lunes, 31 de marzo de 2014

Martes de la semana 4 de Cuaresma

Jesús es el agua que da vida; Él cura nuestra parálisis, y nos hace sentirnos responsables de la curación de los demás.
“Después de esto, se celebraba una fiesta de los judíos y Jesús subió a Jerusalén. Junto a la puerta de las Ovejas, en Jerusalén, hay una piscina llamada en hebreo Betesda, que tiene cinco pórticos. Bajo estos pórticos yacía una multitud de enfermos, ciegos, paralíticos y lisiados, que esperaban la agitación del agua. Había allí un hombre que estaba enfermo desde hacía treinta y ocho años. Al verlo tendido, y sabiendo que hacía tanto tiempo que estaba así, Jesús le preguntó: "¿Quieres curarte?". El respondió: "Señor, no tengo a nadie que me sumerja en la piscina cuando el agua comienza a agitarse; mientras yo voy, otro desciende antes". Jesús le dijo: "Levántate, toma tu camilla y camina". En seguida el hombre se curó, tomó su camilla y empezó a caminar. Era un sábado, y los judíos dijeron entonces al que acababa de ser curado: "Es sábado. No te está permitido llevar tu camilla". El les respondió: "El que me curó me dijo: 'Toma tu camilla y camina'". Ellos le preguntaron: "¿Quién es ese hombre que te dijo: 'Toma tu camilla y camina?'". Pero el enfermo lo ignoraba, porque Jesús había desaparecido entre la multitud que estaba allí. Después, Jesús lo encontró en el Templo y le dijo: "Has sido curado; no vuelvas a pecar, de lo contrario te ocurrirán peores cosas todavía". El hombre fue a decir a los judíos que era Jesús el que lo había curado. Ellos atacaban a Jesús, porque hacía esas cosas en sábado” (Juan 5,1-16).
1. El agua es signo del cielo alegrando la ciudad de Dios, y es tema del Evangelio del paralítico de la piscina de Betesda. “Jesús le preguntó: "¿Quieres curarte?". Jesús pasó: "¿Quieres quedar sano?". Él trae la libertad: como dice hoy el profeta, la tierra es recreada; los árboles, cuyas hojas no conocen ya los efectos del hielo, dan nuevos frutos cada mes. Cuando Dios da el agua viva, el viejo mundo desaparece.... Nuestra vida reverdece cuando el Espíritu nos inunda. Hemos sido bautizados en la muerte y resurrección de Jesús y pertenecemos a una tierra liberada. Nos ha hecho atravesar el mar y nos ha sumergido en el río de la vida. Pertenecemos al mundo nuevo. En la noche de Pascua, Cristo enterrará nuestras obras estériles, y oiremos el grito de la victoria (Sal Terrae).
“El respondió: "Señor, no tengo a nadie que me sumerja en la piscina cuando el agua comienza a agitarse; mientras yo voy, otro desciende antes"”. Lleva 38 años de enfermedad, y nada… Jesús, te veo como nuevo Moisés, el hijo de Dios, el Dios que había de venir...  que haces nuevas las cosas, el agua será para curar, para el milagro, como el agua de Caná y la del pozo de Jacob; así como aquella agua de la piscina no podía curar al enfermo, la ley de Moisés no podía dar vida al pecador: sólo podía acusar. San Agustín propone un significado místico al numero: cuarenta es el número de los días de Cuaresma que nos traen la salud, cincuenta es el número de días ya de salud, que siguen a Pascua, hasta Pentecostés, la paga de los trabajadores en la viña, es la posesión de Dios. El pueblo está enfermo desde hace 38 años, le quedan dos cosas que le sanarán, dos mandamientos que la ley de Moisés le había ya escrito en el corazón, y cuyo alcance profundo consiguen con Cristo: "Amarás al Señor, tu Dios y al prójimo como a ti mismo".
El amor de Dios, hecho visible en la persona de Cristo, ha de apoderarse del corazón del hombre, enfermo por el pecado, a fin de inflamarlo y llevarlo por los caminos de la penitencia: "¡Levántate, toma tu camilla y anda!". Es decir: “¡Levántate, recorre el camino de la penitencia, el camino de la cruz, que lleva a Dios! Entonces serás curado, te verás sano, tendrás la vida eterna. Entonces habrás dado el primer paso para salir de tu enfermedad de treinta y ocho años, y al momento, de un salto, te vas a poner no sólo en la salud de la Cuaresma, sino también en la bendita Quincuagésima, el Pentecostés que sigue a Pascua. Entonces vas ya a marchar sano por la tierra de Dios, por la tierra de la verdadera vida, y tus apetitos desordenados, tus pasiones, a los que antes estabas atado como a un lecho, quedarán ahora dominados”. Cristo desciende del cielo y como nuevo Adán toma la “mochila” de nuestros pecados y la carga él. Remueve las aguas de nuestro corazón, nos da su gracia en el sacramento de la Reconciliación, fomenta en nosotros el deseo de perdón y el corazón para perdonar. Y nos anima a nosotros a llevar este amor y este perdón a otros, a hacer apostolado, a remover las aguas de otros corazones.
-“En seguida el hombre se curó, tomó su camilla y empezó a caminar”. Era un sábado, y los judíos comenzaron a molestarle porque “No te está permitido llevar tu camilla". Él les habla de que quien le curó se lo dijo, pero Jesús lo encontró en el templo y le dijo: "Has sido curado; no vuelvas a pecar, de lo contrario te ocurrirán peores cosas todavía". Entonces “el hombre fue a decir a los judíos que era Jesús el que lo había curado. Ellos atacaban a Jesús, porque hacía esas cosas en sábado”. Quien no quiere creer, todo lo ve mal. El apostolado puede ser mal entendido, puede crearnos dificultades llevar a los demás la luz divina, romper las cárceles de ese cumplimiento de creencias que a veces va contra la persona. Pero el Seños nos da su gracia para ser valientes, para proclamar la verdad que libera de todo mal, para todos los que estaban como el paralítico, “que llevaba 38 años enfermo" (para los antiguos, toda una vida, pues 40 fueron los años de los que vivieron en el desierto y no entraron en la tierra santa). Es el agua de hoy signo de la liberación de la multitud sometida a la ley. Así se explica la violenta reacción de los dirigentes, que, inmediatamente, pensarán en matarlo. Veamos por qué.
El sábado es uno de los elementos primordiales que mantienen unido al pueblo de Israel como tal. El ponerse Jesús en el centro, rompe esta estructura sacra y pone en peligro un elemento esencial para la cohesión del pueblo. Ahí está la falta de fe. Y de racionalidad. La reivindicación de Jesús comporta que la comunidad de los discípulos de Jesús es el nuevo Israel. Pero el «Israel eterno» vive la presencia de Yavhé en sábado. Jesús es Él mismo la nueva Torá y el Templo ahora será su persona. Queda sustituido el sábado por el domingo, día de la Resurrección, con una función social con descanso de ciertas actividades.
2. El profeta Ezequiel utiliza la imagen del torrente, símbolo de la vida que Dios da, corriente de agua milagrosa que mana del lado derecho del templo (el lugar de la presencia de Dios y el centro del culto que le es agradable), y todo lo inunda con su salud y fecundidad: “vi que el agua fluía por el costado derecho”. Dios ha hecho que brotase del costado de su Amado sangre y agua, río de vida que purifica todo cuanto penetra. Los santos Padres ven ahí las aguas bautismales, las que brotan del costado abierto de Jesús en la Cruz: “esto significa que nosotros bajamos al agua repletos de pecados e impureza y subimos cargados de frutos en nuestro corazón, llevando en nuestro espíritu el temor y la esperanza de Jesús” (Epístola de Bernabé). En san Juan este agua es el Espíritu que mana de Cristo glorificado, que mana del costado derecho de su cuerpo en la cruz.
Después de ver el río de agua, lo va midiendo y se va cubriendo de agua: “…Luego midió otros quinientos metros, y ya era un torrente que no pude atravesar, porque el agua había crecido: era un agua donde había que nadar, un torrente intransitable”. El agua que da fertilidad a las aguas muertas simboliza Jesús y su Espíritu. El río recuerda el paraíso, recuerdo de añoranza, el paraíso inicial de la humanidad, regado por los cuatro brazos de agua, y, por otra, al futuro mesiánico, que será como un nuevo paraíso: «Quien tenga sed, que se acerque a mí y beba. Quien crea en mí, ríos de agua viva brotarán de su entraña» (Jn 7,37-38). En Él se ha cumplido esta profecía de Ezequiel; de Él nos viene la gran efusión del Espíritu que simbolizaba el agua. Únicamente de Él nos puede venir la fecundidad, la vida (J. Pedrós).
La abundancia es imagen del cielo: la cosecha significa que Dios reparte sus bienes… como un río que va creciendo, gracias que cada día irrumpen en abundancia sobre la humanidad... sobre mí... Sin cesar, Dios vierte la abundancia de su vida en mí. ¿Qué atención presto? ¿Cómo respondo a ese don?
-“¿Has visto, hijo de hombre? Mira, a la orilla del torrente, a ambos lados, había gran cantidad de árboles... toda clase de árboles frutales, cuyo follaje no se marchitará. Todos los meses producirán frutos nuevos”. Visión maravillosa: ¡haz que vea, Señor! Que vea el comenzar de nuevo del paraíso terrestre: ese desierto de Judá que al sur de Jerusalén se cubre «de árboles de la vida», que dan «doce» cosechas... ¡no habrá hambre!... Es un sueño que deseo se haga realidad, en los que sufren, en los que no tienen agua, ni frutos, en los que pasan toda su vida en la miseria. Realiza, Señor, tu promesa.
-Esta agua desemboca en el «Mar Muerto» cuyas aguas quedan saneadas... así como las tierras en las que penetra, y la vida aparece por dondequiera que pase el torrente”. Un «agua nueva» que tiene como un poder de resurrección: suscita seres vivos. Es un agua que da vida. Su signo actual es el bautismo, que da a nuestros corazones vida (Noel Quesson).
3. El Señor es nuestro refugio y fortaleza, una ayuda siempre pronta en los peligros. Por eso no tememos, aunque la tierra se conmueva y las montañas se desplomen hasta el fondo del mar”… lo que dice el salmo se refiere a nuestra pequeña historia: «el correr de las acequias alegra la ciudad de Dios... teniendo a Dios en medio, no vacila». El agua salvadora de Dios es su palabra, su gracia, sus sacramentos, su Eucaristía, la ayuda de los hermanos, la oración. “Los canales del Río alegran la Ciudad de Dios… El Señor está en medio de ella… El Señor de los ejércitos está con nosotros”.
Llucià Pou Sabaté

domingo, 30 de marzo de 2014

Lunes de la semana 4 de Cuaresma

Meditaciones de la semana
en Word
 y en PDB

Las lágrimas se volverán alegría, porque el Señor si tenemos fe hace maravillas, con su Palabra hace nuevas todas las cosas
Transcurridos los dos días, Jesús partió hacia Galilea. Él mismo había declarado que un profeta no goza de prestigio en su propio pueblo. Pero cuando llegó, los galileos lo recibieron bien, porque habían visto todo lo que había hecho en Jerusalén durante la Pascua; ellos también, en efecto, habían ido a la fiesta. Y fue otra vez a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Había allí un funcionario real, que tenía a su hijo enfermo en Cafarnaúm. Cuando supo que Jesús había llegado de Judea y se encontraba en Galilea, fue a verlo y le suplicó que bajara a curar a su hijo moribundo. Jesús le dijo: "Si no veis signos y prodigios, no creéis". El funcionario le respondió: "Señor, baja antes que mi hijo se muera". "Vuelve a tu casa, tu hijo vive", le dijo Jesús. El hombre creyó en la palabra que Jesús le había dicho y se puso en camino. Mientras descendía, le salieron al encuentro sus servidores y le anunciaron que su hijo vivía. El les preguntó a qué hora se había sentido mejor. "Ayer, a la una de la tarde, se le fue la fiebre", le respondieron. El padre recordó que era la misma hora en que Jesús le había dicho: "Tu hijo vive". Y entonces creyó él y toda su familia. Este fue el segundo signo que hizo Jesús cuando volvió de Judea a Galilea” (Juan 4,43-54).
1. Las lecturas cambian de orientación. Hasta ahora leíamos según una unidad temática, unas líneas-fuerza, con los tres evangelistas sinópticos y pasajes del Antiguo Testamento correspondientes. Ahora comenzamos hasta Pentecostés la lectura semicontinuada de San Juan. Nuestro camino de conversión hace ahora el camino de Jesús, con la creciente oposición de sus adversarios, que acabarán llevándole a la cruz.
En el evangelio de hoy, Jesús cura a un niño que estaba a punto de morir. Un funcionario le pidió: "Señor, baja antes que mi hijo se muera". "Vuelve a tu casa, tu hijo vive", le dijo Jesús. El hombre creyó en la palabra que Jesús le había dicho y se puso en camino. Mientras descendía, le salieron al encuentro sus servidores y le anunciaron que su hijo vivía. Él les preguntó a qué hora se había sentido mejor. "Ayer, a la una de la tarde, se le fue la fiebre", le respondieron. El padre recordó que era la misma hora en que Jesús le había dicho: "Tu hijo vive". Y entonces creyó él y toda su familia. Este fue el segundo signo que hizo Jesús cuando volvió de Judea a Galilea. Lo mejor están siempre por llegar, el porvenir de la humanidad es "el gozo y la alegría". Tú lo has dicho. Enfermedades, pruebas, pecados... todo esto se acabará un día. El porvenir no está cerrado. ¡La creación de Dios triunfará! ¡Y que yo, contigo, trabaje en ella! Pero, da también, Señor, a todos los afligidos, ese consuelo. Que todos los que sufren sean reconfortados por la esperanza cierta de esa promesa de felicidad. Hiciste al hombre para la felicidad: ¡creo en la resurrección de la carne y en la vida perdurable! (Noel Quesson).
 “En este momento de mi propia vida, ¿qué "signos y prodigios" estoy tentado, humanamente, de pedir a Dios? Y es muy natural; y quizás hay que pedirlos... Pero, pensando siempre en la invitación de Jesús, que quiere purificar nuestra Fe.
-Vete, tu hijo vive. Creyó el hombre en la palabra que le dijo Jesús y se fue... San Juan subraya que el hombre creyó en la palabra, sin poderla verificar... Se fue. No tenía ninguna prueba. Tenía solamente "la Palabra" de Jesús. Ante todas tus promesas, Señor, nos encontramos en la misma situación. Ante tu promesa esencial: la vida eterna, la redención total y definitiva, la victoria del amor, la supresión de todo llanto y de todo sufrimiento, la resurrección, la vida dichosa junto a Dios en la claridad... ante toda esta promesa ¡hay que creer en tu palabra! En la Fe, en el salto de la Fe, en la confianza ilimitada de la Fe. "A quién iremos, Señor, Tú tienes palabras de vida eterna".
-“Reflexionó el padre, que le dejó la calentura a la hora misma que Jesús le dijo: "Tu hijo está bueno"; y así creyó él y toda su familia. Este fue el segundo milagro”. Este hijo curado entre tantos otros que no lo serán... hay tan pocos milagros... éste no es sino el segundo- atestigua que el Reino de Dios ha empezado. Dios, creador de los cielos nuevos, una tierra nueva y una humanidad nueva, una vida sin muerte, está actuando. Desde ahora, Señor, quiero creer. Fuerte en esta Fe, ¿cómo puedo cooperar a esta obra de Dios? ¿Cuál será mi forma de luchar contra el mal... y para la vida?” (Noel Quesson).
Signo mesiánico. Beneficio anunciado por Dios para «el final de los tiempos». Victoria de Dios sobre el mal. Realización de la profecía de Isaías. Otra cosa muy bonita es que  Jesús no se excusó porque no estaba en Cafarnaúm, sino que obró el milagro. También nosotros podemos ayudar a distancia, como Jesús, con nuestra generosidad; al Tercer Mundo colaborando económicamente con nuestros misioneros o con entidades católicas que están allí trabajando; con los necesitados de nuestro pueblo o ciudad con instituciones como Cáritas. El Señor puede hacer milagros, también con nuestra ayuda: «Quien tiene caridad en su corazón, siempre encuentra alguna cosa para dar»” (san Agustín). Es preciso compatibilizar nuestra misión concreta, lo que nos toca, con la misión solidaria, ser parte de ese “todo” que somos “todos”.
Es preciso compatibilizar nuestra misión concreta, lo que nos toca, con la misión solidaria, ser parte de ese “todo” que somos “todos”, preocuparnos por ayudar a los que están lejos y tienen necesidad. Y pedir con la fe de este hombre, como la Madre Teresa de Calcuta contaba que se abandonaba en la providencia divina y encontraba visados en lugares comunistas como en 1980 en Berlín Oriental, gracias a la Virgen.
2. Dice Dios en el libro de Isaías: “Sí, yo voy a crear un cielo nuevo y una tierra nueva”. En la película “La Pasión” Jesús consuela a la Virgen diciéndole que en ese momento, con su sufrimiento, hace nuevas todas las cosas. “No quedará el recuerdo del pasado ni se lo traerá a la memoria, sino que se regocijarán y se alegrarán para siempre por lo que yo voy a crear: porque voy a crear a Jerusalén para la alegría y a su pueblo para el gozo”. Jesús ha comenzado ya la nueva creación, los «cielos nuevos y la tierra nueva»; tal comienzo no se detendrá. La historia humana sigue dominada, en gran parte, por el pecado, la corrupción y la muerte; pero algo va cambiando.
“Jerusalén será mi alegría, yo estaré gozoso a causa de mi pueblo, y nunca más se escucharán en ella ni llantos ni alaridos. Ya no habrá allí niños que vivan pocos días ni ancianos que no completen sus años, porque el más joven morirá a los cien años y al que no llegue a esa edad se lo tendrá por maldito. Edificarán casas y las habitarán, plantarán viñas y comerán sus frutos.” Con la muerte y resurrección de Jesús, lo anunciado aquí es realidad, como una vuelta al paraíso inicial: Dios quiere que el hombre y la sociedad vuelvan al estado primero de felicidad, equilibrio y armonía. Como en el Adviento. “La vuelta del destierro de Babilonia -que es lo que anuncia el profeta- se describe con tonos poéticos, un poco idílicos, de nueva creación en todos los sentidos: todo será alegría, fertilidad en los campos y felicidad en las personas” (J. Aldazábal): la convivencia del lobo y del cordero significa que el odio y la hostilidad deben dar paso al amor; la injusticia, al derecho. De hecho, los «cielos nuevos y la tierra nueva» consisten en una nueva relación con Dios y en una nueva justicia con los hombres. Esta existencia ha sido diseñada por el mismo Jesús. Quien sigue sus pasos es una nueva criatura: «El que está en Cristo es una nueva criatura; lo viejo ha pasado; mirad, existe algo nuevo» (2Cor 5,17). Significa el fin de la dependencia de poderes mágicos. Dios es autor de esta creación, y Jesús Señor de la historia. El profeta anuncia como una vuelta al paraíso inicial: ya nos gustaría, pero no podemos ser hyppies, la cosa no funciona, el estado primero de felicidad, equilibrio y armonía es más un paraíso interior, que nos lleva al cielo que anhelamos, y en la medida que podamos sembrar ese amor “porque el Reino de Dios está en medio de vosotros”. Dolor y alegría, penitencia y expansión, esperanza y resurrección...: «Si tenemos fija la mirada en las cosas de la eternidad, y estamos persuadidos de que todo lo de este mundo pasa y termina, viviremos siempre contentos y permaneceremos inquebrantables en nuestro entusiasmo hasta el fin. Ni nos abatirá el infortunio, ni nos llenará de soberbia la prosperidad, porque consideraremos ambas cosas como caducas y transitorias» (Casiano). «Entonces será la alegría plena y perfecta, entonces el gozo completo, cuando ya no tendremos por alimento la leche de la esperanza, sino el manjar sólido de la posesión. Con todo, también ahora, antes de que nosotros lleguemos  a esta posesión, podemos alegrarnos ya con el Señor. Pues no es poca la alegría de la esperanza que ha de convertirse luego en posesión» (san Agustín).
3. Rezamos en el salmo: “Yo te glorifico, Señor, porque tú me libraste… Tú, Señor, me levantaste del Abismo y me hiciste revivir, cuando estaba entre los que bajan al sepulcro. De este modo, al descenso «a la fosa» se le opone la salida «del abismo»; a su «cólera» que «dura un instante» le sustituye «su bondad de por vida»; al «lloro» del atardecer le sigue el «júbilo» de la mañana; al «luto» le sigue la «danza», al «sayal» luctuoso el «vestido de fiesta».
“Canten al Señor, sus fieles; den gracias a su santo Nombre… si por la noche se derraman lágrimas, por la mañana renace la alegría".  Es un canto a alegría de la liberación. Ciertamente, el peligro que ha quedado atrás es grave y todavía provoca escalofríos; el recuerdo del sufrimiento pasado es todavía claro y vivo; hace muy poco tiempo que se ha enjugado el llanto de los ojos. Pero ya ha salido la aurora del nuevo día; a la muerte le ha seguido la perspectiva de la vida que continúa”.
Escucha, Señor, ten piedad de mí; ven a ayudarme, Señor". Tú convertiste mi lamento en júbilo, me quitaste el luto y me vestiste de fiesta, para que mi corazón te cante sin cesar. ¡Señor, Dios mío, te daré gracias eternamente!” La aspiración a la victoria se ha mantenido siempre a pesar de todo y se convirtió al final en una esperanza de resurrección. Es la satisfacción de que esta aspiración poderosa ha sido plenamente asegurada con la resurrección de Cristo, por la que nunca daremos suficientemente gracias a Dios”. A través de la revelación (libro de Daniel y Macabeos, Job y sapienciales, de forma más directa) se va preparando la esperanza cristiana y de redención.

Llucià Pou Sabaté

sábado, 29 de marzo de 2014

Domingo de la semana 4 de Cuaresma; ciclo A

La pobreza de espíritu, o humildad, es el camino que nos conduce a la felicidad del reino de Dios: “bienventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos”
“En aquel tiempo, al ver Jesús al gentío subió a la montaña, se sentó y se acercaron sus discípulos, y él se puso a hablar enseñándoles: Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra.
Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados.
Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos quedarán saciados.
Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán «los Hijos de Dios».
Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
Dichosos vosotros cuando os insulten, y os persigan, y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo” (Mateo 5,1-12a).
1. Jesús, llamas "dichosos", bienaventurados… a ocho tipos de personas, con sufrimiento y riesgo: pobres en el espíritu, sufridos o no violentos, los que lloran, hambrientos y sedientos de justicia, misericordiosos o los que prestan ayuda, limpios de corazón, trabajadores o constructores de la paz y, por último, perseguidos por causa de la justicia. Veo que declaras bienaventurados a las personas y no las situaciones (que son malas). Das un carácter programático a estas palabras, pero no para que estemos conformistas, sino que nos animas a la solidaridad con los que sufren y a la construcción de un mundo mejor. Pero vemos en esa actitud tu retrato, Señor. La felicidad viene de Dios, y hablas de que el camino es el de los "anawim" ("humildes de la tierra" a los que se refiere la primera lectura). El resto del sermón de la montaña y todo el evangelio de Mateo irán concretando esta proclamación inicial del modo de ser de los discípulos de Jesús.
Todos queremos ser felices, dice S. Agustín, y así explica el camino para llegar: “Comienza, pues, a traer a la memoria los dichos divinos, tanto los preceptos como los galardones evangélicos. Dichosos los pobres de espíritu porque de ellos es el reino de los cielos. El reino de los cielos será tuyo más tarde; ahora sé pobre de espíritu. (…) Nadie que se infla es pobre de espíritu; luego el humilde es el pobre de espíritu. El reino de los cielos está arriba, pero quien se humilla será ensalzado (Lc 14,11).
Pon atención a lo que sigue: Bienaventurados los mansos porque ellos poseerán la tierra. Ya estás pensando en poseer la tierra. ¡Cuidado, no seas poseído por ella! La poseerás si eres manso; de lo contrario, serás poseído. Al escuchar el premio que se te propone: el poseer la tierra, no abras el saco de la avaricia, que te impulsa a poseerla ya ahora tú solo, excluido cualquier vecino. No te engañe el pensamiento. Poseerás verdaderamente la tierra cuando te adhieras a quien hizo el cielo y la tierra. En esto consiste el ser manso: en no poner resistencia a Dios, de manera que en lo bueno que haces sea él quien te agrade, no tú mismo; y en lo malo que sufras no te desagrade él, sino tú a ti mismo. No es poco agradarle a él, desagradándote a ti mismo, pues agradándote a ti le desagradarías a él.
Presta atención a la tercera bienaventuranza: Dichosos los que lloran, porque serán consolados. El llanto significa la tarea; la consolación, la recompensa. En efecto, ¿qué consuelos reciben los que lloran en la carne? Consuelos molestos y temibles. El que llora encuentra consuelo allí donde teme volver a llorar. A un padre, por ejemplo, le causa tristeza la pérdida de un hijo, y alegría el nacimiento de otro; perdió aquél, recibió éste; el primero le produce tristeza, el segundo temor; en ninguno, por tanto, encuentra consuelo. Verdadero consuelo será aquel por el que se da lo que nunca se perderá ya. Quienes lloran ahora por ser peregrinos, luego se gozarán de ser consolados.
Pasemos a lo que viene en cuarto lugar, tarea y recompensa: Dichosos quienes tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados. Ansías saciarte. ¿Con qué? Si es la carne la que desea saciarse, una vez hecha la digestión, aunque hayas comido lo suficiente, volverás a sentir hambre. Y quien bebiere -dijo Jesús- de esta agua, volverá a sentir sed (Jn 4,13). El medicamento que se aplica a la herida, si ésta sana, ya no produce dolor; el remedio, en cambio, con que se ataca al hambre, es decir, el alimento, se aplica como alivio pasajero. Pasada la hartura, vuelve el hambre. Día a día se aplica el remedio de la saciedad, pero no sana la herida de la debilidad. Sintamos, pues, hambre y sed de justicia, para ser saturados de ella, de la que ahora estamos hambrientos y sedientos. Seremos saciados con aquello de lo que ahora sentimos hambre y sed. Sienta hambre y sed nuestro hombre interior, pues también él tiene su alimento y su bebida. Yo soy -dijo Jesús- el pan que ha bajado del cielo (Jn 6,41). He aquí el pan adecuado al que tiene hambre. Desea también la bebida correspondiente: En ti se halla la fuente de la vida (Sal 35,10).
Pon atención a lo que sigue: Dichosos los misericordiosos, porque Dios tendrá misericordia de ellos. Hazla y se te hará; hazla tú con otro para que se te haga contigo, pues abundas y escaseas. Oyes que un mendigo, hombre también, te pide algo; tú mismo eres mendigo de Dios. Te piden a ti y pides tú también. Lo que hagas con quien te pide a ti, eso mismo hará Dios con quien le pide a él. Estás lleno y estás vacío; llena de tu plenitud el vacío del pobre para que tu vaciedad se llene de la plenitud de Dios.
Considera lo que viene a continuación: Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Éste es el fin de nuestro amor (…) Todo lo que obramos, lo que obramos bien, nuestros esfuerzos, nuestras laudables ansias e inmaculados deseos, se acabarán cuando lleguemos a la visión de Dios. Entonces no buscaremos más. (…) Prepara tu corazón para llegar a ver. Hablando a lo carnal, ¿cómo es que deseas la salida del sol, teniendo los ojos enfermos? Si los ojos están sanos, la luz producirá gozo; si no lo están, será un tormento. No se te permitirá ver con el corazón impuro lo que no se ve sino con el corazón puro. (…) Hasta ahora en ninguna bienaventuranza se ha dicho porque ellos verán a Dios... Hemos llegado a los limpios de corazón: a ellos se les prometió la visión de Dios. Y no sin motivo, pues allí están los ojos con que se ve a Dios. Hablando de ellos dice el apóstol Pablo: Iluminados los ojos de vuestro corazón (Ef 1,18). Al presente, motivo a la debilidad, esos ojos son iluminados por la fe; luego, ya vigorosos, serán iluminados por la realidad misma”.
Cuando seguimos a Jesús, aparecen las situaciones en las que nos dice el Señor: «No te desanimes. No eres ningún desgraciado. Todo lo contrario: eres un bienaventurado. Eres tú quien está construyendo el Reino y llegará un día en que esto aparezca con toda claridad». La perspectiva de futuro que Jesús introduce no es una evasión; es, sencillamente, la certeza que necesita el luchador de que su lucha no es una quimera, la certeza de que su lucha vale la pena porque efectivamente lleva a un término glorioso (J. Jeremias).
2. En una etapa de idolatría, corrupción social e indiferencia religiosa, en medio de esa densa niebla surge, a mediados del s. VII a. C., una luz. Sofonías, contemporáneo de Jeremías, colabora en la gran reforma religiosa, con una idea dominante: la gran catástrofe que se cierne sobre Jerusalén ("Día de la Ira", Dies Irae). El hombre ha de rendir cuenta a Dios, y por eso invita a la penitencia y conversión mientras hay tiempo. Al final, un resto de Israel se salvará. Y hay que escoger entre los poderosos que se pierden y los humildes de buen corazón: “Buscad al Señor los humildes, que cumplís sus mandamientos; buscad la justicia, buscad la moderación, quizá podáis ocultaros el día de la ira del Señor. Dejaré en medio de ti un pueblo pobre y humilde, que confiará en el nombre del Señor”. Es como un eco del sermón de la montaña de Jesús.
“El resto de Israel no cometerá maldades, ni dirá mentiras, ni se hallará en su boca una lengua embustera; pastarán y se tenderán sin sobresaltos”. Es un resto "santo", que ha puesto toda su confianza en Dios, que viven la fidelidad a pesar de las dificultades.  “El Resto de Israel”, los que se escapan a la tentación de infidelidad a Dios, no sólo es algo que sucedió en la historia. En la persona de cada uno de nosotros se desarrolla el mismo drama. El amor de Dios manifestado en cada una de nuestras existencias, ¿es acogido y respondido en fidelidad por nosotros? Vemos quizá que hay mucha incredulidad junto a “algo” de fe y confianza. Esta es la actualidad de la imagen del "resto". Pero de ese pequeño resto de nuestra persona el Espíritu construye como desde un germen minúsculo la Nueva Criatura del creyente, del renacido, del perteneciente al Reino de Dios. Los sectores más pobres y humildes de nuestro ser son la cuna, el portal de Belén en donde se manifiesta de manera misteriosa y poco perceptible las más de las veces la gloria de Dios en cada uno de nosotros. Si Dios amó al "resto" de manera especial, nuestra conciencia de cristianos nos asegura que es en las partes más pobres de nuestro ser donde se manifiestan y realizan las "maravillas de Dios". Aquí tenemos el paradójico programa de nuestra existencia cristiana, que es existencia en el Espíritu (Carlos Castro).
El salmo nos habla de Aquel que defiende a los pobres: “el Señor hace justicia a los oprimidos, da pan a los hambrientos. El Señor liberta a los cautivos”. Dios se pone de parte de los pobres y necesitados: “el Señor abre los ojos al ciego, el Señor endereza a los que ya se doblan, el Señor ama a los justos, el Señor guarda a los peregrinos. El Señor sustenta al huérfano y a la viuda y trastorna el camino de los malvados. El Señor reina eternamente, tu Dios, Sión, de edad en edad”: los forasteros, las viudas y los huérfanos son las tres categorías de personas que representan a los "pobres" que no tienen otro defensor más que el Señor, el rey de Israel, y ayudando a esos ayudamos a Jesús.  
Orígenes, al comentar "El Señor da pan a los hambrientos y liberta a los cautivos", descubre en él una referencia implícita a la Eucaristía: "Tenemos hambre de Cristo, y él mismo nos dará el pan del cielo. "Danos hoy nuestro pan de cada día". Los que hablan así, tienen hambre. Los que sienten necesidad de pan, tienen hambre". Y esta hambre queda plenamente saciada por el Sacramento eucarístico, en el que el hombre se alimenta con el Cuerpo y la Sangre de Cristo.
3. Pablo habla de la comunidad de Corinto. “Fijaos en vuestra asamblea, no hay en ella muchos sabios en lo humano, ni muchos poderosos, ni muchos aristócratas; todo lo contrario, lo necio del mundo lo ha escogido Dios para humillar a los sabios”. La ciudad opulenta será escenario de la sabiduría de la cruz, de la pobreza de espíritu que vence al dominio del mundo: “vosotros sois en Cristo Jesús, en este Cristo que Dios ha hecho para nosotros sabiduría, justicia, santificación y redención. Y así -como dice la Escritura- el que se gloríe que se gloríe en el Señor”. Cristo es sabiduría por dos motivos: porque es revelación del Dios invisible y porque es el corazón del cosmos y el primogénito de la humanidad.
Llucià Pou Sabaté

viernes, 28 de marzo de 2014

Sábado de la semana 3 de Cuaresma

La misericordia divina se vuelca en nuestro corazón, cuando nos dejamos querer por Dios y llenar de su misericordia
En aquel tiempo, Jesús dijo también a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, esta parábola: «Dos hombres subieron al templo a orar; uno fariseo, otro publicano. El fariseo, de pie, oraba en su interior de esta manera: ‘¡Oh Dios! Te doy gracias porque no soy como los demás hombres, rapaces, injustos, adúlteros, ni tampoco como este publicano. Ayuno dos veces por semana, doy el diezmo de todas mis ganancias’. En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se atrevía ni a alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: ‘¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy pecador!’. Os digo que éste bajó a su casa justificado y aquél no. Porque todo el que se ensalce será humillado; y el que se humille será ensalzado»” (Lucas 18,9-14).
1. “Jesús dijo a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, esta parábola: «Dos hombres subieron al templo a orar; uno fariseo, otro publicano”. No basta la oración, sacrificios, la limosna, y no darnos cuenta de que lo principal que se nos pide es algo interior: la misericordia, el amor a los demás. Importa tener buen corazón, aunque hayan sido grandes los fallos, como Dimas el buen ladrón, que sabe pedir perdón: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino» (Lc 23,42), y con una jaculatoria consigue el cielo, el Señor responde con un premio “rápido”: «En verdad te digo, hoy mismo estarás conmigo en el paraíso» (Lc 23,43). Jesús no tiene “memoria”, no se acuerda de que hay purgatorio… pienso que se lo adelantó por el sufrimiento en la cruz, como un examen que se elimina con parciales. Estos días veremos otros ejemplos: Magdalena, Zaqueo, Mateo…
“El fariseo, de pie, oraba en su interior de esta manera: -‘¡Oh Dios! Te doy gracias porque no soy como los demás hombres, rapaces, injustos, adúlteros, ni tampoco como este publicano. Ayuno dos veces por semana, doy el diezmo de todas mis ganancias’.” El peligro del fariseísmo es estar en regla con Dios, sentirse seguro. Y en cambio lo seguro es estar en manos de Dios, reconocer el pecado: "Ten misericordia de mí que soy un pecador". Señor, ayúdame a saber reconocer mis pecados, mis miserias. Devuelve el valor y el ánimo a todos los desesperados. Que nadie dude de tu amor a pesar de todas las apariencias contrarias. Jesús, revélate tal como eres, a todos nosotros, pobres pecadores (Noel Quesson).
“En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se atrevía ni a alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: -‘¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy pecador!’”. Que sepa ir como el publicano, y saludar Sagrarios. Muchos decían a santa Teresa que les hubiese gustado vivir en los tiempos de Jesús. Ella les respondía que no entendía bien por qué, pues poca o ninguna diferencia había entre aquel Jesús y el Jesús que está en el Sagrario. Vamos a quedarnos con esta alegría, de que Jesús esté ahí…
Dale gracias por haberse quedado. Pero dáselas con obras. Cada vez que haces una genuflexión delante del Sagrario, que la hagas bien y diciéndole por dentro: ¡te amo, Jesús; gracias! Que comulgues bien preparado y muchas veces, siempre que te sea posible. Que le visites todos los días...
Si cuando realizas un viaje en coche, en metro, en autobús, te fijaras en la cantidad de iglesias que dejas por el camino, te darías cuenta de que el Señor está en muchos sagrarios que te pasan desapercibidos. Pero no hace falta irse de viaje. Tenemos al Señor muy cerca de nosotros: en el oratorio del colegio, en la iglesia que podamos tener al lado de casa...
Te recomiendo un propósito: cada vez que pases cerca de una iglesia dile al Señor en el sagrario: ¡Jesús, sé que estás ahí!; o le puedes rezar una comunión espiritual: Yo quisiera, Señor, recibiros, con aquella pureza, humildad y devoción con que os recibió vuestra Santísima Madre; con el espíritu y fervor de los santos. Continúa hablándole a Dios con tus palabras (José Pedro Manglano).
 “Os digo que éste bajó a su casa justificado y aquél no. Porque todo el que se ensalce será humillado; y el que se humille será ensalzado». Y no nos preocupemos si no hacemos todo bien, si no estamos “en regla”. El amor es lo que marca las distancias, los conceptos de lo cercano y lo lejano. “El fariseo se creía cercano y estaba muy lejos; el publicano parecía distante pero su oración, que era apenas un susurro, alcanzó los oídos del Altísimo. Hemos de pedir misericordia para todos: para el publicano que somos y para el fariseo que duerme en nosotros (Fray Nelson).
El Señor se conmueve y derrocha sus gracias ante un corazón humilde. La ayuda de la Virgen Santísima es nuestra mejor garantía para ir adelante en este punto. Cuando contemplamos su humilde ejemplo, podemos acabar nuestra oración con esta petición: “Señor, quita la soberbia de mi vida; quebranta mi amor propio, este querer afirmarme yo e imponerme a los demás. Haz que el fundamento de mi personalidad sea la identificación contigo” (San Josemaría Escrivá).
2. Hoy también es el profeta Oseas el que nos invita a convertirnos a los caminos de Dios, pero una conversión que esta vez vaya en serio, pues el pueblo volvía una y otra vez a sus desvaríos. Una vez más se nos dice en qué ha de consistir la conversión: no en ritos exteriores, sino en la actitud interior de la misericordia, esa es la luz del alma: “Esforcémonos por conocer al Señor: su amanecer es como la aurora, y su sentencia surge como la luz…” Lo que Dios espera de nosotros es que le amemos. «Es amor lo que quiero». Un amor que se transforme en misericordia, a imagen de Dios, y que empape todos los actos de nuestras vidas.
¡Ea, volvamos al Señor!... él nos curará… él nos vendará. En dos días nos sanará, el tercero nos resucitará y viviremos delante de Él. Esforcémonos por conocer al Señor: su amanecer es como la aurora, y su sentencia surge como la luz…” es la iluminación que Dios ha puesto en el corazón, y que sigue diciendo que “quiero misericordia y no sacrificios, conocimiento de Dios más que holocaustos”.
Aunque no correspondamos bien, Dios se mueve a base de "misericordia" ("jésed" que significa también "lealtad", "fidelidad", "piedad" y "gracia"...): “Indica la dulzura de un lenguaje común, algo así como esa atmósfera de entendimiento en el amor que tienen quienes comparten unas mismas convicciones, unos mismos afectos, es decir: los que están en comunión. Cuando el Señor dice como en la primera lectura y el salmo: "yo quiero jésed y no sacrificios", está refiriéndose a esa relación entrañable de proximidad y amor. Los "sacrificios" son un modo de establecer un pacto con Dios, un modo de negociar con él. Y eso es detestable para quien quiere que exista una atmósfera de amor y comunión. Por eso la "jésed" va unida a la "da-aht", que suele ser traducida por "conocimiento" de Dios”. El amor no entiende de “te doy para que me des” (“"Da-aht" alude a "estar despierto", "ser consciente, abrir los ojos, darse cuenta". El sacrifico y el holocausto tienen una lógica que puede volverse ciega y mezquina en su repetición: hago esto y Dios hará aquello. Es necesario tener "da-ath"; es preciso estar conscientes, darse cuenta de Quién es el que nos llama y con Quién estamos tratando. No es una ley anónima, no es una energía sin nombre, no es destino ciego: es el Dios vivo y verdadero y hay que saber Quién es él y qué quiere para agradarle y vivir la "jésed" que él espera de nosotros”).
3. “Misericordia, Dios mío, por tu bondad; por tu inmensa compasión borra mi culpa; lava del todo mi delito, limpia mi pecado…” El salmo 50, penitencial, es un canto del pecado y del perdón, del "corazón nuevo" y del "Espíritu" de Dios infundido en el hombre redimido.
Los sacrificios no te satisfacen; si te ofreciera un holocausto no lo querrías. / Mi sacrificio es un espíritu quebrantado: un corazón quebrantado y humillado Tú no lo desprecias”. Vemos al señor oscuro, la región tenebrosa del pecado, pero sobre todo vemos que si el hombre confiesa su pecado, Dios lo purifica con su gracia. A través de la confesión de las culpas se abre un horizonte de luz en el que Dios actúa. El Señor elimina el pecado, y vuelve a crear la humanidad a través de su Espíritu vivificante: infunde en el hombre un "corazón" nuevo y puro, es decir, una conciencia renovada, y le abre la posibilidad de una fe límpida y de un culto agradable a Dios.
Señor, por tu bondad, favorece a Sión, reconstruye las murallas de Jerusalén: entonces aceptaras los sacrificios rituales, ofrendas y holocaustos”. Orígenes habla de una terapia divina: "Al igual que Dios predispuso los remedios para el cuerpo de las hierbas terapéuticas sabiamente mezcladas, así también preparó para el alma medicinas con las palabras infusas, esparciéndolas en las divinas Escrituras... Dios otorgó  también otra actividad médica de la que es primer exponente el Salvador, quien dice de sí: ‘No tienen necesidad de médico los sanos; sino los enfermos’. Él es el médico por excelencia capaz de curar toda debilidad, toda enfermedad”.
Lo mejor está siempre por llegar, decimos a veces llenos de esperanza, pues el sueño del bello largometraje que proyectamos desde pequeños se irá realizando hasta el cielo. Podemos soñar como Dios, que “quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Tes 4,3). Ayudamos a este sueño cuando vencemos el mal con el bien, el pecado con la confesión. El perdón hace palanca y con la gracia de Dios tiene tanta fuerza que levanta el alma del pecado y de todo mal. El perdón divino "borra", "lava", "limpia" al pecador y llega incluso a transformarlo en una nueva criatura de espíritu, lengua, labios, corazón transfigurados. "Aunque nuestros pecados fueran negros como la noche -afirmaba santa Faustina Kowalska-, la misericordia divina es más fuerte que nuestra miseria. Sólo hace falta una cosa: que el pecador abra al menos un poco la puerta de su corazón... el resto lo harás tú, mi Dios... Todo comienza en tu misericordia y en tu misericordia termina”.
Llucià Pou Sabaté

jueves, 27 de marzo de 2014

Viernes de la semana 3 de Cuaresma

El amor de Dios está por encima de todo; dejarnos amar por Él, dejar que brote de nuestro corazón, el amor a los demás
“En aquel tiempo, uno de los maestros de la Ley se acercó a Jesús y le hizo esta pregunta: «¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?». Jesús le contestó: «El primero es: Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor, y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No existe otro mandamiento mayor que éstos».Le dijo el escriba: «Muy bien, Maestro; tienes razón al decir que Él es único y que no hay otro fuera de Él, y amarle con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios». Y Jesús, viendo que le había contestado con sensatez, le dijo: «No estás lejos del Reino de Dios». Y nadie más se atrevía ya a hacerle preguntas” (Marcos 12,28b-34).
1. “Uno de los maestros de la Ley se acercó a Jesús y le hizo esta pregunta: «¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?». La Ley de Cristo es el amor a Dios y al prójimo. San Bernardo dice que el amor no necesita que “sirva para nada”, “su mérito y su premio se identifican con él mismo. El amor no requiere otro motivo fuera de él mismo, ni tampoco ningún provecho; su fruto consiste en su misma práctica. Amo porque amo, amo para amar. Gran cosa es el amor”, es como participar de Dios.  
Jesús le contestó: «El primero es: Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor, y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No existe otro mandamiento mayor que éstos»”. Hoy Jesús nos hace una receta en la que une dos citas bíblicas, nos dice. «Ama al Señor, tu Dios» (Dt 6,5) y otro lugar del Levítico: «Ama a los otros» (Lev 19,18), Jesús nos da la receta de la nueva Ley, que “cocinada” a fuego lento, con el amor del Espíritu Santo, al “baño María” nos da la mejor comida, la más sabrosa, exquisita, la de que hace felices a los demás y de paso a nosotros, porque para ser feliz hay que darse. Amar, en lo del día a día: en detalles de espíritu de servicio, como bajar la basura o recoger la mesa, hacer la cama pero antes el trabajo bien hecho: escuchar en clase, hacer los deberes y estudiar y luego disfrutar con lo que nos gusta, cultivar aficiones de leer, escribir, música, y todo tipo de juegos… la conversación amable, la serenidad cuando los nervios asoman.
“Le dijo el escriba: «Muy bien, Maestro; tienes razón al decir que Él es único y que no hay otro fuera de Él, y amarle con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios»”. Cuando nos conectamos al Señor, podemos cargar las pilas, y ningún momento mejor que el de la Acción de Gracias después de comulgar. Como sabes, cuando comemos algo, durante un rato sigue siendo lo que es, pero pasado un tiempo lo convertimos en nuestro cuerpo. Por eso, después de comulgar y por unos diez minutos, tenemos a Jesús dentro de nosotros, al mismo que nació de María Virgen, que convertía el agua en vino, que sanaba a ciegos y cojos, al mismo que murió clavado en la Cruz para perdonarnos de nuestros pecados. Por eso, ¿por qué no aprovechas al acabar la Misa para quedarte un rato sentado hablando tranquilamente con Él, que está físicamente dentro de ti? Es el mejor momento para darle gracias por todo lo que te ha dado en tu vida, para pedirle por tus familiares y amigos, para pedirle perdón por tus pecados y para pedirle que te ayude a sacar adelante aquellas cosas que necesitas. ¡Gracias, perdón y ayúdame más! Continúa hablándole a Dios con tus palabras (José Pedro Manglano).
“Y Jesús, viendo que le había contestado con sensatez, le dijo: «No estás lejos del Reino de Dios». Y nadie más se atrevía ya a hacerle preguntas”. «El alma no puede vivir sin amor, siempre quiere amar alguna cosa, porque está hecha de amor, que yo por amor la creé» (Santa Catalina de Siena), por eso o nos cargamos de amor de Dios o nos engancharemos a lo primero que nos ofrezcan en la tele o en otro sitio según las modas. Pero entre tantas cosas que hacemos, podemos no tener tiempo para Dios. Y así, nos falta todo porque nos falta el sentido de amar, lo fundamental. Y es que lo más importante no se ve con los ojos del cuerpo sino con los del corazón. Jesús ama al Padre como Dios verdadero nacido del Dios verdadero y, como Verbo hecho hombre, crea la nueva Humanidad de los hijos de Dios, hermanos que se aman con el amor del Hijo. Es la "buena nueva" que mi vida toda debería estar proclamando. ¿Amo yo, efectivamente? ¿A quién amo? ¿A quién dejo de amar? ¿Cómo se traduce este amor? ¿Quién es mi prójimo? “Como tú mismo... Como tú misma...”, ¡no es decir poco! ¿Cómo me amo a mí mismo/a? ¿Qué deseo yo para mí? ¿Cuáles son mis aspiraciones profundas? ¿A qué cosas estoy más aferrado? ¿Qué es lo que más me falta? Y todo esto quererlo también para mi prójimo. No debo pasar muy rápidamente sobre todas estas cuestiones. Debo tomar, sobre ellas, una decisión en este tiempo de cuaresma.
-"No estás lejos del reino de Dios." ¡Jesús felicitó a un escriba! "El Reino de Dios" = ¡amar!, ¡a Dios y a los hermanos! ¡Tantas veces se ha hecho el encontradizo! En la alegría y en el dolor. Como muestra de amor nos dejó los sacramentos, “canales de la misericordia divina”. Nos perdona en la Confesión y se nos da en la Sagrada Eucaristía. Nos ha dado a su Madre por Madre nuestra. También nos ha dado un Ángel para que nos proteja. Y Él nos espera en el Cielo donde tendremos una felicidad sin límites y sin término. Pero amor con amor se paga. Y decimos con Francisca Javiera: “Mil vidas si las tuviera daría por poseerte, y mil... y mil... más yo diera... por amarte si pudiera... con ese amor puro y fuerte con que Tú siendo quien eres... nos amas continuamente”.
2. Oseas fue un profeta muy maltratado por el sufrimiento, y se fue volviendo dulce hasta cantar el amor de Dios, que siempre es fiel, aunque los hombres no lo sean: “Israel, vuelve al Señor, tu Dios… Decidle: Perdona todas nuestras culpas para que recobremos la felicidad y te ofrezcamos en sacrificio palabras de alabanza”. Los muchos juegos no nos pueden llenar el corazón, ni la wii, ni nada: “Asiria no nos puede salvar; no montaremos ya en los caballos, y no diremos más «dios nuestro» a la obra de nuestras manos, pues en Ti encuentra compasión el huérfano”. Y dejamos los diosecillos, ídolos, para abrirnos a Dios. En cuanto decimos: “perdona” ya está todo arreglado… “este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, se había perdido y se le ha encontrado” (Lc 15,32). Quien no encuentra el camino de Dios, quien no se deja hallar como oveja perdida, pierde el sentido de la vida (F. Raurell).
Yo los curaré de su apostasía, los amaré de todo corazón”, el Señor es como un jardinero que nos cuida: “Seré como el rocío para Israel; él florecerá como el lirio y echará sus raíces como el olmo. Sus ramas se extenderán lejos, hermosas como el ramaje del olivo, y su fragancia será como la del Líbano. Volverán a sentarse en mi sombra; cultivarán el trigo, florecerán como la viña y su renombre será como el del vino del Líbano… Yo lo atenderé y lo protegeré. Yo soy como un pino siempre verde; de mí procede todo fruto”. Son una colección de gracias que nos vienen de Dios, cuando nos abrimos a su amor: Florecerán como la vid; su renombre será como el del vino del Líbano... imágenes de prosperidad y de felicidad. Frescor. Fecundidad. Belleza. Fragancia. Flores. Solidez. Hay que "saborear" cada una de las imágenes: el rocío... el lirio... el árbol frondoso... el vino... los perfumes... las frutas... (Noel Quesson).
Estamos en la segunda parte de la cuaresma, si fuera un partido Deportivo de dos partes, estamos en la segunda, más cerca del final, y queremos aprovechar esos días para crecer interiormente, en esa apertura al amor de Dios, y en amor y servicio a los demás. No se es cristiano por un hacer cosas buenas (cumplir los mandamientos) o creer con la cabeza en ideas (unos dogmas fríos) sino por el encuentro con una Persona, Jesús, que provoca en nosotros un agradecimiento, de dejarnos querer por él, por el amor de Dios, y responder con una vida de amor: “Que el sabio comprenda estas cosas, que el inteligente las entienda, porque los caminos del Señor son rectos; por ellos caminarán los justos, mas los injustos tropezarán en ellos”. Oseas era también el profeta y el poeta del amor. Ese amor es aún más hermoso. No es sólo un amor que promete la felicidad, si se es fiel. Es un amor que perdona y que pide «Volver». Nos dice: «¡Vuelve!». Como dos esposos que se perdonan. Como dos amigos que reemprenden su amistad después de una temporada de frialdad. He de escuchar esas palabras de ternura.
3. La roca del agua en el desierto, y el camino de Dios son como el hilo de las lecturas de esta semana. Todo nos lleva a hacer la voluntad divina, vivir el mandamiento del amor. Además, Jesús, al hombre “espiritual, lo sació con miel, y no con agua, para que los que crean y reciban este alimento tengan la miel en su boca" (Orígenes), como hemos dicho con el salmo: “Oigo un lenguaje desconocido:… Clamaste en la aflicción, y te libré, te respondí oculto entre los truenos, te puse a prueba junto a la fuente… ¡ojalá me escuchases Israel! No tendrás un dios extraño, …yo soy el Señor, Dios tuyo, que saqué del país de Egipto; abre la boca que te la llene… te alimentaría con flor de harina, te saciaría con miel silvestre”. Siempre hay una referencia al desierto, porque fue una experiencia fuerte de desierto, de Dios.
Llucià Pou Sabat

miércoles, 26 de marzo de 2014

Jueves de la semana 3 de Cuaresma

El camino a la felicidad es escuchar la voz de Dios, hacer su voluntad
“En aquel tiempo, Jesús estaba expulsando un demonio que era mudo; sucedió que, cuando salió el demonio, rompió a hablar el mudo, y las gentes se admiraron. Pero algunos de ellos dijeron: «Por Beelzebul, Príncipe de los demonios, expulsa los demonios». Otros, para ponerle a prueba, le pedían una señal del cielo. Pero Él, conociendo sus pensamientos, les dijo: «Todo reino dividido contra sí mismo queda asolado, y casa contra casa, cae. Pues, si también Satanás está dividido contra sí mismo, ¿cómo va a subsistir su reino?, porque decís que yo expulso los demonios por Beelzebul. Si yo expulso los demonios por Beelzebul, ¿por quién los expulsan vuestros hijos? Por eso, ellos serán vuestros jueces. Pero si por el dedo de Dios expulso yo los demonios, es que ha llegado a vosotros el Reino de Dios. Cuando uno fuerte y bien armado custodia su palacio, sus bienes están en seguro; pero si llega uno más fuerte que él y le vence, le quita las armas en las que estaba confiado y reparte sus despojos. El que no está conmigo, está contra mí, y el que no recoge conmigo, desparrama»” (Lucas 11,14-23).
1. “Jesús estaba expulsando un demonio que era mudo; sucedió que, cuando salió el demonio, rompió a hablar el mudo, y las gentes se admiraron”. Algunos decían que estaba endemoniado.
Pero Jesús les responde que cómo va a ser del demonio quitar demonios, que ningún reino puede durar si está dividido. En cambio, “si por el dedo de Dios expulso yo los demonios, es que ha llegado a vosotros el Reino de Dios”, porque si él quita demonios es que es más fuerte que los demonios: “cuando uno fuerte y bien armado custodia su palacio, sus bienes están en seguro; pero si llega uno más fuerte que él y le vence, le quita las armas en las que estaba confiado y reparte sus despojos” y nos anima a seguirle en su reino: “El que no está conmigo, está contra mí, y el que no recoge conmigo, desparrama”. Jesús, nos hablas del Evangelio, de ese combate espiritual contra las fuerzas del mal... contigo. Señor, sálvame de mis demonios... líbranos del mal. Eres más fuerte que Batman, que Superman, que todos los héroes, eres mi Salvador. Ven Jesús a combatir conmigo en esta Cuaresma. Cuaresma = energía (Noel Quesson).
En el ritual del Bautismo hay un gesto simbólico expresivo, el «effetá», «ábrete». El ministro toca los labios del bautizado para que se abran y sepa hablar. Y toca sus oídos para que aprenda a escuchar. Dios se ha quejado hoy de que su pueblo no le escucha. ¿Se podría quejar también de nosotros, bautizados y creyentes, de que somos sordos, de que no escuchamos lo que nos está queriendo decir en esta Cuaresma, de que no prestamos suficiente atención a su palabra? La Virgen María, maestra en esto, como en otras tantas cosas, de nuestra vida cristiana, nos ha dado la consigna que fue el programa de su vida: «hágase en mí según tu palabra» (J. Aldazábal).
2. Jeremías proclama la voz del Señor: “Yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo”. Es una de las expresiones más perfectas de la Alianza. Una pertenencia recíproca: yo soy tuyo, tú eres mío. Marca el camino seguro, “a fin de que todo os vaya bien y seáis felices”. Siempre el mismo lazo entre la «fidelidad» a Dios y la "alegría". No es para tomarlo en un sentido material, de tener éxito: «No te prometo hacerte feliz en este mundo», decía la Virgen a Bernardita Soubirous. A veces los que hacen cosas malas parece que se la pasan muy bien, y que gente buena se la pasan mal en la vida. Pero el que hace el bien, por dentro siente algo íntimo, como un calorcito parecido a la "felicidad", y es la alegría íntima que da el Señor a todos los que se esfuerzan en ser fieles. Dios espera «mi rostro»... cara a cara. Como los que se quieren.
Y yo me aparto de Él. Como sigue el profeta: “Pero ellos no escucharon ni inclinaron sus oídos, sino que obraron según sus designios, según los impulsos de su corazón obstinado y perverso; se volvieron hacia atrás, no hacia adelante”. Los profetas no fueron escuchados: “Tú les dirás todas estas palabras y no te escucharán: los llamarás y no te responderán”. Como ellos, los que no te quieren, Señor. Me despisto… y te pido, Señor, que no me despiste, que me acuerde de mis citas contigo, de ir a verte, de rezar ahí donde esté y conectar contigo… para que no digas de mí lo que de aquellos: “-No me escucharon”. Solo una cosa puede ponernos tristes: nuestros pecados. Cuando algo malo sucede me he de plantear: “¿es por mi culpa?” Si no, no he de aceptar ese decaimiento, pues ¡bendito sea Dios!, que permite aquello; pero si he pecado –el único mal de verdad- entonces he de rehacer aquello, arreglar la falta de amor con un acto de amor. Es esa conversión la que pide el profeta: -“No me escucharon”.
Tú no nos hablas sólo en la misa o en la oración. Debo escuchar en mi vida, en mi estudio y en mis clases, en mi casa y en mis responsabilidades, en mis amigos y en mis juegos. Pero, con frecuencia, no sé escucharte. Concédeme esa atención que me falta, Señor (Noel Quesson).
3. El salmo de hoy nos anima a eso: «ojalá escuchéis hoy su voz, no endurezcáis vuestro corazón». “¡Venga, cantemos con júbilo al Señor, aclamemos a la Roca que nos salva!” La roca es Cristo, así como la del desierto se abrió y manó agua, así del corazón de Cristo nos viene la salvación del bautismo. ¡Vamos hasta Él dándole gracias, aclamemos con música al Señor! ¡Entremos, inclinémonos para adorarlo! ¡Doblemos la rodilla ante el Señor que nos creó! Porque Él es nuestro Dios, y nosotros, el pueblo que Él apacienta, las ovejas conducidas por su mano”.  Es un canto a tu realeza, Señor, y tu Reino está en el árbol de la cruz, tú reinas desde el árbol de la cruz, como dijeron ya los primeros cristianos, “Regnavit a ligno Deus”. Como tú dijiste, Señor: "El que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor; y el que quiera ser el primero entre vosotros, será esclavo de todos, pues tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos" (Mc 10, 43-45).
Señor, quiero alabarte, y procurar obedecer tu voluntad: “Ojalá hoy escuchéis la voz del Señor”… siento que va por mí: «ojalá escuchéis hoy su voz, no endurezcáis vuestro corazón». Es una continuación de lo que me ha dicho el profeta antes… es lo que rezamos cada día: «hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo», que santo Tomás relaciona al don de ciencia, la ciencia que nos enseña el Espíritu Santo: la de vivir bien, que es no hacer nuestra voluntad sino la de Dios. Por eso, por este don pedimos a Dios que se haga su voluntad así en la tierra como en el cielo. En semejante petición se pone de manifiesto el don de ciencia. Decimos a Dios: Hágase tu voluntad, esto es, que su voluntad se cumpla en nosotros. El corazón del hombre camina derecho cuando va de acuerdo con la voluntad divina, como Cristo: “He bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad de Aquel que me ha enviado” (Jn 6,38). Y cuando decimos Hágase tu voluntad, estamos pidiendo cumplir los mandamientos de Dios, que son la voluntad de Dios, que al que ama le resulta placentera: “Ha salido la luz para el justo, y la alegría para los rectos de corazón” (Sal 96,11).
La voz divina penetra con la gracia nuestros corazones, y ya no es esfuerzo humano la lucha interior sino que –dice el Aquinate- en primer lugar se debe a la misericordia divina que no niega su ayuda a quien la pide y confía: «Tres cosas se han de esperar de Dios, puesto que tres hay en el hombre: entendimiento, voluntad y virtud operativa. Por tanto, Dios instruye el entendimiento, satisface la voluntad y fortalece la virtud. Referente a lo primero, dice: le dio la ley en el camino que eligió; es decir, el hombre que teme al Señor elige el camino, a saber, el camino de servir a Dios: “servid al Señor en el temor” (Sal 2,11); “éste es el camino, caminad en él” (Is 30, 21), y en éste instruye de qué manera ha de proceder el hombre. Jerónimo dice: “le enseñaba”, y esto lo hace refiriéndose a la ley».
El Espíritu es quien mueve el corazón en la obediencia a la voluntad de Dios, la piedad de hijo se demuestra por la obediencia a este instinto filial: “lo propio de los hijos es obedecer” (Ef 6,1-3). El cristiano es buen hijo de Dios cuando se une a Cristo para poder con Él decir: “mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y dar cumplimiento a su obra” (Jn 4,34), cumpliendo el consejo de María: “haced lo que él os diga” (Jn 2,5): en esto consiste la santidad cristiana, pues la perfecta santidad es obedecer a Cristo en todas las cosas. En esta obediencia está la felicidad del hombre, al meditar y obedecer la ley. Meditación que ha de ser activa, donde intervienen las potencias del alma.
Hay muchos que viven esa escucha a Dios, son santos anónimos. "Soy consciente, rezaba Newman, de que a pesar de mis faltas, deseo vivir y morir para gloria de Dios. Deseo entregarme completamente a Él como instrumento suyo para la tarea que quiera y a costa de cualquier sacrificio personal". Hoy hago mía esta oración del converso inglés que tanto hizo por la Iglesia de su país: ¡Señor, aunque no valga nada, aquí estoy para hacer, por Ti, lo que quieras!
Tierno hablaba de los héroes anónimos, que no los saben ni ellos: "Jamás pensé que estar en contacto con la enfermedad y el sufrimiento de los demás podría hacerme tanto bien". Estando de camillero en Lourdes, una señora, medio ciega y sin piernas, rezaba el rosario. Como advertí preocupación en su rostro, le pregunté qué le apenaba. Ella me respondió: "Me entristece este pobre hombre de la camilla de al lado". Se me hizo un nudo en la garganta y pensé, ¡Dios mío! Ella sí que está físicamente mal y, sin embargo, no piensa en sí misma.
Esta aleccionadora experiencia me la contaba hace unos días en San Sebastián el propio protagonista, Luis, un hombre de mediana edad que, desde hace años, junto con su esposa, asiste como camillero voluntario a los enfermos que peregrinan a Lourdes. Tantas personas anónimas, la mayoría donantes de sangre, como Luis, que no desaprovechan la menor ocasión que se les presenta para ayudar según sus posibilidades, son héroes anónimos.
Tú nos explicaste que lo que hacemos con los demás lo hacemos contigo. Por eso trataré de ser generoso, Jesús, con los demás. En concreto estos días de Cuaresma procuraré hacer muchos favores. Recuérdamelo, por favor, y que sepas que los haré por amor a ti y a ellos. ¡Cada día, al menos, un buen favor! (José Pedro Manglano).
Llucià Pou Sabaté

martes, 25 de marzo de 2014

Miércoles de la semana 3 de Cuaresma

Alabemos a Dios que nos ha enviado a Jesús para darnos una ley nueva: la libertad y el amor de los hijos de Dios
“En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento. Sí, os lo aseguro: el cielo y la tierra pasarán antes que pase una i o una tilde de la Ley sin que todo suceda. Por tanto, el que traspase uno de estos mandamientos más pequeños y así lo enseñe a los hombres, será el más pequeño en el Reino de los Cielos; en cambio, el que los observe y los enseñe, ése será grande en el Reino de los Cielos»” (Mateo 5,17-19).
1. Jesús dijo a sus discípulos: «No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento”. Es una ley de libertad, como decía Jacques Philippe  cuando habla de la libertad interior que nadie puede arrebatarnos. Esto es medicina para no agobiarnos, para gozar de la auténtica felicidad. Hay cosas que nos harán sufrir, pero ninguna logrará hundimos ni agobiamos del todo. Se trata de tener un “oasis” en nuestro corazón: “el hombre conquista su libertad interior en la misma medida en que se fortalecen en él la fe, la esperanza y la caridad… el dinamismo de lo que tradicionalmente se han denominado las «virtudes teologales» constituye el centro de la vida espiritual”; esto coloca en un papel decisivo en el desempeño de nuestro crecimiento interior la virtud de la esperanza: una virtud que sólo puede cultivarse unida a la pobreza de corazón, resumida en la primera bienaventuranza: “Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”. Para ser dóciles a esa maravillosa renovación interior que el Espíritu Santo quiere obrar en los corazones con el fin de hacemos acceder a la gloriosa libertad de los hijos de Dios –“donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad”-, es importante acudir a María: «Ofreceremos a Dios nuestra voluntad, nuestra razón, nuestra inteligencia, todo nuestro ser a través de las manos y el corazón de la Santísima Virgen. Entonces nuestro espíritu poseerá esta preciada libertad del alma, tan ajena a la ansiedad, a la tristeza, a la depresión, al encogimiento, a la pobreza de espíritu. Navegaremos en el abandono, liberándonos de nosotros mismos para atarnos a Él, el Infinito» (Madre Yvonne-Airnée de Malestroit).
Jesús luchaba contra todo formalismo, contra toda estrechez de miras. Sin embargo, obrando así, pero no para destruir la Ley, sino para salvarla,  mejorarla para que cumpliera su fin. “Nada es pequeño delante de Dios, según el texto de la Sagrada Escritura. No hay "pequeños deberes" sobre lo que nos pide la Palabra de Dios.
"Considerar las cosas pequeñas como grandes, a causa de Jesús que es quien las hace en nosotros” (B. Pascal). Jesús nos invita a no soñar con cosas grandes: lo que a diario hacemos es a menudo pequeño, minúsculo. Todo depende de lo que nuestro corazón pone en ello.
Santa Teresa de Lisieux entró en el Carmelo a los quince años con todo el entusiasmo de su adolescencia. Lo que le esperaba fue: barrer los claustros, hacer la colada, acompañar al refectorio a una hermana vieja y enferma. Pequeñas cosas. La vida humilde, la dedicada a trabajos pesados y fáciles, es una obra de selección que requiere mucho amor.
-“El que practicare y enseñare -esos mandamientos mínimos- será "grande" en el reino de los cielos”. "Las obras deslumbrantes me están prohibidas. Para dar pruebas de mi amor no tengo otro medio que el de no dejar escapar ningún pequeño sacrificio, ninguna mirada, ninguna palabra; de aprovechar las más pequeñas acciones y hacerlas por amor.' (Santa Teresita) Lo que es "pequeño" a los ojos de los hombres, puede ser "grande" a los ojos de Dios (Noel Quesson), como decía san Teófilo de Antioquía: «Dios es visto por los que pueden verle; sólo necesitan tener abiertos los ojos del espíritu (...), pero algunos hombres los tienen empañados». Para poder purificar el corazón y poder ver, pedimos en la Colecta: «Penetrados del sentido cristiano de la Cuaresma y alimentados con tu Palabra, te pedimos, Señor, que te sirvamos fielmente con nuestras penitencias y perseveremos unidos en la plegaria». Y también en la Postcomunión: «Santifícanos, Señor, con este pan del cielo que hemos recibido, para que, libres de nuestros errores, podamos alcanzar las promesas eternas».
 “Sí, os lo aseguro: el cielo y la tierra pasarán antes que pase una i o una tilde de la Ley sin que todo suceda. Por tanto, el que traspase uno de estos mandamientos más pequeños y así lo enseñe a los hombres, será el más pequeño en el Reino de los Cielos; en cambio, el que los observe y los enseñe, ése será grande en el Reino de los Cielos». ¿Qué son esos mandamientos tan importantes que hay que seguir? El amor. En la vida vamos pasando del “yo, me, mí, conmigo” a un “tú, te, ti, contigo”, de un “quiero para mí” a una vocación de servicio. El amor es la vocación de la persona, el servicio es la misión que tenemos. El que da, es rico. El que se queda con todo es pobre. Hay gente tan pobre que solo tiene dinero. El pobre es el egoísta. Y hay una pobreza aún mayor: "Hay diversas clases de pobreza -cuenta la madre Teresa de Calcuta-. En la India hay gente que muere de hambre. Un puñado de arroz es precioso, valiosísimo. En los países occidentales, sin embargo, no hay pobreza en ese sentido. Nadie muere de hambre y ni siquiera abundan los pobres como en la India... Pero existe otra clase de pobreza, la del espíritu que es mucho peor. La gente no cree en Dios, no reza, no ama, va a lo suyo... Es una pobreza del alma, una sequedad del corazón que resulta mucho más difícil de "remediar". ¿Puedes tener tú esa pobreza? Pídeles a Jesús y a María que nunca caigas en esa pobreza de espíritu; que te ayuden a quererles cada día más y a acudir a ellos ante cualquier necesidad, y que te ayuden a querer a los demás. ¡Jesús, María, que no olvide rezar ni por la noche ni al levantarme! Que sea generoso: porque el verdaderamente "pobre" es el egoísta. Recemos: Señor, purifica mi amor, con la forja donde se ponen los sentimientos en el fuego y se quema lo malo y se esculpe la imagen de Jesús en nosotros...
Cuentan que un obrero había encontrado un billete de mil dólares; no le llamó mucho la atención porque en América los billetes son iguales aunque tengan más valor y aquel papelito no le impresionó demasiado. Se lo guardó en un bolsillo, varios días más tarde, al pasar por un Banco, entró a preguntar cuánto valía. Casi se desmaya cuando se lo dijeron, pues la suma equivalía a más de un mes de su jornal...
No es raro encontrarse con gente que no sabe lo que tiene; puede ser un cuadro de un pintor famoso, un objeto antiguo, unas monedas raras, unos sellos valiosísimos... Cuando nos enteramos, solemos sentir una especie de envidia. No se nos ocurre pensar que nosotros también tenemos un tesoro que quizá no apreciamos: El Sacramento de la Penitencia es esa forja donde se realiza ese milagro. Tal vez al recibirlo frecuentemente y sepamos que no sólo sirve para perdonar los pecados graves, sino también los leves; que aumenta la gracia santificante y nos proporciona una gracia especial para rechazar las tentaciones... Sin embargo, a lo mejor nos parece que no nos aprovecha demasiado, que no nos hace mejores; que nos acusamos una y otra vez de los mismos pecados, inútilmente... Si eso pensamos, lo más probable es que nuestras confesiones no sean buenas. La Penitencia es un sacramento que Jesús pagó con su vida. Debemos cuidar todo lo que tiene que ver con la confesión.
¿Hago bien el examen? ¿Pido perdón con dolor? ¿Digo los pecados en concreto y también los veniales? ¿Hago propósito de no volver a cometerlos? ¿Cumplo la penitencia? La gracia de Dios que nos llega por esos dos sacramentos no circula en vano por nuestra alma, algo hace en nosotros (Agustín Filgueiras Pita).
Hoy en misa pidieron por los que se aprovechan de la crisis económica, para hacerse ricos, para que el Señor les convierta y sepan abrirse a los demás. ¡Señor perdónales porque no saben lo que hacen! Estas fueron casi las últimas palabras que Jesús dijo antes de morir en la Cruz. Dios perdona siempre cuando le pedimos perdón, incluso piensa a la maldad de los hombres la llama ignorancia (“no saben”…), y es también causa de salvación (“Padre, ¡perdónales…!”). Esto podemos aplicarlo no solo a los asesinos, sino también a los que promueven ideas o películas malas, a los que roban o engañan…
2. Los caminos que Dios enseña son justos y muy buenos, camino para la felicidad y la vida. Dios se dirige a los hombres como a una persona amada, por su nombre: «Escucha, Israel...» y nos va dando los mandamientos… En estos días de cuaresma trato de estar «a la escucha». «Para vivir» plenamente... Escuchar a Dios para vivir en plenitud. Ayúdame, Señor: que yo experimente, que tu Palabra escuchada sea «vida» para mí... como una respiración. Para así entrar en posesión de la tierra que Dios da. Que tu Palabra, Señor, sea mi "sabiduría", un alimento de mi espíritu. Que tus pensamientos lleguen a ser también mis pensamientos. Que tu manera de ver impregne mis modos de ver. Y todo ello en plena libertad. No como una coacción exterior obligatoria... sino como una fuente vivificante y profunda. No como algo mandado: “qué palo, hay que ir a misa…" sino quiero sentir como una necesidad interior aceptada de buen grado de quererte. Sin embargo, a veces dudamos: Tú te callas, pareces estar lejos de nosotros. Pero lo sé, estás ahí. Tú me miras en este mismo momento. Te interesas por mí y estás más cerca de mí que mi propio corazón (Noel Quesson).
3. “¡Glorifica al Señor, Jerusalén, alaba a tu Dios, Sión! […] Envía su mensaje a la tierra… le dio a conocer sus mandamientos. ¡Aleluya!” Jerusalén se había derrumbado ante el asalto del ejército del rey Nabucodonosor (586 a. c.). Pero luego Nehemías restableció los muros de Jerusalén para que volviera a ser oasis de serenidad y paz. La paz, «shalom», es evocada inmediatamente, pues está contenida en el mismo nombre de Jerusalén, simbólicamente. Hay una confirmación de la elección divina del pueblo, de su misión única: «Anuncia su palabra a Jacob, sus decretos y mandatos a Israel; con ninguna nación obró así, ni les dio a conocer sus mandatos». El salmo habla de las bendiciones como la “flor de harina”, que Orígenes ve en clave eucarística: «Nuestro Señor es el grano de trigo que cae a tierra y se multiplicó por nosotros. Pero este grano de trigo es superlativamente copioso. La Palabra de Dios es superlativamente copiosa, recoge en sí misma todas las delicias. Todo lo que quieres, proviene de la Palabra de Dios, como narran los judíos: cuando comían el maná sentían en su boca el sabor de lo que cada quien deseaba. Lo mismo sucede con la carne de Cristo, palabra de la enseñanza, es decir, la comprensión de las santas Escrituras: cuanto más grande es nuestro deseo, más grande es el alimento que recibimos. Si eres santo, encuentras refrigerio; si eres pecador, tormento».
Llucià Pou Sabaté

lunes, 24 de marzo de 2014

Martes de la semana 3 de Cuaresma

Cuando perdonamos, nos hacemos dignos de la misericordia divina
“En aquel tiempo, Pedro se acercó y le dijo: «Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano? ¿Hasta siete veces?». Dícele Jesús: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.Por eso el Reino de los Cielos es semejante a un rey que quiso ajustar cuentas con sus siervos. Al empezar a ajustarlas, le fue presentado uno que le debía 10.000 talentos. Como no tenía con qué pagar, ordenó el señor que fuese vendido él, su mujer y sus hijos y todo cuanto tenía, y que se le pagase. Entonces el siervo se echó a sus pies, y postrado le decía: ‘Ten paciencia conmigo, que todo te lo pagaré’. Movido a compasión el señor de aquel siervo, le dejó en libertad y le perdonó la deuda.Al salir de allí aquel siervo se encontró con uno de sus compañeros, que le debía cien denarios; le agarró y, ahogándole, le decía: ‘Paga lo que debes’. Su compañero, cayendo a sus pies, le suplicaba: ‘Ten paciencia conmigo, que ya te pagaré’. Pero él no quiso, sino que fue y le echó en la cárcel, hasta que pagase lo que debía. Al ver sus compañeros lo ocurrido, se entristecieron mucho, y fueron a contar a su señor todo lo sucedido. Su señor entonces le mandó llamar y le dijo: ‘Siervo malvado, yo te perdoné a ti toda aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No debías tú también compadecerte de tu compañero, del mismo modo que yo me compadecí de ti?’. Y encolerizado su señor, lo entregó a los verdugos hasta que pagase todo lo que le debía. Esto mismo hará con vosotros mi Padre celestial, si no perdonáis de corazón cada uno a vuestro hermano»” (Mateo 18,21-35).
1. Pedro preguntó a Jesús: «Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano? ¿Hasta siete veces?». Dícele Jesús: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”. Y nos cuentas esta parábola del perdón de las deudas. Y quien no quiere, recibirá ya el castigo en esa falta de amor, “si no perdonáis de corazón cada uno a vuestro hermano».
Está claro: hemos de saber vivir esta misericordia, para poder recibirla: perdonar nosotros a los que nos hayan podido ofender. «Perdónanos... como nosotros perdonamos», nos atrevemos a decir cada día en el Padrenuestro. Para pedir perdón, debemos mostrar nuestra voluntad de imitar la actitud del Dios perdonador. Se ve que esto del perdón forma parte esencial del programa de Cuaresma, porque ya ha aparecido varias veces en las lecturas. ¿Somos misericordiosos? ¿Cuánta paciencia y comprensión almacenamos en nuestro corazón? ¿Tanta como Dios, que nos ha perdonado a nosotros diez mil talentos? ¿Podría decirse de nosotros que luego no somos capaces de perdonar cuatro euros al que nos los debe? ¿Somos capaces de pedir para los pueblos del tercer mundo la condonación de sus deudas exteriores, mientras en nuestro nivel doméstico no nos decidimos a perdonar esas pequeñas deudas?
Se cuenta de Ramón Narváez, un primer ministro de la España del siglo diecinueve, que firmó la sentencia de muerte de 35.000 enemigos. Cuando él estaba muriéndose, en 1886, le preguntó el sacerdote si estaba dispuesto a perdonar a todos sus enemigos. Él contestó:
-“¿Enemigos? Padre, yo no tengo enemigos. Los he fusilado a todos”.
La manera cristiana de no tener enemigos no es fusilarles. Si supiésemos mirar a todos como amigos, no tendríamos enemigos. A las personas, en buena manera, las convertimos en lo que vemos en ellas cuando las miramos. Parafraseando el Evangelio: “Mira a los demás, a cada uno, como quieres que ellos te miren a ti”.
A veces no nos gusta algo de los demás: ¿y qué vamos a hacer, matarlos? No: quererles como son. Fallar y equivocarse es propio de la criatura. Pedir perdón es profundamente humano. Perdonar es lo más divino. Cuando perdonamos, de verdad, es, quizás, cuando más nos parecemos a Dios. Nos cuesta perdonar cualquier cosilla que nos hacen o que creemos nos hacen. Y aún cuando perdonamos, no somos capaces de olvidar. Impresiona que todo un Dios, incluso antes de que le ofendamos, ya está inventando la manera de concedernos su perdón. Y, además, de hacernos saber que estamos perdonados. Quiere perdonarnos y que podamos quedar tranquilos. Eso es la confesión. Un buen hombre desembarca en San Francisco y se va a confesar a la primera iglesia que encuentra. -“¿Cómo tarda usted dos años - le pregunta el cura- en venir a confesarse?”
-“Mire usted -explica el hombre, buscando una excusa- yo vivo en tal isla, que, como sabe, está perdida en el Pacífico. Este es el puerto más cercano. Cuando puedo, aprovecho para venir al continente con algún  amigo pescador”.
El cura recuerda que en esta isla hace escala semanalmente una mala línea de aviones. Y le dice: -“Comprendo. Pero todos los lunes tiene usted un servicio de avión”.
-“También yo he pensado en eso -replica el buen hombre, buscando otra excusa-. Pero póngase en mi lugar: tomar ese avión por pecados veniales, es demasiado caro. Y tomarlo con pecados mortales, es demasiado peligroso (Agustín Filgueiras Pita).
Pues no: sabemos que con un acto de contrición tenemos la gracia de Dios, aunque el sacramento nos da la seguridad del perdón. Porque conviene enseguida pedir perdón a Dios, ya un solo día en pecado mortal “es demasiado peligroso”.
Cuaresma es tiempo de perdón, reconciliación con Dios y con el prójimo. No echemos mano de excusas para no perdonar: Dios nos ha perdonado sin tantas distinciones. Como David perdonó a Saúl, y José a sus hermanos, y Esteban a los que lo apedreaban, y Jesús a los que lo clavaban en la cruz. Es como la prueba del nueve que se hace para ver si una división está bien hecha, así el padrenuestro se reza bien si se cumple ese colofón, como condición, o petición para que nos quede bien grabado que si perdonamos, nuestro corazón puede abrirse al perdón divino: “Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. Dios nos ha perdonado mucho, y no debemos guardar rencor a nadie. Hemos de aprender a disculpar con más generosidad, a perdonar con más prontitud. Perdón sincero, profundo, de corazón. A veces nos sentimos heridos sin una razón objetiva; sólo por susceptibilidad o por amor propio lastimado por pequeñeces que carecen de verdadera entidad. Y si alguna vez se tratara de una ofensa real y de importancia, ¿no hemos ofendido nosotros mucho más a Dios? Él no acepta el sacrificio de quienes fomentan la división.
2. Daniel y sus amigos prefirieron el suplicio que renegar de Dios. Echados al fuego, el emperador que miraba dijo: "yo veo cuatro hombres que caminan libremente por el fuego sin sufrir ningún daño, y el aspecto del cuarto se asemeja a un hijo de los dioses". Daniel pedía a Dios en aquel destierro que sufrían, que dejaran de ser esclavos de los dominadores, oración que podemos hacer nuestra: -«Por el honor de tu nombre, no nos desampares para siempre, no rompas tu alianza, no apartes de nosotros tu misericordia. Por Abraham, tu amigo; por Isaac, tu siervo; por Israel, tu consagrado; a quienes prometiste multiplicar su descendencia como las estrellas del cielo, como la arena de las playas marinas. Pero ahora, Señor, somos el más pequeño de todos los pueblos; hoy estamos humillados por toda la tierra a causa de nuestros pecados”.
Qué bonito cuando ofrecemos a Dios nuestro corazón. La plegaria de Daniel se apoya por entero en la «misericordia» de Dios. La época de Daniel es un período de prueba, de mucha humillación. Los judíos han sido deportados a Babilonia. Son perseguidos. “En este momento no tenemos príncipes, ni profetas, ni jefes; ni holocausto, ni sacrificios, ni ofrendas, ni incienso; ni un sitio donde ofrecerte primicias, para alcanzar misericordia. Por eso, acepta nuestro corazón contrito y nuestro espíritu humilde... Que éste sea hoy nuestro sacrificio, y que sea agradable en tu presencia: porque los que en ti confían no quedan defraudados. Ahora te seguimos de todo corazón, te respetamos y buscamos tu rostro, no nos defraudes, Señor. Trátanos según tu piedad, según tu gran misericordia. Líbranos con tu poder maravilloso y da gloria a tu nombre, Señor.»
Sigue pidiendo a Dios que el sacrificio “sea agradable en tu presencia: porque los que en ti confían no quedan defraudados”.Yo y todos los hombres tenemos necesidad de ti, Señor, buscamos tu rostro: “Ahora te seguimos de todo corazón, te respetamos y buscamos tu rostro, no nos defraudes, Señor. Trátanos según tu piedad, según tu gran misericordia”. «Busco tu rostro, el rostro del Señor». Rostro misericordioso… Gracias por inspirarnos esta oración, Señor, estos sentimientos (Noel Quesson).
¿Qué significa misericordia? La alianza con Dios fue rota muchas veces. Israel fue infiel. Pero siempre Dios en lugar de castigar mostraba su misericordia, con imágenes como el amor de esposo que supera las traiciones. El Señor ve la miseria de su pueblo y quiere liberarlo. Ese amor y compasión demostrado por Dios, es fuente de seguridad y esperanza para Israel, sustenta a todos. “La misericordia se contrapone en cierto sentido a la justicia divina y se revela en multitud de casos no sólo más poderosa, sino también más profunda que ella”, dice Juan Pablo II indicando que la justicia es servidora de la caridad: “La primacía y la superioridad del amor respecto a la justicia (lo cual es característico de toda la revelación) se manifiestan precisamente a través de la misericordia”.
3. Cuando Dios perdona, olvida nuestros pecados (algo que nosotros no podemos, cuando nos han ofendido), lo  que significa remisión completa y absoluta. Podemos decir como oración personal nuestra -por ejemplo, después de la comunión- el salmo de hoy: «Señor, recuerda tu misericordia, enséñame tus caminos, haz que camine con lealtad... el Señor es bueno y recto y enseña el camino a los pecadores...».
Llucià Pou Sabaté


La Anunciación del Señor

«En el sexto mes fue enviado el ángel Gabriel departe de Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón de nombre José, de la casa de David, y el nombre de la virgen era María. Y habiendo entrado donde ella estaba, le dijo: Dios te salve, llena de gracia, el Señor es contigo. Ella se turbó al oír estas palabras, y consideraba que significaría esta salutación. Y el ángel le dijo: No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios: concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande y será llamado Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará eternamente sobre la casa de Jacob, y su Reino no tendrá fin.María dijo al ángel: ¿De que modo se hará esto, pues no conozco varón? Respondió el ángel y le dijo: El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso, el que nacerá será llamado Santo, Hijo de Dios (...). Dijo entonces Maria: He aquí la esclava del Señor hágase en mí según tu palabra. Y el ángel se retiró de su presencia». (Lucas 1, 26-38)
1º. Madre, el Evangelio de hoy narra el momento de la anunciación: el día en el que conociste con claridad tu vocación, la misión que Dios te pedía y para la que te había estado preparando desde que naciste.
«No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios.»
No tengas miedo, madre mía, pues aunque la misión es inmensa, también es extraordinaria la gracia, la ayuda que has recibido de parte de Dios.
«¿De que modo se hará esto, pues no conozco varón?»
Madre, te habías consagrado a Dios por entero, y José estaba de acuerdo con esa donación de tu virginidad.
¿Cómo ahora te pide Dios ser madre?
No preguntas con desconfianza, como exigiendo más pruebas antes de aceptar la petición divina.
Preguntas para saber cómo quiere Dios que lleves a término ese nuevo plan que te propone.
«El Espíritu Santo descenderá sobre ti.»
Dios te quiere, a la vez, Madre y Virgen.
«Virgen antes del parto, en el parto y por siempre después del parto» (Pablo IV).
«He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra.»
Madre, una vez claro el camino, la respuesta es definitiva, la entrega es total: aquí estoy, para lo que haga falta.
¡Qué ejemplo para mi vida, para mi entrega personal a los planes de Dios!
Madre, ayúdame a ser generoso con Dios.
Que, una vez tenga claro el camino, no busque arreglos intermedios, soluciones fáciles.
Sé que si te imito, Madre, seré enteramente feliz.
2º. «Nuestra Madre es modelo de correspondencia a la gracia y, al contemplar su vida, el Señor nos dará luz para que sepamos divinizar nuestra existencia ordinaria. (...) Tratemos de aprender, siguiendo su ejemplo en la obediencia a Dios, en esa delicada combinación de esclavitud y de señorío. En María no hay nada de aquella actitud de las vírgenes necias, que obedecen, pero alocadamente. Nuestra Señora oye con atención lo que Dios quiere, pondera lo que no entiende, pregunta lo que no sabe. Luego, se entrega toda al cumplimiento de la voluntad divina: «he aquí la esclava del Señor hágase en mí según tu palabra». ¿Veis la maravilla? Santa María, maestra de toda nuestra conducta, nos enseña ahora que la obediencia a Dios no es servilismo, no sojuzga la conciencia: nos mueve íntimamente a que descubramos «la libertad de los hijos de Dios» (Es Cristo que pasa.-173).
Madre, hoy se ve a mucha gente que no quiere que le dicten lo que debe hacer, que no quiere ser esclavo de nada ni de nadie.
Paradójicamente, se mueven fuertemente controlados por las distintas modas, y no pueden escapar a la esclavitud de sus propias flaquezas.
Tú me enseñas hoy que el verdadero señorío, la verdadera libertad, se obtiene precisamente con la obediencia fiel a la voluntad de Dios y con el servicio desinteresado a los demás.