Lunes de la semana 4 de Pascua
Jesús, el Buen Pastor, continúa guiándonos, abriendo nuestro corazón a la verdad, como hizo con Pedro y los primeros.
“«Un día Jesús dijo a los fariseos: Os aseguro que el que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino saltando por otra parte, es un ladrón y un salteador. Pero el que entra por la puerta es el pastor de las ovejas. El guarda le abre la puerta y las ovejas reconocen su voz; él llama a sus ovejas por sus nombres y las saca fuera. Y cuando ha sacado todas sus ovejas, va delante de ellas, y las ovejas lo siguen porque conocen su voz. Pero no seguirán a un extraño, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños». Jesús les puso esta semejanza, pero ellos no entendieron qué quería decir. Por eso Jesús se lo explicó así: «Os aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que vinieron antes de mí eran ladrones y salteadores, pero las ovejas no les hicieron caso. Yo soy la puerta; el que entra por mí se salvará; entrará y saldrá y encontrará pastos. El ladrón sólo entra para robar, matar y destruir. Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante” (Jn 10,1-10).
1. Los pastores judíos, de noche, juntaban los rebaños de varios y dejaban a uno de ellos que hacía guardia en el aprisco. Por la mañana, volvían a recoger cada uno su rebaño. «Un día Jesús dijo a los fariseos: Os aseguro que el que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino saltando por otra parte, es un ladrón y un salteador. Pero el que entra por la puerta es el pastor de las ovejas. El guarda le abre la puerta y las ovejas reconocen su voz; él llama a sus ovejas por sus nombres y las saca fuera”. Jesús nos “hace salir”: conduce hacia la felicidad, hacia la verdadera expansión, hacia los verdaderos alimentos. Va “delante” de nosotros, que somos sus ovejas, que “lo siguen porque conocen su voz”. Porque hacemos oración, y sus palabras llenan nuestra vida de sentido. Hacer silencio en lo íntimo del alma... Escuchar la voz del Señor. He aquí la mejor parte. Aquel tesoro escondido por el cual bien valdría la pena sacrificar todos los halagos y vanidades del mundo. Pero para alcanzar este tesoro es preciso aprender a huir de todas las voces que no sean las del Buen Pastor. Saber escapar, como un ladrón, de la frivolidad de la imaginación, de la disipación de los sentidos, de la irreflexión y la charlatanería. Amar el silencio y la soledad como el precioso santuario de nuestra unión con Dios, el lugar de la paz y la serenidad del alma y del encuentro profundo con nosotros mismos. El contexto de Jesús Puerta es también eucarístico, pues la mesa de la Eucaristía es donde mejor nos conformamos a Él; Tomás de Aquino escribe: «es evidente que el título de “pastor” conviene a Cristo, ya que de la misma manera que un pastor conduce el rebaño al pasto, así también Cristo restaura a los fieles con un alimento espiritual: su propio cuerpo y su propia sangre» (Josep Vall).
Jesús se lo explicó así: «Os aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que vinieron antes de mí eran ladrones y salteadores, pero las ovejas no les hicieron caso. Yo soy la puerta; el que entra por mí se salvará; entrará y saldrá y encontrará pastos. El ladrón sólo entra para robar, matar y destruir. Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante”. Fuera de Él, la humanidad está encerrada en sí misma: ninguna ideología, ninguna teoría, ninguna religión nos libera de la fatalidad de "no ser más que hombre, y por lo tanto, de morir". Pero Jesús nos saca de nuestra impotencia y nos introduce en el dominio divino... un "espacio infinito, eterno se abre a nosotros, por esta Puerta". El que por mí entrare, se salvará y hallará pasto... Yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia... (Noel Quesson).
2. Las distintas culturas pueden crear divisiones y problemas entre las personas. En la Iglesia primitiva, algunos de mentalidad limitada, querían imponer a los demás sus propias costumbres. Acusan a Pedro de ser traidor a su patria por el hecho de ir donde los romanos. Los Hechos nos dicen que “los apóstoles y los hermanos que estaban en Judea supieron que también los paganos habían recibido la palabra de Dios. Cuando Pedro llegó a Jerusalén, los partidarios de la circuncisión le echaron en cara: «¿Por qué has entrado en casa de hombres incircuncisos y has comido con ellos?»”. El asunto es grave.
“Entonces Pedro comenzó a explicarles por orden, diciendo: «Estaba yo en la ciudad de Jafa orando, cuando tuve en éxtasis una visión: un objeto descendía a modo de un gran lienzo, colgado por las cuatro puntas desde el cielo, y llegó hasta mí. Yo lo miré fijamente, lo examiné y vi cuadrúpedos, bestias, reptiles y aves. Oí también una voz que me decía: Levántate, Pedro, mata y come. Pero yo dije: De ninguna manera, Señor; porque nada profano o impuro ha entrado jamás en mi boca. Pero la voz del cielo dijo por segunda vez: Lo que Dios ha purificado, tú no lo llames impuro. Esto se repitió por tres veces, y todo fue arrebatado de nuevo al cielo”. Hoy, todavía, los judíos tienen prohibidos muy estrictamente ciertos alimentos, que según la tradición de Moisés, eran considerados impuros. Lo que se le pide a Pedro es que supere su propia tradición, y sobre todo que no la imponga a los que no son de su raza. Apertura de espíritu. Universalismo. Unidad que respeta las diversidades. Pluralismo. Comunión profunda en lo esencial, dejando a cada uno su libertad en lo secundario (Noel Quesson). Nos cuesta romper con ciertas cosas de la educación recibida, cuando vemos que no son buenas. Porque forman como una segunda naturaleza. Pero vemos que es posible.
“Entonces mismo –sigue Pedro- se presentaron en la casa donde yo estaba tres hombres que me habían enviado desde Cesarea. Y el Espíritu me dijo que fuera con ellos sin dudar. Estos seis hermanos vinieron también conmigo y entramos en la casa del hombre en cuestión, quien nos contó que se le había aparecido un ángel y que le había dicho: Manda a Jafa a llamar a Simón Pedro, el cual, con sus palabras, te traerá la salvación a ti y a tu familia. Y al comenzar yo a hablar, descendió el Espíritu Santo sobre ellos, como al principio sobre nosotros. Recordé estas palabras del Señor: Juan bautizó en agua, pero vosotros seréis bautizados en el Espíritu Santo. Pues si Dios les ha dado a ellos el mismo don que a nosotros por haber creído en el Señor Jesucristo, ¿cómo podía yo oponerme a Dios?». Al oír esto callaron y glorificaron a Dios, diciendo: «Así que también a los paganos Dios ha concedido el arrepentimiento para alcanzar la vida»” (11,1-18): La intervención milagrosa de Dios hizo que Pedro, a pesar de todo el peso de su pasado y de su ambiente, se resolviera por fin a entrar en casa de los gentiles y comer con ellos. «Una oración...». «Una visión del cielo...». Es el Espíritu de Dios que empuja a la misión. ¡Dios ama a los gentiles! Hoy vemos una apertura de la Iglesia a los gentiles: su misteriosa visión en Jope, la visión del mismo Cornelio y el llamado «Pentecostés de los gentiles». El resultado, muy positivo, fue que todos se sosegaron y glorificaron a Dios. Juan XXIII, que convocó y dio la orientación básica al Concilio del aggiornamento eclesial, fue también una opción profética en estos tiempos modernos (F. Casal). Nos preguntamos: ¿somos víctimas de las ataduras que podamos tener, por formación o pereza mental?, ¿o seguimos teniendo discriminaciones contrarias al amor universal de Dios y a la voluntad ecuménica de su Espíritu?, ¿sabemos dialogar?
3. “Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo” (Salmo 41,2-3;42,3-4): Jesús, buen pastor, nos lleva a aguas deliciosas, sigue guiándonos desde su gloria: «Cristo, una vez resucitado de entre los muertos ya no muere más; la muerte ya no tiene dominio sobre Él. Aleluya» (ant. de entrada); le pedimos que donde Él está vayamos también nosotros: «Oh Dios, que por medio de la humillación de tu Hijo levantaste a la Humanidad caída; concede a tus fieles la verdadera alegría, para que quienes han sido librados de la esclavitud del pecado alcancen la felicidad eterna». Con el Salmo 41 cantamos y subrayamos nuestro carácter de peregrinos gozosos por caminar hacia el que es Luz, Verdad y Vida: «Como busca la sierva corriente de agua, así mi alma te busca a Ti, Dios mío. Mi alma tiene sed del Dios, del Dios vivo. ¿Cuándo entraré a ver el rostro de Dios? Envía tu luz y tu verdad: que ellas me guíen y me conduzcan hasta tu monte santo, hasta tu morada. Que yo me acerque al altar de Dios, al Dios de mi alegría; que te dé gracias al son de la cítara, Dios, Dios mío». Son los silbidos del buen pastor, en palabras de San Agustín: «Aunque camine en medio de la sombra de la muerte; aun cuando camine en medio de esta vida, la cual es sombra de muerte no temeré los males, porque Tú, oh Señor, habitas en mi corazón por la fe, y ahora estás conmigo a fin de que, después de morir, también yo esté contigo. Tu vara y tu cayado me consolaron; tu doctrina, como vara que guía el rebaño de ovejas y como cayado que conduce a los hijos mayores que pasan de la vida animal a la espiritual, más bien me consoló que me afligió, porque te acordaste de mí».
Llucià Pou Sabaté
Nuestra Señora de los Desamparados
Fue en la mañana del primer domingo de Cuaresma de 1409, cuando se dirigía a predicar en la homilía de la Misa mayor en la Catedral de Valencia, el religioso de la orden mercedaria, Fray Juan Gilabert Jofré, coetáneo y amigo de San Vicente Ferrer, observó, durante el trayecto, que un grupo de muchachos maltrataba cruelmente a un pobre loco. Intervino el buen fraile en socorro del desgraciado y tras detener y reprender a los jóvenes, prosiguió su camino vivamente impresionado por el suceso. Tanto fue así que modificó el contenido de su sermón, incluyendo en él una emotiva llamada a la caridad y a favor de los “ignoscentes” que abandonados a su miseria por las calles, eran sujeto de toda clase de abusos y, asimismo, proteger a los ciudadanos de sus inconscientes acciones.
No cayeron en vacío sus palabras pues sus encendidas razones calaron en el ánimo de los presentes, entre los cuales se encontraba un mercader llamado Lorenzo Salom, que se erigió en principal valedor y promotor efectivo de la idea, de tal manera que diecinueve días después el Consejo General de la Ciudad estudiaba la iniciativa y dos meses y medio más tarde comenzaban las obras de un hospital con esta finalidad. El documento de su fundación, firmado por el rey Martín V el Humano, el 15 de marzo de 1410, establece, y en esto radica la originalidad de la propuesta, que a la atención humanitaria dispensada a los allí acogidos, se les proporcionara además asistencia médica, lo cual significaba, cultural y científicamente, la fundación del primer hospital psiquiátrico del mundo. La institución recibió el nombre en valenciano de “Hospital dels Ignocens, Folls e Orats” que, según la moderna psiquiatría, corresponde a “oligofrénico, psicósico y demenciados”.
En principio, el Papa Benedicto XIII dio por titulares y patronos del nuevo hospital a los Santos Inocentes Mártires, por ser los únicos santos a quien la iglesia tributa culto sin haber alcanzado el uso de razón en su breve vida mortal. Sin embargo, llevado por el fervor de su espíritu mariano, el pueblo valenciano empezó a tomar la costumbre de denominar al nuevo hospital con el nombre de “Nostra Dona Sancta Maria dels Innocens”, es decir, Nuestra Señora de los Inocentes. Tal fue el arraigo que alcanzó el nombre que el propio pontífice aceptó el nombre en el privilegio de fundación de una Cofradía. De este curioso modo nació una advocación de la Virgen antes que su imagen representativa.
La citada Cofradía o hermandad surgió con la idea de apoyar al Hospital con mayores recursos materiales y humanos. Sus miembros se propusieron practicar las mismas obras de misericordia del hospital y además, asistir al entierro de los dementes y cofrades, sufragar gastos del Hospital y de actos religiosos. El celo y entusiasmo de esta Cofradía pronto quiso ampliar el campo de sus asistencias más allá del Hospital y, así, se establece entre sus normas la ayuda a los condenados a muerte, proporcionándoles consuelo espiritual y cristiana sepultura, también se establecieron socorros y ayudas para los propios cofrades en caso de enfermedades, viudedad o defunción. Pronto empezó a atender a náufragos, desamparados y prostitutas por expresa gracia de Doña María de Castilla, esposa de Alfonso el Magnánimo, Rey de la Corona de Aragón.
La Cofradía alcanzó gran expansión, creándose otro hospital donde tenían acogida y eran atendidos toda clase de marginados. Se estipularon ayudas para dotes de huérfanas, para los encarcelados y necesitados, para los expósitos, y cantidades destinadas al pago de rescate de cautivos en tierras de infieles.
En este contexto, se vio la necesidad de proporcionar una nueva imagen de la Virgen para representar el patrocinio sobre los dementes del Hospital y la piadosa Cofradía, por lo que, sin pretenderse, había surgido una nueva advocación la Santísima Virgen destinada a tener un alcance universal. Por decreto del Rey Fernando el Católico firmado en Barcelona el 3 de junio de 1493, la advocación recibió el título de Nuestra Señora de los Inocentes y de los Desamparados.
La imagen, que se diseñó en tamaño natural y con dorso plano con el propósito de poderse acomodar sobre el féretro de los cofrades fallecidos en posición yacente, aunque en fiestas y solemnidades aparecía en posición vertical y con un manto de sedas, origen del actual, para disimular esta circunstancia. En un principio la imagen se guardaba y veneraba en casa del Clavario de la Cofradía, pero tras doscientos años de pervivencia de esta costumbre, y ante los graves inconvenientes que ello presentaba, se destinó una pequeña capilla en la Plaza de la Seo, lugar donde se alzó más tarde, en 1652, la actual Basílica menor, dignidad otorgada por el Papa Pío XII, mediante la que se reconocía, más que su valor artístico, su valor espirtitual como centro y símbolo de la devoción mariana de Valencia y aliento de innumerables obras de misericordia. Ya en pleno siglo XX el Papa San Juan XXIII, declara “... a la BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA bajo el título de NUESTRA SEÑORA DE LOS DESAMPARADOS, Celestial PATRONA PRINCIPAL ante Dios DE TODA LA REGIÓN VALENCIANA...”
La onomástica de las “Amparos” se celebra el 8 de Mayo, aunque en la ciudad de Valencia se celebra con grandes solemnidades y festejos el segundo domingo de ese mes. La devoción a esta advocación de la Virgen ha llegado hasta L’Alguer (Sicilia), Manila (Filipinas), Iglesia de Santa Ana, Buenos Aires (Argentina) Basílica de San Nicolás; una población de Costa Rica lleva el nombre de “Desamparados”; también en Llobasco (El Salvador), varias poblaciones de Guatemala, Nicaragua y Venezuela; Méjico conserva vestigios en Puebla y le han dedicado la “Ciudad de los Muchachos” y la fructífera obra del Padre Álvarez en Monterrey. Asimismo, se le reza en diversas misiones de la India y África.
No cayeron en vacío sus palabras pues sus encendidas razones calaron en el ánimo de los presentes, entre los cuales se encontraba un mercader llamado Lorenzo Salom, que se erigió en principal valedor y promotor efectivo de la idea, de tal manera que diecinueve días después el Consejo General de la Ciudad estudiaba la iniciativa y dos meses y medio más tarde comenzaban las obras de un hospital con esta finalidad. El documento de su fundación, firmado por el rey Martín V el Humano, el 15 de marzo de 1410, establece, y en esto radica la originalidad de la propuesta, que a la atención humanitaria dispensada a los allí acogidos, se les proporcionara además asistencia médica, lo cual significaba, cultural y científicamente, la fundación del primer hospital psiquiátrico del mundo. La institución recibió el nombre en valenciano de “Hospital dels Ignocens, Folls e Orats” que, según la moderna psiquiatría, corresponde a “oligofrénico, psicósico y demenciados”.
En principio, el Papa Benedicto XIII dio por titulares y patronos del nuevo hospital a los Santos Inocentes Mártires, por ser los únicos santos a quien la iglesia tributa culto sin haber alcanzado el uso de razón en su breve vida mortal. Sin embargo, llevado por el fervor de su espíritu mariano, el pueblo valenciano empezó a tomar la costumbre de denominar al nuevo hospital con el nombre de “Nostra Dona Sancta Maria dels Innocens”, es decir, Nuestra Señora de los Inocentes. Tal fue el arraigo que alcanzó el nombre que el propio pontífice aceptó el nombre en el privilegio de fundación de una Cofradía. De este curioso modo nació una advocación de la Virgen antes que su imagen representativa.
La citada Cofradía o hermandad surgió con la idea de apoyar al Hospital con mayores recursos materiales y humanos. Sus miembros se propusieron practicar las mismas obras de misericordia del hospital y además, asistir al entierro de los dementes y cofrades, sufragar gastos del Hospital y de actos religiosos. El celo y entusiasmo de esta Cofradía pronto quiso ampliar el campo de sus asistencias más allá del Hospital y, así, se establece entre sus normas la ayuda a los condenados a muerte, proporcionándoles consuelo espiritual y cristiana sepultura, también se establecieron socorros y ayudas para los propios cofrades en caso de enfermedades, viudedad o defunción. Pronto empezó a atender a náufragos, desamparados y prostitutas por expresa gracia de Doña María de Castilla, esposa de Alfonso el Magnánimo, Rey de la Corona de Aragón.
La Cofradía alcanzó gran expansión, creándose otro hospital donde tenían acogida y eran atendidos toda clase de marginados. Se estipularon ayudas para dotes de huérfanas, para los encarcelados y necesitados, para los expósitos, y cantidades destinadas al pago de rescate de cautivos en tierras de infieles.
En este contexto, se vio la necesidad de proporcionar una nueva imagen de la Virgen para representar el patrocinio sobre los dementes del Hospital y la piadosa Cofradía, por lo que, sin pretenderse, había surgido una nueva advocación la Santísima Virgen destinada a tener un alcance universal. Por decreto del Rey Fernando el Católico firmado en Barcelona el 3 de junio de 1493, la advocación recibió el título de Nuestra Señora de los Inocentes y de los Desamparados.
La imagen, que se diseñó en tamaño natural y con dorso plano con el propósito de poderse acomodar sobre el féretro de los cofrades fallecidos en posición yacente, aunque en fiestas y solemnidades aparecía en posición vertical y con un manto de sedas, origen del actual, para disimular esta circunstancia. En un principio la imagen se guardaba y veneraba en casa del Clavario de la Cofradía, pero tras doscientos años de pervivencia de esta costumbre, y ante los graves inconvenientes que ello presentaba, se destinó una pequeña capilla en la Plaza de la Seo, lugar donde se alzó más tarde, en 1652, la actual Basílica menor, dignidad otorgada por el Papa Pío XII, mediante la que se reconocía, más que su valor artístico, su valor espirtitual como centro y símbolo de la devoción mariana de Valencia y aliento de innumerables obras de misericordia. Ya en pleno siglo XX el Papa San Juan XXIII, declara “... a la BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA bajo el título de NUESTRA SEÑORA DE LOS DESAMPARADOS, Celestial PATRONA PRINCIPAL ante Dios DE TODA LA REGIÓN VALENCIANA...”
La onomástica de las “Amparos” se celebra el 8 de Mayo, aunque en la ciudad de Valencia se celebra con grandes solemnidades y festejos el segundo domingo de ese mes. La devoción a esta advocación de la Virgen ha llegado hasta L’Alguer (Sicilia), Manila (Filipinas), Iglesia de Santa Ana, Buenos Aires (Argentina) Basílica de San Nicolás; una población de Costa Rica lleva el nombre de “Desamparados”; también en Llobasco (El Salvador), varias poblaciones de Guatemala, Nicaragua y Venezuela; Méjico conserva vestigios en Puebla y le han dedicado la “Ciudad de los Muchachos” y la fructífera obra del Padre Álvarez en Monterrey. Asimismo, se le reza en diversas misiones de la India y África.
«Estaban junto a la cruz de Jesús su madre y la hermana de su madre, María de Cleofás, y María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y al discípulo a quien amaba, que estaba allí, le dijo a su madre: -Mujer, aquí tienes a tu hijo. Después le dice al discípulo: -Aquí tienes a tu madre. Y desde aquel momento el discípulo la recibió en su casa.» (Juan 19, 25-27)
1º. El Evangelio nos dice que María estuvo al pie de la Cruz: “Junto a la cruz de Jesús estaban su Madre, la hermana de su Madre, María la de Cleofás, y María Magdalena” (Juan 19,25).
María contempló con el alma desgarrada de dolor los preparativos de la Crucifixión.
Vio cómo clavaban las manos y los pies de Cristo.
Contempló cómo se burlaban de Él los príncipes de los sacerdotes, los escribas y los fariseos.
Y cómo los soldados, ajenos a la grandeza de aquellos momentos, se jugaban a los dados la túnica de Jesús.
Oyó cómo Cristo pedía perdón para los que le crucificaban.
Y cómo prometía el Paraíso al Buen Ladrón.
Cristo quiso pasar por los más dolorosos tormentos de cuerpo y alma para llegar hasta el colmo del amor.
Por eso, también María sufrió tanto.
Hay un hondo misterio en estos padecimientos del Hijo y de la Madre.
Jesucristo, por infinito amor a Dios Padre y a los hombres, asumió todo el dolor y así se ofreció como víctima por nosotros a Dios Padre y nos reconcilió con Él.
María, su Madre, fue asociada íntimamente a este dolor y María también lo asumió con amor y por amor a Dios y a los hombres.
Así, a una con Cristo se ofreció a Dios Padre por la humanidad.
De esta manera, cooperó de modo único y excepcional, por gracia de Cristo y a una con Él, en la misma redención del género humano.
Por eso María es la Corredentora.
No es que Jesucristo tuviera necesidad de Ella. No. Cristo satisfizo sobreabundantemente a Dios Padre con su vida, pasión y muerte.
Es que Cristo quiso tener unida con Él a su Madre para que se ofreciera junto con Él a Dios.
Así “cooperó con él en forma del todo singular en la restauración de la vida sobrenatural de las almas Por tal motivo es nuestra Madre en orden de la gracia” (Vaticano II.-L. G.-61).
El dolor, desde que fue asumido por Cristo y por María, es sobre todo redentor.
Y vale no por sí mismo sino por el amor con que lo aceptamos.
Pidámosle a María que sepamos ofrecerlo por nuestros pecados y por la salvación del mundo.
2º. Vio cómo su Hijo se dirigía a Ella y luego a San Juan con unas palabras que suponían una tremenda despedida llena de contenido.
“Mujer, ahí tienes a tu hijo”, le dijo a María refiriéndose a San Juan, y a San Juan le dijo: “He ahí a tu Madre” (Juan 19,25-27), refiriéndose a María.
En estas palabras hay algo de suma trascendencia que se refiere a María y a todos los hombres.
Porque en San Juan estaba representada toda la humanidad.
Lo que hace Cristo es proclamar solemnemente a la faz del mundo que María es Madre de todos los hombres y que todos los hombres somos hijos de María.
Pero la Maternidad de María sobre todos los hombres no empieza en este momento.
Cristo proclama abiertamente lo que es una realidad desde el momento de la Encarnación de Cristo.
Cuando el Hijo de Dios se hizo Hombre en el seno de la Santísima Virgen, Cristo asumió una naturaleza humana, su naturaleza de hombre.
Pero además quedó constituido en Cabeza espiritual de toda la humanidad.
Así, cuando María engendraba a Cristo corporalmente, engendraba espiritualmente a todos los miembros de aquella cabeza.
Cuando en Belén María daba a luz corporalmente a Cristo, daba a luz espiritualmente a todos los miembros de aquella cabeza, es decir, a Cristo con todos los hombres.
Y ahora viene otra afirmación importante. Los dolores de parto que no padeció María en Belén ni por Cristo ni por nosotros, los sufrió únicamente por nosotros en el Calvario.
Aquí se completó la Maternidad espiritual de María.
Por eso dicen los Padres de la Iglesia que la Maternidad espiritual de María se cumplió en dos momentos: En Nazaret con la Encarnación y en el Calvario con los dolores sufridos por todos nosotros.
María es así verdadera Madre nuestra en el orden del espíritu y de la gracia.
Y como Madre, nos quiere entrañablemente.
Nos quiere porque somos sus hijos.
Y como hace la madre buena, aunque quiere a todos los hijos por igual, se preocupa más y cuida con más solicitud del hijo que está enfermo.
Recurramos, pues, humildemente a su misericordia, porque en Ella encontraremos siempre el auxilio oportuno.
Cristo, cuando sufría por nosotros en la Cruz nos conocía, veía nuestros pecados y nuestros buenos deseos.
María no nos veía.
Pero sufrió y se ofreció por nosotros.
Hoy nos ve y nos conoce desde el cielo y está más pendiente de cada uno.
Ella, siempre como Madre buena.
Nosotros debemos ser buenos hijos de su corazón.
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