viernes, 22 de junio de 2012

Viernes semana 11 tiempo ordinario

Los tesoros que nos interesan son la felicidad que nos viene de Dios, el amor de Dios que nos salva más allá de todos los problemas

«No amontonéis tesoros en la tierra, donde la polilla y la herrumbre corroen y donde los ladrones socavan y los roban. Amontonad en cambio tesoros en el Cielo, donde ni polilla ni herrumbre corroen, y donde los ladrones no socavan ni roban. Porque donde está tu tesoro allí estará tu corazón. La lámpara del cuerpo es el ojo. Si tu ojo es sencillo, todo tu cuerpo estará iluminado. Pero si tu ojo es malicioso, todo tu cuerpo estará en tinieblas. Y si la luz que hay en ti es tinieblas, cuán grande será la oscuridad» (Mateo 6, 19-23)

1. Jesús, tú tienes palabras de vida eterna, que llenan la oscuridad de mi alma cuando se fija sólo en los pobres tesoros terrenales. Tú nos invitas a algo más alto, los tesoros del cielo.

«No amontonéis tesoros en la tierra». Señor, quiero amontonar tesoros en el cielo, invertir en ti, entregarte mi corazón, servirte con amor. Y ¿qué es lo más valioso para mí?, ¿qué es lo que busco con mayor afán? Jesús, me invitas a no contentarme con lo efímero. Nuestra existencia en la tierra es una existencia amenazada, frágil. Utilizas una imagen inolvidable: la pequeña carcoma roe y con ello estropea un hermoso mueble... y la minúscula polilla agujerea el mejor de los vestidos de lana o seda... Sé que los bienes de consumo no son los verdaderos bienes del hombre. Quiero¡trabajad para el cielo!

-“Donde está tu tesoro (tu riqueza), está también tu corazón”. El instinto de propiedad forma parte de la naturaleza humana, el deseo de poseer está profundamente inscrito en nuestros corazones. Los sabios de todas las religiones han aconsejado la moderación. Jesús no aconseja de sofocar el deseo sino de dirigirlo mejor.

-“La lámpara del cuerpo es el ojo. Por esto si tu ojo está limpio, sano, tu cuerpo entero tendrá luz”. Nos hablas ahora, Jesús, de la importancia de los ojos... de la mirada: en este momento pienso en tus ojos: ¡cuán límpida debía ser tu mirada, cuán alegres tus ojos y tan amables! Trataré hoy de mejorar la calidad de mis miradas. Los ojos son la base para la comunión con los demás. ¡No sabemos ver! Pasamos al lado de innumerables ocasiones de entrar en comunicación con los demás, hermanos nuestros, conocidos o desconocidos. Señor, enséñanos a mirar... a salir de nosotros mismos.

-“Si tu ojo está enfermo, tu cuerpo entero estará a oscuras”. Y si la luz que tienes está oscura, ¡qué oscuridad tan grande! Ojo sano, es también corazón sano. Ojo malo, es signo de un corazón malo. Señor, que mi mirada sea sana: Si el ojo está sano, vemos bien, si el ojo está enfermo, nos vemos rodeados de tinieblas. Quiero tener mi ojo, mi mirada, puesta en ti, que eres la luz y fuente de toda luz, que iluminas el misterio de la oscuridad humana. Si no lo tuviera puesto en Dios, vivirás en tinieblas, dentro del misterio de mi propia oscuridad.

Como rezaba san Francisco de Asís: “oh alto y divino Dios, ilumina las tinieblas de mi corazón. Dame una fe recta, esperanza cierta, caridad perfecta, humildad profunda. Dame juicio y discernimiento para cumplir tu santa y divina voluntad”. No me dejes, Señor, que te necesito para dirigir mis pasos hacia el camino bueno… tú eres el Camino, la Verdad y la Vida. Te pido que no me despiste poniendo el corazón donde no debo, que tú seas mi verdadero tesoro, el motor de mis acciones.

El ojo es la imagen del corazón. El hombre entero se refleja en sus ojos. Dios es Luz, dirá san Juan... ¡porque Dios es amor! El que no ama vive en las tinieblas.

Te ofreceré, Señor, todas las cosas que hago: “esta es la manera práctica de ir amontonando tesoros en el Cielo, y también es la forma de que Tú vayas siendo mi tesoro, y por tanto el punto de mira de mi corazón, «porque donde está tu tesoro allí estará tu corazón»” (Pablo Cardona).

«Los defectos que ves en los demás quizá son los tuyos. ‘Si oculus tuus fuerit simplex...’ -Si tu ojo fuere sencillo, todo tu cuerpo estará iluminado; mas si tienes malicioso tu ojo, todo tu cuerpo estará oscurecido.

”Y más aún: «¿ cómo te pones a mirar la mota en el ojo de tu hermano, y no reparas en la viga que está dentro del tuyo?».

”Examínate» (s. Josemaría, Surco 328). Jesús, te pido ser una persona que sepa ver las cosas buenas de los demás; que sea yo optimista, que vea lo positivo en todo, con la fe. Dicen que la anorexia es una percepción visual equivocada: alguien que se ve gordo al espejo aunque no sea verdad. Miramos dependiendo de cómo estamos por dentro, y así veré los defectos muchas veces si yo también los tengo, como un espejo de mis propios defectos: mi soberbia, mi envidia, mi sensualidad, mi pereza.

«Y si la luz que hay en ti es tinieblas, cuán grande será la oscuridad.» Por eso, Jesús, te pido tu luz, esa “lámpara especial que, junto con las imágenes, ilumina mi mundo interior, mi modo de ver las cosas: la inteligencia. A través de la formación que reciba, interpretaré todo de una manera o de otra. Por eso es tan importante que cuide mi formación espiritual a través de la lectura, de charlas de formación o de la dirección espiritual. Esa formación será como una luz que alumbre mi camino y me ayude a decidir en cada momento lo que debo y no debo hacer; y también me llevará a pedir consejo ante lo que no sepa” (Pablo Cardona).

2. La monarquía de entonces, como a veces nuestros gobiernos de hoy, tienen una ambición de poder que llega a ahogar el bien común. –Atalía hizo exterminar toda la estirpe real, nos cuenta 2Reyes (11,1-4.9-18.20).

-Pero Josabet (esposa del sumo sacerdote Joad)... tomó a Joas, lo escondió, y evitó así su muerte. Se prepara la venganza y justicia con violencia: Atalía mató a sus nietos, también ella será asesinada... Ella usurpó el trono, a su vez será también destronada. Y se prepara esa operación larga y trabajosa salvando de la muerte a un niño. Hoy también hay partidarios de la violencia…

-Durante seis años estuvo Joas escondido en el Templo... Entonces, dieron muerte a Atalía, y el sumo sacerdote concertó una alianza entre el Señor, el rey y el pueblo, para que el pueblo fuera el pueblo del Señor... El reino de Joas fue un largo reino de paz y de piedad. Se hizo todo esto «para que el pueblo sea el pueblo del Señor» muestra el motivo por el cual el sumo sacerdote se había comprometido: Danos, Señor, la firmeza de nuestras convicciones y de nuestros compromisos... y el respeto profundo de las libertades y de las opciones de los demás (Noel Quesson).

3. Con el Salmo (132) te cantamos, Señor, tu providencia que nos cuida más allá de las desgracias, pues nos dices: «El fruto de tu seno asentaré en tu trono. Si tus hijos guardan mi alianza, el dictamen que yo les enseño, también sus hijos para siempre se sentarán sobre tu trono

Has querido, Señor, a tu Iglesia, tu pueblo, para nuestra felicidad y así te glorificamos. Llamas a tu Hijo a la vida humana, para que nos salve: «Aquí está mi reposo para siempre, en él me sentaré, pues lo he querido. Allí suscitaré a David un fuerte vástago, aprestaré una lámpara a mi ungido; de vergüenza cubriré a sus enemigos, y sobre él brillará su diadema».

Llucià Pou Sabaté

miércoles, 20 de junio de 2012


Jueves de la semana 11 de tiempo ordinario

Meditaciones de la semana
en Word y en PDB
El Evangelio está resumido en el padrenuestro, la oración que resume lo que Jesús lleva en el corazón, el amor y el perdón
“Y al orar, no charléis mucho, como los gentiles, que se figuran que por su palabrería van a ser escuchados. No seáis como ellos, porque vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de pedírselo. «Vosotros, pues, orad así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu Nombre; venga tu Reino; hágase tu Voluntad así en la tierra como en el cielo. Nuestro pan cotidiano dánosle hoy; y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros hemos perdonado a nuestros deudores; y no nos dejes caer en tentación, mas líbranos del mal. «Que si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas” (Mateo  6,7-15). 
1. Jesús, nos das el modelo de oración: el Padrenuestro. «Los discípulos conviven con Jesucristo y, en medio de sus charlas, el Señor les indica cómo han de rezar; les revela el gran secreto de la misericordia divina: que somos hijos de Dios, y que podemos entretenernos confiadamente con Él, como un hijo charla con su padre.
Cuando veo cómo algunos plantean la vida de piedad, el trato de un cristiano con su Señor, y me presentan esa imagen desagradable, teórica, formularia, plagada de cantinelas sin alma, que más favorecen el anonimato que la conversación personal, de tú a Tú, con Nuestro Padre Dios -la auténtica oración vocal jamás supone anonimato-, me acuerdo de aquel consejo del Señor: «en la oración no afectéis hablar mucho, como hacen los gentiles» (...)
De todos modos, si al iniciar vuestra meditación no lográis concentrar vuestra atención para conversar con Dios, os encontráis secos y la cabeza parece que no es capaz de expresar ni una idea, o vuestros afectos permanecen insensibles, os aconsejo lo que yo he procurado practicar siempre en estas circunstancias: poneos en presencia de vuestro Padre, y manifestadle al menos: ¡Señor que no sé rezar que no se me ocurre nada para contarte!... Y estad seguros de que en ese mismo instante habéis comenzado a hacer oración» (san Josemaría Escrivá, Amigos de Dios 145).
Jesús, ayúdame a rezar la oración que nos enseñas: “si aprendo a rezar, también aprenderé a querer a los demás. Y si aprendo a quererlos, también les sabré perdonar. Entonces Tú me perdonarás mis fallos” (Pablo Cardona), «pues si perdonáis a los hombres sus ofensas, también os perdonará vuestro Padre Celestial».
Es el resumen de la espiritualidad del Antiguo y Nuevo Testamento, de todo el Evangelio: confiar en nuestro Padre Dios; alabar su nombre, pedir su reino, que se haga su voluntad. Jesús, nos enseñas así a sintonizar con Dios. Luego pasamos a nuestras necesidades: el pan de cada día, el perdón de nuestras faltas, la fuerza para no caer en tentación y vencer el mal. Destacas, al final, una petición que tal vez nos resulta la más incómoda: «si no perdonáis a los demás, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras culpas». Santa Teresa decía que toda la profundidad de la oración consiste simplemente en empezar a rezar el padrenuestro y meditar lo que decimos, lo que nos dices, Señor. El Catecismo de la Iglesia nos ofrece un comentario espléndido en su parte final, con los comentarios de Padres de la Iglesia sobre el padrenuestro. Nos metemos así en la oración de Jesús, la de todos los cristianos de todos los tiempos. Es muy famosa la catequesis de san Cipriano sobre el padrenuestro (J. Aldazábal). Ya desde la primera regla (Didaché) se nos pide considerar la filiación divina con frecuencia, y para eso se nos indica rezar el padrenuestro tres veces al día.
Jesús, tu vida nos hace ver que creer es, sobre todo, cumplir la voluntad de Dios: “No todo el que me dice ‘Señor’ entrará en el reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre que está en el cielo”. Y conocerte, Jesús, es poner en práctica sus palabras, entrar en tu oración, poder decir: «Padre nuestro». «Padre» es el Dios de la ternura y misericordia, del perdón y de los desvelos por nosotros su Iglesia, y por cada uno. Pronunciarlo supone el compromiso de portarse como hijos, al reconocerlo por modelo, como fuente de vida y de amor, nos hacemos mejores.
Te alabamos, oh Padre, en tu cielo que también es tu presencia en la tierra, por eso pedimos que llegue a nosotros tu reinado… que se extienda a todos los hombres, a todos los pueblos.
Te pedimos que se haga en la tierra tu designio del cielo…, tu voluntad concreta sobre las personas, sobre la historia. Tanto en tu providencia como en la realización de esos planes, «en el cielo, en la tierra». Te pedimos por tanto que «se realice en la tierra el designio que tú has pensado con tu amor, desde el cielo».
Te pedimos, ya en la segunda parte, por nuestras necesidades: que nuestro pan del mañana dánoslo hoy… tanto el «pan», de «alimento» como «el pan del mañana» o «venidero» que es el banquete mesiánico en la etapa final del reino que ya podemos empezar a probar aquí en la Eucaristía, en espera del banquete de bodas de tu Reino. El pan de la alegría y de la amistad de «los amigos del novio»).
Ahora te pedimos: perdónanos nuestras deudas, que también nosotros perdonamos a nuestros deudores... no puedo abrir las puertas al perdón que Dios me da, mientras no perdone de corazón a los demás, es una condición que abre o cierra nuestro corazón al amor de Dios que se manifiesta en el perdón. Quiero profundizar en tus últimas palabras de hoy: “Pues si perdonáis sus culpas a los demás, también vuestro Padre del cielo os perdonará a vosotros.
Te pido por fin: “y no nos dejes ceder a la tentación, sino líbranos del Malo”. «Haz que no entremos (cedamos / caigamos) en tentación». Veo en tus tentaciones, Jesús, el resumen de las nuestras: la del ateísmo práctico, usando de los dones que Dios nos da para propio beneficio, sin atender al plan de Dios; la de la irresponsabilidad, la de la gloria y el poder (J. Mateos-F. Camacho).
2. Leemos hoy (Si 48,1-15) un elogio de Elías, y se anuncia su retorno: -“Surgió «como un fuego» el profeta Elías, su palabra abrasaba «como una antorcha»...” el fuego es algo misterioso, por ejemplo penetra en el animal ofrecido, es lo que calienta, lo que alumbra, lo que purifica, pero también lo que destruye, lo que es difícil de dominar, lo que alegra y a la vez espanta… Jesús, tú dirías: «He venido a traer fuego a la tierra y ¡cómo quisiera yo que ardiera
-Elías es elogiado hoy de distintas formas: “tú que despertaste un cadáver de la muerte...” Al resucitar al hijo de la viuda de Sarepta, anuncia esta nueva era de la historia en la que la muerte será vencida. Te anuncia a ti, Jesús resucitado. Concédenos, Señor, ser unos apasionados de tu encuentro. «¡Quiero ver a Dios!» decía santa Teresa de Ávila, discípula del profeta del Carmelo. Y añadía: «¡Sólo Dios basta!» Entretenerse con Dios sólo (Noel Quesson).
Hoy se interrumpe el libro de los Reyes porque el significado religioso de los hechos históricos queda iluminado por medio de textos como el de hoy, de los libros sapienciales, que explican algunos puntos que se han ido desvelando (se escribe en el siglo IV a. C., sobre hechos del siglo IX).
3. Cantamos con el salmo 96: “El Señor reina, la tierra goza… Tiniebla y nube lo rodean”. Jesús, veo ahí una profecía de tu Transfiguración, de tu Pascua: “Delante de él avanza fuego… sus relámpagos deslumbran el orbe, / y, viéndolos, la tierra se estremece”. Quiero alabarte, Señor, en mi oración, uniéndome al canto de las criaturas: “Los montes se derriten como cera / ante el dueño de toda la tierra; / los cielos pregonan su justicia, / y todos los pueblos contemplan su gloria.”
Llucià Pou Sabaté



Miercoles semana 11 tiempo ordinario

Oración, ayuno y limosna, en rectitud de intención, resumen de las prácticas de ascensión a Dios

“«Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial. Por tanto, cuando hagas limosna, no lo vayas trompeteando por delante como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles, con el fin de ser honrados por los hombres; en verdad os digo que ya reciben su paga. Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. «Y cuando oréis, no seáis como los hipócritas, que gustan de orar en las sinagogas y en las esquinas de las plazas bien plantados para ser vistos de los hombres; en verdad os digo que ya reciben su paga. Tú, en cambio, cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. «Cuando ayunéis, no pongáis cara triste, como los hipócritas, que desfiguran su rostro para que los hombres vean que ayunan; en verdad os digo que ya reciben su paga. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro, para que tu ayuno sea visto, no por los hombres, sino por tu Padre que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará” (Mateo 6,1-6,16-18).

1. La única opinión que vale es la tuya, Señor. Si queréis ser justos, evitad el hacer vuestras obras de piedad delante de la gente para llamar la atención; si no, os quedáis sin paga de vuestro Padre del cielo. Un principio esencial. Que no haga las cosas para ser visto por los demás, sino por ti, Dios mío. Esto da una fuente de paz infinita. Que vuestra vida sea "en la interioridad". Que no busque el elogio, ni la aprobación, ni la recompensa... que no tema la reprobación, ni el olvido, ni la ingratitud. Con un desprendimiento completo de mí mismo. Tú me conoces, Señor, y me sabes débil, que muchas veces hago cosas para quedar bien. Te pido la fortaleza de ánimo para vivir en esta libertad de espíritu de hacer las cosas no para el aplauso de los hombres, sino por ti, por amor.

-Cuando des limosna, cuando reces, cuando ayunes... no lo anuncies, no hagas de ello un espectáculo como los que buscan que la gente los alabe. Los más hermosos gestos de la verdadera religión -la limosna, la oración, el ayuno- pueden, por desgracia, ser desviados de su sentido: resulta entonces una búsqueda de sí mismo... hay también una complacencia que no es para agrado de los demás, sino de mí mismo: es la complacencia de hacer el bien, porque me satisface. Así puedo sentirme movido a ayudar a los demás por una necesidad de sentirme bien ayudando, y sufriré si no puedo hacerlo. Sin embargo, la solución no será dar algo a un pobre para tranquilizar la conciencia, sino emplearme en darle trabajo a esa persona si está dispuesta, acogerla, exigirle… tengo que hacer un esfuerzo para que la cabeza domine, y no domine el sentimiento. A la larga, es mejor. Buscar hacer las cosas por amor, y no para sentirme bien.

-Cuando des limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha... Cuando quieras rezar, entra en tu cuarto y echa la llave... Cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara... Jesús, nos recomiendas no aparecer... que nadie pueda notarlos, salvo Dios. Los fariseos del tiempo de Jesús eran gentes sin duda admirables por sus regularidades y fidelidades... Jesús no les reprocha "lo que hacen bien", sino su "manera de hacerlo" para dar lecciones a los demás. En este sentido hay siempre fariseos... e incluso hay un fariseo en cada uno de nosotros... ¡que le gusta ponerse en primera fila! Aquí también, hay que procurar poner en práctica los consejos de Jesús: hacer gestos de caridad verdadera que nadie nos reconocerá y que uno mismo procurará olvidar... rezar en un lugar retirado, en el que nadie podrá ser testigo del tiempo que pasamos en oración... renunciar a las ventajas, sacrificar algunas cosillas, a las que tenemos derecho, sin que nadie pueda darse cuenta ni adivinarlo.

-Y tu Padre que ve lo escondido, te recompensará. Me agrada, Señor, esta definición tan simple de Dios: "El que ve lo escondido, lo invisible"... está mal empleada cuando hablamos del “ojo de Dios” en cuanto a: "Cuidado, Dios te ve incluso cuando te escondes"... pero Dios no es "el gran hermano", para castigar las tonterías escondidas, sino un Dios que sabe ver y recompensar todo lo que está escondido, todo lo que ¡los hombres no saben ver! ¡Maravilloso Dios! ¡Maravilloso Padre! ¡Dios atento a todo! ¡Padre lleno de bondad y delicadeza! Padre que no olvida nada de todo lo bueno que podemos hacer... sobre todo si nos olvidamos de nosotros mismos (Noel Quesson)

Jesús, nos concretas hoy tres cosas: la oración contigo, la caridad con los demás, y el ayuno como sacrificio. Es el programa de la Cuaresma, y el de toda nuestra vida.

2. Este encuentro contigo, Señor, puede ser de muchos modos. El relato de 2R 1,6-14, lleno de imágenes y de símbolos, nos cuenta que fue arrebatado al cielo al final de su vida, y que transmite su poder profético a su discípulo, Eliseo...

En tiempos de Jesús, se esperaba el retorno de Elías que debía preceder al Mesías. Así la gente preguntaba a Juan Bautista: «¿Eres tú Elías?» (Juan 1,21). Es lo que el ángel había dicho a Zacarías anunciando el nacimiento de Juan Bautista: «Estará con él el espíritu y el poder de Elías» (Lucas 1,17). Y Jesús dirá un día: «Si queréis admitirlo, él es Elías el que iba a venir» (Mateo 11,14).

-Dijo Eliseo a Elías: «Que tenga yo doble parte de tu espíritu.» Esto me da también ocasión a pedirte, Señor, que tu espíritu esté en mí. Elías es el hombre a la escucha de Dios, imagen de Juan Bautista, que nos dirá que “conviene que yo mengüe y él crezca en mí”. También es mi lema, que yo mengüe y tú, Señor, crezcas en mí, fruto de esa escucha de la oración y las obras de caridad y los sacrificios.

Concédenos, Señor, este mismo «espíritu», ¡tu Espíritu! Haz de nosotros hombres espirituales, transfigurados desde el interior, hombres que tienen «un manantial en ellos», hombres de los que mana «el agua viva». «Hablaba del Espíritu que debían recibir los que creerían en él.»

Elías permanece vivo. En la mañana de la Transfiguración, Pedro, Santiago y Juan, han visto a Jesús hablando con Moisés y Elías (Mateo 17). A través de esas páginas concretas está la afirmación de nuestra fe en el más allá, en la supervivencia. Pienso en los innumerables «vivientes» que están en Dios... los de mi familia.

-Eliseo tomó el manto de Elías... Si Elías no ha muerto, si vive en el cielo en Dios... es verdad también que continuará viviendo aquí abajo, en sus sucesores, sus discípulos, los que prosiguen su misión. El «manto de Elías», símbolo de su papel de profeta, pasa a los hombros de Eliseo. Arriesgar la vida por ti, Señor. Responder a mi vocación… ¿Quién recogerá hoy el «manto de Elías»? (Noel Quesson).

3. Te doy gracias, Padre, con palabras del salmo de hoy (30/31): “¡Qué grande es tu bondad, Yahveh! Tú la reservas para los que te temen, se la brindas a los que a ti se acogen, ante los hijos de Adán”. En la oración es donde te conozco, en lo secreto: “Tú los escondes en el secreto de tu rostro, lejos de las intrigas de los hombres; bajo techo los pones a cubierto de la querella de las lenguas”.
Y de ahí nace el afán de darte a conocer, de que todos te amen: “Amad a Yahveh, todos sus amigos; a los fieles protege Yahveh, pero devuelve muy sobrado al que obra por orgullo”.

Llucià Pou Sabaté

&

lunes, 18 de junio de 2012


Martes de la semana 11 de tiempo ordinario

Meditaciones de la semana
en Word y en PDB
Jesús nos pide amor hacia los enemigos, y rezar por ellos
“Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa vais a tener? ¿No hacen eso mismo también los publicanos? Y si no saludáis más que a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de particular? ¿No hacen eso mismo también los gentiles? Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial” (Mateo 5,43–48).
1. Jesús, gracias por darnos como doctrina lo que has hecho con tu vida. Tú has amado a los enemigos, y nos enseñas a hacerlo para ser felices como tú. Después de citar las palabras del Levítico (“amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo”), añades la interpretación auténtica, no la de una letra muerta, sino la del espíritu que hay debajo de la ley: “amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persiguen”.
La oración cristiana llega hasta el perdón de los enemigos (cf Mt 5,43-44). Transfigura al discípulo configurándolo con su Maestro. El perdón es cumbre de la oración cristiana; el don de la oración no puede recibirse más que en un corazón acorde con la compasión divina. Además, el perdón da testimonio de que, en nuestro mundo, el amor es más fuerte que el pecado. Los mártires de ayer y de hoy dan este testimonio de Jesús. El perdón es la condición fundamental de la reconciliación  de los hijos de Dios con su Padre y de los hombres entre sí (cf Juan Pablo II, Cart. enc. DM 14)” (Catecismo, 2844).
Con la oración de San Francisco, te pido: “Señor, hazme un instrumento de tu paz: donde haya odio, ponga yo amor, donde haya ofensa, ponga yo perdón, donde haya discordia, ponga yo armonía, donde haya error, ponga yo verdad, donde haya duda, ponga yo la fe, donde haya desesperación, ponga yo  esperanza, donde haya tinieblas, ponga yo la luz, donde haya tristeza, ponga yo alegría.
Oh, Señor, que no me empeñe tanto en ser consolado como en consolar, en ser comprendido,  como en comprender, en ser amado, como en amar; porque dando se recibe, olvidando se encuentra, perdonando se es perdonado, muriendo se resucita a la vida. Amén”.
Cuentan que un importante señor gritó al director de su empresa, porque estaba enfadado en ese momento.
El director llegó a su casa y gritó a su esposa, acusándola de que estaba gastando demasiado, porque había un abundante almuerzo en la mesa.
Su esposa gritó a la empleada porque rompió un plato.
La empleada dio una patada al perro porque la hizo tropezar.
El perro salió corriendo y mordió a una señora que pasaba por la acera, porque le cerraba el paso. Esa señora fue al hospital para ponerse la vacuna y que le curaran la herida, y gritó al joven médico, porque le dolió la vacuna al ser aplicada.
El joven médico llegó a su casa y gritó a su madre, porque la comida no era de su agrado.
Su madre, tolerante y un manantial de amor y perdón, acarició sus cabellos diciéndole: - "Hijo querido, prometo que mañana haré tu comida favorita. Tú trabajas mucho, estás cansado y precisas una buena noche de sueño. Voy a cambiar las sábanas de tu cama por otras bien limpias y perfumadas, para que puedas descansar en paz. Mañana te sentirás mejor". Bendijo a su hijo y abandonó la habitación, dejándolo solo con sus pensamientos...
En ese momento, se interrumpió el círculo del odio, porque chocó con la tolerancia, la dulzura, el perdón y el amor. Si tú eres de los que ingresaron en un círculo del odio, acuérdate que puedes romperlo con tolerancia, dulzura, perdón y amor. No caigamos en el círculo del odio pensando que es imposible encontrar amor: la manera más rápida de recibir amor es darlo, hay más alegría en dar que en recibir.
El amor lo perdemos cuando lo queremos para nosotros, es como el fuego que cuando lo extendemos nos acaricia con su calor; el amor tiene alas y no hay que encadenarlo. El amor es el don más preciado que Dios nos ha regalado, y que nos da la oportunidad de regalar. Además, cuanto más se da más nos queda porque se agranda nuestro corazón al amar, ahí está el secreto del amor.
De nada tiene necesidad este mundo como del amor. Leía hace poco algo que nos viene muy bien para permanecer en el círculo del amor, y no caer en el del odio: el amor alienta, el odio abate; el amor sonríe, el odio gruñe; el amor atrae, el odio rechaza; el amor confía, el odio sospecha; el amor enternece, el odio enardece; el amor canta, el odio espanta; el amor tranquiliza, el odio altera; el amor guarda silencio, el odio vocifera; el amor edifica, el odio destruye; el amor siembra, el odio arranca; el amor espera, el odio desespera; el amor consuela, el odio exaspera; el amor suaviza, el odio irrita; el amor aclara, el odio confunde; el amor perdona, el odio intriga; el amor vivifica, el odio mata; el amor es dulce; el odio es amargo; el amor es pacífico; el odio es explosivo; el amor es veraz, el odio es mentiroso; el amor es luminoso, el odio es tenebroso; el amor es humilde, el odio es altanero; el amor es sumiso, el odio es jactancioso; el amor es manso, el odio es belicoso; el amor es espiritual, el odio es carnal. El amor es sublime, el odio es triste. El amor todo lo puede... No hay dificultad por muy grande que sea, que el amor no lo supere. No hay enfermedad por muy grave que sea, que el amor no la sane. No hay puerta por muy cerrada que esté, que el amor no la abra. No hay distancias por extremas que sean, que el amor no las acorte tendiendo puentes sobre ellas. No hay muro por muy alto que sea, que el amor no lo derrumbe. No hay pecado por muy grave que sea, que el amor no lo redima. No importa cuán serio sea un problema, cuán desesperada una situación, cuán grande un error, el amor tiene poder para superar todo esto. Quien es capaz de experimentar realmente el amor, puede ser la persona más feliz y más poderosa del mundo. Amar... Siempre... En cada acto, en cada pensamiento, en cada día que amanece, en cada noche que llega, hacer de la vida siempre una canción de amor...
«Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial». Hoy, Jesús, nos invitas a amar. Amar sin medida, que es la medida del Amor verdadero. Dios es Amor, «que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos». Y el hombre, chispa de Dios, ha de luchar para asemejarse a Él cada día, «para que seáis hijos de vuestro Padre celestial». ¿Dónde encontramos tu rostro, Señor? “En los otros, en el prójimo más cercano. Es muy fácil compadecerse de los niños hambrientos de Etiopía cuando los vemos por la TV, o de los inmigrantes que llegan cada día a nuestras playas. Pero, ¿y los de casa? ¿Y nuestros compañeros de trabajo? ¿Y aquella parienta lejana que está sola y que podríamos ir a hacerle un rato de compañía? Los otros, ¿cómo los tratamos? ¿Cómo los amamos? ¿Qué actos de servicio concretos tenemos con ellos cada día?
Es muy fácil amar a quien nos ama. Pero el Señor nos invita a ir más allá, porque «si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa vais a tener?». ¡Amar a nuestros enemigos! Amar aquellas personas que sabemos —con certeza— que nunca nos devolverán ni el afecto, ni la sonrisa, ni aquel favor. Sencillamente porque nos ignoran. El cristiano, todo cristiano, no puede amar de manera “interesada”; no ha de dar un trozo de pan, una limosna al del semáforo. Se ha de dar él mismo. El Señor, muriéndose en la Cruz, perdona a quienes le crucifican. Ni un reproche, ni una queja, ni un mal gesto...
Amar sin esperar nada a cambio. A la hora de amar tenemos que enterrar las calculadoras. La perfección es amar sin medida. La perfección la tenemos en nuestras manos en medio del mundo, en medio de nuestras ocupaciones diarias. Haciendo lo que toca en cada momento, no lo que nos viene de gusto. La Madre de Dios, en las bodas de Caná de Galilea, se da cuenta de que los invitados no tienen vino. Y se avanza. Y le pide al Señor que haga el milagro. Pidámosle hoy el milagro de saberlo descubrir en las necesidades de los otros” (Iñaki Ballbé Turu).
2. El Señor volvió a hablar a Elías: «Levántate... ¡baja al encuentro de Ajab!» y Elías, como siempre, obedece, totalmente entregado a sus hermanos los hombres. Un hombre capaz de vivir en relación con lo invisible, en la oración y capaz de arriesgarse, en servicio de la justicia. Su fuerza viene de su oración.
Señor, te pedimos la valentía de Elías tu profeta. Ayúdanos a estar a tu escucha de tal modo, que oigamos la llamada de nuestros hermanos que piden justicia.
Le toca transmitir el mensaje de que el rey ha asesinado a Nabot para quedarse con su viña.
Da, Señor, a tu Iglesia de hoy, la valentía de defender a la justicia y a los pobres. Concede a todos los cristianos esa pasión por la justicia. Para decir las verdades con valentía.
Ajab reconoce su pecado y lo deplora. Elías, que antes trajo al rey la amenaza, ahora es instrumento de misericordia. Ya sabemos que Dios no amenaza nunca por amenazar: «el Señor no quiere la muerte del pecador sino que se convierta y viva.» Concédenos, Señor, en medio de nuestros combates, ese sentido de la justicia y de la bondad (Noel Quesson).
Hay también hoy día una misión social en la Iglesia, como nos dice el Catecismo por ejemplo sobre la misa: «la Eucaristía entraña un compromiso en favor de los pobres», y san Juan Crisóstomo se queja de unos cristianos que muestran un culto muy cuidadoso al Cristo eucarístico, pero no tienen en cuenta al Cristo que está en la persona del hermano: «Has gustado la sangre del Señor y luego no reconoces a tu hermano... Dios te ha invitado a esta mesa, y tú, aun así, no te has hecho más misericordioso» (CEC 1397).
3. Por eso te pedimos hoy, Señor, con el salmo 50, estar libres de todo rencor y juicio negativo sobre los demás, para poder abrirnos a tu misericordia: “Misericordia, Dios mío, por tu bondad, / por tu inmensa compasión borra mi culpa; / lava del todo mi delito, / limpia mi pecado”.
Cuando perdonamos a los demás, tenemos también el corazón libre para recibir el perdón divino: “Pues yo reconozco mi culpa, / tengo siempre presente mi pecado: / contra ti, contra ti solo pequé, / cometí la maldad que aborreces.
Aparta de mi pecado tu vista, / borra en mí toda culpa. / Líbrame de la sangre, oh Dios, / Dios, Salvador mío, / y cantará mi lengua tu justicia”.
Llucià Pou Sabaté

domingo, 17 de junio de 2012


Lunes de la 11 semana del año (ciclo par): frente a la venganza, Jesús propone la misericordia y el perdón con los enemigos, pues se vence siempre con el amor y no con la violencia
“En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: "Sabéis que está mandado: "Ojo por ojo, diente por diente". Pues yo os digo: No hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también la capa; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñalo dos; a quien te pide, dale; y al que te pide prestado, no lo rehúyas"” (Mateo 5,38-42).

            1. La ley del talión fue un avance en la antigüedad, pues limitaba las venganzas. Pero tú, Jesús, nos hablas de otra dimensión. Tiene que haber justicia, pero tu solución, Jesús, no es nunca la violencia. Te entendió Gandhi, cuando dijo: “ojo por ojo... y todos acabaríamos tuertos”. Nos hablas de otra visión en la que no hay apego a las cosas materiales. Hace poco una persona superó un cáncer, y miraba atónita a sus parientes, envueltos en envidias por cosas de dinero. Ella ya había madurado, entendía lo de “poner la otra mejilla” y “dar la capa”, “acompañar dos millas al que pide una”, “dar al que pide prestado”.
            Leí esta noticia: “Cuatro años habían pasado desde la muerte de mi padre, por un accidente de coche, y aquella era la última audiencia del juicio. Mientras el juez leía la sentencia –seis meses de reclusión, con la condicional- el chico que lo mató, su mujer y el padre parecían muy deprimidos: se les veía sufrir mucho. Salimos todos de la sala, pero yo no podía irme así como así… junto a mi hermana alcancé aquellas personas y nos presentamos. Noté una actitud defensiva hacia nosotros, pero me apresuré a tranquilizarles: ‘si esto les puede alegrar los ánimos, sepa que no le guardamos rencor’, dije al que lo había atropellado, y nos dimos la mano con fuerza. Había aprendido de alguien que hemos de aprovechar la ocasión, para oír la voz de Dios dentro de nosotros. La felicidad que sentía en aquel momento ciertamente me venía de haber sabido, en aquel preciso instante, ‘aprovechar la ocasión’ para mirar al dolor del otro olvidándome de mí”.
            La vida es como un eco, recibimos lo que damos, y si volvemos bien por mal, nuestro corazón recibe ya el pago de las buenas obras. Según lo que plantamos cosechamos: quién planta flores, cosecha perfume; quién siembra trigo, cosecha pan; quién planta amor, lo recoge; quién siembra alegría, cosecha felicidad. Ser positivo vale la pena en todos los sentidos, tanto en bienestar espiritual, como también en lo corporal que es la base de lo demás, pues alarga la vida: la ciencia está trabajando en una posible relación directa entre el bienestar psicológico y la salud. Las emociones negativas, como la ira y el estrés, roban años. En cambio, las emociones positivas, como la satisfacción vital, el placer de vivir o el disfrute cotidiano... el bienestar mental es algo tan esencial que incluso alarga la vida. El sufrimiento mata; el dolor moral y las preocupaciones perjudican el organismo; la alegría de vivir, una cierta despreocupación por los problemas a base del sentido del humor, ayuda a vivir bien y más. Y la clave está en el amor.
            Jesús, pienso que en este Evangelio nos planteas un tema muy actual: nos encontramos con un pariente que tiene problemas por causa de una herencia, un colega que sufre acoso moral, por ejemplo el mobbing en el trabajo, una mujer que está oprimida por un marido machista pero quiere permanecer ahí por el bien de sus hijos... nos sirvió de ejemplo Juan Pablo II al abrazar a quien le disparó una bala para matarle, aunque no interfirió en los mecanismos de justicia. Nos sirves de ejemplo sobre todo Tú, Señor, cuando en la cruz rezas por los que te matan: “Padre, perdónales, que no saben lo que hacen”. El amor no está reñido con la misericordia y la justicia, cada uno tiene su lugar. “Queridos, amémonos unos a otros, porque el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque DIOS ES AMOR. En esto se manifestó entre nosotros el amor de Dios; en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó primero y nos envió a su Hijo como víctima de expiación por nuestros pecados” (1 Juan 4,7-19).
            2. Nos cuenta la primera lectura que Nabot tenía una viña pegando al palacio de Ajab, rey de Samaria, y no le quiso vender la viña, heredad de sus padres. La reina lo mandó acusar falsamente, y lo ejecutaron injustamente. Y el rey tomó posesión de la viña de Nabot. También hoy día muchas tierras han sido expropiadas por afán de crecimiento de los de arriba. La viña de Nabot es un signo de los que mueren en lucha por un pedazo de tierra. Yo veo ahí, Señor, que nos invitas a no ser tercos, pues por un amor desmesurado a la tierra podemos caer en fanatismo, y hay que contar que los de arriba tienen medios para quitar las cosas, si uno se les opone sin medir las fuerzas. Aquí se puede aplicar también lo de que es mejor ceder, ante la vida, cualquier otra cosa material, pues la vida es el principal don, y cuando se tiene puede tenerse lo demás. También veo lo que nos dices, de no centrarnos en las cosas de la tierra sino las del cielo. En el Evangelio no se nos habla de las propiedades de tu familia, Jesús: ayúdanos a estar desprendidos de todo lo material.
            3. Te lo pedimos con palabras del salmo: “Señor, escucha mis palabras, / atiende a mis gemidos, / haz caso de mis gritos de auxilio, / Rey mío y Dios mío”.
            Te pedimos por tanta gente que sufre de las injusticias de los gobernantes, que dominan a sus súbditos, hoy a través de los partidos políticos y de los poderes económicos, te pedimos que nuestro corazón esté libre de todo rencor y de toda maldad, que no contestemos mal por mal, y que, tú que lo puedes todo, hagas que se haga justicia, aquí en la tierra y en la vida futura: “Tú no eres un Dios que ame la maldad, / ni el malvado es tu huésped, / ni el arrogante se mantiene en tu presencia.
            Detestas a los malhechores, / destruyes a los mentirosos; / al hombre sanguinario y traicionero / lo aborrece el Señor”.
Llucià Pou Sabaté

sábado, 16 de junio de 2012

Domingo XI tiempo ordinario ciclo B

El Reino de Dios es como una semilla que crece sin que nos demos cuenta

“En aquel tiempo decía Jesús a las turbas: -‘El Reino de Dios se parece a un hombre que echa simiente en la tierra. Él duerme de noche, y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo la cosecha ella sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega’.
Dijo también: —‘¿Con qué podemos comparar el Reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después, brota, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros pueden cobijarse y anidar en ellas’.
Con muchas parábolas parecidas les exponía la Palabra, acomodándose a su entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado” (Marcos 4,26-34).

1. A lo largo de la historia, en muchos momentos parece que Dios calla, parece no intervenir; también tú, Jesús, notaste el aparente abandono: te quedaste aislado, sin éxito, cada vez más rechazado por los tuyos. Pero este silencio de Dios es muchas veces como el grano que enterrado en tierra aparentemente está muerto; parece que no pasa nada hasta que brota el tallo, y enseguida la espiga para segar: “El Reino de Dios se parece a un hombre que echa simiente en la tierra. Él duerme de noche, y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo”. Muchas veces no se dan los signos extraordinarios: crece la semilla lentamente, hay que esperar. Una llamada a no perder la confianza: el que ha comenzado la obra en nosotros la consumará; en la historia del mundo y nuestra vida, tras el silencio, Dios habla; tras la noche, amanece Dios. Mientras tanto, en lo minúsculo actúa ya lo grandioso: incluso en este mundo que parece no conocer el reino, está ya actuando el Reino de Dios (Maertens-Frisque). Por eso, Jesús, nos hablas de siembra y luego no cuentas todo el trabajo que viene después: la poda, la lucha contra la sequía, la preocupación por el mal tiempo... Prescindes de todo esto porque tienes una lección concreta que ofrecernos: el Reino crece de todos modos, "lo mismo que la luz brilla sin que nosotros podamos hacer nada, lo mismo que nada puede ocultarse cuando Dios abre el camino". No son los hombres los que le dan fuerza a la palabra ni son sus resistencias las que pueden detenerla. Por eso el discípulo hará bien en despojarse de toda forma de inútil ansiedad (Maggioni).

Del grano de mostaza quieres hacernos ver, Señor, que hay un contraste y continuidad entre la humildad del punto de partida (un pequeño grano) y la magnitud del punto de llegada (el árbol). El Reino, el Reino grandioso, está ya presente en esta pequeña semilla, o sea, en la vida y en tu predicación y más tarde en la vida y en la predicación de la comunidad cristiana. Jesús, tú eres la pequeña semilla, que germina poco a poco pero encierra dentro de sí una enorme potencialidad.

No se nos habla del futuro del cielo, sino de la historia: Por tanto, como el Reino está aquí, en medio de las oposiciones y de los fracasos, entonces no tenemos que huir de la historia (aunque ésta sea fragmentaria, equívoca y mezquina). El discípulo sabe ver en todo esto la presencia de Dios.

Parece que muchas cosas no dan fruto, que no sirvan para nada, comenzando con el rezar, pero Dios (y el amor que se le parece) no pretende que cada gesto tenga un fruto, que cada esfuerzo obtenga su recompensa. El amor vale por sí mismo, lo mismo que la atención a los hombres, la obstinación en la solidaridad, la esperanza. Dios se da sin reservas (Maggioni).

Todo esto nos invita a sembrar con paciencia, esperando que un día recogeremos con alegría: "Se va, se va llorando, al llevar la semilla; mas se vuelve, se vuelve entre gritos de júbilo al traer las gavillas" (Sal 126, 6). También en la Eucaristía podemos encontrar la Palabra de Dios, semilla fecunda y vigorosa, como el Cuerpo y Sangre de Cristo, el alimento que Cristo nos da como garantía y semilla de vida eterna en nosotros, tienen mucho de oculto, son elementos sencillos, pero con una eficacia salvadora. Con ese doble alimento que Cristo Resucitado nos comunica tenemos la mejor fuerza para que la vida sea en verdad fecunda para los demás (J. Aldazábal).

Jesús, en la parábola de la semilla quieres hacernos ver que ésta crece «sin que [el labrador] sepa cómo»: en la historia, no ponemos nosotros la fuerza de ese crecimiento del Reino, pues «la tierra va produciendo la cosecha ella sola». “Esto no significa que el hombre no tenga nada que hacer: tiene que preparar la tierra y echar en ella la simiente. Pero no es él quien realiza el trabajo principal, sino -y esto es lo que acentúa la parábola- el propio Dios, mientras el hombre «duerme de noche y se levanta de mañana» día tras día. El reino de Dios tiene sus propias leyes, unas leyes que en modo alguno le son impuestas por el hombre; el reino de Dios no es un producto de la técnica; la semilla, el tallo, la espiga, el grano, el momento de la cosecha: todo esto pertenece a la estructura propia del reino y en modo alguno depende de las prestaciones humanas. Esto es precisamente lo que muestra la segunda parábola: el fruto en sazón, que al principio parecía tan ridículamente pequeño a ojos de los hombres, se revela al final más grande que todo lo que el hombre hubiera podido realizar. ¿Y la cosecha? Será ciertamente la cosecha de Dios, pero en beneficio del hombre que prepara la tierra y esparce en ella la semilla. Dios cosecha, como dice el empleado negligente y cobarde de la parábola de los talentos, «donde no siembra», pero cosecha en el fondo para ambos: pues encomienda al empleado fiel y cumplidor el gobierno de un amplio territorio” (H. Urs von Balthasar).

2. «Más alta que las demás hortalizas», nos dice la segunda parábola sobre el reino de los cielos, “es un nuevo ejemplo de las numerosas declaraciones de Jesús a propósito de que «el más pequeño» en el reino de Dios se convertirá en «el más grande», precisamente porque se ha hecho pequeño y se ha colocado en el «último puesto», algo de lo que el propio Jesús dio ejemplo en su vida terrena y sigue dándolo en su Eucaristía. Con esta imagen Jesús retoma el pasaje de Ezequiel, que describe en la primera lectura cómo gracias a la fuerza del Señor la frágil rama del pueblo de Dios ha crecido hasta llegar a convertirse en el más poderoso de los árboles, de suerte que «las aves de toda pluma pueden anidar al abrigo de sus ramas». El profeta atribuye esto inequívocamente a la fuerza de Dios; todos los demás árboles (es decir, todas las demás naciones) deben saber «que yo soy el Señor», el que tiene poder para humillar a los árboles altos y para ensalzar a los árboles humildes, para secar a los lozanos y hacer florecer a los secos. Tanto en la Antigua como en la Nueva Alianza la parábola nada tiene que ver con la moralidad humana, sino que se refiere enteramente al poder superior de Dios, que trata al hombre según esta ley cuando el hombre se somete a El” (H. Urs von Balthasar).

Ezequiel nos presenta un esqueje de rama que da origen a un cedro enorme. Nos recuerda el fracaso del árbol grande y orgulloso que había sido Israel, y que es tronchado. Pero también un rayo de esperanza: una ramita de este tronco roto, el "resto" de ese Israel maltrecho, se convertirá en un árbol grande, el pueblo mesiánico. No por los propios méritos, sino por obra de Dios. Una invitación también para nosotros, a saber ver cómo también en nuestra historia lo humilde y sencillo, lo cotidiano y poco espectacular, puede ser el lugar del encuentro con un Dios que salva, como rezaremos en el Salmo: “El justo crecerá como una palmera, se alzará como un cedro del Líbano”.

3. «Siempre tenemos confianza», dice s. Pablo. “La actitud del labrador que espera pacientemente la cosecha es la de una permanente seguridad de que la ley que Dios ha puesto en la naturaleza se cumplirá. Del mismo modo la confianza de Pablo en la segunda lectura es una confianza permanente, sea cual sea la apariencia del clima espiritual en su vida o en la de su comunidad. «Caminamos guiados por la fe». El hombre preferiría dirigir el tiempo, manejar el clima a su antojo, ser el dueño de los imponderables; Pablo preferiría vivir ya junto al Señor antes que vivir en la fe, en el «destierro», pero, como para el labrador, el abandono en manos de Dios es más importante que sus preferencias, ya «estemos en destierro o en patria». También el apóstol es sólo un labrador”: «Yo planté, Apolo regó, pero era Dios quien hacía crecer» (1 Co 3,6). Y la iglesia siempre sigue siendo un grano de mostaza: para ella, siempre es viernes santo, pascua y pentecostés al mismo tiempo (H. Urs von Balhasar). “Ella no es como una planta en la que la semilla sólo está en el principio. La cruz no es para ella ningún comienzo lejano, sino siempre es presente. Ella experimenta siempre de nuevo el viernes santo, así como siempre puede experimentar de nuevo también la pascua” (Ratzinger).

Llucià Pou Sabaté

Inmaculado Corazón de Maria

Lucas 2,41-51: 41 Sus padres iban todos los años a Jerusalén a la fiesta de la Pascua. 42 Cuando tuvo doce años, subieron ellos como de costumbre a la fiesta 43 y, al volverse, pasados los días, el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin saberlo su padres. 44 Pero creyendo que estaría en la caravana, hicieron un día de camino, y le buscaban entre los parientes y conocidos; 45 pero al no encontrarle, se volvieron a Jerusalén en su busca. 46 Y sucedió que, al cabo de tres días, le encontraron en el Templo sentado en medio de los maestros, escuchándoles y preguntándoles; 47 todos los que le oían, estaban estupefactos por su inteligencia y sus respuestas. 48 Cuando le vieron, quedaron sorprendidos, y su madre le dijo: «Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando.» 49 El les dijo: «Y ¿por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?» 50 Pero ellos no comprendieron la respuesta que les dio. 51 Bajó con ellos y vino a Nazaret, y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón.

Comentario: Hablar del corazón, y más hablar del corazón de una mujer bendita, es situarnos en un campo de esperanza. El lenguaje popular dice: "tiene un corazón de oro", "te lo digo de corazón", "es toda corazón". Corazón significa intimidad, vida interior, el motor y la raíz de la persona. En la Biblia, corazón es igual a la persona misma. El corazón de la Virgen María es representado con dos símbolos: la espada del dolor y del martirio y las llamas del amor y la ternura. Con qué temblor apunta el evangelista: "Su madre conservaba todo esto en su corazón". Otro tanto se afirmaba en la Noche de Navidad. No se dice cómo era este corazón; pero si María, madre y formadora, hizo al de Jesús manso y humilde, Jesús, como Dios, hizo al de María, misericordioso y clemente. Contemplar hoy a Nuestra Señora es mirar el misterio del hombre desde la luz que brota de María. Y decirse devoto del Corazón de María es ser hombre o mujer de corazón misericordioso, donde habita el amor y la ternura. Aquí es inconcebible cualquier integrismo o rigorismo moral, están fuera de sitio los corazones duros e inflexibles o los discursos retóricos. La Iglesia es madre y maestra, pero maestra va delante. Corazón es emoción, sentimiento y pasión. Sólo la palabra que sale del corazón y se dice de corazón puede llegar al corazón del otro. Lenguajes rutinarios, formalistas, abstractos no pueden ser los de un profeta porque nada dicen ni a nadie llegan. Finalmente, cantar al Corazón de la Virgen María es adentrarse por el camino de la profundidad, de la contemplación, del silencio interior. Lo que guardaba y meditaba en su corazón nos señala la senda. Del hondo silencio brota la palabra insondable. "No se ve bien sino con el corazón (El Principito). Así lo deseo para todos en esta fiesta. "Tener corazón" es la herencia y el regalo que nos ofrece hoy Maria. Por eso suplicamos: "Danos un corazón grande para amar" (Conrado Bueno Bueno).

El corazón de María… San Lucas hace dos referencias al corazón de la Santísima Virgen que llaman poderosamente la atención. La primera nos describe a los pastores quienes, convocados por un ángel del Señor encontraron a la Sagrada Familia. "...reconocieron las cosas que les habían sido anunciadas sobre este niño. Y todo los que lo oyeron se maravillaron de cuanto los pastores les habían dicho. María guardaba todas estas cosas ponderándolas en su corazón" (Lc 2,19) En el mismo capítulo dos del evangelista, en el trozo que hoy hemos leído, encontramos una segunda y muy similar referencia: "...Y su madre guardaba estas cosas en su corazón." (Lc 2, 51). La madre del salvador guardaba estas cosas en su corazón. A la luz del Evangelio, valdría la pena preguntarnos si esas cosas de Dios que aprendemos en la Sagrada Escritura, en algún retiro espiritual o en la Eucaristía misma las estamos guardando en nuestro corazón. Pero además la dulcísima Madre de Cristo no solo las guardaba, sino que además las ponderaba. ¿Solo María era capaz, en su pureza y plenitud de Gracia ponderar y guardar las cosas de Dios en Su corazón? Su mismo corazón que se llenaba de gozo y pronunciaba "Mi alma glorifica al Señor..." es el que con el cuerpo exánime de Jesús en los brazos parecía escuchar "¿A dónde se fue tu Amado, oh la más hermosa de las mujeres? ¿A dónde se marchó el que tú quieres, y le buscaremos contigo?" (Cant V, 17). Ese corazón entregado enteramente a Dios, aún antes de la anunciación, es el mismo que gime y solloza al pie de la cruz. Ese mismo corazón en el que se guardaban las maravillas que ocurrían en torno al salvador es el que se remueve con fuerza de terremoto ante el sacrificio del Rey de Reyes. Y era un corazón humano el que daba tanto amor y sentía el más profundo de los dolores. Y ese corazón, el de María, era humano. Como el tuyo o como el mío. Santa María no tuvo más corazón ni más vida que la de Jesús. El corazón de María nos muestra todas las encontradas emociones que un corazón es capaz de sentir. Es el corazón de la Virgen uno tan grande y tan generoso, que es además nuestro propio refugio. Su corazón es, además de ejemplo y con dignidad sobresaliente para ser admirado, el consuelo para la aflicción. María en su corazón es la Madre del buen consejo, y quien mejor nos puede enseñar a vivir el amor al prójimo. Poderoso corazón el de María, que puede convertir nuestro egoísmo y amor propio en caridad y amor a Dios. El corazón entregado de María debería enseñarlos a pedirle confiados a Dios: "Padre, mi corazón puede poco ¡Haz que te ame mas!" Es a la Madre de Dios a quien hemos de acudir para pedirle que nos enseñe a amar más, a entregar más, a ser más justos, a rogarle que con su corazón dulcísimo nos proteja, nos enseñe, nos guíe. El corazón de María. Humano. Como el tuyo y como el mío. Ella perfuma con sus manos purísimas lo que le ofrecemos, y –reparándolo de sus imperfecciones- lo presenta a Jesús de nuestra parte, hablando bien de nosotros. Ella sopla con su maternal mediación aquella gracia que nos libera de las nieblas de nuestro corazón y con ese impulso del Espíritu que quita las nubes negras, nos hará ver la luz de su Hijo en este tiempo de espera que es el el paso por la vida. Ella da las buenas inspiraciones a todos nuestros pensamientos, haciéndolos puros como los suyos: la inteligencia, clara para entender las cosas de Dios, la voluntad fuerte para actuar en la medida del amor acrisolado de todo egoísmo, la libertad de amar con dulzura y humildad. Ella, la nueva Eva, repara aquella falsa liberación del demonio: “seréis como dioses…”, y nos lleva a la libertad auténtica que no es la de separarse del Amor sino la de amarle: “he aquí la esclava del Señor, se haga en mí según su palabra”.

Ayer celebrábamos la solemnidad del Corazón de Jesús, del Amor. Propio de hijos bien nacidos es que hoy, junto al Hijo, encontremos a su Madre. El Papa Pío XII, muy sensible a la celebración del amor compartido entre el Hijo y la Madre, instituyó esta fiesta el año 1944. María, que fue cauce providencial y madre privilegiada del Verbo encarnado, antes de concebir a su Hijo físicamente lo concibió por la fe y el amor. Y cuando el Hijo, concluída la obra de la redención, subió al cielo, al Padre, ella se quedó físicamente entre nosotros sin el Hijo, pero siguió poseyéndolo en fe y amor. Nosotros, si hemos sabido del amor por el costado abierto de Cristo muerto, hemos de saber también del amor sufrido por la Virgen María que en el Calvario hizo ofrenda del Hijo por nosotros al Padre. Alabemos, pues, al Hijo y a su Madre.

María es " el templo de Dios, y no el Dios del templo" (San Ambrosio), es en relación a Jesús como le damos culto, no obstante la tradición no ha tenido freno para alabar y exaltar a la virgen, según la expresión atribuida a Bernardo de Claraval -"De María no se habla nunca demasiado"-. La muchacha de Nazaret, que había proclamado que el Señor "derriba del trono a los poderosos" (Lc 1,52), "la sierva del Señor" (Lc 1,38) "Reina del cielo" ha sido proclamada con innumerables títulos y privilegios pero hoy la vemos débil, en su corazón de madre que dice a su hijo: "¿Por qué te has portado así con nosotros? ¡Mira con qué angustia te buscábamos tu padre y yo! (Lc 2,48), vulnerable ante Jesús que cumple la voluntad de lo alto: "¿Por qué me buscábais? No sabíais que yo tengo que estar en lo que es de mi Padre?" Jesús reivindica la completa libertad de acción y recuerda a la madre que el Padre está por encima de los cariños de la tierra, como ella había afirmado ("tu padre y yo", Lc 2,48). Las palabras de Jesús, aunque no comprendidas, son meditadas por María que "conservaba todo aquello en la memoria" (Lc 2,51). María, como nosotros, tuvo que recorrer su camino de fe y de oscuridades hasta llegar a comprender quién era aquel niño desconcertante que se proclamaba hijo de un Dios a quien le llamaba “mi Padre”. María tendría que comprender que “su madre y sus hermanos son los que cumplen el designio de Dios” (Mc 3,35). Y éste consistiría para María en seguir a Jesús hasta los pies de la cruz aceptando compartir la suerte del maestro: "Estaba presente junto a la cruz de Jesús su madre..." (Jn 19,25; Servicio bíblico latinoamericano).

"María guardaba todas estas cosas en su corazón" (Lc 2,51). El Corazón de María dio su sangre y su vida a Jesús Niño, pues aunque la generación de Jesús, se realizó por obra del Espíritu Santo, pasó por las fases de la concepción, la gestación y el parto como la de todos los hombres. La maternidad de María no se limitó al proceso biológico de la generación, sino que contribuyó al crecimiento y desarrollo de su hijo, y como la educación es una prolongación de la procreación, indudablemente que el Corazón de María educó el corazón de su Niño, y le enseñó a comer, a hablar, a rezar, a leer y a comportarse en sociedad. Ella es Theotokos no sólo porque engendró y dio a luz al Hijo de Dios, sino también porque lo acompañó en su crecimiento humano. Poseyendo Jesús, la plenitud de la divinidad, parece que no tenía necesidad de educadores. Pero el Hijo de Dios vino al mundo en una condición humana totalmente semejante a la nuestra, excepto en el pecado (Hb 4,15). Y como todo ser humano, el crecimiento de Jesús, desde su infancia hasta su edad adulta (Lc 2,40), requirió la acción educativa de sus padres. El evangelio de san Lucas, particularmente atento al período de la infancia, narra que Jesús en Nazaret se hallaba sujeto a José y a María (Lc 2,51). Luego Jesús estaba abierto a la obra educativa de su madre y de José.

Los dones especiales de que María estaba dotada, la hacían especialmente apta para desempeñar la misión de madre y educadora. En las circunstancias concretas de cada día, Jesús podía encontrar en ella un modelo para seguir e imitar, y un ejemplo de amor perfecto a Dios y a los hermanos. Desempeñando la función de padre, José cooperó con su esposa para que la casa de Nazaret fuera un ambiente favorable al crecimiento y a la maduración personal del Salvador. Al enseñarle el duro trabajo de carpintero, José insertó a Jesús en el mundo del trabajo y en la vida social. María, junto con José, quien introdujo a Jesús en los ritos y prescripciones de Moisés, en la oración al Dios de la alianza con el rezo de los salmos y en la historia del pueblo de Israel, centrada en el éxodo. De ella y de José aprendió Jesús a frecuentar la sinagoga y a realizar la peregrinación anual a Jerusalén por la Pascua. La obra educativa de María fue muy eficaz y profunda, pues encontró en la psicología humana de Jesús un terreno muy fértil. La misión educativa de María, dirigida a un hijo tan singular, presenta características particulares con respecto al papel que desempeñan las demás madres. Ella garantizó las condiciones favorables para que se pudieran realizar los dinamismos y los valores esenciales del crecimiento, ya presentes en el hijo. El hecho de que en Jesús no hubiera pecado exigía de María una orientación siempre positiva, excluyendo intervenciones encaminadas a corregir y ayuda a su Hijo Jesús a crecer, desde la infancia hasta la edad adulta, «en sabiduría, en edad y en gracia» (Lc 2, 52) y a formarse para su misión. María y José aparecen, por tanto, como modelos de todos los educadores. Los sostienen en las grandes dificultades que encuentra hoy la familia y les muestran el camino para lograr una formación profunda y eficaz de los hijos. Su experiencia educadora es un punto de referencia seguro para los padres cristianos, que están llamados, en condiciones cada vez más complejas y difíciles, a ponerse al servicio del desarrollo integral de sus hijos, para que lleven una vida digna del hombre y que corresponda al proyecto de Dios (Juan Pablo II).

Aunque fue su madre quien introdujo a Jesús en la cultura y en las tradiciones del pueblo de Israel, será él quien le revele su plena conciencia de ser el Hijo de Dios, enviado a irradiar la verdad en el mundo, siguiendo la voluntad del Padre. De «maestra» de su Hijo, María se convirtió así en humilde discípula del divino Maestro, engendrado por ella. Jesús empleó los años más floridos de su vida, educando a su Madre en la fe. Tres años de vida itinerante y treinta años de vida de familia. La mejor discípula del Señor, fue formada por el mismo Señor, su Hijo. ¡Qué tierra más fértil la suya para recibir sus enseñanzas! Ella fue la única que dio el ciento por uno de cosecha. "¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te amamantaron! -Más dichosos los que oyen la Palabra de Dios y la practican" (Lc 11,27).

Según Santo Tomás, cuando damos culto al Corazón Inmaculado de María honramos a la persona misma de la Santísima Virgen. "Proprie honor exhibetur toti rei subsistenti”. Cuando se venera un órgano del cuerpo e1 culto se dirige a la persona, pues sólo ella es capaz de recibirlo. En la devoción al Corazón de Maria el homenaje va dirigido, pues, a la persona de la Virgen, significada en el Corazón. Una persona puede recibir honor por distintos motivos, por su poder, autoridad, ciencia, o virtud; pues, aunque el honor es uno, puede ser diferenciado. Así la Virgen es venerada en la fiesta de la Inmaculada, de la Visitación, de la Maternidad, o de la Asunción, con cultos distintos, porque los motivos son distintos. Por tanto, el culto a su Corazón Inmaculado es distinto, por el motivo, que es su amor.

Todas las culturas han visto simbolizado el amor en el corazón. En el de María, honramos la vida moral de la Virgen: Sus pensamientos y afectos, sus virtudes y méritos, su santidad y toda su grandeza y hermosura; su amor ardentísimo a Dios y a su Hijo Jesús y su amor maternal a los hombres redimidos por su sangre divina. Al honrar al Corazón Inmaculado de María lo abarcamos todo, pues él fué templo de la Trinidad, remanso de paz, tierra de esperanza, cáliz de amargura, de pena, de dolor y de gozo.

En cada época histórica ha predominado una devoción. En el sig!o I, la Theotocos, la Maternidad divina, como réplica a la herejía de Nestorio. En el siglo XIII, la devoción del Rosario. En el XIX, la Asunción y la Inmaculada. A mediados de ese mismo siglo comenzó a extenderse la devoción al Inmaculado Corazón de María, que ya antes había tenido sus adalides, como San Bernardino de Sena y San Juan de Avila; y en el siglo XVII, San Juan Eudes. Gran apóstol del Inmaculado Corazón de María fué San Antonio María Claret, que fundó la Congregación de los Misioneros del Inmaculado Corazón de María. Pero es en el siglo XX, cuando alcanza su cenit con dos hechos trascendentales: las apariciones de la Virgen en Fátima y la consagración del mundo al Corazón Inmaculado de María, hecha por Pío XII el año 1942. En Fátima la Virgen manifestó a los niños que Jesús quiere establecer en el mundo la devoción a su Inmaculado Corazón como medio para asegurar la salvación de muchas almas y para conservar o devolver la paz al mundo. La Beata Jacinta Marto, le dijo a Lucía: "Ya me falta poco para ir al cielo. Tú te quedarás aquí, para establecer la devoción al Corazón Inmaculado de Maria". También se lo dirá después la Virgen. El año 1942, después de la consagración de varias diócesis en el mundo realizada por sus respectivos obispos, Pío XII hizo la oficial de toda la Iglesia. De este modo la devoción al Inmaculado Corazón de María se vió eficacísimamente confirmada y afianzada. Y después Pablo VI y, sobre todo Juan Pablo II, que se declara milagro de María: Santo Padre, le dijeron en Brasil: Agradecemos a Dios, sus trece años de pontificado. Y contestó, tres años de pontificado y diez de milagro. El ha sido el Pontífice que ha acertado a cumplir plenamente el deseo de la Virgen, cuyos resultados se han visto con el derrumbamiento del marxismo y la conversión de Rusia.

Cuando en el siglo XVIII, el mundo se enfriaba por el indiferentismo religioso de doctrinas ateas, se manifiesta Cristo a Santa Margarita María de Alacoque en Paray le Monial, y la constituye promotora del culto al Corazón de Jesús, y cuando en el siglo XX, el mundo se va a ver envuelto por amenazas de guerras, divisiones y odios, herencia nefasta del materialismo y del marxismo, pide la Virgen a los niños de Fátima, que extiendan la devoción al Inmaculado Corazón de Maria. Como remedio a los males actuales, la misma Virgen nos ofrece su Corazón Inmaculado, que es, ternura y dulzura, pero, a la vez, exigencia de oración, sacrificio, penitencia, generosidad y entrega. No basta el culto; hay que imitar sus virtudes.

En los seres racionales existe una sinergia, un lazo invisible, pero de irresistible fortaleza, que nos une con Dios, con los hombres y con las criaturas: el corazón. El Corazón de María, expresa el corazón físico que latía en el pecho de María, que entregó la sangre más pura y noble para formar la Humanidad de Cristo, y en el que resonaron todos los dolores y alegrías sufridos a su lado; y el corazón espiritual, símbolo del amor más santo y tierno, más generoso y eficaz, que la hicieron corredentora, con el cúmulo de capacidades y virtudes que adornan la persona excelsa de la Madre de Dios.

El Corazón es la raíz de su santidad eximia, y el resumen de todas sus grandezas, porque todos sus Misterios se resumen en el amor. Dios, que creó el mundo para el hombre, se reservó en él un jardín donde fuera amado, comprendido, mimado, el huerto cerrado del Cantar de los Cantares. Su Santuario, su obra primorosa y singular. Su Corazón y su alma son templo, posesión y objeto de las delicias del Señor. Sólo su corazón pudo ser el altar donde se inmoló, desde el primer instante, el Cordero inmaculado. Según San Bernardo, Maria "fuit ante sancta quam nata": nació antes a la luz de la vida de la gracia que a la luz de este mundo... No hay un Corazón más puro, inmaculado y santo que el de María. Como el sol reverbera sobre el fango de la tierra, así su Corazón inmaculado brilló sobre las miserias del mundo sin ser contaminado por ellas. Es la Mujer vestida del sol del Apocalipsis (12,1).

La plenitud de la gracia que recibió María repercutió en su Corazón en el que no existió la más leve desviación en sus sentimientos y afectos. Su humildad, su fe, su esperanza, su compasión y su caridad, hicieron de su Corazón el trono del amor y el tabernáculo de la misericordia. El Corazón de María es el de la Hija más grata del Padre. El Corazón de la Madre que con mayor dulzura y ternura haya amado a su Hijo. El Corazón de la Esposa donde el Espiritu realizó la más grande de sus maravillas: concibió del Espíritu Santo.

Para los hombres, el Corazón de María es también un corazón humano, muy humano. Es el corazón de la Madre: Todos los hombres hemos sido engendrados en el Corazón Inmaculado de Maria: "Mujer, he ahí a tu hijo" (Jn 19,26. San Juan nos representaba a todos. Poque amó mucho mereció ser Madre de Dios y atrajo el Verbo a la tierra, sin dolor; con sufrimiento y con dolor, ha merecido ser Madre nuestra. El amor a su Hjo y a sus hijos es tan entrañable y tierno, que guarda en su corazón las acciones más insignificantes de sus hijos, de quienes su Hijo Jesús es Hermano Mayor.

Dios ha querido conceder sus gracias a los hombres por el Corazón Inmaculado de María. Es el cuello del Cuerpo Místico por donde descienden las gracias de la Cabeza. Sus hijos predilectos son los santos. Ella goza viéndoles interceder por sus hermanos menores, y goza viendo que las gracias que le piden llegan a nosotros a través de Ella. Por su Corazón pasa todo cuanto ennoblece y dignifica al mundo: las gracias de conversión, la paz de las conciencias, las santas aspiraciones, el heroismo de los santos, los rayos más luminosos que le señalan al mundo las rutas de salvación. Como la imaginación, abandonada a sí misma, es la loca de la casa, el corazón dejado a la deriva, sin educar, es la perdición de toda nuestra persona, María nos enseña a amar con ardor, pero con gran pureza. El amor a Dios, a nosotros mismos y a nuestros hermanos halla el modelo humano más perfecto en el Corazón Inmaculado de Maria.

Ahora bien, si María fuera sólo Madre de la Iglesia como comunidad, y no Madre de cada uno de los miembros, sólo se preocuparía del bien de la Iglesia. Pero cada cristiano carecería de seguridad. Sería como un general que ama mucho a su ejército, pero no vacila en sacrificar a todos los soldados para salvar a la nación; y de intimidad, porque en una multitud tan grande, ¿cómo puede cada uno acercarse a Ella? El soldado no tiene fácil acceso al general; ni el ciudadano al rey. María no sería nuestra Madre, sino nuestra Reina, o nuestro general, distante de nuestras pequeñas preocupaciones.

Si una madre de diez hijos los amara sólo en grupo, y no se preocupara de cada uno en particular; si preparara comida, camas, descanso, trabajo, recreo para el grupo, no sería madre de familia, sino administradora de un colegio, o de un cuartel, donde la revisión médica se hace para todos una vez al año; y la vacuna colectiva, también. La madre de familia, lleva al médico a cada hijo siempre que lo necesita o se queja: no tiene un día al año de revisión para todos, ni de vacuna para todos. Con la Virgen María no estamos en un cuartel, ni en un colegio; sino en una familia, y bien pequeña: "No temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre se ha complacido en daros el Reino" (Lc. 12,32).

A María le sobra corazón para atendernos a todos como si fuéramos únicos: Dios le dio Corazón de Madre para que con él amara a todos y cada uno de los hombres. Y, no sólo los de hoy, sino todos los de ayer y de mañana. Nosotros somos como la última floración, como el benjamín, al que prodiga sus cuidados.

Toda madre tiene amor particular a cada hijo exactamente igual que el que tiene a todos en conjunto. Y más al más desvalido, al subnormal, al extraviado. Si el Corazón de María es nuestra Madre, ama a cada hombre con el mismo amor con que ama a toda la Iglesia. Ninguna madre cuando tiene el primer hijo restringe su amor, reservándolo para los que vengan. Da todo su amor al primero y al segundo, sin quitar nada al primero, y sin ahorrar nada para el tercero. Cuida de todos, y de cada uno como si no tuviera otro. Sólo saboreando el amor singular de su Corazón a cada uno, se puede gustar la delicia de sentirse amados por Ella, y se dialogará con ella y se intimará con Ella y se gozará en Ella. Para llegar a su intimidad, que es importantísimo para nuestra vida interior, es preciso tener firme fe en ese amor particular.

Todos estos conceptos brotan del "Totus tuus" de Juan Pablo II, que en su Encíclica "Redemptoris Mater", ha escrito: "Se descubre aquí el valor real de las palabras dichas por Jesús a su madre cuando estaba en la Cruz: «Mujer, ahí tienes a tu hijo», y al discípulo: «Ahí tienes a tu madre» (Jn 19,26). Estas palabras determinan el lugar de María en la vida de los discípulos de Cristo y expresan su nueva maternidad como Madre del Redentor: la maternidad espiritual, nacida de lo profundo del misterio pascual del Redentor del mundo.... Es esencial a la maternidad la referencia a la persona. La maternidad determina siempre una relación única e irrepetible entre dos personas: la de la madre con el hijo y la del hijo con la madre. Aun cuando una misma mujer sea madre de muchos hijos, su relación personal con cada uno de ellos caracteriza la maternidad en su misma esencia. En efecto, cada hijo es engendrado de un modo único e irrepetible, y esto vale tanto para la madre como para el hijo. Cada hijo es rodeado del mismo modo por aquel amor materno, sobre el que se basa su formación y maduración en la humanidad. Se puede afirmar que la maternidad «en el orden de la gracia» mantiene la analogía con cuanto «en el orden de la naturaleza» caracteriza la unión de la madre con el hijo. En esta luz se hace más comprensible el hecho de que, en el testamento de Cristo en el Calvario, la nueva maternidad de su madre haya sido expresada en singular, refiriéndose a un hombre: «Ahí tienes a tu hijo». Se puede decir, además, que en estas mismas palabras está indicando plenamente el motivo de la dimensión mariana de la vida de los discípulos de Cristo; no sólo de Juan, que en aquel instante se encontraba a los pies de la Cruz en compañía de la Madre de su Maestro, sino de todo discípulo de Cristo, de todo cristiano. El Redentor confía su madre al discípulo y, al mismo tiempo, se la da como madre. La maternidad de Maria, que se convierte en herencia del hombre, es un don: un don que Cristo mismo hace personalmente a cada hombre. El Redentor confia María a Juan en la medida que confía Juan a María"…Entregándose filialmente a Maria, el cristiano, como el apóstol Juan, «acoge entre sus cosas propias» a la Madre de Cristo y la introduce en todo el espacio de su vida interior, es decir, en su «yo» humano y cristiano: «la acogió en su casa. Así el cristiano trata de entrar en el radio de acción de aquella «caridad materna», con la que la Madre del Redentor «cuida de los hermanos de su Hijo», «a cuya generación y educación coopera» según la medida del don, propia de cada uno por la virtud del Espíritu de Cristo. Así se manifiesta también aquella maternidad según el espíritu, que ha llegado a ser la función de Maria a los pies de la Cruz y en el Cenáculo. Esta relación filial, esta entrega de un hijo a la Madre, no sólo tiene su comienzo en Cristo, sino que se puede decir que definitivamente se orienta hacia El. Se puede afirmar que Maria sigue repitiendo a todos las mismas palabras que dijo en Caná de Galilea: «Haced lo que él os diga. En efecto es El, Cristo, e1 Camino, la Verdad y la Vida" (Jn 4,6); es El a quien el Padre ha dado al mundo, para que el hombre «no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3,16)… Para todo cristiano y todo hombre, María es la primera que «ha creído», y precisamente con esta fe suya de esposa y de madre quiere actuar sobre todos los que se entregan a ella como hijos. Y es sabido que cuanto más perseveran los hijos en esta actitud y avanzan en la misma, tanto más María les acerca a la «inescrutable riqueza de Cristo (Ef 3,8).

El egoísmo afecta a todo amor creado, incluido el de las madres, con ser el más puro. Sólo el amor de la Virgen María no tuvo jamás mezcla de egoísmo. El amor de su Corazón es virginal, sin mezcla de egoísmo, amor puro. Amándonos con amor virginal, sabemos que no se busca a sí misma: sólo busca nuestro bien. Incluso nuestra correspodencia de amor a Ella, no la quiere por bien suyo, aunque en ella se goce como madre, sino por bien nuestro, para poder lograr nuestra transformación en Dios.

El amor particular que nos tiene engendra nuestra intimidad con Ella, y el amor virginal abandono total en su Corazón, pues no nos ama como madre humana, sino como Madre de Dios, con la perfección que le confiere su Maternidad divina. Con el mismo amor con que ama a su Jesús. Al amar a Dios lo ha hecho"Emmanuel", "Dios con nosotros" y al amarnos a nosotros, nos identifica con El.

Si a un niño pequeño le diéramos una joya preciosa, la perdería. Por eso se la damos a su madre, para que la conserve. Por eso Dios no ha querido darnos sus dones directamente, porque ya tiene experiencia de lo que pasó con Adán, y se los ha confiado a María, que nunca los perderá. Estando en sus manos son nuestros. Ella nos los conserva. Su Corazón es nuestra seguridad, nuestro tesoro inviolable. Todo lo suyo es nuestro, Ella lo quiere para nosotros. Toda la inocencia de María, su pureza, su santidad, su humildad, su amor a Dios y a los hombres, son nuestros, porque Ella es nuestra (San Juan de la Cruz. Dichos de luz y amor, 26). Y como son nuestros los podemos ofrecer a Dios, especialmente cuando no encontramos nada que ofrecerle. Entonces es cuando le ofrecemos más y la conquistamos más, porque somos más pobres.

El Corazón de María hace suyos ahora nuestros pecados, y siente con nosotros todas nuestras aflicciones, dolores y penas, no debemos desconfiar ni desesperar. Ella es refugio de pecadores. Y cuando después del pecado nos echamos en sus brazos, Ella nos anima diciendo: Me siento Yo manchada; mas como mi Hijo quiere verme totalmente limpia, os limpiará a vosotros para que todos estemos limpios.

El Corazón de María es nuestro consuelo. No nos acompaña en el sufrimiento por pura fórmula. Llora con nosotros, sufre con nosotros nuestro mismo dolor, está con nosotros, tratando de que superemos la depresión de vernos solos y abandonados en el sufrimiento y en el dolor, especialmente en esta época de angustia, vacío y ansiedad. Siempre nos queda su Corazón, sus brazos acogedores que llevan nuestra misma carga, haciéndola ligera. Y Jesús, amando a su Madre, para hacer ligera la carga de Ella, la lleva con Ella y con nosotros, y nos dice: "Venid a Mí todos los que estáis cargados y agobiados, y yo os aliviaré, porque mi yugo es suave, y mi carga ligera" (Mt. 11,28). Si aprendemos a ir a Jesús por María, hallaremos fortaleza y hasta verdadera delicia en el sufrimiento y en el dolor. La compañía que nos hacen los que nos aman es externa y desde fuera: son incapaces de llegar al nivel de nuestro dolor. El Corazón de María siente en nosotros y con nosotros todas nuestras angustias y dolores, porque conoce ahora, y siente en su carne, lo que estamos pasando. Y si su Corazón prefiere sufrir con nosotros ese dolor antes que quitárnoslo, es porque ve que es necesario que lo pasemos. Cuántos bienes deben seguirse de estos sufrimientos, humillaciones, anonadamiento y aislamiento, olvidos, desprecios, dolores físicos y morales, y hasta los mismos pecados que nos humillan y confunden, cuando el Corazón de María, pudiéndolo evitar, prefiere hacerlo suyo, y sufrirlo en nosotros y con nosotros. Si lo tenemos presente veremos la luminosidad de la cruz, y entenderemos lo que nos dice San Pablo: "Dios, a los que decidió salvar, determinó hacerlos conformes a la imagen de su Hijo" (Rom. 8,29), y "seremos conglorificados con El, si padecemos con El"(Rom. 8,17). Entonces comprendemos los deseos ardientes que los santos tuvieron de sufrir, y no nos extrañará oír a Santa Teresa: "O padecer o morir".

La ilusión mayor de una madre es que su pequeño llegue a adulto y se haga fuerte como su padre: «Sed perfectos como vuestro Padre Celestial es perfecto» (Mt. 5,48). Ese es el deseo del Corazón de María: que lleguemos a la perfección del Padre Celestial, copiando a su Jesús, que agota la perfección del Padre, pues es esplendor de su gloria e imagen desu substancia. Esa es la clave para entender el empeño del Corazón de María en dejarnos sufrir.

Bueno es y muy provechoso que reflexionemos y meditemos las verdades eternas y desentrañemos con nuestro esfuerzo el valor y la riqueza de las virtudes y la maldad de los pecados y su fealdad, y la belleza del amor, pero, como obra nuestra, tengo para mí, que esta reflexión y actividad se queda a mitad camino, como diría San Juan de la Cruz, "con ella se hace poca hacienda". Reflexionando vemos, pero ya decía el clásico: "Video meliora, proboque, deteriora sequor". "Veo lo mejor y lo apruebo, pero sigo lo peor". Y San Pablo: "No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero" (Rm 7,19). Lo vemos, pero nos faltan fuerzas para hacer la verdad y lo mejor. Son las fuerzas que Dios nos ofrece por manos del Corazón de María, por eso lo más lógico feficaz de razón y de fe, es llevar a la Eucaristía los problemas y en presencia y compañía del Corazón de María, derramar nuestro corazón, problemas y tentaciones para que como por ósmosis y en otra dimensión de nuestro ser, transformen nuestra vida, sin saber cómo y sin poderlo explicar.

"Entréme donde no supe, / y quedéme no sabiendo, / toda ciencia trascendiendo. // Yo no supe dónde entraba, / Pero cuando allí me ví, / Grandes cosas entendí; / No diré lo que sentí, // Pero me quedé no sabiendo, / Toda ciencia trascendiendo" (San Juan de la Cruz).

"¡Oh Dios, tú que has preparado en el Corazón de María, una digna morada al Espíritu Santo, haz que por la intercesión de su Corazón y su compañía e intimidad, lleguemos a ser templos de su gloria". Amen (Jesús Martí Ballester).

viernes, 15 de junio de 2012

Sagrado Corazón de Jesús B

Solemnidad del Sagrado Corazón

Profeta Oseas 11,1b. 3-4. 8c-9. Esto dice el Señor: Cuando Israel era joven lo amé, desde Egipto llamé a mi hijo. Yo enseñé a andar a Efraím, lo alzaba en brazos, y él no comprendía que yo lo curaba. Con cuerdas humanas, con correas de amor lo atraía; era para ellos como el que levanta el yugo de la cerviz, me inclinaba y lo daba de comer. Se me revuelve el corazón, se me conmueven las entrañas. No cederé al ardor de mi cólera, no volveré a destruir a Efraím; que soy Dios y no hombre, santo en medio de ti, y no enemigo a la puerta.

Salmo responsorial: Is 12,2-3.4bcd.5-6 R/. Sacaréis aguas con gozo, de las fuentes de la salvación.

El Señor es mi Dios y Salvador: / confiaré y no temeré, / porque mi fuerza y mi poder es el Señor; / El fue mi salvación. / Y sacaréis aguas con gozo / de las fuentes de la salvación.

Dad gracias al Señor, / invocad su nombre; / contad a los pueblos sus hazañas,

proclamad que su nombre es excelso.

Tañed para el Señor que hizo proezas, / anunciadlas a toda la tierra; / gritad jubilosos, habitantes de Sión: / «qué grande es en medio de ti / el santo de Israel.

Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Efesios 3,8-12.14-19. Hermanos: A mí, el más insignificante de todo el pueblo santo, se me ha dado esta gracia: anunciar a los gentiles la riqueza insondable que es Cristo; e iluminar la realización del ministerio, escondido desde el principio de los siglos en Dios, creador de todo. Así, mediante la Iglesia, los Principados y Potestades en los cielos conocen ahora la multiforme sabiduría de Dios; según el designio eterno, realizado en Cristo Jesús, Señor Nuestro, por quien tenemos libre y confiado acceso a Dios por la fe en él. Por eso doblo las rodillas ante el Padre, de quien toma -nombre toda familia en el cielo y en la tierra, pidiéndole que, de los tesoros de, su gloria, os conceda por medio de su Espíritu robusteceros en lo profundo de vuestro ser; que Cristo habite por la fe en vuestros corazones; que el amor sea vuestra raíz y vuestro cimiento; y así, con todo el pueblo de Dios, lograréis abarcar lo ancho, lo largo, lo alto y lo profundo, comprendiendo lo que trasciende toda filosofía: el amor cristiano. Así llegaréis a vuestra plenitud, según la Plenitud total de Dios.

Lectura del santo Evangelio según San Juan 19,31-37. En aquel tiempo los judíos, como era el día de la Preparación, para que no se quedaran los cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día solemne, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y que los quitaran. Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados con la lanza le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua. El que lo vio da testimonio y su testimonio es verdadero, y él sabe que dice verdad, para que también vosotros creáis. Esto ocurrió para que se cumpliera la Escritura: «No le quebrarán un hueso»; y en otro lugar la Escritura dice: «Mirarán al que atraversaron».

Comentario: Una persona con corazón es una persona profunda y a la vez cercana; entrañable y comprensiva, capaz de sentir emociones a la vez que de ir al fondo de las cosas y los acontecimientos. El corazón ha simbolizado para la gran mayoría de las culturas el centro de la persona, donde vuelve a la unidad y se fusiona la múltiple complejidad de sus facultades, dimensiones, niveles, estratos: lo espiritual. y lo material, lo afectivo y lo racional, lo instintivo y lo intelectual. Una persona con corazón es no la dominada por el sentimentalismo sino la que ha alcanzado una unidad y una coherencia, un equilibrio de madurez que le permite ser objetivo y cordial, lúcido y apasionado, instintivo y racional; la que nunca es fría sino siempre cordial, nunca ciega sino siempre realista. Tener corazón equivale para el hombre antiguo a ser una personalidad integrada. En fin, el corazón es el símbolo de la profundidad y de la hondura. Sólo quien ha llegado a una armonía consciente con el fondo de su ser, consigue alcanzar la unidad y la madurez personales. Jesús, el hombre para los demás, tiene corazón porque toda su vida es como un fruto logrado y pingüe, un fruto suculento de sabiduría y santidad. Su corazón no es de piedra sino de carne (Ez 11,19). Su vida es un signo del buen amar, del saber amar. Pero sobre todo, Jesús en su corazón es la profundidad misma del hombre. En él está la fuente del Espíritu que brota como agua fecunda hasta la vida eterna (Jn 7,37; 19,34).

1. Os 11. 1b.3-4.8c-9. Es tal la sencillez de esta lectura, tal su dramatismo interno, tan acusados y manifiestos los sentimientos paternales de Dios, que debería constituir la reflexión callada y reconocida su mejor comentario. Perdónesemos si, al pretender encuadrarla en su contexto histórico, aminoramos en lo más mínimo el delicado sentido de su interioridad. Esta lectura es única, no ya en el libro de Oseas sino en todo el Antiguo Testamento. Es, permítasenos la comparación, la perla preciosa escondida en el campo por la que hemos de venderlo todo para adquirirla; es una de las más altas cumbres de la revelación sobre la naturaleza de Dios en todo el Antiguo Testamento. Y, aunque parezca paradójico, el profeta llegó a ella a través de la sencilla vulgaridad de su vida matrimonial. Ni revelaciones especiales ni visiones ni éxtasis ni arrebatos. Esposo y padre cariñoso, le bastó tener un hijo entre sus brazos para comprender el amor de Dios. En su transición del amor humano al divino y en su comprensión de lo divino por lo humano, Oseas recuerda los primeros días de la existencia de Israel con la ternura y romance de aquellos momentos. Entonces había muchos pueblos, pueblos fuertes y poderosos, pueblos de historia y raigambre. Y Yahveh fue a fijarse en quien no era pueblo todavía, en un grupo de esclavos y emigrantes por tierras de Egipto, sin historia, sin tierra, sin civilización. Era la creación de algo de la nada. A esa nada Dios la amó y comenzó a existir, a ser hija predilecta suya; y su hija, libre. Y de Egipto Dios la sacó. Cada vez que Dios "le llamaba" e intentaba realizar en él y por él sus planes, Israel, voluble e incomprensivo, "se alejaba"; lo posponía a sus ídolos y baales, se prostituía y divorciaba de él rompiendo la Alianza que habían sellado en el Sinaí. Yahveh, su padre, no se rindió. Fue El y no los baales quien "le enseño a andar", quien siguió sus pasos con firmeza por la tierra de promisión hasta el esplendor de los tiempos davídicos; él le "alzaba en brazos", gozoso y salvífico a la vez, mostrándole todo su amor hacia él. Sin embargo, "él no comprendía que Yo le curaba". Quizás sea necesario ser padre para comprender el dolor por la incomprensión de un hijo a quien se mima con toda clase de ternuras. Podía, sin duda, forzarla. Era Dios. Pero prefiere respetar aquello que él ha dado al hombre como esencia de su ser, su libertad. ¡Ay de aquel que osare violar aquello que el mismo Dios respeta! Por eso se acercó a él, se inclinó hacia él para alimentarlo, intentó atraerlo hacia sí -sublime ejemplo de condescendencia divina-... pero "con cuerdas humanas". Es la más preciosa descripción del misterio de la libertad y la gracia. Nada consiguió y se vio forzado a castigarlo. Era justo. Pero nuestra lectura bíblica se salta el castigo, porque el castigo nunca es la última palabra de Dios, para tratar de explicar sicológica y humanamente el incomprensible y deconcertante misterio del amor de Dios. Se le "revuelven las entrañas" al tener que castigar. Es Dios y no hombre. Es santo y no enemigo al acecho. Por eso, "ni cederá a la cólera... ni volverá a destruir a Efraím". Ha querido corregirlo, no aniquilarlo. Es la misma enseñanza que se encierra en el término profético "Resto". La testimoniada por Cristo en la Cruz por amor. Quien tenga oídos para oir que oiga. Y como prueba, entonces imprecisa y hoy constatable históricamente, se les promete la vuelta del exilio con la misma seguridad que el rugido del león produce el pánico en quien lo escucha. Cuando Yahveh "ruja", eficaz imagen de la eficacia de su palabra, Israel volverá con la docilidad de un pájaro y la obediencia de la paloma a la voz de su amo. Así es Dios cuando castiga y corrige para poder salvar (Edic. Marova).

El profeta, sirviéndose aún del procedimiento acusatorio, presenta una de las más bellas y profundas síntesis del amor de Dios, negativamente más destacado aún por la ingratitud de Israel: «Cuando Israel era niño, lo amé; y desde Egipto llamé a mi hijo. Pero cuanto más los llamaba, más se alejaban de mí: ofrecían sacrificios a los baales...» (vv 1 2). El amor es presentado como la causa del nacimiento de Israel, la clave de la elección. Todo el amor tierno, pero educador, de Dios se resume en la imagen del padre que levanta a su hijo hasta sus mejillas y le ayuda a comer. Todas estas imágenes intentan traducir la realidad vital del compromiso de Dios a favor del hombre. Pero Israel ha despreciado el don del amor. Pecar, opción de esclavitud, de retorno a Egipto, es para Oseas obligar a Dios, el más amoroso de los padres, a castigar. Sin embargo, el castigo no es la última palabra del Señor. En el corazón de Dios hay una especie de «conversión». Oseas la describe con una afirmación única en toda la literatura profética: "No desencadenaré todo el furor de mi ira, no destruiré del todo a Efraín, que soy Dios y no hombre, el Santo en medio de ti" (9).

No, el estilo de Dios no es el estilo vengativo del hombre. La apelación sorprendente a su santidad, a su radical distinción de todo y de todos es la más fuerte garantía de un amor sin retroceso. Toda la predicación de Oseas prepara esta afirmación, que hallará eco en otros profetas: «¿Puede la mujer olvidarse del fruto de su vientre, no compadecerse del fruto de sus entrañas? Pues aunque ella se olvidara yo no te olvidaría» (Is 49, 15) La proclamación de Oseas sobre el amor de Dios que sale al encuentro del hombre en la doble relación de matrimonio y filiación, de un Dios que ama simplemente porque es Dios, constituye uno de los capítulos más ricos de la teologia veterotestamentaria. Es una anticipación de aquella doctrina joánica que considera el amor como la esencia y realidad de Dios. Sólo quien tiene experiencia de amor puede tener experiencia de este Dios que es el primero en amar. Amar creadoramente significa estar presente a favor de los hombres. Dios es amor, se compromete personalmente en favor de los hombres, pero, como el amor, jamás es del todo asequible, sino que siempre precede al hombre. En la medida en que el amor nunca está plenamente realizado, abre siempre un futuro nuevo. Amor es camino hacia Dios y camino hacia la propia realización (F. Raurell).

2. Is 12, 2-3.4bcd. 5-6. El nombre de Isaías («Dios-salva») simboliza y localiza la fuente salvadora de Israel. Catequesis del Papa: “Constituye una especie de culminación de algunas páginas del libro de Isaías que se han hecho célebres por su lectura mesiánica. Se trata de los capítulos 6-12, que se suelen denominar "el libro del Emmanuel". En efecto, en el centro de esos oráculos proféticos resalta la figura de un soberano que, aun formando parte de la histórica dinastía davídica, tiene perfiles transfigurados y recibe títulos gloriosos: "Consejero maravilloso, Dios fuerte, Padre sempiterno, Príncipe de la paz" (Is 9, 5). La figura concreta del rey de Judá que Isaías promete como hijo y sucesor de Ajaz, el soberano de entonces, que estaba muy lejos de los ideales davídicos, es el signo de una promesa más elevada: la del rey Mesías que realizará en plenitud el nombre de "Emmanuel", es decir, "Dios con nosotros", convirtiéndose en la perfecta presencia divina en la historia humana. Así pues, es fácilmente comprensible que el Nuevo Testamento y el cristianismo hayan intuido en esa figura regia la fisonomía de Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre solidario con nosotros.

Los estudiosos consideran que el himno al que nos estamos refiriendo (cf. Is 12, 1-6), tanto por su calidad literaria como por su tono general, es una composición posterior al profeta Isaías, que vivió en el siglo VIII antes de Cristo. Casi es una cita, un texto de estilo sálmico, tal vez para uso litúrgico, que se incrusta en este punto para servir de conclusión del "libro del Emmanuel". En efecto, evoca algunos temas referentes a él: la salvación, la confianza, la alegría, la acción divina, la presencia entre el pueblo del "Santo de Israel", expresión que indica tanto la trascendente "santidad" de Dios como su cercanía amorosa y activa, con la que el pueblo de Israel puede contar. El cantor es una persona que ha vivido una experiencia amarga, sentida como un acto del juicio divino. Pero ahora la prueba ha pasado, la purificación ya se ha producido; la cólera del Señor ha dado paso a la sonrisa y a la disponibilidad para salvar y consolar.

Las dos estrofas del himno marcan casi dos momentos. En el primero (cf. vv. 1-3), que comienza con la invitación a orar: "Dirás aquel día", domina la palabra "salvación", repetida tres veces y aplicada al Señor: "Dios es mi salvación... Él fue mi salvación... las fuentes de la salvación". Recordemos, por lo demás, que el nombre de Isaías -como el de Jesús- contiene la raíz del verbo hebreo ylsa", que alude a la "salvación". Por eso, nuestro orante tiene la certeza inquebrantable de que en la raíz de la liberación y de la esperanza está la gracia divina. Es significativo notar que hace referencia implícita al gran acontecimiento salvífico del éxodo de la esclavitud de Egipto, porque cita las palabras del canto de liberación entonado por Moisés: "Mi fuerza y mi canto es el Señor" (Ex 15, 2).

La salvación dada por Dios, capaz de suscitar la alegría y la confianza incluso en el día oscuro de la prueba, se presenta con la imagen, clásica en la Biblia, del agua: "Sacaréis agua con gozo de las fuentes de la salvación" (Is 12, 3). El pensamiento se dirige idealmente a la escena de la mujer samaritana, cuando Jesús le ofrece la posibilidad de tener en ella misma una "fuente de agua que salta para la vida eterna" (Jn 4, 14). Al respecto, san Cirilo de Alejandría comenta de modo sugestivo: "Jesús llama agua viva al don vivificante del Espíritu, por medio del cual sólo la humanidad, aunque abandonada completamente, como los troncos en los montes, y seca, y privada por las insidias del diablo de toda especie de virtud, es restituida a la antigua belleza de la naturaleza... El Salvador llama agua a la gracia del Espíritu Santo, y si uno participa de él, tendrá en sí mismo la fuente de las enseñanzas divinas, de forma que ya no tendrá necesidad de consejos de los demás, y podrá exhortar a quienes tengan sed de la palabra de Dios. Eso es lo que eran, mientras se encontraban en esta vida y en la tierra, los santos profetas y los Apóstoles y sus sucesores en su ministerio. De ellos está escrito: Sacaréis aguas con gozo de las fuentes de la salvación". Por desgracia, la humanidad con frecuencia abandona esta fuente que sacia a todo el ser de la persona, como afirma con amargura el profeta Jeremías: "Me abandonaron a mí, manantial de aguas vivas, para hacerse cisternas, cisternas agrietadas, que no retienen el agua" (Jr 2, 13). También Isaías, pocas páginas antes, había exaltado "las aguas de Siloé, que corren mansamente", símbolo del Señor presente en Sión, y había amenazado el castigo de la inundación de "las aguas del río -es decir, el Éufrates- impetuosas y copiosas" (Is 8, 6-7), símbolo del poder militar y económico, así como de la idolatría, aguas que fascinaban entonces a Judá, pero que la anegarían.

La segunda estrofa (cf. Is 12, 4-6) comienza con otra invitación -"Aquel día diréis"-, que es una llamada continua a la alabanza gozosa en honor del Señor. Se multiplican los imperativos para cantar: "dad gracias, invocad, contad, proclamad, tañed, anunciad, gritad". En el centro de la alabanza hay una única profesión de fe en Dios salvador, que actúa en la historia y está al lado de su criatura, compartiendo sus vicisitudes: "El Señor hizo proezas... ¡Qué grande es en medio de ti el Santo de Israel!" (vv. 5-6). Esta profesión de fe tiene también una función misionera: "Contad a los pueblos sus hazañas... Anunciadlas a toda la tierra" (vv. 4-5). La salvación obtenida debe ser testimoniada al mundo, de forma que la humanidad entera acuda a esas fuentes de paz, de alegría y de libertad.

3. Ef 3,8-12.14-19: El tema del designio de Dios. Los cristianos son depositarios de un secreto, pero la mayoría de las veces se comportan como si lo ignoraran. Tienen acceso al misterio "escondido desde los siglos, en Dios" (Ef 3, 9)… los cristianos no tienen medios concretos para comprender que su condición normal es la de "estar dispersos" entre los demás hombres, no se ven empujados por las circunstancias a percibir en su interior aquello que es lo específico del cristianismo. Muchas veces, sin darse cuenta, reducen fácilmente esto a algunas exigencias evangélicas, perdiendo de vista que el Evangelio es ante todo una Persona, Alguien. Y entonces se imaginan que el cristiano se distingue del no cristiano por diversas actitudes que le son propias, tales como el desinterés, el amor a los más pobres, etc. Esto, evidentemente, no es falso, pero es incompleto. Hoy, que la Iglesia está un poco por todas partes en estado de misión, cristianos y no cristianos se codean a diario.

El misterio oculto desde la eternidad en Dios (Ef 3, 9): Desde toda la eternidad, Dios tuvo el designio de crear por amor y de llamar a los hombres a la filiación adoptiva en unión de vida con el Verbo encarnado, con Cristo recapitulador, a fin de que por su don mutuo, que es el don del Espíritu Santo, se edifique la Familia del Padre. Este designio es, en primer lugar, un designio de salvación, puesto que el hombre no puede dar por sí mismo una respuesta a Dios que tenga la cualidad de ser una respuesta "filial", y el amor divino que le anima es lo suficientemente grande como para alcanzar al hombre, incluso cuando le rechaza e incluso en su pecado… por parte de Dios todo se ha cumplido desde el principio: la iniciativa divina de la salvación, que tiene lugar en la creación, es la misma que se manifestará en Jesús de Nazaret. La creación del hombre a imagen y semejanza de Dios no es extraña a la acción del Verbo eterno, imagen perfecta del Padre, y la Historia de la humanidad no se puede comprender sin la acción del Espíritu Santo, que es el que reúne a los hombres y da unidad en el amor, porque El es el don mutuo del Padre y del Hijo. Si el misterio de la salvación, que tiene toda su consistencia en Dios, ha permanecido, sin embargo, oculto a los ojos de los hombres durante tanto tiempo, esto no ha podido ser más que por una razón esencial, relativa a la naturaleza misma de este misterio. La explicación de que la Encarnación tardara tanto tiempo se basa en lo siguiente: la salvación de la humanidad es un misterio de amor y, por consiguiente, un misterio de reciprocidad. A la iniciativa de Dios debe corresponder la respuesta del hombre. Inspirado por el amor, el gesto creador de Dios es infinitamente respetuoso para con el hombre. Este no sale ya completamente fabricado de las manos de Dios, sino que recibe el poder de construirse a sí mismo, de irse elaborando lentamente a través de los años. ¡Cuánto tiempo ha sido necesario para que la humanidad aprenda a hablar y después a escribir! ¡Cuánto tiempo ha sido necesario para que un pueblo llegue al descubrimiento del Dios Todo-Otro, a través de los acontecimientos de su propia historia! Sin duda alguna, el pecado del hombre ha frenado la marcha de la humanidad, invitándola sin cesar a seguir unos caminos que no tenían salida. Pero, de todos modos, se necesitaba mucho tiempo para que la historia humana desembocara en esta mujer humilde, la Virgen María, que es la que ha vivido con toda verdad y con toda lucidez la religión de la Espera o del Adviento. María es la mujer en quien la libertad espiritual del hombre ha producido los más abundantes frutos; la que nos ha manifestado, en el más alto grado, hasta dónde el gesto creador del Amor ha querido manifestar el respeto por el hombre, su criatura. Desde ahora en adelante, la religión de la Espera puede dar lugar a la religión de la Realización. La Encarnación del Hijo de Dios no entrañará para la humanidad ninguna secreta alienación. Jesús, en cuanto hombre, ha sido engendrado por una mujer y preparado por ella para su misión de mediador de la salvación.

El designio eterno engendrado en Cristo Jesús nuestro Señor (Ef 3, 11): La iniciativa divina de gracia en los designios de salvación, que ha estado obrando constantemente durante el período de la historia humana anterior a la venida del Hijo, desemboca en el misterio de la Encarnación. Esta iniciativa divina nos descubre el significado final de la larga marcha de la humanidad hasta llegar a Cristo. Ya desde el principio el llamamiento divino a la filiación adoptiva está grabado, en cierta manera, en el corazón de la libertad humana, impidiendo al hombre el contentarse definitivamente con la posesión de los bienes creados, haciéndole acceder con Israel al plano de la fe, embarcándole en esta extraordinaria aventura espiritual que es la esperanza mesiánica, esta esperanza humana que va a salvar al hombre, ajustándole perfectamente a la iniciativa divina. Pero este plan de Dios desemboca necesariamente en la Encarnación, porque solo el Hombre-Dios puede dar a Dios una respuesta verdaderamente filial, sin dejar por eso un solo momento de ser criatura. Solo el Hombre-Dios puede cerrar de una manera adecuada el lazo de reciprocidad perfecta entre Dios y la humanidad. O, dicho de otro modo: el momento preciso en que la humanidad ha alcanzado en uno de sus miembros su propia cima, es también el momento en que Dios le ha dado el testimonio supremo de su amor: el envío de su Hijo eterno. El misterio oculto desde todos los siglos ha sido, por fin, revelado. La historia de la salvación comienza verdaderamente en Cristo nuestro Señor. Esto, que es revelado, no es una doctrina, sino la salvación que se ha hecho efectiva. Es el reencuentro del hombre con Dios, que se ha realizado al fin. La iniciativa gratuita del Padre encuentra en Jesús una respuesta perfecta, y la historia de la salvación se manifiesta como una empresa convergente de Dios y el hombre. El Hombre-Dios, el Hombre de entre los hombres que supera con éxito la aventura humana, concilia en su Persona la paradoja esencial de la vocación del hombre: su obediencia de criatura hasta morir en la Cruz es una obediencia filial: la del Unigénito del Padre. En Cristo, la adopción filial se ofrece a todos los hombres, cuya aspiración más íntima ha sido colmada así por encima de toda medida. Todos podrán decir al Padre común un "sí" verdaderamente filial, siendo únicamente, pero de una manera total, fieles a su condición de criatura. Finalmente, el envío del Hijo entraña el envío del Espíritu Santo, que es común al Padre y al Hijo; el Espíritu de amor que sella la unidad de sus relaciones personales. Porque habiéndose asociado en Cristo la humanidad en estas relaciones inefables, el mismo Espíritu que está obrando en la creación desde sus orígenes, también puede ser enviado desde ahora a toda la humanidad, para significar con ello que ha adquirido la adopción filial en el Hijo unigénito y, al mismo tiempo, para sellar en la unidad del amor el reencuentro efectivo de Dios y el hombre.

La sabiduría de Dios en su diversidad inmensa, revelada por medio de la Iglesia (Ef 3, 10): La resurrección de Cristo marca el final del primer acto de la historia de la salvación. Se ha edificado el Templo del reencuentro perfecto de Dios y del hombre. Sus sólidos cimientos se han colocado ya de una manera definitiva. El Cuerpo resucitado de Cristo es ya para siempre el "sacramento" primordial del diálogo de amor entre Dios y la humanidad. Pero habiéndose dado ya el primer paso, todavía continúa la historia de la salvación. La piedra angular ha sido colocada ya de una manera sólida, y el templo del diálogo de Dios y el hombre va adquiriendo forma de una manera progresiva, hasta que todas las piedras hayan sido colocadas en su sitio. La historia de la salvación es la historia de la Iglesia. Familia del Padre y Cuerpo de Cristo.

Anunciar a los paganos la incomparable riqueza de Cristo (Ef 3, 8): Los miembros del Cuerpo de Cristo, esos hombres que han tenido acceso a la revelación del misterio oculto en Dios desde los siglos, se ven empujados por el dinamismo irresistible de su fe a anunciar a sus hermanos la Buena Nueva de la salvación, que de una vez para siempre nos ganó Jesucristo. San Pablo expresa el objeto de la Buena Nueva con estas palabras: es la incomparable riqueza de Cristo.

S. Agustín: “Cuál es la anchura, la longitud, la altura y la profundidad (Ef 3,16-18). La palabra altitudo tiene un doble significado en la lengua latina: significa tanto la dirección hacia arriba como hacia abajo. Por tanto, estuvo acertado el traductor al poner altura: lo que va hacia arriba, y profundidad: lo que va hacia abajo.

Os voy a exponer qué significa esto... Las palabras del Apóstol nos han puesto delante en cierto modo la cruz. Tiene, en efecto, su anchura sobre la que se clavan las manos; su longitud: lo que va hasta la tierra desde aquélla; tiene también su altura: lo que sobrepasa el madero transversal sobre el que clavan las manos, donde se sitúa la cabeza del crucificado; tiene igualmente su profundidad, es decir, lo que se clava en la tierra y no se ve. Contempla el gran misterio: de la profundidad que no ves surge todo cuanto ves.

¿Dónde está la anchura? Acomoda tu vida a la vida y costumbres de los santos, que dicen: lejos de mí el gloriarme, a no ser en la cruz de nuestro Señor Jesucristo. En sus costumbres percibimos la anchura de la caridad, razón por la que los exhorta el mismo Apóstol con estas palabras: Ensanchaos, para no uniros en yunta con los infieles. Y como también él, que invitaba a la anchura, era ancho, ved lo que les dice: Os abrimos, ¡oh corintios!, nuestra boca; nuestro corazón se ha ensanchado (2 Cor 6,14.11). La anchura es, por lo tanto, la caridad; sólo ella obra el bien. La anchura hace que Dios ame al que da con alegría. En efecto, si ha pasado estrechez, dará con tristeza; y si da con tristeza, perece lo que da. Necesitas, pues, la anchura de la caridad, para que no perezca nada del bien que haces.

Mas, puesto que son también del Señor estas palabras: Donde abunde la iniquidad se enfriará la caridad de muchos, dame también la longitud. ¿Qué es la longitud? Quien persevere hasta el final, ése se salvará (Mt 24,12-13). Tal es la longitud de la cruz sobre la que se extiende todo el cuerpo, en el que en cierta manera está fijo y, estando fijo, persevera. Tú que te glorías en la cruz, si buscas la anchura de la cruz, ten la fuerza para obrar el bien. Si quieres poseer su longitud, ten la longanimidad de la perseverancia. Pero si quieres poseer la altura de la cruz, reconoce lo que escuchas y dónde lo escuchas: «¡En alto el corazón!». ¿Qué significa eso? Pon allí tu esperanza y tu amor; busca allí la fuerza, espera de allí la recompensa. Pues si obras el bien y das con alegría, te encontrarás en posesión de la anchura. Y si perseveras hasta el fin en esas buenas obras, te hallarás en posesión de la longitud.

Pero si todas esas cosas no las haces con vistas a la recompensa celeste, carecerás de altura y desaparecerá tanto la anchura como la longitud. ¿Qué otra cosa es tener altura, sino pensar en Dios y amarle a él? Amar gratuitamente a ese Dios que nos ayuda, que nos contempla, nos corona y otorga el premio, y, finalmente, considerarle a él mismo como el premio y no esperar de él otra cosa que él mismo. Si amas, ama gratuitamente; si amas en verdad, sea él la recompensa que amas. ¿O acaso consideras todo valioso, y, en cambio, te parece vil quien hizo todas las cosas?

El Apóstol dobló sus rodillas por nosotros para que seamos capaces de todo esto; más aún, para que se nos conceda. También el evangelio nos atemoriza: A vosotros se os ha dado conocer los misterios del reino, pero no a ellos. A quien tiene se le dará. ¿Quién tiene para que se le dé, sino aquel a quien se le ha dado? En cambio, a quien no tiene se le quitará hasta lo que tiene (Mt 13,11-12). ¿Quién es el que no tiene sino aquel a quien no se le ha dado? ¿Por qué pues a uno se la ha dado y a otro no? No temo decirlo: esta es la profundidad de la cruz. Todo lo que podemos procede de no sé qué profundidad del juicio de Dios, que no puede escrutarse ni contemplarse. Veo lo que puedo, pero no por qué o de dónde me viene el poderlo, a no ser lo que he llegado a ver hasta el presente: sé que es don de Dios. ¿Por qué a éste sí y a aquél no? Es demasiado para mí, es un abismo, es la profundidad de la cruz. Puedo exclamar admirado, pero no puedo demostrarlo con palabras.

4. Los dirigentes judíos, como era Preparación -para que no se quedasen en la cruz los cuerpos durante el día de descanso, pues era solemne el día de aquel descanso-, le rogaron a Pilato que les quebrasen las piernas y los quitasen. Reaparecen los dirigentes judíos (19,20), los que han conseguido dar muerte a Jesús, entre los cuales se encuentran los sumos sacerdotes (cf. 19,14.15). Desde la primera entrevista con Pilato, «los Judíos» tenían presente la pureza legal requerida por la Pascua que se avecinaba (18,28). Ahora siguen preocupados; se consideraba que una ejecución capital profanaba el sábado o la fiesta. No quieren que nada impida la celebración. Era Preparación; ellos creen que están preparando su propia Pascua, cuando en realidad ha sido sustituida por la de Jesús (11,55a; 12,1 Lects.). La mención de los cuerpos expresa la solidaridad de Jesús con los que están crucificados con él y con todo hombre, como la había expresado «la carne» (1,14; 17,2). «El cuerpo», que iguala a Jesús con los hombres, es el santuario de Dios (2,21). Los cuerpos están en su misma cruz (en la cruz), ésta es la de todos los suyos, como lo será su sepulcro (19,41). No debían quedar en la cruz el día de descanso, porque el día de fiesta que imponía aquel descanso era muy solemne. Hay que distinguir aquí dos puntos de vista, el de los judíos y el de Jesús. Desde el punto de vista de los judíos, es la preparación de su Pascua, que no llegará a celebrarse (cf. 19,42). Su fiesta quedará vacía. Desde el punto de vista de Dios y de Jesús, terminada el día sexto la obra de la creación (19,30), comienza el sábado, el descanso. La frase el día era solemne está en paralelo con 7,37: El último día, el [más] solemne de la fiesta, puesto en relación con la manifestación de la gloria (7,39). Este día sexto de la muerte de Jesús, en que el hombre queda creado, es «el último día»; en él se acaba la obra de Dios, pero al mismo tiempo se inicia. El día último es al mismo tiempo el día primero (20,1) que abre la marcha de la nueva historia. La nueva pareja en el huerto-jardín dará comienzo a la nueva humanidad (20,11ss).

«Los Judíos» van a rogar a Pilato. Le hacen peticiones concretas: que les quiebren las piernas, para acelerar la muerte, y que los quiten. Ni una ni otra se verificarán con Jesús; los soldados no le quebrarán las piernas; tampoco serán ellos los que lo quiten de la cruz, esto será motivo de otra petición de un discípulo (19,38). Quieren acelerar la muerte, para que no estén vivos en la fiesta. La presencia de Jesús y la de sus compañeros crucificados es incompatible con ella, pues produciría una impureza según la Ley. No consideran que el crimen los impurifique, pero sí la violación de una prescripción legal. Para ellos, pueden rompérsele las piernas a Jesús. No saben que es el Cordero de la nueva Pascua (1,36).

32-33 Fueron, pues, los soldados, y les quebraron las piernas, primero a uno y luego al otro de los que estaban crucificados con él. Pero, al llegar a Jesús, viendo que estaba ya muerto, no le quebraron las piernas. Los soldados comienzan por los compañeros de Jesús. Estos estaban aún vivos; ahora, una vez que él ha muerto, pueden morir ellos. El ha abierto el camino hacia el Padre y pueden seguirlo. Nadie puede quitarle la vida, la ha dado por propia iniciativa (10, 17s; 19,30). Al afirmar que no le quebraron las piernas prepara Jn la cita del texto sobre el cordero pascual (19,36). Jesús, como Lázaro, está muerto (11,44; 12,1 nota); para los soldados, es una muerte definitiva, como las demás. 34 Sin embargo, uno de los soldados, con una lanza, le traspasó el costado, y salió inmediatamente sangre y agua. Como el vinagre representaba el odio (19,29s), así la lanza. La acción del soldado era innecesaria, pero la hostilidad sigue. Ahora es el pagano quien la expresa. Los soldados se habían burlado de la realeza de Jesús y lo habían escarnecido. (19,1-3), se habían repartido su ropa (19,23-24). Ahora, la punta de la lanza quiere destruirlo definitivamente. La expresión de odio permite la del amor que produce vida. Lo mismo que al vinagre del odio respondió Jesús con su muerte aceptada por amor (19, 30: reclinando la cabeza), cuyo fruto fue la entrega del Espíritu, así ahora, a la herida de la lanza, sucede la efusión de la sangre y el agua.

«Salió sangre y agua» (Jn 19, 34): San Juan concede gran importancia a la lanzada que siguió a la muerte de Cristo en la Cruz: "Llegados a Jesús (los soldados), le encontraron muerto, y no le rompieron las piernas. Pero uno de los soldados le abrió el costado con su lanza, y al instante salió sangre y agua" (Jn 19, 33-34). Para el evangelista, toda la economía sacramental de la Iglesia ha brotado, en cierta manera, de Cristo en el momento de su muerte en la cruz, y se funda ante todo en los sacramentos del bautismo y de la Eucaristía. O, dicho de otro modo, el desarrollo de la historia de la salvación va unido al desarrollo de la sacramentalidad. El templo del reencuentro perfecto de Dios y de la humanidad debe crecer, y los momentos privilegiados de este crecimiento están marcados por la celebración del bautismo y de la Eucaristía. Pero, tanto el significado del bautismo como el de la Eucaristía se refieren al sacrificio de la cruz. Es decir, que hay que conceder gran importancia en cada uno de ellos a la proclamación de la Palabra de Dios. Ella es la que, poco a poco, va labrando el corazón y el espíritu de los creyentes, para que se conviertan en compañeros de Cristo en el cumplimiento de los designios de la salvación. Ella es la que los prepara para el descubrimiento de las incomparables riquezas de Cristo.

El hecho es de una importancia excepcional, como aparece por el solemne testimonio que de él da a continuación el evangelista. Hay que esperar, por tanto, una gran riqueza de significado. La sangre que sale del costado de Jesús figura su muerte, que él acepta para salvar a la humanidad (cf. 18,11). Es la expresión de su gloria, su amor hasta el extremo (1,14; 13,1), el del pastor que se entrega por las ovejas (10,11), del amigo que da la vida por sus amigos (15,13). Esta prueba máxima de amor, que no se detiene ante la muerte, es objeto de contemplación para la comunidad de Jn (1,14: hemos contemplado su gloria). Es así. Jesús, en la cruz, la Tienda del Encuentro del nuevo Éxodo p (2,21). En ella se verifica la suprema manifestación de la gloria, según la petición de Jesús al Padre (17,1; cf. 7,39; 12,23; 13,31s). De su costado fluye el amor, que es al mismo tiempo e inseparablemente suyo y del Padre. El agua que brota representa, a su vez, el Espíritu, principio de vida que todos podrían recibir cuando manifestase su gloria, según la invitación que hizo Jesús el gran día de la fiesta (7,37-39). Se anunciaba allí el cumplimiento de la profecía de Ezequiel. En aquella escena, Jesús, puesto de pie, postura que anunciaba la de la cruz, invitaba a acercarse a él el último día para beber el agua que había de brotar de su entraña. Es Jesús en la cruz el nuevo templo de donde brotan los ríos del Espíritu (7,38; cf. Ez 47,1.12 ), el agua que se convertirá en el hombre en un manantial que salta dando vida sin término (4,14). Puede cumplirse así lo anunciado en el prólogo (1,16): de su plenitud todos nosotros hemos recibido, un amor (el agua-Espíritu) que responde a su amor (la sangre-muerte aceptada). La sangre simboliza, pues, su amor demostrado; el agua, su amor comunicado.

La alusión a la frase del prólogo es tan clara que existe posiblemente un juego de palabras entre 1,14: plérés; 1,16: pléróma (lleno, plenitud), y 19,34: pleura (costado): «de su plenitud todos nosotros hemos recibido», «de su costado salió sangre y agua». Aparece aquí ahora la señal permanente, el Hombre levantado en alto, cuyo tipo había sido la serpiente levantada por Moisés en el desierto, para que todo el que lo haga objeto de su adhesión tenga vida definitiva (3,14s). De él baja el agua del Espíritu (3,5), para que el hombre nazca de nuevo y de arriba (3,3) y comience la vida propia de la creación terminada, siendo «espíritu» (3,6; cf. 7,39), amor y lealtad (1,17). Se ha sacrificado el Cordero de la nueva Pascua, el que libera al hombre de la opresión, quitando así el pecado del mundo (1,29; 8,21.23). Según los textos de Zacarías a que se aludirá más tarde (19,37), la fuente de agua que aquí se abre, la del Espíritu, será la que purifique del pecado (1,33). Esta purificación se prometió en Caná, combinando los símbolos de agua y vino (2,7) y se opone a la que vanamente buscaban en el recinto del templo los peregrinos que habían acudido a Jerusalén para la Pascua (11,55b). La nueva Pascua significa la nueva alianza, anunciada en Caná (2,4). Ha llegado la hora en que Jesús da el vino de su amor. Empieza la boda definitiva. Como antiguamente Moisés, está ahora Jesús de pie promulgando la Ley (7,37 nota). Es la del amor leal (1,17) que él manifiesta en la cruz, expresa en su mandamiento (13,34: Igual que yo os he amado, también vosotros amaos unos a otros, cf. 15,12) e infunde con el Espíritu, que identifica con él. El proyecto divino ha quedado terminado en Jesús (19,28-30); ahora se prepara su terminación en los hombres. El Espíritu que brota será el que transforme al hombre dándole la capacidad de amar y hacerse hijo de Dios (1,12). Con estos hombres nuevos se formará la comunidad mesiánica. La descripción de la muerte de Jesús como un sueño (19,30: reclinando la cabeza; cf. 11,11-13) y el uso del término pleura (costado) relacionan este pasaje con el de la creación de la mujer en Gn 2,21s: «Él Señor Dios echó sobre el hombre un letargo y el hombre se durmió. Le sacó una costilla (LXX: mian ton pleurón autou) ... de la costilla ... formó una mujer». Del costado de Jesús, el Hombre terminado (cf. 19,30), el Hombre-Dios, procede el agua del Espíritu que completará al hombre de carne (9,6). Por este nacimiento de agua-Espíritu (3,5) se formará la comunidad de Jesús, representada en figura de mujer-esposa (cf. 20, 13.15) por María Magdalena (19,25). El encuentro de la nueva pareja primordial tendrá lugar en el huerto/jardín el primer día de la nueva creación (20,16). La primera mujer era carne de la carne de Adán y hueso de sus huesos (Gn 2,23); la nueva esposa del Hombre es espíritu del Espíritu de Jesús (1,16: de su plenitud todos nosotros hemos recibido; 3,6: del Espíritu nace espíritu; cf. 7,39: aún no había espíritu, porque la gloria de Jesús aún no se había manifestado). En este último día, el de la creación terminada (19,30), Jesús da al hombre con el Espíritu la vida que vence la muerte: ésta es la resurrección prometida (6,39.40.44.54; cf. 11,25).

Testimonio del evangelista y de la Escritura: 35 El que lo ha visto personalmente deja testimonio -y este testimonio suyo es verdadero, y él sabe que dice la verdad- para que también vosotros lleguéis a creer. El testimonio que da el evangelista ante el espectáculo de Jesús traspasado en la cruz es el más solemne del evangelio. Éste testimonio cierra el arco abierto por el de Juan Bautista (1,34: Yo en persona lo he visto y dejo testimonio de que éste es el Hijo de Dios) sobre la bajada y presencia del Espíritu en Jesús, su unción mesiánica, que lo constituye en Hijo de Dios y lo anuncia como el que va a bautizar con Espíritu Santo (1,32-34). Juan Bautista describía con estas palabras la misión de Jesús, antes que comenzase su actividad; ahora, el evangelista ve la obra terminada (cf. 19,30). Juan Bautista preparaba la manifestación a Israel (1,31), el evangelista da su testimonio para que todos los que lo escuchen lleguen a creer. Como en Caná, donde la primera manifestación de la gloria fue la que llevó a los discípulos a darle su adhesión (2,11), esta manifestación definitiva y suprema será el fundamento de la fe de los discípulos futuros. Es la primera vez que el evangelista se dirige a sus lectores: vosotros, correlativo al «nosotros» del prólogo (1,14.16). El testimonio se refiere directamente a la sangre y el agua que salen del costado; pero, al identificar sangre con muerte y agua con Espíritu, se remonta a lo narrado en 19,28-30.

36 Pues estas cosas sucedieron para que se cumpliese aquel pasaje: «No se le romperá ni un hueso». El evangelista ve en lo sucedido el cumplimiento de dos textos de la Escritura. El primero está tomado de Ex 12,46: «Cada cordero se ha de comer ... y no le romperéis ni un hueso» (cf. Nm 9,12) 1. Vuelve a aparecer Jesús como Cordero de Dios, cuya figura fue el cordero pascual (1,29) de la antigua alianza. El texto del Éxodo se refiere a la comida del cordero. Jesús ha sido preparado como alimento de los que se sumen a su éxodo. Serán discípulos suyos los que coman la carne de este cordero y beban su sangre (6,53-58), es decir, los que se identifican con este amor de Jesús expresado en su vida y culminado en su muerte. Éstos tienen la vida definitiva (6,54) según el designio del Padre (6,39-40). Está presente el pan bajado del cielo, que dará vida al mundo (6,51). 37 Y todavía otro pasaje dice: «Mirarán al que traspasaron».

Jn utiliza el pasaje de Zac 12,10. En él, según el texto hebreo, habla en primera persona uno que ha sido traspasado: «Me mirarán a mí, traspasado por ellos mismos, harán duelo como por un hijo único, llorarán como se llora a un primogénito». El texto expone uno de los acontecimientos de «aquel día», el día del Señor. Está, pues, en relación con Zac 13,1: «Aquel día se alumbrará un manantial contra los pecados e impurezas»; 14,8: «Aquel día brotará un manantial en Jerusalén: la mitad fluirá hacia el mar oriental, la otra mitad hacia el mar occidental, lo mismo en verano que en invierno. Él Señor será rey de todo el mundo. Aquel día el Señor será único y su nombre único». A la luz de los textos de Zacarías, la figura del Traspasado, del que brota el manantial de sangre y agua, significa, pues, la universalidad del don del Espíritu, que se extenderá hacia oriente y occidente. Así será el Señor rey del mundo entero; el Rey de los judíos (19,19) admitirá a su reino a todos los que escuchen su voz y reconozcan su verdad (18,37).

En Jerusalén se alumbra el manantial contra los pecados e impurezas; es el amor lo único que purifica (15,3), y es el Espíritu el que comunica el amor de Jesús. Es a este nuevo templo adonde hay que venir a purificarse (cf. 11,55; 7,37-39: J. Mateos-J. Barreto).