miércoles, 16 de diciembre de 2009

Martes de la 33ª semana de Tiempo Ordinario. Los mártires son semilla de salvación: “Legaré un noble ejemplo, para que aprendan a arrostrar voluntariamente la muerte por amor a nuestra Ley”. Jesús salva a un pecador publicano: “El Hijo del Hombre ha

Lectura del segundo libro de los Macabeos 6,18-31. En aquellos días, a Eleazar, uno de los principales escribas, hombre de edad avanzada y semblante muy digno, le abrían la boca a la fuerza para que comiera carne de cerdo. Pero él, prefiriendo una muerte honrosa a una vida de infamia, escupió la carne y avanzó voluntariamente al suplicio, como deben hacer los que son constantes en rechazar manjares prohibidos, aun a costa de la vida. Los que presidían aquel sacrificio ilegal, viejos amigos de Eleazar, lo llevaron aparte y le propusieron que hiciera traer carne permitida, preparada por él mismo, y que la comiera, haciendo como que comía la carne del sacrificio ordenado por el rey, para que así se librara de la muerte y, dada su antigua amistad, lo tratasen con consideración. Pero él, adoptando una actitud cortés, digna de sus años, de su noble ancianidad, de sus canas honradas e ilustres, de su conducta intachable desde niño y, sobre todo, digna de la Ley santa dada por Dios, respondió todo seguido: -« ¡Enviadme al sepulcro! Que no es digno de mi edad ese engaño. Van a creer muchos jóvenes que Eleazar, a los noventa años, ha apostatado, y, si miento por un poco de vida que me queda, se van a extraviar con mi mal ejemplo. Eso seria manchar e infamar mi vejez. Y, aunque de momento me librase del castigo de los hombres, no escaparía de la mano del Omnipotente, ni vivo ni muerto. Si muero ahora como un valiente, me mostraré digno de mis años y legaré a los jóvenes un noble ejemplo, para que aprendan a arrostrar voluntariamente una muerte noble por amor a nuestra santa y venerable Ley.» Dicho esto, se dirigió en seguida al suplicio. Los que lo llevaban, poco antes deferentes con él, se endurecieron, considerando insensatas las palabras que acababa de pronunciar. El, a punto de morir a fuerza de golpes, dijo entre suspiros: -«Bien sabe el Señor, que posee la santa sabiduría, que, pudiendo librarme de la muerte, aguanto en mi cuerpo los crueles dolores de la flagelación, y los sufro con gusto en mi alma por respeto a él.» Así terminó su vida, dejando, no sólo a los jóvenes, sino a toda la nación, un ejemplo memorable de heroísmo y de virtud.

 

Salmo 3,2-3.4-5.6-7. R. El Señor me sostiene.

Señor, cuántos son mis enemigos, cuántos se levantan contra mi; cuántos dicen de mí: «Ya no lo protege Dios.»

Pero tú, Señor, eres mi escudo y mi gloria, tú mantienes alta mi cabeza. Si grito invocando al Señor, él me escucha desde su monte santo.

Puedo acostarme y dormir y despertar: el Señor me sostiene. No temeré al pueblo innumerable que acampa a mi alrededor.

 

Lectura del santo evangelio según san Lucas 19,1-10. En aquel tiempo, entró Jesús en Jericó y atravesaba la ciudad. Un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de distinguir quién era Jesús, pero la gente se lo impedía, porque era bajo de estatura. Corrió más adelante y se subió a una higuera, para verlo, porque tenía que pasar por allí. Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y dijo: -«Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa.» Él bajó en seguida y lo recibió muy contento. Al ver esto, todos murmuraban, diciendo: -«Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador.» Pero Zaqueo se puso en pie, y dijo al Señor: -«Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más.» Jesús le contestó: -«Hoy ha sido la salvación de esta casa; también éste es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido.»

 

Comentario: 1.- 2M 6,18-31. a) El ejemplo del anciano Eleazar, que se mantiene firme en su fe a pesar de las promesas y de las amenazas de los enemigos de Israel, es en verdad admirable y aleccionador para sus contemporáneos y para nosotros. No sólo no quiere claudicar, comiendo carne prohibida, sino que rechaza también la propuesta que se le hacía de comer carne permitida, simulando que comía la del sacrificio de los dioses: "no es digno de mi edad ese engaño: van a creer los jóvenes que Eleazar a los noventa años ha apostatado". El buen anciano quiere dar a todos un ejemplo de fidelidad a la Alianza: "si muero ahora como un valiente, me mostraré digno de mis años y legaré a los jóvenes un noble ejemplo". "De esta manera terminó su vida, dejando no sólo a los jóvenes, sino a toda la nación, un ejemplo memorable de heroísmo y de virtud".

b) Eleazar es uno de los primeros en la larga dan testimonio de su fe en Dios incluso con su vida. Su actitud nos recuerda la entereza de Jesús ante su muerte: "mi alma está triste hasta el punto de morir... Abbá, Padre, aparta de mí este cáliz, pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieras tú" (Mc 14,34-36). Y la de tantos cristianos que, imitando estos ejemplos, han sido y siguen siendo fieles a su conciencia, en medio de tentaciones, halagos y amenazas. Mártires de todos los tiempos, ejemplo y estímulo para nosotros, que a veces tan fácilmente nos asustamos del esfuerzo y aceptamos cambiar de camino. Comer o no una carne prohibida no tenía en sí demasiada importancia. Pero era un símbolo: si claudicaban ante esa norma, no fundamental pero sí visible y concreta, era señal de que también claudicaban en otras más graves, que llevaban a la idolatría y a un estilo pagano de vida. Lo mismo pasa con nuestras normas cristianas de ahora: cada una de ellas puede no tener importancia capital, pero sí ser símbolo de coherente fidelidad o de dejadez en las actitudes importantes. Eleazar también alienta a los ancianos, que tal vez no pueden ya realizar trabajos muy creativos, pero siguen teniendo una misión interesante: dar ejemplo a los más jóvenes, transmitir fidelidad, enriquecer con su sabiduría a los demás. ¡Lo que pueden hacer los abuelos en una familia, o los religiosos ancianos en su comunidad, aunque estén en silla de ruedas, dando a todos un testimonio creíble de fe, de amabilidad, de esperanza, de visión cristiana de las cosas!

El autor del segundo libro de los Macabeos se propone fortalecer la fe de sus hermanos presentándoles el ejemplo de quienes han resistido heroicamente la persecución. Y lo hace sirviéndose del estilo de la historia patética o retórica, es decir exagerando las cifras, inventando el diálogo e introduciendo milagros. En este género literario, el autor se interesa por la reacción emotiva del lector tanto o más que por la historicidad objetiva de los detalles del acontecimiento. El nombre de este libro puede inducir a pensar que se trata de una continuación del primero, de una segunda parte del mismo libro. En realidad es una obra independiente, una especie de meditación teológico-parenética sobre algunos acontecimientos narrados también en el primero. Tal como ha llegado a nosotros, es un compendio de la obra en cinco volúmenes de Jasón de Cirene (2,23).

El autor del resumen eligió entre los mártires judíos un caso típico de fidelidad a las leyes sobre alimentos impuros, concretamente el cerdo (Lv 11,7). Eleazar, venerable por su sabiduría y su ancianidad, lo será más aún por la valentía y la integridad de costumbres. Primero se afirma que el alimento prohibido es de carne de cerdo; después se dice que se trata de carnes sacrificadas a los dioses. Es posible que nos encontremos ante dos intentos distintos de vencer la constancia del anciano escriba; también es posible que la víctima fuera un cerdo, ya que los griegos lo ofrecían a Deméter y a Dióniso. Es curioso que, siendo el cerdo un animal impuro también para los sirios, los fenicios y los árabes, sólo los judíos fueron obligados a comerlo; al menos no tenemos noticia de ningún decreto real destinado a los otros pueblos. Tal diferencia puede obedecer a que la prohibición del cerdo era considerada como una característica de las costumbres judías y de su fanatismo religioso. Hay que resaltar la afirmación de la fe en la retribución después de la muerte. Se ha pasado de la responsabilidad colectiva a la personal. Al interés por la suerte de la nación se ha unido el interés por el individuo. La línea de pensamiento iniciada por Ezequiel ha llegado a término. Eleazar continúa siendo un ejemplo, pues todos los tiempos tienen ídolos a que no podemos sacrificar y cerdos a que debemos renunciar (J. Aragonés Llebaria).

Es un tema clásico, que se ofreció también a Sócrates: disimular y salvar la vida, o sacrificarse por el ejemplo a los demás. Un auténtico maestro de la Ley, si es sincero y congruente con lo que enseña, no puede actuar en contra de aquello que trata de infundir en quienes está formando; mucho menos puede simular hacer algo ni bueno ni malo, pues al ser descubierto será ocasión de descrédito y de burla de los demás. Eleazar, conducido al sacrificio por su fidelidad a Dios, se convierte en ejemplo para quienes aceptan seguir al Señor con todas las consecuencias que le vengan por ello. Jesucristo, nuestro Maestro, nos ha enseñado lo que es el compromiso de fidelidad a la Voluntad del Padre Dios; fidelidad que brota del amor, el cual lleva a su plenitud nuestra respuesta a Dios y nuestro compromiso con el prójimo. Quienes creemos en Él no podemos torcer sus caminos, ni podemos enseñar cosas que nos beneficien a costa de mal utilizar nuestra fe y el anuncio del Evangelio. Jamás podemos hacer acomodos o relecturas de la Palabra de Dios que nos dejen bien parados con los hombres, pero traicionando la raíz del Evangelio que nos ha sido confiado. Si en verdad queremos ser testigos de Cristo debemos aceptar todo, incluso la muerte, que tengamos que arrostrar por ir tras las huellas del Señor hasta donde Él vive y Reina sentado a la derecha del Padre Dios.

"El recuerdo de Eleazar enseña que la fidelidad a la ley de Dios es el valor supremo para el hombre justo, y que el ejemplo dado por personas de relevancia social tiene consecuencias de enorme importancia. San Gregorio Nacianceno llama a Eleazar 'primicia de aqeullos que sufrieron antes de Cristo; así como Esteban lo es de aquellos que sufrieron después de Cristo'. En la tradición ascética ha quedado como un modelo de fortaleza" (Biblia de Navarra). "El camino del cristiano, el de cualquier hombre, no es fácil. Ciertamente, en determinadas épocas, parece que todo se cumple según nuestras previsiones; pero esto habitualmente dura poco. Vivir es enfrentarse con dificultades, sentir en el corazón alegrías y sinsabores; y en esta fragua el hombre puede adquirir fortaleza, paciencia, magnanimidad, serenidad.

Es fuerte el que persevera en el cumplimiento de lo que entiende que debe hacer, según su conciencia; el que no mide el valor de una tarea exclusivamente por los beneficios que recibe, sino por el servicio que presta a los demás. El fuerte, a veces, sufre, pero resiste; llora quizá, pero se bebe sus lágrimas. Cuando la contradicción arrecia, no se dobla. Recordad el ejemplo que nos narra el libro de los Macabeos: aquel anciano, Eleazar, que prefiere morir antes que quebrantar la ley de Dios. Animosamente entregaré la vida y me mostraré digno de mi vejez, dejando a los jóvenes un ejemplo noble, para morir valiente y generosamente por nuestras venerables y santas leyes.

El que sabe ser fuerte no se mueve por la prisa de cobrar el fruto de su virtud; es paciente. La fortaleza nos conduce a saborear esa virtud humana y divina de la paciencia. Mediante la paciencia vuestra, poseeréis vuestras almas (Lc XXI, 19). La posesión del alma es puesta en la paciencia que, en efecto, es raíz y custodia de todas las virtudes. Nosotros poseemos el alma con la paciencia porque, aprendiendo a dominarnos a nosotros mismos, comenzamos a poseer aquello que somos (S. Gregorio Magno). Y es esta paciencia la que nos impulsa a ser comprensivos con los demás, persuadidos de que las almas, como el buen vino, se mejoran con el tiempo" (S. Josemaría Escrivá).

 

2. Sal. 3. No caminamos hacia la muerte, sino hacia la vida, y Vida Eterna. Ese es nuestro destino, la vocación que de Dios hemos recibido. Dios, para quienes creemos en Él y le somos fieles y sinceros, se convierte en nuestro escudo, nuestra gloria y nuestra victoria. Él siempre está con nosotros; y con Él a nuestro lado ¿a quién tendremos miedo? Aun cuando al terminar nuestra peregrinación por este mundo tengamos que acostarnos, dormiremos en paz hasta que el Señor nos despierte para estar eternamente con Él. Por eso, no sólo oremos, sino que también trabajemos con amor fiel, construyendo su Reino entre nosotros. Y no sólo construyamos su Reino; también oremos para que el Señor sea quien guíe nuestros pensamientos, palabras y obras. Entonces podremos decir que en verdad somos esos siervos buenos y fieles, que no trabajan conforme a sus propios planes e imaginaciones, sino conforme a la voluntad que Dios tiene sobre la humanidad.

Nos muestra aquí el salmo la paz y seguridad de los redimidos en la persona de David, quien, al escribir este salmo, huía de su palacio y de la ciudad santa a causa de la rebelión de su hijo Absalom. Aquí David: I. Se queja a Dios de sus enemigos (vv. 1,2). II. No obstante,confía en Dios como en su protector poderoso (v. 3). III. Recuerda la satisfacción que obtenía en las favorables respuestas que Dios daba a sus oraciones, así como su experiencia de la bondad de Dios hacia él (vv. 4, 5). IV. Triunfa sobre sus temores (v. 6) y sobre sus enemigos (v. 7). V. Da a Dios la gloria y toma para sí el consuelo de las bendiciones divinas y de la salvación que está asegurada a todos los hijos de Dios (v. 8).

Versículos 1-3. El título de este salmo, y el de muchos otros, es como una llave colgada a la misma puerta para abrirlo. Cuando conocemos la ocasión en que se compuso el salmo, tenemos la clave para mejor interpretarlo: 1. David estaba en gran apuro; cuando, en su huida, subió al monte de los Olivos, lloró amargamente, iba con la cabeza cubierta y a pie descalzo; sin embargo, fue entonces cuando compuso este salmo de confianza: lloró y oró, lloró y cantó, lloró y creyó. ¿Está alguno afligido a causa de la desobediencia y rebeldía de sus hijos? David lo estaba, pero eso no le estorbó su gozo en Dios, ni le hizo cantar fuera de tono sus cánticos sagrados. 2. Estaba en gran peligro; el complot era fuerte, formidable el partido de sus enemigos, y a la cabeza de ellos su propio hijo, de forma que su situación parecía extrema; pero fue entonces cuando se asió del poder de Dios. Los sustos y los peligros nos habrían de conducir a Dios, en lugar de alejamos de El. 3. Era provocado por aquellos de quienes tenía motivos para esperar mejores cosas: por su hijo, con quien había sido indulgente, y por sus súbditos, a quienes había colmado de beneficios. 4. Padecía por su pecado en el asunto de Urías, pues éste era el mal por el que Dios le había amenazado con la rebelión de su misma casa (2 S. 12,11); pero no por eso perdió su confianza en el poder y en la bondad de Dios, ni desesperó de obtener su socorro. Incluso nuestro pesar por el pecado no ha de estorbar ni nuestro gozo ni nuestra esperanza en Dios. 5. Parecía una cobardía huir delante de Absalom y abandonar la ciudad santa antes de haber librado una sola batalla; sin embargo, por lo que vemos en este salmo, estaba lleno de santa valentía, surgida de su fe en Dios. En estos tres versículos apela a Dios. ¿A quién sino a Él deberíamos acudir cuando algo nos apena o nos asusta? David acude a Dios:

l. Con una presentación del aprieto en que se halla (vv. 1,2). Mira en torno de sí, como echando un vistazo al campamento de sus enemigos. David se había adueñado del corazón de sus súbditos mejor que cualquier otro rey pudo haberlo obtenido; sin embargo, ahora lo había perdido súbitamente. Se habían levantado contra él y le perseguían a muerte. No sólo esto; decían: «No hay para él salvación en Dios.» Sacaban maliciosas conclusiones del aprieto en que se veía, como lo habían hecho de la aflicción de Job sus tres amigos. Pensaban que, puesto que le habían abandonado sus servidores y súbditos, también Dios le había desamparado a él y había abandonado su causa y, por lo tanto, había que considerarle como un malvado y un hipócrita. Se esforzaban por sacudir la confianza que tenía él en Dios y llevarle a desesperar de recibir socorro celestial. David acude a Dios y le declara lo que sus enemigos dicen de él. Al final de los vv. 2,4 y 8 aparece el vocablo hebreo selah, que significa pausa. Esta señal - nota del traductor- servía, no sólo para hacer una pausa, sino especialmente como indicación litúrgica y musical.

II. Con una profesión de su dependencia de Dios (v. 3). cuando sus enemigos dicen: «No hay para él salvación en Dios» (v. 2), él clama con tanto mayor seguridad (v. 3): «Mas tú, Yahweh, eres escudo alrededor de mí para defenderme, ya que mis enemigos me rodean por todas partes; tú eres mi gloria y el que levanta mi cabeza.» Sí, en el peor de los casos, los hijos de Dios pueden levantar con gozo la cabeza, sabiendo que todo cooperará para su bien, reconocerán que es Dios quien les levanta la cabeza, dándoles motivo para regocijarse y corazón para regocijarse.

Versículos 4-8. David se ha asido de su Dios ante la oposición sañuda de los que se sublevaban contra él, y había ganado valor y confianza para mirar hacia arriba cuando, mirando en tomo suyo, todo servía para causarle desánimo. Ahora mira hacia atrás con agradables reflexiones, y hacia delante con agradable expectación de un feliz resultado al que había de dar paso en breve la oscura situación en la que al presente se hallaba.

1. David había sido ejercitado en muchas dificultades, se había visto con frecuencia oprimido y en grave aprieto; pero siempre había hallado en Dios al Todo-suficiente.

(A) Sus apuros le habían puesto siempre de rodillas y, en medio de todos sus peligros y dificultades, había podido prestar a Dios su reconocimiento y levantar a él el corazón y la voz (v. 4): «Con mi voz clamé a Yahweh.»

(B) Siempre había hallado a Dios dispuesto a responder a su oración: «Y Él me respondió desde su monte santo», el monte santificado por la presencia del arca, de sobre la cual solía responder a quienes le buscaban. Cristo ha de ser entronizado Rey sobre Sión, el monte santo de Dios (2:6) y mediante tal Intercesor, al que el Padre escucha siempre, son escuchadas nuestras oraciones.

(C) David se había encontrado siempre a salvo bajo la protección divina (v. 5): «Yo me acosté y dormí, tranquilo y seguro, y desperté con nuevas fuerzas, porque Yahweh me sostenía.» (a) Esto es aplicable a las bendiciones ordinarias de cada noche, de lo que habríamos de dar gracias, tanto en privado como en familia, cada mañana. (b) Pero aquí parece referirse a la maravillosa calma y seguridad del ánimo de David en medio de sus peligros. Habiendo encomendado, en oración, su persona y su causa a Dios, y estando seguro de su protección, su corazón estaba tranquilo y en paz.

(D) Dios había quebrantado con frecuencia el poder y la maldad de los enemigos de David, dejándolos confusos («heridos en la mejilla») y sin poder («con los dientes quebrantados»), v. 7.

2. Véase con qué confianza se encara con los peligros que tiene delante:

(A) Sus temores estaban silenciados (v. 6): «No temeré a diez millares de gente, ya sea de invasión extranjera o de sublevación intestina, que pongan sitio contra mí, acampando en derredor de mí.» Cuando David huía de Absalom, le pidió a Sadoc que volviese el arca de Dios a la ciudad y, dudando del resultado de la contienda, concluyó en actitud de humilde penitente: «Aquí estoy; haga de mí lo que bien le parezca» (2 S.15,26). Pero ahora, en actitud de firme creyente, habla confiadamente y sin temor acerca del resultado.

(B) Sus oraciones rebosaban ánimo y aliento (v. 7). Creía en Dios como en su Salvador, aun cuando oraba con urgencia: «Levántate, Yahweh; sálvame, Dios mío.»

(C) Su fe salió triunfante. Comenzó el salmo quejándose de la fuerza y malicia de sus enemigos, pero lo concluye gozándose en el poder y la gracia de su Dios, pues ve que los que están con él son más que los que están contra él (v. 2 R. 6,16; 2 Cr. 32,7; Sal. 55,18; Ro. 8,31; 1 Jn. 4,4). Basa aquí su confianza en dos grandes verdades: (a) «La salvación es de Yahweh» (v. 37,39; Jon. 2,9; Ap. 7,10; 19,1). Él tiene poder para salvar, por muy grande que sea el peligro en que nos hallemos. (b) «Tu bendición sobre tu pueblo» (lit.). No sólo tiene Dios poder para salvarles, sino también para asegurarles su gracia y sus bendiciones; de ello podemos estar seguros, aunque no sean visibles los efectos de tales bendiciones (nota del traductor. Aunque no hay verbo en el hebreo, no hay duda de que la frase tiene sentido de súplica: "Sobre tu pueblo SEA tu bendición.» También es de notar que la numeración de los versículos de este salmo es diferente en la Biblia Hebrea -y en otras versiones- de la que aparece en nuestra Reina-Valera. Ello se debe a que en ésta el título del salmo no entra en la numeración, mientras que en aquéllas forma el v. 1, con lo que el salmo tiene nueve versículos en lugar de ocho).

            En los vv. 5-7: "el Señor escucha siempre la plegaria que se le dirige en el Templo de Jerusalén (cf 1 R 8,30). El sueño del que, gracias al Señor, se despierta el salmista simboliza el sueño de la muerte del que despertó Jesucristo por el poder de Dios que le resucitó de entre los muertos (cf Rm 1,4)" (Biblia de Navarra) y Jesús nos recordará que lo que pidamos en su nombre nos lo concederá Dios (Jesús es el Templo del que habla la Escritura en imagen profética del de Jerusalén, y se consuma en la Jerusalén celestial, y tenemos la Iglesia que es el Templo del Espíritu en la historia). Así habla S. Ambrosio de la Dulzura del libro de los salmos: "Aunque es verdad que toda la sagrada Escritura está impregnada de la gracia divina, el libro de los salmos posee, con todo, una especial dulzura; el mismo Moisés, que narra en un estilo llano las hazañas de los antepasados, después de haber hecho que el pueblo atravesara el mar Rojo de un modo admirable y glorioso, al contemplar cómo el Faraón y su ejército habían quedado sumergidos en él, superando sus propias cualidades (como había superado con aquel hecho sus propias fuerzas), cantó al Señor un cántico triunfal. También María, su hermana, tomando en su mano el pandero, invitaba a las otras mujeres, diciendo: Cantaré al Señor, sublime es su victoria, caballos y carros ha arrojado en el mar.

La historia instruye, la ley enseña, la profecía anuncia, la reprensión corrige, la enseñanza moral aconseja; pero el libro de los salmos es como un compendio de todo ello y una medicina espiritual para todos. El que lo lee halla en él un remedio específico para curar las heridas de sus propias pasiones. El que sepa leer en él encontrará allí como en un gimnasio público de las almas y como en un estadio de las virtudes, toda la variedad posible de competiciones, de manera que podrá elegir la que crea más adecuada para sí, con miras a alcanzar el premio final.

Aquel que desee recordar e imitar las hazañas de los antepasados hallará compendiada en un solo salmo toda la historia de los padres antiguos, y así, leyéndolo, podrá irla recorriendo de forma resumida. Aquel que investiga el contenido de la ley, que se reduce toda ella al mandamiento del amor (porque el que ama a su prójimo tiene cumplido el resto de la ley), hallará en los salmos con cuánto amor uno solo se expuso a graves peligros para librar a todo el pueblo de su oprobio; con lo cual se dará cuenta de que la gloria de la caridad es superior al triunfo de la fuerza.

Y ¿qué decir de su contenido profético? Aquello que otros habían anunciado de manera enigmática se promete clara y abiertamente a un personaje determinado, a saber, que de su descendencia nacerá el Señor Jesús, como dice el Señor a aquél: A uno de tu linaje pondré sobre tu trono. De este modo, en los salmos hallamos profetizado no sólo el namiento de Jesús, sino también su pasión salvadora,su reposo en el sepulcro, su resurrección, su ascensión y su glorificación a la derecha del Padre. El salmista anuncia lo que nadie se hubiera atrevido a decir aquello mismo que luego, en el Evangelio, proclamó el Señor en persona".

 

3. Lc 19,1-10 (ver domingo 31C). Lucas es el único evangelista que nos cuenta la famosa escena de la conversión de Zaqueo. Es, en verdad, el evangelista de la misericordia y del perdón. Como publicano -recaudador de impuestos, y además para la potencia ocupante, los romanos-, Zaqueo era despreciado y sus negocios debieron ser un tanto dudosos ("si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más"). Pero Jesús, con elegancia, se hace invitar a su casa y consigue lo que quería, lo que había venido a hacer a este mundo: "hoy ha sido la salvación de esta casa, porque el Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido". Los demás excomulgan a Zaqueo. Jesús va a comer con él. La de cosas que sucedieron en aquella sobremesa. Si ayer Jesús devolvió la vista a un ciego, hoy devuelve la paz a una persona de vida complicada.

¿Cómo actuamos nosotros en casos semejantes? ¿como Jesús, que no tiene inconveniente en ir a comer a casa de Zaqueo, o como los fariseos, que murmuraban porque "ha entrado en casa de un pecador"? Deberíamos ser capaces de conceder un margen de confianza a todos, como hacía Jesús. Deberíamos hacer fácil la rehabilitación de las personas que han tenido momentos malos en su vida, sabiendo descubrir que, por debajo de una posible mala fama, tienen muchas veces valores interesantes. Pueden ser "pequeños de estatura", como Zaqueo, pero en su interior -¡quién lo diría!- hay el deseo de "ver a Jesús", y pueden llegar a ser auténticos "hijos de Abrahán". ¿Nos alegramos del acercamiento de los alejados?, ¿tenemos corazón de buen pastor, que celebra la vuelta de la oveja o del hijo pródigo?, ¿o nos encastillamos en la justicia, como el hermano mayor o como los fariseos, intransigentes ante las faltas de los demás? Si Jesús, nuestro Maestro, vino "a buscar y a salvar lo que estaba perdido", ¿quiénes somos nosotros para desesperar de nadie? "Hoy voy a comer en tu casa". "Hoy ha sido la salvación de esta casa". Cada vez que celebramos la Eucaristía, que es algo más que recibir la visita del Señor, debería notarse que ha entrado la alegría en nuestra vida y que cambia nuestra actitud con los demás (J. Aldazábal).

Jericó era el primer bastión de la tierra prometida. Era el símbolo de las luchas de Israel. Allí, se encuentra Jesús a Zaqueo. Este hombre estaba encogido por los prejuicios de la gente que lo marginaba y lo minusvaloraba. Dirigía el grupo de cobradores de impuestos de la comarca. Oficio que era sumamente despreciado en medio del pueblo, debido a los malos manejos y la corrupción de los cobradores de impuestos. Oficio que era criticado por los fariseos porque los publicanos estaban en permanente contacto con los extranjeros (impuros) y con monedas profanas.

La multitud que lo desprecia le impide a Zaqueo ver a Jesús. No tiene otra opción que treparse en una higuera, pero de todos modos queda alejado del Maestro. Ya sea por el menosprecio de la gente o por el lugar que ha escalado (riqueza), Zaqueo no puede romper el cerco que lo sujeta. Jesús se percata de la situación y lo llama para que lo hospede.

La decisión de quedarse en la casa del Jefe de los publicanos provocó las más agrias reacciones. Todos los que se creen Israelitas santos y puros no dieron crédito a su ojos: ¡un profeta y maestro duerme en la casa del mayor de los pecadores! Zaqueo toma nuevamente la iniciativa y ante las críticas de los demás no trata de justificarse, sino que se compromete a enmendar su praxis. Reconoce que se ha enriquecido con la pobreza ajena, por eso decide devolver lo que ha conseguido legal pero injustamente. Sus bienes irán a parar a las manos de los pobres, de donde originalmente salieron. El desapego que Jesús ha motivado en Zaqueo respecto a las riquezas no es un asunto puramente psicológico: Zaqueo ha decidido liberarse de sus riquezas entregándolas a quien no se las puede devolver. El publicano ha realizado por iniciativa propia aquello que no pudo realizar el joven piadoso: entregar todos sus bienes y seguir a Jesús con alegría (servicio bíblico latinoamericano).

Continuamos escuchando al Espíritu que habla a las Iglesias, a la Iglesia. Un Espíritu exigente. Un Espíritu que invita a andar en verdad. A vivir en vela. A vivir preparados. A vivir del lado de la victoria. Pero un Espíritu exigente que respeta y no impone su presencia: "Estoy a la puerta llamando: si alguien oye y me abre, entraré..." ¡Qué difícil es quedarse a la puerta llamando! ¿Verdad? ¡Cómo nos gusta entrar sin llamar, irrumpir con fuerza para que los otros descubran la verdad! ¿O "mi" verdad? ¡Qué difícil es oír al Espíritu que llama suavemente! ¡Ojalá gritara con más vehemencia...!

Sin embargo, el Espíritu es de otra naturaleza. Sabio, prudente, paciente, se queda a la puerta, llamando. Si alguien percibe su susurro, abrirá la puerta y el Espíritu entrará y comerán juntos.

Jesús llamó a la puerta de Zaqueo y él oyó-subió-abrió, con el esfuerzo que supone querer oír, alzarse y abrir. Jesús entró y comieron juntos. Y la salvación iluminó la casa de un pecador que deseaba oír-ver, quería levantarse y anhelaba abrir la puerta. La salvación entró en casa de alguien que, sabiéndose necesitado de ella, aguzó el oído.

La necesidad siempre espabila el sentido de aquello que más se necesita. Por eso creo que es bueno que nos reconozcamos necesitados, de cuando en cuando. Que repasemos nuestra lista de carencias. Que nos demos cuenta de ellas. Que las coloquemos por orden de importancia. Que descubramos si nos sentimos pecadores con oído fino, para abrir la puerta al Espíritu, dejar que Jesús coma con nosotros y recibir la salvación en nuestra casa.

Amigos, amigas, que no seamos consumidores inconscientes de salvación, como si fuera un bien perecedero de fácil almacenaje. Él sigue a la puerta llamando... ¿O ya está dentro? (Luis Ángel de las Heras).

El encuentro de Jesús y Zaqueo ponen de manifiesto dos comportamientos diversos, pero complementarios. En las acciones de Jesús se pone de manifiesto el carácter universal de la misericordia divina, en las acciones de Zaqueo se revela el camino de una sincera voluntad de conversión y sus consecuencias.

Las búsquedas de Zaqueo lo conducen a Jesús, superando todos los obstáculos que se le presentan en su camino. Soluciona su falta de estatura encaramándose a un sicomoro, y posteriormente lleno de alegría responde con prontitud al pedido de hospitalidad que le hace Jesús y, sobre todo, demuestra la sinceridad de aquellas búsquedas dando muestras de una generosidad que supera las formas corrientes.

Esta generosidad que le lleva a compartir sus bienes muestra hasta que punto está él decidido a participar en el misterio de comunión. Zaqueo ha comprendido que la integración a ese misterio debe transparentarse en todos los ordenes de la existencia, incluso en el económico. Su fe toma la forma concreta de acciones solidararias en este último campo.

Las acciones de Jesús se dirigen a poner de manifiesto el carácter ilimitado de la misericordia. Superando los prejuicios de impureza, comparte la vida con un jefe de los recaudadores de impuestos. La crítica dirigida a su actitud se convierte en ocasión para subrayar el significado del "Hoy" salvífico de Dios.

Los que se creía que estaban en una situación al margen de la realidad salvífica encuentran en Jesús la posibilidad de la participación en la gracia divina y de ese modo pueden integrarse plenamente en las promesas hechas a Abraham, el padre de todos los creyentes (Josep Rius-Camps).

El caso de Zaqueo ofrece la belleza de una conversión radical, consecuente, llevada hasta sus consecuencias materiales y sociales. Con frecuencia se dice que el evangelio es "para todos", y se dice eso a veces para desvirtuar la opción por los pobres. El evangelio, efectivamente, es para todos, pero desde los pobres, y por ello, "no de igual forma para todos". La actitud de Jesús hacia Zaqueo muestra, efectivamente, que Jesús busca a todos y que a todos les predica una Noticia, pero que esa noticia resulta para unos es buena y para otros "mala" (en un primer sentido). La Noticia es la misma, y es para todos. La significación de la Noticia es distinta para unos y otros, dependiendo del "lugar social" en que esté el receptor.

La conversión de Zaqueo en el evangelio ejemplifica el camino de la conversión del rico: comienza con el deseo de conocer a Jesús de cerca; continúa cuando el rico se junta al pueblo que busca a Jesús y luego lo acoge en su casa. Y se completa cuando Zaqueo comparte sus bienes devolviendo con creces lo que robó: "doy la mitad de mis bienes a los pobres" y "restituiré cuatro veces más lo que he robado". Resultó una cena muy cara, pero realmente liberadora (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica).

En una humanidad deteriorada por el pecado, el hombre empequeñecido por su propia miseria, busca incluso superarse a sí mismo y llegar hasta donde Dios habita. Tal vez nos pase lo mismo que a aquellos hombres que trataron de construir una torre tan alta que tocara al mismo cielo para ver a Dios. Zaqueo, hombre de baja estatura, se sube a un árbol para ver a Jesús cuando pasara por ahí. Pero Dios sabe que le buscamos; y cuando está junto a nosotros nos mira siempre con gran amor, pues Él es nuestro Padre y no enemigo a la puerta. Y a Zaqueo se le concederá no sólo ver y conocer a Jesús, sino la salvación que nos viene del Enviado del Padre Misericordioso. Y la salvación es iniciativa de Dios hacia nosotros: Baja en seguida, pues hoy tengo que hospedarme en tu casa. Sólo cuando Dios hace su morada en nosotros llegará su Luz, y a la luz de su encuentro con nosotros podremos reconocer que nuestros criterios de acción están muy lejos de Él. Entonces, si en verdad queremos que Él habite en nosotros y se quede para siempre, iniciaremos un proceso de amor servicial hacia nuestro prójimo, amándole como Cristo nos ha amado a nosotros (www.homiliacatolica.com).

Jesús, una muchedumbre te rodea al entrar en la ciudad de Jericó. No es para menos, pues acabas de curar a un ciego que muchos debían conocer, y ahora te sigue, alabando a Dios [Cfr. Lc 18, 43]. ¿Qué otros prodigios ibas a realizar? No se habían visto cosas tan espectaculares desde los tiempos de los grandes profetas, pensarían muchos de los que se agolpaban a tu alrededor. Tú, sin embargo, a ninguno de éstos diriges tu atención.

Mientras, ha llegado la noticia del milagro a Zaqueo, jefe de publicanos y rico. Zaqueo no se lanza a la calle a ver al profeta. Se queda unos momentos pensando y confuso: ¿quién soy yo para ver a Jesús? Mi corazón está manchado de injusticia y avaricia. Si sólo pudiera hablarle un instante y pedirle perdón... Y sale a la calle. Jesús, está a punto de pasar, pero es tal la muchedumbre que es imposible ver nada.

Y, adelantándose corriendo, subió a un sicómoro para verle. Zaqueo no se queda parado ante las dificultades, ni le importa hacer algo poco propio de una persona de su posición social: correr y subirse a un árbol para ver al Maestro. Jesús, Tú que conoces el interior de las almas no te haces esperar; y una vez más, pagas con creces insospechadas la generosidad del corazón humano: él buscaba verte, y Tú vas a hospedarte en su casa. Zaqueo bajó rápido y lo recibió con gozo.

No puede ser de otra manera. Si acudimos continuamente a ponernos en la presencia del Señor, se acrecentará nuestra confianza, al comprobar que su Amor y su llamada permanecen actuales: Dios no se cansa de amarnos. La esperanza nos demuestra que, sin Él, no logramos realizar ni el más pequeño deber; y con El, con su gracia, cicatrizarán nuestras heridas; nos revestiremos con su fortaleza para resistir los ataques del enemigo, y mejoraremos. En resumen: la conciencia de que estamos hechos de barro de botijo nos ha de servir, sobre todo, para afirmar nuestra esperanza en Cristo Jesús (Josemaría Escrivá, Amigos de Dios).

Jesús, tu presencia remueve a Zaqueo y le lleva a la conversión. Hoy ha llegado la salvación a esta casa. Todo empezó por aquel deseo de conocerte que le llevó a poner los medios que hiciera falta para verte pasar. Señor, yo también necesito que vengas a mi casa: a mi vida, a mi alma. Tengo tantas heridas que necesitan cicatrizar, tantas flaquezas que necesitan de tu fortaleza divina, tantos egoísmos que me impiden ser feliz. A veces pienso que no puedo...

¡No desesperéis nunca! Os lo diré en todos mis discursos, en todas mis conversaciones; y si me hacéis caso, sanaréis. Nuestra salvación tiene dos enemigos mortales: la presunción cuando las cosas van bien y la desesperación después de la caída; este segundo es con mucho el más terrible [San Juan Crisóstomo, Homilía sobre la penitencia].

Jesús, que la conciencia de mi poquedad y mi fragilidad no me lleve a la desconfianza ni a la desesperación. La conciencia de que estamos hechos de barro de botijo nos ha de servir, sobre todo, para afirmar nuestra esperanza en Cristo Jesús. Y si alguna vez me rompo en mil pedazos, que siempre sepa volver a Ti, especialmente a través del Sacramento de la Penitencia, dándome cuenta de que el Hijo del Hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido (Pablo Cardona).

Aquí el Señor nos ha ilustrado en la salvación de un hijo de Abrahán, que no vivía al parecer las condiciones de la Alianza. El episodio ilustra la misericordia divina ante la conversión del pecador, que tan bien describió Jesús en sus parábolas (Lc 15), y se aprovecha de su curiosidad y provoca el encuentro… el resultado es la alegría, la salvación. El Señor "elige a un jefe de publicanos, ¿quién deseperará de sí mismo cuando éste alcanza la gracia?" (S. Ambrosio). En Zaqueo vemos la búsqueda de Dios, sin miedo… "convéncete de que el ridículo no existe para quien hace lo mejor" (S. Josemaría Escrivá, Camino 392). Al final, su correspondencia a la gracia, propósitos de devolver… "Que aprendan los ricos que no consiste el mal en tener riquezas, sino en no usar bien de ellas; porque así como las riquezas son un impedimento para los malos, son también un medio de virtud para los buenos" (S. Ambrosio).

Lunes de la 33ª semana de Tiempo Ordinario. La desgracia de la incredulidad se abatió sobre Israel, pero gracias a unos pocos se salvó la fe del pueblo… como hoy. Un ciego pide a Jesús ver, y también nosotros le hemos de invocar para tener más fe.

 

Primer libro de los Macabeos 1,10-15.41-43.54-57.62-64. En aquellos días, brotó un vástago perverso: Antíoco Epifanes, hijo del rey Antíoco. Habla estado en Roma como rehén, y subió al trono el año ciento treinta y siete de la era seléucida. Por entonces hubo unos israelitas apóstatas que convencieron a muchos: -« ¡Vamos a hacer un pacto con las naciones vecinas, pues, desde que nos hemos aislado, nos han venido muchas desgracias! » Gustó la propuesta, y algunos del pueblo se decidieron a ir al rey. El rey los autorizó a adoptar las costumbres paganas, y entonces, acomodándose a los usos paganos, construyeron un gimnasio en Jerusalén; disimularon la circuncisión, apostataron de la alianza santa, emparentaron con los paganos y se vendieron para hacer el mal. El rey Antíoco decretó la unidad nacional para todos los súbditos de su imperio, obligando a cada uno a abandonar su legislación particular. Todas las naciones acataron la orden del rey, e incluso muchos israelitas adoptaron la religión oficial: ofrecieron sacrificios a los ídolos y profanaron el Sábado. El día quince del mes de Casleu del año ciento cuarenta y cinco, el rey mandó poner sobre el altar un ara sacrílega, y fueron poniendo aras por todas las poblaciones judías del contorno; quemaban incienso ante las puertas de las casas y en las plazas; los libros de la Ley que encontraban, los rasgaban y echaban al fuego, al que le encontraban en casa un libro de la alianza y al que vivía de acuerdo con la Ley, lo ajusticiaban, según el decreto real. Pero hubo muchos israelitas que resistieron, haciendo el firme propósito de no comer alimentos impuros; prefirieron la muerte antes que contaminarse con aquellos alimentos y profanar la alianza santa. Y murieron. Una cólera terrible se abatió sobre Israel.

 

Salmo 118,53.61.134.150.155.158. R. Dame vida, Señor, para que observe tus decretos.

Sentí indignación ante los malvados, que abandonan tu voluntad.

Los lazos de los malvados me envuelven, pero no olvido tu voluntad.

Líbrame de la opresión de los hombres, y guardaré tus decretos.

Ya se acercan mis inicuos perseguidores, están lejos de tu voluntad.

La justicia está lejos de los malvados que no buscan tus leyes.

Viendo a los renegados, sentía asco, porque no guardan tus mandatos.

 

Evangelio según san Lucas 18, 35-43. En aquel tiempo, cuando se acercaba Jesús a Jericó, había un cie-go sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que pasaba gente, preguntaba qué era aquello; y le explica-ron: -«Pasa Jesús Nazareno.» Entonces gritó: -«¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!» Los que iban delante le regañaban para que se callara, pero él gritaba más fuerte: -«¡Hijo de David, ten compasión de mi!» Jesús se paró y mandó que se lo trajeran. Cuando estuvo cerca, le preguntó: -«¿Qué quieres que haga por ti?» Él dijo: -«Señor, que vea otra vez.» Jesús le contestó: -«Recobra la vista, tu fe te ha curado.» En seguida recobró la vista y lo siguió glorificando a Dios. Y todo el pueblo, al ver esto, alababa a Dios.

 

Comentario: 1.- 1M 1,11-16.43-45.57-60.65-67. Durante esta semana, la penúltima del Año Litúrgico, leemos una selección de los dos libros de los Macabeos. En el siglo II antes de Cristo, en concreto a partir del año 175, hubo en Israel un gran conflicto político, cultural y religioso. Con los reyes sirios seléucidas, que dominaron el territorio en aquella época, y sobre todo con Antíoco IV Epífanes, se desató una fuerte persecución religiosa. No sólo prohibió el culto judío, sino que profanó el Templo y el altar, y obligó a aceptar las costumbres helénicas. A bastantes judíos les agradó el cambio, por el prurito de imitar a las naciones vecinas y de adoptar un estilo de vida que les parecía más moderno, y apostataron de su fe. Mientras que otros, capitaneados por los hermanos Macabeos, se mantuvieron fieles a la Alianza y, después de una hostilidad de guerrillas y hasta de guerra en toda forma, lograron humillar a Antíoco, devolver la libertad al pueblo y restaurar el culto verdadero en el Templo de Jerusalén. Los dos libros de los Macabeos no son dos relatos sucesivos, sino paralelos, y por eso los leemos un poco mezclados. La lectura de hoy nos narra la diversa reacción de los israelitas ante la orden de adoptar la religión oficial pagana. Fue un tiempo difícil: "una cólera terrible se abatió sobre Israel".

La tentación secularizante sigue existiendo: también los cristianos de ahora podemos dejarnos encandilar por la idea de "hacer un pacto con las naciones vecinas", lo cual políticamente es recomendable. Pero si se refiere como aquí, a adoptar las costumbres paganas, en contra del estilo que Yahvé exigía a su pueblo y del que Cristo nos ha enseñado a nosotros, nos lleva a la pérdida de nuestra identidad y de nuestros mejores valores. El pecado de los judíos apóstatas no fue la aceptación o no de la cultura helénica, sino que "se acomodaron a las costumbres de los gentiles, apostataron de la alianza santa, se juntaron a los paganos y se vendieron para hacer el mal" y "ofrecieron sacrificios a los ídolos y profanaron el sábado". Podemos ser modernos, y asumir todos los progresos de la ciencia y de la cultura. Pero lo que no tenemos que perder es nuestra fe y nuestro estilo cristiano de vida. Ahí está nuestro testimonio: ser fuertes, luchar contra corriente. Los judíos fieles lo fueron con todas las consecuencias: "prefirieron la muerte antes que contaminarse con aquellos alimentos y profanar la alianza santa, y murieron". En sus labios pone el salmo la queja: "sentí indignación ante los malvados que abandonan tu voluntad; los lazos de los malvados me envuelven, pero no olvido tu voluntad... ya se acercan mis inicuos perseguidores, están lejos de tu voluntad". Los alimentos o la circuncisión o el sábado, no son lo importante: lo importante es la alianza de la que eran signos esos elementos externos. Y es la alianza -para nosotros la Nueva Alianza en Cristo- la que hay saber conservar a pesar de las instancias contrarias de este mundo (J. Aldazábal).

Los 3 pilares judíos fueron atacados: el templo, la circuncisión, el sábado. Y los libros de la ley de Moisés. Podía desaparecer el judaísmo, pero no fue así, se mantuvo la identidad, es la enseñanza de los dos libros. San Agustín es consciente de que no han sido transmitidos estos libros con la misma importancia que otros, "pero no han sido recibidos por la Iglesia inútilmente, si se leen o se escuchan con serenidad, en especial lo referente a los mismos Macabeos que, por la ley de Dios, como verdaderos mártires padecieron cosas tan indignas y horrendas".

Este libro relata la «resistencia».  Después de doscientos años de ocupación persa, Palestina está ahora ocupada por el Imperio Macedonio -norte de Grecia-. A la muerte de Alejandro Magno que conquistó por las armas su inmenso Imperio, los judíos son sometidos al Reino griego de Egipto. En 198 pasan a depender de la autoridad de los griegos de Siria. Bajo esa dinastía Antíoco IV Epifanes (175-163) quiere imponer a todos sus súbditos la cultura griega, que le parece ser la única verdaderamente humana. Algunos judíos se dejan seducir y asimilar... Otros bajo la dirección de la Familia de los Macabeos se sublevan. Será ésta época de «mártires», de ahí que este libro se denomine también Libro de los Mártires.  Señor, cuán importante es para nosotros, hombres del siglo XXI, saber que la Fe ha sido siempre vivida inmersa en la Historia, en medio de los acontecimientos, en el centro de situaciones políticas y culturales. ¿Cuál es el contexto de mi Fe, HOY? ¿Cuáles son las grandes corrientes de pensamiento que nos marcan, incluso sin que nosotros lo sepamos? Ayúdanos, Señor, a mirar cara a cara a nuestro "tiempo".

-Entre los nobles que se repartieron la sucesión de Alejandro, surgió un renuevo pecador, Antíoco Epifanes, hijo de Antíoco el Grande... El creyente reacciona según esta primera fórmula. La historia profana no es solamente profana, se juega en ella un misterio de "gracia y de pecado". En mi "empresa"... en mi "periódico"... en los "acontecimientos" de todas clases... ¿sabré leer e interpretar los "signos de Dios"?

-En aquellos días surgieron de Israel unos hijos rebeldes, que sedujeron a muchos diciendo: "concertemos alianza con los pueblos paganos que nos rodean..." Se trata del conocido fenómeno de "colaboración" con el ocupante. En profundidad es la tentación tan corriente de «asimilación y de contaminación» de la Fe con la no-Fe. «No te pido que los retires del mundo, sino que los preserves del maligno», decía Jesús. Es esencial para nuestra Fe que sea encarnada, que esté inmersa en el corazón del mundo pagano: es una "situación de contacto", providencialmente favorable a la "misión". Dios no quiso nunca que su pueblo fuese un pueblo protegido, encerrado en sus fronteras: los creyentes dentro... los paganos fuera... Dios quiso, y esto es un hecho, que los creyentes fuesen «dispersados» -la diáspora de los judíos primero-, sembrados, encarnados, testigos, fermento, en medio de los no-creyentes. ¿Siento nostalgia de una "cristiandad" bien protegida? ¿Acepto la responsabilidad y el riesgo del contacto? ¿Por qué estoy en contacto con tanta gente que no comparte mi Fe? ¿Se debe esto al plan de Dios, o al puro azar?

-Se les permitió adoptar las costumbres paganas: levantaron un gimnasio en Jerusalén, disimularon su circuncisión, sacrificaron a los ídolos, violaron el Sábado, quemaron los libros de la Ley... ¡He aquí la provocación! ¡Hay que elegir! Ya no se puede vivir entre dos aguas, mitad «a lo judío» y mitad «a lo pagano». Es la opción radical. Hay unos gestos exteriores, visibles que descubren la pertenencia o no pertenencia a tal tendencia. Claro está que esos "gestos" exteriores no son lo esencial, lo que cuenta es el corazón. Pero los ritos traducen el corazón y la Fe. ¿Qué sentido doy a los ritos?

-Pero muchos israelitas resistieron... Y prefirieron morir antes que... (Noel Quesson).

Los libros de los Macabeos no suelen presentar dificultades de interpretación. Narran la historia de un breve período de la vida de Israel (del 175 al 135 a. C.) que, por otra parte, todos los pueblos han vivido: la resistencia contra el dominio extranjero. La única diferencia está en que nuestros libros insisten mucho en el carácter religioso de la lucha y en el auxilio que Israel recibe de Dios. El título que se les ha dado proviene de Judas, tercer hijo de Matatías (1 Mac 2,4), y parece significar "designado por Dios" y no "martillo", como se ha dicho a menudo. El libro primero de los Macabeos empieza haciendo una presentación del imperio de Alejando Magno y de la muerte del rey (323 a. C.), que iba a crear la situación política en que se desarrollan nuestros hechos. Al parecer, Alejandro no dividió el reino durante su vida; pero los generales, una vez proclamados reyes diecisiete años más tarde (306 a. C.), se consideraron sucesores directos de él. El autor hace seguidamente un salto de ciento treinta y un años, y nos sitúa en septiembre del año 175, fecha en que Antíoco sucede a su hermano Seleuco; unos años más tarde toma el nombre de Epífanes (dios manifiesto), que sus súbditos cambian pronto en epimanes (loco). El poder central favorecía la cultura helenística para fomentar la unidad religiosa y social del reino. Muchos judíos contemplaban con simpatía la helenización de Palestina y la consideraban como un signo de cultura y modernización. Entre ellos destacaba Jasón, que había comprado el gran sacerdocio (2 Mac 4,7-20). Pero el helenismo encerraba graves dificultades para los judíos, entre otras la construcción de gimnasios, donde jugaban desnudos, con el correspondiente escándalo para la moral tradicional. Más aún: como los griegos despreciaban la circuncisión, los judíos la disimulaban con una operación quirúrgica, lo cual equivalía a la apostasía. Antíoco atacó a su sobrino Tolomeo VI de Egipto, que acababa de cumplir catorce años. Durante este tiempo corrió la voz de que había muerto, y Jasón, cabeza del partido pro-egipcio, se apoderó de la ciudad. Al regresar victorioso, Antíoco expolió el templo. Nosotros estamos viviendo un fenómeno parecido al que provocó el helenismo entre los judíos: en nombre de una nueva cultura, nos invaden ideas y maneras de vivir ajenas a la mentalidad cristiana. Y, como los judíos, podemos aceptarlas indiscriminadamente o rechazarlas en bloque, en lugar de hacer una selección y, sobre todo, una cristianización.

Para someter al pueblo judío, que, pese a las simpatías que el helenismo había suscitado en algunos, se oponía al intento dominador de Antioco, éste edificó una fortaleza en el interior de la ciudad para tener una especie de quinta columna. Y consiguió su propósito, al menos en parte: muchos se vieron obligados a abandonar la ciudad y el templo. Para llevar a cabo su propósito de erradicar el separatismo judío, el rey comenzó por revocar el decreto de su padre, que concedía a Judá regirse por sus leyes y costumbres. La disposición, aunque era universal, tenia consecuencias más graves para el yahvismo debido a sus especiales características: la supresión de todo culto en el único templo de Jerusalén, la abolición del sábado y demás fiestas, la construcción de lugares de culto idolátrico, el uso de animales impuros en los sacrificios, la prohibición de la circuncisión, signo de la alianza, etc. Para las naciones paganas significaba sólo añadir un nuevo culto a los muchos que ya practicaban.

El 7 de diciembre del año 167 a. C. llegó al máximo la profanación del templo: instaló un altar idolátrico encima del altar de los holocaustos. En otras partes se da como fecha de este acontecimiento el 25 del mismo mes; es posible que se trate de un error de la tradición manuscrita o bien un día es el de la colocación del altar y otro el de su inauguración con motivo de una fiesta, probablemente el natalicio del rey (v 62). Toda Palestina se paganizó; en las plazas de las ciudades se construyeron altares, y se ofrecía incienso a las divinidades colocadas en las puertas de las casas.

Todo se hacia en nombre de la unidad del reino. No era la primera vez -y, por desgracia, tampoco sería la última- que se cometía un feroz absolutismo en nombre de la unidad. Como si la unidad fuera uniformismo. O como si la unidad justificara egoísmo en cualquier nivel: social, eclesial, familiar... Es la excusa de la unidad que tantas veces se ha utilizado para ahogar la libertad humana (J. Aragonés Llebaria).

El hombre de fe vive en el mundo sin ser del mundo. Da testimonio de su fe en los diversos ambientes en que se desarrolla su existencia. Vive como todos, pero diferente a todos. Colabora con todos los hombres de buena voluntad en la construcción de un mundo más humano, más justo y más fraterno. Lo que le cuesta al hombre de fe es no disimular que ha depositado toda su confianza en Dios. No puede vivir con hipocresía, manifestándose como hombre de fe y piadoso en el templo, y después vivir en sus asuntos temporales como si no conociera a Dios, viviendo tras las injusticias y llevando una vida escandalosa, disociando así su fe de su vida ordinaria. Hemos de vivir en su totalidad nuestro compromiso con el Señor, aceptando todas las consecuencias que nos vengan por haber creído en Él. Hemos de vivir en el mundo sin ser del mundo; es decir: sin dejarnos envolver por actitudes contrarias a la fe, al amor a Dios y al amor fraterno. Con nuestro ejemplo, con nuestras palabras, con nuestras obras, con nuestra vida misma hemos de procurar que la Buena Nueva se vaya encarnando en todos los ambientes y culturas, de tal forma que la humanidad retome el rumbo del Reino del amor que Jesucristo inició entre nosotros. No dejemos que la maldad levante su trono en nuestros corazones. Esforcémonos denodadamente, guiados por el Espíritu Santo que habita en nosotros, para que el Reino de Dios llegue a nosotros y no nos convirtamos en hombres malvados que destruyen la vida y los auténticos valores en los demás.

 

2. Sal. 118. Vivimos inmersos en un mundo que trata de avanzar constantemente hacia su plena realización, gracias al esfuerzo constante de muchos que tienen una visión de un futuro mejor para toda la humanidad. Pero no podemos negar, por otra parte, la presencia del mal en muchos que, aprovechando los avances de la ciencia tratan de dañar las conciencias de las personas. Quienes creemos en Cristo no podemos caer en las redes del Maligno, pues no hemos sido llamados a unirnos con Cristo para convertirnos en signo de muerte sino de vida. Por eso, no pudiendo cerrar los ojos ante una realidad que se ha deteriorado en muchos aspectos y que amenaza con echar a perder los buenos propósitos de los hombres de buena voluntad, quienes vivimos en comunión con el Señor no podemos olvidar su Plan de Salvación, sino que hemos de trabajar, guiados por el Espíritu de Dios, para que no sólo no desaparezcan, sino que se incrementen entre nosotros la Verdad, el Amor y la Paz, que proceden de Dios, a cuya imagen y semejanza hemos sido creados.

            Comienza el salmo de hoy con consuelo y esperanza. Lo que más siente él con respecto a sus enemigos, y lo que le enfurece (v. 53) hasta hacerle derramar ríos de lágrimas (v 136) es el desacato con que estos impíos tratan la Ley de Dios. ¡Ojalá sintiésemos nosotros la misma santa indignación al ver hollada de tantos modos la santa Ley de Dios! Pero no es difícil indignarse cuando son otros los que la huellan ¿nos indignamos también contra nosotros mismos cuando pecamos?

La decisión de ser fiel es lo siguiente. De alguna manera, había caído atrapado en las redes de los malvados (v. 61), "pero no olvido tu voluntad": no se ha olvidado de la Ley de Yahweh (v. 61)…

Como en otras secciones, el salmista, además de luz, pide protección. En el versículo 134, habla de la «opresión» de los hombres, que podría resultarle un obstáculo para la observancia de los mandamientos de Dios: Ya que Dios le ha puesto en la senda recta con su palabra, pide que le siga guiando, con su palabra y con su gracia, por esa misma senda. De esa manera, ninguna iniquidad (hebreo, aven), es decir, ninguna infracción de la ley, se enseñoreará de él, prevalecerá sobre él con los halagos de la tentación.

En medio de este clamor de la oración, se advierte la nota de esperanza: «Cercano estás tú, Yahweh, para salvarme, como mis enemigos están cercanos (v. 150) para atacarme, pero no tengo miedo, porque ellos están alejados de tu ley (v. 150b), mientras que yo amo tu ley (v. 140, entre otros). Comenta Cohén: «Tras larga reflexión sobre los testimonios de Dios, se ha convencido de que son eternamente válidos y por eso confía en ellos cuando se halla en peligro.»

El salmista fija su mirada en su propia aflicción, tómame por cliente y defiende mi caso contra los que me persiguen (comp. con 35:1; 43:1), ellos no pueden esperar la salvación, porque están tan lejos de la salvación (v. 155), como de tu ley» (v. 150b). Nuestra obediencia es agradable a Dios únicamente cuando procede del amor; no se ama por obediencia, sino que se obedece por amor. Ese amor, esa búsqueda (v. 155).

 

3. Lc 18,35-43 (ver paralelo domingo 30B). La curación del ciego está contada por Lucas con detalles muy expresivos. Alguien explica al ciego que el que está pasando es Jesús. Él grita una y otra vez su oración: "Jesús, hijo de David, ten compasión de mí". La gente se enfada por esos gritos, pero Jesús "se paró y mandó que se lo trajeran". La gente no le quiere ayudar, pero Jesús sí. El diálogo es breve: "Señor, que vea otra vez", "recobra tu vista, tu fe te ha curado". Y el buen hombre le sigue lleno de alegría, glorificando a Dios.

Nosotros no podemos devolver la vista corporal a los ciegos. Pero en esta escena podemos vernos reflejados de varias maneras. Ante todo, porque también nosotros recobramos la luz cuando nos acercamos a Jesús. El que le sigue no anda en tinieblas. Y nunca agradeceremos bastante la luz que Dios nos ha regalado en Cristo Jesús. Con su Palabra, que escuchamos tan a menudo, él nos enseña sus caminos e ilumina nuestros ojos para que no tropecemos. ¿O tal vez estamos en un período malo de nuestra vida en que nos sale espontánea la oración: "Señor, que vea otra vez"? También podemos preguntarnos qué hacemos para que otros recobren la vista: ¿somos de los que ayudan a que alguien se entere de que está pasando Jesús?, ¿o más bien de los que no quieren oír los gritos de los que buscan luz y ayuda? Si somos seguidores de Jesús, ¿no tendríamos que imitarle en su actitud de atención a los ciegos que hay al borde del camino? ¿sabemos pararnos y ayudar al que está en búsqueda, al que quiere ver? ¿o sólo nos interesamos por los sanos y los simpáticos y los que no molestan?

Esos "ciegos" que buscan y no encuentran tal vez estén más cerca de lo que pensamos: pueden ser jóvenes desorientados, hijos o hermanos con problemas, amigos que empiezan a ir por malos caminos. ¿Les ayudamos? ¿les llevamos hacia Jesús, que es la Luz del mundo? (J. Aldazábal).

El Evangelio de este día cuenta cómo Jesús, después de anunciar su Pasión y resurrección curó a un ciego dentro del contexto de una subida a Jerusalén. La incredulidad de los apóstoles es un tema frecuente en los anuncios de la Pasión y de la subida a Jerusalén. Jesús padece esta falta de fe de los suyos que "no comprenden" (Mc 8, 31-33; cf. Lc 2, 41-50). Según esto, cabe preguntarse si Lucas no hace seguir el anuncio de la Pasión del relato de la curación del ciego con el fin de procurar una enseñanza sobre la necesidad de la fe. Mateo y Marcos sitúan este episodio más lejos, después de dos incidentes más (Mt 20, 29-34). Mateo ni siquiera hace alusión a la fe y menciona dos ciegos en donde Lucas solo cita uno. La intención de Lucas está tanto más clara en cuanto que une el episodio del ciego al hecho de que los apóstoles no comprenden nada de las palabras de Jesús (v. 34) y es el único en hacer notar esto. El es el único asimismo que menciona la frase "todo lo que ha sido escrito por los profetas" (v. 31). No se podía decir mejor que la ceguera de los apóstoles lleva precisamente a no entender las Escrituras a propósito del Hijo del hombre y de su necesidad de subir a Jerusalén. Poseemos una réplica luminosa de este pasaje en el episodio de los discípulos de Emmaús, en donde Lucas hace notar que después de la explicación de las Escrituras ("¿no era necesario que Cristo padeciese...?") y de la fracción del pan, "sus ojos se abrieron" (Lc 24, 26-31). La doctrina de esta perícopa se concreta de esta manera. Cristo debe subir a Jerusalén para cumplir la ley y los profetas; pero, para comprender este misterio pascual hay que abrir los ojos de la fe para poder entender las Escrituras. Los medios humanos son inadecuados; hay que "dejarse conducir" (v. 40) por otro para descubrir la luz. Las peregrinaciones a Jerusalén ocupan un gran puesto en la vida de Jesús. Si se prescindiera de ellas, no se entendería su ministerio público. Las "subidas" sucesivas de Jesús a Jerusalén son necesarias para entender su obra. Lucas concibe su Evangelio como una subida progresiva a Jerusalén en donde se consumará el sacrificio de la cruz. Para San Juan, las peregrinaciones de Jesús a Jerusalén forman la trama misma del relato evangélico (Jn 1,13; 5,1; 7,1-14; 10,22-23; 11,15). No debe extrañarnos esta situación. La intervención histórica de Jesús descubre su originalidad en el centro mismo del itinerario espiritual de Israel. Jesús, como miembro del pueblo escogido, sube a Jerusalén. Se trata, tanto para él como para todos los hijos de Abraham, de cumplir una obligación ritual que es esencial en la religión judía. Pero Jesús, al cumplir esa obligación en la forma en que lo hizo, inaugura la nueva religión fundada en su persona.

Al subir a Jerusalén, el hombre judío quiere manifestar el contenido de su fe en Yahvé. Dentro de este mismo rito, Jesús encarna su itinerario de obediencia hasta la muerte de cruz: sube a Jerusalén para morir de amor por los hombres. Al entregar su vida por obediencia a la voluntad del Padre, Jesús funda la religión del amor universal; se convierte en el prójimo de todos los hombres y los atrae a todos hacia él. Al mismo tiempo, el rito se hace caduco, pues al ser realizado por Jesús, la peregrinación a Jerusalén pierde su significación. Nace un nuevo templo: el cuerpo de Cristo. Se consuma el régimen de la ley: ha llegado el momento de una religión en espíritu y en verdad. Jesús supera definitivamente la solución pagana del "espacio sagrado". De ahora en adelante ya no hay ciudades santas. El centro espiritual de la humanidad es el cuerpo de Cristo resucitado. La obediencia amorosa de Cristo, hasta entregar su vida, inaugura en El un Reino que no es de este mundo. En toda su vida terrestre fue el peregrino de la Jerusalén celestial. Así será también la Iglesia, cuerpo de Cristo. Ella peregrina en esta tierra continuamente en marcha hacia su realización perfecta más allá de la muerte.

La Iglesia convoca a todo miembro suyo a ser aquí abajo un peregrino del Reino. Este peregrinar lo invita a dar su vida entera por la construcción del Reino. No le espera ninguna ciudad santa sino solo la familia del Padre. Esta tarea exige al cristiano que renueve constantemente su fe y su caridad. Ser peregrino del Reino es, en definitiva, "seguir a Jesús". Y Jesús nos invita a que le sigamos precisamente en aquellos pasajes evangélicos en que se trata de su subida a Jerusalén. Solamente Jesús trazó la ruta de la obediencia hacia el Reino; si lo seguimos, los cristianos seremos fieles a nuestra condición de peregrinos. A lo largo de su viaje por esta tierra, a la Iglesia le gusta recordar a la comunidad creyente su situación aquí abajo. Este peregrinar propuesto a los cristianos afecta a toda su vida. Exige ante todo un resurgimiento teologal (Maertens-Frisque).

Se ponía todos los días en el mismo lugar, como un complemento pintoresco entre otros muchos de la calle, sin molestar a nadie. En su mundo cerrado aparece de pronto una presencia: "Es Jesús el Nazareno". El hombre se pone en pie: "¡Señor, que vea!". Como Dios es Luz, ha inventado los ojos de Jesús para mirar nuestro mundo como nunca lo había podido mirar nadie, con una verdad y una intensidad que son a la vez inexorables para con la mentira y misericordiosas para con la debilidad, "¡Ten compasión de mí" Y como Jesús es la Luz del mundo, inventa unos ojos para ese mendigo ciego: Ve. Tu fe te ha salvado". Un proverbio árabe dice: "Ven a mi con tu corazón y yo te daré mis ojos". Ven a mí con tu corazón, nos dice Jesús. "¡Ten compasión de mí!" Tenemos que ir a Jesús con nuestro corazón, con nuestro coraje de ver, de verlo todo, de no parpadear ante la realidad, la de nosotros mismos, la del mundo. Tenemos que atrevernos a ver nuestras tinieblas: la fe es ante todo una prueba y un grito: "¡Ten compasión de mí!" Porque ¿cómo no hacer aquella constatación dramática de un hombre de teatro: "Por la mañana abría los ojos ciertamente con un verdadero placer por ver la luz del día; me levantaba y, al cabo de pocos minutos, como un manto de plomo, el cansancio aplastaba mis hombros... Es como si en pleno día estuviera viendo la noche, la noche mezclada con el día, el sol negro de la melancolía" (F. Ionesco, Journal en miettes)? "Ven a mí con tu corazón..." Sólo un grito puede subir de nuestros labios ante lo que estamos viendo: "¡Ten compasión de nosotros!" "Yo te daré mis ojos": sólo los ojos del Resucitado pueden hacernos huir de la desesperación y ver el mundo con una mirada distinta. Sólo la luz puede deslumbrarnos hasta el punto de llegar a irradiar la realidad entera. "Ve...": la mirada a la que nos abre Jesús no es una mirada cualquiera: si nos atrevemos a mirar la realidad cara a cara, es porque ella nos ha sido revelada como salvada.

Luz nacida de la luz,

Jesús, Hijo del Dios vivo,

¡ten compasión de nosotros!

Arráncanos de nuestras tinieblas,

danos a vivir tu salvación.

 

Deslúmbranos con tu misericordia

y enséñanos a mirar nuestro mundo

como Tú lo ves por los siglos de los siglos ("Dios cada día", Sal terrae).

 

La impotencia humana y su humilde fe viene gráficamente expresadas en el ciego del evangelio de hoy. Es la imagen de Adán, cegado por la culpa. Es la imagen de la Iglesia, llamada del paganismo, en el que vivía pobre y pecadora, ciega para la verdadera gloria de Dios. En ella no había nada más que sed de luz, ansia por el "Dios desconocido". Se sienta en el camino y espera su salud. En el camino, pues "la Verdad misma dice: Yo soy el camino" (S. Gregorio Magno, segunda homilía sobre los Evangelios). Y no espera en vano; Cristo viene; sí, viene por el camino del sufrimiento, que ha de servirle para redimirnos. "Mirad que vamos a Jerusalén y se va a cumplir todo cuanto los profetas escribieron del Hijo del hombre. Será entregado a los gentiles, escarnecido, azotado, escupido y, en habiéndolo azotado, lo matarán. Y resucitará al tercer día" (Lc 18,31-33). Sí, Cristo viene. El mismo es el camino que conduce al Padre. Cristo viene; es la luz por la que clama la Iglesia. Toda sabiduría humana enmudece ante El; la pobre humanidad no redimida todavía hase olvidado por completo de todas las hermosas palabras de sus poetas y filósofos. Su única exclamación es: "¡Compadécete de mí!" La conducen a Jesús... Así lo ordena El; y nadie va a Jesús si el Padre no le atrae... La conducen, pues, a Jesús; El es quien dice: "Yo soy la luz del mundo". "¿Qué quieres que te haga?", le pregunta. No pide más que: "Señor, ¡que vea!". Sabe bien que El solo es la luz, y así lo cree y confiesa. En efecto, ha oído la llamada de "¡Despiértate tú que duermes, álzate de entre los muertos y Cristo te iluminará!" (Ef 5,14). Nada juzga tan preciso como la vista; con la luz le vendrá también todo lo demás. "Ve", le dice el Señor, "tu fe te ha salvado".

Aquí tenemos la verdadera imagen del Bautismo. Lo que el Señor hace al ciego, le acontece a la Iglesia entera. Viene del paganismo y está ciega. Se dirige a Cristo y El le da la luz. Los primitivos cristianos, al Bautismo lo llamaban "iluminación". El que ha de ser bautizado no tiene necesidad más que de creer en Cristo y desearle. La fe salva al hombre, ve y se pone a seguir a Cristo. Y el hecho de que le siga es precisamente porque lo ve.

La luz celestial está operante en él y no le permite ver otra cosa como necesaria, sino el seguir a Cristo. Aparece ahora netamente la relación con la historia de Abraham. De hecho, el retorno del hombre caído a la vida y a la salud de Dios no es posible de no hacerse por el camino de Cristo, y este camino es el de la fe y de la obediencia, como lo fue el de Abraham. No en vano la Iglesia ha pedido incesantemente desde el primer día del año litúrgico: "¡Muéstrame, Señor, tus caminos; adiéstrame en tus sendas!" (Sal 24,4). Y las dos cosas se realizan hoy: ve el camino y se le da fuerza para andarlo. Se ve ya a sí misma marchando por el camino de Cristo, resucitada de la oscuridad de la muerte y de la ceguera del pecado a la vida y a la luz de Dios.

Estamos en domingo, día de la resurrección de Cristo. Por eso, en la imagen de la curación del ciego, la Iglesia contempla su propia resurrección y vocación a la vida de Cristo, la resurrección de todos sus hijos en el Bautismo. Todos han sido iluminados, es decir, han recobrado la vista merced a la fe en Cristo. Ahora, en el sacrificio de Cristo en el altar, por el cual sus hijos son salvados y recobran la vista, vuelve a sentir realmente la Iglesia su vocación e iluminación; los llama al altar del Señor para que den gracias por la maravilla de su Bautismo (Emiliana Löhr).

Lucas concibió el plan de su evangelio como una «subida a Jerusalén», la ciudad santa donde tendrá lugar el sacrificio de Jesús y su glorificación... la ciudad de la que pronto volverá a salir la buena nueva para difundirse por toda la tierra... No olvidemos que esa subida de Jesús a Jerusalén corresponde a la época de la fiesta de la Pascua: grandes multitudes recorren los caminos con Jesús, son peregrinos que van a celebrar la «liberación de Israel». Jericó es la última ciudad etapa, a veinte Kms. tan sólo de Jerusalén. Jesús hará en ella dos «signos»: -curar a un ciego, -convertir un «recaudador de impuestos»... -Cuando se acercaban a Jericó, había un ciego sentado a la vera del camino, pidiendo limosna. Ese encuentro, aparentemente «casual», en el desarrollo del relato de Lucas, se sitúa inmediatamente después del «último anuncio de la Pasión» (Lucas 18,3-34), Lucas acaba de subrayar la ceguera de los apóstoles: «Pero ellos, los Doce, no entendieron nada. Esa palabra -el anuncio de la Pascua: muerte y resurrección- permanecía para ellos velado, y no sabían qué quería decir Jesús.»

También nosotros somos como ciegos a la vera del camino. Igual que los apóstoles, no vemos claro... Es necesario que el Señor mismo nos dé unos «ojos nuevos» para llegar a ser capaces de entender el significado de la «subida a Jerusalén». ¡Señor, concédenos la fe... aparta el velo que nos impide ver las cosas como Tú las ves!  Lucas nos dará la réplica exacta de ese pasaje en el relato de los peregrinos de Emaús: cuando Jesús les habrá explicado de nuevo que «era preciso que Cristo sufriera» ... sus ojos se abrieron... (Lucas 24, 26-31)

-Al oír que pasaba gente... Son peregrinos, que cantan sin duda los «cánticos de las subidas», los Salmos 120 a 134, según la tradición. El ciego sentado está oyéndolos.

-...Preguntó qué era aquello. Es el ciego, el que toma la iniciativa.

-Le explicaron: «Está pasando Jesús, el Nazareno.» «Nazôreano», título raramente empleado por los otros evangelistas, y que Lucas usará ocho veces en los Hechos de los Apóstoles. La multitud identifica a Jesús más sencillamente como «Jesús de Nazaret», en patués arameo...

-Empezó a gritar diciendo: «¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mi!» En vez de repetir el título sencillo que acaba de oír, el ciego pasa de inmediato a una profesión de fe: «Hijo de David», título mesiánico, anunciado a María el día de la concepción de Jesús (Lucas 1, 32): «el Señor Dios le dará el trono de David, su padre». De modo que muchos vieron las obras de Jesús y permanecieron ciegos sobre su verdadera identidad. Pero el Mesías, anunciado por los profetas, es ciertamente aquel que «cura a los ciegos» (Isaías 35, 5; Lucas 4, 18) ¡y son esos «videntes interiores», los pobres, los que ven justo! Jesús se paró y mandó que se lo trajeran. Acepta ese título de realeza, cuyo uso había prohibido antes (Mateo 9,30) . Ahora que su Pasión está cerca, todas las esperanzas políticas y nacionales que no quiso asumir, cuando todo el mundo le empujaba a ellas, han quedado atrás: se dirige a Jerusalén, no para tomar el poder, sino para morir.

-Jesús le dijo: «Recobra la vista. Tu fe te ha salvado.» Y en el acto recobró la vista, y siguió a Jesús bendiciendo a Dios. ¡Concédeme, Señor, que yo también te siga hasta la cruz y hasta la Pascua! (Noel Quesson).

La situación del ciego era sumamente precaria. Estaba impedido por un defecto que no le permitía percibir la realidad, sino que lo limitaba a escuchar lo que ocurría. Estaba sentado a la orilla del camino, totalmente marginado del devenir humano. Además, pedía limosna como cualquier menesteroso. Sin embargo, es un hombre atento a los pocos signos que alcanza a percibir.

El ciego escucha el rumor que produce el avance de Jesús a Jerusalén. Sus discípulos van haciendo el camino con él y tratan de seguir adelante sin hacer caso al hombre postrado. Jesús se detiene al escuchar el clamor y pide que traigan al ciego, a pesar de la oposición de los discípulos.

Los discípulos quieren callar al ciego por varias causas. Su lamento era inoportuno e interrumpía la marcha. El nombre con el que el ciego llama a Jesús se presta para malos entendidos: "Hijo de David" era un título mesiánico que Jesús no reivindicaba para sí y que podía representar un peligro ante las autoridades de Jerusalén. Y, por último, era costumbre de los discípulos y apóstoles alejar a Jesús de la multitud.

La actitud de Jesús le da un giro a la situación: envía por el ciego y lo escucha. El ciego entonces no pide limosna, sino la restitución de sus sentidos. Jesús le da la vista, reconociendo en el hombre una fe transformadora de la realidad. Pasó de ser un marginado a ser un hombre en una nueva situación.

En la actualidad nosotros nos hallamos en una situación similar a la del ciego. Estamos atentos a los signos de la realidad pero no la percibimos completamente. Muchas veces nos sentamos a la orilla de camino sin saber qué hacer, aunque reconociéndonos como seres humanos necesitados. La parábola, entonces nos muestra que urgimos, como el ciego, ser curados por Jesús, recuperar nuestra visión de la realidad para poder seguirle. El evangelio nos invita a que clamemos a Jesús para que el nos ayude a ver la realidad y a seguir su camino (servicio bíblico latinoamericano).

El Señor nunca niega su gracia. Este hombre es imagen "de quien desconoce la claridad de la luz eterna", pues en ocasiones el alma puede sufrir también momentos de ceguera y de oscuridad. Muchas veces esta situación está causada por pecados personales, cuyas consecuencias no han sido del todo zanjadas, o por falta de correspondencia a la gracia. En otras ocasiones, el Señor permite esta difícil situación para purificar el alma, para madurarla en la humildad y en la confianza en Él. Sea cual sea su origen, si alguna vez nos encontramos en ese estado, ¿qué haremos? El ciego de Jericó, Bartimeo, el hijo de Timeo (Marcos 10, 46-52) nos lo enseña: dirigirnos al Señor, siempre cercano para que tenga misericordia de nosotros, y como Bartimeo decirle: ¡Ut videam!, ¡Que vea, Señor!

Si el Señor permite que nos quedemos a oscuras, incluso en cosas pequeñas; si sentimos que nuestra fe no es firme, acudamos al buen pastor. Nadie, de ordinario, puede guiarse a sí mismo sin una ayuda extraordinaria de Dios. La falta de objetividad con que nos vemos a nosotros mismos hace imposible encontrar los senderos seguros que nos llevan en la dirección justa. "El alma sola sin maestro, que tiene virtud, es como el carbón encendido que está solo; antes se irá enfriando que encendiendo" (San Juan de la Cruz) ¡Cuántas veces Jesús espera la sinceridad y la docilidad del alma para obrar el milagro! Nunca niega el Señor su gracia si acudimos a Él en la oración y en los medios por los cuales derrama su gracia.

En quien nos ayuda vemos al mismo Cristo, que enseña, ilumina, cura y da alimento a nuestra alma para que siga su camino. Sin ese sentido sobrenatural, sin esta fe, la dirección espiritual quedaría desvirtuada. Se transformaría en algo completamente distinto: en intercambio de opiniones, quizá. Este medio es una gran ayuda cuando lo que realmente queremos es averiguar la voluntad de Dios sobre nosotros e identificarnos con ella. No busquemos en la dirección espiritual a quien pueda resolver nuestros asuntos temporales; nos ayudará a santificarlos, nunca a organizarlos ni a resolverlos. No es ésa su misión. Si seguimos bien este medio de dirección espiritual, nos sentiremos como Bartimeo, que seguía en el camino a Jesús glorificando a Dios, lleno de alegría. Nos acercamos a Jesús llenos de fe para suplicarle que nos haga contemplar su Rostro y nos llene de su Luz. Entonces podremos caminar tras sus huellas. Huellas que nos ha dejado especialmente en la Eucaristía, a la que acudimos no sólo a adorarlo y a reconocerlo como Señor en nuestra vida, sino a aceptar el compromiso de vivir conforme a su Evangelio, dando testimonio de Él con nuestras obras. Es el Señor que se acerca a nosotros y que nos dice: ¿Qué quieres que haga por ti? Ante esa pregunta no queramos responder pidiendo cosas intranscendentes. Pidámosle que nos dé un corazón nuevo y un espíritu nuevo, capaz de ayudarnos a convertirnos en un testimonio vivo del Amor y de la Verdad, que es Dios, y que habita en nuestros corazones. Ante el Señor reconocemos nuestras miserias, pero el Señor quiere perdonarnos; ojalá y aceptemos su perdón y, libres de las tinieblas del pecado y de la muerte, vayamos tras de Cristo, alabando su Nombre con nuestras buenas obras.

Quienes participamos de la Eucaristía y entramos en comunión de Vida con el Señor, hemos de tener los ojos abiertos para contemplar su Rostro en nuestros hermanos, para preocuparnos de hacerles siempre el bien. El ir tras de Jesús no ha de ser sólo para vivir nuestra fe de un modo personalista, sino para vivirla como testigos. A la Iglesia de Cristo, formada por nosotros, corresponde la Misión de devolver la vista a quienes el pecado les ha enceguecido los ojos del corazón y les ha embotado su mente. La proclamación del Evangelio de Cristo se ha de hacer en todo momento, insistiendo a tiempo y a destiempo. Y, al proclamar la Buena Nueva del Señor, no podemos dejar de pasar haciendo el bien a todos, pues el anuncio del Evangelio, que no vaya acompañado de buenas obras, difícilmente podrá conducir a la fe a quienes nos escuchen. El Espíritu Santo debe llenar todo nuestro ser para que podamos no sólo ver, sino comprender la voluntad de Dios sobre nosotros, y, siguiendo las huellas de Cristo, podamos algún día, junto con Él, contemplar y disfrutar eternamente la Gloria del Padre Dios.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de ser fieles discípulos de su Hijo, dejándonos perdonar por Él, permitiéndole que nos ayude a contemplar su vida para amoldarnos a ella, y dejándonos conducir por su Espíritu para llegar a la Gloria, a la que nos llama como término de nuestro camino como testigos por este mundo. Amén (www.homiliacatolica.com).