jueves, 17 de diciembre de 2009

Viernes de la 34ª semana de Tiempo Ordinario. “Vi venir en las nubes del cielo como un hijo de hombre”: profecía de Jesús, Rey, que anuncia en el Evangelio su venida al final de los tiempos: “Cuando veáis que suceden estas cosas, sabed que está cerca

Viernes de la 34ª semana de Tiempo Ordinario. "Vi venir en las nubes del cielo como un hijo de hombre": profecía de Jesús, Rey, que anuncia en el Evangelio su venida al final de los tiempos: "Cuando veáis que suceden estas cosas, sabed que está cerca el reino de Dios".

 

Lectura de la profecía de Daniel 7,2-14. Yo, Daniel, tuve una visión nocturna: los cuatro vientos del cielo agitaban el océano. Cuatro fieras gigantescas salieron del mar, las cuatro distintas. La primera era como un león con alas de águila; mientras yo miraba, le arrancaron las alas, la alzaron del suelo, la pusieron de pie como un hombre y le dieron mente humana. La segunda era como un oso medio erguido, con tres costillas en la boca, entre los dientes. Le dijeron: -«¡Arriba! Come carne en abundancia.» Después vi otra fiera como un leopardo, con cuatro alas de ave en el lomo y cuatro cabezas. Y le dieron el poder. Después tuve otra visión nocturna: una cuarta fiera, terrible, espantosa, fortísima; tenía grandes dientes de hierro, eón los que corma y descuartizaba, y las sobras las pateaba con las pezuñas. Era diversa de las fieras anteriores, porque tenía diez cuernos. Miré atentamente los cuernos y vi que entre ellos salía otro cuerno pequeño; para hacerle sitio, arrancaron tres de los cuernos precedentes. Aquel cuerno tenía ojos humanos y una boca que profería insolencias. Durante la visión, vi que colocaban unos tronos, y un anciano se sentó; su vestido era blanco como nieve, su cabellera como lana limpísima; su trono, llamas de fuego; sus ruedas, llamaradas. Un río impetuoso de fuego brotaba delante de él. Miles y miles le servían, millones estaban a sus órdenes. Comenzó la sesión y se abrieron los libros. Yo seguia mirando, atraído por las insolencias que profería aquel cuerno; hasta que mataron a la fiera, la descuartizaron y la echaron al fuego. A las otras fieras les quitaron el poder, dejándolas vivas una temporada. Mientras miraba, en la visión nocturna vi venir en las nubes del cielo como un hijo de hombre, que se acercó al anciano y se presentó ante él. Le dieron poder real y dominio; todos los pueblos, naciones y lenguas lo respetarán. Su dominio es eterno y no pasa, su reino no tendrá fin.

 

Salmo responsorial Dn 3,75.76.77.78.79.80.81. R. Ensalzadlo con himnos por los siglos.

Montes y cumbres, bendecid al Señor.

Cuanto germina en la tierra, bendiga al Señor.

Manantiales, bendecid al Señor.

Mares y ríos, bendecid al Señor.

Cetáceos y peces, bendecid al Señor.

Aves del cielo, bendecid al Señor.

Fieras y ganados, bendecid al Señor.

 

Evangelio según san Lucas 21,29-33. En aquel tiempo, expuso Jesús una parábola a sus discípulos: -«Fijaos en la higuera o en cualquier árbol: cuando echan brotes, os basta verlos para saber que el verano está cerca. Pues, cuando veáis que suceden estas cosas, sabed que está cerca el reino de Dios. Os aseguro que antes que pase esta generación todo eso se cumplirá. El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán.»

 

Comentario: 1.- Dn 7,2-14. a) Cambia el panorama con respecto a los días anteriores: ahora es Daniel quien tiene una "visión nocturna", llena de simbolismos extraños. Esta vez son cuatro animales -como hace unos días eran cuatro materiales de construcción de una estatua- los que describen los cuatro imperios sucesivos: el babilonio, el de los medos, el de los persas y el griego, de Alejandro y sus sucesores seléucidas, con sus "diez cuernos", tantos como reyes de aquella dinastía. También aquí se detiene más el vidente en el reinado último, el de Antíoco, su contemporáneo, al que describe como más cruel y feroz que nadie. Pero lo importante no es la ferocidad de esos imperios, sino la visión que viene a continuación: el trono de Dios, los miles y miles de seres que le aclaman y, finalmente, la aparición de "una especie de hombre que viene entre las nubes del cielo: a él se le dio poder, honor y reino. Su reino no acabará". 

b) De aquí viene el nombre de "Hijo del Hombre" referido en lo sucesivo al futuro Mesías, y que al mismo Jesús le gustaba aplicarse. "Una especie de hombre", "uno con la apariencia de hombre". "un hijo de hombre". Es un nombre que los evangelios dan más de ochenta veces a Jesús. Jesús, el Mestas, es el que sabe interpretar la historia, el que -como dirá el Apocalipsis- puede "abrir los sellos del libro", el que recibe el reino perpetuo y aparecerá al final como Juez supremo de la humanidad. La lectura de Daniel nos ayuda a situarnos en una actitud de mirada profética hacia el futuro, al final de los tiempos, con el reinado universal y definitivo de Cristo, el Triunfador de la muerte, como celebramos el domingo pasado en la solemnidad de Cristo, Rey del Universo, y que seguiremos haciendo durante el Adviento. Terminamos el año litúrgico con la mirada fija en Cristo Jesús. Es la dirección justa, la que da sentido a nuestro camino.

El capítulo VII de Daniel, que meditamos hoy y meditaremos mañana sábado, es el más importante de toda la apocalipsis bíblica. Por la deslumbrante riqueza de las imágenes, por el potente hábito profético, por la profundidad teológica de los temas... anuncia directamente el Apocalipsis de san Juan. Leyendo esas palabras ardientes, no olvidemos que Jesús, delante del tribunal del Sumo sacerdote, Caifás -quien conocía también esa profecía- aplicó este texto a Sí mismo, reivindicando así la «igualdad con Dios»... tomando el título de «Hijo del hombre»... anunciando su «venida sobre las nubes del cielo». Y esto le valdrá su condenación a muerte por blasfemo. 

-La noche... Tuve una visión: cuatro vientos del cielo... El gran mar... Cuatro bestias enormes: un león... un oso... un leopardo... una bestia con diez cuernos y con dientes de hierro...  No nos apresuremos a pasar por alto esas imágenes, tachándolas de infantiles. Se expresa en ellas una profunda filosofía de la Historia: la sucesión de los reinos terrestres ateos -que no reconocen al verdadero Dios- es una sucesión de regímenes inhumanos, en los que la crueldad y el dominio se ejercen en detrimento de los hombres. Daniel sabía algo de ello puesto que vivía bajo el terrible reino de Antíoco Epifanes, el cual quería doblegar a todo el pueblo e imponerle un modo de vida... falto de respeto por la libertad y la dignidad profunda del hombre.  La tentación de «dominar», de «aplastar», de "doblegar", de «imponer», de «asustar», de "usar la fuerza"... ¿se encuentra también de algún modo en mí?  En la vida conyugal, en la vida profesional, en las discusiones y conversaciones, en las tomas de posición, en las relaciones humanas... ¿Cómo me comporto? ¿Amor o fuerza? ¿Diálogo o certidumbre sectaria? ¿Búsqueda paciente con los demás... o imposición de mi punto de vista? La tentación del «poder», la dialéctica del «amo y del esclavo» llega hasta aquí. No se da sólo en las relaciones económicas, se encuentra ya «en el corazón del hombre». Cambia, Señor, nuestros corazones y mentalidades. 

-Continué mirando y vi unos tronos dispuestos y «un Anciano» se sentó... El tribunal se sentó también y se abrieron los libros: la «bestia» fue muerta... Y a las otras bestias se les quitó el dominio...  Es el Juicio de Dios sobre la Historia. Daniel anuncia el próximo fin de los «grandes Imperios» terrestres, el último de los cuales tiraniza al pueblo de Dios. «A las otras bestias se les quitó el dominio». Si esto fuese verdad, Señor! ¡Si fuese verdad que los poderes humanos nunca más fuesen «malos» y no abusasen nunca más de su fuerza! Por desgracia, sabemos que la Historia vuelve a empezar. Pero el Juicio también comienza de nuevo, permanentemente. Cambia nuestros corazones, Señor. 

-Yo seguía mirando y vi venir sobre las nubes del cielo, como un Hijo de hombre. ¡He ahí la verdadera «esperanza»! No solamente una liberación política o económica, por necesaria que ésta sea... sino una liberación interior, el "reino de Dios" mediante de un «Hijo del hombre". 

-A El se le dio "el imperio, el honor y el reino": todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron. Su imperio es un imperio eterno y nunca pasará. Tú, Señor Jesús, has reivindicado ser ese «Hijo de hombre»... que viene "sobre las nubes del cielo" lo que es propio de los seres celestes. El viene más del cielo que de la tierra. Ya no es un «mesías», solamente terrestre, cuyo "reino" no es como los demás. «Si mi reino fuese de este mundo, mis soldados hubiesen luchado por mí, a fin de que no fuese yo entregado» (Jn 18,36). 

- Y sin embargo, es «como» un hijo de hombre, ¡pobre y sufriente! (Noel Quesson).

Esta semana es como una glosa del Evangelio del domingo, Cristo Rey… Tenemos que reconocer y aceptar, de una vez por todas, que el Reinado de Cristo no es un reinado etéreo, reducido al ámbito de lo meramente psicológico e individual, sino que es una realidad que pretende conseguir la transformación radical del mundo. Cristo es un Rey Liberador, porque nos libera (si nos dejamos, por supuesto) de todo aquello que nos impida ser realmente hombres: -Frente al afán consumista que nos desvela y nos impide vivir con una relativa paz, Jesús nos recuerda que los ricos ya han recibido su consuelo (Lc 6, 24), que quien pone el valor de su vida en lo que posee es un insensato (Lc 12, 19-20). El hombre vale por lo que vale aquello a lo que se ata; si se ata a las cosas que se pagan, su precio es el dinero. Jesús nos enseña a buscar el Reino y su justicia.

-Frente a las estructuras que intentan reducir al hombre a un producto en serie, Jesús deja bien claro que leyes y estructuras están al servicio del hombre y no al revés; el testimonio evangélico no se da a base de una buena organización: "destruid este templo, y en tres días lo reedificaré" (Jn 2,19); el Espíritu y la libertad, no las leyes, son la base de la actuación del hombre.

-Frente a los prejuicios que destruyen la paz del hombre, Jesús no tiene inconveniente en comer con publicanos y pecadores sin hacer caso de las críticas de "los buenos" (Mc 2,15), o en hablar con los samaritanos (Jn 4,6-9), las mujeres (Lc 8,1-3) y los extranjeros (Mc 7,31).

-Frente a la violencia que siembra de sangre la geografía de nuestro planeta, Jesús nos propone la libertad de quien es capaz de romper con la espiral de violencia, que nunca termina, y devuelve bien por mal (Mt 5,28 ss). Cuando llegó el caso, Jesús supo atacar, pero sin odio ni violencia, que es lo que esclaviza al hombre.

-Frente al miedo que paraliza al hombre y lo reduce a una marioneta, Jesús propone la libertad del amor; ni miedo a Dios, porque es Padre bueno; ni miedo a los hombres, porque son hermanos; el cristiano no puede tener miedo a nada ni a nadie, porque sabe que es Dios mismo quien dirige la historia hacia su culminación universal (Lc 12, 32); ni tan siquiera a la muerte, porque Cristo ha triunfado sobre ella.

-Frente a la esclavitud de buscar el éxito fácil, tan frecuente en nuestro tiempo, Jesús propone buscar el único éxito que merece la pena: el del Reino de Dios; ante la posibilidad de convertir piedras en panes, Jesús recuerda que no sólo de pan vive el hombre, sino de la Palabra de Dios (Mt 4, 3ss). Los éxitos fáciles lo más que consiguen es ser respuesta a necesidades inmediatas; ahora bien, el hombre se encadena a la primera solución que se presente, arreglando así una pequeña parte de su problema, y no le queda ya más libertad para hacer frente a las cosas en su profundidad.

-Frente a la esclavitud del mal, en cualquiera de sus formas, Jesús se presenta como el liberador que trae el Reino del bien y da a los suyos la posibilidad de seguir haciendo el bien: pecado, enfermedad, demonios, soledad..., de todo ello queda libre el hombre que, con confianza, se pone en manos de Jesús. Es cierto que Jesús no hace desaparecer el mal "como por arte de magia"; pero Jesús se revela como el Señor que domina el mal, que puede darle una solución, una respuesta, una salida.

-Frente a la esclavitud del sufrimiento, Jesús anuncia la llegada del día en el que los ciegos vean, los cojos caminen, los sordos oigan, los encarcelados vean la luz del sol, los pobres escuchen la buena noticia (Lc 4, 16-21); es verdad que el sufrimiento no ha desaparecido, que sigue siendo cosecha abundante en nuestro mundo; pero ahora vemos hasta dónde puede conducir, cuál es su valor y su sentido y qué es lo que ha ocurrido con el sufrimiento en el mundo.

-Frente a la esclavitud de la muerte, que se enseñorea de todos los hombres, antes o después, quieran o no quieran, Pablo nos recuerda que el bautizo que nos vinculaba a la muerte de Jesús nos sepultó con él para que, así como él resucitó triunfando sobre la muerte y rompiendo definitivamente sus cadenas, también nosotros podamos empezar una vida nueva, una vida sin verdadera muerte (Rm 6,3-4).

-Frente a la esclavitud de ver el mundo sin futuro, sin salida, nosotros afirmamos en nuestra fe que Jesús ha dado comienzo a un mundo nuevo en el que ya no habrá ni luto, ni llanto, ni muerte, ni dolor pues lo de antes ha pasado y Dios lo hace todo nuevo (Ap 21,3-5). Los sufrimientos de la condición humana son los sufrimientos de un alumbramiento, el cual debe dar a luz una vida nueva y sin fin; nuestras penalidades y sacrificios no nos llevan al sinsentido y al absurdo, sino a la liberación y a la consecución de una vida nueva (Mc 13,8).

Jesús es el liberador soberano y universal; su Reino es un Reino de libertad y vida; sin liberación no puede haber vida, y sin vida la liberación no es nada. Nosotros, discípulos de este hombre y Dios que es Jesús y que nos ha traído la LIBERTAD, no podemos reducir su misión, su tarea y su mensaje a una "simple religión", como muchas veces hemos hecho. Hace ya años que Loisy hizo su afirmación; "Jesús predicaba el Reino de Dios y llegó la Iglesia", y en cierto sentido la polémica aún sigue en pie. En la Iglesia hay muchos que, a veces, son más eclesiásticos que eclesiales, más preocupados por sí mismos que por su misión. Y no podemos olvidar que la Iglesia es el medio, y el Reino la meta final. La Iglesia está al servicio del Reino y, por tanto, no se puede absolutizar ni cerrar en sí misma. Esta semana de Cristo Rey, recordemos una vez más cómo es su Reino y cuál es nuestra responsabilidad en él. Y, como Iglesia, busquemos el Reino de Dios y justicia, con la convicción de que todo lo demás se nos dará por añadidura (Luis Gracieta).

El mar, en la Escritura es símbolo del abismo, del caos, de la maldad. De él surgen cuatro bestias que detentarán el poder en el mundo. Pero de esas bestias no puede esperarse ni la salvación ni la paz. Lo único que hacen es destruir, pisotear, triturar a las naciones y llenarse el hocico de sangre inocente. Y Dios se encarga de destituirlos y despojarlos de su poder. Pero a una bestia, que además de hacer todos esos males profiere blasfemias, se ordena matarla, descuartizarla y echarla al fuego. Recordemos que todo poder viene de Dios, de lo alto, no de lo bajo, de la maldad. Y quien ha sido puesto por Dios para regir al pueblo no puede dedicarse a destruir a los suyos. Todo reino es pasajero; sólo Aquel como Hijo de Hombre, que no viene del abismo sino entre las nubes del cielo, Aquel que procede de Dios y ha puesto su morada entre nosotros, posee un Reino que jamás será destruido, pues no actuará sino bajo la guía del Espíritu del mismo Dios. Quienes pertenecemos al Reino y Familia de Dios, no vivamos como destructores de la paz y de la dignidad de nuestro prójimo. Más aún: si tenemos algún poder en la tierra, sepamos que no lo hemos recibido de los hombres sino de Dios; y por tanto no queramos llamarnos cristianos para después, cobijados por el poder, dedicarnos a destruir a quienes nos fueron confiados o a quienes se oponen a nuestros intereses.

Dice el Catecismo 2816: "El Reino de Dios está ante nosotros. Se aproxima en el Verbo encarnado, se anuncia a través de todo el Evangelio, llega en la muerte y la Resurrección de Cristo. El Reino de Dios adviene en la Última Cena y por la Eucaristía está entre nosotros. El Reino de Dios llegará en la gloria cuando Jesucristo lo devuelva a su Padre: 'El reino de Dios implica por tanto en cada uno de nosotros un compromiso personal que nos debe llevar a buscarlo con todas nuestras fuerzas: es la perla escondida y el tesoro que requiere venderlo todo para comprarlos. Eso quiere decir que en nuestra vida todo lo debemos enfocar a cumplir la Voluntad de Dios, que se nos manifiesta a través de las circunstancias concretas en que Dios nos ha colocado y que debemos seguir con generosidad, olvidándonos de nosotros mismos, pues con egoísmo no entramos.

Todos los días le pedimos a nuestro Padre Dios: "venga a nosotros tu reino", pero sólo lo podemos decir con verdad si nuestro corazón es puro y queremos que verdaderamente Èl reine en nosotros.

El que se conserva puro en sus acciones, sus pensamientos y sus palabras, puede decir a Dios: '¡Venga tu Reino!' (San Cirilo de Jerusalén, catech. myst. 5, 13)".

Con la ayuda de nuestra Madre, Reina, podremos luchar y esforzarnos para vivir como súbditos de Cristo Rey y llegar a poseer el Reino que Él nos ha prometido si nos esforzamos.  

 

2. Dan. 3, 75-81. Todo debe unirse a la alabanza hecha al Nombre de Dios, pues Él se ha convertido en nuestro Salvador. Si toda la tierra ha contemplado la Victoria de nuestro Dios, que todas las naciones bendigan su Santo Nombre. Aquella armonía, perdida a causa del pecado, ahora vuelve a acompañarnos a través de nuestra vida, pues el Señor nos ha dado su paz. A nosotros corresponde conservar e incrementar esa convivencia serena con todas las criaturas y no destruirlas a causa de nuestros intereses mezquinos. Todo está al servicio del hombre, pero debe ser utilizado, no como una explotación enriquecedora egoístamente, sino con la responsabilidad que nos lleva a respetar los recursos de la naturaleza, que Dios ha puesto en nuestras manos. Así, por medio del hombre redimido, la redención de Cristo alcanza a todas las criaturas que, unidas al hombre, bendicen al Señor.

 

3.- Lc 21,29-33. a) Jesús toma una comparación de la vida del campo para que sus oyentes entiendan la dinámica de los tiempos futuros: cuando la higuera empieza a echar brotes, sabemos que la primavera está cercana. Así, los que estén atentos comprenderán a su tiempo "que está cerca el Reino de Dios", porque sabrán interpretar los signos de los tiempos. Algunas de las cosas que anunciaba Jesús, como la ruina de Jerusalén, sucederán en la presente generación. Otras, mucho más tarde. Pero "sus palabras no pasarán". 

b) Jesús inauguró ya hace dos mil años el Reino de Dios. Pero todavía está madurando, y no ha alcanzado su plenitud. Eso nos lo ha encomendado a nosotros, a su Iglesia, animada en todo momento por el Espíritu. Como el árbol tiene savia interior, y recibe de la tierra su alimento, y produce a su tiempo brotes y luego hojas y flores y frutos, así la historia que Cristo inició. No hace falta que pensemos en la inminencia del fin del mundo. Estamos continuamente creciendo, caminando hacia delante. Cayó Jerusalén. Luego cayó Roma. Más tarde otros muchos imperios e ideologías. Pero la comunidad de Jesús, generación tras generación, estamos intentando transmitir al mundo sus valores, evangelizarlo, para que el árbol dé frutos y la salvación alcance a todos. Permanezcamos vigilantes. En el Adviento, que empezamos mañana por la tarde, en vísperas del primer domingo, se nos exhortará a que estemos atentos a la venida del Señor a nuestra historia. Porque cada momento de nuestra vida es un "kairós", un tiempo de gracia y de encuentro con el Dios que nos salva (J. Aldazábal).

Jesús acaba de anunciar el «fin de Jerusalén» y, simbólicamente o realmente, el «fin del mundo»... sus venidas al mundo eran el presagio de su venida definitiva. Su gran preocupación es tratar de evitar a sus apóstoles toda angustia y pánico. 

-Cuando empiece a suceder esto poneos derechos y alzad la cabeza...  La Iglesia anda «encorvada» bajo el peso de las pruebas y de las persecuciones, Jesús le pide de enderezarse, de alzar la cabeza. Lo que, para mucha gente, aparece como una destrucción y un juicio terribles, para los creyentes, por el contrario, debe aparecer como el comienzo de la salvación... 

-Porque vuestra redención está cerca. Esta palabra, tan frecuente en san Pablo (Co 1,30; Rm 3,24; 8,23; Col 1,14) sólo es usada en esas citas, y en ninguno de los evangelios. El término «redención» procede del latín «redemptio»; mejor sería traducirlo directamente del griego «apolutrôsis» por el término «liberación». "¡Vuestra liberación está cerca!" Señor, ayúdame a considerar todo acontecimiento de la historia, como una etapa que me acerca a la «liberación».

-Y les puso una comparación: Fijaos en la higuera o en cualquier otro árbol: Cuando echan brotes, os basta verlos, para saber que el verano ya está cerca.  Me agrada esa comparación. Un árbol en primavera. ¿Qué hay de más hermoso?, ¿de más prometedor? Me imagino una higuera o un manzano lleno de brotes tiernos. Después del invierno es una promesa del verano. Guardo unos momentos esta imagen en mi imaginación.  Para Jesús la cercanía del «fin» es un acercarse a la primavera. ¡El verano está cerca! La Pasión empezará dentro de unos días (Lc 22). Cuando esos sucesos anunciadores del fin de Jerusalén, del fin del mundo, de vuestro fin personal... comenzarán, ¡enderezaos, levantad la cabeza, porque vuestra liberación está cerca, viene el verano! Del mismo modo, también vosotros, cuando veáis que suceden todas estas cosas, sabed que el reino de Dios está cerca. 

-«Los hombres se morirán de miedo en el temor de las desgracias que sobrevendrán en el mundo».  «Vosotros, ¡enderezaos! ¡El Reino de Dios está cerca!» Prácticamente en Palestina no hay primavera, de tal modo es rápido el paso del invierno al verano: ¡toda la naturaleza florece de una vez!  Con esto, Jesús da a sus amigos unas imágenes de la muerte... y del fin del mundo. De otra parte distingue netamente a los creyentes de los demás hombres que están espantados. Más que contestar a la pregunta de sus amigos sobre la fecha de la destrucción del Templo, Jesús les indica las actitudes que deben tomar. "De lo que estáis contemplando, días vendrán en los que no quedará piedra sobre piedra". 

-Maestro, ¿cuándo sucederá?- Cuando esto suceda, enderezaos» La primera actitud ante los anuncios escatológicos, es... ¡la esperanza! 

-El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán...  La segunda actitud, es... ¡la confianza! La certeza de que Dios no puede fracasar, que las palabras divinas son sólidas, no son frágiles, ni caducas. En el DÍA de HOY, ¿dan los cristianos testimonio de esa seguridad tranquila de la que Jesús daba prueba, pocos días antes de su muerte? ¡Señor, danos una fe más sólida! (Noel Quesson).

Jesús utilizaba un lenguaje sumamente accesible para comunicar su mensaje. El objetivo de sus palabras no era enseñar complejas y doctas doctrinas, sino indicar donde irrumpía el Reino de Dios y cómo debía leerse la realidad. Esta forma de enseñar le traía gran simpatía entre el pueblo, que se congregaba en torno a él para escucharlo. En el pasaje que hoy leemos, Jesús indica de qué modo se deben interpretar los signos de los tiempos. Para ello usa una metáfora agrícola, fácilmente comprensible para su audiencia campesina. En ella se pone en evidencia cómo del mismo modo que un árbol anuncia sus frutos por medio de las flores y los retoños, de la misma manera la realidad muestra signos de lo venidero. No se trata de hacer cábalas para el futuro, sino de descubrir en el presente los signos de los acontecimientos venideros. La comparación que Jesús propone advierte al pueblo sobre los peligros que conlleva el asegurarse únicamente en las garantías que ofrece un gran templo -centro religioso y económico a la vez- y en la solidez militar de unas grandes murallas. Estas seguridades los volvían ciegos ante los signos del Reino que Dios suscitaba en medio de ellos. Ante la ceguera manifiesta de líderes oficiales y populares Jesús trata de mover la conciencia popular mediante su enseñanza. Su intención es despertar a la multitud para que perciba los signos de la destrucción en medio de las falsas seguridades. El tiempo demostraría que Jesús tenía razón, pero la multitud fue más propicia a la manipulación de sus líderes tradicionales, de izquierda y derecha, que a las enseñanzas del Maestro de Galilea. Hoy, se presentan muchos maestrillos que prometen la Zeca y la Meca. Envuelven a las multitudes en discursos seudoespirituales y en trabajosas terapias y dietas. Su intención puede que sea buena, pero se olvidan de lo fundamental: la realidad no es para ignorarla sino para transformarla. El ser humano no puede crecer de espaldas a su realidad comunitaria y social.

Dos pensamientos muy típicos de la literatura apocalíptica: el milenarismo y la predestinación. Sin embargo, el juicio se decide, fundamentalmente, por las obras que quedan evidentes en este momento de Revelación. Toda esta escena es de gran tensión y expectativa. Pareciera que el tiempo de castigo ha llegado y que nada quedará en pie. Sin embargo, lo que perdura, lo que resiste a "la cólera de Dios", son las obras de los justos y la actitud de no haber adorado a la Bestia. La vida coherente, podríamos decir hoy. La fe se demuestra en obras, también podríamos decir. En definitiva, una vida creyente que se arriesga y se enfrenta al poder que se ha idolatrizado, una fe que solamente rinde culto al Dios de la Vida, y que no teme morir por vivir de acuerdo al evangelio. El juicio, empero, tiene un final que no se agota en la discriminación de los salvados o los condenados, sino que se abre a una nueva imagen, tan cargada de simbolismos como de emoción. La historia culmina en un Cielo Nuevo y una Tierra Nueva, es decir, en una total novedad de la creación. Todo es nuevo, todo está redimido, todo es puro y bueno. Ya no habrá más aguas contaminadas, ni tierra con desecho nuclear, ni aire carbonizado; ya no habrá más extinción de especies, ni recalentamiento del planeta; ya desapareció el agujero de Ozono o las radiaciones; ya no hay más niños deformes como conse cuencia de experimentos atómicos. Ahora TODO ES NUEVO.  Pero no queda aquí la cosa. El final no es solamente la salvación o condenación de los mortales, ni tampoco la re-creación del cielo y la tierra. Hay más. Dios se casa con su pueblo. Todo el Amor, toda la Misericordia, toda la Vida, se desposa con su pueblo sufriente y expectante, y lo recibe en su alcoba, en donde descansará de tanto trajín. El pueblo, ese buscador de felicidad, por fin se ha encontrado con el Amado del Cantar de los Cantares, y ha quedado pleno de su Vida. ¿Podemos dejar de soñar y emocionarnos pensando en este momento? ¿No nos mueve la fe a creer que UN DIA todo esto puede ser posible? Y ante esta imagen no queda otra cosa que simplemente esperar que suceda. Porque nada de lo que vemos parece que esté llevando hacia este final. Al contrario. Los mercaderes de este tiempo parecen estar salvados de cualquier amenaza, nuestro hogar (la tierra) se ha transformado en un gran basurero, y Dios parece que se ha id o de nosotros. Frente a la Palabra de Dios del Apocalipsis y frente a la situación de vida, sólo nos queda creer, simple y crudamente, lo que Dios nos promete (servicio bíblico latinoamericano). 

Un aforismo medieval dice: "Rey que no tiene amigo es como un mendigo". Esta vida no está hecha para solitarios. El cielo nuevo es para ser compartido. La tierra nueva es para ser labrada juntando las manos en la tarea de desbrozar la mala hierba. A esto se refiere lo de la higuera… En el evangelio se nos advierte, usando una comparación botánica, de la proximidad del reinado de Dios. Llama la atención el cambio respecto a los textos paralelos de Mateo y Marcos. Ellos hablan del fin del mundo. Lucas, en cambio, se refiere a la proximidad del reino en relación con la predicación de Jesús. El fragmento que meditamos hoy contiene, pues, una parábola (la de la higuera), una aplicación dos pequeños dichos de Jesús, traídos probablemente de otros contextos. Jesús invita a fijarnos en la higuera o en cualquier árbol de hoja caduca. Cuando observamos que echa brotes caemos en la cuenta de que la primavera está cerca. Si somos capaces de observar esto, también podemos saber que cuando sucedan "estas cosas" el reino de Dios está ya cerca. Se trata, pues, de una realidad que no irrumpe abruptamente sino que se va abriendo paso como la savia que hace brotar hojas nuevas en los árboles tras los rigores del invierno. Los dichos se refieren a la inminencia de este proceso ("antes que pase esta generación") y a la seriedad del mensaje que Jesús anuncia ("mis palabras no pasarán"). Hay que estar atentos a las señales de los tiempos y de los lugares; son elocuentes para indicarnos algo de la voluntad de Dios sobre nuestras vidas. El Concilio Vaticano II retomó con fuerza el tema de los "signos de los tiempos": "es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de los tiempos. Es necesario comprender el mundo en que vivimos, sus esperanzas, sus aspiraciones" (GS 4). En el fondo, no debemos esperar encontrar la fecha de cumplimientos de profecías viejas o premoniciones presentidas: es la cercanía o lejanía del Reino (v. 31) lo que nosotros podemos y debemos discernir de entre los signos de los tiempos (Josep Rius-Camps).

En Lc 21, 29-33 se habla de: Los signos de los tiempos que anuncias la cercanía del Reino, dentro del discurso apocalíptico de Jesús. Conviene ver la estructura de todo el discurso, para no perdernos. El texto de hoy responde al 'cuándo' sucederán todas estas cosas. Se hace una distinción entre la 'cercanía' del Reino de Dios (texto de hoy: vv. 29-33) y la 'venida' del Día del Hijo del Hombre (texto de mañana: vv. 34-36). La respuesta al cuando es diferente si se trata de la cercanía de Reino o si se trata del Día del Hijo del Hombre. No hay que confundir. La cercanía del Reino de Dios no es algo repentino e inesperado, sino un proceso histórico que se da a lo largo de todo el tiempo presente. Es necesario, sin embargo, descubrir los signos de su llegada. Jesús utiliza la imagen de la higuera y todos los árboles. Cuando echan brotes, el verano está cerca. Igualmente podemos discernir los signos que anuncian la llegada del Reino de Dios. Es lo que hoy llamamos los signos de los tiempos. También podemos discernir los signos de la llegada del Reino de Dios. La frase del v. 32 es desconcertante: "Les aseguro que antes que pase esta generación todo se cumplirá". 'Esta generación' puede ser la generación, posterior a la Resurrección de Jesús y antes de la Parusía. También puede tener el sentido, no cronológico sino teológico, de la generación de los que viven la cercanía del Reino de Dios. Sabemos que el Reino de Dios llegará en su plenitud con la Parusía de Jesús. El Apocalipsis de Juan nos dice claramente, que cuando Jesús se manifieste, resucitarán los mártires y reinarán mil años con Jesús (Ap 20, 1-6). Se trata de la realización sobre la tierra del Reino de Dios, mil años antes del Juicio final. El número 'mil' es simbólico, pero la realización del Reino es real e histórica, aunque trascendente, por estar más allá de la muerte de los mártires y mas allá de la Parusía de Jesús. Ahora bien, esa realización plena del Reino de Dios puede ser desde ahora adelantada y celebrada cada vez vivimos algo de ese Reino hoy en nuestra historia. Hay miles de acciones y testimonios donde ya vamos adelantando el Reino. Esa el la generación de los mártires que desde ya descubren la cercanía del Reino y tratan de vivirla en nuestro presente. Lo que se nos exige es estar atentos a los signos de los tiempos donde se hace visible esa cercanía del Reino de Dios. Es una actitud permanente de discernimiento.

Sobre la frase "la generación ésta": según S. Jerónimo, aludiría a todo el género humano; según otros, al pueblo judío, o sólo a los contemporáneos de Jesús que verían cumplirse esta profecía en la destrucción de la ciudad santa. Fillion, considerando que en este discurso el divino Profeta se refiere paralelamente a la destrucción de Jerusalén y a los tiempos de su segunda Venida, aplica estas palabras en primer lugar a los hombres que debían ser testigos de la ruina de Jerusalén y del Templo, y en segundo lugar a la generación "que ha de asistir a los últimos acontecimientos históricos del mundo", es decir, a la que presencie las señales aquí anunciadas. En fin, según otra bien fundada interpretación, que no impide la precedente, "la generación ésta" es la de fariseos, escribas y doctores, a quienes el Señor acaba de dirigirse con esas mismas palabras en su gran discurso del capítulo anterior. Un notable estudio sobre este pasaje, publicado en "Estudios Bíblicos", de Madrid, ha observado que "el Discurso escatológico no tiene sino un solo tema central: el Reino de Dios, o sea, la Parusía en sus relaciones con el Reino de Dios. Que "la respuesta del Señor (Luc. 21, 8 ss.; Marc. 13, 5 ss.) como en Mat. (24, 4 ss.) y el cotejo de su demanda (de los apóstoles) con la del primer Evangelio, nos certifican que, efectivamente, de sólo ella principalmente se trata" y que "la intención primaria de la pregunta era la Parusía soñada", por lo cual "que el tiempo se refiere directamente a la Parusía es por demás manifiesto" y "en la parábola de la higuera se nos dice que cuando comience a cumplirse todo lo anterior a la Parusía veamos en ello un signo infalible de la cercanía del Triunfo definitivo del Reino"; que la expresión todo esto significa todo lo descrito antes de la Parusía; que el triunfo del Evangelio encontrará "toda clase de obstáculos y persecuciones directas o indirectas" y que a su vez "la generación esta" implica limitación, presencia actual, y "tiene siempre, en labios del Señor, sentido formal cualificativo peyorativo: los opuestos al Evangelio del Reino (como en el Ant. Test. los opuestos a los planes de Yahvé)". Cita al efecto los siguientes textos, en que Jesús se refiere a escribas, fariseos y saduceos: Mat. 11, 16; Luc. 7, 11; 12, 39; 41, 42, 45; Marc. 8, 12; Luc. 11, 29; 30, 31, 32; Mat. 16, 4; 17, 17; Marc. 9, 19; Luc. 9, 41; 23, 36; Luc. 11, 50, 51; Marc. 8, 38; Luc. 16, 8; 17, 25. Y concluye: "De todo lo cual parece deducirse que la expresión la generación esta es una apelación hecha para designar una colectividad enemiga, opuesta a los planes del Espíritu de Dios, que inicia la guerra al Evangelio ya desde sus comienzos (Mat. 11, 12; Luc. 16, 16; Mat. 23, 13; Juan 9, 22, 34, 35 y en general a través de todo el Evangelio); el "semen diaboli" (Gén. 3, 15; cf. Juan 8, 41, 44, 38, etc.), en su lucha con el "semen promissum" (Gén. 3, 15 comp. Gál. c. 3, especialmente 16 y 29)".

Ojalá y la Palabra de Dios llegue en nosotros a su cumplimiento. Pues sólo el hombre es el único capaz de evitar que esa Palabra se haga realidad entre nosotros. Cuando el hombre vive de espaldas a Dios, su Palabra, no cumplida en nosotros a causa de nuestra cerrazón a ella, en lugar de salvarnos se nos convertiría en Palabra que nos juzgue y condene. Y el Señor ha venido como Salvador, como Dios entrañablemente misericordioso para con nosotros. Ojalá y escuchemos hoy su voz y no endurezcamos nuestro corazón ante Él. Que la Iglesia de Cristo dé abundantes frutos de salvación, porque sus obras pongan de manifiesto la fecundidad del Espíritu, que ha sido derramado en nuestros corazones. Entonces, cuando el Señor llegue para llevarnos con Él, no seremos condenados, sino introducidos a su presencia para gozar eternamente de los bienes, que ha reservado a quienes le viven fieles. Hemos hecho caso al Señor que nos ha llamado para estar con Él en esta Eucaristía, banquete de su amor. Él nos convoca para que renovemos nuestra alianza que nos une a su Hijo con lazos más fuertes que los lazos de la alianza nupcial. Mediante la Eucaristía nosotros somos del Señor y Él es nuestro. Nosotros vivimos en Él y Él en nosotros. Él está en nosotros y nosotros en Él, como el Padre está en el Hijo y el Hijo en el Padre. Nosotros somos el Reino de Dios, por vivir unidos a Aquel que es Cabeza de La Iglesia, Reino y Familia de Dios. Nuestra vocación mira a anunciar la Buena Nueva de salvación a todos los hombres, mediante nuestras palabras, obras, actitudes y vida misma. Y el Señor nos reúne para recordarnos que no podemos vivir conforme a los criterios de poder de este mundo, sino conforme a lo que Él nos enseñó: El que de ustedes quiera ser grande, que se convierta en el servidor de todos, que tome su cruz de cada día y me siga, pues nadie tiene amor más grande que quien da la vida por sus amigos. Y volveremos a nuestras labores diarias; y ahí será el tiempo y la hora de manifestarnos como redimidos del pecado y de la muerte, y no como esclavos de la maldad y de lo pasajero. Ojalá y no permanezcamos como varas secas, incapaces de producir frutos que alimenten la vida, sino que comencemos a manifestar con nuestras buenas obras no sólo que el Reino de Dios está cerca, sino dentro de nosotros. Que lo pasajero no embote nuestra mente, ni nuestro corazón, para que el día del Señor no nos tome desprevenidos. No vivamos con la mirada puesta en la tierra, en las riquezas que nos encadenan, en el mal uso del poder que nos hace destruir a los demás. Pongamos nuestra vida al servicio del amor fraterno; pues sólo entonces podremos decir que la Palabra de Dios se ha cumplido en nosotros y nos ha llevado a la Plenitud del Hijo de Dios. Que la Iglesia de Cristo se manifieste como una esposa digna, adornada con las virtudes que proceden de Dios, y guiada por el Espíritu Santo, y convertida en signo de salvación para todos los hombres. No dejemos que nos dominen los criterios del mundo, ni nos dejemos manipular por los poderes temporales. Que seamos un signo profético de Dios que llame a todos a vivir como hermanos y a trabajar para que nadie sea humillado, perseguido o destruido por quienes nos proclamamos como hijos de Dios, pues Dios no nos llamó para ser signos de muerte, sino de vida que haga que la salvación y el amor de Dios llegue a todos los hombres. Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de vivir en un verdadero servicio a Dios, amándolo no sólo de rodillas en su presencia, sino sirviéndolo amorosa y fraternalmente en nuestros hermanos, especialmente en los más necesitados. Amén (www.homiliacatolica.org).

Una palabra eterna (Lc 21,33). Leemos en el Evangelio de Lucas esta expresión del Señor: El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. Permanecerán porque fueron pronunciadas por Dios para cada hombre, para cada mujer que viene a este mundo. Jesucristo sigue hablando, y sus palabras, por ser divinas, son siempre actuales. Toda la Escritura anterior a Cristo adquiere su sentido exacto a la luz de la figura y de la predicación del Señor. Él es quien descubre el profundo sentido que se contiene en la revelación anterior. Los judíos que se negaron a aceptar el Evangelio se quedaron como con un cofre con un gran tesoro adentro, pero sin la llave para abrirlo. Desde siempre la Iglesia ha recomendado su lectura y meditación, principalmente del Nuevo Testamento, en el que siempre encontramos a Cristo que sale a nuestro encuentro. Unos pocos minutos diariamente nos ayudan a conocer mejor a Jesucristo, a amarle más, pues sólo se ama lo que se conoce bien.

Cuando en el Evangelio de la Misa leemos hoy que el cielo y la tierra pasarán, pero no sus palabras, nos señala de algún modo que en ellas se contiene toda la revelación de Dios a los hombres: la anterior a su venida, porque tiene valor en cuanto hace referencia a Él, que la cumple y clarifica; y la novedad que Él trae a los hombres, indicándoles con claridad el camino que han de seguir. Jesucristo es la plenitud de la revelación de Dios a los hombres. Cuántas veces hemos pedido a Jesús luz para nuestra vida con las palabras -Ut videam!, Que vea, Señor- de Bartimeo: o hemos acudido a su misericordia con las del publicano: ¡Oh Dios, apiádate de mí que soy un pecador! ¡Cómo salimos confortados después de ese encuentro diario con Jesús en el Evangelio!

Cuando la vida cristiana comienza a languidecer, es necesario un diapasón que nos ayude a vibrar de nuevo. ¡Cuántas veces la meditación de la Pasión de Nuestro Señor, ha sido como una enérgica llamada a huir de esa vida menos vibrante, menos heroica! No podemos pasar las páginas del Evangelio como si fuera un libro cualquiera. Su lectura, dice San Cipriano, es cimiento para edificar la esperanza, medio para consolidar la fe, alimento de la caridad, guía que indica el camino... (Tratado sobre la oración). Acudamos amorosamente a sus páginas, y podremos decir con el Salmista: Tu palabra es para mis pies una lámpara, la luz de mi sendero (Salmo 118,105: F. Fernández Carvajal).

Nos interesan mucho los pronósticos. Ponemos atención al reporte del clima para saber si saldremos o no al campo. A los aficionados, el de la Liga de fútbol. A los empresarios, el de la Bolsa de valores. ¡Qué previsores! Nos gusta saber todo con antelación para estar preparados. Jesucristo ya lo había constatado hace 2000 años, cuando no había ni telediarios, no existía el fútbol, ni mucho menos la Bolsa de Valores. Pero los hombres de entonces, ya sabían cuándo se acercaba el verano, porque veían los brotes en los árboles. Nuestra vida se mueve entre una historia (el pasado) y un proyecto (el futuro). La invitación del Señor es a estar preparados para lo que nos aguarda, con atención a los signos de los tiempos. A aprender de las lecciones del pasado, con optimismo y deseo de superación. Pero, sobre todo, a vivir intensamente el presente, el único instante que tenemos en nuestras manos para construir. No lo podemos perder lamentándonos por los errores del pasado y, menos aún, temiendo lo que puede llegar en el porvenir. El mejor camino para afrontar el futuro es aprovechar el momento presente. Seamos previsores, ¡invirtamos y apostemos hoy por la vida eterna! (Ignacio Sarre).

Jueves de la 34ª semana de Tiempo Ordinario. Dios envió su ángel a cerrar las fauces de los leones para proteger sus hombres fieles. En cambio, la destrucción de Jerusalén es signo de la infidelidad y llamada a ser miembros de una Jerusalén celestial

Jueves de la 34ª semana de Tiempo Ordinario. Dios envió su ángel a cerrar las fauces de los leones para proteger sus hombres fieles. En cambio, la destrucción de Jerusalén es signo de la infidelidad y llamada a ser miembros de una Jerusalén celestial, verdadera

 

Profecía de Daniel 6,12-28. En aquellos días, unos hombres espiaron a Daniel y lo sorprendieron orando y suplicando a su Dios. Entonces fueron a decirle al rey: -«Majestad, ¿no has firmado tú un decreto que prohíbe hacer oración, durante treinta días, a cualquier dios o cualquier hombre fuera de ti, bajo pena de ser arrojado al foso de los leones?» El rey contestó: -«El decreto está en vigor, como ley irrevocable de medos y persas.» Ellos le replicaron: -«Pues Daniel, uno de los deportados de Judea, no te obedece a ti, majestad, ni al decreto que has firmado, sino que tres veces al día hace oración a su Dios. » Al oírlo, el rey, todo sofocado, se puso a pensar la manera de salvar a Daniel, y hasta la puesta del sol hizo lo imposible por librarlo. Pero aquellos hombres le urgían, diciéndole: -«Majestad, sabes que, según la ley de medos y persas, un decreto o edicto real es válido e irrevocable.» Entonces el rey mandó traer a Daniel y echarlo al foso de los leones. El rey dijo a Daniel: -«¡Que te salve ese Dios a quien tú veneras tan fielmente!» Trajeron una piedra, taparon con ella la boca del foso, y el rey la selló con su sello y con el de sus nobles, para que nadie pudiese modificar la sentencia dada contra Daniel. Luego el rey volvió a palacio, pasó la noche en ayunas, sin mujeres y sin poder dormir. Madrugó y fue corriendo al foso de los leones. Se acercó al foso y gritó afligido: -« ¡Daniel, siervo del Dios vivo! ¿Ha podido salvarte de los leones ese Dios a quien veneras tan fielmente?» Daniel le contestó: -« ¡Viva siempre el rey! Mi Dios envió su ángel a cerrar las fauces de los leones, y no me han hecho nada, porque ante él soy inocente, como tampoco he hecho nada contra ti.» El rey se alegró mucho y mandó que sacaran a Daniel del foso. Al sacarlo, no tenía ni un rasguño, porque había confiado en su Dios. Luego mandó el rey traer a los que hablan calumniado a Daniel y arrojarlos al foso de los leones con sus hijos y esposas. No hablan llegado al suelo, y ya los leones los habían atrapado y despedazado. Entonces el rey Darlo escribió a todos los pueblos, naciones y lenguas de la tierra: -« ¡ Paz y bienestar! Ordeno y mando que en mi imperio todos respeten y teman al Dios de Daniel. Él es el Dios vivo que permanece siempre. Su reino no será destruido, su imperio dura hasta el fin. Él salva y libra, hace signos y prodigios en el cielo y en la tierra. Él salvó a Daniel de los leones.»

 

Salmo responsorial Dan 3,68.69.70.71.72.73.74. R. Ensalzadlo con himnos por los siglos.

Rocíos y nevadas, bendecid al Señor.

Témpanos y hielos, bendecid al Señor.

Escarchas y nieves, bendecid al Señor.

Noche y día, bendecid al Señor.

Luz y tinieblas, bendecid al Señor.

Rayos y nubes, bendecid al Señor.

Bendiga la tierra al Señor.

 

Evangelio según san Lucas 21,20-28. En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: -«Cuando veáis a Jerusalén sitiada por ejércitos, sabed que está cerca su destrucción. Entonces, los que estén en Judea, que huyan a la sierra; los que estén en la ciudad, que se alejen; los que estén en el campo, que no entren en la ciudad; porque serán días de venganza en que se cumplirá todo lo que está escrito. ¡Ay de las que estén encinta o criando en aquellos días! Porque habrá angustia tremenda en esta tierra y un castigo para este pueblo. Caerán a filo de espada, los llevarán cautivos a todas las naciones, Jerusalén será pisoteada por los gentiles, hasta que a los gentiles les llegue su hora. Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, enloquecidas por el estruendo del mar y el oleaje. Los hombres quedarán sin aliento por el miedo y la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo, pues los astros se tambalearán. _ Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y majestad. Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación.»

 

Comentario: 1.- Dn 6,12-28. a) Otra famosa página: Daniel en el foso de los leones. Con una clara intención edificante: los que permanecen fieles a la ley de Dios, a pesar de las persecuciones y tentaciones del mundo, nunca quedan abandonados. Esta vez la piedra de toque no es comer o no ciertos alimentos, sino la prohibición de arar al Dios de los judíos: "Daniel no te obedece a ti, majestad, sino que tres veces al día hace oración a su Dios". El episodio, escrito para animar a los judíos de la época de Antíoco Epífanes, se ve en seguida que es una especie de apólogo o parábola, porque es impensable que, precisamente de boca del rey pagano puedan salir estas palabras: "que en mi imperio, todos respeten y teman al Dios de Daniel, el Dios vivo... él salva y libra y hace prodigios y signos en cielo y tierra".

b) Lo que interesa es que los lectores del libro se sientan animados a perseverar en su identidad de creyentes en medio de las circunstancias más adversas. Aunque no seamos arrojados al foso de unos leones, también nosotros muchas veces nos encontramos rodeados de fuerzas opuestas al evangelio de Cristo. Con nuestras propias fuerzas no podríamos vencer, pero la lección del libro de Daniel es que Dios protege a sus fieles, que les da fuerza para resistir y que vale la pena mantener la fe, porque es el único camino para la felicidad verdadera. "No nos dejes caer en tentación. Líbranos del mal". Es una lección para tiempos difíciles. ¿Y cuáles no lo son? Si Antíoco, en tiempos de los Macabeos, obligaba a los judíos a sacrificar en honor del dios Zeus, hoy el mundo nos invita a levantar altares y a ofrecer nuestras libaciones a mil dioses falsos, que nos prometen felicidad y salvación: egoísmo, placer, violencia, dinero, éxito social, poder... Ojalá hagamos como Daniel, que "tres veces al día hacía oración a su Dios". Rezar en medio de un mundo pagano es la clave para que podamos mantener nuestra identidad (J. Aldazábal).

El libro de Daniel hace de Darío un rey meda, siendo así que la historia no conoce más que a Darío el persa, sucesor de Ciro y de Cambises. Poco importa esta cuestión, ya que, una vez más, no se trata de un relato histórico, sino de una historia edificante. Los cortesanos, envidiosos de la ascensión de Daniel, que recuerda la de José en Egipto, le tienden una trampa y obtienen del inconsciente Darío un decreto por el que prohíbe a todo el mundo orar, durante un mes, a otro dios que no sea el rey divinizado. Esta divinización es anacrónica en tiempos de Darío, pero muy de actualidad en la época de Antíoco. En efecto, éste había obligado a todos sus súbditos, incluidos los judíos, a rendir culto a Baal, identificado con Zeus. El soberano seléucida, se consideraba, por otra parte, como la epifanía del dios griego; de ahí la expresión "dios manifestado" que acompañaba a su nombre en las monedas. Estas pretensiones suscitaron la resistencia de ciertos ambientes judíos que Antíoco se esforzó en eliminar mediante la persecución. Dn 6 constituye a la vez un panfleto político y una exhortación a preferir el martirio a la apostasía (com. de Sal Terrae).

-Daniel en el "foso de los leones". Aquí también tenemos que aceptar el género «parábola». Esta escena ha sido repetida a menudo en los «espiritual-negros». Daniel aparece como el símbolo de la «fidelidad a Dios, que triunfa de todos aquellos que conspiran contra él» .

-Daniel, ese deportado de Judá, no hace caso de ti, oh Rey: tres veces al día hace su oración. Esta es la denuncia. Un hombre que se atreve a hacer su oración. La plegaria que Daniel recitaba tres veces al día era sin duda el «Shema Israel». Es el signo de su Fe, el signo de su pertenencia al pueblo elegido. Jesús propondrá también una oración oficial, el «Padre-nuestro», que los primeros cristianos recitaban también tres veces al día. ¡Ayúdanos, Señor, a orar! ¿Cuál es mi fidelidad a la oración? ¿Oro con regularidad? Se critican a veces los hábitos de plegaria regular «oración de la mañana», «oración de la noche», «bendición de la mesa». Es verdad que las mejores cosas pueden pasar a ser rutinarias. Pero esto no quita el valor de las cosas. Se trata de conservar o de volver a dar su valor a todas las cosas.

-Daniel, servidor de Dios, ese Dios que adoras con tanta fidelidad. ¡La «fidelidad» no es un valor en boga HOY! Todo cambia, todo evoluciona. Y sin embargo ¿por qué no ser «fieles» a la verdad, al amor? ¿Qué pensamos personalmente de aquellos que son «infieles» a su compromiso, de aquellos que son «infieles» con nosotros? Haznos fieles, Señor. Concédenos perseverar y crecer en todos nuestros amores.

-El Dios de Daniel es el Dios vivo, permanece siempre. Una fidelidad alegre es contagiosa y misionera: revela a Dios. Por su actitud de oración, Daniel abrió una brecha en el corazón de los que lo veían vivir y orar. La oración: signo de Dios. La oración: signo existencial, experimental de Dios. La oración: acto de evangelización, que revela la buena nueva. No con palabras o con discusiones, sino con un acto, decimos «Dios». Decimos que Dios es importante para nosotros. Pero a condición de que la oración sea sincera, verdadera. A condición de que no sea tan sólo una «oleada de palabras, una charla formalista». A condición de que sea «encuentro con Dios», «diálogo con El», ¡«diálogo contigo»!

-Su reino no será destruido y su imperio permanecerá hasta el fin. El salva y libera; obra señales y milagros en los cielos y en la tierra. Toda una teología de la historia está también aquí. Una «historia sagrada» se desarrolla en el seno de la «historia profana». Dios actúa. Salva -en el presente-. Libera -en este mismo momento. Todo el esfuerzo de la revisión de vida radica en tratar de descubrir humildemente «la obra que Dios está realizando actualmente» en un «hecho de vida», en un «acontecimiento». Ayúdanos, Señor, a leer y a interpretar los acontecimientos. Ayúdame, Señor, a vivir contigo... a cooperar en tu trabajo... La oración así concebida no es una huida de la acción. Es el momento de una acción concentrada, más consciente, que gravita también sobre el mundo y sobre la historia. La oración nos remite a nuestras tareas para que «trabajemos contigo, Señor» (Noel Quesson).

Aquí hemos visto la idolatría de fabricarse imágenes falsas de Dios; pero también lo es el construirse falsos conceptos de Dios. No hay mayor idolatría que la pretensión de conceptualizar a Dios, o sea, de reducirlo a la estrechez y cicatería de nuestra mente. El dios que nace de nuestra mente, como el que surge de nuestras manos, no es Dios, es sólo una idea, un ídolo. Si la idea nos remite al Dios verdadero, cumple su función representativa; pero a veces cumple una función sustitutoria, y entonces no representa a Dios, sino al nuestro, a nuestra idea, frecuentemente a nuestro prejuicio y a nuestros intereses. Es un ídolo, una imagen mental falsa. Y es que, cuando hablamos de Dios, no deberíamos olvidar nunca lo que nos advertía Bultman, que es un hombre -no Dios- el que habla. Y la palabra humana adolece de la ambigüedad de nuestra condición y corre el riesgo de nuestra ecuación personal y social. Es lo que ha ocurrido a veces con la fiesta de Cristo Rey. El epíteto de rey, aplicado a Dios o a Jesucristo, se tinta frecuentemente, más que de colores evangélicos, de tonos indefinidos del entorno social y político. El Cristo Rey de tantas imágenes y pinturas, tan distinto del Cristo de la pasión, puede ser un recurso artístico, pero fácilmente puede ser un ídolo al que luego se sacrifican demasiadas cosas y demasiadas personas. Jesucristo es Rey y Dios, es el Señor. Pero la realeza de Cristo como el señorío de Dios nada tienen que ver con esa variopinta fauna de reyes y monarquías, señores y señoríos de nuestras historias y del presente. Nuestra experiencia del poder-poseído o padecido- de autoridad, de dominio, de sometimiento, etc., entorpecen enormemente la interpretación religiosa de expresiones como realeza de Cristo o señorío de Dios ("Eucaristía 1985").

El autor del libro de Daniel conocía, sin duda, el salmo 22, ya que en el texto que hoy leemos amplía el tema de la salvación de la boca de los leones, apuntado en el v 22 del salmo, así como en 8,9 desarrolla el tema de la salvación del unicornio, esbozado en el mismo versículo del salmo. Con ello se quiere demostrar que los fieles a Dios serán salvados de todas las calumnias que puedan caer sobre ellos. A modo de una larga paráfrasis sobre Job 5,19-20, el libro de Daniel representa plásticamente el auxilio de Dios en los momentos difíciles: Daniel y sus compañeros han sido salvados del hambre y del fuego; ahora Daniel es salvado de la boca de los leones; más adelante lo será del unicornio; no les queda ya otra prueba. Si el autor de Daniel hubiese inventado nuevamente todo el libro, si en él no hubiese nada histórico, sería aún digno de alabanza por habernos dado estas narraciones maravillosas en las que uno no sabe qué admirar más, si el arte consumado con el que han sido escritas o bien la confianza en Dios que rezuman. Que el autor es genial, bien se adivina en otros aspectos. Conoce sobradamente el corazón del hombre y sabe cómo actúan los llamados pecados capitales. En este caso se trata de la envidia y de la manera como se buscan pretextos a fin de perder a quien, por su sola íntegra conducta, molesta a los demás. «No podremos acusar a Daniel de nada de eso. Tenemos que buscar un delito de carácter religioso» (6). La perfidia, aunque sea astuta, no logra otra cosa que poner de relieve la virtud de Daniel, ya que él no irá contra Dios. Tenemos, pues, ya la falta. Hay que acabar con Daniel. Reacción rara, si bien humana, de aquellos a quienes molesta la mera existencia del hombre piadoso, cuya sola conducta es una acusación contra ellos. Pero lo que los envidiosos ignoran es que Dios es sobradamente poderoso para salvar de todo. Quizá la doctrina de la resurrección fue un logro motivado por la lucha contra Antíoco; ¡bendita tensión que nos proporciona tamaña esperanza! Daniel será salvado de todo, ya que Dios salva a sus fieles... y les da la vida eterna (J. Mas Bayés).

Quien confía en el Señor jamás será defraudado por Él. Y todo lo que el Señor realice a favor nuestro no es sólo para que nosotros sintamos su cercanía y su amor de Padre, sino que es para que todos conozcan el amor que Dios tiene a quienes han puesto en Él toda su confianza, lo reconozcan como su Dios y Padre y experimenten su amor. La Iglesia de Cristo no sólo es depositaria del amor y de la salvación de Dios; sino que, además, debe convertirse en el instrumento a través del cual todos lleguen al conocimiento de Dios; y esto, no sólo porque lo anuncie denodadamente a través de la proclamación constante del Evangelio, sino porque, a pesar de verse perseguida y condenada a muerte, jamás dé marcha atrás en su amor y confianza que ha depositado en Dios. Muchos hermanos nuestros, por esa confianza en Dios, fueron perseguidos y entregados a la muerte, y ahora viven para siempre como un ejemplo de santidad para toda la Iglesia. Viendo cómo Jesús, después de padecer ahora reina para siempre; y viendo que es el mismo camino de testimonio que han experimentado muchos hermanos nuestros, con la mirada fija en Dios, luchemos constantemente por dar testimonio de nuestra fe sin jamás avergonzarnos del Señor, aun cuando seamos objeto de burla, de persecución y de muerte, pues desde la Resurrección de Cristo, sabemos que, no la muerte, sino la vida, tiene la última palabra.

Jesús es "el Señor". La historia que vemos aquí se repetirá más tarde: dado que Jesús era comandante en jefe de los cristianos, éstos se vieron envueltos en muy serias dificultades al negarse a poner incienso sobre el altar del César. Porque también el César reivindicaba el título de comandante, de kyrios. Esta simultánea pretensión por parte de Jesús y del César a un mismo titulo resultaba, políticamente, muy peligrosa. Las personas que proclamaban que semejante título pertenecía con todo derecho a Jesús se convertían automáticamente en insurreccionarios políticos. Hoy, en cambio, nadie es arrestado por negarse a poner incienso sobre un altar; eso ya no molesta a las autoridades. ¿Cómo sería, pues, posible ahora el hacer una confesión de fe que comprometa y desafíe a las autoridades políticas de nuestra sociedad actual, de la misma manera que aquella confesión de los cristianos primitivos desafiaba a los gobernantes de su tiempo? ("Eucaristía 1983").

Dostoievski se enfrentaba a Jesús Rey para decirle: "Si hubieras cogido la espada y la corona, todos se hubieran sometido a ti de buen grado. En una sola mano hubieras reunido el dominio completo sobre las almas y los cuerpos, y hubiera comenzado el imperio de la eterna paz. Pero has prescindido de esto...

No bajaste de la cruz cuando te gritaron con burla y desprecio: ¡Baja de la cruz y creeremos que eres el Hijo de Dios! No bajaste, porque no quisiste hacer esclavos a los hombres por medio de un milagro, porque deseabas un amor libre y no el que brota del milagro. Tenías sed de amor voluntario, no de encanto servil ante el poder, que de una vez para siempre inspira temor a los esclavos. Pero aún aquí los has valorado demasiado, puesto que son esclavos -te lo digo-, habiéndolos creado como rebeldes...

Si hubieras tomado la espada y la púrpura del emperador, hubieses establecido el dominio universal y dado al mundo la paz. Pues, verdaderamente: quién puede dominar a los hombres, sino aquellos que tienen en su mano sus conciencias y su pan" ("Los hermanos Karamazoff").

La perspectiva bíblica -y quizá el actual camino pedagógico- parte del Reino para descubrir después al Rey, y unir finalmente Reino y Rey. Es decir, primero es preciso que exista un anhelo por el Reino, una esperanza, quizá una lucha, aunque inevitablemente parciales por humanos. Sólo quien anhela este Reino (de verdad, vida, etc.) puede descubrir en Jesús al Rey. Una vez se ha descubierto en JC al Rey del Reino, uno y otro adquieren su solidez en la fe del creyente. Y éste puede llegar a descubrir la identificación que existe -en un universo personalizado como contemporáneamente intuyó Theihard de Chardin y bíblicamente había intuido ya Pablo de Tarso- entre el Reino y el Rey (Joaquín Gomis).

 

2. Dan. 3, 68-74. Hay momentos en que el amor a Dios se inflama en el corazón del hombre. Para entonces todo sonríe y uno se siente amado por el Amado. Parece uno caminar entre algodones, y por muy fuertes que sean las persecuciones, uno está dispuesto a darlo todo por el Señor. Pero de repente todo ese sentimiento se derrumba y la imaginación misma deja de funcionar; pareciera que el rocío, la nieve, el hielo, el frío, la noche y las tinieblas se han apoderado de nuestro ser. Pareciera que todo ha perdido sentido y deja uno de caminar en el goce de Dios y de su cielo, y vuelve uno a la tierra en medio de angustias y de momentos difíciles y amargos que meten, incluso, dudas en la cabeza acerca de que si el Señor le sigue a uno amando, o si se alejó y nos dejó en la más terrible de las soledades. ¡Alerta! El Señor siempre está a nuestro lado. En esos momentos no podemos caer en la rutina, pues estaríamos al borde del abandono de nuestra fidelidad a Él. Hay que orar, aun cuando la oración sepa a pasto seco y no satisfaga el corazón. Rocíos y nevadas, bendigan al Señor; hielo y frío, bendigan al Señor; heladas y nieves, bendigan al Señor; noches y días, bendigan al Señor; luz y tinieblas, bendigan al Señor; rayos y nubes, bendigan al Señor; tierra, bendice al Señor. Que esta sea nuestra confesión de fe en el Señor en esos momentos en que lo sentimos lejos y en que todo pareciera haber perdido sentido.

 

3.- Lc 21,20-28. a) Es la tercera vez que Jesús anuncia, con pena, la destrucción de Jerusalén: "serán días de venganza... habrá angustia tremenda, caerán a filo de espada, los llevarán cautivos a todas las naciones: Jerusalén será pisoteada por los gentiles". También aquí Lucas mezcla dos planos: éste de la caída de Jerusalén -que probablemente ya había sucedido cuando él escribe- y la del final del mundo, la segunda venida de Cristo, precedida de signos en el sol y las estrellas y el estruendo del mar y el miedo y la ansiedad "ante lo que se le viene encima al mundo". Pero la perspectiva es optimista: "entonces verán al Hijo del Hombre venir con gran poder y gloria". El anuncio no quiere entristecer, sino animar: "cuando suceda todo esto, levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación".

b) Las imágenes se suceden una tras otra para describirnos la seriedad de los tiempos futuros: la mujer encinta, la angustia ante los fenómenos cósmicos, la muerte a manos de los invasores, la ciudad pisoteada. Esta clase de lenguaje apocalíptico no nos da muchas claves para saber adivinar la correspondencia de cada detalle. Pero por encima de todo, está claro que también nosotros somos invitados a tener confianza en la victoria de Cristo Jesús: el Hijo del Hombre viene con poder y gloria. Viene a salvar. Debemos "alzar la cabeza y levantarnos", porque "se acerca nuestra liberación". Sea en el momento de nuestra muerte, que no es final, sino comienzo de una nueva manera de existir, mucho más plena. Sea en el momento del final de la historia, venga cuando venga (mil años son como un día a los ojos de Dios). Entonces la venida de Cristo no será en humildad y pobreza, como en Belén, sino en gloria y majestad. Levantaos, alzad la cabeza. Nuestra espera es dinámica, activa, comprometida. Tenemos mucho que trabajar para bien de la humanidad, llevando a cabo la misión que iniciara Cristo y que luego nos encomendó a nosotros. Pero nos viene bien pensar que la meta es la vida, la victoria final, junto al Hijo del Hombre: él ya atravesó en su Pascua la frontera de la muerte e inauguró para sí y para nosotros la nueva existencia, los cielos nuevos y la tierra nueva (J. Aldazábal).

Jerusalén sucumbe como consecuencia de su pecado. Esta destrucción, como todas las catástrofes históricas, además de ser un suceso social y político, es un acontecimiento religioso. La ciudad santa sucumbe víctima de su pecado, de haber rechazado la salvación que se le ofrecía en Jesús. Jesús expresa su compasión por las víctimas. Y pone en guardia a los discípulos para que no perezcan. Ellos no han comulgado con este pecado de Jerusalén. No deben perecer en ella. Pero la ciudad y el pueblo judío no son rechazados definitivamente. Su rechazo es una especie de tregua para dar paso a los gentiles (cf Rm 11) Ante la venida del Hijo del Hombre, que se hará patente, clara como la luz del mediodía, el pánico será la actitud del incrédulo, el gozo será la herencia del creyente. Para éste se acerca la salvación. Se toca ya la esperanza. El creyente irá con la cabeza erguida, rebosante de gozo el corazón, al encuentro de su Señor, a quien ha amado, por quien ha vivido, en quien ha creído, al que anhelante ha estado toda la vida esperando.

"¡Ay de las que estén encinta y de las que críen en aquellos días!" (Mt 24,19), clama el Señor al contemplar en espíritu el cuadro del fin del mundo actual. Bien colocada está esta expresión al comienzo del discurso referente al terror de la destrucción de Jerusalén. Mas en el Espíritu de Cristo, que es el Espíritu del Verbo Eterno, confluye y se identifica con la visión del fin del mundo. Y en esa identificación la exclamación significa mucho más que una simple compasión humana por aquellas desvalidas mujeres menos expeditas que las otras para poder huir o resistir a las más duras penalidades. Para el Señor que contempla y advierte, ellas, en la profecía de la destrucción del mundo, se tornan imagen y tipo de aquellos a quienes el fin del mundo va a sorprender en el preciso instante en que -aún demasiado ligados al mundo presente- no se sentirán libres para poder seguir sin trabas la voz de la trompeta y salir al encuentro de la nueva aurora. Sus pies no se habrán fortalecido en el camino de la cruz de Cristo, no habrán llegado a ser ágiles en los caminos de sus mandamientos, se hallarán entorpecidos por los lazos del enemigo. Pesa sobre sus hombros la carga del falso reino de este mundo. Sus brazos abrazan las alegrías caducas de una tierra condenada a perecer. El "dios de este siglo" (2 Co 4,4) ha cegado sus ojos. No conocen el lenguaje de los signos celestiales, no pueden contemplar el brillo de la aurora. En balde se publica el mensaje y se encienden las antorchas eternas.

Los esclavos "de este siglo" y de su "dios" no pueden ver, y huyen. A ciegas van dando traspiés hacia la condena del tribunal y el fuego de su castigo, que tendrá la virtud de abrir sus horrorizados ojos (Emiliana Löhr).

La mayoría de los exégetas piensan que Lucas escribió su evangelio en los años después del 70. Los acontecimientos históricos acaban pues de demostrar que Jesús había dicho verdad al anunciar la destrucción de Jerusalén.

-Cuando veréis Jerusalén sitiada por los ejércitos... Aquí, Marcos y Mateo decían: «Cuando veréis la abominación de la desolación» (Mc 13,14; Mt 24,25). Era sin duda lo que, de hecho, había dicho Jesús, repitiendo una profecía de Daniel 11,31. Lucas «traduce» con mayor concreción.

-Sabed que está cerca su devastación. Entonces los que estén en Judea, que huyan a la sierra; los que estén en la ciudad que se alejen; los que estén en el campo, que no entren en la ciudad. Después de un siglo de ocupación romana la revuelta que se estaba incubando terminó por explosionar, en los alrededores del año 60. Los Zelotes, que habían tratado de arrastrar a Jesús a la insurrección, multiplicaron los atentados contra el ejército de ocupación. El día de Pascua del 66, los Zelotes ocupan el palacio de Agripa y atacan al Legado de Siria. Todo el país se subleva. Vespasiano es el encargado de sofocar la revolución. Durante tres años va recuperando metódicamente el país, y aísla Jerusalén. Reúne fuerzas enormes: la Vª, la Xª; y la XVª legión. Luego el emperador deja a su hijo. el joven Titus, el cuidado de terminar la guerra. El sitio de Jerusalén, fortaleza considerada inexpugnable, dura un año, con setenta mil soldados de infantería y diez mil a caballo. El 17 de julio del 70, por primera vez después del exilio, cesa el sacrificio en el Templo. Desde entonces no lo ha habido nunca más.

El historiador judío, Flavio José, habla de un millón cien mil muertos durante esta guerra, y noventa y siete mil prisioneros cautivos.

-¡Ay de las que estén encinta o criando en aquellos días! porque habrá una gran calamidad en el país y un castigo para ese pueblo. Caerán a filo de espada, los llevarán cautivos a todas las naciones, y Jerusalén será pisoteada por los paganos... Al predecir la espantosa desgracia nacional de su pueblo, Jesús no tiene nada de un fanático que clama venganza. Sus palabras son de dolor. Es emocionante verle llorar por las pobres madres de ese pueblo que es el suyo.

-Jerusalén será pisoteada por los paganos... hasta que la época de los paganos llegue a su término. Jesús parece anunciar un tiempo para la evangelización de los paganos. A su término, Israel podrá volver a Cristo a quien rechazó entonces. Esta es la plegaria y la esperanza de san Pablo (Rm 11,25-27) compartida con san Lucas (Lc 13,35) ¿Comparto yo esa esperanza?

-Aparecerán señales en el sol, la luna y las estrellas. En la tierra se angustiarán las naciones por el estruendo del mar y de la tempestad. Los hombres quedarán sin aliento por el miedo, pensando en lo que se le viene encima al mundo, porque hasta los astros se tambalearán. Es el lenguaje corriente del género apocalíptico. Según la concepción de la época, los tres grandes espacios: cielo, tierra y mar... serán trastornados. El caos se abate sobre el universo. (Comparar con Is 13,9-10; 34,3-4 donde esas mismas expresiones en imágenes son empleadas en la caída de Babilonia).

-Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube con gran poder y majestad. ¿Sin que nos demos cuenta, se ha pasado a otra profecía, esta vez la del "fin del mundo"? Algunos exégetas lo creen. Otros piensan que Jesús continuaba hablando de la destrucción de Jerusalén: el Hijo del hombre "viene", a través de muchos sucesos históricos, en particular de éste que vio el aniquilamiento del culto del Templo... el culto verdadero proseguía en torno al Cuerpo de Cristo, en la Iglesia, nuevo Templo de Dios (Noel Quesson).

Rasgo característico de una visión profética sobre la historia es saber descubrir el sentido de los acontecimientos. La caída de Jerusalén encuentra en la reflexión de Lucas el marco para proponer la aceptación del mensaje de Jesús. Jerusalén, ciudad infiel que ha rechazado la propuesta de la paz, deberá sufrir las consecuencias de ese rechazo. Lo visto y experimentado en la caída de la ciudad se convierte en urgente invitación a aceptar aquella propuesta. Por otro lado, el tiempo que se inaugura a partir de ese acontecimiento, deberá también ser leído en clave positiva. La visión profética trata de descubrir también en el desarrollo de la historia las oportunidades de salvación que se presentan a lo largo del tiempo. La caída de Jerusalén y el dominio opresor de los paganos es también ocasión de la proclamación a éstos del anuncio de salvación. Este largo tiempo de anuncio salvífico tendrá también un límite. Este será marcado por señales que afectan a toda la realidad cósmica y que resonarán en el interior de cada hombre y de cada sociedad humana. Pero más que las señales, la importancia de este momento final de la historia está dado por el regreso de Jesús con la plenitud de su poder y de su gloria. Más allá de los alarmismos que acompañan generalmente a las representaciones sobre el fin del mundo, se nos invita a anhelarlo y a descubrir en él las consecuencias positivas que producirá en nosotros. Debemos ver en todos esos acontecimientos que nuestra liberación está próxima (Josep Rius-Camps).

El texto que hoy leemos en el evangelio tiene dos partes. Una primera habla de la destrucción del templo. Ese acontecimiento marca el final de la historia del pueblo de la antigua Alianza. De ahí en adelante ya no tiene sentido aquella distinción fundamental israelita entre los judíos y los paganos. En adelante, el nuevo pueblo de Dios, o el pueblo de Dios de la nueva alianza estará formado por personas venidas de todos los pueblos de la tierra; ya no serán "judíos o gentiles", sino que se hablará de un tertium genus, un tercer grupo o pueblo que ya superó el "muro de la separación".

En la segunda parte del Evangelio, y con un lenguaje tomado del libro de Daniel, se nos habla de ese personaje misterioso que aparece por el horizonte apocalíptico: el "Hijo del Hombre". La caída de Jerusalén manifiesta y anticipa el juicio con que Dios acompaña toda la historia y que se consumará al final de los tiempos. El Hijo del Hombre es Jesús, que, por su muerte y resurrección, testimoniadas por los discípulos, reunirá a todo el pueblo de Dios… (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica).

Cristo Rey, última semana del año litúrgico. Rey del universo, en un Reino eterno y universal, Reino de la verdad y la vida, Reino de santidad y gracia, Reino de justicia, de amor y de paz, como lo señala la liturgia de la Misa de este domingo. ¡Qué contraste tan grande entre la actitud de los judíos manifestada a lo largo de la vida pública de Cristo y que culmina el Viernes Santo con aquel: [15] No tenemos más rey que el César, con aquella otra de San Pablo que escribe a los de Corinto: [25] es necesario que él reine, hasta que ponga a todos los enemigos bajo sus pies (1 Cor 15, 25)! El rechazo de Cristo por parte de los judíos es la misma actitud que encontramos a lo largo de la historia en todos aquellos que no quieren recibir a Cristo, que no admiten sujetarse a la Ley de Dios y quieren organizar sus vidas al margen de Dios. Ponen antes sus intereses y sus pasiones y dejan a Dios en un segundo plano, o prescinden de Él en la práctica. Quieren repetir la actitud de nuestros primeros padres que quisieron ser como dioses, pero "sin Dios, antes que Dios y no según Dios" (S. Máximo) y siguen repitiendo aquella frase del Evangelio: No queremos que éste reine sobre nosotros (Lc 19,14). No logran entender la profundidad divina del reinado de Cristo. Pero no pensemos que ese rechazo se da solo en los que públicamente reniegan de Cristo o hacen profesión de agnósticos; debemos analizar hasta qué punto nosotros también nos oponemos al reinado de Cristo en el mundo y en nosotros mismos. Para eso, debemos entender de qué reino de trata. Jesús recibe la confesión de fe de Pedro que le reconocía como el Mesías y le anuncia de inmediato la próxima pasión del Hijo del Hombre. [18] Y yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. [19] Te daré las llaves del Reino de los Cielos;  pero ya que sus discípulos saben que es el Mesías, comienza a hablarles de la Pasión: [21] Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que él debía ir a Jerusalén y padecer mucho de parte de los ancianos, de los príncipes de los sacerdotes y de los escribas, y ser muerto y resucitar al tercer día. Revela  su realeza mesiánica a la vez que su misión redentora como Siervo sufriente: "el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos". El verdadero sentido de la realeza  de Cristo se manifiesta desde la Cruz . Cristo ha venido para establecer el Reino de Dios que es la derrota del reino de Satanás."si por el Espíritu de Dios expulso yo los demonios, es que ha llegado a vosotros el Reino de Dios" (Mt 12,28). Los exorcismos  que Jesús realiza repetidas veces en su vida pública, liberan a los hombres del dominio de los demonios (cf Lc 8, 26-39). Desde la Cruz Cristo establece definitivamente el Reino de Dios: "Dios reinó desde el madero de la Cruz", (himno "Vexilla Regis).

¿Qué Reino es el que vino Cristo a predicar? Es un Reino que hay que preparar con penitencia: [1] En aquellos días apareció Juan el Bautista predicando en el desierto de Judea [2] y diciendo: Haced penitencia, porque está al llegar el Reino de los Cielos (Mt 3). Y Jesús mismo comienza así su predicación: [17]... comenzó Jesús a predicar y a decir: Haced penitencia, porque está al llegar el Reino de los Cielos. (Mt. 4). Y para entrar en él, hay que cumplir con la Voluntad de Dios: [21] No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos; sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los Cielos (Mt 7).

La humildad es la puerta de entrada y condición indispensable para pertenecer a este Reino. En verdad os digo: si no os convertís y os hacéis como los niños no entraréis en el Reino de los Cielos. [4] Pues todo el que se humille como este niño, ése es el mayor en el Reino de los Cielos (Mt 18).

No caben, por tanto los que no sigan la ley de Dios, y en especial, los soberbios, pues la soberbia está en la raíz de todo pecado. [9] ¿Acaso no sabéis que los injustos no heredarán el Reino de Dios? No os engañéis: ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los sodomitas, [10] ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los rapaces heredarán el Reino de Dios (1 Cor 6).

Y habrá pecadores arrepentidos, que han creído en el Hijo de Dios y han actuado en consecuencia con su fe. Díceles Jesús: En verdad os digo que los publicanos y las meretrices os preceden en el reino de Dios. [32] Porque vino Juan a vosotros por el camino de la justicia, y no habéis creído en él, mientras que los publicanos y las meretrices creyeron en él. Pero vosotros, aun viendo esto, no os habéis al fin arrepentido, creyendo en él.

Pero nos debemos preguntar: ¿dónde debe reinar Cristo Jesús? Debe reinar, primero en nuestras almas. Debe reinar en nuestra vida, porque toda tiene que ser testimonio de amor. ¡Con errores! No os preocupe tener errores.... ¡Con flaquezas! Siempre que luchemos, no importan. ¿Acaso no han tenido errores los santos que hay en los altares? (san Josemaría). Pero es necesario esforzarse para poder entrar. [12] Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de los Cielos padece violencia, y los esforzados lo conquistan (Mt 11).

Jerusalén, ciudad de paz; ese es su nombre; esa es su vocación. De ahí brotará la salvación como un río en crecida que fecundará toda la tierra y le hará producir frutos agradables a Dios; y llegará incluso hasta el mar de aguas saladas y lo saneará, pues nada hay imposible para Dios. Pero Jerusalén se ha corrompido y, llegado Aquel que ha cumplido las promesas y el anuncio de la Ley y los Profetas, ha sido rechazado. Por eso Jerusalén ha sido destruida y no ha quedado en ella piedra sobre piedra, y sus hijos han sido dispersados por todas las naciones. Quienes formamos la Iglesia del Cordero, ¿realmente creemos en Él? No podemos responder con sólo nuestras palabras; nuestra respuesta ha de darse de un modo vital, pues son nuestras obras, son nuestras actitudes hacia nuestro prójimo, es nuestra vida misma la que manifiesta hasta qué punto vivimos fieles al Señor. El momento en que se acabe este mundo no debe confundirnos ni angustiarnos. El Señor nos pide una vigilancia activamente amorosa para que cuando Él venga levantemos la cabeza, sabiéndonos hijos amados de Dios. No descuidemos nuestra fe constante en el Señor a pesar de lo que tengamos que padecer, pues si nos alejamos del Señor y comenzamos a destruirnos unos y otros, por más que proclamemos el Nombre del Señor, nuestro mal comportamiento echaría por tierra toda la obra de salvación. Entonces, en lugar de ser parte de la construcción del Reino de Dios seríamos destruidos irremediablemente. Trabajemos por el Señor; y no lo hagamos por temor, ni por interés, sino por amor, un amor que nos lleve a permitirle al Señor hacer su obra de salvación en nosotros, y en el mundo por medio nuestro, aun cuando para ello tengamos también que entregar nuestra vida, pues nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Dios, nuestro Dios misericordioso y Padre, nos ha convocado en este día en torno a Jesús, su Hijo, Señor nuestro. No se dirige a nosotros por medio de señales que nos llenen de terror y angustia, sino en la sencillez de los signos frágiles mediante los cuales se manifiesta a nosotros. Ahí esta su Palabra, dirigida a nosotros con toda sencillez, pero con toda su fuerza salvadora. Ahí está Él convertido en alimento nuestro en la sencillez de los signos sacramentales del pan y del vino; pero con todo su poder que nos fortalece para seguirle siendo fieles trabajando para que su Evangelio llegue a todos. Ahí está su Iglesia, representada mediante los miembros de la misma que nos hemos reunido para celebrar al Señor; somos frágiles e inclinados a la maldad, pero el Señor nos llena de su Espíritu para que seamos un signo de alegría, de paz, de misericordia y de luz para los demás. Dios no nos llamó a unirnos a Él para que nos convirtamos en perseguidores de nuestros semejantes. Hemos de desterrar de nosotros todo sentimiento de envidia y persecución. Hemos de ser un signo de Cristo que salva, y no dar una imagen que el Señor no tiene: condenar a quienes van de camino por este mundo, pues Él no vino a condenar, sino a salvar todo lo que se había perdido. Sólo al final, confrontada nuestra vida con la Palabra, se hará el juicio de nuestras obras para que reconozcamos si somos o no dignos de estar para siempre con el Señor. Por eso debemos vivir con la cabeza levantada, no por orgullo, sino para contemplar a Aquel que nos ha precedido con su cruz, y poder seguir sus huellas amando y sirviendo a nuestro prójimo, pues no hay otro camino, sino el mismo Cristo, que nos lleve al Padre. Que no sólo acudamos al Señor para darle culto, sino que vayamos a Él para ser fortalecidos con su Espíritu y poder, así, vivir nuestro compromiso de fe en medio de los diversos ambientes en que se desarrolle nuestra vida. No vivamos en el temor, pensando que el mundo se nos acabará de un momento a otro, vivamos más bien amando al Señor y a nuestro prójimo para que, cuando Él vuelva, nos encuentre dispuestos a ir con Él a gozar de la Gloria del Padre. Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de pasar haciendo siempre el bien a todos; que esto lo hagamos no por simple filantropía, sino porque amamos a nuestro prójimo como el Señor nos ha amado a nosotros, y porque seamos conscientes de que lo que hagamos a los demás se lo estaremos haciendo al mismo Cristo, pudiendo así Él reconocernos como suyos al final del tiempo. Amén (www.homiliacatolica.com).

 

Miércoles de la 34ª semana de Tiempo Ordinario. “Aparecieron unos dedos de mano humana escribiendo” que aquel reino estaba fundado sobre algo endeble, pero el Reino de Dios no es de este mundo… “Todos os odiarán por causa mía, pero ni un cabello de v

Miércoles de la 34ª semana de Tiempo Ordinario. "Aparecieron unos dedos de mano humana escribiendo" que aquel reino estaba fundado sobre algo endeble, pero el Reino de Dios no es de este mundo… "Todos os odiarán por causa mía, pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá".

 

Profecía de Daniel 5,1-6.13-14.16-17.23-28. En aquellos días, el rey Baltasar ofreció un banquete a mil nobles del reino, y se puso a beber delante de todos. Después de probar el vino, mandó traer los vasos de oro y plata que su padre, Nabucodonosor, había cogido en el templo de Jerusalén, para que bebieran en ellos el rey y los nobles, sus mujeres y concubinas. Cuando trajeron los vasos de oro que habían cogido en el templo de Jerusalén, brindaron con ellos el rey y sus nobles, sus mujeres y concubinas. Apurando el vino, alababan a los dioses de oro y plata, de bronce y hierro, de piedra y madera. De repente, aparecieron unos dedos de mano humana escribiendo sobre el revoco del muro del palacio, frente al candelabro, y el rey veía cómo escribían los dedos. Entonces su rostro palideció, la mente se le turbó, le faltaron las fuerzas, las rodillas le entrechocaban. Trajeron a Daniel ante el rey, y éste le preguntó: -«¿Eres tú Daniel, uno de los judíos desterrados que trajo de Judea el rey, mi padre? Me han dicho que posees espíritu de profecía, inteligencia, prudencia y un saber extraordinario. Me han dicho que tú puedes interpretar sueños y resolver problemas; pues bien, si logras leer lo escrito y explicarme su sentido, te vestirás de púrpura, llevarás un collar de oro y ocuparás el tercer puesto en mi reino.» Entonces Daniel habló así al rey: -«Quédate con tus dones y da a otro tus regalos. Yo leeré al rey lo escrito y le explicaré su sentido. Te has rebelado contra el Señor del cielo, has hecho traer los vasos de su templo, para brindar con ellos en compañía de tus nobles, tus mujeres y concubinas. Habéis alabado a dioses de oro y plata, de bronce y hierro, de piedra y madera, que ni ven, ni oyen, ni entienden; mientras que al Dios dueño de vuestra vida y vuestras empresas no lo has honrado. Por eso Dios ha enviado esa mano para escribir ese texto. Lo que está escrito es: "Contado, Pesado, Dividido." La interpretación es ésta: "Contado": Dios ha contado los días de tu reinado y les ha señalado el límite; "Pesado": te ha pesado en la balanza y te falta peso; "Dividido": tu reino se ha dividido y se lo entregan a medos y persas. »

 

Salmo responsorial Dn 3,62.63.64.65.66.67. R. Ensalzadlo con himnos por los siglos.

Sol y luna, bendecid al Señor.

Astros del cielo, bendecid al Señor.

Lluvia y rocío, bendecid al Señor.

Vientos todos, bendecid al Señor.

Fuego y calor, bendecid al Señor.

Fríos y heladas, bendecid al Señor.

 

Evangelio según san Lucas 21,12-19. En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: -«Os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a la cárcel, y os harán comparecer ante reyes y gobernadores, por causa mía. Así tendréis ocasión de dar testimonio. Haced propósito de no preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro. Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os traicionarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán por causa mía. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas.»

 

Comentario: 1.- Dn 5,1-6.13-14.16-17.23-28: a) El episodio del banquete del rey Baltasar -que tampoco hay que considerar necesariamente como histórico- le sirve al autor del libro de Daniel, a modo de parábola, para seguir reflexionando sobre el sentido de la historia humana. Ante Dios, el orgullo no vale nada. La orgía de la corte real, y además con los vasos sagrados fruto del pillaje en el templo de Jerusalén, no puede acabar bien. Daniel, en su papel de intérprete de las visiones, es valiente en anunciar lo que significan las letras que aparecen en la pared: "Dios ha contado tus días", "no has dado el peso en su balanza" y "tu reino se ha dividido".

b) Los excesos se pagan, pronto o tarde. "Te has rebelado contra el Señor... has adorado a dioses de oro y plata". Ahora ha llegado el juicio de Dios. Es un mensaje que tienen que saber leer los poderosos de la tierra: en concreto, Antíoco Epífanes, que en el tiempo en que se escribe este libro de Daniel está haciendo lo mismo que el libro atribuye -con una proyección hacia siglos pasados- al rey Baltasar. Pero también va para cada uno de nosotros, que también deberíamos escarmentar, en cabeza ajena y propia, de las consecuencias que traen nuestros fallos y desviaciones. Cuando nos olvidamos de Dios, no nos pueden ir bien las cosas en nuestra vida. ¿Podemos sentirnos seguros de que no va para nosotros la tremenda acusación: "has adorado a dioses falsos", "te falta peso en la balanza de Dios"? ¿nos extrañará luego que "nuestro reino se divida", que la comunidad también se deteriore?

Este capítulo empieza dando una nueva idea de la esclavitud de Daniel. Mientras que, con gran pavor del rey Baltasar (se trata de Bel-shar-usur, hijo, no de Nabucodonosor, sino del último rey babilonio Nabónides), los adivinos oficiales se han mostrado incapaces de leer y descifrar la inscripción misteriosa escrita en las paredes del salón de banquetes de palacio, Daniel lo logra sin ninguna dificultad. Como ha profanado los vasos sagrados del templo de Jerusalén, Baltasar será asesinado y su reino repartido entre los medos y los persas. Pero Baltasar no es, evidentemente, más que un hombre ficticio. No es a él a quien se refiere Daniel sino a Antíoco Epífanes, el Seléucida impío que el 169 a. C. había saqueado el templo de Jerusalén, antes de profanarlo, en el 167, con la erección de un altar idólatra. Se observará, por otra parte, que el banquete ofrecido por Baltasar termina en una borrachera general, lo cual podría hacer alusión a las orgías de las Bacanales introducidas en Jerusalén por Antíoco. Por tanto, Dn 5 es un buen ejemplo de ficción histórica que permite atacar a Antíoco veladamente (com. de Sal Terrae).

-El festín de Baltasar. En un texto tan «coloreado» de detalles concretos y que ha inspirado a tantos pintores célebres, es evidente que hay que retener lo esencial. Este festín es como el símbolo del «paganismo» de todos los tiempos.

-"La seducción del orgullo": un gran festín... de mil invitados... comiendo en vajilla de oro y plata. El rey hace alarde de su lujo. ¿Quién paga el costo de todo esto? Los pobres de su reino, sin duda. Pero no piensa en ello. Deslumbra y aplasta a los humildes con su orgullo.

-«La seducción de la carne»... nos imaginamos la orgía sensual que los artistas han hecho resaltar... la abundancia de vinos... las «mujeres y las cantoras». Cuando la humanidad se abandona a sus instintos, excitada por el alcohol y el sexo ya no se detiene en el camino de la degradación y del envilecimiento. El otro día me mandaron un power point sobre una ejecución fanática musulmana. Se veía a los pobres quemándose. Me parecía de los más "gore" ver sufrimientos humanos en directo, quizás gratuitos. Pensé en una analogía con la pornografía, que repugna también a la nuestra sensibilidad, pero como aquí se nos recuerda un abismo llama a otro abismo, y el hombre puede ir descendiendo hacia lo más profundo, y reclamar sensaciones más fuertes, tanto a nivel de la violencia como en lo sexual, desde la sugestión erótica hasta unirse a lo violento u osceno, sadomasoquismo, etc. Quizá el punto clave está en la unión con Dios, que se obnuvila también cuando falta la unión con los otros aspectos metafísicos de la verdad, la libertad, el bien. Por último, esta semana que me da por reflexionar sobre el acto moral o mejor dicho sobre los elementos morales de la tentación, estoy como descubriendo que aunque si bien es conocido que nuetra vulnerabilidad está unida a que somos fuertes en el Señor, también es cierto que cuando no vemos –cuando la gente no ve- al Señor, puede abandonarse si no descubre otro aspecto de la verdad: que nuestra lucha es un laboratorio de solidaridad, que estamos concatenados con los demás, que la comunión de los santos no es algo teórico, espiritualista o misticista, sino algo real, que es algo "sensible" aunque no fisicista pero que los demás notan si luchamos, si yo venzo los demás van adelante. Esto tiene también aplicaciones menos espirituales, más de ilusión humana: si me ilusiono por algo, por ideales nobles de ayuda a los demás, tengo un motivo para luchar. Y el que tiene un motivo, se levanta de la cama por la mañana, y así en las demás tentaciones. Y poco a poco se vuelve a tener esa experiencia de Dios, que quizá se había perdido. Por eso, hay que aconsejar a la gente aguantar por lealtad en esos momentos, pues a veces no ven razones muy sobrenaturales, les entran ciertas dudas sobre la Iglesia o si es posible compatibilizar Jesús con otras cosas o religiones… cuando vuelve la luz, se da gracias a Dios por haber aguantado la tormenta y haber seguido en medio de la oscuridad. Quizá es también algo de eso la noche de la fe a la que se referían los místicos, cuando no queda más que cierto recuerdo de aquella luz, y sólo se va adelante por la intuición del amor…

-«El insulto a Dios»: en este estado es frecuente que el hombre se las haya con Dios. Baltasar, para mostrarse completamente «libre de todos los tabúes religiosos», imaginó «beber en los vasos sagrados, robados antaño al templo». Hay muchas otras maneras de burlarse de Dios.

-«El miedo y la angustia del más allá»: Se habla hoy mucho de la angustia metafísica del ateo. Se constata la proliferación de prácticas supersticiosas y mágicas, en las personas que no creen en el verdadero Dios. «El rey empalideció, su pensamiento se turbó, sus piernas temblaron». Tiene miedo ante el misterio.

-Tú no has glorificado al Dios que tiene en sus manos tu propio aliento y de quien dependen todos tus caminos... Frente a ese materialismo pagano, Daniel recuerda «al verdadero Dios». Al hombre que pretende pasarse de Dios, el profeta, con una sola palabra le recuerda su dependencia radical: «¡Dios es el que tiene en sus manos tu propio aliento!» Repito para mí esta palabra divina. En una imagen sorprendente, expresa lo muy pobre, efímero y limitado que soy. Sé que un día mi aliento se detendrá. Sé que soy «mortal». ¿Qué conclusiones debería yo sacar de esto? ¿Qué actitud debería ser la mía ante esta verdad? ¿Qué oración me sugiere esto?

-Dios ha «medido» tu reino. A la muerte de Nabucodonosor, lo sabemos, el Imperio de Babilonia se escindió en dos imperios rivales, los Medas y los Persas. Acontecimiento histórico. Acontecimiento político, humano. Todo esto no está allende de Dios, esto está «en sus manos».

-Has sido pesado en la balanza y encontrado falto de peso. Ese gran rey se creía muy importante y ¡Dios lo encuentra falto de peso! Considerados desde el punto de vista de Dios, los hombres no tienen las mismas proporciones que les asignamos aquí abajo. Aquel que está al frente de una gran empresa, aquel que es adulado, respetado y envidiado... es quizá considerado por Dios como «falto de peso». Aquel que es despreciado, aquél a quien no se da importancia... ¡es quizá considerado por Dios como importante y grande! Ayúdanos, Señor, a apreciar toda cosa y todo hombre al peso real, a la densidad divina. ¿Qué es lo que puede dar peso a mi jornada de HOY? ¿Qué amor he de poner en todas mis acciones? ¿Qué oración dará densidad a mi vida? (Noel Quesson, excepto mis comentarios sobre la tentación, que siguen los de ayer tb. en el p. 1).

Es frecuente que los hombres no logremos alcanzar el equilibrio entre los extremos. Hoy se habla de desacralización, a causa sin duda, de un exceso de sacralizaciones exageradas. Lo que no podemos hacer, con todo, es perder el sentido de lo sagrado. Mejor dicho: hay que tratar con respeto las cosas de Dios. Ya el libro del Génesis nos enseña a sobrepasar los mitos, porque Dios domina también el mundo profano. Pero esto no significa que sea menester detenernos en dicho mundo y desentendernos de toda trascendencia. Hubo épocas en las que la mentalidad de los hombres no estaba tan sensibilizada para comprender estas cosas como ahora, pero el sentido tiene que ser siempre el mismo. Antíoco profanó el templo en tiempos del libro de Daniel. Esto era un sacrilegio que forzosamente sería castigado. Por eso el autor vuelve la vista atrás y mira el castigo de la profanación que Baltasar había llevado a cabo con los vasos sagrados, para enseñar cuál era la voluntad de Dios. La historia nos habla de la caída de Babilonia. El autor interpreta la historia y le da su significado, que, en rigor, hemos de considerar correcto. Seguramente Baltasar no creía en un peligro del reino. Incluso hay circunstancias muy especiales que motivan la presencia del rey en un banquete en el momento preciso en que los enemigos se apoderaban de la capital de dicho reino. El hecho es insólito, pero, a través de lo que sabemos verdadero. La aplicación, por tanto, es buena. No sólo tenemos esta aplicación de que Dios domina la historia y un día u otro llama a los sacrílegos para que le rindan cuentas, sino que existe otra, o sea, que lo que la sabiduría de los hombres es incapaz de interpretar bajo los signos maravillosos está al alcance del creyente en el Dios que mueve los pueblos. Si el libro de Daniel fuese una pura historia no poseería la trascendencia profética de una interpretación teológica. Tal vez Antíoco se rió de la profecía: hoy a Antíoco se le recuerda más por causa de la Biblia que por otras cosas (J. Mas Bayés).

Somos templo del Espíritu de Dios y vaso de elección en el que reposa el Señor. No podemos convertirnos en asiento de maldad y corrupción, ni podemos utilizar a los demás para saciar en ellos nuestras inclinaciones pecaminosas. Nadie está autorizado para pisotear la dignidad de su prójimo. Dios nos ha consagrado para que seamos suyos, por lo que debemos vivir siendo santos como Dios es Santo. No podemos robar la inocencia ni ser motivo de escándalo para los pequeños, pues de ellos es el Reino de los cielos. No podemos echar las cosas santas a los perros ni a los cerdos, pues Dios saldrá en su defensa y entonces ¿quien podrá soportar la llegada del Señor? Entonces temblaremos en su presencia y querremos taparnos el rostro, pero sabremos que su sentencia está pronunciada contra aquellos a quienes hubiese sido mejor colgarles al cuello una de esas enormes piedras de molino, y arrojarlos al fondo del mar. Pero, mientras Dios nos concede un tiempo de gracia, no despreciemos la oportunidad que el Señor no da y volvamos a Él con el corazón arrepentido, dejándonos perdonar y salvar por Él. Así, llenos de su amor, volveremos a pertenecerle con un corazón indivisible y nos esforzaremos para que, quienes se alejaron de Él o fueron vejados en su dignidad, encuentren en Cristo el camino que los lleve a la unión con el Padre amoroso y misericordioso, y se libren de la destrucción y de la muerte, que caerá sobre quienes miraron al que traspasaron, pero no quisieron abandonar sus propios caminos equivocados.

2. Dan. 3, 62-67. Que toda la naturaleza bendiga al Señor, pues Él ha hecho resplandecer su Rostro sobre todas las cosas. Efectivamente, condenada al fracaso, no por propia voluntad, sino por aquel que así lo dispuso, la creación vive en la esperanza de ser también ella liberada de la servidumbre de la corrupción y participar así en la gloriosa libertad de los hijos de Dios. No podemos convertirnos en destructores de la naturaleza; ella está a nuestro servicio, y, con nosotros, participa de la dignidad que le corresponde conforme a la voluntad soberana del Creador de todo. Por eso no podemos hacer de las cosas nuestro enemigo; no podemos utilizarla para destruirnos unos y otros, pues la continuaríamos esclavizando al mal y a la corrupción. Ella debe estar al servicio del bien de todos, pues todos tienen el mismo derecho a disfrutar de los bienes de la tierra para vivir con dignidad y decoro. Cuando la naturaleza cumpla con la función que el Señor le ha asignado estará, con ello, bendiciendo al Señor, pues estará, finalmente, al servicio de la vida y no de la muerte.

3.- Lc 21,12-19 (ver domingo 33C). a) Jesús avisa a los suyos de que van a ser perseguidos, que serán llevados a los tribunales y a la cárcel. Y que así tendrán ocasión de dar testimonio de él. Jesús no nos ha engañado: nunca prometió que en esta vida seremos aplaudidos y que nos resultará fácil el camino. Lo que sí nos asegura es que salvaremos la vida por la fidelidad, y que él dará testimonio ante el Padre de los que hayan dado testimonio de él ante los hombres.

b) Cuando Lucas escribía su evangelio, la comunidad cristiana ya tenía mucha experiencia de persecuciones y cárceles y martirios, por parte de los enemigos de fuera, y de dificultades, divisiones y traiciones desde dentro. A lo largo de dos mil años, la Iglesia ha seguido teniendo esta misma experiencia: los cristianos han sido calumniados, odiados, perseguidos, llevados a la muerte. ¡Cuántos mártires, de todos los tiempos, también del nuestro, nos estimulan con su admirable ejemplo! Y no sólo mártires de sangre, sino también los mártires callados de la vida diaria, que están cumpliendo el evangelio de Jesús y viven según sus criterios con admirable energía y constancia. Jesús nos lo ha anunciado, en el momento en que él mismo estaba a punto de entregarse en la cruz, no para asustarnos, sino para darnos confianza, para animarnos a ser fuertes en la lucha de cada día: "con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas". El amor, la amistad y la fortaleza -y nuestra fe- no se muestran tanto cuando todo va bien, sino cuando se ponen a prueba. Nos lo avisó: "si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros" (Jn 15,20), pero también nos aseguró: "os he dicho estas cosas para que tengáis paz en mí; en el mundo tendréis tribulación, pero ¡ánimo! yo he vencido al mundo" (Jn 16,33) (J. Aldazábal).

Os echarán mano y os perseguirán; os llevarán a las sinagogas y os meterán en la cárcel. Jesús anuncia que sus discípulos serán perseguidos, antes de la destrucción de Jerusalén y del Templo. Cuando Lucas escribía su evangelio, ¡eso ya había sucedido ! «Pedro y Juan hablaban al pueblo... El jefe del Templo y los saduceos fueron hacia ellos. Les echaron mano y los metieron en la cárcel hasta el día siguiente», cuenta el mismo san Lucas en los Hechos de los Apóstoles (4,1-3; 5,18; 8,3; 24). «Los magistrados de la ciudad de Filipos dieron orden de que quitaran la ropa de Pablo y de Silas y los apalearan. Después de molerlos a palos los metieron en la cárcel» (Hch 16,22). Los apóstoles habían pedido señales. Una es ésta: la persecución. La espera del final de los tiempos es una prueba. Esto es lo que predijo Jesús... y no la fecha del fin del mundo.

-Os harán comparecer ante Reyes y Gobernadores a causa de mi Nombre. El Nombre. Jesús, que es: Signo de contradicción. Nombre que se escarnece. Nombre que se rechaza. El «nombre» es símbolo de la persona. Los mismos apóstoles, que sabían todas esas cosas, porque ya Jesús les había anunciado que sucederían, algunos años más tarde «saldrán del Gran Consejo contentos de haber merecido aquel ultraje por causa del nombre de Jesús (Hch 5,41). Sin embargo, a ellos igual que a nosotros no les gustaban los ultrajes ni tampoco el sufrimiento. Entonces, ¿por qué estaban tan contentos?

-Así tendréis ocasión de dar Testimonio. La persecución es una suerte, un gozo, porque es una ocasión de anunciar la «buena nueva» de Jesús, es una evangelización. San Pablo repetirá a menudo cuán útiles fueron para él sus encarcelamientos para evangelizar: era un medio paradójico de dirigirse a las más altas autoridades de la época. Paganos influyentes oían así hablar de Cristo: Agripa II (Hch 26,1). Los procuradores Galión en Corinto (Hch 18,12), y Felix, y Festo en Cesarea (Hch 24,1; 25, 1)... y los jueces y los guardias de la cárcel. «Se ha hecho público en todo el Pretorio que me hallo en cadenas a causa de Cristo» (Fil 1,12). ¿Tengo yo ese mismo optimismo? ¿Sé yo aprovechar algunas situaciones, aparentemente desfavorables, como una ocasión propicia para anunciar la buena nueva? Testimoniar. Ser testigo. ¡Presentarme como testigo de la defensa en el proceso que el mundo de hoy, y de todas las épocas, hace a Jesús!

-Por tanto, meteos en la cabeza que no tenéis que preparar vuestra defensa: yo mismo os inspiraré palabras tan acertadas que ningún adversario os podrá oponer resistencia ni contradeciros. ¡Pues sí! En ninguno de los tribunales de Imperio, ¡nadie entendía nada! Quedaban muy asombrados, «porque se trataba de hombres sin instrucción» (Hch 4,13) Los primeros cristianos no eran, en absoluto, sabios teólogos. Y los judíos cultivados en el helenismo se preguntaban de dónde venía a Esteban su sabiduría (Hch 6,10). Lucas, que escribe esas frases en plena persecución, nos hace partícipes de ese optimismo sensacional de los primeros testigos de la Iglesia primitiva.

-Todos seréis detestados por causa de mi Nombre. Pero ni un solo cabello de vuestra cabeza se perderá. ¡Con vuestro aguante y perseverancia conseguiréis la Vida! Perseverancia. Paciencia. Gozo, a pesar de todo. ¿Estoy yo convencido que yendo hacia mi "fin" voy hacia la "Vida"? (Noel Quesson).

Los primeros cristianos se caracterizaron por poner en duda todo el sistema de valores que tenía vigencia en el mundo antiguo. Los cristianos se caracterizaron por no divinizar el estado o el sistema económico. Valoraron al ser humano por encima de las diferencias étnicas, religiosas y sociales. Constituyeron la comunidad en el centro de interés dejando a un lado el culto por el cuerpo y el placer. Este modo de ver y sentir la vida los llevó a inevitables enfrentamientos con los defensores del sistema vigente. Para los romanos, el estado era divino y el sistema administrativo y financiero participaba de ese carácter sagrado. La vida estaba centrada en torno al culto al cuerpo y al placer. El centro de la vida humana era la solidez del imperio. A la vez, los judíos de la época consideraban que su sistema legal era la máxima expresión de la divinidad. Acreditaban el descanso sabatino como la máxima expresión de la piedad religiosa. De esta manera, romanos y judíos consideraban que el Estado o el sistema religioso se imponían sobre el valor de las personas y comunidades. El texto que hoy reflexionamos nos muestra las condiciones en las que vivió la comunidad de Lucas luego de la destrucción de Jerusalén. La mayoría de comunidades de Asia menor, Grecia y Roma padecieron con mayor intensidad la oposición de las sinagogas y la campaña de desprestigio que iniciaron sus detractores. A pesar de la adversidad, ellos vieron la situación como una ocasión especial para dar testimonio de Jesús y para anunciar la Buena Nueva en los lugares más conflictivos de la sociedad (servicio bíblico latinoamericano).

Discurso apocalíptico de Jesús: a los seguidores se les promete la persecución. Ningún político de la actualidad se podría animar a proponer la persecución como el resultado de su triunfo electoral. Tampoco ningún líder prometería la muerte y la separación familiar a sus seguidores. Sin embargo, éste es el discurso de Jesús. Prevé la cárcel, la persecución, la excomunión, a quienes lleven su nombre. Y estos males no provendrán de desconocidos. Serán los mismos familiares, los vecinos, los amigos, quienes los entregarán al poder op resor. No, decididamente Jesús no sería hoy un buen político. No podría hacer buena campaña en los medios de comunicación; ni siquiera podría dirigir una comunidad religiosa. Pero lo bueno de esta promesa es que Jesús no ha mentido. Quienes han optado por el mensaje de liberación han sufrido todas esas cosas. En definitiva sabían lo que vendría como consecuencia de sus opciones. No los sorprendió la traición, y hasta podría mos decir que la esperaban. No quedaron desahuciados por la expulsión de sus grupos religiosos, porque sabían que en el seno de ellos estaba acechando el mal y la envidia. Incluso hay que afirmar que cuando la predicación del Evangelio no molesta a nadie del poder de turno es porque se ha hecho parte del poder y ha perdido su fuerza. Quienes siguen a Cristo decididamente han debido optar por el "no-poder" y eso molesta al poder. Por eso el mensaje de vida del evangelio, paradójicamente, genera muerte. Los testigos son traicionados, encarcelados, difamados, expulsados de sus grupos religiosos, torturados, asesinados. ¿Vale la pena este futuro? Pero como la Palabra de Dios hay que asumirla en su totalidad, es necesario completar este análisis con la lectura del Apocalipsis. En el texto de este día se afirma que los vencidos vencerán a la Bestia. Es decir, el poder que amenaza no es eterno, y su derrota está en lo que aparenta ser su victoria: nuevamente la paradoja. La muerte, para el evangelio, es Vida y triunfo. Porque la Bestia es derrotada en cada mártir que genera. Porque la luz de estos testigos de la vida sigue tanto o más fuerte en su pueblo que cuando ellos vivían. Porque su mensaje, luego de su muerte, se hace creíble y esperanzador. La Bestia, la muerte, es vencida aunque cree que ha vencido. Porque la Bestia no puede cortar toda la vida que está en los testigos, ni puede cortar la vida de todo un pueblo. Por eso sigue siendo válido seguir a Cristo. Porque la vida triunfa sobre la muerte que la Bestia vomita, porque esta Bestia podrá matar a algunos testigos, pero su mismo acto de matar está demostrando que fue vencida. Y aunque quiera hacer callar a al gunos, otros miles se levantan con las mismas palabras del caído, en miles de voces nuevas. Y ese canto, el canto de los vencedores, será el Canto al Cordero, porque ellos saben que no hay nada por encima del poder de Dios (servicio bíblico latinoamericano).

El anuncio del mensaje cristiano siempre suscita fuerte animosidad en una sociedad construída sobre valores directamente en oposición a los anunciados por Jesús. Componente fundamental de la vida del Mesías ha sido el "es necesario que el Mesías padezca"; esa situación es fruto de una agresividad de los que que ven amenazada la estructura injusta construída a partir de sus egoísmos.

La magnitud de esta resistencia que puede llegar hasta poner en riesgo la propia vida, proviene desde lo externo y aun desde las personas más cercanas. Todo se combina para conducir a situaciones amenazantes: cárcel, juicios, traición de los familiares, un odio general hacia el mensaje, trasladado a la persona de los mensajeros.

En esa situación no es inexplicable la tentación de desaliento. Jesús advierte sobre ella, pero junto a esa advertencia pronuncia una palabra de promesa que renueva la confianza necesaria para continuar en la tarea.

En cada juicio, motivado por la animosidad, el cristiano sabe que puede contar con la presencia de Jesús que concede un lenguaje y una sabiduría a la que no pueden oponerse los adversarios.

Y aunque la muerte pueda acabar con algunos mensajeros, otros seguirán proclamando la Buena Noticia de la fraternidad universal entre los hombres. El poder de los enemigos no puede superar la bondad de Dios, incapaz de soportar la mínima pérdida de sus enviados.

Para ello se requieren una firmeza y un coraje a toda prueba, capaces de asegurar la ganancia de la propia vida (Josep Rius-Camps).

Tras hablar de los signos engañosos que acompañarán el final, el evangelio de hoy se refiere a los verdaderos signos. El principal es la persecución "por causa del nombre de Jesús". También en este caso, Lucas tiene un mensaje claro. Frente a la persecución no es necesario preparar la defensa. Jesús mismo protegerá a su comunidad si se mantiene firme. De esta manera tendrá ocasión de "dar testimonio". Esta expresión favorita de Lucas equivale a "predicar el evangelio", usada por Marcos en el lugar paralelo.

La persecución "por causa de Jesús" es un signo evangélico que anticipa la llegada del Señor. Lo leímos en el evangelio del día de Todos los Santos: "Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. Dichosos ustedes cuando os insulten y los persigan y los calumnien de cualquier modo por mi causa. Estén alegres y contentos porque su recompensa será grande en el cielo".

Jesús completa el texto que leíamos ayer: no sólo se va a destruir el templo; la destrucción va a pasar llevándose consigo a los propios discípulos, que van a ser atacados, perseguidos, entregados a los tribunales... Se dice que en América Latina no estamos ya ahora en época de mártires... Supuestamente estaríamos en paz y en calma, y en total libertad. Ciertamente que hay horas y horas, horas distintas, en la historia. Importa discernir cómo se cumplen, y en qué sentido, las palabras de Jesús en nuestros días. Porque los tiempos cambian, pero su palabra permanece (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica).

En los textos de la Misa de hoy, el Señor nos anuncia: en el mundo tendréis grandes tribulaciones; pero tened confianza, Yo he vencido al Mundo. En este caminar en que consiste la vida vamos a sufrir pruebas diversas, unas que parecen grandes, otras de poco relieve, en la cuales el alma debe salir fortalecida, con la ayuda de la gracia. Estas contradicciones vendrán de fuera, con ataques directos o velados, de quienes no comprenden la vocación cristiana... Pueden venir dificultades económicas, familiares... Pueden llegar la enfermedad, el desaliento, el cansancio... La paciencia es necesaria para perseverar, para estar alegres por encima de cualquier circunstancia; esto será posible porque tenemos la mirada puesta en Cristo, que nos alienta a seguir adelante, sin fijarnos demasiado en lo que querría quitarnos la paz. Sabemos que, en todas las situaciones, la victoria está de nuestra parte.

La paciencia es una virtud bien distinta de la mera pasividad ante el sufrimiento; no es un no reaccionar, ni un simple aguantarse: es parte de la virtud de la fortaleza, y lleva a aceptar con serenidad el dolor y las pruebas de la vida, grandes o pequeñas, como venidos del amor de Dios. Entonces identificamos nuestra voluntad con la del Señor, y eso nos permite mantener la fidelidad y la alegría en medio de las pruebas. Son diversos los campos en los que debemos ejercitar la paciencia. En primer lugar con nosotros mismos, puesto que es fácil desalentarse ante los propios defectos. Paciencia con quienes nos relacionamos, sobre todo si hemos de ayudarles en su formación o en su enfermedad: la caridad nos ayudará a ser pacientes. Y paciencia con aquellos acontecimientos que nos son contrarios porque ahí nos espera el Señor.

Para el apostolado, la paciencia es absolutamente imprescindible. El Señor quiere que tengamos la calma del sembrador que echa la semilla sobre el terreno que ha preparado previamente y sigue los ritmos de las estaciones. El Señor nos da ejemplo de una paciencia indecible. La paciencia va de la mano de la humildad y de la caridad, y cuenta con las limitaciones propias y las de los demás. Las almas tienen sus ritmos de tiempo, su hora. La caridad a todo se acomoda, cree todo, todo lo espera y todo lo soporta, enseña San Pablo (1 Cor 13,7). Si tenemos paciencia, seremos fieles, salvaremos nuestra alma y también la de muchos que la Virgen pone constantemente en nuestro camino.