sábado, 26 de diciembre de 2015

Domingo de la Sagrada Familia. Ciclo C

Domingo de la Sagrada Familia; ciclo C

Las meditaciones de los días 25 a 31 de diciembre
enWord y en PDB
Dios inaugura en Jesús una familia, somos hijos de Dios por el Espíritu de Jesús que recibimos en el Bautismo: la Sagrada Familia es la cuna de la Iglesia, y a esta familia pertenecemos.
“Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén por las fiestas de Pascua. Cuando Jesús cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre y, cuando terminó, se volvieron; pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres. Éstos, creyendo que estaba en la caravana, hicieron una jornada y se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén en su busca. A los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas; todos los que le oían quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba. Al verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre: - «Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados.» Él les contestó: - « ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?» Pero ellos no comprendieron lo que quería decir. Él bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su autoridad. Su madre conservaba todo esto en su corazón. Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres” (Lucas 2,41-52).
1. El Evangelio nos cuenta que “los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén por las fiestas de Pascua. Cuando Jesús cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre, y cuando terminó, se volvieron; pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres”. Los niños judíos varones, sobre los 12 años, van por primera vez a la sinagoga (el Templo, al que fue Jesús, ya no existe…), es como el día en que se hacen hombres, en que han de empezar a ser responsables de sus propios actos, buenos y malos. Es la fiesta del Bar Mitzvah, y eso es lo que fue seguramente Jesús a hacer al Templo en la ocasión que narra el evangelio de hoy, donde se fueron sin él sus padres.
“Estos, creyendo que estaba en la caravana, hicieron una jornada y se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén en su busca. A los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas: todos los que le oían, quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba”. Antes, los niños no podían ir al Templo, ni mucho menos hablar con los rabinos. Además, esa primera vez, podían leer las Escrituras en público. Jesús, además, se quedó entre los sabios, escuchándolos y hablando con ellos.
 “Al verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre:
-Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados.
Él les contestó:
-¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?
Pero ellos no comprendieron lo que quería decir. El bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su autoridad. Su madre conservaba todo esto en su corazón. Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres”.
En el clima de amor de María y José "el niño crecía y se robustecía, y se llenaba de sabiduría”. Es el clima de amor que necesitamos para crecer sanos, como personas, acumulando criterios y experiencias. El amor hace crecer a las personas. El amor no es dominante ni absorbente, sino que respeta sumamente al otro y le ayuda a ser él mismo y a crecer en su propia personalidad. No se puede querer tanto a las personas que las asfixiemos. El amor hace crecer la vida. A través de los padres, Dios sigue creando, cultivando la vida, desarrollando el ser. Pero los hijos también hacen crecer a los padres: no sólo reciben, también dan estímulos vitales enriquecedores. Nosotros también tenemos que ocuparnos de las cosas de nuestro Padre y,  como Jesús,  también obedecer a nuestros padres… y querer más a todos. Además, el amor no es como cargar el móvil que se gasta, sino que es al revés, como una tarjeta de puntos que cuanto más se usa, más puntos-amor se acumulan, y el amor crece más y puede abrazar a más cada vez. Y así podemos tener un corazón más grande y sentir que los demás son hermanos, también los de otras lenguas y razas, o equipos de fútbol (del Madrid, Barça o el que sea), ideas políticas y fe religiosa, hasta la gran fraternidad, la familia de todos los hombres, la familia  de Dios…
2. El Eclesiástico habla del respeto en la familia: Dios hace al padre respetable ante los hijos y así afirma la autoridad de la madre sobre ellos. Y sigue con cosas preciosas: “El que honra a su padre se le perdonan sus pecados, el que respeta a su madre acumula tesoros; el que honra a su padre se alegrará de sus hijos, y cuando rece, será escuchado; el que respeta a su padre tendrá larga vida, al que honra a su madre el Señor le escucha. Hijo mío, sé constante en honrar a tu padre, no lo abandones, mientras viva; aunque flaquee su mente, ten indulgencia, no lo abochornes, mientras seas fuerte. La piedad para con tu padre no se olvidará, será tenida en cuenta para pagar tus pecados; el día del peligro se te recordará y se desharán tus pecados como la escarcha bajo el calor”. Navidad es un tiempo de hogar, familiar, estar en casa, tener raíces, y en la cueva de Belén vemos cómo comenzó todo. En esta lectura se relaciona el respeto que deben los hijos a los padres con el respeto de la mujer y su marido. Se hace una referencia muy bonita a la madre que recuerda a aquella otra de Tobías: "honra a tu madre y no le des un disgusto en todos los días de tu vida; haz lo que le agrade y no le causes tristeza por ningún motivo. Acuérdate, hijo, de que ella pasó muchos trabajos por ti cuando te llevaba en su seno". En alguna visión judía las tablas de la Ley se dividen en 5 mandamientos dirigidos a Dios y 5 últimos para otros bienes; entre los que se refieren a Dios está el amor a los padres, y es lógico que veamos en ellos especialmente lo que es propio de la persona, ser imagen de Dios. Los padres nos dan la vida, continúan la obra de Dios, su obra creadora y salvadora.
El Salmo nos habla de que es feliz el que cuida de tratar a Dios y de la familia. Es algo encantador, en su sencillez y frescura. Es el cuadro de la "felicidad en familia", de una familia modesta: allí se practica la piedad, el trabajo, el amor familiar y de los padres... el hombre "virtuoso" y "justo" tenía que ser feliz, y ser recompensado ya aquí abajo con el éxito: afirma que Dios nos hizo para la felicidad, desde aquí abajo...: ¡Sé piadoso, y serás feliz! ¡Sé malvado, y serás desgraciado! Con frecuencia dijo Jesús: "felices... felices... felices...". Son las Bienaventuranzas. Jesús también prometió la felicidad: "Felices aquellos que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica" (aunque Jesús también habló de ser felices en la Cruz…). "Tu mujer... Tus hijos..." Un ideal para la pareja. "Que el hombre no separe lo que ha unido Dios". Jesús tiene una esposa, la Iglesia, de la cual tiene hijos que alimenta "junto a la mesa" eucarística... Mediante el "trabajo de sus manos", su pasión dolorosa, los alimentó e hizo felices. Habla de una "viña" que da fruto, es también la imagen de la Iglesia, imagen de unión del amor entre Jesús y la humanidad: "Yo soy la viña, vosotros los sarmientos... Dad fruto..."
3. San Pablo a los Colosenses les dice que somos una familia, “pueblo elegido de Dios, pueblo sacro y amado”, y así como nos ponemos guapos para ir a una fiesta, estos días hemos de prepararnos: “sea vuestro uniforme: la misericordia entrañable, la bondad, la humildad, la dulzura, la comprensión. Sobrellevaos mutuamente y perdonaos, cuando alguno tenga quejas contra otro. El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo. Y por encima de todo esto, el amor, que es el ceñidor de la unidad consumada. Que la paz de Cristo actúe de árbitro en vuestro corazón: a ella habéis sido convocados, en un solo cuerpo”. Que toda discusión acabe con un abrazo y un pedir perdón. Y para esto hay que buscar la fuerza en la oración, y así también hay “buen rollo” y le dice a los maridos: “amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con ellas” y a los hijos: “obedeced a vuestros padres en todo, que eso le gusta al Señor” y a los padres: “no exasperéis a vuestros hijos, no sea que pierdan los ánimos”. Hay que buscar tener los mismos sentimientos que Cristo en el portal de Belén, y vivir en el ambiente de paz de los ángeles.
Acabamos con una oración: “Hoy, Señor, te damos gracias por nuestra familia. Gracias, Señor, por nuestros padres: siendo jóvenes quisieron complicarse la vida y me trajeron al mundo. Me han colmado de amor y me han enseñado a amar. Han llenado mi vida de besos, de caricias, de cuidados, de regalos... Y me acompañan dando seguridad a mis años. Gracias, Señor, por los padres de mis padres, mis abuelos. Su cariño, su ternura y su paciencia, sus consejos y relatos son la mejor reserva de felicidad. Gracias, Señor, por los que serán nuestros hijos, que son tuyos, pues son tu bendición a nuestro amor. Haz que crezcamos sanos, que aprendamos y que juguemos en paz y seamos felices. Gracias por los tíos y primos y parientes: todos nos hacen sentir unidos, acompañados, arraigados y seguros. Ayúdanos, Señor, a crecer en el amor y repartirlo, a crecer en experiencia y compartirla. Conserva nuestras familias unidas en el amor, para que entre todas construyamos el mundo sobre la solidaridad”.
Llucià Pou Sabaté

viernes, 25 de diciembre de 2015

Feliz Navidad! Es hora de volver a casa. Subtitulos ...

San Esteban protomártir

San Esteban protomártir

San Esteban, protomártir, nuestro modelo para vivir mirando a Cristo, según las bienaventuranzas.
“En aquel tiempo, Jesús dijo a sus Apóstoles: «Guardaos de los hombres, porque os entregarán a los tribunales y os azotarán en sus sinagogas; y por mi causa seréis llevados ante gobernadores y reyes, para que deis testimonio ante ellos y ante los gentiles. Más cuando os entreguen, no os preocupéis de cómo o qué vais a hablar. Lo que tengáis que hablar se os comunicará en aquel momento. Porque no seréis vosotros los que hablaréis, sino el Espíritu de vuestro Padre el que hablará en vosotros. Entregará a la muerte hermano a hermano y padre a hijo; se levantarán hijos contra padres y los matarán. Y seréis odiados de todos por causa de mi nombre; pero el que persevere hasta el fin, ése se salvará»” (Mateo 10,17-22).
1. Tres festividades de santos siguen inmediatamente a la de Navidad: San Esteban, San Juan, los santos Inocentes. La fiesta de Navidad es toda dulzura, pero está el hecho de que un rústico pesebre fue la cuna de Jesús. La cruz se perfila ya. San Esteban fue el primer mártir. El primero en seguir verdaderamente a su maestro llevando la cruz, como otro Cristo.
-Jesús decía a sus discípulos: "No os fiéis de estos hombres. Pues os delatarán a los tribunales y os azotarán... y por mi causa seréis conducidos ante los gobernadores y los reyes..." Cuando Mateo escribe esto, la persecución es el lote cotidiano de los cristianos, en la Iglesia primitiva. Jesús había anunciado las dificultades de la misión que confiaba a sus discípulos: todo hombre que proclama el Reino de Dios debe estar dispuesto a afrontar la oposición, la contestación. ¡Qué misterio, Señor! ¿Por qué el mundo rehúsa a Dios? ¿Por qué el mundo rehúsa a los que hablan de ti? ¿Por qué los hombres persiguen a los que no desean otra cosa sino comunicarles una buena noticia? El discípulo de Jesús, el misionero sólo tiene por misión hacer el bien y decir cosas buenas. Y sin embargo, suscita la oposición. El caso es que Dios aparece siempre, desde el exterior, como un intruso: como alguien que viene para ocupar todo el espacio, como un inoportuno. El egoísmo del hombre, su deseo de independencia son la causa del rechazo. Se rechaza al amor. Es el rechazo a dejarse tomar por Dios. Rechazo a someterse a Dios. Cuando Dios verdaderamente "reina" se acaban las pretensiones orgullosas del hombre. Ayúdame, Señor, a someterme totalmente a ti. Ayúdame a soportar las dificultades y las oposiciones. Ayúdame a interpretarlas a la luz de tu presencia.
-“No os atormentéis pensando lo que vais a decir... Puesto que no seréis vosotros quienes hablaréis, sino que el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros”. Jesús nos pide pues que renunciemos a las preocupaciones. "No os atormentéis". Tú, Señor, no quieres que tengamos miedo. Ello sería signo de que aún contamos demasiado con nuestras propias fuerzas, con nuestros recursos humanos. Se trata por lo contrario, de abrirnos a la acción de Dios: "el Espíritu hablará por vosotros". "No seréis vosotros los que hablaréis". ¡Señor! Quisiera, siguiendo tu invitación, dejarme desposeer totalmente por ti!
-“El que se mantendrá firme hasta el fin, será salvado”. ¡Es esto justamente lo mas difícil! Uno aguanta un momento, pero, a la larga, la cosa falla. ¡Oh, Señor, puesto que Tú me lo pides..., ayúdame también a "aguantar firme"! Que tu Espíritu venga realmente a mi espíritu (Noel Quesson).
2. Esteban es aquel que los adversarios «no podían resistir a la sabiduría y al Espíritu con que hablaba», como hemos leído en la primera lectura. Mártir significa “testimonio”. ¿Cómo hemos de ser testimonios de Jesús? Mirando al cielo, como el joven que hoy celebramos: «mirando al cielo, vio la gloria de Dios y a Jesús de pie a la derecha de Dios». Con fe, mirando Jesús, sin miedo de nada pues somos hijos de Dios. Los salmos ya nos dicen: «Dichoso el hombre que confía en el Señor...». Son palabras de promesa que sirven al mismo tiempo como discernimiento de espíritus y que se convierten así en palabras orientadoras (Ratzinger).
Ha venido Jesús para vivir las bienaventuranzas, para los pobres, los hambrientos, los que lloran, los que son odiados y perseguidos (cf. Lc 6, 20ss). Han de ser entendidas como calificaciones prácticas, pero también teológicas, de los discípulos, de aquellos que siguen a Jesús y se han convertido en su familia. Son los amigos de Jesús. Promesa al mirarlas con la luz que viene del Padre. Son una paradoja: “se invierten los criterios del mundo apenas se ven las cosas en la perspectiva correcta, esto es, desde la escala de valores de Dios, que es distinta de la del mundo. Precisamente los que según los criterios del mundo son considerados pobres y perdidos son los realmente felices, los bendecidos, y pueden alegrarse y regocijarse, no obstante todos sus sufrimientos. Las Bienaventuranzas son promesas en las que resplandece la nueva imagen del mundo y del hombre que Jesús inaugura, y en las que «se invierten los valores»” (Ratzinger). Con Jesús, todo está bien.
San Pablo explica que en su vida ha encontrado estas dificultades (2 Co 6, 8-10; 4, 8-10). Él es «el último», como un condenado a muerte y convertido en espectáculo para el mundo, sin patria, insultado, denostado (cf. 1 Co 4, 9-13). Nos habla de esa relación entre cruz y resurrección: estamos expuestos a la muerte «para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo» (2 Co 4,11). En la cruz podemos sentir la «felicidad», la auténtica «bienaventuranza», y al mismo tiempo vemos lo mísero que era lo que, según los criterios habituales, se considera satisfacción y felicidad.
Es algo que se proclama en la vida, en el sufrimiento y en la misteriosa alegría del discípulo que sigue plenamente al Señor, que se puede gustar y vivir: “Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí” (Ga 2,20). Son las bienaventuranzas un retrato del corazón de Jesús.
Esteban era diácono, es decir, encargado del servicio de comedor durante los ágapes o comidas fraternas. Estaba al servicio de los más pobres. “Esteban lleno de Espíritu Santo, fijó la mirada en el cielo, vio la gloria de Dios”.
Deberíamos pedir esa "mirada interior" que nos hace ver lo invisible. De esa visión Esteban sacó su fuerza y nadie pudo doblegarle.
Los testigos pusieron sus vestidos a los pies de un joven llamado Saulo.
"Cuando os arresten, no os preocupéis de lo que vais a decir o de cómo lo diréis; no seréis vosotros los que habléis, el Espíritu de vuestro Padre, hablará por vosotros".
Serán llevados a los tribunales y juzgados en cuanto mensajeros y anunciadores de la Palabra Dei. La Palabra de Dios es llevada al tribunal de los hombres y como es Dios -su Palabra- el encartado en el pleito, él se defendería, dará a los discípulos la palabra oportuna para su defensa.
Saulo cambiará pronto su nombre por el de Pablo. S. Pablo conservó toda su vida un recuerdo vivo de las persecuciones en las que había participado. Aquel día estaba allí. Miraba cómo mataban a un hombre a pedradas. Estaba de acuerdo con esa tortura: guardaba los vestidos de los verdugos que se habían puesto más cómodo para su tarea. Desde aquel día, Saulo debió de hacerse una pregunta: "¿De dónde le viene ese valor y entereza? Hoy, todavía, la mayoría de las conversiones, vienen de un testimonio... de alguien cuyo modo de vivir suscita una pregunta.
-Pío XII: "Que tu conducta y tu palabra puedan significar un llamamiento de Dios a la mente y al corazón de los que de El están alejados".
"Señor, no les tengas en cuenta esta pecado". Esta es la novedad del Evangelio, capaz de suscitar una pregunta, pues hace al hombre capaz de orar y amar a quien los destruye.
Señor Jesús, recibe mi espíritu... Señor, no les tengáis en cuenta ese pecado.» La más pura joya del evangelio: «Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odian, rogad por los que os persiguen.» La víctima que "ama" a los que la dañan. Jesús fue el primero en hacerlo. Es la actitud evangélica por excelencia, el amor universal, sin condición y sin frontera... La novedad del evangelio, capaz de suscitar una pregunta al hombre. ¿A quién debo perdonar? ¿A quién he de ofrecer ese amor que va más allá de las concesiones humanas? No pasar ligeramente sobre esas dos preguntas, propias para ese tiempo de Navidad (Noel Quesson).
Celebramos el martirio de Esteban. Pero para la Iglesia el día de la muerte de un santo es el «dies natalis», el día de su verdadero nacimiento. No andamos lejos de la fiesta de ayer. Ahora se trata del nacimiento de Esteban a su vida gloriosa, ya en comunión perfecta con Cristo Jesús.
Esteban es el primero que ha dado testimonio hasta la muerte. A lo largo de la historia, cuántos cristianos han seguido a Cristo en medio de la persecución y las dificultades. Su respuesta ante las dificultades ha sido perseverar dando testimonio de Jesús y de su evangelio hasta la muerte. Que es el testimonio más creíble.
Hay martirios breves e intensos, como el de Esteban. Hay martirios largos: el testimonio y las dificultades de cada día, a lo largo de años. Tal vez éste es el nuestro. Y hoy se nos invita a no cansarnos de este amor y de esta fidelidad. ¿Damos nosotros, en nuestra vida, un testimonio así de creíble para los que nos rodean?, ¿o nos echamos atrás por cualquier esfuerzo que nos suponga la fe en Cristo? Cuando surgen estas dificultades en nuestro camino de seguimiento de Cristo, ¿hacemos nuestras las palabras de confianza del salmo: «A tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu», que Esteban hizo propias: «Señor Jesús, recibe mi espíritu»? ¿Sabemos hacer nuestras sus últimas palabras de perdón? El ejemplo de Esteban que, a imitación del mismo Cristo, muere perdonando, es una lección para nosotros. La oración del día reza: «concédenos la gracia de imitar a tu mártir san Esteban, que oró por los verdugos que le daban tormento, para que nosotros aprendamos a amar a nuestros enemigos» (J. Aldazábal). Decía el Padre De Lubac: “Si la vida del cristiano transcurre sin persecución, es porque en ella no está presente la vida de su Maestro; el cristiano siempre será un hombre contestado”. Santa Edith Stein hablaba de que “la luz brilla en las tinieblas y las tinieblas no la han podido apagar”: “El Niño del pesebre extiende sus bracitos, y su sonrisa parece decir ya lo que más tarde pronunciarán los labio del hombre: “Venid a mí todos los que estáis fatigados y agobiados, y yo os aliviaré.” (Mt 11,28)... ¡Sígueme! así dicen las manos del Niño, como más tarde lo harán los labios del hombre. Así hablaron al discípulo que el Señor amaba y que ahora también pertenece al séquito del pesebre. Y San Juan, el joven con un limpio corazón de niño, lo siguió sin preguntar a dónde o para qué. Abandonó la barca de su padre y siguió al Señor por todos sus caminos hasta la cima del Gólgota.
”¡Sígueme!- esto sintió también el joven Esteban. Siguió al Señor en la lucha contra el poder de las tinieblas, contra la ceguera de la obstinada incredulidad, dio testimonio de El con su palabra y con su sangre, lo siguió también en su espíritu, espíritu de Amor que lucha contra el pecado, pero que ama al pecador y que, incluso estando muriendo, intercede ante Dios por sus asesinos.
”Son figuras luminosas que se arrodillan en torno al pesebre: los tiernos niños inocentes, los confiados pastores, los humildes reyes, Esteban, el discípulo entusiasta, y Juan, el discípulo predilecto. Todos ellos siguieron la llamada del Señor. Frente a ellos se alza la noche de la incomprensible dureza y de la ceguera: los escribas, que podían señalar el momento y el lugar donde el Salvador del mundo habría de nacer, pero que fueron incapaces de deducir de ahí el “Venid a Belén”; el rey Herodes que quiso quitar la vida al Señor de la Vida. Ante el Niño en el pesebre se dividen los espíritus. El es el Rey de los Reyes y Señor sobre la vida y la muerte. El pronuncia su ¡sígueme!, y el que no está con El está contra El. El nos habla también a nosotros y nos coloca frente a la decisión entre la luz y las tinieblas” (El misterio de Navidad, Obras completas IV, 232).
3. Puestos en manos de Dios sabemos que Él vela por nosotros como lo hace un Padre amoroso sobre sus hijos: “Sé la roca de mi refugio, un baluarte donde me salve, tú que eres mi roca y mi baluarte; por tu nombre dirígeme y guíame”.
Y con Esteban decimos: “A tus manos encomiendo mi espíritu: tú, el Dios leal, me librarás. Tu misericordia sea mi gozo y mi alegría. Te has fijado en mi aflicción.
Líbrame de los enemigos que me persiguen; haz brillar tu rostro sobre tu siervo, sálvame por tu misericordia”. Haznos partícipes de tu vida eterna, donde ya no habrá ni llanto, ni luto, ni dolor, sino gozo y paz en el Señor.
Llucià Pou Sabaté

La Natividad del Señor. Misa del Gallo

La Natividad del Señor

Misa del gallo
Dejar nacer a Jesús en nuestro corazón
 En aquellos días, se promulgó un edicto de César Augusto, para que se empadronase todo el mundo. Este primer empadronamiento fue hecho cuando Quirino era gobernador de Siria, y todos iban a inscribirse, cada uno a su ciudad. José, como era de la casa y familia de David, subió desde Nazaret, ciudad de Galilea, a la ciudad de David llamada Belén, en Judea, para empadronarse con María, su esposa, que estaba en cinta. Y sucedió que estando allí, le llegó la hora del parto, y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, porque no hubo lugar para ellos en la posada.En la misma región había pastores que estaban en el campo, cuidando sus rebaños durante las vigilias de la noche.  Y un ángel del Señor se les presentó, y la gloria del Señor los rodeó de resplandor, y tuvieron gran temor. Mas el ángel les dijo: No temáis, porque he aquí, os traigo buenas nuevas de gran gozo que serán para todo el pueblo; porque os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor.Y esto os servirá de señal: hallaréis a un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre.Y de repente apareció con el ángel una multitud de los ejércitos celestiales, alabando a Dios y diciendo: Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz entre los hombres en quienes Él se complace.Y aconteció que cuando los ángeles se fueron al cielo, los pastores se decían unos a otros: Vayamos, pues, hasta Belén y veamos esto que ha sucedido, que el Señor nos ha dado a saber.  Fueron a toda prisa, y hallaron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Y cuando lo vieron, dieron a saber lo que se les había dicho acerca de este niño. Y todos los que lo oyeron se maravillaron de las cosas que les fueron dichas por los pastores.Pero María atesoraba todas estas cosas, reflexionando sobre ellas en su corazón.Y los pastores se volvieron, glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto, tal como se les había dicho” (Lucas 2,1-14).
1. El Pregón de Navidad reza así: “Os anunciamos, hermanos, una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo; escuchadla con corazón gozoso: Habían pasado miles y miles de años desde que, al principio, Dios creó el cielo y la tierra y, asignándoles un progreso continuo a través de los tiempos, quiso que las aguas produjeran un pulular de vivientes y pájaros que volaran sobre la tierra. Miles y miles de años, desde el momento en que Dios quiso que apareciera en la tierra el hombre, hecho a su imagen y semejanza, para que dominara las maravillas del mundo y, al contemplar la grandeza de la creación, alabara en todo momento al Creador”. Sigue con los caminos torcidos de tantos, y aquellas cosas que llamamos diluvio. “Hacía unos 2.000 años que Abraham, el padre de nuestra fe, obediente a la voz de Dios, se dirigió hacia una tierra desconocida para dar origen al pueblo elegido. Hacía unos 1.250 años que Moisés hizo pasar a pie enjuto por el Mar Rojo a los hijos de Abraham, para que aquel pueblo, liberado de la esclavitud del Faraón, fuera imagen de la familia de los bautizados. Hacía unos 1.000 años que David, un sencillo pastor que guardaba los rebaños de su padre Jesé, fue ungido por el profeta Samuel, como el gran rey de Israel. Hacía unos 700 años que Israel, que había reincidido continuamente en las infidelidades de sus padres y por no hacer caso de los mensajeros que Dios le enviaba, fue deportado por los caldeos a Babilonia; fue entonces, en medio de los sufrimientos del destierro, cuando aprendió a esperar un Salvador que lo librara de su esclavitud, y a desear aquel Mesías que los profetas le habían anunciado, y que había de instaurar un nuevo orden de paz y de justicia, de amor y de libertad. Finalmente, durante la olimpíada 94, el año 752 de la fundación de Roma, el año 14 del reinado del emperador Augusto, cuando en el mundo entero reinaba una paz universal, hace algo más de 2000 años, en Belén de Judá, pueblo humilde de Israel, ocupado entonces por los romanos, en un pesebre, porque no tenía sitio en la posada, de María virgen, esposa de José, de la casa y familia de David, nació Jesús, Dios eterno, Hijo del Eterno Padre, y hombre verdadero, llamado Mesías y Cristo, que es el Salvador que los hombres esperaban. Él es la Palabra que ilumina a todo hombre; por él fueron creadas al principio todas las cosas; él, que es el camino, la verdad y la vida, ha acampado, pues, entre nosotros. Nosotros, los que creemos en él, nos hemos reunido hoy, o mejor dicho, Dios nos ha reunido, para celebrar con alegría la solemnidad de Navidad, y proclamar nuestra fe en Cristo, Salvador del mundo. Hermanos, alegraos, haced fiesta y celebrad la mejor NOTICIA de toda la historia de la humanidad”. Es como un resumen de la historia.
"De mis entrañas te engendré antes  que el lucero de la mañana" (Ant. entrada). Es la noche santa, como la otra Pascua, de la resurrección. La fiesta de Navidad es para los que se complace el Señor, como hemos leído en la voz de los ángeles. Recuerda Benedicto XVI que Dios se complace en su hijo, como dicen las teofanías: “en ti me he complacido”. Nosotros, por el bautismo, por acoger al Señor, podemos ser también hijos de Dios, Cristo, y sentir la voz del Padre dirigida a mí: "Tú eres mi hijo, yo te  engendré hoy… en ti me he complacido".
Hablaba Ratzinger del árbol de navidad de la iglesia del Christkindl (del Niño Jesús), situada en las afueras de la ciudad de Steyr, en el norte de Austria. Por 1694, había un campanero y director de coro que sufría de epilepsia, la «enfermedad de las caídas». Tenía veneración del Niño Jesús. Colocó en la cavidad de un abeto una imagen de la Sagrada Familia y luego puso ahí un Niño Jesús de cera que sostiene en una mano la cruz y en la otra la corona de espinas, copia de una imagen milagrosa. Se formaron peregrinaciones en torno al Niño Jesús del árbol. En torno al árbol se construyó una iglesia al estilo de Santa Maria Rotonda de Roma. Es una preciosa envoltura del árbol, del cual surgen el altar y el sagrario: en el árbol sigue estando el Niño Jesús sanador. Ese árbol se levanta como el árbol de la vida del paraíso, que ha sido reencontrado: «el querubín no está ya vedando la entrada». Ese árbol es María con el fruto bendito de su vientre, Jesús. Jesús ahí nos invita, nos sana de la «enfermedad de las caídas». Porque caemos y nos desanimamos. En ese templo en forma de iglesia bautismal, en forma de seno materno, vivimos el misterio del nacimiento.
Se dice que mientras no seas independiente, no serás libre sino dependiente. Se pone el amor como falta de libertad, puesto que el amor implica que necesito del otro y de su gracia. Dios necesita mi amor. Es dependencia mutua de las Personas, y de mí. Yo también soy así, a imagen suya. Señor, que sepa ser aceptado y dejarme aceptar. Que transforme mi dependencia en amor y, así, llegar a ser libre. Nacer de nuevo, deponer el orgullo, llegar a ser niño: eso es Navidad, Belén (“casa de pan”): pan de la vida, salvación.  Y termina así Ratzinger: “El verdadero árbol de la vida no está lejos de nosotros, en algún paraje de un mundo perdido. Ha sido erigido en medio de nosotros, no sólo como imagen y signo, sino en la realidad. Jesús, que es el fruto del árbol de la vida, la vida misma, se ha hecho tan pequeño que nuestras manos pueden contenerlo. Se hace dependiente de nosotros para hacernos libres, para recuperarnos de nuestra «enfermedad de las caídas». No defraudemos su confianza. Depositémonos en sus manos tal como él se ha depositado en las nuestras”.
Hasta las tinieblas desciende María y el fruto de su vientre, cuando tienen que refugiarse en la gruta abandonada, cuando tienen que someterse a las órdenes de un gobernador impuesto por potencias extranjeras y abandonar la propia casa. Hasta aquí ha descendido Israel, país pequeño, su patria chica, ocupado durante siglos por países más poderosos. En medio de esa noche oscura nace Jesús, como niño inefable que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. Dios ha suscitado del corazón de la noche la aparición luminosa y real de un hombre hijo de Dios, que nos invita a serlo también nosotros: "a los que le recibieron, les da poder para ser hijos de Dios", que es el fruto  de una Navidad bien celebrada: nacer con Cristo y ser hijos con él  (J. Aldazábal).
Recordemos las palabras del poeta místico: "Aunque Cristo nazca mil veces en Belén,  mientras no nazca en tu corazón, estarás perdido para el más allá: habrás nacido en vano" (Angelus Silesius).
San Josemaría Escrivá cuenta: “Se ha promulgado un edicto de César Augusto, y manda empadronar a todo el mundo. Cada cual ha de ir, para esto, al pueblo de donde arranca su estirpe. —Como es José de la casa y familia de David, va con la Virgen María desde Nazaret a la ciudad llamada Belén, en Judea (Lc 2,1-5). Y en Belén nace nuestro Dios: ¡Jesucristo! —No hay lugar en la posada: en un establo. —Y su Madre le envuelve en pañales y le recuesta en el pesebre. (Lc 2,7). / Frío. —Pobreza. —Soy un esclavito de José. —¡Qué bueno es José! —Me trata como un padre a su hijo. —¡Hasta me perdona, si cojo en mis brazos al Niño y me quedo, horas y horas, diciéndole cosas dulces y encendidas!...Y le beso —bésale tú—, y le bailo, y le canto, y le llamo Rey, Amor, mi Dios, mi Unico, mi Todo!... ¡Qué hermoso es el Niño...! (…) Los diversos hechos y circunstancias que rodearon el nacimiento del Hijo de Dios acuden a nuestro recuerdo, y la mirada se detiene en la gruta de Belén, en el hogar de Nazareth. María, José, Jesús Niño, ocupan de un modo muy especial el centro de nuestro corazón. ¿Qué nos dice, qué nos enseña la vida a la vez sencilla y admirable de esa Sagrada Familia?
”Entre las muchas consideraciones que podríamos hacer, una sobre todo quiero comentar ahora. El nacimiento de Jesús significa, como refiere la Escritura, la inauguración de la plenitud de los tiempos (Gal 4,4), el momento escogido por Dios para manifestar por entero su amor a los hombres, entregándonos a su propio Hijo. Esa voluntad divina se cumple en medio de las circunstancias más normales y ordinarias: una mujer que da a luz, una familia, una casa. La Omnipotencia divina, el esplendor de Dios, pasan a través de lo humano, se unen a lo humano. Desde entonces los cristianos sabemos que, con la gracia del Señor, podemos y debemos santificar todas las realidades limpias de nuestra vida. No hay situación terrena, por pequeña y corriente que parezca, que no pueda ser ocasión de un encuentro con Cristo y etapa de nuestro caminar hacia el Reino de los cielos”.
Como fruto de esta misa del nacimiento del Señor, de la Navidad, queremos tratar a Jesús con sencillez, con una intimidad que no disminuya, con cariño, una presencia especial, con mucho cariño en los detalles pequeños, sabiendo que allí, nos acompaña el Señor. Y queremos tener una conversación íntima con Él, tener una presencia de Jesús constante, queremos que sea nuestro Rey, que ansía reinar en nuestros corazones de hijos de Dios.  Decirle a una persona: "eres mi Rey", significa decirle que: "estoy a tus órdenes", significa que “tus deseos son órdenes”; significa, que “quiero hacer lo que Tú quieras”...., eso es lo que decimos hoy a Jesús, en su cátedra de Belén, donde es también nuestro médico y se nos muestra en la Eucaristía. Belén es una imagen eucarística, que ahí Jesús nace cada vez que viene sobre el altar y a nuestro corazón. Vamos al médico divino, maestro y amigo, y mostrarnos sin escondernos en el anonimato, y abrir nuestro corazón sin esconder los síntomas, mostrando nuestras debilidades, y mostrándonos sin esta especie de querer escondernos, y dejarle hacer, dejarle que como médico actúe en nuestra alma: “¡Señor!, que me pasa esto”...
Este encuentro sincero, de reconocer nuestras limitaciones, es la oración. Es la oración de esa desnudez espiritual, este ir directamente al Señor; este no tener miedo a sabernos como somos, porque en el fondo se identifica con mostrarnos a nosotros mismos. Decirle: “¡Señor, me pasa esto!”, significa decir: no tengo miedo a reconocerme como soy, porque tenemos esta plenitud de aceptación, saber que el Señor nos quiere como somos, y así nos encontramos muy bien, muy a gusto; por eso, queremos mostrarnos como somos. Es nuestro Maestro, una ciencia que sólo Él posee; dar un amor sin límites a Dios, todos los días.
2. -"El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande": Las tinieblas, signo del caos y de la muerte, nos indican la situación de opresión y también de infidelidad del pueblo. La luz, signo de nueva creación y de vida, nos indica la liberación y la restauración. Este paso es motivo del gozo, comparable al de una buena cosecha o al de una victoria sobre los enemigos. La posesión de la tierra y su fecundidad están siempre en el centro de atención del pueblo de Israel.
-"...los quebrantaste como el día de Madián": La liberación y la iluminación es una acción de Dios, que se compara a la victoria de Gedeón sobre los madianitas (Jc 7, 16-23): en medio de la noche, los israelitas con antorchas encendidas y tocando los cuernos ahuyentan a los enemigos. La luz y la palabra liberan en medio de la noche.
-"Porque un niño nos ha nacido...": ¿En qué consiste esta acción de Dios? Aparentemente las palabras del profeta se mueven a nivel de una historia concreta: la continuidad de la dinastía de David. Pero los mismos términos de la profecía se abren en un sentido que va más allá de la historia menuda. Cuatro nombres de uso cortesano definen, en principio, al niño: consejero, guerrero, padre, príncipe. Pero cada uno de ellos va acompañado de un calificativo que lo sitúa en un ámbito y en una amplitud que va más allá de las realidades humanas: "Maravilla de Consejero, Dios guerrero. Padre perpetuo, Príncipe de la paz".
-"... con una paz sin límites sobre el trono de David...": la profecía de Isaías reasume la profecía de Natán, con una insistencia en su perpetuidad que desborda las posibilidades históricas: "por siempre". Su fundamento es el mismo Dios: el celo de Dios, que se puede manifestar en el castigo, se manifestará "desde ahora y por siempre" en el amor por su pueblo a través del Mesías (J. Naspleda).
El salmo nos invita a cantar con los "ángeles de Navidad" que "cantaron aquella noche": "Gloria a Dios, paz a los hombres". Nosotros junto con ellos cantemos también "alegría en el cielo, fiesta en la tierra"... "¡El cielo se alegra, la tierra exulta!" "¡Gloria a Dios!" "¡Adorad a Dios!" "¡El Señor es rey! Que nuestra oración jamás olvide esta actitud. La adoración, el sentimiento de anonadamiento, es el fundamento de todo primer descubrimiento de Dios. Dios es el "totalmente Otro", el trascendente, aquel que supera toda imaginación. Y la revelación de la proximidad de Dios que se hizo "uno de nosotros", que se hizo "niño" en Navidad "no disminuye en nada este sentimiento de adoración: paradójicamente la infinidad de Dios brilla hasta en el exceso de amor que lo hizo nacer en un pesebre de animales" (Noel Quesson).
"Cantad al Señor un cántico nuevo, (...) cantad (...), cantad (...), bendecid (...), proclamad su victoria (...), contad su gloria, sus maravillas (...), aclamad la gloria y el poder del Señor, aclamad la gloria del nombre del Señor, entrad en sus atrios trayéndole ofrendas, postraos". Así pues, el gesto fundamental ante el Señor rey, que manifiesta su gloria en la historia de la salvación, es el canto de adoración, alabanza y bendición. Estas actitudes deberían estar presentes también en nuestra liturgia diaria y en nuestra oración personal…
3. -"Ha aparecido la gracia de Dios...": La gracia de Dios se ha manifestado ya en JC, pero se manifestará en plenitud cuando vuelva glorioso al fin del mundo. Esta revelación histórica del plan de Dios en la persona de Jesús tiene siempre en el pensamiento de Pablo una finalidad: la salvación de todos los hombres. Por eso congrega a un pueblo que renuncia "a la impiedad y a los deseos mundanos" y vive en la expectativa del cumplimiento de esta salvación universal.
-"Él se entregó por nosotros para rescatarnos...": Dios realiza su plan salvador en la persona de JC, "gran Dios y Salvador nuestro". Así como en la antigua alianza, Dios congregó a un pueblo suyo, ahora Cristo con su muerte sacrificial reúne un nuevo pueblo, liberado del pecado y "dedicado a las buenas obras (J. Naspleda).
Llucià Pou Sabaté

Misa del día
Hemos de hacernos sencillos para acoger a Jesús y ser hijos de Dios, entrar en el Portal es hacerse humilde
“En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho. En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió. La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Al inundo vino y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios.Y la Palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad” (Juan 1,1-18).
1. El Evangelio de Juan nos dice: “en el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios”.
Es un himno solemne que se va elevando en círculos y va bajando, del cielo a la tierra, del principio del mundo hasta el día a día y el final de los tiempos. Luz-tinieblas; Dios-mundo; fe-incredulidad. Juan Bautista-nosotros. -Dios no es un ser lejano. Es un Dios que habla, y su Palabra es entrañablemente cercana. Se ha hecho un niño y ha nacido en Belén. Antes, durante siglos, había hablado por medio de profetas y había enviado Ángeles como mensajeros. Pero ahora nos ha hablado de otra manera: nos ha enviado a su Hijo.
La Palabra en el principio estaba junto a Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho. En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió”.Navidad es algo más que un estado de ánimo de fiesta. En este día, en esta santa  noche, se trata del Niño, del único Niño. Del Hijo de Dios que se hizo hombre, de su  nacimiento. Todo lo demás o vive de ello o bien muere y se convierte en ilusión. Navidad  quiere decir: Él ha llegado, ha hecho clara la noche. Ha hecho de la noche de nuestra  oscuridad, de nuestra ignorancia, de la noche de nuestra angustia y desesperación una  noche de Dios, una santa noche.
“La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Al inundo vino y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios”.
Eso quiere decir Navidad. El momento en que esto  sucedió, realmente y por todos los tiempos, debe seguir siendo realidad, a través de esta  fiesta, en nuestro corazón y en nuestro espíritu. "Aunque Cristo nazca mil veces en Belén,  mientras no nazca en tu corazón, estarás perdido para el más allá: habrás nacido en vano" (Angelus Silesius). “Y la Palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad”.
2. Isaías nos habla de un pueblo que sufre y será liberado, pero en el fondo nos dice cómo será hermoso Jesús: “¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la buena nueva, que pregona la victoria, que dice a Sión: «Tu Dios es Rey»!
Escucha: tus vigías gritan, cantan a coro, porque ven cara a cara al Señor, que vuelve a Sión.
Romped a cantar a coro, ruinas de Jerusalén, que el Señor consuela a su pueblo, rescata a Jerusalén: el Señor desnuda su santo brazo a la vista de todas las naciones, y verán los confines de la tierra la victoria de nuestro Dios”.
El Salmo proclama: “cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas. Su diestra le ha dado la victoria, su santo brazo; el Señor da a conocer su victoria, revela a las naciones su justicia: se acordó de su misericordia y su fidelidad en favor de la casa de Israel.
Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios. Aclama al Señor, tierra entera, gritad, vitoread, tocad.
Tocad la cítara para el Señor, suenen los instrumentos: con clarines y al son de trompetas aclamad al Rey y Señor”. Es la alegría por la Resurrección del Señor, el Reino de Dios,  que comienza en la humildad más grande: “No rechaza el pesebre, ni dormir sobre unas pajas; tan solo se conforma con un poco de leche, el mismo que, en su providencia, impide que los pájaros sientan hambre." Venidos desde los confines de la tierra, los Magos conocieron al Niño Dios. Ellos son los primeros, de entre todas las naciones, a quienes se les revela la misericordia divina: la primera epifanía del Unigénito a los gentiles, que nace de una madre Virgen para salvar al mundo. El Amor-fidelidad de Dios llena la tierra.
Se decía que el 25 de diciembre era una fiesta mágica, del sol, y que se había hecho coincidir con la Navidad, pero ahora –explica Ratzinger- se está descubriendo que coincide con la fiesta del Templo que cantan este Salmo, y aunque la Navidad se celebró en un segundo momento, pues primero se centró todo en la Pascua de resurrección, ya san Hipólito de Roma en su comentario al libro de Daniel, escrito aproximadamente en el año 204 habla de que Jesús nació este día del sol, que en aquel tiempo la fiesta de la consagración del templo, instituida por Judas Macabeo en el año 164 a. C. Así, la fecha del nacimiento de Jesús significaría al mismo tiempo que, con él, que amaneció como la luz de Dios en la noche invernal, aconteció verdaderamente una consagración del templo: él es el nuevo Templo, y el nuevo Sol.
Luego, san Francisco de Asís en su Misa de por la noche adornó la fiesta con el Belén, en nochebuena de 1223 en el bosque de Greccio, donde puso también el buey y el asno que conocen a su Señor: Francisco había dicho: «Deseo celebrar la memoria del niño que nació en Belén y quiero contemplar de alguna manera con mis ojos lo que sufrió en su invalidez de niño, cómo fue reclinado en el pesebre y cómo fue colocado sobre heno entre el buey y el asno» (la mula). En Isaías 1,3 dice: «Conoce el buey a su dueño y el asno el pesebre de su amo; Israel no conoce, mi pueblo no entiende». Ante Dios, todos los hombres, judíos y paganos, eran como bueyes y asnos, sin razón ni entendimiento. Pero el Niño del pesebre les abrió los ojos de modo que, ahora, entienden la voz del dueño, la voz de su Señor. En las figuras medievales de la Navidad llama siempre la atención que las dos bestias tienen rostros casi humanos al encontrarse e inclinarse con reconocimiento y veneración ante el misterio del Niño. Era lógico, pues ambos animales fueron considerados como representantes nuestros… ¿Quién lo reconoció y quién no?¿lo reconocemos realmente? Y seguía Ratzinger: El buey y el asno conocen, pero «Israel no conoce, mi pueblo no entiende». “El que no lo reconoció fue Herodes, que no entendió nada cuando le contaron acerca del niño, sino que se encegueció aún más por sus ansias de poder y el correspondiente delirio de persecución (Mt 2,3). La que no lo reconoció fue «toda Jerusalén con él». Los que no lo reconocieron fueron los hombres vestidos con refinamiento (Mt 11,8), la gente fina. Los que no entendieron fueron los eruditos, los conocedores de la Biblia, los especialistas en exégesis de la Escritura, que sabían exactamente cuál era el versículo que correspondía, pero, a pesar de ello, no comprendieron nada (Mt 2,6).
Los que sí lo reconocieron —a diferencia de toda esa gente de renombre- fueron «el buey y el asno»: los pastores, los magos, María y José. ¿Es que acaso podía ser de otro modo? En el establo donde está el Niño Jesús no vive la gente fina: allí viven, justamente, el buey y el asno.
Pero ¿y nosotros? ¿Estamos tan lejos del establo porque somos demasiado finos y sesudos para estar en él? ¿No nos enredamos también nosotros… al punto de quedarnos ciegos para el mismo Niño y no captar nada de él? ¿No estamos también nosotros demasiado en «Jerusalén», en el palacio, afincados en nosotros mismos, en nuestra arrogancia, en nuestra manía persecutoria, como para poder escuchar por la noche la voz de los ángeles, acudir al pesebre y adorar?
Así pues, esta noche los rostros del buey y del asno nos miran con ojos interrogativos: mi pueblo no entiende; ¿entiendes tú la voz de tu Señor? Al colocar en el pesebre estas figuras tan familiares deberíamos pedir a Dios que le regale a nuestro corazón la sencillez que descubre en el niño al Señor, como en su día Francisco en Greccio. Entonces podría sucedemos también a nosotros lo que Celano, siguiendo muy de cerca las palabras de san Lucas sobre los pastores de la primera Nochebuena (Lc 2,20), narra acerca de los que participaron en la Nochebuena de Greccio: «todos retornaron a sus casas colmados de alegría»”.
«Cántico nuevo es el Hijo de Dios que fue crucificado -algo que nunca antes se había escuchado-. A una nueva realidad le debe corresponder un cántico nuevo. “Cantad al Señor un cántico nuevo». Quien sufrió la pasión en realidad es un hombre; pero vosotros cantáis al Señor. Sufrió la pasión como hombre, pero redimió como Dios”. Es lo que dice Orígenes, que continúa: “¿qué es lo que hizo de nuevo para merecer un cántico nuevo? ¿Queréis saber lo que hizo de nuevo? Dios murió como hombre para que los hombres tuvieran la vida; el Hijo de Dios fue crucificado para elevarnos hasta el cielo»”.
3. Hebreos nos cuenta que “en distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los Profetas. Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha ido realizando las edades del mundo. El es reflejo de su gloria, impronta de su ser. El sostiene el universo con su palabra poderosa. Y, habiendo realizado la purificación de los pecados, está sentado a la derecha de Su Majestad en las alturas; tanto más encumbrado sobre los ángeles, cuanto más sublime es el nombre que ha heredado. Pues, ¿a qué ángel dijo jamás: «Hijo mío eres tú, hoy te he engendrado»? O: ¿«Yo seré para él un padre y él será para mí un hijo»? Y en otro pasaje, al introducir en el mundo al primogénito, dice: «Adórenlo todos los ángeles de Dios»”. La palabra hecha carne se convierte en voz que suplica al Padre, en boca de nuestra naturaleza, para gritar a Dios la necesidad que el hombre tiene de salvación Jesús, la suprema y definitiva Palabra que Dios pronuncia, su “plan” para salvarnos, viene hoy al mundo, es nuestro hermano.

Llucià Pou Sabaté

Feria del 24-XII. Vigilia de Navidad

Feria del 24-XII. Vigilia de Navidad

El Canto de Zacarías, anuncio de Jesús que viene a salvarnos
En aquel tiempo, Zacarías, el padre de Juan, quedó lleno de Espíritu Santo, y profetizó diciendo: «Bendito el Señor Dios de Israel porque ha visitado y redimido a su pueblo y nos ha suscitado una fuerza salvadora en la casa de David, su siervo, como había prometido desde tiempos antiguos, por boca de sus santos profetas, que nos salvaría de nuestros enemigos y de las manos de todos los que nos odiaban haciendo misericordia a nuestros padres y recordando su santa alianza y el juramento que juró a Abraham nuestro padre, de concedernos que, libres de manos enemigas, podamos servirle sin temor en santidad y justicia delante de Él todos nuestros días. Y tú, niño, serás llamado profeta del Altísimo, pues irás delante del Señor para preparar sus caminos y dar a su pueblo conocimiento de salvación por el perdón de sus pecados, por las entrañas de misericordia de nuestro Dios, que harán que nos visite una Luz de la altura, a fin de iluminar a los que habitan en tinieblas y sombras de muerte y guiar nuestros pasos por el camino de la paz» (Lc 1,67-79).
1. «Harán que os visite una Luz de la altura, a fin de iluminar a los que habitan en tinieblas», proclama Zacarías en el “Benedictus”, el canto que recitamos cada día en la liturgia de las horas. Es un cántico de acción de gracias por las misericordias que Dios ha derramado sobre la tierra, con motivo del nacimiento de su hijo Juan. Como dice el comentario a la Biblia de Navarra, se divide en dos partes: en la primera, da gracias a Dios, y en la segunda sus ojos miran hacia el futuro. Todo él rezuma alegría y esperanza al reconocer la acción salvadora de Dios con Israel, que culmina en la venida del mismo Dios encarnado, preparada por el hijo de Zacarías.
«Bendito sea el Señor, Dios de Israel...» (Lc 1,68). Como muy bien se ha dicho, Zacarías está hablando proféticamente de lo que va a empezar a suceder a partir de esta noche, la Nochebuena: Dios va a visitarme y a redimirme; Dios va a nacer, va a vivir como uno más entre los hombres, va a predicar y a hacer milagros, y morirá en una cruz para salvarme. “Cumpliendo tu promesa hecha a Abrahán, te haces hombre, descendiente de David, para concedernos que, libres de las manos de los enemigos, te sirvamos sin temor, con santidad y justicia en tu presencia todos los días de nuestra vida”, que es como decirle a Jesús: “has bajado para que pueda yo subir, y me pides que te sirva sin temor y que busque la santidad y la justicia, viviendo en presencia de Dios cada día”.
Sigue diciendo el texto: “El Sol naciente ha venido a visitarnos desde lo alto, para iluminar a los que yacen en tinieblas, y guiar nuestros pasos por el camino de la paz”. Jesús es el Sol naciente, que ha venido a visitarnos, que esta noche nacerá, en el día que ya comienza a alargarse la noche, por eso es el día del Sol naciente. Él, la luz del mundo, con su luz de sus ojos nos da la luz a los nuestros para que podamos ver. Leía una oración que le hablaba así en su oración: “Jesús, yo quiero también nacer de nuevo... Sé que no es sencillo; sé que a veces me canso porque parece que no avanzo nada. Pero también sé que al nacer, me has dado la mayor prueba de que no me abandonas. Y si Tú has hecho esto por mí, ¿qué no voy a hacer yo por Ti?” Al contemplar la fiesta más entrañable, cuando Dios ha querido vivir con los hombres, sentimos dentro nacer la alegría y esperanza.
Jesús se nos aparece ahí como el “Señor”, y “Salvador”. También el Ángel esta Nochebuena llamará a Jesús con estos dos títulos en su anuncio a los pastores. Vamos a prepararnos con deseos de corresponder al amor de Dios encarnado.
Ayer el cántico del Magnificat, en boca de María, resumía la historia de salvación conducida por Dios. Hoy es el cántico del Benedictus, que probablemente era también de la comunidad, pero que Lucas pone en labios de Zacarías, el que nos ayuda a comprender el sentido que tiene la venida del Mesías. Los nombres de la familia del Precursor son todo un programa: Isabel significa «Dios juró», Zacarías, «Dios se ha acordado», y Juan, «Dios hace misericordia». En el Benedictus cantamos que todo lo anunciado por los profetas se ha cumplido «en la casa de David, su siervo», con la llegada de Jesús. Que Dios, acordándose de sus promesas y su alianza, «ha visitado y redimido a su pueblo», nos libera de nuestros enemigos y de todo temor, y que por su entrañable misericordia «nos visitará el sol que nace de lo alto».
Beda el Venerable comentaba: "El Señor (...) nos ha visitado como un médico a los enfermos, porque para sanar la arraigada enfermedad de nuestra soberbia, nos ha dado el nuevo ejemplo de su humildad; ha redimido a su pueblo, porque nos ha liberado al precio de su sangre a nosotros, que nos habíamos convertido en siervos del pecado y en esclavos del antiguo enemigo. (...) Cristo nos ha encontrado mientras yacíamos "en tinieblas y sombras de muerte", es decir, oprimidos por la larga ceguera del pecado y de la ignorancia (...)
Nos ha traído la verdadera luz de su conocimiento y, habiendo disipado las tinieblas del error, nos ha mostrado el camino seguro hacia la patria celestial. Ha dirigido los pasos de nuestras obras para hacernos caminar por la senda de la verdad, que nos ha mostrado, y para hacernos entrar en la morada de la paz eterna, que nos ha prometido” (…). Dado  que  poseemos estos dones de la bondad eterna, amadísimos hermanos, (...) bendigamos también nosotros al Señor en todo tiempo, porque "ha visitado y redimido a su pueblo". Que en nuestros labios esté siempre su alabanza, conservemos su recuerdo y, por nuestra parte, proclamemos la virtud de aquel que "nos ha llamado de las tinieblas a su luz admirable" (1 P 2, 9). Pidamos continuamente su ayuda, para que conserve en nosotros la luz del conocimiento que nos ha traído, y nos guíe hasta el día de la perfección".
2. –“Cuando el rey David se estableció en su casa, en Jerusalén, el Señor le concedió días de paz”. Después de un largo periodo de guerrillas contra los filisteos, David se encontraba, por fin, en paz. Se había hecho construir un palacio real, sobre la colina de Sión, en Jerusalén, su nueva capital; pero se sentía algo avergonzado porque Dios no tenía todavía una Casa. El arca de la Alianza continuaba estando en Silo. Tuvo pues intención de construir un Templo para Dios.
-“Mira, ¡yo habito en una casa de cedro, mientras que el arca de Dios habita en una tienda!”Pero el profeta Natán fue a ver al rey y le hizo esta sorprendente promesa:
-“¿Eres tú quien vas a edificarme una casa para que la habite? Yo te he tomado del pastizal, de detrás del rebaño, para que seas caudillo de mi pueblo”. David, un muchacho, pastor de un rebaño cuando Dios lo escogió, no era descendiente de familia real. Todo ello fue una elección gratuita de Dios.
-“Voy a hacerte un nombre grande como el de los más grandes de la tierra. El Señor te anuncia que te edificará una casa. Tu reino y tu casa permanecerán para siempre ante mí, tu trono estará firme eternamente”. David quería ofrecer una "casa" a Dios. ¡Y es Dios el que le promete darle una! La casa de David, es en primer lugar Salomón, su primer hijo -que construirá el Templo-... y es sobre todo Jesús, el Mesías. Es pues Dios el que conserva la iniciativa. ¡Hay que permanecer humilde delante de Dios... incluso cuando se es el rey David! No somos nosotros quienes damos a Dios, ¡Dios es el que nos da! Jesús a su vez, rechazará el Templo. ¡Destruid ese Templo y dentro de tres días lo reconstruiré! El Cuerpo de Cristo pasa a ser el único templo, el único lugar de culto a Dios. La verdadera «casa de Dios» es Jesús, Presencia de Dios (Noel Quesson).
3. El salmo nos hace cantar nuestro agradecimiento a la fidelidad de Dios: «cantaré eternamente las misericordias del Señor». Y recuerda expresamente: «sellé una alianza con mi elegido, jurando a David, mi siervo: te fundaré un linaje perpetuo. Le mantendré eternamente mi favor y mi alianza con él será estable». Pedimos hoy: “Señor, acuérdate, acuérdate de David, acúerdate de tu promesa, acuérdate (…) Tú le dijiste: el fruto de tu seno, / asentaré en el trono que te he preparado”.
Te pido que nos muestres tu misericordia, Señor, según tus palabras: “Bendeciré a los justos en su júbilo, a los pobres, hartaré de pan”.
Que sepa, Señor, llevar tu misericordia a los demás: “Secaré las lágrimas de todos los que lloran, todos mis amigos darán gritos de júbilo”.
Lléname, Señor, de esperanza en tu venida como Salvador: “David, te lo prometo, glorificaré tu raza, el Mesías será luz de las naciones... entre vosotros”.
Llucià Pou Sabaté
Vigilia de Navidad
Prepararnos para entrar en el pesebre, abrir las puertas a Jesús para que nos dé su luz y vida
El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera: La madre de Jesús estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo, por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era bueno y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto. Pero apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo:-José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados.Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por el Profeta: Mirad: la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel (que significa «Dios-con-nosotros»). Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor, y se llevó a casa a su mujer. Y sin que él hubiera tenido relación con ella, dio a luz un hijo; y él le puso por nombre Jesús” (Mateo 1,1-25).
La misa vespertina del 24 de diciembre se sitúa entre el final de Adviento y la venida de  Cristo en la carne. “Darás (dice el ángel a María) a luz un hijo y tu le pondrás por nombre Jesús (es decir, "el Señor salva"), porque él  salvará a su pueblo de los pecados". Jesús es Emmanuel: “Dios con nosotros". El canto del Aleluya resume todo el espíritu de la celebración de esta tarde: "Mañana  quedará borrada la maldad de la tierra, y será nuestro rey el Salvador del mundo". Navidad  es una Pascua (Adrien Nocent).
Hoy vais a saber que el Señor vendrá y nos salvará” (antífona de entrada). Nos alegramos en el misterio de Navidad. Damos gracias a Dios Padre, ya que "por el misterio de la Encarnación del Verbo, en los ojos de nuestra alma, ha brillado la luz nueva de tu resplandor, para que contemplando a Dios visiblemente, seamos por El arrebatados al amor de las cosas invisibles" (Prefacio de Navidad). La gran luz ha resplandecido sobre nosotros, porque se nos ha dado al Salvador. Es la gran fiesta, celebramos que Dios se hace hombre para que el hombre se haga Dios, y eso nos alegra; pero para ello hemos de disponer nuestro corazón, abrir los ojos a la maravilla: "Puer natus est nobis, Filius datus est nobis". Ha nacido para mí, se nos ha sido dado Jesús para salvarnos. "Cuando un sosegado silencio todo lo envolvía y la noche se encontraba en la mitad de su carrera, tu Palabra omnipotente, cual implacable guerrero saltó del cielo, desde el trono real, en medio de una tierra condenada al exterminio..." (Sab 18, 14-15). Se ha abierto la divinidad a la humanidad, el cielo se abre otra vez a la tierra, se reconcilia uno y otro por el que es Dios y Hombre al mismo tiempo. Con la Luz se da muerte a las tinieblas; y se ha abierto otra vez la visión del cielo.
1. Es importante abrir las puertas del corazón a esta Visita que Jesús quiere hacernos, pues donde quiere él nacer es en nuestro corazón. Para esto, nos decía Juan Pablo II: “Mantened vivo el sentido verdadero de la Navidad; sed siempre conscientes de su significado auténtico: Jesús ha nacido para cada uno de nosotros, para cada hombre, para cada muchacho y muchacha, incluso aunque no lo sepan ni estén enterados; ha nacido para amarnos, para salvarnos, para enseñarnos el sentido verdadero de la vida. Por ello mantened siempre viva la alegría de la Navidad que es una alegría inmensa, interior, sobrenatural (…). Cristo se ha hecho pobre en la noche de Belén, pobre en la casa de Nazaret, despojado de todo en la hora de la muerte en la cruz. En la noche de Belén, contemplamos con grandísimo estupor el misterio de su nacimiento; ¡oh cuán pobre se ha hecho Dios! ¡oh cuán rico se ha hecho el hombre! Bendita pobreza de Dios, que ha sido fuente de tal enriquecimiento para el hombre”.  
El nacimiento de Jesús nos hace ver que nuestra grandeza no está en los méritos sino en el amor que Dios nos tiene. Y su genealogía, que estamos todos interconexionados, y lo que hacemos influye en los demás y en la historia, y que en la historia está Él.
Lux fulgebit hodie super nos, quia natus est nobis Dominus”, hoy brillará la luz sobre nosotros, porque nos ha nacido el Señor. Es preciso mirar al Niño, Amor nuestro, en la cuna. Hemos de mirarlo sabiendo que estamos delante de un misterio. Necesitamos aceptar el misterio por la fe y, también por la fe, ahondar en su contenido. Para esto, nos hacen falta las disposiciones humildes del alma cristiana: no querer reducir la grandeza de Dios a nuestros pobres conceptos, a nuestras explicaciones humanas, sino comprender que ese misterio, en su oscuridad, es una luz que guía la vida de los hombres. La Navidad está rodeada también de sencillez admirable: el Señor viene sin aparato, desconocido de todos. En la tierra sólo María y José participan en la aventura divina. Y luego aquellos pastores, a los que avisan los ángeles. Y más tarde aquellos sabios de Oriente. Así se verifica el hecho trascendental, con el que se unen el cielo y la tierra, Dios y el hombre (J. Escrivá).
Es tiempo de acción de gracias, porque “hoy nos ha nacido en la ciudad de David el Salvador, que es el Cristo, el Señor” (Lc 2, 11). También dar gracias por los defectos, como los árboles cuyas ramas están caídas y hay que aguantarlas con palos, pues están llenas de fruto y no aguantan tanto peso. Así pasa con las almas que se ocupan de los demás, que se dedican al servicio, parece que no son mejores, porque de ellas no se ocupan nunca, pero el Señor valora. El que juzga es Dios, y hay que dejarle hacer a Él, lo importante de verdad no es pensar que somos mejor o peores, sino no cerrar la puerta a Jesús, con desánimos ni preocupaciones. Esta es la humildad más auténtica, dejar actuar a Dios.
Queremos entrar en esta ciencia divina, estar junto a la Sagrada Familia, penetrar en esta lógica de Dios, en el portal renovar nuestra entrega, hacernos más pequeños… y estar como la mula y el buey, o ser como será más tarde el borrico, portador de Jesús, así podemos dejar que Jesús nos posesione. Y seremos portadores de Dios. Si a veces nos vemos indignos, y no nos atrevemos a ir a Jesús, porque nos vemos miserables, vamos a contárselo a Nuestra Madre, ella nos acoge en su regazo y nos acerca a su Hijo que está en el otro brazo.
Al estar mirando el amor de Dios encarnado, nos apenamos al ver mucha gente que no conoce a Jesús Salvador. Vemos a Jesús que tiene frío de amor, y por eso decimos con los himnos de la liturgia de las horas: “Te diré mi amor, Rey mío, / en la quietud de la tarde, / cuando se cierran los ojos / y los corazones se abren. / Te diré mi amor, Rey mío, / con una mirada suave, / te lo diré contemplando / tu cuerpo que en pajas yace. / Te diré mi amor, Rey mío, / adorándote en la carne, / te lo diré con mis besos, / quizá con gotas de sangre. / Te diré mi amor, Rey mío, / con los hombres y los ángeles, / con el aliento del cielo / que espiran los animales. / Te diré mi amor, Rey mío, / con el amor de tu Madre, / con los labios de tu Esposa / y con la fe de tus mártires. / Te diré mi amor, Rey mío, / ¡oh Dios del amor más grande! / ¡Bendito en la Trinidad, que has venido a nuestro valle! Amén.”
O también: “Ver a Dios en la criatura, / ver a Dios hecho mortal / y ver en humano portal / la celestial hermosura. / ¡Gran merced y gran ventura / a quien verlo mereció! / ¡Quien lo viera y fuera yo! / Ver llorar a la alegría, / ver tan pobre a la riqueza, / ver tan baja a la grandeza / y ver que Dios lo quería. / ¡Gran merced fue en aquel día / la que el hombre recibió! / ¡Quien lo viera y fuera yo! / Poner paz en tanta guerra, / calor donde hay tanto frío, / ser de todos lo que es mío, / plantar un cielo en la tierra. /¡Quien lo hiciera y fuera yo! Amén. (Himno Oficio de lectura).
Mateo y Lucas no dicen todos los nombres en sus genealogías de Jesús, juegan con cifras simbólicas, con intención catequística, con un contenido teológico. Escribe Guardini: “¡Qué elocuentes son estos nombres! A través de ellos surgen de las tinieblas del pasado más remoto las figuras de los tiempos primitivos. Adán, penetrado por la nostalgia de la felicidad perdida del paraíso; Matusalén, el muy anciano; Noé, rodeado del terrible fragor del diluvio; Abrahán, al que Dios hizo salir de su país y de su familia para que formase una alianza con él; Isaac, el hijo del milagro, que le fue devuelto desde el altar del sacrificio; Jacob, el nieto que luchó con el ángel de Dios... ¡Qué corte de gigantes del espíritu escoltan la espalda de este recién nacido!”
Y no se dice -hubiera sido tan sencillo- «David engendró a Salomón de Betsabé», sino, abiertamente, «de la mujer de Urías». Parece como si el evangelista tuviera especial interés en recordarnos la historia del pecado de David que se enamoró de la mujer de uno de sus generales, que tuvo con ella un hijo y que, para ocultar su pecado, hizo matar con refinamiento cruel al esposo deshonrado. ¿Por qué este casi descaro en mostrar lo que cualquiera de nosotros hubiera ocultado con un velo pudoroso? Los evangelistas al subrayar esos datos están haciendo teología, están poniendo el dedo en una tremenda verdad: Cristo entró en la raza humana tal y como la raza humana es, puso un pórtico de pureza total en el penúltimo escalón -su madre Inmaculada- pero aceptó, en todo el resto de su progenie, la realidad humana total que él venia a salvar. Dios, que escribe con lineas torcidas entró por caminos torcidos, por los caminos que-¡ay!- son los de la humanidad (J. L. Martín-Descalzo).
2. Ciro acaba de extender (538) su edicto autorizando la reconstrucción del templo de  Jerusalén. Las  esperanzas de los desterrados se concretizan en torno a un templo, y un profeta, discípulo  del Segundo Isaías, va a recoger la antorcha dejada por su maestro para cantar la  esperanza de los judíos en el templo reconstruido. Los primeros exiliados que vuelven a Jerusalén no han encontrado, seguramente, más que  una ciudad que ha recuperado una parte de su actividad de antaño, ya que era capital de  una de las provincias del imperio de Ciro. Pero ¿qué podía significar esa actividad en torno a  un templo en ruinas y en el seno de una población indiferente a Yahvé? El profeta sostiene  los ánimos de los exiliados poniendo ante sus ojos el futuro extraordinario de la ciudad. Recibirá un nombre nuevo, un cambio importante que sella un cambio de  situación: la ciudad volverá a ser la esposa de Yahvé; ya no será la abandonada, sino la  esposa. Será como una joven desposada preparada para su esposo, una imagen tanto  más interesante cuanto que prepara, con un siglo largo de antelación, el Cantar de los  Cantares.
Nos muestra Isaías unas nupcias reales, de Dios con el pueblo elegido. Unas nupcias que brillan como una luz sobre  el mundo entero, «todos los reyes verán tu gloria». Y en la entrega definitiva de Dios a su  pueblo -que acontece en el envío de su Hijo-, Israel será «una corona fúlgida en la mano del  Señor, una diadema real en la palma de tu Dios». Pero no se trata de una concesión externa  de poder, sino de la creación de una íntima relación de amor, «como un joven se casa con  su novia, como la alegría que encuentra el marido con su esposa». El poder divino que el  pueblo recibe en Jesús, y que le hace partícipe del poder real de Dios, es el poder del amor,  en el que Dios como Esposo confiere su poder supremo a la criatura, quien de este modo,  ella que era una simple esclava, se convierte ahora en reina: la humanidad de Jesús deviene  así digna de ser adorada junto con su divinidad (von Balthasar): “Ya no te llamarán «abandonada», ni a tu tierra «devastada»; a ti te llamarán «Mi favorita», y a tu tierra «Desposada; porque el Señor te prefiere a ti y tu tierra tendrá marido. Como un joven se casa con su novia, así te desposa el que te construyó; la alegría que encuentra el marido con su esposa, la encontrará tu Dios contigo”.
Es un "salmo real" el de hoy, cuyo fondo es la ceremonia de entronización de un nuevo rey: el trono, los atavíos reales, la corte, el palacio, los guardias, la campaña para vencer a los enemigos. El verdadero "rey" era Dios. De ahí que el comienzo del poema es un "himno" que canta el poder real de Yahveh. Observemos la letanía de alabanza que exalta el poder cósmico del creador: -Tú dominas la soberbia del mar... -Tú amansas la hinchazón del oleaje. -Tú traspasaste y despojaste a Rahab   (monstruo marino, potencia infernal). -Tu brazo potente desbarató al enemigo. -Tú cimientas el orbe y cuanto contiene. -Tú creas el norte y el mediodía... -Tú tienes un brazo vigoroso...
Pero es sobre todo esa unión de Dios y el hombre la que celebramos, cuando Dios desposa la carne en el tálamo nupcial de María (dice S. Agustín) y ahí comienza esa alianza en que el hombre puede desposar a Dios por la fe: -"Has roto la Alianza y profanado su corona"... -"Has derribado sus murallas, y reducido a escombros sus fortalezas"... -"Has acrecentado el poder del adversario y alegrado a sus enemigos... -"Has quebrado su cetro glorioso y has derribado su trono"... -"Has acortado los días de su juventud y lo has cubierto de ignominia"...
Dios nos sorprende más allá de toda previsión. Dios nos creó para la felicidad de vivir. El es Todopoderoso. «Cantaré eternamente las misericordias del Señor, anunciaré tu fidelidad por todas las edades. Porque dice: tu misericordia es un edificio eterno, más que el cielo has afianzado tu fidelidad».
«Sellé una alianza con mi elegido, jurando a David mi siervo: 'Te fundaré un linaje perpetuo, edificaré tu trono para todas las edades'. Encontré a David mi siervo y lo he ungido con óleo sagrado; para que mi mano esté siempre con él y mi brazo le haga valeroso. Mi fidelidad y misericordia lo acompañarán, por mi nombre crecerá su poder. Le mantendré eternamente mi favor, y mi alianza con él será estable; le daré una posteridad perpetua y un trono duradero como el cielo».
3. Pablo describe el comportamiento del hombre elegido con respecto  a esta gracia recibida de Dios. Sólo Dios ha «enaltecido» al pueblo elegido. Ya en tierra  extranjera, en Egipto: «Con su brazo poderoso los sacó de allí». «Después suscitó a David  por rey». Esta elevación procede exclusivamente de Dios, y se produce para que el hombre  elegido pueda «cumplir todos mis preceptos»: la realeza por gracia divina es siempre puro  servicio a Dios. El salvador de la estirpe de David consumará esto en cuanto que, como rey  del universo, «no hará su voluntad, sino la voluntad del Padre». Este servicio se cumple en el  gesto de homenaje del último precursor, que se declara indigno de «desatar las sandalias»  al rey supremo que viene detrás de él. Todavía en el Apocalipsis, los elevados a la dignidad  real son los que adoran más profundamente al Rey eterno (von Balthasar).
Navidad es la fiesta de la alianza amorosa. Jerusalén, ciudad destruida y prostituida por sus enemigos, desterrada y solitaria, infiel y  pecadora, es, a pesar de todo, invitada por Yavé a unirse a El en una alianza de amor, como  una novia virgen y joven. Es ésta una de las más bellas imágenes de lo que es Navidad, día en el que brilla hasta el  exceso el apasionado amor de Dios hacia los hombres; el total y absoluto amor, más fuerte que la misma infidelidad.
Llucià Pou Sabaté

martes, 22 de diciembre de 2015

Feria del 23-XII-2015

Feria del 23-XII

El nacimiento de Juan Bautista, el precursor, nos muestra la inminencia de la venida del Señor
“Se le cumplió a Isabel el tiempo de dar a luz, y tuvo un hijo. Oyeron sus vecinos y parientes que el Señor le había hecho gran misericordia, y se congratulaban con ella. Y sucedió que al octavo día fueron a circuncidar al niño, y querían ponerle el nombre de su padre, Zacarías, pero su madre, tomando la palabra, dijo: «No; se ha de llamar Juan.» Le decían: «No hay nadie en tu parentela que tenga ese nombre.» Y preguntaban por señas a su padre cómo quería que se le llamase. El pidió una tablilla y escribió: «Juan es su nombre.» Y todos quedaron admirados. Y al punto se abrió su boca y su lengua, y hablaba bendiciendo a Dios. Invadió el temor a todos sus vecinos, y en toda la montaña de Judea se comentaban todas estas cosas; todos los que las oían las grababan en su corazón, diciendo: «Pues ¿qué será este niño?» Porque, en efecto, la mano del Señor estaba con él”(Lucas 1,57–66).
1. -"A Isabel se le cumplió el tiempo de dar a luz y tuvo un hijo. Sus vecinos y parientes se enteraron de lo generoso que había sido el Señor con ella y compartían su alegría". Su "vergüenza" por falta de hijos se convirtió en alegría, como en el caso del nacimiento de Isaac. Ambos hijos fueron concebidos en la "vejez".
-"A los ocho días fueron a circuncidar al niño y empezaron a llamarlo Zacarías, por el nombre de su padre". El primogénito debía llevar junto a la marca de la elección, el nombre de su padre. "Pero la madre intervino diciendo: "¡No!, se va a llamar Juan." Le replicaron: "Ninguno de tu parentela se llama así." Y por señas le preguntaban al padre cómo quería que se llamase. El pidió una tablilla y escribió: "Su nombre es Juan", y todos quedaron sorprendidos. En el acto se le soltó la lengua y empezó a hablar bendiciendo a Dios". Haz de mí, Señor, un alma de exultación y de alabanza. "Que yo sea tan sólo esa flauta de caña que Tú puedas llenar de música." (R. Tagore). Para un judío, el nombre es todo un símbolo: significa la función. Las raíces de la palabra "Juan" significan: "Dios da gratuitamente", «gracia de Dios», o «favor de Dios», o «misericordia de Dios».
-"Toda la vecindad quedó sobrecogida de temor; corrió la noticia de estos hechos por la entera sierra de Judea, y todos los que lo oían los conservaban en la memoria, preguntándose: "¿Qué irá a ser este niño?" Porque la fuerza del Señor lo acompañaba". Se llenan de una alegría que se comunica y se extiende como una mancha de aceite  (Noel Quesson). -“Todos decían: "La mano del Señor está con él"”. Ha llegado ya la plenitud de los tiempos y empieza a notarse. La voz de que ha pasado algo maravilloso, que corre por la comarca, hace que todos se llenan de alegría. Tienen razón los vecinos: ¿qué será de este niño? Juan será grande. Lo hemos alabado estos días, como precursor del Mesías: es testigo de la Luz.
«Ven, Señor Jesús», rezamos en Adviento: «Oh Emmanuel, Rey y legislador nuestro, / esperanza de las naciones y salvador de los pueblos: / ven a salvarnos, Señor Dios nuestro». Emmanuel es Dios-con-nosotros, el nombre que ya se anunciaba desde Isaías (7,14). A la vez hay otros títulos mesiánicos: rey, legislador, esperanza, salvador, Señor, Dios nuestro. Por eso colma de confianza en este Adviento a todos los creyentes (J. Aldazábal). ¿Cómo me preparo con la oración, la misa, el sacramento de la reconciliación?  Señor, “te pedimos que tu Hijo, que se encarnó en las entrañas de la Virgen María y quiso vivir entre nosotros, nos haga partícipes de la abundancia de su misericordia”.
2. El anuncio del profeta Malaquías: “mirad, yo envío mi mensajero, para que prepare el camino ante mí”, prepara en paralelo el relato evangélico del nacimiento de Juan. El profeta, en el siglo V antes de Cristo, en un tiempo de restauración política, que él querría que fuera también religiosa, se queja de los abusos que hay en el pueblo y en sus autoridades. El culto del Templo es muy deficiente, por desidia de los sacerdotes. De parte de Dios anuncia reformas. Es imagen de Juan Bautista: -“Y enseguida vendrá a su Templo el Señor a quien vosotros buscáis”... Es sorprendente encontrar en esos textos, por adelantado el anuncio de un Ungido, un Cristo que es Dios mismo.
-“¿Quién podrá soportar el Día de su venida? ¿Quién se tendrá en pie cuando aparezca? Porque es él como fuego de fundidor y como lejía de las lavanderías”. Su venida “será un fuego de fundidor”, que purifica quemando, para que la ofrenda del Templo sea dignamente presentada ante el Señor. “¿Quién podrá resistir el día de su venida?” Dios quiere nuestro bien, nos pide que confiemos.
-“Purificará a los hijos de Leví, los acrisolará como el oro y la plata: Así podrán presentar la oblación en plena justicia, ante la mirada del Señor”. El Mesías inaugurará una reforma profunda de la «función sacerdotal» que ejercía, hasta aquí, la familia de Leví. Se anuncia un «culto» nuevo. El Hombre-Dios ha venido a fundar el culto definitivo: la ofrenda no será sólo de animales. Cristo es la «ofrenda agradable y justa». La eucaristía es el sacrificio espiritual por el cual los cristianos «ellos mismos se ofrecen en unión con Cristo».
-“Así la ofrenda de Judá y de Jerusalén será grata al Señor”. El «culto espiritual» de los cristianos es Jesús, que no ofreció un cordero pascual, sino que se ofreció a sí mismo, su propia vida, y su propia muerte. También nosotros debemos ofrecer nuestra propia vida. Señor, te ofrezco la vida de Jesús desde su nacimiento en Belén, su adolescencia, su edad adulta, hasta su cruz. Te ofrezco todos los trabajos, los pensamientos, las acciones, las palabras de Jesús. Y te ofrezco también mi vida, mis trabajos, mis pensamientos, mis acciones, mis palabras. ¡Mira la ofrenda que presentamos ante ti, nosotros, tus servidores! (Noel Quesson).
Este mensajero será que «convertirá el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres» (J. Aldazábal). Navidad es pascua, paso de Dios a la tierra que nos trae su amor, su perdón. Reconciliación entre los padres y los hijos, entre los hermanos, entre los vecinos, entre los miembros de la comunidad. Ésa es la mejor preparación para una fiesta que celebra que Dios se ha hecho Dios-con-nosotros, y por tanto, nos invita a ser nosotros-con-Dios, por una parte, y nosotros-con-nosotros, por otra, porque todos somos hermanos.
3. Dios, Por medio de Jesús, su Hijo, nos ha manifestado el Camino de Salvación. “Muéstrame tus caminos, Yahveh, enséñame tus sendas. Guíame en tu verdad, enséñame, que tú eres el Dios de mi salvación”. El camino es Cristo. Abrir nuestros oídos y corazón es aprender de la actitud de María: escuchar la Palabra de Dios, meditarla en nuestro corazón y ponerla en práctica. El salmo nos hace repetir con confianza: “En ti estoy esperando todo el día, Bueno y recto es Yahveh; por eso muestra a los pecadores el camino; conduce en la justicia a los humildes, y a los pobres enseña su sendero”. Ante este día de la venida del Señor, vemos que “todas las sendas de Yahveh son amor y verdad para quien guarda su alianza y sus dictámenes. El secreto de Yahveh es para quienes le temen, su alianza, para darles cordura”. Llenos de esperanza: «mirad y levantad vuestras cabezas: se acerca vuestra redención».
Ratzinger reflexiona sobre el adviento del enfermo que puede ser “una medicina para el alma, una medicina que haga más llevadera la forzada inactividad y el dolor de la enfermedad y que hasta sea capaz de ayudar a descubrir la gracia que puede anidar silenciosamente en la condición de enfermo”. “Adviento” significa “espera” (en la antigüedad se usaba en la espera de un personaje, una divinidad). Para los cristianos, Cristo es el rey que nos regala la fiesta de su visita: Dios está presente. Él no se ha retirado del mundo. No nos ha dejado solos. Presente y ausente. Es también «visitación», «visita». La enfermedad y el sufrimiento pueden ser como una visita de Dios que entra en mi vida y quiere acercárseme. Se puede pensar la enfermedad como: el Señor ha interrumpido por un tiempo mi actividad a fin de conducirme a la quietud. Tenemos poco tiempo para Dios y para nosotros mismo, ocupados en negocios, diversión… y nos podemos asilvestrar en nuestro interior. Pero, con la enfermedad, Dios me ha sacado de ahí. Tengo que estarme quieto. Tengo que esperar. Tengo que tomar consciencia de mí mismo, soportar la soledad. Tengo que sobrellevar el dolor, aceptarme a mí mismo. Y todo eso es difícil. Pero si aprendo a aceptarme en estos días de quietud, si tolero el sufrimiento porque, a través de él, el Señor me poda como a la viña que se quita el sarmiento, ¿no me estoy haciendo más rico que si hubiese ganado mucho dinero? Así la enfermedad puede abrirnos a Dios, y a encontrarnos nuevamente a nosotros mismos.
Llucià Pou Sabaté
San Juan de Kety, presbítero

San Juan Cancio o de Kety (+ 1473)
Hagamos un esfuerzo por imaginarnos el ambiente en que se encuadra la figura de este Santo y que es, en verdad, muy diverso del que hemos encontrado al hablar de otros muchos. Porque Polonia, en plena Edad Media, presentaba características profundamente similares. No era sólo su clima, extremado y duro, ni la vecindad, siempre amenazadora de los turcos, ni de la singularidad de su régimen político, fuertemente dominado por una aristocracia que, en su ceguera, habrá de conducir reiteradamente a lo largo de la historia al país hacia su ruina. Es, sobre todo, el carácter abigarrado del elemento humano.
Polonia, sin fronteras naturales, fácilmente accesible a sus vecinos, presentaba entonces, como continúa presentando hoy mismo, una extremada mezcla de razas. Cuando en 1390 nace el que habia de ser San Juan Cancio, su pueblo, Kanty, situado cerca de Auschwitz, al oeste de Cracovia, no pertenecía propiamente a Polonia, sino a Silesia y sólo muchos años después, hacia el fin de la vida del Santo, vol]vería a ser polaco. Pero no demos demasiada importancia a esto, porque todo era mezcla. En las mismas poblaciones inequívocamente polacas, continuaba rigiendo el Derecho germánico, juntamente con el polaco, y no era raro oir hablar alemán. Las mismas costumbres estaban fuertemente impregnadas de orientación teutónica, Lo mismo se diga, y mucho más, de Cracovia, donde habría de transcurrir casi toda la vida del Santo. Ciudad cosmopolita, constituía el más importante mercado del este de Europa. Aún no se había descubierto América, ni la ruta del Cabo de Buena Esperanza permitía traer los productos exóticos desde el Lejano Oriente. Por eso Cracovia era el gran mercado en que se abastecían españoles, italianos, franceses..., y al que concurrían también húngaros, checos, eslovacos e incluso, en los tiempos de paz, los mismos turcos.
En este ambiente va a actuar nuestro Santo. Y lo va a hacer en tiempos de intensa fermentación intelectual. Durante toda su vida ha de sentir frente a si el peso del atractivo que sobre la multitud estudiantil ejercían las nuevas ideas. La Universidad pasaba por un buen momento. Fundada por Casimiro el Grande en 1364, había conseguido en 1397 la Facultad de Teología, y se encontraba al mediar el siglo xv en una etapa de extraordinario florecimiento. Los reyes la habían mimado, y los estudiantes acudían a ella en gran cantidad. Pero... Ios errores de los husitas y taboritas no dejaban de ejercer atractivo y se imponia un trabajo duro para defender la ortodoxia.
Al llegar a la Universidad, Juan ponia fin a una educación que pudiéramos llamar casi campesina. Habia nacido en el seno de una familia patriarcal, y se habia educado cristianísimamente, con una orientación ortodoxa, sólida y segura. Incorporado a la Universidad, después de algunas duras pruebas que él supo sobrellevar con firmeza, se dedicó con tal entusiasmo a los estudios que su figura pronto destacó. En 1417 obtuvo el doctorado en Filosofía, y poco después en Teología. Ordenado de sacerdote, nombrado canónigo de Cracovia, obtuvo una cátedra de teologia en la Universidad, y continuó residiendo en el mismo Colegio Mayor en que había residido mientras fue estudiante. Fuera de su estancia en una parroquia y de sus viajes, no conocerá Juan ninguna otra residencia.
La estampa que nos ha llegado de él a través de los siglos es la de un profesor universitario verdaderamente ejemplar; sin faltar jamás a clase, enteramente al servicio de los estudiantes, consagrando largas horas al estudio, explicando con claridad y humildad, viviendo intensamente la vida universitaria. Sus méritos le llevarán hasta el mismo rectorado y durante muchos siglos la toga morada que él había ostentado mientras fue rector servirá también a quienes le sucedan en el cargo como una consigna de superación y de fidelidad.
No escapó, sin embargo, a las intrigas, no infrecuentes por desgracia en ambientes universitarios. Cuando el claustro hubo de designar algunos de sus miembros para tareas muy delicadas, pudo observarse que prescindían de él. Es posible que su rectitud hiciera de él un profesor incómodo, de los que no transigen, de los que, con su cumplimiento, constituyen una muda reprensión para los demás. Lo cierto es que un buen día la Universidad, correspondiendo a una petición de los feligreses de la parroquia de Olkusz, le designó como párroco de la misma.
La prueba debió de resultarle dura, porque no suele ser fácil que un intelectual se adapte a las tareas pastorales, en directo contacto con las almas. De hecho nos consta, sin embargo, que fue un párroco admirable, y que en los años, que no fueron muchos, que estuvo al frente de su parroquia, esta cambió profundamente. Había estado hasta entonces muy descuidada, faltando la instrucción religiosa, existiendo en ella facciones y partidos que se odiaban a muerte, y pudiéndose encontrar no poca indiferencia en algunos feligreses. Pero el párroco consiguió transformar por completo la parroquia: la caridad, la unión fraternal, el destierro de los vicios, proclamaron la fina calidad del buen pastor. Sin embargo, a éste se le hacía dura aquella vida, que parece que le condujo a sentir fuertes escrúpulos, y la Universidad terminó por darse cuenta del disparate que había hecho. En 1340 volvía a triunfar a su cátedra de teología. Y poco después fue designado como profesor de religión de la familia real de Polonia.
Es curioso que el Santo, que jamas se permitía faltar a clase, hiciera una excepción para emprender por dos veces muy largos viajes. En efecto, primero emprendió una peregrinación hacia Jerusalén, pasando por Roma, ciudad para él amadisima como sede del Papa. Y años después vuelve de nuevo a emprender el camino de Roma, aunque sin condescender con las peticiones de quienes, pasmados por su ciencia, querían que se quedase allí.
En uno de estos viajes le ocurrió el conocido episodio de su encuentro con los ladrones, que demuestra su amor a la verdad. Cuando le hubieron despojado de todo su dinero le preguntaron si tenía más, contestó que no, pero habiendo recordado que le quedaban unos escudos cosidos en el forro de su manto, llamó a los ladrones para entregárselo.
Más hermosa aún es la anécdota ocurrida en el refectorio del Colegio Mayor en que vivía. Iba a sentarse a la mesa cuando vió a la puerta un pobre pidiendo limosna. Los ojos de todos estaban fijos en él. Con toda sencillez se levantó, entregó su comida íntegra al pobre y al volver a su sitio... estaba allí la comida. Desde entonces, durante siglos, en el Colegio Universitario de Cracovia se preparaba siempre una ración para un pobre. "Pauper venit", viene un pobre, exclamaba el rector. "Iesus Christus venit", Jesucristo viene, contestaban todos los reunidos. Y la comida era entregada al pobre.
Notemos que, no sólo en su época de párroco, sino también en su cargo de profesor de Universidad, San Juan sentía como exigencia de su sacerdocio el trabajo directo con las almas. Con frecuencia se le veía predicando en las iglesias de la ciudad, ordinariamente en latín, lengua entonces muy corriente en Polonia, y a veces en polaco, porque, paradójicamente, en las iglesias de la ciudad se usaba el latín, mientras en la de la Universidad se usaba la lengua nacional.
Inmensamente limosnero, era el paño de lágrimas de todos los estudiantes necesitados de la ciudad. En cierta ocasión, en medio del crudísimo invierno polaco, cruzando la plaza a media noche, encontró a un pobre que temblaba, le entregó su manteo y siguió a cuerpo, muerto de frío, camino de la iglesia para recitar maitines. Casos como éstos, en ocasiones florecidos de milagros, se conservan en gran número en los documentos de la época.
Murió a los ochenta y tres años, en la vigilia de Navidad del año 1473. Pero antes pronunció, ante todo el claustro de la Universidad, reunido en torno a su lecho, una hermosisima alocución, en la que condensó su espiritualidad de sacerdote, de canónigo y de profesor de Universidad santo:
"Confiándoos el cuidado de formar la juventud en la ciencia y en las buenas costumbres, Dios os ha elevado, señores y hermanos mios, lo bastantemente alto para que no dudéis en pisotear, como indigna de vosotros, la gloria que los hombres reciben unos de otros, y cuya búsqueda insensata trae frecuentemente la muerte a nuestras almas. Velad cuidadosamente de la doctrina, conservad el depósito sin alteración y combatid, sin cansaros jamás, toda opinión contraria a la verdad; pero revestíos en este combate de las armas de la paciencia, de la dulzura y de la caridad recordando que la violencia, aparte del daño que hace a nuestras almas, daña las mejores causas. Aunque hubiera estado en el error sobre un punto verdaderamente capital, jamás un violento hubiera conseguido sacarme de él; muchos hombres están sin duda hechos como yo. Tened cuidado de los pobres, de los enfermos, de los huérfanos."
Su voz se quebró al llegar aquí, sin duda por el esfuerzo que estaba haciendo. Descansó un momento, y continuó después:
"Causa y fin de todo lo que existe, Dios eterno y todopoderoso, que gobiernas y conservas por tu divina providencia todo lo que has creado, recíbeme en tu inefable misericordia, y consiente que por la pasión y los méritos infinitos de tu Hijo, yo me reúna a Ti por toda la eternidad."
Y dicho esto, expiró suavemente.
Toda la ciudad se conmovió. Sus funerales fueron verdaderamente extraordinarios. Pronto empezó el rumor de los milagros obtenidos por su intercesión, que Matías de Miechow primero, y después otros continuadores fueron recogiendo en un curioso diario, en el que se reflejan las costumbres polacas del siglo xv, desde 1475 a 1519. Su cuerpo fue enterrado en la iglesia de Santa Ana de Cracovia, en la que sesenta años después se le dió una sepultura más honrosa. Sin embargo, su causa de beatificación se fue retrasando durante muchos años. En 1628 el cura de la iglesia de Santa Ana, Adán Opatavius (Opatowczyk) publicó una vida con un catálogo de milagros, en latín. En 1632 aparecía la traducción polaca. Y en 1680 Inocencio XII le beatificaba. Por fin, el 16 de julio de 1767, Clemente XII le canonizó, cinco años antes de la primera partición de Polonia. Su fiesta fue fijada el 20 de octubre y elevada por Pío VI en 1782 a rito doble.
"Insigne Juan, tú eres la gloria de la nación polaca, el orgullo del clero, el honor de la Universidad, el padre de tu patria".
LAMBERTO DE ECHEVERRÍA