sábado, 11 de enero de 2014

Feria post-Epifanía: 11 de enero

Jesús nos trae la curación de nuestras dolencias, y nos salva con su Espíritu
“Y sucedió que, estando en una ciudad, se presentó un hombre cubierto de lepra que, al ver a Jesús, se echó rostro en tierra, y le rogó diciendo: «Señor, si quieres, puedes limpiarme». Él extendió la mano, le tocó, y dijo: «Quiero, queda limpio». Y al instante le desapareció la lepra. Y él le ordenó que no se lo dijera a nadie. Y añadió: «Vete, muéstrate al sacerdote y haz la ofrenda por tu purificación como prescribió Moisés para que les sirva de testimonio». Su fama se extendía cada vez más y una numerosa multitud afluía para oírle y ser curados de sus enfermedades. Pero Él se retiraba a los lugares solitarios, donde oraba” (Lucas 5,12-16).
1. –“Estando Jesús en una ciudad, compareció un hombre cubierto de lepra”. La lepra era una enfermedad considerada contagiosa, castigo divino por excelencia (Deuteronomio 28,27-35), signo del pecado que excluye de la comunidad, y abarcaba varios tipos de enfermedades, una de ellas la que hoy llamamos lepra. Los leprosos debían evitar las ciudades, rasgar sus vestiduras y a todos los que se acercasen a ellos, gritarles: "¡Impuro, Impuro!" Esta enfermedad, hoy muy fácilmente vencida, era entonces incurable: el leproso era considerado un muerto. Señor, ayúdanos hoy, con los medios científicos, a luchar contra esa plaga de la lepra que subsiste aún en ciertas regiones de la tierra.
-“Viendo a Jesús, se postró de hinojos ante El diciendo: Señor, si quieres puedes limpiarme”. ¡Qué sufrimiento! El leproso era muy consciente de su mal: hunde el rostro en el polvo. En el mundo hay "lepras" peores que la lepra. ¿Somos conscientes de ello? Lo que desfigura al hombre es, ante todo el "no-amor", el repugnante egoísmo; y de eso hay manchas y cicatrices en mi vida. ¿Sufro yo por ello? ¿Deseo librarme de ese mal? ¿Que hago para lograrlo?
-“Jesús extendió la mano y le tocó”. Tocar a un leproso. Jesús rehúsa los tabúes rigurosos de su tiempo: Deja abolida la frontera entre lo puro y lo impuro, y reintegra en la comunidad a los excluidos. Contemplo este gesto: la mano sana de Jesús... toca la piel purulenta de un leproso... Es todo el símbolo de la Encarnación: por nosotros los hombres, por nosotros los pecadores, y por nuestra salvación bajó del cielo.
-"¡Quiero, sé limpio!..." Es voluntad de Jesús. Estoy aquí, delante de ti, Señor, yo también, con mi mal, del que soy consciente, y con toda la otra parte del mal que no conozco suficientemente. Purifícame, también.
-“Y al instante desapareció la lepra”. Y le encargó: No se lo digas a nadie, sino vete, muéstrate al sacerdote, y ofrece por tu limpieza lo que prescribió Moisés, para que les sirva de testimonio”. Un testimonio sobre el poder de Jesús y sobre su obediencia a la Ley.
"¡Muéstrate al sacerdote!" ¿Es excesivo pensar que esta palabra es siempre actual? El sacerdote no es un hombre superior a los demás, es un hermano entre sus hermanos, pero ha recibido del Señor el asombroso honor de ser un mediador, de representar un papel de intermediario, más aún, de representar al mismísimo Señor. Yo no puedo salvarme solo. Tengo necesidad de Cristo. El camino concreto que he de hacer para ir a encontrar a un sacerdote, a un ministro del Señor es el signo de que no me salvo por mis únicas fuerzas, sino por la gracia. Oigo que Jesucristo me repite: "Ve y preséntate al sacerdote".
-“Numerosas muchedumbres concurrían para oírle y ser curados de sus enfermedades”. Pero él se retiraba a lugares solitarios y se daba a la oración. Jesús no se deja engañar por el éxito. Busca la soledad. Le gusta orar. Es un acto habitual, corriente, continuo en El (Noel Quesson).
En estos días de la Epifanía, al ver esta curación del leproso, pienso que también yo estoy necesitado de curación, y pido al Niño Jesús que me mire y salve. Tú, Mesías prometido, ungido de Dios, nuevo Adán que, apareciendo en la condición de nuestra mortalidad, nos has regenerado con la nueva luz de tu inmortalidad, quiero acogerme en tu misericordia.
Al contemplarte, Señor, cómo ayudas a los pobres de Israel, me da paz saber que si me siento pobre voy por tu camino de la pobreza, que tú naces en un establo. José se las ingenia lo mejor que puede para buscar abrigo durante la noche, quizá en los alrededores había algunas cuevas abiertas en la ladera del monte, que habitualmente se utilizaban para guardar los animales de carga durante la noche. Quizá fue la misma Virgen quien propuso a José instalaros provisionalmente en alguna de aquellas cuevas, que hacían de establo en las afueras de Belén. José se quedaría confortado por esas palabras y por la sonrisa de María. De modo que allí os quedasteis, Jesús, con los enseres que habíais podido traer desde Nazaret: los pañales, alguna ropa de abrigo, algo de comida.... los pastores fueron los testimonios del mayor portento de la historia, y no son socialmente bien considerados: no servían de testimonio en los juicios.
El Cantar de los cantares habla del alma deseosa del amado, pero sobre todo del Esposo que viene en Navidad, Dios que no aguanta la separación y desea encontrarse la amada, que somos cada uno de nosotros. Hay malentendidos, amor deseado que se hace amor comprobado, y sobretodo una visión del amor limpio y sano, fiel e incondicional, más fuerte que la muerte y que todos los peligros y tentaciones. Como se ha dicho, el alma que comienza se fortalece y se hace esposa fiel del amado: “¡Qué hermosa eres, amiga mía, que hermosa eres! Como de paloma, así son tus ojos, además de lo que dentro se oculta. Tus cabellos dorados y finos, como el pelo de rebaños que viene del monte de Galaad.... Subiré a buscarte al monte de la mirra y al collado del incienso”.... Dios muestra su amor por la belleza del alma, aunque dentro hay más bellezas ocultas que sólo aparecerán con la lucha y la gracia que van descubriendo lo que era inmaduro. Aún imperfecta pero amada pues el Amado exclama: “Toda hermosa eres hermosa, amiga mía, no hay defecto alguno en ti, ven del Líbano, esposa mía, vente del Líbano, serás coronada (...) huerto cerrado eres, hermana mía, esposa, huerto cerrado, fuente sellada” (Cant 4). Y añade después de una separación que parece dura, pero que acrecienta el deseo: “¡Qué hermosa y agraciada eres, oh amabílisima y deliciosísima princesa!” Y luego viene el canto de la fidelidad probada: “ponme como sello sobre tu corazón, ponme por marca sobre tu brazo: porque fuerte como la muerte es el amor, implacables como el infierno los celos; sus brasa, brasas ardientes y un volcán de llamas. Las muchas aguas no han podido extinguir la fuerza del amor” (Cant 8).
Jesús, ves más allá de nuestras lepras para prepararnos como esposa purificada por el fuego de tu amor, también con el de pruebas interiores y exteriores, así consigues desvelar toda la belleza del amor humano y divino. Hay nubarrones de polvo, enfermedades y lepras, además por fuera: enemigos de nuestra santificación presentan batalla de una tan vehemente y bien orquestada, que podrían hundirnos, y de hecho hay gente que se deprime… son técnicas de terrorismo psicológico... mentiras, denigraciones, deshonras, supercherías, insultos, susurraciones tortuosas (J. Escrivá, Homilías 2,298). Estar con Jesús es toparse con la Cruz. Pero ante todo esto, sabemos que nos abandonamos en las manos de Dios, estamos bien, contentos. Es la lepra que queremos quitarnos sobre todo, la propia estima desligada de ese amor de Dios, que incluye dolor, soledad, contradicciones, calumnias, difamaciones, burlas: si Dios lo permite, hemos de dejarnos hacer, Él quiere conformaros a su imagen. Dejarnos llamar locos, necios. Dejarlo todo, la honra, el prestigio, para seguirle a Él solo, y así no nos importarán las sospechas, odios, injurias personales.... Aunque podamos sentirnos leprosos, enfermos, indignos, dentro de un silencio en el que Dios calla o parece que no nos escucha, que andamos engañados, que sólo se oye el monólogo de nuestra voz, como sin apoyo sobre la tierra y abandonados del cielo.... Aún así, Jesús nos lavará de esas lepras, y dejará su presencia dentro de nosotros, con serenidad y gozo eternos.
2. ¿Quién es el que vence al mundo? Para san Juan, "mundo" significa: «al hombre encerrado en sí mismo y tentado de construirse y salvarse por sus propias fuerzas». De hecho, el verdadero cristiano ha vencido esa tentación: no vive replegado en sí mismo, sino abierto a Dios... ha vencido la ridícula y vana tentativa de querer «divinizarse» por sí mismo y deja el éxito de toda su vida en las manos de Dios.
-“El que cree que Jesús es el Hijo de Dios”. La Fe nos hace vencedores de aquella tentación. La Fe nos «abre a Dios» que hace que nuestra salvación y el éxito de nuestra vida los confiemos a Jesús, Hijo de Dios. ¿Es así el modo como concibo yo mi Fe?
-“Dios nos ha concedido la vida eterna, y esta vida eterna está en su Hijo”. El éxito en la vida es el amor esperanzado, la fe, creer que Jesús, Hijo de Dios, posee la vida eterna, especialmente después de su victoria sobre la muerte... y que esa vida eterna es también herencia nuestra si creemos en Jesucristo.
-“Quien tiene al Hijo, posee la vida”. Quien no tiene al Hijo, no posee la vida. Señor, quiero creer en tu Hijo. Cristo es mi vida. Pienso en todos esos jóvenes que dicen tener un vehemente deseo de vivir... Señor, haz que descubran que Tú estás de parte de la vida, que eres un apasionado por todo lo que vive, que Tú eres el viviente por excelencia... y que Tú propones y ofreces la explosión de tu propia vida a todos los que están ávidos de vida en plenitud.
-“Es El, Jesucristo, el que vino por el agua y por la sangre...” «El agua y la sangre» tienen un doble significado simbólico en san Juan: simbolizan la obediencia filial de Jesús hasta la muerte, por amor a todos los hombres. Juan vio esto. Estaba al pie de la cruz. Lo afirma. Jesús lo ha dado todo. El Corazón abierto, del que mana «el agua y la sangre» ¡es el símbolo más fuerte y expresivo del amor!
-el agua y la sangre» simbolizan también la sacramentalidad eclesial: la presencia del resucitado es perpetuada por su Cuerpo que es la Iglesia, y que se expresa en unos ritos visibles, los sacramentos. En particular el bautismo y la eucaristía, «el agua y la sangre» el más fuerte testimonio, HOY, del don de Dios a los hombres.
-“Tres son los que dan testimonio: el Espíritu, el agua y la sangre...” El procedimiento judicial de los tribunales judíos exigía tres testigos... Hoy diríamos que tenemos varios testimonios que recibir y que dar: el de los sacramentos participando en su Cuerpo y Sangre, el de la vida para que sea una ofrenda agradable a Dios por amor (Noel Quesson).
3. “Glorifica al Señor, Jerusalén; / alaba a tu Dios, Sión: / que ha reforzado los cerrojos de tus puertas, / y ha bendecido a tus hijos dentro de ti”. Es el Señor Dios nuestro defensor, que nos invita a ser sus hijos, en Jesús: “Ha puesto paz en tus fronteras, / te sacia con flor de harina. / Él envía su mensaje a la tierra, / y su palabra corre veloz”. Su Espíritu nos ayuda a conocer el Camino para la Casa del Padre, que es su Palabra, Jesús: “Anuncia su palabra a Jacob, / sus decretos y mandatos a Israel; / con ninguna nación obró así, / ni les dio a conocer sus mandatos”.
Llucià Pou Sabaté
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