Martes de la 21ª semana de Tiempo Ordinario: Dios en su atención amorosa nos revela la verdad del hombre, la transmisión del Evangelio es el mejor regalo para no caer en la esclavitud de las insignificancias, y tener la libertad de lo esencial
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses 2, 1-8. Sabéis muy bien, hermanos, que nuestra visita no fue inútil. A pesar de los sufrimientos e injurias padecidos en Filipos, que ya conocéis, tuvimos valor -apoyados en nuestro Dios- para predicaros el Evangelio de Dios en medio de fuerte oposición. Nuestra exhortación no procedía de error o de motivos turbios, ni usaba engaños, sino que Dios nos ha aprobado y nos ha confiado el Evangelio, y así lo predicamos, no para contentar a los hombres, sino a Dios, que aprueba nuestras intenciones. Como bien sabéis, nunca hemos tenido palabras de adulación ni codicia disimulada. Dios es testigo. No pretendimos honor de los hombres, ni de vosotros, ni de los demás, aunque, como apóstoles de Cristo, podíamos haberos hablado autoritariamente; por el contrario, os tratamos con delicadeza, como una madre cuida de sus hijos. Os temamos tanto cariño que deseábamos entregaros no sólo el Evangelio de Dios, sino hasta nuestras propias personas, porque os habíais ganado nuestro amor.
Salmo 138,1-3.4-6. R. Señor, tú me sondeas y me conoces.
Señor, tú me sondeas y me conoces; me conoces cuando me siento o me levanto, de lejos penetras mis pensamientos; distingues mi camino y mi descanso, todas mis sendas te son familiares.
No ha llegado la palabra a mi lengua, y ya, Señor, te la sabes toda. Me estrechas detrás y delante, me cubres con tu palma. Tanto saber me sobrepasa, es sublime, y no lo abarco.
Santo Evangelio según san Mateo 23,23-26. En aquel tiempo, habló Jesús diciendo: -«¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que pagáis el décimo de la menta, del anís y del comino, y descuidáis lo más grave de la ley: el derecho, la compasión y la sinceridad! Esto es lo que habría que practicar, aunque sin descuidar aquello. ¡Guías ciegos, que filtráis el mosquito y os tragáis el camello! ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que limpiáis por fuera la copa y el plato, mientras por dentro estáis rebosando de robo y desenfreno! ¡Fariseo ciego!, limpia primero la copa por dentro, y así quedará limpia también por fuera.»
Comentario: 1.- 1Ts 2,1-8: Pablo alude en su carta a las dificultades que encontró durante los meses que pasó en Tesalónica y que le obligaron a huir, junto con Silas, por la violenta oposición de los judíos, celosos del éxito de su predicación (cf Hch 17,1-9). Defiende el estilo de su apostolado y puede presentar una admirable «hoja de servicios»: en su ministerio apostólico «no procedía de error o de motivos turbios», «no usaba engaños», no predicaba «para contentar a los hombres, sino a Dios», nunca tuvo «palabras de adulación» ni pretendía el «honor de los hombres». Tampoco se le puede acusar de «codicia disimulada». Más aun: Pablo puede afirmar: «os teníamos tanto cariño que deseábamos entregaros no sólo el Evangelio de Dios, sino hasta nuestra propia persona». La entrega fue absoluta, y no duda en compararla al amor de una madre: «os tratamos con delicadeza, como una madre cuida de sus hijos». Podemos aplicarnos este examen de conciencia sobre nuestra vida cristiana, de modo particular si trabajamos en algún ministerio de animación en bien de la comunidad. ¿Podríamos afirmar de nuestra actuación lo que Pablo asegura de la suya?; ¿son tan limpias nuestras intenciones, tan desinteresada y generosa nuestra entrega?; ¿en verdad no hay engaño ni fraude ni adulación ni interés económico ni vanidad en nuestro servicio a la comunidad?
Tal vez nosotros también hemos conocido la «fuerte oposición» o los «sufrimientos e injurias» en nuestro testimonio de vida cristiana. Podemos aprender de Pablo a no acobardarnos nunca y a seguir adelante con entrega total y con la confianza puesta en Dios. Pablo se compara, por el cariño que siente por los de Tesalónica y por la entrega total que les ha hecho de su vida, a «una madre que cuida de sus hijos». Esta imagen está de actualidad, porque ahora prestemos más atención a la figura de «Dios como Madre», que ya se encuentra en la Biblia: «¿Acaso olvida una mujer a su niño de pecho? Pues aunque ella llegase a olvidar, yo no te olvido» (Is 49,15), «sobre las rodillas seréis acariciados: como uno a quien su madre le consuela, así yo os consolaré» (Is 66,13).
-Hermanos, bien sabéis vosotros que nuestra ida a vosotros no fue inútil, después de haber padecido sufrimientos e injurias en Filipos... San Lucas contará más tarde en los Hechos (16,16-40) cómo Pablo había sido molido a palos y encarcelado en Filipos antes de llegar a Tesalónica. El «ministerio» no es una actividad de absoluto reposo. Ser «misionero» supone una gran dosis de generosidad: es reproducir la actitud de Jesús, ese «Servidor sufriente» cuyos padecimientos «no fueron inútiles», según Isaías (49,4). ¿Estoy convencido de que la evangelización lleva aparejada la cruz? Los santos de todos los tiempos consideraron sus sufrimientos como una participación en la redención de los hombres. ¿Me olvido de que mis sufrimientos pueden ser «útiles» si sé ofrecerlos libremente?
-Habiendo puesto nuestra «confianza» en Dios, tuvimos la valentía de predicaros el Evangelio de Dios entre frecuentes luchas. He ahí la primera emergencia de una actitud típicamente paulina: tener plena confianza, hablar con seguridad (11 Cor 3,12; 7,14; Ef 3,12; 6,19; Fil 1,20; 1 Tim 3,13; Fil 8; Hebr 3,6; 4,16, etc.). Pablo no era orgulloso, era más bien tímido. Pero encontraba en Dios su solidez, su certidumbre. Era todo lo contrario de una persona indecisa. ¿Qué diría de nuestras tergiversaciones, de nuestras indecisiones, de nuestros temores a proclamar el evangelio?
-Cuando os exhortábamos no estábamos al servicio de falsas doctrinas, no teníamos motivos impuros, ni obrábamos con engaño. Pablo cuida de aislar su "ministerio" de todas las empresas algo semejantes en apariencia con las cuales se le podría confundir: cualquier clase de publicidad o propaganda, cuyo criterio es la astucia, el engaño... cuyo fin es el dinero, la influencia, motivaciones que Pablo estima impuras...
-Para confiarnos el Evangelio Dios nos puso a prueba... Si bien no hablamos para agradar a los hombres, sino a Dios. ¡El único criterio de Pablo es Dios! Pablo dice que «pasó un examen», que fue «puesto a prueba»: no delante de los hombres para agradarles, sino delante de Dios: exigencia infinita de autenticidad de la Palabra, de competencia.
-Nunca nos presentamos, ya lo sabéis, con palabras aduladoras, ni con pretextos de codicia. Dios es testigo, ni buscando honores... El apóstol no proclama el evangelio solamente ni ante todo por sus palabras, sino por sus comportamientos. Señor, haz que nuestras vidas correspondan a nuestros discursos, a los buenos consejos que damos a los demás, al ideal que predicamos para la sociedad. ¡Cuantos sacerdotes no ponen en práctica sus sermones! ¡Cuántos padres no actúan según lo que recomiendan a sus hijos! ¡Cuántos militantes, responsables, que no aplican en su propia actividad los principios que defienden verbalmente! ¿Y yo? ¡Qué desfase hay entre mis intenciones y mi conducta real!
-Al contrario, con vosotros nos mostramos amables, como una madre cuida con cariño a sus hijos. De esta manera, amándoos a vosotros, queríamos daros no sólo el Evangelio de Dios, sino incluso nuestro propio ser, porque habíais llegado a sernos muy queridos. Ternura, afecto, don de sí: virtudes maternales, virtudes del apóstol. No podemos anunciar el evangelio más que a los que amamos... y entregándonos nosotros mismos (Noel Quesson).
Pablo VI en la Evangelii nuntiandi, n. 78 explicaba: “El Evangelio que nos ha sido encomendado es también palabra de verdad. Una verdad que hace libres y que es la única que procura la paz del corazón; esto es lo que la gente va buscando cuando le anunciamos la Buena Nueva. La verdad acerca de Dios, la verdad acerca del hombre y de su misterioso destino, la verdad acerca del mundo. Verdad difícil que buscamos en la Palabra de Dios y de la cual nosotros no somos, lo repetimos una vez más, ni los dueños, ni los árbitros, sino los depositarios, los herederos, los servidores.
De todo evangelizador se espera que posea el culto a la verdad, puesto que la verdad que él profundiza y comunica no es otra que la verdad revelada y, por tanto, más que ninguna otra, forma parte de la verdad primera que es el mismo Dios. El predicador del Evangelio será aquel que, aun a costa de renuncias y sacrificios, busca siempre la verdad que debe transmitir a los demás. No vende ni disimula jamás la verdad por el deseo de agradar a los hombres, de causar asombro, ni por originalidad o deseo de aparentar. No rechaza nunca la verdad. No obscurece la verdad revelada por pereza de buscarla, por comodidad, por miedo. No deja de estudiarla. La sirve generosamente sin avasallarla.
Pastores del pueblo de Dios: nuestro servicio pastoral nos pide que guardemos, defendamos y comuniquemos la verdad sin reparar en sacrificio. Muchos eminentes y santos Pastores nos han legado el ejemplo de este amor, en muchos casos heroicos, a la verdad. El Dios de verdad espera de nosotros que seamos los defensores vigilantes y los predicadores devotos de la misma.
Doctores, ya seáis teólogos o exégetas, o historiadores: la obra de la evangelización tiene necesidad de vuestra infatigable labor de investigación y también de vuestra atención y delicadeza en la transmisión de la verdad, a la que vuestros estudios os acercan, pero que siempre desborda el corazón del hombre porque es la verdad misma de Dios.
Padres y maestros: vuestra tarea, que los múltiples conflictos actuales hacen difícil, es la de ayudar a vuestros hijos y alumnos a descubrir la verdad, comprendida la verdad religiosa y espiritual”.
Los vv 7-12 hablan de que evangelizar es labor de los padres, hay hacerlo con el amor de una madre con que atiende a las necesidades de un hijo, pero mira más allá del momento presente, y así glosa S. Agustín las atenciones a los que nacen a la fe: "como la madre que gusta de nutrir a su pequeño pero no desea que permanezca pequeño. Lo lleva en su seno, lo atiende con sus manos, lo consuela con sus caricias, lo alimenta con su leche. Todo esto hace al pequeño, pero desea que crezca para no tener que hacer siempre tales cosas". De modo análogo, la predicación del Evangelio requiere toda clase de atenciones, pero ha de ofrecer certezas sólidas basadas en la palabra de Diso que permitan el arraigo, desarrollo y madurez en la fe de quienes la han recibido (Biblia de Navarra).
2. La Biblia de Jerusalén da a todo el salmo 138 el título de Homenaje a Aquel que lo sabe todo. Compárese esta meditación sobre la omnisciencia divina, llena de confianza en el Señor, con la que hace Job para expresar el temor del hombre bajo la mirada de Dios (Job 7,17-20).- Para Nácar-Colunga el título del salmo es La omnisciencia y omnipresencia divina. El salmo nos recuerda que Dios nos conoce por dentro, y es ante él como debemos examinarnos: «Señor, tú me sondeas y me conoces, de lejos penetras mis pensamientos, todas mis sendas te son familiares». Meditación teológica sobre esos atributos de Yahvé, sobre los misteriosos designios divinos y sobre el problema del mal. Nada se oculta de la vista de Dios, ni los pensamientos más recónditos de los hombres. Pretender engañar a Dios haciéndole creer intenciones o actitudes profundas nuestras que no son reales, o encubriéndole las que sí lo son, es vana puerilidad del hombre, para quien lo único cabal y sensato sería la total sinceridad ante el Señor.- «Dios nos mira siempre con amor, para cumplir en nosotros sus designios providentes. Él conoce todos los secretos de nuestro corazón y de nuestra existencia. No se le oculta nada a su mirada de Padre. Para él no hay lejanía ni tinieblas. Dejarse mirar por él es ya una actitud filial de oración confiada, como diciendo que no tenemos dónde refugiarnos, sino en él. Que podamos decirle de corazón con Pedro: "Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te amo" (Jn 21,17)» (J. Esquerda Bifet).
La omnisciencia y omnipresencia divinas: Este salmo tiene el aire de una meditación teológica sobre los atributos de la sabiduría y omnipresencia de Yahvé, sobre los misterios de los designios divinos y sobre el problema del mal. Dios conoce a fondo las interioridades del hombre: sus designios, sus intenciones, sus pensamientos más secretos, porque le envuelve y penetra en todo su ser. Pero, al mismo tiempo, tiene especialísima solicitud de él. El salmista, ante este panorama, no comprende la actitud y conducta de los pecadores que hacen caso omiso de su Dios. Identificado con el sentir divino, llega a odiar a los enemigos de su Señor.
Muchas ideas de este salmo 138 son muy similares a las expuestas en el libro de Job, y aun el lenguaje se asemeja a este libro didáctico, en el que se plantea el problema de la permisión del mal en los planes divinos (cf. Job 10,9). El salmo es una meditación sobre la Providencia divina en estilo poético: «Los atributos divinos no son considerados en sí mismos, ni en su relación a la esencia divina, ni aun en sus relaciones con la humanidad en general, sino, como es natural en la plegaria meditada, en sus relaciones con la persona individual» (Faulhaber). «El desarrollo de los pensamientos se hace, no de una manera abstracta, sino por imágenes muy realistas, algunas veces demasiado brillantes. No se le lee, se le ve» (J. Calès). Es uno de los salmos más bellos del Salterio.
La estrofa de hoy trata de cómo Yahvé conoce los secretos del hombre (vv 1-6): La llamamos omnisciencia divina. El conocimiento divino sobre el hombre se extiende a todas sus más íntimas manifestaciones. Nada se escapa a su admirable percepción: cuando se sienta, cuando se levanta, cuando camina, cuando descansa, se halla siempre bajo la mirada escrutadora de Yahvé. Sus mismas palabras están ya medidas antes de que tomen expresión articulada. La razón de esta ciencia radica en el hecho de que Dios todo lo penetra con su Ser misterioso (v 5). El salmista, sin acudir a las formulaciones escolásticas -Dios está en todas partes «por esencia, presencia y potencia»-, sabe que lo llena todo, y particularmente envuelve y estrecha al hombre en todo su ser corporal y racional. Esto es un misterio que excede a la humana inteligencia, y el salmista, como el Apóstol de las gentes, declara que es incomprensible (Rm 11,33).
3. Mateo 23,23-26. Uno de los defectos de los fariseos era el dar importancia a cosas insignificantes, poco importantes ante Dios, y descuidar las que verdaderamente valen la pena. Jesús se lo echa en cara: «pagáis el diezmo de la menta... y descuidáis el derecho, la compasión y la sinceridad». De un modo muy expresivo les dice: «filtráis el mosquito y os tragáis el camello». El diezmo lo pagaban los judíos de los productos del campo (cf Dt 14,22-29), pero pagar el diezmo de esos condimentos tan poco importantes (la menta, el anís y el comino) no tiene relevancia, comparado con las actitudes de justicia y caridad que debemos mantener en nuestra vida. Otra de las acusaciones contra los fariseos es que «limpian por fuera la copa y el plato, mientras por dentro están rebosando de robo y desenfreno». Cuidan la apariencia exterior, la fachada. Pero no se preocupan de lo interior.
Estos defectos no eran exclusivos de los fariseos de hace dos mil años. También los podemos tener nosotros. En la vida hay cosas de poca importancia, a las que, coherentemente, hay que dar poca importancia. Y otras mucho más trascendentes, a las que vale la pena que les prestemos más atención. ¿De qué nos examinamos al final de la jornada, o cuando preparamos una confesión, o en unos días de retiro: sólo de actos concretos, más o menos pequeños, olvidando las actitudes interiores que están en su raíz: la caridad, la honradez o la misericordia? Ahora bien, la consigna de Jesús es que no se descuiden tampoco las cosas pequeñas: «esto es lo que habría que practicar (lo del derecho y la compasión y la sinceridad), aunque sin descuidar aquello (el pago de los diezmos que haya que pagar)». A cada cosa hay que darle la importancia que tiene, ni más ni menos. En los detalles de las cosas pequeñas también puede haber amor y fidelidad. Aunque haya que dar más importancia a las grandes. También el otro ataque nos lo podemos aplicar: si cuidamos la apariencia exterior, cuando por dentro estamos llenos de «robo y desenfreno». Si limpiamos la copa por fuera y, por dentro, el corazón lo tenemos impresentable. Somos como los fariseos cuando hacemos las cosas para que nos vean y nos alaben, si damos más importancia al parecer que al ser. Si reducimos nuestra vida de fe a meros ritos externos, sin coherencia en nuestra conducta. En el sermón de la montaña nos enseñó Jesús que, cuando ayunamos, oramos y hacemos limosna, no busquemos el aplauso de los hombres, sino el de Dios. Esto le puede pasar a un niño de escuela y a un joven y a unos padres y a un religioso y a un sacerdote. Nos va bien a todos examinarnos de estas denuncias de Jesús (J. Aldazábal).
-¡Ay de vosotros escribas y fariseos hipócritas, que pagáis el diezmo de la menta, del anís y del comino, y descuidáis lo más importante de la Ley: la Justicia, la Misericordia, la Lealtad! La Ley preveía que cada agricultor debía ofrecer al Templo el "décimo" -el diezmo- de la cosecha. Los fariseos lo habían encarecido al aplicar esta regla incluso a las hierbas que se emplean como condimento: la menta, el hinojo, el comino... ¡Nos imaginamos a las amas de casa separando de cada diez un ramito de perejil para la colecta del Templo! Estas son minucias de las que Jesús nos ha liberado. ¡Vamos! ¡Ampliad vuestros horizontes, abrid las ventanas de vuestra religión! Jesús nos repite esto HOY. Si los fariseos eran minuciosos en algunas bagatelas, tenían en cambio la manga muy ancha para otros asuntos más importantes. Y Jesús nos recuerda las grandes exigencias de todos los tiempos: la justicia, la misericordia, la fidelidad. Hoy diríamos: la ayuda a los más pobres, la defensa de los débiles y de los oprimidos, la pureza de la vida conyugal, la honestidad profesional, la justicia social, etc...
-Esto es lo que había que practicar, sin descuidar aquello. Jesús no es un revolucionario que predica la libertad por la libertad. Quiere que la fidelidad a las observancias cultuales sea el reflejo de una fiel observancia del amor a los demás, durante toda la vida. No "la vida" o "el culto"... Sino "la vida" y "el culto"...
-¡Guías ciegos que coláis el mosquito y os tragáis el camello! ¡que purificáis por fuera la copa y el plato mientras que por dentro estáis llenos de codicia y de intemperancia! ¡Fariseo ciego, limpia primero por dentro la copa, para que también por fuera quede limpia! Los documentos de Qumram nos han mostrado cuán grande era, entre los judíos, la preocupación por la pureza legal: se requerían abluciones numerosas para cualquier propósito. Un mosquitillo que cayera en la sopa la hacía "impura" . No nos creamos superiores, ni juzguemos despectivamente tales prácticas, como si la vida moderna nos hubiera liberado definitivamente de detalles sin importancia y de tabúes irracionales. Jesús nos repite, hoy también, que el ceremonial exterior -la purificación de la "copa y del plato"- tiene menos importancia que la pureza interior. Las controversias actuales en algunos países, sobre la "comunión en la mano", o la "comunión en la boca", pertenecen a este orden de cosas. "No mancha al hombre lo que entra por la boca; lo que sale de la boca, eso es lo que mancha al hombre" (Mt 15,11).
A veces nos imaginamos que solamente ahora, en la actualidad, nuestros tiempos son turbulentos, los usos y costumbres cambiantes y provocadores de oposiciones entre las distintas maneras de comportarse. Ahora bien, en todo tiempo la Iglesia ha conocido esos cambios y esas oposiciones. Jesús, en su tiempo, fue un factor de evolución de las costumbres de sus correligionarios judíos. Digamos simplemente que sobre esos asuntos de detalle ¡tenía, más bien, amplitud de ideas! Pero hay que añadir: se encolerizaba contra los que querían defender a toda costa los usos que El reprobaba. La insistencia de Mateo a relatarnos esas invectivas, que nos extrañan a veces, proviene de que la Iglesia de su tiempo estaba afrontada a polémicas agudas entre el cristianismo y el judaísmo, en el interior mismo de las comunidades. Los judaizantes querían conservar el máximo de usos judíos. Los otros se apoyaban precisamente en esas palabras de Jesús para defender un punto de vista más amplio. Ayúdanos, Señor, a superar nuestras oposiciones (Noel Quesson).
Jesús se enfrentó abiertamente con las autoridades judías. Les criticaba la falta de responsabilidad para con el pueblo de Dios. El sanedrín, los sacerdotes y otros dignatarios estaban más comprometidos con el Imperio Romano, para asegurar sus intereses, que con el Dios al que rendían culto. Pero la acción profética de Jesús iba más allá. Confrontaba también a los muchos grupos y partidos que se hacían pasar por guías del pueblo. Les criticaba su falsedad, pues, a nombre del bien común únicamente perseguían intereses partidistas, sectarios e individuales. El de los fariseos era uno de estos grupos de fanáticos religiosos que prometían el cielo y la tierra al pueblo de Israel. Durante mucho tiempo consiguieron el apoyo popular haciéndose pasar por hombres justos y piadosos. Jesús con un marcado estilo profético, desenmascara el oportunismo y las verdaderas intenciones de estos grupos. Bajo el manto de corderos escondían una voracidad de lobos. Las comparaciones que hace Jesús ponen en evidencia la mentira con la que se encubren los fariseos. Estos se muestran como hombres extremadamente cumplidores de la Ley, pero no les importa la justicia ni la fidelidad a Dios. Ante la gente son hombres puros, pero en su interior sólo acumulan codicia y estafas. Se exhiben como hombres religiosos para ocultar la corrupción y la maldad. Hoy las comunidades cristianas están llamadas a continuar la acción profética de Jesús. Deben descubrir a todos aquellos que con piel de cordero se mezclan entre la gente para satisfacer mezquinos intereses personales. La comunidad no puede guardar silencio ante líderes populistas e inescrupulosos que embaucan al pueblo con mentiras y proyectos fantasiosos. Es hora de que la comunidad cristiana recupere su talante profético y enfrente, desde su insignificancia y debilidad, a los falsos líderes y pastores (Servicio Bíblico Latinoamericano).
Por la ley de los diezmos Israel reconoce a Yavé el derecho de propiedad sobre toda su tierra y sus bienes. La parte de Dios en estos bienes servía para el mantenimiento del culto y sus ministros y también para socorrer a los pobres. De los principales frutos de la tierra, los fariseos habían extendido el diezmo a los productos más mínimos, cosa a la que alude nuestro texto. La pedagogía de Jesús no excluye la fidelidad a lo pequeño, y aun a lo mínimo. El remedio que propone el Evangelio contra el abuso de descuidar lo principal no consiste en descuidar lo secundario, ni tampoco en allanar todos los valores con un mismo rasero, sino en integrarlos dentro de una razonable escala de "gravedad" o importancia. Los tres supremos valores señalados en el v. 23 vienen a ser una síntesis de la ley en su dimensión social: el justo juicio, es decir, la observancia del derecho y la justicia en las relaciones humanas; la misericordia, expresión casi universal del amor al prójimo; y la buena fe, o sea, probablemente, el hábito de la fidelidad sincera y leal que permite convivir en un clima de serena confianza. El reproche de Jesús sigue la línea de los juicios con que los profetas desenmascaraban las injusticias sociales de su pueblo, encubiertas bajo la hipocresía de una impecable religiosidad exterior. La imagen del v. 24 pone en contraste el animal más grande con el más pequeño. Evitan escrupulosamente sorberse un mosquito, pero se tragan un camello. La ironía tiene como trasfondo la ley que prohíbe comer animales "impuros".
Los vv. 25-26 corresponden a las acusaciones de Jesús contra los escribas y fariseos, a propósito de la falta de coherencia entre las purificaciones y apariencias de virtud por fuera y la pureza y virtud sincera por dentro. Para Jesús la pureza interior no se contrapone a sus signos externos. El Evangelio no proclama una hipocresía en sentido inverso al "farisaico": la de ser religioso, pero no parecerlo. Lo que afirma es que, si purifica de veras su interior, todo el hombre será puro ante Dios, a partir de dentro. Los fariseos son víctimas en sí mismos y sobre todo sus discípulos, no sólo de negligencia o de inconsecuencia, sino de una perversión religiosa que les hace tomar lo secundario por lo esencial. (J. Mateos-F. Camacho).
Estamos en la cuarta parte del evangelio de Mateo: el tiempo de las decisiones, de los rechazos y del juicio. Estos ayes de Jesús son como la antítesis de las Bienaventuranzas, el reverso de los valores del Reino. El proyecto de Dios está destrozado por la tradición del fariseísmo. La disciplina farisea se ha enloquecido. Su mayor fallo es haber “descuidado lo más grave de la Ley: la justicia, el buen corazón y la lealtad” (v.23). Jesús es la presencia del Dios compasivo, solidario con el sufrimiento de los pobres. Los dirigentes religiosos enterraron la fuerza de la palabra, se volvieron ilegítimos al olvidarse y despreciar a los pobres y no conmoverse sus entrañas. La ley debe estar en el núcleo del corazón, como ley de vida. Lo externo debe estar en coherencia con lo que hay en el corazón. Los ayes de Jesús intentan liberar de amarres al Dios del templo. El Dios de Jesús no es el tirano de las leyes, sino el Padre de misericordia. Jesús está contra la comercialización del templo. Los seres humanos somos especialistas en pervertir lo sagrado. La religión queda con frecuencia atrapada. Este Jesús del Evangelio denuncia la violencia del templo sobre las conciencias de la gente, y la manipulación del nombre de Dios. Es hacer de la religión una cueva donde esconderse después de haber sembrado el dolor, el robo, la injusticia, como hacen los ladrones que se refugian en lugar “seguro” para huir de su propia conciencia, que les grita. Es disimular con rezos, y prácticas externas el corazón desviado, lejos del amor y la misericordia. Palabras proféticas de Jesús que nos obligan a evaluar cómo usamos el nombre de Dios, el culto, los sacramentos, la Biblia. Es útil preguntarnos si los manipulamos, si los secuestramos a favor de nuestros egoísmos, intereses, ideologías, nacionalismos… (Servicio Bíblico Latinoamericano).
23. Los judíos tenían que dar los diezmos de los frutos al Templo. Pero esto no bastaba a los fariseos: ellos, por pura vanagloria, extendían los diezmos a las hierbas insignificantes que cultivaban en sus huertos. Por lo cual, pretendiendo tener méritos, muy al contrario, se acarreaban el juicio. Por eso S. Crisóstomo llama a la vanagloria "madre del infierno". S. Basilio dice: "Huyamos de la vanagloria, insinuante expoliadora de las riquezas espirituales, enemiga lisonjera de nuestras almas, gusano mortal de las virtudes, arrebatadora insidiosa de todos nuestros bienes". Véase 6, 1 ss.
25. Este espíritu de apariencia, contrario al Espíritu de verdad que tan admirablemente caracteriza nuestro divino Maestro, es propio de todos los tiempos, y fácilmente lo descubrimos en nosotros mismos. Aunque mucho nos cueste confesarlo, nos preocuparía más que el mundo nos atribuyera una falta de educación, que una indiferencia contra Dios. Nos mueve muchas veces a la limosna un motivo humano más que el divino, y en no pocas cosas obramos más por quedar bien con nuestros superiores que por gratitud y amor a nuestro Dios. Cf. I Cor. 6, 7 y nota. En el v. 26 Jesús nos promete que si somos rectos en el corazón también las obras serán buenas. Cf. Prov. 4, 23.
S. León Magno comenta: “Dice el Señor: Si no sois mejores que los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos. Esta superioridad de nuestra virtud ha de consistir en que la misericordia triunfe sobre el juicio. Y, en verdad, lo más justo y adecuado es que la criatura, hecha a imagen y semejanza de Dios, imite a su Creador, que ha establecido la reparación y santificación de los creyentes en el perdón de los pecados, prescindiendo de la severidad del castigo y de cualquier suplicio, y haciendo así que de reos nos convirtiéramos en inocentes y que la abolición del pecado en nosotros fuera el origen de las virtudes.
La virtud cristiana puede superar a la de los escribas y fariseos no por la supresión de la ley, sino por no entenderla en un sentido material. Por esto, el Señor, al enseñar a sus discípulos la manera de ayunar, les dice: Cuando ayunéis, no andéis cabizbajos, como los hipócritas que desfiguran su cara para hacer ver a la gente que ayunan. Os aseguro que ya han recibido su paga. ¿Qué paga sino la paga de la alabanza de los hombres? Por el deseo de esta alabanza se exhibe muchas veces una apariencia de virtud y se ambiciona una fama engañosa, sin ningún interés por la rectitud interior; así, lo que no es más que maldad escondida se complace en la falsa apreciación de los hombres.
El que ama a Dios se contenta con agradarlo, porque el mayor premio que podemos desear es el mismo amor; el amor, en efecto, viene de Dios, de tal manera que Dios mismo es el amor. El alma piadosa e íntegra busca en ello su plenitud y no desea otro deleite. Porque es una gran verdad aquello que dice el Señor: Donde está tu tesoro, allí está tu corazón. El tesoro del hombre viene a ser como la reunión de los frutos recolectados con su esfuerzo. Lo que uno siembre, eso cosechará, y cual sea el trabajo de cada uno, tal será su ganancia; y donde ponga el corazón su deleite, allí queda reducida su solicitud. Mas, como sea que hay muchas clases de riquezas y diversos objetos de placer, el tesoro de cada uno viene determinado por la tendencia de su deseo, y, si este deseo se limita a los bienes terrenos, no hallará en ellos la felicidad, sino la desdicha.
En cambio, los que ponen su corazón en las cosas del cielo, no en las de la tierra, y su atención en las cosas eternas, no en las perecederas, alcanzarán una riqueza incorruptible y escondida, aquella a la que se refiere el profeta cuando dice: La sabiduría y el saber serán su refugio salvador, el temor del Señor será su tesoro. Esta sabiduría divina hace que, con la ayuda de Dios, los mismos bienes terrenales se conviertan en celestiales, cuando muchos convierten sus riquezas, ya sea legalmente heredadas o adquiridas de otro modo, en instrumentos de bondad. Los que reparten lo que les sobra para sustento de los pobres se ganan con ello una riqueza imperecedera; lo que dieron en limosnas no es en modo alguno un derroche; éstos pueden en justicia tener su corazón donde está su tesoro, ya que han tenido el acierto de negociar con sus riquezas sin temor a perderlas”.
lunes, 22 de agosto de 2011
domingo, 21 de agosto de 2011
sábado, 20 de agosto de 2011
Sábado de la 20ª semana de Tiempo Ordinario. El Señor no nos pide hacer las cosas bien, sino ser buenos y misericordiosos con los demás, y así de paso
Sábado de la 20ª semana de Tiempo Ordinario. El Señor no nos pide hacer las cosas bien, sino ser buenos y misericordiosos con los demás, y así de paso haremos las cosas mucho mejor
Lectura del libro de Rut 2,1-3.8-11;4,13-17. Noemí tenía, por parte de su marido, un pariente de muy buena posición, llamado Boaz, de la familia de Elimelec. Rut, la moabita, dijo a su suegra Noemí: -«Déjame ir al campo, a espigar donde me admitan por caridad.» Noemí le respondió: -«Anda, hija.» Ella marchó y fue a espigar en las tierras, siguiendo a los segadores. Fue a una de las tierras de Boaz, de la familia de Elimelec. Boaz dijo a Rut: -«Escucha, hija. No vayas a espigar a otra parte, no te vayas de aquí ni te alejes de mis tierras. Fíjate en qué tierra siegan los hombres y sigue a las espigadoras. Dejo dicho a mis criados que no te molesten. Cuando tengas sed, vete donde los botijos y bebe de lo que saquen los criados.» Rut se echó, se postró ante él por tierra y le dijo: -«Yo soy una forastera; ¿por qué te he caído en gracia y te has interesado por mi?» Boaz respondió: -«Me han contado todo lo que hiciste por tu suegra después que murió tu marido: que dejaste a tus padres y tu pueblo natal y has venido a vivir con gente desconocida.» Así fue como Boaz se casó con Rut. Se unió a ella; el Señor hizo que Rut concibiera y diese a luz un hijo. Las mujeres dijeron a Noemí: _«Bendito sea Dios, que te ha dado hoy quien responda por ti. El nombre del difunto se pronunciará en Israel. Y el niño te será un descanso y una ayuda en tu vejez; pues te lo ha dado a luz tu nuera, la que tanto te quiere, que te vale más que siete hijos.» Noemi tomó al niño, lo puso en su regazo y se encargó de criarlo. Las vecinas le buscaban un nombre, diciendo: -«¡Noemí ha tenido un niño!» Y le pusieron por nombre Obed. Fue el padre de Jesé, padre de David.
Salmo 127,1-5. R. Ésta es la bendición del hombre que teme al Señor.
Dichoso el que teme al Señor y sigue sus caminos. Comerás del fruto de tu trabajo, serás dichoso, te irá bien.
Tu mujer, como parra fecunda, en medio de tu casa; tus hijos, como renuevos de olivo, alrededor de tu mesa.
Ésta es la bendición del hombre que teme al Señor.
Que el Señor te bendiga desde Sión, que veas la prosperidad de Jerusalén todos los días de tu vida.
Santo evangelio según san Mateo 23, 1-12. En aquel tiempo, Jesús habló a la gente y a sus discípulos, diciendo: -«En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos: haced y cumplid lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen. Ellos lían fardos pesados e insoportables y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar. Todo lo que hacen es para que los vea la gente: alargan las filacterias y ensanchan las franjas del manto; les gustan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; que les hagan reverencias por la calle y que la gente los llame maestros. Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar maestro, porque uno solo es vuestro maestro, y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo. No os dejéis llamar consejeros, porque uno solo es vuestro consejero, Cristo. El primero entre vosotros será vuestro servidor. El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.»
Comentario: 1.- Rt 2,1-3.8-11; 4,13-17. -Noemí, por parte de su marido, tenía un pariente. Era un rico propietario del mismo clan, llamado Booz. En su desamparo esas dos mujeres tienen suficiente valor e imaginación para forzar el destino: se agarran a lo que pueden... ese pariente lejano, por ejemplo. ¿Quién sabe si las podría ayudar?
-Rut, la moabita, dijo a Noemí: «Déjame ir al campo detrás de aquel que me lo permita... La audaz decisión de Rut de seguir siempre y a todas partes a su suegra, Noemí, implicaba privaciones y contratiempos. Es posible que el carácter idílico de la escena de Rut espigando en los campos betlemitas, que ha inspirado a los pintores durante siglos y que resulta entrañable y sugestiva para el lector amante de la vida campesina, haya llevado a olvidar el otro aspecto, más prosaico, pero importante y muy real de tal acontecimiento: la lucha tenaz y agotadora de las dos mujeres por su subsistencia.
El capítulo segundo comienza con la descripción del tercer personaje importante del librito de Rut: Boaz. Es pariente de Noemí por parte de su marido, mas no muy próximo, como confirmará el curso posterior del relato. Además se trata de un personaje poderoso y prestigioso por su condición acomodada. Para un hebreo, su nombre significaba «en él hay fuerza», y de hecho la tenía. Rut, que es más joven, se encarga de conseguir los alimentos. Espigar era un recurso de indigentes. La ley reconocía este derecho a los pobres, los extranjeros, los huérfanos y las viudas (Dt 24,19-21; Lv 19,9s; 23,22), pero Rut no quiere reivindicar ningún derecho. Sólo busca un corazón generoso que, libremente y de grado, le permita recoger las espigas caídas. El azar, aunque previsto por Dios, la lleva a un campo de Boaz, que acude a él cuando los segadores llevan ya varias horas trabajando. Boaz intercambia con sus jornaleros los saludos de rigor (los hallamos todavía en la liturgia) y se interesa por la espigadora. El mayoral le explica de quién se trata y le informa de la petición que le ha hecho y de la constancia con que se ha dedicado a su tarea. Boaz dirige a Rut unas palabras llenas de afecto y de solicitud. Le pide que espigue sólo en sus campos, le asegura que sus criados no la molestarán y le da permiso para que beba del agua de los servidores. Rut, con un gesto de humildad y de respeto, pregunta a qué se debe tal benevolencia hacia ella, una simple extranjera; Boaz le replica que ha llegado a su conocimiento todo lo que ha hecho por Noemí y cómo ha abandonado su país y su familia de origen. Que el Señor, Dios de Israel, bajo cuyas alas se ha refugiado (= al cual se ha convertido), la recompense plenamente por su meritorio gesto. Esta oración, aparte de ser exponente de la dimensión religiosa del libro, es importante en la dinámica de todo el relato. Dios se valdrá de Boaz para escuchar tal plegaria, y la expresión de Rut, «he hallado gracia a tus ojos», de gran resonancia en el desarrollo de la narración (vv 2.10.13), comienza a perfilarse como algo más que una buena acogida o una benigna actitud. Quizá convenga recordar, en un tiempo litúrgico como el adviento, que en estos mismos pasajes resonará el anuncio de Navidad a los pastores (J. Mas Anto).
Quiso la suerte que fuera a dar en una parcela de Booz. Eso que la gente llama suerte y que es providencia divina: “El testimonio de la Escritura es unánime: la solicitud de la divina providencia es concreta e inmediata; tiene cuidado de todo, de las cosas más pequeñas hasta los grandes acontecimientos del mundo y de la historia. Las Sagradas Escrituras afirman con fuerza la soberanía absoluta de Dios en el curso de los acontecimientos: "Nuestro Dios en los cielos y en la tierra, todo cuanto le place lo realiza" (Sal 115, 3); y de Cristo se dice: "si él abre, nadie puede cerrar; si él cierra, nadie puede abrir" (Ap 3, 7); "hay muchos proyectos en el corazón del hombre, pero sólo el plan de Dios se realiza" (Pr 19, 21)” (Catecismo 303). Booz dijo a Rut: «¿Me oyes, hija mía? No vayas a espigar a otro campo ni te alejes de aquí, quédate junto a mis criados y sígueles. Les he encargado que no te molesten. Si tienes sed vete a las vasijas del agua que han sacado del pozo.» He ahí un hombre particularmente justo y bueno. Una vez más nos encontramos ante una página que preanuncia el evangelio: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo... Tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber...»
-Entonces Rut se postró rostro en tierra y le dijo: «¿Cómo he hallado gracia a tus ojos para que te fijes en mí que no soy más que una extranjera?» Booz respondió: «Me han contado todo lo que hiciste con tu suegra, después de la muerte de tu marido y cómo has dejado a tu padre y a tu madre y a tu país natal y has venido a un pueblo que no conociste en tu vida.» Siempre la misma insistencia y la misma lección de "amplitud de miras", de «apertura de corazón».
-Booz tomó a Rut para que fuera su mujer y se unió a ella. Este episodio es la ilustración concreta de la ley del Levirato que evoca el evangelio; el pariente más próximo debía procurar descendencia a una viuda, en una especie de solidaridad de clan (Dt 25,5-10; Mt 22,24).
-El Señor le concedió que concibiera, y dio a luz a un niño. Las mujeres de Belén dijeron a Noemí: "¡Bendito sea el Señor que hoy te ha dado un defensor! ¡Que se celebre su nombre en Israel! Será para ti un consuelo y un apoyo de tu vejez, porque lo ha dado a luz tu nuera que te quiere y es para ti mejor que siete hijos.» Hay que volver a escuchar esa delicada y natural manera de acoger la «vida», el «niño». Esa actitud perdura todavía en el conjunto de los pueblos pobres y puede plantear la cuestión a nuestras sociedades occidentales tentadas por una contraconcepción sin freno y sin límite. La «vida» considerada como una «bendición» de Dios: actitud resueltamente optimista, que contrasta con la tristeza característica de los pueblos ricos.
-Las vecinas decían: «Le ha nacido un hijo a Noemí» y le llamaron Obed. Fue el padre de Jesé, padre de David. El misterio de un nacimiento es que no se puede nunca saber ¡«qué» llegará a ser aquel niño! Un genio, un artista, un santo, un bienhechor de la humanidad... Es la gloria de las madres. Y David nacerá de esa moabita, cuya nación es particularmente detestada por el pueblo de Israel (Gn 19,37), ¡por proceder de un incesto! Misterio de los destinos salvadores de Dios (Noel Quesson).
Este capítulo presenta la solución del caso jurídico planteado en el anterior, la culminación del idilio y el desenlace general del drama de la familia de Elimélec recogido en el libro de Rut. Los acontecimientos tienen lugar en la puerta de la villa de Belén y se desarrollan en forma de acto oficial. Después se narra el matrimonio de Boaz y de Rut y el nacimiento de su hijo Obed. El libro concluye con la genealogía de David. Muy de mañana como había prometido a Rut (3,13), Boaz se dirige a la puerta de la ciudad y se sienta allí. Por ser más amplio que las estrechas callejuelas, el lugar de la puerta era el punto obligado de reunión ciudadana y donde se discutían y resolvían los casos jurídicos. También era el sitio ideal para encontrarse con cualquier persona en las antiguas poblaciones orientales. Cuando ve pasar al goel ( = redentor) o pariente más próximo Boaz lo llama y lo invita a sentarse a su lado. El relato no menciona su nombre, probablemente porque se trata de una figura secundaria de la que sólo interesa la renuncia pública a sus derechos. Después, Boaz convoca a diez ancianos de la villa o cabezas de familia para que actúen como testigos cualificados del acto público que se va a celebrar. Quizá intencionadamente Boaz comienza tratando del campo que se debía rescatar. El pariente se aviene a comprar el campo; pero se echa atrás, por interés propio y de su familia, al saber que también tendrá que tomar a la moabita Rut por mujer para dar descendencia a Elimélec. Como gesto simbólico de la renuncia a sus derechos, el pariente, de acuerdo con la antigua costumbre que consigna el autor del relato, se quitó la sandalia y se la dio a Boaz (sobre el simbolismo de quitarse las sandalias, cf. Sal 60,10 y Dt 25,7-10). Entonces Boaz declaró solemnemente ante los testigos que asumía todas las responsabilidades. Los buenos augurios de la gente y de los ancianos para con Boaz tienen sabor litúrgico. Evocan las matriarcas de Israel Raquel y Lía, así como Tamar, no sólo porque es extranjera como Rut y porque es con ella una de las dos únicas mujeres en que, según el AT, se cumple la ley del levirato, sino sobre todo porque es la madre de Fares, progenitor de Boaz y del clan de los efrateos. El coro de mujeres que había intervenido al principio (1,19) para constatar la aflicción y desolación de Noemí lo hace ahora para alabar al Señor porque ha resuelto todas las dificultades. El acto de colocar al niño en el regazo recuerda el ritual de adopción (cf Gn 30,3-8, 48,5-12; 50,23). El nombre del niño, Obed ( = servidor), presenta dificultades. ¿Era éste el primitivo? En cualquier caso es el abuelo de David. Rut y Boaz entran en la gran historia por ser antecesores de David y del Mesías. La guía de Dios, que recorre más o menos veladamente todo el libro brilla en esta nueva y elevada dimensión (J. Mas Anto). “Con razón recordó San Mateo mediante su Evangelio que el Señor, que habría de llamar a los gentiles a incorporarse a la Iglesia, Él mismo asumió según la carne un linaje en el que había extranjeros” (San Ambrosio).
2. Booz, enterado de la noble actitud de la muchacha, se enamora de ella y la toma por esposa. La historia es bastante más larga: aquí la leemos muy resumida. De esa unión nace Obed, el padre de Jesé, el padre de David. Cuando Mateo, al comienzo de su evangelio, nos enumera la genealogía de Jesús, el Mesías, no se olvida de poner el nombre de esta mujer, Rut, la moabita, o sea, una extranjera, aunque convertida a la religión de Yahvé.
Nuestra primera reflexión es aprender de Rut esa difícil fidelidad en las cosas de cada día, en nuestras relaciones familiares o comunitarias. Que es la que proporciona la verdadera felicidad. Por eso está muy bien elegido el salmo: «dichoso el que teme al Señor y sigue sus caminos; comerás del fruto de tu trabajo, seras dichoso, te irá bien... esta es la bendición del que teme al Señor». Si fuéramos sencillos y disponibles como Rut, nos irían mucho mejor las cosas en la sociedad y en la Iglesia. Pero podemos sacar otra consecuencia: alegrarnos de que, en la lista genealógica de Jesús, en la que la mayoría son hombres y, además, las pocas mujeres que se citan no son muy recomendables (como la madre de Salomón, Betsabé), aparezca una mujer buena, sencilla, trabajadora y extranjera. Eso nos reconcilia con las personas humildes y nos hace admirar los caminos por los que Dios va conduciendo la historia, mientras que nosotros tal vez nos inclinamos a las cosas y las personas muy solemnes y aparentes. Jesús elige como apóstoles a gente sencilla: pescadores y hasta publicanos, recaudadores de impuestos. ¿Tenemos un corazón universal para aceptar a los emigrantes y a los que, en principio, podríamos considerar como alejados y extraños y hasta pecadores? ¿somos ecuménicos en nuestra actitud hacia los otros cristianos? ¿tenemos un ánimo acogedor?
La bendición y los deseos de felicidad y de paz expresados en este salmo adquieren nueva perspectiva en la bendición de Dios que el hombre recibe en y a través de Jesús (cf Ef 1,3-10). El temor del que habla, dice S. Hilario de Poitiers: “para nosotros, el temor de Dios reside todo él en el amor, y su contenido en el ejercidio de la perfecta caridad: obedecer los consejos de Dios, atenerse a sus mandatos y confiar en sus promesas”.
Comentando este salmo, y siguiendo el principio ético de que portarse bien recae en en primer lugar en beneficio de la persona que así se comporta, dice S. Roberto Belarmino: “en verdad es muy grande el premio que proporciona la observancia de sus mandamientos. Y no sólo aquel mandamiento, el primero y el más grande, es provechoso para el hombre que lo cumple, sino que también los demás mandamientos de Dios perfeccionan al que los cumple, lo embellecen, lo instruyen, lo ilustran, lo hacen en definitiva bueno y feliz. Por esto, si juzgas rectamente, comprenderás que has sido creado para la gloria de Dios y para tu eterna salvación, comprenderás que éste es tu fin, que éste es el objetivo de tu alma, el tesoro de tu corazón. Si llegas a este fin, serás dichoso; si no lo alcanzas, serás un desdichado”.
3.- Mt 23,1-12 (ver domingo 31, A). Ayer los fariseos le preguntaban a Jesús, seguramente con no muy buena intención, cuál era el mandamiento principal. Hoy escuchan un ataque muy serio de Jesús sobre su conducta: «haced lo que os digan, pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen».
Los fariseos eran buenas personas, deseosas de cumplir la ley, pero en su conducta mantenían unas actitudes que Jesús desenmascara repetidamente. Su lista empieza hoy y sigue durante tres días de la semana próxima:
- se presentan delante de Dios como los justos y cumplidores;
- se creen superiores a los demás;
- dan importancia a la apariencia, a la opinión que otros puedan tener de ellos, y no a lo interior;
- les gustan los primeros lugares en todo;
- y que les llamen «maestro», «padre» y «jefe»;
- quedan bloqueados por detalles insignificantes y descuidan valores fundamentales en la vida;
- son hipócritas: aparentan una cosa y son otra;
- no cumplen lo que enseñan: obligan a otros a llevar fardos pesados, pero ellos no mueven ni un dedo para ayudarles...
El estilo que enseña Jesús a los suyos es totalmente diferente. Quiere que seamos árboles que no sólo presenten una apariencia hermosa, sino que demos frutos. Que no sólo «digamos», sino que «cumplamos la voluntad de Dios». Exactamente como él, que predicaba lo que ya cumplía. Así empieza el Libro de los Hechos: «El primer libro (el del evangelio) lo escribí sobre todo lo que Jesús hizo y enseñó desde el principio» (Hch 1,l ). Hizo y enseñó. ¿Se podría decir lo mismo de nosotros, sobre todo si somos personas que enseñan a los demás y tratan de educarles o animarles en la fe cristiana? ¿Mereceríamos alguna de las acusaciones que Jesús dirige a los fariseos? Repasemos, como mirándonos a un espejo, esta lista de defectos y con sinceridad respondámonos a nosotros mismos. Porque puede ser que también caigamos en lo de buscar los primeros lugares y lo de cuidar la apariencia exterior, y lo de no cumplir lo que recomendamos a los demás... Jesús ataca, sobre todo, a los que de alguna manera son dirigentes en la sociedad, porque dicen una cosa y hacen otra. Él quiere que aquellos de entre nosotros que tengan alguna clase de autoridad no se hagan llamar «maestros, padres, jefes»: que entiendan esa autoridad como servicio («el primero entre vosotros será vuestro servidor»), que no se dejen llevar del orgullo («el que se enaltece será humillado»). El mejor ejemplo nos lo dio el mismo Jesús, cuando, en la cena de despedida, se despojó de su manto, se ciñó la toalla y empezó a lavar los pies a sus discípulos: «si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros» (Jn 13,14). Tendremos que corregir lo que tengamos de fariseos en nuestras actitudes para con Dios y para con el prójimo (J. Aldazábal).
En el capitulo 23, Mateo agrupó varias frases de Jesús "contra los fariseos". -En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos. Tomaron un poder oficial desde el punto de vista religioso. Fueron lo que hoy se llama "un grupo de presión". -Haced pues y observad todo lo que os digan; pero no imitéis su conducta, porque "ellos dicen" y "no hacen". Primera crítica: son buenos disertadores, son teóricos. Su ideal es válido, pero no lo ponen realmente en práctica en su vida. Ayúdame, Señor, a detectar esa distancia entre "lo que digo" y "lo que hago". Hazme clarividente y realista. -Atan cargas pesadas y las echan a las espaldas de la gente, pero ellos ni con el dedo quieren moverlas.
Segunda crítica: "oprimen" a los demás con sus grandes principios, son muy exigentes para los demás y muy poco para sí mismos. Saben lo que se tendría que hacer. "No hay más que..." Ayúdame, Señor, a ser bueno con los demás y exigente para conmigo. Haz que sepa descargar del peso a los demás... y que yo mismo no sea una carga para los que me rodean. -Todas sus obras las hacen para ser vistos por los hombres... Filacterias, orlas, primeros puestos, saludos.
Tercera crítica: Actúan no para Dios, sino "para ser vistos". Buscan recibir honores y destacar entre los demás. Es la puerta abierta a la vanidad que da importancia a lo que no la tiene... y también a la hipocresía, que conserva una fachada de honorabilidad cuando todo el interior está podrido. Ayúdame, Señor, a ver todos los gérmenes de fariseísmo que estén en mí. -Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar "Rabbi"... -Maestro- Ni llaméis a nadie "Padre"... Ni tampoco os dejéis llamar "Doctores".... Efectivamente Jesús persigue todos los "títulos" que uno puede darse a sí mismo. Pero Jesús condena también esa pretensión de ser el guardián de la ortodoxia: la religión de Jesús no es una religión "profesoral", en sentido despectivo, donde están los que "saben" y deben enseñar su saber a los demás. Encontrar a Dios, entrar en relación con Dios no es privilegio de los exégetas, de los teólogos, de los sabios. La abuela ancianita que ha vivido toda su vida desvelándose por los demás y rezando sencillamente sus oraciones, sabe y tiene mejor conocimiento de Dios, que todos los doctores en teología. -Vosotros sois todos hermanos y tenéis un solo Padre, el del cielo, y un solo Doctor, Cristo... Sí, los mismos apóstoles no hacen mas que transmitir "lo que han recibido". No convendría disputar sobre las palabras, porque el lenguaje cambia y los "términos" del tiempo de Jesús no tienen hoy la misma resonancia sensible. De todos modos, en esas palabras de Jesús, hay una profunda reivindicación de igualdad: la sola apelación entre nosotros verdaderamente evangélica, debiera ser la de "¡hermano!" Pero, más allá de las palabras, es la actitud lo que cuenta. Los cristianos de hoy ¿están preparados para esa conversión? -El mayor entre vosotros sea vuestro servidor. El que se humille, será ensalzado. El que se ensalza, será humillado. ¿Cuándo haremos por fin caso de esas consignas repetidas de humildad y de servicio? Examinar detenidamente en mí todos mis instintos de superioridad... todos mis fariseísmos (Noel Quesson).
Los fariseos buscaban el prestigio a cualquier precio. Ellos formaban un partido político que quería alcanzar el Reino por medio del estricto cumplimiento de la Ley. Se mostraban como modelos de santidad y perfección con la intención de meter al pueblo por el camino del fanatismo religioso. Pero, sus aspiraciones verdaderas eran adquirir el poder con el apoyo popular. Jesús les reprocha a los fariseos la pretensión de cargar al pueblo con seiscientos trece mandatos que ellos mismos no cumplían. Estos eran una carga extremadamente pesada e inútil. Los fariseos se exhibían como hombres piadosos, pero no estaban dispuestos a realizar lo más importante de la ley que es la misericordia y la justicia. Jesús invita a los suyos a aprender de lo que saben los fariseos pero no a imitar su actitud de vida. Pues, en efecto, ellos enseñaban muchas cosas valiosas de la Sagrada Escritura, pero no estaban dispuestos a comprometerse con las exigencias de la Palabra de Dios. La comunidad de Jesús, por el contrario, no basa su existencia en una mera noción de la Palabra, sino en un compromiso vital con ella. Actualmente enfrentamos un reto similar al que enfrentó Jesús: hay quienes se presentan como maestros, jefes y doctores que conocen perfectamente las doctrinas y pueden guiar a la comunidad, pero que, en verdad, buscan el poder y el prestigio. La comunidad debe ser crítica ante ellos y descubrir sus verdaderas intenciones. El maestro, la doctrina y la autoridad siguen siendo Jesucristo y su Evangelio. A la luz de El y de su Palabra la comunidad ha de discernir el verdadero camino de vida (Servicio Bíblico Latinoamericano). Aunque ¿quién debe juzgar? ¿cómo? Por sus frutos los conoceréis: la misericordia, hablar bien de los demás, el amor…
Lectura del libro de Rut 2,1-3.8-11;4,13-17. Noemí tenía, por parte de su marido, un pariente de muy buena posición, llamado Boaz, de la familia de Elimelec. Rut, la moabita, dijo a su suegra Noemí: -«Déjame ir al campo, a espigar donde me admitan por caridad.» Noemí le respondió: -«Anda, hija.» Ella marchó y fue a espigar en las tierras, siguiendo a los segadores. Fue a una de las tierras de Boaz, de la familia de Elimelec. Boaz dijo a Rut: -«Escucha, hija. No vayas a espigar a otra parte, no te vayas de aquí ni te alejes de mis tierras. Fíjate en qué tierra siegan los hombres y sigue a las espigadoras. Dejo dicho a mis criados que no te molesten. Cuando tengas sed, vete donde los botijos y bebe de lo que saquen los criados.» Rut se echó, se postró ante él por tierra y le dijo: -«Yo soy una forastera; ¿por qué te he caído en gracia y te has interesado por mi?» Boaz respondió: -«Me han contado todo lo que hiciste por tu suegra después que murió tu marido: que dejaste a tus padres y tu pueblo natal y has venido a vivir con gente desconocida.» Así fue como Boaz se casó con Rut. Se unió a ella; el Señor hizo que Rut concibiera y diese a luz un hijo. Las mujeres dijeron a Noemí: _«Bendito sea Dios, que te ha dado hoy quien responda por ti. El nombre del difunto se pronunciará en Israel. Y el niño te será un descanso y una ayuda en tu vejez; pues te lo ha dado a luz tu nuera, la que tanto te quiere, que te vale más que siete hijos.» Noemi tomó al niño, lo puso en su regazo y se encargó de criarlo. Las vecinas le buscaban un nombre, diciendo: -«¡Noemí ha tenido un niño!» Y le pusieron por nombre Obed. Fue el padre de Jesé, padre de David.
Salmo 127,1-5. R. Ésta es la bendición del hombre que teme al Señor.
Dichoso el que teme al Señor y sigue sus caminos. Comerás del fruto de tu trabajo, serás dichoso, te irá bien.
Tu mujer, como parra fecunda, en medio de tu casa; tus hijos, como renuevos de olivo, alrededor de tu mesa.
Ésta es la bendición del hombre que teme al Señor.
Que el Señor te bendiga desde Sión, que veas la prosperidad de Jerusalén todos los días de tu vida.
Santo evangelio según san Mateo 23, 1-12. En aquel tiempo, Jesús habló a la gente y a sus discípulos, diciendo: -«En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos: haced y cumplid lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen. Ellos lían fardos pesados e insoportables y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar. Todo lo que hacen es para que los vea la gente: alargan las filacterias y ensanchan las franjas del manto; les gustan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; que les hagan reverencias por la calle y que la gente los llame maestros. Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar maestro, porque uno solo es vuestro maestro, y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo. No os dejéis llamar consejeros, porque uno solo es vuestro consejero, Cristo. El primero entre vosotros será vuestro servidor. El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.»
Comentario: 1.- Rt 2,1-3.8-11; 4,13-17. -Noemí, por parte de su marido, tenía un pariente. Era un rico propietario del mismo clan, llamado Booz. En su desamparo esas dos mujeres tienen suficiente valor e imaginación para forzar el destino: se agarran a lo que pueden... ese pariente lejano, por ejemplo. ¿Quién sabe si las podría ayudar?
-Rut, la moabita, dijo a Noemí: «Déjame ir al campo detrás de aquel que me lo permita... La audaz decisión de Rut de seguir siempre y a todas partes a su suegra, Noemí, implicaba privaciones y contratiempos. Es posible que el carácter idílico de la escena de Rut espigando en los campos betlemitas, que ha inspirado a los pintores durante siglos y que resulta entrañable y sugestiva para el lector amante de la vida campesina, haya llevado a olvidar el otro aspecto, más prosaico, pero importante y muy real de tal acontecimiento: la lucha tenaz y agotadora de las dos mujeres por su subsistencia.
El capítulo segundo comienza con la descripción del tercer personaje importante del librito de Rut: Boaz. Es pariente de Noemí por parte de su marido, mas no muy próximo, como confirmará el curso posterior del relato. Además se trata de un personaje poderoso y prestigioso por su condición acomodada. Para un hebreo, su nombre significaba «en él hay fuerza», y de hecho la tenía. Rut, que es más joven, se encarga de conseguir los alimentos. Espigar era un recurso de indigentes. La ley reconocía este derecho a los pobres, los extranjeros, los huérfanos y las viudas (Dt 24,19-21; Lv 19,9s; 23,22), pero Rut no quiere reivindicar ningún derecho. Sólo busca un corazón generoso que, libremente y de grado, le permita recoger las espigas caídas. El azar, aunque previsto por Dios, la lleva a un campo de Boaz, que acude a él cuando los segadores llevan ya varias horas trabajando. Boaz intercambia con sus jornaleros los saludos de rigor (los hallamos todavía en la liturgia) y se interesa por la espigadora. El mayoral le explica de quién se trata y le informa de la petición que le ha hecho y de la constancia con que se ha dedicado a su tarea. Boaz dirige a Rut unas palabras llenas de afecto y de solicitud. Le pide que espigue sólo en sus campos, le asegura que sus criados no la molestarán y le da permiso para que beba del agua de los servidores. Rut, con un gesto de humildad y de respeto, pregunta a qué se debe tal benevolencia hacia ella, una simple extranjera; Boaz le replica que ha llegado a su conocimiento todo lo que ha hecho por Noemí y cómo ha abandonado su país y su familia de origen. Que el Señor, Dios de Israel, bajo cuyas alas se ha refugiado (= al cual se ha convertido), la recompense plenamente por su meritorio gesto. Esta oración, aparte de ser exponente de la dimensión religiosa del libro, es importante en la dinámica de todo el relato. Dios se valdrá de Boaz para escuchar tal plegaria, y la expresión de Rut, «he hallado gracia a tus ojos», de gran resonancia en el desarrollo de la narración (vv 2.10.13), comienza a perfilarse como algo más que una buena acogida o una benigna actitud. Quizá convenga recordar, en un tiempo litúrgico como el adviento, que en estos mismos pasajes resonará el anuncio de Navidad a los pastores (J. Mas Anto).
Quiso la suerte que fuera a dar en una parcela de Booz. Eso que la gente llama suerte y que es providencia divina: “El testimonio de la Escritura es unánime: la solicitud de la divina providencia es concreta e inmediata; tiene cuidado de todo, de las cosas más pequeñas hasta los grandes acontecimientos del mundo y de la historia. Las Sagradas Escrituras afirman con fuerza la soberanía absoluta de Dios en el curso de los acontecimientos: "Nuestro Dios en los cielos y en la tierra, todo cuanto le place lo realiza" (Sal 115, 3); y de Cristo se dice: "si él abre, nadie puede cerrar; si él cierra, nadie puede abrir" (Ap 3, 7); "hay muchos proyectos en el corazón del hombre, pero sólo el plan de Dios se realiza" (Pr 19, 21)” (Catecismo 303). Booz dijo a Rut: «¿Me oyes, hija mía? No vayas a espigar a otro campo ni te alejes de aquí, quédate junto a mis criados y sígueles. Les he encargado que no te molesten. Si tienes sed vete a las vasijas del agua que han sacado del pozo.» He ahí un hombre particularmente justo y bueno. Una vez más nos encontramos ante una página que preanuncia el evangelio: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo... Tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber...»
-Entonces Rut se postró rostro en tierra y le dijo: «¿Cómo he hallado gracia a tus ojos para que te fijes en mí que no soy más que una extranjera?» Booz respondió: «Me han contado todo lo que hiciste con tu suegra, después de la muerte de tu marido y cómo has dejado a tu padre y a tu madre y a tu país natal y has venido a un pueblo que no conociste en tu vida.» Siempre la misma insistencia y la misma lección de "amplitud de miras", de «apertura de corazón».
-Booz tomó a Rut para que fuera su mujer y se unió a ella. Este episodio es la ilustración concreta de la ley del Levirato que evoca el evangelio; el pariente más próximo debía procurar descendencia a una viuda, en una especie de solidaridad de clan (Dt 25,5-10; Mt 22,24).
-El Señor le concedió que concibiera, y dio a luz a un niño. Las mujeres de Belén dijeron a Noemí: "¡Bendito sea el Señor que hoy te ha dado un defensor! ¡Que se celebre su nombre en Israel! Será para ti un consuelo y un apoyo de tu vejez, porque lo ha dado a luz tu nuera que te quiere y es para ti mejor que siete hijos.» Hay que volver a escuchar esa delicada y natural manera de acoger la «vida», el «niño». Esa actitud perdura todavía en el conjunto de los pueblos pobres y puede plantear la cuestión a nuestras sociedades occidentales tentadas por una contraconcepción sin freno y sin límite. La «vida» considerada como una «bendición» de Dios: actitud resueltamente optimista, que contrasta con la tristeza característica de los pueblos ricos.
-Las vecinas decían: «Le ha nacido un hijo a Noemí» y le llamaron Obed. Fue el padre de Jesé, padre de David. El misterio de un nacimiento es que no se puede nunca saber ¡«qué» llegará a ser aquel niño! Un genio, un artista, un santo, un bienhechor de la humanidad... Es la gloria de las madres. Y David nacerá de esa moabita, cuya nación es particularmente detestada por el pueblo de Israel (Gn 19,37), ¡por proceder de un incesto! Misterio de los destinos salvadores de Dios (Noel Quesson).
Este capítulo presenta la solución del caso jurídico planteado en el anterior, la culminación del idilio y el desenlace general del drama de la familia de Elimélec recogido en el libro de Rut. Los acontecimientos tienen lugar en la puerta de la villa de Belén y se desarrollan en forma de acto oficial. Después se narra el matrimonio de Boaz y de Rut y el nacimiento de su hijo Obed. El libro concluye con la genealogía de David. Muy de mañana como había prometido a Rut (3,13), Boaz se dirige a la puerta de la ciudad y se sienta allí. Por ser más amplio que las estrechas callejuelas, el lugar de la puerta era el punto obligado de reunión ciudadana y donde se discutían y resolvían los casos jurídicos. También era el sitio ideal para encontrarse con cualquier persona en las antiguas poblaciones orientales. Cuando ve pasar al goel ( = redentor) o pariente más próximo Boaz lo llama y lo invita a sentarse a su lado. El relato no menciona su nombre, probablemente porque se trata de una figura secundaria de la que sólo interesa la renuncia pública a sus derechos. Después, Boaz convoca a diez ancianos de la villa o cabezas de familia para que actúen como testigos cualificados del acto público que se va a celebrar. Quizá intencionadamente Boaz comienza tratando del campo que se debía rescatar. El pariente se aviene a comprar el campo; pero se echa atrás, por interés propio y de su familia, al saber que también tendrá que tomar a la moabita Rut por mujer para dar descendencia a Elimélec. Como gesto simbólico de la renuncia a sus derechos, el pariente, de acuerdo con la antigua costumbre que consigna el autor del relato, se quitó la sandalia y se la dio a Boaz (sobre el simbolismo de quitarse las sandalias, cf. Sal 60,10 y Dt 25,7-10). Entonces Boaz declaró solemnemente ante los testigos que asumía todas las responsabilidades. Los buenos augurios de la gente y de los ancianos para con Boaz tienen sabor litúrgico. Evocan las matriarcas de Israel Raquel y Lía, así como Tamar, no sólo porque es extranjera como Rut y porque es con ella una de las dos únicas mujeres en que, según el AT, se cumple la ley del levirato, sino sobre todo porque es la madre de Fares, progenitor de Boaz y del clan de los efrateos. El coro de mujeres que había intervenido al principio (1,19) para constatar la aflicción y desolación de Noemí lo hace ahora para alabar al Señor porque ha resuelto todas las dificultades. El acto de colocar al niño en el regazo recuerda el ritual de adopción (cf Gn 30,3-8, 48,5-12; 50,23). El nombre del niño, Obed ( = servidor), presenta dificultades. ¿Era éste el primitivo? En cualquier caso es el abuelo de David. Rut y Boaz entran en la gran historia por ser antecesores de David y del Mesías. La guía de Dios, que recorre más o menos veladamente todo el libro brilla en esta nueva y elevada dimensión (J. Mas Anto). “Con razón recordó San Mateo mediante su Evangelio que el Señor, que habría de llamar a los gentiles a incorporarse a la Iglesia, Él mismo asumió según la carne un linaje en el que había extranjeros” (San Ambrosio).
2. Booz, enterado de la noble actitud de la muchacha, se enamora de ella y la toma por esposa. La historia es bastante más larga: aquí la leemos muy resumida. De esa unión nace Obed, el padre de Jesé, el padre de David. Cuando Mateo, al comienzo de su evangelio, nos enumera la genealogía de Jesús, el Mesías, no se olvida de poner el nombre de esta mujer, Rut, la moabita, o sea, una extranjera, aunque convertida a la religión de Yahvé.
Nuestra primera reflexión es aprender de Rut esa difícil fidelidad en las cosas de cada día, en nuestras relaciones familiares o comunitarias. Que es la que proporciona la verdadera felicidad. Por eso está muy bien elegido el salmo: «dichoso el que teme al Señor y sigue sus caminos; comerás del fruto de tu trabajo, seras dichoso, te irá bien... esta es la bendición del que teme al Señor». Si fuéramos sencillos y disponibles como Rut, nos irían mucho mejor las cosas en la sociedad y en la Iglesia. Pero podemos sacar otra consecuencia: alegrarnos de que, en la lista genealógica de Jesús, en la que la mayoría son hombres y, además, las pocas mujeres que se citan no son muy recomendables (como la madre de Salomón, Betsabé), aparezca una mujer buena, sencilla, trabajadora y extranjera. Eso nos reconcilia con las personas humildes y nos hace admirar los caminos por los que Dios va conduciendo la historia, mientras que nosotros tal vez nos inclinamos a las cosas y las personas muy solemnes y aparentes. Jesús elige como apóstoles a gente sencilla: pescadores y hasta publicanos, recaudadores de impuestos. ¿Tenemos un corazón universal para aceptar a los emigrantes y a los que, en principio, podríamos considerar como alejados y extraños y hasta pecadores? ¿somos ecuménicos en nuestra actitud hacia los otros cristianos? ¿tenemos un ánimo acogedor?
La bendición y los deseos de felicidad y de paz expresados en este salmo adquieren nueva perspectiva en la bendición de Dios que el hombre recibe en y a través de Jesús (cf Ef 1,3-10). El temor del que habla, dice S. Hilario de Poitiers: “para nosotros, el temor de Dios reside todo él en el amor, y su contenido en el ejercidio de la perfecta caridad: obedecer los consejos de Dios, atenerse a sus mandatos y confiar en sus promesas”.
Comentando este salmo, y siguiendo el principio ético de que portarse bien recae en en primer lugar en beneficio de la persona que así se comporta, dice S. Roberto Belarmino: “en verdad es muy grande el premio que proporciona la observancia de sus mandamientos. Y no sólo aquel mandamiento, el primero y el más grande, es provechoso para el hombre que lo cumple, sino que también los demás mandamientos de Dios perfeccionan al que los cumple, lo embellecen, lo instruyen, lo ilustran, lo hacen en definitiva bueno y feliz. Por esto, si juzgas rectamente, comprenderás que has sido creado para la gloria de Dios y para tu eterna salvación, comprenderás que éste es tu fin, que éste es el objetivo de tu alma, el tesoro de tu corazón. Si llegas a este fin, serás dichoso; si no lo alcanzas, serás un desdichado”.
3.- Mt 23,1-12 (ver domingo 31, A). Ayer los fariseos le preguntaban a Jesús, seguramente con no muy buena intención, cuál era el mandamiento principal. Hoy escuchan un ataque muy serio de Jesús sobre su conducta: «haced lo que os digan, pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen».
Los fariseos eran buenas personas, deseosas de cumplir la ley, pero en su conducta mantenían unas actitudes que Jesús desenmascara repetidamente. Su lista empieza hoy y sigue durante tres días de la semana próxima:
- se presentan delante de Dios como los justos y cumplidores;
- se creen superiores a los demás;
- dan importancia a la apariencia, a la opinión que otros puedan tener de ellos, y no a lo interior;
- les gustan los primeros lugares en todo;
- y que les llamen «maestro», «padre» y «jefe»;
- quedan bloqueados por detalles insignificantes y descuidan valores fundamentales en la vida;
- son hipócritas: aparentan una cosa y son otra;
- no cumplen lo que enseñan: obligan a otros a llevar fardos pesados, pero ellos no mueven ni un dedo para ayudarles...
El estilo que enseña Jesús a los suyos es totalmente diferente. Quiere que seamos árboles que no sólo presenten una apariencia hermosa, sino que demos frutos. Que no sólo «digamos», sino que «cumplamos la voluntad de Dios». Exactamente como él, que predicaba lo que ya cumplía. Así empieza el Libro de los Hechos: «El primer libro (el del evangelio) lo escribí sobre todo lo que Jesús hizo y enseñó desde el principio» (Hch 1,l ). Hizo y enseñó. ¿Se podría decir lo mismo de nosotros, sobre todo si somos personas que enseñan a los demás y tratan de educarles o animarles en la fe cristiana? ¿Mereceríamos alguna de las acusaciones que Jesús dirige a los fariseos? Repasemos, como mirándonos a un espejo, esta lista de defectos y con sinceridad respondámonos a nosotros mismos. Porque puede ser que también caigamos en lo de buscar los primeros lugares y lo de cuidar la apariencia exterior, y lo de no cumplir lo que recomendamos a los demás... Jesús ataca, sobre todo, a los que de alguna manera son dirigentes en la sociedad, porque dicen una cosa y hacen otra. Él quiere que aquellos de entre nosotros que tengan alguna clase de autoridad no se hagan llamar «maestros, padres, jefes»: que entiendan esa autoridad como servicio («el primero entre vosotros será vuestro servidor»), que no se dejen llevar del orgullo («el que se enaltece será humillado»). El mejor ejemplo nos lo dio el mismo Jesús, cuando, en la cena de despedida, se despojó de su manto, se ciñó la toalla y empezó a lavar los pies a sus discípulos: «si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros» (Jn 13,14). Tendremos que corregir lo que tengamos de fariseos en nuestras actitudes para con Dios y para con el prójimo (J. Aldazábal).
En el capitulo 23, Mateo agrupó varias frases de Jesús "contra los fariseos". -En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos. Tomaron un poder oficial desde el punto de vista religioso. Fueron lo que hoy se llama "un grupo de presión". -Haced pues y observad todo lo que os digan; pero no imitéis su conducta, porque "ellos dicen" y "no hacen". Primera crítica: son buenos disertadores, son teóricos. Su ideal es válido, pero no lo ponen realmente en práctica en su vida. Ayúdame, Señor, a detectar esa distancia entre "lo que digo" y "lo que hago". Hazme clarividente y realista. -Atan cargas pesadas y las echan a las espaldas de la gente, pero ellos ni con el dedo quieren moverlas.
Segunda crítica: "oprimen" a los demás con sus grandes principios, son muy exigentes para los demás y muy poco para sí mismos. Saben lo que se tendría que hacer. "No hay más que..." Ayúdame, Señor, a ser bueno con los demás y exigente para conmigo. Haz que sepa descargar del peso a los demás... y que yo mismo no sea una carga para los que me rodean. -Todas sus obras las hacen para ser vistos por los hombres... Filacterias, orlas, primeros puestos, saludos.
Tercera crítica: Actúan no para Dios, sino "para ser vistos". Buscan recibir honores y destacar entre los demás. Es la puerta abierta a la vanidad que da importancia a lo que no la tiene... y también a la hipocresía, que conserva una fachada de honorabilidad cuando todo el interior está podrido. Ayúdame, Señor, a ver todos los gérmenes de fariseísmo que estén en mí. -Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar "Rabbi"... -Maestro- Ni llaméis a nadie "Padre"... Ni tampoco os dejéis llamar "Doctores".... Efectivamente Jesús persigue todos los "títulos" que uno puede darse a sí mismo. Pero Jesús condena también esa pretensión de ser el guardián de la ortodoxia: la religión de Jesús no es una religión "profesoral", en sentido despectivo, donde están los que "saben" y deben enseñar su saber a los demás. Encontrar a Dios, entrar en relación con Dios no es privilegio de los exégetas, de los teólogos, de los sabios. La abuela ancianita que ha vivido toda su vida desvelándose por los demás y rezando sencillamente sus oraciones, sabe y tiene mejor conocimiento de Dios, que todos los doctores en teología. -Vosotros sois todos hermanos y tenéis un solo Padre, el del cielo, y un solo Doctor, Cristo... Sí, los mismos apóstoles no hacen mas que transmitir "lo que han recibido". No convendría disputar sobre las palabras, porque el lenguaje cambia y los "términos" del tiempo de Jesús no tienen hoy la misma resonancia sensible. De todos modos, en esas palabras de Jesús, hay una profunda reivindicación de igualdad: la sola apelación entre nosotros verdaderamente evangélica, debiera ser la de "¡hermano!" Pero, más allá de las palabras, es la actitud lo que cuenta. Los cristianos de hoy ¿están preparados para esa conversión? -El mayor entre vosotros sea vuestro servidor. El que se humille, será ensalzado. El que se ensalza, será humillado. ¿Cuándo haremos por fin caso de esas consignas repetidas de humildad y de servicio? Examinar detenidamente en mí todos mis instintos de superioridad... todos mis fariseísmos (Noel Quesson).
Los fariseos buscaban el prestigio a cualquier precio. Ellos formaban un partido político que quería alcanzar el Reino por medio del estricto cumplimiento de la Ley. Se mostraban como modelos de santidad y perfección con la intención de meter al pueblo por el camino del fanatismo religioso. Pero, sus aspiraciones verdaderas eran adquirir el poder con el apoyo popular. Jesús les reprocha a los fariseos la pretensión de cargar al pueblo con seiscientos trece mandatos que ellos mismos no cumplían. Estos eran una carga extremadamente pesada e inútil. Los fariseos se exhibían como hombres piadosos, pero no estaban dispuestos a realizar lo más importante de la ley que es la misericordia y la justicia. Jesús invita a los suyos a aprender de lo que saben los fariseos pero no a imitar su actitud de vida. Pues, en efecto, ellos enseñaban muchas cosas valiosas de la Sagrada Escritura, pero no estaban dispuestos a comprometerse con las exigencias de la Palabra de Dios. La comunidad de Jesús, por el contrario, no basa su existencia en una mera noción de la Palabra, sino en un compromiso vital con ella. Actualmente enfrentamos un reto similar al que enfrentó Jesús: hay quienes se presentan como maestros, jefes y doctores que conocen perfectamente las doctrinas y pueden guiar a la comunidad, pero que, en verdad, buscan el poder y el prestigio. La comunidad debe ser crítica ante ellos y descubrir sus verdaderas intenciones. El maestro, la doctrina y la autoridad siguen siendo Jesucristo y su Evangelio. A la luz de El y de su Palabra la comunidad ha de discernir el verdadero camino de vida (Servicio Bíblico Latinoamericano). Aunque ¿quién debe juzgar? ¿cómo? Por sus frutos los conoceréis: la misericordia, hablar bien de los demás, el amor…
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ser buenos y misericordiosos con los dremás
viernes, 19 de agosto de 2011
Viernes de la 20ª semana de Tiempo Ordinario. El corazón de Dios es de amor, y nos pide que vivamos a imagen suya: el principal mandamiento es amar a
Viernes de la 20ª semana de Tiempo Ordinario. El corazón de Dios es de amor, y nos pide que vivamos a imagen suya: el principal mandamiento es amar a Dios y a los demás
Comienzo del libro de Rut 1, 1. 3-6. 14b-16. 22. En tiempo de los jueces, hubo hambre en el país, y un hombre emigró, con su mujer Noemí y sus dos hijos, desde Belén de Judá a la campiña de Moab. Elimelec, el marido de Noemí, murió, y quedaron con ella sus dos hijos, que se casaron con dos mujeres moabitas: una se llamaba Orfá y la otra Rut. Pero, al cabo de diez años de residir allí, murieron también los dos hijos, y la mujer se quedó sin marido y sin hijos. Al enterarse de que el Señor había atendido a su pueblo dándole pan, Noemí, con sus dos nueras, emprendió el camino de vuelta desde la campiña de Moab. Orfá se despidió de su suegra y volvió a su pueblo, mientras que Rut se quedó con Noemí. Noemí le dijo: -«Mira, tu cuñada se ha vuelto a su pueblo y a su dios. Vuélvete tú con ella. » Pero Rut contestó: -«No insistas en que te deje y me vuelva. Donde tú vayas, iré yo; donde tú vivas, viviré yo; tu pueblo es el mío, tu Dios es mi Dios. » Así fue como Noemí, con su nuera Rut, la moabita, volvió de la campiña de Moab. Empezaba la siega de la cebada cuando llegaron a Belén.
Salmo 145, 5-6ab.6c-7.8-9a.9be-10. R. Alaba, alma mía, al Señor.
Dichoso a quien auxilia el Dios de Jacob, el que espera en el Señor, su Dios, que hizo el cielo y la tierra, el mar y cuanto hay en él.
Que mantiene su fidelidad perpetuamente, que hace justicia a los oprimidos, que da pan a los hambrientos. El Señor liberta a los cautivos.
El Señor abre los ojos al ciego. El Señor endereza a los que ya se doblan, el Señor ama a los justos. El Señor guarda a los peregrinos. Sustenta al huérfano y a la viuda y trastorna el camino de los malvados. El Señor reina eternamente, tu Dios, Sión, de edad en edad.
Santo Evangelio según san Mateo 22, 34-40. En aquel tiempo, los fariseos, al oír que Jesús había hecho callar a los saduceos, formaron grupo, y uno de ellos, que era experto en la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba: -«Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?» Él le dijo: -«"Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser." Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo." Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas.»
Comentario: 1.- Rt 1,1-6.14-16.22. El libro de Rut evoca un tranquilo idilio, completamente opuesto a las brutalidades y a los combates del libro de los Jueces. Narra la historia de cómo una mujer extranjera se incorpora al pueblo de Israel. De ella nacerá David. En la época que juzgaban los Jueces, hubo hambre en el país. Un hombre de Belén emigró con su mujer Noemí y sus dos hijos para establecerse en la región de Moab... Los hijos se casaron con dos moabitas: Una de las cuales se llamaba Orfá, y la otra Rut. Unos pobres israelitas, víctimas del hambre, se ven obligados a emigrar al extranjero... dos de sus hijos se casan con mujeres del país, paganas. Notemos la belleza de esa vida familiar hecha de abnegación mutua y de simplicidad. Notemos también esa amplitud de miras respecto a los matrimonios «mixtos», que contrasta con los rigorismos de Esdras (8,10) y de Nehemías (13,1-3; 23-27). Como en el libro de Jonás, descubrimos esa tendencia «universalista» que abre el pueblo de Dios a todos aquellos que aceptan vivir sus exigencias, incluso pertenecientes a razas distintas ¿Cuál es mi actitud frente a los diversos «nacionalismos» y «racismos»?
-Permanecieron allá unos diez años. Después de la muerte de su marido, Noemí perdió también a sus dos hijos. Tenemos pues a tres viudas, una anciana y dos jóvenes. Lejos de entregarse al dolor de su desgracia, las veremos reaccionar y reemprender la vida.
-Las tres se pusieron en camino para regresar a la tierra de Judá. Orfá no las siguió. Noemí dijo a Rut: “Ves, tu cuñada ha vuelto a su tierra y a sus dioses, vuelve tú también y haz como ella”. Admirable respeto a la libertad. No es fácil expatriarse. Noemí retorna a su patria, no quiere imponer nada a sus nueras.
-Rut respondió: “No insistas en que te abandone y me separe de ti porque iré donde tú vayas y habitaré donde tú habites, tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios.” Mirad aquí también una hermosa lección edificante. Rut manifiesta su buen afecto a su suegra... como respuesta a la preocupación de Noemí sobre el futuro y la libertad de sus nueras. Actitudes muy humanas en las que Dios está presente. Rut escoge, pues, adoptar la nacionalidad y la religión de Israel. Jesús sabrá también admirar a esos paganos que viven los valores humanos y espirituales del orden de la Fe: «no he encontrado una fe tan grande en Israel», dirá a propósito de un centurión romano (Mt 8,10). ¿Y nosotros? ¿Cómo acogemos esta revelación de que «Dios ama a los extranjeros»? ¿Cómo nos situamos frente a los que viven y trabajan junto a nosotros? ¿Qué parte de mi tiempo y de mi presupuesto dedico a la lucha contra las desigualdades y las incomprensiones?
-Noemí regresó pues de la región de Moab con su nuera, Rut, la moabita. Llegaron a Belén al comienzo de la siega de la cebada. La continuación de la historia nos mostrará a Rut, la moabita casada con Boaz de Belén que dará a luz a Obed, padre de Jesé, padre de David... de cuya descendencia nacerá Jesús. Y la genealogía de Jesús subraya que hubo paganos entre los ascendentes de Jesús (Mt 1,5). Rut, la extranjera, es una abuela directa del gran Rey David. Y Belén aparece aquí en la historia. En Belén nacerá otro niño de la familia de David: el amor delicado que se expresa en el «relato» de Rut es como la primera página del relato de Navidad (Noel Quesson). La tradición cristiana ha visto en Rut a la Iglesia de los gentiles, de todos los hombres y mujeres de pueblos muy diversos que al conocer al Señor por el testimonio de Dios que acoge a todos los que creen en Él: “en ella encontramos –dice S. Ambrosio- una figura de la incorporación a la Iglesia de todos nosotros, que hemos sido recogidos de todos los pueblos”.
El librito de Rut, escrito sin duda después del destierro, es una muestra de la mejor narrativa bíblica- se trata de una deliciosa novela que expone el amor y la fidelidad, por encima de toda prueba, de Noemí y sus nueras, especialmente Rut, así como la bondad y nobleza de Boaz. Estas virtudes serán premiadas por Dios, protagonista de la obra, que dirige soberanamente la vida de las personas y el curso de los acontecimientos (1,8s; 4,13s). El matrimonio con extranjeras y la ley del levirato tienen aquí menos importancia. La relación con David, establecida en la genealogía final, influyó en la incorporación de este escrito a la Biblia. La lectura de hoy nos presenta el primer capítulo de la obra, que puede dividirse en tres partes: la emigración, el retorno y la llegada.
I. Emigración a los campos de Moab (vv 1-5). Viene a ser una breve introducción. El hambre ha sido siempre causa de emigraciones (cf Gn 12; 48,85). Los campos de Moab constituían un altiplano que se hallaba al norte y al sur del Arnón y gozaba de mejores condiciones climatológicas que la región de Belén. Los nombres de Elimélec (=mi Dios es rey) y Noemí (=la graciosa, “mi agrado”) son de cuño semítico, mientras Majlón (=enfermedad) y Kilión (=consunción, destrucción) parecen elegidos para expresar la muerte prematura. Los nombres de las mujeres moabitas no parecen creaciones artificiales ni reducibles a estos significados: Orfá = la renegada o desertora (“la que da la espalda”), Rut = la amiga. También quiere decir “la que reconforta”.
II. Retorno a Belén (vv 6-18). Esta sección central es prolija. El interés se centra en los sentimientos de los personajes y en los diálogos en analogía con las narraciones yahvistas del Génesis y con la historia de David. La palabra clave es "volver" (vv 6.7.8.10.11.12.15.16). Noemí no quiere que sus nueras, que pueden encontrar seguridad en su país, arriesguen su futuro para acompañarla y compartir «su amarga» perspectiva (v 13; cf v 20). La despedida de Orfá resalta la inconmovible decisión de Rut -expresada en los versículos 16 y 17, y punto culminante de esta sección- de compartir la vida y el sepulcro de Noemí, su pueblo y su Dios. El paralelismo con Abraham es evidente: como él, Rut viene de un país extranjero, rompe todos los lazos con la patria de origen y no tiene más compañía que una mujer estéril. Como en el caso del patriarca, su sacrificio no será en vano; Rut sabe en quién ha puesto su confianza (2 Tim 1,12).
III. Llegada a Belén (vv 19-22). Todo Belén se conmueve con la llegada de las dos mujeres (1 Re 1,45; cf Mt 2,3). La penosa situación de Noemí se define exactamente con el nombre contrastado de Mara (= amargada). El Señor la ha dejado sin marido y sin hijos (cf. Job 1,21). La alusión a la siega de la cebada prepara lo que sigue y justifica la lectura del libro en la liturgia sinagogal de Pentecostés, en la que se daba gracias a Dios por el don del grano y los cereales (J. Mas Anto). Dios nos da una lección de universalidad. No quiere que nos portemos con autosuficiencia, como si fuéramos los únicos buenos. Las relaciones humanas en una familia -aquí, nada menos que entre suegra y nuera- o en una comunidad eclesial o en la sociedad, quedan interpeladas por el ejemplo de esta muchacha extranjera. Es un toque de atención contra todo racismo y a favor de un corazón universal, que sabe reconocer valores también en los demás, aunque nos parezcan extraños. A los que nos tenemos por ricos y cultos, se nos propone como modelo una familia pobre, de emigrantes, en la que reinan unas admirables virtudes de lealtad y laboriosidad.
2. Dios tiene un corazón universal y, según el Salmo, tiene predilección por los más débiles y marginados de la sociedad: «el Señor mantiene su fidelidad perpetuamente, hace justicia a los oprimidos, da pan a los hambrientos... el Señor guarda a los peregrinos, sustenta al huérfano y a la viuda...».
Juan Pablo II comenta el salmo 145, un "aleluya", “el primero de los cinco con los que termina la colección del Salterio. Ya la tradición litúrgica judía usó este himno como canto de alabanza por la mañana: alcanza su culmen en la proclamación de la soberanía de Dios sobre la historia humana. En efecto, al final del salmo se declara: "El Señor reina eternamente" (v 10). De ello se sigue una verdad consoladora: no estamos abandonados a nosotros mismos; las vicisitudes de nuestra vida no se hallan bajo el dominio del caos o del hado; los acontecimientos no representan una mera sucesión de actos sin sentido ni meta. A partir de esta convicción se desarrolla una auténtica profesión de fe en Dios, celebrado con una especie de letanía, en la que se proclaman sus atributos de amor y bondad (cf. vv. 6-9).
Dios es creador del cielo y de la tierra; es custodio fiel del pacto que lo vincula a su pueblo. Él es quien hace justicia a los oprimidos, da pan a los hambrientos y liberta a los cautivos. Él es quien abre los ojos a los ciegos, quien endereza a los que ya se doblan, quien ama a los justos, quien guarda a los peregrinos, quien sustenta al huérfano y a la viuda. Él es quien trastorna el camino de los malvados y reina soberano sobre todos los seres y de edad en edad. Son doce afirmaciones teológicas que, con su número perfecto, quieren expresar la plenitud y la perfección de la acción divina. El Señor no es un soberano alejado de sus criaturas, sino que está comprometido en su historia, como Aquel que propugna la justicia, actuando en favor de los últimos, de las víctimas, de los oprimidos, de los infelices.
Así, el hombre se encuentra ante una opción radical entre dos posibilidades opuestas: por un lado, está la tentación de "confiar en los poderosos" (cf v 3), adoptando sus criterios inspirados en la maldad, en el egoísmo y en el orgullo. En realidad, se trata de un camino resbaladizo y destinado al fracaso; es "un sendero tortuoso y una senda llena de revueltas" (Pr 2,15), que tiene como meta la desesperación.
En efecto, el salmista nos recuerda que el hombre es un ser frágil y mortal, como dice el mismo vocablo adam, que en hebreo se refiere a la tierra, a la materia, al polvo. El hombre -repite a menudo la Biblia- es como un edificio que se resquebraja (cf Qo 12,1-7), como una telaraña que el viento puede romper (cf Jb 8,14), como un hilo de hierba, verde por la mañana y seco por la tarde (cf Sal 89,5-6; 102,15-16). Cuando la muerte cae sobre él, todos sus planes perecen y él vuelve a convertirse en polvo: "Exhala el espíritu y vuelve al polvo; ese día perecen sus planes" (Sal 145,4).
Ahora bien, ante el hombre se presenta otra posibilidad, la que pondera el salmista con una bienaventuranza: "Bienaventurado aquel a quien auxilia el Dios de Jacob, el que espera en el Señor su Dios" (v. 5). Es el camino de la confianza en el Dios eterno y fiel. El amén, que es el verbo hebreo de la fe, significa precisamente estar fundado en la solidez inquebrantable del Señor, en su eternidad, en su poder infinito. Pero sobre todo significa compartir sus opciones, que la profesión de fe y alabanza, antes descrita, ha puesto de relieve.
Es necesario vivir en la adhesión a la voluntad divina, dar pan a los hambrientos, visitar a los presos, sostener y confortar a los enfermos, defender y acoger a los extranjeros, dedicarse a los pobres y a los miserables. En la práctica, es el mismo espíritu de las Bienaventuranzas; es optar por la propuesta de amor que nos salva desde esta vida y que más tarde será objeto de nuestro examen en el juicio final, con el que se concluirá la historia. Entonces seremos juzgados sobre la decisión de servir a Cristo en el hambriento, en el sediento, en el forastero, en el desnudo, en el enfermo y en el preso. "Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis" (Mt 25, 40): esto es lo que dirá entonces el Señor.
Concluyamos nuestra meditación del salmo 145 con una reflexión que nos ofrece la sucesiva tradición cristiana. El gran escritor del siglo III Orígenes, cuando llega al versículo 7 del salmo, que dice: "El Señor da pan a los hambrientos y liberta a los cautivos", descubre en él una referencia implícita a la Eucaristía: "Tenemos hambre de Cristo, y Él mismo nos dará el pan del cielo. "Danos hoy nuestro pan de cada día". Los que hablan así, tienen hambre. Los que sienten necesidad de pan, tienen hambre". Y esta hambre queda plenamente saciada por el Sacramento eucarístico, en el que el hombre se alimenta con el Cuerpo y la Sangre de Cristo”.
Las palabras del salmo tienen más fuerza si se considera el final de la existencia sobre la tierra (Biblia de Navarra), como dice Casiodoro: “la contemplación del Profeta, le empuja a situarse, por así decir, en el final de los tiempos. Entonces, viendo la fragilidad de todo lo que, por ser terreno, resulta caduco, no piensa más que en alabar a Dios. Este fin del mundo vendrá presto para cada uno de nosotros: vendrá en el momento en que muramos y nos desliguemos de cuanto nos rodea. Enderecemos, pues, nuestros afanes hacia lo que constituirá, al fin, nuestra ocupación perenne”
3.- Mateo 22,34-40 (ver domingo 30 A y paralelo Mc 12,28-34). -Los "fariseos" al enterarse de que Jesús había hecho callar a los "saduceos", se reunieron en grupo y uno de ellos "doctor en la Ley", le preguntó con ánimo de ponerlo a prueba... Toda la "inteligencia" de la capital, la élite intelectual se interesa por el "caso Jesús". Los partidos políticos, los grupos religiosos opuestos, buscan o atraerlo a su campo o hacerlo fracasar. Se le hizo la pregunta entonces de actualidad: ¿hay que hacer huelga de impuestos? como lo sostenían ciertos grupos extremistas, los Zelotas. (22,15-22). Se le planteó la gran cuestión teológica que dividía las mentes: ¿Hay que creer que la resurrección es posible? (22, 23-30). Los fariseos estaban en oposición al gobierno romano, pero los saduceos estaban a favor de la colaboración. Los saduceos no creían en la resurrección, los fariseos, sí. Jesús vivió en ese contexto de camorras y querellas políticas e intelectuales. HOY, los fenómenos de "opinión" pública han ampliado aún más esas luchas ideológicas. No nos tienen que hacer perder la cabeza; pero tampoco hay que dejar de tenerlos en cuenta refugiándose en una religión desencarnada. Y el mismo Jesús "tomó partido": -una vez, por los saduceos... pagar el impuesto a Cesar (Mateo 22, 21) -otra vez, por los fariseos... creer en la resurrección (Mateo 22, 31). Los fariseos, contentos de esa toma de posición a su favor, quieren poner a prueba a Jesús.
-Maestro, ¿cuál es el Mandamiento mayor de la Ley? Es una pregunta típicamente farisaica: la fidelidad a la Ley era el gran problema debatido en sus grupos. Tenían múltiples obligaciones, numerosas prácticas a observar y cantidades de interdictos. Pero sabían que era preciso, sin embargo, hacer distinciones, y no ponerlo todo en el mismo plano: hay mandamientos más graves y otros menos graves. Es pues una verdadera cuestión la propuesta por ese doctor en la Ley. ¿Busco, yo también, lo que es esencial en todas mis obligaciones?
Fue buena idea la de preguntar a Jesús cuál es el mandamiento principal. Porque los judíos contaban hasta 365 leyes negativas y 248 positivas, suficientes para desorientar a las personas de mejor voluntad, a la hora de centrarse en lo esencial. La respuesta de Jesús es clara: el mandamiento principal es amar. Amar a Dios (lo cita del libro del Deuteronomio: Dt 6) y amar al prójimo «como a ti mismo» (estaba ya en el Levítico: Lv 19). Lo que hace Jesús es unir los dos mandamientos y relacionarlos: «estos dos mandamientos sostienen la ley entera y los profetas».
Lo principal para un cristiano sigue siendo amar. Tienen sentido cumplir y trabajar y rezar y ofrecer y ser fieles. Pero el amor es lo que da sentido a todo lo demás. Nos interesa, de cuando en cuando, volver a lo esencial. También nosotros tenemos, en el Código de Derecho Canónico, muchas normas, necesarias para la vida de la comunidad en sus múltiples aspectos. Pero Jesús nos enseña dónde está lo principal y la raíz de lo demás: el amor. Está muy bien que el Código actual (1983), en su último canon, hablando del sistema a seguir para el traslado de los párrocos, afirme un principio general muy cercano a la consigna de Jesús: «guardando la equidad canónica y teniendo en cuenta la salvación de las almas, que debe ser siempre la ley suprema de la Iglesia» (c. 1752). ¿Puedo decir, cuando me examino al final de cada jornada o en los días de retiro, que mi vida está movida por el amor? ¿que, entre tantas cosas que hago, lo que me caracteriza más es el amor a Dios y al prójimo, o, al contrario, mi egoísmo y la falta de amor? San Pablo nos recomendó: «con nadie tengáis otra deuda que la del mutuo amor, pues el que ama al prójimo ha cumplido la ley... todos los demás preceptos se resumen en esta fórmula: amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Rm 13,8-9). Y Jesús nos advirtió que, al final de nuestra vida, seremos examinados precisamente de esto: si dimos agua al sediento y visitamos al enfermo... Seremos examinados del amor (J. Aldazábal).
-Jesús contestó: "Amarás... Todo se resume en esta palabra. Es tan breve que tenemos el riesgo de pasarla por alto. Debo orar a partir de eso... y mirar mi vida a esa luz. -Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón-alma-mente. Este es el "mayor" y el "primer" Mandamiento. Jesús cita aquí la plegaria cotidiana de los judíos (Dt 6,4-7). El amor de Dios debe embargar todo el ser, de pies a cabeza, diríamos hoy. La palabra hebrea que se traduce por "con todo tu corazón, -con toda tu alma-, con toda tu mente, es una palabra intraducible de hecho: de tal manera expresa la totalidad del ser humano. Y para expresarlo todavía de forma más gráfica, los judíos rezan estos versículos con el texto dentro de unas cajitas de cuero, tefilim, sujetas una de ellas a la frente (“con toda tu mente…”) y otra a la parte superior del brazo izquierdo, a la altura del pecho (“con todo tu corazón…”) ¿Es así como amo yo a Dios? o bien ¿le amo sólo con una parte de mi vida y de mi tiempo?
-El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos penden la Ley entera y los Profetas. No fue una respuesta original. Era la respuesta de los fariseos. Pero lo nuevo es:
1º La aproximación de esos dos mandamientos que, en el pensamiento de Jesús, se apoyan el uno al otro, tiene la misma importancia y se parecen...
2º El hecho de que resumen todos los otros mandamientos en una síntesis sencilla... En medio de los conflictos políticos y religiosos de su tiempo, Jesús nos conduce de nuevo a lo esencial... que relativiza todo lo restante con relación a eso (Noel Quesson).
“Ninguno de estos dos amores puede ser perfecto si le falta el otro, porque no se puede amar de verdad a Dios sin amar al prójimo, ni se puede amar al prójimo sin amar a Dios (…) Sólo ésta es la verdadera y única prueba del amor de Dios, si procuramos estar solícitos del cuidado de nuestros hermanos y les ayudamos” (S. Beda). A veces nos preguntamos por métodos y sistemas… queremos “hacerlo bien”… “tú me preguntas por qué razón y con qué método o medida debe ser amado Dios. Yo contesto: la razón para amar a Dios es Dios; el método y medida es amarle sin método ni medida” (San Bernardo).
Comienzo del libro de Rut 1, 1. 3-6. 14b-16. 22. En tiempo de los jueces, hubo hambre en el país, y un hombre emigró, con su mujer Noemí y sus dos hijos, desde Belén de Judá a la campiña de Moab. Elimelec, el marido de Noemí, murió, y quedaron con ella sus dos hijos, que se casaron con dos mujeres moabitas: una se llamaba Orfá y la otra Rut. Pero, al cabo de diez años de residir allí, murieron también los dos hijos, y la mujer se quedó sin marido y sin hijos. Al enterarse de que el Señor había atendido a su pueblo dándole pan, Noemí, con sus dos nueras, emprendió el camino de vuelta desde la campiña de Moab. Orfá se despidió de su suegra y volvió a su pueblo, mientras que Rut se quedó con Noemí. Noemí le dijo: -«Mira, tu cuñada se ha vuelto a su pueblo y a su dios. Vuélvete tú con ella. » Pero Rut contestó: -«No insistas en que te deje y me vuelva. Donde tú vayas, iré yo; donde tú vivas, viviré yo; tu pueblo es el mío, tu Dios es mi Dios. » Así fue como Noemí, con su nuera Rut, la moabita, volvió de la campiña de Moab. Empezaba la siega de la cebada cuando llegaron a Belén.
Salmo 145, 5-6ab.6c-7.8-9a.9be-10. R. Alaba, alma mía, al Señor.
Dichoso a quien auxilia el Dios de Jacob, el que espera en el Señor, su Dios, que hizo el cielo y la tierra, el mar y cuanto hay en él.
Que mantiene su fidelidad perpetuamente, que hace justicia a los oprimidos, que da pan a los hambrientos. El Señor liberta a los cautivos.
El Señor abre los ojos al ciego. El Señor endereza a los que ya se doblan, el Señor ama a los justos. El Señor guarda a los peregrinos. Sustenta al huérfano y a la viuda y trastorna el camino de los malvados. El Señor reina eternamente, tu Dios, Sión, de edad en edad.
Santo Evangelio según san Mateo 22, 34-40. En aquel tiempo, los fariseos, al oír que Jesús había hecho callar a los saduceos, formaron grupo, y uno de ellos, que era experto en la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba: -«Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?» Él le dijo: -«"Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser." Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo." Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas.»
Comentario: 1.- Rt 1,1-6.14-16.22. El libro de Rut evoca un tranquilo idilio, completamente opuesto a las brutalidades y a los combates del libro de los Jueces. Narra la historia de cómo una mujer extranjera se incorpora al pueblo de Israel. De ella nacerá David. En la época que juzgaban los Jueces, hubo hambre en el país. Un hombre de Belén emigró con su mujer Noemí y sus dos hijos para establecerse en la región de Moab... Los hijos se casaron con dos moabitas: Una de las cuales se llamaba Orfá, y la otra Rut. Unos pobres israelitas, víctimas del hambre, se ven obligados a emigrar al extranjero... dos de sus hijos se casan con mujeres del país, paganas. Notemos la belleza de esa vida familiar hecha de abnegación mutua y de simplicidad. Notemos también esa amplitud de miras respecto a los matrimonios «mixtos», que contrasta con los rigorismos de Esdras (8,10) y de Nehemías (13,1-3; 23-27). Como en el libro de Jonás, descubrimos esa tendencia «universalista» que abre el pueblo de Dios a todos aquellos que aceptan vivir sus exigencias, incluso pertenecientes a razas distintas ¿Cuál es mi actitud frente a los diversos «nacionalismos» y «racismos»?
-Permanecieron allá unos diez años. Después de la muerte de su marido, Noemí perdió también a sus dos hijos. Tenemos pues a tres viudas, una anciana y dos jóvenes. Lejos de entregarse al dolor de su desgracia, las veremos reaccionar y reemprender la vida.
-Las tres se pusieron en camino para regresar a la tierra de Judá. Orfá no las siguió. Noemí dijo a Rut: “Ves, tu cuñada ha vuelto a su tierra y a sus dioses, vuelve tú también y haz como ella”. Admirable respeto a la libertad. No es fácil expatriarse. Noemí retorna a su patria, no quiere imponer nada a sus nueras.
-Rut respondió: “No insistas en que te abandone y me separe de ti porque iré donde tú vayas y habitaré donde tú habites, tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios.” Mirad aquí también una hermosa lección edificante. Rut manifiesta su buen afecto a su suegra... como respuesta a la preocupación de Noemí sobre el futuro y la libertad de sus nueras. Actitudes muy humanas en las que Dios está presente. Rut escoge, pues, adoptar la nacionalidad y la religión de Israel. Jesús sabrá también admirar a esos paganos que viven los valores humanos y espirituales del orden de la Fe: «no he encontrado una fe tan grande en Israel», dirá a propósito de un centurión romano (Mt 8,10). ¿Y nosotros? ¿Cómo acogemos esta revelación de que «Dios ama a los extranjeros»? ¿Cómo nos situamos frente a los que viven y trabajan junto a nosotros? ¿Qué parte de mi tiempo y de mi presupuesto dedico a la lucha contra las desigualdades y las incomprensiones?
-Noemí regresó pues de la región de Moab con su nuera, Rut, la moabita. Llegaron a Belén al comienzo de la siega de la cebada. La continuación de la historia nos mostrará a Rut, la moabita casada con Boaz de Belén que dará a luz a Obed, padre de Jesé, padre de David... de cuya descendencia nacerá Jesús. Y la genealogía de Jesús subraya que hubo paganos entre los ascendentes de Jesús (Mt 1,5). Rut, la extranjera, es una abuela directa del gran Rey David. Y Belén aparece aquí en la historia. En Belén nacerá otro niño de la familia de David: el amor delicado que se expresa en el «relato» de Rut es como la primera página del relato de Navidad (Noel Quesson). La tradición cristiana ha visto en Rut a la Iglesia de los gentiles, de todos los hombres y mujeres de pueblos muy diversos que al conocer al Señor por el testimonio de Dios que acoge a todos los que creen en Él: “en ella encontramos –dice S. Ambrosio- una figura de la incorporación a la Iglesia de todos nosotros, que hemos sido recogidos de todos los pueblos”.
El librito de Rut, escrito sin duda después del destierro, es una muestra de la mejor narrativa bíblica- se trata de una deliciosa novela que expone el amor y la fidelidad, por encima de toda prueba, de Noemí y sus nueras, especialmente Rut, así como la bondad y nobleza de Boaz. Estas virtudes serán premiadas por Dios, protagonista de la obra, que dirige soberanamente la vida de las personas y el curso de los acontecimientos (1,8s; 4,13s). El matrimonio con extranjeras y la ley del levirato tienen aquí menos importancia. La relación con David, establecida en la genealogía final, influyó en la incorporación de este escrito a la Biblia. La lectura de hoy nos presenta el primer capítulo de la obra, que puede dividirse en tres partes: la emigración, el retorno y la llegada.
I. Emigración a los campos de Moab (vv 1-5). Viene a ser una breve introducción. El hambre ha sido siempre causa de emigraciones (cf Gn 12; 48,85). Los campos de Moab constituían un altiplano que se hallaba al norte y al sur del Arnón y gozaba de mejores condiciones climatológicas que la región de Belén. Los nombres de Elimélec (=mi Dios es rey) y Noemí (=la graciosa, “mi agrado”) son de cuño semítico, mientras Majlón (=enfermedad) y Kilión (=consunción, destrucción) parecen elegidos para expresar la muerte prematura. Los nombres de las mujeres moabitas no parecen creaciones artificiales ni reducibles a estos significados: Orfá = la renegada o desertora (“la que da la espalda”), Rut = la amiga. También quiere decir “la que reconforta”.
II. Retorno a Belén (vv 6-18). Esta sección central es prolija. El interés se centra en los sentimientos de los personajes y en los diálogos en analogía con las narraciones yahvistas del Génesis y con la historia de David. La palabra clave es "volver" (vv 6.7.8.10.11.12.15.16). Noemí no quiere que sus nueras, que pueden encontrar seguridad en su país, arriesguen su futuro para acompañarla y compartir «su amarga» perspectiva (v 13; cf v 20). La despedida de Orfá resalta la inconmovible decisión de Rut -expresada en los versículos 16 y 17, y punto culminante de esta sección- de compartir la vida y el sepulcro de Noemí, su pueblo y su Dios. El paralelismo con Abraham es evidente: como él, Rut viene de un país extranjero, rompe todos los lazos con la patria de origen y no tiene más compañía que una mujer estéril. Como en el caso del patriarca, su sacrificio no será en vano; Rut sabe en quién ha puesto su confianza (2 Tim 1,12).
III. Llegada a Belén (vv 19-22). Todo Belén se conmueve con la llegada de las dos mujeres (1 Re 1,45; cf Mt 2,3). La penosa situación de Noemí se define exactamente con el nombre contrastado de Mara (= amargada). El Señor la ha dejado sin marido y sin hijos (cf. Job 1,21). La alusión a la siega de la cebada prepara lo que sigue y justifica la lectura del libro en la liturgia sinagogal de Pentecostés, en la que se daba gracias a Dios por el don del grano y los cereales (J. Mas Anto). Dios nos da una lección de universalidad. No quiere que nos portemos con autosuficiencia, como si fuéramos los únicos buenos. Las relaciones humanas en una familia -aquí, nada menos que entre suegra y nuera- o en una comunidad eclesial o en la sociedad, quedan interpeladas por el ejemplo de esta muchacha extranjera. Es un toque de atención contra todo racismo y a favor de un corazón universal, que sabe reconocer valores también en los demás, aunque nos parezcan extraños. A los que nos tenemos por ricos y cultos, se nos propone como modelo una familia pobre, de emigrantes, en la que reinan unas admirables virtudes de lealtad y laboriosidad.
2. Dios tiene un corazón universal y, según el Salmo, tiene predilección por los más débiles y marginados de la sociedad: «el Señor mantiene su fidelidad perpetuamente, hace justicia a los oprimidos, da pan a los hambrientos... el Señor guarda a los peregrinos, sustenta al huérfano y a la viuda...».
Juan Pablo II comenta el salmo 145, un "aleluya", “el primero de los cinco con los que termina la colección del Salterio. Ya la tradición litúrgica judía usó este himno como canto de alabanza por la mañana: alcanza su culmen en la proclamación de la soberanía de Dios sobre la historia humana. En efecto, al final del salmo se declara: "El Señor reina eternamente" (v 10). De ello se sigue una verdad consoladora: no estamos abandonados a nosotros mismos; las vicisitudes de nuestra vida no se hallan bajo el dominio del caos o del hado; los acontecimientos no representan una mera sucesión de actos sin sentido ni meta. A partir de esta convicción se desarrolla una auténtica profesión de fe en Dios, celebrado con una especie de letanía, en la que se proclaman sus atributos de amor y bondad (cf. vv. 6-9).
Dios es creador del cielo y de la tierra; es custodio fiel del pacto que lo vincula a su pueblo. Él es quien hace justicia a los oprimidos, da pan a los hambrientos y liberta a los cautivos. Él es quien abre los ojos a los ciegos, quien endereza a los que ya se doblan, quien ama a los justos, quien guarda a los peregrinos, quien sustenta al huérfano y a la viuda. Él es quien trastorna el camino de los malvados y reina soberano sobre todos los seres y de edad en edad. Son doce afirmaciones teológicas que, con su número perfecto, quieren expresar la plenitud y la perfección de la acción divina. El Señor no es un soberano alejado de sus criaturas, sino que está comprometido en su historia, como Aquel que propugna la justicia, actuando en favor de los últimos, de las víctimas, de los oprimidos, de los infelices.
Así, el hombre se encuentra ante una opción radical entre dos posibilidades opuestas: por un lado, está la tentación de "confiar en los poderosos" (cf v 3), adoptando sus criterios inspirados en la maldad, en el egoísmo y en el orgullo. En realidad, se trata de un camino resbaladizo y destinado al fracaso; es "un sendero tortuoso y una senda llena de revueltas" (Pr 2,15), que tiene como meta la desesperación.
En efecto, el salmista nos recuerda que el hombre es un ser frágil y mortal, como dice el mismo vocablo adam, que en hebreo se refiere a la tierra, a la materia, al polvo. El hombre -repite a menudo la Biblia- es como un edificio que se resquebraja (cf Qo 12,1-7), como una telaraña que el viento puede romper (cf Jb 8,14), como un hilo de hierba, verde por la mañana y seco por la tarde (cf Sal 89,5-6; 102,15-16). Cuando la muerte cae sobre él, todos sus planes perecen y él vuelve a convertirse en polvo: "Exhala el espíritu y vuelve al polvo; ese día perecen sus planes" (Sal 145,4).
Ahora bien, ante el hombre se presenta otra posibilidad, la que pondera el salmista con una bienaventuranza: "Bienaventurado aquel a quien auxilia el Dios de Jacob, el que espera en el Señor su Dios" (v. 5). Es el camino de la confianza en el Dios eterno y fiel. El amén, que es el verbo hebreo de la fe, significa precisamente estar fundado en la solidez inquebrantable del Señor, en su eternidad, en su poder infinito. Pero sobre todo significa compartir sus opciones, que la profesión de fe y alabanza, antes descrita, ha puesto de relieve.
Es necesario vivir en la adhesión a la voluntad divina, dar pan a los hambrientos, visitar a los presos, sostener y confortar a los enfermos, defender y acoger a los extranjeros, dedicarse a los pobres y a los miserables. En la práctica, es el mismo espíritu de las Bienaventuranzas; es optar por la propuesta de amor que nos salva desde esta vida y que más tarde será objeto de nuestro examen en el juicio final, con el que se concluirá la historia. Entonces seremos juzgados sobre la decisión de servir a Cristo en el hambriento, en el sediento, en el forastero, en el desnudo, en el enfermo y en el preso. "Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis" (Mt 25, 40): esto es lo que dirá entonces el Señor.
Concluyamos nuestra meditación del salmo 145 con una reflexión que nos ofrece la sucesiva tradición cristiana. El gran escritor del siglo III Orígenes, cuando llega al versículo 7 del salmo, que dice: "El Señor da pan a los hambrientos y liberta a los cautivos", descubre en él una referencia implícita a la Eucaristía: "Tenemos hambre de Cristo, y Él mismo nos dará el pan del cielo. "Danos hoy nuestro pan de cada día". Los que hablan así, tienen hambre. Los que sienten necesidad de pan, tienen hambre". Y esta hambre queda plenamente saciada por el Sacramento eucarístico, en el que el hombre se alimenta con el Cuerpo y la Sangre de Cristo”.
Las palabras del salmo tienen más fuerza si se considera el final de la existencia sobre la tierra (Biblia de Navarra), como dice Casiodoro: “la contemplación del Profeta, le empuja a situarse, por así decir, en el final de los tiempos. Entonces, viendo la fragilidad de todo lo que, por ser terreno, resulta caduco, no piensa más que en alabar a Dios. Este fin del mundo vendrá presto para cada uno de nosotros: vendrá en el momento en que muramos y nos desliguemos de cuanto nos rodea. Enderecemos, pues, nuestros afanes hacia lo que constituirá, al fin, nuestra ocupación perenne”
3.- Mateo 22,34-40 (ver domingo 30 A y paralelo Mc 12,28-34). -Los "fariseos" al enterarse de que Jesús había hecho callar a los "saduceos", se reunieron en grupo y uno de ellos "doctor en la Ley", le preguntó con ánimo de ponerlo a prueba... Toda la "inteligencia" de la capital, la élite intelectual se interesa por el "caso Jesús". Los partidos políticos, los grupos religiosos opuestos, buscan o atraerlo a su campo o hacerlo fracasar. Se le hizo la pregunta entonces de actualidad: ¿hay que hacer huelga de impuestos? como lo sostenían ciertos grupos extremistas, los Zelotas. (22,15-22). Se le planteó la gran cuestión teológica que dividía las mentes: ¿Hay que creer que la resurrección es posible? (22, 23-30). Los fariseos estaban en oposición al gobierno romano, pero los saduceos estaban a favor de la colaboración. Los saduceos no creían en la resurrección, los fariseos, sí. Jesús vivió en ese contexto de camorras y querellas políticas e intelectuales. HOY, los fenómenos de "opinión" pública han ampliado aún más esas luchas ideológicas. No nos tienen que hacer perder la cabeza; pero tampoco hay que dejar de tenerlos en cuenta refugiándose en una religión desencarnada. Y el mismo Jesús "tomó partido": -una vez, por los saduceos... pagar el impuesto a Cesar (Mateo 22, 21) -otra vez, por los fariseos... creer en la resurrección (Mateo 22, 31). Los fariseos, contentos de esa toma de posición a su favor, quieren poner a prueba a Jesús.
-Maestro, ¿cuál es el Mandamiento mayor de la Ley? Es una pregunta típicamente farisaica: la fidelidad a la Ley era el gran problema debatido en sus grupos. Tenían múltiples obligaciones, numerosas prácticas a observar y cantidades de interdictos. Pero sabían que era preciso, sin embargo, hacer distinciones, y no ponerlo todo en el mismo plano: hay mandamientos más graves y otros menos graves. Es pues una verdadera cuestión la propuesta por ese doctor en la Ley. ¿Busco, yo también, lo que es esencial en todas mis obligaciones?
Fue buena idea la de preguntar a Jesús cuál es el mandamiento principal. Porque los judíos contaban hasta 365 leyes negativas y 248 positivas, suficientes para desorientar a las personas de mejor voluntad, a la hora de centrarse en lo esencial. La respuesta de Jesús es clara: el mandamiento principal es amar. Amar a Dios (lo cita del libro del Deuteronomio: Dt 6) y amar al prójimo «como a ti mismo» (estaba ya en el Levítico: Lv 19). Lo que hace Jesús es unir los dos mandamientos y relacionarlos: «estos dos mandamientos sostienen la ley entera y los profetas».
Lo principal para un cristiano sigue siendo amar. Tienen sentido cumplir y trabajar y rezar y ofrecer y ser fieles. Pero el amor es lo que da sentido a todo lo demás. Nos interesa, de cuando en cuando, volver a lo esencial. También nosotros tenemos, en el Código de Derecho Canónico, muchas normas, necesarias para la vida de la comunidad en sus múltiples aspectos. Pero Jesús nos enseña dónde está lo principal y la raíz de lo demás: el amor. Está muy bien que el Código actual (1983), en su último canon, hablando del sistema a seguir para el traslado de los párrocos, afirme un principio general muy cercano a la consigna de Jesús: «guardando la equidad canónica y teniendo en cuenta la salvación de las almas, que debe ser siempre la ley suprema de la Iglesia» (c. 1752). ¿Puedo decir, cuando me examino al final de cada jornada o en los días de retiro, que mi vida está movida por el amor? ¿que, entre tantas cosas que hago, lo que me caracteriza más es el amor a Dios y al prójimo, o, al contrario, mi egoísmo y la falta de amor? San Pablo nos recomendó: «con nadie tengáis otra deuda que la del mutuo amor, pues el que ama al prójimo ha cumplido la ley... todos los demás preceptos se resumen en esta fórmula: amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Rm 13,8-9). Y Jesús nos advirtió que, al final de nuestra vida, seremos examinados precisamente de esto: si dimos agua al sediento y visitamos al enfermo... Seremos examinados del amor (J. Aldazábal).
-Jesús contestó: "Amarás... Todo se resume en esta palabra. Es tan breve que tenemos el riesgo de pasarla por alto. Debo orar a partir de eso... y mirar mi vida a esa luz. -Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón-alma-mente. Este es el "mayor" y el "primer" Mandamiento. Jesús cita aquí la plegaria cotidiana de los judíos (Dt 6,4-7). El amor de Dios debe embargar todo el ser, de pies a cabeza, diríamos hoy. La palabra hebrea que se traduce por "con todo tu corazón, -con toda tu alma-, con toda tu mente, es una palabra intraducible de hecho: de tal manera expresa la totalidad del ser humano. Y para expresarlo todavía de forma más gráfica, los judíos rezan estos versículos con el texto dentro de unas cajitas de cuero, tefilim, sujetas una de ellas a la frente (“con toda tu mente…”) y otra a la parte superior del brazo izquierdo, a la altura del pecho (“con todo tu corazón…”) ¿Es así como amo yo a Dios? o bien ¿le amo sólo con una parte de mi vida y de mi tiempo?
-El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos penden la Ley entera y los Profetas. No fue una respuesta original. Era la respuesta de los fariseos. Pero lo nuevo es:
1º La aproximación de esos dos mandamientos que, en el pensamiento de Jesús, se apoyan el uno al otro, tiene la misma importancia y se parecen...
2º El hecho de que resumen todos los otros mandamientos en una síntesis sencilla... En medio de los conflictos políticos y religiosos de su tiempo, Jesús nos conduce de nuevo a lo esencial... que relativiza todo lo restante con relación a eso (Noel Quesson).
“Ninguno de estos dos amores puede ser perfecto si le falta el otro, porque no se puede amar de verdad a Dios sin amar al prójimo, ni se puede amar al prójimo sin amar a Dios (…) Sólo ésta es la verdadera y única prueba del amor de Dios, si procuramos estar solícitos del cuidado de nuestros hermanos y les ayudamos” (S. Beda). A veces nos preguntamos por métodos y sistemas… queremos “hacerlo bien”… “tú me preguntas por qué razón y con qué método o medida debe ser amado Dios. Yo contesto: la razón para amar a Dios es Dios; el método y medida es amarle sin método ni medida” (San Bernardo).
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jueves, 18 de agosto de 2011
Jueves de la 20ª semana de Tiempo Ordinario. El sacrificio y la fe no son nada, si no van unidos a la caridad, que es lo que de verdad constituye el c
Jueves de la 20ª semana de Tiempo Ordinario. El sacrificio y la fe no son nada, si no van unidos a la caridad, que es lo que de verdad constituye el centro de la religión
Lectura del libro de los Jueces 11, 29-39a. En aquellos días, el espíritu del Señor vino sobre Jefté, que atravesó Galaad y Manasés, pasó a Atalaya de Galaad, de allí marchó contra los amonitas, e hizo un voto al Señor: -«Si entregas a los amonitas en mi poder, el primero que salga a recibirme a la puerta de mi casa, cuando vuelva victorioso de la campaña contra los -amonitas, será para el Señor, y lo ofreceré en holocausto.» Luego marchó a la guerra contra los amonitas. El Señor se los entregó; los derrotó desde Aroer hasta la entrada de Minit (veinte pueblos) y hasta Pradoviñas. Fue una gran derrota, y los amonitas quedaron sujetos a Israel. Jefté volvió a su casa de Atalaya. Y fue precisamente su hija quien salió a recibirlo, con panderos y danzas; su hija única, pues Jefté no tenía más hijos o hijas. En cuanto la vio, se rasgó la túnica, gritando: -«¡Ay, hija mía, qué desdichado soy! Tú eres mi desdicha, porque hice una promesa al Señor y no puedo volverme atrás.» Ella le dijo: -«Padre, si hiciste una promesa al Señor, cumple lo que prometiste, ya que el Señor te ha permitido vengarte de tus enemigos.» Y le pidió a su padre: -«Dame este permiso: déjame andar dos meses por los montes, llorando con mis amigas, porque quedaré virgen.» Su padre le dijo: -«Vete.» Y la dejó marchar dos meses, y anduvo con sus amigas por los montes, llorando porque iba a quedar virgen. Acabado el plazo de los dos meses, volvió a casa, y su padre cumplió con ella el voto que habla hecho.
Salmo 39,5.7-8a.8b-9.10. R. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.
Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor, y no acude a los idólatras, que se extravían con engaños.
Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, y, en cambio, me abriste el oído; no pides sacrificio expiatorio, entonces yo digo: «Aquí estoy.»
- Como está escrito en mi libro - «para hacer tu voluntad». Dios mío, lo quiero, y llevo tu ley en las entrañas.
He proclamado tu salvación ante la gran asamblea; no he cerrado los labios: Señor, tú lo sabes.
Santo evangelio según san Mateo 22,1-14. En aquel tiempo, de nuevo tomó Jesús la palabra y habló en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: -«El reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo. Mandó criados para que avisaran a los convidados a la boda, pero no quisieron ir. Volvió a mandar criados, encargándoles que les dijeran: "Tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas, y todo está a punto. Venid a la boda." Los convidados no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios; los demás les echaron mano a los criados y los maltrataron hasta matarlos. El rey montó en cólera, envió sus tropas, que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad. Luego dijo a sus criados: "La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían. Id ahora a los cruces de los caminos, y a todos los que encontréis, convidadlos a la boda." Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de comensales. Cuando el rey entró a saludar a los comensales, reparó en uno que no llevaba traje de fiesta y le dijo: "Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin vestirte de fiesta?' El otro no abrió la boca. Entonces el rey dijo a los camareros: "Atadlo de pies y manos y arrojadlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes." Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos.»
Comentario: 1.- Jc 11,29-39. Conviene recordar de vez en cuando que el Antiguo Testamento es testigo de una época llena de rudeza y cuya moral es, a veces, rudimentaria. La revelación es perfecta en Cristo, pero hasta entonces deberá progresar poco a poco. Estas páginas que nos chocan son la prueba de que este libro está lleno de verdades: refleja toda una civilización con lo mejor y lo peor de ella.
-Jefté hizo un voto al Señor: "Si entregas en mis manos a los ammonitas, el primero que salga de mi casa será para el Señor y lo ofreceré en holocausto". No es éste el primer pasaje de la Biblia que nos habla de sacrificio humano. Bajo el horror de una tal práctica se esconde el respeto a la palabra dada y una concepción de Dios exigente y rigurosa... La mayoría de las civilizaciones antiguas conocieron unas costumbres que nos parecen "bárbaras". Pero, ¿son más intachables algunos de nuestros hábitos sociales? Nuestra civilización que «liberaliza» (!) el aborto no tiene el derecho de escandalizarse de los «sacrificios de niños» de las viejas religiones.
-Jefté pasó donde los ammonitas para atacarlos y el Señor los entregó a sus manos. Los derrotó... Fue una grandísima derrota... Batallas, venganzas... En efecto esto es el reflejo de la humanidad corriente. La revelación de Dios no cambia de inmediato las costumbres, las toma tal cual son, para hacerlas evolucionar. Tales situaciones ambiguas son también prueba de que el Señor puede seguir actuando en cualquier modelo de sociedad: nómada, patriarcal, tribal, militar, industrial. democrática, socialista... La Biblia nos afirma sin cesar que Dios no se resigna al mal, sino que trabaja para salvar a los hombres de sus ambigüedades.
-Cuando Jefté volvió a su casa, he aquí que su hija salía a su encuentro bailando al son de las panderetas. Era su única hija. En cuanto la vio rasgó sus vestiduras. El autor antiguo, ante tal hecho, queda como nosotros también perplejo a pesar de la diferencia de culturas. Por toda clase de detalles emotivos muestra su compasión hacia ese padre que ha hecho un voto tan imprudente y hacia esa hija inocente que será sacrificada a los imperativos de la guerra. Queda así planteada una cuestión. Y nosotros, guardada toda proporción, ¿no solemos sacrificar, con excesiva facilidad, a personas, clases sociales, incluso continentes enteros a unos imperativos económicos?
-Ella le respondió: «Padre mío, hablaste muy deprisa ante el Señor, trátame según tu palabra ya que el Señor te ha concedido vengarte de tus enemigos, los ammonitas. A pesar de lo trágico de esa escena, ¿somos capaces de admirar la sorprendente actitud espiritual que expresa el «sacrificio voluntario» de esa joven que ofrece su vida... por respeto a la palabra dada para salvar a su pueblo?
-Sólo te pido una cosa: déjame un respiro de dos meses, para ir a vagar por las montañas y llorar con mis compañeras la desgracia de morir sin haber conocido el matrimonio." El le dijo «vete", y la dejó marchar. La profunda humanidad de esos detalles, merece ser meditada. Tras la rudeza de las situaciones y de los hombres, se esconde, a menudo, una profunda ternura. Ayúdanos, Señor, a superar las apariencias para saber adivinar los sentimientos humanos que se disimulan bajo ciertos disfraces (Noel Quesson).
La historia de Jefté tendría bien poco de notable si no fuera por el voto que hizo de sacrificar a Yahvé una persona humana. Su historia personal comienza de manera desgraciada: sus hermanos no le dejan compartir su herencia porque no era hijo de la misma madre. Jefté ha de huir, porque cuando le dicen: «Tú no puedes heredar en casa de nuestro padre» (v 2), le hacen una declaración de enemistad (como en 2 Sm 20,1; 1 Re 12,16). Sufre una suerte semejante a la del joven David, fugitivo de Saúl (1 Sm 22,1-2): ha de agruparse con otros desocupados y organizar una banda, de la cual será el jefe. Sus compatriotas olvidan los antiguos prejuicios cuando se hallan oprimidos por los amonitas. Entonces le ofrecen el mando de las tropas. La historia se presenta como un caso más de los muchos que hay en la Biblia, donde el que es injustamente rechazado desempeña un papel importante en la vida del pueblo. En lenguaje de Pablo: «Lo plebeyo, lo despreciado del mundo, se lo eligió Dios para humillar a lo fuerte» (1 Cor 1,28) Pero Jefté, aun creyendo en Yahvé no le venera como Señor de la vida. Cree que puede disponer de la vida de un semejante suyo, inocente, y sacrificarlo, cumpliendo un voto como los que se practicaban en las religiones de los alrededores. Hallamos un caso paralelo al de Jefté en el primer libro de Samuel: Jonatán, sin saberlo, viola un ayuno obligatorio impuesto por su padre, y Saúl, cuando lo descubre, quiere hacerle morir. Pero, a diferencia del caso de Jefté, el pueblo no deja poner en práctica la decisión de Saúl: «Vive Yahvé, no caerá a tierra un solo cabello de su cabeza» (1 Sm 14,45). Seguramente la narración ha sido conservada no sólo por su intensidad dramática -en parangón con la de las tragedias griegas de la misma época-, sino también para desenmascarar una práctica gentil. Los sacrificios paganos fueron rigurosamente prohibidos en Israel. El dramatismo de la acción está llevado al límite en el sacrificio de una doncella, que no llegará a ser ni esposa ni madre: «Se fue por los montes... y lloró por dos meses su virginidad... La muchacha había quedado virgen». Por eso las jóvenes israelitas hicieron cada año unos días de conmemoración de esa muerte, mostrando así su solidaridad con la hija de Jefté y la protesta contra esa muerte injusta. Pero también nosotros hemos de vigilar: la crueldad humana, ¿no es capaz de ofrecer todavía víctimas humanas a ídolos o a ideologías? (D. Roure; sobre el correcto uso del voto hecho a Dios y los lugares de la Escritura donde se prohiben los sacrificios humanos, ver los comentarios de la Biblia de Navarra a este pasaje).
2. Es extraño y truculento el episodio de Jefté, que sacrifica la vida de su hija por la promesa que había hecho. Cree en Yahvé, pero su fe está mezclada con actitudes paganas. Hace un voto que resulta totalmente irreconciliable con el espíritu de la Alianza: si le da la victoria, sacrificará la vida de la primera persona que salga a recibirle, a la vuelta. Que resulta ser, nada menos, su hija. Otros pueblos vecinos practicaban sacrificios humanos. Pero Israel, no. El episodio de Abrahán, dispuesto a ofrecer la vida de su hijo Isaac y detenido por la mano del ángel, se interpretaba precisamente como una desautorización de los sacrificios humanos. Jefté no tenía que haber hecho ese voto. Ni cumplirlo, una vez hecho. En la literatura griega tenemos un ejemplo paralelo del dramaturgo Eurípides, que cuenta cómo Agamenón, en la guerra de Troya, y también como consecuencia de una promesa hecha durante una tempestad, sacrifica a su hija Ifigenia. Es explicable el dolor de todos, de modo particular de la misma hija, que ve que su vida se va a tronchar sin haber llegado a su plenitud. La historia es triste, pero también nos puede dar lecciones. La vida humana se ha de respetar absolutamente. Y eso desde su inicio hasta el final. Sólo Dios es dueño de la vida y de la muerte. Hay que rechazar todo «sacrificio de la vida humana». No nos extraña que, en nuestros tiempos, sigan siendo de tremenda actualidad tanto la discusión sobre el aborto como sobre la eutanasia y la pena de muerte. Mucho menos, claro está, se puede ofrecer a Dios la violencia o la crueldad como homenaje religioso, como el que Jefté se creyó obligado a hacer. Lo mismo hizo Herodes con la promesa hecha a su hija bailarina, que le pidió la cabeza del Bautista, aunque en aquella ocasión no fue precisamente ningún voto a Dios. Hay un aspecto más positivo en este episodio, al que tal vez se deba que se conservara el relato, y es el que resalta el salmo: las promesas hay que cumplirlas. Aunque la actuación de Jefté no tiene justificación, queda en pie que los votos hechos a Dios -se entiende, de cosas buenas-, una vez hechos, hay que cumplirlos, aunque resulten costosos.
El salmo, por una parte, niega la validez de los criterios paganos: «dichoso el que no acude a los idólatras, que se extravían con engaños; tú no quieres sacrificios ni ofrendas...». Pero, por otra, valora la ofrenda de sí mismo que supone hacer un voto a Dios: «Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad... Dios mío, lo quiero, y llevo tu ley en las entrañas». Las promesas y el pacto y los votos que están en la base del matrimonio cristiano o de la ordenación sacerdotal o de la vida religiosa y consagrada son una ofrenda de la propia vida a una vocación, en definitiva, a Dios, que es el que nos da la fuerza para llevarla a término con firmeza, aunque nos pida sacrificios nada fáciles. La frase del salmo, «aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad», es la que la Carta a los Hebreos pone en labios de Jesús en el mismo momento de su encarnación. Hebr 10,8-10 explica teológicamente esta ofrenda, al igual que el Catecismo 2824. Aunque lo de explicar no es la palabra que más me convenza: intenta mostrar desde la fe este misterio, pues sólo desde la experiencia del amor –sómo mirando a Cristo- se entienden estas “locuras” de la libertad como son el celibato y la entrega de amor para siempre…
3.- Mt 22,1-14 (ver domingo 28 A). Saltando otras parábolas (como la de los viñadores homicidas y la de los hijos que dicen sí o no y, luego, hacen lo contrario), escuchamos en Mateo otra parábola: la de los invitados a la boda. La intención es clara: el pueblo de Israel ha sido el primer invitado, porque es el pueblo de la promesa y de la Alianza. Pero dice que no, se resiste a reconocer en Jesús al Mesías, no sabe aprovechar la hora de la gracia. Y entonces Dios invita a otros al banquete que tiene preparado. Cuando Mateo escribe el evangelio, Jerusalén ya ha sido destruida y van entrando pueblos paganos en la Iglesia. De nuevo, como en la parábola de ayer -los de la hora undécima- se trata de la gratuidad de Dios a la hora de su invitación a la fiesta. La parábola tiene un apéndice sorprendente: el amo despacha y castiga a uno de los comensales que no ha venido con vestido de boda. No basta con entrar en la fiesta: se requiere una actitud coherente con la invitación. Como cuando a cinco de las muchachas, invitadas como damas de honor de la novia, les faltó el aceite y no pudieron entrar. Esta parábola nos sugiere una primera reflexión: la visión optimista que Jesús nos da de su Reino. ¿Nos hubiéramos atrevido nosotros a comparar a la Iglesia, sin más, a un banquete de bodas? ¿no andamos más bien preocupados por la ortodoxia o la ascética o la renuncia de la cruz? Pues Jesús la compara con la fiesta y la boda y el banquete. La boda de Dios con la humanidad, la boda de Cristo con su Iglesia. Aunque muchos no acepten la invitación -llenos de sí mismos, o bloqueados por las preocupaciones de este mundo-, Dios no cede en su programa de fiesta. Invita a otros: «la boda está preparada... convidadlos a la boda».
El cristianismo es, ante todo, vida, amor, fiesta. El signo central que Jesús pensó para la Eucaristía, no fue el ayuno, sino el «comer y beber», y no beber agua, la bebida normal entonces y ahora, sino una más festiva, el vino. También podemos recoger el aviso de Jesús sobre el vestido que se necesita para esta fiesta. No basta entrar en la Iglesia, o pertenecer a una familia cristiana o a una comunidad religiosa. Se requiere una conversión y una actitud de fe coherente con la invitación: Jesús pide a los suyos, no sólo palabras, sino obras, y una «justicia» mayor que la de los fariseos. Cuando Jesús alaba a los paganos en el evangelio, como al centurión o a la mujer cananea o al samaritano, es porque ve en ellos una fe mayor que la de los judíos: ése es el vestido para la fiesta. Y es que no hay nada más exigente que la gratuidad y la invitación a una fiesta. Todo don es también un compromiso. Los que somos invitados a la fiesta del banquete -a la hora primera o a la undécima, es igual- debemos «revestirnos de Cristo» (Ga 3,27), «despojarnos del hombre viejo, con sus obras, y revestirnos del hombre nuevo» (Col 3,10; J. Aldazábal).
El tema del traje nupcial recuerda el del vestido y su significado simbólico en el orden de la salvación. El vestido humaniza el cuerpo, ayuda a situarse entre los semejantes, le saca a uno del anonimato. De ahí que sea con toda normalidad signo de la alianza entre Yahvé e Israel: cual un esposo, Dios extiende el paño de su manto sobre su esposa (Ez 16). Pero ésta es infiel y se muestra a todo el que llega: su vestido se deteriora, a no ser que Dios se lo quite, y vuelve a dejar de nuevo a su esposa en el anonimato y la desnudez. En la cruz, Jesús es despojado de sus vestidos como para asemejarse más a la humanidad pecadora frente a la muerte, que da al traste con todas las falsas seguridades y las apariencias. Pero muy pronto revestirá, en la resurrección, la gloria divina que vive en El. "Revestirse-de-Cristo" o "revestirse del hombre nuevo" (Ga 3, 27-28; Ef 4, 24; Col 3, 10-11), representa, pues, participar en ese orden de la salvación que engloba el desprendimiento y la resurrección de Jesús. Esta participación en plenitud está reservada a la escatología, cuando toda la humanidad se revestirá de la incorruptibilidad y estará engalanada para presentarse ante su Esposo eterno (Ap 21, 2). Pero hay que revestirse del atuendo nupcial antes de participar en el banquete eucarístico. O, dicho de otro modo: esa participación es una fuente de exigencias morales que el invitado debe honrar mediante los desprendimientos que se imponen (Maertens-Frisque).
La parábola del "Festín de bodas" se sitúa, en la progresión del evangelio de san Mateo, en el centro mismo de la ciudad de Jerusalén, sólo algunas semanas antes de la muerte de Jesús: Jesús anuncia, cada vez más claramente, el rechazo del Mesías por parte del pueblo escogido... -El Reino de los cielos es comparable a un Rey que celebra el banquete de bodas de su Hijo. Dios sueña en una fiesta universal para la humanidad... una verdadera fiesta de "boda"... un conjunto de regocijos colectivos: banquete, danzas, música, trajes, cantos, alegría, comunión. Dios casa a su Hijo... Conforme al querer del Padre la desposada a quien ama es: la humanidad. Y el Padre es feliz de ese amor de su Hijo. Jesús enamorado de la humanidad. Esposo místico: Marcos 2, 19; Juan 3, 29; Mateo 9, 15; 25; Efesios 5, 25; 2 Corintos 19, 29; 21, 2-9; 22, 17.
-Envió a sus criados a "llamar" a la boda a los invitados... Venid a la boda. Dios invita, Dios llama, Dios propone. Es una de las mejores imágenes del destino del hombre. Hoy, muchas personas no saben ya cual es el objetivo de su vida: ¿a dónde vamos? ¿por qué hemos nacido? ¿qué sentido tiene nuestra vida? Jesús nos responde: estáis hechos para la "unión con Dios" por mí. El objetivo del hombre, su desarrollo total, es la "relación con Dios": ¡amar, y ser amado! Dios os ama. Y cada uno está invitado a responder a ese amor. Y todos los amores verdaderos de la tierra son el anuncio, la imagen, la preparación y el signo de ese amor misterioso y, a la vez, portador de una mayor plenitud.
-Pero ellos, sin hacer caso, se fueron el uno a su campo, el otro a su negocio; y los demás agarraron a los siervos, los escarnecieron y los mataron. ¿Cómo explicar que lleguemos a actuar de ese modo? ¿que prefiramos el "trabajo" a la "fiesta"; que vayamos a nuestras tareas en lugar de ir a participar del "manjar de Dios" ? ¿que nos encerremos en nuestros límites, en nuestra condición humana tan pesada -y ¡tan absurda, según algunos intelectuales!- en lugar de ir a dar un paseo por el universo de Dios para respirar a fondo aires puros?
-El rey se indignó... dio muerte a aquellos homicidas... y prendió fuego a su ciudad... Mateo escribía esto en los años en que Jerusalén fue incendiada por los romanos de la Legión de Tito, en el 70. Los acontecimientos de la historia pueden interpretarse de muy distinta manera. En todo tiempo los profetas han hecho una reconsideración, desde la fe, de los sucesos que, por otro lado, tienen causas y consecuencias humanas. Todo lo que "ocurre", todo lo que nos sucede no se debe al "azar". Conviene buscar y detectar en ello prudentemente el proyecto de Dios... las advertencias que, por la gracia, se encuentran allí escondidas.
-Id, pues, a los cruces de los caminos y, a cuantos encontréis, buenos y malos, invitadlos a la boda... y la sala de bodas se llenó de comensales. La Iglesia, comunidad abigarrada, mezcla de toda clase de razas y de condiciones sociales, pueblo de puros y de santos, pueblo de malos y de pecadores, cizaña y buen grano... ¡Dios quiere salvar a todos los hombres. Dios nos invita a todos!
-Pero hay que llevar el "traje de boda" para no ser echado a las tinieblas de fuera. El tema del "traje": para entrar en el Reino, hay que "revestirse de Cristo", dirá San Pablo (Gálatas 3, 27; Efesios 4, 24; Colosenses 3, 10) "revestirse del hombre nuevo". La salvación no es automática: hay que ir correspondiendo al don de Dios (Noel Quesson).
También esta parábola se refiere en primer lugar al pueblo escogido de la Antigua Alianza. A las fiestas de las bodas de su Hijo con la humanidad convida el Padre primeramente a los judíos por medio de sus "siervos", los profetas. Los que despreciaron la invitación perderán la cena (Luc. 14, 24: "Porque yo os digo, ninguno de aquellos varones que fueron convidados gozará de mi festín"). Los "otros siervos" son los apóstoles que Dios envió sin reprobar aún a Israel, durante el tiempo de los Hechos, es decir, cuando Jesús ya había sido inmolado y "todo estaba a punto" (Hech. 3, 22: "Porque Moisés ha anunciado: El Señor Dios vuestro os suscitará un profeta de entre vuestros hermanos, como a mí; a El habéis de escuchar en todo cuanto os diga, y en Hebr. 8, 4:"Si pues El habitase sobre la tierra, ni siquiera podría ser sacerdote, pues hay ya quienes ofrecen dones según la Ley"). Rechazados esta vez por el pueblo, como Él lo fuera por la Sinagoga (Hech. 28, 25: No hubo acuerdo entre ellos y se alejaron mientras Pablo les decía una palabra: "Bien habló el Espíritu Santo por el profeta Isaías a vuestros padres") y luego "quemada la ciudad" de Jerusalén, los apóstoles y sus sucesores, invitando a los gentiles, llenan la sala de Dios (Rom. 11, 30: "De la misma manera que vosotros en un tiempo erais desobedientes a Dios, mas ahora habéis alcanzado misericordia, a causa de la desobediencia de ellos"). El hombre que no lleva vestido nupcial es aquel que carece de la gracia santificante, sin la cual nadie puede acercarse al banquete de las Bodas del Cordero (Apocalipsis 19, 6 ss: "Y oí una voz como de gran muchedumbre, y como estruendo de muchas aguas, y como estampido de fuertes truenos, que decía: "¡Aleluya! porque el Señor nuestro Dios, el Todopoderoso, ha establecido el reinado). Más en concreto lo explicaba S. Gregorio Magno: “¿qué debemos entender por el vestido de boda sino la caridad? De modo que entra a las bodas, pero no entra con vestido nupcial, quien, entrando en la Iglesia, tiene fe pero no tiene caridad”.
Lectura del libro de los Jueces 11, 29-39a. En aquellos días, el espíritu del Señor vino sobre Jefté, que atravesó Galaad y Manasés, pasó a Atalaya de Galaad, de allí marchó contra los amonitas, e hizo un voto al Señor: -«Si entregas a los amonitas en mi poder, el primero que salga a recibirme a la puerta de mi casa, cuando vuelva victorioso de la campaña contra los -amonitas, será para el Señor, y lo ofreceré en holocausto.» Luego marchó a la guerra contra los amonitas. El Señor se los entregó; los derrotó desde Aroer hasta la entrada de Minit (veinte pueblos) y hasta Pradoviñas. Fue una gran derrota, y los amonitas quedaron sujetos a Israel. Jefté volvió a su casa de Atalaya. Y fue precisamente su hija quien salió a recibirlo, con panderos y danzas; su hija única, pues Jefté no tenía más hijos o hijas. En cuanto la vio, se rasgó la túnica, gritando: -«¡Ay, hija mía, qué desdichado soy! Tú eres mi desdicha, porque hice una promesa al Señor y no puedo volverme atrás.» Ella le dijo: -«Padre, si hiciste una promesa al Señor, cumple lo que prometiste, ya que el Señor te ha permitido vengarte de tus enemigos.» Y le pidió a su padre: -«Dame este permiso: déjame andar dos meses por los montes, llorando con mis amigas, porque quedaré virgen.» Su padre le dijo: -«Vete.» Y la dejó marchar dos meses, y anduvo con sus amigas por los montes, llorando porque iba a quedar virgen. Acabado el plazo de los dos meses, volvió a casa, y su padre cumplió con ella el voto que habla hecho.
Salmo 39,5.7-8a.8b-9.10. R. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.
Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor, y no acude a los idólatras, que se extravían con engaños.
Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, y, en cambio, me abriste el oído; no pides sacrificio expiatorio, entonces yo digo: «Aquí estoy.»
- Como está escrito en mi libro - «para hacer tu voluntad». Dios mío, lo quiero, y llevo tu ley en las entrañas.
He proclamado tu salvación ante la gran asamblea; no he cerrado los labios: Señor, tú lo sabes.
Santo evangelio según san Mateo 22,1-14. En aquel tiempo, de nuevo tomó Jesús la palabra y habló en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: -«El reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo. Mandó criados para que avisaran a los convidados a la boda, pero no quisieron ir. Volvió a mandar criados, encargándoles que les dijeran: "Tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas, y todo está a punto. Venid a la boda." Los convidados no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios; los demás les echaron mano a los criados y los maltrataron hasta matarlos. El rey montó en cólera, envió sus tropas, que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad. Luego dijo a sus criados: "La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían. Id ahora a los cruces de los caminos, y a todos los que encontréis, convidadlos a la boda." Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de comensales. Cuando el rey entró a saludar a los comensales, reparó en uno que no llevaba traje de fiesta y le dijo: "Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin vestirte de fiesta?' El otro no abrió la boca. Entonces el rey dijo a los camareros: "Atadlo de pies y manos y arrojadlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes." Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos.»
Comentario: 1.- Jc 11,29-39. Conviene recordar de vez en cuando que el Antiguo Testamento es testigo de una época llena de rudeza y cuya moral es, a veces, rudimentaria. La revelación es perfecta en Cristo, pero hasta entonces deberá progresar poco a poco. Estas páginas que nos chocan son la prueba de que este libro está lleno de verdades: refleja toda una civilización con lo mejor y lo peor de ella.
-Jefté hizo un voto al Señor: "Si entregas en mis manos a los ammonitas, el primero que salga de mi casa será para el Señor y lo ofreceré en holocausto". No es éste el primer pasaje de la Biblia que nos habla de sacrificio humano. Bajo el horror de una tal práctica se esconde el respeto a la palabra dada y una concepción de Dios exigente y rigurosa... La mayoría de las civilizaciones antiguas conocieron unas costumbres que nos parecen "bárbaras". Pero, ¿son más intachables algunos de nuestros hábitos sociales? Nuestra civilización que «liberaliza» (!) el aborto no tiene el derecho de escandalizarse de los «sacrificios de niños» de las viejas religiones.
-Jefté pasó donde los ammonitas para atacarlos y el Señor los entregó a sus manos. Los derrotó... Fue una grandísima derrota... Batallas, venganzas... En efecto esto es el reflejo de la humanidad corriente. La revelación de Dios no cambia de inmediato las costumbres, las toma tal cual son, para hacerlas evolucionar. Tales situaciones ambiguas son también prueba de que el Señor puede seguir actuando en cualquier modelo de sociedad: nómada, patriarcal, tribal, militar, industrial. democrática, socialista... La Biblia nos afirma sin cesar que Dios no se resigna al mal, sino que trabaja para salvar a los hombres de sus ambigüedades.
-Cuando Jefté volvió a su casa, he aquí que su hija salía a su encuentro bailando al son de las panderetas. Era su única hija. En cuanto la vio rasgó sus vestiduras. El autor antiguo, ante tal hecho, queda como nosotros también perplejo a pesar de la diferencia de culturas. Por toda clase de detalles emotivos muestra su compasión hacia ese padre que ha hecho un voto tan imprudente y hacia esa hija inocente que será sacrificada a los imperativos de la guerra. Queda así planteada una cuestión. Y nosotros, guardada toda proporción, ¿no solemos sacrificar, con excesiva facilidad, a personas, clases sociales, incluso continentes enteros a unos imperativos económicos?
-Ella le respondió: «Padre mío, hablaste muy deprisa ante el Señor, trátame según tu palabra ya que el Señor te ha concedido vengarte de tus enemigos, los ammonitas. A pesar de lo trágico de esa escena, ¿somos capaces de admirar la sorprendente actitud espiritual que expresa el «sacrificio voluntario» de esa joven que ofrece su vida... por respeto a la palabra dada para salvar a su pueblo?
-Sólo te pido una cosa: déjame un respiro de dos meses, para ir a vagar por las montañas y llorar con mis compañeras la desgracia de morir sin haber conocido el matrimonio." El le dijo «vete", y la dejó marchar. La profunda humanidad de esos detalles, merece ser meditada. Tras la rudeza de las situaciones y de los hombres, se esconde, a menudo, una profunda ternura. Ayúdanos, Señor, a superar las apariencias para saber adivinar los sentimientos humanos que se disimulan bajo ciertos disfraces (Noel Quesson).
La historia de Jefté tendría bien poco de notable si no fuera por el voto que hizo de sacrificar a Yahvé una persona humana. Su historia personal comienza de manera desgraciada: sus hermanos no le dejan compartir su herencia porque no era hijo de la misma madre. Jefté ha de huir, porque cuando le dicen: «Tú no puedes heredar en casa de nuestro padre» (v 2), le hacen una declaración de enemistad (como en 2 Sm 20,1; 1 Re 12,16). Sufre una suerte semejante a la del joven David, fugitivo de Saúl (1 Sm 22,1-2): ha de agruparse con otros desocupados y organizar una banda, de la cual será el jefe. Sus compatriotas olvidan los antiguos prejuicios cuando se hallan oprimidos por los amonitas. Entonces le ofrecen el mando de las tropas. La historia se presenta como un caso más de los muchos que hay en la Biblia, donde el que es injustamente rechazado desempeña un papel importante en la vida del pueblo. En lenguaje de Pablo: «Lo plebeyo, lo despreciado del mundo, se lo eligió Dios para humillar a lo fuerte» (1 Cor 1,28) Pero Jefté, aun creyendo en Yahvé no le venera como Señor de la vida. Cree que puede disponer de la vida de un semejante suyo, inocente, y sacrificarlo, cumpliendo un voto como los que se practicaban en las religiones de los alrededores. Hallamos un caso paralelo al de Jefté en el primer libro de Samuel: Jonatán, sin saberlo, viola un ayuno obligatorio impuesto por su padre, y Saúl, cuando lo descubre, quiere hacerle morir. Pero, a diferencia del caso de Jefté, el pueblo no deja poner en práctica la decisión de Saúl: «Vive Yahvé, no caerá a tierra un solo cabello de su cabeza» (1 Sm 14,45). Seguramente la narración ha sido conservada no sólo por su intensidad dramática -en parangón con la de las tragedias griegas de la misma época-, sino también para desenmascarar una práctica gentil. Los sacrificios paganos fueron rigurosamente prohibidos en Israel. El dramatismo de la acción está llevado al límite en el sacrificio de una doncella, que no llegará a ser ni esposa ni madre: «Se fue por los montes... y lloró por dos meses su virginidad... La muchacha había quedado virgen». Por eso las jóvenes israelitas hicieron cada año unos días de conmemoración de esa muerte, mostrando así su solidaridad con la hija de Jefté y la protesta contra esa muerte injusta. Pero también nosotros hemos de vigilar: la crueldad humana, ¿no es capaz de ofrecer todavía víctimas humanas a ídolos o a ideologías? (D. Roure; sobre el correcto uso del voto hecho a Dios y los lugares de la Escritura donde se prohiben los sacrificios humanos, ver los comentarios de la Biblia de Navarra a este pasaje).
2. Es extraño y truculento el episodio de Jefté, que sacrifica la vida de su hija por la promesa que había hecho. Cree en Yahvé, pero su fe está mezclada con actitudes paganas. Hace un voto que resulta totalmente irreconciliable con el espíritu de la Alianza: si le da la victoria, sacrificará la vida de la primera persona que salga a recibirle, a la vuelta. Que resulta ser, nada menos, su hija. Otros pueblos vecinos practicaban sacrificios humanos. Pero Israel, no. El episodio de Abrahán, dispuesto a ofrecer la vida de su hijo Isaac y detenido por la mano del ángel, se interpretaba precisamente como una desautorización de los sacrificios humanos. Jefté no tenía que haber hecho ese voto. Ni cumplirlo, una vez hecho. En la literatura griega tenemos un ejemplo paralelo del dramaturgo Eurípides, que cuenta cómo Agamenón, en la guerra de Troya, y también como consecuencia de una promesa hecha durante una tempestad, sacrifica a su hija Ifigenia. Es explicable el dolor de todos, de modo particular de la misma hija, que ve que su vida se va a tronchar sin haber llegado a su plenitud. La historia es triste, pero también nos puede dar lecciones. La vida humana se ha de respetar absolutamente. Y eso desde su inicio hasta el final. Sólo Dios es dueño de la vida y de la muerte. Hay que rechazar todo «sacrificio de la vida humana». No nos extraña que, en nuestros tiempos, sigan siendo de tremenda actualidad tanto la discusión sobre el aborto como sobre la eutanasia y la pena de muerte. Mucho menos, claro está, se puede ofrecer a Dios la violencia o la crueldad como homenaje religioso, como el que Jefté se creyó obligado a hacer. Lo mismo hizo Herodes con la promesa hecha a su hija bailarina, que le pidió la cabeza del Bautista, aunque en aquella ocasión no fue precisamente ningún voto a Dios. Hay un aspecto más positivo en este episodio, al que tal vez se deba que se conservara el relato, y es el que resalta el salmo: las promesas hay que cumplirlas. Aunque la actuación de Jefté no tiene justificación, queda en pie que los votos hechos a Dios -se entiende, de cosas buenas-, una vez hechos, hay que cumplirlos, aunque resulten costosos.
El salmo, por una parte, niega la validez de los criterios paganos: «dichoso el que no acude a los idólatras, que se extravían con engaños; tú no quieres sacrificios ni ofrendas...». Pero, por otra, valora la ofrenda de sí mismo que supone hacer un voto a Dios: «Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad... Dios mío, lo quiero, y llevo tu ley en las entrañas». Las promesas y el pacto y los votos que están en la base del matrimonio cristiano o de la ordenación sacerdotal o de la vida religiosa y consagrada son una ofrenda de la propia vida a una vocación, en definitiva, a Dios, que es el que nos da la fuerza para llevarla a término con firmeza, aunque nos pida sacrificios nada fáciles. La frase del salmo, «aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad», es la que la Carta a los Hebreos pone en labios de Jesús en el mismo momento de su encarnación. Hebr 10,8-10 explica teológicamente esta ofrenda, al igual que el Catecismo 2824. Aunque lo de explicar no es la palabra que más me convenza: intenta mostrar desde la fe este misterio, pues sólo desde la experiencia del amor –sómo mirando a Cristo- se entienden estas “locuras” de la libertad como son el celibato y la entrega de amor para siempre…
3.- Mt 22,1-14 (ver domingo 28 A). Saltando otras parábolas (como la de los viñadores homicidas y la de los hijos que dicen sí o no y, luego, hacen lo contrario), escuchamos en Mateo otra parábola: la de los invitados a la boda. La intención es clara: el pueblo de Israel ha sido el primer invitado, porque es el pueblo de la promesa y de la Alianza. Pero dice que no, se resiste a reconocer en Jesús al Mesías, no sabe aprovechar la hora de la gracia. Y entonces Dios invita a otros al banquete que tiene preparado. Cuando Mateo escribe el evangelio, Jerusalén ya ha sido destruida y van entrando pueblos paganos en la Iglesia. De nuevo, como en la parábola de ayer -los de la hora undécima- se trata de la gratuidad de Dios a la hora de su invitación a la fiesta. La parábola tiene un apéndice sorprendente: el amo despacha y castiga a uno de los comensales que no ha venido con vestido de boda. No basta con entrar en la fiesta: se requiere una actitud coherente con la invitación. Como cuando a cinco de las muchachas, invitadas como damas de honor de la novia, les faltó el aceite y no pudieron entrar. Esta parábola nos sugiere una primera reflexión: la visión optimista que Jesús nos da de su Reino. ¿Nos hubiéramos atrevido nosotros a comparar a la Iglesia, sin más, a un banquete de bodas? ¿no andamos más bien preocupados por la ortodoxia o la ascética o la renuncia de la cruz? Pues Jesús la compara con la fiesta y la boda y el banquete. La boda de Dios con la humanidad, la boda de Cristo con su Iglesia. Aunque muchos no acepten la invitación -llenos de sí mismos, o bloqueados por las preocupaciones de este mundo-, Dios no cede en su programa de fiesta. Invita a otros: «la boda está preparada... convidadlos a la boda».
El cristianismo es, ante todo, vida, amor, fiesta. El signo central que Jesús pensó para la Eucaristía, no fue el ayuno, sino el «comer y beber», y no beber agua, la bebida normal entonces y ahora, sino una más festiva, el vino. También podemos recoger el aviso de Jesús sobre el vestido que se necesita para esta fiesta. No basta entrar en la Iglesia, o pertenecer a una familia cristiana o a una comunidad religiosa. Se requiere una conversión y una actitud de fe coherente con la invitación: Jesús pide a los suyos, no sólo palabras, sino obras, y una «justicia» mayor que la de los fariseos. Cuando Jesús alaba a los paganos en el evangelio, como al centurión o a la mujer cananea o al samaritano, es porque ve en ellos una fe mayor que la de los judíos: ése es el vestido para la fiesta. Y es que no hay nada más exigente que la gratuidad y la invitación a una fiesta. Todo don es también un compromiso. Los que somos invitados a la fiesta del banquete -a la hora primera o a la undécima, es igual- debemos «revestirnos de Cristo» (Ga 3,27), «despojarnos del hombre viejo, con sus obras, y revestirnos del hombre nuevo» (Col 3,10; J. Aldazábal).
El tema del traje nupcial recuerda el del vestido y su significado simbólico en el orden de la salvación. El vestido humaniza el cuerpo, ayuda a situarse entre los semejantes, le saca a uno del anonimato. De ahí que sea con toda normalidad signo de la alianza entre Yahvé e Israel: cual un esposo, Dios extiende el paño de su manto sobre su esposa (Ez 16). Pero ésta es infiel y se muestra a todo el que llega: su vestido se deteriora, a no ser que Dios se lo quite, y vuelve a dejar de nuevo a su esposa en el anonimato y la desnudez. En la cruz, Jesús es despojado de sus vestidos como para asemejarse más a la humanidad pecadora frente a la muerte, que da al traste con todas las falsas seguridades y las apariencias. Pero muy pronto revestirá, en la resurrección, la gloria divina que vive en El. "Revestirse-de-Cristo" o "revestirse del hombre nuevo" (Ga 3, 27-28; Ef 4, 24; Col 3, 10-11), representa, pues, participar en ese orden de la salvación que engloba el desprendimiento y la resurrección de Jesús. Esta participación en plenitud está reservada a la escatología, cuando toda la humanidad se revestirá de la incorruptibilidad y estará engalanada para presentarse ante su Esposo eterno (Ap 21, 2). Pero hay que revestirse del atuendo nupcial antes de participar en el banquete eucarístico. O, dicho de otro modo: esa participación es una fuente de exigencias morales que el invitado debe honrar mediante los desprendimientos que se imponen (Maertens-Frisque).
La parábola del "Festín de bodas" se sitúa, en la progresión del evangelio de san Mateo, en el centro mismo de la ciudad de Jerusalén, sólo algunas semanas antes de la muerte de Jesús: Jesús anuncia, cada vez más claramente, el rechazo del Mesías por parte del pueblo escogido... -El Reino de los cielos es comparable a un Rey que celebra el banquete de bodas de su Hijo. Dios sueña en una fiesta universal para la humanidad... una verdadera fiesta de "boda"... un conjunto de regocijos colectivos: banquete, danzas, música, trajes, cantos, alegría, comunión. Dios casa a su Hijo... Conforme al querer del Padre la desposada a quien ama es: la humanidad. Y el Padre es feliz de ese amor de su Hijo. Jesús enamorado de la humanidad. Esposo místico: Marcos 2, 19; Juan 3, 29; Mateo 9, 15; 25; Efesios 5, 25; 2 Corintos 19, 29; 21, 2-9; 22, 17.
-Envió a sus criados a "llamar" a la boda a los invitados... Venid a la boda. Dios invita, Dios llama, Dios propone. Es una de las mejores imágenes del destino del hombre. Hoy, muchas personas no saben ya cual es el objetivo de su vida: ¿a dónde vamos? ¿por qué hemos nacido? ¿qué sentido tiene nuestra vida? Jesús nos responde: estáis hechos para la "unión con Dios" por mí. El objetivo del hombre, su desarrollo total, es la "relación con Dios": ¡amar, y ser amado! Dios os ama. Y cada uno está invitado a responder a ese amor. Y todos los amores verdaderos de la tierra son el anuncio, la imagen, la preparación y el signo de ese amor misterioso y, a la vez, portador de una mayor plenitud.
-Pero ellos, sin hacer caso, se fueron el uno a su campo, el otro a su negocio; y los demás agarraron a los siervos, los escarnecieron y los mataron. ¿Cómo explicar que lleguemos a actuar de ese modo? ¿que prefiramos el "trabajo" a la "fiesta"; que vayamos a nuestras tareas en lugar de ir a participar del "manjar de Dios" ? ¿que nos encerremos en nuestros límites, en nuestra condición humana tan pesada -y ¡tan absurda, según algunos intelectuales!- en lugar de ir a dar un paseo por el universo de Dios para respirar a fondo aires puros?
-El rey se indignó... dio muerte a aquellos homicidas... y prendió fuego a su ciudad... Mateo escribía esto en los años en que Jerusalén fue incendiada por los romanos de la Legión de Tito, en el 70. Los acontecimientos de la historia pueden interpretarse de muy distinta manera. En todo tiempo los profetas han hecho una reconsideración, desde la fe, de los sucesos que, por otro lado, tienen causas y consecuencias humanas. Todo lo que "ocurre", todo lo que nos sucede no se debe al "azar". Conviene buscar y detectar en ello prudentemente el proyecto de Dios... las advertencias que, por la gracia, se encuentran allí escondidas.
-Id, pues, a los cruces de los caminos y, a cuantos encontréis, buenos y malos, invitadlos a la boda... y la sala de bodas se llenó de comensales. La Iglesia, comunidad abigarrada, mezcla de toda clase de razas y de condiciones sociales, pueblo de puros y de santos, pueblo de malos y de pecadores, cizaña y buen grano... ¡Dios quiere salvar a todos los hombres. Dios nos invita a todos!
-Pero hay que llevar el "traje de boda" para no ser echado a las tinieblas de fuera. El tema del "traje": para entrar en el Reino, hay que "revestirse de Cristo", dirá San Pablo (Gálatas 3, 27; Efesios 4, 24; Colosenses 3, 10) "revestirse del hombre nuevo". La salvación no es automática: hay que ir correspondiendo al don de Dios (Noel Quesson).
También esta parábola se refiere en primer lugar al pueblo escogido de la Antigua Alianza. A las fiestas de las bodas de su Hijo con la humanidad convida el Padre primeramente a los judíos por medio de sus "siervos", los profetas. Los que despreciaron la invitación perderán la cena (Luc. 14, 24: "Porque yo os digo, ninguno de aquellos varones que fueron convidados gozará de mi festín"). Los "otros siervos" son los apóstoles que Dios envió sin reprobar aún a Israel, durante el tiempo de los Hechos, es decir, cuando Jesús ya había sido inmolado y "todo estaba a punto" (Hech. 3, 22: "Porque Moisés ha anunciado: El Señor Dios vuestro os suscitará un profeta de entre vuestros hermanos, como a mí; a El habéis de escuchar en todo cuanto os diga, y en Hebr. 8, 4:"Si pues El habitase sobre la tierra, ni siquiera podría ser sacerdote, pues hay ya quienes ofrecen dones según la Ley"). Rechazados esta vez por el pueblo, como Él lo fuera por la Sinagoga (Hech. 28, 25: No hubo acuerdo entre ellos y se alejaron mientras Pablo les decía una palabra: "Bien habló el Espíritu Santo por el profeta Isaías a vuestros padres") y luego "quemada la ciudad" de Jerusalén, los apóstoles y sus sucesores, invitando a los gentiles, llenan la sala de Dios (Rom. 11, 30: "De la misma manera que vosotros en un tiempo erais desobedientes a Dios, mas ahora habéis alcanzado misericordia, a causa de la desobediencia de ellos"). El hombre que no lleva vestido nupcial es aquel que carece de la gracia santificante, sin la cual nadie puede acercarse al banquete de las Bodas del Cordero (Apocalipsis 19, 6 ss: "Y oí una voz como de gran muchedumbre, y como estruendo de muchas aguas, y como estampido de fuertes truenos, que decía: "¡Aleluya! porque el Señor nuestro Dios, el Todopoderoso, ha establecido el reinado). Más en concreto lo explicaba S. Gregorio Magno: “¿qué debemos entender por el vestido de boda sino la caridad? De modo que entra a las bodas, pero no entra con vestido nupcial, quien, entrando en la Iglesia, tiene fe pero no tiene caridad”.
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miércoles, 17 de agosto de 2011
Miércoles de la 20ª semana de Tiempo Ordinario. Los dones que Dios concede son para el servicio, no para la prepotencia, pues servir es reinar, como J
Miércoles de la 20ª semana de Tiempo Ordinario. Los dones que Dios concede son para el servicio, no para la prepotencia, pues servir es reinar, como Jesús nos enseña con su vida, precisamente en la humildad viene la exaltación.
Lectura del libro de los Jueces 9, 6-15. En aquellos días, los de Siquén y todos los de El Terraplén se reunieron para proclamar rey a Abimelec, junto a la encina de Siquén. En cuanto se enteró Yotán, fue y, en pie sobre la cumbre del monte Garizín, les gritó a voz en cuello: -«¡Oídrne, vecinos de Siquén, así Dios os escuche! Una vez fueron los árboles a elegirse rey, y dijeron al olivo: "Sé nuestro rey." Pero dijo el olivo: "¿Y voy a dejar mi aceite, con el que engordan dioses y hombres, para ir a mecerme sobre los árboles?" Entonces dijeron a la higuera: "Ven a ser nuestro rey." Pero dijo la higuera: ¿Y voy a dejar mi dulce fruto sabroso, para ir a mecerme sobre los árboles? " Entonces dijeron a la vid: "Ven a ser nuestro rey." Pero dijo la vid: "¿Y voy a dejar mi mosto, que alegra a dioses y hombres, para ir a mecerme sobre los árboles?" Entonces dijeron a la zarza: "Ven a ser nuestro rey." Y les dijo la zarza: "Si de veras queréis ungirme rey vuestro, venid a cobijaros bajo mí sombra; y si no, salga fuego de la zarza y devore a los cedros del Líbano."»
Salmo 20,2-3.4-5.6-7. R. Señor, el rey se alegra por tu fuerza.
Señor, el rey se alegra por tu fuerza, ¡y cuánto goza con tu victoria! Le has concedido el deseo de su corazón, no le has negado lo que pedían sus labios.
Te adelantaste a bendecirlo con el éxito, y has puesto en su cabeza una corona de oro fino. Te pidió vida, y se la has concedido, años que se prolongan sin término.
Tu victoria ha engrandecido su fama, lo has vestido de honor y majestad. Le concedes bendiciones incesantes, lo colmas de gozo en tu presencia.
Santo evangelio según san Mateo 20,1-16a. En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: -«El reino de los cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña. Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a la viña. Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo, y les dijo: "Id también vosotros a mi viña, y os pagaré lo debido." Ellos fueron. Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde e hizo lo mismo. Salió al caer la tarde y encontró a otros, parados, y les dijo: "¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?" Le respondieron: "Nadie nos ha contratado." Él les dijo: "Id también vosotros a mi viña." Cuando oscureció, el dueño de la viña dijo al capataz: "Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros." Vinieron los del atardecer y recibieron un denario cada uno. Cuando llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero ellos también recibieron un denario cada uno. Entonces se pusieron a protestar contra el amo: "Estos últimos han trabajado sólo una hora, y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno. Él replicó a uno de ellos: "Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿0 vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?' Así, los últimos serán los primeros y los primeros los últimos.»
Comentario: 1.- Jc 9,6-15. La Biblia contiene toda clase de géneros literarios. Ved HOY una «fábula» que recuerda un poco la de las «ranas pidiendo rey». Es un apólogo antimonárquico del que se sirvieron los profetas para condenar a la realeza podrida y a sus funcionarios creídos y opresores del bajo pueblo. No olvidemos que el rey allí directamente apuntado es Abimélek quien, para tomar el poder, no encontró nada mejor que ¡ordenar el asesinato de sus setenta hermanos! (Jueces 9, 1-6).
-Un día los árboles se pusieron en camino para elegirse un Rey. Fueron pues los mismos habitantes de Siquém los que «eligieron» a ese rey lamentable. Responsabilidad del jefe. Es una elección grave que compromete el futuro y la felicidad de todo un grupo. De ahí la importancia de esa elección. A través de la fábula siguiente, en forma paradójica, son precisamente las cualidades del buen responsable las que aparecen en contraste.
-Dijeron al olivo: «sé tú nuestro rey». Les respondió el olivo: «¿Voy a renunciar a mi aceite con el que se honra a Dios y a los hombres, para ir a vagar por encima de los otros árboles?»
Honrar a Dios y a los hombres. No tener orgullo dominador alguno. Tales deberían ser las primeras cualidades de un responsable.
-Entonces los árboles dijeron a la higuera: «Ven tú y reina sobre nosotros.» La higuera respondió: «¿Voy a renunciar a la dulzura de mis sabrosos frutos?" Uno se figura a veces que un jefe debe tomar actitudes duras, distantes, autoritarias. ¿Por qué renunciar a la dulzura y a la agradable bondad?
-Los árboles dijeron a la vid: «Ven tú, reina sobre nosotros». Les respondió la vid: «¿Voy a renunciar a mi mosto que alegra a Dios y los hombres para ir a vagar por encima de los árboles?" Ser útil. Dar fruto. Hacer feliz a la gente. Puedo orar a partir de estas tres imágenes: la aceituna, el higo, el racimo de uvas. Y sobre todo a partir de las diversas cualidades sugeridas aquí. Revisar mis propias responsabilidades. Rogar por los responsables de todo orden.
-Todos los árboles dijeron a la zarza: «Ven tú, reina sobre nosotros.» Y la zarza les respondió: «Si con sinceridad venís a ungirme a mí para ser vuestro rey, llegad y cobijaos a mi sombra..." Por desgracia, está dispuesto a aceptar ¡el que menos cualidades tiene! La sátira resulta patente. Jesús dirá también que toda autoridad debe ser ejercida y vivida como un «servicio»: «Sabéis que los que son tenidos como jefes de las naciones, las dominan como señores absolutos y sus grandes las oprimen con su poder. Pero no ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiere ser grande entre vosotros, será vuestro servidor» (Mc 10,42-43). ¿Me tomo el trabajo de desarrollar mis posibilidades para ser verdaderamente capaz de llevar a cabo las responsabilidades recibidas?
-Si no es así, brote fuego de la zarza y devore hasta los cedros del Líbano. La amenaza nunca ha sido a la larga un verdadero medio de gobernar. Esta parábola irónica y cruel para los grandes de este mundo quiere expresar la protesta de los humildes contra los que se valen del poder en propio provecho. ¡Esta protesta no es únicamente exclusiva de aquel tiempo! (Noel Quesson).
El c. 9 del libro de los Jueces está dedicado a Abimelec, hijo de Gedeón, medio israelita y medio cananeo (8,30-32). Abimelec no forma parte del grupo de los grandes jueces, ya que no salvó de nada a los israelitas. Al cabo de tres años moría traicionado por los que le ayudaron a entronizarse. Para iluminar esta historia desdichada, el narrador inserta aquí el apólogo de Yotán (9,7-15). Era el único hijo de Gedeón que se escapó de la matanza. El apólogo de Yotán, más antiguo que la narración de Abimelec, se adapta sólo parcialmente a las circunstancias a que lo hallamos aplicado: los árboles piden un rey, mientras que los siquemitas no piden ninguno. Pero el apólogo ilumina el episodio de Abimelec con una determinada luz, y éste es el enfoque que a nosotros llega. Vemos tres grupos de árboles, todos ellos útiles en una civilización agrícola: el olivo, la higuera y la vid; no aceptan renunciar a su propia función, portadora de felicidad para todos, para ir a balancearse sobre los demás árboles. El lector, después de cada negativa, se pregunta: «Pero si ningún árbol bueno acepta ser el rey de los otros árboles, quién quedará, pues, para serlo?» El cuarto árbol, nocivo y espinoso, contrasta con los anteriores. No tiene nada que perder si acepta, y, naturalmente, lo hace. La utilidad de los tres primeros árboles pone de relieve la nocividad del espino, que corresponde a la de Abimelec. Yotán quiere hacer comprender por medio de su apólogo el error que han cometido los habitantes de Siquén cuando han aceptado por rey a un hombre tan pernicioso como Abimelec. En la aplicación de la fábula (16-20), Yotán reprueba la injusticia y la crueldad de Abimelec y de los siquemitas. Estos, consintiendo a la injusticia, tendrán en Abimelec la paga merecida: «Salga de Abimelec fuego que devore a los habitantes de Siquén... y salga de Siquén... fuego que devore a Abimelec» (20). Los siquemitas no se entenderán, pues, con Abimelec. Como leemos poco más adelante: «Mandó Dios un mal espíritu...» (23).
La narración de Jc nos hace ver que la violencia crea siempre una espiral de destrucción que acaba con los mismos que la han provocado (57). Dios es activo ante la injusticia (D. Roure).
2. La fábula llena de ironía sobre el inútil Abimelec como rey, después de 2 siglos de jueces y profetas -«vuestro rey será siempre Yahvé»- quieren tener un rey, como los pueblos vecinos. Siempre ha sida un problema acertar en la elección de las personas que nos han de gobernar, tanto en lo civil como en lo eclesiástico. Esta fábula no hay que entenderla, sin más, en el sentido de que los que buscan el poder son precisamente los más inútiles. Pero sí es un toque de atención. No siempre los más brillantes son los que más valen, sino que podrían resultarnos como la zarza, la esterilidad personificada. Muchas veces los mejores los encontramos entre los humildes y trabajadores. Es evidente que el que gobierna debe tener unas cualidades nada fáciles: dotes de mando y liderazgo, equilibrio, vocación de servicio. Pero la Biblia lo ve todo desde el prisma religioso y, por eso, nos invita a elegir según los criterios de Dios, no según los meramente humanos. El salmo nos recuerda la ayuda de Dios como factor decisivo en la elección y en la actuación de quienes tienen el poder: «el rey se alegra por tu fuerza... le has concedido el deseo de su corazón, te adelantaste a bendecirlo con el éxito... le concedes bendiciones incesantes».
¿En qué cualidades ponemos nuestra confianza, cuando tenemos la posibilidad y el deber de elegir a los que nos gobiernan? ¿sólo en lo técnico y lo aparente, o también en los valores humanos y cristianos? ¿sabemos apreciar la humildad de una higuera o de un olivo, que muestran su fecundidad con sosiego y profundidad, o nos dejamos encandilar por lo que brilla y llama la atención externamente?
Juan Pablo II comentaba: “pertenece al género de los salmos reales. Por tanto, en el centro se encuentra la obra de Dios en favor del soberano del pueblo judío representado quizá en el día solemne de su entronización. Al inicio (cf v 2) y al final (cf v 14) casi parece resonar una aclamación de toda la asamblea, mientras la parte central del himno tiene la tonalidad de un canto de acción de gracias, que el salmista dirige a Dios por los favores concedidos al rey: "Te adelantaste a bendecirlo con el éxito" (v 4), "años que se prolongan sin término" (v 5), "fama" (v 6) y "gozo" (v 7). Es fácil intuir que a este canto -como ya había sucedido con los demás salmos reales del Salterio- se le atribuyó una nueva interpretación cuando desapareció la monarquía en Israel. Ya en el judaísmo se convirtió en un himno en honor del Rey-Mesías: así, se allanaba el camino a la interpretación cristológica, que es, precisamente, la que adopta la liturgia.
Pero demos primero una mirada al texto en su sentido original. Se respira una atmósfera gozosa y resuenan cantos, teniendo en cuenta la solemnidad del acontecimiento: "Señor, el rey se alegra por tu fuerza, ¡y cuánto goza con tu victoria! (...) Al son de instrumentos cantaremos tu poder" (vv 2.14). A continuación, se refieren los dones de Dios al soberano: Dios le ha concedido el deseo de su corazón (cf v 3) y ha puesto en su cabeza una corona de oro (cf v 4). El esplendor del rey está vinculado a la luz divina que lo envuelve como un manto protector: "Lo has vestido de honor y majestad" (v. 6). En el antiguo Oriente Próximo se consideraba que el rey estaba rodeado por un halo luminoso, que atestiguaba su participación en la esencia misma de la divinidad. Ciertamente, para la Biblia el soberano es considerado "hijo" de Dios (cf Sal 2,7), pero sólo en sentido metafórico y adoptivo. Él, pues, debe ser el lugarteniente del Señor al tutelar la justicia. Precisamente con vistas a esta misión, Dios lo rodea de su luz benéfica y de su bendición.
La bendición es un tema relevante en este breve himno: "Te adelantaste a bendecirlo con el éxito... Le concedes bendiciones incesantes" (Sal 20,4.7). La bendición es signo de la presencia divina que obra en el rey, el cual se transforma así en un reflejo de la luz de Dios en medio de la humanidad. La bendición, en la tradición bíblica, comprende también el don de la vida, que se derrama precisamente sobre el consagrado: "Te pidió vida, y se la has concedido, años que se prolongan sin término" (v 5). También el profeta Natán había asegurado a David esta bendición, fuente de estabilidad, subsistencia y seguridad, y David había rezado así: "Dígnate, pues, bendecir la casa de tu siervo para que permanezca por siempre en tu presencia, pues tú, mi Señor, has hablado y con tu bendición la casa de tu siervo será eternamente bendita" (2 S 7,29).
Al rezar este salmo, vemos perfilarse detrás del retrato del rey judío el rostro de Cristo, rey mesiánico. Él es "resplandor de la gloria" del Padre (Hb 1,3). Él es el Hijo en sentido pleno y, por tanto, la presencia perfecta de Dios en medio de la humanidad. Él es luz y vida, como proclama San Juan en el prólogo de su evangelio: "En él estaba la vida y la vida era la luz de los hombres" (Jn 1,4). En esta línea, san Ireneo, obispo de Lyón, comentando el salmo, aplicará el tema de la vida (cf Sal 20,5) a la resurrección de Cristo: "¿Por qué motivo el salmista dice: "Te pidió vida", desde el momento en que Cristo estaba a punto de morir? El salmista anuncia, pues, su resurrección de entre los muertos y que él, resucitado de entre los muertos, es inmortal. En efecto, ha asumido la vida para resurgir, y largo espacio de tiempo en la eternidad para ser incorruptible". Basándose en esta certeza, también el cristiano cultiva dentro de sí la esperanza en el don de la vida eterna”. Me decía una madre ayer, ante una hija con problemas mentales, y un hijo que en la flor de la vida ha tenido una enfermedad que ha trucado su carrera: “parece que nos han echado el mal de ojo… ¿por qué Dios permite esto? Yo esperaba más, quería más para ellos… y me toca sufrir”. Todo esto que se ha dicho más arriba es aún en medio de las dificultades, como Cristo, así lo explica S. Agustín: “Cristo Jesús, el Rey que reina desde el patíbulo de los esclavos, que es la Santa Cruz, no fracasa, no se ensoberbece. (…) Por el contrario, humilde, espera en la misericordia de su padre y, debido a la obediencia, su flaqueza humana no se conmoverá”.
3.- Mt 20, 1-16 (ver domingo 25, ciclo A). Hoy escuchamos la desconcertante parábola de los trabajadores de la viña, que trabajan un número desigual de horas y, sin embargo, reciben el mismo jornal. La idea central no es el paro obrero (aunque Dios parece preocupado de que nadie se quede sin trabajo, sea cual sea la hora) ni la cuestión de los salarios ni la justicia social. La parábola no se fija en los trabajadores, sino en la actuación de Dios. Él da a todos según justicia, pero también es generoso con los últimos, aunque hayan trabajado menos. Cuando Mateo escribió su evangelio, muchos paganos se iban incorporando a la Iglesia de Cristo, y podían suscitar, entre los provenientes del pueblo judío, el interrogante de cómo los últimos llegados recibían la misma herencia y paga. Es la sorpresa que Jesús describe en quienes habían trabajado desde primera hora de la mañana. La respuesta es el amor gratuito de Dios, que sobrepasa las medidas de la justicia y actúa libremente, también con los de la hora undécima. El tema no es si a los primeros les paga lo justo. Sino que Dios quiere pagar a los últimos también lo mismo, aunque parezca que no se lo hayan merecido tanto.
Los caminos de Dios son sorprendentes. No siguen nuestra lógica. Él sigue llamando a su viña a jóvenes y mayores, a fuertes y a débiles, a hombres y mujeres, a religiosos y laicos. ¿Tendremos envidia de que Dios llame a otros «distintos», o que premie de la misma manera a quienes no tienen tantos méritos como creamos tener nosotros?; ¿nos duele que en la vida de la comunidad eclesial, los laicos tengan ahora más protagonismo que antes, o que haya más igualdad entre hombres y mujeres, o que las generaciones jóvenes vengan con ideas nuevas y con su estilo particular de actuación? Abrahán fue llamado a los setenta y cinco años. Samuel, cuando era un jovencito. Mateo, desde su mesa de recaudador. Pedro tuvo que abandonar su barca. Algunos de nosotros hemos sido llamados desde muy niños, porque las condiciones de una familia cristiana lo hicieron posible. Otros han escuchado la voz de Dios más tarde. El ladrón bueno ha sido considerado como el prototipo de quienes han recibido el premio del cielo, habiendo sido llamados en la hora undécima. Si nos sentimos demasiado «de primera hora», mirando por encima del hombro a quienes se han incorporado al trabajo a horas más tardías, estamos adoptando la actitud de los fariseos, que se creían superiores a los demás. Esto no es, naturalmente, una invitación a llegar tarde y trabajar lo menos posible. Sino un aviso de que el premio que esperamos de Dios no es cuestión de derechos y méritos, sino de gratuidad libre y amorosa por su parte. La parábola parece una respuesta a la pregunta de Pedro, uno de los de la primera hora, que todavía no estaba purificado en sus intenciones al seguir al Mesías: «a nosotros ¿qué nos va a tocar?». Hoy es un buen día para cantar el himno de Vísperas «Hora de la tarde, fin de las labores», que, en sus diversas estrofas, nos hace alabar a Dios por su insondable generosidad, a la hora de darnos el jornal por nuestro trabajo (J. Aldazábal).
-La parábola de los obreros de la "Undécima hora" es célebre. Solamente la relata Mateo. Para interpretarla no olvidemos la regla elemental siguiente: -"la alegoría" es un género literario en el cual el conjunto de los detalles aporta una significación... -"la parábola", por el contrario, es un género literario en el que hay que buscar una lección central. El resto de los detalles está allí para ceñir el relato, forzar la atención, interesar. Está claro, por ejemplo, que ¡Jesús no pretende defender la injusticia social que consistiría en no pagar al obrero según su trabajo... o aun en establecer salarios completamente arbitrarios según el capricho del patrono!
-El Reino de Dios es semejante a un propietario que salió al amanecer a contratar jornales para "su viña"... Todo el resto del relato muestra que no se trata de un propietario ordinario. No se va a contratar jornaleros cuando sólo falta una hora para terminar la jornada de trabajo. Esta "viña"... nos da ya una pista simbólica: en todo el Antiguo Testamento, y por lo tanto, para los primeros oyentes de Jesús, la "viña" de Dios, es el pueblo escogido, es el lugar de la Alianza (Is 5, 1-7) Sí, Tú quieres, Señor, introducirnos en tu hacienda, en tu gozo y en tu alegría.
-Les contrata... Al amanecer... A media mañana, sobre las nueve... Luego al mediodía... Luego a las tres... y a las cinco de la tarde -"la hora Undécima"-. Adivinamos que no los contrata para su propio interés. Es un patrón que se preocupa profundamente del drama de los sin trabajo: "¿Cómo estáis aquí el día entero sin trabajar?"
-Los últimos llegados cobraron "un denario"... como los primeros... Humanamente hablando esto es inverosímil. Pero, precisamente, es el caso que ya no estamos en una historia "humana". Ese amo sorprendente, lleno de bondad, que "favorece a los más pobres", para quien los "últimos son los primeros"... es Dios.
-Y ¡se protesta! "Estos últimos han trabajado sólo una hora y los has tratado igual que a nosotros, que hemos cargado con el peso del día y el bochorno." Para Dios no hay privilegios. Las "naciones paganas", las últimas invitadas a la Alianza, son tratadas al igual con Israel, que se benefició más pronto de la Viña de Dios. Veinte veces, en el evangelio, Jesús valora así a los pobres, a los excluidos, a los "últimos".
-"Amigo, quiero darle a este último lo mismo que a ti. ¿Es que no tengo derecho de disponer de mis bienes? ¿o ves tú con malos ojos que yo sea generoso?" Tal es la lección central de esa parábola. Si sabemos leer entre líneas y no nos escandalizamos de detalles accesorios, he aquí el retrato maravilloso que Jesús nos traza de su Padre: -un Dios que ama a los hombres prioritariamente, y los ama y quiere introducirlos en su propia felicidad... -un Dios que reparte sus beneficios a todos y llama sin parar... -un Dios cuya generosidad y bondad no está "limitada" por nuestros méritos, sino que da con largueza, sin calcular... -un Dios que aparta a cualquiera que pretendiera tener derechos y privilegios impidiendo a los demás a aprovecharse... Esta parábola nos hace una revelación absolutamente esencial: la salvación que Dios nos da es totalmente gratuita y desproporcionada a nuestros pobres méritos humanos. ¿Qué podríamos esperar si contáramos con sólo nuestras fuerzas? Pero, Señor, nos has dicho que lo esperemos todo de tu "bondad". Gracias (Noel Quesson).
Los discípulos pensaban con la lógica de la mentalidad vigente y esperaban que la retribución para ellos fuera mayor. Confiaban en que "sus sacrificios" les asegurarían un premio mayor, pero no contaron con la más importante: el Reino de Dios y su justicia no actúan según los parámetros de la legalidad humana. En el Reino lo importante es la misericordia de Dios. Pues, para Dios no hay privilegios basados en el prestigio, en la cantidad de trabajo o en cualquier otra ventaja. Y esto es así, porque ha sido Dios quien ha llamado gratuitamente, y nuestra respuesta debe ser igualmente gratuita. Dios llama cuando le parece oportuno sea al comienzo o al final de la jornada. Lo importante es que él llama y que podemos participar. El descontento de los empleados obedece a un privilegio que ellos mismos se conceden, no a una injusticia del patrón. Creen que por haber trabajado más tiempo tienen ventaja sobre los demás. Pero no es de este modo como funciona la lógica del Reino. El mérito está en haber sido llamado, en participar en la obra, no en los privilegios que se puedan sacar de ella. Nosotros muchas veces queremos adueñarnos de la cosecha. Pensamos que al desempeñar un ministerio o servicio en la comunidad somos propietarios de ella. A veces, también, excluimos a otros porque consideramos que no están preparados o porque creemos que han llegado tarde. El evangelio, sin embargo, nos pide un cambio de mentalidad. Todos tienen derecho a participar en la obra del Reino. Y este derecho no nace de nuestra generosidad, sino que es algo que Dios mismo ha dado. Si Dios ha llamado a muchos a su obra, nosotros no somos quiénes para cerrar la puerta. Debemos reconocer la acción del Espíritu y permitir que en la comunidad todos participen por igual (Servicio Bíblico Latinoamericano; cf. S. Josemaría Escrivá, Surco 4).
Lectura del libro de los Jueces 9, 6-15. En aquellos días, los de Siquén y todos los de El Terraplén se reunieron para proclamar rey a Abimelec, junto a la encina de Siquén. En cuanto se enteró Yotán, fue y, en pie sobre la cumbre del monte Garizín, les gritó a voz en cuello: -«¡Oídrne, vecinos de Siquén, así Dios os escuche! Una vez fueron los árboles a elegirse rey, y dijeron al olivo: "Sé nuestro rey." Pero dijo el olivo: "¿Y voy a dejar mi aceite, con el que engordan dioses y hombres, para ir a mecerme sobre los árboles?" Entonces dijeron a la higuera: "Ven a ser nuestro rey." Pero dijo la higuera: ¿Y voy a dejar mi dulce fruto sabroso, para ir a mecerme sobre los árboles? " Entonces dijeron a la vid: "Ven a ser nuestro rey." Pero dijo la vid: "¿Y voy a dejar mi mosto, que alegra a dioses y hombres, para ir a mecerme sobre los árboles?" Entonces dijeron a la zarza: "Ven a ser nuestro rey." Y les dijo la zarza: "Si de veras queréis ungirme rey vuestro, venid a cobijaros bajo mí sombra; y si no, salga fuego de la zarza y devore a los cedros del Líbano."»
Salmo 20,2-3.4-5.6-7. R. Señor, el rey se alegra por tu fuerza.
Señor, el rey se alegra por tu fuerza, ¡y cuánto goza con tu victoria! Le has concedido el deseo de su corazón, no le has negado lo que pedían sus labios.
Te adelantaste a bendecirlo con el éxito, y has puesto en su cabeza una corona de oro fino. Te pidió vida, y se la has concedido, años que se prolongan sin término.
Tu victoria ha engrandecido su fama, lo has vestido de honor y majestad. Le concedes bendiciones incesantes, lo colmas de gozo en tu presencia.
Santo evangelio según san Mateo 20,1-16a. En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: -«El reino de los cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña. Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a la viña. Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo, y les dijo: "Id también vosotros a mi viña, y os pagaré lo debido." Ellos fueron. Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde e hizo lo mismo. Salió al caer la tarde y encontró a otros, parados, y les dijo: "¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?" Le respondieron: "Nadie nos ha contratado." Él les dijo: "Id también vosotros a mi viña." Cuando oscureció, el dueño de la viña dijo al capataz: "Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros." Vinieron los del atardecer y recibieron un denario cada uno. Cuando llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero ellos también recibieron un denario cada uno. Entonces se pusieron a protestar contra el amo: "Estos últimos han trabajado sólo una hora, y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno. Él replicó a uno de ellos: "Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿0 vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?' Así, los últimos serán los primeros y los primeros los últimos.»
Comentario: 1.- Jc 9,6-15. La Biblia contiene toda clase de géneros literarios. Ved HOY una «fábula» que recuerda un poco la de las «ranas pidiendo rey». Es un apólogo antimonárquico del que se sirvieron los profetas para condenar a la realeza podrida y a sus funcionarios creídos y opresores del bajo pueblo. No olvidemos que el rey allí directamente apuntado es Abimélek quien, para tomar el poder, no encontró nada mejor que ¡ordenar el asesinato de sus setenta hermanos! (Jueces 9, 1-6).
-Un día los árboles se pusieron en camino para elegirse un Rey. Fueron pues los mismos habitantes de Siquém los que «eligieron» a ese rey lamentable. Responsabilidad del jefe. Es una elección grave que compromete el futuro y la felicidad de todo un grupo. De ahí la importancia de esa elección. A través de la fábula siguiente, en forma paradójica, son precisamente las cualidades del buen responsable las que aparecen en contraste.
-Dijeron al olivo: «sé tú nuestro rey». Les respondió el olivo: «¿Voy a renunciar a mi aceite con el que se honra a Dios y a los hombres, para ir a vagar por encima de los otros árboles?»
Honrar a Dios y a los hombres. No tener orgullo dominador alguno. Tales deberían ser las primeras cualidades de un responsable.
-Entonces los árboles dijeron a la higuera: «Ven tú y reina sobre nosotros.» La higuera respondió: «¿Voy a renunciar a la dulzura de mis sabrosos frutos?" Uno se figura a veces que un jefe debe tomar actitudes duras, distantes, autoritarias. ¿Por qué renunciar a la dulzura y a la agradable bondad?
-Los árboles dijeron a la vid: «Ven tú, reina sobre nosotros». Les respondió la vid: «¿Voy a renunciar a mi mosto que alegra a Dios y los hombres para ir a vagar por encima de los árboles?" Ser útil. Dar fruto. Hacer feliz a la gente. Puedo orar a partir de estas tres imágenes: la aceituna, el higo, el racimo de uvas. Y sobre todo a partir de las diversas cualidades sugeridas aquí. Revisar mis propias responsabilidades. Rogar por los responsables de todo orden.
-Todos los árboles dijeron a la zarza: «Ven tú, reina sobre nosotros.» Y la zarza les respondió: «Si con sinceridad venís a ungirme a mí para ser vuestro rey, llegad y cobijaos a mi sombra..." Por desgracia, está dispuesto a aceptar ¡el que menos cualidades tiene! La sátira resulta patente. Jesús dirá también que toda autoridad debe ser ejercida y vivida como un «servicio»: «Sabéis que los que son tenidos como jefes de las naciones, las dominan como señores absolutos y sus grandes las oprimen con su poder. Pero no ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiere ser grande entre vosotros, será vuestro servidor» (Mc 10,42-43). ¿Me tomo el trabajo de desarrollar mis posibilidades para ser verdaderamente capaz de llevar a cabo las responsabilidades recibidas?
-Si no es así, brote fuego de la zarza y devore hasta los cedros del Líbano. La amenaza nunca ha sido a la larga un verdadero medio de gobernar. Esta parábola irónica y cruel para los grandes de este mundo quiere expresar la protesta de los humildes contra los que se valen del poder en propio provecho. ¡Esta protesta no es únicamente exclusiva de aquel tiempo! (Noel Quesson).
El c. 9 del libro de los Jueces está dedicado a Abimelec, hijo de Gedeón, medio israelita y medio cananeo (8,30-32). Abimelec no forma parte del grupo de los grandes jueces, ya que no salvó de nada a los israelitas. Al cabo de tres años moría traicionado por los que le ayudaron a entronizarse. Para iluminar esta historia desdichada, el narrador inserta aquí el apólogo de Yotán (9,7-15). Era el único hijo de Gedeón que se escapó de la matanza. El apólogo de Yotán, más antiguo que la narración de Abimelec, se adapta sólo parcialmente a las circunstancias a que lo hallamos aplicado: los árboles piden un rey, mientras que los siquemitas no piden ninguno. Pero el apólogo ilumina el episodio de Abimelec con una determinada luz, y éste es el enfoque que a nosotros llega. Vemos tres grupos de árboles, todos ellos útiles en una civilización agrícola: el olivo, la higuera y la vid; no aceptan renunciar a su propia función, portadora de felicidad para todos, para ir a balancearse sobre los demás árboles. El lector, después de cada negativa, se pregunta: «Pero si ningún árbol bueno acepta ser el rey de los otros árboles, quién quedará, pues, para serlo?» El cuarto árbol, nocivo y espinoso, contrasta con los anteriores. No tiene nada que perder si acepta, y, naturalmente, lo hace. La utilidad de los tres primeros árboles pone de relieve la nocividad del espino, que corresponde a la de Abimelec. Yotán quiere hacer comprender por medio de su apólogo el error que han cometido los habitantes de Siquén cuando han aceptado por rey a un hombre tan pernicioso como Abimelec. En la aplicación de la fábula (16-20), Yotán reprueba la injusticia y la crueldad de Abimelec y de los siquemitas. Estos, consintiendo a la injusticia, tendrán en Abimelec la paga merecida: «Salga de Abimelec fuego que devore a los habitantes de Siquén... y salga de Siquén... fuego que devore a Abimelec» (20). Los siquemitas no se entenderán, pues, con Abimelec. Como leemos poco más adelante: «Mandó Dios un mal espíritu...» (23).
La narración de Jc nos hace ver que la violencia crea siempre una espiral de destrucción que acaba con los mismos que la han provocado (57). Dios es activo ante la injusticia (D. Roure).
2. La fábula llena de ironía sobre el inútil Abimelec como rey, después de 2 siglos de jueces y profetas -«vuestro rey será siempre Yahvé»- quieren tener un rey, como los pueblos vecinos. Siempre ha sida un problema acertar en la elección de las personas que nos han de gobernar, tanto en lo civil como en lo eclesiástico. Esta fábula no hay que entenderla, sin más, en el sentido de que los que buscan el poder son precisamente los más inútiles. Pero sí es un toque de atención. No siempre los más brillantes son los que más valen, sino que podrían resultarnos como la zarza, la esterilidad personificada. Muchas veces los mejores los encontramos entre los humildes y trabajadores. Es evidente que el que gobierna debe tener unas cualidades nada fáciles: dotes de mando y liderazgo, equilibrio, vocación de servicio. Pero la Biblia lo ve todo desde el prisma religioso y, por eso, nos invita a elegir según los criterios de Dios, no según los meramente humanos. El salmo nos recuerda la ayuda de Dios como factor decisivo en la elección y en la actuación de quienes tienen el poder: «el rey se alegra por tu fuerza... le has concedido el deseo de su corazón, te adelantaste a bendecirlo con el éxito... le concedes bendiciones incesantes».
¿En qué cualidades ponemos nuestra confianza, cuando tenemos la posibilidad y el deber de elegir a los que nos gobiernan? ¿sólo en lo técnico y lo aparente, o también en los valores humanos y cristianos? ¿sabemos apreciar la humildad de una higuera o de un olivo, que muestran su fecundidad con sosiego y profundidad, o nos dejamos encandilar por lo que brilla y llama la atención externamente?
Juan Pablo II comentaba: “pertenece al género de los salmos reales. Por tanto, en el centro se encuentra la obra de Dios en favor del soberano del pueblo judío representado quizá en el día solemne de su entronización. Al inicio (cf v 2) y al final (cf v 14) casi parece resonar una aclamación de toda la asamblea, mientras la parte central del himno tiene la tonalidad de un canto de acción de gracias, que el salmista dirige a Dios por los favores concedidos al rey: "Te adelantaste a bendecirlo con el éxito" (v 4), "años que se prolongan sin término" (v 5), "fama" (v 6) y "gozo" (v 7). Es fácil intuir que a este canto -como ya había sucedido con los demás salmos reales del Salterio- se le atribuyó una nueva interpretación cuando desapareció la monarquía en Israel. Ya en el judaísmo se convirtió en un himno en honor del Rey-Mesías: así, se allanaba el camino a la interpretación cristológica, que es, precisamente, la que adopta la liturgia.
Pero demos primero una mirada al texto en su sentido original. Se respira una atmósfera gozosa y resuenan cantos, teniendo en cuenta la solemnidad del acontecimiento: "Señor, el rey se alegra por tu fuerza, ¡y cuánto goza con tu victoria! (...) Al son de instrumentos cantaremos tu poder" (vv 2.14). A continuación, se refieren los dones de Dios al soberano: Dios le ha concedido el deseo de su corazón (cf v 3) y ha puesto en su cabeza una corona de oro (cf v 4). El esplendor del rey está vinculado a la luz divina que lo envuelve como un manto protector: "Lo has vestido de honor y majestad" (v. 6). En el antiguo Oriente Próximo se consideraba que el rey estaba rodeado por un halo luminoso, que atestiguaba su participación en la esencia misma de la divinidad. Ciertamente, para la Biblia el soberano es considerado "hijo" de Dios (cf Sal 2,7), pero sólo en sentido metafórico y adoptivo. Él, pues, debe ser el lugarteniente del Señor al tutelar la justicia. Precisamente con vistas a esta misión, Dios lo rodea de su luz benéfica y de su bendición.
La bendición es un tema relevante en este breve himno: "Te adelantaste a bendecirlo con el éxito... Le concedes bendiciones incesantes" (Sal 20,4.7). La bendición es signo de la presencia divina que obra en el rey, el cual se transforma así en un reflejo de la luz de Dios en medio de la humanidad. La bendición, en la tradición bíblica, comprende también el don de la vida, que se derrama precisamente sobre el consagrado: "Te pidió vida, y se la has concedido, años que se prolongan sin término" (v 5). También el profeta Natán había asegurado a David esta bendición, fuente de estabilidad, subsistencia y seguridad, y David había rezado así: "Dígnate, pues, bendecir la casa de tu siervo para que permanezca por siempre en tu presencia, pues tú, mi Señor, has hablado y con tu bendición la casa de tu siervo será eternamente bendita" (2 S 7,29).
Al rezar este salmo, vemos perfilarse detrás del retrato del rey judío el rostro de Cristo, rey mesiánico. Él es "resplandor de la gloria" del Padre (Hb 1,3). Él es el Hijo en sentido pleno y, por tanto, la presencia perfecta de Dios en medio de la humanidad. Él es luz y vida, como proclama San Juan en el prólogo de su evangelio: "En él estaba la vida y la vida era la luz de los hombres" (Jn 1,4). En esta línea, san Ireneo, obispo de Lyón, comentando el salmo, aplicará el tema de la vida (cf Sal 20,5) a la resurrección de Cristo: "¿Por qué motivo el salmista dice: "Te pidió vida", desde el momento en que Cristo estaba a punto de morir? El salmista anuncia, pues, su resurrección de entre los muertos y que él, resucitado de entre los muertos, es inmortal. En efecto, ha asumido la vida para resurgir, y largo espacio de tiempo en la eternidad para ser incorruptible". Basándose en esta certeza, también el cristiano cultiva dentro de sí la esperanza en el don de la vida eterna”. Me decía una madre ayer, ante una hija con problemas mentales, y un hijo que en la flor de la vida ha tenido una enfermedad que ha trucado su carrera: “parece que nos han echado el mal de ojo… ¿por qué Dios permite esto? Yo esperaba más, quería más para ellos… y me toca sufrir”. Todo esto que se ha dicho más arriba es aún en medio de las dificultades, como Cristo, así lo explica S. Agustín: “Cristo Jesús, el Rey que reina desde el patíbulo de los esclavos, que es la Santa Cruz, no fracasa, no se ensoberbece. (…) Por el contrario, humilde, espera en la misericordia de su padre y, debido a la obediencia, su flaqueza humana no se conmoverá”.
3.- Mt 20, 1-16 (ver domingo 25, ciclo A). Hoy escuchamos la desconcertante parábola de los trabajadores de la viña, que trabajan un número desigual de horas y, sin embargo, reciben el mismo jornal. La idea central no es el paro obrero (aunque Dios parece preocupado de que nadie se quede sin trabajo, sea cual sea la hora) ni la cuestión de los salarios ni la justicia social. La parábola no se fija en los trabajadores, sino en la actuación de Dios. Él da a todos según justicia, pero también es generoso con los últimos, aunque hayan trabajado menos. Cuando Mateo escribió su evangelio, muchos paganos se iban incorporando a la Iglesia de Cristo, y podían suscitar, entre los provenientes del pueblo judío, el interrogante de cómo los últimos llegados recibían la misma herencia y paga. Es la sorpresa que Jesús describe en quienes habían trabajado desde primera hora de la mañana. La respuesta es el amor gratuito de Dios, que sobrepasa las medidas de la justicia y actúa libremente, también con los de la hora undécima. El tema no es si a los primeros les paga lo justo. Sino que Dios quiere pagar a los últimos también lo mismo, aunque parezca que no se lo hayan merecido tanto.
Los caminos de Dios son sorprendentes. No siguen nuestra lógica. Él sigue llamando a su viña a jóvenes y mayores, a fuertes y a débiles, a hombres y mujeres, a religiosos y laicos. ¿Tendremos envidia de que Dios llame a otros «distintos», o que premie de la misma manera a quienes no tienen tantos méritos como creamos tener nosotros?; ¿nos duele que en la vida de la comunidad eclesial, los laicos tengan ahora más protagonismo que antes, o que haya más igualdad entre hombres y mujeres, o que las generaciones jóvenes vengan con ideas nuevas y con su estilo particular de actuación? Abrahán fue llamado a los setenta y cinco años. Samuel, cuando era un jovencito. Mateo, desde su mesa de recaudador. Pedro tuvo que abandonar su barca. Algunos de nosotros hemos sido llamados desde muy niños, porque las condiciones de una familia cristiana lo hicieron posible. Otros han escuchado la voz de Dios más tarde. El ladrón bueno ha sido considerado como el prototipo de quienes han recibido el premio del cielo, habiendo sido llamados en la hora undécima. Si nos sentimos demasiado «de primera hora», mirando por encima del hombro a quienes se han incorporado al trabajo a horas más tardías, estamos adoptando la actitud de los fariseos, que se creían superiores a los demás. Esto no es, naturalmente, una invitación a llegar tarde y trabajar lo menos posible. Sino un aviso de que el premio que esperamos de Dios no es cuestión de derechos y méritos, sino de gratuidad libre y amorosa por su parte. La parábola parece una respuesta a la pregunta de Pedro, uno de los de la primera hora, que todavía no estaba purificado en sus intenciones al seguir al Mesías: «a nosotros ¿qué nos va a tocar?». Hoy es un buen día para cantar el himno de Vísperas «Hora de la tarde, fin de las labores», que, en sus diversas estrofas, nos hace alabar a Dios por su insondable generosidad, a la hora de darnos el jornal por nuestro trabajo (J. Aldazábal).
-La parábola de los obreros de la "Undécima hora" es célebre. Solamente la relata Mateo. Para interpretarla no olvidemos la regla elemental siguiente: -"la alegoría" es un género literario en el cual el conjunto de los detalles aporta una significación... -"la parábola", por el contrario, es un género literario en el que hay que buscar una lección central. El resto de los detalles está allí para ceñir el relato, forzar la atención, interesar. Está claro, por ejemplo, que ¡Jesús no pretende defender la injusticia social que consistiría en no pagar al obrero según su trabajo... o aun en establecer salarios completamente arbitrarios según el capricho del patrono!
-El Reino de Dios es semejante a un propietario que salió al amanecer a contratar jornales para "su viña"... Todo el resto del relato muestra que no se trata de un propietario ordinario. No se va a contratar jornaleros cuando sólo falta una hora para terminar la jornada de trabajo. Esta "viña"... nos da ya una pista simbólica: en todo el Antiguo Testamento, y por lo tanto, para los primeros oyentes de Jesús, la "viña" de Dios, es el pueblo escogido, es el lugar de la Alianza (Is 5, 1-7) Sí, Tú quieres, Señor, introducirnos en tu hacienda, en tu gozo y en tu alegría.
-Les contrata... Al amanecer... A media mañana, sobre las nueve... Luego al mediodía... Luego a las tres... y a las cinco de la tarde -"la hora Undécima"-. Adivinamos que no los contrata para su propio interés. Es un patrón que se preocupa profundamente del drama de los sin trabajo: "¿Cómo estáis aquí el día entero sin trabajar?"
-Los últimos llegados cobraron "un denario"... como los primeros... Humanamente hablando esto es inverosímil. Pero, precisamente, es el caso que ya no estamos en una historia "humana". Ese amo sorprendente, lleno de bondad, que "favorece a los más pobres", para quien los "últimos son los primeros"... es Dios.
-Y ¡se protesta! "Estos últimos han trabajado sólo una hora y los has tratado igual que a nosotros, que hemos cargado con el peso del día y el bochorno." Para Dios no hay privilegios. Las "naciones paganas", las últimas invitadas a la Alianza, son tratadas al igual con Israel, que se benefició más pronto de la Viña de Dios. Veinte veces, en el evangelio, Jesús valora así a los pobres, a los excluidos, a los "últimos".
-"Amigo, quiero darle a este último lo mismo que a ti. ¿Es que no tengo derecho de disponer de mis bienes? ¿o ves tú con malos ojos que yo sea generoso?" Tal es la lección central de esa parábola. Si sabemos leer entre líneas y no nos escandalizamos de detalles accesorios, he aquí el retrato maravilloso que Jesús nos traza de su Padre: -un Dios que ama a los hombres prioritariamente, y los ama y quiere introducirlos en su propia felicidad... -un Dios que reparte sus beneficios a todos y llama sin parar... -un Dios cuya generosidad y bondad no está "limitada" por nuestros méritos, sino que da con largueza, sin calcular... -un Dios que aparta a cualquiera que pretendiera tener derechos y privilegios impidiendo a los demás a aprovecharse... Esta parábola nos hace una revelación absolutamente esencial: la salvación que Dios nos da es totalmente gratuita y desproporcionada a nuestros pobres méritos humanos. ¿Qué podríamos esperar si contáramos con sólo nuestras fuerzas? Pero, Señor, nos has dicho que lo esperemos todo de tu "bondad". Gracias (Noel Quesson).
Los discípulos pensaban con la lógica de la mentalidad vigente y esperaban que la retribución para ellos fuera mayor. Confiaban en que "sus sacrificios" les asegurarían un premio mayor, pero no contaron con la más importante: el Reino de Dios y su justicia no actúan según los parámetros de la legalidad humana. En el Reino lo importante es la misericordia de Dios. Pues, para Dios no hay privilegios basados en el prestigio, en la cantidad de trabajo o en cualquier otra ventaja. Y esto es así, porque ha sido Dios quien ha llamado gratuitamente, y nuestra respuesta debe ser igualmente gratuita. Dios llama cuando le parece oportuno sea al comienzo o al final de la jornada. Lo importante es que él llama y que podemos participar. El descontento de los empleados obedece a un privilegio que ellos mismos se conceden, no a una injusticia del patrón. Creen que por haber trabajado más tiempo tienen ventaja sobre los demás. Pero no es de este modo como funciona la lógica del Reino. El mérito está en haber sido llamado, en participar en la obra, no en los privilegios que se puedan sacar de ella. Nosotros muchas veces queremos adueñarnos de la cosecha. Pensamos que al desempeñar un ministerio o servicio en la comunidad somos propietarios de ella. A veces, también, excluimos a otros porque consideramos que no están preparados o porque creemos que han llegado tarde. El evangelio, sin embargo, nos pide un cambio de mentalidad. Todos tienen derecho a participar en la obra del Reino. Y este derecho no nace de nuestra generosidad, sino que es algo que Dios mismo ha dado. Si Dios ha llamado a muchos a su obra, nosotros no somos quiénes para cerrar la puerta. Debemos reconocer la acción del Espíritu y permitir que en la comunidad todos participen por igual (Servicio Bíblico Latinoamericano; cf. S. Josemaría Escrivá, Surco 4).
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