que nos viene de sentirnos hijos de Dios.
Gálatas (4:22-24,26-27,31;5:1). Pues dice la Escritura que Abraham
tuvo dos hijos: uno de la esclava y otro de la libre. Pero el de la
esclava nació según la naturaleza; el de la libre, en virtud de la
Promesa. Hay en ello una alegoría: estas mujeres representan dos
alianzas; la primera, la del monte Sinaí, madre de los esclavos, es
Agar, Pero la Jerusalén de arriba es libre; ésa es nuestra madre,
pues dice la Escritura: Regocíjate estéril, la que no das hijos; rompe
en gritos de júbilo, la que no conoces los dolores de parto, que más
son los hijos de la abandonada que los de la casada. Así que,
hermanos, no somos hijos de la esclava, sino de la libre. Para ser
libres nos libertó Cristo. Manteneos, pues, firmes y no os dejéis
oprimir nuevamente bajo el yugo de la esclavitud.
Igual que en nuestro tiempo se pelean islamistas y de otras
religiones, en tiempos de San Pablo los judíos se peleaban contra
cristianos. El nuevo mandamiento del amor es de libertad, ya no hacen
falta tantos mandatos de esclavitud de la Antigua Alianza como tenían
los judíos, que se perdían en reglas. Somos "hijos de la libre".
Cristo nos ha "liberado para la libertad". ¿Es verdad eso para cada
uno de nosotros? Jesús habla de libertad, no aguanta la imposición, de
las autoridades. Ser libres significa que vivimos nuestra fe cristiana
con coherencia, con fidelidad, pero no movidos por el interés o el
miedo, sino por el amor y la convicción, y lo hacemos con ánimo
esponjado, libres tanto de las modas permisivas del mundo como de los
voluntarismos exagerados de algunas espiritualidades, que se refugian
en un cumplimiento meticuloso que impide respirar.
Pablo les habla con el ejemplo de Abraham que tuvo dos hijos, uno de
su sirvienta, Agar... otro de la mujer libre, Sara... las dos mujeres
representan las dos alianzas. A los judaizantes que están llenos de
normas que les atan, les dice que no tenemos más cuerda que la del
amor. Que no nos ganamos la salvación por nuestros méritos sino que es
un don gratuito, un regalo sobrenatural. Así como Sara no podía tener
hijos, Dios es el amo de lo imposible. Nada es imposible a Dios. El
ángel lo repetirá a la Virgen María, el día de su anunciación, y le
dirá que también Isabel, ya mayor, podrá tener a san Juan. Este es un
bello símbolo de la gracia, de la gentileza del don gratuito de Dios:
una esterilidad vencida, una tristeza vencida... Dios da la fecundidad
y la alegría a la que ya no podía esperar, humanamente, nada más.
¡Señor, cólmanos de tu gracia! ¡Señor, haznos disponibles y abiertos a
las gracias que quieras otorgarnos!
También nosotros podemos sentirnos esclavos, pero con Jesús seremos
siempre libres. ¿De qué libertad habla san Pablo? De romper cadenas y
ser por dentro libres. En una pared de un puesto de guardia de mi
cuartel, cuando hice el servicio militar, alguien que se sentía allí
obligado escribió en la pared su "reivindicación" que me gustó: "no
morirá jamás / quien de esclavo se libera / rompiendo para ser libre /
con su vida / cadenas".
No estar encadenado a nada, no tener miedo de nada, la ley ya no es
nada de fuera sino lo de dentro: «¡ama, y haz lo que quieras!» será la
traducción de san Agustín… ¿Soy yo libre, interiormente? ¿Es mi
religión "opresora", onerosa, una carga que hay que arrastrar? ¿O
bien, es una «liberación» una alegría, una espontaneidad? (Noel
Quesson).
2. Salmo (113:1-7) ¡Aleluya! ¡Alabad, servidores de Yahveh, alabad el
nombre de Yahveh! ¡Bendito sea el nombre de Yahveh, desde ahora y por
siempre! ¡De la salida del sol hasta su ocaso, sea loado el nombre de
Yahveh! ¡Excelso sobre todas las naciones Yahveh, por encima de los
cielos su gloria! ¿Quién como Yahveh, nuestro Dios, que se sienta en
las alturas, y se abaja para ver los cielos y la tierra? El levanta
del polvo al desvalido, del estiércol hace subir al pobre.
Es un canto de alabanza a Dios, que nos hace más contentos, pues
cuando nos ponemos a proclamar cosas buenas por la "ley de atracción"
estas vienen como un imán…
3. Lucas (11:29-32). La gente se apiñaba alrededor de Jesús, y él se
puso a decirles: "esta generación es una generación perversa. Pide un
signo, pero no se le dará más signo que el signo de Jonás"… A Jesús no
le gustaba que le pidieran "signos" y milagros. Quería que le creyeran
a él por su palabra, como enviado de Dios, no por las cosas
maravillosas que pudiera hacer. Aunque también las hiciera. Jonás era
una historia de uno que quiso huir y se pasó tres días en el vientre
de un monstruo marino. "Como Jonás fue un signo para los habitantes de
Nínive, lo mismo será el Hijo del hombre para esta generación", o sea
que Jesús estará tres día sen el vientre de la tierra para que creamos
en su resurrección. Y luego añade también el ejemplo de la reina de
Sabá, que vino de Etiopía para ver las maravillas del reino de
Salomón. Mientras que a Jesús, "uno que es más que Jonás", y que,
además, ha hecho signos sorprendentes que ya debieran bastar para
reconocerle como el Mesías de Dios, no le acaban de creer. Y lo mismo
la reina de Sabá, que vino desde lejos a escuchar la sabiduría de
Salomón, y Jesús "es más que Salomón": pero Jesús "vino a su casa y
los suyos no le recibieron' (Jn 1,11).
Muchas veces buscamos lo extraordinario, el lugar donde se espera
encontrar la presencia divina es en las apariciones, en lo mágico. El
hombre se dirige allí donde pueden encontrarse soluciones mágicas a
sus problemas, fuera del curso normal de los acontecimientos. Esta
forma de búsqueda de señales de la presencia de Dios nos ofusca y
llega a hacernos cerrar los ojos ante la verdadera señal que El nos
ofrece que, la mayoría de las veces, se presenta bajo las humildes
apariencias de los hechos cotidianos de nuestra vida. La Palabra de
Dios en ellos toma la forma de una invitación a la conversión que
muchas veces es rechazada porque no nos saca de lo cotidiano sino que
pide una respuesta que no nos aleja de ese ámbito. Por eso, en la vida
se nos coloca frecuentemente ante la necesidad de tomar una decisión
entre la Persona y la vida de Jesús, por un lado, y nuestro gusto por
lo maravilloso, por otro. De esa decisión depende que nos situemos en
medio de la generación malvada condenada por Jesús o entre los que
aceptan la presencia de Dios como los ninivitas que supieron escuchar
la predicación de Jonás y como la Reina del Sur que supo buscar la
Sabiduría en Salomón. La conversión no es otra cosa que reconocer las
señales de vida ofrecidas por Dios, asumir su visión y la defensa que
Dios hace de Ella. Aceptar la presencia de Dios en Jesús y en los
hermanos y confiar en la capacidad de transformación que Dios ha
ligado a su Palabra son el único camino válido para el Encuentro
auténtico con Dios (Josep Rius-Camps). Llucià Pou Sabaté
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