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viernes, 7 de septiembre de 2012

Viernes 22 semana tiempo ordinario

“En aquel tiempo, dijeron a Jesús los fariseos y los escribas: -«Los discípulos de Juan ayunan a menudo y oran, y los de los fariseos también; en cambio, los tuyos, a comer y a beber.» Jesús les contestó: -«¿Queréis que ayunen los amigos del novio mientras el novio está con ellos? Llegará el día en que se lo lleven, y entonces ayunarán.»Y añadió esta parábola: -«Nadie recorta una pieza de un manto nuevo para ponérsela a un manto viejo; porque se estropea el nuevo, y la pieza no le pega al viejo. Nadie echa vino nuevo en odres viejos; porque el vino nuevo revienta los odres, se derrama, y los odres se estropean. A vino nuevo, odres nuevos. Nadie que cate vino añejo quiere del nuevo, pues dirá: "Está bueno el añejo."»” (Lucas 5,33-39).

1. Empiezan las discusiones con los fariseos.

-“Los fariseos y sus escribas dijeron a Jesús: "Los discípulos de Juan tienen sus ayunos frecuentes y sus rezos, y los de los fariseos también, en cambio los tuyos comen y beben."” En el Antiguo Testamento, el ayuno y la abstinencia de vino eran signos de austeridad, ligados a la espera del mesías. Simbólicamente significaban: "los tiempos son malos, estamos insatisfechos, hemos perdido el gusto de vivir... que venga de una vez el tiempo de la consolación y de la alegría, cuando el mesías estará aquí."

Acusan a los discípulos de que "comen y beben", lo mismo que achacarán a Jesús (Lc 7,33s). Jesús, tú mismo habías ayunado cuarenta días en el desierto y la comunidad cristiana, desde muy pronto, dedicó dos días a la semana (miércoles y viernes) al ayuno. No eliminas el ayuno, muy arraigado en Israel. Pero indicas que ha llegado el Mesías, ha llegado el Novio, y tus amigos están de fiesta.

-“Jesús les contestó: ¿Queréis que ayunen los invitados a la boda mientras el novio está con ellos?"” La respuesta es clara. Los tiempos de fiesta no son para ayunar, y expresar esa alegría -los cristianos no pueden ser personas tristes- pues "el Esposo está con ellos."

-“Llegará el día en que se lleven al novio, y entonces, aquel día, ayunarán”. Es lo que hacemos en tiempos de expectación del Señor, para prepararnos durante el año litúrgico.

-“Y les decía esta parábola: "Nadie recorta una pieza de un manto nuevo para echársela a un manto viejo; porque el nuevo se queda roto, y al viejo no le irá el remiendo del nuevo."” Marcos y Mateo dicen que no sirve de nada porque el tejido nuevo tira del viejo. Lucas habla de que es estropear los dos paños. Lo nuevo es el amor de Dios, la Iglesia, y encuentro ante mí una maravillosa aventura. Jesús, tú haces nuevas todas las cosas. Te pido que renueves mi corazón para apreciar la novedad de tu amor encarnado.

-“Nadie echa tampoco vino nuevo en odres viejos, porque si no, el vino nuevo revienta los odres; el vino se derrama y los odres se echan a perder”. La nueva Alianza, a pesar de la continuidad con la Antigua, es verdaderamente una novedad: ¡Dios hecho hombre!

Jesús, subrayas el carácter de radical novedad que supone el acogerte como enviado de Dios, con la doble comparación de la "pieza de un manto nuevo en un manto viejo" y del "vino nuevo en odres viejos".

Aceptarte en nuestras vidas comporta cambios importantes. No se trata sólo de "saber" unas cuantas verdades respecto a ti, sino de dejarme transformar, cambiar mi estilo de vida. Vivir con alegría interior.

Estamos de fiesta. ¿Se nos nota?, ¿o vivimos tristes, como si no hubiera venido todavía el Salvador? La fe en Cristo pide traje nuevo y odres nuevos. Jesús rompe moldes. Lo que Pablo llama "revestirse de Cristo Jesús" no consiste en unos parches y unos cambios superficiales. A los apóstoles les costó el cambio… Nosotros estamos rodeados de una ideología y una sensibilidad neopagana. También tenemos que ir madurando: el vino nuevo de Jesús nos obliga a cambiar los odres. El vino nuevo implica actitudes nuevas, maneras de pensar propias de Cristo, que no coinciden con las de este mundo. Son cambios de mentalidad, profundos. No de meros retoques externos. En muchos aspectos son incompatibles el traje de este mundo y el de Cristo. Por eso cada día venimos a escuchar, en la misa, la doctrina nueva de Jesús y a recibir su vino nuevo (J. Aldazábal).

“El mérito de nuestros ayunos no consiste solamente en la abstinencia de los alimentos; de nada sirve quitar al cuerpo su nutrición si el alma no se aparta de la iniquidad y si la lengua no deja de hablar mal” (S. León Magno).

El ayuno y la abstinencia de vino, actitudes específicas del nazireato (Lc 22,14-20), expresaban la insatisfacción de la época presente y la espera de la consolación de Israel. Juan Bautista hizo de esta actitud una ley fundamental de su comportamiento (Lc 1,15). Desde entonces, cuando los discípulos de Jesús se dispensan de los ayunos prescritos o espontáneos, dan la impresión de desinteresarse de la llegada del Mesías y de negarse a participar de la esperanza mesiánica. La respuesta de Jesús es clara: los discípulos no ayunan porque ya no tienen nada que esperar, puesto que ya han llegado los tiempos mesiánicos: ya no tienen que apresurar, mediante prácticas ascéticas, la llegada de un Mesías en cuya intimidad ya viven. Esta intimidad será interrumpida por la pasión y la muerte de su Maestro: en este momento, ayunarán (v 30, en relación con Lc 22,18) hasta el tiempo en que el Esposo les sea devuelto en la resurrección y en el Reino definitivo.

Las parábolas del vestido y de los odres proporcionan otra respuesta a la extrañeza de los discípulos de Juan y de los fariseos. Inaugurador de los tiempos mesiánicos, Jesús es consciente de aportar al mundo una realidad sin común medida con todo lo que los hombres han poseído hasta entonces (cf Lc 16,16 o el milagro de Caná: Jn 2,10). Las dos parábolas no ofrecen ningún juicio de valor al afirmar que el vino viejo es mejor que el nuevo o que el vestido nuevo es preferible al viejo. No establecen una comparación, sino que subrayan solamente una incompatibilidad: no hay que querer asociar lo nuevo a lo viejo, so pena de perjudicar a uno y otro, porque el vestido remendado combinará mal y el odre viejo se perderá irremediablemente... y el vino con él.

La Nueva Alianza hace ceder las prescripciones de la Antigua, que tienen que acomodarse a la Nueva. El bebedor de vino viejo no dice que el nuevo sea malo; afirma solamente que no puede beberse después de haber probado el viejo, puesto que sus aromas son incompatibles. El que no ha conocido al Esposo y desea participar de su amor no puede al mismo tiempo vivir como si no existiera. El Evangelio excluye ciertas componendas (Maertens-Frisque).

-“Nadie, después de beber el vino añejo, quiere el nuevo, porque dice: "¡El añejo es el bueno!"” Quedémonos con el "bueno". ¡Danos, Señor, tu vino! (Noel Quesson).

Nosotros estamos con el Señor, como amigos invitados al banquete de bodas. Él nos dice: vosotros seréis mis amigos si cumplís mis mandamientos. No basta, por tanto, estar en intimidad con Él a través de la oración, incluso prolongada. Mientras no estemos dispuestos a escuchar su Palabra y a ponerla en práctica, el Señor no podrá decir que somos sus amigos, y mucho menos de su familia como nos lo dice en otra ocasión: El que cumple la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre. Cuando en verdad permitamos al Espíritu Santo renovar nuestra vida, entonces seremos criaturas nuevas en Cristo; entonces la vida de fe en el Señor no será sólo un parche en nosotros, ni algo nuevo que llega a un corazón que continúa cargando con el hombre viejo, que se corrompe siguiendo la seducción de las concupiscencias. De nosotros se espera una vida que manifieste la alegría de sabernos amados y unidos a Cristo; sin embargo, al contemplar que hay muchos que viven separados de Él, o que ni siquiera han oído hablar de Él, nos ha de llevar a sacrificarnos a favor de ellos, poniendo todo nuestro empeño en hacer que el Señor llegue a habitar en todos para que nuestra humanidad se renueve en el amor, en la verdad, en la justicia, en la solidaridad, y en la comunión fraterna (www.homiliacatolica.com).

2. San Pablo nos dice hoy:

-“Hermanos, es necesario que los hombres nos tengan simplemente por "servidores de Cristo"...” Ayúdame, Señor, a ser «servidor»…

-“Y por «administradores de los misterios de Dios»...” Tendremos que rendir cuenta de ellos, como decía Jesús (Mateo 24,45-51).

-“Y lo que en definitiva se exige a los administradores es que sean fieles”. No cambiar lo que hemos recibido, acomodándolo a los tiempos o a nuestras ganas… Merecer confianza... y de modo desinteresado. Ser hombre de confianza, para Dios. Ser hombre de Dios. Quizá la fidelidad está muy difuminada hoy día, aunque las víctimas de una infidelidad sufren mucho. En realidad es uno de los valores esenciales del hombre. Que los apóstoles sean fieles al Evangelio, que no acomoden su mensaje a los gustos del día, a las ideologías que flotan en el aire...

Señor, concede a tus apóstoles, sacerdotes o laicos, esa fidelidad intransigente a lo que Tú quieres.

-“Por mi parte, lo que menos me importa es ser juzgado por vosotros o por cualquier tribunal humano; ¡ni siquiera me juzgo a mí mismo!” Esto tiene un gran alcance. Pablo ha hablado de la gran dignidad de los fieles. «Todo es vuestro, Pablo, Apolo, Pedro, el mundo, la vida, la muerte, el presente, el futuro. Todo es vuestro...» Pero de ahí no se sigue que los cristianos tengan derecho a erigirse en jueces de sus apóstoles. ¡Es a Dios, a quien los ministros tendrán que rendir cuentas!

-“Mi conciencia no me reprocha nada, mas no por ello soy justo. El Señor es mi juez”. La responsabilidad final de la conciencia no es ni ante la comunidad, ni ante uno mismo, sino ante Dios. Señor, ayúdanos a considerar de ese modo todas nuestras responsabilidades.

-“Por lo tanto, no juzguéis «prematuramente»; esperad la venida del Señor, El iluminará lo secreto en las tinieblas y pondrá de manifiesto las intenciones del corazón”. Jesús, habías repetido: «¡No juzguéis!» y aquí Pablo añade: no juzguéis, porque vuestro juicio es siempre "prematuro"... no lo sabéis todo para que vuestro juicio sea equitativo, os falta conocer las intenciones secretas de la gente que juzgáis.

-“Entonces, cada cual recibirá del Señor, la alabanza que le corresponda”. Al fin todo será clarificado. Día feliz en que estallará a plena luz la belleza escondida... que no sabemos captar suficientemente (Noel Quesson).

3. Señor, en tus manos pongo mi conciencia… El salmo nos dice: "el Señor quien salva a los justos... apártate del mal y haz el bien, porque el Señor ama la justicia y no abandona a sus fieles".

Llucià Pou Sabaté

domingo, 12 de diciembre de 2010

Miércoles de la 1ª semana de Adviento: el Señor nos prepara una fiesta

Miércoles de la 1ª semana de Adviento: el Señor nos prepara una fiesta

1.Isaías (25,6-10a) nos cuenta que el Señor nos preparrá “un festín de manjares suculentos… vinos generosos… Aniquilará la muerte para siempre. El Señor Dios enjugará las lágrimas de todos los rostros”. Para Oriente, esto era fiesta grande, por ejemplo para entronización de los reyes. Dice que él invita a la fiesta. Jesús hizo de la comida el signo de su gracia, en la eucaristía nos recibe en su propia mesa, es una comida gozosa, una fiesta… -Para todos...: promesa divina... y habrá victoria sobre la «muerte», el enemigo, la gran obsesión de la humanidad, el gran fracaso, el gran absurdo, el símbolo de la fragilidad y del sufrimiento. Es también la gran objeción que hacen los hombres a Dios: si Dios existe, ¿por qué hay ese mal? «El Señor destruirá la muerte para siempre.» Misterio que recordamos en la Misa: Proclamamos tu muerte, Señor, celebramos tu resurrección. -El Señor enjugará las lágrimas de todos los rostros. ¡Lo ha prometido! Dios... Reconfortante día que esperamos: ¡ven, Señor Jesús! La muerte no es el final del hombre, no es su fin. El fin es la exultación, la alegría, la salvación. Esto es lo que Dios quiere, lo que Dios nos ha preparado (Noel Quesson).

2.Salmo (22,1-3a.3b-4.5.6). Decimos hoy: “Habitaré en la casa del Señor por años sin término”, porque “El Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas.

Me guía por el sendero justo, por el honor de su nombre. Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo: tu vara y tu cayado me sosiegan.

Preparas una mesa ante mí, enfrente de mis enemigos; me unges la cabeza con perfume, y mi copa rebosa.

Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida, y habitaré en la casa del Señor por años sin término”. Jesús es «el buen pastor» que va a nuestro lado en el camino de la vida. No hemos de tener miedo, porque aunque pasemos algún mal trago, de ahí sacará el Señor un bien mayor. Todo se pasa… -Y es un pasar por la cruz, el valle tenebroso, no se perderán en el valle, sino que saldrán a salvo al monte de especias aromáticas que hay al otro lado. No hay allí mal alguno para el hijo de Dios, pues ni la muerte puede separarnos del amor de Dios. El buen pastor, no sólo conduce, sino que escolta, a sus ovejas a través del valle. Su presencia las anima: «porque tú estarás conmigo». La vara y el cayado del final del versículo no son sinónimos. La vara es un palo recio que el pastor de Palestina usa todavía para defenderse a sí mismo y a sus ovejas, mientras que el cayado es un báculo más largo, no tan recio, curvado muchas veces en un extremo, que el pastor usa para conducir a las ovejas y para apoyarse él mismo en el suelo.

3.Evangelio (Mateo 15,29-37). Jesús subió al monte y acudió a él “mucha gente llevando tullidos, ciegos, lisiados, sordomudos y muchos otros; los echaban a sus pies, y él los curaba. La gente se admiraba al ver hablar a los mudos, sanos a los lisiados, andar a los tullidos y con vista a los ciegos, y dieron gloria al Dios de Israel. Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: «Me da lástima de la gente, porque llevan ya tres días conmigo y no tienen qué comer. Y no quiero despedirlos en ayunas, no sea que se desmayen en el camino.» Los discípulos le preguntaron: -«¿De dónde vamos a sacar en un despoblado panes suficientes para saciar a tanta gente?» Jesús les preguntó: -«¿Cuántos panes tenéis?» Ellos contestaron: - «Siete y unos pocos peces.» Él mandó que la gente se sentara en el suelo. Tomó los siete panes y los peces, dijo la acción de gracias, los partió y los fue dando a los discípulos, y los discípulos a la gente. Comieron todos hasta saciarse y recogieron las sobras: siete cestas llenas”.

Así como el Pueblo de Israel esperó la venida del Salvador durante miles de años, y vivió su desierto, también nosotros hemos de tener un desierto interior en el que limpiemos nuestro interior. ¡Cuántos descaminos, cuánta inutilidad en pensamientos, cuántas omisiones! La plenitud de los tiempos, ese momento tan especial del encarnarse de Dios, la alegría de la Navidad, nos ha de coger atentos, bien dispuestos: gozosos en esa espera, ya que “¡El Señor está cerca!” En Adviento de 1980, Juan Pablo II en sus catequesis tradicionales en las parroquias de Roma la tarde de los domingos se dirigió a dos mil niños con estas palabras: -“¿Cómo os preparáis para la Navidad?”

-“Con oración” -le responden a gritos.

- “Bien, con la oración -les dice el Papa-, pero también con la Confesión. Tenéis que confesaros para acudir después a la Comunión. ¿Lo haréis?”

- “¡Lo haremos!, le responden con voz todavía más fuerte.

- “Sí, debéis hacerlo”. Y luego les dice como confidencialmente: “El Papa también se confesará para recibir dignamente al Niño-Dios”.

Jesús ha nacido en Belén por mí, para darme la vida de la gracia, seguía diciendo el Papa: “¡Empeñaos en ser siempre partícipes de la vida divina infundida en nosotros por el Bautismo. Vivir en gracia es dignidad suprema, es alegría inefable, es garantía de paz, es ideal maravilloso”; y ¡qué bueno es este Dios que nos perdona siempre! Y luego viene la multiplicación de los panes y peces: si ponemos de nuestra parte, el Señor viene y nos da la Sagrada Comunión: es la Navidad de todos los días. Si queremos... Dice San Josemaría Escrivá (Forja, n.548): "Ha llegado el Adviento. ¡Qué buen tiempo para remozar el deseo, la añoranza, las ansias sinceras por la venida de Cristo!, ¡por su venida cotidiana a tu alma en la Eucaristía! - "Ecce veniet!" -¡que está al llegar!, nos anima la Iglesia".

Un modo muy especial de prepararnos es cuidar los detalles de amor, para recibir a Jesús, si podemos cada día. Él dispone la mesa, el milagro de la multiplicación de los panes. Santa María Esperanza nuestra, nos ayudará a recorrer este camino del Adviento usando esos medios (oración, Eucaristía), para disponer nuestra alma para la llegada del Señor.

La Iglesia en su liturgia pone en nuestros labios esta exclamación: «Ven, Señor, no tardes. Ilumina lo que esconden las tinieblas y manifiéstate a todos los pueblos» (Hab 2,3; 1 Cor 4,5). La oración colecta (Gelasiano) pide al Señor que El mismo prepare nuestros corazones, para que cuando llegue Jesucristo, su Hijo, nos encuentre dignos del festín eterno, y merezcamos recibir de sus manos, como alimento celeste, la recompensa de la gloria. Llucià Pou Sabaté.