viernes, 29 de mayo de 2015
Sábado de la semana 8 de tiempo ordinario
Sábado de la semana 8 de tiempo ordinario; año impar
Jesús tiene una coherencia entre su vida y sus palabras, es la Verdad; y podemos participar de su vida con nuestra unión con Él, siguiendo el impulso interior que Dios ha puesto en nuestro corazón.
“En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos volvieron a Jerusalén y, mientras paseaba por el Templo, se le acercan los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos, y le decían: «¿Con qué autoridad haces esto?, o ¿quién te ha dado tal autoridad para hacerlo?». Jesús les dijo: «Os voy a preguntar una cosa. Respondedme y os diré con qué autoridad hago esto. El bautismo de Juan, ¿era del cielo o de los hombres? Respondedme».Ellos discurrían entre sí: «Si decimos: ‘Del cielo’, dirá: ‘Entonces, ¿por qué no le creísteis?’. Pero, ¿vamos a decir: ‘De los hombres’?». Tenían miedo a la gente; pues todos tenían a Juan por un verdadero profeta. Responden, pues, a Jesús: «No sabemos». Jesús entonces les dice: «Tampoco yo os digo con qué autoridad hago esto»” (Mc 11,27-33).
1.Después de la expulsión de los mercaderes en el templo (que leímos ayer) se le acercaron a Jesús los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos y le preguntaron: -“¿Con qué autoridad haces esto? ¿Quién te ha dado semejante autoridad?” Cuando alguien no quiere más que discusión, y no puede haber diálogo, no vale la pena hablar con él. Ante Caifás, Pilatos o Herodes, Jesús calla. Ahora, al preguntarle sobre su autoridad, Jesús les responde con una pregunta: “y, si me contestáis, os diré con qué autoridad hago esto: El bautismo de Juan ¿era cosa de Dios o de los hombres?” Sabe que a ellos no les interesa conocer la verdad, están seguros de sí mismos, creen poseer la verdad. Jesús, tú eres la Verdad, y quiero dejarme "interrogar" por Ti. Sin el miedo que sienten esos judíos, de cambiar sus criterios, de comprometerse, sin el miedo que tenían a lo que dirán los demás: -«Si decimos que es de Dios, dirá: "¿Y por qué no le habéis creído?" Pero como digamos que es de los hombres...» (Temían a la gente, porque todo el mundo estaba convencido de que Juan era un profeta.) Y respondieron a Jesús: -«No sabemos.»” ¡Qué hipocresía! Jesús, quiero comprometerme contigo, saborear la Verdad que nos das a conocer.
Tú, Jesús, no respondes a estos intrigantes: sacerdotes-escribas-ancianos, los responsables del orden sagrado, los representantes de la ciudad y el templo. No respondes a las provocaciones, ni siquiera cuando te tentarán: "Si eres Hijo de Dios, baja de la cruz"... ¡No bajará! ¿Por qué te ganas ahora, Jesús, la enemistad de los que viven del Templo y de sus ritos? Esto te llevará a la muerte, y Tú lo sabes. Pero es precisamente lo que te hace grande en lo humano: Te acompaña el testimonio de tu vida, la coherencia entre lo que dices y lo que haces. Quiero seguir tu ejemplo, Jesús, pues también hoy quizá irías contra tantas injusticias; somos muchos los que no creemos ni seguimos a las instituciones, sino a Ti, y a las personas que nos dan confianza, por su coherencia entre lo que dicen y lo que hacen, los testimonios (“mártires”, se dice en griego).
Jesús, también en nuestra época sentimos desconfianza con los que mandan en los gobiernos, en la economía, pues en lugar de la solidaridad se promueven los egoísmos. Te pido que sea capaz de llevar tu mensaje, aunque me enfrente a los poderes de mi tiempo; que sepa buscar, en unión con otros, nuevas alternativas, sobre todo una nueva sociedad que ponga sus bases en la defensa de la vida y de la justicia, en la que se te escuche, en la que quepas tú, Señor de la historia.
2. Termina nuestra lectura del Sirácida con un cántico de alabanza a la sabiduría. El autor muestra una legítima satisfacción porque desde joven la ha seguido y gozado de sus frutos. Da envidia pensar que este buen hombre, Jesús hijo de Sira, desde joven sólo consideró como riqueza apetecible poseer la sabiduría de Dios, ver las cosas y los acontecimientos desde los ojos de Dios: «Deseé la sabiduría con toda mi alma, la busqué desde mi juventud... mi corazón gozaba con ella... presté oído para recibirla... mi alma saboreó sus frutos».
-“Quiero darte gracias, Señor, te alabaré, bendeciré tu nombre. Siendo joven aún, antes de ir por el mundo, me di a buscar abiertamente la sabiduría en la oración. La pedí delante del Templo y hasta el último día la andaré buscando”.Es pues un hombre colmado, feliz, no le pesa haberse entregado ardientemente a la búsqueda de Dios.El clima de su alma es «la acción de gracias».Notemos que la «sabiduría» se busca «en la oración»... y desde la juventud. Y que esta búsqueda no acaba nunca...
-“En su flor, como racimo en ciernes se recreó mi corazón”. Compara la sabiduría a la fina y delicada flor de la viña, promesa del racimo de uva y del vino, promesa de alegría.Me detengo un instante ante esta hermosa imagen: «una flor que alegra el corazón». Dios es así. María cantaba: «¡Mi alma magnifica al Señor, exalta mi espíritu en Dios, mi salvador!». Dios como alegría. Dios como belleza. Dios como apertura y expansión. Dios como fecundidad.
-“Mi pie avanzó por el camino recto; desde mi juventud he seguido sus huellas. Incliné un poco mi oído y la recibí, y encontré una gran enseñanza”.La sabiduría es pues, a la vez:-una actitud concreta, una conducta vital y moral...«Avanzar por el camino recto... seguir sus huellas...»-una fineza intelectual, un estar a la escucha de la verdad... «inclinar el oído... adquirir enseñanza»...
Así pues, la Fe es siempre indisolublemente «adhesión de la mente y del corazón»... y un «estilo de vida» que atañe a todo el ser.
-“Gracias a ella he progresado; a quien me dio sabiduría daré gloria, porque decidí ponerla en práctica, tuve celo ardiente por el bien”...Idea de «progreso».La sabiduría no es algo adquirido de una vez para siempre.Es una realidad viva que se desarrolla o vegeta. «Caminando se hace camino».Practicando la sabiduría, ejerciéndola, se la hace crecer.Mi alma ha luchado por ella...No parece pues cosa fácil. Requiere mucho esfuerzo.
-“He prestado atención a practicar la "Ley"”.Para un judío la Ley era la estructura misma de la vida: la voluntad de Dios, expresada en los detalles concretos de cada día, es fuente de sabiduría.
-“He tendido mis manos hacia el cielo y he llorado por no haberla conocido”.Sí, las cosas no han ido siempre bien. Larga plegaria con "las manos tendidas hacia el cielo".
-“Logré con ella dominar mi corazón, por eso no quedaré abandonado”.Admirable fórmula: “he logrado dominar mi corazón”. ¡Si fuera esto verdad, Señor! (Noel Quesson).
3. El Salmo subraya: “La ley de Yahveh es perfecta, consolación del alma, el dictamen de Yahveh, veraz, sabiduría del sencillo”. Ojalá pudiéramos también nosotros afirmar, al final de una jornada, o de un año, o de la vida, que nos hemos dejado guiar por la verdadera sabiduría, la de Dios, sin hacer mucho caso a otras palabras y otras propagandas que nos bombardean continuamente. Escuchamos muchas veces la Palabra de Dios, la que nos dirige el Maestro que Dios nos ha enviado, Cristo Jesús: «Éste es mi Hijo amado, escuchadle». Pero ¿podemos decir que se nos pega su sabiduría, su visión de las cosas?; ¿que se nos va comunicando poco a poco la mentalidad de Dios, la que aparece en las lecturas del Antiguo y Nuevo Testamento, sobre todo en el evangelio de Jesús?
“Los preceptos de Yahveh son rectos, gozo del corazón; claro el mandamiento de Yahveh, luz de los ojos. El temor de Yahveh es puro, por siempre estable; verdad, los juicios de Yahveh, justos todos ellos, apetecibles más que el oro, más que el oro más fino; sus palabras más dulces que la miel, más que el jugo de panales”. La Palabra de Dios no es una doctrina que hay que saber como recuerdo histórico: es palabra viva dicha para nosotros hoy y aquí. Una palabra y una sabiduría que tiene fuerza para iluminar y transformar todos los posibles vericuetos de nuestra vida. Seguimos a Cristo, Camino, Verdad y Vida. Tenemos, por tanto, más motivos que el Sirácida para alegrarnos de tener la sabiduría de Dios muy cerca. En nuestro estilo de conducta y en las decisiones que vamos tomando, se tendría que notar que Jesús, el Maestro, nos va enseñando sus caminos (J. Aldazábal).
Llucià Pou Sabaté
Viernes de la semana 8 de tiempo ordinario
Viernes de la semana 8 de tiempo ordinario; año impar
El episodio de la “higuera seca” es un estimulo para dar fruto, con la oración y el amor manifestado en las buenas obras.
«Al día siguiente, cuando salían de Betania, sintió hambre. Al ver de lejos una higuera que tenía hojas, se acercó por si encontraba algo en ella, y cuando llegó no encontró más que hojas, pues no era tiempo de higos. E increpándola, dijo: Nunca jamás coma nadie fruto de ti. Y sus discípulos lo estaban escuchando.Por la mañana, al pasar vieron que la higuera se había secado de raíz. Y acordándose Pedro, le dijo. “Rabbí, mira, la higuera que maldijiste se ha secado.” Jesús les contestó: “Tened fe en Dios. En verdad os digo que cualquiera que diga a este monte: Arráncate y échate al mar sin dudar en su corazón, sino creyendo que se hará lo que dice, le será concedido. Por tanto os digo: todo cuanto pidáis en la oración, creed que ya lo recibisteis y se os concederá. Y cuando os pongáis de pie para orar perdonad si tenéis algo contra alguno, a fin de que también vuestro Padre que está en los Cielos os perdone vuestros pecados” (Marcos 11, 12-14, 20-26).
1. Jesús “sintió hambre”. ¡Qué humano eres, Señor! Tienes también hambre de nuestro amor, y quiero corresponder mejor a partir de hoy. Aquel día, al no encontrar más que hojas en aquella higuera, le dijiste: -«Nunca jamás coma nadie de ti.»” Jesús, esta maldición es un enigma para mí, la explicarás más tarde, con la "purificación" del Templo, cuando entraste en él y echaste a los cambistas. Quizá quieres decirme que el culto del templo era falaz, y que en nombre de Dios oprimían al extranjero, al huérfano y a la viuda, pues citaste al profeta: “Robáis, matáis y venís luego a poneros delante de mí... ¿Es este Templo una cueva de bandidos?” Y citas también: "Ya no habrá más mercaderes en el templo del Señor, en ese día".
Y los instruías, diciendo: -“¿No está escrito: "Mi casa se llamará casa de oración para todos los pueblos?” Entiendo que lo de la higuera va unido a que demos fruto de oración auténtica, y no seamos como ellos una «cueva de bandidos» y de ajetreo de cosas y comercio. Señor, te pido que me ayudes a cuidar mi vida de oración, para tener más fe. Así les dijiste al día siguiente, al ver la higuera seca: -«Tened fe en Dios. Os aseguro que si uno dice a este monte: "Quítate de ahí y tírate al mar", no con dudas, sino con fe en que sucederá lo que dice, lo obtendrá”. Ahora entiendo que estás hablando de oración, pues sigues diciendo: “Cualquier cosa que pidáis en la oración, creed que os la han concedido, y la obtendréis”.
Veo también que la oración va unida al amor y su fruto más alto, el perdón: “Y cuando os pongáis a orar, perdonad lo que tengáis contra otros, para que también vuestro Padre del cielo os perdone vuestras culpas» (Mc 11,11-26).
Fe es esperar de Dios, no de nosotros mismos ni de nuestras obras. La fe lleva a los frutos de amor, cito a continuación algún párrafo de San Josemaría: “Jesús maldice este árbol, porque ha hallado solamente apariencia de fecundidad, follaje. Así aprendemos que no hay excusa para la ineficacia. Quizá dicen: no tengo conocimientos suficientes… ¡No hay excusa! O afirman: es que la enfermedad, es que mi talento no es grande, es que no son favorables las condiciones, es que el ambiente… ¡No valen tampoco esas excusas! ¡Ay del que se adorna con la hojarasca de un falso apostolado, del que ostenta la frondosidad de una aparente vida fecunda, sin intentos sinceros de lograr fruto! Parece que aprovecha el tiempo, que se mueve, que organiza, que inventa un modo nuevo de resolver todo… Pero es improductivo. Nadie se alimentará con sus obras sin jugo sobrenatural”.
Te pedimos, Señor, “que seamos almas dispuestas a trabajar con heroísmo feraz. Porque no faltan en la tierra muchos, en los que, cuando se acercan las criaturas, descubren sólo hojas: grandes, relucientes, lustrosas. Sólo follaje, exclusivamente eso, y nada más. Y las almas nos miran con la esperanza de saciar su hambre, que es hambre de Dios. No es posible olvidar que contamos con todos los medios: con la doctrina suficiente y con la gracia del Señor, a pesar de nuestras miserias”.
Te pedimos, Señor, aprovechar las ocasiones que nos concedes. “No existen fechas malas o inoportunas: todos los días son buenos, para servir a Dios. Sólo surgen las malas jornadas cuando el hombre las malogra con su ausencia de fe, con su pereza, con su desidia que le inclina a no trabajar con Dios, por Dios. ¡Alabaré al Señor, en cualquier ocasión! El tiempo es un tesoro que se va, que se escapa, que discurre por nuestras manos como el agua por las peñas altas. Ayer pasó, y el hoy está pasando. Mañana será pronto otro ayer. La duración de una vida es muy corta. Pero, ¡cuánto puede realizarse en este pequeño espacio, por amor de Dios!”
Recuerdo un amigo que quedó impactado por estas palabras, decía que hacía mucho tiempo que no veía un cura y no se confesaba, que se dejaba ir por la poltronería y la dejadez, lo más placentero… no estaba contento de sí mismo. Al leer esas palabras del comentario de la escena de la higuera que no daba frutos y que quedaba seca, fue a confesarse y se quedó en paz. “No nos servirá ninguna disculpa. El Señor se ha prodigado con nosotros: nos ha instruido pacientemente; nos ha explicado sus preceptos con parábolas, y nos ha insistido sin descanso. Como a Felipe, puede preguntarnos:hace años que estoy con vosotros, ¿y aún no me habéis conocido? Ha llegado el momento de trabajar de verdad, de ocupar todos los instantes de la jornada, de soportar -gustosamente y con alegría- el peso del día y del calor”.
2. Vemos una galería de personajes desde Henoc y Noé hasta Nehemías y el sumo sacerdote Simón. Es como un álbum de fotos familiar, en que se recuerdan con su correspondiente elogio muchos nombres que han dejado huella en la historia del pueblo: «los hombres de bien, porque sus bienes perduran en su descendencia, su heredad pasa de hijos a nietos». El recuerdo es la memoria,re-cordar es revivir-en-el-corazón. Algunos son anónimos: “de otros no ha quedado recuerdo, desaparecieron como si no hubieran existido, así como sus hijos”. En efecto, al lado de los hombres ilustres que marcaron la evolución de la historia se encuentran los humildes, los desconocidos. En mi propia familia pienso en mis abuelos, en mis bisabuelos más alejados... en todos aquellos cuya sangre tengo. Algo de sus pecados y de sus virtudes debió sin duda pasar a mí. Ruego por ellos. Si HOY tengo fe, la debo sin duda a tales o cuales de sus búsquedas, de sus generosidades. En la genealogía de Jesús había también santos y pecadores, creyentes y no-creyentes. Decía un buen obispo (Tihamer Toth, en El joven creyente) a un chico que alegaba que sus problemas de carácter le venían por la herencia recibida, por genética: “conforme, esas tendencias (de genio, de desorden, o castidad…) pueden no ser pecado, puedes llevarlas de serie, pero si luchas todo irá mejor, para ti y los demás, y transmitirás, a tus hijos una tradición mejorada con tu lucha, un mundo mejor”. Y lo mismo pasa con las virtudes, con las tendencias asentadas en esa herencia cultivada por gente santa… Esta idea me hace pensar en mi propia responsabilidad: mis luchas actuales se inscriben en un linaje, en una solidaridad. ¿Qué transmitiré, humildemente, a las futuras generaciones?
-“No sucede lo mismo con los hombres misericordiosos, cuyas acciones justas no han pasado al olvido”. Ben Sirac valora la «misericordia» como uno de esos valores seguros y de sólida duración. Hacer el bien = Beneficios. Cosas bien hechas. ¿Qué «beneficios» dejaré a los demás? No esperar a mañana. ¿Soy bueno, misericordioso? Es una exigencia esencial del evangelio, que Jesús creyó buena y conveniente para repetirla en cada oración: «así como nosotros perdonamos a nuestros deudores.» Me detengo a examinar mi vida concreta y mis relaciones sobre este asunto.
-“Con su linaje esos tales permanecen, su descendencia es pues una rica herencia”. Nos extraña ver, a través de frases como éstas, cuán imperfecta era todavía la esperanza de esos hombres piadosos del Antiguo Testamento. No tenían todavía la revelación de Jesucristo que con su resurrección nos aportó. Por lo tanto, ¡sólo podían asirse a esa frágil esperanza de «sobrevivir» en su posteridad... y en el recuerdo de los que vendrán después! Es muy poco. No olvidemos que ésta es también HOY, la única esperanza de muchos hermanos nuestros que no creen en la resurrección. Concédenos, Señor, la Esperanza verdadera. Concédenos la gracia de vivir realmente nuestra Fe en el misterio Pascual. Haz de nosotros unos testimonios fieles de este misterio, entre nuestros hermanos sin esperanza.
-“Su linaje se mantuvo fiel a las alianzas, y sus hijos gracias a ellos”. La transmisión de la Fe. Hoy sabemos mejor que no es automática. Y muchos padres sufren por no haber podido, aparentemente, transmitir a sus hijos «aquello que más hondamente llevan en el corazón». Pero esto no dispensa de procurarlo y de ser, por lo menos, unos "testigos de la Fe" para sus hijos: el resto es el secreto de Dios. ¿Qué oración me sugiere este pensamiento? (Noel Quesson).
3. Sumergidos en «la comunión de los Santos», cantamos bien acompañados con todos los que nos han precedido: “¡Aleluya! ¡Cantad a Yahveh un cantar nuevo: su alabanza en la asamblea de sus amigos!”, cantemos al Señor nuestro Rey, todos “alaben su nombre con la danza, con tamboril y cítara salmodien para él! Porque Yahveh en su pueblo se complace, adorna de salvación a los humildes. Exalten de gloria sus amigos, desde su lecho griten de alegría: los elogios de Dios en su garganta, y en su mano la espada de dos filos; para aplicarles la sentencia escrita: ¡será un honor para todos sus amigos!”
Llucià Pou Sabaté
Jesucristo. Sumo y Eterno sacerdote
Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote
En la santa Cena nos da el sacrificio de su entrega, que nos salva: “Esto es mi cuerpo. Esta copa es la nueva alianza, sellada con mi sangre”
Llegada la hora, se sentó Jesús con sus discípulos, y les dijo:–“He deseado enormemente comer esta comida pascual con vosotros antes de padecer, porque os digo que ya no la volveré a comer hasta que se cumpla en el Reino de Dios.” Y tomando una copa, dio gracias y dijo:–“Tomad esto, repartidlo entre vosotros; porque os digo que no beberé desde ahora del fruto de la vid hasta que venga el Reino de Dios.”Y tomando pan, pronunció la acción de gracias, lo partió y se lo dio diciendo:–“Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía.”Después de cenar, hizo lo mismo con la copa, diciendo:–“Esta copa es la nueva alianza, sellada con mi sangre, que se derrama por vosotros” (Lucas 22,14-20).
1. Hoy, Señor, nos invitas a adentrarnos en tu maravilloso corazón sacerdotal. Admiramos tu corazón de pastor y salvador, que se desvive por tu rebaño, al que no abandonarás nunca. Un corazón el tuyo, que manifiesta “ansia” por los suyos, por nosotros: «Con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer» (Lc 22,15). Jesús, con corazón de sacerdote y pastor manifiestas tus sentimientos, especialmente, en la institución de la Eucaristía, en la Última Cena, donde vas a instituir el sacramento de su Cuerpo y de su Sangre, misterio de fe y de amor.
Por lo mismo que Dios ama, creó el mundo: ¡Cuánta maravilla, cuánta belleza!: "¡Oh montes y espesuras, / plantados por la mano del Amado!, / ¡oh, prado de verduras de flores esmaltado!, / decid si por vosotros ha pasado" (San Juan de la Cruz). Creó los hombres. Los hombres desobedecieron y pecaron (Gén 3,9). El pecado es un desequilibrio, un desorden, como un ojo monstruoso fuera de su órbita, como un hueso desplazado de su sitio, buscando el placer, la satisfacción del egoísmo, de la soberbia. Como un sol que se sale del camino buscando su independencia. Frustraron el camino y la meta de la felicidad. De ahí nace la necesidad de la expiación, del sufrimiento, del dolor, por amor, para restablecer el equilibrio y el orden. Dios envía una Persona divina, su Hijo, a "aplastar la cabeza de la serpiente", haciéndose hombre para que ame como Dios, hasta la muerte de cruz, con el Corazón abierto.
Tú, Jesús, eres nuestro salvador, sacerdote para siempre, perfecto mediador por ser Hombre Dios, el Siervo de Yavé, que, "desfigurado no parecía hombre, como raiz en tierra árida, si figura, sin belleza, despreciado y evitado de los hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, considerado leproso, herido de Dios y humillado, traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes, como cordero llevado al matadero", inicias la redención de los hombres, sus hermanos. Tú eres la Cabeza, a la que quieres unir a todos los hombres, que convertidos en sacerdotes, darán gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu, e incorporados a la Cabeza, serán corredentores con El de toda la humanidad. El Padre, cuya voluntad has venido a cumplir, te ha constituido Pontífice de la Alianza Nueva y eterna por la unción del Espíritu Santo, y determinando, en su designio salvífico, perpetuar en la Iglesia su único sacerdocio. Para eso, antes de morir, eliges a unos hombres para que, en virtud del sacerdocio ministerial, bauticen, proclamen tu palabra, perdonen los pecados y renueven tu propio sacrificio, en beneficio y servicio de sus hermanos.
"Él no sólo ha conferido el honor del sacerdocio real a todo su pueblo santo, sino también, con amor de hermano, ha elegido a hombres de este pueblo, para que, por la imposición de las manos, participen de su sagrada misión. Ellos renuevan en su nombre el sacrificio de la redención, y preparan a sus hijos el banquete pascual, donde el pueblo santo se reúne en su amor, se alimenta con su palabra y se fortalece con sus sacramentos. Sus sacerdotes, al entregar su vida por él y por la salvación de los hermanos, van configurándose a Cristo, y así dan testimonio constante de fidelidad y amor" (Prefacio).
El sacerdote intercede ante Dios, le hace propicio, le da gracias, da a Dios el culto debido. Impetra sus dones. El sacerdote ama. Ha reservado su corazón para ser para todos. El sacerdote es antorcha que sólo tiene sentido cuando arde e ilumina. El sacerdote hace presente a Cristo. En los sacramentos y en su vida. Es el alma del mundo. Donde falta Dios y su Espíritu él es la sal y la vida. No hace cosas sino santos. Todos hemos de ser santos, pero sin sacerdotes difícilmente lo seremos. Es grano de trigo que si muere da mucho fruto. Hemos de pedir al Señor de la mies que envíe trabajadores a su mies.
2. El canto de Isaías habla de ti, Jesús; está maravillosamente explicado como tomas nuestros pecados y los hace tuyos, al tomar la cruz cargas con ellos: “Mirad, mi siervo tendrá éxito, subirá y crecerá mucho. Como muchos se espantaron de él, porque desfigurado no parecía hombre, ni tenía aspecto humano, así asombrará a muchos pueblos, ante él los reyes cerrarán la boca, al ver algo inenarrable y contemplar algo inaudito”.
Este “evangelio” de la Pasión, escrito siglos antes de tu llegada, Jesús, explica paso a paso lo que te pasó en cada uno de tus sufrimientos… “como brote, como raíz en tierra árida, sin figura, sin belleza. Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado de los hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, ante el cual se ocultan los rostros, despreciado y desestimado. Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado; pero él fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable cayó sobre él, sus cicatrices nos curaron. Todos errábamos como ovejas, cada uno siguiendo su camino; y el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes. Maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría la boca; como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca. Sin defensa, sin justicia, se lo llevaron”…
Al contemplar este sacrificio que nos salva, que te costó tu sangre, quisiera, Jesús, pedirte que graves en mi alma tus sentimientos, para poder participar de tu misión, ser corredentor contigo: “Lo arrancaron de la tierra de los vivos, por los pecados de mi pueblo lo hirieron. Le dieron sepultura con los malvados, y una tumba con los malhechores, aunque no había cometido crímenes ni hubo engaño en su boca. El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento, y entregar su vida como expiación; verá su descendencia, prolongará sus años, lo que el Señor quiere prosperará por su mano. Por los trabajos de su alma verá la luz, el justo se saciará de conocimiento. Mi siervo justificará a muchos, porque cargó con los crímenes de ellos. Le daré una multitud como parte, y tendrá como despojo una muchedumbre. Porque expuso su vida a la muerte y fue contado entre los pecadores, él tomó el pecado de muchos e intercedió por los pecadores”. Con estas últimas palabras abiertas a la esperanza, se ve tu obra, Señor, y que nos abres las puertas del cielo cuando te das por amor hasta la muerte.
Hebreos explica que por medio del Sacrificio expiatorio de Cristo hemos sido santificados de tal forma que, perdonados nuestros pecados, hemos sido consagrados para poder acercarnos al Dios vivo y poder, así, participar de la ciudad celeste. Así se ha cumplido lo que el Espíritu Santo prometió en las Sagradas Escrituras: Que nos perdonaría nuestras culpas y olvidaría para siempre nuestros pecados. Los que por medio de la fe aceptamos a Cristo y su oferta de salvación, junto con Él participamos ya desde ahora de la Vida que Él nos ofrece, y que llegará a su plenitud en nosotros cuando junto con Él, mediante su Sangre derramada por nosotros, estemos eternamente con Dios, santos como Él es Santo.
3. Es lo que hoy celebramos en tu fiesta, Cristo Sacerdote perfecto, y hoy nos cantas con el Salmo: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad. Cuántas maravillas has hecho, Señor, Dios mío, cuántos planes en favor nuestro; nadie se te puede comparar. Intento proclamarlas, decirlas, pero superan todo número”. Quisiera participar de tu corazón, Señor, y hacer también yo la voluntad de Dios.
Luego nos cuentas que tu alma estaba preparada para realizar este nuevo sacrificio que viene de tu obediencia: “Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, y, en cambio, me abriste el oído; no pides sacrificio expiatorio. Entonces yo digo: «Aquí estoy -como está escrito en mi libro para hacer tu voluntad.» Dios mío, lo quiero, y llevo tu ley en las entrañas”.
Son las maravillas que Dios ha hecho a favor nuestro. No te has reservado nada, Señor, y por eso tu entrega ha dado fruto, el que tú como Hijo te ofrezcas consciente de ser instrumento de nuestra redención: “He proclamado tu salvación ante la gran asamblea; no he cerrado los labios; Señor, tú lo sabes. No me he guardado en el pecho tu defensa, he contado tu fidelidad y tu salvación, no he negado tu misericordia y tu lealtad ante la gran asamblea”.
Virgen Santísima, tú eres Madre del Sumo y eterno sacerdote, a ti nos acogemos para que se haga en nosotros la salvación que tu hijo nos ofrece.
Llucià Pou Sabaté
martes, 26 de mayo de 2015
Miércoles de la semana 8 de tiempo ordinario
Miércoles de la semana 8 de tiempo ordinario; año impar
Jesús sube a Jerusalén, va a ser entregado por nosotros: “Os rescataron a precio de la sangre de Cristo, el Cordero sin defecto”.
«Iban de camino subiendo a Jerusalén. Jesús los precedía y estaban admirados; ellos le seguían con temor. Tomando aparte de nuevo a los doce, comenzó a decirles lo que le iba a suceder: Mirad que subimos a Jerusalén, y el Hijo del Hombre será entregado a los príncipes de los sacerdotes y a los escribas, lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles; se burlarán de él, le escupirán, lo azotarán y lo matarán, pero a los tres días resucitará.Entonces se acercan a él Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, diciéndole: Maestro, queremos que nos concedas lo que te vamos a pedir Él les dijo: ¿Qué queréis que os haga? Y ellos le contestaron: Concédenos sentarnos uno a tu derecha y otro a tu izquierda en tu gloria. Y Jesús les dijo: No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber el cáliz que yo bebo, o recibir el bautismo con que yo soy bautizado? Y ellos le respondieron: Podemos. Jesús les dijo: Beberéis el cáliz que yo bebo y recibiréis el bautismo con que yo soy bautizado; pero sentarse a mi derecha o a mi izquierda no es cosa mía concederlo, sino que es para quienes está dispuesto.Al oír esto los diez comenzaron a indignarse contra Santiago y Juan. Entonces Jesús, llamándoles, les dijo: Sabéis que los que figuran como jefes de los pueblos los oprimen, y los poderosos los avasallan. No ha de ser así entre vosotros; por el contrario, quien quiera llegar a ser grande entre vosotros, sea vuestro servidor; y quien entre vosotros quiera ser el primero, sea esclavo de todos: porque el Hijo del Hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en redención por muchos.» (Marcos 10, 32-45)
1. Este tercer anuncio de la pasión de Jesús nos muestra el cumplimiento de las promesas mesiánicas. Jesús está en el camino hacia Jerusalén, camino hacia la entrega de su pasión y muerte, por eso dice: «se burlarán de él; le escupirán, lo azotarán y lo matarán». Los discípulos le seguirán en ese camino. Les anuncia su muerte, pero los discípulos no entendían nada. Se distraen en pedir los primeros puestos en el Reino. Santiago y Juan se acercaron a Jesús... "Concédenos sentarnos el uno a tu derecha y el otro a tu izquierda en tu gloria." Jesús les respondió: "No sabéis lo que pedís." Llenos de vanidad, quieren los mejores sitios… como yo tantas veces, por eso quiero escuchar sus palabras con atención:
-"¿Podéis beber el cáliz que Yo he de beber, o ser bautizados con el bautismo con que Yo he de ser bautizado?" Ayúdame a entenderte, Señor, a saber que a la gloria se llega por la cruz, no por el éxito o los mejores sitios. Les hablas de la copa amarga de la Pasión, del bautismo en la muerte. Y Santiago será precisamente el primero en sufrir el martirio por Cristo. Los otros se indignaron contra Santiago y Juan… quizá se indignan porque tienen la misma "ambición".
Te pido, Jesús, que no ambicione yo puestos de honor, que aprenda la lección de servicio que nos das: «el Hijo del Hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos». Te pido entender la autoridad no como la de «los que son reconocidos como jefes de los pueblos», que dices que a los demás «los tiranizan y los oprimen». Ayúdame a imitar tu vida, a entender que «el que quiera ser primero, sea esclavo de todos». ¿Sabes? Me cuesta el dolor y sufrimiento necesarios, a veces los rechazo, y me gusta el placer inmediato: ayúdame a que quiera seguirte por el camino estrecho, como me pides al que es tuyo: «que cargue cada día con su cruz y me siga».
Todo lo que es grande, cuesta… “Jesús, te has estado preparando para tu Pasión durante toda tu vida.
Pero ahora, el momento está cerca.
Calladamente -tal vez sólo la Virgen se da cuenta- estás sufriendo ya todos esos dolores que te esperan, esa agonía que tendrá su punto álgido en el huerto de los olivos, pero que se ha ido fraguando poco a poco a medida que se acerca tu hora.
De alguna manera estás ya clavado en la Cruz, sufriendo voluntariamente por mí.
Y yo no me entero: como Santiago y Juan, me acerco a Ti buscando mis intereses personales” (P. Cardona).
2. Pedro habla de que el bautismo que nos da Jesús es “rescate” de esclavitud. Te doy gracias, Jesús, por sacarme de la antigua vida, y volver a nacer de Ti. Gracias por rescatarme, por haber pagado un precio por mi liberación: con su propia sangre.
Ayúdame a vivir lo que sigues pidiéndome hoy, pues nos dices que si «habéis puesto en Dios vuestra fe y vuestra esperanza», si hemos nacido de Ti, soy hermano de los demás, he de quererlos, como mandas: «habéis llegado a quereros sinceramente como hermanos, amaos unos a otros de corazón e intensamente».
Veo con claridad que mi vida tiene como centro el amor, a Dios y a los demás: soy “yo” mismo cuando me uno a Ti, Jesús, y cuando amo a los demás. En esto está todo, y veo que las otras palabras son «como flor campestre: se agosta la hierba, la flor se cae, pero la Palabra del Señor permanece para siempre». Tu Palabra es firme, Señor: ayúdame a construir sobre ella, para edificar mi vida para siempre.
Esta catequesis del "bautismo", que hizo San Pedro, es una buena meditación para hacer memoria de mi bautismo, por ejemplo con el uso del agua bendita. Es una manera de actualizar ese "vivir delante de Dios y con Dios", tomar presencia de mi Padre y de que he de comportarme como hijo suyo. En mi familia, los padres en el trato con el su cónyuge y con sus hijos, y los hijos con los padres y hermanos. Ser bautizado, es vivir ese sueño de Dios, su proyecto de salvación con nosotros.
“Habéis santificado vuestras almas obedeciendo a la verdad, para amaros sinceramente como hermanos”. Señor, ayúdame a vivir esta santidad, esta obediencia a la verdad de esta «vida nueva» bautismal, este amor fraterno...: “Amaos intensamente unos a otros con corazón puro, pues habéis sido reengendrados de un germen no corruptible: la Palabra de Dios viva y permanente”. Pienso que amar es tener tu «germen», Señor, que va creciendo y cuanto más sea yo Tuyo, más podré amar por participar más de tu ser Dios-Amor...
3. Quiero terminar con el canto de hoy: “Glorifica al Señor, Jerusalén; alaba a tu Dios, Sión: que… ha bendecido a tus hijos dentro de ti”. Pienso en el canto de nuestra Madre Santa María, que hizo posible esta obra. Sé que si soy dócil a tus inspiraciones, Señor, también podré yo ayudarte en tu obra: “Ha puesto paz en tus fronteras, te sacia con flor de harina. Él envía su mensaje a la tierra, y su palabra corre veloz. Anuncia su palabra…” (Salmo 147,12-15.19-20).
Llucià Pou Sabaté
Martes de la semana 8 tiempo ordinario
Martes de la semana 8 de tiempo ordinario; año impar
Jesús nos trae la salvación, y si nos entregamos como Él, recibiremos cien veces más y la vida eterna
«Comenzó Pedro a decirle: Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido. Jesús respondió: En verdad os digo que no hay nadie que habiendo dejado casa, hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o campos por mí y por el Evangelio, no reciba en esta vida cien veces más en casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y campos, con persecuciones; y, en el siglo venidero, la vida eterna. Porque muchos primeros serán últimos, y muchos últimos serán primeros.» (Marcos 10, 28-31)
1. Ayer vimos al joven rico marchar triste, sin decidirse a seguir a Jesús. Luego, Pedro, que sí le ha seguido, pregunta: «Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido». Mateo lo completa: ¿qué recibiremos en cambio?
La respuesta de Jesús nos llena de esperanza para quien se entrega a Dios: «Recibirá en este tiempo cien veces más y en la edad futura vida eterna». No habla Jesús de tantos por ciento, sino que en la nueva familia que se crea en torno a Jesús, dejamos un hermano y encontramos cien. Es la familia: «¿Quién es mi madre y mis hermanos? Quien cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre» (Mc 3,34s).
Una madre no pregunta cuánto le van a pagar por su trabajo, ni un amigo pone precio a un favor, ni Jesús pasa factura por su entrega en la cruz. Señor, yo todavía quiero honores, que me valoren: ayúdame a madurar en la fe, a ejemplo de tantos laicos en medio del mundo, entregados al apostolado, de sacerdotes que hacen presente a Jesús en nuestro mundo, de religiosos dentro de una comunidad, de misioneros… tantos que han abandonado esa familia biológica, para vivir tu misma vida, Jesús. Vivir tu felicidad… con algunas persecuciones. Además, sin renuncia aparece el egoísmo en sus formas de comodidad, pasiones varias e intereses, orgullo, que hacen daño. En cambio, la generosidad vence todo mal: «Este es el índice para que el alma pueda conocer con claridad si ama a Dios o no, con amor puro. Si le ama, su corazón no se centrará en sí misma, ni estará atenta a conseguir sus gustos y conveniencias. Se dedicará por completo a buscar la honra y gloria de Dios y a darle gusto a Él. Cuanto más tiene corazón para si misma menos lo tiene para Dios» (San Juan de la Cruz).
-“Muchos de los primeros serán los últimos, y los últimos serán los primeros”. En economía se dice que hay que ir atentos a no crecer de manera imprudente y desmesurada en la empresa, pues alguien que vive bien con su familia puede vivir luego mal para mantener los costes de esa ampliación. Así también no podemos polarizar nuestra vida para proyectos materiales, pues solo el amor explica el motivo de una vida, y el amor de Dios es lo que da sentido a todo. Pero en el campo de las intenciones, es difícil conocer quien es el primero y cuál el último, por eso el último puede ser el primero.
Todos los verdaderos pobres son ricos. "¿No os parece rico, exclama S. Ambrosio, el que tiene la paz del alma, la tranquilidad y el reposo, el que nada desea, no se turba por nada, no se disgusta por las cosas que tiene desde largo tiempo, y no las busca nuevas?".
2.Vemos hoy que el sacrificio no ha de ser externo con muerte de animales, sino que se va preparando el que Jesús nos trae con su obediencia al Padre y su amor por la humanidad.
-“Observar la ley es hacer muchas ofrendas. Atender a los mandamientos es hacer sacrificios de comunión”. El sacrificio grato a Dios es la vida recta del hombre, sus esfuerzos para cumplir los mandamientos de Dios.
-“Dar gracias es hacer oblación de flor de harina. Hacer limosna es ofrecer sacrificios de alabanza”. La alegría en la vida es la verdadera acción de gracias a Dios. El amor-caridad en la vida es la verdadera alabanza a Dios.
-“Desviarse del mal, agrada al Señor. Apartarse de la injusticia, es un sacrificio de expiación”. Siempre la misma idea: el verdadero culto no es la sucesión de los ritos escrupulosamente cumplidos... ¡es la vida cotidiana! Aparte de la misa del domingo, se celebra la misa, la liturgia, en la calle, en las casas, en las escuelas, en los ambientes de trabajo todos los días de la semana para: apartarse del mal, combatir la injusticia... Señor, ayuda a cada uno de los cristianos a redescubrir sin cesar el valor de su vida cotidiana como «ofrenda espiritual» y como culto verdadero. San Pablo repitió esa misma idea: «Os exhorto, hermanos a que ofrezcáis vuestros cuerpos como una víctima viva, santa, agradable a Dios, tal será vuestro sacrificio espiritual» (Rm 12,1-2).
-“No vayas con las manos vacías ante la presencia del Señor...” Los ritos son necesarios, claro está, pero adquieren valor cuando se les confiere un contenido real: el ofertorio de una misa va unida a una vida de responsabilidad. El pan y el vino, «frutos de la tierra y del trabajo del hombre» de hecho no son más que representantes de esta vida cotidiana. ¡No vengas con las manos vacías!
-“En todos tus dones, muestra un rostro alegre, consagra los diezmos con contento”. San Pablo, también dirá que "Dios ama al que da con alegría" (2 Co 9,7). ¿Tienen nuestras liturgias ese carácter alegre?
-“Da con mirada generosa, según tus posibilidades”. La ofrenda ritual debería ser la que corresponde a nuestra vida.
-“No busques ganarte a Dios con presentes. Porque el Señor es un juez que no hace acepción de personas”. Ser desinteresado. El culto no es un regateo «doy para que me des" (Noel Quesson).
3. El salmo, como siempre, hace eco a esta palabra: «escucha, pueblo mío: no te reprocho tus sacrificios, pues siempre están tus holocaustos ante mi», «ofrece a Dios un sacrificio de alabanza, cumple tus votos... al que sigue buen camino, le haré ver la salvación de Dios». La caridad es la piedra de toque, como «la prueba de nueve», para saber si los sacrificios rituales son sólo apariencia o vienen de lo más profundo. Podíamos pensar, equivocadamente, que con unas oraciones o unas limosnas al templo ya agradamos a Dios y somos buenos cristianos. Haremos bien en hacer caso al sabio Sirácida. Está bien que recemos y llevemos medallas y ofrezcamos sacrificios a Dios. Pero todo esto debe ir acompañado de lo que él afirma que es la verdadera religión: cumplir la voluntad de Dios, hacer favores al prójimo, dar limosna a los pobres, apartarse del mal, hacer el bien, ser justo. Está bien que ofrezcamos cosas. Pero sobre todo debemos ofrecernos nosotros mismos. Como hizo Jesús, que no ofrecía en el Templo dinero o corderos, sino que se entregó a sí mismo en el altar de la cruz (J. Aldazábal).
El autor de la carta a los Hebreos pone este salmo en labios de Cristo para definir la naturaleza del sacrificio de la cruz: "Sacrificio y oblación no quisiste; pero me has formado un cuerpo, Holocaustos y sacrificios por el pecado no te agradaron. Entonces dije: ¡He aquí que vengo a hacer, oh Dios, tu voluntad!" (Hb 10,5-9).
Llucià Pou Sabaté
Lunes de la semana 8 de tiempo ordinario
Lunes de la semana 8 de tiempo ordinario; año impar
Jesús sube a Jerusalén, donde va a ser entregado por nosotros y por todos, pues la salvación es universal.
«Iban de camino subiendo a Jerusalén. Jesús los precedía y estaban admirados; ellos le seguían con temor. Tomando aparte de nuevo a los doce, comenzó a decirles lo que le iba a suceder: Mirad que subimos a Jerusalén, y el Hijo del Hombre será entregado a los príncipes de los sacerdotes y a los escribas, lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles; se burlarán de él, le escupirán, lo azotarán y lo matarán, pero a los tres días resucitará.Entonces se acercan a él Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, diciéndole: Maestro, queremos que nos concedas lo que te vamos a pedir Él les dijo: ¿Qué queréis que os haga? Y ellos le contestaron: Concédenos sentarnos uno a tu derecha y otro a tu izquierda en tu gloria. Y Jesús les dijo: No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber el cáliz que yo bebo, o recibir el bautismo con que yo soy bautizado? Y ellos le respondieron: Podemos. Jesús les dijo: Beberéis el cáliz que yo bebo y recibiréis el bautismo con que yo soy bautizado; pero sentarse a mi derecha o a mi izquierda no es cosa mía concederlo, sino que es para quienes está dispuesto.Al oír esto los diez comenzaron a indignarse contra Santiago y Juan. Entonces Jesús, llamándoles, les dijo: Sabéis que los que figuran como jefes de los pueblos los oprimen, y los poderosos los avasallan. No ha de ser así entre vosotros; por el contrario, quien quiera llegar a ser grande entre vosotros, sea vuestro servidor; y quien entre vosotros quiera ser el primero, sea esclavo de todos: porque el Hijo del Hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en redención por muchos.» (Marcos 10, 32-45)
1. Este tercer anuncio de la pasión de Jesús nos muestra el cumplimiento de las promesas mesiánicas. Jesús está en el camino hacia Jerusalén, camino hacia la entrega de su pasión y muerte, por eso dice: «se burlarán de él; le escupirán, lo azotarán y lo matarán». Los discípulos le seguirán en ese camino. Les anuncia su muerte, pero los discípulos no entendían nada. Se distraen en pedir los primeros puestos en el Reino. Santiago y Juan se acercaron a Jesús... "Concédenos sentarnos el uno a tu derecha y el otro a tu izquierda en tu gloria." Jesús les respondió: "No sabéis lo que pedís." Llenos de vanidad, quieren los mejores sitios… como yo tantas veces, por eso quiero escuchar sus palabras con atención:
-"¿Podéis beber el cáliz que Yo he de beber, o ser bautizados con el bautismo con que Yo he de ser bautizado?" Ayúdame a entenderte, Señor, a saber que a la gloria se llega por la cruz, no por el éxito o los mejores sitios. Les hablas de la copa amarga de la Pasión, del bautismo en la muerte. Y Santiago será precisamente el primero en sufrir el martirio por Cristo. Los otros se indignaron contra Santiago y Juan… quizá se indignan porque tienen la misma "ambición".
Te pido, Jesús, que no ambicione yo puestos de honor, que aprenda la lección de servicio que nos das: «el Hijo del Hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos». Te pido entender la autoridad no como la de «los que son reconocidos como jefes de los pueblos», que dices que a los demás «los tiranizan y los oprimen». Ayúdame a imitar tu vida, a entender que «el que quiera ser primero, sea esclavo de todos». ¿Sabes? Me cuesta el dolor y sufrimiento necesarios, a veces los rechazo, y me gusta el placer inmediato: ayúdame a que quiera seguirte por el camino estrecho, como me pides al que es tuyo: «que cargue cada día con su cruz y me siga».
Todo lo que es grande, cuesta… “Jesús, te has estado preparando para tu Pasión durante toda tu vida.
Pero ahora, el momento está cerca.
Calladamente -tal vez sólo la Virgen se da cuenta- estás sufriendo ya todos esos dolores que te esperan, esa agonía que tendrá su punto álgido en el huerto de los olivos, pero que se ha ido fraguando poco a poco a medida que se acerca tu hora.
De alguna manera estás ya clavado en la Cruz, sufriendo voluntariamente por mí.
Y yo no me entero: como Santiago y Juan, me acerco a Ti buscando mis intereses personales” (P. Cardona).
2.–“Ten piedad de nosotros, Dios, dueño de todas las cosas...” Alejandro Magno intentó unificar el mundo por las armas, en un solo Estado, aspiración a la unidad que siguió haciendo su camino con el helenismo, intento de una cultura común. Hoy vemos ciertos poderes políticos y económicos que pretenden lo mismo, pero el verdadero humanismo respeta los modos de ser de cada pueblo, de cada persona, sus culturas y su religión, etc.
-“Alza tu mano para que respeten tu nombre todas las naciones paganas... Que todos los habitantes de la tierra reconozcan que Tú eres el Señor, Dios de los siglos”. Este universalismo es hoy especialmente relevante con la “aldea global”, y el Concilio Vaticano II ha escrito: "Las condiciones de estos tiempos añaden a este deber de la Iglesia una mayor urgencia, para que todos los hombres, unidos hoy más íntimamente con toda clase de relaciones sociales, técnicas y culturales, consigan también la plena unidad con Cristo" (LG 1).
Sí, la unidad del mundo existe ya en el mismo corazón de Dios, que es el único Padre de todos los hombres. Y aunque nos tachen de utópicos vamos a aportar nuestro granito de arena a esa fraternidad universal que ofrece ser hermanos porque somos hijos de un Dios único. En medio de los más variados conflictos, de los nacionalismos y racismos más exacerbados, la Fe de los cristianos debería ser, de modo muy realista, constructora de paz universal... reuniendo así tantas aspiraciones y movimientos actuales.
-“Que las naciones te reconozcan, como nosotros hemos reconocido, que no hay Dios fuera de Ti, Señor”. Es el gran sueño unificador y universal, y «los que creen ya en el verdadero Dios» pueden hacer que los paganos sientan su «atracción» a la verdad.
-“Congrega todas las tribus de Jacob... Ten piedad del pueblo que lleva tu nombre, de Israel a quien hiciste tu primogénito... Ten piedad de Jerusalén, la ciudad de tu santuario”... ahora reza por su pueblo, pues el «amor sin frontera» será realidad si se comienza por los que están cerca, no sea que nos pase como aquel que citaba Dostoievski: “¿por qué será que cuanto más amo a la humanidad más me fastidian las personas que tengo cerca?” Jesús también rezó por la Unidad de todos los hombres en el Reino del Padre, y rogó primero por la unidad de sus discípulos (Jn 17,20). Señor, mantén en nosotros a la vez ese gran deseo universal y la voluntad de contribuir a que se realice dondequiera que sea posible (Noel Quesson).
3. “No recuerdes contra nosotros culpas de antepasados, vengan presto a nuestro encuentro tus ternuras, pues estamos abatidos del todo”; en el salmo nos abrimos a la ternura divina, donde encontramos nuestro descanso: “ayúdanos, Dios de nuestra salvación, por amor de la gloria de tu nombre; líbranos, borra nuestros pecados, por causa de tu nombre”.
Es un Dios lleno de misericordia, que siendo el Omnipotente nos escucha con el amor de un padre a sus hijos: “¡Llegue hasta ti el suspiro del cautivo, con la grandeza de tu brazo preserva a los hijos de la muerte!”
Reconocer esos dones divinos nos ayuda a estar abiertos a ellos y vivirlos con una vida de acción de gracias: “Y nosotros, tu pueblo, rebaño de tu pasto, eternamente te daremos gracias, de edad en edad repetiremos tu alabanza”.
Llucià Pou Sabaté
sábado, 23 de mayo de 2015
Domingo de Pentecostés
Domingo de Pentecostés; ciclo B
Jesús se queda con nosotros, por el Espíritu Santo que nos envía el Padre
“Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros.» Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.» Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.»” (Juan 20, 19-23)
1. La misma tarde del domingo de Resurrección, Jesús apareció ante los Apóstoles y les mandó el Espíritu Santo, con el perdón que la Iglesia puede administrar en su nombre. Fue el regalo pascual del Espíritu Santo y la reconciliación como Sacramento. Le pedimos hoy a María Virgen: Madre mía, así como sobre ti descendió el Espíritu Santo en la concepción de Jesús, ayúdame para que también yo sepa acoger hoy, en esta fiesta, al Espíritu Santo, como lo acogiste tú en ese día que nació la Iglesia, ahí en el Cenáculo, donde Jesús se nos dio en la Eucaristía. Haz que, así como descendió el Espíritu Santo enviado por Jesús a los apóstoles reunidos contigo, sepa yo también seguir sus inspiraciones. Que sepa contemplar cómo allí nos lavó los pies Jesús, y aproveche el sacramento del perdón donde me sigue lavando los pecados. Que sepa vivir el mandamiento nuevo del amor que allí nos entregó, donde la Iglesia vive unida por la paz y la gracia del Espíritu Santo, unida a María, desde donde se lanza la Iglesia sin miedo a evangelizar al mundo tan necesitado de la ternura de Dios.
Para ayudar a esta acción del Espíritu Santo en nuestra alma, que es el camino de santificación, podemos dirigirnos a Él con la secuencia que hoy nos trae la Iglesia, así aprendemos a tratar al que han llamado “El gran Desconocido”, y lo conoceremos mejor al tratarlo: “Ven, Espíritu divino, / manda tu luz desde el cielo. / Padre amoroso del pobre; / don, en tus dones, espléndido; / luz que penetra las almas; / fuente del mayor consuelo. / Ven, dulce huésped del alma, / descanso de nuestro esfuerzo, / tregua en el duro trabajo, / brisa en las horas de fuego, / gozo que enjuga las lágrimas / y reconforta en los duelos. / Entra hasta el fondo del alma, / divina luz, y enriquécenos. / Mira el vacío del hombre, / si Tú le faltas por dentro; / mira el poder del pecado, / cuando no envías tu aliento. / Riega la tierra en sequía, / sana el corazón enfermo, / lava las manchas, / infunde calor de vida en el hielo, / doma el espíritu indómito, / guía al que tuerce el sendero. / Reparte tus siete dones, / según la fe de tus siervos; / por tu bondad y tu gracia, / dale al esfuerzo su mérito; / salva al que busca salvarse / y danos tu gozo eterno. Amén.”
2. Los Hechos de los Apóstoles cuentan que “todos los discípulos estaban juntos el día de Pentecostés”, el día de la fiesta judía de la siega. Los judíos celebraban esta fiesta para dar gracias por las cosechas, 50 días después de la pascua, y esto significa Pentecostés. Luego, el sentido de la celebración cambió por el dar gracias por la Ley (la Antigua Alianza): cuando subió al Monte Sinaí y recibió las tablas de la Ley y le enseñó al pueblo de Israel lo que Dios quería de ellos: vivir según sus mandamientos, y Dios se comprometió a estar con ellos siempre. La gente venía de muchos lugares al Templo de Jerusalén, a celebrar la fiesta de Pentecostés. A los 50 días de que Jesús, grano de trigo caído en tierra, muriera y fuera sepultado, ha dado mucho fruto y este fruto es el Espíritu Santo: “De repente un ruido del cielo, como de un fuerte viento, resonó en toda la casa donde se encontraban”. Queremos tratarte, Espíritu Santo, pues eres mucho más que la zarza ardiente de Moisés, o la columna de fuego en el desierto o la tempestad que mostraba la cercanía de Dios. Queremos aprender a tratarte, y contemplar hoy como fuego, así como en el Sinaí te manifestaste, y como los Apóstoles “vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno”. Pentecostés es lo contrario de lo que pasó en Babel, donde los hombres que intentaron escalar el cielo terminaron sin entenderse los unos a los otros. ¡Ayúdanos, Santo Espíritu, porque los hombres sólo podemos entendernos entre sí cuando cada uno nos abrimos a tu gracia y no cuando luchamos para alzarnos sobre las nubes!
El otro día un niño me preguntó: así como para recibir la comunión tenemos la comunión espiritual, para recibir al Espíritu Santo, ¿qué podemos rezar? Leímos el Salmo de hoy: “Envía tu espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra: Bendice, alma mía, al Señor. / ¡Dios mío, qué grande eres! / Cuántas son tus obras, Señor; / la tierra está llena de tus criaturas. / Les retiras el aliento, y expiran, / y vuelven a ser polvo; / envías tu aliento y los creas, / y repueblas la faz de la tierra”. ¡Llénanos de tu amor, oh Espíritu Santo, para que tengamos el don de lenguas, para poder llegar al corazón de las personas a las que tratamos. ¡Ven, oh Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles, y enciende en ellos el fuego de tu amor. Envía tu Espíritu y serán recreadas todas las cosas, para llenar de tu amor la faz de la tierra!
La vida parece débil como un soplo, como el amor que depende de la voluntad del amante al que se pregunta: “¿me quieres, sí o no?” Pero estas cosas importantes de la vida no son tan débiles cuando el protagonista es el Espíritu Santo, fuerza de Dios, el Amor en persona, que nos une a Cristo como a su cuerpo que es su familia (Iglesia). Jesús nos dijo: “morará con vosotros y estará dentro de vosotros”. Así lo explicaba S. Pablo: El amor de Dios se ha difundido en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado.Vamos a rezar con san Josemaría rezaba: "Ven ¡oh Santo Espíritu!: ilumina mi entendimiento, para conocer tus mandatos: fortalece mi corazón contra las insidias del enemigo: inflama mi voluntad… He oído tu voz, y no quiero endurecerme y resistir, diciendo: después…, mañana. Nunc coepit! ¡Ahora!, no vaya a ser que el mañana me falte. / ¡Oh, Espíritu de verdad y de sabiduría, Espíritu de entendimiento y de consejo, Espíritu de gozo y de paz!: quiero lo que quieras, quiero porque quieres, quiero como quieras, quiero cuando quieras… / Santa María, Esperanza nuestra, Asiento de la Sabiduría. Ruega por mí. -San José, mi Padre y Señor, ruega por mí. -Angel de mi guarda, ruega por mí.” Este santo de joven preguntó a un sacerdote: -¿cómo hacer para aprender a tratar al Espíritu Santo? Este le contestó: -no hables, escúchalo dentro de ti. Y así fue sintiendo ese Amor dentro. Santo Espíritu, ayúdame a saber tratarte más, ser tu amigo, facilitarte el trabajo dentro de mí, de pulir, de arrancar, de encender...: “Divino Huésped, Maestro, Luz, Guía, Amor: que sepa agasajarte, y escuchar tus lecciones, y encenderme, y seguirte y amarte"… “quémame con el fuego de tu Espíritu!”, ayúdame a “que cuanto antes empiece de nuevo mi pobre alma el vuelo..., y que no deje de volar” hasta descansar en Ti. Que presidas y des tono sobrenatural a todas mis “acciones, palabras, pensamientos y afanes"... Que no olvide que soy “templo de Dios”, que estás en el centro de mi alma: que te oiga y atienda dócilmente tus inspiraciones: “¡Ven, Espíritu Santo, a morar en mi alma!”, como dice S. Pablo: somos templos del Espíritu Santo. "¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu Santo habita en vosotros?". Pero para oírle hemos de silenciar nuestro "bullicio interior" y mantener un diálogo con el Señor. Escuchar, porque Dios habla bajito, sugiere, invita, nunca coacciona. Santo Espíritu, que sepa decir que sí a tus mociones, para crecer en la vida de la gracia, corresponder a tu Amor. Que no diga nunca que no, que no me enfríe, que me comporte como buen hijo de Dios. Jesús, que por tu Espíritu te sienta dentro de mí, guíame, como cuando un niño aprende a ir en bici y necesita que le guíen. Virgen Santísima, si tú guías mi bicicleta, aunque pase por un sitio difícil contigo no caeré porque contigo voy seguro. Tú eres mi esperanza, y con esta confianza tengo paz…
Llucià Pou Sabaté
Llucià Pou Sabaté
Sábado de la semana 7 de Pascua
Sábado de la semana 7 de Pascua
Confiar en Jesús y seguirle, proclamar su Reino, es el camino de la felicidad: el Espíritu Santo viene a darnos esta alegría y abandono en el amor de Dios
Volviéndose Pedro vio que le seguía aquel discípulo que Jesús amaba, el que en la cena se había recostado en su pecho y le había preguntado:Señor, ¿quién es el que te entregará? Viéndole Pedro dijo a Jesús:Señor, ¿y éste qué? Jesús le respondió: Si yo quiero que él permanezca hasta que yo vuelva, ¿a ti qué? Tú sígueme. Por eso surgió entre los hermanos el rumor de que aquel discípulo no moriría. Pero Jesús no le dijo que no moriría, sino: Si yo quiero que él permanezca hasta que yo vuelva, ¿a ti qué? Este es el discípulo que da testimonio de estas cosas y las ha escrito, y sabemos que su testimonio es verdadero. Hay, además, otras muchas cosas que hizo Jesús, y que si se escribieran una por una, pienso que ni aun el mundo podría contener los libros que se tendrían que escribir” (Jn 21,20-25).
1. Pedro acaba de saber por boca de Jesús que será mártir. Morirá por los años 64-67 en los jardines de Nerón. En el Evangelio de hoy vemos que pregunta al Señor qué pasará con Juan. Con lo que dice Jesús hoy, Juan tendrá fama de "inmortal", y llegará de hecho a muy anciano… Dice S. Ireneo que Juan vivió mucho tiempo, alcanzando el imperio de Trajano (98-117).
Las palabras de Jesús quiero que resuenen hoy y siempre en mi corazón: “Tú sígueme”. Señor, quiero que esto sea lo importante en mi vida: seguirte. Que me convenza de que todo lo demás es secundario. Quiero seguir tu vida, Jesús: el plan que me das, mi vocación.
2. Pablo estará con Pedro en Roma. Los Hechos terminan hoy con esta llegada de Pablo a Roma acompañado por los hermanos de la ciudad, que habían salido a su encuentro; su situación es arresto domiciliario, y durante dos años puede enseñar libremente, “con un soldado que le custodiara”. Sin pérdida de tiempo, emprende la evangelización de Roma. Convoca a los judíos, les habla primero a ellos, como siempre: “precisamente por la esperanza de Israel, llevo yo esas cadenas”. Les abre el sentido del Antiguo Testamento, portador de una "esperanza", que Jesús ha realizado.
Te pido, Jesús, que sepa leer las Escrituras cada día, para verte en ellas, para verme, para poder llevarte a los demás: “Pablo permaneció dos años completos en el lugar que había alquilado y recibía a todos los que acudían a él. Predicaba el Reino de Dios y enseñaba lo relativo al Señor Jesucristo con toda libertad y sin ningún estorbo” (Hch 28,16-20.30-31).
Hoy quedan las ruinas de los Foros y de Templos romanos. El apostolado de Pablo y los primeros cristianos será una levadura que fermentará toda la pasta. Señor, que yo sepa proclamar tu «reino», y para esto te pido que yo te deje «reinar» en mí, para poder hacer realidad el “hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo”. Hemos visto la conversión de muchos apóstoles de la fe cristiana: Pedro, Esteban, Felipe, Bernabé, Marcos, y luego hemos seguido a Pablo por sus correrías. Señor, sé que la historia continúa con otros protagonistas, que ya no salen en las Escrituras… que continúa con mi vida, con la vida de los que hoy formamos parte de tu Iglesia, que hoy sigue tu Espíritu Santo actuando en el mundo. Dame la fe de sentir tu presencia, tu acción en mí y en los demás.
3. Dios es mi Padre, y me quiere con locura. Me quiere como soy, con mis pecados y por eso envió a su Hijo, para perdonarme, para invitarme a vivir como hijo suyo: “El Señor es justo / y ama la justicia; / los rectos verán su rostro” (Salmo 10,7). Jesús, tú eres el Buen Pastor que me buscas como a la oveja descarriada, hasta que me tomas en tus brazos para llevarme al redil. Que me deje guiar, encontrar, salvar y amar por ti, Señor. “La alabanza conclusiva refleja la esperanza del justo. Ver el ‘rostro’ de Dios significa aquí tener libre y confiado acceso a Dios en el Templo, de modo parecido a como la expresión ‘ver el rostro del rey’ indica en otros pasajes del Antiguo Testamento poder acceder a él libre y confiadamente. Jesús en las Bienaventuranzas promete asimismo a los limpios de corazón que verán a Dios” (Biblia de Navarra). Esta “promesa supera toda felicidad… en la Escritura, ver es poseer… el que ve a Dios obtiene todos los bienes que se pueden concebir” (S. Gregorio de Nisa).
Llucià Pou Sabaté
jueves, 21 de mayo de 2015
Viernes de la semana 7 de Pascua
Viernes de la semana 7 de Pascua
Pedro, pescador y pecador, por la misericordia divina es ahora pastor, su vida es ayudar a los demás. También la nuestra.
Habiéndose aparecido Jesús a sus discípulos, después de comer con ellos, dice a Simón Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?» Él le contestó: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.» Jesús le dice: «Apacienta mis corderos.» Por segunda vez le pregunta: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?» Él le contesta: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.» Él le dice: «Pastorea mis ovejas.» Por tercera vez le pregunta: «Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?» Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez si lo quería y le contestó: «Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero.»Jesús le dice: «Apacienta mis ovejas. Te lo aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras.» Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios.Dicho esto, añadió: «Sígueme.» (Juan 21,15-19)
1. Señor, tres fueron las negaciones de Pedro, y para que no esté triste tres son las veces que preguntaste a Pedro si te quería. Jesús, quiero decirte no 3 sino 33 veces cada día que te quiero. Procuraré que no me agobien más mis faltas de amor, te pido que sepa arreglarlas con actos de amor. Que sepa acudir al sacramento del perdón, el sacramento de la alegría.
Jesús, a ti también me preguntas: "¿Me amas, Tú?" Noto que no puedo excusarme con lo que dicen los demás; te digo de corazón: -“Sí, Señor, Tú sabes...” y me respondes que haga apostolado: -“Apacienta mis corderos”. He de ser buen pastor para los demás, dar la vida por ellos.
Tres veces Jesús le pregunta a Pedro: "¿Me amas, tú?" Recuerdan a Pedro las tres negaciones a su Maestro. Responde ´Yo te amo´, sin decir ´más que estos´. Con su fracaso, aprendió humildad. Señor, que yo también confíe más en Ti y menos en mí, y, que no me compare con nadie.
Jesús usa dos veces el verbo amar (amor de agapé: agapás me) y Pedro contesta siempre con otro verbo: te quiero (amor de amistad, filia: filo se), no se atreve a decir que ama con un amor tan grande como el que Jesús nos ama. La tercera vez Jesús toma el verbo de Pedro: me quieres (filéis me), se pone a su altura, y Pedro le contesta ya con humildad: “tú lo sabes todo… me conoces”. Señor, que también yo sea consciente de la debilidad de mi amor, y te ame con el Tuyo. Recuerdo la historia de una niña, a la que cuando su madre le apaga la luz de noche, ella le dice “mamá, te amo con todo tu corazón”. La madre responde: “se dice con todo mi corazón” pero la niña insiste: “no, con tu corazón, que es más grande”.
2. Pablo dice en la lectura de hoy que Jesús está vivo: no se ha ido de entre nosotros; sólo se ha hecho invisible. Jesús, sé que continúan conmigo, que habitas en mi interior, por tu Espíritu. En preparación a la fiesta de Pentecostés, podemos rezarle esta Secuencia: “Ven, Espíritu divino, / manda tu luz desde el cielo. / Padre amoroso del pobre; / don, en tus dones espléndido; / luz que penetra las almas; / fuente del mayor consuelo.
Ven, dulce huésped del alma, / descanso de nuestro esfuerzo, / tregua en el duro trabajo, / brisa en las horas de fuego, / gozo que enjuga las lágrimas / y reconforta en los duelos.
Entra hasta el fondo del alma, / divina luz, y enriquécenos. / Mira el vacío del hombre / si tu le faltas por dentro; / mira el poder del pecado / cuando no envías tu aliento.
Riega la tierra en sequía, / sana el corazón enfermo, / lava las manchas, infunde / calor de vida en el hielo, / doma el espíritu indómito, / guía al que tuerce el sendero.
Reparte tus siete dones / según la fe de tus siervos. / Por tu bondad y tu gracia / dale al esfuerzo su mérito; / salva al que busca salvarse / y danos tu gozo eterno. / Amén”.
3. En espera de la venida del Espíritu Santo, en el Salmo damos gracias a Dios por tantos dones: ser hijos suyos, la redención: “Bendice, alma mía, al Señor, / y con todo mi ser a su Nombre santo. / Bendice, alma mía, al Señor, no olvides ninguno de tus beneficios. / Pues cuando se elevan los cielos sobre la tierra, / Así prevalece su misericordia con los que le temen. / Cuanto dista el oriente del occidente, / así aleja de nosotros nuestras iniquidades. / El Señor estableció su trono en los cielos, / su reino domina todas las cosas. / Bendecid al Señor, ángeles suyos, / fuertes guerreros, que ejecutáis sus mandatos, prestos a obedecer a la voz de su palabra” (Salmo 103/102,1-2.11-12.19-20). No es Dios un juez, sino un Padre lleno de amor y de ternura por sus hijos.
Llucià Pou Sabaté
miércoles, 20 de mayo de 2015
Jueves de la semana 7 de pascua
Jueves de la semana 7 de Pascua
Jesús ruega por la unidad de los cristianos, en Él recibimos la felicidad: aquí la vida de la gracia y luego la gloria.
En aquel tiempo, Jesús, alzando los ojos al cielo, dijo: «Padre santo, no ruego sólo por éstos, sino también por aquellos que, por medio de su palabra, creerán en mí, para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno como nosotros somos uno: yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectamente uno, y el mundo conozca que tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has amado a mí.«Padre, los que tú me has dado, quiero que donde yo esté estén también conmigo, para que contemplen mi gloria, la que me has dado, porque me has amado antes de la creación del mundo. Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido y éstos han conocido que tú me has enviado. Yo les he dado a conocer tu Nombre y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que tú me has amado esté en ellos y yo en ellos». (Jn 17,20-26)
1. Son las últimas palabras de la oración de Jesús en el Cenáculo el jueves santo, y pide por la unidad... vemos hoy que la Iglesia da pasos importantes hacia la unidad, con el acercamiento de muchos anglicanos, y los ortodoxos de varios países de oriente. Este movimiento ecuménico ha sido realzado por el Concilio Vaticano II; unidad de: “los que invocan al Dios Trino y confiesan a Jesús como Señor y Salvador; y no sólo individualmente, sino también reunidos en grupos, en los que han oído el Evangelio y a los que consideran como su Iglesia y de Dios. No obstante, casi todos, aunque de manera diferente, aspiran a una Iglesia de Dios única y visible, que sea verdaderamente universal y enviada a todo el mundo, a fin de que el mundo se convierta al Evangelio y así se salve para gloria de Dios». Hoy pedimos al Espíritu Santo esta unidad de la fe, de los sacramentos y de la comunión jerárquica.
Señor, te pido esta unidad unido a tu corazón. Lo haré ahora con palabras de san Josemaría Escrivá: “¡Con qué acentos maravillosos ha hablado Nuestro Señor de esta doctrina! Multiplica las palabras y las imágenes, para que lo entendamos, para que quede grabada en nuestra alma esa pasión por la unidad. Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el labrador. Todo sarmiento que en mí no lleva fruto, lo cortará; y a todo aquel que diere fruto, lo podará para que dé más fruto... Permaneced en mí, que yo permaneceré en vosotros. Al modo que el sarmiento no puede de suyo producir fruto si no está unido con la vid, así tampoco vosotros, si no estáis unidos conmigo. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; quien está unido conmigo y yo con él, ése da mucho fruto, porque sin mí nada podéis hacer (Jn 15, 1-5).
¿No veis cómo los que se separan de la Iglesia, a veces estando llenos de frondosidad, no tardan en secarse y sus mismos frutos se convierten en gusanera viviente? Amad a la Iglesia Santa, Apostólica, Romana, ¡Una! Porque, como escribe San Cipriano, quien recoge en otra parte, fuera de la Iglesia, disipa la Iglesia de Cristo (san Cipriano). Y San Juan Crisóstomo insiste: no te separes de la Iglesia. Nada es más fuerte que la Iglesia. Tu esperanza es la Iglesia; tu salud es la Iglesia; tu refugio es la Iglesia. Es más alta que el cielo y más ancha que la tierra; no envejece jamás, su vigor es eterno.
Defender la unidad de la Iglesia se traduce en vivir muy unidos a Jesucristo, que es nuestra vid. ¿Cómo? Aumentando nuestra fidelidad al Magisterio perenne de la Iglesia: pues no fue prometido a los sucesores de Pedro el Espíritu Santo para que por revelación suya manifestaran una nueva doctrina, sino para que, con su asistencia, santamente custodiaran y fielmente expusieran la revelación transmitida por los Apóstoles o depósito de la fe. Así conservaremos la unidad: venerando a esta Madre Nuestra sin mancha; amando al Romano Pontífice”.
2. Interrogan en la primera lectura de hoy a San Pablo, que comenzará su vida en cautividad. Y “en esa noche se le apareció el Señor y le dijo: Mantén el ánimo, pues igual que has dado testimonio de mí en Jerusalén, así debes darlo también en Roma” (Hch 23,10-11). Dios se sirve de la historia para ir llevando hacia Roma su semilla y a los apóstoles Pedro y Pablo. También vemos hoy su fe en la resurrección, que es lo que hoy está en la discusión de sectas judías. También en nuestro tiempo, como entonces, muchos judíos han perdido la fe en la resurrección, por eso la madre de Edith Stein se enfada mucho con su hija cuando entra al Carmelo, pues piensa que sólo hay esta vida y no se puede malbaratar recluyéndose (luego, cercana su muerte, hubo una reconciliación); también esta santa dio su vida, en el holocausto judío. La resurrección de Jesús es el centro de nuestra fe y esperanza. El Espíritu Santo nos ayuda para ir en el camino del Señor, en fidelidad, no es camino de rosas. Supone sacrificios, pisar sobre espinas. La oración de Jesús al Padre es fundamento para caminar con la Cruz de Jesús.
3. “Guárdame, Dios mío, pues me refugio en ti. Yo digo al Señor: «Tú eres mi Señor, mi bien sólo está en ti». Señor, Tú eres mi copa y mi porción de herencia, Tú eres quien mi suerte garantiza. Yo bendigo al Señor, que me aconseja, hasta de noche mi conciencia me advierte; tengo siempre al Señor en mi presencia, lo tengo a mi derecha y así nunca tropiezo. Por eso se alegra mi corazón, se gozan mis entrañas, todo mi ser descansa bien seguro, pues Tú no me entregarás a la muerte ni dejarás que tu amigo fiel baje a la tumba. Me enseñarás el camino de la vida, plenitud de gozo en tu presencia, alegría perpetua a tu derecha” (Salmo 16/15,1-2a.5.11). Dios, nuestro Padre, es la parte que nos ha tocado en herencia. Señor, me abandono en ti, mi vida está en tus manos.
Llucià Pou Sabaté
martes, 19 de mayo de 2015
Miércoles de la semana 7 de Pascua
Miércoles de la semana 7 de Pascua
Jesús nos santifica para que santifiquemos el mundo, amándolo apasionadamente
En aquel tiempo, Jesús, alzando los ojos al cielo, dijo: «Padre santo, cuida en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno como nosotros. Cuando estaba yo con ellos, yo cuidaba en tu nombre a los que me habías dado. He velado por ellos y ninguno se ha perdido, salvo el hijo de perdición, para que se cumpliera la Escritura.
«Pero ahora voy a ti, y digo estas cosas en el mundo para que tengan en sí mismos mi alegría colmada. Yo les he dado tu Palabra, y el mundo los ha odiado, porque no son del mundo, como yo no soy del mundo. No te pido que los retires del mundo, sino que los guardes del Maligno. Ellos no son del mundo, como yo no soy del mundo. Santifícalos en la verdad: tu Palabra es verdad. Como tú me has enviado al mundo, yo también los he enviado al mundo. Y por ellos me santifico a mí mismo, para que ellos también sean santificados en la verdad». (Jn 17,11b-19)
«Pero ahora voy a ti, y digo estas cosas en el mundo para que tengan en sí mismos mi alegría colmada. Yo les he dado tu Palabra, y el mundo los ha odiado, porque no son del mundo, como yo no soy del mundo. No te pido que los retires del mundo, sino que los guardes del Maligno. Ellos no son del mundo, como yo no soy del mundo. Santifícalos en la verdad: tu Palabra es verdad. Como tú me has enviado al mundo, yo también los he enviado al mundo. Y por ellos me santifico a mí mismo, para que ellos también sean santificados en la verdad». (Jn 17,11b-19)
1. Jesús los llama y parece que se va: pero se queda, para ayudarnos a estar en el mundo sin ser del mundo. Señor, te pido que no escape de mis responsabilidades en el mundo, sino que me guardes del "mal". Estar en el mundo. Todos, también los sacerdotes, y dice el último concilio siguiendo esta oración sacerdotal de Jesús: "Situados aparte en el seno del pueblo de Dios no para estar separados de este pueblo, ni de cualquier hombre, sea el que sea. No podrían ser ministros de Cristo si no fueran testigos y dispensadores de una vida, distinta a la terrena; pero tampoco serían capaces de servir a los hombres si permanecieran extraños a su existencia y a sus condiciones de vida". Y sobre los laicos dice: "Lo propio y peculiar del estado laico es vivir en medio del mundo y de los asuntos profanos: han sido llamados por Dios a ejercer su apostolado en el mundo -a la manera de la levadura en la masa-, gracias al vigor de su espíritu cristiano." Señor, ayúdame a concretar algún punto de mejora en mis presencias en el mundo, en algún lugar donde sea más necesario en el campo de la cultura, de la labor social, de mi profesión… de las obras de misericordia. Que, santificado en la verdad, con tu palabra, que es la verdad, sepa vivir tu mandato: “como tú me enviaste al mundo, así los envío yo también al mundo...” Ser otros Cristos, unido a los demás («para que sean uno, como nosotros»), con alegría («para que ellos tengan mi alegría cumplida»).
San Juan de la Cruz quería estar “…en toda desnudez y pobreza y vacío”… y reza Ernestina de Chambourcin: “porque en toda pobreza / me quisiste, Señor, / toda pobre me tienes. / En pobreza de amor, / en pobreza de espíritu, / sin fuerzas y sin voz. // Que anduviste en vacío / me pediste y ya voy / hacia Ti por la nada / que de mi ser quedó / la noche en que me abriste / -¡qué aurora!- el corazón. // Desnuda de mí misma / en tus manos estoy. / En pobreza y vacío / ¡renaceré, Señor! // Porque lo quiero todo / ya apenas quiero nada. / Voluntad de no ir / donde lo fácil llama, / de evitar la ribera / donde el sentido basta. / ¡Qué hondo no querer, / qué absolutoa desgana, / qué desviar lo inútil / arrancándole al alma / el último asidero / y hasta esa luz prestada / que le roba a lo oscuro / su claridad intacta! // Porque lo quiero todo / ya apenas quiero nada”, cuando el Señor nos da un nombre, es decir nos ama y nos llama, en Él lo tenemos todo”.
2. Se despide Pablo de la comunidad de Éfeso, de modo emotivo, les da últimos consejos: “Ahora os dejo en manos de Dios y de su palabra, que es gracia… Os he enseñado en todo que trabajando así es como debemos socorrer a los necesitados, y que hay que recordar las palabras del Señor Jesús, que dijo: Mayor felicidad hay en dar que en recibir”. Los discípulos “abrazándose al cuello de Pablo le besaban, afligidos sobre todo por lo que había dicho de que no volverían a ver su rostro. Y le acompañaron hasta la nave” (Hechos 20,28-38). La Iglesia, que somos todos, está compuesta de pecadores. Pero no hay problema: «os dejo en manos de Dios», y ahí estamos seguros. Con ese consejo de dar a los demás, que es fuente de alegría: Señor, ¡que sepa darme!
3. Por eso rezamos con el Salmo: “Tú, Dios mío, ordena tu poder, oh Dios, que actúa en favor nuestro... Reyes de la tierra, cantad a Dios, tocad para el Señor, que avanza por los cielos, los cielos antiquísimos, que lanza su voz, su voz poderosa: "Reconoced el poder de Dios". Sobre Israel resplandece su majestad, y su poder sobre las nubes. Desde el santuario, Dios impone reverencia: es el Dios de Israel quien da fuerza y poder a su pueblo. ¡Dios sea bendito!” (Salmo 67,29-30.33-36).
En esta preparación a su fiesta acabamos con esta oración al Espíritu Santo: lléname, poséeme, dame tu luz y fuerza para ser a fondo cristiano, otro Cristo. Que me deje llevar por ti, para ser como los primeros portador de paz, de fuego de amor, que quema toda violencia, que da sabor a la vida, que arrastra a Jesús a los demás con la experiencia viva de su entrega. Que sea acogedor en una escucha activa, que tenga empatía con cada persona como la tuvo Jesús, con todo lo que esto resume: que sea solidario, alegre, trabajador, leal, libre, generoso, valiente para testimoniar mi fe, sin miedo de aparecer como un loco ante los demás. Pongo esta oración bajo tu protección, Santa María, madre mía.
Llucià Pou Sabaté
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