Jueves de la semana 23 de tiempo ordinario; año par
Por encima de todo, el amor, que es la unidad consumada, siguiendo el consejo de Jesús: Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo.
“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: -«A los que me escucháis os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os injurian. Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite la capa, déjale también la túnica. A quien te pide, dale; al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames. Tratad a los demás como queréis que ellos os traten. Pues, si amáis sólo a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores aman a los que los aman. Y si hacéis bien sólo a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores lo hacen. Y si prestáis sólo cuando esperáis cobrar, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a otros pecadores, con intención de cobrárselo. ¡No! Amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada; tendréis un gran premio y seréis hijos del Altísimo, que es bueno con los malvados y desagradecidos. Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo; no juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados; dad, y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante. La medida que uséis, la usarán con vosotros»” (Lucas 6,27-38).
1. Jesús, te pido ayuda para entender que esos consejos que Lucas aquí recoge (y que Mateo había agrupado en el sermón de la Montaña) son unas actitudes evangélicas esenciales:
-“A vosotros que me escucháis os digo: "Amad a vuestros enemigos"”... y se detallan unos ejemplos que no son otra cosa que aplicación de las bienaventuranzas que ayer leímos, cuando la cuarta bienaventuranza ("dichosos cuando os odien y os insulten") se desarrolla aquí. Jesús, aquí nos pides: - amad a vuestros enemigos, - haced el bien a los que os odian, - bendecid a los que os maldicen, - orad por los que os injurian, - al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra, - al que te quite la capa, déjale también la túnica... es una revolución. Nos dices: si amáis sólo a los que os aman, ¿qué mérito tenéis?; si hacéis el bien a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis?; si prestáis sólo cuando esperáis cobrar, ¿qué mérito tenéis?
“En el hecho de amar a nuestros enemigos se ve claramente cierta semejanza con nuestro Padre Dios, que reconcilió al género humano, que estaba en enemistad con él y le era contrario, redimiéndole de la eterna condenación por medio de la muerte de su hijo” (Catecismo romano). La manera de llegar a la cercanía de Dios es la misericordia, y “el mismo Dios, que se digna dar en el cielo, quiere recibir en la tierra” (S. Cesáreo de Arlés, comentando que lo que hacemos a los demás lo hacemos con Él).
Finalmente, la llamada al perdón es clara, condición para el perdón de nuestras ofensas es que perdonemos a los demás: “el Señor añade una condición necesaria e ineludible, que es, a la vez, un mandato y una promesa, esto es, que pidamos el perdón de nuestras ofensas en la medida en que nosotros perdonamos a los que nos ofenden, para que sepamos que es imposible alcanzar el perdón que pedimos de nuestros pecados si nosotros no actuamos de modo semejante con los que nos han hecho alguna ofensa. Por ello, dice también en otro lugar: la medida que uséis, la usarán con vosotros. Y aquel siervo del Evangelio, a quien su amo había perdonado toda la deuda y que no quiso luego perdonarla a su compañero, fue arrojado a la cárcel. Por no haber querido ser indulgente con su compañero, perdió la indulgencia que había conseguido de su amo” (S. Cipriano).
Esta página del evangelio es de ésas que tienen el inconveniente de que se entienden demasiado. Lo que cuesta es cumplirlas, adecuar nuestro estilo de vida a esta enseñanza de Jesús, que, además, es lo que Él cumplía el primero. Después de escuchar esto, ¿podemos volver a las andadas en nuestra relación con los demás?, ¿nos seguiremos creyendo buenos cristianos a pesar de no vernos demasiado bien retratados en estas palabras de Jesús?, ¿podremos rezar tranquilamente, en el Padrenuestro, aquello de "perdónanos como nosotros perdonamos"?
Jesús, te pido ayuda para vivir lo que nos propones: -"tratad a los demás como queréis que ellos os traten"; "la medida que uséis la usarán con vosotros"; -"sed compasivos como vuestro Padre es compasivo"; y cuando amamos de veras, gratuitamente, seremos "hijos del Altísimo, que es bueno con los malvados y desagradecidos". Saludar al que no nos saluda. Poner buena cara al que sabemos que habla mal de nosotros. Tener buen corazón con todos. No sólo no vengarnos, sino positivamente hacer el bien. Poner la otra mejilla. Prestar sin esperar devolución. No juzgar. No condenar. Perdonar... (J. Aldazábal).
-“Amadles... Hacedles bien... Deseadles el bien... Rogad por ellas... Dad... No reclaméis”... Todo esto no son ideas, ni sentimientos... sino actos reales, actitudes concretas. No, no es fácil vivir el evangelio... ¡no es "agua de rosas"!
-“Tratad a los demás como queréis que ellos os traten”. Ponerse en el lugar de los demás. ¡Cuán difícil es esto, Señor! Ven a nosotros.
-“Si amáis a los que os aman ¿qué mérito tenéis? También los pecadores aman a los que los aman. Si hacéis bien a los que lo hacen a vosotros... También los pecadores hacen otro tanto. Si prestáis sólo cuando esperáis cobrar...” Jesús, quieres que nuestro "amor" se haga universal, no centrado en los seres queridos.
-“Amad a vuestros enemigos, haced el bien sin esperar nada a cambio”... Es un amor desinteresado, gratuito.
-“Así tendréis una gran recompensa y seréis hijos del Altísimo, porque Él es bueno con los malos y los desagradecidos. Sed misericordiosos, como Vuestro Padre es misericordioso”.
-“No juzguéis... No condenéis... Perdonad... Dad...” Dejo resonar en mí cada una de esas palabras, una a una, una después de otra. Y las llevo a la oración (Noel Quesson).
Entre 1915 y 1916, hubo en Turquía una gran masacre de cristianos armenios. Un joven fue asesinado a la vista de su hermana por un soldado turco; ella pudo escapar saltando una tapia. Más tarde, esta muchacha trabajaba de enfermera en un hospital, y llevaron a su sala al mismo soldado que había matado a su hermano. Se desencadenó entonces en el corazón de la joven una batalla: atenderlo o dejarlo morir. Deseaba vengarse, pero su fe cristiana le reclamaba amor y perdón. Felizmente para el soldado y para ella misma, ganó el amor de Cristo, y el infeliz criminal recibió las atenciones necesarias. Cuando el hombre se recuperó, reconoció a la joven que había perseguido y le preguntó por qué no lo había dejado morir. Ella respondió: «Porque yo sigo a Aquel que dijo: 'Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian'». El paciente se quedó pensativo y finalmente dijo: «Yo no sabía nada de una religión así. Explícame más sobre ella, porque la quiero conocer». El amor lo conquistó y ella tuvo el gozo de llevarlo a los pies del Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Aquel individuo, que era imagen del hombre terreno, pasó a ser imagen del hombre celestial.
Como dice el Catecismo, «observar el mandamiento del Señor es imposible si se trata de imitar desde fuera el modelo divino. Se trata de una participación vital y nacida del fondo del corazón, en la santidad, en la misericordia y en el amor de nuestro Dios». El Cardenal Newman escribía: «¡Oh Jesús! Ayúdame a esparcir tu fragancia dondequiera que vaya. Inunda mi alma con tu espíritu y vida. Penetra en mi ser, y hazte amo tan fuertemente de mí que mi vida sea irradiación de la tuya (...). Que cada alma, con la que me encuentre, pueda sentir tu presencia en mí. Que no me vean a mí, sino a Ti en mí». Amaremos, perdonaremos, abrazaremos a los otros sólo si nuestro corazón es engrandecido por el amor a Cristo (Josep Miquel Bombardó).
Sólo si reconozco al enemigo como persona, como ser humano puedo responder desde la misericordia de Dios a la crueldad ajena. Ser capaz de distinguir el mal que me hacen de quien me lo hace: quien me hace mal está por encima del mal que hace, en su dignidad de hijo de Dios, explicaba Jutta Burgraff. Amar a quien nos odia es la medida del verdadero amor. Porque quién sólo ama a quien le retribuye con los mismos sentimientos, no sobrepasa la medida del amor egoísta. Beneficiar a quien nos cause daño, bendecir al que nos maldice y ser generosos con los acaparadores es un modo de proceder que pone la lógica del mundo patas arriba.
Cuando respondemos bendiciendo a quien nos maldice, cuando oramos por quienes nos difaman, estamos propiciando una convivencia menos salvaje y, por lo menos, más humana; ojalá logremos que sea más fraterna y entonces, como dice el profeta Isaías: haremos de nuestras espadas arados, de nuestras lanzas podaderas; nadie se levantará contra los demás, ni nos prepararemos más para la guerra, pues caminaremos no conforme a nuestras miradas torpes y miopes, sino a la luz del Señor (www.homiliacatolica.com).
2. La carne del templo que no se usaba con fines cultuales se vendía en el mercado. Pablo responde ahora que el cristiano es libre: "Todo me está permitido", "pero no todo me conviene", añade.
¡El ídolo es sólo una estatua de piedra! He estado viendo los Toros de Guisando, que estaban al parecer repartidos en el campo y los romanos los reagruparon en su situación actual (y luego fue escenario para un famoso tratado que hizo de Isabel de Castilla la heredera). Ya sin facciones en sus cabezas, están como elemento decorativo, lo que quizá tuviera antaño un significado cultual. Esto pasa con tantas idolatrías, de las que no queda nada más que una estatua de recuerdo.
-“No hay más que un solo Dios: el Padre, del cual proceden todas las cosas y para el cual somos... y un solo Señor, Jesucristo, por quien son todas las cosas y por el cual somos nosotros...” ¡Qué libertad y qué certeza! El Dios único: lo restante no vale nada. Y esta certeza libera totalmente al hombre de cualquier tabú o interdicto que ya no es sagrado sino profano... sólo Dios es sagrado.
-“Mas no todos tienen este conocimiento. Algunos comen la carne inmolada como tal carne ofrecida al ídolo”. Algunos "tienen miedo". Ya en Corinto se oponían los «fuertes» que se consideraban totalmente libres, y los «débiles» que, para sentirse más seguros, defendían las posiciones más estrictas.
-“Su conciencia que es «débil» se encontrará manchada”. Cuando uno cree cometer un pecado, lo comete: es una regla esencial de la conciencia...
-“Por consiguiente, si un alimento ha de causar la caída de mi hermano, -por quien murió Cristo- no comeré jamás carne, antes que causar la caída de mi hermano”. La caridad es el criterio último de juicio. Por mucho que yo sea totalmente libre personalmente y capaz de comer cualquier alimento, evitaré escandalizar a mis hermanos más débiles y, para ello, renunciaré incluso a lo que tengo derecho. «¡Ese hermano por quien murió Cristo!» Admirable fórmula: ¡qué respeto nos infundiría, si pensáramos más en ella! (Noel Quesson).
3. Te pido, Señor, con el salmista, que me guíes interiormente por tus caminos: “Señor, tú me sondeas y me conoces; / me conoces cuando me siento o me levanto, / de lejos penetras mis pensamientos; / distingues mi camino y mi descanso, / todas mis sendas te son familiares”. ¡Qué paz, saber que estoy seguro en tus manos, que me conoces mejor que yo mismo!
“Tú has creado mis entrañas, / me has tejido en el seno materno. / Te doy gracias, / porque me has escogido portentosamente, / porque son admirables tus obras.” A pesar de mi poquedad, me has escogido, Señor, y no tengo que simular ser importante, sino que a pesar de todo me eliges, y por eso soy importante, porque me quieres: “Señor, sondéame y conoce mi corazón, / ponme a prueba y conoce mis sentimientos, / mira si mi camino se desvía, / guíame por el camino eterno.”
Llucià Pou Sabaté
La Natividad de la Santísima Virgen María
Hoy ha nacido la Virgen María, de la estirpe de David, por quien vino a los creyentes la salvación del mundo y cuya vida gloriosa llenó de luz toda la tierra
“El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era justo y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: -«José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados.» Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por el Profeta: «Mirad: la Virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Enmanuel, que significa "Díos-con-nosotros"” (Mateo 1,1-16.18-23).
1. Hoy nace una clara estrella, / tan divina y celestial, / que, con ser estrella, es tal, / que el mismo Sol nace de ella. Nada nos dice el Nuevo Testamento sobre el nacimiento de María. Ni siquiera nos da la fecha o el nombre de sus padres, aunque según la leyenda se llamaban Joaquín y Ana. Así María con su nacimiento es alegría para Dios, que se complace en su nacimiento, en su humildad y discreción en Nazaret. Pero también, como es lógico -con la lógica divina- es causa de nuestra alegría -Causa nostrae letitiae-; antecede, es el preámbulo de nuestra Redención. Después, durante muchos años, la Virgen pasa oculta. Todo Israel espera a esa doncella, y no sabe que ya vive entre los hombres. Su naturalidad es un ejemplo de vida cristiana: Escribía san Josemaría: "ha puesto Dios en mi corazón el ansia de hacer comprender a personas de cualquier estado, de cualquier condición u oficio, esta doctrina: la vida ordinaria puede ser santa y llena de Dios, que el Señor nos llama a santificar la tarea corriente, porque ahí está también la perfección del cristiano. Considerémoslo una vez más contemplando la vida de María".
Éste nacimiento es superior a Creación, porque es la condición de la Redención. En el evangelio apócrifo de Santiago vemos a Ana, su madre, que se casó con un propietario rural llamado Joaquín, galileo de Nazaret. Su nombre significa "el hombre a quien Dios levanta", y, según san Epifanio, "preparación del Señor". Descendía de la familia real de David. Llevaban ya veinte años de matrimonio y el hijo tan ansiado no llegaba. Los hebreos consideraban la esterilidad como un oprobio y un castigo del cielo. Eran los tales menospreciados y en la calle se les negaba el saludo. En el templo, Joaquín oía murmurar sobre ellos, como indignos de entrar en la casa de Dios. Esta conducta se ve celebrada en Mallorca, en una montaña que se llama Randa, donde existe una iglesia con una capilla dedicada a la Virgen. En los azulejos que cubren las paredes, antiquísimos, el Sumo Sacerdote riñe con el gesto a San Joaquín, esposo de Santa Ana, quien, sumiso y resignado, parece decir: No puede ser, no he podido tener hijos. Sabemos que su esterilidad dará paso a María. Joaquín, muy dolorido, se retira al desierto, para obtener con penitencias y oraciones la ansiada paternidad. Ana intensificó sus ruegos, implorando como otras veces la gracia de un hijo. Recordó a la otra Ana de las Escrituras, de que habla el libro de los Reyes: habiendo orado tanto al Señor, fue escuchada, y así llegó su hijo Samuel, quien más tarde sería un gran profeta. Y así también Joaquín y Ana vieron premiada su constante oración con el nacimiento de una hija singular, María, concebida sin pecado original, y predestinada a ser la madre de Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado. De Ana y de Joaquín, oriente de aquella estrella divina, sale su luz clara y digna de ser pura eternamente: el alba más clara y bella no le puede ser igual, que, con ser estrella, es tal, que el mismo Sol nace de ella. No le iguala lumbre alguna de cuantas bordan el cielo, porque es el humilde suelo de sus pies la blanca luna: nace en el suelo tan bella y con luz tan celestial, que, con ser estrella, es tal, que el mismo Sol nace de ella (Jesus Marti Ballester).
Es María “la que, en la noche de la espera de Adviento, comenzó a resplandecer como una verdadera estrella de la mañana - Stella matutina. En efecto, igual que esta estrella junto con la aurora precede la salida del sol, así María desde su concepción inmaculada ha precedido la venida del Salvador, la salida del Sol de justicia en la historia del género humano. Su presencia en medio de Israel –tan discreta que pasó casi inobservada a los ojos de sus contemporáneos– resplandecía claramente ante el Eterno, el cual había asociado a esta escondida hija de Sión el plan salvífico que abarcaba toda la historia de la humanidad" (Juan Pablo II).
Podemos leer en el Evangelio de hoy la genealogía de Jesús. Se nos presenta la historia de Israel desde Abrahán como una peregrinación que, con subidas y bajadas, por caminos cortos y por caminos largos, conduce en definitiva a Cristo (Benedicto XVI). Junto a los grandes Patriarcas —Abrahán, Isaac y Jacob—, figuran jefes, reyes y otras gentes que fueron grandes pecadores. Aparte de María su madre, las otras cuatro mujeres citadas tienen una situación irregular en la tradición judía: Tamar se prostituyó (Gn 38,2-26), Rut era extranjera, Rahab extranjera y prostituta (Jos 2,1), Betsabé, «la de Urías», adúltera (2 Sm 11,4). Ni racismo ni pureza de sangre, Jesús viene de esa humanidad que tiene grandeza y miserias. Es la historia una prueba más de que Dios nos lleva de la mano, para caminar hacia la salvación, rehaciendo nuestra vida metidos en la misericordia divina, aprendiendo a amar.
La genealogía se divide en tres períodos de catorce generaciones, marcados por David –otro pecador, pero modelo de fidelidad- y por la deportación a Babilonia. La división en generaciones no es estrictamente histórica, sino arreglada por el evangelista para obtener el número «catorce» (valor numérico de las letras con que se escribe el nombre de David), estableciendo al mismo tiempo seis septenarios o «semanas» de generaciones. Jesús, el Mesías, comienza la séptima semana, que representa la época final de Israel y de la humanidad. La octava será el mundo futuro. Con la aparición de Jesús Mesías da comienzo, por tanto, la última edad del mundo. «Engendrar», en el lenguaje bíblico, significa transmitir no sólo el propio ser, sino la propia manera de ser y de comportarse. El hijo es imagen de su padre. Por eso, la genealogía se interrumpe bruscamente al final. José no es padre natural de Jesús, sino solamente legal. Es decir, a Jesús pertenece toda la tradición anterior, pero él no es imagen de José; no está condicionado por una herencia histórica; su único Padre será Dios, su ser y su actividad reflejarán los de Dios mismo. El Mesías no es un producto de la historia, sino una novedad en ella. Su mesianismo no será davídico (cf. 22,4146). Mateo hace comenzar la genealogía de Jesús con los comienzos de Israel (Abrahán) (Lc 3, 23-38 se remonta hasta Adán). Esto corresponde a su visión teológica que integra en el Israel mesiánico a todo hombre que dé su adhesión a Jesús. La historia de Israel es, para Mateo, la de la humanidad. El hecho de que Abrahán no lleve patronímico y, por otra parte, se niegue la paternidad de José respecto de Jesús, puede indicar un nuevo comienzo. Así como con Abrahán empieza el Israel étnico, con Jesús va a empezar el Israel universal, que abarcará a la humanidad entera. El Mesías salvador nace por una intervención de Dios en la historia humana. Jesús no es un hombre cualquiera. El significado primario del nacimiento virginal, por obra del Espíritu Santo, hace aparecer esta acción divina como una segunda creación, que supera la descrita en Gn 1,lss. En la primera (Gn 1,2), el Espíritu de Dios actuaba sobre el mundo material ("El Espíritu de Dios se cernía sobre las aguas"); ahora hace culminar en Jesús la creación del hombre. Esta culminación no es mera evolución o desarrollo de lo pasado; por ser nueva creación se realiza mediante una intervención de Dios mismo. Puede aún compararse Mt 1,2-17 y 1,18-25 con los dos relatos de la creación del hombre. En el primero (Gn 1,1-2,3) aparece el hombre como la obra final de la creación del mundo; en el segundo (Gn 2,4bss) se describe con detalle la creación del hombre, separado del resto de las obras de Dios. Así Mateo coloca a Jesús, por una parte, como la culminación de una historia pasada (genealogía) y, a continuación, describe en detalle el modo de su concepción y nacimiento, con los que comienza la nueva humanidad. Jesús es al mismo tiempo novedad absoluta y plenitud de un proceso histórico.
La escena presenta tres personajes: José, María y el ángel del Señor, denominación para designar al mensajero de Dios, que a veces se confunde con Dios mismo (Gn 16,7; 22,11; Ex 3,2, etc.): Así nació Jesús el Mesías: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo. El matrimonio judío se celebraba en dos etapas: el contrato y la cohabitación. Entre uno y otra transcurría un intervalo, que podía durar un año. El contrato podía hacerse desde que la joven tenía doce años; el intervalo daba tiempo a la maduración física de la esposa. María está ya unida a José por contrato, pero aún no cohabitan. La fidelidad que debe la desposada a su marido es la propia de personas casadas.
El ángel le anuncia a José que Marái dará a luz un hijo, y le pondrás de nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados. Disipa las dudas de José, le anuncia el nacimiento y le encarga, como a padre legal de imponer el nombre al niño, que será el Salvador.
2. Nos dirá san Pablo: llegada la plenitud de los tiempos, Dios envió a su Hijo, nacido de Mujer, nacido bajo la Ley para rescatar a los que vivían bajo la Ley. Al celebrar en este día la Natividad de la santísima Virgen María, nos alegramos porque en ella Dios nos preanuncia que su Hijo viene para liberarnos del pecado y poder presentarnos ante Él santos e inmaculados por haber depositado en el Señor nuestra fe, y habernos dejado conducir por el Espíritu Santo. Elevemos nuestra acción de Gracias al Padre Dios por el Salvador que nos dio por medio de María Virgen. Comenta Javier Echevarría: “Muchas veces habremos considerado que, con el nacimiento de María, comenzó a alborear en la tierra el día de la salvación, porque de Ella ortus est sol iustitiæ, Christus Deus noster, nació Cristo, sol de justicia, nuestro Dios y Salvador (Misa del día, antífona de entrada). Los profetas habían entrevisto esa jornada memorable, y la Iglesia lo subraya al elegir como primera lectura de la Misa un pasaje de Miqueas sobre Belén, la ciudad donde había de nacer el Mesías”.
Y Benedicto XVI explica sobre esta primera lectura del profeta Miqueas: “El oráculo dice que será descendiente del rey David, procedente de Belén como Él, pero su figura superará los límites de lo humano, pues sus orígenes son de antigüedad, se pierden en los tiempos más lejanos, confinan con la eternidad; su grandeza llegará hasta los últimos confines de la tierra, y así serán también los confines de la paz (cf. Mi 5,1-4…) para definir la venida del Consagrado del Señor, que marcará el inicio de la liberación del pueblo, el profeta usa una expresión enigmática: Hasta el tiempo en que dé a luz la que ha de dar a luz (Mi 5, 2). Así, la liturgia, que es escuela privilegiada de la fe, nos enseña a reconocer que el nacimiento de María está directamente relacionado con el del Mesías, Hijo de David”.
Sigue Mons. Echevarría: “En las arcanas palabras de Miqueas se entrevé una alusión a la profecía de Isaías, que el Evangelio aplica a María: ecce, virgo concipiet et pariet filium et vocabit nomen eius Emmanuel (Is 7,14; Mt 1,23); he aquí que una Virgen concebirá y dará a luz un hijo, que será llamado Enmanuel; palabras que se cumplieron en el momento de la Anunciación, cuando el Verbo divino tomó carne en las entrañas purísimas de Nuestra Señora, por obra del Espíritu Santo”.
3. Canta por eso el salmo de hoy: “alegrémonos en el Señor, y entonemos en su honor un canto nuevo”. María, la Madre de Jesús, es para nosotros un signo de la bondad del Señor para quienes Él ama. Y Dios nos ama, pues no sólo nos llamó a la vida, sino que también nos llamó a participar de la misma Vida que, en su Hijo, ofrece a toda la humanidad. Por eso, confiando en el Señor, hagamos de nuestra existencia una continua alabanza a su Santo Nombre, pues Él siempre está y estará a nuestro lado para librarnos de nuestros enemigos y hacer que nos alegremos por su salvación.
Le rezamos hoy: Tu Natividad, oh Virgen Madre de Dios llenó de gozo a todo el mundo, pues de ti ha nacido el Sol de Justicia, Cristo nuestro Dios, que destruyendo la maldición nos dio la bendición, y confundiendo a la muerte nos dio la vida sempiterna. Por ello la Iglesia no deja de llamarla Puerta del cielo (Ianua Coeli), porque el cielo bajó a la tierra a través de su carne purísima y porque a Dios vamos por medio de Ella. Como leemos en el libro de los Proverbios: "Desde la eternidad fui predestinada, y desde antiguo, antes de que la tierra fuese hecha. Aún no existían los abismos, y yo ya estaba concebida en el plan divino: aún no habían brotado las fuentes de las aguas, aún no estaba asentados los montes sobre su pesada mole, aún no había collados, cuando yo ya había nacido" (8, 23-25).
Llucià Pou Sabaté
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