complicar tanto la vida cristiana? Este tiempo de preparación a la venida del Señor es tiempo oportuno para retomar la sencillez de la palabra de Jesús: Su "yugo" es ser "manso y humilde de corazón" y en esta realidad está nuestro descanso. ¡Qué lejos quedan la competitividad, el empeño por ser "el primero", el afán de dominio sobre otros, el desmesurado interés por hacernos un hueco en ambientes donde se valora más el "tener" que el "ser"... Tenemos que volver a lo esencial. Mansedumbre y humildad de corazón que no son debilidad: tuvieron fuerza suficiente para dividir la historia. ¿Tendremos hoy nosotros, ciudadanos del siglo XXI, el valor suficiente para cargar con "su yugo"? Creo que vale la pena intentarlo (Olga Elisa Molina).
El brevísimo pasaje de Mateo que hoy leemos, apenas tres versículos de su evangelio, también es cumplimiento, como en los días anteriores, de las palabras de Isaías que escuchamos en la 1ª lectura. Jesús ha predicado el Evangelio, ha proclamado la buena noticia de que Dios reina a favor, primeramente, de los pobres, de los pequeños y sencillos. Ha realizado muchas curaciones y ha liberado a muchos oprimidos por el diablo, se ha enfrentado al legalismo de los escribas y fariseos que exigían el cumplimiento de numerosas prescripciones legales a las humildes gentes de Galilea. Ha llamado en su seguimiento a un grupo de discípulos y los ha entrenado en la difícil misión a que los tiene destinados. En contraste con toda su actividad, se ha estrellado Jesús contra un muro de incomprensión y hostilidad por parte de muchos compatriotas, de ciudades enteras que se han cerrado a su predicación y su bondad. Lejos de desanimarse, prorrumpe en un canto de acción de gracias a Dios Padre, que ha querido revelar los misterios de su amor, no a los grandes y poderosos, sino a la gente sencilla. Y ahora, en el pasaje evangélico que acabamos de leer, ofrece su descanso a los fatigados y sobrecargados por la vida. En lugar de un yugo pesado como el que llevan los bueyes, o como el que los fariseos quieren imponer a los demás sin tocarlo ellos siquiera con un dedo, ofrece una carga ligera. Porque él es manso y humilde, no como los orgullosos y pedantes maestros de Jerusalén, como los prepotentes jerarcas del pueblo. Ahí esta el yugo suave de Jesús, la carga ligera que nos ofrece, su descanso y su amor. Es el Evangelio que nos enseña a amar y a perdonar, a ser solidarios con los que sufren, a compartir lo que tenemos con los necesitados. A crear un mundo justo y humano en el que podamos relacionarnos como hermanos, como amigos. Para eso nace Jesús y para eso nos preparamos en este Adviento: para recibirlo en nuestras vidas y en nuestros hogares, para comprometernos con él a llevar el peso de los que están a punto de desfallecer en sus trabajos y en sus angustias (J. Mateos-F. Camacho).
El pasaje explicita de un modo totalmente claro la característica de la enseñanza de Jesús, contraponiéndola a otras enseñanzas de la misma época. Esta característica sirve para fundamentar una llamada a su aceptación a semejanza de las invitaciones de la sabiduría divina en la literatura sapiencial (Prov 8;9; Eclo 4,11-19, etc.). Jesús se presenta como humilde y sencillo. Con esta afirmación se contrapone, en general, a "sabios y entendidos" (v.25), y, en particular, a los autosuficientes maestros de las ciudades del lago: Corazaín, Betsaida, Cafarnaún (11,20-24). La nota más típica de éstos es el orgullo que los equipara al rey de Babilonia (Mt 11,23; cf Is 14,13-15). De allí se derivan características distintivas de la enseñanza de Jesús. Los letrados utilizaban su ciencia religiosa como instrumento de dominación. Esta dominación busca el sometimiento del discípulo y se ha convertido en una carga insoportable para la gente sencilla. La condición de ésta se expresa como la de personas rendidas y abrumadas por el peso de esa enseñanza del fariseísmo. Jesús, por el contrario, no busca dominar a sus discípulos. Por ello, su enseñanza puede ser descrita como un descanso para todos aquellos que están bajo el dominio de aquellos maestros. De allí nace para ellos la invitación de deshacer esos lazos esclavizantes y de establecer un nuevo tipo de relación religiosa a través de Jesús. Esta nueva forma de relación se describe con ayuda de las imágenes proféticas (Jer 2,20: 5,5; Os 11,10) referidas al yugo y que, en el historia posterior del pueblo, sirvieron para expresar la función de la Ley como forma de mantener la comunicación con el Dios de Israel. El yugo (vv 29 y 30) significa una indisoluble comunicación religiosa. Los "sabios y entendidos" habían falseado esa comunicación instrumentalizándola para el mantenimiento de sus privilegios. De allí que se haga necesario romper con esos falsos maestros y el recurso a Jesús para adquirir la libertad querida por Dios para los seres humanos. El legalismo fariseo produce esclavitud; por el contrario, los cansados y agobiados por ella pueden encontrar en Jesús una nueva condición. Acercándose a Él, la fatiga se convierte en descanso, la opresión en liberación. Por ello, principalmente a ellos se dirigen las palabras de Jesús: "Acérquense a mí..." (v 28), "carguen con mi yugo y aprendan de mí..." (v 29). La filial obediencia de Jesús a su Padre impide toda tortuosa manipulación del querer divino para los propios fines y posibilita la entrada en el ámbito de la comunión divina, causa de libertad y de alegría.
El legalismo fariseo con sus obligaciones había creado en torno suyo una moral sin alegría. A través del acercamiento a Jesús se abre una nueva posibilidad para los sencillos, que eran quienes soportaban la carga mayor en esa interpretación legalista de la voluntad divina. Esta nueva posibilidad pueda ser definida para ellos en términos de "respiro" (vv. 28-29). Las exigencias divinas siguen presentes en la conciencia del pueblo pero dichas exigencias adquieren un nuevo sentido en el marco del servicio alegre que se originan de la amistad divina. La felicidad de las bienaventuranzas justifican las exigencias derivadas de una vida de seguimiento de Jesús (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica).
Mirando el texto de Mt en su conjunto se ve por qué colocó estos dichos de Jesús en esta parte de la narración. En los anteriores textos Jesús había sido rechazado por las ciudades, por las escuelas rabínicas de su patria (20-24), por los letrados de su pueblo, escribas y fariseos (25-27). Jesús se vuelve hacia los “pobres” (11,5b), hacia todos los que padecen bajo la pesada carga del legalismo judío. En las perícopas siguientes (12,1-8 y 9-14) aparece Jesús en conflicto con los legalistas sobre el punto, decisivo para ellos, del Sábado.
Los sabios de Israel remitían a la gente a la sabiduría y los rabinos proponían el yugo de la Torá, del Reino de los cielos, de Dios, del Santo o de los mandamientos. Cristo en Mt invita a vincularse a su persona, todos los intermediarios entre Dios y el ser humano están aquí resumidos o absorbidos en la sola presencia de Jesús. A la vez, es una llamada a romper con otros maestros para unirse a Él.
Los fatigados, los que están agobiados por grandes esfuerzos, por trabajos duros y sienten que sus fuerzas se debilitan. Los abrumados, que han sido sometidos por alguien, como bestias de carga. ¿A qué fatiga alude el texto? ¿Al peso general de la vida, o a las reglamentaciones fariseas? El contexto y el término yugo de los versículos 29 y 30 hacen pensar en el legalismo judío en su conjunto. Jesús reprueba el carácter esencial de la religión de su tiempo, que imponía una dura disciplina moral a los seres humanos sin comunicar la alegría de la salvación.
Cargar con el yugo de Jesús es unirse a Él, seguirle y aprender de Él que es dulce y humilde de corazón; sin duda, sólo en su escuela se puede aprender el verdadero sentido de la ley y sólo Él puede hacer de la ley un peso ligero. La expresión “aprended de mí” no es un llamamiento a imitar a Jesús, sino a recibir su enseñanza, su interpretación de la ley. No es que Jesús exija menos que los demás rabinos; exige más, pero de otra manera. Abre primero la puerta del reino de la misericordia a los “pobres” y a los “mansos”; después los invita a una nueva “justicia”. Mi yugo es suave y mi carga ligera. Jesús nos ofrece en contraposición a todo el peso de la ley, con tantas observancias que sofocaban el espíritu, el yugo y la carga de su ley, que por ser “el amor” resulta suave y agradable. En repetidas ocasiones Jesús manifestó que el camino del cielo era difícil y de renunciamientos y que la vida del ser humano es una continua lucha y que la puerta del cielo es angosta; pero todo eso se puede convertir en algo suave y fácil, siempre que lo hagamos con Él, ayudados por Él.
Así dice la Regla del Maestro (regla monástica del s. VI; SC 105, Cerf.): “"Venid a mí todos los que estáis agobiados...” Atravesamos esta vida en medio de la ignorancia y la inseguridad. Nuestro viaje por este mundo nos ha cargado con un pesado fardo de negligencia culpable... De repente, sin esperarlo, hacia oriente, hemos descubierto un manantial de agua viva. Mientras nos apresuramos para llegar hacia la fuente, la voz de Dios nos llega con gran clamor: “Venid por agua todos los sedientos” (Is 55,1) Al vernos llegar, cargados con pesadas cargas, la voz nos insiste: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, yo os aliviaré” (Mt 11,29). Y cuando hemos escuchado esta voz llena de bondad, hemos tirado nuestras cargas al suelo. Angustiados por la sed nos hemos tendido por tierra para llegar, ávidos de alivio, a la fuente. Hemos bebido hasta saciarnos y nos hemos levantado, renovadas nuestras fuerzas.
Después de habernos levantado, nos hemos quedado junto a la fuente, estupefactos por la desmesura de nuestra alegría. Miramos el yugo que habíamos arrastrado a lo largo del camino y toda la carga que nos oprimía hasta morir... Mientras estábamos absorbidos por estas consideraciones, de nuevo escuchamos la voz que venía de la fuente de la vida: “Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera.” (Mt 11,30) Al oír estas palabras nos dijimos unos a otros: “No nos echemos atrás después de haber encontrado la vida, gracias a esta fuente... No nos carguemos de nuevo el peso de nuestros pecados que habíamos tirado lejos de nosotros mientras íbamos hacia la fuente del bautismo... Ahora hemos recibido la sabiduría de Dios... Por la voz del Señor hemos sido invitados al reposo.”
Dicen que una de las características de Jesús, como Maestro, era su comprensión hacia los discípulos y discípulas. Mientras otros maestros en Israel echaban pesadas cargas sobre los hombros de los discípulos, Jesús muestra su alternativa: “en mi encontraréis vuestro descanso”. Pongamos oído atento a las palabras del Señor. Hay maestros que son muy exigentes. Imponen a los alumnos un trabajo excesivo, que los agobia y desconcierta. Hay maestros de moral rígida, que culpabilizan, castigan, piden lo imposible. Jesús es el Maestro alternativo. Acoge a los agobiados, a los cansados. Les promete que en él encontrarán paz, descanso.
¡Cargad con mi yugo!, dice el maestro. Imaginemos una yunta de bueyes. Los dos bueyes llevan el yugo con la carga detrás. ¡Lo que para uno seria demasiada carga, para dos es mucho más fácil! Jesús promete que pondrá sobre el discípulo ninguna carga que él no lleve y comparta. Cargando con su yugo, en alianza de trabajo y carga con Jesús, descubrirán los discípulos que es “algo llevadero y ligero”.
Finalmente, Jesús muestra su interioridad como Maestro: manso y humilde de corazón. La mansedumbre nos dice cómo es nuestro maestro: no se deja llevar por la ira, es comprensivo, nos acepta como somos. Humilde: quiere decir que se pone a ras de tierra, que acoge todo como lo acoge el humus de la tierra. Que en él todo germina.
El Magisterio de la Iglesia debe atenerse a este canon, a esta norma del Magisterio de Jesús. No debe cargar a la iglesia con pesos pesados e inaguantable, no debe ser un magisterio petulante y orgulloso, dogmatista y rigorista. El principio misericordia y mansedumbre debe presidir toda enseñanza que se precie seguir el estilo de Jesús.
Son necesarios los Maestros para no perdernos en la vida. Pero para vivir auténticamente ¡es una suerte encontrarse con el único Maestro! El único que nos saca de nuestros agobios, nos comprende hace ligera y entusiasta nuestra vida (jose_cristorey@yahoo.com)
Nadie conoce al Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Por medio de Jesús, Dios se nos ha manifestado como el Dios lleno de mansedumbre hacia nosotros, pues conociendo nuestra fragilidad y nuestros pecados, no sólo nos ha soportado, sino que ha salido a nuestro encuentro para restaurar nuestra naturaleza. Él se ha humillado no sólo arrodillándose para lavar los pies de quienes han de caminar con un corazón limpio para ser testigos de la Verdad, sino que quiso despojarse de todo para enriquecernos a nosotros. Esa es la forma en que el Señor nos reveló el Rostro del Padre. Si queremos ser sus discípulos y aprender de Él no podemos contentarnos con estudiarlo, sino que nos hemos de identificar con Él de tal forma que su Iglesia continúe, en la historia, por su unión a Cristo, siendo la Revelación del Rostro de Dios para todos los pueblos. Sólo cuando aprendamos del Señor a ser mansos y humildes de corazón podremos no sólo predicar a Cristo, sino hacerlo presente en medio de nuestros hermanos.
A esta Eucaristía nosotros venimos para hacernos uno con Cristo. Él quiera transformar nuestra vida de tal forma que en verdad podamos ser signos creíbles de su presencia salvadora en el mundo. En este momento culminante de nuestra vida el Señor quiere levantar nuestra fe y nuestra esperanza, para que, a pesar de que muchas veces nos haya dominado el pecado, en adelante seamos una Iglesia en camino hacia la casa del Padre. Iglesia en camino, que significa que día a día vamos manifestando una mayor perfección en nuestra forma de ser, pues no nosotros, sino el Espíritu de Dios en nosotros, hará que la entrega de Cristo en un amor hasta el extremo por nosotros, sea lo mismo que viva su Iglesia, a quien le ha confiado el mensaje de salvación para que lo anuncie, no sólo con los labios sino con la vida misma.
Por eso, los que participamos de esta Eucaristía hemos de ser comprensivos con nuestro prójimo. Hemos de ser conscientes de la fragilidad humana que muchas veces ha sido vencida por el mal y ha deteriorado la vida de Dios en el hombre. No podemos pasarnos la vida condenando a los demás, sino saliendo a su encuentro, no hasta siete, sino hasta setenta veces siete al día, para levantarlos y ayudarles a caminar en el bien. Ante esta carga tan pesada que se nos presenta no podemos jamás desanimarnos. Si tenemos la suficiente apertura al Espíritu de Dios, Él renovará nuestras fuerzas y hará que nos nazcan alas como de águila para poder correr sin cansarnos, y caminar sin fatigarnos. Si el Señor está de nuestra parte, su yugo será para nosotros suave, y su carga ligera. Por eso, no confiemos en nuestras propias fuerzas, ni sólo en la ayuda del hombre; pongamos más bien nuestra confianza en el Señor para que no queramos hacer la obra de Dios de acuerdo a nuestros planes y visiones miopes, sino conforme a la voluntad de Dios, sabiendo que Aquel que nos llamó para proclamar su Evangelio no dará todo aquello que necesitemos para poder cumplir con esa misión. Por eso, puestos en manos de Dios, seamos para todos los hombres, una auténtica revelación del Rostro amoroso y misericordioso de Dios; revelación hecha desde la vida y no sólo desde las palabras.
Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de tener la apertura suficiente al Espíritu de Dios en nosotros para que, día a día, podamos ser una manifestación del amor de Dios para cuantos nos traten, pudiendo así conducirlos a un encuentro personal con Dios para alcanzar en Él la vida eterna. Amén (www.homiliacatolica.com).
Jesús, desde tu nacimiento en Belén me enseñas una nueva forma de vivir en la tierra. Es la forma del amor verdadero, del amor entregado, del amor sacrificado. Desde fuera -para el que no la pone en práctica- es como un yugo: sacrificio, cruz, entrega, trabajo, servicio, obediencia. Pero para el que te sigue, ese yugo es suave y su carga es ligera. La verdadera carga la soporta el que intenta liberarse de tus mandatos, ir a la suya, no obedecer a nadie más que a sí mismo: porque acaba obedeciendo a sus caprichos, a sus gustos y a sus vicios, en medio de una vida triste y vacía. El gran enemigo del alma es la soberbia, porque es la que se opone continuamente a que obedezcamos, a que nos esforcemos por cumplir una voluntad distinta de la nuestra, como si de este modo perdiéramos la libertad. Si bien todos los vicios nos alejan de Dios, sólo la soberbia se opone a Él; a ello se debe la resistencia que Dios ofrece a los soberbios [Santo Tomás, Suma Teológica, 2-2, q. 162, a.6]. ¿Cómo estoy de humildad? Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Jesús, que aprenda de Ti a ser humilde, a cumplir libremente la voluntad de Dios, como lo hiciste Tú durante toda tu vida: desde Belén hasta el Calvario. Sólo así encontraré esa paz interior que, junto con la alegría, es uno de los frutos más característicos de la vida cristiana.
El amor de Dios es celoso; no se satisface si se acude a su cita con condiciones: espera con impaciencia que nos demos del todo ( ... ) Quizá pensaréis: responder que sí a ese Amor exclusivo, ¿no es acaso perder la libertad? ( ) Cada uno de nosotros ha experimentado alguna vez que servir a Cristo Señor nuestro comporta dolor y fatiga. Negar esta realidad supondría no haberse encontrado con Dios. El alma enamorada conoce que, cuando viene ese dolor, se trata de una impresión pasajera y pronto descubre que el peso es ligero y la carga es suave, porque lo lleva Él sobre sus hombros. Pero hay hombres que no entienden, que se rebelan contra el Creador ( ) Son almas que hacen barricadas con la libertad. ¡Mi libertad, mi libertad! ( ) Su libertad se demuestra estéril, o produce frutos ridículos, también humanamente. Él que no escoge -¡con plena libertad!- una norma recta de conducta, tarde o temprano se verá manejado por otros. ¡Pero nadie me coacciona!, repiten obstinadamente. ¿Nadie? Todos coaccionan esa ilusoria libertad, que no se arriesga a aceptar responsablemente las consecuencias de actuaciones libres, personales. ( ) Nada más falso que oponer la libertad a la entrega, porque la entrega viene como consecuencia de la libertad. Mirad, cuando una madre se sacrifica por amor a sus hijos, ha elegido; y según la medida de ese amor, así se manifestará su libertad. La libertad sólo puede entregarse por amor. Por amor a la libertad, nos atamos. Únicamente la soberbia atribuye a esas ataduras el peso de una cadena. La verdadera humildad, que nos enseña Aquel que es manso y humilde de corazón, nos muestra que su yugo es suave y su carga ligera: el yugo es la libertad, el yugo es el amor, el yugo es la unidad, el yugo es la vida, que Él nos ganó en la Cruz [J. Escrivá, Amigos de Dios, 28-32]. El verdadero descanso para mi alma lo experimento, Jesús, cuando cumplo tu voluntad, aunque me cueste, atándome a ese yugo tuyo por amor, entregándote libremente mis gustos, mis intereses, mis deseos, porque me da la gana quererte sobre todas las cosas. A pesar de tener esta idea muy clara, a veces me canso de luchar. Que sepa acudir a Ti en esos momentos de fatiga, para descargar ese peso en tus manos paternales, dejándome también guiar en la dirección espiritual, con humildad (Pablo Cardona).
Venid a mí todos los que estás agotados. El Señor ofrece paz y sosiego a las personas que está oprimidas por muchas causas. El Maestro bueno opone a esta carga su yugo, hecho de mansedumbre, humildad y amor. Comenta San Agustín: «Las cargas propias que cada uno lleva son los pecados. A los hombres que llevan cargas tan pesadas y detestables, y que bajo ellas sudan en vano, les dice el Señor: “Venid a Mí todos”… ¿Cómo alivia a los cargados de pecado, sino mediante el perdón de los mismos? El orador se dirige al mundo entero, desde la especie de tribuna de su autoridad excelsa, y exclama: “Escucha, género humano, escuchad, hijos de Adán; oye, raza que te fatigas en vano. Veo vuestro sudor, ved mi don. Sé que estáis fatigados y agobiados y, lo que es peor, que lleváis sobre vuestros hombros pesos dañinos; y, todavía peor, que pedís no que se os quiten esos pesos, sino que os añadan otros… Concedo el perdón de los pecados pasados, haré desaparecer lo que oprimía vuestros ojos, sanaré lo que dañó vuestros hombros. Llevad mi yugo. Ya que para tu mal te había subyugado la ambición, que para tu salud te subyugue la caridad… Esos pesos son alas para volar. Si quitas a las aves el peso de las alas, no pueden volar… Toma, pues, las alas de la paz; recibe las alas de la caridad. Ésta es la carga; así se cumple la ley de Cristo» (Sermón 164, 4; Manuel Garrido Bonaño).