lunes, 18 de mayo de 2015

Martes de la semana 7 de Pascua

Martes de la semana 7 de Pascua

Jesús nos da lo que recibe de Dios Padre y se nos da; y nos confía la misión de darnos también nosotros
En aquel tiempo, Jesús, alzando los ojos al cielo, dijo: «Padre, ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti. Y que según el poder que le has dado sobre toda carne, dé también vida eterna a todos los que tú le has dado. Ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo. Yo te he glorificado en la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste realizar.Ahora, Padre, glorifícame tú, junto a ti, con la gloria que tenía a tu lado antes que el mundo fuese. He manifestado tu Nombre a los hombres que tú me has dado tomándolos del mundo. Tuyos eran y tú me los has dado; y han guardado tu Palabra. Ahora ya saben que todo lo que me has dado viene de ti; porque las palabras que tú me diste se las he dado a ellos, y ellos las han aceptado y han reconocido verdaderamente que vengo de ti, y han creído que tú me has enviado.Por ellos ruego; no ruego por el mundo, sino por los que tú me has dado, porque son tuyos; y todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío; y yo he sido glorificado en ellos. Yo ya no estoy en el mundo, pero ellos sí están en el mundo, y yo voy a ti». (Jn 17,1-11a)
1. Leemos hoy y en los dos próximos días, toda la oración-testamento de Jesús, oración sacerdotal, oración por la unión de los cristianos: cuando “elevó sus ojos al cielo”, sus "ojos" expresan la actitud de todo su ser. Nosotros, por la fe, querríamos participar de este anhelo divino, de esta “presencia a oscuras” que decía Ernestina de Champourcin: “Estrella que viste a Dios, / dame un rayo de su luz. / ¡Oh nube que me lo ocultas, / desgarra un poco tu velo! / Águila que lo rozaste, / inclina hacia mí tus alas. / Sol que estuviste a sus pies, / ¡abrásame con tu fuego”: querríamos entrar en esta conversación íntima de Jesús en él Cenáculo, “en silencio”: “Quiero cerrar los ojos y mirar hacia dentro / para verte, Señor, / quiero cerrar los ojos y volver la mirada / al faro de tu amor; / quiero cerrar mis ojos y olvidar los paisajes / de tan lánguido ardor, / que en el alma despiertan morbosas inquietudes / de escondido dulzor; / quiero olvidar pupilas que en las mías clavaron / su hechizo tentador, / dejando para siempre temblando en mi recuerdo / su místico dolor. / Quiero cerrar los ojos y sentir de tu fuerza / el terrible vigor, / quiero cerrar los ojos y mirar hacia dentro / ¡para verte, Señor!” Es el deseo de ver al Señor, que llevamos dentro…
“Padre... Glorifica a tu Hijo para que tu Hijo te glorifique”. Este "glorificar" se repetirá cuatro veces en unas pocas frases: la "gloria", para toda la tradición bíblica, es el resplandor y honor de Dios. Pero no pensemos que la gloria de Dios es una autocomplacencia suya: es la salvación del hombre, y la salvación del hombre, es el conocimiento de Dios. Por eso sigue Jesús: “ya que le diste poder sobre toda carne [al Hijo], que él dé vida eterna a todos los que Tú le has dado”. Señor, que entre en esta "Vida" que es "conocerte", en el amor a Ti y a los demás. ¡Danos, Señor, este conocimiento vital de ti!: “Esta es la vida eterna: que te conozcan a Ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo a quien Tú has enviado”.
La segunda palabra importante, después de la de glorificar es la de "dar: en el evangelio de hoy, Jesús la pronuncia diez veces... El Padre ha "dado" poder al Hijo... ha "dado" la Gloria al Hijo... ha "dado" palabras al Hijo... Y Jesús "da" la vida eterna a los hombres... "da" las palabras del Padre a los hombres... La obra de Jesús es darnos lo que ha recibido del Padre. Darse es la actitud esencial del amor, junto a la unión: Jesús unido al Padre… Señor, úneme a ti, úneme a los demás pensando en Ti para darme con un amor más lleno. ¡Enséñame a amar de verdad! (Noel Quesson).
2. Hoy y mañana vemos a Pablo que se despide de los de Éfeso. Acosado en persecuciones, hace un viaje interior donde tiene premoniciones de que le “esperan cadenas y tribulaciones”. Se dirige a Jerusalén, «forzado por el Espíritu». Señor, que yo también me deje llevar por tu Espíritu, con la confianza de Pablo: «no me importa la vida: lo que me importa es completar mi carrera y cumplir el encargo que me dio el Señor Jesús: ser testigo del Evangelio, que es la gracia de Dios» (Hechos 20,17-27). Con la fuerza de tu Espíritu, recibiré tu Fortaleza – Valentía, Seguridad, Audacia- y podré decir con él: -“Yo nunca me acobardé, cuando era necesario anunciar la palabra de Dios”. Sentiría en su carne la tentación de huir, de callarse, de renunciar. Perdón, Señor por todas mis cobardías, por todos mis silencios.
Decía san Josemaría Escrivá: El camino del cristiano, el de cualquier hombre, no es fácil. Ciertamente, en determinadas épocas, parece que todo se cumple según nuestras previsiones; pero esto habitualmente dura poco. Vivir es enfrentarse con dificultades, sentir en el corazón alegrías y sinsabores; y en esta fragua el hombre puede adquirir fortaleza, paciencia, magnanimidad, serenidad (…) Lógicamente, en nuestra jornada no toparemos con tales ni con tantas contradicciones como se cruzaron en la vida de Saulo. Nosotros descubriremos la bajeza de nuestro egoísmo, los zarpazos de la sensualidad, los manotazos de un orgullo inútil y ridículo, y muchas otras claudicaciones: tantas, tantas flaquezas. ¿Descorazonarse? No. Con San Pablo, repitamos al Señor: siento satisfacción en mis enfermedades, en los ultrajes, en las necesidades, en las persecuciones, en las angustias por amor de Cristo; pues cuando estoy débil, entonces soy más fuerte”.
Señor, que como Pablo sepa yo dar mi vida. Ya no me pertenezco. Que Viva para Jesús. Que anuncie, por entero, la voluntad de Dios. Tal es el contenido de la liturgia de hoy: el don gratuito (Noel Quesson). Señor, que tenga generosidad y espíritu creativo, siempre a tu servicio, porque me deje llevar en todo momento por tu Espíritu. Que sea más y más totalmente de Cristo, con la fuerza del Espíritu, como reza aquella poesía de Ernestina de Champourcin: “Espíritu que limpias, santificas y creas. / Espíritu que abrasas y consumes la escoria, / Tú que aniquilas todo lo inútil y lo impuro / y puedes convertirnos en antorchas vivientes, // ciéganos con tu luz, ven y arrasa este mundo, ven y arrasa este mundo / sucio de tantos siglos que lo surcan y agobian… / Se nos derrumba el suelo maltrecho y abrumado / bajo la carga inmensa del tiempo y del dolor.
”Sana esta pobre tierra enferma de nosotros, / de nuestro andar confuso que no sabe abrir rastros, / de nuestra eterna duda con su temblor constante, / de las vacilaciones que ahogan la semilla.
”Desgaja, rompe, azota… Seremos leño dócil / si quieres inflamarnos para prender tu hoguera. / Visítanos, al fin, con un viento de gracia / que aniquile y destruya para sembrar de nuevo.
”Espíritu de Dios, quémanos las entrañas / con ese fuego oculto que corroe y devora. / Cuando sólo seamos unos huesos ardientes / se iniciará en nosotros la gloria de tu reino”.
3. Es lo que clama el Salmo de hoy: Derramaste una lluvia copiosa, oh Dios, / reconfortaste tu heredad extenuada. / Tu grey habitó en la heredad / que, en tu bondad, oh Dios, preparaste al pobre. // ¡Bendito sea el Señor, día tras día! / Él lleva nuestras cargas, es el Dios de nuestra salvación. / Dios es para nosotros el Dios que salva, / y al Señor, nuestro Dios, / debemos el escapar de la muerte”(67,10-11.20-21). Padre, te pido que yo no te abandone jamás; sepa sentirte como Padre lleno de amor, que me da fortaleza, protección. Te lo pido por intercesión de Santa María, mi amparo y auxilio.
Llucià Pou Sabaté

domingo, 17 de mayo de 2015

Lunes de la semana 7 de Pascua

Lunes de la semana 7 de Pascua

Hemos de fomentar una fe sin miedo a nada ni nadie, porque Jesús ha vencido todo lo malo, con Él estamos seguros
En aquel tiempo, los discípulos dijeron a Jesús: «Ahora sí que hablas claro, y no dices ninguna parábola. Sabemos ahora que lo sabes todo y no necesitas que nadie te pregunte. Por esto creemos que has salido de Dios». Jesús les respondió: «¿Ahora creéis? Mirad que llega la hora (y ha llegado ya) en que os dispersaréis cada uno por vuestro lado y me dejaréis solo. Pero no estoy solo, porque el Padre está conmigo. Os he dicho estas cosas para que tengáis paz en mí. En el mundo tendréis tribulación. Pero ¡ánimo!: yo he vencido al mundo». (Jn 16,29-33)
1. Jesús, tú sabes las cosas de Dios y lo que me da la felicidad, y te digo como los apóstoles: “ahora vemos que lo sabes todo… por esto creemos que has salido de Dios”. No eres como los maestros de este mundo, que se guardan el saber exclusivamente para sí y algunos de los suyos; es verdad lo que dices: "Todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer".
"El Espíritu de la verdad os conducirá a la verdad plena". Quiero rezarle hoy, en preparación de su fiesta: Espíritu de amor, creador y santificador de las almas, Espíritu de Verdad, ayúdame a parecerme más y más a Jesús, a pensar y hablar como Él, a amar y actuar como Él. Que sea fiel a tus mociones, y lleve la cruz de cada día con alegría con tu luz y tu fuerza. Que te sepa escuchar en mi silencio. He leído que un cristiano sin tu ayuda es como un animal fiero en un zoológico: los leones están tristes, los tigres ya no son fieros sino vagos, los búfalos apáticos… por eso dice el Salmo “pero a mí me das la fuerza de un búfalo y me unges con aceite nuevo” (91).
«¿Ahora creéis?», dice Jesús, que sabe muy bien que dentro de pocas horas le van a abandonar todos, asustados en una desbandada que vemos también en nuestro tiempo. Jesús no dice que la victoria es segura: «en el mundo tendréis luchas, pero tened valor: yo he vencido al mundo». Dice el Concilio Vaticano II: “Por lo demás, el Señor Jesús, que dijo: "Confiad, yo he vencido al mundo", no prometió a su Iglesia con estas palabras una victoria completa en este mundo. Pero se goza el Sagrado Concilio porque la tierra, repleta de la semilla del Evangelio, fructifica ahora en muchos lugares bajo la guía del Espíritu del Señor, que llena el orbe de la tierra”.
Jesús dice que ellos le dejarán solo, y añade: “Pero no estoy solo: el Padre está conmigo”. Señor, que sienta también yo tu presencia, también cuando llegue la cruz, las dificultades (Noel Quesson).
Son días para pensar en la fiesta de Pentecostés a la que nos preparan las lecturas, de la mano de María en este mes de mayo, y estos días contemplándola como Esposa del Espíritu Santo. Ella nos enseñará a guardar en nuestro corazón lo que oímos de la Palabra de Jesús, que está con nosotros “todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 16-20). El Señor se marcha, pero no nos deja huérfanos: se queda en la Iglesia: en los Sacramentos, en la Escritura, en la intimidad del corazón donde nos guía con su Espíritu: «Derrama sobre nosotros la fuerza del Espíritu, para que demos testimonio de ti con nuestras obras» (oración).
2. Entre los años 53 y 56, Pablo… llegó a Efeso, encontró a algunos discípulos y les preguntó: ¿Habéis recibido el Espíritu Santo al abrazar la fe? Ellos le respondieron: Ni siquiera hemos oído que haya Espíritu Santo”. Les instruyó y “al imponerles Pablo las manos, vino el Espíritu Santo sobre ellos, de modo que hablaban en lenguas y profetizaban” (Hechos 19,1-8). Quiero empaparme estos días de tu presencia, oh Santo Espíritu, y anunciarte a los que me rodean. Quiero vivir en ti: ayúdame a tener vida divina, nacer de nuevo, empaparme bien de tu fuente de agua viva, de la Eucaristía, de la Confesión. Ayúdame a cuidar la oración y sacrificios.
3. Al infundir en nuestros corazones el Don de su Amor, Dios habita en nosotros como en un templo; desde allí protege al débil, protege a su pueblo como profetizó Moisés y cantamos en el Salmo: “Se levanta Dios, y se dispersan sus enemigos… como el humo se disipa, se disipan ellos; / como se derrite la cera ante el fuego, / así perecen los impíos ante Dios. // En cambio, los justos se alegran, / gozan en la presencia de Dios, / rebosando de alegría. / Cantad a Dios, tocad en su honor… su nombre es el Señor… // Padre de huérfanos, protector de viudas, / Dios vive en su santa morada. / Dios prepara casa a los desvalidos, / libera a los cautivos y los enriquece” (67,2-7).
Llucià Pou Sabaté

Ascensión del Señor. Ciclo B

Ascensión del Señor; ciclo B

Jesús sube al cielo para que donde Él está vayamos también nosotros… mientras, nos regala el Espíritu Santo y su fuerza
En aquel tiempo, Jesús se apareció a los once y les dijo: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará. Estas son las señales que acompañarán a los que crean: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán en lenguas nuevas, agarrarán serpientes en sus manos y aunque beban veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien».Con esto, el Señor Jesús, después de hablarles, fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios. Ellos salieron a predicar por todas partes, colaborando el Señor con ellos y confirmando la Palabra con las señales que la acompañaban (Mc 16,15-20)
1. Jesús, nos cuentas hoy tu despedida: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación”.Decías a tus apóstoles: “¡No tengáis miedo!” Yo a veces tengo miedo, haz que deje mis miedos, quiero estar contigo sin miedo, Jesús: estos días quiero de verdad no tener miedo, ser amigo tuyo, y amigo de los demás. Ayúdame a creer más, que eres Tú que estás en la Eucaristía.
También decías a los apóstoles: “¡Mar adentro!” Dame esperanza, para ir contigo mar adentro. A veces me veo como cuando San Pedro dijo “soy un pecador” y Tú le transformaste de pecador a pescador. También yo quiero sentir tu voz, haz que lleve esperanza a todos, que los ayude, que los haga felices y así será el mejor momento de mi vida. Ir mar adentro es que estos días te acompañaré en mi trabajo, en estudiar en los exámenes de final de curso. Quiero esforzarme en luchar por ser santo, mejorar con esfuerzo en portarme bien, no quejarme cuando algo me cuesta o no me gusta lo que hemos de hacer. Ir mar adentro es que voy a buscarte en mi corazón, para decirte que te quiero, ayúdame a quererte más y mejor, no pensar en mí sino en los demás. Quiero ser tu amigo para siempre, te doy las gracias porque has venido a mi alma, has sufrido y muerto en la cruz porque me amas, y has resucitado también por mí, para hacerme hijo de Dios, y me has perdonado en la confesión. 
Sigo leyendo del Evangelio: “después de hablarles, ascendió al cielo y se sentó a la derecha de Dios. Ellos fueron y proclamaron el Evangelio por todas partes, y el Señor actuaba con ellos”.Hablar contigo, Jesús, es muy fácil porque te vas pero te quedas: es como conectar con un amigo por teléfono. También me sirve mirar una imagen de la Virgen para animarme.  A ti te basta que te quiera, Jesús, y aunque no te veo ni te oigo sé que me estás mirando y que me oyes. Te necesito, para aguantar el esfuerzo sin desánimos, hacer las paces y no ser violento, no buscar lo que me gusta sino lo que va a ayudar a los demás…
Me llegó esta oración, que nos puede ayudar a ambientarnos en esta vida del Espíritu Santo en nuestra alma y el mundo:
    Cuando el olvido y la indiferencia nos alejan del hermano: ¡Ven Espíritu de Amor, Bondad y Ternura!
    Cuando la incomprensión nos aísla: ¡Ven Espíritu de Sabiduría y Unión!
    Cuando la mentira nos envuelve: ¡Ven Espíritu de Verdad!
    Cuando las tinieblas nos encubren y envuelven la realidad: ¡Ven Espíritu de claridad y transparencia!
    Cuando el egoísmo nos puede: ¡Ven Espíritu de Jesús, ayúdanos a ser paro los demás!
    Cuando la pereza nos paraliza: ¡Ven y sacúdenos, Espíritu de servicio!
    Cuando la incredulidad nos ciega: ¡Ven, Espíritu Santo, y danos sabiduría!
    Cuando el desánimo nos domina: ¡Ven con tu Esperanza, Espíritu Santo!
    Cuando la debilidad nos puede: ¡Ven, Espíritu de Fortaleza!
    Cuando la mediocridad es nuestro pan de cada día: ¡Ven Espíritu de Jesús, y empújanos a una Entrega Total!
    Cuando la tristeza nos amenaza: ¡Ven, Espíritu de Alegría y fiesta cristiana!
    Cuando la exigencia del Reino nos llama: ¡Ven, Espíritu Santo, y camina con nosotros!
2. Los Hechoscuentan de esa presencia del Espíritu de Dios, cómo “Jesús fue haciendo y enseñando hasta el día en que dio instrucciones a los apóstoles, que había escogido movido por el Espíritu Santo, y ascendió al cielo”. Se les apareció resucitado durante cuarenta días, y les habló del reino de Dios… y les dijo: -“Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los confines del mundo”. Luego, subió al cielo.Enhorabuena, Señor, por tu triunfo. / Has ascendido y eres / lo más alto que existe. / Has batido el record absoluto / de amor a la humanidad. // También a mí me gusta el triunfo, / el hacer carrera y el éxito, / pero soy muy diferente a Ti. // Cuando yo gano, otros pierden. / Cuando ganas Tú, ganamos todos. / Lo mío suele ser un éxito / frente a otros jóvenes. / Lo tuyo es una victoria / para todos los hombres. // Enséñame, Señor, a no subir / a costa de los demás. / Enséñame a servir a todos / deportivamente.
Terminan los 40 días desde la Resurrección, pero la Pascua continúa estos 10 días hasta Pentecostés, pero en realidad, Jesús, sé que la Pascua continúa con tu presencia entre nosotros, especialmente en el domingo, pues nos dices que no te vas: "Yo estaré siempre con vosotros hasta la consumación de los siglos". Lástima, que te has hecho invisible. S. Pablo dice que has subido “a los cielos para llenarlo todo con su presencia". Ahora, nos toca a nosotros, es la misión de la Iglesia. Por eso los ángeles nos invitan a no quedarnos “mirando al cielo”, pues hay mucho que hacer en la tierra.
3. El Salmo canta con alegría, mientras los judíos subían desde el río hasta lo alto del templo, a este Jesús que es reclamado por Dios:“sube tú y el arca de tu alianza”, dirá el salmo, anunciando que también la Virgen subirá, y allí donde Él está, también tenemos un lugar, nos introduce en Dios, por eso lo aclamamos con más ganas: “pueblos todos, batid palmas… Dios asciende entre aclamaciones… Dios es el rey del mundo… se sienta en su trono sagrado”. Es Cristo resucitado que sube a la derecha del Padre, y a nosotros nos ha escogido como su heredad. Su triunfo es, pues, nuestro triunfo.
4. Nos desea San Pablo este “Espíritu de sabiduría” de Dios “según la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándolo de entre los muertos”, y ese poder ahora actúa en nosotros como una fuerza interior. Leí hace poco de un niño al que le encantaban los circos, y lo que más le gustaba eran los elefantes. En una función había uno que deslumbraba por su poderío, su tamaño y fuerza descomunal... pero después de su actuación el enorme animal quedaba atado por una de las patas con una sencilla cadena sujeta a una pequeña estaca clavada en el suelo: no era más que un pedazo de madera apenas enterrado unos centímetros en la tierra; se preguntaba cómo un animal con fuerza capaz de arrancar árboles no arrancaba la estaca. ¿Qué le impedía liberarse? El niño preguntó por ese misterio a su padre, quien le explicó que no se escapaba porque “estaba amaestrado”. Pero el misterio seguía: si estaba amaestrado, ¿para qué la cadena?... Con el tiempo descubrió que el elefante del circo no escapa porque ha estado atado a una estaca parecida desde que era muy pequeño. Podemos imaginarnos al pequeño elefante intentando liberarse de la estaca, demasiado fuerte para su edad. Probaría un día y otro, hasta que el animal aceptó su impotencia y se resignó a su destino. Como tiene memoria de elefante, ese animal enorme y poderoso no escapa porque se acuerda de que no podía, y piensa que no puede. El recuerdo de la impotencia que siente desde pequeño, le acompaña toda la vida. Y lo peor es que jamás se ha planteado de nuevo la posibilidad de vencer. Señor, que aprenda de esta bonita imagen de los límites que tantas veces nos aprisionan en la vida, sin conocer que podemos mucho más de lo que encierran esas limitaciones. Señor, hazme ver como hay campeones que no se hunden ante las dificultades, que no cesan hasta romper las estacas a las que se atan… Dame tu fortaleza, esa superación, el esfuerzo, que me libere de muchas “estacas” que me aprisionan, que sepa tener paciencia para pasar por encima de los muros que me dificultan, o por debajo, o que simplemente los ignore... ¿Qué estacas tengo atadas que me quitan libertad? Quizá probamos una y otra vez algo y ya pensamos que no podemos conseguirlo, grabamos en nuestra memoria un "no puedo... no puedo y nunca podré", perdiendo la confianza. “Sabemos” que no podemos pero no consideramos que la única manera de “saber”, es “intentar de nuevo” poniendo todo el corazón, todo nuestro esfuerzo: levantarnos puntuales, estudiar, atender en clase o en lo que toca.
Jesús se queda con su espíritu de fortaleza, hace realidad ese afán del amor: una madre que dice a su hijo “te comería a besos”… de alguna manera eso dice Él: “toma, cómeme”, se nos da y queremos acabar, por intercesión de Santa MaríaMadre mía, ayúdame a dar gracias a mi Jesús porque se has quedado en la Comunión, que está dentro de mí y dentro de todos los que le hemos recibido. Ayúdame para que no desaproveche estos momentos tan bonitos en los que estás conmigo, y recibirle como tú en Nazaret, o en las misas con san Juan. Que sepa abrirme como tú al Espíritu Santo, el mejor regalo que recibimos, para que sea mi amigo inseparable, que por muy bajito que me hable, le escuche, Él que está dentro de mí y me dará fuerza en la lucha de la vida, y me ayudará en mis problemas, a superar esos muros, y seré más bueno, alegre y estudioso y sano, y todos estarán contentos de mí: viviré alegre para hacer felices a los demás. Ésta es la perla preciosa que he encontrado, que quiero mimar y ayudar a crecer, no perderla, mirándome en el espejo que es Jesús, que estos días de Pascua he acogido como mejor he podido en mi corazón.
Llucià Pou Sabaté

viernes, 15 de mayo de 2015

Sábado de la semana 6 de pascua

Sábado de la semana 6 de Pascua

Lo que pedimos a Dios en nombre de Jesús, se nos concederá; y como fruto de la oración, viviremos el apostolado
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «En verdad, en verdad os digo: lo que pidáis al Padre os lo dará en mi nombre. Hasta ahora nada le habéis pedido en mi nombre. Pedid y recibiréis, para que vuestro gozo sea colmado. Os he dicho todo esto en parábolas. Se acerca la hora en que ya no os hablaré en parábolas, sino que con toda claridad os hablaré acerca del Padre. Aquel día pediréis en mi nombre y no os digo que yo rogaré al Padre por vosotros, pues el Padre mismo os quiere, porque me queréis a mí y creéis que salí de Dios. Salí del Padre y he venido al mundo. Ahora dejo otra vez el mundo y voy al Padre» (Jn 16,23-28).
1. En vigilias de la Ascensión del Señor, el Evangelio nos deja unas palabras de despedida entrañables. Jesús nos hace participar de su misterio más preciado; Dios Padre es su origen y es, a la vez, su destino: «Salí del Padre y he venido al mundo. Ahora dejo otra vez el mundo y voy al Padre» (Jn 16,28). “Y esta filiación divina de Jesús nos recuerda otro aspecto fundamental para nuestra vida: los bautizados somos hijos de Dios en Cristo por el Espíritu Santo. Esto esconde un misterio bellísimo para nosotros: esta paternidad divina adoptiva de Dios hacia cada hombre se distingue de la adopción humana en que tiene un fundamento real en cada uno de nosotros, ya que supone un nuevo nacimiento. Por tanto, quien ha quedado introducido en la gran Familia divina ya no es un extraño” (Xavier Romero).
Jesús les promete a sus discípulos que la oración que dirijan al Padre en nombre de Jesús será eficaz, «para que vuestra alegría sea completa». Él está íntimamente unido al Padre. Jesús, que mi alegría sea completa por estar unido a ti, como nos ha dicho: «permaneced en mí y yo en vosotros», «permaneced en mi amor». Orar es entrar en la órbita de Dios, mirar todo con sus ojos, amar con su corazón. Así me uniré a tu voluntad, Señor, y ya es “eficaz” mi oración entonces: «todo cuanto pidáis en la oración, creed que ya lo habéis recibido» (Mc 11,24). “En verdad, en verdad os digo: si algo pedís al Padre en mi nombre, os lo concederá… pedid y recibiréis, para que vuestro gozo sea completo”.
Rezaba S. Josemaría Escrivá: “Una oración al Dios de mi vida. Si Dios es para nosotros vida, no debe extrañarnos que nuestra existencia de cristianos haya de estar entretejida en oración. Pero no penséis que la oración es un acto que se cumple y luego se abandona. Por la mañana pienso en ti; y, por la tarde, se dirige hacia ti mi oración como el incienso. Toda la jornada puede ser tiempo de oración: de la noche a la mañana y de la mañana a la noche. Más aún: como nos recuerda la Escritura Santa, también el sueño debe ser oración”. Señor, que recuerde cómo tú pasabas a veces la noche en oración, y quiero pedirte como los discípulos: “Señor, enséñanos a orar” así como lo hacían los primeros, que animados de un mismo espíritu, perseveraban juntos en oración (Hch 1,4).
“El temple del buen cristiano se adquiere, con la gracia, en la forja de la oración. Y este alimento de la plegaria, por ser vida, no se desarrolla en un cauce único. El corazón se desahogará habitualmente con palabras, en esas oraciones vocales que nos ha enseñado el mismo Dios, Padre nuestro, o sus ángeles, Ave María. Otras veces utilizaremos oraciones acrisoladas por el tiempo, en las que se ha vertido la piedad de millones de hermanos en la fe: las de la liturgia -lex orandi-, las que han nacido de la pasión de un corazón enamorado, como tantas antífonas marianas: Sub tuum praesidium…,Memorare…, Salve Regina
En otras ocasiones nos bastarán dos o tres expresiones, lanzadas al Señor como saeta, iaculata: jaculatorias, que aprendemos en la lectura atenta de la historia de Cristo: Domine, si vis, potes me mundare (Mt 8,2), Señor, si quieres, puedes curarme; Domine, tu omnia nosti, tu scis quia amo te (Jn 21,17), Señor, Tú lo sabes todo, Tú sabes que te amo; Credo, Domine, sed adiuva incredulitatem team (Mt 9,23), creo, Señor, pero ayuda mi incredulidad, fortalece mi fe; Domine, non sum dignus (Mt 8,8), ¡Señor, no soy digno!; Dominus meus et Deus meus (Jn 20,18), ¡Señor mío y Dios mío!… U otras frases, breves y afectuosas, que brotan del fervor íntimo del alma, y responden a una circunstancia concreta” (ibid.). Y además necesitamos unos ratos diarios, dedicados a rezar; junto al Sagrario si podemos, en esa “cárcel de amor” por nosotros donde Jesús nos espera.
“Oración mental es ese diálogo con Dios, de corazón a corazón, en el que interviene toda el alma: la inteligencia y la imaginación, la memoria y la voluntad”, para que así todos se convierta “en una alabanza continua a Dios. Nos mantendremos en su presencia, como los enamorados dirigen continuamente su pensamiento a la persona que aman, y todas nuestras acciones -aun las más pequeñas- se llenarán de eficacia espiritual” (ibid.). Señor, te pido me ayudes en el combate de la oración, porque es una lucha de fe, de preferir estar contigo a hacer otras cosas.
2. En este tercer viaje apostólico, Pablo va de Éfeso a Cesarea, luego Jerusalén y Antioquía... Luego, Galacia y Frigia (Hechos 18, 23-28). Señor, te pido que también yo haga apostolado, en mi ambiente de trabajo, como nos pides: “me serviréis de testigos en Jerusalén y en toda la Judea y Samaría y hasta el cabo del mundo”. Lléname del ardor de tu corazón: “fuego he venido a traer a la tierra y qué he de querer sino que arda”. “Fuego de apostolado que se robustece en la oración: no hay medio mejor que éste para desarrollar, a lo largo y a lo ancho del mundo, esa batalla pacífica en la que cada cristiano está llamado a participar: cumplir lo que resta que padecer a Cristo” (san Josemaría Escrivá).
3. Dios es el Rey del mundo, y por eso cantamos con el salmista: “Pueblos todos, batid palmas, /aclamad a Dios con gritos de júbilo; / porque el Señor es sublime… Dios es el rey del mundo… reina sobre las naciones, / Dios se sienta en su trono sagrado… él es excelso” (Salmo 46,2-3.8-10). Señor, que sepa aclamar tu nombre y proclamar tu Reino, ofrecerte todo por amor, a ti que eres mi Rey; lo pongo en manos de mi madre Santa María, que sabrá presentarte mejor estas ofrendas. Amén.
Llucià Pou Sabaté

jueves, 14 de mayo de 2015

Viernes de la semana 6 dePascua

Viernes de la semana 6 de Pascua

Jesús con su Espíritu nos invita a ser hijos de Dios: a no tener miedo, al gozo de la alegría.
En aquel tiempo, Jesús habló así a sus discípulos: «En verdad, en verdad os digo que lloraréis y os lamentaréis, y el mundo se alegrará. Estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo. La mujer, cuando va a dar a luz, está triste, porque le ha llegado su hora; pero cuando ha dado a luz al niño, ya no se acuerda del aprieto por el gozo de que ha nacido un hombre en el mundo. También vosotros estáis tristes ahora, pero volveré a veros y se alegrará vuestro corazón y vuestra alegría nadie os la podrá quitar. Aquel día no me preguntaréis nada»  (Jn 16,20-23a).
1. Mucha gente suele comenzar hoy el Decenario del Espíritu Santo. Con María están los Apóstoles, y me gustaría estar en las conversaciones que mantendrían durante aquellos días. ¡Señor, que mi oración cada día, conversación contigo, sea tan cordial y llena! Madre de la Iglesia naciente, te pido que nos guíes para recibir los dones y los frutos del Espíritu Santo. Los dones son como la vela de una embarcación cuando está desplegada y el viento —que representa la gracia— le va a favor: ¡qué rapidez y facilidad en el camino!
El Señor nos promete también en nuestra ruta convertir las fatigas en alegría: «Vuestra alegría nadie os la tomará» (Jn 16,23) y «vuestra alegría será completa» (Jn 16,24). Durante toda esta semana, la Liturgia nos habla de rejuvenecer, de exultar (saltar de alegría), de la felicidad segura y eterna. Todo nos lleva a vivir de oración. Como nos dice san Josemaría: «Quiero que estés siempre contento, porque la alegría es parte integrante de tu camino. —Pide esa misma alegría sobrenatural para todos».
“El ser humano necesita reír para la salud física y espiritual. El humor sano enseña a vivir. San Pablo nos dirá: «Sabemos que todas las cosas contribuyen al bien de los que aman a Dios» (Rom 8,28). ¡He aquí una buena jaculatoria!: «¡Todo es para bien!»: «Omnia in bonum!»”(Joaquim Font).
En la Escritura, los dolores del parto son los que tienen más sentido por traer una nueva vida al mundo. Aquí Jesús nos hablará de ese dolor como paso del alumbramiento a la vida eterna. En el cuadro del entierro del Conde Orgaz, de “el Greco” se ve en primer plano los que rodean al cuerpo del difunto, pero más arriba se pinta la subida de su alma al cielo, que acoge la Virgen cuando pasa por un “útero” para ese nuevo nacimiento. Señor, que sepa ver sufrimientos de esta vida con un valor de gloria, como el gusano que se transforma en mariposa. Que sepa prepararme con la cruz de cada día a salir de este mundo para entrar en la gloria. Jesús, hazme ver que vas al Padre para que recibamos tu Espíritu. María, madre mía, que nos traen a la vida sobrenatural como nueva Eva, dame fe que alumbre mi vida con la esperanza de la Vida: “Recordad: La mujer cuando va a dar a luz, siente tristeza, porque ha llegado su hora; pero en cuanto da a luz al niño, ni se acuerda del apuro que pasó, porque la inunda la alegría de que al mundo le ha nacido un hombre”. Así alguna mujer cuando tiene su criatura piensa que es demasiado dolor, pero al rato de querer a su hijo ya está feliz de poder tenerlo. “También vosotros ahora sentís tristeza; pero volveré a veros y se alegrará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestra alegría. Y aquel día no me preguntaréis nada (Juan 16,20-23).
Señor, te canto con la “sevillana”: "algo se muere en el alma, cuando un amigo se va", pero quiero estar alegre, porque Tú te quedas… Como nos dice san Josemaría: «Quiero que estés siempre contento, porque la alegría es parte integrante de tu camino. —Pide esa misma alegría sobrenatural para todos».
2. Esta es la alegría que el Señor le da a Pablo, aun en medio de la persecución: "No temas, habla sin callar nada, porque yo estoy contigo." Señor, sé que esta alegría viene de tenerte: «¡Que yo no tema!», «¡que me sepa contigo!» Danos también, Señor, esta seguridad.
3. Señor, te pido que toda nuestra vida se convierta en una continua alabanza de tu santo Nombre, como nos invita el salmista: «Porque el Señor es sublime y terrible, emperador de toda la tierra… Él nos escogió por heredad suya: gloria de Jacob su amado. Dios asciende entre aclamaciones; / el Señor, al son de trompetas: / tocad para Dios, tocad, / tocad para nuestro rey, tocad” (Salmo 47/46,2-7). Y en el Salmo 126,6 nos recuerda el llanto y alegría del sufrimiento de la madre, de la partida de Jesús, de todo dolor que se convierte en cruz: «Al ir, va llorando, llevando la semilla; al volver, vuelve cantando trayendo sus gavillas». Jesús, dame paciencia, para no precipitarme antes de que salga el fruto de lo que me cuesta; que no abandone la lucha; que no absolutice algún aspecto malo de mi vida o de la de los demás, sino que tenga visión de conjunto, como decía Santo Tomás: «Por experiencia sabemos que, cuando soportamos pruebas difíciles por alguien a quien queremos, no se derrumba el amor sino que crece (...). Y así los santos, que soportan por Dios contrariedades, se afianzan en su amor con ello; es como un artista, que se encariña más con la obra que más sudores le cuesta».
Hoy día, hay modelos distintos: máximo rendimiento sin contar con las personas, el egoísmo elevado a actividad económica; lo efímero, sin ahorrar para el mañana; una educación basada en cosas que eviten el esfuerzo; unos políticos que no son modelo de integridad ética; choca con la música del darse, del sacrificio y de la cruz: «La relativa y pobre felicidad del egoísta, que se encierra en su torre de marfil, en su caparazón..., no es difícil conseguirla en este mundo.   -Pero la felicidad del egoísta no es duradera.
Este amor infinito de Dios para con cada uno de nosotros se manifiesta de modo pleno en Jesucristo. En Él se encuentra la alegría que buscamos. En el Evangelio vemos cómo los hechos que marcan el inicio de la vida de Jesús se caracterizan por la alegría. Cuando el arcángel Gabriel anuncia a la Virgen María que será madre del Salvador, comienza con esta palabra: «¡Alégrate!» (Lc 1,28). En el nacimiento de Jesús, el Ángel del Señor dice a los pastores: «Os anuncio una buena noticia que será de gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor» (Lc 2,11). Y los Magos que buscaban al niño, «al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría» (Mt 2,10). El motivo de esta alegría es, por lo tanto, la cercanía de Dios, que se ha hecho uno de nosotros. Esto es lo que san Pablo quiso decir cuando escribía a los cristianos de Filipos: «Alegraos siempre en el Señor; os lo repito, alegraos. Que vuestra mesura la conozca todo el mundo. El Señor está cerca» (Flp 4,4-5). La primera causa de nuestra alegría es la cercanía del Señor, que me acoge y me ama.
¿Vas a perder por esa caricatura del cielo, la Felicidad de la Gloria, que no tendrá fin?» (san Josemaría Escrivá, Camino, 29). La paciencia está unida a la esperanza; hay dificultades, esfuerzo… «Pero vuestra tristeza se convertirá en gozo.» Gozo como fruto del Espíritu Santo, alegría del trabajo hecho, de que “hay más gozo en dar que en recibir”; el gozo de tenerte, Jesús, que nos dices: «Y nadie os quitará vuestro gozo.» La alegría era el lema del 2012 de la Jornada de la Juventud: «¡Alegraos siempre en el Señor!» (Flp 4,4). Y decía Benedicto XVI: “la alegría es un elemento central de la experiencia cristiana… Vemos la fuerza atrayente que ella tiene: en un mundo marcado a menudo por la tristeza y la inquietud, la alegría es un testimonio importante de la belleza y fiabilidad de la fe cristiana… En Jesucristo… se encuentra la alegría que buscamos… Cuando el arcángel Gabriel anuncia a la Virgen María que será madre del Salvador, comienza con esta palabra: «¡Alégrate!» (Lc 1,28). En el nacimiento de Jesús, el Ángel del Señor dice a los pastores: «Os anuncio una buena noticia que será de gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor» (Lc 2,11). Y los Magos que buscaban al niño, «al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría» (Mt 2,10). El motivo de esta alegría es, por lo tanto, la cercanía de Dios, que se ha hecho uno de nosotros. Esto es lo que san Pablo quiso decir cuando escribía a los cristianos de Filipos: «Alegraos siempre en el Señor; os lo repito, alegraos… El Señor está cerca» (Flp 4,4-5). La primera causa de nuestra alegría es la cercanía del Señor, que me acoge y me ama”. Va citando personajes que al encuentro con Jesús se llenan de alegría: Zaqueo «lo recibió muy contento» (Lc 19,5-6). Y antes de la Pasión, en la Cena, dirá: «Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud» (Jn 15,9.11). “Jesús quiere introducir a sus discípulos y a cada uno de nosotros en la alegría plena, la que Él comparte con el Padre, para que el amor con que el Padre le ama esté en nosotros (cf. Jn 17,26). La alegría cristiana es abrirse a este amor de Dios y pertenecer a Él”. Y en los encuentros con el Resucitado, María Magdalena y otras, «llenas de miedo y de alegría», “corrieron a anunciar la feliz noticia a los discípulos. Jesús salió a su encuentro y dijo: «Alegraos» (Mt 28,8-9)… El mal no tiene la última palabra sobre nuestra vida, sino que la fe en Cristo Salvador nos dice que el amor de Dios es el que vence.
Esta profunda alegría es fruto del Espíritu Santo que nos hace hijos de Dios, capaces… de dirigirnos a Él con la expresión «Abba», Padre (cf. Rm 8,15). La alegría es signo de su presencia y su acción en nosotros”.
Llucià Pou Sabaté

miércoles, 13 de mayo de 2015

Jueves de la semana 6 de Pascua

Jueves de la semana 6 de Pascua

Jesús se despide pero se queda en la Iglesia, y con su Espíritu extiende su reino, y convierte las tristezas en alegrías.
En aquel tiempo, Jesús habló así a sus discípulos: «Dentro de poco ya no me veréis, y dentro de otro poco me volveréis a ver». Entonces algunos de sus discípulos comentaron entre sí: «¿Qué es eso que nos dice: ‘Dentro de poco ya no me veréis y dentro de otro poco me volveréis a ver’ y ‘Me voy al Padre’?». Y decían: «¿Qué es ese ‘poco’? No sabemos lo que quiere decir». Se dio cuenta Jesús de que querían preguntarle y les dijo: «¿Andáis preguntándoos acerca de lo que he dicho: ‘Dentro de poco no me veréis y dentro de otro poco me volveréis a ver?’. En verdad, en verdad os digo que lloraréis y os lamentaréis, y el mundo se alegrará. Estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo» (Jn 16,16-20).
1. “Dentro de un poco ya no me veréis, y dentro de otro poco me volveréis a ver...” Hoy tocaría celebrar la Ascensión, el día de la despedida... sobre esto leí con gusto estos versos de no sé quien: “Hoy, Jesús, más que la muerte, / temo, Señor, tu partida / y quiero perder la vida / mil veces más que perderte, / pues la inmortal que Tú das / sé que alcanzarla no puedo / cuando yo sin ti me quedo, / cuando Tú sin mí te vas”. Jesús se queda en presencia de amor. Amar es estar presente en el amado; el amado está presente en el amante. Así, con esa presencia de intención muy fuerte, sitúa Santo Tomás la presencia del Espíritu Santo en el alma, en esa labor de “sinergia” de “Él y yo” que llamamos “camino de santidad”. Los que se aman, están unidos estén físicamente juntos o distantes. Se habla incluso de telepatía, comunicación más allá del espacio, que en la fe “notamos” como “comunión de los santos”. Jesús, te pido que así como estás en el Padre, estés en mí por tu Espíritu; que me una a ti en la Eucaristía, como has dicho: "El que come mi carne y bebe mi sangre, vive en mí y yo en él". Que me una a ti en la Iglesia, que yo me alimente de la Eucaristía y que tu presencia dé fecundidad...
“Lloraréis y os lamentaréis, en cambio el mundo se alegrará; vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo. Dejará a los apóstoles llorando al irse, pero llega pronto el día de la resurrección, “el primero de la semana”, que luego se llamará “domingo: día del Señor”. Jesús resucitado, que sepa yo también estar alegre en este encuentro contigo, que tal como viniste aquellos días en cuerpo presente, glorioso, vienes ahora sacramentalmente, en el Pan y el Vino consagrados, en la comunidad, en la Palabra, en la paz que traes a nuestros corazones, en la Reconciliación cuando vivo la experiencia de tu redención, en un “hoy” que está a nuestra disposición sacramentalmente. Dame esta alegría de tu compañía, con ese amor tuyo que canta el profeta Amós: “aunque una madre se olvidase de su hijo, yo nunca me olvidaré”. Hazme ver, Señor, que podemos unirnos a Ti de una forma más intensa que cuando estabas en la tierra, como dice san Pablo: “¿Quién nos podrá separar del amor de Dios manifestado en Jesús?... ni la muerte ni la vida...” Jesús, te pido hoy que esta Nueva Alianza entre Dios y los hombres, sellada por tu Preciocísima Sangre, me ate a ti con el cemento de tu amor, de manera que realices en mí ese cambio de mentalidad (metanoia, dice la Escritura), un cambio de dirección en mi vida, que no es de un día sino algo así como hacer de hijo pródigo cada día, un ir contigo, por el camino de la vida, hacia la casa del Padre.
2. Vemos hoy a Pablo en Corinto (está año y medio, del 49-51), ciudad viva, de ambiente romano, capital de Acaya. De mucho comercio, y mala fama. Aquila y su mujer Priscila, huidos de Roma por la persecución de Claudio, lo acogieron y él trabajó confeccionando tiendas. Predicó a los judíos, pero al encontrar resistencia determinó: “Desde ahora me dirigiré a los gentiles” (Hechos 18,1-8). Señor, hazme atento a tu salvación; que sepa colaborar contigo. Que sepa entender la libertad, aquello de san Agustín: “Dios, que te ha creado sin contar contigo, no te salvará sin ti”. Que sepa abrirte mi corazón, pues sólo puedes convertirme si te abro la puerta. Tú, Señor, no te impones: propones. No te demuestras, sino te “muestras” en la fe. Te pido paciencia para conmigo y con los demás, como tú la tienes con todos nosotros. Que, como nos muestra este libro de Lucas (que se ha llamado el Evangelio del Espíritu Santo) sepa dejarme llevar por tu Fortaleza, como dice S. Juan Crisóstomo: “estos galileos, hasta hace poco tan pusilánimes y toscos, aparecen cambiados en hombres nuevos que desprecian las riquezas y los honores, las llamas de la cólera y la codicia de los sentidos, porque han sido hechos superiores a toda pasión”.
3. Cantamos al Señor en el Salmo “un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas; su diestra le ha dado la victoria, su santo brazo. El Señor da a conocer  su victoria, revela a las naciones su justicia; se acordó de su misericordia y su fidelidad en favor de la casa de Israel”. Juan Pablo II señalaba: “se trata de un himno al Señor, rey del universo y de la historia...: cántico perfecto, rebosante, solemne, acompañado por música festiva... se abre con la proclamación de la intervención divina dentro de la historia de Israel... liberación de la esclavitud de Egipto. La alianza con el pueblo de la elección es recordada a través de dos grandes perfecciones divinas: «amor» y «fidelidad»...: en el Evangelio «la justicia de Dios se ha revelado», «se ha manifestado»... Dios realiza la salvación en Cristo, hijo de Israel; todas las naciones lo ven y son invitadas a aprovecharse de esta salvación, dado que el Evangelio «es potencia de Dios para la salvación de todo el que cree: del judío primeramente y también del griego», es decir el pagano (Rm 1,16). Ahora «los confines de la tierra» no sólo «han contemplado la victoria de nuestro Dios» (Sl 97,3), sino que la han recibido”. “Cántico nuevo –dice Orígenes- es el Hijo de Dios que fue crucificado -algo que nunca antes se había escuchado-. A una nueva realidad le debe corresponder un cántico nuevo. ‘Cantad al Señor un cántico nuevo’. Quien sufrió la pasión en realidad es un hombre; pero vosotros cantáis al Señor. Sufrió la pasión como hombre, pero redimió como Dios... hizo milagros en medio de los judíos: curó a paralíticos, purificó a leprosos, resucitó muertos. Pero también lo hicieron otros profetas. Multiplicó los panes en gran número y dio de comer a un innumerable pueblo. Pero también lo hizo Eliseo. Entonces, ¿qué es lo que hizo de nuevo para merecer un cántico nuevo? ¿Queréis saber lo que hizo de nuevo? Dios murió como hombre para que los hombres tuvieran la vida; el Hijo de Dios fue crucificado para elevarnos hasta el cielo”.
Cristo vence al mal, con su muerte (humana) nos da la vida (pues Él como Dios no muere, y vence a la antigua serpiente o Satanás). Señor, que en las tentaciones a ti acudamos, que tu Espíritu nos fortalezca, que con nuestra vida digamos: “Santificado sea tu nombre”.
Llucià Pou Sabaté

martes, 12 de mayo de 2015

Miércoles de la semana 6 de Pascua

Miércoles de la semana 6 de Pascua

El Espíritu Santo es maestro de la Verdad que buscamos, que hemos de propagar como vemos que hace san Pablo.
En aquel tiempo, Jesús habló así a sus discípulos: «Mucho tengo todavía que deciros, pero ahora no podéis con ello. Cuando venga Él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa; pues no hablará por su cuenta, sino que hablará lo que oiga, y os anunciará lo que ha de venir. Él me dará gloria, porque recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso he dicho: Recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros» (Jn 16,12-15).
1. Jesús lleva a los discípulos hasta la Verdad plena, completando sus enseñanzas y dándoles a conocer las realidades futuras: “Cuando venga Él, el Espíritu de la Verdad, os guiará hasta la verdad plena, pues lo que hable no será suyo: hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir”. Esta verdad interior irá abriéndose en nuestra vida y la historia. Santa Teresa de Jesús fue muy atacada, y ante las acusaciones (que podían costarle cárcel y torturas) dice: “no lo miro como alguien que desea mi mal, sino como un ministro de Dios Nuestro Señor, escogido por el Espíritu Santo como intermediario para hacerme el bien y ayudarme a realizar mi salvación. Creedme, la lanza mejor y más fuerte para conquistar el cielo es la paciencia. Ella es la que hace al hombre poseedor y dueño de su propia alma, como dijo Nuestro Señor a sus Apóstoles…” y le pedimos al Espíritu de Verdad cono la santa: que te vea como Señor de la historia, que vas abriéndome a Jesús, para que así como Él no "hace nada por sí mismo", yo también esté íntimamente unido al Padre, por Jesús, sin preocuparme por tantas cosas de la vida, que si Tú las permites serán para mí ocasiones de merecer. “Todo lo que tiene el Padre es mío (Jn 16,15). Es el Espíritu Santo quien nos hace entender las cosas buenas, hacer el bien, seguir a Jesús…
2. Atenas en la antigüedad, con su medio millón de habitantes (dos tercios son esclavos y pobres), es la ciudad cosmopolita, mezcla de toda raza, centro de la cultura antigua (pero sin ser brillante como en los tiempos de Aristóteles y Platón). Señor, que sepa yo también, como Pablo, llevar tu nombre a tantos ambientes, como los nuevos Aerópagos como internet: “Entonces Pablo, de pie en medio del Areópago, dijo: Atenienses, en todo veo que sois más religiosos que nadie, pues al pasar y contemplar vuestros monumentos sagrados he encontrado también un altar en el que estaba escrito: Al Dios desconocido. Pues bien, yo vengo a anunciaros lo que veneráis sin conocer”. Que sepa hablar de ti, Dios mío, “Señor del cielo y de la tierra”, que fijas “las edades de su historia” que sepa mostrarte como Quien “no está lejos de cada uno de nosotros, ya que en Él vivimos, nos movemos y existimos”, usando el lenguaje del mundo, como les dice a los griegos: “como han dicho algunos de vuestros poetas: Porque somos también de su linaje”. El otro día leímos en el colegio la escena del “becerro de oro” y Moisés. Al preguntar a los niños qué era un “ídolo”, respondían: “un dios falso”. Y al pasar a comentar si eran ídolos (en otra acepción de la palabra) los jugadores de fútbol como Ronaldo o Messi, veían que no podemos tomarnos tan en serio un deporte, como si fuera una religión. Señor, te pido que no me impida verte ni el dinero ni tantas cosas de la tierra. También te pido hacer como Pablo en este su su discurso más largo, darte a conocer usando el diálogo con el pensamiento que hay en mi mundo: buscar lo que une y buscar la verdad. Pero que no deje de dar testimonio, y hable como él de la «resurrección de los muertos», aunque muchos no le escuchan ya, algunos se convirtieron (Hch 17,15.22-18,1). Señor, que antes que el miedo al qué dirán, a la ruptura, al juicio de los hombres, busque tu juicio… que sea éste mi “éxito”.
«La Iglesia Católica no rechaza nada de lo que en estas religiones hay de santo y verdadero.... Considera con sincero respeto los modos de obrar y de vivir, los preceptos y doctrinas que, por más que discrepen en mucho de lo que ella profesa y enseña, aportan sin embargo, no pocas veces, un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres» (Vaticano II). Justino siguió este camino del diálogo con el pensamiento pagano, llegando a decir que “los que cumplieron lo que universal, natural y eternamente es bueno fueron agradables a Dios, y se salvarán por medio de Cristo en la resurrección, del mismo modo que los justos que les precedieron”, pues ahí está Dios, como comentó Agustín: “Tú, Dios mío, estabas dentro de mí, más interior que lo más íntimo mío y más elevado que lo más excelente mío” (san Francisco de Sales insistirá mucho en esta línea).
Es necesario el “conocimiento” que buscan los griegos, pero eso no es lo más importante; Pablo dirá “los griegos buscan sabiduría; nosotros en cambio predicamos a Cristo crucificado… necedad para los gentiles”. Pedimos al Espíritu de Verdad, en preparación a su fiesta: ayúdame a juzgar las cosas que me ocurren, y las del mundo, no con la cabeza sino contigo, lo que llamamos sinergia, tú y yo trabajando juntos. Que sepa verte en la historia y en mi vida, que sepa ver como instrumentos a los demás y todo lo que me pasa, que todo conduce al bien cuando estoy contigo. Dame para eso tus dones: el entendimiento (inteligencia) y la ciencia (para conocer lo que se refiere a ti), el consejo (para juzgar bien) y la sabiduría (la salvación), la piedad (sentirme hijo de Dios) y la fortaleza (sobre todo la paciencia, la forma más alta, y perseverar con constancia) y el temor (por amor, solo miedo de apartarme de Ti).
3. En estos 10 días que mañana comenzamos como preparación a tu fiesta, queremos seguir alabando contigo, Espíritu Santo, a Dios Padre, con las palabras del Salmo: “Llenos están el cielo y la tierra de tu gloria… Alabad al Señor en el cielo, alabad al Señor en lo alto, alabadlo todos sus ángeles… Reyes y pueblos del orbe, príncipes y jefes del mundo, los jóvenes y también las doncellas, los viejos junto con los niños» (Salmo 148,1-2.11-12-14). Señor, me uno a este cántico que te hacen todas las criaturas, todo el cosmos. Una vez, había un chico tan negativo al que llamaban de broma “electrón” (por la carga negativa que lleva esa partícula). Él entendió que tenía que mejorar, y la forma era agradecer lo bueno de los demás, de los dones que Dios nos da… así quiero alabarte yo también, Señor, y al ver las cosas buenas, tener la carta positiva de un “positrón”, porque todo es bueno cuando se está contigo.
Llucià Pou Sabaté

lunes, 11 de mayo de 2015

Martes de la semana 6 de Pascua

Martes de la semana 6 de Pascua

El Espíritu Santo nos lleva a la alegría de la salvación, y a difundirla en los demás.
En aquel tiempo, Jesús habló así a sus discípulos: «Pero ahora me voy a Aquel que me ha enviado, y ninguno de vosotros me pregunta: ‘¿Adónde vas?’. Sino que por haberos dicho esto vuestros corazones se han llenado de tristeza. Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito; pero si me voy, os lo enviaré: y cuando Él venga, convencerá al mundo en lo referente al pecado, en lo referente a la justicia y en lo referente al juicio; en lo referente al pecado, porque no creen en mí; en lo referente a la justicia porque me voy al Padre, y ya no me veréis; en lo referente al juicio, porque el Príncipe de este mundo está juzgado». (Jn 16,5-11)
1. Jesús anuncia a sus apóstoles su próxima partida y estos se llenan de tristeza, por eso añade: “os conviene que me vaya, pues si no me voy, el Paráclito no vendrá a vosotros”. Quiero estar ahí, Jesús, con los apóstoles tristes, que se guardan de hacerte preguntas. Vuelves al Padre porque tu misión ha terminado. Te aparecerás luego resucitado, y luego para que se te veamos con la fe. Creo que no nos dejas solos. Ayúdame a ser dócil a las inspiraciones de tu santo Espíritu. Con tu "retorno a casa" haces que yo también me sienta “en casa”, como quien es el “hijo del Amo”, libre, sin complejos. Sé a dónde voy... Alguien me espera... Soy amado... Voy a encontrar a Aquel a quien amo... y ya tengo aquí su compañía. Con tu Espíritu, Señor, tu Presencia en el mundo lo llena todo: "Oh Señor, envía tu Espíritu para que renueve la faz de la tierra".
Estamos en el "tiempo del Espíritu", "tiempo de la Iglesia". Es la Iglesia Cuerpo místico de Cristo, siempre abierta a lo que Dios pide, siempre “en construcción”.
2. La predicación de Pablo provoca conflictos. La gente se amotinó contra Pablo y Silas... También hoy vemos ataques a la libertad religiosa, con excusas de legalidad sin mostrar los auténticos motivos ideológicos… hay violencia entonces y ahora; también hoy se trata de impedir a la Iglesia que lleve a cabo su obra, en India y en Nigeria, y tantos sitios donde mueren mártires de la fe tantos cristianos. «Dichosos seréis, si, por mi causa, se dice cualquier clase de mal contra vosotros
Hacia la medianoche Pablo y Silas oraban y cantaban alabanzas a Dios, y los presos les escuchaban”. Son felices aun en la contradicción. ¡Cantan! Están alegres, porque tienen a Dios. En las dificultades podemos rebelarnos, o vivir la "bienaventuranza": ¡Felices los que lloran! En medio de la noche, se abrieron las puertas de la cárcel y se soltaron las cadenas de todos. El jefe de la prisión “los sacó fuera y les dijo: Señores, ¿qué debo hacer para salvarme? Ellos le contestaron: Cree en el Señor Jesús y te salvarás tú y tu casa. Le predicaron entonces la palabra del Señor a él y a todos los de su casa”. Los llevó a su casa y “les lavó las heridas y acto seguido se bautizó él y todos los suyos. Les hizo subir a su casa, les preparó la mesa y se regocijó con toda su familia por haber creído en Dios” (Hch 16,22-34). Es una de las primeras experiencias de bautismo de niños, de conversión de toda la familia. Señor, dame la libertad, quítame mis cadenas, por ejemplo de ser esclavo de mis obligaciones, para hacerlas libremente. San Juan Crisóstomo: «Ved al carcelero venerar a los Apóstoles. Les abrió su corazón, al ver las puertas de la prisión abiertas. Les alumbra con su antorcha, pero es otra la luz que ilumina su alma... Después les lavó las heridas y su alma fue purificada de las inmundicias del pecado. Al ofrecerles un alimento, recibe a cambio el alimento celeste... Su docilidad prueba que creyó sinceramente que todas las faltas le habían sido perdonadas», y rezamos hoy: «Concédenos, Señor, darte gracias siempre por medio de estos misterios pascuales; y ya que continúan en nosotros la obra de tu redención, sean también fuente de gozo incesante» (Ofertorio).
3. Pablo podía cantar con toda razón el salmo que hoy cantamos nosotros: «Señor, tu derecha me salva... te doy gracias de todo corazón... cuando te invoqué, me escuchaste… Señor, tu misericordia es eterna, no abandones la obra de tus manos» (137,1-3.7-8). La antífona de entrada nos muestra que esa acción de gracias sea porque «Cristo tenía que padecer y resucitar de entre los muertos, para entrar en su gloria. Aleluya… con alegría  y regocijo demos gloria a Dios, porque el Señor ha establecido su reinado. Aleluya». Es la petición de la colecta de hoy: «Que tu pueblo, Señor,  exulte siempre al verse renovado y rejuvenecido en el espíritu; y que la alegría de haber recobrado la adopción filial afiance su esperanza de resucitar gloriosamente».  En el Padrenuestro queremos darle a Dios esta gloria: "Santificado sea tu nombre, venga tu reino". Queremos cantar con María su acción de gracias del Magníficat.
Lo más importante en la vida es el "amor": sentirse querido y amar... A veces no sabemos si amamos bastante a Dios, pero sí sabemos que Él nos ama muchísimo. ¡Gracias, Señor! Yo me despisto, me duermo, tú no… Te doy gracias por tu fidelidad “a prueba de bomba”: "¡No abandones Señor, la obra de tus manos!" Cuenta Francisca Javiera del Valle que se quedó con una oscuridad interior, y se abandonaba en la fe de la Iglesia en aquella noche, “y sin poder decir más ni hablar, ni entender, así pasé meses y meses hasta pasados dos años… y de la misma manera que ‘me metieron’ en esa oscuridad, también ahora vi que ‘me sacaron’ de ella. Y cuando lloraba la pérdida de mi fe, me vi vestida de ella”. Y daba gracias a Dios: “me desnudaste de la fe que yo tenía, para vestirme de una fe que nadie me podrá arrancar. Admirable es tu modo de enseñar”.
Decía Juan Pablo II que “debemos tener la seguridad de que, por más pesadas y tempestuosas que sean las pruebas que debamos afrontar, nunca estaremos abandonados a nosotros mismos, nunca caeremos fuera de las manos del Señor, las manos que nos han creado y que ahora nos siguen en el itinerario de la vida. Como confesará san Pablo, «Aquel que inició en vosotros la obra buena, él mismo la llevará a su cumplimiento» (Flp 1,6)”.
Llucià Pou Sabaté

domingo, 10 de mayo de 2015

Lunes de la semana 6 de Pascua

Lunes de la semana 6 de Pascua

El Espíritu Santo nos da la fortaleza para vivir en la Verdad y ser amigos de Jesús en medio de las contradicciones del mundo
En aquel tiempo, Jesús habló así a sus discípulos: «Cuando venga el Paráclito, que yo os enviaré de junto al Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, Él dará testimonio de mí. Pero también vosotros daréis testimonio, porque estáis conmigo desde el principio. Os he dicho esto para que no os escandalicéis. Os expulsarán de las sinagogas. E incluso llegará la hora en que todo el que os mate piense que da culto a Dios. Y esto lo harán porque no han conocido ni al Padre ni a mí. Os he dicho esto para que, cuando llegue la hora, os acordéis de que ya os lo había dicho» (Jn 15,26-16,4).
1. Jesús habla del Paráclito, “el Espíritu de la Verdad, que procede del Padre”. La verdad libera, es la única fuerza capaz de contrarrestarle el mal. En sintonía con Benedicto XVI, que tiene como lema episcopal ser “colaborador de la verdad”, podemos pedir hoy: Señor, hazme un hambriento de la verdad, para ser, cada vez más, un testigo ("martyr" en griego) de la verdad, para que sepa yo también dar testimonio de ti, Jesús.
Sigue Jesús: “Seréis expulsados de las sinagogas; aun más, llega la hora en que todo el que os dé muerte pensará que hace un servicio a Dios”. San Pablo glosará esta idea: "Todos los que quieran vivir piadosamente en Cristo Jesús, sufrirán persecuciones" (2 Tm 3,12). Con el Consolador nada hemos de temer. No entendemos esas persecuciones, pero la fe nos ayuda a esperar que de ahí saldrá una cosa buena. San Agustín, ante el asedio de los godos a su ciudad, sentía pena porque caería aquella provincia romana africana, una cultura desaparecería, pero se sentía esperanzado de que aquellos agresores se convertirían a la fe cristiana, nacería otra civilización.
¿Soy realmente testigo (mártir) de Dios?, ¿o defiendo mis ideas? Señor, cuando llegue a tu presencia, me darás a entender tantas cosas… Concédeme, el no tener nunca miedo, porque tu Espíritu es mi Defensor. Hazme servidor de tu Palabra, como dijiste en la Ascensión: «seréis mis testigos en Jerusalén y en Samaría y en toda la tierra, hasta el fin del mundo».
2. San Pablo se dedica con toda el alma a la causa del Evangelio. Hoy le vemos con el empuje de su apostolado: Tróade, Samotracia, Neápolis, Filipos, con predicación y conversiones. Y vemos a Lidia, la primera europea convertida escuchando a S. Pablo a la orilla de un río. Comenta S. Juan Crisóstomo: «Qué sabiduría la de Lidia! ¡Con qué humildad y dulzura habla a los apóstoles: “Si juzgáis que soy fiel al Señor”! Nada más eficaz  para persuadirlos que estas palabras, que hubiesen ablandado cualquier corazón. Más que suplicar y comprometer a los apóstoles, para que vayan a su casa, les obliga con insistencia. Ved cómo en ella la fe produce sus frutos y cómo su vocación le parece un bien inapreciable».
La comunidad cristiana de Filipos recibió más tarde una de las cartas más amables de Pablo. ¿Dónde nos toca evangelizar a nosotros? Pablo se adaptaba a las circunstancias que iba encontrando, predicaba en cualquier sitio, y si le echaban de un sitio, iba a otro. Si podía, se quedaba. También nosotros, nos dice san Josemaría Escrivá: “que nos persuadamos de que nuestro caminar en la tierra -en todas las circunstancias y en todas las temporadas- es para Dios, de que es un tesoro de gloria, un trasunto celestial; de que es, en nuestras manos, una maravilla que hemos de administrar, con sentido de responsabilidad y de cara a los hombres y a Dios: sin que sea necesario cambiar de estado, en medio de la calle, santificando la propia profesión u oficio y la vida del hogar, las relaciones sociales, toda la actividad que parece sólo terrena”.
3. El salmo es optimista, como la entrada de la fe cristiana en Europa ha sido esperanzadora: «el Señor ama a su pueblo... cantad al Señor un cántico nuevo, resuene su alabanza en la asamblea de los fieles, que se alegre Israel por su Creador, los hijos de Sión por su Rey. // Alabad su nombre con danzas, cantadle con tambores y cítaras, porque el Señor ama a su pueblo, y adorna con la victoria a los humildes. Que los fieles festejen su gloria y canten jubilosos en filas con vítores a Dios en la boca» (149,1-6.9). El canto es nuevo, porque las situaciones son nuevas, pero también porque el amor es nuevo y canta, como dice S. Agustín: “cantar suele ser tarea de enamorados”. Además, proclamar las cosas buenas, nos hace buenos; mientras que ser negativos en los comentarios, nos hace también a nosotros negativos.
A veces nos sentimos pobres de amor: ¿amo a Dios?, nos preguntamos. Quizá “hacemos todo lo que podemos”, pero la cosa está en que “podemos poco”, porque nos quedamos llenos de nosotros mismos, y no cabe el Amor de Dios. Nos puede servir el ejemplo de un vaso de agua, que si quiero llenarlo de vino, primero tengo que quitar el agua. Señor, quiero trabajar juntos, tú y yo, ese quitar de mi alma las malas hierbas para poder plantar las buenas, tu amor; quitar lo que me sobra para llenarme de buenas obras; achicar como en los barcos el agua que hace lastre, para poder ir más rápido. En el fondo, lo que nos enseñó Juan Bautista: que tú crezcas en mí, Señor, y yo mengüe.
Este salmo canta con "los pobres, los humildes"… los oprimidos, los pobres y perseguidos por la justicia, también los pacíficos, marginados por los que escogen la violencia, la riqueza y la prepotencia. Este es el sentido de la célebre primera bienaventuranza: "Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos". Ya el profeta Sofonías se dirigía así a los anawim (pobres-humildes): "Buscad al Señor, vosotros todos, humildes de la tierra, que cumplís sus normas; buscad la justicia, buscad la humildad; quizá encontréis cobijo el día de la cólera del Señor"…
Llucià Pou Sabaté

sábado, 9 de mayo de 2015

Domingo 6 de Pascua. Ciclo B

Domingo de la semana 6 de Pascua; ciclo B

Meditaciones de la semana
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 y en PDB

Jesús nos hace el regalo del Espíritu Santo, Amor y causa de felicidad, para que lo demos a todos
En aquel tiempo, Jesús habló así a sus discípulos: «Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor. Os he dicho esto, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado.«Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca; de modo que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda. Lo que os mando es que os améis los unos a los otros» (Jn 15,9-17).
1. «A vosotros os he llamado amigos», nos dices hoy, Jesús: en este último último domingo antes de la de la Ascensión y Pentecostés, ya al final de la Pascua, nos abres tu corazón después de que Te nos has manifestado como el Buen Pastor y la vid a quien hay que estar unido como los sarmientos, para darnos hoy el amor, el misterio más profundo de Dios, el Amor que os une Padre e Hijo. Todo lo que has hecho, desde la creación hasta la redención, es por amor. Todo lo que esperas de nosotros como respuesta a Tu acción es amor. Por esto, tus palabras resuenan hoy: «Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor». Que sepa amar, Jesús, con tu corazón, como nos lo recuerda san Agustín: «El Maestro bueno nos recomienda tan frecuentemente la caridad como el único mandamiento posible. Sin la caridad todas las otras buenas cualidades no sirven de nada. La caridad, en efecto, conduce al hombre necesariamente a todas las otras virtudes que lo hacen bueno».
Te doy gracias, por tu amor inmenso: me amas hasta dar la vida. No quiero darte poco, Jesús, sino como tú, entregarme por entero. Los enamorados se dicen: “daría la vida por ti”, y esto hasta morir por amor; pero tú Jesús nos enseñas que tan importante o más que “morir” en un momento es “vivir” toda la vida, cuidar el amor cada día: en el trabajo y en la familia, con los amigos y en el descanso… Cuentan de dos hermanos, que como eran pobres sólo podían mandar a uno de los dos a la escuela, mientras el otro trabajaba para colaborar en que el hermano pudiera estudiar. Las manos del que trabajaba se ajaron, mientras las del estudiante se volvieron ágiles con el pincel, pues el estudiante fue Durero, gran dibujante y pintor, que pintó las manos de su hermano, agradecido de que por él, llegó a ser lo que era. Jesús, que yo también esté agradecido, viendo el esfuerzo que hacen los demás por ayudarme, por sacar las cosas adelante.
Que no se pierda lo bueno por no cuidarlo, como el amor que se marchita por no atender los detalles. Cuentan de un niño que tenía un periquito que sabía hablar muchos idiomas, pero en su contento al que olvidó darle de comer, y el pobre pajarito se murió. Hemos de alimentar el amor cada día, para que no crezca el odio y otras malas hierbas. También a otro niño se olvidaba de echar de comer a los peces hasta que vio que uno se iba comiendo a todos los demás y vio que lo que tenía era hambre… Así, Jesús, te pido que sepa hacer las cosas que debo, cumplir por amor. Tú nos enseñas a dar la vida por amor, minuto a minuto, día a día. Que sepa atender las necesidades de los demás, como visitar a los enfermos, no marginar a nadie…
Recuerdo también un cuento antiguo, de un abuelo que murió antes de dar la bendición que tanto apreciaban los nietos, niño y niña, que vivían en un castillo pues eran nobles. Recibieron una carta cada uno, y con alegría fueron a contarse uno al otro que tenían por herencia un tesoro, y la carta decía dónde estaba lo que les tocaba y tenía una llave. Encontraron el tesoro, que estaba en un cofre, en los sótanos del castillo. Abrieron las viejas cerraduras, la de cada uno, y encontraron el tesoro, y también otra carta, una en cada compartimento, que decía, dirigidos a él y ella: “si lees esto solo, recibe mi herencia; si estás con tu hermano-con tu hermana, recibe además mi bendición”… ellos se abrazaron al recibir –como premio a su amor, a su confianza, a contarse las cosas- lo que más deseaban, la bendición del abuelo...
2. “Os he dicho esto, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado”. Los Hechos de los Apóstoles nos hablan de Cornelio, que mandó llamar a Pedro, que se encontraba en Joppe donde tuvo unos sueños de manjares, que no se atrevía a comer porque estaban impuros, y Dios le dijo que comiera, pues para Él eran puros. Pedro fue a casa de Cornelio “cuando cayó el Espíritu Santo sobre todos los que escuchaban sus palabras”. Los que fueron con Pedro “se sorprendieron de que el don del Espíritu Santo se derramara también sobre los gentiles”. Pedro “mandó bautizarlos en el nombre de Jesucristo”. Fue la gran alegría de que los no judíos recibían el Espíritu Santo. Estamos contentos, Jesús, de que muchos sean llamados a tratar a Dios como Padre que está en los cielos y nos quiere como hijos suyos. Y de que el Espíritu Santo haya venido a nuestra alma, por eso hemos cantado este Salmo: “Cantad al Señor un cántico nuevo, / porque ha hecho maravillas, / su diestra le ha dado la victoria, / su santo brazo”. Queremos cantarte, Señor, este cántico nuevo, porque Tú nos da la vida del alma, porque estábamos en la tierra con frío y soledad, a oscuras… y nos llenas con la lluvia de tu misericordia, que es el mismo Jesús, que ha nacido para que nosotros vayamos al cielo con Él.
3. La carta de San Juan nos insiste en este Amor de Dios: “Amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es Amor”. Nos dice aquí también cómo es Dios. El que no ama no conoce a Dios porque Dios es Amor. Y «el amor de Dios ha sido derramado sobre nosotros por el Espíritu Santo que se nos ha dado». Se es cristiano en la medida en que se responde al amor de Dios. "El que ama conoce a Dios". Y luego dice que todo lo hemos recibido en Jesús, la salvación, y que así “vivamos por medio de Él”. Y añade algo muy especial: que podemos amar si nos ama Dios primera; pues para poder amar con entusiasmo, hemos de recibir amor: “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo, para salvarnos de nuestros pecados”. Y la conclusión está clara: “Si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros”. Sigue S. Juan continuando el tema central del domingo pasado, estar en Cristo, dejarnos posesionar de Jesús, que ha venido del cielo a la tierra para que la tierra pueda comenzar a ser un cielo: “A Dios nadie le ha visto nunca. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud”. Gracias, Jesús, por haber venido al mundo, por haber vivido por mí y haber muerto por mí, y porque sigues viviendo por mí. Tu amor me da fuerza para vivir, para luchar cuando algo me cuesta.
“¿Donde vive Jesús?” Lo pregunté el otro día a los niños de primera comunión, y me contestó enseguida uno: -“En el cielo”. -“¿Y dónde más?” –“En la misa, en el sagrario”- “-Y…” –“En nuestro corazón, al comulgar…”.
Una vez vi a un padre muy alto y un niño muy pequeño, muy bajito, el padre se fue agachando hasta que se puso a su altura… hasta que se puso cara a cara y le miró a los ojos. Pensé en ti, Señor, que te “agachas” y te haces pequeño, hasta ponerte a mi altura. Incluso te haces comida, pan para que podamos comerle… has bajado del cielo, vienes a la misa, vienes a nuestro corazón, en la comunión, y nos hablas del amor, de hacer lo que tú has hecho por nosotros: dar la vida por amor. Nos dices que quien ama conoce a Dios. Y nos mandas que nos amemos. Señor, ayúdame a perdonar, para sentirme perdonado… ayúdame a ver que te pones a nuestra altura para hacerte comida que nos dé fuerza y nos dices: “toma, cómeme”. Quiero decirte que sí, tenerte dentro por tu Espíritu. “En esto conocemos que permanecemos en Él y Él en nosotros: en que nos ha dado de su Espíritu. Y nosotros hemos visto y damos testimonio de que el Padre envió a su Hijo, para ser Salvador del mundo. Quien confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él y él en Dios”.

Llucià Pou Sabaté

viernes, 8 de mayo de 2015

Sábado de la semana 5 de Pascua

Sábado de la semana 5 de Pascua

Seguir a Jesús es participar de su misión evangelizadora: trabajar por extender el Evangelio aunque suponga contradicciones
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Si el mundo os odia, sabed que a mí me ha odiado antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero, como no sois del mundo, porque yo al elegiros os he sacado del mundo, por eso os odia el mundo. Acordaos de la palabra que os he dicho: El siervo no es más que su señor. Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros; si han guardado mi Palabra, también la vuestra guardarán. Pero todo esto os lo harán por causa de mi nombre, porque no conocen al que me ha enviado» (Jn 15,18-21).
1. Las palabras de Jesús resuenan en nuestros oídos, cuando tenemos dificultades: “Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mí antes que a vosotros”. Decía S. Gregorio Magno que “la hostilidad de los perversos suena como alabanza para nuestra vida, porque demuestra que tenemos al menos algo de rectitud en cuanto que resultamos molestos a los que no aman a Dios: nadie puede resultar grato a Dios y a los enemigos de Dios al mismo tiempo. Demuestra que no es amigo de Dios quien busca complacer a los que se oponen a Él: y quien se somete a la verdad luchará contra lo que se opone a la verdad”.
Sigue Jesús: "Si fuerais del mundo, el mundo os amaría como cosa suya, pero como no sois del mundo sino que yo os he escogido sacándoos del mundo, por eso el mundo os odia". Los cristianos, dirá Pablo, "están crucificados con Jesús", y así como el mundo no reconoció a Jesús, tampoco sus discípulos serán reconocidos. Jesús es la luz que nos ilumina, y Karol Wojtyla nos decía «que esta luz nos haga fuertes y capaces de aceptar y amar la entera Verdad de Cristo, de amarla más cuanto más la contradice el mundo».
No es el siervo más que su amo. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán; si han guardado mi palabra, también guardarán la vuestra…” Me gusta que me quieran, Señor, pero acepto el desprecio, y pasar contradicciones, por amor a ti. Sólo te pido que me des la fuerza para llevarlas. Que no me deje llevar por la mundanidad, en la búsqueda de placer o dinero, sino por las bienaventuranzas. Te pido que sepa estar en el mundo, como tú, sin dejarme llevar por el egoísmo, las fuerzas del mal; que piense que sólo tú “tienes palabras de vida eterna”. Comenta San Agustín: «Si queréis saber cómo se ama a sí mismo el mundo de perdición que odia al mundo de redención, os diré que se ama con un amor falso, no verdadero. Y si se ama con amor falso, en realidad se odia: porque quien ama la maldad tiene odio a su propia alma... Pero se dice que se ama porque ama la iniquidad que le hace inicuo; y se dice que a la vez se odia, porque ama lo que es perjudicial. En sí mismo odia la naturaleza y ama el vicio; ama lo que en él hizo su propia voluntad. Por lo cual se nos manda y se nos prohíbe amarlo. Se nos prohíbe cuando dice: “No améis el mundo”; y se nos manda en aquellas palabras: “Amad a vuestros enemigos”.  Se nos prohíbe, pues, amar en él lo que él en sí mismo odia, esto es, la hechura de Dios y los múltiples consuelos de su bondad. Se nos prohíbe amar sus vicios y se nos manda amar su naturaleza, ya que él ama sus vicios y odia su naturaleza. A fin de que nosotros lo amemos y odiemos con rectitud, ya que él se ama y se odia con perversidad».
No pertenecéis al mundo, porque yo os elegí y os saqué del mundo, por eso el mundo os odia.” Y comenta San Cipriano de Cartago: “El Señor quiere que nos alegremos, que saltemos de gozo cuando nos vemos perseguidos, porque cuando hay persecución es cuando se merece la corona de la fe. Es entonces cuando los soldados de Cristo se manifiestan en la pruebas, entonces se abren los cielos a sus testigos. No combatimos en la filas de Dios para tener una vida tranquila, para esquivar el servicio, cuando el Maestro de la humildad, de la paciencia y del sufrimiento llevó el mismo combate antes que nosotros. Lo que él ha enseñado lo ha cumplido antes, y si nos exhorta a mantenernos firmes en la lucha es porque Él mismo ha sufrido antes que nosotros y por nosotros.
”Para participar en las competiciones del estadio, uno tiene que entrenarse y ejercitarse y se considera feliz si bajo la mirada de la multitud le entregan el premio. Pero aquí hay una competición más noble y deslumbrante. Dios mismo mira nuestro combate, nos mira como hijos suyos y Él mismo nos entrega el premio celestial. Los ángeles nos miran, nos mira Cristo y nos asiste. Pertrechémonos con todas nuestra fuerzas, libremos el buen combate con un ánimo animoso y una fe sincera”.
2. Bernabé irá con Marcos, que Pablo no quiere porque fue cobarde, e irá con Silas. Las iglesias se robustecían en la fe y crecían en número de día en día... “Durante la noche Pablo tuvo una visión: un macedonio estaba de pie y le suplicaba diciendo: ven a Macedonia y ayúdanos”. Y así comenzó la fe cristiana en Europa, pues ellos fueron a Grecia “convencidos de que Dios nos había llamado para anunciarles el Evangelio” (Hechos 16,1-10).
¡Señor, que sepa ver con los ojos de la fe! ¡Que sepa ayudarte, para ir más lejos, abordar nuevos retos, proclamar tu palabra ante tantos que nos dicen con los ojos: «Ven a ayudarnos»! ¡Que sepa estar atento a esas llamadas de las personas de mi alrededor! En primer lugar, con la Colecta de hoy, te pido que comience por mí mismo: «Señor, Dios Todopoderoso, que por las aguas del bautismo nos has engendrado a la vida eterna; ya que has querido hacernos capaces de la vida inmortal, no nos niegues ahora tu ayuda para conseguir los bienes eternos».
3. «Que toda la tierra aclame al Señor», cantamos con el Salmo: gracias porque nos ha llenado de fe y esperanza. María, Madre mía, quiero unirme a tu canto de alegría, para reconocer que el Señor es el Dios que nos hace hijos suyos, que nos llena de su bondad, misericordia y fidelidad, por siempre, por eso contigo clamamos: «Aclamad al Señor, tierra entera, servid al Señor con alegría, entrad en su presencia con vítores. Sabed que el Señor es Dios; que Él nos hizo y somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño. El Señor es bueno, su misericordia es eterna, su fidelidad por todas las edades» (Salmo 100/99,2.3.5).
Llucià Pou Sabaté