jueves, 17 de diciembre de 2009

Domingo de la 3ª semana de Adviento, C. “El Señor se alegra con júbilo en ti”, porque se acerca nuestra salvación: hemos de prepararnos, con una conversión en nuestras vidas para acoger al Señor

Domingo de la 3ª semana de Adviento, C. "El Señor se alegra con júbilo en ti", porque se acerca nuestra salvación: hemos de prepararnos, con una conversión en nuestras vidas para acoger al Señor

 

Profecía de Sofonías 3,14-18a. Regocíjate, hija de Sión, grita de júbilo, Israel; alégrate y gózate de todo corazón, Jerusalén. El Señor ha cancelado tu condena, ha expulsado a tus enemigos. El Señor será el rey de Israel, en medio de ti, y ya no temerás. Aquel día dirán a Jerusalén: «No temas, Sión, no desfallezcan tus manos. El Señor, tu Dios, en medio de ti, es un guerrero que salva. Él se goza y se complace en ti, te ama y se alegra con júbilo como en día de fiesta.»

 

Salmo responsorial Is 12, 2-3. 4bed. 5-6. R. Gritad jubilosos: «Qué grande es en medio de ti el Santo de Israel.»

El Señor es mi Dios y salvador: confiaré y no temeré, porque mi fuerza y mi poder es el Señor, él fue mi salvación. Y sacaréis aguas con gozo de las fuentes de la salvación.

Dad gracias al Señor, invocad su nombre, contad a los pueblos sus hazañas, proclamad que su nombre es excelso. Tañed para el Señor, que hizo proezas, anunciadlas a toda la tierra; gritad jubilosos, habitantes de Sión: «Qué grande es en medio de ti el Santo de Israel.»

 

Carta del apóstol san Pablo a los Filipenses 4,4-7. Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres. Que vuestra mesura la conozca todo el mundo. El Señor está cerca. Nada os preocupe; sino que, en toda ocasión, en la oración y súplica con acción de gracias, vuestras peticiones sean presentadas a Dios. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo juicio, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.

 

Evangelio según san Lucas 3, 10-18. En aquel tiempo, la gente preguntaba a Juan: - «¿Entonces, qué hacemos?» Él contestó: - «El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo.» Vinieron también a bautizarse unos publicanos y le preguntaron: - «Maestro, ¿qué hacemos nosotros?» Él les contestó: - «No exijáis más de lo establecido.» Unos militares le preguntaron: - «¿Qué hacemos nosotros?» Él les contestó: - «No hagáis extorsión ni os aprovechéis de nadie, sino contentaos con la paga.» El pueblo estaba en expectación, y todos se preguntaban si no seria Juan el Mesías; él tomó la palabra y dijo a todos: - «Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego; tiene en la mano el bieldo para aventar su parva y reunir su trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no se apaga.» Añadiendo otras muchas cosas, exhortaba al pueblo y le anunciaba el Evangelio.

 

Comentario: -La alegría tendría que dar el tono a la celebración de este domingo "Gaudete": la proximidad del Señor (canto de entrada, primera y segunda lecturas) solamente puede despertar alegría en los corazones de los creyentes. Alegría y paz, que significan gozo y plenitud (2. lectura): tal es el Dios que hemos conocido. Una vez más se nos invita a dejar atrás otras representaciones de Dios y a llenarnos del gozo de la salvación. -Esta alegría nace de dentro, de una fuente inagotable: "El señor tu Dios, en medio de ti" (1. lectura). Es un don que nadie podrá quitarnos (Jn 16, 22). No depende de las situaciones fluctuantes de nuestra vida familiar o de nuestra historia colectiva. Por eso nada puede inquietarnos (2. lectura), nada puede quitarnos aquella paz que habita y llena la punta más fina de nuestro espíritu, allí donde nos reconocemos creyentes. De ahí que la oración, que nos hace penetrar en estas regiones que Dios habita, sea necesaria en toda ocasión, y, sean cuales sean las circunstancias en que nos hallemos.

Adviento y llamada a la fortaleza. La antífona de comunión (Is 35,4) dice: "Decid a los cobardes de corazón: 'Sed fuertes, no temáis'. Mirad a nuestro Dios que va a venir a salvarnos". El Adviento es una llamada a la fortaleza, por parte de quienes se sienten pequeños e indefensos. Es a éstos a los que de un modo especial viene a salvar el Mesías. Y lo hace aceptando la debilidad, el abajamiento y la pobreza de la encarnación (Fil 2,5-7; 2 Cor 8,9). La oración sobre las ofrendas del pasado domingo se situaba en esta misma perspectiva: "Que los ruegos y ofrendas de nuestra pobreza te conmuevan, Señor, y al vernos desvalidos y sin méritos propios, acude compasivo en nuestra ayuda". Cuando el hombre se presenta en su pobreza ante Dios, es cuando está en la mejor actitud para que se manifieste la fuerza de Dios", pues los que esperan en ti no quedan defraudados" (Sal 24,1-3). Esta ha sido la actitud de los pobres de Yavé (Lc 2,22-38) y concretamente de María (Lc 1,46-55: Ramiro González).

 

1. So 3,14-18a. Situación histórica: -Tras la invasión de Senaquerib (año 701 a.C.), Judá vive una etapa de decadencia política y religiosa. Durante el reinado de Manasés (698-643) no desaparece como reino, pero se ve obligada a pagar tributo al extranjero y a admitir el culto de los vencedores, incluso en el templo de Jerusalén (II Re 21,4ss). Es una etapa de idolatría, corrupción social e indiferencia religiosa: "¡Ay de la ciudad rebelde, manchada y opresora...!; no confiaba en el Señor...; sus príncipes... eran leones rugientes; sus jueces, lobos a la tarde...; sus profetas, unos fanfarrones...; sus sacerdotes profanaban lo sacro..." (3,1ss).

-Y en medio de esta densa niebla surge, a mediados el siglo VII a. C., una luz. Asur empieza a declinar políticamente (se predice la caída de Nínive) y en Judá, bajo la batuta del nuevo rey Josías (640-609), se inicia un movimiento de restauración política y religiosa (reforma de Josías y promulgación del Deut.).

Contexto: Sofonías, contemporáneo de Jeremías, colabora con Josías en la gran reforma religiosa. Una idea dominante aparece a lo largo de su corto libro: la gran catástrofe que se cierne sobre Jerusalén ("Día de la Ira"). El hombre ha de rendir cuentas a Dios y por eso invita a la conversión y penitencia mientras sea tiempo propicio; el final, un resto de Israel se salvará (2,7.9; 3,13). Sofonías cierra su obra con un oráculo de restauración al igual que otros muchos profetas (3,9-20: se ha dudado mucho de la autenticidad de estos versículos).

Texto: -En forma de Himno, se invita a Sión al gozo y a la alegría: "grita, lanza vítores, festeja exultante" (v 14). El miedo debe ser desterrado: "no temas", "no te acobardes" (vv 15-16). ¿Qué es lo que ha ocurrido? Sofonías nos habla de una restauración, de una época dorada en Jerusalén que anula la anterior de humillación y corrupción.

-La Jerusalén humillada por tiranos (v 15) y obligada a pagar tributo y rendir culto a los dioses extranjeros será el centro del mundo: tendrá fama ante los otros pueblos (v 20), quienes, purificados, invocarán y servirán al Dios de Israel (vv 9-10). Su nuevo amo será un rey y soldado victorioso: el Señor (vv 15-16).

-Jerusalén rebelde, manchada y opresora (vv 1-2) por la conducta denigrante de sus príncipes, jueces, profetas y sacerdotes (vv 3-4) queda purificada con la presencia de Dios como rey y guerrero, garantía de prosperidad y eficaz protección para el pueblo (vv 15 ss.; cf Ez 48,33; Zac 8,23).

-La restauración reúne a los dispersos (v 19) y deja un resto "que no cometerá crímenes ni dirá mentiras..." (vv 12 ss.). Es tiempo de alegría, de la que participa el Señor (El "se goza y se alegra contigo", "se llena de júbilo": v 17). Y esa alegría acarrea la paz y la tranquilidad: el resto "pastarán y se tenderán sin que nadie les espante".

Reflexiones: -Paz y alegría es también el mensaje de la carta de Pablo a los de Filipo. Y la razón es porque "el Señor está cerca". Sofonías habla de una paz y alegría para "aquel día"; sólo la espera de ese día hace que nuestro lúgubre y triste presente tenga algún sentido.

-El peligro de armas nucleares, las promesas políticas que no se cumplen, el miedo de los eclesiásticos al mensaje evangélico porque no se hace carrera, el fallo de muchos jueces que sólo atienden al lucro... ¿Dejan pastar al pueblo y que se tienda sin que nadie les espante? ¿Pueden estar alegres y vivir en paz? Por eso, como Sofonías, también nosotros esperamos ese día de la venida del Señor. Solo El puede traernos la auténtica paz y alegría (A. Gil Modrego).

El libro acaba con un anuncio de futuro, al que pertenece el fragmento que hoy leemos. El profeta, con visión universalista, empieza (3,9-10) anunciando que todos los pueblos volverán la vista hacia el Señor, pero en seguida se centra en Jerusalén y anuncia la salvación para un resto de fieles, "un pueblo humilde y pobre" (3,11-13).

Por eso, Jerusalén podrá volver a gritar de júbilo: aquí empieza el texto de hoy. El futuro es un futuro liberado y sin temor. Las amenazas de los imperios extranjeros que constantemente asedian Jerusalén llegará un día en que desaparecerán. Y es que el pueblo habrá vuelto definitivamente a Dios, y Dios estará en medio del pueblo, impidiendo cualquier desgracia.

El pueblo fiel del Señor cuenta con la fuerza de Dios y por eso, en toda circunstancia, "no desfallecen sus manos".

(Desde el punto de vista histórico, este texto y más aún los versículos siguientes (3,18-20) que no leemos, parece como si estuviera escrito después de la caída de Jerusalén, el año 587: hay quien dice que son un añadido al libro de Sofonías y otros, que el mismo Sofonías vivió hasta la caída de Jerusalén y los añadió; pero también podrían ser un anuncio profético genérico aunque de hecho resulta fácilmente aplicable a los hechos del exilio: J. Lligadas).

La presente lectura recoge casi totalmente la última parte del libro de Sofonías. Anticipando la salvación futura, el profeta entona un himno para celebrarla. El Señor reunirá a todos los elegidos en un mismo pueblo, y ya no habrá más divisiones en Israel (cf Jr 3,18).

El Señor barrerá de Jerusalén a todos sus enemigos y librará a la ciudad del acoso de los conquistadores. No habrá nada que temer, pues el perdón de Dios extirpará de raíz todos los males y cancelará todas las condenas que pesaban sobre su pueblo. Y en medio de una ciudad purificada, el Señor será el rey.

Eliminado el miedo que paraliza la vida, no habrá lugar para el desaliento y sí para festejar la alegría de vivir.

La fuerza de la ciudad será el Señor, plantado en medio de ella como un guerrero poderoso que la salva y la protege.

El amor del Señor hará maravillas en su pueblo, tanto que él mismo saltará de júbilo y se complacerá en su propia obra. El "Señor será como un esposo que se alegra con su esposa, Jerusalén (cf Is 62,5; Jr 2,2; Os 2,21-25; "Eucaristía 1988").

El libro del profeta Sofonías está motivado por una pregunta vital en un tiempo dramático: ¿Se interesa Dios por los hombres? ¿Tiene algo que ver con su historia? (cf Sof 1,12). La respuesta del profeta se desarrolla en el esquema clásico del hacer profético. Y así, tras el célebre tema del día del Señor, grande y terrible (1,14-18), como advertencia a judíos y paganos, tras el rechazo de Jerusalén puesta a la misma altura que los extranjeros (3,1-8), el profeta intuirá la persistencia de la fe en ese "resto" fiel a Dios (2,1-3), los humildes de la tierra. Y por eso, al final (es nuestro pasaje), no puede contener un grito de triunfo futuro y de ardiente esperanza.

A lo largo de todo el AT se repiten palabras y situaciones que indican lo mismo: siempre hay hombres de esperanza que recuerdan lo último de la relación con Dios. Esta promesa tendrá pleno cumplimiento históricamente en el hecho de Jesús. La comunidad de creyentes de hoy tiene también en su seno a gentes que, con su vida, muestran la verdad de Jesús. Profetas para nuestro tiempo.

Tras las sombrías páginas anteriores, Sofonías describe ese amor y esa alegría que tocan incluso al corazón de Dios: él también se alegra de su propio triunfo en el hombre. Un tema que el NT desarrollará con diversos acentos. La justicia de Dios se identifica con su misericordia y el resultado es la alegría (cf Bar 5,9). Estamos en los umbrales del misterio, pero en lo nuclear de la realidad ("Eucaristía 1991").

Los vv 14-18 son un himno jubiloso por la acción de Dios en su nuevo pueblo, el resto de Israel. En el AT el resto es la comunidad formada por gente humilde y sencilla y que, por tanto, confía en el «nombre de Yahvé» (12). Es el pueblo del Señor que de una manera u otra ha pasado por el crisol del exilio o de la tribulación. Durante la prueba o después de ella han visto que, a pesar de todo, Dios está en medio de su pueblo; se han dado cuenta de que a la infidelidad de los hombres responde Dios con una fidelidad siempre repetida, fruto de su amor; en el AT el amor y la fidelidad de Dios van con frecuencia juntos, como dos caras de una misma moneda.

Fidelidad, proximidad, preocupación por los demás, son en Dios dimensiones o manifestaciones de un mismo amor, único e inefable. «Salvaré a la oveja coja y recogeré a la extraviada» dice Dios, el Buen Pastor. Cuando en Mt 5,48 leemos que hemos de ser imitadores del Padre del cielo, tendríamos que afrontar una exigente revisión: ¿cuáles y cómo son nuestras fidelidades? ¿Y nuestras proximidades? (Hemos de hacernos próximos, cercanos, como el buen samaritano).

Dios cambia nuestro miedo irracional -y, si bien se mira, todo miedo es irracional- ("No temas, Sión. No te acobardes", 16) por la audaz actitud característica de los «pobres» de Dios. Pensemos, por ejemplo, en la de un Francisco de Asís, un Carlos de Foucauld y tantos otros que forman el «resto» desde el Antiguo Testamento hasta el Nuevo. Pero el resto definitivo del pueblo de Israel es solamente Jesús de Nazaret. Sofonías pone como algo típico del resto la humildad y la sencillez, que esperan en el nombre de Yahvé (12). La versión de los Setenta tradujo estas palabras de Sofonías por las griegas praús y tapeinós; son las mismas que el Evangelio de Mateo (11,29) pone en labios de Jesús: «Aprended de mí, que soy sencillo y humilde de corazón» (praús eimi kai tapeinós te kardía), y es el mismo Jesús el que hace participar a sus imitadores-seguidores de su radical confianza en el Padre: «No temas, rebañito mío, porque vuestro Padre se ha complacido en daros el reino» (Lc 12,32; Armengol).

2. Is 12, 2-3.4bcd.5-6. La salvación, una fuente inagotable. El nombre de Isaías («Dios-salva») simboliza y localiza la fuente salvadora de Israel. Salvación que si en el pasado fue liberación de Egipto, en el presente es confianza sin temor. En uno y otro caso es lícito celebrar a Dios como fortaleza, poder y salvación. La iniquidad de Israel consistió en haber abandonado a Dios, fuente inagotable de agua viva, salvadora, y haber excavado cisternas agrietadas que no pueden retener el agua. A pesar de todo, el mensaje de Isaías se abre hacia el futuro al invitar a los sedientos a beber gratuitamente. Quien sienta sed está predispuesto a adherirse a Jesús, la roca de la que mana el agua, nuevo Templo y fuente abierta en Jerusalén. Quien bebe en el costado del Traspasado recibe el Espíritu de la nueva Creación. Es un hombre nacido de nuevo y de arriba; goza de la vida que caracteriza a la creación terminada. Este hombre nuevo forma parte de la comitiva del Exodo iniciado por Jesús,

• El testimonio, respuesta de la comunidad. La comunidad posexílica puede proclamar ante el mundo cuanto Dios hizo por ella en el pasado. Corresponde a la comunidad restaurada celebrar jubilosamente las proezas de Dios, contar sus hazañas, proclamar la grandeza del "Santo de Israel", dar gracias a Dios salvador. Es la misma misión confiada a la Iglesia: primero vive la salvación que brota de sus fuentes y después la difunde por el mundo entero. Ser testigos del Resucitado en Jerusalén, en Judea y Samaria y hasta los confines de la Tierra es el programa misionero de la Iglesia.

La finalidad del testimonio es llevar a otros hombres a la fe, a la adhesión personal a Jesús Mesías. Quienes aceptan el testimonio eclesial poseen en sí mismos el testimonio de Jesús, que es la Profecía de los tiempos nuevos. La sangre del Cordero y la Palabra del Testimonio son armas eficaces para vencer los poderes de la Bestia. Ser testigos de Jesús es gritar la grandeza del Santo de Israel.

Dios Padre Santo, nuestros padres nos han hablado de tu grandeza para con ellos: nos enseñaron a darte gracias, a invocar tu nombre, a contar a los pueblos tus hazañas; concédenos ser un vivo testimonio del Resucitado, para que todos los pueblos griten jubilosos que sólo Tú eres grande por los siglos de los siglos (Aparicio-García).

Juan Pablo II decía que es un canto de alegría, un himno que "constituye una especie de culminación de algunas páginas del libro de Isaías que se han hecho  célebres por su lectura mesiánica. Se trata de los capítulos 6-12, que se suelen denominar "el libro del Emmanuel". En efecto, en el centro de esos oráculos proféticos resalta la figura de un soberano que, aun formando parte de la histórica dinastía davídica, tiene perfiles transfigurados y recibe títulos gloriosos:  "Consejero maravilloso, Dios fuerte, Padre sempiterno, Príncipe de la paz" (Is 9, 5). La figura concreta del rey de Judá que Isaías promete como hijo y sucesor de Ajaz, el soberano de entonces, que estaba muy lejos de los ideales davídicos, es el signo de una promesa más elevada:  la del rey Mesías que realizará en plenitud el nombre de "Emmanuel", es decir, "Dios con nosotros", convirtiéndose en la perfecta presencia divina en la historia humana. Así pues, es fácilmente comprensible que el Nuevo Testamento y el cristianismo hayan intuido en esa figura regia la fisonomía de Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre solidario con nosotros.

Los estudiosos consideran que el himno al que nos estamos refiriendo (cf. Is 12, 1-6), tanto por su calidad literaria como por su tono general, es una composición posterior al profeta Isaías, que vivió en el siglo VIII antes de Cristo. Casi es una cita, un texto de estilo sálmico, tal vez para uso litúrgico, que se incrusta en este punto para servir de conclusión del "libro del Emmanuel". En efecto, evoca algunos temas referentes a él:  la salvación, la confianza, la alegría, la acción divina, la presencia entre el pueblo del "Santo de Israel", expresión que indica tanto la trascendente "santidad" de Dios como su cercanía amorosa y activa, con la que el pueblo de Israel puede contar. El cantor es una persona que ha vivido una experiencia amarga, sentida como un acto del juicio divino. Pero ahora la prueba ha pasado, la purificación ya se ha producido; la cólera del Señor ha dado paso a la sonrisa y a la disponibilidad para salvar y consolar.

Las dos estrofas del himno marcan casi dos momentos. En el primero (cf vv 1-3), que comienza con la invitación a orar: "Dirás aquel día", domina la palabra "salvación", repetida tres veces y aplicada al Señor: "Dios es mi salvación... Él fue mi salvación... las fuentes de la salvación". Recordemos, por lo demás, que el nombre de Isaías -como el de Jesús- contiene la raíz del verbo hebreo ylsa", que alude a la "salvación". Por eso, nuestro orante tiene la certeza inquebrantable de que en la raíz de la liberación y de la esperanza está la gracia divina. Es significativo notar que hace referencia implícita al gran acontecimiento salvífico del éxodo de la esclavitud de Egipto, porque cita las palabras del canto de liberación entonado por Moisés: "Mi fuerza y mi canto es el Señor" (Ex 15,2).

La salvación dada por Dios, capaz de suscitar la alegría y la confianza incluso en el día oscuro de la prueba, se presenta con la imagen, clásica en la Biblia, del agua:  "Sacaréis agua con gozo de las fuentes de la salvación" (Is 12,3). El pensamiento se dirige idealmente a la escena de la mujer samaritana, cuando Jesús  le ofrece  la  posibilidad  de  tener  en  ella  misma una  "fuente  de agua  que salta para la vida eterna" (Jn 4,14). Al respecto, san Cirilo de Alejandría comenta de modo sugestivo:  "Jesús llama agua viva al don vivificante del Espíritu, por medio del cual sólo la humanidad, aunque abandonada completamente, como los troncos en los montes, y seca, y privada por las insidias del diablo de toda especie de virtud, es restituida a la antigua belleza de la naturaleza... El Salvador llama agua a la gracia del Espíritu Santo, y si uno participa de él, tendrá en sí mismo la fuente de las enseñanzas divinas, de forma que ya no tendrá necesidad de consejos de los demás, y podrá exhortar a quienes tengan sed de la palabra de Dios. Eso es lo que eran, mientras se encontraban en esta vida y en la tierra, los santos profetas y los Apóstoles y sus sucesores en su ministerio. De ellos está escrito: Sacaréis aguas con gozo de las fuentes de la salvación" (Comentario al Evangelio de san Juan II, 4, Roma 1994, pp. 272.75). Por desgracia, la humanidad con frecuencia abandona esta fuente que sacia a todo el ser de la persona, como afirma con amargura el profeta Jeremías:  "Me abandonaron a mí, manantial de aguas vivas, para hacerse cisternas, cisternas agrietadas, que no retienen el agua" (Jr 2,13). También Isaías, pocas páginas antes, había exaltado "las aguas de Siloé, que corren mansamente", símbolo del Señor presente en Sión, y había amenazado el castigo de la inundación de "las aguas del río -es decir, el Éufrates- impetuosas y copiosas" (Is 8, 6-7), símbolo del poder militar y económico, así como de la idolatría, aguas que fascinaban entonces a Judá, pero que la anegarían.

La segunda estrofa (cf Is 12,4-6) comienza con otra invitación -"Aquel día diréis"-, que es una llamada continua a la alabanza gozosa en honor del Señor. Se multiplican los imperativos para cantar:  "dad gracias, invocad, contad, proclamad, tañed, anunciad, gritad". En el centro de la alabanza hay una única profesión de fe en Dios salvador, que actúa en la historia y está al lado de su criatura, compartiendo sus vicisitudes:  "El Señor hizo proezas... ¡Qué grande es en medio de ti  el Santo de Israel!" (vv. 5-6). Esta profesión de fe tiene también una función misionera: "Contad a los pueblos sus hazañas... Anunciadlas a toda la tierra" (vv 4-5). La salvación obtenida debe ser testimoniada al mundo, de forma que la humanidad entera acuda a esas fuentes de paz, de alegría y de libertad".

 

3. Flp 4,4-7.

3. I) Adviento y alegría en el Señor. Es preciso seguir conduciendo a la comunidad cristiana en la fidelidad al Espíritu Santo y a la Iglesia (=mistagogía). Los mismos textos de la Escritura, oraciones presidenciales y prefacios van marcando las actitudes, el ritmo, los objetivos y metas. Es la espiritualidad litúrgica (objetiva), que brota del contenido de las celebraciones. De nuevo, en este domingo, se insiste en la alegría (antífona de entrada, colecta, poscomunión, lecturas 1 y 2, prefacio II) como actitud distintiva de este tercer domingo. En la raíz está el texto de San Pablo a los Filipenses 4,4-7: "Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres"... Es el mismo texto que abre la celebración como antífona de entrada. La razón de esta alegría es que: "El Señor está cerca".

La perspectiva de la venida definitiva del Señor cede en este domingo a la de su primera venida en la carne (Navidad). Esto mismo lo expresa bellamente la oración colecta; pasa con lógica y sentido de progresión de la espera creyente a la realidad gozosa de la Navidad: "Estás viendo, Señor, cómo tu pueblo espera con fe el nacimiento de tu Hijo; concédenos llegar a la Navidad -fiesta de gozo y salvación- y poder celebrarla con alegría desbordante".

La celebración litúrgica es expresión de la vida de la Iglesia orante (SC 41), por eso la mente ha de concordar con la voz (SC90), es decir, que lo que dicen los labios responda a la "verdad de las cosas". Por eso conviene que la comunidad con su actitud respalde la oración del sacerdote: "Estás viendo, Señor, cómo tu pueblo espera con fe el nacimiento de tu Hijo..." (oración colecta), la haga verdadera.

El Adviento es tiempo de coherencia, de conversión sincera, de análisis y discernimiento de nuestras opciones, de purificación del pecado para celebrar con gozo y limpios la Navidad (poscomunión), de mesura y moderación (2. Iectura), de oración y súplica, de trabajo por la paz, de compartir los bienes con los más necesitados, de no extorsionar ni exigir más de lo debido, de acoger la "Buena Noticia" (evangelio) del Señor que viene en humildad.

La alegría del adviento. Se nos presenta el mandato de la alegría: Estad alegres. Os lo repito, alegraos en el Señor. Hablar de la alegría es terriblemente difícil. Es fácil emplear la palabra alegría, es fácil definir una alegría en teoría; es difícil manifestar la profundidad de la alegría. Quizá lo que más impresiona es ver el sentido confiado e infantil que necesitamos los mayores para vivir con alegría en nuestro mundo de responsabilidades y de agobios. Es verdad que el niño es, en general, el prototipo dé la felicidad, el que se contenta y juega con cualquier cosa, el que vive feliz; nosotros, los mayores, nos podemos preguntar: ¿Puede uno ser feliz viendo el entorno que le rodea, esa serie de amenazas que están esperando la oportunidad para matar cualquier esbozo de alegría? El niño es feliz porque se sabe protegido y amado porque vive en presencia de sus padres.

Y quizá nosotros, los mayores, tendríamos que pensar si la razón de nuestra alegría no estará ahí, en el sentido de debilidad, en el reconocimiento de que no podemos nada, en esta confesión de que es la presencia de una solicitud paterna la que nos hace vivir con alegría. Y quizá por eso rompemos con nuestros padres o con dios nuestro Padre y renegamos de él cuando vivimos situaciones deprimentes o comprometidas, tristes o dolorosas.

Un mundo sin fe, sin horizonte abierto, un mundo sin cielo y sin esperanza es un absurdo. No puede haber alegría: ni alegría material situada en lo económico, ni alegría social situada en lo político ni alegría familiar situada en lo afectivo. Es un mundo cerrado, sin fronteras. Nosotros tenemos la fórmula y el sentido para nuestra alegría porque creemos en un Dios Padre que protege y mima nuestras debilidades y flaquezas, porque es benévolo y compasivo con nuestros llantos, ante nuestras riñas, ante nuestros enfados porque realmente espera de nosotros esa actitud confiada de levantar nuestros brazos y vivir en el calor de su regazo (Andrés Pardo).

La verdadera alegría se encuentra donde dijo S. Pablo: "En el Señor. Las demás cosas a parte de ser mudables, no nos proporcionan tanto gozo que puedan impedir la tristeza ocasionada por otros avatares en cambio, el temor de Dios la produce indeficiente porque quien teme a Dios como se debe a la vez que teme confio en Él y adquiere la fuente del placer y el manantial de toda la alegría" (S. Juan Crisóstomo, PG. 27 179).

Está cerca la Navidad y la Palabra de Dios nos invita insistentemente a la alegría; "Regocíjate... grita de júbilo... alégrate y goza de todo corazón" (Sof.) "Estén siempre alegres en el Señor..., estén alegres" (Flp).

-Vivid siempre alegres en el Señor. El Señor está cerca. La alegría tiene que ser una de las actitudes cristianas fundamentales: debemos tener una mirada optimista sobre las realidades del mundo y de la vida (que han sido "desencantadas", arrancadas del poder del maligno), sobre el paso del tiempo y el propio destino personal y colectivo (nos acercamos al día del Señor, a aquel día en que Dios será todo en todos). La vida del creyente está llena de gozo interior porque está llena de sentido: es la vida de un hijo del Padre del cielo. ¿Cómo es que con tanta frecuencia no es ésta nuestra tónica vital -la alegría de fondo y no la desmesura superficial- y cómo es que la gente no nos reconoce como personas mesuradas?

El evangelio es "Buena noticia"; por tanto, motivo de alegría para los creyentes. La alegría cristiana proviene de la comunión con Dios y los hermanos (Hch 2, 46; 14-17), se manifiesta incluso en medio de las adversidades (Hch 5, 41; Sant 1,2; 2 Cor 7,4) y nadie la puede quitar al que la tiene (Jn 16, 20.22). Sin embargo, no siempre escuchamos el evangelio como la mejor noticia y, en especial, muchas veces nos parece el anuncio de la venida del Señor una amenaza y un motivo para tener miedo. Pablo no pensó así; antes, al contrario, exhorta repetidamente a la alegría porque el Señor está cerca.

Ya en el versículo primero del c. 3 de esta misma carta, Pablo inicia su exhortación diciendo: "Por lo demás, hermanos, alegraos en el Señor". Pero esta exhortación queda momentáneamente interrumpida. Por eso ahora, al tomar nuevamente el hilo de su discurso sobre la alegría, dice: "estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegre". La esperanza en la venida del Señor ha de levantar el animo de los cristianos y mantener siempre su serenidad y su buen talante.

Conscientes de que todo pasa y nada puede detener la venida del Señor, nada debe quitarnos la alegría de vivir y preocuparnos demasiado.

La petición es la oración del pobre y del caminante, del hombre que no tiene nada y busca lo que le falta, del hombre que busca nada menos que la infinita riqueza del reino de Dios. Por eso los creyentes deben confiar sus cuidados a Dios. Pero deben enmarcar sus peticiones dentro de un contexto de acción de gracias, sabiendo que son amados por Dios y que en cierto sentido han recibido más de lo que esperan.

Hay una paz que el mundo no puede dar, una paz que viene de Dios para los hombres. Esta es la paz que experimentan los cristianos cuando saben conjugar en su vida el cuidado responsable del caminante y la petición confiada de lo que todavía falta, con la seguridad agradecida de haber recibido por la fe la sustancia de lo que aún esperan. Esta es la paz que guardan nuestros corazones y nuestros pensamientos, para que no perdamos el gozo íntimo en medio de circunstancias adversas. Cristo Jesús, que habita por la fe en nuestros corazones, es la misma "paz de Dios" en persona ("Eucaristía 1988").

La exhortación a la alegría es constante en esta carta (2,17-18; 3,1; 4,4). Pablo escribe desde la cárcel. Los filipenses están ansiosos por la situación de Pablo y de la comunidad. A pesar de esta situación, humanamente desesperada, Pablo invita a la alegría. Insiste, y da por supuesto, que el motivo de esta alegría hay que buscarlo en Dios. Les recuerda que él, a pesar de las cadenas, está lleno de gozo.

Uno de los rasgos de la comunidad ha de ser la afabilidad, el trato cordial con los que hacen el bien a los demás. Deben alejar las preocupaciones, no porque la parusía esté cerca, sino porque sus necesidades están presentes ante Dios. El cristiano no puede dejarse arrastrar por la desconfianza, la desesperación o la resignación fatalista. Cristo está en nosotros y en la comunidad. Su presencia es fuente de alegría.

Para Pablo estar en la cárcel no era en sí ningún motivo de alegría, pero sí lo era el hecho de que estaba en la cárcel por haber aceptado a Cristo con todas sus consecuencias. Las cadenas eran la respuesta que el mundo había dado al anuncio de la paz que Dios le ofrecía. Estad alegres y la paz de Dios custodiará vuestros corazones en Cristo. La paz verdadera proviene de la paz de Dios en Cristo. El Señor que esperamos en Adviento ya está entre nosotros, pero su presencia no es todavía plena y definitiva. Esta presencia está en fase de crecimiento hasta llegar a su plenitud en Cristo.

Somos ahora nosotros, por Cristo y con Cristo, los artífices de la progresiva maduración por la presencia de Dios en el hombre y por tanto de su alegría, gozo y paz.

La historia del cristianismo es la historia del "devenir" del hombre en Cristo. Nuestro ser tiende hacia un futuro que está fuera del alcance del hombre, pero al que podemos llegar si permanecemos en la paz de Dios en Cristo que es la síntesis de todos los bienes mesiánicos (Pere Franquesa).

¡El Señor está cerca! De estas simples palabras irradia toda la gozosa intimidad del introito y toda la alegría de la liturgia de hoy. El Señor está cerca; no tenemos que esperarle durante miles de años, no tenemos que buscarle en el lejano cielo. Está aquí, está en medio de nosotros. Nuestro Adviento no es la angustiosa espera de la humanidad anterior a Cristo. El Mesías, el Dios Salvador esperado tanto por judíos como paganos, ha venido ya. Dios ha redimido a su pueblo. Y no se ha apartado de él; se halla en medio de su Iglesia.

Su aliento vital, su vida divina respira en cada bautizado; de su fuerza y amor viven todos los que en El creen. En cada uno de los que participamos de su santo sacrificio, crece su vida ardiente e inmortal. Todos sabemos, y en cada momento lo experimentamos, que "en El vivimos, nos movemos y existimos" (Hch 17, 28), que no podemos pronunciar una sola palabra buena, ni concebir ningún pensamiento santo, ni alzar siquiera con fe los ojos al Padre Celestial sin El, el Cristo vivo y presente en nosotros.

Es cierto que, a la vez, es El "el que viene". Se nos presenta cada día de nuevo en la palabra de su Sagrada Escritura, en la exhortación de su Iglesia, en su sacrificio y sus sacramentos y en las solemnidades de su año litúrgico. Pero todo esto es un eterno presente. Está en nosotros y viene para estar cada vez más en nosotros.

He aquí la alegría de nuestro canto: ¡El Señor está cerca! La Iglesia se siente feliz en su presencia, como se siente la esposa en la proximidad del amado. Sobre su ser derrama El paz y suavidad, y ella no tiene que preocuparse de nada más, pues sabe que lo tiene junto a sí y que escucha sus súplicas aun antes de formularlas. En el primer domingo de Adviento le había ella suplicado: ¡Muéstranos tu amor! Este amor que se compadece de las miserias y debilidades humanas. Hoy da las gracias porque su súplica se ha visto atendida. El amor de Cristo se ha difundido en su Iglesia, en las almas, y se pone de manifiesto al mundo en su plácida alegría, en su agradecimiento para con Dios y en su suave y dulce vida (modestia vestra). El señor está cerca; bajo la forma del amor y la modestia llena a su Iglesia.

Y por la misma razón de que le tiene cerca, de que se siente llena de El, la iglesia tiene derecho a no quedarse sola en su alegría; quiere alegrarse con sus hijos; el alma quiere regocijarse con sus hermanas, en quienes vive el Señor lo mismo que en ella. ¡Alegraos... , el Señor está cerca!, exclama. ¡Daos cuenta de la dicha de poder caminar ante El, de poder vivir de El, de tenerle más cerca que nuestro propio cuerpo! Y porque el amor de Cristo está en ella, piensa también en aquellos de quienes el Señor no está cerca. Se compadece de ellos y quisiera poderles aportar la dicha de tal proximidad. Por consiguiente, aconseja a sus hijos: "Vuestra modestia (mesura) sea manifiesta a todos los hombres." Deben hacer que la luz de Cristo penetre en las tinieblas del mundo y las disipe. Quien los vea deberá reconocer, en su divina despreocupación por las cosas temporales, la proximidad del Señor, de Aquel que todo lo posee y que aleja de los suyos todo cuidado.

"¡No os preocupéis por nada!" Ocupados tan sólo en el Señor, "libres para la sabiduría divina en el aula del Espíritu" (San León el Grande, octavo sermón sobre los ayunos del décimo mes), los cristianos hallarán toda su alegría, todo su consuelo, el auténtico porqué de su vida, en el trato con Dios próximo y siempre presente. Todo cuanto hagan, todo su trabajo tiene que ser oración, incesante acción de gracias por su vocación a la Iglesia de Cristo, a la proximidad del Señor. En tal vida de oración se acrecienta su paz, "la paz de Dios, que sobrepuja toda imaginación y que guarda los corazones y las inteligencias en Cristo Jesús" (Flp 4, 7).

Con eso, cada vez se convierten más en lo que ya son: portadores de luz, mensajeros de Cristo, evangelistas de la paz y de la buena nueva: Dominus prope est! "¡El Señor está cerca!" Y eso no con muchas palabras, no con un demasiado obrar, únicamente con su "modestia", con la paz inalterable de su corazón, con la serena alegría de su semblante. (...)

Viviendo tan íntimamente en la presencia del Señor, puede comprobar la Iglesia, y también las almas, cómo el Adviento del Señor es al propio tiempo presencia y venida. En tanto que respira su proximidad, vive ya su vida, penetra en su Ser infinito. Por la misma razón de que le posee, desea poseerle cada vez más. Aun cuando ya le tiene aquí, le llama para que venga; porque su luz ha tomado asiento en ella, aprecia mejor sus propias tinieblas y ruega que la "ilumine con la gracia de su visita" (Oración).

A la luz de su presencia cae la Iglesia en la cuenta de todas las maravillosas visitas del Señor, de los muchos Advientos de los que le permite ya participar en los santos misterios de su Iglesia: "Tú, el pastor de Israel..., guías a José como a una ovejuela" (Sal 79, 2). Trae a su memoria la gran obra salvadora del divino amor que ha redimido al mundo, que ha fundado la Iglesia y que en los acontecimientos místicos, siempre nuevos, de las solemnidades del año, continúa obrando la redención. "Has bendecido, Señor, tu tierra; has puesto término a la cautividad de Jacob; has perdonado los pecados de tu pueblo" (Sal 84, 2s).

Sin embargo, cuanto más toma posesión de su ser la presencia del Señor, tanto más reconoce también lo mucho que le queda aún por realizar dentro de los planes divinos de redención y vida, y que, con haberse llevado realmente a cabo ya la redención, todavía tiene que hacerse realidad para millares y millones de seres, además de que el Señor ha de crecer todavía en los fieles y bautizados. Y así exclama en pleno goce de la divina presencia: "tú, Señor, que estás sentado sobre los Querubines, ¡excita tu poder y ven! ¡Ven y sálvanos!" (Sal 79, 2ss.: Emiliana Löhr).

El domingo pasado ya comentábamos la buena relación de Pablo con su comunidad de Filipos, y cómo esto se refleja en la carta que les escribe. Hoy leemos otro fragmento, muy conocido, cuyo inicio en latín ("Gaudete in Domino semper") daba antes nombre a este domingo; este inicio hoy aparece también como antífona de entrada.

El texto tiene un tono exhortativo, homilético, como muchas segundas lecturas (estaría bien, por ejemplo, releerlo después de la comunión), y cada una de las frases es una llamada amable a la manera de vivir cristiana. El motivo de todo es que "el Señor está cerca" y eso hace vivir interiormente con alegría, confianza y paz, y hace que la relación con los demás transmita eso mismo (éste es el sentido de la exhortación "que vuestra mesura la conozca todo el mundo", aunque esta traducción no expresa muy bien todo este sentido: otras biblias traducen "que todo el mundo note lo comprensivos que sois", "que vuestra bondad sea conocida de todos", "que todos os conozcan como personas bondadosas"; J. Lligadas).

S. Agustín nos dice: Gozaos en la verdad, no en la maldad: "Alegraos siempre en el Señor (Fil 4,4). ¿Qué es gozarse en el mundo? Gozarse en el mal, en la torpeza, en cosas deshonrosas y deformes. En todas estas cosas encuentra su gozo el mundo. Cosas todas que no existirían si los hombres no las hubiesen querido. Hay cosas que hacen los hombres y hay otras que las sufren y, aunque no quieran, tienen que soportarlas. ¿Qué es, pues, este mundo, y qué el gozo del mundo? Os lo voy a decir brevemente, hermanos en la medida de mis posibilidades y de la ayuda divina. Os lo diré luego y en breves palabras. La alegría del mundo consiste en la iniquidad impune. Entréguense los hombres a la lujuria y a la fornicación, pierdan el tiempo en espectáculos, anéguense en borracheras, pierdan la dignidad en sus torpezas y no sufran mal alguno: ved el gozo del mundo. Que ninguno de los males mencionados sea castigado con el hambre, o el temor de la guerra o algún otro temor, ni con ninguna enfermedad o cualquier otra adversidad; antes bien, haya abundancia de todo, paz para la carne y seguridad para la mente perversa: ved aquí el gozo del mundo. Pero Dios piensa de manera distinta al hombre; uno es el pensamiento de Dios y otro el del hombre. Fruto de una gran misericordia es no dejar impune la maldad: para no verse obligado a condenar al infierno al final, se digna castigar ahora con el azote.

¿Quieres conocer cuán gran castigo es la falta de castigo? No para el justo, sino para el pecador, a quien se le aplica el castigo temporal para que no le sobrevenga el eterno. ¿Quieres, pues, conocer cuán gran castigo es la falta de castigo? Interroga al salmo: El pecador irritó al Señor. ¡Impetuosa exclamación! Puso atención, reflexionó y exclamó: El pecador irritó al Señor. ¿Por qué?, te suplico. ¿Qué viste? Quien así exclamó vio al pecador entregado impunemente a la lujuria, a hacer el mal, abundando en bienes y gritó: El pecador irritó al Señor. ¿Por qué dijiste eso? ¿Qué viste? Es tan grande su ira que no se lo demanda (Sal 9,4).

Comprended, hermanos cristianos, la misericordia de Dios. Cuando castiga al mundo es porque no quiere condenarlo. Es tan grande su ira que no se lo demanda. El no demandarlo se debe a la magnitud de su ira. Grande es su ira. Su justa severidad es indicadora de perdón. La severidad es como una verdad cruel. Si, pues, alguna vez perdona mostrándose duro, buena cosa es para nosotros el que nos socorra castigándonos. Y con todo, si consideramos las acciones del género humano, ¿qué es lo que padecemos? No nos ha tratado en conformidad con nuestras obras. En efecto, somos hijos. ¿Cómo lo probamos? El Hijo único, para no seguir siendo único, murió por nosotros. No quiso ser único quien murió siendo único. A muchos hizo hijos de Dios el Hijo único de Dios. Con su sangre compró hermanos; siendo él reprobado los aprobó, vendido los rescató, ultrajado los honró, muerto los vivificó. ¿Dudas de que ha de darte sus bienes quien se dignó asumir tus males? Por tanto, hermanos, alegraos en el Señor, no en el mundo; es decir, gozaos en la verdad, no en la maldad; gozad con la esperanza de la eternidad, no en la flor de la vanidad. Sea este vuestro gozo y donde quiera y cuando quiera os halléis aquí, el Señor está cerca, no os inquietéis por nada (Fil 4,4.5-6)" (Sermón 171,4-5).

4. Lc 3,10-18. -El domingo pasado Lucas nos situaba ante Juan, un profeta con proyección universal, con la proclamación de un bautismo de conversión para el perdón de los pecados; hoy Lucas ejemplifica la reforma de vida exigida por Juan, sirviéndose de la pregunta "que tenemos que hacer", que formulan la multitud anónima, unos publicanos y unos militares. Por publicanos se entiende los encargados de la recaudación tributaria. Se trataba por lo general de judíos al servicio de Roma, potencia ocupante. Como había que pagar por anticipado la cantidad estipulada por Roma, eso llevaba a los recaudadores a resarcirse no sólo de la cantidad ya depositada, sino también de los gastos causados en el desempeño de la función, más los intereses. Todo esto hacía que el sistema de recaudación de tributos estuviera abierto a toda clase de abusos. La profesión de recaudador de tributos era generalmente considerada como una actividad más bien infamante y poco escrupulosa. Por militares no se entiende miembros de las tropas romanas de ocupación, sino judíos enrolados al servicio de Herodes Antipas.

A la multitud anónima el profeta le pide la distribución compartida de los recursos fundamentales para cubrir las necesidades primarias de la existencia, alimento y vestido (v. 11). A los recaudadores les pide que cobren exactamente los tributos establecidos y sus legítimas comisiones personales, sin caer en la tentación de la avaricia o de la extorsión (v. 13). A los militares les pide la abolición del chantaje y de cualquier medida intimidatoria (v. 14).

Luego Lucas sintetiza la relación de inferioridad de Juan respecto al Mesías, formulada por tres tipos de imágenes: rituales, jurídicas y apocalípticas, para caracterizar al Mesías como el más fuerte. La imagen jurídica es la expresión "desatar la correa de las sandalias". En el Antiguo Testamento este acto simboliza la privación de un derecho en beneficio del desatante. La imagen no proviene, pues, del mundo de los esclavos. Frente al Mesías, Juan se declara sencillamente sin derechos. Las imágenes apocalípticas del fuego y de la horca de aventar sugieren la idea de un tiempo último y definitivo por un lado, y de un personaje clave y decisivo para los hombres por otro. No tienen nada que ver con el infierno.

Resumiendo: estamos ante un texto ético en su primera parte y cristológico en la segunda. La ética, ejemplificando cambios de comportamiento, facilita y prepara el camino al portador del Espíritu. Los cambios de comportamiento o reforma de vida, expresados y visualizados ritualmente en el bautismo de agua del profeta Juan, hacen posible la dimensión del Espíritu que hará su aparición con Jesús el Mesías.

El comportamiento ético pertenece a los presupuestos del hecho cristiano. Siendo como tenemos que ser, esto es, comportándonos bien, hacemos posible que el Espíritu pueda actuar en nosotros. El buen comportamiento pertenece a la fase previa de eliminación de obstáculos. Supuesta esta eliminación, viene después el ser cristiano. Ya en esta fase previa no hay particularismos ni exclusiones. Lucas está especialmente interesado en esta temática. Por eso introduce en su relato grupos o colectivos marginados por el sentir religioso oficial judío. Hoy introduce a recaudadores y militares. El programa ético del profeta Juan no es maximalista. Las exigencias que formula no pretenden revolucionar las estructuras sociales del momento. A los recaudadores no les dice que corten sus relaciones con el poder invasor; les dice simplemente que huyan de la extorsión. A los militares no les dice que abandonen su posición; les dice simplemente que no chantajeen ni intimiden. ¿Simplemente? Observemos bien que la simplicidad del profeta habla de honestidad en los negocios, de equidad en la aplicación de la justicia. Particularmente y como persona privada me quedo con la simplicidad del profeta frente a los maximalismos de reformas estructurales, aunque sólo sea en base al dicho de que el ideal es enemigo de lo bueno. Desde la honestidad en los negocios y la equidad en la aplicación de la justicia, es decir, desde lo bueno, a lo mejor resulta que cambian las estructuras comerciales y jurídicas, es decir, se consigue el ideal.

¿Y qué decir de la simplicidad del profeta en lo que pide a la multitud anónima? Compartir con los más desafortunados lo necesario para cubrir, al menos, las necesidades primarias. ¿Y si a partir de este domingo nos entrenamos todos un poco en este ejercicio del compartir? No es evidentemente un programa económico, pero si compartiéramos muchos, a lo mejor hasta cambiaban las estructuras económicas (A. Benito).

Tiene en la mano la horca para aventar. Posiblemente, Juan se imaginaba un mesías que reuniría un pueblo de santos y puros, en la línea de los esenios de Qumrán. En cambio, Jesús se presenta como el mesías misericordioso que no viene a condenar a los pecadores sino a ofrecerles gratuitamente la salvación de Dios: también ellos son llamados a la conversión y al Reino. No es el juez que tiene en la mano la horca de aventar y el hacha de leñador, sino el buen pastor que corre tras la oveja perdida. Y si bautiza con Espíritu Santo y con fuego es porque su acción llega a lo más hondo, hasta la transformación del corazón. Felizmente para nosotros. Pero ello no nos exime de responsabilidades ni significa falta de exigencia. Si nos abrimos a la salvación que llega, nuestra vida será transformada. ¿Sucede así? (J. Totosaus).

Se precisa cuáles son los caminos que hay que enderezar para encontrar al Señor que viene. Son los caminos de la justicia, de la caridad, del respeto a los otros. Nada nuevo. Ningún camino excepcional. Pero vuelve una verdad fundamental: el camino hacia Dios pasa obligatoriamente a través del prójimo. La guarda de los mandamientos de la segunda tabla presenta la condición esencial para poderse encontrar frente al "Señor tu Dios, el único." Juan no pretende que los demás se retiren del mundo y lo imiten en su itinerario particularísimo. No les invita a dejar todo y a instalarse en el desierto, como también hicieron los ascetas de Qumrán. Cada uno permanezca en su puesto, continúe haciendo lo que ha hecho hasta hora. Pero de otra manera. Vuelva en buena hora a su oficio. Pero ejercítelo de manera diversa.

Al Señor se le acoge en la vida normal, no a través de cosas excepcionales. Más que los gestos extraordinarios, cuenta la fidelidad en lo cotidiano. Por más que pueda parecer contradictorio, se trata de ir al encuentro de Cristo permaneciendo en el propio puesto. El cambio no está en las cosas y en las situaciones exteriores, sino que se realiza "dentro". Existe un modo diverso de ser y de hacer que se concilia con las cosas de cada día. Así como hay una búsqueda de lo extraordinario, que puede ser una forma de evasión, un sustraerse a los duros compromisos concretos (Alessandro Pronzato).

Un buen comentario sobre este tema se encuentra -elaborado- en el capítulo "Antídoto del miedo" del libro "La fuerza de amar", de M. Luther-King. He aquí un fragmento: "Una fe religiosa positiva no ofrece la ilusión de que estaremos exentos de dolor y sufrimientos, ni nos imbuye la idea de que la vida sea una serie indefinida de comodidades y de placidez nunca entorpecida. Más bien nos proporciona el equilibrio interior necesario para combatir las tensiones, las pesadumbres y los temores que inevitablemente nos asedian y nos asegura que el universo es digno de confianza y que Dios piensa en todo.... Esta fe transforma el torbellino de la desesperación en una brisa cálida y vivificante de esperanza. Debemos grabar en nuestros corazones las palabras de un lema que una generación anterior podía aún leer en las casas de muchas personas devotas: El miedo llamó a la puerta. Salió la fe a abrir. No había nadie!".

El Adviento debe suscitar en nosotros júbilo y esperanza porque el Señor está cerca, su presencia en medio de nosotros es una realidad. ¿Qué debemos hacer para reconocerle? ¿Cómo prepararnos a su venida? Tenemos que profundizar en la conversión continua como actitud perenne; la conversión no es la nota característica del Adviento, que es más bien tiempo de gozosa espera, sin embargo, el cristiano que vive alerta sabe que su vida orientada al Señor se mantiene en esta dinámica. Juan Bautista nos propone el amor y la justicia como el camino más seguro para alcanzar nuestros objetivos cristianos; el convertirnos al amor y la justicia pondrán de manifiesto nuestra voluntad de compartir con los demás la salvación y el amor con que somos amados por Dios; aquí nos encontramos en el ideal, pero será lejano si no buscamos acercarnos al Señor. para que esto se dé es preciso tener una experiencia personal con el Señor, fuente de nuestra alegría; ¿Por qué no un retiro?, ¿una jornada de oración? ¿Por qué no ir al templo y orar leyendo la Palabra de Dios, para dejarme cuestionar por él?.

Juan no pide una conversión hacia el pasado, no pide lamentos y lágrimas sobre el pasado, lo que pide es un cambio hacia el futuro. La penitencia que predica ha de acreditarse por sus frutos y no por sus lamentos, y es una penitencia con una marcada dimensión. En el rito bautismal, la Iglesia supone siempre esta pregunta en los catecúmenos: "¿Qué debemos hacer?", y responde diciendo: "Guardar los mandamientos", sobre todo el mandamiento del amor a Dios y al prójimo. Porque fue así como respondió Jesús a cuantos le preguntaban lo mismo y se interesaban por su salvación. También el precursor dio la misma respuesta.

El bautista predicó la penitencia en un mundo en el que el hombre vivía habitualmente en situaciones extremas y andaba preocupado por el vestir y el comer (cf. 12,22-31). En aquella situación, el bautista exigía nada menos que la reducción del consumo al mínimo vital: una sola túnica y el pan de cada día, en beneficio de los descamisados y los hambrientos. Hoy vivimos en la llamada sociedad de la abundancia; pero, mientras haya hombres en el mundo que no tengan lo necesario para vivir, nuestra sociedad estará condenada ante los ojos de Dios.

El amor al prójimo es una exigencia general, sin esa conversión de amor, no tiene sentido la penitencia. El amor al prójimo supone que se ha cumplido antes con la justicia. Por eso Juan se refiere al cumplimiento de la justicia cuando dirige su palabra a los publicanos y a los soldados. A los publicanos, es decir, a los cobradores de impuestos, Juan les dice que cobren según tarifa justa y que no recurran a los apremios y sobrecargas para enriquecerse a costa de los pobres. Evidentemente, en nuestra sociedad los que más cotizan son los pobres. Por tanto, no se puede hablar de una verdadera conversión cristiana si los cristianos no estamos empeñados en una verdadera reforma fiscal.

A los soldados, a la fuerza pública, el bautista exige que se contenten con la soldada, que no denuncien falsamente y no utilicen la fuerza en provecho propio. El negocio de los armamentos, la violencia establecida, los turbios intereses de los "golpistas"... están pidiendo a gritos una conversión pública. Juan conoce sus propios límites y sabe cuál es su papel. Juan sale al paso de los rumores del pueblo y confiesa abiertamente que él no es el que ha de venir, "el más fuerte", el Mesías.

Juan piensa en un mesías justiciero, que va a venir a separar el trigo de la paja y a purificar el mundo con el fuego. No olvidemos que es aún un hombre del A.T. EL último de los profetas. Por eso anuncia la venida del Señor y el "día del Señor" como un juicio inminente sobre los hombres. Pero Jesús dirá que no ha venido a condenar a los hombres, sino a salvarlos ("Eucaristía 1988").

Lucas interrumpe la serie de palabras de Juan el Bautista según la fuente común de Mt y Lc e introduce una sección (vv. 10-14), de su fuente propia del tercer evangelio. Estos cinco versículos contrastan, por su humanismo y moderación, con la severidad de los que les preceden y les siguen. La pregunta de la gente: "¿Qué hacemos?" es la clásica de los que han iniciado el proceso de conversión y desean sinceramente salvarse. El propio Lucas la pone en boca de los habitantes de Jerusalén después del discurso de Pedro el día de Pentecostés (Hechos 2,37). Es también la pregunta del "joven rico" (Mt 19,16; Mc 10,16; Lc 18,18) y se encuentra asimismo en apocalipsis apócrifos. El Bautista no remite a la Ley, ni a ritos sacrificiales, sino al terreno de las relaciones cotidianas con el prójimo. No sólo se diferencia de los fariseos, que presentaban como camino de salvación la práctica de complicadas observancias, sino también de la secta de Qumran, que se alejaba del pueblo y tenía a todos por condenados a excepción de ellos, y practicaba un rigorismo moral. Juan "no predica al pueblo la pobreza, sino el compartir" (Schalatter). No les pide nada heroico ni extraordinario, sino un mínimo de solidaridad con el prójimo y de fidelidad a los deberes de estado o de profesión. Todo lo que les dice que deben hacer, podemos suponer que la mayoría no lo hacían. De este modo, podemos suponer que entre los que desde lejos habían acudido al desierto de Judá a escuchar al Bautista y a ser bautizados por él, habría bastante gente acomodada, que venían bien abrigados por el frío de la noche y bien provistos de alimentos. La moral del Bautista debería empezarse a cumplir allí mismo, entre los que le escuchan, antes de entrar en las aguas del Jordán para pedir el perdón y la salvación.

La predicación de Juan no es evasiva, sino muy concreta; antes de señalar con el dedo al Mesías ha señalado inequívocamente a los egoístas, que por otra parte no estarían en condiciones de reconocer al Mesías. No exige nada heroico, pero a todos pincha allí donde les duele. A los publicanos no los rechaza, como sin duda habrían hecho los fariseos, ni les dice que deben abandonar su profesión sino sólo que no cobren más de lo mandado, etc. (H. Raguer).

Adviento 2 semana, sábado: la figura de San Juan Bautista. «Elías vino ya, pero no le reconocieron, sino que hicieron con él cuanto quisieron»

Adviento 2 semana, sábado: la figura de San Juan Bautista. «Elías vino ya, pero no le reconocieron, sino que hicieron con él cuanto quisieron»

 

1.- Eclesiástico (Si) 48, 1-4.9-11: 1 Después surgió el profeta Elías como fuego, su palabra abrasaba como antorcha. 2 El atrajo sobre ellos el hambre, y con su celo los diezmó. 3 Por la palabra del Señor cerró los cielos, e hizo también caer fuego tres veces. 4 ¡Qué glorioso fuiste, Elías, en tus portentos! ¿quién puede jactarse de ser igual que tú? 9 en torbellino de fuego fuiste arrebatado en carro de caballos ígneos; 10         fuiste designado en los reproches futuros, para calmar la ira antes que estallara, para hacer volver el corazón de los padres a los hijos, y restablecer las tribus de Jacob. 11 Felices aquellos que te vieron y que se durmieron en el amor, que nosotros también viviremos sin duda.

 

Salmo 80,2-3,15-16,18-19: 2 Pastor de Israel, escucha, tú que guías a José como un rebaño; tú que estás sentado entre querubes, resplandece / 3 ante Efraím, Benjamín y Manasés; ¡despierta tu poderío, y ven en nuestro auxilio! / 15 ¡Oh Dios Sebaot, vuélvete ya, desde los cielos mira y ve, visita a esta viña, / 16 cuídala, a ella, la que plantó tu diestra! / 18 Esté tu mano sobre el hombre de tu diestra, sobre el hijo de Adán que para ti fortaleciste. / 19 Ya no volveremos a apartarnos de ti; nos darás vida y tu nombre invocaremos.

 

Texto del Evangelio (Mt 17,10-13):  Bajando Jesús del monte con ellos, sus discípulos le preguntaron: «¿Por qué, pues, dicen los escribas que Elías debe venir primero?». Respondió Él: «Ciertamente, Elías ha de venir a restaurarlo todo. Os digo, sin embargo: Elías vino ya, pero no le reconocieron sino que hicieron con él cuanto quisieron. Así también el Hijo del hombre tendrá que padecer de parte de ellos». Entonces los discípulos comprendieron que se refería a Juan el Bautista.

 

Comentario: 1. Ese pasaje ha sido escogido hoy, para corresponder con la lectura del Evangelio: los escribas esperaban el retorno de Elías... Jesús dice que Elías ya ha venido... ¡es El, Jesús, el nuevo Elías!... Excelente ocasión de aprender de los labios de Jesús, que no se deben interpretar todos los pasajes de la Escritura, de un modo demasiado simple, liberal o infantil. El verdadero sentido de la Biblia no se obtiene interpretándolo materialmente.

-El profeta Elías surgió como fuego, su palabra ardía como una antorcha. El fuego es una imagen constante en la Biblia, para simbolizar a Dios. En el Sinaí, Dios se manifestó en el fuego de la tormenta. Es natural que el portador de la voluntad divina tenga un rostro de fuego. El fuego será el instrumento de la purificación última de los últimos tiempos. Esa imagen sugestiva proviene seguramente del hecho que, en los sacrificios primitivos, el fuego era el elemento que unía el hombre a Dios. Se comía luego la víctima para consumar la comunión con Dios.

-Elías, por tres veces, hizo caer fuego del cielo. Juan Bautista dirá: "El que viene detrás de mi, os bautizará en el Espíritu Santo y el fuego..." (Mateo 3,11). Y Jesús dirá: «He venido a traer fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que estuviera ya encendido...!» (Lc 12, 49). Y, en Pentecostés, "vieron aparecer unas lenguas, como de fuego..." (Hch 2,3). ¡Dios. Ven a abrasarnos, a purificarnos! ¡Ven a alumbrarnos, a guiarnos!

-Elías, tú que fuiste arrebatado en torbellino de fuego, en carro de caballos de fuego. Escucho la revelación. Acepto esas palabras como unas imágenes: a su muerte, el profeta es «arrebatado en Dios»...

-Fuiste designado para el fin de los tiempos. Es el anuncio del famoso «retorno de Elías» del que los escribas hablaban en tiempo de Jesús, al preguntarse si no sería Juan Bautista, o Jesús. Esto debe interpretarse, pues, espiritualmente. Para calmar la ira antes que estalle... Para reconducir el corazón de los padres a los hijos... y restablecer las tribus de Jacob... Dichosos los que te verán, dichosos los que se durmieron en el amor del Señor, porque también nosotros poseeremos la verdadera vida. Jesús dijo que había venido a asumir la función de Elías, el profeta. Sí, vino a «calmar la ira antes que estalle», y a «conducir de nuevo los corazones de los padres a los hijos»... Esa es la función confiada a la Iglesia y a los cristianos: ser signos de la venida de Dios en el mundo. Para eso recibimos, en Pentecostés, el fuego del Espíritu Santo. En ese tiempo de Adviento que nos encamina hacia Navidad, analizo la situación: ¿dónde estoy, en cuanto a los esfuerzos espirituales decididos? ¿en cuanto mi participación a la venida de Dios en el mundo? ¿Participo del celo y ansia de Jesús cuando dijo: «cuánto quisiera que el fuego de Dios encendiera la tierra»? ¿o bien lo espero pasivamente? (Noel Quesson).

Jesús Ben Sirac, personaje importante de Jerusalén en la época helenista, hacia el año 180 antes de Cristo canta aquí a los  antepasados gloriosos en la historia de Israel (cc 44-50), haciendo recuento de "hombres de bien" a los que el Altísimo repartió "gran gloria". Entre ellos se encuentran reyes, consejeros, videntes, sabios, poetas...(44, 1 ss), pero hay uno muy insigne, que se alzó contra los escándalos de su tiempo: Elías, un hombre de Dios cuya actitud debe imitarse. Es el profeta que –según la tradición de Israel- está llamado a aparecer en los grandes acontecimientos de la historia salvífica, por ejemplo, en la presentación del Mesías, y, además, al final de los tiempos. Le corresponde, por tanto, preparar los caminos al advenimiento de Jesús y de Yhavé, prendiendo el fuego sagrado  e inflamando a las gentes con la llama de la Verdad.

Aquel que está lleno del Espíritu Santo tiene la fuerza del fuego que devora la hierba seca y que purifica los metales para que sean preciosos y puros. Elías es comparado a un profeta de fuego, con palabras de fuego; arrebatado por el fuego pero que volverá para poner las cosas en orden preparando el camino al Señor. Quienes hemos recibido el Don del Espíritu Santo, que habita en nuestros corazones como en un templo, no podemos permanecer indiferentes ante el la maldad que ha dominado a muchos e impide que el Señor sea reconocido como Señor en sus vidas. No podemos sólo proclamar el Nombre del Señor por costumbre; lo hemos de hacer siendo instrumentos del Espíritu del Señor que prepara los corazones para que en ellos habite el Señor y le dé un nuevo sentido a sus vidas. No podemos quedarnos sólo en preparaciones externas para la venida del Señor; hemos de estar con un corazón dispuesto a recibirlo y para que, teniéndolo en nosotros, lo manifestemos ante los demás con todo su poder salvador.

2. Sal. 79. Que Dios tenga piedad de nosotros y nos bendiga; que haga resplandecer su Rostro sobre nosotros y nos conceda su protección y su paz. Dios no puede olvidarse de la obra de sus manos. Muchas veces nosotros hemos vivido lejos del Señor, pero Él, como un Padre amoroso y compasivo, siempre está dispuesto a perdonarnos si volvemos a Él con un corazón sincero. Dios, por medio de su Hijo Encarnado, ha salido al encuentro del hombre pecador. Nosotros hemos sido objeto del amor misericordioso del Señor; no cerremos nuestro corazón al Redentor que se acerca a nosotros no sólo para protegernos sino para renovarnos como criaturas nuevas, como hijos de Dios.

3. Mt. 17, 10-13. 2.- Mt 17, 10-13. Juan Bautista estuvo encarcelado y fue decapitado. Sus discípulos interrogaron a Jesús sobre la venida de Elías, que debe preceder a la del Mesías. La respuesta de Jesús es clara: Elías ya ha venido, es Juan Bautista. Cumplió el encargo de Elías: ser el profeta de la última hora y preparar al pueblo para el reino de Dios. Tenían que haberlo reconocido en sus palabras y en sus acciones. Al no aceptar el pueblo su invitación y llamada a la penitencia, no pudo realizar la misión que se esperaba de Elías. Sin embargo, el plan de Dios se cumple, incluso en el fracaso del Bautista… San Juan Crisóstomo alaba así la tarea de San Juan Bautista: «Es deber del buen servidor no sólo el de no defraudar a su dueño la gloria que se le debe, sino también el de rechazar los honores que quiera tributarle la multitud... San Juan dijo "quien viene detrás de mí, en realidad me precede", y "no soy digno de desatar la correa de sus sandalias", y "Él os bautizará con el Espíritu Santo y el fuego", y que había visto al Espíritu Santo descender en forma de paloma y posarse sobre Él. Por último atestiguó que era el Hijo de Dios y añadió "he ahí al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo"...

«Como solo se preocupaba de conducirlos a Cristo y hacerlos discípulos suyos, no lanzó un largo discurso. San Juan sabía que, una vez que hubieran acogido sus palabras y se hubieran convencido, no tendrían ya necesidad de su testimonio a favor de Aquél... Cristo no habló; todo lo dijo San Juan... Juan, haciendo oficio de amigo, tomó la diestra de la esposa, al conciliarle con sus palabras las almas de los hombres. Y Él, tras haberles acogido, los ligó tan estrechamente a sí mismo que ya no regresaron a aquél que se los había confiado... Todos los demás profetas y apóstoles anunciaron a Cristo cuando estaba ausente. Unos, antes de su Encarnación; otros, después de su Ascensión. Sólo él lo anunció estando presente. Por eso también lo llamó "amigo del esposo", pues sólo él asistió a su boda».

Pero no lo reconocieron, igual que no reconocerán en Jesús al Mesías que va a padecer. El libro del Eclesiástico preveía la vuelta de Elías al final de los tiempos, volviendo otra vez a un tema del que ya había escrito antes. A Elías se le reserva para "reconciliar a padres con hijos y restablecer las tribus de Israel". Un papel de reunificador. Esta venida no reconocida es una dura lección para nosotros. Mucho más frecuentemente de lo que pensamos, a través de los seres y de los acontecimientos, hay venidas de Dios para restaurar el mundo. Aceptar, reconocer a estos "profetas" no es sencillo, ¡y hay tantos falsos profetas en nuestros días! Sin embargo, se les puede reconocer por sus frutos: Aunque no hablen sólo de unidad y amor, si lejos de rechazar a los que no piensen como ellos, demuestran que les aman; si todas sus actividades, y no sólo sus palabras son portadoras de unidad, bien podrían ser apariciones de Dios a los hombres, aun cuando no provoquen en nosotros simpatías humanas. Quizá en la Iglesia de hoy, por prudencia justificada, se desconfíe de los carismas. Se comprende que haya que verificarlos. La prueba decisiva será siempre, y hasta el fin, el amor de Dios y de los otros en lo concreto de la vida, no el amor de pequeños grupos, que mantienen un ideal a menudo demasiado humano y defendido con uñas y dientes, sino un amor universal signo del cristiano. Los que son suficientemente puros como para haber recibido este don de Dios, ¿no podrían ser, hoy y entre nosotros, Elías reconciliadores? (Adien Nocent).

"Y no lo reconocieron, sino que lo trataron a su antojo". En lugar de reconocerle, han hecho con él todo lo que han querido. Este es el drama de todos los tiempos. Juzgamos siempre muy superficialmente. No acertamos a reconocer los signos que Dios nos da como precursores de su presencia. Hoy, como siempre, Dios está junto a nosotros, en nuestra vidas y en las vidas de los que nos rodean. Y pasa desapercibido. "Así también el Hijo del hombre va a padecer a manos de ellos". La suerte de Jesús, el Mesías, está ligada a la suerte del Bautista, el precursor. La ignorancia del precursor es ignorancia de Cristo. La muerte del Bautista anuncia y predice la muerte de Cristo. Estamos en Adviento y debemos desear con fuerza la venida de Dios a nosotros y a nuestro mundo, pero ojo: hay que estar alertas para descubrir los signos que Dios nos envía como precursores de su venida… La vida verdadera nace de la muerte. Una vida que surge entre constantes dolores de parto (Rom 8,22). Sólo es posible transformarse y transformar el mundo si tenemos presente la meta a la que queremos llegar y si no perdemos nunca la esperanza en que ese futuro mejor, esa meta que nos aguarda, es posible (Francisco Bartolome Gonzalez).

Está terminando la segunda semana de este Adviento… hemos de preparar seriamente la venida del Señor a nuestras vidas, que es la gracia de la Navidad, y no sabemos darnos cuenta de los signos de esta venida en las personas y los acontecimientos, y no nos hemos sentido interpelados para «renovarlo todo» en nuestra existencia, entonces el Adviento son sólo hojas del calendario que van pasando, y no la gracia sacramental que Dios habla pensado. Tenemos que decir desde lo profundo de nuestro ser: «Oh Dios, restáuranos», «que amanezca en nuestros corazones tu Unigénito, y su venida ahuyente las tinieblas del pecado y nos transforme en hijos de la luz» (oración). Y decirlo con voluntad sincera de dejar que Dios cambie algo en nuestra vida. Más aún, los cristianos somos invitados a ser Elías y Bautista para los otros: a ser voz que anuncia y testimonio que contagia, y contribuir a que otros también. en nuestra familia, en nuestra comunidad, se preparen a la venida del Señor, y se renueve algo en nuestro mundo, y suceda de veras esa señal que anunciaba el profeta, que «se reconcilien padres e hijos» (J. Aldazábal).

A veces nuestra vida espiritual se reduce a lo que "yo" creo. Me rijo por el "yo necesito", "yo rezo", y convertimos la fe en un "producto" que yo me preparo a mi medida y gusto. Sin embargo, no podemos aplicar esta regla para descubrir las cosas de Dios. S. Juan de la Cruz fue un fraile carmelita que supo escuchar a Dios, que supo encontrarle. Lo hizo sobre todo en los momentos de mayor prueba en su vida. Recluído nueve meses en una estrecha y oscura prisión, fue allí, entre sufrimientos y privaciones donde vieron la luz sus más profundos y bellos poemas espirituales. Porque Dios vive, actúa y está presente en los hombres y en todas las creaturas de la naturaleza. Todo esto es posible cuando el presupuesto de nuestra oración dejo de ser "yo", y se convierte en el "Tu". Cuando dejo de "oírme" y comienzo a escuchar. Porque orar es, sobre todo, escuchar a Dios. Se requiere silencio y apertura de corazón. Presentarse uno mismo, como es, con sinceridad ante el espejo del alma. Hace falta la valentía de aceptarse, con todos nuestros límites y virtudes, pero además, hace falta meter a Dios en esa aceptación, en ese diálogo. Es necesario conectarse a Dios desde la sinceridad de uno mismo. Aquellos judíos no reconocieron a Juan, y no reconocerán a Jesucristo. Nosotros estamos en mejores condiciones. Las dificultades siempre las tendremos, pero podemos vencerlas si somos sinceros y si tenemos la firme convicción que nuestra "conexión" con Dios es la cosa más importante que tenemos y que nuestro "yo" está subordinado al Tú de Dios, que es AMOR.

A cada uno de nosotros el Señor nos manda ser precursores. Y como precursores, nos toca hablar, nos toca manifestar y nos toca proclamar con nuestro testimonio lo que es Dios en la vida del hombre. Podemos ser acogidos y comprendidos y tener grandes éxitos; o por el contrario, podemos no ser recibidos y encontrar, aparentemente, esterilidad. Sin embargo, como dice Jesús en la última frase de este Evangelio: "La sabiduría de Dios se justifica a sí misma por sus obras". Es decir, yo no necesito que otro me diga que estoy actuando bien, que está de acuerdo conmigo, o que el camino que llevo es el correcto; el precursor es fecundo por el simple hecho de proclamar el mensaje de aquel de quien es precursor. Cometeríamos un error si pensáramos que porque no vemos los frutos, estamos siendo infructuosos. Cometeríamos un error si nosotros pensamos que por el simple hecho de que la gente no nos reciba, no estamos siendo fecundos. Si nosotros queremos ser verdaderos precursores de Cristo es necesario que nunca dejemos de entregarnos, que siempre mantengamos con la misma frescura la donación de nosotros mismos, independientemente de los frutos que veamos. A lo mejor nos moriremos y no veremos los frutos que queríamos obtener. Sin embargo, nosotros no sembramos para esta vida, sembramos para la vida eterna: "Dichoso aquel que no se guía por mundanos criterios [...]. Es como un árbol plantado junto al río, que da fruto a su tiempo y nunca se marchita". Los frutos de Dios —nunca lo olvidemos— con mucha frecuencia son frutos interiores, son frutos que nacen del corazón y que a veces se quedan en él. Cada uno de nosotros tiene que pedirle a Dios que nuestras palabras nunca queden sin fruto. No le pidamos ver los frutos; sólo pidámosle que no seamos obstáculo para que los frutos que, a través de nosotros tengan que darse, se puedan dar, porque si así lo hacemos, en nosotros se está cumpliendo lo que dice la Escritura: "La sabiduría de Dios se justifica a sí misma por sus obras". No busquemos que la sabiduría de Dios se justifique por nuestras obras. Permitamos que sea el Señor, que viene en esta Navidad, el que justifique las obras. Hagamos de este Adviento, días de una especial e intensa purificación interior. Y para lograrlo, hagamos un serio examen para revisar dónde nuestra vida no está sabiendo ser precursora, y roguemos al Señor para que nunca seamos una puerta que cierra el paso a los frutos que Él quiere obtener de los demás, por nuestra mediación.

"El bautismo es el punto final del Antiguo Testamento y el punto de partida del Nuevo. Tenía como promotor a Juan, el Bautista, "porque entre los hijos de mujer no ha habido uno mayor que Juan el Bautista" (Mt 11,11) Juan era el último de una serie de profetas, porque "todos los profetas y la ley anunciaron esto hasta que vino Juan." (Mt 11,13) El inaugura la era mesiánica, tal como está escrito: "Comienza la buena noticia de Jesús, Mesías, Hijo de Dios...Apareció Juan el Bautista en el desierto...Juan bautizaba." (cf Mc 1,1.4). ¿Opondrías a Juan Elías, el Tesbita, que fue arrebatado al cielo? De todos modos, no es superior a Juan el Bautista. Enoc fue transportado al cielo, y sin embargo, no es superior a Juan el Bautista. Moisés fue el mayor legislador en Israel. Todos los profetas eran admirables, pero ninguno es mayor que Juan el Bautista. No es cuestión de comparar unos profetas con otros, sino que su Maestro, nuestro Maestro, el Señor Jesús en persona ha declarado: "...no ha habido uno mayor que Juan el Bautista." (Mt 11,11) Hay ciertamente comparación entre el gran servidor y sus compañeros de servicio, pero la superioridad y la gracia del Hijo de la Virgen no tiene comparación con sus siervos. ¿Te das cuenta qué clase de hombre escogió Dios como primer beneficiado de la gracia del Hijo? Un pobre, un amigo del desierto, no por esto enemigo de los hombres, Juan el Bautista, el nuevo Elías. Comiendo langostas, daba alas a su alma. Alimentado con miel silvestre, pronunciaba palabras de dulzura. Vestido de pieles de camello mostraba en su persona un ejemplo de esfuerzo y vigor. Desde el seno de la madre había sido consagrado por el Espíritu Santo. Jeremías había sido consagrado, pero no había profetizado en el seno de la madre. Sólo Juan Bautista, en el claustro del seno materno saltó de gozo. Sin ver con los ojos de la carne, bajo la acción del Espíritu Santo, reconoció al Maestro. La grandeza del bautismo pedía un guía grande en el inicio de la nueva era" (San Cirilo de Jerusalén, 313-350).

Quienes viven de espaldas a la Verdad, aun cuando resucite un muerto no creerán realmente en Dios, porque no quieren convertirse ni salvarse. De muchas maneras habló Dios en el pasado a su Pueblo; pero muchos no quisieron ir por los caminos de Dios. Llegada la salvación prefirieron las tinieblas a la luz porque sus obras eran malas. Apagar la voz del profeta significa despreciar no sólo al enviado sino a Aquel que lo envió. Pero cuando el que envió vino a nosotros, los suyos no lo recibieron; y no sólo lo rechazaron sino que también lo persiguieron como si en lugar de llegar Aquel que los hizo pueblo suyo y ovejas de su rebaño, hubiese llegado un enemigo o un extraño. Ojalá y nosotros no cerremos nuestro corazón al Señor que, amándonos, quiere hacer su morada en nuestros corazones y quiere impulsar nuestra vida por el camino del bien. En esta Eucaristía el Señor nos comunica cada vez en mayor medida, el fuego de su amor, que ha de transformarnos para que, unidos a Él, seamos luz que ilumine el camino de todos los pueblos de la tierra. El Señor no sólo nos instruye con su Palabra, sino que nos llena de su misma Vida para que seamos portadores de su amor y de su Gracia. Quien vive en comunión de vida con Cristo no puede sólo confesar su fe con los labios, pues sus mismas obras estarán dando testimonio de que en verdad es hijo de Dios. La Iglesia de Cristo ha de actuar siempre guiada por el Espíritu Santo, fuego que arde en su interior y la hace ser testigo valiente del Señor, esforzándose en trabajar incansablemente para que haya un mejor orden en la vida social, y no se nos pierda de vista nuestra meta final: llegar juntos a participar de la vida que Dios nos ofrece mediante su Hijo Jesús. Si queremos que nuestro mundo viva un poco más en paz y armonía, en amor fraterno y en solidaridad con los necesitados, no nos quedemos con una fe que pierda su inserción en el mundo. No podemos sustraernos de las realidades temporales; pero no podemos dejarnos deslumbrar por ellas de tal forma que llegáramos a pensar que nuestra plena realización se lleva a cabo sólo en esta vida, o en la posesión de las cosas temporales. Ciertamente no podemos descuidar nuestras tareas en que nos esforzamos por construir la ciudad terrena; pero en ella debemos esforzarnos para que se vivan los valores que proclama la Iglesia. Hemos de ser los primeros responsables en aquellas tareas que se nos han encomendado, o que hemos aceptado en la vida, sabiendo que con ellas, aún de un modo indirecto, estamos prestando un servicio a nuestros hermanos. Hemos de ser los primeros en trabajar por la paz, de tal forma que no seamos generadores de guerras, ni de persecuciones, ni de asesinatos, ni de injusticias. Hemos de ser los primeros en tratar de remediar el hambre de los desprotegidos, no sólo despojándonos de lo nuestro en favor de ellos, sino trabajando para que haya una mayor justicia social que abra más oportunidades a quienes, en razón de su cultura, raza o edad, han sido desplazados o marginados. Sólo poseyendo el Fuego del Espíritu de Dios en nosotros no nos quedaremos en estos proyectos temporales, sino que daremos el paso hacia la construcción del Reino de Dios entre nosotros, de tal forma que el Señor nos lleve no sólo a buscar proteger a los débiles, sino a buscar la salvación de quienes viven lejos de Él y han destruido su propia vida o han generado injusticias que destruyen la vida de los demás. Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la Gracia de prepararle el camino al Señor con un corazón libre de maldades, injusticias y odios, y lleno del Amor que venido de Dios, nos haga ser una digna morada para Él y un signo del amor fraterno para cuantos nos traten (www.homiliacatolica.com).

En el canto de entrada expresamos nuestros anhelos por la venida del Señor: «Despierta tu poder, Señor, Tú que te sientas sobre querubines, y ven a salvarnos» (Sal 79,4.2). En la comunión tenemos la respuesta: «Mira, llego en seguida, dice el Señor, y traigo conmigo mi salario, para pagar a cada uno su propio trabajo» (Ap 22, 12). En la oración colecta (Rótulus de Rávena), pedimos al Señor que amanezca en nuestros corazones su Unigénito, resplandor de su gloria, para que su venida ahuyente las tinieblas del pecado y nos transforme en hijos de la luz.

Jesús viene a traer la salvación, a vencer los males del mundo: injusticia, violencia, tristeza, crueldad. En su seguimiento, el primero fue su precursor, Juan Bautista, fue como Elías, luminoso como el fuego (primera lectura), preparó los caminos del Señor. Pide hoy la Iglesia en la Colecta: "haz brillar, Dios todopoderoso, en nuestros corazones el resplandor de tu gloria, para que una vez ahuyentadas las tinieblas de la noche, aparezcamos, con la llegada de tu Unigénito, como hijos de la luz". San Agustín tuvo la experiencia de su conversión, de ese itinerario largo hasta acabar rendido ante la Verdad: "¡Tarde te amé, hermosura soberana, tarde te amé! Y Tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba; y me lanzaba sobre estas cosas hermosas que Tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Me retenían lejos de Ti aquellas cosas que sin Ti no existirían. Me llamaste y clamaste, y quebrantaste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera, exhalaste tu perfume y lo aspiré, y ahora te anhelo; gusté de Ti, y ahora siento hambre y sed de Ti; me tocaste, y deseé con ansia la paz que procede de Ti" (San Agustín, Confesiones).

Al acabar esta semana vemos el sendero que nos marca el Señor, que nos señala Juan Bautista con su vida: ir a la luz, dejarse querer por Jesús (el buen pastor): "Como un pastor apacentará su rebaño, recogerá con su brazo los corderillos, los tomará en su seno, y conducirá él mismo las ovejas recién nacidas" (Is 40, 41).

Y, una vez convertidos, todos de señalar esos caminos del Señor: "Cristo espera mucho de tu labor. Pero has de ir a buscar las almas, como el Buen Pastor salió tras la oveja centésima: sin aguardar a que te llamen. Luego, sírvete de tus amigos para hacer bien a otros: nadie puede sentirse tranquilo —díselo a cada uno— con una vida espiritual que después de llenarle, no rebose hacia afuera con celo apostólico." (San Josemaría Escrivá, Surco 223). Juan no se echará atrás cuando el viento, el ambiente frívolo, le azote, y más adelante dará su cabeza al verdugo de Herodes, para que la Verdad siga viviendo.

En aquel valle de Jericó, junto al Jordán, predicaba el Bautista, cerca del camino de caravanas que de Perea van hacia Jerusalén. Tiene cuerpo robusto, la piel curtida por el sol; cabellos largos. Resistente, parco en comer y hablar. Mirada profunda, exigente. Voz poderosa, que llega. Valiente, cumple su misión: "voz del que clama en el desierto."

Siguiendo el hilo de esta exigente llamada del Maestro, podemos revisar cómo nos va el examen de conciencia, ese repaso al corazón, cada día. "Y estas páginas blancas que empezamos a garabatear cada día, a mí me gusta encabezarlas con una sola palabra: ¡Serviam!, ¡serviré!, que es un deseo y una esperanza.... Y digo al Señor que vuelvo a empezar, Nunc coepi!, que vuelvo a empezar con la voluntad recta de servicio y de dedicarle mi vida, momento por momento, minuto por minuto" (S. CANALS, Ascética meditada). Su finalidad es un conocimiento más profundo del estado de nuestra alma, y del conocimiento de la voluntad de Dios y de cómo vamos en cumplirla. Ahí nos preguntamos: "¿Dónde está mi corazón?" Ahí reconocemos detalles de vanidad, el buscar aplausos; quizás resentimientos y antipatías; sensualidad o rutina… pero todo ello no importa, si acaba con un acto de amor, de no dejarse llevar por el desánimo sino "arreglar" las faltas de amor con un acto de amor, recomenzar, volver a empezar… y por eso va bien terminar con un propósito. El examen nos predispone a tener un corazón nuevo, para preparar esos caminos del Señor como San Juan, del que decían: "¿Quién pensáis ha de ser este niño? Porque la mano del Señor estaba con él" (Lc 1, 57-66). Nuestra consideración de hoy sobre la figura de Juan el Bautista, que señala la presencia de Jesús y proclama: "ése es el Cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo", nos indica que entre los hombres anda siempre esa misión, de ayudar al Señor preparando sus caminos… La misión y la razón de su elección se propaga también en nuestra vida; hemos recibido de algún modo también esta llamada, y todos, cada uno, hemos sido elegidos por Dios para señalar su presencia en el mundo de hoy –en  la familia, en el trabajo, en nuestro ambiente- para preparar las almas, en los corazones de tanta gente.

Por tanto, la santidad no está en "el egoísmo de ser perfectos" sin ocuparse de los demás, sino la perfección en el amor, ser –en expresión de san Josemaría Escrivá- Cristo que pasa entre los hombres; eso hizo san Juan con fidelidad, humildad, fortaleza... Virtudes que necesitamos también nosotros. Fidelidad a ese parentesco (san Juan era su primo, y para nosotros es nuestro hermano mayor). Humildad de no querer brillo propio sino mostrar la luz del Señor. Fortaleza de dar la vida, de quitar lo que nos aparta de Dios, pues la debilidad se transforma en fortaleza cuando se aparta la ocasión. Apartar significa con frecuencia huir de las ocasiones de enfriamiento, con pequeños sacrificios en el cumplimiento del deber, ofrecer esos actos de entregamiento por las intenciones que llevamos en el corazón.