jueves, 22 de septiembre de 2016

Viernes semana 25 de tiempo ordinario; año par

Viernes de la semana 25 de tiempo ordinario; año par

La confesión de Pedro: “Tú eres el Mesías de Dios” está apoyada en la oración de Jesús y en su sacrificio
“Una vez que Jesús estaba orando solo, en presencia de sus discípulos, les preguntó: -«¿Quién dice la gente que soy yo?» Ellos contestaron: -«Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros dicen que ha vuelto a la vida uno de los antiguos profetas.» Él les preguntó: -«Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» Pedro tomó la palabra y dijo: -«El Mesías de Dios.» Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie. Y añadió: -«El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día»” (Lucas 9,18-22).
1. –“Un día, mientras Jesús estaba orando en un lugar solitario, estaban con El los discípulos”... Jesús, te pones en oración siempre que va a suceder algo importante, luego no te basta con tu unión con Dios sino que necesitas esos momentos de estar con el Padre a solas. Ayúdame a aprender de ti.
-“Les preguntó: "¿Quién dice la gente que soy Yo?" Contestaron ellos: "Juan Bautista. Otros, en cambio, que Elías, y otros un profeta de los antiguos, que ha resucitado."” Encontramos hoy los mismos fenómenos de opinión pública.
-“Jesús les preguntó; "Y vosotros, ¿quién decís que soy?"” Jesús, les pides una respuesta personal. ¡Hay que tomar posición! Pues no basta ir repitiendo las opiniones oídas, si uno no se compromete personalmente. Sabemos que están muy influenciados por la idea del establecimiento del Reino por la violencia y por un juicio de las naciones. Juan Pablo II nos invitaba a entrar en este misterio del conocimiento del Redentor: “En realidad, aunque se viese y se tocase su cuerpo, sólo la fe podía franquear el misterio de aquel rostro. Ésta era una experiencia que los discípulos debían haber hecho ya en la vida histórica de Cristo, con las preguntas que afloraban en su mente cada vez que se sentían interpelados por sus gestos y por sus palabras. A Jesús no se llega verdaderamente más que por la fe, a través de un camino cuyas etapas nos presenta el Evangelio en la bien conocida escena de Cesarea de Filipo (cf. Mt 16,13-20). A los discípulos, como haciendo un primer balance de su misión, Jesús les pregunta quién dice la «gente» que es él, recibiendo como respuesta: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o uno de los profetas» (Mt 16,14). Respuesta elevada, pero distante aún -¡y cuánto!- de la verdad. El pueblo llega a entrever la dimensión religiosa realmente excepcional de este rabbí que habla de manera fascinante, pero que no consigue encuadrarlo entre los hombres de Dios que marcaron la historia de Israel. En realidad, ¡Jesús es muy distinto!
”Es precisamente este ulterior grado de conocimiento, que atañe al nivel profundo de su persona, lo que él espera de los «suyos»: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?» (Mt 16,15). Sólo la fe profesada por Pedro, y con él por la Iglesia de todos los tiempos, llega realmente al corazón, yendo a la profundidad del misterio: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16,16).
”¿Cómo llegó Pedro a esta fe? ¿Y qué se nos pide a nosotros si queremos seguir de modo cada vez más convencido sus pasos? Mateo nos da una indicación clarificadora en las palabras con que Jesús acoge la confesión de Pedro: «No te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos» (16,17). La expresión «carne y sangre» evoca al hombre y el modo común de conocer. Esto, en el caso de Jesús, no basta. Es necesaria una gracia de «revelación» que viene del Padre. Lucas nos ofrece un dato que sigue la misma dirección, haciendo notar que este diálogo con los discípulos se desarrolló mientras Jesús «estaba orando a solas» (Lc 9,18). Ambas indicaciones nos hacen tomar conciencia del hecho de que a la contemplación plena del rostro del Señor no llegamos sólo con nuestras fuerzas, sino dejándonos guiar por la gracia. Sólo la experiencia del silencio y de la oración ofrece el horizonte adecuado en el que puede madurar y desarrollarse el conocimiento más auténtico, fiel y coherente, de aquel misterio, que tiene su expresión culminante en la solemne proclamación del evangelista Juan: «Y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad» (Jn 1,14)”.
 La oración de Jesús, el misterio de la muerte como camino a la resurrección y salvación de muchos, están en el centro de este texto de hoy, de esa pregunta que nos hace, Señor: ¿Quién soy yo para ti? Quiero aprender, Jesús, de tu revelación del Padre y de su amor, pues ahí está el centro, como recuerdas más tarde en tu oración: "Padre, les he dado a conocer tu nombre". Conocer a Dios es una pasión; un amor inmenso y un profundo sufrimiento a la vez. Conocer a Dios es una vocación, una llamada que exige: "El que quiera venir en pos de mí, que renuncie a sí mismo". Ayúdame, Señor, a ser discípulo tuyo, corresponder a tu amor en obediencia, pero sobre todo a abrirme al amor de Dios, dejar hacer a tu amor en mí.
-“Pedro contestó: "El Mesías de Dios:"” "el Ungido de Dios", "el Cristo de Dios". Esto era lo que Jesús había ya afirmado al principio de su ministerio, cuando leyó, en la sinagoga de Nazaret, el pasaje de Isaías: "El Espíritu del Señor está sobre mí porque me ha conferido la unción para llevar la buena nueva a los pobres" (Lc 4, 18). Ahora Pedro, después de estar un año viviendo con Jesús, lo reconoce en nombre de los Doce. Sobre Jesús, sobre su persona, sobre su identidad profunda, sólo podemos atenernos a lo que Él nos ha revelado de sí mismo. Señor, dinos "quién eres". Y concédenos tener plena confianza en ti.
-“Pero Jesús les prohibió terminantemente decírselo a nadie”. Los sueños populares sobre el Mesías eran demasiado políticos y revanchistas. Jesús, quizá dices esto porque no querías representar el papel de mesías potente y victorioso.
-“Y añadió: "Es preciso que el Hijo del hombre padezca mucho, sea rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los letrados, sea ejecutado y resucite al tercer día."” Seguramente pensaste en la oración en tu Pasión, y rezaste para que tus apóstoles no vacilaran en su fe por causa de la cruz (Noel Quesson).
2. Qohelet nos dice hoy: "todo tiene su tiempo y su momento". El sabio enumera catorce binomios opuestos, tomados de la vida, -tiempo de nacer y tiempo de morir, de plantar y recoger, de callar y de hablar, de guerra y de paz...- para indicarnos que debemos saber en cada momento lo que toca hacer, con sensatez. No son disyuntivas, sino situaciones complementarias, pero que cada una tiene su tiempo adecuado.
-“Todo tiene su momento, y cada cosa su tiempo bajo el cielo: un tiempo para nacer y un tiempo para morir, un tiempo para plantar y un tiempo para arrancar lo plantado, un tiempo para matar y un tiempo para sanar, un tiempo para destruir y un tiempo para edificar, un tiempo para llorar y un tiempo para reír, un tiempo para gemir y un tiempo para bailar, un tiempo para abrazarse y un tiempo para abstenerse, un tiempo para rasgar y un tiempo para coser, un tiempo para amar y un tiempo para odiar, un tiempo para la guerra y un tiempo para la paz...”
Acciones humanas, opuestas, que siguen el ritmo de la vida del hombre: ¡hacer y deshacer! El hombre tiene amenaza constante de contradecirse... de empezar siempre de nuevo. Esta alternancia es decepcionante, porque hace más difícil la continuidad en el esfuerzo. ¿Por qué construir una pared para derribarla luego? ¿Por qué lavar los platos para volver a usarlos y a lavarlos y así indefinidamente?
Pero el hombre es el único ser de la creación que siente el dolor de su fragilidad: ¿no nos prueba esto que su fin es otro?, que es la posesión eterna e inmutable de sí mismo.
-“¿Qué provecho obtiene el que trabaja por toda su fatiga?” No hay que ver eso en un sentido negativo, también puede pensarse que es tal la hermosura de lo creado y lo ha hecho tan bien Dios, "y a su tiempo", que no vale la pena esforzarse demasiado, porque "el hombre no abarca las obras que hizo Dios".
-“Considero la tarea que «Dios» ha asignado a «los hombres». Ha hecho todo lo apropiado a su tiempo...”
"El" ha puesto también el deseo de infinito en nuestro corazón... En medio del flujo y reflujo del «tiempo», está lo «infinito» que se va construyendo. La fluctuación monótona y deprimente del tiempo que pasa es el terreno misterioso de una eternidad naciente en el seno mismo de la descomposición del tiempo.
¡El tiempo, finalmente, tiene pues un sentido! El “fatum” o destino ciego de los griegos, que tiene todo escrito y que es cíclico en un repetir absurdo, se abre con el sentido de finalidad, de felicidad, de gloria… no encuentra el sentido en sí mismo, sino en Dios, en la eternidad de Dios. Y sin embargo no se trata de buscar el sentido del tiempo solamente en el más allá y el después, como si fuera necesario refugiarse en el cielo y huir de lo temporal para descubrir el sentido de lo eterno. No. Se ha exagerado hablando solo del “más allá”, pues Jesús nos ayuda a rezar “venga a nosotros tu Reino”, ya que Dios está aquí…
La eternidad ya ha comenzado, es concomitante con el tiempo. «No has comprendido nada, mientras no hayas comprendido que hoy es el día del Juicio»... HOY se desarrolla la eternidad, estás inmerso en ella, y todo lo que haces, minuto tras minuto, toma una densidad eterna en Dios. En efecto algo de lo «permanente» se construye en el núcleo mismo de lo que fluye y pasa. «Incluso si en mí el hombre exterior se va arruinando, el hombre interior se construye día a día», decía san Pablo, que próximo a la muerte, era consciente de ir hacia la vida, una vida que ya había comenzado (Noel Quesson).
3. Ante la visión griega de Heráclito "panta rei" («todo fluye») y la del eterno retorno de los estoicos, nuestra vida en Dios hace que «todo tiene su tiempo y sazón». desde el principio hasta el fin» (10s).
Qué bonito sería discernir el tiempo oportuno para cada cosa… Santa Teresa, que tenía sentido común, supo expresar sabiamente esta disponibilidad serena ante lo que nos depare la vida: "cuando penitencia, penitencia; cuando perdices, perdices".
De nuevo se apunta en el salmo que lo único sólido es Dios: "bendito el Señor, mi Roca, baluarte donde me pongo a salvo, mi escudo y mi refugio". Mientras que "el hombre es igual que un soplo; sus días, una sombra que pasa".
Llucià Pou Sabaté
San Pío de Pietrelcina, presbítero

El Padre Pío de Pietrelcina fue un hombre elegido por Cristo para llevar los padecimientos de la crucifixión en su cuerpo, durante 50 años de su vida. Las llagas en sus manos, en sus pies, y en el costado de su pecho eran permanentes, sangraban y no cicatrizaban, no supuraban, ni coagulaban. Durante su vida recibió el don de la bilocación, que es la posibilidad milagrosa de estar en dos sitios a la vez; el don de lenguas, por el cual podía darse a entender en diferentes idiomas, aunque nunca los hubiera aprendido; podía ver el corazón de los fieles, sus pecados y su arrepentimientos; curar enfermos. Amó incansablemente hasta las últimas consecuencias a Cristo y a sus "hijos espirituales".
Enardecido por el amor a Dios y al prójimo, Padre Pío vivió en plenitud la vocación de colaborar en la redención del hombre mediante la dirección espiritual de los fieles, la confesión y la celebración de la Eucaristía. El momento cumbre de su actividad apostólica era aquél en el que celebraba la Santa Misa. Los fieles que participaban en la misma percibían la altura y profundidad de su espiritualidad.
En el orden de la caridad social se comprometió en aliviar los dolores y las miserias de tantas familias, especialmente con la fundación de la «Casa del Alivio del Sufrimiento», inaugurada el 5 de mayo de 1956. Estuvo dedicado asiduamente a la oración. Pasaba el día y gran parte de la noche en coloquio con Dios. Decía: «En los libros buscamos a Dios, en la oración lo encontramos. La oración es la llave que abre el corazón de Dios». La fe lo llevó siempre a la aceptación de la voluntad misteriosa de Dios.
Estuvo siempre inmerso en las realidades sobrenaturales. No era solamente el hombre de la esperanza y de la confianza total en Dios, sino que infundía, con las palabras y el ejemplo, estas virtudes en todos aquellos que se le acercaban.
El amor de Dios le llenaba totalmente, colmando todas sus esperanzas: amar a Dios y hacerlo amar. Su preocupación particular: crecer y hacer crecer en la caridad.
Expresó su caridad acogiendo, a muchísimas personas que acudían a su confesionario, recibiendo su consejo y su consuelo. Era como un asedio: lo buscaban en la iglesia, en la sacristía y en el convento. Y él se daba a todos, haciendo renacer la fe, distribuyendo la gracia y llevando luz. Pero especialmente en los pobres, en quienes sufrían y en los enfermos, él veía la imagen de Cristo y se entregaba especialmente a ellos. Su preocupación era la gloria de Dios y el bien de las almas.
Comprendió bien pronto que su camino era el de la Cruz y lo aceptó inmediatamente con valor y por amor. Durante años soportó los dolores de sus llagas con admirable serenidad. Aceptó en silencio las numerosas intervenciones de las Autoridades y calló siempre ante las calumnias. Recurrió habitualmente a la mortificación para conseguir la virtud de la templanza, de acuerdo con el estilo franciscano. Era templado en la mentalidad y en el modo de vivir.
Consciente de los compromisos adquiridos con la vida consagrada, observó con generosidad los votos profesados. Obedeció en todo las órdenes de sus superiores, incluso cuando eran difíciles. Vivió el espíritu de pobreza con total desprendimiento de sí mismo, de los bienes terrenos, de las comodidades y de los honores. Tuvo siempre una gran predilección por la virtud de la castidad. Su comportamiento fue modesto en todas partes y con todos.
Se consideraba sinceramente inútil, indigno de los dones de Dios, lleno de miserias y a la vez de favores divinos. En medio de tanta admiración del mundo, repetía: «Quiero ser sólo un pobre fraile que reza».
Su salud, desde la juventud, no fue muy robusta y, especialmente, en los últimos años de su vida, empeoró rápidamente.
La muerte lo sorprendió preparado y sereno el 23 de septiembre de 1968, a los 81 años de edad. La concurrencia a su funeral fue extraordinaria.

FECHAS DE LA VIDA DEL PADRE PÍO

1887 (25 de mayo) Nace en Pietralcina (Benevento)
1903 (6 de enero) Se traslada a Morcone (Benevento) para iniciar el noviciado en los Capuchinos.
(22 de enero) Viste los " hábitos de prueba" y se convierte en Fray Pío de Pietralcina.
1904 (22 de enero) Pronuncia la profesión de votos simples.
(25 de enero) Se traslada a S. Elia en Pianisi (Campobasso) para iniciar "retórica".
1907 (27 de enero) Pronuncia la profesión de votos solemnes.
(finales de octubre) En Serracapriola (Foggia) para comenzar el estudio de la Sagrada Teología.
1908 (finales de noviembre) En Montefusco (Avellino) para continuar Teología.
(19 de diciembre) Recibe las Ordenes Menores en Benevento.
(21 de diciembre) Es subdiácono en la misma ciudad.
1909 Durante los primeros meses del año en Pietralcina, enfermo.
(18 de julio) Recibe el orden del diaconado en la iglesia del convento de Morcone.
1910 (10 de agosto) Ordenación sacerdotal en la capilla de los canónigos de la catedral de Benevento.
(14 de agosto) Primera Misa solemne en Pietralcina; en este año se producen las "primeras apariciones de estigmas" (cf. Epist. I, carta 44).
1911 (finales de octubre)Es enviado a Venafro, pero la enfermedad le obliga a permanecer casi continuamente en la cama. Tienen lugar hechos extraordinarios.
(7 de diciembre) Vuelve a Pietralcina.
1915 (25 de febrero) Por motivos de salud, obtiene el permiso de continuar fuera del convento, conservando el hábito capuchino.
(6 de noviembre) Es llamado a filas.
(6 de diciembre) Destinado a la 10ª compañía de Sanidad en Nápoles.
1916 (17 de febrero) En Foggia en el convento de S. Anna.
(4 de septiembre) En S. Giovanni Rotondo.
(18 de diciembre) Se reincorpora al cuerpo militar de Nápoles. Permisos y reincorporaciones hasta el 16 de marzo de 1918, baja por "doble broncoalveolitis".
1918 (5-7 de agosto) Transverberación..
(20 de septiembre) Estigmatización..
1919 (15-16 de mayo) Luigi Romanelli, primer médico que visita al Padre Pío después de la Estigmatización.
(26 de julio) Informe médico de Amico Bignami.
(9 de octubre) Visita médica de Giorgio Festa.
1922 (2 de junio) Primeras medidas del Santo Oficio.
1923 (31 de mayo) Después de una investigación, el Santo Oficio determina que no consta el "carácter sobrenatural de los hechos atribuidos al Padre Pío".
(17 de junio) Otros mandatos: el Padre Pío debe celebrar en la capilla interna del convento sin público y no contestará a las cartas dirigidas a él, ni directamente ni a través de otros.
(26 de junio) Como consecuencia de una manifestación popular, el Padre Pío celebra de nuevo en la iglesia.
(8 de agosto) El Padre Pío conoce la orden (fechada el 30 de julio) de trasladarse a Ancona, permaneciendo disponible.
(17 de agosto)Debido la agitación popular, se aplaza el traslado.
1929 (3 de enero) Muere en S. Giovanni Rotondo la madre del Padre Pío.
1931 (23 de mayo) El Padre Pío es privado del ejercicio de su ministerio, exceptuando la Santa Misa, que puede celebrar únicamente en la capilla interna del convento, y en privado.
1933 (16 de julio) El Padre Pío celebra la Santa Misa en la iglesia
1934 (25 de marzo) El Padre Pío vuelve a escuchar confesiones de hombres.
(12 de mayo) Y de mujeres.
1946 (7 de octubre) Muere el padre del Padre Pío en S. Giovanni Rotondo.
1947 (19 de mayo) Comienzo de los trabajos de nivelación para la construcción de la "Casa Sollievo della Sofferenza" (Casa Alivio del Sufrimiento).
1955 (31 de enero) Colocación de la primera piedra de la futura nueva iglesia del convento.
1956 (5 de mayo) Inauguración de la "Casa Sollievo della Sofferenza".
1959 (1 de julio) Consagración de la nueva iglesia.
1965 (17 de enero) El Padre Pío puede continuar celebrando la Misa en latín.
1966 (21 de noviembre) Puede celebrar en público, sentado.
1968 (29 de marzo) El Padre Pío empieza a usar una silla de ruedas, porque no siente las piernas.
(22 de septiembre) A las 5h, su última Misa; a las 18h su última bendición a la multitud en la iglesia
(23 de septiembre) A las 2'30h el Padre Pío, después de recibir el sacramento de la unción de los enfermos, muere serenamente con el santo Rosario en la mano y con "¡Jesús!…¡María!… " en los labios.

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