Domingo de la semana 5 de Cuaresma; ciclo B
Meditaciones de la semana
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«Entre los que subieron a adorar a Dios en la fiesta había algunos griegos; éstos se acercaron a Felipe, el de Betsaida de Galilea, y le rogaban diciendo: Señor, queremos ver a Jesús. Fue Felipe y se lo dijo a Andrés, y Andrés y Felipe fueron y se lo dijeron a Jesús. Jesús les contestó: Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del Hombre. En verdad, en verdad os digo que si el grano de trigo no muere al caer en tierra, queda infecundo; pero si muere, produce mucho fruto. El que ama su vida la perderá, y el que aborrece su vida en este mundo, la guardará para la vida eterna. Si alguien me sirve que me siga, y donde yo estoy allí estará también mi servidor; si alguien me sirve, el Padre le honrará. Ahora mi alma está turbada; y ¿qué diré?: ¿Padre, líbrame de esta hora?, si para eso vine a esta hora. ¡Padre, glorifica tu nombre! Entonces vino una voz del cielo: Lo he glorificado y de nuevo lo glorificaré. La multitud que estaba presente y la oyó, decía: Ha sido un trueno. Otros decían: Un ángel le ha hablado. Jesús respondió: Esta voz no ha venido por mí, sino por vosotros. Ahora es el juicio de este mundo, ahora el príncipe de este mundo va a ser arrojado fuera. Y yo, cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí. Decía esto señalando de qué muerte iba a morir. » (Juan 12, 20-33)
1º. Unos griegos desean ver a Jesús.
Estos representan el mundo gentil, el mundo que no pertenecía al pueblo judío.
Este hecho motiva el que Jesús anuncie:
-su próxima glorificación,
-carácter universal de su misión: ha venido a salvar a todos los hombres.
Para ello, Jesús utiliza una metáfora: es como una semilla que muere en la tierra, que perece y que, por lo mismo, lleva abundante froto.
Él atrae a todos hacia sí.
Tal vez a los hombres de hoy nos cueste comprender esta metáfora: No estamos familiarizados con el granero, ni tal vez hayamos visto cómo se siembra el trigo: Antiguamente, el labrador, con el arado, iba abriendo un surco, después otra persona iba dejando como una estela de trigo en este surco.
A la vuelta el labrador, con el surco siguiente que hacía, tapaba el trigo sembrado.
Este trigo, con la humedad de la tierra, se pudre, muere y saca una pequeña raíz y un pequeño tallo, que con el tiempo va creciendo hasta producir la espiga.
Si no muriera el trigo, si no se pudriera, no daría fruto.
Jesús nos explica bien lo que quiere decir con esta metáfora:
1ª: Para producir fruto antes tiene que morir.
Que es lo que Cristo está anunciando: Va a morir en la cruz para salvar a toda la humanidad.
2ª: Jesús, clavado en la cruz, es el supremo signo de contradicción para todos los hombres:
-quienes le reconocen como Hijo de Dios se salvan;
-quienes le rechazan, se condenan.
Por eso, es tarea del cristiano manifestar la fuerza salvadora de la Cruz a todo el mundo.
3ª: Cristo quiere atraer a todos hacia sí.
Quiere que todas las personas se puedan salvar.
2º. Apliquemos esto a nuestra vida:
A primera vista, el mundo parece hecho para el placer.
Por tanto la visión de la Cruz de Cristo, choca con esta apariencia.
Sin embargo, la cruz nos enseña la misma lección que el mundo enseña a los que viven mucho, a los que tienen una gran experiencia del mundo y lo conocen bien.
El mundo es dulce a los labios, pero amargo al paladar.
Al principio resulta gratificante, pero no al final.
Desde fuera parece alegre, pero dentro de él se esconde el mal y la tristeza.
Por eso, cuando un hombre vive un cierto número de años, al final de su vida, grita como el autor del Eclesiastés: «Vanidad de vanidades, todo es vanidad»
Más aún: consideremos la tristeza, la pobreza, la indigencia, el dolor, el sufrimiento, las enfermedades..., todo lo que asusta o disgusta.
¿Queremos saber cómo valorar esto?
Miremos la Cruz.
Así es, en la cruz y en el que fue clavado en ella encontraremos la interpretación de todas las cosas.
La cruz es el centro y la clave de interpretación de todas las cosas, porque en ella fue elevado Cristo, para que pudiese atraer todo y a todos hacia él.
Ahora bien, aunque la enseñanza de la cruz nos entristezca, no debe suponer por ello que el Evangelio sea una religión triste.
En absoluto.
El Evangelio nos prohíbe solo que “comencemos” por el placer.
Es decir, que sea lo primero que pongamos en nuestra vida.
El Evangelio nos manda que lo primero en nuestra vida sea la cruz de Cristo y en ella encontraremos primero el dolor, pero después de aquel dolor nacerá la paz y el consuelo.
Que lo primero sea la fe,
que lo primero sea Cristo,
que lo primero sea su cruz y la humillación a la que esta conduce.
Dejémonos antes que nada atraer por el que fue elevado, de modo que él pueda darnos generosamente, además de sí mismo, todas las cosas.
Por tanto, busquemos en primer lugar «el Reino de Dios y su justicia» y después todas las cosas de este mundo se nos darán «por añadidura»
Solo los que comienzan por el mundo invisible, por buscar el Reino de los cielos, son capaces de gozar de las cosas de este mundo.
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