jueves, 15 de abril de 2010

Edit Stein y la cruz

Santa  Teresa Benedicta de la Cruz, Edith Stein, participó en el
misterio de la cruz. Fue doloroso desprenderse de su amada familia
religiosa. "Pero estaba convencida de que ésta era la voluntad de Dios
y de esta manera podía evitarles males mayores". Así escribía Edith
desde Echt. Hacia finales del mismo año 1939 manifestaba su gratitud
por haber encontrado un puerto seguro de paz. Pero sin embargo "está
en mí siempre vivo el pensamiento de que en este mundo no tenemos
morada permanente. No deseo otra cosa sino que se cumpla en mí la
voluntad de Dios. De El depende que me quede aquí el tiempo que
quiera, y lo que acaecerá después... No tengo por qué preocuparme,
sino orar mucho para permanecer fiel en cualquier situación".

Oración y fidelidad a su propia vocación: ésta era la disposición de
sor Teresa Benedicta frente a la posible deportación y a la muerte. A
medida que recibía noticias alarmantes de Alemania, iba tomando fuerza
poco a poco su intuición del martirio, hasta convertirse en
preparación convencida. Ya desde el ultimo año que pasó en Colonia se
había sentido en profunda armonía con la reina Ester del Antiguo
Testamento, esa mujer fuerte, valerosa, dispuesta a ofrecer su propia
vida por la salvación de su pueblo. Ahora Edith puede decir:

"Estoy segura de que el Señor ha aceptado mi vida por todos.,. Ester
había sido escogida de entre su pueblo precisamente para interceder
ante el rey por ese mismo pueblo suyo. Yo soy una pequeha Ester pobre
e impotente, pero el Rey que me ha escogido es infinitamente grande y
misericordioso. Y éste es un gran consuelo".

Era un pensamiento que no la abandonaba nunca. En 1941, para el
onomástico de la Priora, Madre Antonia, compuso una poesía titulada
Diálogo nocturno, en la que el protagonista era la reina Ester. En el
momento trágico, Ester se acerca al soberano para implorar la
salvación de su pueblo. Sumergida en una experiencía extática
nocturna, se le aparece "un monte desnudo, y en el monte una cruz, y
en la cruz estaba enclavado Alguien que sangraba por mil llagas. Y
nosotros fuimos asaltados por la sed de saciarnos todos de salvación
de la fuente que brotaba de esas llagas". Pero de repente desaparece
la cruz. Su mirada se fija en una "luz dulce, beatificante, salida de
las llagas de ese Hombre que acababa de morir alli en esa cruz... Él
mismo era la Luz, la eterna Luz, esperada desde hacía mucho tiempo:
resplandor del Padre, salvación del pueblo". Ester encarnaba la
particular religiosidad de sor Teresa Benedicta, para quien ella no
era ya la figura bíblica ligada al Antiguo Testamento. Como éste
continúa en el Nuevo, así también Ester, a través de la visión
nocturna de Cristo Crucificado y de Cristo Luz, penetra en el nuevo,
en el signo de la experiencía de la cruz. Lo mismo acaece en Edith.
Ofrece su vida por el pueblo hebreo y su ofrenda es aceptada, no como
la de una mujer hebrea, sino porque está iluminada por la fe en el
inmenso valor redentivo del sacrificio de Cristo, porque está
sumergida en el misterio de la Cruz y sostenida por la luz de la
resurrección.

La cruz constituye el centro de toda la vida espiritual de Edith. Pero
de manera especial cuando se encarniza la persecución contra los
hebreos, en el Carmelo se sitúa incondicionalmente al pie de la cruz.
E1 domingo de pasión de 1939 pidió licencía para ofrecerse como
"víctima de expiación al Sagrado Corazón de Jesús por la verdadera
paz". Aquellos días redacta su testamento, que termina con estas
palabras: "Desde ahora acepto la muerte que Dios me tiene reservada
con perfecta sumisión a su santísima voluntad y con alegria. Ruego al
Sehor que reciba mi vida y mi muerte pare su honor y alabanza... como
expiación por la incredulidad del pueblo hebreo".

En los escritos de estos últimos años predomina también el tema de la
cruz revelando en ella un profundísimo anhelo de ensimismarse en
Cristo crucificado, de ser con El y en El víctima de expiación. Nacen
sus meditaciónes para la renovación de los votos: Las bodas del
Cordero (1939), Ave Cruz (1940) y su estudio sobre la idea inspiradora
de la vida y obra de san Juan de la Cruz, para la que escoge el título
de Scientia crucis.

Al cabo de tres años de permanencia en Echt, sor Teresa Benedicta
tenía que ser incorporada al nuevo Carmelo. Pero los superiores no se
decidían... Los motivos no eran muy claros. ¿Incertidumbre?
¿Sentimientos inconscientes de rechazo a una "extranjera"? ¿Había
suficiente conveniencía como para dar este paso? Edith se abandonó
confiada en las manos de los superiores. "Estoy contenta en cualquier
caso". Pero no podía menos de decir a su Priora: "Una scientia crucis
se puede adquirir solamente si se tiene la gracia de probar hasta el
fondo la cruz. De esto he estado convencida desde el primer momento, y
he dicho en mi corazón: Ave Cruz, spes unica!".

Mientras escribía esta cuartilla, Edith pensaba también en su hermana
Rosa, llegada a Echt, después de muchas travesías. Los superiores
habían rechazado su petición de quedarse en el Carmelo como hermana
externa. También la incertidumbre con respecto a Rosa, fuertemente
sentida por sor Teresa Benedicta, la confirma en su silenciosa pero
decidida orientación únicamente hacia la Cruz: "Como Jesus, en el
abandono antes de su muerte, se entregó en las manos del invisible e
incomprensible Dios, así tiene que hacer también el alma, arrojándose
a ciegas en el oscuro total de la fe, que es el único camino hacia el
Dios incomprensible". Quiere "el desapego definitivo de la vida y la
elevación por encima del finito, en la sublimación de cualquier otro
padecimiento humano".

Segun Edith, se tiene "una teología de la cruz que mana de la
experiencia íntima" de San Pablo y se trata en ella de "una verdad
viva, real y activa, en la que entrevé "la norma de vida de los
Carmelitas Descalzos". Descubre en San Juan de la Cruz un auténtico
mensaje concentrado en el "verbo sobre la Cruz... que invade a todos
los que se abren a su acción". Y, a pesar de todo, "la cruz no es en
sí misma fin. Ella se corta en la altura, y hace una invitación a la
altura... símbolo triunfal con el que Cristo toca a la puerta del
cielo y la abre de par en par. Entonces brotan todos los haces de la
luz divina, sumergiendo a todos los que van en pos del Crucificado".
Pero para llegar allí es preciso  "pasar con El por la muerte de cruz
crucificando como El la propia naturaleza con una vida de
mortificación y de renuncia, abandonándose en una crucifixión llena de
dolor y que desembocará en la muerte como Dios disponga y permita.
Cuanto más perfecta sea tal crucifixión activa y pasiva, tanto más
intensa resultará su unión con el Crucificado y tanto más rica su
participación en la vida divina".

Sobre esta base está el camino hacia la experiencia mística, como lo
ve Edith. El Dios trascendente puede revelarse al alma como Persona
que se comunica con infinito amor, tocándola en lo más intimo de su
ser. Pero también con su acción poderosa "de inserirse en el destino
de las almas", obrando ''el renacer del hombre bajo la acción de su
gracia santificante", Dios se revela. Cómo? En la noche de la fe como
Tiniebla Divina. Los caminos del conocimiento de Dios, a los que
dedica un breve estudio sobre la teología simbó1ica del
Pseudo-Dionisio, recorren el camino de la theologia negationis o de la
experiencia mística de la oscuridad. Para Edith, Dios tampoco se ha
revelado más que en la "impenetrabilidad de sus misterios", acogida en
actitud de fe, de esperanza y de amor. "Lo que nosotros creemos que
vemos es solamente un reflejo fugaz de lo que el misterio divino
oculta hasta el día de la claridad futura. Esta fe en la historia
secreta debe confortarnos", escribía en 1941 en una carta (carta 283),
debe procurarnos la paz.

No hay duda de que sor Teresa Benedicta vivió sus últimos meses la
noche de la fe, guiada por San Juan de la Cruz. Al contemplar la vida
del místico Doctor del Carmelo que se sumerge en sus padecimientos de
la última etapa, descubrió en su muerte la sublime conformidad con
Cristo "alcanzada en la cumbre del Gó1gota" (Scientia Crucis, 45).
Pocos meses después de haber escrito estas líneas, también ella
llegaba a la última estación de su via-crucis. Arrancada de su
monasterio, camino al encuentro de la Cruz del Gó1gota de Auschwitz.

Desde enero de 1942 se daba cuenta de que su presencia en el Carmelo
de Echt podía acarrear consecuencias desagradables para la comunidad.
Holanda estaba ocupada por Alemania, y a través de una sutilísima red
se multiplicaban los centros de las SS. Tanto Edith como Rosa fueron
llamadas a Maastricht y tuvieron que dar informaciones por su propia
cuenta. Se les exige también que lleven en el vestido la estrella
amarilla, señal de que eran judías. Sor Teresa Benedicta trató por
todos los medios posibles de encontrar una visa para Suiza para poder
refugiarse en el Carmelo de Le Paquier. Pero la respuesta esperada no
llega. ¿Qué hacer? ¿Esperar para tener por lo menos los documentos? ?Y
marchar después?

Aqui hay que pensar en que el Carmelo de Echt, situado en una pequeña
ciudad holandesa, conocía muy poco de la triste realidad política y
antisemítica del momento. Para salir, Edith hubiera tenido que dejar
el país vestida de hábito religioso, sin un franco en el bolsillo, con
la estrella judía sobre su pecho, y de este modo atravesar toda
Alemania, expuesta a continuos peligros. Nadía la hubiera acompañado
para ayudarla y defenderla. Quizás se hubiera encontrado un camino
para abandonar Holanda clandestinamente, vestida de seglar en medio de
su rectitud, de su sinceridad y verdad absoluta en todo, no se sentía
inclinada a huir. Más aún, no había que excluir en Edith una
misteriosa intuición de que el plan divino con respecto a ella estaba
a punto de realizarse. En efecto, la hora del sacrificio efectivo se
acercaba.

La causa para que estallaran el odio y el plan de exterminio de los
hebreos holandeses fue la protesta de la Iglesia contra la deportación
de los hebreos. La respuesta de las SS fue inmediata. Los hebreos
bautizados, sacerdotes y religiosas de origen hebreo, fueron
arrestados y deportados a campos de concentración. Entre ellos estaban
Edith y Rosa. Dos oficiales alemanes de las SS llegaron al monasterio
de Echt. Sor Teresa Benedicta fue obligada a abandonar el convento en
el termino de cinco minutos. A la puerta, la esparaba Rosa. Sor Teresa
Benedicta le tomó la mano y le dijo: "ven, vayamos por nuestro
pueblo". Se entiende, el pueblo judío.

En un breve escrito (Expiación mística) había rubrayado: "E1 Salvador
no está sólo en la Cruz... Todo hombe que en el transcurso de los
tiempos soportó con paciencia un destino duro pensando en los
padecimientos del Salvador y que asumió sobre sí voluntariamente una
vocación expiatoria, ha contribuído con esto a aligerar la carga
enorme de los pecados de la humanidad y ha ayudado al Señor a llevar
su peso. Más aún, Cristo, la Cabeza, realiza la obra redentora a
través de aquellos miembros de su Cuerpo Místico, que se le unen en
alma y cuerpo para su obra de salvación... E1 sufrimiento reparador,
aceptado voluntariamente, es lo que en realidad une más con el Senor".

Con esta convicción Edith Stein quiso llevar valerosamente y con
fuerza extraordinaría hasta el final su misión en la Iglesia. Hoy no
hay duda de que las hermanas Stein, poco después de su llegada a
Auschwitz-Birkenau fueron asesinadas en la cámara de gas. Edith tenía
51 años, Rosa 59. Un testigo ocular, Luis Schlütter, que poco antes de
salir de Westerbork intercambió algunas palabras con Edith, refiere
este testimonio suyo: "Cualquier cosa que pueda acaecer, estoy
preparada para todo. Jesús está también aquí en medio de nosotros". Y
Jesús tenía que estar entre los pobres judíos que, con el espasmo del
terrible tóxico, terminaron su vida encerrados en el subterráneo de la
"casa blanca" de Auschwitz.

Romance de la gotita de agua

Transcribo aquí un poema escrito por una carmelita descalza de Igualada (Cataluña, España), que ha llenado de consuelo a más de una persona enferma, y que puede servirnos a todos, pues describe la trayectoria de la vida, con momentos de luces y de sombras, pero que al final todo encuentra un sentido en los planes de Dios. Me limitaré a algunos comentarios, entre paréntesis. En la primera parte, habla de sueños y de infancia, de imaginación y de ganas de vivir, sin codicia que la distraiga del deseo de cumplir la voluntad de Dios, que va naciendo en su alma y que cultivará día a día, pues la vida cristiana puede resumirse en docilidad en dejarse llevar por el Espíritu de Dios:

     "Pues, he aquí que una vez, / una gotita de agua / en lo profundo del mar / vivía con sus hermanas.

     Era feliz la gotita… / libre y rápida bogaba / por los espacios inmensos / del mar de tranquilas aguas / trenzando rayos de sol / con blondas de espuma blanca.

     ¡Qué contenta se sentía, / pobre gotita de agua, / de ser humilde y pequeña, / de vivir allí olvidada / sin que nadie lo supiera, / sin que nadie lo notara!

     Era feliz la gotita… / ni envidiosa ni envidiada, / sólo un deseo tenía, / sólo un anhelo expresaba…

     En la calma de la noche / y al despertar la alborada  / con su voz hecha murmullo / al Buen Dios así rezaba: / "Señor, que se cumpla en mí / siempre tu voluntad santa; / yo quiero lo que Tú quieras, / haz de mi cuanto te plazca"… / y escuchando esta oración, / Dios sonreía… y callaba.

     Una tarde veraniega / durmióse la mar, cansada, / soñando que era un espejo / de fina y de bruñida plata / un sol de fuego lanzaba / sus besos más ardorosos.

     Era feliz la gotita / al sentirse así besada… / el sol, con tiernas caricias, / la atraía y elevaba / hacia él y, en un momento, / transformóla en nube blanda.

     Se reía la gotita / al ver cuan alto volaba, / y, dichosa, repetía / su oración acostumbrada: / "Cúmplase, Señor, en mí / siempre tu voluntad santa"… / al escucharla el Señor / se sonreía… y callaba.

     (Son momentos de subir, de goce, de sentir entusiasmada que todo se ve de color rosa, que todos los sueños se harán realidad)

     Mas, llegado el crudo invierno / la humilde gota de agua, / estremecida de frío, / notó que se congelaba / y, dejando de ser nube, / fue copo de nieve blanca.

     Era feliz la gotita / cuando, volando, tornaba / a la tierra, revestida / de túnica inmaculada / y en lo más alto de un monte / posaba su leve planta.

     Al verse tan pura y bella / llena de gozo rezaba: / "Señor, que se cumpla en mí / siempre tu voluntad santa"… / y allá, en lo alto del cielo / Dios sonreía… y callaba….

     (Aquí veo referencias a la vocación al Carmelo –monte- vestida ya del hábito -túnica inmaculada-. Una vez vencido el afán de independencia, la entrega a Dios da un gozo de auténtica libertad. Sin embargo, la vocación de cada uno es la importante, lo que quiere Dios es que cumplamos su voluntad, manifestada en primer lugar en los mandamientos, pero –como siguió diciendo Jesús al joven rico- seguirle en las circunstancias en las que nos llama, y decirle que sí. Por tanto no se trata de un "estado de perfección" al que nos subimos y ya está hecho, sino de la "perfección en el propio estado", ahí dejarse llevar por lo que Dios quiere, en docilidad manifestada en las cosas de cada día, como sigue diciendo la poesía...)

     Y llegó la primavera / de mil galas ataviada; / al beso dulce del sol / fundióse la nieve blanca  / que, en arroyo convertida, / saltando alegre cantaba / al descender de la altura / cual hilo de fina plata.

     Era feliz la gotita… / ¡cuánto reía y gozaba / cruzando prados y bosques / en su acelerada marcha!  / y a su Dios esta oración / suavemente murmuraba: / "En el cielo y en el mar, / en el prado o la montaña, / sólo deseo, Señor, / cumplir tu voluntad santa"… / y Dios, al verla tan fiel, / se sonreía…y callaba…

     (No es difícil esta oración, cuando todo va según el entusiasmo de esta segunda juventud, en el entusiasmo que da el seguimiento del Amor auténtico... pero llega la cruz, y ahí se demuestra que la santidad no es sólo decir "Señor, Señor" sino cumplir su Voluntad...)

     Pero un día la gotita / contempló, aterrorizada, / la oscura boca de un túnel / que engullirla amenazaba, / trató de huir, mas en vano, / allí quedó encarcelada  / en tenebrosa mazmorra / musitando en su desgracia / aquella misma oración / que antes, dichosa, rezaba: / "Señor, que se cumpla en mí / siempre tu voluntad santa… / en esta noche tan negra, / en esta noche tan larga / en que me encuentro perdida / Tú sabes lo que me aguarda, / yo quiero lo Tú quieras, / haz de mí cuanto te plazca"… / mirándola complacido / Dios sonreía… y callaba…

     (En esos momentos de oscuridad, cuando llega la noche, el sufrimiento, la cruz que no esperábamos, la perseverancia junto al Señor, con paciencia, da paz. Y, cuando más negra es la noche, amanece Dios: no hay pena que mil años dure, ni Dios nos prueba por encima de nuestras fuerzas, sino que cuando nos manda una prueba también nos da la gracia para llevarla...)

     Pasaron día y noches / y pasaron las semanas, / pasaron, lentos, los meses / y la gota, aprisionada / en aquel túnel tan triste / iba avanzado en su marcha / y… fue feliz la gotita, / porque cuando a Dios oraba, / sentía una paz muy honda / y de sí misma olvidada, / vivía para cumplir / de Dios la voluntad santa.

     Mas, he aquí que, de pronto, / quedó como deslumbrada, / había vuelto a la luz / y se encontró colocada / en una linda jarrita / que una monjita descalza / depositó con amor / sobre el ara consagrada.

     Presa de dulce emoción / la pobre gota temblaba / diciendo: "Yo no soy digna / de vivir en esta casa, / que es la casa de mi Dios / y de sus esposas castas". / El Señor que la vio humilde / Sonreía… y se acercaba.

     (En esta parte final, vemos nuestra participación en el sacrificio de la Cruz de Jesús, cuando ponemos todo en la ofrenda y nuestra vida se convierte en sacri-ficio: de "sacra", sagrado; y "facio", hacer: hacer sagradas las cosas, introducirlas en Dios, que como decía san Josemaría Escrivá, no hacemos sólo lo que el mito del rey Midas que transformaba todo lo que tocaba en oro, sino que transformamos todo en gloria.)

     Empezó la Eucaristía, / la gotita que, admirada, / los ritos iba siguiendo, / sintió que la trasladaban / desde la bella jarrita / hasta la copa dorada / del cáliz de salvación / y, con el vino mezclada, / en puro arrobo de amor / repetía su plegaria: / "Señor que se cumpla en mí / siempre tu voluntad santa"… / y sonreía el Señor, / sonreía… y se acercaba…

     Llegado ya el gran momento, / resonaron las palabras / más sublimes que en la tierra / pudieron ser pronunciadas, / y el altar se hizo Belén / en el Vino y la Hostia santa. / Y…¿qué fue de la gotita ?... / ¡Feliz gotita de agua!... / Sintió el abrazo divino / que hacia Sí la arrebataba / mientras, por última vez / mansamente suspiraba: / "Señor, que se cumpla en mí / siempre tu voluntad santa"… / y, al escucharla su Dios / sonreía…y la besaba / con un beso tan ardiente / que el "Todo" absorbió a la "nada"  / y en la sangre de Jesús / la dejó transubstanciada…

     Esta es la pequeña historia / de una gotita de agua / que quiso siempre cumplir / de Dios la voluntad santa".

      (Cuando nos unimos al sacrificio de Jesús y hacemos del día una Misa... es el "Todo" que nos asume y nos perdemos en Él, nos hacemos Cristo, para la Vida de todos...).

martes, 13 de abril de 2010

Domingo de Resurrección, y tiempo de Pascua…

Es el día más importante y más alegre para todos nosotros, los
católicos, ya que Jesús venció a la muerte y nos dio la vida. Esto
quiere decir que Cristo nos da la oportunidad de salvarnos, de entrar
al Cielo y vivir siempre felices en compañía de Dios. Pascua es el
paso de la muerte a la vida. "Jesús es el nuevo cordero pascual que
nos trae la nueva liberación, del pecado y de la muerte." Lo que
celebramos es realidad viva y actual. Llevamos, por tanto, en nuestra
oración el carácter dramático de los hechos y de las situaciones que
en estos días afligen a muchos hermanos y hermanas nuestros de todas
las partes del mundo. Nosotros sabemos que el odio, las divisiones,
las violencias, no tienen nunca la última palabra en los
acontecimientos de la historia. Estos días vuelven a alentar en
nosotros la gran esperanza: Cristo crucificado ha resucitado y ha
vencido al mundo. El amor es más fuerte que el odio, ha vencido y
tenemos que asociarnos a esta victoria del amor. Por tanto, tenemos
que volver a comenzar a partir de Cristo y trabajar en comunión con él
por un mundo basado en la paz, en la justicia y en el amor. En este
compromiso, que involucra a todos, dejémonos guiar por María, quien
acompañó al Hijo divino por el camino de la pasión y de la cruz, y
que participó, con la fuerza de la fe, en la aplicación de su designio
salvífico. Con estos sentimientos, os hago llegar ya desde ahora mis
mejores deseos de feliz y santa Pascua a todos vosotros y a vuestras
comunidades.
Toda la celebración de la Vigilia pascual se realiza durante la noche,
de tal manera que no se vaya a comenzar antes de iniciarse la noche, o
se termine la aurora del Domingo. La Vigilia Pascual comienza con el
Lucernario: Se bendice el fuego. Se prepara el cirio en el cual el
sacerdote con un punzón traza una cruz. Luego marca en la parte
superior la letra Alfa y en la inferior omega, entre los brazos de la
cruz marca las cifras del año en curso. A continuación se anuncia el
Pregón Pascual.
Luego, la Liturgia de la Palabra, se leen las maravillas que desde los
comienzos realizó Dios con su pueblo.
Luego, la Liturgia Bautismal. Se llama a los catecúmenos, quienes son
presentados ante el pueblo por sus padrinos: si son niños serán
llevados por sus padres y padrinos. Estamos todos con ls velas
encendidas junto a los que son bautizados, y hoy renovaremos las
promesas de la fe. Queremos la luz, vamos en busca del rostro de
Jesús…

Estos años han surgido reconstrucciones del rostro de Jesús, también
en Semana Santa las cadenas de televisión nos ofrecen las producciones
cinematográficas sobre los tiempos de Jesús, que para mi gusto
muestran mejor a los personajes de la época que a Jesús, que siempre
es más o menos decepcionante, aunque se hacen buenos esfuerzos como
las de plastilina y dibujos animados de "El hombre que hacía
milagros". Nos es velado el rostro de Jesús, y la búsqueda no puede
cesar, pues la figura de estos 2000 años más influyente es Jesús de
Nazaret y por él se han hecho los actos más humanitarios, de amor, y
por desgracia han usado su nombre para cometer también atrocidades...
No quiero ahora entretenerme en considerar las semejanzas entre el
Jesús que aparece en la sábana santa y los iconos de las iglesias
orientales. Una vez se ha desprestigiado la prueba de carbono 14 que
le hicieron hace unos años, sigue apareciendo la "santa sindone" como
uno de los mejores testimonios del rostro de Jesús, de este Jesús que
nació, rezó y ayunó, que murió en el Calvario, con el sacrificio de la
cruz, en una victoria definitiva sobre el pecado y sobre la muerte.
Sin embargo, la imagen que podemos encontrar sobre todo es interior.
Juan Pablo II nos invitaba a fijar la mirada en el rostro de Cristo
crucificado y hacer de su Evangelio la regla cotidiana de vida. Decía
una chica que es muy difícil explicar esta experiencia: "cuando crees
en el Evangelio, cuando rezas, te sientes mejor, y sería estupendo que
viviéramos lo que nos enseña... el mundo sería distinto". Hay una
cierta "experiencia de Dios", un "laboratorio" en el que descubrimos,
aún dentro del ambiente secularizado que nos rodea, el rostro de
Jesús.

Al pasar por Madrid, pude conocer a un hombre algo anciano, que no
podía aguantar contar su alegría a alguien. Había llegado a la capital
después de la guerra, y entre pesares pudo ir adelante, recogiendo
colillas y papeles y otros desechos. Allí fue bautizado, pero pronto
abandonó la práctica religiosa porque no se atrevía, se veía indigno.
Pasaron los años y le pasó de todo. Acabó en la cárcel, 12 años estuvo
en tiempos del anterior régimen. Perdió un tobillo en un accidente (le
colocaron una prótesis) y al poco murió su mujer. En medio de muchos
pesares, y sin saber qué rumbo tomar, salió a ver procesiones de
Semana Santa, y decía: "ayer, al ver el paso del Cristo de los
gitanos, no pude aguantar más y me puse a llorar como un niño..."
Tenía ganas de portarse mejor, de cambiar de vida, de hacer algo...
confesó y fue a los Oficios, para comulgar. Qué tendría aquella mirada
del Cristo de los gitanos...
Estos días vemos como Joe Eszterhas, que fue el guionista del thriller
erótico de mayor éxito de los años 90 y otras películas que le
convirtieron en el "el rey del sexo y la violencia en América" según
la revista TIME, lleva la cruz en el Viacrucis de su parroquia, cuenta
la conversión, acude a la comunión y a los demás sacramentos, y
agradece a Dios que cuando estaba tocando fondo en su enfermedad, le
fuera a salvar…
El hombre, como el hijo pródigo, por muy lejos que vaya, por muy bajo
que caiga, es un buscador que persigue la verdad, la apertura
espiritual, a Dios. Jesús es el hijo pródigo que se va del cielo, que
nos viene a buscar, nos habla de que tenemos un Padre y que todos
somos hermanos, cosa que nos conmueve porque si no hay padre no hay
fraternidad, por mucho que seamos hijos de los hombres de Atapuerca.
Además, estamos todos interesados en el tema de qué será después de la
muerte (últimas preguntas) y cuál es el sentido de la vida (las
penúltimas preguntas). Este es el misterio del rostro de Jesús, que su
presencia se realiza hoy, en nuestras circunstancias históricas.
"Cristo, ayer, hoy y siempre". Tenía razón Dostoyevsky cuando en "Los
demonios" preguntaba "¿Puede un hombre culto, un europeo de nuestros
días, creer aún en la divinidad de Jesucristo, Hijo de Dios? Pues en
ello consiste propiamente la fe toda".
«¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha
resucitado» (Lucas 24,5-6), preguntó el ángel a las santas mujeres
aquel primer domingo de pascua, y como una onda que pasa
transversalmente a través de los siglos, parece que aletean en el aire
estas palabras del ángel, para que el anuncio de la resurrección de
Jesús llegue a toda persona de buena voluntad y todos nos sintamos
protagonistas en construir un mundo mejor. Porque en medio de tantos
rincones del planeta envueltos en zumbidos de guerras y lágrimas, late
este mensaje de esperanza, que nos dice que es posible vencer en la
apuesta de la tolerancia y de la solidaridad, es posible tener
capacidad y coraje para un desarrollo respetuoso de cada ser humano.

Vigilia Pascual: Jesús pasa de la muerte a la Vida, y con su glorificación nos abre las puertas del paraíso

El pregón pascual exulta de gozo en esta noche santa, cuando se ve que
"necesario fue el pecado de Adán, que ha sido borrado por la muerte de
Cristo. ¡Feliz la culpa que mereció tal Redentor! ¡Qué noche tan
dichosa! Sólo ella conoció el momento en que Cristo resucitó de entre
los muertos… ahuyenta los pecados, lava las culpas, devuelve la
inocencia a los caídos, la alegría a los tristes, expulsa el odio,
trae la concordia, doblega a los poderosos".
Las lecturas del AT tienen un ritmo interno bien conocido: la Ley y
los Profetas, con los Salmos. En el primer grupo, la creación, el
sacrificio de Abrahán y el paso del mar Rojo. En el segundo, la
llamada al amor renovador (con una alusión intencionada a los días de
Noé y al diluvio: referencia bautismal y eclesial) y las imágenes
sapienciales-sacramentales de la alianza (el agua, el alimento, la
Palabra) en los dos textos de Isaías; la llamada entusiasta a la fe,
en el texto de Baruc; la promesa del don escatológico (un pueblo, un
agua pura, un corazón y un espíritu nuevos), en el maravilloso texto
de Ezequiel. En los salmos resuenan los temas de las lecturas que les
preceden, destacándose los dos cánticos bíblicos: el de Moisés para la
lectura del Éxodo y el de Isaías 12 como cántico bautismal (Pere
Tena).
"La noche de Pascua, en su verdadero sentido, es la fiesta nupcial de
la Iglesia. Todas las imágenes de nupcias y bodas que, llenas de
promesas, nos acompañan a lo largo de la liturgia anual, alcanzan hoy
toda su plenitud. La imagen del pozo de Jacob se ha hecho feliz
realidad: la mujer que no tenía esposo, pero que había pertenecido a
muchos, ha encontrado al esposo celestial que le estaba destinado
desde el comienzo. La humanidad ha acabado por comprender a quién
debe dirigir el saludo que hasta ahora había dirigido a un esposo
falso y seductor. Este saludo era: "¡Salve, esposo! ¡Salve, nueva
luz!" (Fírmico Materno). Pues "sólo hay una luz, sólo hay un esposo:
Cristo es el único que ha recibido la gracia de tal nombre" (Id).
Aquí, en la noche de Pascua, en boca de la Iglesia y ante la luz del
cirio pascual, figura de Cristo, el antiguo saludo de los misterios
paganos alcanza su verdadero sentido. Ya es de noche; llega el esposo
a casa y encuentra a la esposa desvelada. No ha podido pegar los ojos
sabiéndolo fuera, en la noche del sepulcro.
¡Ahora ha vuelto vivo! "Sus cabellos están cubiertos de la escarcha
de la noche" (Ct 5,2), como decía S. Paulino de Nola: aún lleva
impresas las huellas de la pasión. Pero está ante la puerta,
sobrenaturalizado, con el cuerpo glorificado, revestido de la
divinidad, "mirando por las ventanas, atisbando por entre las
celosías" (Ct 2,9); San Ambrosio dirá que las "ventanas" se
interpretan como si fuesen los profetas, "por los cuales Dios miró al
género humano antes de bajar Él mismo a la tierra". Hasta ahora la
esposa solamente ha podido adivinarlo a Él a través de las ventanas y
las celosías, a través de los dichos y las imágenes de los profetas.
Ahora ha salido de la oscuridad de la noche, y su presencia viva en
la gloria de su resurrección sobrepasa con su resplandor cualquier
imagen y profecía" (Emiliana Löhr).

El Génesis nos narra el principio, cuando "creó Dios el cielo y la
tierra. La tierra era un caos informe; sobre la faz del abismo, la
tiniebla. Y el aliento de Dios se cernía sobre la faz de las aguas. Y
dijo Dios: "Que exista la luz." Y la luz existió. Y vio Dios que la
luz era buena. Y separó Dios la luz de la tiniebla; llamó Dios a la
luz "Día"; a la tiniebla, "Noche". Pasó una tarde, pasó una mañana: el
día primero".
Y Dios separó cielo y tierra, "y dijo Dios…: " que aparezcan los
continentes." Y así fue. Y llamó Dios a los continentes "Tierra", y a
la masa de las aguas la llamó "Mar". Y vio Dios que era bueno. Y dijo
Dios: "Verdee la tierra hierba verde que engendre semilla, y árboles
frutales que den fruto según su especie y que lleven semilla sobre la
tierra." Y así fue".
Y separó el día y la noche, y puso lumbreras en la bóveda del cielo,
"para señalar las fiestas, los días y los años… para dar luz sobre la
tierra". Y el sol alumbra el día y la luna la noche, y las estrellas.
"Y las puso Dios en la bóveda del cielo, para dar luz sobre la tierra;
para regir el día y la noche, para separar la luz de la tiniebla. Y
vio Dios que era bueno. Pasó una tarde, pasó una mañana: el día
cuarto".
"Y dijo Dios: "Pululen las aguas un pulular de vivientes, y pájaros
vuelen sobre la tierra frente a la bóveda del cielo." Y creó Dios los
cetáceos y los vivientes que se deslizan y que el agua hizo pulular
según sus especies, y las aves aladas según sus especies. Y vio Dios
que era bueno. Y Dios los bendijo, diciendo: "Creced, multiplicaos,
llenad las aguas del mar; que las aves se multipliquen en la tierra."
Pasó una tarde, pasó una mañana: el día quinto.
Y dijo Dios: "Produzca la tierra vivientes según sus especies:
animales domésticos, reptiles y fieras según sus especies." Y así fue.
E hizo Dios las fieras según sus especies, los animales domésticos
según sus especies y los reptiles según sus especies. Y vio Dios que
era bueno. Y dijo Dios: "Hagamos al hombre a nuestra imagen y
semejanza; que domine los peces del mar, las aves del cielo, los
animales domésticos, los reptiles de la tierra." Y creó Dios al hombre
a su imagen; a imagen de Dios lo creó; hombre y mujer los creó. Y los
bendijo Dios y les dijo: "Creced, multiplicaos, llenad la tierra y
sometedla; dominad los peces del mar, las aves del cielo, los
vivientes que se mueven sobre la tierra…" Y les hizo señores de todo.
"Y vio Dios todo lo que había hecho; y era muy bueno. Pasó una tarde,
pasó una mañana: el día sexto.
Y quedaron concluidos el cielo, la tierra y sus ejércitos. Y concluyó
Dios para el día séptimo todo el trabajo que había hecho; y descansó
el día séptimo de todo el trabajo que había hecho". Todo es fruto del
gran amor de Dios. Todo nace, todo es vida, todo es bueno. Y el gran
amor de Dios continúa siempre, en todas las generaciones del mundo y
de los hombres: el universo es obra de Dios, la creación entera es
buena, el hombre ha recibido la bendición divina y ha sido hecho a
imagen de Dios. En esta noche el texto de la creación nos recuerda
que la redención culmina el proyecto de Dios trazado desde el inicio.
Y Dios busca, impaciente, a alguien con quien estar cara a cara, a
alguien con quien hablar. Y el hombre no existe para sí mismo:
existimos para los demás, y sobre todo Dios. Somos creados como seres
"de cara" a Dios. No hemos sido hechos primordialmente para amar a
Dios, sino para que dejarnos amar por Dios, no somos nosotros los que
buscamos a Dios; es Dios el primero en buscarnos. Hay alguien que nos
busca desde el primer día del universo... Como el enamorado que busca
al ser amado con una pasión que da sentido a su vida. Vive sólo para
él y por él; piensa en él, existe con referencia a lo que el otro
piensa, experimenta y vive. Ser buscado por alguien es la felicidad
del que es amado.
Somos buscados por Dios desde el principio. Y con impaciencia y
pasión. Sí, somos fruto de la pasión de Dios, que nos dice: "La fuerza
con que te amo no es distinta de la fuerza por la cual existes"" (Paul
Claudel).
"Dios y Padre creador, / bendito sea tu nombre; / Tú nos has hecho a
tu imagen / y nos has moldeado a semejanza tuya. / Llevamos ya estos
nombres gloriosos: / hijos amados, / hombres nacidos de una palabra de
amor. / Haz que nada desfigure nuestra belleza original, / sino que
ésta florezca esplendorosa, / sin mancha ni arruga, / en la
resurrección eterna" ("Dios cada día", Sal terrae).
De todas las cosas creadas, sólo el hombre es llamado "imagen de
Dios". La faz del Dios invisible se halla sobre el frágil rostro del
hombre.
"Vio Dios todo lo que había hecho; y era muy bueno". Es una visión
positiva de la creación, la realidad material no es mala sino buena,
la idea maniqueísta de que lo corporal es malo, no es bíblica ni
cristiana. El tapiz de la creación, de la catedral de Gerona, habla
con pinturas de esta realidad teológica: el mundo es bueno, salido de
las manos de Dios, y las realidades de nuestro mundo son buenas, no
hemos de renegar de nada, ni reprimir, sino –como dice el texto-
trabajar el jardín, cuidar de la creación, dar gloria al Creador
trabajando con Él en la superación del caos: Dios pone orden, separa,
distingue.
El Salmo canta por eso: "bendice, alma mía, al Señor: / ¡Dios mío, qué
grande eres!... ¡Qué magníficas son tus obras, Señor! / Todas las
cosas hiciste con sabiduría, / llena está la tierra de tus criaturas.
/ Bendice, alma mía, al Señor".
El Génesis nos sigue contando que Abraham fue a sacrificar a su hijo,
pero el Señor le mando a un ángel para impedirlo. "Abraham levantó los
ojos y vio un carnero enredado por los cuernos en la maleza. Se
acercó, tomó el carnero y lo ofreció en sacrificio en lugar de su
hijo. El ángel del Señor volvió a gritar a Abraham desde el cielo: …te
bendeciré, multiplicaré a tus descendientes como las estrellas del
cielo y como la arena de la playa… Todos los pueblos del mundo se
bendecirán con tu descendencia, porque me has obedecido."
Dios llama. Respondió Abraham a la llamada de Dios, incluso cuando
creía que Dios le estaba pidiendo la muerte de su propio hijo. Pero la
llamada de Dios nunca es para la muerte, sino para la vida. Los
especialistas ven en este texto un resto de la costumbre fenicia y
cananea de la inmolación del primogénito. El relato iría contra esta
tradición. Dios no quiere sacrificios humanos sino la obediencia de
la fe. La tradición judía ve en la disponibilidad de Abraham y de
Isaac el hecho fundamental por el cual Dios se comprometerá a salvar
a las generaciones venideras. La tradición patrística vio en Isaac el
prototipo de Cristo: hijo único ofrecido y recuperado por el Padre.
Creer no es crear ni inventar nada. Creer es fiarse. Fiarse de Dios y
de su palabra. Creer no es tampoco empeñarse en saber. No soy yo quien
tengo que saber. Creer quiere decir simplemente que Dios lo sabe, aun
cuando yo esté a oscuras, y que me ama, aun cuando yo no lo sienta. Es
el sacrificio de Abraham, nuestro padre en la fe. El pueblo de Israel
debe ofrecer a Dios los hijos primogénitos, como debe hacer con las
primicias de todo, pero no derramando su sangre. Este hombre pone una
confianza tan grande en Dios que se dispone a ofrecerle "el hijo
único", al que tanto quiere y que es la prenda de la promesa que el
mismo Dios le había hecho. No es extraño que los Padres de la Iglesia
vieran en Isaac la figura de Jesús, el único y amado de Dios que, éste
sí, se ofrece en la cruz (J. M. Grané).
El Salmo dice: "el Señor es el lote de mi heredad y mi copa; / mi
suerte está en tu mano: / me ha tocado un lote hermoso, / me encanta
mi heredad… / Tengo siempre presente al Señor, / con Él a mi derecha
no vacilaré. / Por eso se me alegra el corazón, / se gozan mis
entrañas, / y mi carne descansa serena. / Porque no me entregarás a la
muerte, / ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción. / Me enseñarás
el sendero de la vida, / me saciarás de gozo en tu presencia, / de
alegría perpetua a tu derecha". Todo esto ha sido interpretado como
anuncio de la resurrección (Hch 2,25 29), como recordaba Juan Pablo
II: "es un cántico luminoso, con espíritu místico… Dios es considerado
como el único bien… el don de la tierra prometida al pueblo de
Israel", que para la tribu sacerdotal será Dios mismo. San Agustín
comenta: "El salmista no dice: "Oh Dios, dame una heredad. ¿Qué me
darás como heredad?", sino que dice: "Todo lo que Tú puedes darme
fuera de ti, carece de valor. Sé Tú mismo mi heredad. A ti es a quien
amo". (...) Esperar a Dios de Dios, ser colmado de Dios por Dios. Él
te basta, fuera de Él nada te puede bastar"".
También vemos el tema del "camino": "Me enseñarás el sendero de la
vida". Es el camino que lleva al "gozo pleno en la presencia" divina,
a "la alegría perpetua a la derecha" del Señor, más allá de la muerte,
en la vida eterna, refiriéndolo a la resurrección de Cristo: "Dios
resucitó a Jesús de Nazaret, librándole de los dolores de la muerte,
pues no era posible que quedase bajo su dominio" (Hch 2,24). San
Pablo, durante su discurso en la sinagoga de Antioquía de Pisidia, se
refiere al salmo 15 en el anuncio de la Pascua de Cristo. Desde esta
perspectiva, también nosotros lo proclamamos: "No permitirás que tu
santo experimente la corrupción. Ahora bien, David, después de haber
servido en sus días a los designios de Dios, murió, se reunió con sus
padres y experimentó la corrupción. En cambio, aquel a quien Dios
resucitó -o sea, Jesucristo-, no experimentó la corrupción" (Hch
13,35-37)".
En el contexto de la lectura de Gn 22 (1-18), la carta a los Hebreos
nos indica el camino del doble significado de este acontecimiento:
"Abraham pensó que Dios tiene poder hasta para resucitar muertos. Y
así recobró a Isaac como figura del futuro" (Hb 11,19). "Si el
sacrificio de Isaac, hijo único, nos invita a pensar en el sacrificio
del Hijo unigénito del Padre, la salvación concedida a Isaac nos
traslada a la resurrección de Cristo. Abraham cree en la palabra de
Dios: "Isaac es quien continuará tu descendencia" (Gn 21, 12).
El Éxodo nos presenta a Moisés, cuando Dios le dice: "extiende tu mano
sobre el mar y divídelo, para que los israelitas entren en medio del
mar a pie enjuto". Y los egipcios que los perseguían, sus carros y de
sus guerreros, se metieron por entre las dos paredes de agua, y se
atrancaron. "Dijo el Señor a Moisés: "Extiende tu mano sobre el mar, y
vuelvan las aguas sobre los egipcios, sus carros y sus jinetes."
Y extendió Moisés su mano sobre el mar; y al amanecer volvía el mar a
su curso de siempre. Los egipcios, huyendo, iban a su encuentro, y el
Señor derribó a los egipcios en medio del mar. Y volvieron las aguas y
cubrieron los carros, los jinetes y todo el ejército del Faraón, que
lo había seguido por el mar. Ni uno solo se salvó. Pero los hijos de
Israel caminaban por lo seco en medio del mar; las aguas les hacían de
muralla a derecha e izquierda… y creyó en el Señor y en Moisés, su
siervo. Entonces Moisés y los israelitas entonaron este canto en
honor del Señor: "Cantaré al Señor, que se ha cubierto de gloria: Él
hundió en el mar los caballos y los carros. Él Señor es mi fuerza y mi
protección, Él me salvó. Él es mi Dios y yo lo glorifico, es el Dios
de mi padre y yo proclamo su grandeza. El Señor es un guerrero, su
nombre es 'Señor'. Él arrojó al mar los carros del Faraón y su
ejército, lo mejor de sus soldados se hundió en el Mar Rojo. El abismo
los cubrió, cayeron como una piedra en lo profundo del mar. Tu mano,
Señor, resplandece por su fuerza, tu mano, Señor, aniquila al enemigo…
¡El Señor reina eternamente!".
Es el gran relato que marca la historia del pueblo de Israel. Dios no
puede soportar la esclavitud de sus hijos, Dios combate junto a ellos
contra los poderosos y los opresores. Es este un gran anuncio gozoso.
De las lecturas del AT de esta vigilia, ésta es la más importante.
Describe el acto fundador del pueblo: el grupo de esclavos llega a
ser el pueblo salvado por Dios. La liberación de Dios desemboca en el
canto de acción de gracias de todo el pueblo.
El Bautismo es también pascua, imagen de la de Cristo que pasó por la
muerte y resucitó a la diestra del Padre y ha hecho posible nuestra
pascua, que tiene en el Bautismo su inicio pues nos hizo pasar del
pecado a la condición de hijo de Dios. La oración que sigue lo
expresa así: "Oh Dios, que has iluminado los prodigios de los tiempos
antiguos con la luz del Nuevo Testamento: el mar Rojo fue imagen de
la fuente bautismal, y el pueblo liberado de la esclavitud imagen de
la familia cristiana..." y el mar-poder del mal. Egipto y el mar
vinieron a ser para Israel sinónimos de enemigos. Sumergirse en el mar
era signo de muerte, pero Yahvé lo ha convertido en signo de
liberación y comienzo de una nueva vida. Es el lenguaje de la teología
paulina sobre el bautismo. El bautismo tiene un doble efecto: libera
del pecado y nos hace criaturas nuevas, que nacen del "agua y del
Espíritu". Jesús se convierte en el nuevo Moisés que conduce al
pueblo hacia la patria. Por el bautismo nos incorporamos a Cristo, nos
sumergimos en su muerte y resurrección. En él pasamos por la muerte
para llegar a la vida-resurrección (Pere Franquesa).
"Dichoso aquel que comprende el significado de los cantos, escribe
Orígenes, puesto que nadie canta si no está en fiesta; pero dichoso
aún más quien canta el canto de los cantos. Antes es preciso salir de
Egipto para poder entonar el primero de los cantos: Cantad a Yahvé,
que se ha mostrado de modo glorioso". Y hablando del bautismo decía:
«Sábete que los egipcios te persiguen y pretenden volverte a poner
bajo su servicio, quiero decir los dominadores del mundo y los
espíritus malos a quienes tú has servido hasta hoy. Se esfuerzan por
perseguirte, mas desciendes a las aguas, y eres salvado. Purificado
de las manchas del pecado, te levantas hombre nuevo, dispuesto a
cantar un cántico nuevo».
Las tres siguientes lecturas, de los profetas, anuncian al pueblo el
amor de Dios, el amor inmenso que jamás falla, que siempre espera. El
amor que es más fuerte que todas las infidelidades, que todas las
debilidades de los hombres.
Isaías es el primero: "el que te hizo te tomará por esposa; su nombre
es Señor de los ejércitos. Tu redentor es el Santo de Israel, se llama
Dios de toda la tierra. Como a mujer abandonada y abatida te vuelve a
llamar el Señor; como a esposa de juventud, repudiada -dice tu Dios-.
Por un instante te abandoné, pero con gran cariño te reuniré. En un
arrebato de ira te escondí un instante mi rostro, pero con
misericordia eterna te quiero -dice el Señor, tu redentor-. Me sucede
como en tiempo de Noé: juré que las aguas del diluvio no volverían a
cubrir la tierra; así juro no airarme contra ti ni amenazarte. Aunque
se retiren los montes y vacilen las colinas, no se retirará de ti mi
misericordia, ni mi alianza de paz vacilará -dice el Señor, que te
quiere-". Y sigue cantando la fecundidad de la nueva Jerusalén,
mientras Israel en el exilio se encuentra en una situación como la de
una esposa abandonada.
-"Con misericordia eterna te quiero": La nueva etapa de amor no tendrá
fin. La condición de fidelidad por parte de Israel que exigía el Dt,
aquí ni se habla. Es un amor unilateral y que tiene una proyección
universal, porque halla su punto de comparación en la alianza con
Noé.
El Salmo canta: "Te ensalzaré, Señor, porque me has librado / y no has
dejado que mis enemigos se rían de mí... / Señor, sacaste mi vida del
abismo, / me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa.
Tañed para el Señor, fieles suyos, / dad gracias a su nombre santo; /
su cólera dura un instante; / su bondad, de por vida; / al atardecer
nos visita el llanto; / por la mañana, el júbilo.
Escucha, Señor, y ten piedad de mí; / Señor, socórreme. / Cambiaste
mi luto en danzas, / me desataste el sayal y me has vestido de fiesta;
/ te cantará mi alma sin callarse, / Señor, Dios mío, te daré gracias
por siempre". Canta la misericordiosa de Dios que nos ha levantado y
ha hecho que vivamos cuando íbamos a la muerte. Nuestro luto se ha
trocado en una danza. La oración cierra, actualizándola, esta visión
de construcción de la Iglesia: Dios todopoderoso y eterno..., aumenta
con tu adopción los hijos de tu promesa, para que la Iglesia vea en
qué medida se ha cumplido ya cuanto los patriarcas creyeron y
esperaron (Adrien Nocent).
Juan Pablo II comenta: "Así pues, una vez que ha pasado la noche de la
muerte, clarea el alba del nuevo día. Por eso, la tradición cristiana
ha leído este salmo como canto pascual". "Las sensaciones oscilan
constantemente entre el recuerdo terrible de la pesadilla vivida y la
alegría de la liberación. Ciertamente, el peligro pasado es grave y
todavía causa escalofrío; el recuerdo del sufrimiento vivido es aún
nítido e intenso; hace muy poco que el llanto se ha enjugado. Pero ya
ha despuntado el alba de un nuevo día; en vez de la muerte se ha
abierto la perspectiva de la vida que continúa. De este modo, el Salmo
demuestra que nunca debemos dejarnos arrastrar por la oscura tentación
de la desesperación, aunque parezca que todo está perdido".
Isaías otra vez: "así dice el Señor: "Oíd, sedientos todos, acudid por
agua, también los que no tenéis dinero: venid, comprad trigo, comed
sin pagar vino y leche de balde. ¿Por qué gastáis dinero en lo que no
alimenta, y el salario en lo que no da hartura? Escuchadme atentos, y
comeréis bien, saborearéis platos sustanciosos. Inclinad el oído,
venid a mí: escuchadme, y viviréis. Sellaré con vosotros alianza
perpetua, la promesa que aseguré a David: a él lo hice mi testigo para
los pueblos, caudillo y soberano de naciones; Tú llamarás a un pueblo
desconocido, un pueblo que no te conocía correrá hacia ti; por el
Señor, tu Dios, por el Santo de Israel, que te honra. Buscad al Señor
mientras se le encuentra, invocadlo mientras esté cerca; que el
malvado abandone su camino, y el criminal sus planes; que regrese al
Señor, y él tendrá piedad, a nuestro Dios, que es rico en perdón. Mis
planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos
-oráculo del Señor-. Como el cielo es más alto que la tierra, mis
caminos son más altos que los vuestros, mis planes, que vuestros
planes. Como bajan la lluvia y la nieve del cielo, y no vuelven allá
sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar,
para que dé semilla al sembrador y pan al que come, así será mi
palabra, que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que hará mi
voluntad y cumplirá mi encargo."
"Venid a mí, y viviréis". La mención del trigo y del vino tiene para
los oídos cristianos resonancias eucarísticas. Allí mismo donde las
circunstancias parecen contrariar el plan de Dios, Dios realiza su
obra. Cuando el hombre considera su pecado demasiado grande para ser
perdonado, Dios revela un pensamiento que rebasa las normas de la
justicia humana y de esa forma permite la conversión del peor de los
pecadores. Esta lectura está encabezada y dominada por la llamada de
Dios a acercarse a Él todos los que están sedientos. Él va a
llenarlos con sus dones: trigo, vino y leche, símbolos de la
abundancia de la tierra prometida. Dones que se orientan al don
fundamental: la vida. "Venid a mí y viviréis". Esta plenitud de vida
se obtiene entrando a formar parte de la Alianza con Dios en
Jesucristo. Se trata de un don totalmente gratuito, que no hemos
pagado ni podremos pagar.
-El profeta Isaías cree en la fuerza de la Palabra de Dios, que no
volverá a Él sin haber cumplido su encargo. Su encargo es crear de la
nada un pueblo nuevo. Esta Palabra de Dios se muestra cada día viva,
activa, eficaz. La Eucaristía se realiza por el poder de esta misma
Palabra de Dios (J. Roca).
El agua y la palabra son sacramentos eficaces, y transforman al
pecador en criatura nueva. Y se nos invita a encontrar al Señor
mientras Él se deja encontrar, a invocarle mientras está cerca, a
abandonar nuestros caminos y volver al Señor. La palabra convierte y
el agua alimenta al que ha decidido seguir la palabra. Entramos,
pues, en relación vital con Dios y nos hacemos conscientes de que
nuestra vida depende del agua que nos ofrece y de la palabra eficaz
que nos dirige.
Isaías, ahora como salmo: "he aquí que Dios es mi salvador,
confiadamente actuaré, no temeré porque mi fortaleza y mi gloria es el
Señor y ha sido mi salvación. / Sacaréis aguas con gozo de las fuentes
del Salvador. / Alabad al Señor e invocad su nombre, haced notorios a
los pueblos sus consejos, acordaos que su nombre es excelso. / Cantad
al Señor, porque se ha portado con magnificencia, anunciad esto en
toda la tierra. Regocíjate y da alabanza, morada de Sión, porque es
grande en medio de ti el Santo de Israel". Es una exaltación jubilosa
por lo que el Señor nos ofrece: El Señor es mi Dios y Salvador:
confiaré y no temeré, porque mi fuerza y mi poder es el Señor, él fue
mi salvación. La oración conclusiva recuerda que el Señor quiso
anunciar por la voz de los profetas lo que hoy se cumple, y añade:
...atiende los deseos de tu pueblo, porque ninguno de tus fieles puede
progresar en la virtud sin la inspiración de tu gracia (Adrien
Nocent).
Baruc: "Escucha, Israel, mandatos de vida; presta oído para aprender
prudencia. ¿A qué se debe, Israel, que estés aún en país enemigo, que
envejezcas en tierra extranjera, que estés contaminado entre los
muertos, y te cuenten con los habitantes del abismo? Es que
abandonaste la fuente de la sabiduría. Si hubieras seguido el camino
de Dios, habitarías en paz para siempre. Aprende dónde se encuentra la
prudencia, el valor y la inteligencia; así aprenderás dónde se
encuentra la vida larga, la luz de los ojos y la paz. ¿Quién encontró
su puesto o entró en sus almacenes? El que todo lo sabe la conoce, la
examina y la penetra. El que creó la tierra para siempre y la llenó de
animales cuadrúpedos; el que manda a la luz, y ella va, la llama, y le
obedece temblando; a los astros que velan gozosos en sus puestos de
guardia, los llama, y responden: Presentes", y brillan gozosos para su
Creador. Él es nuestro Dios, y no hay otro frente a Él; investigó el
camino de la inteligencia y se lo enseñó a su hijo, Jacob, a su amado,
Israel. Después apareció en el mundo y vivió entre los hombres. Es el
libro de los mandatos de Dios, la ley de validez eterna: los que la
guarden vivirán; los que la abandonen morirán. Vuélvete, Jacob, a
recibirla, camina a la claridad de su resplandor; no entregues a otros
tu gloria, ni tu dignidad a un pueblo extranjero. ¡Dichosos nosotros,
Israel, que conocemos lo que agrada al Señor!"
Veo ahí la llamada divina, que nos muestra la vocación, la auténtica
vida y la felicidad. Se trata de mantenerse fieles a la Palabra o
Sabiduría de Dios, que Él dio a Israel y quedó plasmada en la ley y
"los mandatos de Dios". El texto es una exhortación a avanzar por
este camino de fidelidad a Dios, puesto que cuando Israel se ha
apartado de él, le han sobrevenido los mayores desastres (José Roca).
Esta Sabiduría, fuente de vida, va de la mano de la Palabra eficaz,
que hace "hablar" las estrellas, imagen de cómo hemos de seguir la
vida nueva en el agua y en el Espíritu. "Ella es el libro de los
mandamientos de Dios y cuantos la guarden vivirán". Se trata, pues,
de volver a ella y de caminar hacia su resplandor. Este es el
privilegio del bautizado.
El salmo 18, que hemos leído el domingo B de la 3ª semana de cuaresma,
nos hace cantar: La ley del Señor es perfecta y es descanso del alma;
el precepto del Señor es fiel e instruye al ignorante. Esta sabiduría
que ha de guiar a los bautizados la pide insistentemente al Señor la
oración conclusiva: defiende con tu constante protección a cuantos
purificas en el agua del bautismo (Adrien Nocent).
Ezequiel: "Me vino esta palabra del Señor: "Hijo de Adán, cuando la
casa de Israel habitaba en su tierra, la profanó con su conducta… Los
esparcí entre las naciones, anduvieron dispersos… Sentí lástima de mi
santo nombre... Mostraré la santidad de mi nombre grande… conocerán
los gentiles que yo soy el Señor… Os recogeré de entre las naciones,
os reuniré de todos los países, y os llevaré a vuestra tierra.
Derramaré sobre vosotros un agua pura que os purificará: de todas
vuestras inmundicias e idolatrías os he de purificar. Y os daré un
corazón nuevo, y os infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de vuestra
carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Os
infundiré mi espíritu, y haré que caminéis según mis preceptos, que
guardéis y cumpláis mis mandatos. Y habitaréis en la tierra que di a
vuestros padres. Vosotros seréis mi pueblo, y yo seré vuestro Dios."
Por su modo de actuar, Israel se ha alejado de Dios: ésta es la causa
por la que le han sobrevenido el destierro y la dispersión. Sin
embargo, el Señor va a reunir de nuevo a su pueblo, no porque Israel
lo merezca o haya cambiado de actitud, sino "por mi santo nombre". La
acción de Dios será una transformación profunda que llegue al corazón
de cada persona a fin de formarse un pueblo fiel que le reconozca
como único Dios y Señor. Esta transformación es básicamente fruto de
la presencia del Espíritu de Dios simbolizado por el agua que purifica
y renueva (José Roca). "Derramaré sobre vosotros un agua pura, y os
daré un corazón nuevo". Dios establece una alianza nueva. La pureza
ya no será ritual o externa, sino interior. El corazón, centro íntimo
de las decisiones, será renovado por Dios, que dará su espíritu para
que la actuación sea fruto de una convicción profunda que nazca de la
comunión con Dios (J. M. Grané). -Corazón nuevo, espíritu nuevo.
Nuestra división interior debida a nuestras infidelidades, pero por
otra parte la benevolencia divina que, por su nombre y para
glorificarlo por la profanación de que es objeto, quiere reunirnos
formando un pueblo como quiso reunir a su nación, es el tema esencial
de esta lectura. Pero esta vez no sólo se reunirá a la nación judía:
el Señor reúne a hombres de todas las naciones. Los reúne de todos
los países y los transforma, derramando sobre ellos un agua que
purifica y da un corazón y un espíritu nuevos. El Señor infunde en
ellos su Espíritu, y ahí están unos hombres capaces de seguir su ley
y de observar sus mandamientos y ser fieles a ellos. Habitarán en el
país que Dios les dará; ellos serán su pueblo y Él será su Dios. El
texto no necesita más comentario. Tan claramente se aplica a los
bautizados de esta Noche y a todos los cristianos unidos en un solo
cuerpo por la misma agua bautismal, que sería inútil enturbiar con
explicaciones superfluas este texto inspirado. Nosotros, al ser así
purificados, recibimos un don del Espíritu (Rm 5,5). En las palabras
que siguen se expresa todo el dinamismo pascual: "Cuando nosotros
todavía estábamos sin fuerza, en el tiempo señalado, Cristo murió por
los impíos... Justificados ahora por su sangre, seremos por Él
salvados de la cólera" (Rm 5, 6 ...9). Somos hombres nuevos, tema que
repetirá san Pablo (Ef 4, 24) y que san Juan hace desarrollar a
Jesús, en su entrevista con Nicodemo: "nacer de agua y de Espíritu"
(Jn 3).
Salmo 41: "Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te
busca a ti, Dios mío; / tiene sed de Dios, del Dios vivo: ¿cuándo
entraré a ver el rostro de Dios? / Recuerdo otros tiempos, y desahogo
mi alma conmigo: cómo marchaba a la cabeza del grupo, hacia la casa de
Dios, entre cantos de júbilo y alabanza, en el bullicio de la fiesta.
/ Envía tu luz y tu verdad, ellas me guiaron y llevaron a tu santo
monte y a tus tabernáculos. / Entraré al altar de Dios, al Dios que
alegra mi juventud. Te alabaré yo con la cítara, Dios, Dios mío". Dos
salmos se proponen como responsorio tras esta admirable lectura; ambos
expresan un encuentro con Dios que hace vivir (Sal 41) y que purifica
renovando (Sal 50). El salmo 41 recuerda el ritual bautismal de
entrada al altar de Dios, después de haber sido apagada la sed del
catecúmeno. - Juan Pablo II comentaba sobre el salmo 41: "Una cierva
sedienta, con la garganta seca, lanza su lamento ante el desierto
árido, anhelando las frescas aguas de un arroyo... En ella podemos ver
casi el símbolo de la profunda espiritualidad de esta composición,
auténtica joya de fe y poesía… "¿Por qué te acongojas, alma mía?, ¿por
qué te me turbas? Espera en Dios, que volverás a alabarlo: Salud de mi
rostro, Dios mío" (Sal 41,6.12; 42,5). Este llamamiento, repetido dos
veces en nuestro salmo, y una tercera vez en el salmo que le sigue, es
una invitación que el orante se hace a sí mismo a evitar la melancolía
por medio de la confianza en Dios, que con seguridad se manifestará de
nuevo como Salvador… la cierva sedienta es el símbolo del orante que
tiende con todo su ser, cuerpo y espíritu, hacia el Señor, al que
siente lejano pero a la vez necesario: "Mi alma tiene sed de Dios, del
Dios vivo" (Sal 41,3). En hebreo, una sola palabra, nefesh, indica a
la vez el "alma" y la "garganta". Por eso, podemos decir que el alma y
el cuerpo del orante están implicados en el deseo primario,
espontáneo, sustancial de Dios. No es de extrañar que una larga
tradición describa la oración como "respiración": es originaria,
necesaria, fundamental como el aliento vital". Orígenes explicaba que
la búsqueda de Dios por parte del hombre es una empresa que nunca
termina, porque siempre son posibles y necesarios nuevos progresos:
"Los que recorren el camino de la búsqueda de la sabiduría de Dios no
construyen casas estables, sino tiendas de campaña, porque realizan un
viaje continuo, progresando siempre, y cuanto más progresan tanto más
se abre ante ellos el camino, proyectándose un horizonte que se pierde
en la inmensidad".
Hay como tres actos, el primero "expresa la profunda nostalgia
suscitada por el recuerdo de un pasado feliz a causa de las hermosas
celebraciones litúrgicas ya inaccesibles: "Recuerdo otros tiempos, y
desahogo mi alma conmigo: cómo marchaba a la cabeza del grupo hacia la
casa de Dios, entre cantos de júbilo y alabanza, en el bullicio de la
fiesta" (v. 5). "La casa de Dios", con su liturgia, es el templo de
Jerusalén que el fiel frecuentaba en otro tiempo, pero es también la
sed de intimidad con Dios, "manantial de aguas vivas", como canta
Jeremías (Jr 2,13). Ahora la única agua que aflora a sus pupilas es la
de las lágrimas por la lejanía de la fuente de la vida. La oración
festiva de entonces, elevada al Señor durante el culto en el templo,
ha sido sustituida ahora por el llanto, el lamento y la imploración…
(Tras un segundo acto que no entra en la selección que hoy leemos,
donde se ve que el alma está alejada de la ciudad santa), sigue:
"Frente a estos labios secos que gritan, frente a esta alma
atormentada, frente a este rostro que está a punto de ser arrollado
por un mar de fango, ¿podrá Dios quedar en silencio? Ciertamente, no.
Por eso, el orante se anima de nuevo a la esperanza. El tercer acto,
que se halla en el salmo siguiente, el 42, será una confiada
invocación dirigida a Dios y usará expresiones alegres y llenas de
gratitud: "Me acercaré al altar de Dios, al Dios de mi alegría, de mi
júbilo"".

Mientras que el salmo 50 pide al Señor que cree en nosotros un
corazón puro y que nos devuelva la alegría de nuestra salvación: "Crea
en mí, oh Dios, un corazón puro y renueva en mis entrañas un espíritu
recto. No me apartes de tu rostro y no quites de mí tu Espíritu Santo.
/ Vuélveme la alegría de tu salvación y confórtame con un espíritu
generoso. Enseñaré a los inicuos tus caminos y los impíos se
convertirán a Ti. / Sacrificio para Dios es el espíritu atribulado, no
despreciarás, oh Dios, un corazón contrito y humillado". - Juan Pablo
II también decía sobre el "Miserere", una de las oraciones más
célebres del Salterio, el más intenso y repetido salmo penitencial, el
canto del pecado y del perdón, la más profunda meditación sobre la
culpa y la gracia: "La tradición judía puso este salmo en labios de
David, impulsado a la penitencia por las severas palabras del profeta
Natán, que le reprochaba el adulterio cometido con Betsabé y el
asesinato de su marido, Urías. Sin embargo, el salmo se enriquece en
los siglos sucesivos con la oración de otros muchos pecadores, que
recuperan los temas del "corazón nuevo" y del "Espíritu" de Dios
infundido en el hombre redimido, según la enseñanza de los profetas
Jeremías y Ezequiel... Sin embargo, si el hombre confiesa su pecado,
la justicia salvífica de Dios está dispuesta a purificarlo
radicalmente. Así se pasa a la segunda región espiritual del Salmo, es
decir, la región luminosa de la gracia. En efecto, a través de la
confesión de las culpas se le abre al orante el horizonte de luz en el
que Dios se mueve. El Señor no actúa sólo negativamente, eliminando el
pecado, sino que vuelve a crear la humanidad pecadora a través de su
Espíritu vivificante: infunde en el hombre un "corazón" nuevo y puro,
es decir, una conciencia renovada, y le abre la posibilidad de una fe
límpida y de un culto agradable a Dios". Orígenes habla de una terapia
divina, que el Señor realiza a través de su palabra y mediante la obra
de curación de Cristo: "Como para el cuerpo Dios preparó los remedios
de las hierbas terapéuticas sabiamente mezcladas, así también para el
alma preparó medicinas con las palabras que infundió, esparciéndolas
en las divinas Escrituras. (...) Dios dio también otra actividad
médica, cuyo Médico principal es el Salvador, el cual dice de sí
mismo: "No son los sanos los que tienen necesidad de médico, sino los
enfermos". Él era el médico por excelencia, capaz de curar cualquier
debilidad, cualquier enfermedad".
"En el Miserere, encontramos una arraigada convicción del perdón
divino que "borra, lava y limpia" al pecador y llega incluso a
transformarlo en una nueva criatura que tiene espíritu, lengua, labios
y corazón transfigurados. "Aunque nuestros pecados -afirmaba santa
Faustina Kowalska- fueran negros como la noche, la misericordia divina
es más fuerte que nuestra miseria. Hace falta una sola cosa: que el
pecador entorne al menos un poco la puerta de su corazón... El resto
lo hará Dios. Todo comienza en tu misericordia y en tu misericordia
acaba"". Tres oraciones conclusivas se ofrecen a la libre elección: La
tercera, utilizada cuando hay algún bautismo, expresa de la mejor
manera la aspiración de todo hombre creyente (Adrien Nocent).

Romanos: "Los que por el bautismo nos incorporamos a Cristo fuimos
incorporados a su muerte. Por el bautismo fuimos sepultados con Él en
la muerte, para que, así como Cristo fue resucitado de entre los
muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una
vida nueva. Porque, si nuestra existencia está unida a Él en una
muerte como la suya, lo estará también en una resurrección como la
suya. Comprendamos que nuestra vieja condición ha sido crucificada con
Cristo, quedando destruida nuestra personalidad de pecadores, y
nosotros libres de la esclavitud al pecado; porque el que muere ha
quedado absuelto del pecado. Por tanto, si hemos muerto con Cristo,
creemos que también viviremos con Él; pues sabemos que Cristo, una vez
resucitado de entre los muertos, ya no muere más; la muerte ya no
tiene dominio sobre Él. Porque su morir fue un morir al pecado de una
vez para siempre; y su vivir es un vivir para Dios. Lo mismo vosotros,
consideraos muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús".
Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más.
Cristo murió, pero ahora vive por siempre. El cristiano no puede
permanecer en una vida de pecado: el bautismo ha purificado al
"hombre pecador". El cristiano debe esforzarse en que el pecado no
domine ya más en él: su vida está en Dios. De esta realidad nace la
vida del cristiano: el cristiano está muerto al pecado, pero vive
para Dios en Jesucristo.
Esta vida nueva, liberado ya el cristiano del pecado gracias a la
intervención de Dios... que le conduce a la resurrección, conduce a
una identificación con Cristo, desprendimiento de uno mismo, amor que
constituye la característica de la vida en Dios. Quien vive pecando no
puede decir que en verdad está en comunión de vida con Cristo.
Vivamos, pues, como criaturas nuevas en Cristo Jesús.
Salmo: "Alabad al Señor porque es bueno, porque es eterna su
misericordia. Diga ahora Israel que es bueno, porque es eterna su
misericordia. / La diestra del Señor hizo proezas, la diestra del
Señor me ensalzó. No moriré, sino viviré y contaré las obras del
Señor. / La piedra que desecharon los edificadores, ésta ha sido
puesta por piedra angular. Por el Señor ha sido hecho esto, y es cosa
maravillosa a nuestros ojos". Todo lo que canta este himno hebreo hace
referencia a Jesús, esta piedra central, que es fundamento de nuestra
fe.

El Evangelio nos dice que "el primer día de la semana, de madrugada,
las mujeres fueron al sepulcro llevando los aromas que habían
preparado. Encontraron corrida la piedra del sepulcro. Y entrando no
encontraron el cuerpo del Señor Jesús. Mientras estaban desconcertadas
por esto, se les presentaron dos hombres con vestidos refulgentes.
Ellas, despavoridas, miraban al suelo, y ellos les dijeron: -¿Por qué
buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. HA RESUCITADO.
Acordaos de lo que os dijo estando todavía en Galilea: «El Hijo del
Hombre tiene que ser entregado en manos de pecadores, ser crucificado
y al tercer día resucitar».
Recordaron sus palabras, volvieron del sepulcro y anunciaron todo esto
a los Once y a los demás. María Magdalena, Juana y María la de
Santiago, y sus compañeras contaban esto a los Apóstoles. Ellos lo
tomaron por un delirio y no las creyeron.
(Pedro se levantó y fue corriendo al sepulcro. Asomándose vio sólo las
vendas por el suelo. Y se volvió admirándose de lo sucedido.)"
La fe viene de aceptar la palabra de Dios, de hacer caso de la palabra
de Jesús ("acordaos de lo que os dijo estando todavía en Galilea"). A
las mujeres no hace falta que les digan que lo vayan a contar: el que
ha recibido el anuncio de la Buena Nueva, lo comunica, se convierte
en evangelizador. ¡Qué escándalo, en aquel tiempo, que los primeros
creyentes y apóstoles fuesen mujeres! ¿Sólo en aquel tiempo? (J. M.
Grané).
Los dos primeros testigos de la resurrección son las mujeres. Ellas,
llevadas del corazón, con las primeras luces del día del sol, se
fueron al sepulcro para ungir mejor el cuerpo del Amado. Los
discípulos, muy prudentes ellos, estaban escondidos, a la espera.
Lo que pasó aquella madrugada fue una experiencia indecible. Se
disiparon todos los miedos y todas las dudas. El sepulcro se había
roto. Y vieron una luz que no hacía más que crecer y crecer. Y
empezaron a recordar las palabras del Señor. Todo encajaba
perfectamente. Era ya el tercer día, y Cristo había resucitado. En
adelante ya no será el día del sol, sino el día del Señor.
Ellas, nerviosas y gozosas, corrieron a anunciarlo a los once. Así
tiene que ser todo testigo. Pero los apóstoles, muy sensatos ellos,
lo tomaron por «delirio» y cosas de mujeres (Caritas).
La resurrección no tiene nada de apoteosis final. Nuestros ojos son
débiles para ver la vida del Resucitado; pero cuando sus seguidores
somos conscientes de esta realidad, se palpa en el ambiente de las
comunidades: una caridad discreta, fuerte y generosa en desmesura, un
respeto sagrado por cada persona, imagen de Dios, un trabajo
perseverante por una sociedad más justa, con unas relaciones de
sinceridad y confianza que generan paz, una atención preferencial a
los pobres, una esperanza cierta de vida ante los signos de dolor y
muerte. "¡Aquí hay una vida nueva! ¡Aquí hay alguien!". Es la
presencia del Resucitado: "Yo estaré con vosotros cada día hasta el
fin del mundo".
El escándalo de la cruz resulta fuente de vida. Y todo desde aquel
primer día de la semana en que unas mujeres fueron el sepulcro donde
habían colocado el cuerpo de Jesús y lo encontraron vacío. En el
desconcierto de lo que podía haber sucedido, se les presentan dos
hombres con vestidos resplandecientes -Dios está allí, en aquella
escena- y les dicen: "¡Ha resucitado!". Y corren a contárselo a los
apóstoles y a Pedro.
Pedro guarda distancias antes de creer, hasta que se le aparece el
Señor. Por la tarde de aquel mismo día, Jesús se hace presente y
visible al grupo de los apóstoles: "Paz a vosotros". Y les enseñó las
heridas de las manos y del costado. Realmente era él. El escándalo de
la cruz resulta fuente de vida.
Si Jesús ha muerto por nosotros, su resurrección es también para
nosotros. "Si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con
él". Después de bendecir el agua bautismal renovaremos la fe de
nuestro bautismo. Los que hemos sido bautizados en Cristo hemos sido
sumergidos en su muerte y plantados a su vera en las aguas de la
resurrección, a fin de ver el mundo con ojos de bautizados, ojos de
resucitados, y dar frutos del "cielo nuevo y la tierra nueva" (Jaume
Camprodon).

martes, 6 de abril de 2010

Las Procesiones y Pasos de Pasión.

Jesús, el justo, ha muerto por todos. El Señor en los distintos Pasos
de su Pasión, hasta el del Santo Entierro encabeza la marcha. Tras Él
la Virgen Dolorosa. Detrás el pueblo de Dios en silencio acompaña a
Jesucristo y su Madre. En algunos lugares en la procesión los
cristianos hacen penitencia en señal de duelo y ofreciendo su dolor a
Cristo por la remisión de sus culpas y de las culpas del mundo.
Algunas personas sienten tanto dolor de ver a Cristo crucificado que
van descalzos o llevan cadenas en los pies, otros se mortifican
golpeándose la espalda, cargando cruces o pesados fardos de cardos. En
algunos lugares se exagera quizá la expresión de digamos empatía
"pública" con Jesús… el sentimiento desborda en formas variopintas…
son cauces de esa comunicación entre el alma y Dios, la Virgen… Esta
procesión termina en el templo o en alguna capilla velando a Cristo o
acompañando a la Virgen dolorosa rezando el rosario
Al igual que la Virgen, los cristianos han guardado en su corazón la
experiencia de la Institución de la Eucaristía y del Sacerdocio, la
Oración del Huerto, El Vía Crucis y la Muerte de Jesús. En la calma
que sucede a la adoración de la Cruz la Iglesia medita y profundiza en
el sacrificio redentor de Cristo. Los cristianos se sienten tristes
por lo que ha sucedido el Viernes Santo pero a la vez inquietos y
esperanzados al comenzar propiamente la vigilia que antecede la Pascua
de Resurrección.

Via Crucis

Via Crucis. Son momentos para pensar en el camino de la Cruz. San
Josemaría así rezaba: "Señor mío y Dios mío, bajo la mirada amorosa de
nuestra Madre, nos disponemos a acompañarte por el camino de dolor,
que fue precio de nuestro rescate.
Queremos sufrir todo lo que Tú sufriste, ofrecerte nuestro pobre
corazón, contrito, porque eres inocente y vas a morir por nosotros,
que somos los únicos culpables.
Madre mía, Virgen dolorosa, ayúdame a revivir aquellas horas amargas
que tu Hijo quiso pasar en la tierra, para que nosotros, hechos de un
puñado de lodo, viviésemos al fin in libertatem gloriæ filiorum Dei,
en la libertad y gloria de los hijos de Dios".
Amado Jesús Mío, por mí vas a la muerte, quiero seguir tu suerte,
muriendo por tu amor. Perdón y gracia imploro, transido de dolor. F.
Carvajal cita la anécdota de un pueblecito alemán, que quedó
prácticamente destruido durante la segunda guerra mundial. Tenía en
una iglesia un crucifijo, muy antiguo, del que las gentes del lugar
eran muy devotas. Cuando iniciaron la reconstrucción de la iglesia,
los campesinos encontraron esa magnífica talla, sin brazos, entre los
escombros. No sabían muy bien qué hacer: unos eran partidarios de
colocar el mismo crucifijo era muy antiguo y de gran valor-
restaurado, con unos brazos nuevos; a otros les parecía mejor encargar
una réplica del antiguo. Por fin, después de muchas deliberaciones,
decidieron colocar la talla que siempre había presidido el retablo,
tal como había sido hallada, pero con la siguiente inscripción: Mis
brazos sois vosotros... Así se puede contemplar hoy sobre el altar.
Somos los brazos de Dios en el mundo, pues Él ha querido tener
necesidad de los hombres. El Señor nos envía para acercarse a este
mundo enfermo que no sabe muchas veces encontrar al Médico que le
podría sanar. «Si todos los hijos de la Iglesia -decía Juan Pablo I-
fueran misioneros incansables del Evangelio, brotaría una nueva
floración de santidad y de renovación en este mundo sediento de amor y
de verdad». De nuestra unión con Jesús surgirá ese ser Jesús que pasa
en el mundo, a través nuestro. Por eso podemos rezar con el Cura de
Ars: "Te amo, Dios mío, y mi único deseo es amarte hasta el último
suspiro de mi vida.
Te amo, Dios mío, infinitamente amable y prefiero morir amándote que
vivir un solo instante sin amarte.
Te amo, Dios mío, y sólo deseo ir al cielo para tener la felicidad de
amarte perfectamente.
Te amo, dios mío, y sólo temo el infierno porque en él no existirá
nunca el consuelo de amarte.
Dios mío, si mi lengua no puede decir en todo momento que te amo, al
menos quiero que mi corazón te lo repita cada vez que respiro.
Ah! Dame la gracia de sufrir amándote, de amarte en el sufrimiento y
de expirar un día amándote y sintiendo que te amo.
A medida que me voy acercando al final de mi vida te pido que vayas
aumentando y perfeccionando mi amor. Amén".
Jesús, gracias porque eres comprensivo, rezando incluso por los que te
matan: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen" (Lc 23,34).
Con esto me vences, más que con el temor. Aunque he sido tu enemigo,
mi Jesús: como confieso, ruega por mí: que, con eso, seguro el perdón
consigo. / Cuando loco te ofendí, no supe lo que yo hacía: / sé,
Jesús, del alma mía y ruega al Padre por mí".
Señor y Dios mío, que por mi amor agonizaste en la cruz para pagar con
tu sacrificio la deuda de mis pecados, y abriste tus divinos labios
para alcanzarme el perdón de la divina justicia: ten misericordia de
todos los hombres que están agonizando y de mí cuando me halle en
igual caso: y por los méritos de tu preciosísima Sangre derramada para
mi salvación, dame un dolor tan intenso de mis pecados, que expire con
él en el regazo de tu infinita misericordia.

Viernes santo y las Siete Palabras de Cristo en la Cruz

El Viernes Santo es la jornada que recuerda la pasión, crucifixión y
muerte de Jesús. "En este día, comentaba Benedicto XVI- la liturgia de
la Iglesia no prevé la celebración de la santa misa, pero la asamblea
cristiana se reúne para meditar en el gran misterio del mal y del
pecado que oprimen a la humanidad, para recorrer, a la luz de la
Palabra de Dios y ayudada por conmovedores gestos litúrgicos, los
sufrimientos del Señor que expían este mal. Después de haber escuchado
la narración de la pasión de Cristo, la comunidad reza por todas las
necesidades de la Iglesia y del mundo, adora a la Cruz y se acerca a
la Eucaristía, consumando las especies conservadas de la misa en la
Cena del Señor del día precedente. Como invitación ulterior a meditar
en la pasión y muerte del Redentor y para expresar el amor y la
participación de los fieles en los sufrimientos de Cristo, la
tradición cristiana ha dado vida a diferentes manifestaciones de
piedad popular, procesiones y representaciones sagradas, que buscan
imprimir cada vez más profundamente en el espíritu de los fieles
sentimientos de auténtica participación en el sacrificio redentor de
Cristo. Entre éstos, destaca el Vía Crucis, ejercicio de piedad que
con el paso de los años se ha ido enriqueciendo con diferentes
expresiones espirituales y artísticas ligadas a la sensibilidad de las
diferentes culturas. De este modo han surgido en muchos países
santuarios con el nombre de «calvarios» hasta los que se llega a
través de una salida empinada, que recuerda el camino doloroso de la
Pasión, permitiendo a los fieles participar en la subida del Señor al
Monte de la Cruz, el Monte del Amor llevado hasta el final".
Se trata de contemplar -como recomienda San Ignacio "como si presente
me hallare"- el misterio de la muerte en cruz del Hijo de Dios, de
Jesús, hermano y redentor nuestro. Un misterio, lleno de sentido
salvador para cada hombre, que no requiere hoy tanto exhortaciones
sentimentales ni explicaciones doctrinales, como hondura de fe.
Misterio a contemplar, misterio para vivir.
Las Siete palabras recogen esta misericordia divina que vierte Jesús
en los últimos momentos: "Hoy estarás conmigo en el Paraíso" (Lc 23,
43). Vuelto hacia Ti el Buen Ladrón con fe te implora tu piedad: / yo
también de mi maldad te pido, Señor, perdón. / Si al ladrón
arrepentido das un lugar en el Cielo, / yo también, ya sin recelo la
salvación hoy te pido.
Señor y Dios mío, que por mi amor agonizaste en la Cruz y con tanta
generosidad correspondiste a la fe del buen ladrón, cuando en medio de
tu humillación redentora te reconoció por Hijo de Dios, hasta llegar a
asegurarle que aquel mismo día estaría contigo en el Paraíso: ten
piedad de todos los hombres que están para morir, y de mí cuando me
encuentre en el mismo trance: y por los méritos de tu sangre
preciosísima, aviva en mí un espíritu de fe tan firme y tan constante
que no vacile ante las sugestiones del enemigo, me entregue a tu
empresa redentora del mundo y pueda alcanzar lleno de méritos el
premio de tu eterna compañía.
"He aquí a tu hijo: he aquí a tu Madre" (Jn 19, 26). Jesús en su
testamento a su Madre Virgen da: / ¿y comprender quién podrá de María
el sentimiento? / Hijo tuyo quiero ser, sé Tu mi Madre Señora: / que
mi alma desde a ahora con tu amor va a florecer.
Señor y Dios mío, que por mi amor agonizaste en la Cruz y, olvidándome
de tus tormentos, me dejaste con amor y comprensión a tu Madre
dolorosa, para que en su compañía acudiera yo siempre a Ti con mayor
confianza: ten misericordia de todos los hombres que luchan con las
agonías y congojas de la muerte, y de mí cuando me vea en igual
momento; y por el eterno martirio de tu madre amantísima, aviva en mi
corazón una firme esperanza en los méritos infinitos de tu
preciosísima sangre, hasta superar así los riesgos de la eterna
condenación, tantas veces merecida por mis pecados.
"Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" (Mt 27,46).
Desamparado se ve de su Padre el Hijo amado, / maldito siempre el
pecado que de esto la causa fue. / Quién quisiera consolar a Jesús en
su dolor, / diga en el alma: Señor, me pesa: no mas pecar.
Señor y Dios mío, que por mi amor agonizaste en la Cruz y tormento
tras tormento, además de tantos dolores en el cuerpo, sufriste con
invencible paciencia la mas profunda aflicción interior, el abandono
de tu eterno Padre; ten piedad de todos los hombres que están
agonizando, y de mí cuando me haye también el la agonía; y por los
méritos de tu preciosísima sangre, concédeme que sufra con paciencia
todos los sufrimientos, soledades y contradicciones de una vida en tu
servicio, entre mis hermanos de todo el mundo, para que siempre unido
a Ti en mi combate hasta el fin, comparta contigo lo mas cerca de Ti
tu triunfo eterno.
"Tengo sed" (Jn 19,28). Sed, dice el Señor, que tiene; para poder
mitigar / la sed que así le hace hablar, darle lágrimas conviene. /
Hiel darle, ya se le ha visto: la prueba, mas no la bebe: / ¿Cómo
quiero yo que pruebe la hiel de mis culpas Cristo?
Señor y Dios mío, que por mi amor agonizaste en la Cruz, y no contento
con tantos oprobios y tormentos, deseaste padecer más para que todos
los hombres se salven, ya que sólo así quedará saciada en tu divino
Corazón la sed de almas; ten piedad de todos los hombres que están
agonizando y de mí cuando llegue a esa misma hora; y por los méritos
de tu preciosísima sangre, concédeme tal fuego de caridad para contigo
y para con tu obra redentora universal, que sólo llegue a desfallecer
con el deseo de unirme a Ti por toda la eternidad.
"Todo está consumado" (Jn 19,30). Con firme voz anunció Jesús, aunque
ensangrentado, / que del hombre y del pecado la redención consumó. / Y
cumplida su misión, ya puede Cristo morir, / y abrirme su corazón para
en su pecho vivir.
Señor y Dios mío, que por mi amor agonizaste en la Cruz, y desde su
altura de amor y de verdad proclamaste que ya estaba concluida la obra
de la redención, para que el hombre, hijo de ira y perdición, venga a
ser hijo y heredero de Dios; ten piedad de todos los hombres que están
agonizando, y de mí cuando me halle en esos instantes; y por los
méritos de tu preciosísima sangre, haz que en mi entrega a la obra
salvadora de Dios en el mundo, cumpla mi misión sobre la tierra, y al
final de mi vida, pueda hacer realidad en mí el diálogo de esta
correspondencia amorosa: Tú no pudiste haber hecho más por mí; yo,
aunque a distancia infinita, tampoco puede haber hecho más por Ti.
"Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu" (Lc 23,46). A su eterno
Padre, ya el espíritu encomienda; / si mi vida no se enmienda, ¿en qué
manos parará? / En las tuyas desde ahora mi alma pongo, Jesús mío; /
guardaría allí yo confío para mi última hora.
Señor y Dios mío, que por mi amor agonizaste en la Cruz, y aceptaste
la voluntad de tu eterno Padre, resignando en sus manos tu espíritu,
para inclinar después la cabeza y morir; ten piedad de todos los
hombres que sufren los dolores de la agonía, y de mí cuando llegue esa
tu llamada; y por los méritos de tu preciosísima sangre concédeme que
te ofrezca con amor el sacrificio de mi vida en reparación de mis
pecados y faltas y una perfecta conformidad con tu divina voluntad
para vivir y morir como mejor te agrade, siempre mi alma en tus manos.
Stabat Mater dolorosa… La Dolorosa allí estaba, / junto a la Cruz: y
lloraba / mientras el Hijo moría.
Su alma fiel y amorosa, / traspasaba dolorosa / una espada de agonía.
Sola, triste y afligida / se vio la madre querida / de tantos tormentos llena.
Cuando ante sí contemplaba / y con firmeza aceptaba / del Hijo amado la pena.
¿Y qué hombre no llorara / si a la Virgen contemplara / sumergida en tal dolor?
¿Y quién no se entristeciera, / si así, Madre, te sintiera / sujeta a
tanto rigor?
Por los pecados del mundo / vio en su tormento tan profundo / a Jesús
la dulce Madre.
Ve morir desamparado / a Cristo, su Hijo amado, / dando el espíritu al Padre.
Oh Madre, fuente de amor / hazme sentir tu dolor / para que llore contigo.
Que siempre, por Cristo amado / mi corazón abrazado, / más viva en él
que conmigo.
Para que a amarle me anime / en mi corazón imprime / las llagas que tuvo en sí.
Y de tu Hijo, Señora, / divide conmigo ahora / las que padeció por mí.
Hazme contigo llorar / y poder participar / de sus penas, mientras vivo.
Siempre acompañar deseo / en la Cruz, donde le veo, / tu corazón compasivo.
Virgen de vírgenes santa, / llore yo con fuerza tanta, / que el
llanto, dulce me sea.
Que su pasión y su muerte / haga mi alma mas fuerte, / y siempre sus penas vea.
Haz que su cruz me enamore; / que en ella viva y adore, / con un
corazón propicio.
Su verdad en mi encienda / y contigo me defienda / en el día del gran Juicio.
Haz que Cristo con su muerte / sea mi esperanza fuerte / en el supremo vaivén.
Que mi cuerpo quede en calma / y con él vaya mi alma / a la eterna gloria. Amén.