viernes, 13 de diciembre de 2019

Invitación a la Jornada de Reflexión mañana sábado, 14 de diciembre


Hola! 
Te recordamos que estaremos encantados de compartir contigo nuestra ya tradicional Jornada de Reflexión en vísperas de la Navidad. Adjunto la invitación con el programa. Este año hablaremos sobre la libertad en relación con la Navidad, esperamos que participes en el coloquio. Seguirán villancicos y un aperitivo.
Saludos cordiales,

martes, 10 de diciembre de 2019

Navidad en el encuentro del Ayuntamiento, el próximo sábado 14 a las 11



Te invitamos a la jornada de reflexión del próximo sábado 14 de diciembre, a las 11, en la sala de Plenos del Ayuntamiento de Granada, sobre la libertad y la Navidad. Contamos con tu participación para el diálogo. Feliz Navidad!

La educación, la clave de la sociedad y sus problemas

Me gustó el video, y pienso que las soluciones a cualquier problema son parciales si no hay educación. Yo añadiría que educación del corazón, para subir de nivel de consciencia... y esto, aunque es creando espacios de humanidad, pasa por una educación de uno a uno...

Saludos!

lunes, 9 de diciembre de 2019

Ideas sobre pensar en positivo...


Hola! Iremos viendo en los talleres herramientas para pensar en positivo: en primer lugar la comprensión, que lleva a la aceptación y a la libertad de poder elegir lo que nos parece mejor... todo eso da paz, y de ahí surge una mayor energía vital con motivaciones profundas ,etc. Después de la comprensión, es también importante el entrenamiento... cada vez nos cuesta menos actuar según esa sabiduría, y cada vez es más fácil y nos da más comprensión y energía vital... una de las cosas que sirven para entrenar es repetir mantras, repeticiones de frases que van anidando ideas que nos transforman según esa chispa divina que llevamos dentro.  Este power que podría servirte si te gusta...

Saludos!
Luciano

martes, 3 de diciembre de 2019

Recordatorio para el taller de mañana día 4 a las 19.00 en Biblioteca de Andalucía





Hola! Volvemos a mandar invitación para el taller de mañana, con la hora que sólo venía en el enlace en la edición anterior: 19.00. 
  
Te esperamos, y rogamos difusión!

Saludos!

domingo, 1 de diciembre de 2019

Taller sobre "pensamientos positivos" el 4 diciembre en Biblioteca de Andalucía


Hola! 
   Te invitamos al Taller sobre "pensamientos positivos" el 4 diciembre en Biblioteca de Andalucía.
   Esta vez hablaremos en torno a las emociones que producen sentimientos, y estos a su vez pensamientos, que se transforman en palabras y acciones... y al revés, las acciones van conduciéndonos también a palabras, pensamientos, sentimientos... Aprender a manejar todo este complejo entramado es el objetivo de este taller.
   Adjuntamos invitación, y rogamos difusión.
   Te esperamos!

jueves, 14 de noviembre de 2019

Congreso liderazgo y consciencia en Sevilla 21-22 noviembre




Buenas noches,

 

Te invitamos al Congreso sobre liderazgo y consciencia que tendrá lugar los días 21-22 de noviembre en Sevilla. L

a Fundación para el desarrollo de la consciencia participa en el Congreso y Gonzalo Rodríguez-Fraile será quien dé la última conferencia, antes de la clausura.


Aquí tenéis la información: https://efic.es/congreso-soft-skills-liderazgo-y-conciencia/


Está organizado por la Cátedra Efic-iDIPE y cuenta con la contribución especial del Consejo Social de la Universidad de Sevilla.

 

Adjuntamos el cartel del congreso, y dos documentos: uno sobre las soft skills y otro que recoge los 17 ODS (orientaciones para el desarrollo sostenible) de la ONU a los que también se aludirá cuando hablamos de conciencia y con los que también queremos que este Congreso tenga conexión desde liderazgos conscientes.

 

Nuestra amiga Carmen Ávila, de la Asociación Confía, ha conseguido que podamos asistir con un 3x1 (3 entradas por el precio de 1), así nos dice: "Que hemos conseguido un 3x1 para el Congreso de Sevilla.

Quién esté interesado que me pase su email y le traslado el enlace por correo.
confiasevilla@gmail.com".

Cualquier cosa, aquí estamos.

 

¡Con ganas de hacer algo muy bonito!!!

 

Abrazo,

Llucià


P.D. Paso el pie de página del mail original del director de la cátedra y organizador, aquí seguido lo dejo como fuente de la información principal (aparte de la rebaja para los que vamos con Confía). 

 

 

 




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LUCIANO POU SABATE
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miércoles, 13 de noviembre de 2019

Conferencia de Gonzalo en Sevilla, el día 22

Hola! te invitamos a la primera conferencia de Gonzalo en Sevilla, donde también participará en un congreso del que enseguida te mandaremos información. Nos vemos el día 22, a las 19 de la tarde, si puedes☺👍

Adjuntamos invitación.

Saludos!
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LUCIANO POU SABATE
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martes, 5 de noviembre de 2019

La codicia y lo que de verdad significa infierno




Hola!

   Envío un escrito mío sobre un aspecto controvertido del evangelio. Saludos!

   Llucià 


La codicia y lo que de verdad significa infierno

 

La parábola de Lázaro el mendigo, que se leyó hace poco en misa es de las más conocidas, y peor interpretadas. Habla del andrajoso que come de las migajas que caen de la mesa del epulón egoísta. Pero Lázaro en hebreo significa "Eleazar", "Dios salva", y a su muerte es llevado al seno de Abrahán. El rico, al infierno.

Cuando yo era pequeño, se decía que el epulón de la parábola iba al infierno condenado para siempre. Nos decían que en el infierno no se podían tener sentimientos buenos pero aquí leemos que ese "condenado" pide que vayan a advertir a los hermanos: "si está en el infierno, ¿cómo puede tener sentimientos buenos?", me preguntaba yo. Por eso me gustó que el papa Ratzinger dijera que es necesaria una purificación a la sed insaciable que tiene el egoísta por su avidez y opulencia, y que "en esta parábola, Jesús no habla del destino definitivo después del Juicio universal (…) [es] una condición intermedia entre muerte y resurrección (…) y tampoco falta la idea de que en este estado se puedan dar también purificaciones y curaciones, con las que el alma madura para la comunión con Dios".

En el judaísmo, "infierno" o "seol", es el mundo de los difuntos. Allí está el "edén" o cielo, y la "gehenna" con su fuego, separados unos y otros, según una ley de correspondencia donde víctimas y verdugos no pueden sentarse juntos a comer como si no hubiera pasado nada.

¿Por qué están tan mal distribuidos los recursos del mundo? ¿Por qué muchos pasan hambre ante la indiferencia de otros, que pueden hartarse y no saben ver que con un poquito de lo que tienen se acabaría con el hambre de millones de seres humanos? Esto reclama una justicia que muchas veces será más allá de esta vida, de nuestra historia. Este es el sentido claro de la parábola, y el usarla para difundir el miedo a un infierno como lugar de castigo eterno fue en mi opinión una mala idea.

Muchos llaman también hoy a nuestras puertas, tanto cercanos como provenientes de otras tierras, mientras otros, egoístas, solo piensan en estar bien, en lugar de hacer el bien. La codicia impide ver el cielo, donde todo encontrará su sitio, también las injusticias de este mundo se convertirán en justicia. En cualquier caso, infierno es ya la soledad del egoísmo.

 

 

Llucià Pou Sabaté

domingo, 25 de agosto de 2019

Alianza de civilizaciones y educación para la consciencia

El conflicto llamado "choque de civilizaciones" es una manera desenfocada de abordar el problema, y la llamada "alianza de civilizaciones" sería el modo de aportar soluciones, pero esto sólo puede ponerse en práctica con una educación en la consciencia: subir de nivel de consciencia: https://youtu.be/42NcreM2nuU
(si te gusta, pon "me gusta" en el vídeo, por favor)

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miércoles, 21 de agosto de 2019

La pérdida de un ser querido

Hola! Reenvío una entrada de un blog, que me ha llegado por correo, donde se hace eco de un video y un escrito míos. 

Si os gusta haced "me gusta" en el vídeo, que así llega a más gente.

Muchas gracias!



Pensamientos para actualizar


Por todos los que ahora están pero de otra forma

Posted: 17 Mar 2019 05:09 AM PDT

  
Hoy una amiga me dejó un mensaje y enseguida la llamé para acompañarla, sé bien lo que siente ahora, lo he sentido en varias ocasiones, nunca exactamente igual porque los seres son todos distintos y a cada cual se lo quiere de una forma, ni más ni menos, diferente. Curiosamente y como nada pasa por casualidad sino que todo es causalidad en mi correo tenía desde hace unos días una de las reflexiones de Luciano Pou Sabaté, otro amigo que habla un idioma parecido y que no puedo más que compartir sus palabras. Son un fragmento de su libro La pérdida de un ser querido, suma de experiencias, de vivencias, de conversaciones, de vida y de más VIDA. 

Foto galería Pinterest.
Hola! Te comparto un video corto: https://youtu.be/jSwipqM8wQQ. También un texto con lo dicho en el video. Espero que te guste. Saludos!.
   
   La pérdida de un ser querido
   Estos días una persona amiga ha perdido un ser querido, y querría decirle: "a ti que lloras, porque has amado, has perdido a quien amas, y te duele… El dolor de la pérdida es el precio de haber amado. Nadie puede amar sin dolerse, y el dolor es un proceso de curación, el duelo, retorno a una plenitud perdida… que llorar porque se ama a una persona es terapéutico.
   Recuerdo una fábula de unos gusanos que se preguntan si hay vida más allá de ser gusano, y quedaron en que el primero que pasara por eso, si vivía lo contaría a los demás. Siguieron comiendo hojas sin darse cuenta de que uno de ellos se hizo crisálida, y pocos días después salió convertido en mariposa, con ganas de contar a los demás su transformación, pero no le fue posible, hablaba otro lenguaje y no le entendían. Así que se dedicó a polinizar las flores, y hacer posible que los gusanos pudieran comer las plantas y vivir hasta convertirse en mariposas. Vio que esta era su misión. Cuando se cambia de forma, se cambia de lenguaje. No vemos a los que están en otra dimensión, y esto nos hace sufrir, pero hay un modo de comunicación que expresa el amor. Ellos cumplen su misión y crean las condiciones y la belleza para que nosotros podamos seguir nuestro camino hacia donde están ellos. Y podemos intuir que así nos hablan los seres queridos, con ese amor que se expresa de mil modos. Esta es la comprensión profunda, que adquirimos a través de esa intuición amorosa. Una comprensión de que cuando hemos realizado la tarea para la que hemos venido a la tierra, podemos concluir nuestro aprendizaje y marcharnos a seguir haciendo nuestro camino más allá de lo que ahora conocemos, donde ya no habrá llanto sino todo alegría, no habrá preocupaciones sino gozo, no habrá injusticias sino que todo volverá a su sitio, no habrá temor pues todo será amor. Regresaremos a nuestro hogar, a la casa del Padre donde se nos prepara algo mejor.
   El amor es también medicina, como decía Tolstoi: "sólo las personas que son capaces de amar intensamente pueden sufrir también un gran dolor, pero esta misma necesidad de amar sirve para contrarrestar su dolor y curarles".
   Nuestra actitud mejor es confiar, dejarnos llevar por esa fuerza interior que nos guía, la intuición que nos dice que todo fluye con el río de la vida, que nos va llevando.
   Cuando estamos con alguien que ha perdido un ser que amaba, lo mejor es no hablar mucho, sencillamente acompañarle. Dejar que llore, pues llorar da paz, descansa y restablece el equilibrio, ablanda y humaniza, y es un consuelo poder llorar con alguien, y nosotros podemos acompañarles, llorar con los que lloran. Encontrar a alguien con quien poder llorar es sanador. Y hacerle ver que esa persona está más contenta si nosotros estamos bien. Cuando algo nos cueste, hemos de pensar en nuestra misión: "he de hacerlo, por mí y por él, por ella". La resiliencia es esa capacidad que nos permite afrontar los hechos de la vida, sabiendo que Dios nos ama y no permitirá nada malo porque después de cada aprendizaje siempre vendrá algo mejor, podemos vivir en esperanza de que el amor es más fuerte que la muerte, no lo puede apagar nada, y la muerte no es más que un paso para una Vida más plena.
   Luciano Pou Sabaté

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sábado, 10 de agosto de 2019

idoneidad en el servicio



La idoneidad en el servicio a los demás, por Luciano Pou. Charla de corta duración grabada en el patio del Hotel AC Santa Paula de Granada el día 22 de enero de 2019.



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servicio y amor



Hola! comparto una breve charla sobre servicio y amor, grabada en el patio del Hotel AC Santa Paula de Granada el día 22 de enero de 2019: https://www.youtube.com/watch?v=tVw8XM_he6Q

Saludos!

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miércoles, 7 de agosto de 2019

La vida y la evolución de la consciencia

Preparando ya nuevos talleres, comparto una edición anterior: https://youtu.be/phoisCiQBPM

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Fwd: aprender a equivocarse





Comparto una micro-charla que publica Mindalia. Saludos!: https://youtu.be/4ePR2rrrRHo


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lunes, 1 de julio de 2019

Lunes semana 13 tiempo ordinario; año impar


Lunes de la semana 13 de tiempo ordinario; año impar

El valor de un justo
«Viendo Jesús a la multitud que estaba a su alrededor ordenó pasar a la otra orilla. Y acercándose a él cierto escriba, le dijo: ‘Maestro, te seguiré dondequiera que vayas’. Jesús le contestó: ‘Las zorras tienen sus guaridas y los pájaros del cielo sus nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar su cabeza’. Otro de sus discípulos le dijo: ‘Señor permíteme ir primero a enterrar a mi padre’. Jesús le respondió: ‘Sígueme y deja a los muertos enterrar a sus muertos’» (Mateo 8, 18-22).
I. La Sagrada Escritura nos muestra a Abrahán, nuestro padre en la fe, como un hombre justo en el que Dios se alegró de una manera muy particular y a quien hizo depositario de las promesas de redención del género humano. La Epístola a los Hebreos habla con emoción de este santo Patriarca y de todos los hombres justos del Antiguo Testamento que murieron sin haber alcanzado las promesas, sino viéndolas y saludándolas desde lejos, con un gesto lleno de alegría. «Es una comparación -comenta San Juan Crisóstomo- sacada de los navegantes que, cuando ven de lejos las ciudades a donde se dirigen, sin haber entrado aún en el puerto, lanzan saludos emocionados».
Aunque no llegaron a ser poseedores en esta vida de la redención prometida, ni participaron de la unión que nosotros podemos tener con el Hijo Unigénito de Dios, Yahvé los trató como amigos íntimos y confió en ellos plenamente; por su fe y su fidelidad se olvidó muchas veces de los errores de otros. Muchos hombres se salvaron porque fueron amigos de estos «amigos de Dios». Cuando Dios dispuso la destrucción de Sodoma y de Gomorra a causa de sus muchos pecados, se lo comunicó a Abrahán, y éste se sintió solidario de aquellas gentes. Entonces se acercó Abrahán y dijo a Dios: ¿Es que vas a destruir al inocente con el culpable? Si hay cincuenta justos en la ciudad, ¿los destruirás?, ¿no perdonarás al lugar por los cincuenta inocentes que hay en él?, le dice lleno de confianza. Y Dios le responde: Si encuentro en Sodoma cincuenta justos, perdonaré a todo el lugar por amor de ellos. Pero no se encontraron estos cincuenta justos. Y Abrahán hubo de ir bajando la cifra de los hombres santos: ¿Y si hubiera cinco menos, es decir, cuarenta y cinco? Y el Señor le dice: No la destruiré si encuentro allí cuarenta y cinco hombres justos. Pero tampoco los había. Y Abrahán seguía intercediendo ante el Señor: ¿Y si sólo hubiese cuarenta?..., ¿treinta?..., ¿veinte?... Finalmente, se vio que no había ni diez hombres justos en aquella ciudad. El Señor había dicho a la última petición de Abrahán: Si hay diez, tampoco la destruiré. ¡Por el amor de diez justos, Dios habría perdonado todo el lugar! ¡Tanto es el valor de las almas santas ante los ojos del Señor! ¡Tanto está dispuesto a realizar por ellas! Con frecuencia se habla en la Sagrada Escritura de la solidaridad en el mal, en el sentido de que el pecado de unos puede dañar a toda la comunidad. Pero Abrahán invierte los términos: pide a Dios que, ya que estima tanto la justicia de los santos, éstos sean la causa de bendiciones para todos, aunque muchos sean pecadores. Y Dios acepta este planteamiento del Patriarca.
Nosotros podemos meditar hoy en la alegría y en el gozo de Dios cuando procuramos serle fieles. En el valor que pueden tener nuestras obras cuando las hacemos por Dios, aun las más ocultas, las que parece que nadie ve y que quizá no tendrán «aparentemente» ninguna trascendencia: Dios da mucho valor a las obras de quienes luchan por la santidad. Dios se goza en los santos; y por ellos su misericordia y su perdón se derraman sobre otros hombres que de por sí no lo merecen. Es un misterio maravilloso, pero real, el que Dios se goza en las personas que caminan hacia la santidad.
II. Con Jesucristo se cumplirá lo que había sido anunciado: por la muerte de uno solo podrán salvarse todos. El misterio de la solidaridad humana alcanza en Cristo una plenitud insospechada. Nada ha sido ni será jamás, con una distancia infinita, tan agradable a Dios como el ofrecimiento -el holocausto- que Jesús hizo de su vida por la salvación de todos, y que culminó en el Calvario: «para que se diese en la tierra, en un alma humana, un acto de amor de Dios de valor infinito, era necesario que esa alma humana fuera la de una Persona divina. Tal fue el alma del Verbo hecho carne: su acto de amor tomaba en la Persona divina del Verbo un valor infinito para satisfacer y para merecer».
Enseña Santo Tomás de Aquino que Jesucristo ofreció a Dios más de lo que exigiría la justa compensación de la ofensa inferida por todo el género humano. Y esto se cumplió: por la grandeza del amor con que padecía; por la dignidad de la Vida que entregaba en satisfacción por todos, pues era la vida del Dios Hombre; por la enormidad del dolor que padeció... «Mayor fue la caridad de Cristo paciente que la malicia de los que le crucificaron, y por eso pudo Cristo satisfacer más con su Pasión que ofender los que le crucificaron dándole muerte, hasta tal punto que la Pasión de Cristo fue suficiente y sobreabundante por los pecados de los que le crucificaron», y por los de todos los hombres de todos los tiempos, tanto los personales como el pecado original de todas las almas, «como si un médico preparara una medicina con la que pueden curarse cualesquiera enfermedades aun en el futuro».
Jesucristo ha dado plena satisfacción al amor eterno del Padre. Así lo ha enseñado siempre la Iglesia. El amor de Cristo muriendo por nosotros en la Cruz agradaba a Dios más de lo que pueden desagradarle todos los pecados de todos los hombres juntos. Y en la medida en que vamos identificando nuestra voluntad con la del Señor, nos apropiamos los méritos de Cristo. ¡Reparamos a Dios haciendo nuestros el amor y los méritos de su Hijo! Aquí se fundamenta el valor incomparable que un solo hombre santo tiene para Dios. Aunque son muchos los pecados que se cometen cada día, ¡hay también muchas almas que, pese a sus miserias, desean agradar a Dios con todas sus fuerzas! No importa si nuestra vida no tiene una gran resonancia externa; lo que importa es nuestra decisión de ser fieles, al convertir los días de la vida en una ofrenda a Dios. Quien sabe mirar a su Padre Dios, quien le trata con la confianza y amistad de Abrahán, no cae en el pesimismo, aunque el empeño constante por servir al Señor no dé resultados externos de los que uno pueda ufanarse. ¡Qué engaño tan grande cuando el diablo intenta que el alma se llene de pesimismo ante resultados aparentemente escasos, y, en cambio, el Señor está contento, a veces muy contento, por la lucha diaria puesta, por el recomenzar continuo! «"Nam, et si ambulavero in medio umbrae mortis, non timebo mala" -aunque anduviere en medio de las sombras de la muerte, no tendré temor alguno. Ni mis miserias, ni las tentaciones del enemigo han de preocuparme, "quoniam tu mecum es" -porque el Señor está conmigo». Siempre has estado presente en mi vida, Señor.
III. En atención a los diez no la destruiré. ¡Habrían bastado diez justos! Las personas santas compensan con creces todos los crímenes, abusos, envidias, deslealtades, traiciones, injusticias, egoísmos... de todos los habitantes de una gran ciudad. Por nuestra unión al sacrificio redentor de Jesucristo, Dios mirará con especial compasión a familiares, amigos, conocidos... que quizá se extraviaron por ignorancia, por error, por debilidad, o porque no recibieron las gracias que nosotros hemos recibido. ¡Cuántas veces tendremos ese amistoso y afable regateo con Jesús, semejante al que tuvo Abrahán con Yahvé! Mira, Señor -le diremos-, que esta persona es mejor de lo que manifiesta, que tiene buenos deseos... ¡ayúdala! Y Jesús, que conoce bien la realidad, la moverá con su gracia en atención a nuestra amistad con Él. Dios acoge las peticiones de los suyos en el mundo con particular atención: las oraciones de los niños, que rezan con un corazón sin malicia, y las de quienes se hacen como ellos; las súplicas de los enfermos, a quienes pone más cerca de su Corazón; las de quienes hemos repetido tantas veces que no tenemos otra voluntad que la Suya, que queremos servirle en medio de nuestras tareas normales de todos los días. Sostienen verdaderamente al mundo quienes procuran estar unidos a Cristo. Y esa unión no se manifiesta ordinariamente en hechos exteriores llamativos. «Son más numerosos sin comparación los acontecimientos cuyo realce social queda por ahora oculto: es la multitud inmensa de las almas que han pasado su existencia gastándose en el anonimato de la casa, de la fábrica, de la oficina; que se han consumido en la sociedad orante del claustro; que se han inmolado en el martirio cotidiano de la enfermedad. Cuando todo quede manifiesto en la parusía, entonces aparecerá el papel decisivo que ellas han desempeñado, a pesar de las apariencias contrarias, en el desarrollo de la historia del mundo. Y esto será también motivo de alegría para los bienaventurados, que sacarán de ello tema de alabanza perenne al Dios tres veces Santo».
San Pablo dice a los primeros cristianos que brillan como luceros en el mundo, alumbrando a todos con la luz de Cristo. Dios mira desde el Cielo la tierra y se goza en esas personas que viven una vida corriente, normal, pero que son conscientes de la dignidad de su vocación cristiana. El Señor se llena de alegría al contemplar nuestra tarea, casi siempre menuda y sin relieve, si procuramos ser fieles.

Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.

domingo, 30 de junio de 2019

Domingo XIII tiempo ordinario, ciclo C

Domingo de la semana 13 de tiempo ordinario; ciclo C

No mirar atrás
Cuando se iba cumpliendo el tiempo de ser llevado al cielo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén. Y envió mensajeros por delante. De camino entraron en una aldea de Samaria para prepararle alojamiento. Pero no lo recibieron, porque se dirigía a Jerusalén. Al ver esto, Santiago y Juan, discípulos suyos, le preguntaron: -Señor, ¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo que acabe con ellos? Él se volvió y les regañó. Y se marcharon a otra aldea.Mientras iban de camino, le dijo uno: -Te seguiré adonde vayas. Jesús le respondió: -Las zorras tienen madriguera y los pájaros, nido, pero el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar la cabeza.A otro le dijo: -Sígueme. El respondió: -Déjame primero ir a enterrar a mi padre. Le contestó: -Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el Reino de Dios.Otro le dijo: -Te seguiré, Señor. Pero déjame primero despedirme de mi familia. Jesús le contestó: -El que echa mano al arado y sigue mirando atrás, no vale para el Reino de Dios” (Lucas 9,51-62).
I. Las lecturas de la Misa nos ayudan a meditar las exigencias que la propia vocación lleva consigo en el servicio a Dios y a los hombres. La Primera lectura muestra cómo Elías es enviado por Dios desde el Horeb, para que consagrara como profeta de Yahvé a Eliseo. Bajó Elías del monte y encontró a Eliseo arando; pasó a su lado y le echó encima el manto, indicando con este gesto que Dios lo tomaba a su exclusivo servicio. Eliseo respondió con prontitud y con plenitud, sin dejar atrás nada que le retuviera: cogió la yunta de bueyes y los mató, hizo fuego con los aperos, asó la carne y ofreció de comer a su gente. Luego se levantó y marchó tras Elías... San Lucas nos presenta en el Evangelio de la Misa a tres personas que pretenden seguir al Señor. El primero se acerca a Jesús mientras iban de camino en ese largo viaje, el último, hacia Jerusalén y hacia el Calvario. Las disposiciones de este nuevo discípulo parecen excelentes: te seguiré adonde quiera que vayas, le dice al Maestro. Y ante esta muestra de generosidad, el Señor quiere dejarle claro el género de vida que le espera si de verdad le sigue, para que luego no se llame a engaño. La misión de Cristo es un ir y venir constante, predicando el Evangelio y dando la salvación a todos, y no tiene dónde reclinar la cabeza. Así ha de ser la vida de los que le sigan: han de estar desprendidos de las cosas y su disponibilidad ha de ser completa.
Al segundo, es el mismo Señor quien le llama: Sígueme, le dice. Este posible discípulo que es invitado a seguir de cerca al Maestro quiere oír la llamada, pero no inmediatamente; piensa en un tiempo más oportuno, porque le retiene un asunto familiar. No se da cuenta de que, cuando Dios llama, ése es precisamente el momento más oportuno, aunque en apariencia, miradas con ojos humanos las circunstancias que rodean una vocación, puedan encontrarse razones que aconsejen dilatar la entrega para más adelante. Dios tiene unos planes más altos para el discípulo y para quienes, aparentemente, saldrían perjudicados por su marcha. Tiene todo dispuesto desde la eternidad para que de esa elección resulte el bien de todos. La disponibilidad de quien siga a Cristo ha de ser pronta, alegre, desprendida, sin condiciones. Dilatar la entrega ante Jesús que pasa a nuestro lado puede significar que más tarde, cuando intentemos de nuevo darle alcance, ya no lo encontremos. El Señor sigue su camino. Es grave ceder a la «tentación de las dilaciones» ante la entrega que pide Cristo.
Dios nos llama, a cada uno en unas peculiares circunstancias. Veamos hoy en nuestra oración si estamos respondiendo con prontitud, con desasimiento, sin condiciones, a la peculiar vocación que Cristo nos ha dado.
II. El tercero de los discípulos (sólo San Lucas lo menciona) quiere volver atrás para despedirse de los suyos. Quizá desea estar un tiempo, el último, con los de su familia. Éste parece que ya «ha puesto la mano en el arado», que está decidido a seguir al Maestro. Pero la llamada del Señor siempre urge porque la mies es mucha y los operarios son pocos. Y hay mieses que se estropean porque no hay quien las recoja. Entretenerse, mirar atrás, poner «peros» a la entrega, todo es lo mismo. Jesús le dice: Nadie que pone su mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino de Dios. La nueva labor del que es llamado es como la del arado palestino, que es difícil de guiar y más aún en la tierra dura de las orillas del lago de Genesaret. No se puede mirar atrás después de haber puesto la mano en el arado; no se puede volver la cara atrás después de la llamada del Señor. Para ser fieles, y felices, es preciso tener siempre los ojos fijos en Jesús, como el corredor que, iniciada la carrera, no se distrae en otros asuntos: sólo le importa la meta; como el labrador que se fija en un punto de referencia y hacia él dirige el arado. Si mira atrás, el surco le sale torcido.
A veces, la tentación de mirar atrás puede llegar a causa de las propias limitaciones, del ambiente que choca frontalmente con los compromisos contraídos, de la conducta de personas que tendrían que ser ejemplares y no lo son y, por eso mismo, parecen querer dar a entender que el ser fiel no es un valor fundamental de la persona; en otras ocasiones puede llegar esa tentación a causa de la falta de esperanza, al ver la santidad como lejana a pesar de los esfuerzos, de luchar una y otra vez. «Después del entusiasmo inicial, han comenzado las vacilaciones, los titubeos, los temores. -Te preocupan los estudios, la familia, la cuestión económica y, sobre todo, el pensamiento de que no puedes, de que quizá no sirves, de que te falta experiencia de la vida.
»Te daré un medio seguro para superar esos temores -¡tentaciones del diablo o de tu falta de generosidad!-: "desprécialos", quita de tu memoria esos recuerdos. Ya lo predicó de modo tajante el Maestro hace veinte siglos: "¡no vuelvas la cara atrás!"». Por el contrario, en esas situaciones, que pueden cargarse de añoranzas, hemos de mirar a Cristo que nos dice: Sé fiel, sigue adelante. Y siempre que nuestra mirada se dirige a Jesús adelantamos un buen trecho en el camino. «No existe jamás razón suficiente para volver la cara atrás».
«Mirar atrás -enseña San Atanasio- no es sino tener pesares y volver a tomarle gusto a las cosas del mundo». Es la tibieza, que se introduce en el corazón de quien no tiene los ojos puestos en el Señor; es no haber llenado el corazón de Dios y de las cosas nobles de la propia vocación.
Mirar atrás, a lo que se dejó, «a lo que pudo ser», con nostalgia o tristeza puede significar en muchos casos romper la reja del arado contra una piedra, o por lo menos que el surco, la misión encomendada, salga torcido... Y en la tarea sobrenatural a la que el Señor nos llama a todos, lo que está en juego son las almas.
Nosotros queremos sólo tener ojos para mirara Cristo y todas las cosas nobles en Él. Por eso podemos decir con el Salmo responsorial de la Misa: El Señor es mi lote y mi heredad. Me enseñarás el sendero de mi vida, me saciarás de gozo en tu presencia, de alegría perpetua a tu derecha. «El sendero de la vida» es la propia vocación, que hemos de mirar con amor y agradecimiento.
III. El Espíritu Santo ha querido, a través de San Lucas, señalarnos las palabras a estos tres discípulos para que las apliquemos a la llamada que hemos recibido de Dios.
El hombre se define por la vocación recibida. Cada hombre es aquello para lo que Dios lo ha creado, y la vida humana no tiene otro sentido que ir conociendo y realizando libremente esa voluntad divina. «El hombre se realiza o se pierde, según que cumpla en su vida el designio concreto que sobre él tiene Dios». Todos hemos recibido una vocación, es decir, una llamada a conocer a Dios, a reconocerle como fuente de vida, una invitación a entrar en la intimidad divina, al trato personal, a la oración; una llamada a hacer de Cristo el centro de la propia existencia, a seguirle, a tomar decisiones teniendo siempre presente su querer; una llamada a conocer a los demás hombres como personas e hijos de Dios, y, por tanto, una llamada a superar de manera radical el egoísmo para vivir la fraternidad, para llevar a cabo un apostolado fecundo y hacer que conozcan a Dios; una llamada para entender que esto se ha de realizar en la propia vida, según las condiciones en las que Dios ha colocado a cada uno y según la misión que personalmente le corresponde desarrollar.
La fidelidad a la propia vocación lleva consigo responder a las llamadas que Dios hace a lo largo de la vida. Habitualmente se trata de una fidelidad en lo pequeño de cada jornada, de amar a Dios en el trabajo, en las alegrías y penas que conlleva toda existencia, de rechazar con firmeza aquello que de alguna manera significa mirar donde no podemos encontrar a Cristo. La fidelidad se apoya en una serie de virtudes esenciales, sin las cuales se haría difícil o imposible seguir al Maestro: la humildad para reconocer que ‑como aquella estatua colosal de la que nos habla el Libro de Daniel‑ tenemos los pies de barro; la prudencia y la sinceridad, que son consecuencias de la humildad; la caridad y la fraternidad, que impiden encerrarnos en nosotros mismos; el espíritu de mortificación, que lleva a la templanza, a la sobriedad, a la lucha contra la comodidad y el aburguesamiento, a no buscar compensaciones, que acabarían resultando amargas, pues alejan del Señor; el espíritu de oración, que nos lleva a tratar a Dios como a un Amigo, como al Amigo de toda la vida. «El que no deja de ir adelante -enseña Santa Teresa‑, aunque tarde, llega. No me parece es otra cosa perder el camino sino dejar la oración».
Le decimos al Señor que queremos ser fieles, que no deseamos otra cosa en la vida que seguirle de cerca en las horas buenas y en las malas. Él es el eje alrededor del cual gira nuestra vida, es el centro al que se dirigen todas nuestras acciones. Señor, sin Ti nuestra vida quedaría rota y descentrada.
Acudamos al terminar nuestra oración a la Virgen fidelísima, nuestra Madre Santa María.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Santos Protomártires de la santa Iglesia Romana

Acta del Martirio de los protomártires romanos
En el año 64, la cristiandad romana va a pasar literalmente por la prueba del fuego. Una clara noche de julio de dicho año, sentado en el trono imperial Nerón, un terrible incendio, propagado con inusitada violencia, destruyó durante seis días los principales barrios de la vieja Roma.
La descripción que del siniestro nos ha dejado Tácito en sus Anales, escritos unos cincuenta años después del suceso, pertenece a las páginas justamente más célebres de la literatura universal; celebridad enormemente acrecida por ser en esa página donde por primera vez una pluma pagana (y nada menos que la del historiador romano más importante) deja constancia del hecho más grande de la historia universal: el cristianismo y la muerte violenta de su fundador, Cristo:
El incendio de Roma y los mártires (Tácito, Ann., XV, 38-44)
“Siguióse un desastre, no se sabe si por obra del azar o por maquinación del emperador (pues una y otra versión tuvieron autoridad), pero sí más grave y espantoso de cuantos acontecieron a esta ciudad por violencia del fuego.
[…]
Añadióse a todo esto los gritos de las mujeres despavoridas, los ancianos y los niños; unos arrastraban a los enfermos, otros los aguardaban; gentes que se detenían, otras que se apresuraban, todo se tornaba impedimento. Y a menudo sucedía que, volviendo la vista atrás, se hallaban atacados por el fuego de lado o de frente; o que, al escapar a los barrios vecinos, alcanzados también estos por el siniestro, daban con la misma calamidad aun en parajes que creyeran alejados.
[…]
Por otra parte, nadie se atrevía a tajar el incendio, pues había fuertes grupos de hombres que, con repetidas amenazas, prohibían apagarlo, a lo que se añadían que otros, a cara descubierta, lanzaban tizones, y a gritos proclamaban estar autorizados para ello, fuera para llevar a cabo más libremente sus rapiñas, fuera que, efectivamente, se les hubiera dado semejante orden.
Nerón, que a la sazón tenía su residencia en Ancio, no volvió a la ciudad hasta que el fuego se fue acercando a su casa, por la que había unido el Palatino y los jardines de Mecenas.
[…]
Todo ello, si bien encaminado al favor popular, caía en el vacío, pues se había esparcido el rumor de que, en el momento mismo en que se abrasaba la ciudad, había él subido a la escena de su palacio y había recitado la ruina de Troya, buscando semejanza a las calamidades presentes en los desastres antiguos.
Por fin, a los seis días, se logró poner término al incendio al pie mismo del Esquilino, derribando en un vasto espacio los edificios, a fin de oponer a su continua violencia un campo raso y, por así decir, el vacío del cielo.
Aun no se había ido el miedo y vuelto la esperanza al pueblo, cuando de nuevo estalló el incendio, si bien en lugares más deshabitados de la ciudad, por lo que fueron menos las víctimas humanas, derruyéndose, en cambio, más ampliamente templos de dioses y galerías dedicadas a esparcimiento y recreo. Sobre este nuevo incendio corrieron aún peores voces, por haber estallado en los campos aurelianos de Tigelino y creerse que, por lo visto, Nerón buscaba la gloria de fundar una nueva ciudad y llamarla con su nombre.
[…]
Sea de ello lo que fuere, Nerón se aprovechó de la ruina de su ciudad y se construyó un palacio, en que no eran tanto de admirar las piedras preciosas y el oro, cosas gastadas de antiguo y hechas vulgares por el lujo, cuanto de campos y estanques, y, al modo de los desiertos, acá unos bosques, allá espacios descubiertos y panoramas.
[…]  
Tales fueron las medidas aconsejadas por la humana prudencia. Seguidamente se celebraron expiaciones a los dioses y se consultaron los libros sibilinos. Siguiendo sus indicaciones, se hicieron públicas rogativas a Vulcano, a Ceres y a Proserpina; se ofreció por las matronas un sacrificio de propiciación a Juno, primero en el Capitolio, luego junto al próximo mar, de donde se sacó agua para rociar el templo e imagen de la diosa.
Sin embargo, ni por industria humana, ni por larguezas del emperador, ni por sacrificios a los dioses, se lograba alejar la mala fama de que el incendio había sido mandado. Así pues, con el fin de extirpar el rumor, Nerón se inventó unos culpables, y ejecutó con refinadísimos tormentos a los que, aborrecidos por sus infamias, llamaba el vulgo cristianos. El autor de este nombre, Cristo, fue mandado ejecutar con el último suplicio por el procurador Poncio Pilatos durante el Imperio de Tiberio y, reprimida, por de pronto, la perniciosa superstición, irrumpió de nuevo no sólo por Judea, origen de este mal, sino por la urbe misma, a donde confluye y se celebra cuanto de atroz y vergonzoso hay por dondequiera.
Así pues, se empezó por detener a los que confesaban su fe; luego, por las indicaciones que éstos dieron, toda una ingente muchedumbre quedó convicta, no tanto del crimen del incendio, cuanto de odio al género humano. Su ejecución fue acompañada de escarnios, y así unos, cubiertos de pieles de animales, eran desgarrados por los dientes de los perros; otros, clavados en cruces, eran quemados al caer el día, a guisa de luminarias nocturnas.
Para este espectáculo, Nerón había cedido sus propios jardines y celebró unos juegos en el circo, mezclado en atuendo de auriga entre la plebe o guiando él mismo su coche. De ahí que, aun castigando a culpables y merecedores de los últimos suplicios, se les tenía lástima, pues se tenía la impresión de que no se los eliminaba por motivo de pública autoridad, sino por satisfacer la crueldad de uno solo.”
El incendio de Roma, según Suetonio  (Nero, XXXVIII)
“Mas ni a su pueblo ni a las murallas de su patria perdonó Nerón. En efecto, con achaque de serle molesta la deformidad de los viejos edificios y la estrechez y tortuosidad de las calles, prendió fuego a la ciudad tan al descubierto que varios consulares que sorprendieron a camareros suyos con estopa y teas en sus propias fincas, no se atrevieron ni a tocarlos, y algunos graneros, situados en el solar de la Casa de Oro, qué él codiciaba sobre toda ponderación, fueron derribados con máquinas de guerra y abrasados, por estar hechos con piedra de sillería. Durante seis días con sus noches duró en todo su furor el estrago, obligando a la muchedumbre a buscar cobijo en los públicos monumentos y sepulcros.
Entonces, aparte un número inmenso de casas particulares, se quemaron los palacios de los antiguos generales, adornados todavía con los trofeos e los enemigos; los templos de los dioses, que se remontaban a la época de los reyes, y otros consagrados en las guerras gálicas y púnicas, y, en fin, cuanto de precioso y memorable había sobrevivido al tiempo.
Nerón contempló el incendio desde la torre de Mecenas, y arrebatado “por la belleza”, como él decía, “de las llamas”, recitó, vestido de su famoso traje de teatro, la “Toma de Ilión”. Y para que no se le escapara tampoco esta ocasión de coger la mayor presa y botín posible, prometió retirar por su cuenta los escombros y cadáveres, con cuyo pretexto no permitió a nadie acercarse a los restos de sus bienes; y con las tributaciones, no ya sólo voluntarias, sino exigidas, dejó casi exhaustas a las provincias y a los particulares.”
(BAC, D. RUIZ BUENO, ACTAS DE LOS MÁRTIRES, 212-225)

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viernes, 28 de junio de 2019

San Pedro y San Pablo, Apóstoles

Inmaculado Corazón de María

El Inmaculado Corazón de la Virgen María
“Sus padres iban todos los años a Jerusalén a la fiesta de la Pascua.  Cuando tuvo doce años, subieron ellos como de costumbre a la fiesta y, al volverse, pasados los días, el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin saberlo sus padres.  Pero creyendo que estaría en la caravana, hicieron un día de camino, y le buscaban entre los parientes y conocidos; pero al no encontrarle, se volvieron a Jerusalén en su busca. Y sucedió que, al cabo de tres días, le encontraron en el Templo sentado en medio de los maestros, escuchándoles y preguntándoles; todos los que le oían, estaban estupefactos por su inteligencia y sus respuestas. Cuando le vieron, quedaron sorprendidos, y su madre le dijo: «Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando.» El les dijo: «Y ¿por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?» Pero ellos no comprendieron la respuesta que les dio. Bajó con ellos y vino a Nazaret, y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón” (Lucas  2,41-51).   
I. En mí está toda gracia del camino y de verdad, en mí toda esperanza de vida y de fuerza, leemos en la Antífona de entrada de la Misa.
Como considerábamos en la fiesta de ayer, el corazón expresa y es símbolo de la intimidad de la persona. La primera vez que se menciona en el Evangelio el Corazón de María es para expresar toda la riqueza de esa vida interior de la Virgen: María -escribe San Lucas- guardaba todas estas cosas, ponderándolas en su corazón.
El Prefacio de la Misa proclama que el Corazón de María es sabio, porque entendió como ninguna otra criatura el sentido de las Escrituras, y conservó el recuerdo de las palabras y de las cosas relacionadas con el misterio de la salvación; inmaculado, es decir, inmune de toda mancha de pecado; dócil, porque se sometió fidelísimamente al querer de Dios en todos sus deseos; nuevo, según la antigua profecía de Ezequiel -os daré un corazón nuevo y un espíritu nuevo-, revestido de la novedad de la gracia merecida por Cristo; humilde, imitando el de Cristo, que dijo: Aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón; sencillo, libre de toda duplicidad y lleno del Espíritu de verdad; limpio, capaz de ver a Dios según la Bienaventuranza del Señor; firme en la aceptación de la voluntad de Dios, cuando Simeón le anunció que una espada de dolor atravesaría su corazón, cuando se desató la persecución contra su Hijo o llegó el momento de su Muerte; dispuesto, ya que, mientras Cristo dormía en el sepulcro, a imitación de la esposa del Cantar de los Cantares, estuvo en vela esperando la resurrección de Cristo.
El Corazón Inmaculado de María es llamado, sobre todo, santuario del Espíritu Santo, en razón de su Maternidad divina y por la inhabitación continua y plena del Espíritu divino en su alma. Esta maternidad excelsa, que coloca a María por encima de todas las criaturas, se realizó en su Corazón Inmaculado antes que en sus purísimas entrañas. Al Verbo que dio a luz según la carne lo concibió primeramente según la fe en su corazón, afirman los Santos Padres. Por su Corazón Inmaculado, lleno de fe, de amor, humilde y entregado a la voluntad de Dios, María mereció llevar en su seno virginal al Hijo de Dios.
Ella nos protege siempre, como la madre al hijo pequeño que está rodeado de peligros y dificultades por todas partes, y nos hace crecer continuamente. ¿Cómo no vamos a acudir diariamente a Ella? «"Sancta Maria, Stella maris" -Santa María, Estrella del mar, ¡condúcenos Tú! »-Clama así con reciedumbre, porque no hay tempestad que pueda hacer naufragar el Corazón Dulcísimo de la Virgen. Cuando veas venir la tempestad, si te metes en ese Refugio firme, que es María, no hay peligro de zozobra o de hundimiento». En él encontramos un puerto seguro donde es imposible naufragar.
II. María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón.
El Corazón de María conservaba como un tesoro el anuncio del Angel sobre su Maternidad divina; guardó para siempre todas las cosas que tuvieron lugar en la noche de Belén y lo que refirieron los pastores ante el pesebre, y la presencia, días o meses más tarde, de los Magos con sus dones, y la profecía del anciano Simeón, y las zozobras de su viaje a Egipto... Más tarde, le impresionó profundamente la pérdida de su Hijo en Jerusalén, a la edad de doce años, y las palabras que Éste les dijo a Ella y a José cuando por fin, angustiados, le encontraron. Luego descendió con ellos a Nazaret y les estaba sometido. Pero María conservaba todas estas cosas en su corazón. Jamás olvidó María, en los años que vivió aquí en la tierra, los acontecimientos que rodearon la muerte de su Hijo en la Cruz y las palabras que allí oyó a Jesús: Mujer, he ahí a tu hijo. Y al señalar a Juan, Ella nos vio a todos nosotros y a todos los hombres. Desde aquel momento nos amó en su Corazón con amor de madre, con el mismo con que amó a Jesús. En nosotros reconoció a su Hijo, según lo que Éste mismo había dicho: Cuanto hicisteis a uno de éstos mis hermanos más pequeños, a Mí me lo hicisteis.
Pero Nuestra Señora ejerció su maternidad antes de que se consumase la redención en el Calvario, pues Ella es madre nuestra desde el momento en que prestó, mediante su fiat, su colaboración a la salvación de todos los hombres. En el relato de las bodas de Caná, San Juan nos revela un rasgo verdaderamente maternal del Corazón de María: su atenta solicitud por los demás. Un corazón maternal es siempre un corazón atento, vigilante: nada de cuanto atañe al hijo pasa inadvertido a la madre. En Caná, el Corazón maternal de María despliega su vigilante cuidado en favor de unos parientes o amigos, para remediar una situación embarazosa, pero sin consecuencias graves. Ha querido mostrarnos el Evangelista, por inspiración divina, que a Ella nada humano le es extraño ni nadie queda excluido de su celosa ternura. Nuestros pequeños fallos y errores, lo mismo que las culpas grandes, son objeto de sus desvelos. Le interesan los olvidos y preocupaciones, y las angustias grandes que a veces pueden anegar el alma. No tienen vino, dice a su Hijo. Todos están distraídos, nadie se da cuenta. Y aunque parece que no ha llegado aún la hora de los milagros, Ella sabe adelantarla.
María conoce bien el Corazón de su Hijo y sabe cómo llegar hasta Él; ahora, en el Cielo, su actitud no ha variado. Por su intercesión nuestras súplicas llegan «antes, más y mejor» a la presencia del Señor. Por eso, hoy podemos dirigirle la antigua oración de la Iglesia: Recordare, Virgo Mater Dei, dum steteris in conspectu Domini, ut loquaris pro nobis bona, Virgen Madre de Dios, Tú que estás continuamente en su presencia, habla a tu Hijo cosas buenas de nosotros. ¡Bien que lo necesitamos!
Al meditar sobre esta advocación de Nuestra Señora, no se trata quizá de que nos propongamos una devoción más, sino de aprender a tratarla con más confianza, con la sencillez de los niños pequeños que acuden a sus madres en todo momento: no sólo se dirigen a ella cuando están en gravísimas necesidades, sino también en los pequeños apuros que les salen al paso. Las madres les ayudan con alegría a resolver los problemas más menudos. Ellas -las madres- lo han aprendido de nuestra Madre del Cielo.
III. Al considerar el esplendor y la santidad del Corazón Inmaculado de María, podemos examinar hoy nuestra propia intimidad: si estamos abiertos y somos dóciles a las gracias y a las inspiraciones del Espíritu Santo, si guardamos celosamente el corazón de todo aquello que le pueda separar de Dios, si arrancamos de raíz los pequeños rencores, las envidias... que tienden a anidar en él. Sabemos que de su riqueza o pobreza hablarán las palabras y las obras, pues el hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca cosas buenas.
De nuestra Señora salen a torrentes las gracias de perdón, de misericordia, de ayuda en la necesidad... Por eso, le pedimos hoy que nos dé un corazón puro, humano, comprensivo con los defectos de quienes están junto a nosotros, amable con todos, capaz de hacerse cargo del dolor en cualquier circunstancia en que lo encontremos, dispuesto siempre a ayudar a quien lo necesite. «¡Mater Pulchrae dilectionis, Madre del Amor Hermoso, ruega por nosotros! Enséñanos a amar a Dios y a nuestros hermanos como tú los has amado: haz que nuestro amor hacia los demás sea siempre paciente, benigno, respetuoso (...), haz que nuestra alegría sea siempre auténtica y plena, para poder comunicarla a todos», y especialmente a quienes el Señor ha querido que estemos unidos con vínculos más fuertes.
Recordamos hoy cómo, cuando las necesidades han apremiado, la Iglesia y sus hijos han acudido al Corazón Dulcísimo de María para consagrar el mundo, las naciones o las familias. Siempre hemos tenido la intuición de que sólo en su Dulce Corazón estamos seguros. Hoy le hacemos entrega, una vez más, de lo que somos y tenemos. Dejamos en su regazo los días buenos y los que parecen malos, las enfermedades, las flaquezas, el trabajo, el cansancio y el reposo, los ideales nobles que el Señor ha puesto en nuestra alma; ponemos especialmente en sus manos nuestro caminar hacia Cristo para que Ella lo preserve de todos los peligros y lo guarde con ternura y fortaleza, como hacen las madres. Cor Mariae dulcissimum, iter para tutum, Corazón dulcísimo de María, prepárame..., prepárales un camino seguro.
Terminamos nuestra oración pidiendo al Señor, con la liturgia de la Misa: Señor, Dios nuestro, que hiciste del Inmaculado Corazón de María una mansión para tu Hijo y un santuario del Espíritu Santo, danos un corazón limpio y dócil, para que, sumisos siempre a tus mandatos, te amemos sobre todas las cosas y ayudemos a los hermanos en sus necesidades.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
San Pedro y San Pablo, apóstoles

San Pedro y san Pablo
En aquel tiempo, llegó Jesús a la región de Cesarea de Felipe y preguntaba a sus discípulos: -¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre? Ellos contestaron: -Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas. Él les preguntó: -Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Simón Pedro tomó la palabra y dijo: -Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Jesús le respondió: -¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Ahora te digo yo: -Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del Reino de los Cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo” (Mateo 16,13-19).
I. Simón Pedro, como la mayor parte de los primeros seguidores de Jesús, era de Betsaida, ciudad de Galilea, en la ribera del lago de Genesaret. Era pescador, como el resto de su familia. Conoció a Jesús a través de su hermano Andrés, quien poco tiempo antes, quizá el mismo día, había estado con Juan toda una tarde en su compañía. Andrés no guardó para sí el inmenso tesoro que había encontrado, «sino que lleno de alegría corrió a contar a su hermano el bien que había recibido».
Llegó Pedro ante el Maestro. Intuitus eum Iesus..., mirándolo Jesús... El Maestro clavó su mirada en el recién llegado y penetró hasta lo más hondo de su corazón. ¡Cuánto nos hubiera gustado contemplar esa mirada de Cristo, que es capaz de cambiar la vida de una persona! Jesús miró a Pedro de un modo imperioso y entrañable. Más allá de este pescador galileo, Jesús veía toda su Iglesia hasta el fin de los tiempos. El Señor muestra conocerle desde siempre: ¡Tú eres Simón, el hijo de Juan! Y también conoce su porvenir: Tú te llamarás Cefas, que quiere decir Piedra. En estas pocas palabras estaban definidos la vocación y el destino de Pedro, su quehacer en el mundo.
Desde los comienzos, «la situación de Pedro en la Iglesia es la de roca sobre la que está construido un edificio». La Iglesia entera, y nuestra propia fidelidad a la gracia, tiene como piedra angular, como fundamento firme, el amor, la obediencia y la unión con el Romano Pontífice; «en Pedro se robustece la fortaleza de todos», enseña San León Magno. Mirando a Pedro y a la Iglesia en su peregrinar terreno, se le pueden aplicar las palabras del mismo Jesús: cayeron las lluvias y los ríos salieron de madre, y soplaron los vientos y dieron con ímpetu sobre aquella casa, pero no fue destruida porque estaba edificada sobre roca, la roca que, con sus debilidades y defectos, eligió un día el Señor: un pobre pescador de Galilea, y quienes después habían de sucederle.
El encuentro de Pedro con Jesús debió de impresionar hondamente a los testigos presentes, familiarizados con las escenas del Antiguo Testamento. Dios mismo había cambiado el nombre del primer Patriarca: Te llamarás Abrahán, es decir, Padre de una muchedumbre. También cambió el nombre de Jacob por el de Israel, es decir, Fuerte ante Dios. Ahora, el cambio de nombre de Simón no deja de estar revestido de cierta solemnidad, en medio de la sencillez del encuentro. «Yo tengo otros designios sobre ti», viene a decirle Jesús.
Cambiar el nombre equivalía a tomar posesión de una persona, a la vez que le era señalada su misión divina en el mundo. Cefas no era nombre propio, pero el Señor lo impone a Pedro para indicarla función de Vicario suyo, que le será revelada más adelante con plenitud. Nosotros podemos examinar hoy en la oración cómo es nuestro amor con obras al que hace las veces de Cristo en la tierra: si pedimos cada día por él, si difundimos sus enseñanzas, si nos hacemos eco de sus intenciones, si salimos con prontitud en su defensa cuando es atacado o menospreciado. ¡Qué alegría damos a Dios cuando nos ve que amamos, con obras, a su Vicario aquí en la tierra!
II. Este primer encuentro con el Maestro no fue la llamada definitiva. Pero desde aquel instante, Pedro se sintió prendido por la mirada de Jesús y por su Persona toda. No abandona su oficio de pescador, escucha las enseñanzas de Jesús, le acompaña en ocasiones diversas y presencia muchos de sus milagros. Es del todo probable que asistiera al primer milagro de Jesús en Caná, donde conoció a María, la Madre de Jesús, y después bajó con Él a Cafarnaún. Un día, a orillas del lago, después de una pesca excepcional y milagrosa, Jesús le invitó a seguirle definitivamente. Pedro obedeció inmediatamente -su corazón ha sido preparado poco a poco por la gracia- y, dejándolo todo -relictis omnibus-, siguió a Cristo, como el discípulo que está dispuesto a compartir en todo la suerte del Maestro.
Un día, en Cesarea de Filipo, mientras caminaban, Jesús preguntó a los suyos: Vosotros, ¿quién decís que soy Yo? Respondió Simón Pedro y dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo. A continuación, Cristo le promete solemnemente el primado sobre toda la Iglesia. ¡Cómo recordaría entonces Pedro las palabras de Jesús unos años antes, el día en que le llevó hasta Él su hermano Andrés: Tú te llamarás Cefas ...! Pedro no cambió tan rápidamente como había cambiado de nombre. No manifestó de la noche a la mañana la firmeza que indicaba su nuevo apelativo. Junto a una fe firme como la piedra, vemos en Pedro un carácter a veces vacilante. Incluso en una ocasión Jesús reprocha al que va a ser el cimiento de su Iglesia que es para él motivo de escándalo. Dios cuenta con el tiempo en la formación de cada uno de sus instrumentos y con la buena voluntad de éstos. Nosotros, si tenemos la buena voluntad de Pedro, si somos dóciles a la gracia, nos iremos convirtiendo en los instrumentos idóneos para servir al Maestro y llevar a cabo la misión que nos ha encomendado. Hasta los acontecimientos que parecen más adversos, nuestros mismos errores y vacilaciones, si recomenzamos una y otra vez, si acudimos a Jesús, si abrimos el corazón en la dirección espiritual, todo nos ayudará a estar más cerca de Jesús, que no se cansa de suavizar nuestra tosquedad. Y quizá, en momentos difíciles, oiremos como Pedro: hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?. Y veremos junto a nosotros a Jesús, que nos tiende la mano.
III. El Maestro tuvo con Pedro particulares manifestaciones de aprecio; no obstante, más tarde, cuando Jesús más le necesitaba en momentos particularmente dramáticos, Pedro renegó de Él, que estaba solo y abandonado. Después de la Resurrección, cuando Pedro y otros discípulos han vuelto a su antiguo oficio de pescadores, Jesús va especialmente en busca de él, y se manifiesta a través de una segunda pesca milagrosa, que recordaría en el alma de Simón aquella otra en la que el Maestro le invitó definitivamente a seguirle y le prometió que sería pescador de hombres. Jesús les espera ahora en la orilla y usa los medios materiales -las brasas, el pez...- que resaltan el realismo de su presencia y continúan dando el tono familiar acostumbrado en la convivencia con sus discípulos. Después de haber comido, Jesús dijo a Simón Pedro: Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?...
Después, el Señor anunció a Simón: En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven te ceñías tú mismo e ibas a donde querías; pero cuando envejezcas extenderás tus manos y otro te ceñirá y llevará a donde no quieras. Cuando escribe San Juan su Evangelio esta profecía ya se había cumplido; por eso añade el Evangelista: Esto lo dijo indicando con qué muerte había de glorificar a Dios. Después, Jesús recordó a Pedro aquellas palabras memorables que un día, años atrás, en la ribera de aquel mismo lago, cambiaron para siempre la vida de Simón: Sígueme.
Una piadosa tradición cuenta que, durante la cruenta persecución de Nerón, Pedro salía, a instancias de la misma comunidad cristiana, para buscar un lugar más seguro. Junto a las puertas de la ciudad se encontró a Jesús cargado con la Cruz, y habiéndole preguntado Pedro: «¿A dónde vas, Señor?» (Quo vadis, Domine?), le contestó el Maestro: «A Roma, a dejarme crucificar de nuevo». Pedro entendió la lección y volvió a la ciudad, donde le esperaba su cruz. Esta leyenda parece ser un eco último de aquella protesta de Pedro contra la cruz la primera vez que Jesús le anunció su Pasión. Pedro murió poco tiempo después. Un historiador antiguo refiere que pidió ser crucificado con la cabeza abajo por creerse indigno de morir, como su Maestro, con la cabeza en alto. Este martirio es recordado por San Clemente, sucesor de Pedro en el gobierno de la Iglesia romana. Al menos desde el siglo III, la Iglesia conmemora en este día, 29 de junio, el martirio de Pedro y de Pablo, el dies natalis, el día en que de nuevo vieron la Faz de su Señor y Maestro.
Pedro, a pesar de sus debilidades, fue fiel a Cristo, hasta dar la vida por Él. Esto es lo que le pedimos nosotros al terminar esta meditación: fidelidad, a pesar de las contrariedades y de todo lo que nos sea adverso por el hecho de ser cristianos. Le pedimos la fortaleza en la fe, fortes in fide, como el mismo Pedro pedía a los primeros cristianos de su generación. «¿Qué podríamos nosotros pedir a Pedro para provecho nuestro, qué podríamos ofrecer en su honor sino esta fe, de donde toma sus orígenes nuestra salud espiritual y nuestra promesa, por él exigida, de ser fuertes en la fe?».
Esta fortaleza es la que pedimos también a Nuestra Madre Santa María para mantener nuestra fe sin ambigüedades, con serena firmeza, cualquiera que sea el ambiente en que hayamos de vivir.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.

Sagrado Corazón de Jesús, ciclo C


Sagrado Corazón de Jesús; ciclo C

El amor de Jesús
«Jesús les dijo esta parábola: “Si uno de vosotros tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el campo y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y, al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos para decirles: "¡Felicitadme!, he encontrado la oveja que se me había perdido". Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse» (Lucas 15,3-7)
I. Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene. Dios es amor, y el que permanece en el amor, permanece en Dios y Dios en él, se lee en una lectura de la Misa.
La plenitud de la misericordia divina hacia los hombres se expresa en el envío de la Persona de su Hijo Unigénito. No sólo hemos conocido que Dios nos ama por ser ésta la continua enseñanza de Jesús, sino que su presencia entre nosotros es la prueba máxima de este amor: Él mismo es la plena revelación de Dios y de su amor a los hombres. Enseña San Agustín que la fuente de todas las gracias es el amor que Dios nos tiene y que nos ha revelado no sólo con palabras, sino también con obras. El hecho supremo de este amor tuvo lugar cuando su Hijo Unigénito asumió carne mortal y se hizo hombre como nosotros, excepto en el pecado.
Hoy hemos de pedir nuevas luces para, de un modo más hondo, entender el amor de Dios a todos los hombres, a cada uno. Debemos suplicar al Espíritu Santo que, con su gracia y nuestra correspondencia, cada día podamos decir personalmente y con más hondura: he conocido el amor que Dios me tiene. A esa sabiduría -la que verdaderamente importa- llegaremos, con la ayuda de la gracia, meditando muchas veces la Humanidad Santísima de Jesús: su vida, sus hechos, lo que padeció por redimirnos de la esclavitud en la que nos encontrábamos y elevarnos a una amistad con Él, que durará por toda la eternidad. El Corazón de Jesús, un corazón con sentimientos humanos, fue el instrumento unido a la Divinidad para expresarnos su amor indecible; el Corazón de Jesús es el corazón de una Persona divina, es decir, del Verbo Encarnado, y, «por consiguiente, representa y pone ante los ojos todo el amor que Él nos ha tenido y nos tiene ahora. Y aquí está la razón de por qué el culto al Sagrado Corazón se considera, en la práctica, como la más completa profesión de la fe cristiana. Verdaderamente, la religión de Jesucristo se funda toda en el Hombre Dios Mediador; de manera que no se puede llegar al Corazón de Dios sino pasando por el Corazón de Cristo, conforme a lo que Él mismo afirmó: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie viene al Padre sino por Mí (Jn 14, 6)».
No hubo un solo acto del alma de Cristo o de su voluntad que no estuviera dirigido a nuestra redención, a conseguirnos todas las ayudas para que no nos separemos jamás de Él, o para volver si nos hubiéramos extraviado. No hubo una parte de su cuerpo que no padeciera por nuestro amor. Toda clase de penas, injurias y oprobios las aceptó gustoso por nuestra salvación. No quedó una sola gota de su Sangre preciosísima que no fuese derramada por nosotros.
Dios me ama. Ésta es la verdad más consoladora de todas y la que debe tener más resonancias prácticas en mi vida. ¿Quién podrá comprender el hondo abismo de la bondad de Jesús manifestada en la llamada que hemos recibido a compartir con Él su misma Vida, su amistad...? Una Vida y una amistad que ni la muerte logrará romper; por el contrario, la volverá más fuerte y más segura.
«Dios me ama... y el Apóstol Juan escribe: "amemos, pues, a Dios, ya que Dios nos amó primero". -Por si fuera poco, Jesús se dirige a cada uno de nosotros, a pesar de nuestras innegables miserias, para preguntarnos como a Pedro: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?"...
»-Es la hora de responder: "¡Señor, Tú lo sabes todo, Tú sabes que te amo!", añadiendo con humildad: ¡ayúdame a amarte más, auméntame el amor!».
II. En la Misa de esta Solemnidad rezamos: Oh, Dios, que en el Corazón de tu Hijo, herido por nuestros pecados, has depositado infinitos tesoros de caridad; te pedimos que, al rendirle el homenaje de nuestro amor, le ofrezcamos una amplia reparación.
De este rato de oración hemos de sacar la alegría inmensa de considerar, una vez más, el amor vivo y actual, de Jesús, por cada uno. ¡Un Dios con corazón de carne, como el nuestro! Jesús de Nazaret sigue pasando por nuestras calles y plazas haciendo el bien como cuando estaba en carne mortal entre los hombres: ayudando, curando, consolando, perdonando, otorgando la vida eterna a través de sus sacramentos... Son los infinitos tesoros de su Corazón, que sigue derramando a manos llenas. San Pablo enseña que, al subir a lo alto, llevó cautiva a la cautividad, y derramó sus dones sobre los hombres. Cada día son inconmensurables las gracias, las inspiraciones, las ayudas, espirituales y materiales, que recibimos del Corazón amante de Jesús. Sin embargo, Él «no se impone dominando: mendiga un poco de amor, mostrándonos, en silencio, sus manos llagadas». ¡Con cuánta frecuencia se lo hemos negado! ¡Cuántas veces ha esperado más amor, más fervor, en esa Visita al Santísimo, en aquella Comunión...! Mucho debemos reparar y desagraviar al Corazón Sacratísimo de Jesús. Por nuestra vida pasada, por tanto tiempo perdido, por tanta tosquedad en el trato con Él, por tanto desamor... «Te pido -le decimos con palabras que dejó escritas San Bernardo- que acojas la ofrenda del resto de mis años. No desprecies, Dios mío, este corazón contrito y humillado, por todos los años que malgasté de mala manera». Dame, Señor, el don de la contrición por tanta torpeza actual en mi trato y amor hacia Ti, aumenta la aversión a todo pecado venial deliberado, enséñame a ofrecerte como expiación las contrariedades físicas y morales de cada día, el cansancio en el trabajo, el esfuerzo para dejar las labores terminadas, como Tú quieres.
Ante tantos que parecen huir de la gracia, no podemos quedar indiferentes. «No pidas a Jesús perdón tan sólo de tus culpas: no le ames con tu corazón solamente...
»Desagráviale por todas las ofensas que le han hecho, le hacen y le harán..., ámale con toda la fuerza de todos los corazones de todos los hombres que más le hayan querido.
»Sé audaz: dile que estás más loco por Él que María Magdalena, más que Teresa y Teresita..., más chiflado que Agustín y Domingo y Francisco, más que Ignacio y Javier».
III. Aquellos dos discípulos a quienes acompaña Jesús camino de Emaús le reconocen por final partir el pan, después de unas horas de viaje. Y se dijeron uno a otro: ¿No es verdad que ardía nuestro corazón dentro de nosotros mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?. Sus corazones, que poco antes estaban apagados, desalentados y tristes, ahora están llenos de fervor y de alegría. Esto hubiera sido motivo suficiente para reconocer que Cristo los acompañaba, pues éste es el efecto que Jesús produce en aquellos que están cercanos a su Corazón amabilísimo. Ocurrió entonces y tiene lugar cada día.
En esta «arca preciosísima» del Corazón de Jesús se encuentra la plenitud de toda caridad. Ésta, don por excelencia «del Corazón de Cristo y de su Espíritu, es la que dio a los Apóstoles y a los mártires la fortaleza para predicar la verdad evangélica y testimoniarla hasta derramar por ella su sangre». De ahí sacamos nosotros la firmeza necesaria para dar a conocer a Cristo. Es en el trato con Jesús donde se enciende el verdadero celo apostólico, el que es capaz de perdurar por encima de los aparentes fracasos, de los obstáculos de un ambiente que en ocasiones parece que huye de Jesús.
El amigo hace llegar al amigo lo mejor que tiene. Nosotros nada poseemos que se pueda comparar al hecho de haber conocido a Jesús. Por eso, a nuestros parientes, a los amigos, a los compañeros de profesión hemos de darles a conocer a Cristo.
En el Corazón de Jesús hemos de encender nuestro celo apostólico por las almas. En Él encontramos un horno ardiente de caridad por las almas, como rezamos en las Letanías del Sagrado Corazón. «El horno arde -comentaba el Papa Juan Pablo II-. Al arder, quema todo lo material, sea leña u otra sustancia fácilmente combustible.
»El Corazón de Jesús, el Corazón humano de Jesús, quema con el amor que lo colma. Y éste es el amor al Eterno Padre y el amor a los hombres: a las hijas y los hijos adoptivos.
»El horno, quemando, poco a poco se apaga. El Corazón de Jesús, en cambio, es horno inextinguible. En esto se parece a la zarza ardiente del libro del Éxodo, en la que Dios se reveló a Moisés. La zarza que ardía con el fuego, pero... no se consumía (Ex 3, 2).
»Efectivamente, el amor que arde en el Corazón de Jesús es sobre todo el Espíritu Santo, en el que Dios Hijo se une eternamente al Padre. El Corazón de Jesús, el Corazón humano de Dios Hombre, está abrasado por la llama viva del Amor trinitario, que jamás se extingue.
»Corazón de Jesús, horno ardiente de caridad. El horno, mientras arde, ilumina las tinieblas de la noche y calienta los cuerpos de los viandantes ateridos.
»Hoy queremos rogar a la Madre del Verbo Eterno, para que en el horizonte de la vida de cada una y de cada uno de nosotros no cese nunca de arder el Corazón de Jesús, horno ardiente de caridad. Para que Él nos revele el Amor que no se extingue ni se deteriora jamás, el Amor que es eterno. Para que ilumine las tinieblas de la noche terrena y caliente los corazones.
»Dándole las gracias por el único amor capaz de transformar el mundo y la vida humana, nos dirigimos con la Virgen Inmaculada, en el momento de la Anunciación, al Corazón Divino que no cesa de ser horno ardiente de caridad. Ardiente: como la zarza que Moisés vio al pie del monte Horeb».
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
San Ireneo, obispo y mártir

Benedicto XVI presenta a San Ireneo de Lyon
miércoles, 28 marzo 2007
Queridos hermanos y hermanas:
En las catequesis sobre las grandes figuras de la Iglesia de los primeros siglos llegamos hoy a la personalidad eminente de san Ireneo de Lyon. Sus noticias biográficas nos vienen de su mismo testimonio, que nos ha llegado hasta nosotros gracias a Eusebio en el quinto libro de la «Historia eclesiástica».
Ireneo nació con toda probabilidad en Esmirna (hoy Izmir, en Turquía) entre los años 135 y 140, donde en su juventud fue alumno del obispo Policarpo, quien a su vez era discípulo del apóstol Juan. No sabemos cuándo se transfirió de Asia Menor a Galia, pero la mudanza debió coincidir con los primeros desarrollos de la comunidad cristiana de Lyon: allí, en el año 177, encontramos a Ireneo en el colegio de los presbíteros. Precisamente en ese año fue enviado a Roma para llevar una carta de la comunidad de Lyon al Papa Eleuterio. La misión romana evitó a Ireneo la persecución de Marco Aurelio, en la que cayeron al menos 48 mártires, entre los que se encontraba el mismo obispo de Lyon, Potino, de noventa años, fallecido a causa de los malos tratos en la cárcel. De este modo, a su regreso, Ireneo fue elegido obispo de la ciudad. El nuevo pastor se dedicó totalmente al ministerio episcopal, que se concluyó hacia el año 202- 203, quizá con el martirio.
Ireneo es ante todo un hombre de fe y un pastor. Del buen pastor tiene la prudencia, la riqueza de doctrina, el ardor misionero. Como escritor, busca un doble objetivo: defender la verdadera doctrina de los asaltos de los herejes, y exponer con claridad la verdad de la fe. A estos dos objetivos responden exactamente las dos obras que nos quedan de él: los cinco libros «Contra las herejías» y «La exposición de la predicación
apostólica», que puede ser considerada también como el «catecismo de la doctrina cristiana» más antiguo. En definitiva, Ireneo es el campeón de la lucha contra las herejías.
La Iglesia del siglo II estaba amenazada por la «gnosis», una doctrina que afirmaba que la fe enseñada por la Iglesia no era más que un simbolismo para los sencillos, pues no son capaces de comprender cosas difíciles; por el contrario, los iniciados, los intelectuales --se llamaban «gnósticos»-- podrían comprender lo que se escondía detrás de estos símbolos y de este modo formarían un cristianismo de élite, intelectualista.
Obviamente este cristianismo intelectualista se fragmentaba cada vez más en diferentes corrientes con pensamientos con frecuencia extraños y extravagantes, pero atrayentes para muchas personas. Un elemento común de estas diferentes corrientes era el dualismo, es decir, se negaba la fe en el único Dios Padre de todos, creador y salvador del hombre y del mundo. Para explicar el mal en el mundo, afirmaban la existencia junto al Dios bueno de un principio negativo. Este principio negativo habría producido las cosas materiales, la materia.
Arraigándose firmemente en la doctrina bíblica de la creación, Ireneo refuta el dualismo y el pesimismo gnóstico que devalúan las realidades corporales. Reivindica con decisión la originaria santidad de la materia, del cuerpo, de la carne, al igual que del espíritu. Pero su obra va mucho más allá de la confutación de la herejía: se puede decir, de hecho, que se presenta como el primer gran teólogo de la Iglesia, que creó la teología sistemática; él mismo habla del sistema de la teología, es decir, de la coherencia interna de toda la fe. En el centro de su doctrina está la cuestión de la «regla de la fe» y de su transmisión. Para Ireneo la «regla de la fe» coincide en la práctica con el «Credo» de los apóstoles, y nos da la clave para interpretar el Evangelio, para interpretar el Credo a la luz del Evangelio. El símbolo apostólico, que es una especie de síntesis del Evangelio, nos ayuda a comprender lo que quiere decir, la manera en que tenemos que leer el mismo Evangelio.
De hecho, el Evangelio predicado por Ireneo es el que recibió de Policarpo, obispo de Esmirna, y el Evangelio de Policarpo se remonta al apóstol Juan, de quien Policarpo era discípulo. De este modo, la verdadera enseñanza no es la inventada por los intelectuales, superando la fe sencilla de la Iglesia. El verdadero Evangelio es el impartido por los obispos que lo han recibido gracias a una cadena interrumpida que procede de los apóstoles. Éstos no han enseñado otra cosa que esta fe sencilla, que es también la verdadera profundidad de la revelación de Dios. De este modo, nos dice Ireneo, no hay una doctrina secreta detrás del Credo común de la Iglesia. No hay un cristianismo superior para intelectuales. La fe confesada públicamente por la Iglesia es la fe común de todos. Sólo es apostólica esta fe, procede de los apóstoles, es decir, de Jesús y de Dios.
Al adherir a esta fe transmitida públicamente por los apóstoles a sus sucesores, los cristianos tienen que observar lo que dicen los obispos, tienen que considerar específicamente la enseñanza de la Iglesia de Roma, preeminente y antiquísima. Esta Iglesia, a causa de su antigüedad, tiene la mayor apostolicidad: de hecho, tiene su origen en las columnas del colegio apostólico, Pedro y Pablo. Con la Iglesia de Roma tienen que estar en armonía todas las Iglesias, reconociendo en ella la medida de la verdadera tradición apostólica, de la única fe común de la Iglesia. Con estos argumentos, resumidos aquí de manera sumamente breve, Ireneo confuta en sus fundamentos las pretensiones de estos gnósticos, de estos intelectuales: ante todo, no poseen una verdad que sería superior a la de la fe común, pues lo que dicen no es de origen apostólico, se
lo han inventado ellos; en segundo lugar, la verdad y la salvación no son privilegio y monopolio de pocos, sino que todos las pueden alcanzar a través de la predicación de los sucesores de los apóstoles, y sobre todo del obispo de Roma. En particular, al polemizar con el carácter «secreto» de la tradición gnóstica, y al constatar sus múltiples conclusiones contradictorias entre sí, Ireneo se preocupa por ilustrar el concepto
genuino de Tradición apostólica, que podemos resumir en tres puntos.
a) La Tradición apostólica es «pública», no privada o secreta. Para Ireneo no hay duda alguna de que el contenido de la fe transmitida por la Iglesia es el recibido de los apóstoles y de Jesús, el Hijo de Dios. No hay otra enseñanza. Por tanto, a quien quiere conocer la verdadera doctrina le basta conocer «la Tradición que procede de los apóstoles y la fe anunciada a los hombres»: tradición y fe que «nos han llegado a través de la sucesión de los obispos» («Contra las herejías» 3, 3 , 3-4). De este modo, coinciden sucesión de los obispos, principio personal, Tradición apostólica y principio doctrinal.
b) La Tradición apostólica es «única». Mientras el gnosticismo se divide en numerosas sectas, la Tradición de la Iglesia es única en sus contenidos fundamentales que, como hemos visto, Ireneo llama «regula fidei» o «veritatis»: y dado que es única, crea unidad a través de los pueblos, a través de las diferentes culturas, a través de pueblos diferentes; es un contenido común como la verdad, a pesar de las diferentes lenguas y culturas. Hay una expresión preciosa de san Ireneo en el libro «Contra las herejías»: «La Iglesia que recibe esta predicación y esta fe [de los apóstoles], a pesar de estar diseminada en el mundo entero, la guarda con cuidado, como si habitase en una casa única; cree igualmente a todo esto, como quien tiene una sola alma y un mismo corazón; y predica todo esto con una sola voz, y así lo enseña y trasmite como si tuviese una sola boca. Pues si bien las lenguas en el mundo son diversas, única y siempre la misma es la fuerza de la tradición. Las iglesias que están en las Germanias no creen diversamente, ni trasmiten otra cosa las iglesias de las Hiberias, ni las que existen entre los celtas, ni las de Oriente, ni las de Egipto ni las de Libia, ni las que están en el centro del mundo» (1, 10, 1-2). Ya en ese momento, nos encontramos en el año 200, se puede ver la universalidad de la Iglesia, su catolicidad y la fuerza unificadora de la verdad, que une estas realidades tan diferentes, de Alemania a España, de Italia a Egipto y Libia, en la común verdad que nos reveló Cristo.
c) Por último, la Tradición apostólica es como él dice en griego, la lengua en la que escribió su libro, «pneumática», es decir, espiritual, guiada por el Espíritu Santo: en griego, se dice «pneuma». No se trata de una transmisión confiada a la capacidad de los hombres más o menos instruidos, sino al Espíritu de Dios, que garantiza la fidelidad de la transmisión de la fe. Esta es la «vida» de la Iglesia, que la hace siempre joven, es decir, fecunda de muchos carismas. Iglesia y Espíritu para Ireneo son inseparables: «Esta fe», leemos en el tercer libro de «Contra las herejías», «la hemos recibido de la Iglesia y la custodiamos: la fe, por obra del Espíritu de Dios, como depósito precioso custodiado en una vasija de valor rejuvenece siempre y hace rejuvenecer también a la vasija que la contiene… Donde está la Iglesia, allí está el Espíritu de Dios; y donde está el Espíritu de Dios, allí está la Iglesia y toda gracia» (3, 24, 1).
Como se puede ver, Ireneo no se limita a definir el concepto de Tradición. Su tradición, la Tradición ininterrumpida, no es tradicionalismo, pues esta Tradición siempre está internamente vivificada por el Espíritu Santo, que la hace vivir de nuevo, hace que pueda ser interpretada y comprendida en la vitalidad de la Iglesia. Según su enseñanza, la fe de la Iglesia debe ser transmitida de manera que aparezca como tiene que ser, es decir, «pública», «única», «pneumática», «espiritual». A partir de cada una de estas características, se puede llegar a un fecundo discernimiento sobre la auténtica transmisión de la fe en el hoy de la Iglesia. Más en general, según la doctrina de Ireneo, la dignidad del hombre, cuerpo y alma, está firmemente anclada en la creación divina, en la imagen de Cristo y en la obra permanente de santificación de Espíritu. Esta doctrina es como una «senda maestra» para aclarar a todas las personas de buena voluntad el objeto y los confines del diálogo sobre los valores, y para dar un empuje siempre nuevo a la acción misionera de la Iglesia, a la fuerza de la verdad que es la fuente de todos los auténticos valores del mundo.


28-Junio. San Pedro y San Pablo. Víspera
«Después de haber comido, Jesús dijo a Simón Pedro: Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos? Le respondió: Sí, Señor; tú sabes que te amo. Le dijo: Apacienta mis corderos. De nuevo le preguntó por segunda vez: Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Le respondió: Sí, Señor; tú sabes que te amo. Le dijo: Pastorea mis ovejas. Le preguntó por tercera vez: Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Pedro se entristeció porque le preguntó por tercera vez si le amaba, y le respondió: Señor; tú lo sabes todo. Tú sabes que te amo. Le dijo Jesús: Apacienta mis ovejas. En verdad, en verdad te digo: cuando eras más joven te ceñías tú mismo e ibas a donde querías; pero cuando envejezcas extenderás tus manos y otro te ceñirá y llevará a donde no quieras. Esto lo dijo indicando con qué muerte había de glorificar a Dios. Y dicho esto, añadió: Sígueme.» (Juan 21, 15-19)

1º. Jesús, desde el primer momento has ido preparando a Pedro para ser la cabeza de tu Iglesia cuando Tú no estés.
Le has cambiado el nombre de Simón por el de Pedro -piedra- porque «sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella» (Mateo 16,18).
Que me dé cuenta de la misión tan fundamental que tiene el Papa, sea quien sea, como sucesor de Pedro: él ha de ser pastor de tus ovejas.
Toda la Iglesia se apoya en él, en su unión contigo, en su santidad.
«Jesús ha confiado a Pedro una autoridad específica: «A ti te daré las llaves del Reino de los cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos». El poder de las llaves designa la autoridad para gobernar la casa de Dios, que es la Iglesia. Jesús, «el Buen Pastor» confirmó este encargo después de su resurrección: «Apacienta mis ovejas». El poder de «atar y desatar» significa la autoridad para absolver los pecados, pronunciar sentencias doctrinales y tomar decisiones disciplinares en la Iglesia. Jesús confió esta autoridad a la Iglesia por el ministerio de los apóstoles y particularmente por el de Pedro, el único a quien Él confió explícitamente las llaves del Reino» (CEC.-553).
Jesús, pones a Pedro una condición antes de confiarle la Iglesia: «¿me amas más que éstos?»
No es que los demás te amen poco, sino que es tal la responsabilidad y el ejemplo que se le pide a Pedro, que es necesario que sea santo.
Por eso tengo el deber de pedir cada día por él.
Jesús, te pido por el Papa actual: por su persona; por sus intenciones; por sus necesidades espirituales y también corporales.
2º. «El Señor convirtió a Pedro -que le había negado tres veces- sin dirigirle ni siquiera un reproche: con una mirada de Amor
-Con esos mismos ojos nos mira Jesús, después de nuestras caídas. Ojalá podamos decirle, como Pedro: «¡Señor; Tú lo sabes todo; Tú sabes que te amo!», y cambiemos de vida» (Surco.-964).
«Señor, tú lo sabes todo. Tú sabes que te amo.»
¡Qué buena jaculatoria para repetirla por dentro muchas veces!
Jesús, a pesar de mi fragilidad, a pesar de que a veces no puedo con mi carácter o con mis defectos, «Tú sabes que te amo. Tú lo sabes todo,» y ves que lucho, que me esfuerzo, que te pido perdón.
«Tú sabes que te amo,» pero todavía te amo poco, y por eso en ocasiones las tentaciones me vencen.
¡Aumenta mi capacidad de amar!
Y para ello, Jesús, aumenta mi capacidad de sacrificio, de entrega.
Jesús, veo que hay dos posibles móviles en la vida interior: hacer las cosas porque me siento bien cuando las hago, porque me interesan o me emocionan; o hacer lo que creo que Tú me pides simplemente por agradarte a Ti, tenga yo más o menos ganas de hacerlo.
El móvil que demuestra un amor más verdadero es el segundo, y es el que me pides tres y mil veces con la pregunta: ¿me amas?
Jesús, me estás mirando con una mirada de Amor; con ojos de Padre, de hermano mayor.
Que sepa descubrir siempre esa mirada, incluso cuando te haya traicionado, cuando te haya abandonado.
Que sepa mirarte a los ojos y decirte: «¡Tú sabes que te amo!...,» y cambie de vida.
Porque si no pusiera los medios para cambiar lo que hago mal, mi amor a Ti sería falso.