jueves, 15 de septiembre de 2016

Viernes semana 24 de tiempo ordinario; año par

Viernes de la semana 24 de tiempo ordinario; año par

Algunas mujeres acompañaban a Jesús y lo ayudaban, dando un ambiente femenino necesario a la familia que es la Iglesia.
“En aquel tiempo, Jesús iba caminando de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo, predicando el Evangelio del reino de Dios; lo acompañaban los Doce y algunas mujeres que él habla curado de malos espíritus y enfermedades: Maria la Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa, intendente de Herodes; Susana y otras muchas que le ayudaban con sus bienes” (Lucas 8, 1-3)
1. –“Jesús iba caminando por pueblos y aldeas, proclamando la "Buena" Noticia”. Es preciso, de vez en cuando, volver a meditar, sobre ese tema. "evangelio"... ¿"euaggelion", en griego? "buena noticia" en castellano. Así, ¡lo que Jesús proclama es algo bueno!
-“Lo acompañaban los doce, y algunas mujeres...” El pasado martes vimos a Jesús hacer una resurrección en atención a una mujer, la viuda de Naím. Ayer Jesús rehabilitaba a una mujer, la pecadora, en casa de Simón. Lucas insiste en el papel de las mujeres: pensemos en la función esencial de María en los relatos de la infancia de Jesús... pensemos en el episodio de Marta y María (Lc 10, 38) que es él el único en relatarlo.
-“Mujeres que Jesús había curado de malos espíritus y de enfermedades”... Jesús, liberas totalmente a la mujer: ni en tu mente ni en tus actitudes concretas haces diferencia alguna de dignidad entre el hombre y la mujer.
Nunca un rabino admitía a mujeres en el grupo de sus discípulos. Jesús, tú . Eran mujeres a las que habías curado de alguna enfermedad o mal espíritu, y "le ayudaban con sus bienes". Lucas nos transmite el nombre de varias de ellas.
¡Cuántas veces aparecen las mujeres en el evangelio con una actitud positiva y admirable! Baste recordar las que estuvieron cerca de él en el momento más trágico, al pie de la cruz, junto con María, su madre. Y que luego fueron las primeras que tuvieron la alegría de ver al Resucitado y anunciarlo a los demás. Son un buen símbolo de las incontables mujeres que, a lo largo de los siglos, han dado en la Iglesia testimonio de una fe recia y generosa: religiosas, laicas, misioneras, catequistas, madres de familia, enfermeras, maestras... Que ayudaron a Jesús en vida y que colaboran eficazmente en la misión de la Iglesia, cada una desde su situación, entregando su tiempo, su trabajo y también su ayuda económica. La primera persona europea que creyó en Cristo, por la predicación de Pablo, fue una mujer: Lidia (Hch 16). A veces nos fijamos en que la Iglesia no se ve con capacidad de admitir mujeres al ministerio sacerdotal, pero lo principal es el amor, la santidad, y tenemos en común la fe y la misión evangelizadora.
Jesús dijo: "¿quién es mi madre y mis hermanos? El que escucha la Palabra de Dios y la pone en práctica". Y en eso las mujeres han sido, ya desde el principio (la Virgen Maria: "hágase en mi según tu palabra") las que más ejemplo nos han dado a toda la comunidad. No serán obispos ni párrocos, como tampoco las que acompañaban a Jesús fueron elegidas y enviadas como apóstoles, pero las mujeres cristianas, religiosas o laicas, siguen realizando una misión hermosísima y meritoria en la vida de la comunidad. Es interesante recordar que, en la lenta y progresiva valoración de la mujer por parte de la Iglesia, Pablo VI nombró a dos mujeres insignes "doctoras de la Iglesia", santa Teresa de Jesús y santa Catalina de Siena, y últimamente Juan Pablo II hizo lo mismo con santa Teresa del Niño Jesús y algunas más (J. Aldazábal).
-“María, "Magdalena" de sobrenombre... -¡que había sido liberada de siete demonios!-, Juana, mujer de Kuza, el intendente de Herodes... Susana...” y muchas más... la mujer no contaba mucho, podían participar al culto de la sinagoga, pero no estaban obligadas a ello. La liturgia empezaba cuando, por lo menos, diez hombres estaban presentes, mientras que a las mujeres no se las contaba.
-... “Que le ayudaban con sus bienes”. Realismo del evangelio: se necesita dinero para poder anunciar el evangelio. Si los Doce y Jesús parecen tan libres, sin cuidados materiales, ¡es porque hay mujeres que cuidan de ellos! Trabajo capital que permite todo el resto. ¿Soy una acomplejada por mis tareas humildes? o bien ¿sé darles un valor divino? (Noel Quesson).
Juan Pablo II trató del tema del papel de lo femenino en la Iglesia: “El Evangelio revela y permite entender precisamente este modo de ser de la persona humana. El Evangelio ayuda a cada mujer y a cada hombre a vivirlo y, de este modo, a realizarse. Existe, en efecto, una total igualdad respecto a los dones del Espíritu Santo y las "maravillas de Dios" (Act 2,11). Y no sólo esto. Precisamente ante las "maravillas de Dios" el Apóstol-hombre siente la necesidad de recurrir a lo que es por esencia femenino, para expresar la verdad sobre su propio servicio apostólico. Así se expresa Pablo de Tarso cuando se dirige a los Gálatas con estas palabras: "Hijos míos, por quienes sufro de nuevo dolores de parto" (Gal 4,19). En la primera Carta a los Corintios (7,38) el apóstol anuncia la superioridad de la virginidad sobre el matrimonio -doctrina constante de la Iglesia según las palabras de Cristo, como leemos en el evangelio de San Mateo (19,10-12)-, pero sin ofuscar de ningún modo la importancia de la maternidad física y espiritual. En efecto, para ilustrar la misión fundamental de la Iglesia, el Apóstol no encuentra algo mejor que la referencia a la maternidad.
Un reflejo de la misma analogía -y de la misma verdad- lo hallamos en la Constitución dogmática sobre la Iglesia. María es la "figura" de la Iglesia: "Pues en el misterio de la Iglesia, que con razón es llamada también madre y virgen, precedió la Santísima Virgen, presentándose de forma eminente y singular como modelo tanto de la virgen como de la madre (...) Engendró en la tierra al mismo Hijo del Padre (...) a quien Dios constituyó primogénito entre muchos hermanos (cf Rom 8,29), esto es, los fieles, a cuya generación y educación coopera con amor materno". "La Iglesia, contemplando su profunda santidad e imitando su caridad y cumpliendo fielmente la voluntad del Padre, se hace también madre mediante la palabra de Dios aceptada con fidelidad, pues por la predicación y el bautismo engendra a una vida nueva e inmortal a los hijos concebidos por obra del Espíritu Santo y nacidos de Dios". Se trata de la maternidad "según el espíritu" en relación con los hijos y las hijas del género humano. Y tal maternidad -como ha se ha dicho- es también la "parte" de la mujer en la virginidad. La Iglesia "es igualmente virgen, que guarda pura e íntegramente la fe prometida al Esposo". Esto se realiza plenamente en María. La Iglesia, por consiguiente, "a imitación de la Madre de su Señor, por la virtud del Espíritu Santo, conserva virginalmente una fe íntegra, una esperanza sólida y una caridad sincera".
El Concilio ha confirmado que si no se recurre a la Madre de Dios no es posible comprender el misterio de la Iglesia, su realidad, su vitalidad esencial. Indirectamente hallamos aquí la referencia al paradigma bíblico de la "mujer", como se delinea claramente ya en la descripción del "principio" (cf Gen 3,15) y a lo largo del camino que va de la creación -pasando por el pecado- hasta la redención. De este modo se confirma la profunda unión entre lo que es humano y lo que constituye la economía divina de la salvación en la historia del hombre. La Biblia nos persuade del hecho de que no se puede lograr una auténtica hermenéutica del hombre, es decir, de lo que es "humano", sin una adecuada referencia a lo que es "femenino". Así sucede, de modo análogo, en la economía salvífica de Dios; si queremos comprenderla plenamente en relación con toda la historia del hombre no podemos dejar de lado, desde la óptica de nuestra fe, el misterio de la "mujer": virgen-madre-esposa”.
2. Pablo parte hoy también de una pregunta: -"¿Cómo es posible que haya entre vosotros quienes dicen...?" mentes muy racionalistas tendían a pensar que la resurrección del «cuerpo» -enterrado, o incinerado... ¡descompuesto!- era imposible, filosóficamente hablando. Hoy también hay dificultades para creer la resurrección de la carne y muchos se “escapan” de la verdad con teorías de rencarnaciones.
-“Proclamamos -gritamos- que Cristo ha resucitado de entre los muertos”. Señor, ayúdame a que mi fe en tu resurrección sea auténtica, firme, que penetre hasta el hondón de mi alma. ¿Puedo decir que mi Fe compromete todo mi ser: intelecto, corazón, acción?
-“Si Cristo no resucitó, vacío es nuestro mensaje, vacía también vuestra fe, sin objeto...” ¡La resurrección es la piedra angular, el punto esencial de la nueva religión! Si esto no fuera verdad, todo llegaría a ser «vacío», «nada»: tanto el mensaje de los apóstoles como la fe de los fieles, que es la respuesta al mensaje.
La alegría pascual es la señal del «cristiano», su característica principal. ¿Se nota en mí que creo en ella? ¿Aparece a través de mi conducta, en mis relaciones humanas frente al sufrimiento, frente a la muerte? ¿Y en todas las dificultades que pesan sobre mí? ¡Gracias, Señor! Ayúdame a testimoniar contigo tu buena nueva.
-“Si Cristo no ha resucitado somos convictos de falsos testigos de Dios...”: o bien la resurrección existe, tal como Dios ha dicho... o bien habría que confesar la inexistencia de Dios... Y entonces llegamos a ser «falsos testigos», defendemos una causa que no tiene defensa, somos unos impostores hablando de Dios.
-“Si Cristo no resucitó, estáis todavía en vuestros pecados... Por tanto, los que durmieron en Cristo... perecieron”. Pero la resurrección es una «fuerza activa» que destruye el pecado y la muerte. Es un hecho real que pasó, y una realidad permanente en nosotros, pues la vida divina, que hizo surgir a Jesús de la muerte, continúa en todas partes sacando al hombre del pecado y de la muerte. ¿Es ésta mi fe? (Noel Quesson).
3. Te doy gracias, Señor, con el salmista: “El cielo proclama la gloria de Dios, / el firmamento pregona la obra de sus manos: / el día al día le pasa el mensaje, / la noche a la noche se lo susurra”.
Por siempre me alcanza tu amor salvador, Señor, y quiero alabarte hoy y cada día: “Sin que hablen, sin que pronuncien, / sin que resuene su voz, / a toda la tierra alcanza su pregón / y hasta los límites del orbe su lenguaje”. 
Llucià Pou Sabaté
San Cornelio, papa, y san Cipriano, obispo, mártires

San Cipriano era africano, cartaginés. Tuvo como maestro a Tertuliano. Pero a diferencia del maestro, duro polemista, Cipriano buscaba siempre la armonía y la paz. Es una gran figura de la Iglesia occidental. Como escritor es inferior a Tertuliano. Su objetivo es convencer, exhortar.
Había nacido de una familia pagana. Estudiaba para triunfar. Pero era un alma noble y vio que el paganismo no le satisfacía. Entonces se dedicó a estudiar la doctrina cristiana. El Evangelio fue para él una revelación. El sacerdote Cecilio le instruyó y se bautizó como Cecilio Cipriano.
Su conversión fue radical. Repartió sus bienes a los pobres e hizo voto de castidad. Tenía un talento excepcional y una gran integridad de vida. El pueblo se fijó en él y fue nombrado obispo de Cartago.
Un edicto de Decio desencadenó la persecución. La cristiandad del norte de Africa era floreciente - unos cien obispos - pero le faltaba madurez. Apenas publicado el edicto, muchos acudieron al Capitolio para ofrecer sacrificios a Júpiter. Incluso obispos y sacerdotes claudicaron.
Hubo también muchos cristianos generosos que se mantuvieron fieles en los tormentos. Otros muchos huyeron. Cuando la multitud se juntaba en el anfiteatro, muchos gritaban: "Cipriano a los leones". Cipriano también huyó. Parecía que así podría defender mejor a su grey, que lo necesitaba.
Cuando volvió a su sede, se encontró con un grave problema: Que hacer con los lapsi o apóstatas y con los libeláticos que querían volver? Los libeláticos eran los que se procuraban un libelo de apostasía, como si hubieran sacrificado, para liberarse de la persecución.
Había un partido de intransigentes, encabezados por Novaciano, que luego se hizo elegir antipapa contra Cornelio. Otros en cambio eran demasiado indulgentes, capitaneados por Donato y Felicísimo. En un concilio reunido en Cartago se dieron normas con soluciones firmes e indulgentes.
Tuvo algún conflicto con el Papa Esteban, pues Cipriano se negaba a que los obispos libeláticos Basílides de Astorga y Marcial de Mérida, que habían sido depuestos, volvieran a sus sedes. También defendía Cipriano que había que rebautizar, a los herejes que se convertían. Poco después se reconciliaba con Sixto II y moría mártir. Por lo demás, siempre defendió la unión con Roma, con la cátedra de Pedro: "No puede tener a Dios por Padre, quien no tiene a la Iglesia por Madre". Así se cerraba el "caso cipriánico" y se le puede llamar "el defensor de la romanidad".
Una nueva persecución fue promovida por Valeriano. En su nombre le interrogó Paterno. Cipriano fue desterrado a Curubis. Luego Galerio Máximo le hizo volver a Cartago para tenerlo más cerca y vigilarlo mejor Cipriano sigue solícito la vida de sus fieles y a la vez está atento a los sucesos de la Iglesia universal. Se cartea con el clero de Roma, defiende a Cornelio, influye en las Galias, interviene en las Iglesias ibéricas.
Es un modelo de gobernante y pastor. Les pide prudencia en la persecución. Cuando iba a ser ejecutado muchos cristianos le siguieron. Cipriano se arrodilló y se puso a rezar. Dispuso que diesen 25 monedas de oro al verdugo, y recibió el golpe mortal. Era el 14 de septiembre del 258.
San Cornelio, de origen romano, fue elegido Papa el año 251, en plena persecución de Decio, para suceder al Papa mártir San Fabián. Dos años después muere San Cornelio en Civitavecchia, desterrado por Cristo, el mismo día, aunque no el mismo año, que San Cipriano, como dice San Jerónimo.

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