miércoles, 13 de julio de 2016

Jueves de la semana 15 de tiempo ordinario; año par

Jueves de la semana 15 de tiempo ordinario; año par

Hemos de confiar en Jesús que nos libera de toda pena, pues unidos a él todo tiene sentido de salvación
“En aquel tiempo, exclamó Jesús: -«Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mi, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera» (Mateo 11,28-30).
1. Es muy breve el evangelio de hoy, pero rico en contenido y consolador. Los doctores de la ley solían cargar fardos pesados en los hombros de los creyentes. Tú, Jesús, el Maestro verdadero, no. Nos aseguras que tu «carga es ligera», y que en ti «encontraremos descanso».
Tu estilo de vida, Jesús, es exigente. Incluye renuncias y nos pides cargar con la cruz. Pero, a la vez, nos prometes tu ayuda. Cargamos con la cruz, si, pero en tu compañía, y  nos dices: «Yo os aliviaré». Como el Cireneo te ayudó a llevar la cruz camino del Calvario, tú nos ayudas a nosotros a superar nuestras luchas y dificultades. Cuando nos sentimos «cansados y agobiados», iré a ti, Señor, que conoces muy bien nuestro camino (J. Aldazábal).
-“Venid a mi todos los que estáis rendidos y agobiados”. Tu corazón está abierto, Señor, a los pequeños o humildes, los pobres, los que sufren, los hambrientos, los enfermos o desgraciados... todos los que están rendidos y agobiados. En primer lugar quiero contemplar ese sentimiento de tu corazón.
-“Y Yo os aliviaré”. Descanso en ti, Señor, en ti confío. Recuerdo un sacerdote mayor, que estaba en un hospital en coma, y al hablarle repetía: “in manus tuas, Domine, commendo spiritum meum” (en tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu). Luego al reponerse no recordaba esa oración suya, que me edificó.
-“Cargad con mi yugo, sed mis discípulos: aprended de mí, que soy sencillo y humilde, y encontraréis vuestro respiro”. Tu "yugo", Jesús es soportable. No es una carga que aplaste y lastime. Te doy gracias, Señor, porque a lo largo de la vida veo que hay una mano invisible que me guía, especialmente en las dificultades, como se suele decir: “cuando más negra es la noche, amanece Dios”.
Te reconozco, Señor, que me llevas en el camino de la vida, y veo que es verdad lo que dices: “-Sí, mi yugo es llevadero y mi carga ligera”. Sin embargo, a veces, lo encuentro pesado y lo soporto mal. Pero, Señor quiero hacerte caso y abandonarme a ti. Es muy cierto que si uno se abandona verdaderamente a Dios, queda realmente reconfortado, colmado de serenidad y de alegría. Nuestra Fe, nuestras vocaciones, nuestras obligaciones religiosas... no deberían ser nunca "cargas" para nosotros. El amor no puede ser más que liberador y radiante. Por esta alegría se reconocen los verdaderos discípulos de Jesús (Noel Quesson).
La carga es liviana… Escuchando este Evangelio, pienso en los judíos muertos en las cámaras de gas durante la segunda guerra mundial, en los millones de esclavos a quienes no se les ha permitido ser libres, en tantos obreros de la industria moderna que son explotados injustamente, en los indígenas maltratados y marginados en sus propios países, en las gentes que llenan tantos campos de refugiados a lo largo y ancho del mundo, en los que sufren y mueren en soledad en los hospitales, en los niños y niñas que son explotados sexualmente, en los drogadictos que han encontrado su infierno particular huyendo posiblemente de otros infiernos. Todos estos y muchos más, tienen el derecho de sentir estas palabras de Jesús como dirigidas a ellos. Ellos son los últimos de nuestro mundo. Ellos son aquellos a los que ha tocado la peor parte en la herencia. Ellos realmente merecen encontrar consuelo y descanso en el Reino de Dios. Ellos tienen que ser los primeros en entrar en la casa del Padre. ¿Qué podría hacer para que estas palabras llegasen a sus destinatarios? (Servicio Biblico Latinoamericano).
Ayer estaba en la calle con dos hombres de ideología más bien anticatólica, que me pararon para hablar de temas sociales en relación con la Iglesia, y mientras una gitana se me acercó –como suelen hacer al ver un sacerdote- para pedir dinero, para dar de comer a sus niños. Le contesté que no daba dinero, pero que si querían los que me acompañaban mientras hablábamos íbamos a una tienda y allí le compraba comida. Así lo hicimos, yendo a un supermercado, y ella se fue feliz con su comida. Luego, me dijo uno de los contertulios: “nosotros hablamos mucho pero no hacemos estas cosas”, les contesté que podíamos imaginarnos ser la persona necesitada, y así estar en la piel de esa mujer, y si fuéramos ella, nos gustaría que nos ayudaran, y que a nosotros no nos costaba casi esfuerzo ayudar un poco, y que a ella le suponía mucho bien… estuvimos de acuerdo en tantas cosas de labor social que hace la Iglesia.
Otro día me decía otra persona, en un autobús, que le daba mucha paz dar dinero a caritas porque el 100% de lo que daba iba a ayudar a la gente, que no se quedaba un tanto por ciento alto en gastos de organización, como pasa en muchas otras instituciones…
También el otro día vimos un video de “la Iglesia y el sida” y nos quedamos impresionados. Y ante la crítica que hacen de por qué no participa la Iglesia más en prevención, contestaba un cardenal: al ver a los enfermos los curamos, es como si viéramos un herido de tráfico en carretera, no nos paramos a leerle el código de circulación, lo queremos curar en primer lugar… Señor, providencia de los pueblos y luz de las naciones, haznos comprender a todos que la vida es un don tuyo y que, aún en medio de las adversidades, eres Tú quien nos diriges atentamente con mociones, impulsos sobre nuestra conciencia, abierta a tu inspiración y gracia. Amén.
El Evangelio donde el Hijo nos da a conocer las maravillas del Eterno Padre, es un mensaje de amor, y no un simple código penal. El que lo conozca lo amará, es decir, no lo mirará ya como una obligación sino como un tesoro, y entonces sí que le será suave el yugo de Cristo, así como el avaro se sacrifica gustosamente por su oro, o como la esposa lo deja todo por seguir a aquel que ama. Todo precepto es ligero para el que ama, dice S. Agustín; amando, nada cuesta el trabajo: “Ubi amatur, non laboratur”.
2. Isaías (26) nos habla del alma que busca a Dios: -“La senda del justo es recta. Tú allanas el sendero del justo”. Señor, haz que camine rectamente por tu senda. Haz que avance...
-“Tu nombre y tu recuerdo son el «anhelo de nuestra alma». Te deseo durante la noche”. Desde la mañana te busca mi espíritu.
Oración de deseo, de esperanza. Día y noche, sin cesar. Lo que el profeta desea es al mismo Dios: su Nombre, su Recuerdo.
-“Señor, concédenos la paz, porque tú actúas con nosotros según nuestras obras. Señor, en el desamparo de tu castigo te buscamos; tu castigo es la angustia y la opresión”. Es la oración de un hombre «en el desamparo» que ora en nombre de un pueblo que sufre colectivamente: las derrotas eran entonces interpretadas como un «castigo» de los pecados cometidos.
-“Como la mujer encinta, próxima al parto, sufre y se queja en su trance, así estamos nosotros delante de Ti, Señor. Hemos concebido, tenemos trabajos, pero hemos dado a luz el viento, no hemos traído salvación a la tierra, no han nacido hombres al mundo”… Sin el auxilio de la gracia de Dios, nuestras vidas nada son, sino vacío.
“-Tus muertos resucitarán, los cadáveres revivirán. Despertaos y cantad, habitantes del polvo, porque rocío luminoso es tu rocío, y del país de los muertos la vida renacerá”. Es la fe, la esperanza en lo profundo del más radical fracaso. La resurrección. El sufrimiento resulta fecundo, el esfuerzo humano no es nunca "la nada"... cuando se los considera a ese nivel, el más profundo. Señor, danos la esperanza. Señor, da esa esperanza a los que se encuentran más hundidos por la prueba (Noel Quesson).
Queremos rezar con estas palabras del alma que se confía en Dios: «Mi alma te ansía de noche / y mi espíritu te busca dentro de mí / porque tus juicios son luz de la tierra / y aprenden justicia los habitantes del orbe».
3. Con nuestras solas fuerzas, sólo damos a luz viento. Vamos escarmentando sólo a base de golpes: «en el peligro acudíamos a ti, cuando apretaba la fuerza de tu escarmiento». Orientemos nuestra esperanza según las palabras de Isaías: «mi espíritu madruga por ti... tú nos darás la paz... todas nuestras empresas nos las realizas tú». Entonces sí, «vivirán tus muertos, despertarán jubilosos los que habitan en el polvo».
El salmo sigue con esta oración: «Tú permaneces para siempre... levántate y ten misericordia de Sión... Que el Señor desde el cielo se ha fijado en la tierra, para escuchar los gemidos de los cautivos y librar a los condenados a muerte».
Llucià Pou Sabaté
San Camilo de Lelis, presbítero

SANTA CATHERINE o KATERI TEKAKWITHA
Catherine o Kateri Tekakwitha nació en 1656 en Ossernenon, actual Auriesville (Estados Unidos). Era hija de un jefe de tribu Mohawk y una india algonquín católica que había sido bautizada y educada por misioneros franceses. A los cuatro años perdió a su familia a causa de una epidemia de viruela, y ella misma quedó desfigurada y con la vista muy disminuida a causa de la enfermedad. Fue adoptada por un pariente, jefe de una tribu vecina. Creciendo se interesó por el cristianismo, y a los 20 años fue bautizada por un misionero francés.
Los miembros de su tribu no comprendieron su nueva filiación religiosa, por lo que fue marginada. Se mortificaba como camino de santidad, y rezaba por la conversión de sus parientes y de los miembros de su tribu. Sufrió persecuciones que amenazaron su vida, por lo que tuvo que huir para establecerse en una comunidad de nativos cristianos en Kahnawake, Quebec (Canadá), donde vivió dedicada a la oración, la penitencia y el cuidado de enfermos y ancianos. También hizo voto de castidad. Murió en 1680, a la edad de 24 años. Sus últimas palabras fueron: "Jesús, te quiero". La tradición dice que las cicatrices de Catherine se desvanecieron después de su muerte, revelando una mujer de gran belleza; y que numerosos enfermos que asistieron a su funeral sanaron.
El proceso de canonización comenzó en 1884. Fue declarada venerable por el Papa Pío XII en 1943, y beatificada por el beato Juan Pablo II en 1980. Como primera india norteamericana beatificada, ocupa un lugar especial en la devoción de los pueblos nativos de América del Norte. Su fiesta se celebra el 14 de julio.
Milagro oficial. No sucedió en un lugar remoto, en circunstancias confusas, ni hace cientos de años... pasó en 2006, en Estados Unidos, en el país mejor comunicado del mundo, en el Hospital Infantil de Seattle y la cámara hiperbárica del centro médico Virginia Mason, bajo la supervisión de un equipo pediatra e interdisciplinar.
Su protagonista, Jake Finkbonner, tenía cinco años y estuvo a punto de morir, pero milagrosamente vive... y si no pasa nada extraño vivirá muchos años, y contará su testimonio bien adentrado el siglo XXI.
Jake tiene once años y ha colocado las fotos de su rostro deformado por la enfermedad en su web www.jakefinkbonner.com . Todo a la vista.
Y habla en televisiones y se deja entrevistar, como aquí, en KomoNews.com (KomoTV). http://www.seattlepi.com/local/komo/article/Vatican-calls-Whatcom-boy-s-survival-a-miracle-2414150.php#ixzz1h6dvq5ru .
Así, Kateri (Catalina) Tekakwitha, una india insignificante, de cara desfigurada por la viruela y despreciada por su pueblo en el siglo XVI, que murió joven, se convierte en la primera india de América del Norte santa, una de las pocas laicas santas de Estados Unidos, un país que pedirá que se cuente una y otra vez el milagro.
Por muy anticatólico que sea Hollywood, la asombrosa relación entre Kateri y Jake (que es indio lummi por rama paterna) y el drama de la enfermedad invencible y asombrosamente vencida, da para más de una película. Como ha insistido siempre el cristianismo, el sufrimiento esperanzado de aquella (Kateri) trae la liberación luminosa de éste (Jake). Kateri gana batallas después de muerta, porque los santos viven con Dios. De hecho, Jake dice que lo vio, a Dios, durante su enfermedad.
El milagro sucedió en 2006 y hace tiempo que se conocía, pero solo este lunes 19 de diciembre de 2011 el vicepostulador de la causa de Kateri Tekakwitha confirmó que éste es el milagro aceptado en la Congregación de la Causa de los Santos para canonizar a la joven india. Los expertos médicos del proceso de canonización y los que atendieron a Jake, según parece probado, no saben por qué se curó el niño.
Todo empezó cuando Jake tenía cinco años y, jugando al baloncesto en su ciudad de Sandy Point, se cayó al suelo y se hizo una herida en la boca. Por esa herida entró la bacteria Fasciitis necrocitante, también llamada Strep A, y, de forma más popular, la "bacteria devoradora de carne". En realidad no come la carne pero genera toxinas que disuelven los tejidos a gran velocidad y a menudo la única forma de salvarse es cortar con rapidez el miembro infectado; así perdió su pierna en 1994 el antiguo primer ministro de Quebec, Lucien Bouchard, o quedó sin brazo en 2004 el Nobel de física Eric Allin Cornell.
La madre de Jake, Elsa Finkbonner, lo explica con claridad: "lo normal es que la gente adquiera esta enfermedad en una extremidad, y la solución más simple es amputar. Pero no podías hacer eso por Jake, porque la infección estaba en su cara".
Las fotos son terribles.Cada día los doctores del Hospital Infantil de Seattle cortaban más y más trozos de piel y tejidos, pero la enfermedad avanzaba. Cada día llevaban al niño a la cercana cámara hiperbárica del centro Virginia Mason: el oxígeno debía ayudar a ralentizar el proceso. Pero la enfermedad no se detenía. Se extendió por el cuello y por los hombros. Cada día los médicos pensaban que el niño iba a morir, pero seguían actuando contra toda esperanza.
Mientras tanto, Elsa y su marido Donny rezaban por su hijo. Donny es miembro de la nación india lummi, también llamada Lhaq´temish, (www.lummi-nsn.org), de los que quedan unos 5.000, y que son católicos en su mayoría desde que fueron evangelizados por los oblatos en el siglo XIX. Muchos viven en una pequeña península en la costa pacífica, cerca de la frontera de Canadá, y sus ancestros controlaban en esas costas e islas, un pueblo de mar y canoas.
Fueron los médicos los que recomendaron a los Finkbonner que llamaran a su sacerdote. El padre Tim Sauer atendía la parroquia de la reserva lummi y dos parroquias más. El padre Sauer llamó al capellán del hospital, conocido suyo, que le dijo "bien, padre, es muy posible que Jake ya no esté aquí mañana". Así entendió que Jake podía morir en cualquier momento.
El padre Sauer pensó en la beata Kateri Tekakwitha, hija de un indio mohawk y una india algonquina raptada, cuyo rostro había quedado marcado por la viruela en su infancia, y que dedicó toda su juventud a orar y cuidar enfermos. Se dice que cuando murió, las marcas de su rostro desaparecieron, y todos los enfermos que había estado cuidando se curaron milagrosamente en el día de su funeral. Kateri es patrona de los indios, así que Tim Sauer animó a los padres a rezar pidiendo su intercesión. Lo mismo hicieron en sus tres parroquias, incluyendo la de la nación lummi, y mucha otra gente alertada por los parroquianos.
Durante 18 días, los médicos cortaron piel y tejidos. Realizaron 20 operaciones quirúrgicas en esos días. Y la enfermedad remitió. Se detuvo la corrupción de tejidos y desapareció el peligro de muerte. Quedaron las cicatrices y el rostro deformado.
Todavía no circulan declaraciones públicas del equipo médico sobre lo que pasó, pero sí ha hablado el vicepostulador de la causa, Paul A. Lenz: "ellos [los médicos de Seattle y los de la comisión del Vaticano] no creen que su habilidad médica fuese la cura; cada noche pensaban que Jake iba a morir".
Los Finkbonner están encantados con los médicos. Consideran que su entrega y pasión ya son en sí mismas milagrosas y lo han declarado muchas veces. En su web, Jake escribe: "estoy agradecido a los médicos del Hospital Infantil de Seattle que salvaron mi vida". Y la familia anima a la gente a donar sangre, con fotos y todo. Su hijo a los 9 años ya había necesitado 100 unidades de sangre, por las 20 operaciones de 2006 y otras cinco que vendrían después. En 2011, ya son 29 operaciones.
La familia cumple lo que enseña la Biblia en Eclesiástico 38 (Sirácida): "Honra al médico por sus servicios, como corresponde, porque también a él lo ha creado el Señor. La curación procede del Altísimo (...). El Señor dio a los hombres la ciencia, para ser glorificado por sus maravillas. Con esos remedios el médico cura y quita el dolor, y el farmacéutico prepara sus ungüentos."
Pero los Finkbonner también están agradecidos a la santa y a Dios. "En mi corazón, todos nosotros, hemos visto siempre que la recuperación de Jake, su curación y supervivencia, fue realmente un milagro. Si hacen santa a la beata Kateri, será un honor formar parte del proceso", afirma Elsa, la madre, en The Bellingham Herald.
"En nuestro corazón, sabemos que lo de Jake es un milagro, lo hemos visto con nuestros propios ojos", dice el padre, Donny.
En la nación lummi, Henry Cage, antiguo presidente de la reserva y parroquiano de la Iglesia Católica de St. Joachim, afirma: "mucha gente está contenta hoy, es algo que todos estábamos esperando." Una causa de alegría para todos los indios de Estados Unidos y Canadá (Kateri Tekakwitha vivió en ambos países).
Un aspecto curioso de este milagro no es solo que el milagrado vive para contarlo, sino que además, a sus once años, tiene una experiencia mística que explicar a cualquier televisión o radio que le pregunte. Le sucedió durante los días en que se debatía entre la vida y la muerte. Dice que sintió su cuerpo muy ligero, y que entonces tuvo una visión. "Veía abajo el hospital, veía mi familia. Lo único que no veía era a mí mismo", explica.
También vio a parientes difuntos, como su tío y su bisabuela, y ángeles. Y el Cielo y a Dios. Dice que Dios se sentaba en una gran silla y que era muy alto. "No era del tamaño de una persona normal", afirma Jake. "Le di un abrazo a Dios. Le pregunté si podía estar en el Cielo, porque me gustaba de verdad estar allí. Y Él me dijo que no, porque mi familia me necesitaba en la tierra".
Elsa Finkbonner recuerda que ella estaba sentada junto a su hijo de cinco años, terriblemente deformado. "Recuerdo que él yacía allí, en su cama de hospital, en su habitación, y se sentó muy recto y dijo: me han alzado ["I´ve been raised", en inglés]. Y yo dije: ¿dónde? Y me dijo: al Cielo". Y le contó su visión.
Hoy Jake estudia en Bellingham, en la Assumption Catholic School, y le atrae ser cirujano plástico, pero también arquitecto. Su madre dice que "le emocionará ver al Papa, sería la guinda del pastel para él". Sigue jugando a baloncesto y le gustan los videojuegos.
Y tiene un consejo para los que sufren enfermedades que pueden ser mortales. "No os asustéis en absoluto. En cualquier caso, será algo bueno. Si vais al Cielo, estaréis en un lugar mejor. Si vivís, volveréis con vuestra familia", asegura con tranquilidad.
En el país con los medios de comunicación más potentes e influyentes del mundo, este mensaje puede llegar a millones de personas. Cuando se establezca la fecha de la canonización y las televisiones americanas se vuelquen en Roma, la familia Finkbonner tendrá mucho que decir a sus compatriotas.
SAN CAMILO DE LELIS, PRESBÍTERO
Nacido en una aldea del reino de Nápoles el 25 de mayo de 1550. Emprendió una vida de penitencia y fervor cuando tenía ya veinticinco años. En 1582 concibió la idea de fundar una Congregación para la asistencia de los enfermos, poniendo enseguida manos a la obra. Fue ordenado sacerdote en 1584. El Papa Sixto V aprobó la Congregación en 1586. Dejando establecidas 15 casas, creados 8 hospitales y contando la Congregación con más de 200 profesores, falleció el santo Fundador en Roma el 14 de julio de 1614. — Fiesta: 18 de julio. Misa propia.
San Camilo nació en un establo, porque así lo quiso su madre, animada de un profundo espíritu franciscano, que le sugirió dar a luz a su hijo en lugar semejante al que había servido a María para el nacimiento de Jesús. Mujer tan piadosa, ciertamente, como noble... Se acercaba ya a sus sesenta años, cuando concibió a Camilo, cuyos extraordinarios destinos le habían sido presagiados en un sueño, y se dispuso a educarlo cuidadosamente. No pudo completar su obra, porque murió cuando el muchacho contaba trece años. La instrucción humana de Camilo tuvo que ser bastante rudimentaria. Su padre era marqués —el Marqués de Lelis—, y anduvo siempre metido en guerra, como capitán que era al servicio del emperador Carlos V. No pudo ocuparse, pues, intensamente en la formación de su hijo.
Desgraciadamente, a pesar de los antiguos cuidados maternos, Camilo, con todo y llevar una conducta correcta en cuanto a la pureza, fue adquiriendo un vicio que le había de causar mucho daño: a los quince años era un gran jugador de cartas. A causa de su pasión por el juego, sufrirá importantes reprensiones y perderá alguna colocación. A los diecinueve años, declara a su padre que desea seguir la carrera de las armas. El capitán logra enrolarle en el ejército de Venecia, que entonces luchaba contra los turcos. Pero en vísperas del embarque del hijo, muere súbitamente. Suspende Camilo su decisión, llora completamente desorientado la desgracia, y cruza por su mente la idea de hacerse capuchino, debida seguramente a que un tío suyo era Guardián del convento de capuchinos de Aquila. Va a consultarle, y le dice él, categóricamente, después de prodigarle los consuelos: «No es éste tu camino: enrólate soldado». Sin embargo, Dios tenía decidida otra cosa: ni soldado ni capuchino. Se le abre una llaga en una pierna. Contratiempo de cuidado, que le dará mucho que hacer. Abandona todo otro plan y se dirige a Roma para ingresar en el hospital de Santiago, donde hábiles cirujanos curan su llaga, y donde se queda como enfermero. No sabe conservar la plaza, con la que se ganaba perfectamente el pan. El director del hospital le despide porque su incorregible apasionamiento de jugador le hace ser negligente con los enfermos. Se inscribe otra vez para las armas. Durante seis años se bate, primeramente al servicio de la república de Venecia, después bajo las banderas de España. Más de una vez se roza con la muerte. Pero nada le vuelve juicioso: juega, juega locamente. En 1575 lo encontramos mendigando, y poco después peón de albañil en Manfredonia, donde los capuchinos están construyendo un nuevo convento.
Un día, pudo observar que un fraile le estaba hablando quedamente, casi al oído... ¿Qué le diría?... A poco, arrodillóse en un momento dado en pleno campo y comenzó a exclamar: «Desgraciado de mí... ¿Por qué, Señor, no os he conocido antes? Perdonadme. ¡Ya nada más del mundo, nada más del mundo!». Se había dado cuenta, en una magnífica intuición, de lo vacía que había sido hasta entonces su vida. Y ahora sí se meterá a capuchino. Gustosamente le admitieron y fue por algún tiempo fraile ejemplar. Se le impuso el nombre de Fray Cristóbal, por su talla gigantesca, que recordaba la del antiguo Santo, que, según la tradición, transportó sobre sus hombros, de orilla a orilla del río, al Niño Jesús. Se le llamaba asimismo Fray Humilde, porque se sentía feliz en los oficios más bajos y con los tratos y penitencias de mayor dureza. Pero no duró mucho aquella felicidad. Se le abrió nuevamente la llaga, y tuvo que salir del convento, reingresando en el hospital romano de Santiago. En su nueva y larga estancia en el hospital descubrirá su sendero.
Los hospitales de aquella época, en su exterior, eran edificios muy presentables y a veces parecían verdaderos palacios. Pero en las salas de los enfermos se desconocía la higiene y la limpieza más elementales. Los médicos de la época sólo tenían horror al aire. El servicio estaba desatendido. La mayor parte de los enfermeros eran personas que estaban condenadas por la justicia, que cumplían sus penas emplazados en aquella pestilencia. ¡Imaginemos cómo estarían asistidos los enfermos, a base de un personal así reclutado! Con nuestro «buen gigante» todo cambió. Recibido con los brazos abiertos, después de su «conversión» ejerció de enfermero, como en el antiguo período, a la vez que medicaba su dolencia; y dio muestras de una diligencia y unos sentimientos tan fraternales para con los enfermos, que muy pronto fue nombrado administrador y director del establecimiento. Aprovechó enseguida sus poderes para desterrar las más lamentables rutinas; cada enfermo tuvo su cama, con ropa limpia; mejoró mucho la alimentación; los medicamentos se dieron con rigurosa puntualidad; y, sobre todo, el nuevo «director», con su gran corazón, asistía personalmente a los dolientes, compadecíales en sus padecimientos, consolaba a los moribundos y les preparaba para su hora postrera, excitando al mismo tiempo el celo de todos, sacerdotes y seglares, en favor de los que sufrían.
Una noche le ocurrió un pensamiento (era en agosto de 1582): «¿Y si reuniera yo a unos hombres de corazón en una especie de Congregación religiosa, para que cuidasen a los enfermos, no como mercenarios sino por el amor de Dios?». Sin tardanza comunicó la idea a cinco buenos amigos, los cuales la aceptaron con entusiasmo. Inmediatamente transformó una estancia del hospital en capilla. La presidía un gran Crucifijo. Pero los altos dirigentes del Hospital (como si dijéramos la Junta rectora) no vieron con buenos ojos el plan y el dinamismo del Santo, prohibieron las reuniones de los congregados y desvalijaron la capilla, sin oponerse a que Camilo se llevase el Crucifijo a su aposento, como lo hizo, con el corazón transido de pena. Rezando ante el mismo, vio un día que el Cristo se animaba y le tendía los brazos, diciéndole: «Prosigue tu obra, que es mía». Definitivamente animado, se dispuso a marchar adelante.
Comprendió, empero, que para realizar sus deseos, le faltaban dos condiciones: el prestigio y la independencia. El prestigio, creyó que debía ser el del sacerdocio. Y por esto emprendió el estudio de la Teología, que enseñaba a la sazón en el Colegio Romano el célebre doctor Roberto Belarmino. A los dos años celebraba su primera Misa. La independencia la adquirió abandonando el hospital y alquilando una casa modestísima para sí y sus compañeros. De ella salían para prestar servicios en el hospital del Santo Espíritu, cuyas vastas salas acogían a más de mil enfermos.
Aprobaba el Papa dos años más tarde la Congregación, y poco después autorizaba a sus miembros a ostentar una cruz roja en la sotana y el manto. He ahí nacida la gran familia de los «Camilos», hermana de la de los «Hospitalarios», fundada en España por San Juan de Dios. No faltaron a los nuevos cruzados de la caridad, magníficos campos de batalla. A poco, la epidemia que invadió el barrio de las Termas; al año siguiente, el tifus, que hizo en Roma muchos millares de víctimas. Ante tales azotes, Camilo y los suyos se multiplicaron. En todas partes donde había apestados, hambre, miseria, se presentaba el admirable Fundador; y movidos por su ejemplo e iluminados por sus ardientes y prácticas instrucciones, todos los religiosos de su mando se convirtieron en enfermeros atentos, hábiles, paternales. El secreto que les enseñó para lograrlo, fue considerar y ver a Jesucristo en cada enfermo.
En 1588 Camilo abrió una segunda Casa en Nápoles. Y después de 1595, la Congregación —ya Orden— se estableció en Milán, Génova, Bolonia, Florencia y otras ocho poblaciones de la península italiana. El Fundador se trasladaba de una a otra, incesantemente, al galope de su caballo o navegando en pésimas embarcaciones.
Sufrió varios accidentes y pasó graves peligros. Repetidamente, su oración calmó tormentas amenazadoras de naufragio. Impulsivo, apasionado siempre, devorado de una audacia heroica, decía: «Quisiera tener un corazón tan grande como el mundo».
Pero un día tuvo que rendirse. Era en 1607. Fatigado y sin ánimos, suplicó al Papa Paulo V le relevara de su cargo de Prefecto General. Aceptó, no obstante, acompañar a su sucesor en una última visita a todas las Casas de la Orden. Así lo realizó a causa de sus diversas dolencias, que le hacían penosos los viajes —la consabida llaga, los forúnculos en la planta de los pies, espasmos estomacales, etc.—, y que él llamaba «las misericordias del Buen Dios». Regresó a la Ciudad Eterna para no levantarse ya de su lecho. Sus últimos seis meses fueron una fervorosa y dolorosa preparación al traspaso.
La Orden cuenta hoy con 1770 miembros, entre profesos, novicios y aspirantes, repartidos por toda Europa, América del Sur, China, etc., y cuida unos siete mil enfermos en 145 hospitales.

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