domingo, 4 de septiembre de 2011

Lunes de la 23ª semana de Tiempo Ordinario. Ser ministro de evangelización va unido a los sufrimientos, en la confianza de unirse a Cristo en su reden

Lunes de la 23ª semana de Tiempo Ordinario. Ser ministro de evangelización va unido a los sufrimientos, en la confianza de unirse a Cristo en su redención. Jesús no se para en menudencias sino que va al fondo de la ley: el amor

Carta del apóstol san Pablo a los Colosenses 1,24-2,3. Hermanos: Ahora me alegro de sufrir por vosotros: así completo en mi carne los dolores de Cristo, sufriendo por su cuerpo que es la Iglesia, de la cual Dios me ha nombrado ministro, asignándome la tarea de anunciaros a vosotros su mensaje completo: el misterio que Dios ha tenido escondido desde siglos y generaciones y que ahora ha revelado a sus santos. A éstos Dios ha querido dar a conocer la gloria y riqueza que este misterio encierra para los gentiles: es decir, que Cristo es para vosotros la esperanza de la gloria. Nosotros anunciamos a ese Cristo; amonestamos a todos, enseñamos a todos, con todos los recursos de la sabiduría, para que todos lleguen a la madurez en su vida en Cristo: ésta es mi tarea, en la que lucho denonadamente con la fuerza poderosa que él me da. Quiero que tengáis noticia del empeñado combate que sostengo por vosotros y los de Laodicea, y por todos los que no me conocen personalmente. Busco que tengan ánimos y estén compactos en el amor mutuo, para conseguir la plena convicción que da el comprender, y que capten el misterio de Dios. Este misterio es Cristo, en quien están encerrados todos los tesoros del saber y el conocer.

Salmo 61,6-7.9. R. De Dios viene mi salvación y mi gloria.
Descansa sólo en Dios, alma mía, porque él es mi esperanza; sólo él es mi roca y mi salvación, mi alcázar: no vacilaré.
Pueblo suyo, confiad en él, desahogad ante él vuestro corazón, que Dios es nuestro refugio.

Santo evangelio según san Lucas 6,6-11. Un sábado, entró Jesús en la sinagoga a enseñar. Había allí un hombre que tenla parálisis en el brazo derecho. Los escribas y los fariseos estaban al acecho para ver si curaba en sábado, y encontrar de qué acusarlo. Pero él, sabiendo lo que pensaban, dijo al hombre del brazo paralítico: -«Levántate y ponte ahí en medio.» Él se levantó y se quedó en pie. Jesús les dijo: -«Os voy a hacer una pregunta: ¿Qué está permitido en sábado, hacer el bien o el mal, salvar a uno o dejarlo morir?» Y, echando en torno una mirada a todos, le dijo al hombre: -«Extiende el brazo.» Él lo hizo, y su brazo quedó restablecido. Ellos se pusieron furiosos y discutían qué había que hacer con Jesús.

Comentario: 1.- Col 1,24-2,3 (para 1, 24-29 ver domingo16, C). Dos cosas fundamentales hace Pablo en su ministerio: evangelizar y sufrir. La principal es, naturalmente, la evangelización. Dios le ha nombrado ministro y anunciador del "misterio que ha tenido escondido desde siglos y que ahora ha revelado a su pueblo". Este misterio es la salvación en Cristo, o, como él dice: "que Cristo es para vosotros la esperanza de la gloria". O bien: "este misterio es Cristo, en quien están encerrados todos los tesoros del saber y el conocer". Para cumplir este ministerio, Pablo está dispuesto a soportarlo todo. Habla del "empeñado combate" que libra en las varias comunidades: "amonestamos a todos, enseñamos a todos, para que todos lleguen a la madurez en su vida cristiana: ésta es mi tarea, en la que lucho denodadamente". En esta lucha, Pablo ha asumido también el sufrimiento: "me alegro de sufrir por vosotros". La razón profunda de esta disponibilidad es: "así completo en mi carne los dolores de Cristo, sufriendo por su cuerpo que es la Iglesia".
Si nosotros tuviéramos ese "motor" de la fe en Cristo, también estaríamos dispuestos a cualquier cosa para poderlo anunciar, que es a lo que hemos sido llamados todos los cristianos: padres, amigos, educadores, sacerdotes, religiosos. Si no evangelizamos -por pereza o por frialdad o por miedo- tal vez muchas personas se quedarán sin enterarse de ese plan salvador que Dios quiere dar a conocer a todos. La condición es que nosotros mismos estemos convencidos, que Cristo sea "para nosotros la esperanza de la gloria" y la razón de ser de todo. Entonces seremos tan valientes y generosos como Pablo. Él escribe esta carta desde la cárcel, donde está detenido por predicar a Cristo. Pero no le pueden hacer callar. Mirándonos en el espejo de Pablo, ya sabemos que seguramente nos tocará sufrir. Pero, como él, hemos de alegrarnos de poder sufrir, porque así nos incorporamos al dolor del mismo Cristo, en su misterio pascual, y contribuimos a la salvación de los demás. Cuando celebramos la Eucaristía, memorial del sacrificio de Cristo, podemos aportar al altar, incluidos simbólicamente en el pan y el vino que aportamos, "los gozos y las fatigas de cada día", como nos invita a veces el sacerdote antes de la oración sobre las ofrendas. Unimos a la ofrenda definitiva de Cristo lo que hayamos tenido que sufrir para ser fieles testigos suyos en el mundo, contentos de incorporar nuestra pequeña cruz a la de Cristo. Es valiente la afirmación de Pablo: "completo en mi carne los dolores de Cristo". ¿Qué le falta a la pasión de Cristo? Que sea también nuestra. Así hay un intercambio misterioso: el dolor de Cristo se hace nuestro y el nuestro se une al suyo. Y así podemos colaborar con él en la llegada del Reino a este mundo.
-Hermanos, ahora me alegro por los padecimientos que soporto por vosotros... ¿Cuál es el secreto que permite a un hombre alegrarse en el sufrimiento? Un secreto maravilloso porque ha de asegurar una alegría perpetua tanto en las situaciones felices, como en las conflictivas, que nos ponen a prueba. Ello es tanto como decir ¡una alegría indestructible! Porque lo que falta a las tribulaciones de Cristo, lo completo en mi carne en favor de su cuerpo que es la Iglesia. He ahí el secreto: Pablo contempla a Jesús crucificado y se ve continuando la gran obra de Jesús, la redención. Así, sus propios sufrimientos, lejos de abatirle, le hacen encontrar de nuevo a Cristo y estar en comunión con su misterio. B. Pascal interpretó bien este mismo pensamiento: «Jesús estará en agonía hasta el fin del mundo.» Cual sería la transfiguración de mi sufrimiento, si yo supiese ver en él: una participación a la Pasión. No sufrir solo, sino «con Jesús». No considerar la prueba como algo meramente negativa, sino como una realidad positiva... Señor te ofrezco tal prueba... y tal otra...
-De cuya Iglesia he llegado a ser ministro... No solamente por su palabra, sino por su vida ofrecida en semejanza a la de Cristo.
-Para dar cumplimiento al misterio escondido desde siglos y generaciones y manifestado ahora a los miembros de su pueblo santo. El "misterio", en el lenguaje de san Pablo es el «proyecto de Dios», del cual dice Pablo que estaba escondido hasta ahora y ya no lo está.
-Porque Dios ha querido darles a conocer en qué consiste, en medio de las naciones paganas, la riqueza de la gloria de ese misterio que es Cristo entre vosotros... He aquí pues el proyecto de Dios: la extensión a los paganos de la Alianza reservada hasta entonces a los hijos de Israel. Y esta nueva alianza se resume en una palabra: «Cristo en medio de vosotros»... Era ya lo que Pablo afirmaba hablando de sus sufrimientos, fuente de alegría. ¿Me dejo investir por esa presencia de Cristo, siempre aquí? ¡El, la esperanza de la gloria! Vivir en la convicción de no estar nunca solo, es ya algo extraordinario. Pero esto no es más que un pequeño comienzo: vivimos también en la esperanza de estar con El eternamente, en la gloria del cielo. ¡Señor, que no lo olvide nunca!
-Trabajamos... a fin de llevar a todo hombre a su perfección en Cristo. Crecer, parecerse más y más a Cristo. Amar más y más.
-Por esto precisamente me afano, luchando con la fuerza de Cristo que actúa poderosamente en mí. ¿Consideramos la densidad de esas afirmaciones sorprendentes? La fuerza de Pablo no es suya, es la fuerza de Cristo en él. ¡Señor, actúa en mí! ¡Señor, sé mi fuerza!
-El misterio de Dios es Cristo en el cual están ocultos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia. Los «tesoros escondidos» son los de la divinidad: conocer el Amor absoluto, infinito, eterno (Noel Quesson). El sentido de aceptación del sufrimiento, como de toda penitencia, es un absurdo si no se vive la esperanza…
2. Juan Pablo II comenta: “Acaban de resonar las dulces palabras del salmo 61, un canto de confianza, que comienza con una especie de antífona, repetida a mitad del texto. Es como una jaculatoria serena y fuerte, una invocación que es también un programa de vida: "Sólo en Dios descansa mi alma, porque de él viene mi salvación; sólo él es mi roca y mi salvación, mi alcázar: no vacilaré" (vv 2-3 y 6-7).
Sin embargo, este salmo, en su desarrollo, contrapone dos clases de confianza. Son dos opciones fundamentales, una buena y una mala, que implican dos conductas morales diferentes. Ante todo, está la confianza en Dios, exaltada en la invocación inicial, donde entra en escena un símbolo de estabilidad y seguridad, como es la roca, "el alcázar", es decir, una fortaleza y un baluarte de protección.
El salmista reafirma: "De Dios viene mi salvación y mi gloria, él es mi roca firme; Dios es mi refugio" (v 8…) esta invitación a evitar la confianza perversa, y a elegir la que nos lleva a Dios, vale para todos y debe convertirse en nuestra estrella polar en la vida diaria, en las decisiones morales y en el estilo de vida.
Ciertamente, se trata de un camino arduo, que conlleva también pruebas para el justo y opciones valientes, pero siempre marcadas por la confianza en Dios (cf. Sal 61,2). A esta luz, los Padres de la Iglesia vieron en el orante del salmo 61 la prefiguración de Cristo, y pusieron en sus labios la invocación inicial de adhesión y confianza total en Dios.
A este respecto, en su Comentario al salmo 61, san Ambrosio argumenta así: "Nuestro Señor Jesucristo, al tomar la carne del hombre para purificarla en su persona, ¿qué otra cosa hubiera podido hacer inmediatamente sino borrar el influjo maléfico del antiguo pecado? Por la desobediencia, es decir, violando los mandamientos divinos, se había infiltrado el pecado. Por eso, ante todo tuvo que restablecer la obediencia, para apagar el foco del pecado... Él personalmente tomó sobre sí la obediencia, para transmitírnosla a nosotros"”.
3.- Lc 6, 6-11. De nuevo la tensión en torno al cumplimiento del sábado. Esta vez no por las espigas que comían por el campo, sino por una curación hecha en la sinagoga precisamente en sábado. Jesús se da cuenta del dolor de aquel hombre. El enfermo con el brazo paralizado no le dice nada, pero se debía leer en su cara la súplica. Los fariseos están al acecho para ver qué hará. Jesús "sabía lo que pensaban", y primero les provoca con su pregunta: "¿qué está permitido en sábado?". No contestaron. Entonces Jesús, "echando una mirada a todos" (Lucas no dice, como Marcos, que esta mirada estuvo "llena de ira y tristeza"), curó al buen hombre. La reacción no se hizo esperar: "ellos se pusieron furiosos".
Es evidente que Jesús no desautoriza aquella institución tan válida del sábado, el día dedicado al culto de Dios, a la alegría, al descanso laboral, a la oración, a la vida de familia, al agradecimiento por la obra de la creación. Más aún, parece como si él ese día acumulara sus gestos curativos y salvadores. Lo que critica es una comprensión raquítica, más preocupada por cumplir unas normas, muchas veces inventadas por las varias escuelas, que por el espíritu de fe que debe impregnar la vivencia de este día. No se podrá trabajar en sábado, y por tanto no habrá que hacer curas médicas a no ser que sean necesarias. Pero extender el brazo y decir una palabra de curación ¿es trabajar? El recoger unas espigas y comer sus granos al pasear por el campo, ¿es un trabajo equiparable a la siega? Las escuelas de los fariseos habían llegado a interpretar el sábado convirtiéndolo en día de preocupación casuística en vez de en día de libertad. Jesús enseña actitudes más profundas, más preocupadas por el espíritu que por la letra. Y nosotros tendríamos que aplicar esta enseñanza a muchos detalles de nuestras normas de vida. Las normas están muy bien, y son necesarias, pero sin llegar a un legalismo formalista. No es el hombre para el sábado, sino el sábado para el hombre (cf. Mc 2,27). Hay instituciones muy válidas y llenas de espíritu: el domingo cristiano, la celebración de la Eucaristía, el rezo de la Liturgia de las Horas. Realidades que tienen importancia para la vida de fe, y que necesitan, dado su carácter de comunitarias, unas normas para su realización. Pero en la historia a veces se han seguido las normas de una manera tan estricta y minuciosa que quizá se ahogaba la alegría de la celebración. Es compatible el rigor de la liturgia con esponjar el ánimo y alegrarse con Dios y dedicarle una alabanza sentida y celebrar su comida pascual en el día consagrado a él, es decir que haya interioridad y no se limite a crear un clima de mero cumplimiento exterior. Lo mismo pasa con la relación entre el culto (la celebración de la sinagoga en sábado) y la caridad fraterna (¿puedo curar a este buen hombre?). Para Cristo hay que saber conjugar las dos cosas. Va a la sinagoga, porque es sábado, pero también cura el brazo paralítico de aquella persona. Y, por el tono del relato, se nota claramente que da prioridad a la persona que a la institución.
Los cristianos debemos rezar y celebrar la Eucaristía en domingo. Y a la vez, precisamente ese día, nos deberíamos mostrar fraternos y sanantes, con detalles de caridad y buen corazón con las personas cercanas que, aunque no nos lo pidan, ya sabemos que necesitan nuestro interés y nuestro cariño (J. Aldazábal).
Las actitudes farisaicas se refugian en fáciles preceptos cúlticos para huir del hombre. No es fácil soportar en la tierra a Aquel que declara el fin de la falsedad, de la opresión, de la religión fácil y cómoda. Todo el problema de las tinieblas es lograr hacer desaparecer la luz: "Ellos (los fariseos)... deliberaban entre sí, qué harían a Jesús". El "pecado" de Jesús fue hacer el bien y poner en carne viva el problema de una religión oprimida y seca, para la cual hacer el bien era lo más pecaminoso.
-Otro sábado Jesús entró en la sinagoga y se puso a enseñar... "Todavía"... un día de sábado. Era otro sábado. Esto subraya esa costumbre de Jesús, esa fidelidad regular. Cada sábado Jesús asistía a la reunión de plegaria. Ayúdame, Señor, en mis "fidelidades" necesarias... en las regularidades que he decidido... Hay cantidad de experiencias humanas -y la oración es una de ellas- que no adquieren un valor decisivo más que a condición de que las vayamos repitiendo a fin de que, como un gota a gota incansablemente renovado, calen en la vida.
-Había allí un hombre que tenía el brazo derecho atrofiado... Los escribas y los fariseos estaban al acecho para ver si curaba en sábado y encontrar de qué acusarlo. Jesús conocía sus pensamientos... Muchas veces los evangelistas subrayan que Jesús era un "conocedor del corazón humano" (Jn 1,48; 2,24; 4,17; 6,61) Esto era, en El, un don divino, pero que, por razón de la ley de encarnación, se expresaba en forma de una agudeza psicológica particular. Así nos encontramos a veces con personas dotadas de una facultad especial para leer en los corazones... y adivinar, por señales casi imperceptibles, ciertas realidades escondidas. Humanamente eso viene de una "atención al otro", de una capacidad de "ponerse en lugar de los otros".
-Dijo al hombre del brazo atrofiado: "Levántate y ponte ahí en medio de todos." El texto no dice que el hombre pidiera el milagro. Jesús toma la iniciativa precisamente porque prestaba atención a ese desgraciado. Señor, danos esa delicada atención de simpatía por los que sufren. Haznos "descubrir" las penas ocultas.
-"Os pregunto: ¿Qué es lo que está permitido en sábado, hacer el bien o hacer el mal; salvar una vida o acabar con ella? Tratemos de comprender bien lo que se juzga detrás de esa pregunta. Los fariseos tenían un tal sentido del "honor de Dios" que era preciso cuidar de su Gloria ante todo: el descanso obligatorio del sábado tenía ese sentido. Ahora bien Jesús no viene a discutir ese sentido de la Gloria de Dios; pero, en lugar de considerarla una mera observancia legalista, va hasta el fondo de la razón que justifica el sábado; entiende que la Gloria de Dios es exaltada en primer lugar por el "bien" que se hace a los desgraciados, por la "vida salvada" a alguien. Si contraviene a una tradición, no es para destruir el sábado, sino para honrarlo en profundidad. Liberar a un pobre enfermo de su mal, es, para Jesús, un modo más verdadero de santificar el "día del Señor", que dejar a un hombre en el sufrimiento, por el pretendido honor de Dios. Ayúdanos, Señor, a superar las sumisiones y las obediencias formales: haz que comprendamos desde el interior lo que Dios nos pide cuando nos pide algo... haz que captemos que Dios no es ante todo un amo que desea doblegar a las personas, sino un Padre que ha dado unas leyes para el bien de sus hijos, un Salvador que desea "hacer el bien... salvar vidas".
-Entonces, echando una mirada a todos, le dijo al hombre: "Extiende tu mano". Lo hizo y su mano quedó normal. ¡Es importante la mano! Una vez más, Dios hizo el "bien".
-Ellos, furiosos, discutían qué podrían hacer con Jesús. ¡Se sospecha de El que prefiere el hombre a la Gloria de Dios! ¡Se estancan en las reglas formales del sábado que prohibían cualquier trabajo (Noel Quesson).
v.9: ¿Es lícito en sábado "hacer bien" o es necesario "hacer mal"? La omisión del bien es un mal. ¿Quién querrá decir que la ley del sábado prohíba que se haga el bien y exija que se haga el mal? El sábado es para los judíos, no sólo día de reposo, sino también día destinado a hacer bien y día de alegría. La comida de día de fiesta, el estudio de la ley y la práctica del bien lo convierten en día de fiesta y de alegría. Para viajeros necesitados había que tener comida preparada. ¿Habría que olvidar todo esto? Jesús vuelve a restablecer el verdadero sentido del sábado. Ha de ser un día en el que se disfrute y se proporcione alegría a los demás. Se realiza el sentido del sábado haciendo bien a personas que sufren, usando misericordia. "Misericordia quiero y no sacrificios" (Os 6.6).
Jesús sitúa a sus adversarios ante esta alternativa: ¿Se ha de salvar una vida en sábado, o se ha de dejar que se pierda? El texto griego no habla de la vida, sino del "alma", que es vida y algo más: vida consciente. El hombre que está en medio quiere vivir, vivir sano, no sólo vegetar, quiere sentir gozo de vivir.
¿Es esto posible a un hombre que tiene seca la mano derecha, que no puede trabajar y tiene que vivir de la ayuda ajena? El reposo sabático se explica por la comparación con el reposo de Dios una vez terminada la obra de la creación: "Acuérdate del día del sábado para santificarlo. Seis días trabajarás y harás tus obras, pero el séptimo día es día de descanso, consagrado a Yahvé, tu Dios, y no harás en él trabajo alguno" (Ex 20,8ss). Pero el descanso de Dios no consiste en no hacer nada, sino en vivir la obra, en gozar de ella. "Dios se gozó en su obra" (Sal 104,31). El sábado es día en que se vive la vida, en que se goza de la obra, día de glorificación de Dios. ¿No se ha de restablecer mediante la curación este sentido más profundo del sábado? ¿En vez de la vida habría que elegir la ruina? (...).
Jesús tiene una idea de Dios distinta de la suya. Su Dios es el Dios de la misericordia, el Dios que se acerca a los hombres; el Dios de ellos es el inaccesible, que está sencillamente por encima de los hombres. (...).
v.10:La mano volvió a quedar sana. La restauración del universo forma parte del cuadro de los tiempos mesiánicos. Lo que ahora comienza será llevado a la perfección. "El cielo debe retener (a Jesús) hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas de que habló Dios por boca de sus santos profetas desde antiguo" (Hch 3,21). Mediante la curación muestra Jesús que le está permitido restaurar el sentido del sábado según la mente de Dios, ya que él mismo aporta la restauración de todas las cosas. El sábado es figura del gran reposo sabático de Dios (Hb 4,8ss), que se iniciará cuando sean restauradas todas las cosas y todo haya alcanzado su acabada perfección (El NT y su mensaje, Herder).
Lucas y Marcos relatan este episodio de la curación del hombre de la mano seca, un día de sábado. Uno y otro lo sitúan en el cuadro de las polémicas suscitadas por la enseñanza del joven rabí Jesús sobre las insistencias esclerotizadas de la religión: reglas de la pureza en las comidas (Lc 5,29-32), de ayuno (Lc 5,33-38) y de reposo sabatino (Lc 6,1-11). Pero Lucas no concede gran interés a estas discusiones poco comprensibles para lectores de origen pagano. Se contenta con narrar los hechos sin conformarlos con reflexiones personales o conclusiones doctrinales. No retiene, por tanto, las notas de Mc 3, 5 sobre el endurecimiento de los fariseos y suprime toda alusión a la cólera de Jesús (Mc 3,5).
Lucas evoca, sin embargo, el conocimiento que Jesús posee del corazón humano (v 8; cf Jn 1,48; 2,24-25; 4, 17-19; 6, 61-71, etc.). Así Cristo tiene no solamente un conocimiento más profundo que los otros rabinos de la ley que enseña, sino que conoce mejor a los hombres. Ahí reside el secreto de la autoridad con la que enseña y que le coloca por encima de todos los demás (cf. Lc 4, 32).
En la época del Señor, el ejercicio de la medicina y los cuidados personales estaban estrictamente anulados el día del sábado. ¡Más valía que sufriera el enfermo antes que el honor de Dios! Comprendiendo que la gloria de Dios está servida en primer lugar por la bondad hacia los infelices (v. 9), Jesús no duda en practicarla para honrar el sábado. Liberar a un pobre de las cadenas del mal, ¿no es una manera más profunda de santificar este día aniversario de la liberación de Egipto que el mantenerlo en la esclavitud en pro del pretendido honor de Dios? El sábado era observado porque estaba ordenado por la ley de Dios y constituía una característica por la que el judío se distinguía del mundo pagano ambiente. Grande fue, por tanto, el escándalo cuando el rabí Jesús osó poner en tela de juicio, no la ley, sino la manera de obedecerla y cuando fue sospechoso de preferir el hombre a la gloria de Dios. El judaísmo situaba en general todas las prescripciones del Antiguo Testamento sobre el mismo plano, puesto que todas ellas eran igualmente órdenes de Dios, pero concedía una cierta preferencia a las prescripciones cultuales en las que el hombre se eclipsa aún más ante el honor de Dios. Así ocurría con la circuncisión y con el sábado. De hecho, Jesús reconoce que la ley representa la voluntad de Dios, pero le niega una autoridad puramente formal y externa. El hombre debe interpretar la Escritura para reconocer en ella el mandato de Dios. Por otra parte, sólo hay obediencia verdadera allí donde el hombre reconoce que la orden le concierne. Es esta, además, la razón por la que puede realizar actos en comunión con Dios allí donde no existe ningún mandamiento preciso. Este es el sentido, al parecer, de la pregunta planteada por Jesús en el v.9: es en todo caso el de la verdadera obediencia. Cristo desprecia a los fariseos que se creen perfectos porque son fieles a la ley, pero que, en el fondo, son infieles porque han ahogado toda noción de fraternidad y de solidaridad. Existe, pues, una obediencia más radical que la sumisión a la ley; la que cumple el ego más profundo, allí donde Dios está presente, más allá del miedo de haber faltado al deber y del desprecio de los que juzgan al prójimo desde fuera, sin conocer su corazón (Maertens-Frisque).

sábado, 3 de septiembre de 2011

Tiempo ordinario XXIII, Domingo (A): toda la ley de la Alianza está expresada en el amor, que lleva a la misericordia y a la ayuda fraterna, también c

Tiempo ordinario XXIII, Domingo (A): toda la ley de la Alianza está expresada en el amor, que lleva a la misericordia y a la ayuda fraterna, también con la corrección

Lectura del Profeta Ezequiel 33,7-9.
Esto dice el Señor: A ti, hijo de Adán, / te he puesto de atalaya / en la casa de Israel; / cuando escuches palabra de mi boca, / les darás la alarma de mi parte.
Si yo digo al malvado: / «Malvado, eres reo de muerte», / y tú no hablas, poniendo en guardia al malvado, / para que cambie de conducta; / el malvado morirá por su culpa, / pero a ti te pedirá cuenta de su sangre.
Pero si tú pones en guardia al malvado, / para que cambie de conducta, / si no cambia de conducta, / él morirá por su culpa, / pero tú has salvado la vida.

SALMO RESPONSORIAL 94,1-2. 6-7. 8-9. R/. Ojalá escuchéis hoy su voz: «No endurezcáis vuestro corazón.»
Venid, aclamemos al Señor, / demos vítores a la Roca que nos salva; / entremos a su presencia dándole gracias, / aclamándolo con cantos.
Entrad, postrémonos por tierra, / bendiciendo al Señor, creador nuestro. / Porque él es nuestro Dios / y nosotros su pueblo, / el rebaño que él guía.
Ojalá escuchéis hoy su voz: / «No endurezcáis el corazón como en Meribá, / como el día de Masá en el desierto: / cuando vuestros padres me pusieron a prueba / y me tentaron, aunque habían visto mis obras.»

Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Romanos 13,8-10.
Hermanos: A nadie le debáis nada, más que amor; porque el que ama tiene cumplido el resto de la ley. De hecho, el «no cometerás adulterio, no matarás, no robarás, no envidiarás», y los demás mandamientos que haya, se resumen en esta frase: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo».
Uno que ama a su prójimo no le hace daño; por eso amar es cumplir la ley entera.

Lectura del santo Evangelio según San Mateo 18,15-20.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: -Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos. Si te hace caso, has salvado a tu hermano. Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos. Si no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un pagano o un publicano.
Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo.
Os aseguro además que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre del cielo. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.

Comentario: Comenzamos la Misa con la antífona tomada del Salmo 118: “Señor, tú eres justo, tus mandamientos son rectos. Trata con misericordia a tu siervo”. Veremos en una gran unidad cómo las lecturas relacionan los mandamientos con el amor y la misericordia. Cuando en las relaciones humanas domina cierta indiferencia, las leyes pierden el sentido, la sociedad aparece como una reserva de extraños seres yuxtapuestos, números, cantidad o masa. La indiferencia es la primera y más grave violación de los Derechos Humanos, como la violencia y el terrorismo, porque es tratar a todos como si no existieran, por egoísmo. Quizá nos vienen a la cabeza como es compatible gastar mucho dinero en ir a la luna o fabricar armas costosas (occidente) o fabricar de oro los objetos de grandes palacios (oriente) mientras al lado hay pueblos que mueren de hambre y están necesitados de una mano que les eduque para crear bienestar. Si es importante vivir y dejar vivir, es indispensable ayudar a vivir (cf. “Eucaristía 1990”); y esto es el núcleo de la ley: "Si yo falto al amor o falto a la justicia, me aparto infaliblemente de Ti, Dios mío, y mi culto no es más que idolatría. Para creer en Ti, tengo que creer en el amor y en la justicia; vale mil veces más creer en estas cosas que pronunciar Tu nombre. Fuera de ellas es imposible que te encuentre; y quienes las toman por guía están en el camino que lleva hasta Ti" (Henri de Lubac). La corrección fraterna que promueve Jesús hay que entenderla en este contexto: ayudarse, valorarse, animarse, corregirse con humildad y por razones que superen las simpatías o antipatías. El único móvil cristiano es el bien de los demás. Es bueno prestar mucha atención a la facilidad con que nos hundimos mutuamente, al hecho de desacreditar públicamente, a la crítica fácil cuando los demás no nos oyen o no se pueden defender... La virtud no se impone por la fuerza, sino por el amor, el respeto y la libertad. Vemos también hoy cómo todo gira alrededor de la plegaria (J. Guiteras).
1. Ez 33, 7-9 define la misión del profeta: cómo ha de ayudar a los demás. "Vida" y "muerte" significan frecuentemente en Ezequiel vida feliz y prolongada en contraposición a una vida llena de calamidades y muerte prematura. Sin embargo, no siempre el pecador es castigado por una muerte así, pues Dios "no se complace en la muerte del malvado, sino en su conversión para que siga viviendo" (18,23.31; 33.11). En el N.T., "perder y ganar la vida" se dice ya claramente en relación a la vida eterna (Lc 10,25-28). La revelación de Dios en la historia avanza progresivamente desde la liberación de la esclavitud física a la liberación del pecado, de la promesa de una tierra donde habitar a la promesa del reino de Dios, y de la prosperidad en la vida temporal a la plenitud de la vida eterna, hasta que va apareciendo en todo su sentido la fe en la inmortalidad personal. La enseñanza de este texto de Ez es, ante todo, que el hombre vive si cumple la voluntad de Dios (“Eucaristía 1990”). El profeta ha de ser un centinela, estar en vela, vigilante para la seguridad, la paz de los demás, y ha de avisar de los posibles peligros, debe saber hablar a tiempo y callar cuando no es necesario hablar: tener "discreción".
No se puede callar ante el mal, ante el peligro. Tampoco cuando hay que incitar al bien, para descubrir nuevos horizontes de perfección, de bondad, de progreso y desarrollo, tanto en lo interior como en lo exterior. Pero no podemos decir cosas obvias, o con insistencia inútil, o con moralismos que son falta de respeto al otro. El centinela tampoco ha de ser arbitrario, ni “obligar a la gente a ser buena”, simplemente avisar, como hacía un hombre de Dios: "Yo digo la verdad una sola vez. Sólo la repito si me piden de nuevo que lo haga". El resultado misterioso que es la conversión es imprevisible, y no somos responsables ante Dios de ella, sino Dios y el misterio de cada alma (Carlos Castro).
2. Salmo 94, con el que la Iglesia comienza la liturgia de las horas, representa a Jesús, al querer revivir el tiempo del desierto, lugar de la prueba, lugar de la tentación y del desafío a Dios ("Meribá y Masá" Éxodo 17,1-7; Números 20,1 -13). Durante 40 días, evocando los 40 años de la larga peregrinación en el desierto, Jesús fue tentado. Y las tres formas concretas de esta tentación eran precisamente las mismas del pueblo de Israel: la tentación del hambre, la tentación de los ídolos, la tentación de los signos milagrosos. Un día u otro, son las tentaciones de cualquier hombre. La imagen de la "roca" representa la oración, la imagen de roca sólida que Jesús utilizó varias veces. "El hombre que escucha la palabra de Dios se parece a quien construye su casa sobre la roca" (Mateo 7,24).
“Inclinaos, prosternaos”... Nada más bello que cuando alguien se arrodilla ante Dios. "Dime ante quién te inclinas"... la Alianza queda expresada así: "Él es nuestro Dios, nosotros somos su pueblo"... La “alianza” es también el anillo recíproco que llevan los esposos, símbolo corporal de pertenencia mutua, expresión de nuestra pertenencia a Dios, audacia extraordinaria del hombre religioso que imagina su relación con Dios en términos de desposorio. Aventura extraordinaria de Dios, totalmente otro, que se une amorosamente a un pueblo, a pobres humanos. "No me abandones, no me abandones," pide el amor humano y queda expresado en canción. El pecado aparece aquí como "infidelidad", negación a escuchar": “no endurezcáis el corazón”. El mal "alcanza" a Dios, "frustra" a Dios en su amor no correspondido. Y sufre, como un artesano que ve desbaratarse su obra, como un esposo ridiculizado. La advertencia severa de resistir a la tentación, es también una invitación positiva: “Hoy”... todo es posible. El pasado es pasado... El mal de ayer se acabó. Una nueva jornada comienza (Noel Quesson).
"Ojalá escuchéis hoy su voz" (Sal 94, 8)… nos conviene: somos el pueblo de Dios y él nos quiere guiar, como hace un pastor con su rebaño, para introducirnos en la tierra prometida, que es nuestro destino y felicidad. El, que nos ha pensado desde siempre, sabe cómo tenemos que caminar para vivir en plenitud, para alcanzar nuestro verdadero ser. En su amor nos sugiere qué hacer, qué no hacer y nos señala el camino a seguir. Dios nos habla como a amigos porque quiere introducirnos en la comunión con Él. Si uno escucha su voz -dice nuestro salmo en su conclusión-, entrará en el "reposo" de Dios, es decir, en la tierra prometida, en la alegría del Paraíso. Jesús se compara también a un pastor que nos conduce a cada uno a la plenitud de la vida. Él habla y sus discípulos, que lo conocen, escuchan su voz y lo siguen. A ellos les promete la vida eterna. Dios le hace sentir su voz a cada uno. Nos lo recuerda el Concilio Vaticano II: "En lo más profundo de su conciencia el hombre descubre la existencia de una ley que él no se dicta a sí mismo pero a la cual debe obedecer y, cuya voz, lo llama siempre que debe amar y practicar el bien y que debe evitar el mal; cuando es necesario le dice claramente a los sentidos del alma: haz esto, evita aquello. En realidad el hombre tiene una ley escrita por Dios en su corazón..". ¿Qué tenemos que hacer cuando Dios habla a nuestro corazón? Simplemente tenemos que ponernos a la escucha de su Palabra sabiendo que, en el lenguaje bíblico, escuchar significa adherir enteramente, obedecer, adecuarse a lo que se nos dice. Es como dejarse tomar de la mano y hacerse guiar por Dios. Podemos confiarnos a Él como un niño que se abandona en los brazos de la madre y se deja llevar por ella. El cristiano es una persona guiada por el Espíritu Santo.
"Ojalá escuchéis hoy su voz"… Enseguida después de estas palabras el salmo continua: "No endurezcáis el corazón". También Jesús ha hablado muchas veces de la dureza del corazón. Se puede oponer resistencia a Dios, uno puede cerrarse a Él y negarse a escuchar su voz. El corazón duro no se deja plasmar. A veces no se trata ni siquiera de mala voluntad. Es que cuesta reconocer "esa voz" en medio de muchas otras voces que resuenan dentro. Muchas veces el corazón está contaminado de demasiados ruidos ensordecedores: son inclinaciones desordenadas que conducen al pecado, la mentalidad de este mundo que se opone al proyecto de Dios, las modas, los "slogan" publicitarios. Sabemos lo fácil que resulta confundir las propias opiniones, los propios deseos con la voz del Espíritu en nosotros y lo fácil que es, por consiguiente, caer en caprichos y en lo subjetivo. Nunca tengo que olvidar que la Realidad está dentro de mí. Tengo que hacer callar todo en mí para descubrir la voz de Dios. Y tengo que extraer esa voz como se rescata un diamante del barro: limpiarla, sacarla a relucir y dejarse guiar por ella. Entonces también podré ser guía para otros, porque esa voz sutil de Dios que empuja e ilumina, esa linfa que sube del fondo del alma, es sabiduría, es amor y el amor se debe dar.
“Ojalá escuchéis hoy su voz"… ¿Cómo afinar la sensibilidad sobrenatural y la intuición evangélica para estar en condiciones de percibir las sugerencias de esa voz? Antes que nada, es necesario reevangelizarse constantemente acudiendo a la Palabra de Dios, leyendo, meditando, viviendo el Evangelio, para ir adquiriendo, cada vez más, una mentalidad evangélica. Aprenderemos a reconocer la voz de Dios dentro de nosotros en la medida en que aprendamos a conocerla de los labios de Jesús, Palabra de Dios hecha hombre. Y esto se lo puede pedir con la oración. Luego deberemos dejar vivir al Resucitado en nosotros, renegando a nosotros mismos, haciéndole la guerra al egoísmo, al "hombre viejo" que está siempre al acecho. Esto requiere una gran inmediatez a decir que no a todo lo que va contra la voluntad de Dios y a decirle sí a todo lo que Él quiera; no a nosotros mismos en el momento de la tentación, cortando de inmediato con sus insinuaciones y sí a las tareas que Él nos ha confiado, sí al amor hacia todos los prójimos, sí a las pruebas y a las dificultades que encontramos. Podemos, finalmente, identificar más fácilmente la voz de Dios si tenemos al Resucitado en medio de nosotros, es decir, si amamos hasta la reciprocidad, creando en todas partes oasis de comunión, de fraternidad. Jesús en medio de nosotros es como el altoparlante que amplifica la voz de Dios dentro de cada uno, haciéndola escuchar más claramente. También el apóstol Pablo enseña que el amor cristiano, vivido en la comunidad, se enriquece siempre más en conciencia y en todo tipo de discernimiento, ayudándonos a reconocer siempre lo mejor. Entonces nuestra vida estará como entre dos fuegos: Dios en nosotros y Dios en medio de nosotros. En este horno divino nos formamos y nos entrenamos a escuchar y seguir a Jesús. Una vida guiada en todo lo posible por el Espíritu Santo resulta hermosa: tiene sabor, tiene vigor, tiene mordiente, es auténtica y luminosa (Chiara Lubich).
3. Rm 13, 8-10 (Ver también miércoles de la 31ª semana). En este cap. 13, Pablo nos acaba de hablar de nuestros deberes de justicia, para con los poderes públicos, de la obediencia y de la obligación de pagar los impuestos. Ahora nos dice que no debamos nada a nadie... Pero, al escribir estas palabras, se detiene y cae en la cuenta de que hay una deuda que siempre tendremos abierta. Por eso dice: "a no ser en el amor". Y lo dice no para que nos desanimemos ante las exigencias del amor, sino para que siempre amemos más y más y no digamos nunca que ya hemos amado todo lo que debemos. Todos los preceptos y todas las leyes que definen nuestras obligaciones para con el prójimo se "recapitulan" (ésta sería la verdadera traducción de la palabra original, no "resumen" del texto litúrgico) en un mandamiento supremo: "Amarás al prójimo como a ti mismo". Es decir, si la cabeza es el miembro que sobresale en el cuerpo y que da unidad a los otros miembros a los que dirige, el mandamiento supremo del amor es también el que encabeza todos los otros mandamientos y sobresale por encima de ellos. Pablo utiliza esta palabra "recapitular" (encabezar) únicamente otra vez hablando de Cristo, que "recapitula todas las cosas" (Ef 1,10). Cristo es en el orden del ser, lo que el amor en el orden del deber: la cabeza, una realidad excelente que sobresale entre todas, las reúne y les da sentido. Pero en Xto el ser y el deber se encuentran: Cristo es ya el deber cumplido, el amor consumado. Él es el único que no debe nada a nadie ni siquiera en el amor. Todos los demás estamos en deuda respecto a los otros hombres y en camino hacia la plenitud de Cristo que nos encabeza. Si todos los mandamientos de la ley han sido dados para no dañar al prójimo, el que ama a Dios y a su prójimo cumple todos los mandamientos. De ahí que el amor sea la plenitud de la ley. Pero no olvidemos que se trata de una plenitud desbordante, del colmo de la ley. Esto quiere decir dos cosas: que no se puede amar sin haber cumplido antes todos los mandamientos, todos los deberes de justicia, y que las exigencias del amor nos hacen avanzar más allá de la simple justicia. El que ama no se limita a no dañar a nadie (“Eucaristían 1975”).
La moral cristiana no es una doctrina principalmente, sino seguir una persona: Jesús de Nazaret, en su vida de amor: "amar al prójimo como a sí mismo". Es más: “como yo os he amado”. Si el amor al prójimo debe montarse según el modelo del amor a sí mismo, también este amor al prójimo tiene que tener una fuerte impronta personalista. El prójimo no es una abstracción filosófica o literaria, sino una realidad concreta que está frente a nosotros y que no siempre tiene las características que hemos soñado para él. El prójimo no se escoge, sino que se acepta. En este sentido, la moral cristiana debería denunciar el uso idealista de la palabra "pueblo", con el que cada grupo socio-político pretende designar ese tipo de "prójimo a la medida". El prójimo es, de alguna manera, como Dios: insospechado, sorprendente y completamente "otro" (Comentarios bíblicos, Edic. Marova). Esta parte de Rm concibe la moral cristiana no como la predicación descarnada de una moral (qué hay que hacer o evitar), sino como una praxis de vida cristiana según los imperativos de la ley del amor que nunca dice basta, que sobrepasa las exigencias de la justicia y que es resumen perfecto de toda ley. Amar es cumplir la ley entera. Porque quien ama a Dios no hará nada que desagrade a Dios y quien ama al prójimo no hará nada que perjudique al prójimo. Por eso, una falta contra cualquiera de los preceptos se descubre ser una falta contra la ley del amor. Y si la moral fundada sobre los preceptos puede considerarse perfecta cuando los ha observado -lo cual conduce al fariseísmo-, la moral fundada en el amor siempre exige más porque nunca puede considerar haber cumplido todas sus exigencias (Guillermo Gutiérrez).
4. Mateo aborda un nuevo aspecto en la dinámica de la vida de los discípulos. Es la primera vez que emplea el término "hermano" para designar la relación existente entre los miembros de la comunidad de discípulos de Jesús. El pecado a que se refiere la condicional "si tu hermano peca" es, con bastante probabilidad, la ofensa o perjuicio de un hermano a otro. Los tres versículos iniciales presentan tres maneras o caminos de ganar al hermano. Detrás de los dos primeros son perfectamente reconocibles procedimientos habituales entre los judíos y sancionados por los propios libros sagrados. Para la reprensión privada ver Lev. 19,17; para la reprensión en presencia de dos o tres testigos ver Deut. 19, 15. Los procedimientos reseñados en estos tres últimos versículos son considerados habitualmente como corrección fraterna. Y ciertamente lo son, aunque son también mucho más por ir seguidos del v. 18, cuyas palabras expresan y significan el poder de perdonar los pecados: "Todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo". Estas palabras se refieren al conjunto de los procedimientos anteriores, confiriendo a éstos la condición de actos y gestos de perdón con valor ante Dios. Quedan, por último, los versículos finales 19-20. Corren el riesgo de ser leídos e interpretados como si no guardaran relación alguna con lo anterior. La propia traducción no ayuda a percibir la relación. "Os aseguro además" invita a pensar en un añadido distinto, cuando en realidad el texto griego expresa repetición: "Os repito: si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre del cielo". Los versículos finales reiteran con otras palabras la correlación de tierra y cielo, hombre y Dios, de la que ha hablado el v. 18. El ponerse, pues, de acuerdo para pedir algo no tiene en este texto un contenido indiscriminado; se refiere al acuerdo en materia de perdón. El Padre del cielo ratifica el perdón otorgado en la tierra por un hermano a otro.
Comentario. Es de todos conocido que el cap. 18 de Mateo está todo él centrado en el dinamismo que debe caracterizar a las relaciones de los discípulos de Jesús entre sí. Se trata de un capítulo genuinamente eclesial. En el texto de hoy este dinamismo recibe el nombre de perdón. Las ofensas y perjuicios entre hermanos son escándalos que conllevan pérdida de fraternidad. Esta no se recupera si el ofendido o perjudicado no gana al ofensor por la vía del perdón. Perdonar es ganar hermanos. Unirse para perdonar es tarea cristiana, probablemente la más grata al Padre del cielo (A. Benito).
La corrección fraterna es una expresión del amor del que se habla hoy; debe tener lugar primero en la intimidad, entre dos personas, con tacto y amorosamente. Si el pecador se arrepiente, habrá salvado a un hermano para la vida eterna. Según Dt 19, 15, un tribunal sólo puede condenar legítimamente si consta del delito por dos o tres testigos. En el presente caso, el testimonio debe convencer al culpable de la necesidad de hacer penitencia. El proceso sigue siendo todavía secreto. La última instancia es la "iglesia", es decir, la comunidad de los discípulos de Jesús reunida en un lugar concreto. Ella tiene poder para expulsar a uno de sus miembros (cf. 1 Cor 5, 1-5) y para admitirlo cuando se convierta de corazón (“Eucaristía 1990”).
-"Donde dos o tres están reunidos en mi nombre". He aquí la comunidad creyente: la que se reúne en nombre de Jesús. Es el ámbito de la presencia de su Señor. De aquí que la palabra que proclamamos juntos es más que recuerdo, estudio, exhortación: es presencia viva y activa del Señor. De aquí la fuerza de los sacramentos: ni ritos mágicos, ni compromisos voluntarista; es el mismo Señor quien bautiza, es él mismo quien celebra con nosotros la eucaristía, es él quien ora con nosotros y en nosotros; o mejor, nosotros oramos "por él, con él y en él". Avivemos nuestra fe: nos hemos reunido en nombre de Jesús. La Iglesia es siempre más que nuestra suma (J. Totosaus).
El pecador no descubre el perdón de Dios si no toma conciencia de la misericordia de Dios que actúa en la Iglesia y en la asamblea eucarística. Los miembros de una y otra no viven tan solo una solidaridad nacional que les obligaría a perdonar tan solo a sus hermanos; están incorporados a una historia que arrastra a todos los hombres hacia el juicio de Dios y que no es otra cosa que su perdón ofrecido en el tiempo hasta su culminación eterna (Maertens-Frisque). Aquí Jesús revela el sentido profundo de esa ayuda, que también explica Agustín al comentar este pasaje de Mt 18,15-20: ¿Acaso eres justo tú porque él calla? “Hay algo realmente grave. Los hombres desprecian de tal modo la medicina del perdón, que no sólo no perdonan cuando se les ofende, sino que tampoco quieren pedirlo cuando ellos pecan. Penetró la tentación y se apoderó la ira de ellos. De tal manera les dominó el deseo de venganza, que no sólo se apoderó de su corazón, sino que hasta la lengua vomitó ultrajes y crímenes... ¿No ves hasta dónde te arrastró, a dónde te precipitó? Adviértelo y corrígete. Confiesa: «Hice mal»; confiesa: «Pequé». Si confiesas tu pecado, no morirás; sí, si no lo confiesas. Cree a Dios, no a mí. ¿Qué soy yo? Soy un hombre, hermano vuestro, soy un enfermo y soporto la carne: todos debemos creer a Dios. Miraos a vosotros mismos. El mismo Cristo dice: Si peca tu hermano, corrígele a solas. Si no te escucha, lleva contigo a otros dos o tres. En la boca de dos o tres testigos estriba la verdad de toda palabra. Si tampoco les oye a ellos, avisa a la comunidad. Y si tampoco escucha a la comunidad, sea para ti como un pagano y publicano (Mt 18,15-17). El pagano es un gentil; y gentil es aquel que no cree en Cristo. Si no escucha a la comunidad, dale por muerto.
Pero he aquí que vive, que entra en la Iglesia, que hace la señal de la cruz, que se arrodilla, que ora y se acerca al altar. A pesar de todo eso, tenlo por pagano y publicano. No hagas caso de esas falsas señales de vida. Está muerto. ¿De qué vive, cómo vive, si desprecia esta medicina? Si yo dijera a alguno delante de vosotros: «Tú hiciste eso», me responderá enseguida: «¿Por qué obras así? Debías habérmelo dicho en secreto; podías haberme indicado a solas que obraba mal, podía haber visto mi pecado yo solo. ¿Por qué me arguyes en público?» «Ya lo hice y no te corregiste. Ya lo hice y sigues obrando el mal. Lo hice y sigues creyendo en el interior de tu conciencia que obrabas bien». ¿Acaso eres tú justo porque él calla? ¿Acaso no hiciste nada malo, porque él no juzga en el momento presente? ¿Sigues sin temblar ante aquellas palabras: te argüiré? ¿No temes aquellas otras: te pondré ante tus propios ojos?
«El juicio está lejano», dices. ¿Quién te ha dicho que lo está? ¿Acaso porque esté lejano el día del juicio está lejano también tu propio juicio? ¿Cómo sabes cuándo ha de llegar? ¿No se echaron muchos a dormir y no se levantaron jamás? ¿No llevamos en nuestra propia carne la misma muerte? El vidrio, aunque frágil, dura mucho tiempo si se le trata con cuidado; y de esa manera encuentras copas de abuelos y bisabuelos, en las que aún beben nietos y bisnietos. Tan gran fragilidad, cuidada, ha llegado a ser añosa. Nosotros; por el contrario, somos hombres y estamos expuestos a innumerables peligros cotidianos.
Y aunque no nos sobrevenga la muerte repentina, lo cierto es que no podemos vivir por largo tiempo. La vida humana en su totalidad es breve: desde la infancia hasta la ancianidad. Aunque Adán viviera todavía y debiera morir hoy, ¿qué hubiera ganado con haber vivido tanto? A todo esto debes añadir que el mismo día presente, aunque bullicioso por naturaleza, resulta incierto por una especie de enfermedad radical. A diario mueren hombres. Los vivos los llevan a enterrar, celebran sus funerales y se prometen a sí mismos una larga vida. Nadie dice: « Me corregiré, no sea que mañana esté yo como éste a quien hemos acompañado al cementerio». A vosotros os agradan las palabras, pero yo busco los hechos. No me entristezcáis con vuestras costumbres perversas, ya que mi deleite en la vida presente no es otro que vuestra digna vida”.

Sábado de la semana 22ª del tiempo ordinario. Dios nos ha reconciliado para haceros santos, sin mancha. Que no nos quedamos aprisionados en intrincada

Sábado de la semana 22ª del tiempo ordinario. Dios nos ha reconciliado para haceros santos, sin mancha. Que no nos quedamos aprisionados en intrincadas normativas farisaicas


Carta del apóstol san Pablo a los Colosenses 1,21-23. Hermanos: Antes estabais también vosotros alejados de Dios y erais enemigos suyos por la mentalidad que engendraban vuestras malas acciones; ahora, en cambio, gracias a la muerte que Cristo sufrió en su cuerpo de carne, Dios os ha reconciliado para haceros santos, sin mancha y sin reproche en su presencia. La condición es que permanezcáis cimentados y estables en la fe, e inamovibles en la esperanza del Evangelio que escuchasteis. En el mismo que se proclama en la creación entera bajo el cielo, y yo, Pablo, fui nombrado su ministro.

Salmo 53,3-4.6 y 8. R. Dios es mi auxilio.
Oh Dios, sálvame por tu nombre, sal por mí con tu poder. Oh Dios, escucha mi súplica, atiende a mis palabras.
Pero Dios es mi auxilio, el Señor sostiene mi vida. Te ofreceré un sacrificio voluntario, dando gracias a tu nombre, que es bueno.

Santo evangelio según san Lucas 6,1-5. Un sábado, Jesús atravesaba un sembrado; sus discípulos arrancaban espigas y, frotándolas con las manos, se comían el grano. Unos fariseos les preguntaron: -«¿Por qué hacéis en sábado lo que no está permitido?» Jesús les replicó: -«¿No habéis leído lo que hizo David, cuando él y sus hombres sintieron hambre? Entró en la casa de Dios, tomó los panes presentados, que sólo pueden comer los sacerdotes, comió él y les dio a sus compañeros.» Y añadió: -«El Hijo del hombre es señor del sábado.»

Comentario: 1.- Col 1,21-23. Del himno cristológico saca ahora Pablo consecuencias para la comunidad. Antes de tener fe en Cristo eran "alienados de Dios y enemigos suyos, por la mentalidad que engendraban vuestras malas acciones", pero gracias a ese Cristo que murió en la cruz por todos, "habéis sido reconciliados con Dios" y ahora son "un pueblo santo sin mancha y sin reproche". Pero queda todavía algo por hacer: "que permanezcáis cimentados y estables en la fe, e inamovibles en la esperanza". No basta empezar. También nosotros creemos en Jesús y nos sentimos reconciliados con Dios. Pero nos falta mucho para llegar a ser ese "pueblo sin mancha y sin reproche", superando "la mentalidad de las malas acciones" que también nos tienta a nosotros. Día tras día estamos empeñados en el compromiso de permanecer firmes en la fe y en la esperanza, de actuar en la vida en coherencia con nuestra fe, de llevar a la práctica ese evangelio, esa Buena Noticia que nos ha traído Jesús y que la Iglesia -Pablo y otros muchos después de él- predican en todo el mundo.
La humanidad Santísima del Señor es instrumento salvdaor: mediante la pasión y muerte “sufrida en su cuerpo de carne” (v 22) nuestro Señor venció al pecado y obtuvo las gracias necesarias para limpiar al hombre de sus culpas y para que pudiera presentarse ante Dios. Esto está lejos del espiritualismo, del dualismo que sufrían esos primeros cristianos: “Dios os llama a servirle en y desde las tareas civiles, materiales, seculares de la vida humana: en un laboratorio, en el quirófano de un hospital, en el cuartel, en la cátedra universitaria, en la fábrica, en el taller, en el campo, en el hogar de familia y en todo el inmenso panorama del trabajo, Dios nos espera cada día. Sabedlo bien: hay un algo santo, divino, escondido en las situaciones más comunes, que toca a cada uno de vosotros descubrir. Yo solía decir a aquellos universitarios y a aquellos obreros que venían junto a mí por los años treinta, que tenían que saber materializar la vida espiritual. Quería apartarlos así de la tentación, tan frecuente entonces y ahora, de llevar como una doble vida: la vida interior, la vida de relación con Dios, de una parte; y de otra, distinta y separada, la vida familiar, profesional y social, plena de pequeñas realidades terrenas. ¡Que no, hijos míos! Que no puede haber una doble vida, que no podemos ser como esquizofrénicos, si queremos ser cristianos: que hay una única vida, hecha de carne y espíritu, y ésa es la que tiene que ser -en el alma y en el cuerpo- santa y llena de Dios: a ese Dios invisible, lo encontramos en las cosas más visibles y materiales. No hay otro camino, hijos míos: o sabemos encontrar en nuestra vida ordinaria al Señor, o no lo encontraremos nunca. Por eso puedo deciros que necesita nuestra época devolver -a la materia y a las situaciones que parecen más vulgares- su noble y original sentido, ponerlas al servicio del Reino de Dios, espiritualizarlas, haciendo de ellas medio y ocasión de nuestro encuentro continuo con Jesucristo.
El auténtico sentido cristiano -que profesa la resurrección de toda carne- se enfrentó siempre, como es lógico, con la desencarnación, sin temor a ser juzgado de materialismo. Es lícito, por tanto, hablar de un materialismo cristiano, que se opone audazmente a los materialismos cerrados al espíritu” (San Josemaría).
"En otro tiempo fuisteis extraños", extranjeros. Extraños a vosotros mismos, en la imposibilidad en que estabais de corresponder realmente a vuestros deseos y a vuestros sueños de hacer coincidir vuestro obrar con vuestra libertad, de comprender cuál era vuestro porvenir y de establecerlo con firmeza. Extraños a los demás, en la imposibilidad de no considerarlos sino como rivales o enemigos, en la imposibilidad de establecer con ellos solidaridades reales. Extraños a Dios en la imposibilidad de no percibirlo sino como un Dueño todopoderoso que vigila implacablemente por el buen orden del mundo. "Fuisteis extraños, pero Dios os ha reconciliado ahora por medio de Cristo". Reconciliación con vosotros mismos, ya que conocéis ahora que sois más que vuestro pasado, que sois capaces de futuro; más que vuestros fracasos, capaces de conversión; más que vuestras incomprensiones, capaces de una identidad insospechada. Reconciliación con los demás en la revelación de que sois hermanos los unos de los otros, tributarios de una misma gracia, engendrados por una misma y única ternura, miembros de un solo cuerpo: os habéis hecho capaces los unos de los otros. Reconciliación con Dios: en la posibilidad ofrecida de corresponder a su voluntad mediante un abandono en su misericordia; en la certeza de ser amados sin reticencias y sin vuelta atrás: os habéis hecho capaces de ser hijos. En Cristo hemos cruzado una frontera: ¡os habéis hecho capaces del Evangelio! Entonces, no os dejéis apartar de la esperanza que habéis recibido. No volváis a someteros a la esclavitud del miedo que os hace dudar de vosotros mismos, del fatalismo que os hace decir: "¿De qué sirve todo esto?"; no volváis a someteros a la esclavitud del realismo destructor de sueños y de la fría lucidez que adormece todos los entusiasmos. No os refugiéis en vuestros territorios bien defendidos, en la seguridad tras esas barreras que son vuestras prisiones, haciendo valer vuestros privilegios, dejando a un lado vuestras obligaciones por mantener vuestros derechos. No os dejéis apartar de la esperanza, encerrando a Dios en sus fronteras y levantando a la tierra contra el cielo. Os pondríais de nuevo bajo el yugo de una ley de muerte, después de haber saboreado en Cristo la vida (Noel Quesson).
Dios os ha hecho capaces de ser vosotros mismos, de ser hijos, de ser hermanos. -Hermanos, erais en otro tiempo extraños a Dios... erais incluso sus enemigos, con esos pensamientos que os inducían al mal. Los colosenses son cristianos recientes. Recuerdan su vida anterior: que no era hermosa. La expresión es fuerte, violenta: «enemigos de Dios»... «con pensamientos de hacer el mal»... Para experimentar todo el beneficio que supone la salvación, es preciso tomar conciencia del peligro mortal del que uno se ha salvado. Esa terrible situación de naufragio se resume en estas dos palabras: «extraños a Dios», «enemigos de Dios»... Para el hombre, creado para vivir en Dios, el hecho de estar «sin-Dios» es la peor desgracia. Madeleine Delbrel expresó ese drama del ateísmo en términos inolvidables: «Se ha dicho: Dios ha muerto. Esto requiere tener la honestidad de no seguir viviendo como si El viviese. Se saldó la cuestión respecto a él: falta saldarla respecto a nosotros... Todos estamos próximos a la única verdadera desgracia ¿tendremos o no agallas para decírnoslo?... ¿No sería una falta de tacto decirle a un moribundo: «Buenos días» o «Buenas tardes»?... Por lo tanto se le dice: «Hasta la vista», o «Adiós»... mientras no se haya aprendido a decir: «A ninguna parte»... «A la nada absoluta»...
-Y he ahí que ahora Dios os ha reconciliado con El... Se ha reanudado el contacto. Espontáneamente las religiones ordinarias piensan: puesto que la divinidad ha sido lesionada por el pecado del hombre, éste debe expiar, acercarse a Dios. El Nuevo Testamento nos dice lo contrario. No es el hombre el que se acerca a Dios con una ofrenda compensadora, es Dios quien ofrece al hombre la reconciliación. Todo el evangelio nos repite que no son los hombres los que se reconcilian con Dios, sino Dios quien les reconcilia con El. Es Dios quien busca al hombre... Es Dios quien hace el gasto de la reconciliación. ¡Gracias Señor!
-Gracias al cuerpo humano de Cristo y por su muerte... El pagó el precio. Redención «costosa». ¡Y cuán costosa! «Cristo me amó y se entregó por mí...» (Gal 8,31-39).
-Para presentaros santos, inmaculados e irreprensibles delante de El. El punto de partida era una hostilidad, una separación. Y la finalidad: es la amistad, la intimidad con Dios, la participación a su santidad, a su felicidad, a su invencibilidad victoriosa. Haz, Señor, que sueñe con frecuencia en esa perspectiva que se abre ante mí, como se abre ante todo ser humano. La humanidad va hacia ella.
-Con tal que permanezcáis sólidamente cimentados en la fe. Porque no se trata solamente de soñar. Hay que participar. Hay que construir ese porvenir con Dios, que El quiere para nosotros pero que no quiere construir sin nosotros. La Fe es nuestra correspondencia a ese proyecto divino.
-Firmes e inconmovibles en la esperanza del Evangelio que oísteis, que ha sido proclamado a toda criatura bajo el cielo y del que yo, Pablo, he llegado a ser ministro. Cuando se ha oído una «buena noticia», se la entretiene en la mente como algo precioso. Pero el Evangelio no hay que guardarlo en exclusiva para sí. No olvidemos que va dirigido a todo criatura bajo el cielo, que es ofrecido a todos sin excepción alguna. ¿Cual es mi participación en esa evangelización? (Noel Quesson).
A quienes vivíamos lejos del Señor y sin la esperanza que le daba al Pueblo elegido de disfrutar de la salvación, Dios nos llamó, en Cristo Jesús, reconciliándonos mediante su muerte, para que también nosotros fuésemos presentados como una ofrenda santa, inmaculada e irreprensible ante Dios, participando así de la misma entrega del Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Puesto que, por pura gracia, hemos sido hechos partícipes de la Vida que en Cristo Dios ofrece a todo el mundo, procuremos que esa gracia no caiga en nosotros como en sacos rotos, o vasijas agrietadas que no pueden retener el agua. Permanezcamos firmes en nuestra profesión de fe, hecha no sólo con los labios, sino manifestada también con nuestra vida convertida en un testimonio de que el Señor habita en nosotros y de que nosotros somos, en Cristo, hijos de Dios. Es cierto que constantemente nos acecharán infinidad de tentaciones queriendo hacernos tropezar y apartar del camino recto; por eso hemos de permanecer constantemente vigilantes y, sabedores de nuestras propias miserias, hemos de estar, también, en una constante conversión que nos conduzca a una unión más plena con el Señor, para poder convertirnos en ministros puestos al servicio del Evangelio, mediante lo cual colaboremos para que todos recobren la esperanza y se esfuercen en vivir, con un compromiso de lealtad, la fe que han o hayan de depositar en Cristo.
2. Sal. 53. Con el salmo, ponemos nuestra confianza en Dios, que es quien nos da la fuerza para seguir con este programa de crecimiento: "escucha mi súplica. Dios es mi auxilio, el Señor sostiene mi vida". Gracias sean dadas a Dios nuestro Padre, ya que por medio de Jesucristo, nuestro Dios y Señor, nos ha liberado de la mano de nuestros enemigos. Quien acude al Señor y en Él confía, jamás se sentirá defraudado, pues por los huesos del justo vela Dios y Él salva a quienes le viven fieles. Por eso acudamos al Señor con una oración sincera, no sólo para pedirle su protección y ayuda, sino también para escucharle y poner en práctica su Palabra; entonces, en verdad, seremos amigos de Dios y Él hará su morada en nosotros.
“Salvar” y “hacer justicia” indican que la justicia divina es la salvación, igual que “nombre” de Dios indica también su “poder” sobre el cielo y la tierra.
El Catecismo, 614 habla de este sentido sacrificial: “Este sacrificio de Cristo es único, da plenitud y sobrepasa a todos los sacrificios (cf. Hb 10, 10). Ante todo es un don del mismo Dios Padre: es el Padre quien entrega al Hijo para reconciliarnos con él (cf. Jn 4, 10). Al mismo tiempo es ofrenda del Hijo de Dios hecho hombre que, libremente y por amor (cf. Jn 15, 13), ofrece su vida (cf. Jn 10, 17-18) a su Padre por medio del Espíritu Santo (cf. Hb 9, 14), para reparar nuestra desobediencia”.
3.- Lc 6,1-5. Esta vez, la discusión es sobre el sábado. Jesús apreciaba el sábado y, como buen judío, lo había incorporado a su espiritualidad: por ejemplo, iba cada semana a la sinagoga, a rezar y a escuchar la Palabra de Dios con los demás. Y cumplía seguramente las otras normas relativas a este día. Bien vivido, el sábado era y sigue siendo un día sacramental de auténtica gracia para los judíos. Pero lo que aquí critica Jesús es una interpretación exagerada del descanso sabático: ¿cómo puede ser contrario a la voluntad de Dios el tomar en la mano unas espigas, restregarlas y comer sus granos, cuando se siente hambre? El argumento que él aduce es el ejemplo de David y sus hombres, a quienes el sacerdote del santuario les dio a comer "panes sagrados", aunque en principio no eran para ser comidos así (1 Sam 21). Jesús habla realmente con autoridad y poder. Se atreve a reinterpretar una de las instituciones más sagradas de su pueblo. Pero sobre todo les debió saber muy mal a los fariseos la última afirmación: "el Hijo del Hombre es señor del sábado".
Es una difícil sabiduría distinguir entre lo que es importante y lo que no. Guardar el sábado como día de culto a Dios, día de descanso en su honor, día de la naturaleza, día de paz y vida de familia, día de liberación interior, sí era importante. Que no se trabajara el sábado en la siega era una cosa, pero que no se pudieran tomar y comer unos granos al pasar por el campo, era una interpretación exagerada. No valía la pena discutir y perder la paz por eso. Es un ejemplo de lo que ayer nos decía Jesús respecto al paño nuevo y a los odres nuevos. Cuántas ocasiones tenemos, en nuestra vida de comunidad, de aplicar este principio. Cuántas veces perdemos la serenidad y el humor por tonterías de estas, aferrándonos a nimiedades sin importancia. Lo que está pensado para bien de las personas y para que esponjen sus ánimos -como la celebración del domingo cristiano- lo podemos llegar a convertir, por nuestra casuística e intransigencia, en unas normas que quitan la alegría del espíritu. El domingo es un día que tiene que ser todo él, sus veinticuatro horas, un día de alegría por la victoria de Cristo y por nuestra propia liberación. Con la Eucaristía comunitaria en medio, pero con el espíritu liberado y gozoso: un espíritu pascual. El legalismo exagerado también puede matar el espíritu cristiano. Por encima de todo debe quedar la misericordia, el amor (J. Aldazábal).
"El Hijo del hombre es Señor del sábado". Como el Esposo está ahí, ha llegado el tiempo de la boda y ha pasado la época de las referencias antiguas. Al atardecer del día sexto, Dios había descansado para consagrar la creación, y los hombres habían consagrado el sábado para alabar a Dios por sus maravillas. Un día para santificar el tiempo... Como Jesús está ahí, toda la vida del hombre se define como "santa": es tiempo del hombre y tiempo de Dios. En adelante, nada de cuanto es humano es ajeno a Dios.
Escándalo de nuestra fe: ya no hay separación entre lo profano y lo sagrado. Los contemporáneos de los primeros cristianos tenían razón al acusarles de ateísmo. El Evangelio no es una religión ordinaria ni administra sentimientos religiosos. La religión que emana del sentimiento religioso acapara a Dios; se le adora, se le teme, se le invoca, se le desea; pero El está lejos, fuera de nuestros asuntos de hombres. Siguiendo a los profetas, Jesús trastoca esta imagen: la religión procede de la fe, de la acogida de una palabra.
Entrar en contacto con Dios no exige ya que salgamos de nuestra condición de hombres, ya que Dios ha entrado en la historia haciéndose palabra de hombre, de un hombre pequeño. Inversión increíble de la fe, que en vez de levantar una barrera entre el mundo de la tierra y el de Dios, santifica la condición mundana del hombre. ¿Cómo hemos podido, entonces, hacer de Dios un enemigo o un rival del hombre? ¡Qué mal hemos sabido interpretar el significado de todo el trabajo de los hombres y de las mujeres que se esfuerzan por hacer la tierra habitable y humana! Ahí, en esa laboriosa gestación, está el lugar en donde viene la Palabra y en donde surge el Espíritu.
"El Hijo del hombre es Señor del sábado". Con ese gesto, Jesús hacía de la encarnación algo distinto de una teoría de teólogos: la vida de los hombres es el único lugar en donde habla Dios (San Terrae).
Ya hemos meditado este episodio, relatado por los tres evangelios sinópticos. Lucas, que escribía para paganos, poco habituados al legalismo judío, resume la escena sin repetir todos los argumentos sacados de la Ley y que Mateo relataba para sus lectores palestinos (Mateo 12, 5-7)
-Un sábado atravesaba Jesús por unos campos de trigo. Jesús en plena naturaleza estival, al iniciarse la recolección.
-Sus discípulos arrancaban espigas y, frotándolas con las manos, se comían el grano. Gesto tan natural, tan anodino, tan sencillo, tan maquinal. ¡Es agradable mascar un grano de trigo tan harinoso!
-Unos fariseos les dijeron: "¿Por qué hacéis lo que no está permitido en sábado?" No es éste el primer caso en el que Jesús parece violar la regla sabática. A menudo Jesús se encontró con gente de mente estrecha que interpretaba, a su manera minuciosa, las prescripciones rituales. De hecho, sin embargo, no puede decirse que Jesús infringiera la Ley de Moisés, porque en ninguna parte estaban formuladas tales interdicciones. Pero las tradiciones, la Mischná, al correr de los tiempos habían añadido toda clase de detalles a la Ley: ¡se contaba con treinta y nueve gestos prohibidos en sábado! No deja de tener importancia pensar que Jesús nos ha liberado también de todo esto. El hombre tiene una fastidiosa tendencia a dar una importancia desmesurada a los "medios", olvidando a veces el fin. Debo atenerme a lo esencial. En mi Fe, en las costumbres religiosas, en los ritos, he de ver primero su finalidad, su objetivo profundo... y pensar que los modos de expresión pueden cambiar.
-Jesús contestó: La libertad de Jesús frente a las prescripciones de detalle no es pues un simple reflejo espontáneo: es una actitud reflexiva, que El mismo justificará. -¿No habéis leído lo que hizo David, cuando él y sus hombres sintieron hambre? Entró en la casa de Dios, tomó los panes dedicados -que sólo a los sacerdotes les está permitido comer-, comió él y les dio a sus hombres. ¡Esa respuesta debió parecer especialmente escandalosa! ¿Por qué? Era la justificación de la violación de los ritos sagrados ¡apoyándose solamente en el "hambre"! Porque tenían hambre hicieron lo que estaba prohibido. Sí, en la obra de Dios no hay dos momentos opuestos. Lo que Dios quiere es que el hombre "viva". Cuando Dios lo creó con estómago, y cuando le dio los frutos y los animales como alimento, empezaba ya su gran Proyecto... y cuando Dios pide al hombre que se encuentre con El en los ritos sagrados, continúa su mismo Proyecto... ¡Cuánto realismo en esa respuesta de Jesús! ¿Cómo ha podido el cristianismo parecer a veces deshumanizante, menospreciador del cuerpo y de las realidades humanas? Mi cuerpo, ¿es importante para mí? ¿Qué haría sin él? Incluso la oración, la actividad mas espiritual, es imposible sin ese buen compañero. Y "el Verbo se hizo carne", se hizo cuerpo.
-Y Jesús añadió: "EI Hijo del hombre es señor del Sábado." ¡Dios bien sabía que el sábado era una institución sagrada! Ahora bien, Jesús afirma tener derecho a rechazar los detalles rituales concernientes al sábado para volver a encontrar la intención primitiva del legislador. Hoy también, si la Iglesia introduce algún cambio en sus costumbres, lo hace siempre apelando a una tradición más profunda (Noel Quesson).
Es curioso el afán que tenemos de "espiar" a los demás para "valorar" su "fidelidad a la Ley", y son los que le quieren mal… ya decía S. Cirilo de Alejandría: “¡Oh fariseo!, ves al que hace cosas prodigiosas y cura a los enfermos en virtud de un poder superior y tú proyectas su muerte por envidia”. Hoy continúa el Evangelio de San Lucas abundando en el mismo tema. Jesús y los suyos tienen algo importantísimo, vital, que hacer: anunciar el Reino, llevar la Buena Noticia a los pobres, consolar a los que sufren, llevar la salvación a todos. En este empeño los sorprende el sábado sin haber podido reservar para sí mismos el tiempo indispensable para proveerse de algo que comer. El hambre puede con ellos y, al atravesar unos sembrados, comienzan a desgranar espigas y a comérselas. ¡Mal asunto! Salidos de la nada aparecen los "fieles" y se les echan encima: ¡"Habéis quebrantado la Ley! ¡Habéis hecho lo que no está permitido en sábado! Habéis preferido vuestros estómagos a la sagrada observancia." Afortunadamente, no pueden con Jesús. El Amor repara más en el hambre que en la Ley y su frase "el hijo del hombre es Señor también del sábado" viene decirnos que nadie puede arrogarse el monopolio de la interpretación de la voluntad de Dios. Recordemos lo que Pablo nos decía ayer: "¡No juzguéis antes de tiempo, dejad que venga el Señor!" Cabe, indudablemente, (no tenemos la clarividencia de Jesús) el riesgo de equivocarnos. Pero os confieso que, personalmente, prefiero equivocarme desde el amor y la misericordia que desde la observancia o la rigidez. No se trata de relativizar, como si todo diera lo mismo. Se trata de cultivar la conciencia de la propia fragilidad, de la propia e incesante necesidad de perdón, de la certeza de sólo Dios puede ver hasta el fondo nuestras intenciones y... las de los demás. Hagámonos "tontos por Cristo", para utilizar la expresión de Pablo en la Primera Lectura, y aprendamos a responder siempre con bondad. No es fácil. Pero podemos intentarlo con la fuerza de la Fe y la seguridad que hoy nos llega en las palabras del salmo: "El Señor está cerca de los que lo invocan, de los que lo invocan sinceramente". Clamemos a El: su Amor nos sostendrá (Olga Elisa Molina).
Como rezaba Charles Peguy: Tenemos que salvarnos todos juntos. Todos hemos de llegar juntos a la casa del Padre. ¿Qué nos diría el Padre si nos viera llegar a unos sin los otros?
Las prescripciones legales habían llegado a tal grado que indicaban que quien cortara espigas en sábado, siendo peregrino, podía comerse los granitos uno a uno, pero no podía restregar la espiga entre las manos, pues eso sería tanto como ponerse a trabajar, lo cual no se permitía en Sábado. Para quien vive en Cristo lo más importante es el hombre, velar por él, por su bienestar, hacerle el bien y no el mal. Pues de nada aprovecha el sentarse ritualmente en Sábado para después dedicarse a hacer el mal y a provocar injusticias en los demás días. Ya el Señor había denunciado este mal por medio del profeta Amós poniendo en boca de los malvados el siguiente discurrimiento: ¿Cuándo pasará el novilunio para poder vender el grano, y el sábado para dar salida al trigo, para achicar la medida y aumentar el peso, falsificando balanzas de fraude, para comprar por dinero a los débiles y al pobre por un par de sandalias, para vender hasta el salvado del grano? El Señor, dueño del sábado, nos invita llegar a él como a un día que le consagramos para permanecer en su presencia procurando el bien de todos y poder llegar a la posesión del Sabath eterno, al cual entraremos después de haber trabajado haciendo el bien y no sólo quedándonos en exterioridades que nos dejarían muy lejos del Señor y de su Descanso.
En esta Eucaristía el Señor nos hace participar de su Pan, Pan de vida eterna, que no está ya reservado a nadie. Todos podemos entrar en comunión de vida con el Señor. Celebrar la Eucaristía es vivir por anticipado la Gloria que nos espera en el gozo eterno junto a Dios donde ya no habrá fatigas, ni luto ni llanto, sino sólo gozo y paz en el Señor. Por eso aprendamos a esforzarnos continuamente para que el Reino de Dios llegue a todos. Contemplemos a Cristo que por nosotros subió a la Cruz para reconciliarnos a todos con Dios y hacernos hijos suyos. Contemplémoslo lleno de la Gloria que le corresponde como a Unigénito del Padre, ya que, después de padecer por nosotros, ahora vive, resucitado y glorificado para siempre. Participar de la Eucaristía nos compromete a caminar hacia la participación de esa misma glorificación siguiendo las mismas huellas de Cristo, pues para llegar a donde Él ya nos precedió, es necesario que tomemos nuestra propia cruz de cada día y vayamos tras de Él.
Encontrándonos con el Señor no podemos llegar a su presencia para pasar sólo un momento de paz interior ante Él. Venimos a comprometernos a que, mientras Él vuelva, fortalecidos con el Pan de Vida, y participando del mismo Espíritu Santo, velaremos por el bien de nuestros hermanos. En este hacer el bien jamás nos daremos descanso. El Reino de Dios sufre violencia, y sólo los violentos, los esforzados, van a lograr apoderarse de él. Por eso, día a día, momento a momento, debemos anunciar el Evangelio a todos los hombres; y esa proclamación la llevaremos a cabo mediante nuestras palabras, obras, actitudes y mediante nuestra vida misma. No anunciemos un evangelio que esclavice a quienes lo acepten queriendo hacerlos cumplir con detalles que nada tienen que ver con la fe. Enseñémosles a amar a Cristo, a unir su vida a Él mediante la Liturgia que nos hace partícipes, ya desde ahora, de los bienes eternos; enseñémosles a amar a todas las personas, sin distinción, de tal forma que haya esa preocupación constante de unos por otros para que, haciéndose realidad entre nosotros el amor fraterno, podamos construir un mundo más justo, más fraterno que, ya desde ahora, se convierta en un reflejo de lo que es la eternidad junto a Dios. El Señor, sin distinción, nos llama para que participemos de su vida y permanezcamos en una fe firme, no endeble; en una esperanza que nos haga convertirnos día a día, en un Evangelio viviente del amor del Padre; y en un amor verdadero que nos haga, no poner trabas ni límites a ese amor, sino que, no sólo demos palabras y explicaciones bien elaboradas del Evangelio, sino incluso nuestra propia vida para que todos tengan vida, y la tengan en abundancia.
Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de hacer el bien en todo momento y en toda circunstancia; pues en esta labor no podemos darnos descanso alguno, recordando lo que nos advierte el Señor: Mientras uno duerme el enemigo siembra la cizaña. No permitamos que por nuestros descuidos en lugar de convertirnos en luz para el mundo, lo dejemos a la deriva en sus tinieblas y tropiezos. Que Dios nos conceda estar, más bien, siempre al servicio de su Evangelio. Amén (www.homiliacatolica.com).

jueves, 1 de septiembre de 2011

Viernes de la semana 22ª del tiempo ordinario: Todo fue creado por medio de Cristo Jesús, imagen de Dios, por él y para él. Llegó el día en que vino a

Viernes de la semana 22ª del tiempo ordinario: Todo fue creado por medio de Cristo Jesús, imagen de Dios, por él y para él. Llegó el día en que vino al mundo el Mesías, y hay que hacer fiesta y acogerlo, abrir el corazón sin miedo, quitar las cosas viejas

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses 1,15-20. Cristo Jesús es imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura; porque por medio de él fueron creadas todas las cosas: celestes y terrestres, visibles e invisibles, Tronos, Dominaciones, Principados, Potestades; todo fue creado por él y para él. Él es anterior a todo, y todo se mantiene en él. Él es también la cabeza del cuerpo: de la Iglesia. Él es el principio, el primogénito de entre los muertos, y así es el primero en todo. Porque en él quiso Dios que residiera toda la plenitud. Y por él quiso reconciliar consigo todos los seres: los del cielo y los de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz.

Salmo 99,2.3.4.5. R. Entrad en la presencia del Señor con vítores.
Aclama al Señor, tierra entera, servid al Señor con alegría, entrad en su presencia con vítores.
Sabed que el Señor es Dios: que él nos hizo y somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño.
Entrad por sus puertas con acción de gracias, por sus atrios con himnos, dándole gracias y bendiciendo su nombre.
«El Señor es bueno, su misericordia es eterna, su fidelidad por todas las edades.»

Santo evangelio según san Lucas 5, 33-39. En aquel tiempo, dijeron a Jesús los fariseos y los escribas: -«Los discípulos de Juan ayunan a menudo y oran, y los de los fariseos también; en cambio, los tuyos, a comer y a beber.» Jesús les contestó: -«¿Queréis que ayunen los amigos del novio mientras el novio está con ellos? Llegará el día en que se lo lleven, y entonces ayunarán.»Y añadió esta parábola: -«Nadie recorta una pieza de un manto nuevo para ponérsela a un manto viejo; porque se estropea el nuevo, y la pieza no le pega al viejo. Nadie echa vino nuevo en odres viejos; porque el vino nuevo revienta los odres, se derrama, y los odres se estropean. A vino nuevo, odres nuevos. Nadie que cate vino añejo quiere del nuevo, pues dirá: "Está bueno el añejo."»

Comentario: 1.- Col 1,15-20 (ver domingo 15 C). La página que meditaremos hoy es un Himno, que sin duda cantaban los primeros cristianos, pues tiene ritmo como un poema: celebra la grandeza universal de Cristo, en el orden de la creación y en el orden de la resurrección, alrededor del pivote histórico universal que es la cruz. Pablo eleva un himno a Cristo, que nosotros repetimos -junto con parte del pasaje de ayer- en Vísperas de cada miércoles. Quiere completar el conocimiento que ya tienen los Colosenses con una mirada más profunda sobre quién es Cristo en el plan de Dios:
- Cristo es imagen de Dios invisible,
- primogénito de toda la creación, porque todo fue creado "por medio de él", "por él y para él",
- es anterior a todo y todo se mantiene en él: existe antes que nada y todo consiste por él,
- es cabeza de la Iglesia,
- el primogénito de los resucitados, el primero en todo,
- en él reside toda plenitud, según la voluntad de Dios
- y en él ha quedado todo reconciliado con Dios, por la sangre de su cruz.
Cristo como centro del cosmos y de la Iglesia, el primero en la creación y en la salvación.
Parece la respuesta de Pablo a las corrientes gnósticas de Colosas, que ponían a los ángeles o a los espíritus astrales por encima de Cristo.
Es un himno cristológico profundo, misterioso y consolador para nosotros. A los 2000 años de la venida del Señor, es bueno que asumamos esta comprensión de Pablo: Cristo es el que da sentido a todo, a lo cósmico y a lo humano y a lo eclesial. Sólo en él está la clave para entender el plan creador y salvador de Dios, o sea, nuestra identidad como personas y como cristianos, nuestro presente y nuestro destino final. Ojalá supiéramos también nosotros transmitir con el mismo entusiasmo que Pablo nuestra fe en Cristo Jesús, en medio de este mundo que también parece dar prioridad a otros valores en su comprensión del mundo y de la historia.
Muestra la primacía de Cristo. “Frente a las propuestas equivocadas de salvación que ofrecían algunas doctrinas se exalta el misterio de Cristo y su misión redentora. Estos versículos constituyen un bellísimo himno al señorío de Jesucristo sobre toda la creación. En la primera estrofa (vv 15-17) se afirma que el dominio de Cristo abarca al cosmos en todo su conjunto, como consecuencia de su acción creadora. El texto evoca el prólogo de Jn y el comienzo del Gn. En la segunda estrofa (vv 18-20) se presenta la nueva creación mediante la gracia, obtenida por Cristo con su muerte en la cruz. Él es Mediador y Cabeza de la Iglesia. Cristo ha restablecido la paz y ha reconciliado todas las cosas con Dios. Al decir que el Hijo es «imagen del Dios invisible» (v 15) se expresa la misma noción que la doctrina cristiana posterior explicará como identidad de naturaleza divina entre el Padre y el Hijo, y se alude también a que el Hijo procede del Padre. En efecto, solamente la segunda persona de la Santísima Trinidad, el Hijo, es imagen perfectísima del Padre” (Biblia de Navarra). «Se le llama "imagen" porque es consustancial y porque, en cuanto tal, procede del Padre, sin que el Padre proceda de Él» (S. Gregorio Nacianceno, De theologia 30,20). Y Santo Tomás explica que la Imagen del Padre es perfecta en el Hijo, e imperfecta en nosotros.
Al llamarle «primogénito» (v 16) muestra que tiene la supremacía y la capitalidad sobre todos los seres creados: «Fue llamado "primogénito" no por su proveniencia del Padre, sino porque en Él fue hecha la creación... Si el Verbo fuera una de las criaturas, habría dicho la Escritura que Él es primogénito de todas las criaturas. Ahora bien, diciendo los santos que Él es "primogénito de toda la creación” directamente se muestra que es otro distinto a toda la creación y que el Hijo de Dios no es una criatura» (S. Atanasio, Contra Arrianos 2,63). Es primogénito, porque no sólo es anterior a todas las criaturas, sino que todas fueron creadas «en él», «por él» y «para él»: «en él», en Cristo, como en su principio y su centro, como su modelo o causa ejemplar; «por él», porque Dios Padre, por medio de Dios Hijo, crea todos los seres (cfr Jn 1,3), y «para él», porque Cristo es el fin último de todo (cfr Ef 1,10). Además, se añade que «todas subsisten en él», esto es, porque Cristo las conserva en el ser.
El v. 18 emplea la imagen de Cristo, cabeza, y la Iglesia, cuerpo, de la que se habla en 2,19 y Ef 1,23 y 4,15). «Ya sabemos los cristianos que se llevó a cabo la resurrección en nuestra Cabeza y que se llevará en los miembros. La cabeza de la Iglesia es Cristo, y los miembros de Cristo, la Iglesia. Lo que aconteció en la cabeza se cumplirá más tarde en el cuerpo. Ésa es nuestra esperanza» (S. Agustín).
Como Cristo tiene la primacía sobre todas las realidades creadas, el Padre quiso, por medio de Él, reconciliarlas todas consigo (v. 20). El pecado había separado a los hombres de Dios, y esto trajo como consecuencia la ruptura del orden perfecto que había entre las criaturas desde el comienzo. Derramando su sangre en la cruz, Cristo restauró la paz. Nada en el universo queda excluido de este influjo pacificador. «La historia de la salvación —tanto la de la humanidad entera como la de cada hombre de cualquier época— es la historia admirable de la reconciliación: aquélla por la que Dios, que es Padre, reconcilia al mundo consigo en la Sangre y en la Cruz de su Hijo hecho hombre, engendrando de este modo una nueva familia de reconciliados. La reconciliación se hace necesaria porque ha habido una ruptura —la del pecado— de la cual se han derivado todas las otras formas de rupturas en lo más íntimo del hombre y en su entorno. Por tanto la reconciliación, para que sea plena, exige necesariamente la liberación del pecado, que ha de ser rechazado en sus raíces más profundas. Por lo cual una estrecha conexión interna viene a unir conversión y reconciliación; es imposible disociar las dos realidades o hablar de una silenciando la otra» (Juan Pablo II, Reconciliatio et paenitentia, n. 13; cf Biblia de Navarra).
-Cristo es la imagen del Dios invisible... La humanidad fue ya creada según ese modelo (Gen 1,26) Y, en el Antiguo Testamento, algo del misterio de Cristo estaba anunciado en la Sabiduría, «reflejo de la luz eterna, espejo de la actividad de Dios, imagen de su excelencia» (Sab 7,26). Sabemos muy bien que Dios es invisible ¡Es nuestra cuestión lacerante y dolorosa! Gracias te damos, Señor, de haberlo comprendido y de habernos otorgado esa «semejanza perfecta contigo» que nos permite ver tu amor.
-El primogénito en relación a toda criatura... «Nacido antes que toda criatura». El Verbo de Dios, su Sabiduría, preexiste desde siempre (Prov 8,22-26) La persona de Cristo hunde sus raíces antes del comienzo del tiempo: es un abismo ante el cual nos perdemos.
-Porque en El fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles todo fue creado por El y para El. Las fórmulas se acumulan y se completan: ¡todo es en El, por y para El! El es la fuente, el río, el océano de todas las cosas. Es la energía cósmica que trabaja en el interior de toda criatura: Cristo omnipresente, Cristo omni-activo, Cristo fermento del mundo, «punto omega hacia el cual todo converge».
-El existe con anterioridad a todos los seres y todo subsiste en El. Absoluta primacía de Cristo en el orden de la duración -«antes que todas las cosas»-, como en el de la dignidad -«por encima de todas las cosas»-. Todo ha sido creado... Todo subsiste... en El. Una vez más nos hace bien pensar que la Creación continúa: no fue el impulso inicial lo que lanzó, desde muchísimo tiempo, a los seres... ¡es la relación continua y siempre presente, HOY, de cada ser con su Autor! Cristo me está haciendo en este momento, yo subsisto en El. Y puesto que, eso es verdad de todos los seres, Cristo es el principio de cohesión y de armonía del conjunto del cosmos. El universo es un inmenso organismo, unificado, el Cuerpo de Cristo que no cesa de ir construyéndose.
-Es también la cabeza del cuerpo, es decir, de la Iglesia. Esta imagen de la cabeza quiere expresar la «distinción» entre Cristo y la creación: no hay confusión entre ambos. ¡Jesús, aun estando íntimamente unido vitalmente a la humanidad entera, es distinto de ella, como la cabeza es distinta del cuerpo, para dirigirlo, animarlo... salvarlo! La mención de la Iglesia aquí, indica el comienzo de la segunda estrofa del Himno. Después de la creación natural en la que Cristo es omni-activo, tenemos la intervención sobrenatural de Dios, en la que Cristo es también el primero.
-Cristo en el Principio, el Primogénito de entre los muertos para que sea El el primero en todo, pues Dios tuvo a bien hacer residir en El toda la Plenitud. ¡El mundo va hacia un término, una plenitud! ¡Todo asciende! Hacia la vida en plenitud, hacia la resurrección total, de la que Jesús es el primogénito.
-Y quiso Dios reconciliar por Cristo y para Cristo todas las cosas, pacificando, mediante la sangre de su cruz lo que hay en la tierra y en los cielos. ¡Todo! ¡La salvación de todos! ¡La reconciliación universal! Por su cruz, por su amor hasta el final, por su sangre ofrecida (Noel Quesson).
Aquel que ha sido ungido desde la eternidad por participar de la plenitud de la vida que posee el Padre Dios, de tal forma que, quien contempla al Hijo contempla al Padre, se ha hecho uno de nosotros. El Hijo, en la eternidad misma, se convierte en la imagen del Dios invisible. En Él fueron creadas todas las cosas; su presencia en cada una de sus criaturas, que lo reflejan a su modo y grado de perfección, es lo que les da unidad y consistencia a las mismas criaturas, no tanto porque, juntas formen a Dios, sino porque también ellas, no como esencia, sino como creaturas, son una imagen, un reflejo de Dios; por medio de las criaturas contemplamos a Dios como en un espejo. Cristo, que existe antes de todo lo creado, es cabeza de la creación entera; pero lo es de un modo especial de la Iglesia; ésta manifiesta el Rostro resplandeciente de Cristo, su Señor. Por eso el Evangelio, que se le ha confiado para llevarlo a todos los hombres, es la misión principal que tiene, pues por medio del fiel cumplimiento de la encomienda recibida, hará que todo sea reconciliado con Dios y se una Él para que, participando de la Pascua de Cristo, todo sea en Él renovado y alcance la plenitud en la misma Vida que el Hijo posee recibida del Padre.
2. Juan Pablo II explicaba sobre el Salmo 99: “La tradición de Israel ha dado al himno de alabanza que acabamos de proclamar el título de «Salmo para la todáh», es decir, para la acción de gracias en el canto litúrgico, por lo que se presta muy bien a ser entonado en las Laudes matutinas. En los pocos versículos de este gozoso himno se pueden identificar tres elementos significativos, capaces de hacer fructuosa su recitación por parte de la comunidad cristiana orante.
Ante todo aparece el intenso llamamiento a la oración, claramente descrita en dimensión litúrgica. Basta hacer la lista de los verbos en imperativo que salpican el Salmo y que aparecen acompañados por indicaciones de carácter ritual: «Aclamad..., servid al Señor con alegría, entrad en su presencia con vítores. Sabed que el Señor es Dios... Entrad por sus puertas con acción de gracias, por sus atrios con himnos, dándole gracias y bendiciendo su nombre (vv 2-4). Una serie de invitaciones no sólo a penetrar en el área sagrada del templo a través de las puertas y los patios (cf Sal 14,1; 23,3.7-10), sino también a ensalzar a Dios de manera festiva. Es una especie de hilo conductor de alabanza que no se rompe nunca, expresándose en una continua profesión de fe y de amor. Una alabanza que desde la tierra se eleva hacia Dios, pero que al mismo tiempo alimenta el espíritu del creyente.
Quisiera hacer una segunda y breve observación sobre el inicio mismo del canto, en el que el Salmista hace un llamamiento a toda la tierra a aclamar al Señor (cf v 1). Ciertamente el Salmo centrará después su atención en el pueblo elegido, pero el horizonte abarcado por la alabanza es universal, como con frecuencia sucede en el Salterio, en particular en los así llamados «himnos al Señor rey» (cf Sal 95-98). El mundo y la historia no están en manos del azar, del caos, o de una necesidad ciega. Son gobernados por un Dios misterioso, sí, pero al mismo tiempo es un Dios que desea que la humanidad viva establemente según relaciones justas y auténticas. «Él afianzó el orbe, y no se moverá; él gobierna a los pueblos rectamente... regirá el orbe con justicia y los pueblos con fidelidad» (Sal 95,10.13).
Por este motivo, todos estamos en las manos de Dios, Señor y Rey, y todos le alabamos, con la confianza de que no nos dejará caer de sus manos de Creador y Padre. Desde esta perspectiva, se puede apreciar mejor el tercer elemento significativo del Salmo. En el centro de la alabanza que el Salmista pone en nuestros labios se encuentra de hecho una especie de profesión de fe, expresada a través de una serie de atributos que definen la realidad íntima de Dios. Este credo esencial contiene las siguientes afirmaciones: el Señor es Dios: el Señor es nuestro creador, nosotros somos su pueblo, el Señor es bueno, su amor es eterno, su fidelidad no tiene límites (cf vv 3-5).
Ante todo nos encontramos frente a una renovada confesión de fe en el único Dios, como pide el primer mandamiento del Decálogo: «Yo soy el Señor, tu Dios... No habrá para ti otros dioses delante de mí» (Éx 20,2.3). Y, como se repite con frecuencia en la Biblia: «Reconoce, pues, hoy y medita en tu corazón que el Señor es el único Dios allá arriba en el cielo, y aquí abajo en la tierra; no hay otro». Se proclama después la fe en el Dios creador, manantial del ser y de la vida. Sigue después la afirmación expresada a través de la así llamada «fórmula de la alianza», de la certeza que tiene Israel de la elección divina: «somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño» (v 3). Es una certeza que hacen propia los fieles del nuevo Pueblo de Dios, con la conciencia de constituir el rebaño que el Pastor supremo de las almas las lleva a los prados eternos del cielo (cf 1 P 2,25).
Después de la proclamación del Dios único, creador y fuente de la alianza, el retrato del Señor ensalzado por nuestro Salmo continúa con la meditación en tres cualidades divinas con frecuencia exaltadas en el Salterio: la bondad, el amor misericordioso («hésed»), la fidelidad. Son las tres virtudes que caracterizan la alianza de Dios con su pueblo; expresan un lazo que no se romperá nunca, a través de las generaciones y a pesar del río fangoso de pecado, de rebelión y de infidelidad humanas. Con serena confianza en el amor divino que no desfallecerá nunca, el pueblo de Dios se encamina en la historia con sus tentaciones y debilidades diarias. Y esta confianza se convierte en un canto que no siempre puede expresarse con palabras, como observa san Agustín: «Cuanto más aumente la caridad, más te darás cuenta de lo que decías y no decías. De hecho, antes de saborear ciertas cosas, creías que podías utilizar palabras para hablar de Dios; sin embargo, cuando has comenzado a sentir su gusto, te das cuenta de que no eres capaz de explicar adecuadamente lo que experimentas. Pero si te das cuenta de que no sabes expresar con palabras lo que sientes, ¿tendrás por eso que callarte y no cantar sus alabanzas?... Por ningún motivo. No seas tan ingrato. A Él se le debe el honor, el respeto, y la alabanza más grande... Escucha el Salmo: "¡Aclama al Señor, tierra entera!". Comprenderás la exultación de toda la tierra si tú mismo exultas con el Señor”.
Alabemos al Señor porque no sólo ha creado todas las cosas, sino porque creó para sí un Pueblo para manifestarle todo su amor. En Cristo, Dios se ha formado un Pueblo Nuevo, pueblo que ha sido elevado a la misma dignidad del Hijo de Dios, pues, unido a Él, en Él participa de su misma vida como los miembros de un cuerpo participan de la misma vida y de la misma dignidad que reside en la cabeza. Quienes en Cristo pertenecemos a su Pueblo Santo y somos hijos de Dios, elevemos nuestras manos puras en su presencia para bendecir y alabar su Nombre, porque su Misericordia y su Fidelidad son eternas para con nosotros.
Como si siguiera la invitación de este salmo, la Virgen elevó al Señorun canto de alabanza manifestando su alegría; a ella en la Anunciación se le ha revelado la bondad del Señor y todas las generaciones lo proclamarán (v. 5) llamándola bienaventurada, reconociendo a Dios como santo.
3.- Lc 5, 33-39 (ver paralelo domingo 8, B). Empiezan las discusiones con los fariseos: ¿por qué no ayunan los seguidores de Jesús, como hacen todos los buenos judíos, los fariseos y los discípulos del Bautista? Acusan a los discípulos de que "comen y beben", lo mismo que achacarán a Jesús (Lc 7,33s). El tema no es tanto si ayunar o no, o si el ayuno entra en el programa ascético de Jesús. Él mismo había ayunado cuarenta días en el desierto y la comunidad cristiana, desde muy pronto, dedicó dos días a la semana (miércoles y viernes) al ayuno. Jesús no elimina el ayuno, muy arraigado en la espiritualidad de su pueblo. El interrogante es si ha llegado o no el Mesías. El ayuno previo a Jesús tenía un sentido de preparación mesiánica, con un cierto tono de tristeza y duelo. Seguir haciendo ayuno es no reconocer que ha llegado el Mesías. Ha llegado el Novio. Sus amigos están de fiesta. La alegría mesiánica supera al ayuno. Luego, cuando de nuevo les "sea quitado" el Novio, porque no les será visible desde el día de la Ascensión, volverán a hacer ayuno, aunque no con tono de espera ni de tristeza. Sobre todo, Jesús subraya el carácter de radical novedad que supone el acogerle como enviado de Dios. Lo hace con la doble comparación de la "pieza de un manto nuevo en un manto viejo" y del "vino nuevo en odres viejos".
Aceptar a Jesús en nuestras vidas comporta cambios importantes. No se trata sólo de "saber" unas cuantas verdades respecto a él, sino de cambiar nuestro estilo de vida. Significa vivir con alegría interior. Jesús se compara a sí mismo con el Novio y a nosotros con los "amigos del Novio". Estamos de fiesta. ¿Se nos nota? ¿o vivimos tristes, como si no hubiera venido todavía el Salvador? Significa también novedad radical. La fe en Cristo no nos pide que hagamos algunos pequeños cambios de fachada, que remendemos un poco el traje viejo, o que aprovechemos los odres viejos en que guardábamos el vino anterior. La fe en Cristo pide traje nuevo y odres nuevos. Jesús rompe moldes. Lo que Pablo llama "revestirse de Cristo Jesús" no consiste en unos parches y unos cambios superficiales. Los apóstoles, por ejemplo, tenían una formación religiosa propia del AT: les costó ir madurando en la nueva mentalidad de Jesús. Nosotros estamos rodeados de una ideología y una sensibilidad neopagana. También tenemos que ir madurando: el vino nuevo de Jesús nos obliga a cambiar los odres. El vino nuevo implica actitudes nuevas, maneras de pensar propias de Cristo, que no coinciden con las de este mundo. Son cambios de mentalidad, profundos. No de meros retoques externos. En muchos aspectos son incompatibles el traje de este mundo y el de Cristo. Por eso cada día venimos a escuchar, en la misa, la doctrina nueva de Jesús y a recibir su vino nuevo (J. Aldazábal).
La disciplina que Jesús, joven rabí, impone a sus discípulos, escandaliza a la muchedumbre porque no tiene nada de parecido con las que los demás rabinos imponían a los suyos. Mientras que los discípulos del Bautista y de los fariseos observaban ciertos días de ayuno, los de Cristo parecían dispensarse de ello (v 33). Lo que aquí se plantea es el problema de la independencia manifestada por Jesús y sus discípulos en materia de observancias tradicionales. Jesús justifica esta actitud por medio de una declaración sobre la presencia del Esposo (v 34-35) y de dos breves parábolas (vv 36-37).
En el Antiguo Testamento y en el judaísmo, la práctica del ayuno estaba ligada a la espera de la venida del Mesías. El ayuno y la abstinencia de vino, actitudes específicas del nazireato (Lc 22,14-20), expresaban la insatisfacción de la época presente y la espera de la consolación de Israel. Juan Bautista hizo de esta actitud una ley fundamental de su comportamiento (Lc 1,15). Desde entonces, cuando los discípulos de Jesús se dispensan de los ayunos prescritos o espontáneos, dan la impresión de desinteresarse de la llegada del Mesías y de negarse a participar de la esperanza mesiánica. La respuesta de Jesús es clara: los discípulos no ayunan porque ya no tienen nada que esperar, puesto que ya han llegado los tiempos mesiánicos: ya no tienen que apresurar, mediante prácticas ascéticas, la llegada de un Mesías en cuya intimidad ya viven. Esta intimidad será interrumpida por la pasión y la muerte de su Maestro: en este momento, ayunarán (v 30, en relación con Lc 22,18) hasta el tiempo en que el Esposo les sea devuelto en la resurrección y en el Reino definitivo.
Las parábolas del vestido y de los odres proporcionan otra respuesta a la extrañeza de los discípulos de Juan y de los fariseos. Inaugurador de los tiempos mesiánicos, Jesús es consciente de aportar al mundo una realidad sin común medida con todo lo que los hombres han poseído hasta entonces (cf Lc 16,16 o el milagro de Caná: Jn 2,10). Las dos parábolas no ofrecen ningún juicio de valor al afirmar que el vino viejo es mejor que el nuevo o que el vestido nuevo es preferible al viejo. No establecen una comparación, sino que subrayan solamente una incompatibilidad: no hay que querer asociar lo nuevo a lo viejo, so pena de perjudicar a uno y otro, porque el vestido remendado combinará mal y el odre viejo se perderá irremediablemente... y el vino con él. La lección que se desprende de la respuesta de Cristo está, por tanto, clara; hay que elegir, renunciando a los compromisos, que echan todo a perder. Lucas es particularmente sensible a esta incompatibilidad entre los dos regímenes de la alianza. Modifica en este punto la parábola del vestido (v 36) y añade un versículo bastante curioso, el v 39. Marcos y Mateo subrayaban que el hecho de remendar un vestido viejo no impedía la pérdida de éste; Lucas, por el contrario, hace observar que quitar una pieza de un vestido nuevo (¡cosa que nadie hace!) para arreglar uno viejo estropea a uno y a otro. Los dos primeros evangelistas no hacen observar más que la pérdida del vestido viejo; Lucas subraya la del viejo y el nuevo. No emite ningún juicio de valor; constata solamente una incompatibilidad. El mismo juicio explica el v. 39a (mientras que el v. 39b no parece ser sino una explicación bastante torpe, incluso mal expuesta desde el punto de vista literario). El bebedor de vino viejo no dice que el nuevo sea malo; afirma solamente que no puede beberse después de haber probado el viejo, puesto que sus aromas son incompatibles. El que no ha conocido al Esposo y desea participar de su amor no puede al mismo tiempo vivir como si no existiera. El Evangelio excluye el compromiso (Maertens-Frisque).
-Los fariseos y sus escribas dijeron a Jesús: "Los discípulos de Juan tienen sus ayunos frecuentes y sus rezos, y los de los fariseos también, en cambio los tuyos comen y beben." En el Antiguo Testamento, el ayuno y la abstinencia de vino eran signos de austeridad, ligados a la espera del mesías. Simbólicamente significaban: "los tiempos son malos, estamos insatisfechos, hemos perdido el gusto de vivir... que venga de una vez el tiempo de la consolación y de la alegría, cuando el mesías estará aquí."
-Jesús les contestó: ¿Queréis que ayunen los invitados a la boda mientras el novio está con ellos?" La respuesta es clara. Los tiempos mesiánicos han llegado. El tiempo de la alegría ha comenzado. ¡Los tiempos mesiánicos no están parados! ¡El tiempo de la alegría, de la intimidad con Jesús, no se ha cerrado! ¿Por qué sucede que los cristianos parezcan personas tristes, tan a menudo? Siendo así que poseen la más extraordinaria fuente de alegría: "el Esposo está con ellos."
-Llegará el día en que se lleven al novio, y entonces, aquel día, ayunarán. Con esto el ayuno toma una nueva significación, toda ella orientada al recuerdo del esposo, que se ha marchado lejos. Así, pues, nuestra "alegría", la más profunda, debiera estar fundada enteramente sobre la presencia o la ausencia de Jesús. Toda nuestra vida se juega sobre ese doble signo. ¡Cuántas alegrías... y tristezas... que no valen la pena!
-Y les decía esta parábola: "Nadie recorta una pieza de un manto nuevo para echársela a un manto viejo; porque el nuevo se queda roto, y al viejo no le irá el remiendo del nuevo." Marcos y Mateo subrayan solamente que no sirve de nada remendar un manto viejo, porque el tejido nuevo tira del viejo. Lucas es más radical: entre lo nuevo y lo viejo hay una incompatibilidad total... ¡cortar un manto nuevo para remendar otro viejo es estropear los dos! Jesús es consciente de que aporta una novedad radical: el mundo antiguo ha desaparecido, se acabó. ¿Por qué sucede, tan a menudo, que los cristianos aparezcan como gente vuelta hacia el pasado? ¿Y yo? ¿Miro hacia el pasado o hacia el porvenir? Tengo aún "ante" mí una maravillosa aventura. Falta mucho todavía para que mi corazón sea "nuevo", para que descubra más y mejor el amor de mis amigos, de mi cónyuge, de mis hijos. No, nada queda estereotipado, nada está acabado. La evangelización se encuentra solamente en sus comienzos, lo mismo que la Iglesia. Alegría humilde y discreta: descubrir todo lo que en este momento Dios está en trance de renovar, de hacer "nuevo". Incluso la vejez puede ser "vida ascendente". Mi verdadero nacimiento es “mañana”, cuando entraré por fin en la vida ¿Vivo yo en tensión hacia ese día de renovación?
-Nadie echa tampoco vino nuevo en odres viejos, porque si no, el vino nuevo revienta los odres; el vino se derrama y los odres se echan a perder. No, el vino nuevo hay que echarlo en odres nuevos. En esta otra corta parábola la insistencia está todavía en la incomparabilidad. El evangelio excluye el compromiso: un poco de la vieja religión y un poco de la nueva... La nueva Alianza, a pesar de la continuidad con la Antigua, es verdaderamente una novedad: ¡Dios hecho hombre!
-Nadie, después de beber el vino añejo, quiere el nuevo, porque dice: "¡El añejo es el bueno!" Bajo una apariencia contradictoria, es exactamente la misma lección: después de haber saboreado el "buen vino" no se saborea gustosamente el menos bueno... ¡su "bouquet" es incompatible! Quedémonos con el "bueno". ¡Danos, Señor, tu vino! (Noel Quesson).
La respuesta de Jesús compara la antigua con la nueva alianza. De la misma manera como el vino nuevo no se puede meter en cueros viejos y la pieza de tela nueva no puede unirse al vestido viejo, así ocurre con la llegada de Jesús que trae una novedad que no cabe en estructuras viejas y anquilosadas. El mensaje de Jesús es una novedad y exige una nueva estructura mental para recibirlo y aceptarlo; incluso las obligaciones cambian o desaparecen ante la novedad de la salvación que se ha hecho presente en Jesús de Nazaret. “El mérito de nuestros ayunos no consiste solamente en la abstinencia de los alimentos; de nada sirve quitar al cuerpo su nutrición si el alma no se aparta de la iniquidad y si la lengua no deja de hablar mal” (S. León Magno).
Nosotros estamos con el Señor, como amigos invitados al banquete de bodas. Él nos dice: vosotros seréis mis amigos si cumplís mis mandamientos. No basta, por tanto, estar en intimidad con Él a través de la oración, incluso prolongada. Mientras no estemos dispuestos a escuchar su Palabra y a ponerla en práctica, el Señor no podrá decir que somos sus amigos, y mucho menos de su familia como nos lo dice en otra ocasión: El que cumple la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre. Cuando en verdad permitamos al Espíritu Santo renovar nuestra vida, entonces seremos criaturas nuevas en Cristo; entonces la vida de fe en el Señor no será sólo un parche en nosotros, ni algo nuevo que llega a un corazón que continúa cargando con el hombre viejo, que se corrompe siguiendo la seducción de las concupiscencias. De nosotros se espera una vida que manifieste la alegría de sabernos amados y unidos a Cristo; sin embargo, al contemplar que hay muchos que viven separados de Él, o que ni siquiera han oído hablar de Él, nos ha de llevar a sacrificarnos a favor de ellos, poniendo todo nuestro empeño en hacer que el Señor llegue a habitar en todos para que nuestra humanidad se renueve en el amor, en la verdad, en la justicia, en la solidaridad, y en la comunión fraterna.
En esta Eucaristía estamos reunidos en torno a Cristo como amigos suyos; más aún: como de su misma familia. Él parte su pan para nosotros para que, entrando en comunión de Vida con Él, seamos revestidos de su Ser de Hijo de Dios; Él nos comunica su Palabra que llega a nosotros como a odres nuevos para santificarnos y ponernos al servicio de toda la humanidad. La Iglesia de Cristo, que celebra su Misterio Pascual, al mismo tiempo está llamada a ser como el vino bueno y generoso que alegre el corazón de todos, porque se esfuerce en sembrar el auténtico amor en todos los pueblos. Sólo cuando en verdad se ama es posible establecer relaciones auténticas, maduras, que nos ayuden mutuamente a recobrar la paz, la alegría, la capacidad de ser misericordiosos con todos y de no causar mal a alguien, sino, más bien ser para todos un signo del amor que Dios nos ha manifestado en Jesús su Hijo, Señor de la Iglesia.
La presencia del Señor en nosotros nos ha de fortalecer para que, con actitudes nuevas, manifestemos, por medio de nuestras obras, que en verdad el Señor habita en nosotros. No podemos ser anunciadores de tristezas y de catástrofes. No nos ha de preocupar mucho el llamar a la conversión para evitar el castigo, sino el invitar a convertirse para unirse al Señor y gozar de su vida. Hemos de proclamar el mundo nuevo del Reino de Dios que irrumpe constantemente en todos los corazones y les llena de paz, de alegría, de seguridad para vivir y no como enemigos, no como destructores de la vida, sino como hermanos en torno a un mismo Dios y Padre. Pero, puesto que nadie da lo que no tiene, nosotros proclamamos el mundo nuevo del Reino de Dios desde nuestra propia experiencia del mismo. No somos sólo transmisores, sino testigos del Evangelio de Cristo. Así, nos presentamos ante el mundo como criaturas nuevas en Cristo que trabajan por la paz, por la justicia social, por un auténtico amor fraterno que nos haga abrir los ojos ante las necesidades de los más desprotegidos para tratar de remediarlas, y que, ante el pecado que ha dominado a muchos corazones, ponemos nuestro mejor empeño para ayudarles, por todos los medios posibles, a retornar a la comunión con Cristo y su Iglesia.
Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber poner nuestra vida en manos de Dios, con gran confianza y amor, para que, haciendo en todo su voluntad, podamos vivir con lealtad nuestra fe, permitiendo al Espíritu de Dios que habite, realmente en nosotros para que sea Él quien nos convierta en un signo claro del Señor para todas las personas. Amén (www.homiliacatolica.com).