Domingo de la semana 19 de tiempo ordinario; ciclo A
Meditaciones de la semana
en Word y en PDB
«Inmediatamente después Jesús mandó a los discípulos que subieran a la barca y que se adelantaran a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. Y, despedida la multitud, subió al monte a orar a solas; y después de anochecer permanecía él solo allí. Entretanto la barca estaba ya alejada de tierra muchos estadios, batida por las olas, porque el viento le era contrario. En la cuarta vigilia de la noche vino hacia ellos caminando sobre el mar. Cuando le vieron los discípulos caminando sobre el mar se turbaron y decían: Es un fantasma; y llenos de miedo empezaron a gritar. Pero al instante Jesús comenzó a decirles: Tened confianza, soy yo, no temáis. Entonces Pedro le respondió: Señor, si eres tú, manda que yo vaya a ti sobre las agitas. Él le dijo: Ven. Y Pedro, bajando de la barca, comenzó a andar sobre las aguas hacia Jesús. Pero al ver que el viento era tan fuerte se atemorizó y, al empezar a hundirse, gritó diciendo: ¡Señor sálvame! Al punto Jesús, extendiendo su mano, lo sostuvo y le dijo: Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado? Y cuando subieron a la barca cesó el viento. Los que estaban en la barca le adoraron diciendo: verdaderamente tu eres Hijo de Dios.» (Mateo 14, 22-36)
1º. Jesús, acabas de multiplicar los panes y los peces.
Cinco mil personas han comido hasta saciarse y te quieren hacer rey.
Pero Tú te vas al monte «a orar a solas.»
De tu oración con el Padre sacas la fuerza para hacer estos milagros.
Además, me das un buen ejemplo: que no deje nunca esa oración personal, «a solas,» cara a cara contigo, con el Padre y con el Espíritu Santo.
Mientras, en la barca, los apóstoles están luchando contra el viento, que «les era contrario».
A veces, Jesús, no avanzo en mi vida interior, o tengo alguna contrariedad en mi vida profesional, familiar o social.
Y parece que estás lejos, que no me ves luchar o sufrir.
Desde la montaña donde estabas rezando, ves las dificultades de los apóstoles y vienes en su ayuda «caminando sobre el mar».
Si te pido ayuda, fortaleza o fe, tarde o temprano aparecerás y me dirás: «ten confianza, soy yo, no tenias».
Detrás de aquel suceso, de aquella contrariedad, de aquella dificultad, estoy yo: «no temas, ten confianza.»
Pedro empezó a caminar sobre las aguas cuando le llamaste, sin temer las dificultades objetivas que tenía para llegar a ti.
Jesús, que no te tenga miedo.
Que no tema acercarme a Ti, comprometerme, si me llamas.
Aunque sea más cómodo quedarme en mi barca; aunque afuera haga mucho viento; aunque lo que me pidas sea «imposible», dame la fe de Pedro para responder a tu palabra: Ven.
2º. «Cuando pierdes la calma y te pones nervioso, es como si quitaras razón a tu razón.
En esos momentos, se vuelve a oír la voz del Maestro a Pedro, que se hunde en las aguas de su falta de paz y de sus nervios: «¿por qué has dudado?» (Surco.-805).
«Pedro, bajando de la barca, comenzó a andar sobre las aguas hacia Jesús».
Decirte que si, entregarte algo que me pides y que me cuesta darte, es como salir de la barca -donde hay cierta seguridad- y empezar a caminar sin suelo bajo los pies: parece algo imposible para mí.
Y es cierto, porque yo solo no puedo nada.
Pero con tu ayuda, Jesús, lo puedo todo.
«Abrid de par en par vuestras puertas a Cristo. ¿Qué teméis? Tened confianza en El. Arriesgaos a seguirlo. Eso exige evidentemente que salgáis de vosotros mismos, de vuestros razonamientos, de vuestra «prudencia», de vuestra indiferencia, de vuestra suficiencia, de costumbres no cristianas que habéis quizá adquirido. Sí; esto pide renuncias, una conversión, que primeramente debéis atreveros a desear a pedirla en la oración y comenzar a practicar. Dejad que Cristo sea para vosotros el camino, la verdad y la vida. Dejad que sea vuestra salvación y vuestra felicidad» (Juan Pablo II).
Puede pasar que, tras los primeros pasos en el cumplimiento de ese propósito de seguirte, me canse, o vea con mayor claridad los defectos o las dificultades que tengo que vencer.
Y si, al ver que no puedo, me pongo nervioso, entonces aún me hundo más.
Es el momento de gritarte: «¡Señor, sálvame!», a la vez que me dejo ayudar en la dirección espiritual.
Si actúo con esa humildad, Tú no tardarás en levantarme: «Al punto Jesús, extendiendo su mano, lo sostuvo y le dijo: Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?»
Esta meditación está tomada de: "Una cita con Dios" de Pablo Cardona. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.
San Ponciano, papa, y San Hipólito, presbítero, mártires. San Tarsicio, mártir de la Eucaristía
Al llegar Ponciano a la Cátedra de Pedro, en el año 230, encontró a la Iglesia dividida por un cisma, cuyo autor era el sacerdote Hipólito, un maestro afamado por su conocimiento de la Escritura y por la profundidad de su pensamiento. Hipólito no se había avenido a aceptar la elección del diácono Calixto como papa (217) y, a partir de ese momento, se había erigido en jefe de una comunidad disidente, estimando que él representaba a la tradición, en tanto que Calixto y sus sucesores cedían peligrosamente al último capricho. El año 235 estalló la persecución de Maximiano. Constatando que los cristianos de Roma se apoyaban en los dos obispos, el emperador mandó que arrestasen a ambos, y les condenó a trabajos forzados. Para que la Iglesia no se viera privada de cabeza en circunstancias tan difíciles, Ponciano renunció a su cargo e Hipólito hizo otro tanto. Deportados a Cerdeña, se unieron en una misma confesión de fe, y no tardaron en encontrar la muerte. Después de la persecución, el papa Fabián (236-250), pudo llevar a Roma los cuerpos de ambos mártires. El 13 de agosto es precisamente el aniversario de esta traslación. Pronto se echó en olvido que Hipólito había sido el autor del cisma. Sólo se tuvo presente al mártir y doctor, hasta tal punto que un dibujo del siglo IV asocia sus nombres a los de Pedro y Pablo, Sixto y Lorenzo.
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