Día 17º. VIERNES SEGUNDO (5 de Marzo): el Señor saca bien hasta de las desgracias, si nos dejamos guiar por su providencia
“Israel amaba a José más que a ningún otro de sus hijos, porque era el hijo de la vejez, y le mandó hacer una túnica de mangas largas. Pero sus hermanos, al ver que lo amaba más que a ellos, le tomaron tal odio que ni siquiera podían dirigirle el saludo. Un día, sus hermanos habían ido hasta Siquém para apacentar el rebaño de su padre. Entonces Israel dijo a José: "Tus hermanos están con el rebaño en Siquém. Quiero que vayas a verlos". "Está bien", respondió él. "Se han ido de aquí, repuso el hombre, porque les oí decir: "Vamos a Dotán". José fue entonces en busca de sus hermanos, y los encontró en Dotán. Ellos lo divisaron desde lejos, y antes que se acercara, ya se habían confabulado para darle muerte. "Ahí viene ese soñador", se dijeron unos a otros. "¿Por qué no lo matamos y lo arrojamos en una de esas cisternas? Después diremos que lo devoró una fiera. ¡Veremos entonces en qué terminan sus sueños!". Pero Rubén, al oír esto, trató de salvarlo diciendo: "No atentemos contra su vida". Y agregó: "No derramen sangre. Arrójenlo en esa cisterna que está allá afuera, en el desierto, pero no pongan sus manos sobre él". En realidad, su intención era librarlo de sus manos y devolverlo a su padre sano y salvo. Apenas José llegó al lugar donde estaban sus hermanos, estos lo despojaron de su túnica -la túnica de mangas largas que llevaba puesta- , lo tomaron y lo arrojaron a la cisterna, que estaba completamente vacía. Luego se sentaron a comer. De pronto, alzaron la vista y divisaron una caravana de ismaelitas que venían de Galaad, transportando en sus camellos una carga de goma tragacanto, bálsamo y mirra, que llevaban a Egipto. Entonces Judá dijo a sus hermanos: "¿Qué ganamos asesinando a nuestro hermano y ocultando su sangre? En lugar de atentar contra su vida, vendámoslo a los ismaelitas, porque él es nuestro hermano, nuestra propia carne". Y sus hermanos estuvieron de acuerdo. Pero mientras tanto, unos negociantes madianitas pasaron por allí y retiraron a José de la cisterna. Luego lo vendieron a los ismaelitas por veinte monedas de planta, y José fue llevado a Egipto”.
La historia de José es muy bonita, y le toca sufrir, pero Dios escribe derecho en renglones torcidos. Todo sirve para nuestro bien, “vendido como esclavo… El rey ordenó que lo soltaran… lo nombró señor de su palacio y administrador de todos sus bienes”.
Aquí José representa también a Jesús, que hoy habla de un «hijo» enviado para cosechar los frutos de una viña, y que los viñadores matan para desembarazarse de él. «Venid. Matémosle». Las mismas palabras de la historia de José, que prefigura la de Jesús. Israel amaba a José… "Este es mi hijo, mi bien amado, escuchadle...». -Conspiraron contra él para matarle: «Venid, matémoslo»: otro “anuncio” de la "Pasión de Jesús". Pero también tienen un valor actual las palabras: cuando corre la sangre sobre un rostro, víctima de la brutalidad humana, es el rostro ensangrentado de Jesús que aún sufre. -“Le vendieron por veinte monedas de plata”... El dinero. Por dinero se maltrata a los hombres. Perdón, Señor. Por dinero, Judas vendió a Jesús a los sumos sacerdotes. Dios se sirve de acontecimientos aparentemente contrarios a su proyecto (Noel Quesson).
Voy a procurar callar cuando me pasen cosas que no me gustan, no quejarme, pensar en Jesús condenado injustamente, y Pilatos que ordena que lo azoten. Dos soldados brutales descargan toda su fuerza sobre la espalda de Jesús. Noventa golpes pueden contarse en la sábana santa. Cada látigo tenía varias cuerdas y la punta de las cuerdas poseía pequeños trozos de plomo sin pulir, con puntas y salientes que hirieron todo el cuerpo de nuestro Dios. Jesús lo sufrió por ti y por mí. Era tan doloroso que muchos de los condenados morían en la flagelación. María, nuestra madre, lo ve todo y sufre, pero se calla, porque quiere que Jesús nos salve y para ello debe morir.
Madre, haz que sepa callar; no contestar a mis padres, no protestar, no decir siempre la última palabra. Aunque sea injusto, o tenga motivos para protestar.. que me calle. También Tú podrías haber dicho muchas cosas, y te callaste. Me cuesta pero ayúdame: que sepa callar (José Pedro Manglano).
Continúa hablándole a Dios con tus palabras.
“Israel amaba a José más que a ningún otro de sus hijos, porque era el hijo de la vejez, y le mandó hacer una túnica de mangas largas. Pero sus hermanos, al ver que lo amaba más que a ellos, le tomaron tal odio que ni siquiera podían dirigirle el saludo. Un día, sus hermanos habían ido hasta Siquém para apacentar el rebaño de su padre. Entonces Israel dijo a José: "Tus hermanos están con el rebaño en Siquém. Quiero que vayas a verlos". "Está bien", respondió él. "Se han ido de aquí, repuso el hombre, porque les oí decir: "Vamos a Dotán". José fue entonces en busca de sus hermanos, y los encontró en Dotán. Ellos lo divisaron desde lejos, y antes que se acercara, ya se habían confabulado para darle muerte. "Ahí viene ese soñador", se dijeron unos a otros. "¿Por qué no lo matamos y lo arrojamos en una de esas cisternas? Después diremos que lo devoró una fiera. ¡Veremos entonces en qué terminan sus sueños!". Pero Rubén, al oír esto, trató de salvarlo diciendo: "No atentemos contra su vida". Y agregó: "No derramen sangre. Arrójenlo en esa cisterna que está allá afuera, en el desierto, pero no pongan sus manos sobre él". En realidad, su intención era librarlo de sus manos y devolverlo a su padre sano y salvo. Apenas José llegó al lugar donde estaban sus hermanos, estos lo despojaron de su túnica -la túnica de mangas largas que llevaba puesta- , lo tomaron y lo arrojaron a la cisterna, que estaba completamente vacía. Luego se sentaron a comer. De pronto, alzaron la vista y divisaron una caravana de ismaelitas que venían de Galaad, transportando en sus camellos una carga de goma tragacanto, bálsamo y mirra, que llevaban a Egipto. Entonces Judá dijo a sus hermanos: "¿Qué ganamos asesinando a nuestro hermano y ocultando su sangre? En lugar de atentar contra su vida, vendámoslo a los ismaelitas, porque él es nuestro hermano, nuestra propia carne". Y sus hermanos estuvieron de acuerdo. Pero mientras tanto, unos negociantes madianitas pasaron por allí y retiraron a José de la cisterna. Luego lo vendieron a los ismaelitas por veinte monedas de planta, y José fue llevado a Egipto”.
La historia de José es muy bonita, y le toca sufrir, pero Dios escribe derecho en renglones torcidos. Todo sirve para nuestro bien, “vendido como esclavo… El rey ordenó que lo soltaran… lo nombró señor de su palacio y administrador de todos sus bienes”.
Aquí José representa también a Jesús, que hoy habla de un «hijo» enviado para cosechar los frutos de una viña, y que los viñadores matan para desembarazarse de él. «Venid. Matémosle». Las mismas palabras de la historia de José, que prefigura la de Jesús. Israel amaba a José… "Este es mi hijo, mi bien amado, escuchadle...». -Conspiraron contra él para matarle: «Venid, matémoslo»: otro “anuncio” de la "Pasión de Jesús". Pero también tienen un valor actual las palabras: cuando corre la sangre sobre un rostro, víctima de la brutalidad humana, es el rostro ensangrentado de Jesús que aún sufre. -“Le vendieron por veinte monedas de plata”... El dinero. Por dinero se maltrata a los hombres. Perdón, Señor. Por dinero, Judas vendió a Jesús a los sumos sacerdotes. Dios se sirve de acontecimientos aparentemente contrarios a su proyecto (Noel Quesson).
Voy a procurar callar cuando me pasen cosas que no me gustan, no quejarme, pensar en Jesús condenado injustamente, y Pilatos que ordena que lo azoten. Dos soldados brutales descargan toda su fuerza sobre la espalda de Jesús. Noventa golpes pueden contarse en la sábana santa. Cada látigo tenía varias cuerdas y la punta de las cuerdas poseía pequeños trozos de plomo sin pulir, con puntas y salientes que hirieron todo el cuerpo de nuestro Dios. Jesús lo sufrió por ti y por mí. Era tan doloroso que muchos de los condenados morían en la flagelación. María, nuestra madre, lo ve todo y sufre, pero se calla, porque quiere que Jesús nos salve y para ello debe morir.
Madre, haz que sepa callar; no contestar a mis padres, no protestar, no decir siempre la última palabra. Aunque sea injusto, o tenga motivos para protestar.. que me calle. También Tú podrías haber dicho muchas cosas, y te callaste. Me cuesta pero ayúdame: que sepa callar (José Pedro Manglano).
Continúa hablándole a Dios con tus palabras.
viernes, 5 de marzo de 2010
Día 16º. JUEVES SEGUNDO (4 de Marzo): al final de la vida seremos juzgados en el amor a los demás, ahí está el examen final, el “peso” del amor de nue
Día 16º. JUEVES SEGUNDO (4 de Marzo): al final de la vida seremos juzgados en el amor a los demás, ahí está el examen final, el “peso” del amor de nuestro corazón
Jeremías dice: “¡Maldito el hombre que… se aparta del Señor! Él es como un matorral en la estepa que no ve llegar la felicidad; habita en la aridez del desierto, en una tierra salobre e inhóspita. ¡Bendito el hombre que confía en el Señor y en Él tiene puesta su confianza! Él es como un árbol plantado al borde de las aguas, que extiende sus raíces hacia la corriente; no teme cuando llega el calor y su follaje se mantiene frondoso; no se inquieta en un año de sequía y nunca deja de dar fruto”. El corazón humano es complicado, pero “Yo, el Señor, sondeo el corazón y examino las entrañas, para dar a cada uno según su conducta, según el fruto de sus acciones”, de su corazón generoso.
¿Qué es generosidad? Es dar limosna a un niño de la calle, invertir tiempo en obras de caridad, pero también escuchar al amigo que quiere abrir su corazón. En definitiva, salir de uno mismo, dejar de estar “en-si-mismado” (metido en sí mismo) y pasar a estar “en-tu-siasmado” (volcado hacia el tú de los demás, salir de uno mismo). No mirarse al espejo, sino descubrir qué necesitan los demás.
La generosidad es la expresión del amor, eso que no puede comprarse en ningún centro comercial, pero que es la esencia de la vida, lo que de verdad ilumina el mundo. Quizá aparentemente “no sirve de nada”, pero cuando falta no queda nada que sirva. Es virtud de las almas grandes, una apertura del corazón que sabe amar, donde no se busca más gratificación que dar y ayudar. Eso, en sí mismo, satisface. “Mejor es dar que recibir”. Con su ejercicio, se ensancha el corazón pues el egoísmo empequeñece, y el aumento de la capacidad de amor da más juventud al alma.
Generosidad es juzgar con comprensión; sonreír y hacer la vida agradable a los demás, aunque tengamos un mal día o esa persona nos caiga antipática; adelantarse en los pequeños servicios, “que no se nos caigan los anillos” al hacer algo que está “por debajo” de nuestra condición, pues para quien es generoso no hay arriba ni abajo, todo es ocasión de servir: hablando bien de todos, escuchando atentamente, con el don de la oportunidad y visión positiva, con fe… y haciendo favores. Qué bonito es oír a un compañero que nos dice: “gracias a ti aprobé las matemáticas”. Facilitar la amistad a quien le cuesta coger confianza, y acercarse prudentemente. Sobre todo, cuando tratamos a los demás viendo a Jesús en ellos, oyendo cómo el Señor nos dice “lo que hacéis con estos lo hacéis conmigo”.
La generosidad lleva así al mejor de los sacrificios, que es la misericordia, participar con los sentimientos de la miseria ajena para hacerla propia; y así la limosna es algo natural, como el amor a los pobres. Muchas veces son los más necesitados los que poseen ese don de la misericordia; cuando servimos experimentamos lo que decía Tagore: “dormía y soñaba que la vida era alegría. Desperté y ví que la vida era servicio. Y al servir comprobé que el servicio era alegría”.
Vivir no es transcurrir. La primera lectura de hoy nos pregunta por eso: "¿Quién entenderá el corazón del hombre?".
Hace muchos años, a un hombre se le presentó la oportunidad de mejorar su empleo, pero debía emigrar con su familia desde Nueva York hasta Australia; y así lo hizo. Entre su numerosa familia tenía un apuesto hijo que soñaba en convertirse en un gran actor. Mientras su sueño se hacía realidad, trabajaba en los embarcaderos. Una noche, de regreso a casa, fue atacado por un grupo de delincuentes, quienes además de robarle, lo golpearon salvajemente, desfigurando su rostro y dejándolo al borde de la muerte. Incluso la policía al encontrarlo lo llevó a la morgue; sin embargo, al darse cuenta de que aún vivía, lo trasladó a urgencias.
Al verle, una enfermera exclamó con horror: ¡Este joven no tiene rostro! (me salto los detalles de la descripción, pueden verse en Internet). Fue intervenido quirúrgicamente en numerosas ocasiones, tiempo en que estuvo debatiéndose entre la vida y la muerte. Su recuperación fue lenta, aun y así producía asombro y hasta miedo y rechazo... ya no era más aquel joven apuesto y soñador. Reintegrarse a la vida social fue difícil; no lograba hacer amigos, no conseguía trabajo, a excepción de ser atracción en un circo como “El hombre sin rostro”, pero aun ahí la gente no quería acercarse a él; sufría mucho, hasta el grado de llegar a tener pensamientos suicidas.
Un día, en un templo, lloraba y suplicaba a Dios que tuviera compasión de él; un sacerdote se impresionó tanto al verle y escuchar su relato que le prometió hacer todo lo que estuviera a su alcance para que fuera restaurado su rostro, su dignidad y su vida. Consiguió que un cirujano plástico le atendiera, sin coste alguno. Él empezó a ver la vida con alegría, esperanza y amor; la cirugía y la reconstrucción dental fueron todo un éxito; comenzó a participar en actividades de la iglesia, fue bendecido con una maravillosa esposa e hijos, alcanzó el éxito en la carrera que soñaba: ser un gran actor y productor de cine, con reconocimiento mundial; y debido a su experiencia conserva un alto grado de sensibilidad solidaria ante las necesidades de quienes sufren... Este joven es Mel Gibson, que está haciendo grandes películas (La Pasión, Braveheat, El hombre que hacía milagros…) y su vida inspiró el filme “Un hombre sin rostro”, que él mismo produjo (Cfr. “Les dejo mi Paz”). En ella muestra cómo este hombre a su vez ayuda a un chico que tiene serios problemas, y necesita un referente para crecer por dentro; así, será ayuda para los demás.
Nuestro corazón puede desfigurarse por el pecado, pero la confesión es la cirugía que nos devuelve la belleza, aunque haya pasado la cosa más traicionera y difícil de curar; se cura todo si hemos puesto nuestro corazón en Jesús.
Entonces estamos seguros, como dice el Salmo: “¡Feliz el hombre que no sigue el consejo de los malvados, ni se detiene en el camino de los pecadores, ni se sienta en la reunión de los impíos, sino que se complace en la ley del Señor y la medita de día y de noche! Él es como un árbol plantado al borde de las aguas, que produce fruto a su debido tiempo, y cuyas hojas nunca se marchitan: todo lo que haga le saldrá bien. No sucede así con los malvados: ellos son como paja que se lleva el viento, porque el Señor cuida el camino de los justos, pero el camino de los malvados termina mal”. Es el destino de los buenos y de los malos. Los dos caminos, que Jesús nos cuenta con una parábola. «Era un hombre rico que vestía de púrpura y lino, y celebraba todos los días espléndidas fiestas. Y un pobre, llamado Lázaro, que, echado junto a su portal, cubierto de llagas, deseaba hartarse de lo que caía de la mesa del rico pero hasta los perros venían y le lamían las llagas.
Sucedió, pues, que murió el pobre y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. Murió también el rico y fue sepultado. Estando en el Hades entre tormentos, levantó los ojos y vio a lo lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno. Y, gritando, dijo: ‘Padre Abraham, ten compasión de mí y envía a Lázaro a que moje en agua la punta de su dedo y refresque mi lengua, porque estoy atormentado en esta llama’. Pero Abraham le dijo: ‘Hijo, recuerda que recibiste tus bienes durante tu vida y Lázaro, al contrario, sus males; ahora, pues, él es aquí consolado y tú atormentado. Y además, entre nosotros y vosotros se interpone un gran abismo, de modo que los que quieran pasar de aquí a vosotros, no puedan; ni de ahí puedan pasar donde nosotros’.
Replicó: ‘Con todo, te ruego, padre, que le envíes a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que les dé testimonio, y no vengan también ellos a este lugar de tormento’. Díjole Abraham: ‘Tienen a Moisés y a los profetas; que les oigan’. Él dijo: ‘No, padre Abraham; sino que si alguno de entre los muertos va donde ellos, se convertirán’. Le contestó: ‘Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se convencerán, aunque un muerto resucite’».
Al rico lo hemos llamado Epulón y el pobre sí que sabemos el nombre, se llamaba Lázaro. San Agustín decía: «Ved a uno y a otro, al que vive en el placer y al que vive en el dolor: el rico vivía entre placeres y el pobre entre dolores; el primero banqueteaba, el segundo sufría; aquél era tratado con respeto por la familia que lo rodeaba, éste era lamido por los perros; aquél se volvía más duro en sus banquetes, éste ni con las migajas podía alimentarse. / Pasó el placer, pasó la necesidad; pasaron los bienes del rico y los males del pobre; al rico le vinieron males y al pobre bienes. Lo pasado pasó para siempre; lo que vino después nunca disminuyó. El rico ardía en los infiernos; el pobre se alegraba en el seno de Abrahán. Primeramente había deseado el pobre una migaja de la mesa del rico; luego deseó el rico una gota del dedo del pobre. La penuria de éste acabó en la saciedad; el placer de aquél terminó en el dolor sin fin». Con el tiempo, las cosas se ponen en su sitio… El rico de la parábola no está en el infierno, pues tenía ciertos sentimientos de preocupación por los de su familia, y en el infierno no hay amor. Se está purificando…
La Madre Teresa de Calcuta nos decía que hay que amar “hasta que nos duela”. A veces nos toca repartir caramelos entre nuestros hermanos o amigos y nos quedamos con muy pocos, y nos duele dar, pero estamos contentos. Es la alegría del dar. Vamos a hablar con la Virgen: ¿en qué me puedo dar más?
Jeremías dice: “¡Maldito el hombre que… se aparta del Señor! Él es como un matorral en la estepa que no ve llegar la felicidad; habita en la aridez del desierto, en una tierra salobre e inhóspita. ¡Bendito el hombre que confía en el Señor y en Él tiene puesta su confianza! Él es como un árbol plantado al borde de las aguas, que extiende sus raíces hacia la corriente; no teme cuando llega el calor y su follaje se mantiene frondoso; no se inquieta en un año de sequía y nunca deja de dar fruto”. El corazón humano es complicado, pero “Yo, el Señor, sondeo el corazón y examino las entrañas, para dar a cada uno según su conducta, según el fruto de sus acciones”, de su corazón generoso.
¿Qué es generosidad? Es dar limosna a un niño de la calle, invertir tiempo en obras de caridad, pero también escuchar al amigo que quiere abrir su corazón. En definitiva, salir de uno mismo, dejar de estar “en-si-mismado” (metido en sí mismo) y pasar a estar “en-tu-siasmado” (volcado hacia el tú de los demás, salir de uno mismo). No mirarse al espejo, sino descubrir qué necesitan los demás.
La generosidad es la expresión del amor, eso que no puede comprarse en ningún centro comercial, pero que es la esencia de la vida, lo que de verdad ilumina el mundo. Quizá aparentemente “no sirve de nada”, pero cuando falta no queda nada que sirva. Es virtud de las almas grandes, una apertura del corazón que sabe amar, donde no se busca más gratificación que dar y ayudar. Eso, en sí mismo, satisface. “Mejor es dar que recibir”. Con su ejercicio, se ensancha el corazón pues el egoísmo empequeñece, y el aumento de la capacidad de amor da más juventud al alma.
Generosidad es juzgar con comprensión; sonreír y hacer la vida agradable a los demás, aunque tengamos un mal día o esa persona nos caiga antipática; adelantarse en los pequeños servicios, “que no se nos caigan los anillos” al hacer algo que está “por debajo” de nuestra condición, pues para quien es generoso no hay arriba ni abajo, todo es ocasión de servir: hablando bien de todos, escuchando atentamente, con el don de la oportunidad y visión positiva, con fe… y haciendo favores. Qué bonito es oír a un compañero que nos dice: “gracias a ti aprobé las matemáticas”. Facilitar la amistad a quien le cuesta coger confianza, y acercarse prudentemente. Sobre todo, cuando tratamos a los demás viendo a Jesús en ellos, oyendo cómo el Señor nos dice “lo que hacéis con estos lo hacéis conmigo”.
La generosidad lleva así al mejor de los sacrificios, que es la misericordia, participar con los sentimientos de la miseria ajena para hacerla propia; y así la limosna es algo natural, como el amor a los pobres. Muchas veces son los más necesitados los que poseen ese don de la misericordia; cuando servimos experimentamos lo que decía Tagore: “dormía y soñaba que la vida era alegría. Desperté y ví que la vida era servicio. Y al servir comprobé que el servicio era alegría”.
Vivir no es transcurrir. La primera lectura de hoy nos pregunta por eso: "¿Quién entenderá el corazón del hombre?".
Hace muchos años, a un hombre se le presentó la oportunidad de mejorar su empleo, pero debía emigrar con su familia desde Nueva York hasta Australia; y así lo hizo. Entre su numerosa familia tenía un apuesto hijo que soñaba en convertirse en un gran actor. Mientras su sueño se hacía realidad, trabajaba en los embarcaderos. Una noche, de regreso a casa, fue atacado por un grupo de delincuentes, quienes además de robarle, lo golpearon salvajemente, desfigurando su rostro y dejándolo al borde de la muerte. Incluso la policía al encontrarlo lo llevó a la morgue; sin embargo, al darse cuenta de que aún vivía, lo trasladó a urgencias.
Al verle, una enfermera exclamó con horror: ¡Este joven no tiene rostro! (me salto los detalles de la descripción, pueden verse en Internet). Fue intervenido quirúrgicamente en numerosas ocasiones, tiempo en que estuvo debatiéndose entre la vida y la muerte. Su recuperación fue lenta, aun y así producía asombro y hasta miedo y rechazo... ya no era más aquel joven apuesto y soñador. Reintegrarse a la vida social fue difícil; no lograba hacer amigos, no conseguía trabajo, a excepción de ser atracción en un circo como “El hombre sin rostro”, pero aun ahí la gente no quería acercarse a él; sufría mucho, hasta el grado de llegar a tener pensamientos suicidas.
Un día, en un templo, lloraba y suplicaba a Dios que tuviera compasión de él; un sacerdote se impresionó tanto al verle y escuchar su relato que le prometió hacer todo lo que estuviera a su alcance para que fuera restaurado su rostro, su dignidad y su vida. Consiguió que un cirujano plástico le atendiera, sin coste alguno. Él empezó a ver la vida con alegría, esperanza y amor; la cirugía y la reconstrucción dental fueron todo un éxito; comenzó a participar en actividades de la iglesia, fue bendecido con una maravillosa esposa e hijos, alcanzó el éxito en la carrera que soñaba: ser un gran actor y productor de cine, con reconocimiento mundial; y debido a su experiencia conserva un alto grado de sensibilidad solidaria ante las necesidades de quienes sufren... Este joven es Mel Gibson, que está haciendo grandes películas (La Pasión, Braveheat, El hombre que hacía milagros…) y su vida inspiró el filme “Un hombre sin rostro”, que él mismo produjo (Cfr. “Les dejo mi Paz”). En ella muestra cómo este hombre a su vez ayuda a un chico que tiene serios problemas, y necesita un referente para crecer por dentro; así, será ayuda para los demás.
Nuestro corazón puede desfigurarse por el pecado, pero la confesión es la cirugía que nos devuelve la belleza, aunque haya pasado la cosa más traicionera y difícil de curar; se cura todo si hemos puesto nuestro corazón en Jesús.
Entonces estamos seguros, como dice el Salmo: “¡Feliz el hombre que no sigue el consejo de los malvados, ni se detiene en el camino de los pecadores, ni se sienta en la reunión de los impíos, sino que se complace en la ley del Señor y la medita de día y de noche! Él es como un árbol plantado al borde de las aguas, que produce fruto a su debido tiempo, y cuyas hojas nunca se marchitan: todo lo que haga le saldrá bien. No sucede así con los malvados: ellos son como paja que se lleva el viento, porque el Señor cuida el camino de los justos, pero el camino de los malvados termina mal”. Es el destino de los buenos y de los malos. Los dos caminos, que Jesús nos cuenta con una parábola. «Era un hombre rico que vestía de púrpura y lino, y celebraba todos los días espléndidas fiestas. Y un pobre, llamado Lázaro, que, echado junto a su portal, cubierto de llagas, deseaba hartarse de lo que caía de la mesa del rico pero hasta los perros venían y le lamían las llagas.
Sucedió, pues, que murió el pobre y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. Murió también el rico y fue sepultado. Estando en el Hades entre tormentos, levantó los ojos y vio a lo lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno. Y, gritando, dijo: ‘Padre Abraham, ten compasión de mí y envía a Lázaro a que moje en agua la punta de su dedo y refresque mi lengua, porque estoy atormentado en esta llama’. Pero Abraham le dijo: ‘Hijo, recuerda que recibiste tus bienes durante tu vida y Lázaro, al contrario, sus males; ahora, pues, él es aquí consolado y tú atormentado. Y además, entre nosotros y vosotros se interpone un gran abismo, de modo que los que quieran pasar de aquí a vosotros, no puedan; ni de ahí puedan pasar donde nosotros’.
Replicó: ‘Con todo, te ruego, padre, que le envíes a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que les dé testimonio, y no vengan también ellos a este lugar de tormento’. Díjole Abraham: ‘Tienen a Moisés y a los profetas; que les oigan’. Él dijo: ‘No, padre Abraham; sino que si alguno de entre los muertos va donde ellos, se convertirán’. Le contestó: ‘Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se convencerán, aunque un muerto resucite’».
Al rico lo hemos llamado Epulón y el pobre sí que sabemos el nombre, se llamaba Lázaro. San Agustín decía: «Ved a uno y a otro, al que vive en el placer y al que vive en el dolor: el rico vivía entre placeres y el pobre entre dolores; el primero banqueteaba, el segundo sufría; aquél era tratado con respeto por la familia que lo rodeaba, éste era lamido por los perros; aquél se volvía más duro en sus banquetes, éste ni con las migajas podía alimentarse. / Pasó el placer, pasó la necesidad; pasaron los bienes del rico y los males del pobre; al rico le vinieron males y al pobre bienes. Lo pasado pasó para siempre; lo que vino después nunca disminuyó. El rico ardía en los infiernos; el pobre se alegraba en el seno de Abrahán. Primeramente había deseado el pobre una migaja de la mesa del rico; luego deseó el rico una gota del dedo del pobre. La penuria de éste acabó en la saciedad; el placer de aquél terminó en el dolor sin fin». Con el tiempo, las cosas se ponen en su sitio… El rico de la parábola no está en el infierno, pues tenía ciertos sentimientos de preocupación por los de su familia, y en el infierno no hay amor. Se está purificando…
La Madre Teresa de Calcuta nos decía que hay que amar “hasta que nos duela”. A veces nos toca repartir caramelos entre nuestros hermanos o amigos y nos quedamos con muy pocos, y nos duele dar, pero estamos contentos. Es la alegría del dar. Vamos a hablar con la Virgen: ¿en qué me puedo dar más?
Día 15º. MIÉRCOLES SEGUNDO (3 de Marzo): Jesús anuncia su Pasión. Con su amor y humildad nos sirve de ejemplo, del camino a seguir.
Día 15º. MIÉRCOLES SEGUNDO (3 de Marzo): Jesús anuncia su Pasión. Con su amor y humildad nos sirve de ejemplo, del camino a seguir.
Los malvados dijeron: "¡Vengan, tramemos un plan contra Jeremías… inventemos alguna mentira contra él…". El pobre estaba desconcertado y reza así: “¿Acaso se devuelve mal por bien para que me hayan cavado una fosa? Recuerda que yo me presenté delante de ti para hablar en favor de ellos, para apartar de ellos tu furor”. Jeremías que se porta bien y sufre los ataques de los demás que les fastidia el profeta es una figura de Cristo, que precisamente hoy anuncia su Pasión. Jeremías es un alma sensible, que sufre mucho cuando le atacan injustamente: Te ruego, Señor, por todos los perseguidos, criticados, marginados a causa de lo que hacen o de lo que dicen. Qué poder más grande el de la lengua: puede hacer mucho bien o destruir a alguien. Es a veces mucho peor que un puñetazo o una herida profunda. También ahora la Iglesia estorba a los que quieren portarse mal, y el Papa es criticado porque defiende la verdad de la vida, de la familia, de Dios. Dicen que mientras Sócrates meditaba, un discípulo se acercó diciéndole: "Maestro, quiero contarle algo, un amigo suyo habló de usted en mal plan". El gran filósofo de Grecia lo interrumpe preguntando:
“-¿Ya hiciste pasar por las tres cribas lo que me vas a contar?”
“-¿Cuáles?” le responde el otro.
“-La primera, la verdad: ¿ya examinaste si lo que quieres decirme es verdadero en todos sus puntos?”
El sorprendido discípulo contestó: "-No, lo he oído decir a unos vecinos".
Sócrates replicó: "-al menos habrás hecho pasar por la criba de la bondad; lo que me quieres contar, ¿es bueno por lo menos?”
El discípulo dijo: "-No, en realidad es todo lo contrario".
-“Ahhh... -interrumpió Sócrates-. Entonces, vamos a la tercera criba: -¿Es necesario que me cuentes eso?”
-"Para ser sincero no, necesario no es", dijo el intrigante.
Entonces Sócrates le respondió: "-Si no es verdadero, ni bueno, ni necesario... no merece ser conocido por nadie, sepultémoslo en el olvido".
¡Cuánto daño, por esparcir maledicencias! ¡Cuántos sufrimientos se podrían evitar callando, o pensando un poco, antes de dejar ir aquello en un momento de mal genio! Hay personas que primero hablan, sin pensar lo que dicen y pierden amigos... A ver si entendemos qué significa que “somos dueños de nuestro silencio, y esclavos de nuestras palabras”. Jesús en la Cruz pedirá por sus verdugos: «Perdónalos, porque no saben lo que hacen».
No es fácil rezar por los que nos hacen daño… vamos a pedirlo al Espíritu Santo, que transforme nuestro corazón… y que nos dé la fe que reza el Salmo: “Sácame de la red que me han tendido, porque tú eres mi refugio. Yo pongo mi vida en tus manos: tú me rescatarás, Señor, Dios fiel. Oigo los rumores de la gente y amenazas por todas partes, mientras se confabulan contra mí y traman quitarme la vida. Pero yo confío en ti, Señor, y te digo: "Tú eres mi Dios, mi destino está en tus manos". Líbrame del poder de mis enemigos y de aquellos que me persiguen”. Tranquilos, porque si Dios está de nuestra parte, ¿quién se atreverá a ponerse en contra nuestra? La última palabra la tendrá siempre la Vida. Confiemos nuestra vida en manos de Dios y Él nos llevará consigo a la Gloria que les espera a los que viven siéndole fieles. Jesús ha hecho primero el camino. Él ha dicho: "El buen pastor da su vida por sus ovejas." Y su vida nueva surge de la muerte.
Jesús iba subiendo a Jerusalén, tomó aparte a los Doce, y les dijo por el camino: «Mirad que subimos a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado a los sumos sacerdotes y escribas; le condenarán a muerte y le entregarán a los gentiles, para burlarse de Él, azotarle y crucificarle, y al tercer día resucitará».
Entonces se le acercó la madre de los hijos de Zebedeo con sus hijos, y se postró como para pedirle algo. Él le dijo: «¿Qué quieres?». Dícele ella: «Manda que estos dos hijos míos se sienten, uno a tu derecha y otro a tu izquierda, en tu Reino». Replicó Jesús: «No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber la copa que yo voy a beber?». (La copa es la amargura, el dolor) Dícenle: «Sí, podemos». Díceles: «Mi copa, sí la beberéis; pero sentarse a mi derecha o mi izquierda no es cosa mía el concederlo, sino que es para quienes está preparado por mi Padre».
Al oír esto los otros diez, se indignaron contra los dos hermanos. Mas Jesús los llamó y dijo: «Sabéis que los jefes de las naciones las dominan como señores absolutos, y los grandes las oprimen con su poder. No ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será vuestro esclavo; de la misma manera que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos». Van aprendiendo que no quien sigue a Jesús no ha de seguir el poder, el prestigio, el éxito y quedar bien. Cristo se entrega, es servidor de los demás, no busca los puestos de honor, y es el modelo para nosotros: «No he venido a ser servido, sino a servir, a dar mi vida por los demás». Como decía la Madre Teresa de Calcuta: “El hombre que no vive para servir no sirve para vivir”. Y san Josemaría: “para servir, servir”. Y al Papa se le llama “el siervo de los siervos de Dios”. Y a los que se les reza porque podrían ser santos, “siervo de Dios”.
Escribía J. Urteaga: "Ocurrió en un pueblo español. Intervienen como protagonistas: un muchacho enfermo, su familia, una ermita dedicada a Santa María y muchas súplicas.
El chico tiene 14 años, era alegre, dinámico, cicharachero, incapaz de estarse quieto un instante, deportista...; en muy poco tiempo el muchacho ha sufrido un cambio espectacular. Una parálisis progresiva le tiene inmovilizado en un sillón de ruedas. Toda aquella alegría contagiosa se ha transformado en un infierno, especialmente para la familia; en lo humano es inútil, en lo espiritual un pequeño monstruo egoísta. Todos deben servirle, cuidarle, atenderle, desvivirse por él. Todo es poco.
Una luz se ha encendido en el alma de su madre. Le llevaran a la ermita. Rezarán a la Virgen. Le pedirán su curación. Se hará el milagro.
Llegó el día. Ante la reja hay una madre que habla en voz alta con la Virgen, sin que le importe ni poco ni mucho que haya gente en su entorno.
¡María, tienes que cuidar a mi hija! ¡Es mi pequeña! Cúrala María. Que fallen los diagnósticos. ¡Qué no sea cáncer! Esta niña es todo lo que tengo en mi vida. ¡Cómo te la vas a llevar! ¡María, que no sea cáncer! Ella también te lo pide. Me ha dicho que venga a rezarte a la ermita. ¡Anda, María, que no sea cáncer!
Poco después, aquella madre angustiada, santiguándose, abandonó la reja de la ermita.
Es ahora cuando la otra madre, la de nuestro muchacho, se acerca para decirle, al tiempo, con miedo y con dulzura:
¡Hijo!, ¿ya has Pedido a la Virgen... ? Y se realiza el portento.
-Sí, mamá. He pedido la curación... He pedido a la Virgen que no sea cáncer”.
Señor, a veces yo también soy un auténtico monstruo por el egoísmo. Si ser cristiano es parecerse a Ti... me tienes que cambiar. ¡Qué piense en los demás! ¡que haga más por los demás que por mi! ¡que ayude, que haga favores, que me dé cuenta de lo que necesitan o de lo que podría alegrarles! ¡Cúrame, Madre mía, y dame mi corazón generoso! Gracias (cit. por José Pedro Manglano). Continúa hablándole a Dios con tus palabras.
Cuaresma 2ª semana, miércoles: anuncio de la Pasión de Jesús, que con su amor y humildad es nuestro ejemplo, del camino a seguir.

Cuaresma 2ª semana, miércoles: anuncio de la Pasión de Jesús, que con su amor y humildad es nuestro ejemplo, del camino a seguir.
Libro de Jeremías 18,18-20: Ellos dijeron: "¡Vengan, tramemos un plan contra Jeremías, porque no le faltará la instrucción al sacerdote, ni el consejo al sabio, ni la palabra al profeta! Vengan, inventemos algún cargo contra él, y no prestemos atención a sus palabras". ¡Préstame atención, Señor, y oye la voz de los que me acusan! ¿Acaso se devuelve mal por bien para que me hayan cavado una fosa? Recuerda que yo me presenté delante de ti para hablar en favor de ellos, para apartar de ellos tu furor.
Salmo 31,5-6.14-16: Sácame de la red que me han tendido, porque tú eres mi refugio. Yo pongo mi vida en tus manos: tú me rescatarás, Señor, Dios fiel. Oigo los rumores de la gente y amenazas por todas partes, mientras se confabulan contra mí y traman quitarme la vida. Pero yo confío en ti, Señor, y te digo: "Tú eres mi Dios, mi destino está en tus manos". Líbrame del poder de mis enemigos y de aquellos que me persiguen.
Texto del Evangelio (Mt 20,17-28): En aquel tiempo, cuando Jesús iba subiendo a Jerusalén, tomó aparte a los Doce, y les dijo por el camino: «Mirad que subimos a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado a los sumos sacerdotes y escribas; le condenarán a muerte y le entregarán a los gentiles, para burlarse de Él, azotarle y crucificarle, y al tercer día resucitará».
Entonces se le acercó la madre de los hijos de Zebedeo con sus hijos, y se postró como para pedirle algo. Él le dijo: «¿Qué quieres?». Dícele ella: «Manda que estos dos hijos míos se sienten, uno a tu derecha y otro a tu izquierda, en tu Reino». Replicó Jesús: «No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber la copa que yo voy a beber?». Dícenle: «Sí, podemos». Díceles: «Mi copa, sí la beberéis; pero sentarse a mi derecha o mi izquierda no es cosa mía el concederlo, sino que es para quienes está preparado por mi Padre».
Al oír esto los otros diez, se indignaron contra los dos hermanos. Mas Jesús los llamó y dijo: «Sabéis que los jefes de las naciones las dominan como señores absolutos, y los grandes las oprimen con su poder. No ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será vuestro esclavo; de la misma manera que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos».
Comentario: 1. Jer 18, 18-20: “Señor, hazme caso, oye cómo me acusan. ¿Es que se paga el bien con el mal?” Jeremías sufriente es una figura de Cristo, que precisamente en el evangelio de hoy anuncia su Pasión. Jeremías es un poeta, un alma sensible, que sufre como tantos de hoy por causa de la verdad, de la justicia: “Te ruego, Señor, por todos los perseguidos, criticados, desestimados a causa de lo que hacen o de lo que dicen. -«Venid, le heriremos a lenguaradas». Temible poder el de la lengua: puede destruir a un hombre. Calumnia, maledicencia... Su daño es mucho peor que un puñetazo o un tajo de espada. La herida es a veces muy profunda. Ocasión para mí de preguntarme si presto atención a lo que digo y cómo lo digo. ¿Hay quizá personas a las que daña el tono de mis palabras? Pero Tú, Señor, escúchame, y oye lo que dicen mis adversarios” (Noel Quesson). (El Salmo es como una glosa de todo esto).
Jeremías fue una figura impresionante de la pasión de Jesús. Tuvo que hablar en nombre de Dios en tiempos difíciles, inmediatamente antes del destierro final. No le hicieron caso. Le persiguieron. En el primer párrafo hablan los que conspiran contra el profeta. Les estorba. Como estorban siempre los verdaderos profetas, los que dicen, no lo que halaga los oídos de sus oyentes, sino lo que les parece en conciencia que es la voluntad de Dios. «No haremos caso de sus oráculos». Irónicamente dicen estos «judíos malvados» que, aunque eliminen a un profeta como Jeremías, no les faltarán ni sacerdotes ni sabios ni profetas que sí digan lo que a ellos les agrada. Son los falsos profetas, que siempre han hecho carrera. En el siguiente párrafo es el profeta el que se queja ante Dios de esta persecución y le pide su ayuda. Se siente indefenso, «me acusan, han cavado una fosa para mí». La súplica continúa en el salmo: «sácame de la red que me han tendido, oigo el cuchicheo de la gente, se conjuran contra mí y traman quitarme la vida... pero yo confío en ti, sálvame, Señor». Y eso que Jeremías había intercedido ante Dios a favor del pueblo que ahora le vuelve la espalda. Lo que pasa con Jeremías es un exacto anuncio de lo que en el NT harán con Jesús sus enemigos, acusándole y acosándole hasta eliminarlo. Pero Él murió pidiendo a Dios que perdonara a sus verdugos. Jeremías es también el prototipo de tantos inocentes que padecen injustamente por el testimonio que dan, y de tantos profetas que en todos los tiempos han padecido persecución y muerte por sus incómodas denuncias.
Dicen que mientras Sócrates meditaba, un discípulo se acercó diciéndole: "Maestro, quiero contarle algo, un amigo suyo habló de usted con malevolencia". El inmortal filósofo ateniense lo interrumpe preguntando: “¿Ya hiciste pasar por las tres cribas lo que me vas a contar? La primera de ellas es la verdad: ¿ya examinaste si lo que quieres decirme es verdadero en todos sus puntos?” El sorprendido discípulo contestó: "No, lo he oído decir a unos vecinos". Sócrates replicó: "-al menos habrás hecho pasar por la criba de la bondad; lo que me quieres contar ¿Es bueno por lo menos?” El discípulo dijo "No, en realidad es todo lo contrario". -“Ahhh... -interrumpió Sócrates-. Entonces, vamos a la tercera criba: ¿Es necesario que me cuentes eso?” -"Para ser sincero no, necesario no es", dijo el intrigante. Entonces Sócrates le respondió: "-Si no es verdadero, ni bueno, ni necesario... no merece ser conocido por nadie, sepultémoslo en el olvido". ¡Cuánto daño, por esparcir maledicencias! ¡Cuántos sufrimientos se podrían evitar callando, o pensando un poco, antes de dejar ir aquello en un momento cargado de emotividad! Hay personas que primero hablan, envalentonadas por el alcohol o el afán de quedar bien, por “el climax” del momento, y por la hinchazón de gloria de un momento pierden amigos por haber tocado su honra. Recordemos que somos dueños de nuestro silencio, y esclavos de nuestras palabras.
El clamor del profeta («Tú, Señor, escúchame») es anuncio del desahogo de Jesús en la Cruz, y su petición por sus verdugos: «Perdónalos, porque no saben lo que hacen». Es un buen momento para unirnos a la vida y sufrimientos de todos los que padecen... que de algún modo son imagen de los sufrimientos de Cristo, quien está con ellos padeciendo. San Agustín dice: «La pasión de nuestro Señor y Salvador Jesucristo es una prenda de gloria y una enseñanza de paciencia. Pues, ¿qué dejará de esperar de la gloria de Dios el corazón de los fieles, si por ellos el Hijo único de Dios, coeterno con el Padre, no se contentó con nacer como un hombre entre los hombres, sino que quiso incluso morir por mano de los hombres, que Él mismo había creado? Grande es lo que el Señor nos promete para el futuro, pero es mucho mayor aún aquello que celebramos recordando lo que ha hecho por nosotros».
No es sencillo aceptar las consecuencias del cumplimiento fiel de nuestra acción profética. No sólo hemos de denunciar al pueblo sus delitos; también hemos de proponer caminos de salvación. Tal vez quienes se sientan afectados en sus intereses, cargados de maldades y de injusticias, traten de acabar con nosotros. Sin embargo, no por eso nos vamos a quedar mudos. El Señor nos enseña que hay que orar por nuestros enemigos, por los que nos persiguen y maldicen. Jeremías, efectivamente, le dice al Señor: Recuerda cómo he insistido ante ti, intercediendo en su favor, para apartar de ellos tu cólera. Y aun cuando más adelante le pida al Señor que les castigue por haber cerrado su corazón y no querer volver a Él, persiguiendo a su enviado, nos está advirtiendo el profeta que hemos de aprovechar la oportunidad que Dios nos da, antes de que sea demasiado tarde y nos sea imposible volver atrás. Seamos nosotros los primeros en abrir nuestro corazón a Dios. Dejemos nuestros caminos de maldad. Reconozcamos con humildad nuestros pecados y volvamos al Señor, rico en misericordia para con nosotros.
2. Sal 30,5-6.14.15-16: Si Dios está de nuestra parte, ¿quién se atreverá a ponerse en contra nuestra? Sin embargo, por causa del Señor nos persiguen y traman quitarnos la vida. Dios no nos abandonará a la muerte, pues aun cuando tengamos que pasar por ella, la última palabra la tendrá siempre la vida, pues el Señor nos llama a vivir eternamente con Él. No podemos buscar la muerte como testimonio supremo de nuestra fe, pues de hacerlo así estaríamos actuando más buscando nuestra propia gloria que la gloria de Dios, o estaríamos indicando que somos víctimas de alguna enfermedad psicológica. Quienes damos testimonio de Cristo lo hacemos con la valentía que nos viene del Espíritu Santo, aceptando con amor todos los riesgos que se nos vengan encima por nuestra fidelidad en el seguimiento del Señor. Confiemos nuestra vida en manos de Dios y Él nos llevará consigo a la Gloria que les espera a los que viven siéndole fieles. “Sálvame, Señor, por tu misericordia”. Precisamente el Evangelio proclama el anuncio de la muerte de Jesús (en total son 9 los anuncios: Mt 16, 21-23; 17, 22-23; 20, 17-23; Mc 8, 31-33; 9, 30-32; 10, 32-34; Lc 9, 22, 44-45; 18, 31-33). Se habla en ellos del tercer día, y “existe una importante gradación en los tres anuncios de la muerte próxima de Cristo. En los dos primeros, en efecto, habla todavía como un rabino que describe la suerte del Hijo del hombre; en el tercero, por el contrario, ya no es el rabino el que habla, sino un hombre fiel que sabe cuál es su deber y que se adentra resueltamente por el camino ineludible ("he aquí que subimos...", v. 18) que le conduce a la muerte reservada a los profetas y a los sembradores de inquietudes”.
Pero “Jesús no anuncia tan sólo su muerte, sino también su resurrección. Este anuncio es sorprendente”. Is 55 habla de sufrir (entregado, agobiado...), pero “no hay nada en el Antiguo Testamento que permita pensar en una resurrección del Mesías. Apenas si se admitía en algunos medios la noción de una resurrección general (2 Mac 7, 9-29; Dan 12, 2), y cuando los apóstoles se vieron más adelante en precisión de justificar la resurrección partiendo del Antiguo Testamento no encontraron más que textos acomodables, como Sal 15/16 (Act 2,22-32; 13,34-35). No nos imaginamos ver a Jesús proclamar estas confidencias, y contemplar los pensamientos que pasan por su mente: ¿cómo el "amo del cielo y de la tierra" pasa por esto?; ¿por qué? y ¿para qué? Y oímos aquel "no hay más grande amor que el de dar la vida por aquellos que se ama". Y aquel otro "Yo he venido para que tengan vida, y en abundancia." Y también: "He aquí la sangre de la alianza para el perdón de los pecados.” Y aun: "El buen pastor da su vida por sus ovejas." Una vida nueva surge de la muerte. Tenemos ya el valor escondido y misterioso del sufrimiento, del sacrificio, lo que en el fondo ha de explicar una religión, el límite al que no alcanza la filosofía...
¿Podéis beber "mi copa"?, nos dice hoy también Jesús. Cuando sufro, ¿soy consciente de acercar mis labios a la misma copa que Jesús?
3. Mt 20, 17-28: “El que quiera ser grande entre ustedes, que sea su servidor”. Mateo cuenta que la madre de Santiago y Juan pide para sus hijos los puestos de honor. –“Subiendo Jesús hacia Jerusalén, tomó aparte a los doce”. La Cuaresma es también una "subida hacia Jerusalén". Un camino hacia la cruz. Jesús tiene que decir un secreto, que no puede confiar más que a los más íntimos. Los toma "aparte". El Hijo del hombre ha de ser entregado, condenado, escarnecido, azotado, crucificado... Jesús sabe, detalladamente, lo que le espera. Decidido, tranquilo, libre, sube hacia Jerusalén. Trato de imaginarme estas palabras, estas confidencias saliendo de tu propia boca. Trato de contemplar los pensamientos que pasan por tu mente, Señor, al expresar estas cosas. Si Tú, Señor, "amo del cielo y de la tierra", has pasado por todo ello, ayúdame a comprender un poco ¿por qué? y ¿para qué? "No hay más grande amor que el de dar la vida por aquellos que se ama… Yo he venido para que tengan vida, y en abundancia… He aquí la sangre de la alianza para el perdón de los pecados… El buen pastor da su vida por sus ovejas." –“Y resucitará al tercer día”. Una vida nueva surge de la muerte. Valor escondido y misterioso del sufrimiento, del sacrificio. ¿Creo yo realmente en el misterio pascual? ¿Qué luz me aporta este misterio, frente a mis infortunios, a mis pecados, frente a los problemas del mundo y de la Iglesia? El hombre "escarnecido"... esto continúa en el día de hoy. ¿Estoy convencido de que en ello se prepara una "resurrección"? ¿Qué es lo que cambia?
-“La madre de los hijos de Zebedeo se acercó y pidió a Jesús: "Que mis dos hijos se sienten uno a tu derecha y otro a tu izquierda en tu reino". "No sabéis lo que pedís"...” Es verdad, Señor, no lo sabemos. "¡Servir!" -“¿Podéis beber la copa que Yo beberé?” Simbolismo bíblico. La "copa" amarga que se traga toda de golpe a pesar del mal sabor, es el símbolo de la prueba, de la adversidad. (Salmo 75, 9; Is 51, 17; Jr 25, 15) Esta madre, efectivamente, no sabía lo que pedía. Estar con Jesús, a su derecha y a su izquierda, es hacerse "esclavo" como Él, es "servir" a los demás, es "dar su vida en rescate o redención de otros". Este es el sentido que Tú, Jesús, das a tu pasión... y a la misa... y a nuestra vida de cada día. A esta luz quiero revisar, detenidamente, mi vida cotidiana”(Noel Quesson).
“No es de extrañar que los otros diez apóstoles reaccionaran disgustados: pero es porque ellos también querían lo mismo, y esos dos se les habían adelantado.
Los criterios de aquellos apóstoles eran exactamente los criterios de este mundo: el poder, el prestigio, el éxito humano. Mientras que los de Cristo son la entrega de sí mismo, ser servidores de los demás, no precisamente buscando los puestos de honor.
En nuestro camino de preparación para la Pascua se nos propone hoy un modelo soberano: Cristo Jesús, que camina decididamente en el cumplimiento de su misión. Va camino de la cruz y de la muerte, el camino de la solidaridad y de la salvación de todos.
«No he venido a ser servido, sino a dar mi vida por los demás». Es el camino de todos los que le imitan... millones de cristianos han seguido el camino de su Maestro hasta la cruz y la vida resucitada. No nos suele gustar el camino de la subida a la cruz. A Jeremías también le hubiera sido mucho más cómodo renunciar a su fuego interior de profeta y callarse, para volver a su pueblo a divertirse con sus amigos. A Jesús le hubiera ido mucho mejor, humanamente, si no hubiera denunciado con tanta claridad a las clases dirigentes de su tiempo. Él es el auténtico Siervo de Yahvé. Comenta San Agustín: «Cosa grande es el conocimiento de Cristo crucificado. ¡Cuántas cosas encierra en su interior ese tesoro! ¡Cristo crucificado! Tal es el tesoro escondido de la sabiduría y de la ciencia. No os engañéis, pues, bajo el pretexto de la sabiduría. Juntaos ante la envoltura y orad para que se os desenvuelva. / ¡Necio filósofo de este mundo! Eso que buscas es nada... ¿De qué aprovecha que tengas sed, si desprecias la fuente?... ¿Y cuál es su precepto sino que creamos en Él y nos amemos mutuamente? ¿Creer en quién? En Cristo crucificado. Este es su mandato: que creamos en Cristo crucificado... Pero donde está la humildad, está también la majestad; donde la debilidad, allí el poder; donde la muerte, allí también la vida. Si quieres llegar a la segunda parte, no desprecies la primera».
Los Apóstoles no han puesto ningún límite a su Señor; tampoco nosotros lo hemos puesto. Por eso, cuando pedimos algo en nuestra oración debemos estar dispuestos a aceptar, por encima de todo, la Voluntad de Dios; también cuando no coincida con nuestros deseos. Quiere que le pidamos lo que necesitamos y deseemos pero, sobre todo, que conformemos nuestra voluntad con la suya. Él nos dará siempre lo mejor. El Señor nos invita a una profunda amistad y a compartir un destino común a todos los que queremos seguirle. Para participar en su resurrección gloriosa es necesario compartir con Él la Cruz, y nos pregunta como preguntó a los Apóstoles: ¿Podéis beber el cáliz (2), -el cáliz de la entrega completa al cumplimiento de la voluntad del Padre- que yo voy a beber? ¡Possumus! ¡Podemos, sí, estamos dispuestos! Contestamos como los Apóstoles. Hoy nos preguntamos en la oración si hemos dado al Señor nuestro corazón entero, o seguimos apegados a nuestro amor propio.
No existe vida cristiana sin mortificación. El Señor hizo del dolor un medio de redención; con su dolor nos ha redimido. La mortificación y la vida de penitencia, a la que nos llama la Cuaresma, tienen como motivo principal la corredención, participar del mismo cáliz del Señor. La voluntaria mortificación es medio de purificación y desagravio, necesario para poder tratar al Señor en la oración e indispensable para la eficacia apostólica. Este espíritu de penitencia y de mortificación lo manifestamos en nuestra vida corriente en el quehacer de cada día, sin esperar ocasiones extraordinarias: cumplimiento de nuestro horario, compaginar nuestras obligaciones con Dios, con los demás y con nosotros mismos, tratar con caridad a los demás empezando por los nuestros, soportar con buen humor las mil contrariedades de la jornada, corregir cuando tenemos una misión de gobierno, renunciar a nuestros propios proyectos...
El servicio de Cristo a la humanidad va encaminado a la salvación. Nuestra actitud ha de ser servir a Dios y a los demás con visión sobrenatural, especialmente en lo referente a la salvación, pero también en todas las ocasiones que se presentan cada día. Servir a los demás requiere mortificación y presencia de Dios, y olvido de uno mismo. No nos importe servir y ayudar mucho a quienes están a nuestro lado, aunque no recibamos ningún pago ni recompensa. Nuestra Madre, que sirvió a su hijo y a San José, nos ayudará a darnos sin medida ni cálculo. (F. Fernández Carvajal)
A un cristiano le puede parecer que, en medio de este mundo, es mejor contemporizar y seguir las mismas consignas que todos, en busca del bienestar personal. Pero el camino de la Pascua es camino de vida nueva, de renuncia al mal, de imitación de un Cristo que se entrega totalmente, que nos enseña a no buscar los primeros puestos, sino a ser los servidores de los demás, cosa que en este mundo parece ridícula.
Aquellos discípulos de Jesús que en esta ocasión no habían entendido nada, entre ellos Pedro, madurarán después y no sólo darán valiente testimonio de Jesús a pesar de las persecuciones y las cárceles, sino que todos morirán mártires, entregando su vida por el Maestro.
¿Nos está ayudando la Cuaresma de este año en el camino de imitación de Jesús, en su camino a la cruz? ¿O todavía pensamos con mentalidad humana, persiguiendo los éxitos fáciles y el «ser servidos», saliéndonos siempre con la nuestra, sin renunciar nunca a nada de lo que nos apetece? ¿Organizamos nuestra vida según nuestros gustos o según lo que Dios nos está pidiendo?” (J. Aldazábal). «Señor, guarda a tu familia en el camino del bien que le señalaste» (oración). «Tus palabras, Señor, son espíritu y vida, tú tienes palabras de vida eterna» (aclamación); «Señor, líbranos de las ataduras del pecado» (ofrendas), y concretamente la del orgullo, pues –como el Concilio Vaticano II ha afirmado- «el hombre adquiere su plenitud a través del servicio y la entrega a los demás». Es ese perder la vida, que realmente es cuando la estamos encontrando, como decía la Madre Teresa de Calcuta parafraseando las palabras de Jesús: “El hombre que no vive para servir no sirve para vivir”. Mt. 20, 17-28. Jesús llegará a su Glorificación, y se sentará como Rey del universo; pero no irá por los caminos, ni por los criterios de este mundo, sino por los caminos del servicio y por los criterios del amor misericordioso. El Rey Siervo, el que da su vida para que nosotros tengamos vida, se encamina presuroso hacia Jerusalén, pues está llegando su hora. Cuando nosotros nazcamos de su costado herido como hijos de Dios, Él no se acordará más de sus dolores por el gozo de habernos purificado, y habernos unido a Él como hijos en el Hijo. ¿Alguien quiere reinar con Él? ¿Alguien quiere ser tan importante como Él? No hay más que tomar la propia cruz de cada día y emprender nuestro camino tras las huellas de Cristo, para que donde Él está estemos también nosotros. En esta Eucaristía nos reunimos para unir íntimamente nuestra vida al Señor. Él nos ha convocado no para castigarnos, sino para perdonar nuestras culpas. Aun cuando nos encontramos con Aquel que crucificamos con nuestras maldades, sin embargo Él nos reúne en el amor para que, liberados de la carga de nuestros pecados, entremos en comunión de vida con Él. Dios nos sienta a su mesa con la misma importancia y dignidad que tiene su Hijo único en su presencia. Ojalá y también nosotros bebamos el cáliz del Señor, no sólo porque recibamos la Eucaristía, sino porque hagamos nuestra su misma suerte, es decir, el cáliz que Él bebió. Y en ese cáliz no están sólo nuestros sufrimientos, sino también el anuncio del Evangelio hecho con toda lealtad no sólo desde las palabras, tal vez muy elocuentes, sino desde la vida misma. Nuestro camino hacia la Gloria tendrá que pasar, necesariamente, por la cruz de cada día. No podemos vivir nuestra existencia diaria de un modo inútil. Aun los actos más pequeños y aparentemente insignificantes deben contribuir para que el anuncio del Evangelio llegue a todos. Seamos los primeros en abrir nuestro corazón a la oportunidad que Dios nos ofrece de perdonarnos nuestros pecados, y de convertirnos en testigos suyos. Tal vez en algunos momentos la llamada de Dios se nos convierta en algo doloroso, y quienes lo anuncian nos parezcan molestos. Mas no por eso podemos levantarnos en contra de ellos para apagar su voz. El Señor quiere sanar en nosotros las heridas que dejó el pecado. Nos quiere no como rezanderos, sino como personas comprometidas con Él para vivir con mayor rectitud buscando el bien de todos. Si queremos ser importantes, tal vez no ante los hombres pero sí ante Dios, convirtámonos en servidores fieles del Evangelio que se nos ha confiado. Sepamos que, si por dar testimonio de la verdad vamos a ser perseguidos, o vamos a entregar nuestra vida por Cristo, el Señor nos librará, finalmente, de la muerte para hacernos partícipes de su vida eternamente. Roguémosle a Dios, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda, en este tiempo especial de gracia, la firme decisión de encaminarnos hacia un auténtico encuentro con Él para vivir, ya desde ahora, comprometidos con su Evangelio y poder, al final, gozar de su presencia eternamente. Amén. (www.homiliacatolica.com. Muchos textos están tomados de www.mercaba.org. Llucià Pou, 2009).
Día 14º. MARTES SEGUNDO (2 de Marzo): la pureza de corazón es el amor con que hacemos las cosas.

Día 14º. MARTES SEGUNDO (2 de Marzo): la pureza de corazón es el amor con que hacemos las cosas.
Isaías escucha estas palabras de Dios: “Aunque sus pecados sean como la escarlata, se volverán blancos como la nieve; aunque sean rojos como la púrpura, serán como la lana”. Dios nos perdona siempre, pero hemos de ir con cuidado porque la naturaleza no perdona y si me caigo y me rompo la pierna esto no hay quien lo arregle. Pero para Dios todo tiene arreglo, Él busca la conversión del corazón, he de ser sincero. Cuentan de un hombre que murió y mientras iba al cielo le decía a su ángel que sufría porque no sabía qué decirle al Señor, y el ángel le contestó: “le dirás lo que todos los que le han querido, tranquilo”… y él insistía, nervioso: “pero lo que más miedo me da es lo que me dirá el Señor”, y el ángel: “te dirá lo que a todos los que le han querido, tranquilo”. Cuando llegó a la presencia de Dios sólo se le ocurrió decirle: “Gracias, Señor, por quererme tanto”, y el ángel decía por lo bajo: “¿ves? Lo que todos…” y Dios le respondio: “-Gracias a ti, por pedirme perdón tantas veces”, y el ángel otra vez: “¿ves? Lo que a todos…” porque Dios está esperando que le pidamos perdón, para podernos perdonar de todo corazón, y así puede limpiarnos más.
Un buen sacerdote contaba de un periodista que le preguntó a Dios en una entrevista: “-tu que tienes tanto tiempo, ¿a qué te gusta dedicar el tiempo libre?” y que le contestó: “-a perdonar, hijo mío, a perdonar”. Dios es capaz de «hacer aguas puras con aguas de desagüe», «almas puras con almas gastadas»... «almas blancas con almas sucias»... –“Si aceptáis obedecer, comeréis lo bueno del país”. Promesa de felicidad (Ch. Péguy-Noel Quesson).
El Salmo nos anima a vivir la religión con el amor a los demás, con el buen consejo, corregir, animar, perdonar, consolar… dice: “El que ofrece sacrificios de alabanza, me honra de verdad; y al que va por el buen camino, le haré gustar la salvación de Dios". Así nuestra Cuaresma será un éxito, como el que va a una fiesta con un vestido espléndido. «No todo el que dice “Señor, señor”, entrará en el reino de los cielos»: «Te rogamos, Señor, que esta Eucaristía nos ayude a vivir más santamente, y nos obtenga tu ayuda constantemente» (Poscomunión).
El Evangelio nos habla de seguir a Cristo. “El mayor entre vosotros será vuestro servidor. Pues el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado”.
Vimos en Juan Pablo II un ejemplo de amar al enemigo. Perdonar todo y siempre. El 13 de mayo de 1981, fiesta de la Virgen de Fátima, miles de personas acuden a la plaza de San Pedro para ver a Juan Pablo II. Una niña rubia con un globo azul levanta sus manitas al Papa, que la toma en sus brazos y la levanta en alto sonriente. "Nada hacía presentir -comenta el secretario del Papa, don Estanislao- lo que iba a suceder. Cuando el Santo Padre daba la segunda vuelta a la plaza, el turco Alí Agca disparó contra él... Yo estaba sentado como de costumbre detrás de¡ Santo Padre, y la bala, a pesar de su fuerza, cayó entre nosotros en el automóvil, a mis pies. La otra rozó el codo derecho, quemó la piel y fue a herir a otras personas...".
"¿Qué pensé? Nadie creía que una cosa así fuera posible ...Vi que el Santo Padre había sido alcanzado. Entonces le pregunté:
¿Dónde está herido?" Me respondió: "En el vientre". Todavía le pregunté: "¿Es doloroso?". Y me respondió: "Sí"."
"El Santo Padre no nos miraba. Con los ojos cerrados, sufría mucho y repetía breves plegarias exclamatorias. Si no recuerdo mal, eran sobre todo: "¡María, Madre mía! ¡María, Madre mía!."
"Cuando llegamos al hospital todo era confusión. Una cosa era prepararse para recibir a un Papa, y otra verle llegar exangüe e inconsciente La operación duró cinco horas y veinte minutos, el pulso era casi imperceptible. Todos temíamos lo peor. Le administré el sacramento de la Unción, justo antes de la intervención. El Santo Padre estaba inconsciente."
"La esperanza renació durante la operación gradualmente. Al principio parecía que la muerte era inevitable: el Santo Padre había perdido las tres cuartas partes de su sangre".
"Es extraordinario que la bala no destruyese en su trayectoria ningún órgano esencial. Una bala de nueve milímetros es un proyectil de una brutalidad inaudita. Para no causar daños irreparables en una parte tan compleja del cuerpo, tuvo que seguir una trayectoria improbable. Pasó a unos milímetros de la aorta. Si la hubiera alcanzado, habría sido la muerte instantánea. No tocó la espina dorsal ni ningún punto vital. Digamos, entre nosotros, milagrosamente. "
El Papa estuvo en serio peligro de muerte hasta el 15 de julio. Pero en cuanto pudo, Juan Pablo II se desplazó hasta la cárcel donde estaba prisionero Alí Agca, quien le disparó. Habló con él, a solas, durante mucho tiempo. Le perdonó. Le ayudó. Continúa hablándole a Dios con tus palabras (tomado de Juan Pablo II, Memoria e identidad; com. por José Pedro Manglano). Señor, qué ejemplo para mí. Como Tú, que perdonaste desde la Cruz a los que crucificaban: "Perdónales, Padre". iQue perdone siempre! ¡Ayúdame! Como cristiano no puedo guardar rencor nunca, me hagan lo que me hagan.
Llucià Pou Sabaté
Cuaresma, Domingo 1 (C): Las tentaciones de Jesús son el resumen de todos los males, y nos enseña cómo combatirlos y salir vencedores.

Cuaresma, Domingo 1 (C): Las tentaciones de Jesús son el resumen de todos los males, y nos enseña cómo combatirlos y salir vencedores.
Moisés da sus consejos, y dice que se ofrezca a Dios todas las cosas. ¡Qué bonito empezar el día ofreciéndolo a Dios! Por ejemplo, persignándonos, mientras nos hacemos la señal de la cruz en la frente y diciendo “todos los pensamientos” y luego en los labios” las palabras” y en el pecho “las obras todas de este día” y luego la señal de la cruz “yo te ofrezco este día, y la vida entera, por amor”. O cualquier otra oración. Abel, hijo de Adán y Eva, como era pastor, le ofrecía la mejor de sus ovejas, la más gorda y saludable. Caín, en cambio, era labrador, y le ofrecía lo peor de su cosecha: tomates podridos y manzanas picadas. Dios aceptaba la ofrenda de Abel, y por eso su humo subía derecho al Cielo, pero rechazaba la de Caín, cuyo humo se estancaba a ras de suelo.
En la Misa ponemos imaginariamente sobre el altar el fruto de nuestro trabajo; en la del Domingo, por ejemplo, ofrecemos a Dios el estudio y las tareas domésticas de toda la semana. Ahora bien, hay que trabajar bien, no podemos ofrecerle chapuzas. Y si hemos trabajado mal, al menos pediremos perdón con el propósito de rectificar. Oración:
Te ofrezco, Señor, mi trabajo
como ofrenda limpia y pura,
este esfuerzo de aquí abajo
hasta ti quiero que suba.
No queremos la malicia de Caín, sino la bondad de Abel.
Un ejemplo. Papá y mamá están ocupados trabajando en el jardín y ruegan a la pequeña Sofía, su hija, que ponga la mesa. Sofía, que está viendo su programa favorito de televisión, dice que sí, pero continúa ante el televisor, de tal forma que cuando sus padres entran en casa, la mesa no está puesta. Aquello desagrada a los padres, pero no les ofende, porque en la desobediencia de Sofía ha habido poco interés, descuido, poca malicia, ir a lo suyo en algo pequeño.
Una noche, sin embargo, Vanesa, la hija mayor, ya en la puerta, se enfrenta a sus padres y les dice: "¡Ya estoy harta de que me digáis a qué hora tengo que regresar. Me voy de casa, aquí os quedáis, volveré cuando me apetezca!". Y, dando un portazo, desaparece. En este caso, está claro que hay mayor malicia, una desobediencia buscada y querida, que lleva consigo desprecio a los padres y rechazo de su autoridad. Entre la desobediencia de Sofía y la de Vanesa, hay una diferencia. Pues bien, tal es la diferencia que existe, desde el punto de vista de Dios, entre el pecado mortal y el pecado venial; una diferencia inmensa. El pecado mortal mata la presencia de Dios en mí; rompe y destruye mi relación con Dios: le doy un portazo y desaparezco. Señor, te pido que me ayudes a darme cada vez más cuenta de que mis pecados, son actos míos que te duelen a ti, momentos en los que paso de ti, elijo lo que a mí me viene bien, dejándote a ti o a otros de lado; y por lo tanto mis pecados te duelen. Dame dolor de mis pecados, dolor de amor. El pecado mortal es el mal de verdad, lo que mancha el mundo, lo que le duele a Dios, lo que nos hace daño. Pero también nos pone enfermitos los veniales sobre todo si hay un montón, como el que tiene un grano y no pasa nada, pero si le aparecen cientos… ¿Te duelen de verdad los pecados veniales? ¡Madre mía, antes morir que pecar!
“Si tus labios profesan que Jesús es el Señor, y tu corazón cree que Dios lo resucitó de entre los muertos, te salvarás… todo el que invoca el nombre del Señor se salvará”: ¡qué tranquilidad, nos dan esas palabras tuyas, Dios mío… (José Pedro Manglano).
Jesús, después del Bautismo, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y, durante cuarenta días, el Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras era tentado por el diablo. Estuvo sin comer, y al final sintió hambre. Entonces el diablo le dijo: - “Si eres Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan”. Es la primera tentación: las cosas materiales, la concupiscencia de la carne, la ley del gusto. Si tenemos presentes los siete pecados capitales aquí cabrían tres: la lujuria, la gula y la pereza. El cuerpo se cuida y se viste, como hicieron Adán y Eva, y cuando ya crecen las personas se preparan para casarse. La tele o los amigos enseñan o hablan del sexo sin amor, pero es mejor preguntar sobre esto a los padres, ellos nos ayudan a entender lo que sentimos. Ansias de comerse un pastel, necesidad de hacer nuestro capricho… pereza que es tristeza, y luego falta de entusiasmo, falta de alegría, falta de amor. La tristeza va con el egoísmo, es lo que queda tras haber quemado el fuego del egoísmo, cuanto no queda nada, la escoria, lo que más brilla. Jesús contesta: “no solo de pan vive el hombre”. La solución para todas esas fuerzas, es la oración. Con la oración, recibimos las vitaminas, la fuerza de la fe. Después, llevándole a lo alto, el diablo le mostró en un instante todos los reinos del mundo y le dijo: - «Te daré el poder y la gloria de todo eso… Si tú te arrodillas delante de mi, todo será tuyo». La concupiscencia de los ojos, el tenerlo todo, el desear, esta especie de “cosa que veo, cosa que quiero”. Y ante esta concupiscencia, que serían los pecados de avaricia y de envidia, que es querer tener o desear el mundo del otro, o tener tristeza por el bien del otro..., es una cosa muy mala porque la persona tiene una especie de inquietud por el que tiene el otro. Vive más pensando en el otro que en un mismo y no tiene la libertad de vivir la vida propia; vive sólo por el otro, por hacerle daño o por llorar porque el otro tiene más. Es también lo que S. Juan llama el mundo: El mundo, el demonio y la carne. Jesús le contestó: - «Está escrito: "Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto".» No adorar cosas que no son Dios: la solución es la caridad, es darse, darse. Si antes vimos que la oración es la fe, aquí la virtud teologal que está reflejada es la caridad, tener detalles con los demás, que es la limosna, el segundo gran medio que Jesús nos dice para la cuaresma.
-La tercera tentación, es la más demoníaca, hacer cosas extraordinarias: lo llevó a Jerusalén y lo puso en lo alto del templo y le dijo: - “Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: "Encargará a los ángeles que cuiden de ti"”… le pone palabras de Dios para animarlo a hacer el chulo… la soberbia, sería el que nos falta junto con la ira: Jesús le contestó: - «Está mandado: "No tentarás al Señor, tu Dios".» Es la gran tentación del orgullo, se debe vencer con la humildad, para no querer ser como dioses, sino obedecer, hacer sacrificios, el ayuno que es la tercera manera de vencer al mal, con la esperanza de que estos sacrificios y la cruz nos llevan al cielo. “Ayuno del yo”, con la esperanza del cielo, de una vida de amor, es la vitamina que necesitamos para vencer esta concupiscencia -la soberbia de la vida, donde se esconde el demonio-. No queremos ser Dios: es la tentación de pecado más grande.
Con las armas de la oración, sacrificios y amor a los demás, el demonio no puede nada, como un león atado, que si no nos acercamos no nos muerde… así nos entrenamos en esta cuaresma.
Los dos primeros domingos nos hablan de compartir la lucha y el triunfo de Cristo, los otros tres nos invitarán a la conversión y a la reconciliación: se trata de reconocer a Jesús y abrir nuestro corazón a su salvación, como hizo el buen ladrón, y Jesús le dijo: "Hoy estarás conmigo en el paraíso". María, nuestra Madre Santísima, nos acompaña en este camino hacia la Pascua.
llucia.pou@gmail.com
martes, 2 de marzo de 2010
Cuaresma, martes de la 2ª semana: la coherencia en relación con la pureza de corazón.
Cuaresma, martes de la 2ª semana: la coherencia en relación con la pureza de corazón.
Libro de Isaías 1,10.16-20. ¡Escuchen la palabra del Señor, jefes de Sodoma! ¡Presten atención a la instrucción de nuestro Dios, pueblo de Gomorra! ¡Lávense, purifíquense, aparten de mi vista la maldad de sus acciones! ¡Cesen de hacer el mal, aprendan a hacer el bien! ¡Busquen el derecho, socorran al oprimido, hagan justicia al huérfano, defiendan a la viuda! Vengan, y discutamos -dice el Señor-: Aunque sus pecados sean como la escarlata, se volverán blancos como la nieve; aunque sean rojos como la púrpura, serán como la lana. Si están dispuestos a escuchar, comerán los bienes del país; pero si rehúsan hacerlo y se rebelan, serán devorados por la espada, porque ha hablado la boca del Señor.
Salmo 50,8-9.16-17.21.23. No te acuso por tus sacrificios: ¡tus holocaustos están siempre en mi presencia! / Pero yo no necesito los novillos de tu casa ni los cabritos de tus corrales. / Dios dice al malvado: "¿Cómo te atreves a pregonar mis mandamientos y a mencionar mi alianza con tu boca, / tú, que aborreces toda enseñanza y te despreocupas de mis palabras? / Haces esto, ¿y yo me voy a callar? ¿Piensas acaso que soy como tú? Te acusaré y te argüiré cara a cara. / El que ofrece sacrificios de alabanza, me honra de verdad; y al que va por el buen camino, le haré gustar la salvación de Dios".
Texto del Evangelio (Mt 23,1-12; también el domingo 31,A): En aquel tiempo, Jesús se dirigió a la gente y a sus discípulos y les dijo: «En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos. Haced, pues, y observad todo lo que os digan; pero no imitéis su conducta, porque dicen y no hacen. Atan cargas pesadas y las echan a las espaldas de la gente, pero ellos ni con el dedo quieren moverlas. Todas sus obras las hacen para ser vistos por los hombres; se hacen bien anchas las filacterias y bien largas las orlas del manto; quieren el primer puesto en los banquetes y los primeros asientos en las sinagogas, que se les salude en las plazas y que la gente les llame "Rabbí".
Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar "Rabbí", porque uno solo es vuestro Maestro; y vosotros sois todos hermanos. Ni llaméis a nadie "Padre" vuestro en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre: el del cielo. Ni tampoco os dejéis llamar "Doctores", porque uno solo es vuestro Doctor: Cristo. El mayor entre vosotros será vuestro servidor. Pues el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado».
Comentario: 1. Is 1,1-18. El profeta Isaías nos conmina con su oráculo a buscar la conversión del corazón, y un culto sincero. En el evangelio de hoy, Jesús condena duramente a los fariseos «que dicen y no hacen». Unos siglos antes, Isaías fustigaba también duramente a sus contemporáneos para llevarlos a convertirse. –“Oíd la palabra del Señor”. La invitación a la conversión no es sólo y simplemente una palabra de hombre. Tampoco es una predicación de orden moral. La invitación a la conversión procede de Dios. Las conductas de la humanidad interesan a Dios. –“Escuchad la orden de nuestro Dios...” No es solamente una «invitación» gratuita o indiferente. Dios se compromete en su palabra; ésta es una «orden». Es una palabra activa que lleva a la acción, es una orden. -“Lavaos, purificaos”. Apartad de mi vista vuestras fechorías. Todo el mal del mundo sucede ante los ojos de Dios. Todos los hombres, que se odian, se oprimen o se matan entre sí ante la mirada de su Padre. Toda la hez de la humanidad aparece ante su Rostro. Toda la maldad de los hombres, se desarrolla ante la bondad de su amor... –“Apartad de mi vista vuestras fechorías. Desistid de hacer el mal... Aprended a hacer el bien...” El pueblo judío -como nosotros hoy-, tenía a menudo la impresión de que procuraba la gloria de Dios, aportando ofrendas al Templo y haciendo otros ritos cultuales. Los profetas han recordado siempre, en el nombre de Dios, que "la vida de cada día", haciendo el bien y evitando el mal, es lo que agrada a Dios. –“Buscad lo justo, dad sus derechos al oprimido, haced justicia al huérfano, defended a la viuda”. Escucho esas palabras. Las repito sucesivamente: el oprimido... el huérfano... la viuda... Todas ellas, personas indefensas. ¿A quiénes representan, para mí? ¡Dios mío! ¿Qué hacer, para responder real y verdaderamente a esas «órdenes» divinas? ¿Cuál será mi respuesta a esos «mandamientos» de Dios? Durante la cuaresma, más que en tiempo ordinario, soy «invitado» a darme, a comprometerme, a luchar por la justicia, por el bien de mis hermanos. Esto es lo que Tú esperas de mí para borrar mis pecados. Y puedo hacerlo a través de mi vida ordinaria, profesional y social. –“Si vuestros pecados son rojos como el carmesí pasarán a ser blancos como la nieve. Si son rojos como la púrpura, serán como la lana blanca”. Gracias, Señor, por repetirme esas cosas. Ch. Péguy dirá que Dios es capaz de «hacer aguas puras con aguas de desagüe», «almas puras con almas gastadas»... «almas blancas con almas sucias»... –“Si aceptáis obedecer, comeréis lo bueno del país”. Promesa de felicidad (Noel Quesson).
Comenta San Agustín: «Mostrad que sois un cuerpo digno de la Cabeza... Tal Cabeza no puede sino tener un cuerpo adecuado a ella». Lactancio dice que la caridad cristiana es la verdadera justicia: «Da preferentemente a ése de quien nada esperas. ¿Por qué eliges las personas? ¿Por qué examinas los miembros? Has de estimar como hombre a todo el que por esto te pide, porque te considera hombre. Expulsa aquellas sombras y apariencias de justicia y adopta la verdadera y tangible. Da copiosamente a los ciegos, enfermos, cojos, desvalidos, a quienes a no ser que se les socorra fallecerán. Son inútiles a los hombres, pero útiles a Dios, quien conserva su vida, quien les da el espíritu, quien los juzga dignos de la luz. Protégelos en cuanto esté en tu mano y sustenta con humanidad la vida de los hombres para que no mueran. Quien puede socorrer a los que están a punto de perecer, si no lo hace los mata. Uno, pues, es el oficio cierto y verdadero de la liberalidad y de la justicia: alimentar a los indigentes y a los impedidos». Así lo afirma también San Ambrosio: «La misericordia es parte de la justicia, de modo que si quieres dar a los pobres esta misericordia es justicia, según aquello: Distribuyó, dio a los pobres, su justicia permanece eternamente (Sal 111,9). Además, porque es injusto que el que es completamente igual a ti no sea ayudado por su semejante».
En una sociedad llamada “cristiana” hemos visto guerras civiles como en España en 1936 o en Rwanda en 1994/1997. Aquellos que se consideraban buenos se sintieron deprimidos y se preguntaban qué habían hecho mal, por qué tanta gente que se llamaba cristiana y cumplía con los ritos, por dentro no amaba a los demás… Recuerdo aquella España reflejada por Galdós en su Misericordia, una sociedad anclada en la Edad Media, sin sombra de progreso, sin medios para hacer frente a tantas injusticias sociales… Con unos patrones que oprimían a los trabajadores tantas veces… El oráculo de hoy arremete contra esto… En la reforma litúrgica última se ha despojado a la Misa de numerosos ritos, para centrarse en la fe y devoción del corazón que, en su sencillez, llevara a una vida de amor a Dios y a los demás. Si se ha conseguido o no, es otro tema.
Una llamada a la conversión... Esta vez con palabras del profeta a los habitantes de dos ciudades que eran todo un símbolo del pecado en el AT: Sodoma y Gomorra. Pues bien, por grandes que sean los pecados de una persona o de un pueblo, si se convierte, «quedarán blancos como la nieve, como lana blanca, y podrán comer de lo sabroso de la tierra» que Dios les prepara. Es expresivo el contraste de los colores: «rojos como la grana... blancos como la nieve». Eso sí, tienen que cambiar su conducta, abandonar el mal y comprometerse activamente en el bien: «escuchad la enseñanza de nuestro Dios... Lavaos, purificaos, apartad de mi vista vuestras malas acciones, cesad de obrar mal, defended al oprimido, sed abogados del huérfano». «Señor, vela con amor continuo sobre tu Iglesia; y, pues sin tu ayuda no puede sostenerse lo que se cimienta en la debilidad humana, protege a tu Iglesia en el peligro y mantenla en el camino de la salvación» (Colecta).
Si buscamos al Señor para encontrarlo como a un Padre lleno de amor por nosotros, es porque antes nosotros supimos encontrarnos con nuestro prójimo, no como con un extraño, sino como con un hermano a quien amamos y por cuyo bien nos preocupamos. Lavarnos de nuestras culpas, quitar de nuestras manos los crímenes, significa aceptar que Dios sea quien nos renueve y nos purifique de todo pecado. ¿Cómo podemos ver a Dios como Padre nuestro, si sólo vamos a Él para que nos defienda y nos libre de nuestros enemigos aquí en la tierra, para que nos socorra en nuestras necesidades temporales, pero no para que nos ayude a caminar en el amor? Dios sabe todo lo que necesitamos aun antes de que se lo pidamos. No busquemos sólo las cosas terrenas; busquemos más bien el Reino de Dios y todo lo demás el Señor nos lo dará por añadidura. Convertirnos a Dios nos ha de llevar, incluso, a renunciar a nosotros mismos. Cuando seamos capaces de dar nuestra vida para que nuestro prójimo viva con mayor dignidad su condición de hijo de Dios, entonces Dios abrirá sus oídos ante nuestros ruegos, pues Él sabrá que no vamos sólo buscando acaparar los dones de Dios, sino que vamos para que nos convierta en portadores de su amor y de su gracia.
2. Sal. 49. Ya el Señor reclamaba a los suyos: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. Dios no quiere sólo nuestras oraciones. Dios no se conforma con el culto que le tributamos, incluso ofreciéndole sacramentalmente a su Hijo. Dios nos quiere a nosotros. Dios quiere que le pertenezcamos con un corazón indiviso. No podemos presentarle al Señor nuestras ofrendas sólo para tenerlo de parte nuestra, mientras nos dedicamos a ser unos malvados. Dios no se deja comprar por nada ni por nadie, pues Él es el dueño de todo y también de nuestra vida. Busquemos al Señor, démosle culto con nuestra Acción de Gracias, ofrezcámosle el culto que le es agradable porque somos nosotros quienes, con un corazón humilde, nos ponemos en sus manos para que lleve a buen término su obra de salvación en nosotros.
El salmo de hoy da un paso más que Isaías: compara la liturgia con la caridad, y sale ganando, una vez más, la caridad: «no te reprocho tus sacrificios... ¿por qué recitas mis preceptos y tienes siempre en la boca mi alianza, tú que detestas mi enseñanza y te echas a la espalda mis mandatos?». La acusación de Dios se hace dramática: «esto haces ¿y me voy a callar? Te acusaré, te lo echaré en cara». La hipocresía que ya denunciaba el salmo -rezar a Dios, pero no cumplir sus enseñanzas en la vida- la desenmascara todavía con mayor fuerza Jesús en el evangelio… Haciendo caso al salmo, está bien que recordemos que nuestra Cuaresma será un éxito, no tanto si hemos cambiado algunas cosas de la liturgia, los colores o los cantos. Ni siquiera si hemos cumplido los días prescritos de abstinencia de algunos alimentos. Sino, como la palabra de Dios insiste en proponernos todos estos días, si cambiamos nuestra conducta, nuestra relación con los demás. No puede ser buena una Eucaristía que no vaya acompañada de fraternidad, una comunión que nos une con Cristo pero no nos une más con el prójimo. –La justicia, la misericordia y las obras de caridad han de salir del interior del corazón. «No todo el que dice “Señor, señor”, entrará en el reino de los cielos» (Mt 7,21). Lo que ha de cambiar en la penitencia es el corazón, pues es de allí de donde proceden nuestros actos (Manuel Garrido). Con el Salmo 49 proclamamos esta verdad. «Te rogamos, Señor, que esta Eucaristía nos ayude a vivir más santamente, y nos obtenga tu ayuda constantemente» (Poscomunión).
3. Mt. 23, 1-12. Su punto de mira son una vez más los fariseos, que hablan pero no cumplen, que son exigentes para con los demás y permisivos para consigo mismos, que todo lo hacen para recibir las alabanzas de la gente y andan buscando los primeros puestos. Jesús les acusa de intransigentes, de vanidosos, de contentarse con las formas exteriores, para la galería, pero sin coherencia interior. Jesús quiere en los suyos la actitud contraria: «el primero entre vosotros será vuestro servidor». Como Él mismo, que no vino a ser servido sino a servir y dar la vida por los demás. La llamada la oímos este año nosotros: cesad de obrar mal, aprended a obrar bien, buscad la justicia... Con mucha confianza en el Dios que sabe y que quiere perdonar. Pero dispuestos a tomar decisiones, a hacer opciones concretas en este camino cuaresmal. No seremos tan viciosos como los de Sodoma o Gomorra. Pero sí somos débiles, flojos, y seguro que podemos acoger en nosotros con mayor coherencia la vida nueva de la Pascua. Si cambian algunas actitudes deficientes de nuestra vida, entonces sí que nos estamos preparando a la Pascua: «al que sigue el buen camino le haré ver la salvación de Dios». Algo tiene que cambiar: ¿qué defecto o mala costumbre voy a corregir? ¿Qué propósito, de los que he hecho tantas veces en mi vida, voy a cumplir este año?
Apliquémonos en concreto la dura advertencia de Jesús a los fariseos, que eran unos catedráticos a la hora de explicar cosas y no cumplirlas. La hipocresía puede ser precisamente el pecado de «los buenos». Nos resulta fácil hablar, explicar a los demás el camino del bien, y luego corremos el peligro de que nuestra conducta esté muy lejos de lo que explicamos. ¿Podría decir Jesús de nosotros -los que hablamos a los demás en la catequesis, en la comunidad parroquial o religiosa, en la escuela, en la familia-, «haced lo que os digan, pero no hagáis lo que ellos hacen»? ¿Qué hay de fariseo en nosotros? ¿Nos conformamos con la apariencia exterior? ¿Somos exigentes con los demás y comprensivos con nosotros mismos? ¿Nos gusta decir palabras bonitas -amor, democracia, comunidad- y luego resulta que no se corresponden con nuestras obras? ¿Buscamos la alabanza de los demás y los primeros puestos? La palabra de Dios nos va persiguiendo a lo largo de estas semanas de Cuaresma para que no nos quedemos en unos retoques superficiales, sino que profundicemos en nuestro camino de Pascua. «Da luz a mis ojos para que no duerma en la muerte» (entrada)… «Convertíos a mí de todo corazón porque soy compasivo y misericordioso» (aclamación) «Que esta Eucaristía nos ayude a vivir más santamente» (poscomunión; J. Aldazábal). Por todo ello, humildad, bondad, fraternidad... Sí, pero efectivas. Señor, guárdanos del fariseísmo, de toda pretensión de dominar a los demás, de todo instinto de superioridad. Es una tentación de cristianos fervientes. Ser duros en nuestros juicios porque uno está seguro de poseer la verdad. Condenar el mundo, anunciar castigos divinos contra los que no piensan como nosotros. –“Atan pesadas cargas y las ponen sobre los hombros de los otros, pero ellos no quieren aplicar la punta del dedo para moverlas”. Opresión. Aplastamiento. ¿Qué forma concreta toma este defecto en mi vida propia? ¿A quién debo aliviar las cargas? ¿A qué puedo arrimar el hombro? Y más que aplicar la punta del dedo, debo preocuparme, comprometerme. –“Todas sus obras las hacen para ser vistos de los hombres”. Ensanchan sus filacterias y alargan los flecos, gustan de los primeros asientos... y de los saludos en las plazas... y de ser llamados por los hombres "Rabbí". Las "filacterias" eran unas bandas de cuero que llevaban en la frente y alrededor del brazo izquierdo, con unos cofrecitos que contenían textos de la Ley. Los "flecos"eran como los que suelen verse en algunos chales. Estos dos detalles en el vestuario eran obligatorios según la Ley de Moisés. Pero a los fariseos les gustaba llevarlos muy aparatosos para mostrar así su acatamiento a la Ley y para recibir honores por ello. Este orgullo toma, hoy, nuevas formas. No os hagáis llamar "Rabí", ni "padre", ni "maestro"... Renunciar a los títulos honoríficos. Que vuestras relaciones humanas sean siempre naturales y sencillas. Hoy la Iglesia trata también de seguir mejor este consejo evangélico. Y nosotros, ¿cómo reaccionamos? ¿Hay títulos que nos gusta recibir? –“Sois todos hermanos”. Fórmula esencial. Es Jesús quien la pronuncia. Fórmula revolucionaria.
Ante esto, puede retraernos el escándalo -desorientación de las almas- que causa el "antitestimonio", el mal ejemplo de muchos. Esto no ha de ser excusa para no hacer las cosas buenas que dicen quienes luego no las hacen, pero sí reclama más responsabilidad pues el bien también es difusivo: «Hoy más que nunca, la Iglesia es consciente de que su mensaje social se hará creíble por el testimonio de las obras, antes que por su coherencia y lógica interna» (Juan Pablo II). Es una llamada a la coherencia: «sólo la relación entre una verdad consecuente consigo misma y su cumplimiento en la vida puede hacer brillar aquella evidencia de la fe esperada por el corazón humano; solamente a través de esta puerta [de la coherencia] entrará el Espíritu en el mundo» (Benedicto XVI).
Vamos a fijarnos en uno de los múltiples aspectos: La “honorabilidad intelectual” –la coherencia-, hoy día no está de moda. Significa ser yo mismo, ser auténtico. Todos sabemos cómo la clase intelectual europea era comunista en los años 70, y luego se ha pasado a otras corrientes sin decir ni siquiera un “me equivoqué”, sin que aquellos profesores de Historia o Filosofía dijeran: “estaba vendido al sistema, no pensaba por mí sino por la moda”. Esto también pasa hoy, cuando en entrevistas se dice lo “políticamente correcto”, lo que queda bien, y el miedo a quedar mal hace que pocos intelectuales se manifiesten como católicos. Hay como un afán de éxito y gloria que hace decir a muchos lo que conviene, basta ver la entrevista de la última página de algunos periódicos. Dan ganas de decirle a la gente: “tú, ¿por cuánto te vendes?” Recuerdo a un amigo que expuso en una reunión unas ideas que me parecieron vacías. Pensé que las había dicho para quedar bien, para gustar, y le pregunté: “de todo esto, ¿tú en realidad qué piensas?” y me contestó tranquilo: “yo ya no sé lo que pienso”. Sabía lo que convenía decir, no sabía lo que era verdad.
La honorabilidad intelectual (recuerdo un antiguo artículo de R. Paniker que hablaba de esto) me dice que no puedo ser mercenario, querer agradar, por conseguir un cargo. Sería ser mezquino, no sería honrado conmigo mismo, sino que sería prostituirme, darme como mercancía para la vanidad, comodidad, ambición. Muchos se dejan seducir por los cantos de estas sirenas y pierden la cabeza...
Quizá la culpa de este aparentar erudición, hacer remiendos sin cosecha propia (“cortar” y “pegar”, siguiendo el argot del ordenador) es el amor desmesurado a la gloria propia, cosa que va contra el espíritu sencillo del sabio. La voluptuosidad de la dialéctica lleva a una pérdida de sentido de la realidad, dejarse llevar por la “borrachera” de unas ideas que crean éxito, pero que dejan un poso de amargura, de desencanto pues son ideas desencarnadas que apagan mi vida, con excusa de verdades me quitan la verdad, con esas razones me dejan sin razón. Es la insinceridad del intelecto con respecto a mi vida, la culpable dicotomía entre la mente y el corazón, la inteligencia y el amor, entre ideas e ideales.
¿Cuáles son los síntomas que me dan pistas para diagnosticar esta enfermedad funesta? En primer lugar, la ausencia de contemplación, la falta de reposo en el ser, el producir frenéticamente, es el no encontrarse y escoger lo de fuera, no buscar nada en mi interior porque ya no lo tengo. Esto no está reñido con trabajar “con prisa”, pues no hay que ser perfeccionistas, y nos conviene acomodarnos a la imperfección del tiempo para concluir algo. Lo malo es el nerviosismo y el apresuramiento fruto del desasosiego; el vicio intelectual de la “studiositas”, la curiosidad malsana y el dejarme llevar por el mariposeo. Es el diletantismo y la indiscreción, la preocupación intelectualoide más que intelectual.
Otro síntoma de ser mercenario es la envidia intelectual. No es sólo la tristeza por los que triunfan, sino sobre todo porque aquello que dicen otros podía haberlo dicho yo, o lo podía haber hecho mejor, o dicho mucho más profundamente, y nos molesta que publiquen lo que nosotros hemos pensado, no nos importa tanto que se haga el bien (que se conozca una verdad o se propague un conocimiento), sino que lo que nos importa es hacerlo nosotros, sin darnos cuenta de que entonces ya no es bueno, está viciado en sus intenciones (en la misma finalidad de la acción que está incluido en su objeto, y por tanto define su “ethos”).
Frente a estas enfermedades, que no construyen sino la cultura de lo efímero, queda la verdad, lo auténtico, lo que se vive. Eso es lo que pervive en el tiempo, los frutos que perduran, lo demás se pudre. Para un cristiano, todo queda referido al modelo, Cristo, y ofrecido al Padre Dios. Entonces, no hay polilla o polvo, no hay preocupaciones por la precariedad, siguiendo el ejemplo y los consejos de Jesús: “no os preocupéis por vuestra vida...” Entonces la honorabilidad adquiere una coherencia que es testimonio fiel, martirio, pues muchos sufren por la verdad (desde el antiguo Séneca hasta nuestros días, basta citar el caso emblemático de Tomás Moro). Mi investigación no será entonces ficticia, sino parte de mi vida; no esclaviza, tiene un motivo más alto que la gloria humana; no está desligada de mi preocupación por los demás sino que se dirige a ello; no vivo para estudiar sino que el estudio, como lo demás, es un ingrediente de mi vida, medio de hacer el bien y de hacerme bueno. El vivir no se desliga del contemplar, ni del dar la vida, la verdad me lleva a ser verdadero y en la medida que soy verdadero, soy. En todo pongo un poco de mi corazón, y un trozo de alma, un pedazo de mi vida, en una unidad que me recuerda lo que decía una hija de Tomás Alvira: “todo en mi padre era verdad: por eso era tan buen educador”.
Jesús es el ejemplo supremo de humildad y de entrega a los demás: Yo estoy en medio de vosotros como quien sirve. Sigue siendo ésa su actitud hacia cada uno de nosotros. Dispuesto a servirnos, a ayudarnos, a levantarnos de las caídas. Ejemplo os he dado para que como yo he hecho con vosotros, así hagáis vosotros (Jn 13,15). El Señor nos invita a seguirle y a imitarle, y nos deja una regla muy sencilla, pero exacta, para vivir la caridad con humildad y espíritu de servicio: Todo lo que queráis que hagan los hombres con vosotros, hacedlo también vosotros con ellos (Mt 7,12): que nos comprendan cuando nos equivocamos, que nadie hable mal a nuestras espaldas, que se preocupen por nosotros cuando estamos enfermos, que nos exijan y corrijan con cariño, que recen por nosotros... Estas son las cosas que, con humildad y espíritu de servicio, hemos de hacer por los demás.
La caridad cala, como el agua en la grieta de la piedra, y acaba por romper la resistencia más dura. “Amor saca amor”, decía Santa Teresa. De modo particular hemos de vivir este espíritu del Señor con los más próximos, en la propia familia. La Virgen, Esclava del Señor, nos ayudará a entender que servir a los demás es una de las formas de encontrar la alegría en esta vida y uno de los caminos más cortos para encontrar a Jesús. Para eso, hemos de pedirle que nos haga verdaderamente humildes (F. Fernández Carvajal).
domingo, 28 de febrero de 2010
Día 13º. LUNES SEGUNDO (1 de Marzo): ¿qué es la misericordia de Dios?

Día 13º. LUNES SEGUNDO (1 de Marzo): ¿qué es la misericordia de Dios?
El profeta Daniel dice que hizo esta oración al Señor: “¡Ah, Señor, Dios grande y temible, que guardas la alianza y el amor a los que te aman y observan tus mandamientos! Nosotros hemos pecado, hemos cometido el mal, hemos sido malos, nos hemos rebelado y nos hemos apartado de tus mandamientos y de tus normas. No hemos escuchado a los profetas, que en tu nombre hablaban a nuestros reyes, a nuestros príncipes, a nuestros padres... A ti, Señor, la justicia; a nosotros la vergüenza en el rostro... Y al Señor Dios nuestro, la piedad y el perdón...” El hombre, muchas veces, prefiere irse por su cuenta y Daniel siente la carga de pecado y la traición de los hombres de su pueblo, y esto nos pasa cuando no escuchamos la voz de la conciencia, de nuestro corazón, no obedecemos a los que nos hablan de parte de Dios. Recuerdo un niño que se enfadó en su casa y no quería obedecer, y dando un portazo se fue: “¡me voy de casa!”, gritó. Fue por la calle, a jugar con los amigos, a hacer “el burro”, pero al pasar las horas los amigos fueron a sus casas a merender, se hacía de noche… y él sintió hambre, y frío… y pensó que qué iba a hacer, y se le pasó el enfado, y volvió a pedir perdón, y su madre le abrazó, porque estaba preocupada por él.
Cuando estamos enfadados vemos como con gafas negras, recuerdo que al ir en coche en verano yo me ponía gafas de sol y luego al entrar en un túnel no veía nada y pensaba “esto está muy oscuro, ¡qué raro!” hasta que caía en la cuenta de que llevaba gafas oscuras y por esto lo veía negro. Un ojo enfermo deforma la realidad, nos engaña. Vemos a los demás con el color que los miramos… Una mujer llegó con su familia a un piso nuevo, y veía por la ventana a la vecina tender la ropa y pensaba “qué sucia tiene la ropa la vecina, habrá que decirle algo”, y así un día y otro, hasta que su marido limpió los cristales de la ventana, y vio que la vecina tendía la ropa limpia, pero eran los vidrios de la ventana desde donde miraba que estaban sucios, si miramos mal las cosas las personas nos parecerán llenas de maldad. Hoy le pedimos a Jesús luz para nuestra conciencia, para ir por el buen camino: “Sálvame, Señor, ten misericordia de mí. Mi pie se mantiene en el buen camino”. Empezamos la segunda semana de la Cuaresma con una oración de Daniel sincera: «hemos pecado… Dios grande, que guardas la alianza y el amor a los que te aman... Al Señor Dios nuestro la piedad y el perdón».
En el evangelio de hoy, Jesús nos pide que seamos «misericordiosos», como Él es «misericordioso» con nosotros: nos perdona, toma la miseria y la comprende, la entiende, pero luego quiere que yo perdone a los demás, los comprenda, sea compasivo, y así todo irá bien. Así siempre tendremos “gracia de Dios”, no seremos “desgraciados”, porque el pecado es la pérdida de la gracia. Y la pérdida de la gracia es la auténtica des-gracia.
A veces nos engañamos, y nos vienen ganas de cosas que no nos convienen, como decía desconsolada una buena mujer, que estaba un poco desorientada y además tenía mucho hambre: “Yo no sé lo que me pasa. Pero todo lo que gusta, o es pecado o engorda”. No es verdad que las cosas sean malas porque están prohibidas (“¡qué lástima, si no estuviera prohibido lo haría!”) sino que están prohibidas porque son malas (como un veneno que dice “no comer” o un poste de alta tensión de electricidad “no tocar, peligro de muerte” y ponen una calavera para que quede más claro). Dios no ha puesto los mandamientos para fastidiar, sino para que seamos felices. Hemos de preguntar…
A San Felipe Neri le preguntó una mujer bastante vanidosa:
- Padre Felipe, ¿es pecado ir con tacones demasiado altos?
-No, pero cuidado con no romperte la cabeza al caer- respondió el santo.
Unas chicas querían tomarle el pelo al cura, se acercan y dice una:
-Padre, mi amiga y yo íbamos discutiendo si es o no es pecado pintarse. ¿Usted qué dice?
El cura, que se dio cuenta, se le ocurrió devolver la broma: -La moral no dice que sea pecado. Ahora bien: las guapas no necesitan pintarse; las feas deben pintarse. Vosotras, haced lo que queráis…
No se trata de inventar pecados: una “palabrota” es pecado si insultas a alguien, si no es mala educación. Matar la vaca del vecino sí que es pecado, porque ya no podrá tomar leche, por eso es pecado mortal, porque es un daño gordo. Pero pelearte con el amigo, si no le haces daño serio, será pecado venial. Si tú no sabes que tomar una cosa es malo, no es pecado, pero cuidado, que te hace daño igual, porque si tomas una seta venenosa creyendo que es buena, aunque no seas responsable de tu muerte, no hay quien te resucite. Mejor preguntar, formarse la conciencia. Y también ayudar a los de casa, devolverles un poco de lo mucho que nos dan, porque podemos ayudarles, a veces con pillería...
Un niño de unos nueve años, un domingo recuerda a su padre que hay que ir a misa.
-Hoy no vamos - dice el padre-. Yo tengo otras cosas que hacer.
-Pero, papá, -insiste el niño- es que hoy tenemos obligación de ir. Lo manda el tercer Mandamiento de la Ley de Dios.
-No te preocupes. Eso no tiene importancia. Ya iras otro día.
El pequeño se calla. Pero al poco rato interviene de nuevo:
-Oye papá, si el tercer Mandamiento no tiene importancia, el cuarto aún debe importar menos (Agustín Filgueiras Pita).
Con el Salmo cantamos confiados: «Señor, no nos trates como merecen nuestros pecados… que tu compasión nos alcance pronto, pues estamos agotados… nosotros, pueblo tuyo, ovejas de tu rebaño, te daremos gracias siempre, cantaremos siempre tus alabanzas».
Jesús dijo a sus discípulos: «Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo. No juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados. Dad y se os dará; una medida buena, apretada, remecida, rebosante pondrán en el halda de vuestros vestidos. Porque con la medida con que midáis se os medirá». Jesús nos invita a saber perdonar a los demás: «sed compasivos... no juzguéis... no condenéis... perdonad... dad». Hacer las cosas como Dios: «sed compasivos como vuestro Padre es compasivo», y tal como hacemos se hará con nosotros: «la medida que uséis, la usarán con vosotros». Es lo que nos enseñó a pedir en el Padrenuestro: «perdónanos... como nosotros perdonamos».
Me gustan mucho las devociones al Sagrado Corazón de Jesús y Corazón de María, y la Divina Misericordia que dijo el Señor a Santa Faustina, que tan devoto era Juan Pablo II, también polaco como ella, y que el día que murió iba a decir su discurso ya preparado recordando que Jesús liberaba "a la humanidad, que a veces parece extraviada y dominada por el poder del mal, del egoísmo y del miedo, el Señor resucitado ofrece como don su amor que perdona, reconcilia y vuelve a abrir el ánimo a la esperanza. Es amor que convierte los corazones y da la paz. ¡Cuánta necesidad tiene el mundo de comprender y acoger la Divina Misericordia!". No se piden en esta devoción muchas cosas, básicamente rezar aquella sencilla jaculatoria, resumen de la otra del Sagrado Corazón (“Sagrado Corazón de Jesús, en ti confío”): aquí es simplemente: “Jesús, en ti confío”: "Señor, que con tu muerte y resurrección revelas el amor del Padre, nosotros creemos en ti y con confianza te repetimos hoy: Jesús, confío en Ti, ten misericordia de nosotros y del mundo entero". La mejor manera de participar de este tesoro es desde el corazón de la Virgen: “contemplar con los ojos de María, el inmenso misterio de este amor misericordioso que brota del Corazón de Cristo.”
Antes se decía “ojo por ojo”, si me has dado una bofetada te doy otra, pero Jesús nos enseña la “ley del talión al revés”, devolver bien por mal, “poner amor donde no hay amor para sacar amor”, ya decía Gandhi que el “ojo por ojo” nos dejaría a todos ciegos, y que la solución del mundo es seguir la ley de Jesús. El perdón es lo más divino, es parecerse a Dios. Ser bueno "sin medida", como Dios. –“Sed misericordiosos...” Es una palabra difícil de explicar: -Compartid las penas de los demás... -Sed indulgentes... -Dejaos conmover... -Excusad... -Participad en las tribulaciones de vuestros hermanos... -Olvidad las injurias… -Sed sensibles... -No guardéis rencor... -Tened buen corazón... –“Así como también vuestro Padre es misericordioso.” "Dios es amor", "Dios es misericordia." Y hemos de ser "imagen de Dios" para realizarnos, sentirnos felices: Tú esperas, Señor, que yo me parezca a ti, que sea el representante de tu amor cerca de mis hermanos. Ser el corazón de Dios, ser la mano de Dios... ser "como si" estuviese Dios presente cerca de fulanito... Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de recibir con amor la Vida que Dios nos ofrece. María, madre de los dolores, ayúdame a perdonar a los demás, que me duelan más las cosas que hago a los demás y me duelan menos las que me hacen, llorar un poco más mis pecados y menos los de los demás, “quererlos” un poco más y “quererme” un poco menos.
Día 12º. DOMINGO SEGUNDO (28 de Febrero). Dios hace un trato (alianza) con Abrahán, el creyente. Cristo hará un trato mucho mejor: nos transformará en
Día 12º. DOMINGO SEGUNDO (28 de Febrero). Dios hace un trato (alianza) con Abrahán, el creyente. Cristo hará un trato mucho mejor: nos transformará en hijos de Dios, cuerpo glorioso, transfigurados como él. Hoy quiere que nos preparemos para la Pasión
Dios dijo a Abran: -«Mira al cielo; cuenta las estrellas, si puedes… Así será tu descendencia.» Abran creyó al Señor, que le prometió aquella tierra. Él replicó: - «Señor Dios, ¿cómo sabré yo que voy a poseerla?» El Señor le pidió que sacrificara “una ternera de tres años, una cabra de tres anos, un carnero de tres años, una tórtola y un pichón”. “Los buitres bajaban a los cadáveres, y Abran los espantaba. Cuando iba a ponerse el sol, un sueño profundo invadió a Abran, y un terror intenso y oscuro cayó sobre él. El sol se puso”, y en la oscuridad el Señor pasó en forma de fuego y humareda. Aquel día Abrahan sabe que será Abraham, padre de un gran pueblo, que tendrá una tierra, y que tiene un pacto con Dios. Todo esto será mucho más grande en el nuevo pacto que tenemos con Jesús con el bautismo por el que somos hijos de Dios: nuestra tierra es ya parte del cielo, porque estamos en casa de nuestro Padre, y estamos de paso para luego ir a nuestra casa del cielo, como nos dice San Pablo hoy: “somos ciudadanos del cielo”, el pueblo es la Iglesia, la familia de Dios que se reune en la Misa con Jesús, el nuevo sacrificio, donde Jesús se transfigura.
Por eso, no tenemos ya miedo, estamos en buenas manos, Jesús, “colgado de tus manos”, como decía la canción del verano: “El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar?”. Siempre que tengo una pena puedo rezar: “Escúchame, Señor, que te llamo; ten piedad, respóndeme”. Él nos pide que le busquemos: “Oigo en mí corazón: «Buscad mi rostro.» Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro”. No se va, aunque a veces parece que juegue al escondite: no te vayas, que “tú eres mi auxilio. Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida. Espera en el Señor, sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor”.
En el mundo hay muchos que no quieren a Jesús porque no lo conocen, como dice San Pablo: “lo repito con lágrimas en los ojos, hay muchos que andan como enemigos de la cruz de Cristo: su paradero es la perdición; su Dios, el vientre; su gloria, sus vergüenzas. Sólo aspiran a cosas terrenas. Nosotros, por el contrario, somos ciudadanos del cielo, de donde aguardamos un Salvador: el Señor Jesucristo. Él transformará nuestro cuerpo humilde, según el modelo de su cuerpo glorioso, con esa energía que posee para sometérselo todo. Así, pues, hermanos míos queridos y añorados, mi alegría y mi corona, manteneos asi, en el Señor, queridos”.
Y para animarnos, “Jesús cogió a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a lo alto de la montaña, para orar. Y, mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió, sus vestidos brillaban de blancos. De repente, dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que, apareciendo con gloria, hablaban de su muerte, que iba a consumar en Jerusalén. Pedro y sus compañeros no se aguantaban de sueño; y, espabilándose, vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él. Mientras éstos se alejaban, dijo Pedro a Jesús: - «Maestro, qué bien se está aquí. Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.» No sabía lo que decía. Todavía estaba hablando, cuando llegó una nube que los cubrió. Se asustaron al entrar en la nube. Una voz desde la nube decia: - «Éste es mi Hijo, el escogido, escuchadle.» Cuando sonó la voz, se encontró Jesús solo. Ellos guardaron silencio y, por el momento, no contaron a nadie nada de lo que hablan visto”.
LA MONTAÑA MÁGICA que tenemos es la Misa, ahí los montes Tabor y Calvario se unen hoy. El Tabor está en la llanura de Jezrael, al norte de Palestina, a 562 metros sobre el nivel del mar y 500 sobre la llanura que lo rodea, una buena subida de 1 hora, como la joroba de un camello en medio de Galilea. El Calvario, al sur, en los aledaños de la Ciudad Santa, es el monte del ocultamiento, de la muerte de Dios. Tabor y Calvario, alegrías y penas se unen en la Cuaresma y en nuestras vidas, sonrisas y lágrimas, cruz y gloria, pasión y resurrección… hoy hay que tomar el caramelo del Tabor para animarnos y llenarnos de esperanza en el camino a la semana santa.Tabor y Calvario. ¡Qué bien se está aquí! Cuando lo pasamos bien, un buen pastel, o helado, o fresas con nata… pero otras veces nos cuesta estudiar, o nos ponemos enfermos, nos duele la barriga o la cabeza, las muelas o el orgullo, o se nos muere alguien a quien amamos, y la cosa cómo cambia, cambia la vida desde la cruz... que recordemos la montaña mágica, que con Jesús después de la cruz viene la gloria, el Tabor y volver a estar todos juntos y contentos, que no hay pena que dure mucho, que lo mejor siempre está por llegar, que todo será para bien. “Ilusión… pon tus sueños a volar”, como dice la canción. Jesús nos dice ante cualquier pena: “No temas… yo soy la Resurrección y la Vida… ¿tú crees en mí? Ten paciencia… donde yo estoy también estaréis vosotros”. Por eso dirá S. Pablo: «Ante esto, ¿qué diremos? Si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros?... ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, los peligros, la espada? Estoy seguro de que, ni la vida, ni la muerte, ni los ángeles, ni los principados, ni lo presente, ni lo futuro, ni las potestades, ni la altura, ni la profundidad, ni otra criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios» (Rom 8,31-39).
¿Cómo llamar a esto: libertad, seguridad, gozo, paz, plenitud? ¿Shalom, felicidad, vivir sin miedo, alegría, libertad interior, Hijos de la Omnipotencia, fe en la oración, solidez en mi Padre todopoderoso y todocariñoso, fortaleza, fuerza y salvación, euforia, júbilo? Así lo dice uno: “Aborrezco las luces deslumbrantes de ídolos y dioses fabricados.
No corro detrás de las luces atrayentes, espléndidas, de la gran ciudad.
No me dejo seducir por las luces sugerentes de la publicidad, con sus guiños malvados y engañosos:
"Coca-Cola: beba usted.
Carlos III: el amigo en la intimidad.
Fortuna: su tabaco ideal".
Ni me encantan las luces estimulantes de los escaparates o las discotecas.
Me ciega la luz de las estrellas rutilantes y me aburre la luz de las pantallas, grandes o pequeñas.
Son todo luces ficticias y vacías, luces débiles, mortecinas, grotescas, siniestras, fantasmagóricas, que se apagan a golpe de moda y se compran y venden por dinero.
Yo quiero una luz que nunca se apague, una luz que me encienda el corazón y las entrañas, y me convierta en una antorcha viva.
Yo busco una luz viva. "El Señor es mi luz".
Me encanta, Señor, la luz de tu Palabra: cada palabra es un lucero.
Me cautiva la luz de tus ojos: anuncian un océano de dicha.
Me puede la luz de tu costado: es la puerta del paraíso.
Me embriaga la luz de tu Espíritu: es un sol que enciende y no quema, un cielo de amores infinitos.
"Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro". Tu rostro es mi luz y mi salvación.
Tu rostro es mi encanto y mi diversión.
Tu rostro es mi manjar y mi canción.
Lo buscaré como la esposa al amado del alma.
Lo buscaré en la vigilia y en el sueño, en el trabajo y en el descanso, en el gozo y en el sufrimiento.
Lo buscaré siempre.
Pero no lo buscaré en el monte espléndido, ni cuando andaba sobre el mar.
Lo buscaré mejor hecho ascua viva de amor en el madero, ardiendo en la cera de su propia carne, alimentado con el aceite inextinguible del Espíritu.
Lo buscaré siempre en la cruz de cada día: en los pobres, enfermos y oprimidos, pequeños luceros escondidos que iluminan la noche del mundo” (Caritas).
La Iglesia es la familia que hizo Jesús, y cuando damos de comer a uno lo damos a Jesús, Jesús está en cada uno, pero ha hecho un pacto misterioso (no es “mágico” sino sacramental) y es que viene en la Misa, viaja cada vez: "Todo aquello que fue visible en nuestro Salvador ha pasado ahora a los sacramentos" (papa san León Magno). Jesús, eres mi héroe y te tengo admiración, y quiero venir a verte cada domingo porque te presentas en tu fiesta, que organizas en mi pueblo, no tengo que ir muy lejos, vienes tú, como eres Dios lo puedes todo… te pido que me transformes en ti: quiero ser como tú, hazme como tú, transfigúrame día a día por dentro, hasta que un día en el cielo lo hagas del todo: “qué hermoso estar aquí…
-siempre que creemos o avanzamos en la amistad,
-siempre que ayudamos a ancianos, enfermos, algún niño que está marginado por los demás...,
-siempre que doy un beso a mamá, que pido perdón, que arreglo una pelea, que hago las paces, que vuelvo a empezar…
-siempre que la oración nos introduce en el mundo de Dios, etc. etc., podemos afirmar: "Qué hermoso es estar aquí", ya que donde quiera que haya Vida, Dios está allí. Hay que vivirlas intensamente las "pequeñas transfiguraciones" que la vida nos ofrece (Vicenç Fiol).
El blanco es el color de Dios. El blanco demuestra alegría y gloria, es signo de fiesta y de comienzo. Quiero cambiar un poco el color de mi vida, de mi fe, esperanza y caridad. Dejar de vestime de tiniebla, de apariencias, de decir mentiras para autodefenderme para no tener que mostrar a la luz mis manchas. Quiero meterme en la nube con Jesús cada día, conectar con Él, oír que Dios me dice: "Este es mi Hijo, el escogido, escuchadle". Y luego ya sé que la vida sigue, la vida de cada día, con sus luces y sus sombras. Pero con Jesús.
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