sábado, 27 de agosto de 2011

Tiempo ordinario, XXII domingo (A): en medio de las dificultades, nos guía la ciencia divina de la cruz que es camino de alegría

Tiempo ordinario, XXII domingo (A): en medio de las dificultades, nos guía la ciencia divina de la cruz que es camino de alegría

Lectura del Profeta Jeremías 20,7-9.
Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir; / me forzaste y me pudiste.
Yo era el hazmerreír todo el día, / todos se burlaban de mí.
Siempre que hablo tengo que gritar «Violencia», / y proclamar «Destrucción».
La palabra del Señor se volvió para mí / oprobio y desprecio todo el día.
Me dije: no me acordaré de él, / no hablaré más en su nombre; / pero la palabra era en mis entrañas fuego ardiente, / encerrado en los huesos; / intentaba contenerla, / y no podía.

SALMO RESPONSORIAL 62,2. 3-4. 5-6. 8-9. R/. Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío.
Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo, / mi alma está sedienta de ti; / mi carne tiene ansia de ti, / como tierra reseca, agostada, sin agua.
¡Cómo te contemplaba en el santuario / viendo tu fuerza y tu gloria! / Tu gracia vale más que la vida, / te alabarán mis labios.
Toda mi vida te bendeciré / y alzaré las manos invocándote. / Me saciaré como de enjundia y de manteca / y mis labios te alabarán jubilosos.
Porque fuiste mi auxilio, / y a la sombra de tus alas canto con júbilo; / mi alma está unida a ti, / y tu diestra me sostiene.

Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Romanos 12,1-2.
Hermanos: Os exhorto, por la misericordia de Dios, a presentar vuestros cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios; éste es vuestro culto razonable. Y no os ajustéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de la mente, para que sepáis discernir lo que es la voluntad de Dios, lo bueno, lo que agrada, lo perfecto.

Lectura del santo Evangelio según San Mateo 16,21-27.
En aquel tiempo, empezó Jesús a explicar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los senadores, sumos sacerdotes y letrados y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día.
Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo: -¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte.
Jesús se volvió y dijo a Pedro: -Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas como los hombres, no como Dios.
Entonces dijo a los discípulos: -El que quiera venirse conmigo que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí, la encontrará. ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si malogra su vida? ¿O qué podrá dar para recobrarla? Porque el Hijo del Hombre vendrá entre sus ángeles, con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta.

Comentario: 1. Jr 20. 7-9. La lectura litúrgica de este día no es más que un breve extracto de una serie de escritos autobiográficos (Jer 20, 7-18), en los que el profeta maldice el día de su nacimiento, exterioriza su desaliento ante el odio que le rodea y no duda en comparar el llamamiento de Dios con una tentativa de seducción. Lo que hace Jeremías en sus confesiones no es tanto mostrar un alma deprimida como adoptar una postura litúrgica: después de haber proclamado delante del pueblo la voluntad de Dios, trasciende su caso personal y se vuelve hacia Dios para formular una oración intercesora y describir, en forma de lamentación, la miseria de Israel. Otros relatos de vocación también subrayan la decepción de quienes son objeto de la llamada: tentación de abandono en Moisés (Ex 32), desaliento de Elías (1 R 19), decepción de Jonás (Jon 4), depresión de Jeremías (Jr 20), etc. Resulta especialmente penoso sentirse excluido de una comunidad por haber recordado ciertas exigencias o testimoniado su existencia espiritual. La vacilación del profeta ante su misión y sus exigencias (v. 9) es igualmente la del pueblo, vacilante y turbado ante su vocación.
En el v. 7a, el profeta establece la clave de todo el pasado: Yahvé le ha "seducido", ha seducido al pueblo, su esposa. El drama vivido por el profeta o por el pueblo no es, después de todo, más que la necesaria repercusión del misterio de Dios en la vida del hombre. Sin duda, quien no conserve de Dios más que una idea o una definición no vivirá jamás el drama de su encuentro y no llegará jamás a despojarse de sí mismo y a perderse para identificarse con la voluntad de Dios. Incluso en su misterio fulgurante, Dios no destruye la libertad. El hombre puede dejarse "seducir", pero él se da así a quien tiene el derecho de tomarle. Ahí reside la razón de ser de la obediencia de Cristo en la cruz, obediencia que la celebración eucarística nos invita a conseguir (Maertens-Frisque).
La crisis de Jeremías es fuerte y dura y gracias a ella poseemos una experiencia de lo que realmente es e implica una vocación, en qué consiste vivencialmente la inspiración profética y el "fortiter et suaviter" de la acción de Dios en juego con la libertad humana sin que comprendamos nunca el cómo. Es uno de los pasajes más reveladores de toda la literatura profética. La intimidad de Jeremías queda al descubierto: "Me sedujiste, me forzaste…" Algo intrínseco que se apodera de él, que le domina, le vence y se le impone de nuevo desde dentro con la fuerza y el calor de un fuego devorador. Quizás tuviera ante sí el recuerdo de ese calor psicológico que nos abrasa en los momentos de duda y crisis hasta llegar a producir fiebre. "Intentaba contenerlo y no podía". Difícilmente podría decírsenos con mayor fuerza en qué consiste ese impulso irresistible que llamamos unas veces vocación y otras inspiración según la finalidad de dicho impulso. Nunca podremos confundir las reflexiones personales de cualquier hombre, profeta o no, con la voluntad de Dios, que se manifiesta de todos modos, incluso a veces a través de esas reflexiones personales que se imponen con tal evidencia, que, aun deseando evitarlas, hay que anunciarlas por necesidad interior, por imperativo divino. En la famosa película sobre la “angustia y el éxtasis” de la inspiración del escultor y pintor Miguel Ángel en su capilla sixtina, el Papa le hace ver que Dios se sirve de ellos como de un pincel el artista para hacer una gran obra, también aprovechando nuestros defectos… A nosotros es imposible seleccionar esta acción conjunta de Dios y el hombre o delimitar las fronteras de lo divino y lo humano. Es una auténtica simbiosis de lo humano y lo divino con vistas a la redención de los demás. Igual acontece con la vocación. Admitamos sumisamente el misterio sin curiosear en lo divino. Dios quiere al hombre confiado en él, no seguro de sí mismo. Jeremías al final de sus días vio cumplirse todas sus profecías, todo cuanto Yahvé le había anunciado. Sin quizás percatarse de ello, desahogándose ante un papiro, construyó en el concatenaje de la revelación la más consoladora experiencia de lo divino. Él sembró y regó, para que otros recogiéramos los frutos. Así son los caminos de Dios (Comentarios de Edic. Marova). La dureza, casi sobrehumana, de la tarea profética, el abandono y la soledad en la que se ven envueltos estos mensajeros de la palabra... Y tanto dolor ¿para qué? A los ojos humanos no tiene explicación, pero ésta es la gran paradoja del dolor, del sufrimiento liberador: muerte para unos y vida o fecundidad para otros. Y este dolor lo han experimentado en sus propias carnes todos los salvadores o liberadores de la humanidad: Abrahán..., Jeremías..., el siervo del Señor..., Jesús de Nazaret, el gran abandonado y reducido al silencio de la cruz por los políticos y eclesiásticos oficiales de aquella época. Lo veremos en el Evangelio de hoy.
-La misión profética suele conducir al más descarnado aislamiento humano (cf 16.1-13). Los israelitas abandonan al profeta quien no puede fiarse ni siquiera de sus parientes. El desgarrador grito del hombre abandonado emitido por Jr nos evoca el grito de Jesús en la cruz así como los gritos de tantos hombres que se sienten solos por muy bien acompañados que externamente puedan encontrarse.
-El sufrimiento y el dolor de Jr son liberadores..., pero esto no quiere decir que todos debamos ser fieles seguidores y vivamos por y para el dolor, como nos decían los viejos espiritualistas incapaces de reír en la vida y molestos con todos los que vivían con alegría. El gozo también puede ser liberador. Si Jr sufrió, si Jesús padeció..., no por eso debemos deducir que todos tenemos que sufrir ya que si ellos lo pasaron mal es para que nosotros disfrutemos del gozo de la paz que ellos nos proporcionaron. Otra cosa muy diversa es que la vida humana vaya envuelta en el dolor, pero el mensaje bíblico es siempre liberador y no sadomasoquista (A. Gil Modrego).
El sufrimiento del profeta debía de ser inmenso; sentía irresistiblemente que en su vida no podía prescindir de su tarea y, por otra parte, veía ésta como algo no deseable y contrario a su manera de ver las cosas. Es el sentimiento de quien intenta ser fiel a la vocación de Dios, a pesar de que ésta conduce muchas veces a situaciones límite que no agradan a quien ha sido llamado a tal misión. El cristiano, por el hecho de serlo, no ha superado todas las dudas y crisis de fe. Al contrario, su vida y su actividad están llenas de continua inseguridad. Pero también es cierto que siente al mismo tiempo que el Señor está a su lado, dándole fuerza para cumplir su tarea de ayudar al prójimo a encontrar el camino de la fidelidad al Padre. Es obvio que el NT es un testimonio de esta lucha de sentimientos. La cruz es el lugar donde se unen la debilidad y la fuerza de Dios. Y esto lo vive Jesús en su dialéctica existencial muerte-vida, que conmemoramos en las celebraciones de semana santa (R. de Sivatte).
2. Sl 62. Un salmo tradicionalmente matutino debido a una frase del v. 2, que en la versión española se ha traducido así: «Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo». En la versión latina. Como decía S. Agustín, tiene un sentido cristológico, y también se aplica a nostoros: “Luego con razón su voz es nuestra voz, y la nuestra, la de él. Oigamos ya el salmo, y en él entendamos a Cristo que habla”. Son voz de Cristo porque él los rezó en su vida mortal y sigue rezándolos unido a la asamblea eclesial (voz dirigida al Padre) y, también, porque por medio de ellos él nos habla (voz de Cristo dirigida a la Iglesia). Pero, además, son voz de la Iglesia dirigida a Cristo Señor. Así lo expresa en otro lugar: «Cuando nosotros, pues, presentamos nuestra súplicas a Dios, no nos separemos del Hijo, y, cuando el cuerpo del Hijo [es decir, la Iglesia] reza, que no se separe de la cabeza [Cristo]. Que él mismo, único salvador de su cuerpo, nuestro Señor Jesucristo, Hijo de Dios, [...], ruegue por nosotros, ruegue en nosotros y sea rogado por nosotros. Jesucristo ruega por nosotros como nuestro sacerdote; ruega en nosotros como cabeza nuestra; es rogado por nosotros como nuestro Dios. Reconozcamos, pues, nuestras palabras en él y las suyas en nosotros.» Hay, pues, una profunda unión entre los miembros de la Iglesia y Cristo en el rezo de los salmos. Esto significa, por lo tanto, que han de ser rezados desde Cristo: en unión con él, centrados en él, a la luz de su palabra y de su vida, a partir de nuestra incorporación a él. «Si vigiláis, debéis cotidianamente decir a éstos [los que se hallan en el sueño del alma]: Tú que duermes, despierta y levántate de entre los muertos, y Cristo te iluminará (Ef 5,14). Vuestra vida y vuestras costumbres deben estar despiertas en Cristo para que las perciban otros, los dormidos paganos, y así, al ruido de vuestra vigilia, se exciten y desperecen del sueño y comiencen a decir con vosotros: ‘¡Oh Dios! tú eres mi Dios, por ti madrugo’. Es una vigilia permanente, sedienta de él: «Hay algunos que tienen sed, pero no de Dios. Todo el que pretende conseguir algo para sí, se halla en el ardor del deseo. Este deseo es la sed del alma [...]. Todos los hombres arden en deseos y apenas se encuentra quien diga: ‘Mi alma está sedienta de ti’. Sienten los hombres sed del mundo, y no comprenden que [...] debe el alma sentir sed de Dios. Digamos nosotros: De ti tuvo sed mi alma. Digámoslo todos, porque en la unión con Cristo todos somos una sola alma». La carne tiene sed del agua del torrente de los deleites divinos, de los que habla el salmo 35,9, pero «sólo nos saciaremos y nos hartaremos de ella cuando termine esta vida y arribemos a la promesa de Dios». Allí seremos «saturados de verdad y de santidad en la fuente del Señor». En esta vida, «la carne» tiene sed de muchos modos, tantos cuantas son las fatigas y los decaimientos de todo tipo que sufren los humanos. «Así nuestra carne siente sed de Dios de muchas maneras»; lo cual significa que toda ansia de felicidad en el fondo es deseo de Dios. Luego insiste en lo que podríamos llamar la sed existencial del ser humano; mientras se hallan en la vida presente, alma y carne (entendiendo por «carne» la dimensión corporal de los humanos) tienen sed de Dios, cada una a su manera. Aquí identifica la vida presente con la «tierra desierta, sin camino y sin agua» de que habla el salmo. En todas las cosas que ella nos depara, el cristiano debe vivir en la esperanza de la resurrección y debe pedir a Dios lo necesario para el cuerpo. De todos modos, en la presente vida tenemos, también, «algunos consuelos de compañeros de camino o de agua»; nos los da Dios que se compadece de nosotros, nos visita y nos ofrece un camino a través del desierto. Tenemos por compañero a «nuestro Señor Jesucristo» y por «consuelo» a «los predicadores de su palabra». "Y también nos dio agua en el desierto llenando del Espíritu Santo a sus predicadores para que se formase en ellos la fuente que brota hasta la vida eterna".
Sigue el salmo: "Te contemplo en el santuario para ver tu fuerza y tu gloria", insinúa un tema muy agustiniano: "¿Qué quiere decir "Te contemplo?". "Me presenté a ti para que me vieras, y por esto me viste para que te viera». Es decir, describe brevemente todo el itinerario de la búsqueda de Dios por parte del que experimenta la sed existencial de que hablábamos hace poco. Siente sed de Dios y trata de presentarse ante él, pero se encuentra con que Dios ya le estaba buscando (ya le era presente) para dársele a conocer con más profundidad. Agustín lo relaciona con el texto de Gal 4,9: "Te contemplo para ver tu fuerza y tu gloria. De aquí que también dice el Apóstol: Mas ahora, habiendo conocido a Dios, mejor dicho, habiendo sido conocidos por Dios. Primeramente os presentasteis a Dios para que Dios pudiera presentarse a vosotros". Pero para que Dios pueda mostrar su gloria y su fuerza conviene vivir en la mayor fidelidad a él posible. Así nos va concediendo diversos consuelos en esta vida para prepararnos a la felicidad eterna. Aunque, a veces, en su pedagogía salvadora nos los quita: «Cuando nos enseña a soportar necesidades, quiere que le amemos todavía mucho más, no sea que quizá nos pervirtamos con el alimento y nos olvidemos de él. Algunas veces nos quita las cosas que nos son necesarias y nos hiere a fin de que conozcamos que es Padre y Señor, y esto no sólo cuando nos acaricia sino también cuando nos castiga. De esta forma nos prepara para una heredad incorruptible y grande». Y lo razona a partir del sentido común de sus oyentes. Dios hace lo mismo que los padres cuando quieren dejar alguna propiedad a sus hijos, para que no la pierdan les instruyen, les llaman al orden e incluso les castigan. Y Dios, viene a decir, tiene mucha más razón para actuar así, pues «nos ha de dar en herencia a sí mismo para que le poseamos y seamos poseídos eternamente de él». Y sigue: «Presentémonos, pues, a Dios en el santuario para que él se presente a nosotros; presentémonos a él con el santo deseo para que él se presente a nosotros con la fuerza y la gloria del Hijo de Dios», que es uno con el Padre».
“Te alabarán mis labios”… sigue diciendo el salmo. Y comenta: «No te alabarían mis labios si tu misericordia no me hubiera precedido. Por tu don te alabo; debido a tu misericordia te alabo. Pues no hubiera podido alabar a Dios si no me hubiera dado él que pudiera alabarle». Para que podamos alabar a Dios, él en su misericordia nos ha dado la vida auténtica, no los estilos de vida mundanos. Es desde esta vida divina -que no es mérito nuestro sino don gratuito- que bendecimos a Dios según las palabras del salmo: Toda mi vida te bendeciré y alzaré las manos invocándote. Esta frase lleva a Agustín a hacer otra referencia cristológica. La mención de las manos levantadas le sugiere las manos de Jesús extendidas en la cruz «para que nosotros extendiéramos las nuestras en las buenas obras». Es en la cruz del Señor que nos ha sido ofrecida la misericordia: «Al levantar él sus manos y ofrecerse por nosotros en sacrificio a Dios [...] se borraron todos nuestros pecados». También el cristiano debe, pues, levantar sus manos a Dios en la oración, pero debe hacerlo acompañado de las buenas obras. Es decir, la oración debe ser lo más coherente posible con la vida. Luego se extiende a exponer qué es lo que se debe pedir en la oración. No debemos pedir nimiedades, ni simplemente cosas materiales. Por encima de todo debemos pedir cosas espirituales: la sabiduría para hacer obras buenas, la hartura del cielo (significada simbólicamente por la enjundia y la manteca de que habla el v. 6 del salmo), que Dios mismo sea nuestra riqueza. Debemos orar mientras tenemos «sed», es decir, mientras estamos en esta vida. Luego, una vez pase la sed, pasará también la oración y le sucederá la alabanza: mis labios te alabarán jubilosos.
“…velando medito en ti porque fuiste mi auxilio”. Con un gran conocimiento de la vida espiritual, insiste en que cuando uno descanse no se disipe y se acuerde de Dios, porque «aquel que no piensa en Dios cuando está en el descanso, en sus actividades no podrá pensar en él». Y quien se acuerda de Dios, puede realizar las buenas obras que enseña Cristo, gracias al auxilio que él le ofrece para que no desfallezca por debilidad. Las buenas obras son las obras propias de la luz y de los hijos de la luz. A esto lo llama Agustín «obrar de madrugada» y equivale a "obrar en Cristo". Para ello, Cristo nos ampara con sus alas, según su afirmación: ¡Jerusalén, Jerusalén! ¡cuántas veces quise reunir a tus hijos como la gallina a sus polluelos, y no quisiste! (Mt 23,37). Debemos hacernos pequeños para que el Señor nos cubra y así paradójicamente nos haremos grandes: «Queramos estar siempre protegidos por él, porque podremos ser siempre grandes en él si siempre permanecemos parvulitos debajo de él. Y a la sombra de tus alas canto con júbilo. Ahí está el tema de la humildad cristiana; cuanto más humildes («parvulitos») más grandes ante Dios. Y más alegría interior. El salmista sediento se adhiere a Dios: “Mi alma está unida a ti”. Esta adhesión nace y crece mediante la caridad: «Ten caridad; con este aglutinante se adhiere tu alma a Dios». Pasa nuevamente a ver la voz de Cristo y de la Iglesia en el salmista: «Mi alma está unida a ti y tu diestra me sostiene. Esto lo dijo Cristo en nosotros; es decir, lo dijo en el hombre que llevaba por nosotros, que ofrecía por nosotros. Esto también lo dice la Iglesia en Cristo; lo dice por medio de su Cabeza, porque también la Iglesia padeció aquí grandes y generales persecuciones, y asimismo ahora también las padece particulares. Pues ¿quién de los hombres que pertenezca a Cristo no es hostigado con frecuentes tentaciones [...] para que se pervierta con cualquier deseo, con cualquier temor de desgracias, con algún halago de vida, con algún temor de muerte o con la amenaza de poderosos amigos o enemigos? [...] Vivimos en medio de persecuciones, tenemos perpetuos enemigos [...]. Pero no temamos. [...] Estamos debajo las alas de la gallina y no nos pueden tocar; la gallina que nos protege es poderosa. Nuestro Señor Jesucristo es débil por nosotros, pero en sí es fuerte, es la misma sabiduría de Dios. Luego también dice esto la Iglesia: Mi alma está unida a ti; tu diestra me sostiene» (de la “Oración de las horas” 1993).
Parece que nuestra época ha descubierto la oración íntima. Este salmo 62 expresa la oración de un hombre muy avanzado en el camino de la oración: Sus actitudes religiosas son de tal sublimidad e intensidad mística... que al hacerlas nuestras, nos sentimos poco sinceros. Quién de nosotros puede decir lealmente; "¡permanezco horas enteras hablándote, mi Dios!" O esto otro: "¡Te busco desde la aurora... Mi alma tiene sed de Ti!... Cuando olvidamos por cualquier cosa nuestra "oración de la mañana", y nos dejamos arrastrar por la indiferencia. Ahora bien, quizá, en el contexto materialista del mundo moderno, a fuerza de recitar y repetir las palabras ardientes del salmo (¡que después de todo son palabras inspiradas por Dios!) nuestros corazones se transformarán poco a poco y "los labios alegres", "las manos Ievantadas", "el grito de alegría", "los ojos ardientes de tanto contemplar el Tabernáculo"... acabarán por arrastrar también lo profundo del corazón. Estas expresiones del salmo son "expresiones corporales", como dicen los muchachos de hoy. No podemos despreciar nuestro cuerpo, debemos redescubrir gestos y posturas que facilitan la oración. Ocurre a veces que el único que ora ante Dios es nuestro cuerpo: de rodillas o prosternado, mientras nuestro espíritu vagabundea por otro lugar... Después de todo, la comunión con el pan de vida , es un gesto eminentemente corporal: signo eficaz de la presencia íntima de Cristo, de una realidad profunda que va más allá de lo perceptible y lo racional. El padre Rimaud, comenta humildemente: "Dios mío, ¿dónde están los cantos de tu morada? ¿Dónde el festín? y en los desiertos áridos en que me hundo, ¿dónde están las aguas de mi bautismo? ¡Socórreme!, Dios mío!"(Noel Quesson).
Juan Pablo II en su catequesis también comenta: “El salmo 62, sobre el que reflexionaremos hoy, es el salmo del amor místico, que celebra la adhesión total a Dios, partiendo de un anhelo casi físico y llegando a su plenitud en un abrazo íntimo y perenne. La oración se hace deseo, sed y hambre, porque implica el alma y el cuerpo. Como escribe santa Teresa de Ávila, "sed me parece a mí quiere decir deseo de una cosa que nos hace tan gran falta que, si nos falta, nos mata". La liturgia nos propone las primeras dos estrofas del salmo, centradas precisamente en los símbolos de la sed y del hambre, mientras la tercera estrofa nos presenta un horizonte oscuro, el del juicio divino sobre el mal, en contraste con la luminosidad y la dulzura del resto del salmo. Así pues, comenzamos nuestra meditación con el primer canto, el de la sed de Dios (cf. vv. 2-4). Es el alba, el sol está surgiendo en el cielo terso de la Tierra Santa y el orante comienza su jornada dirigiéndose al templo para buscar la luz de Dios. Tiene necesidad de ese encuentro con el Señor de modo casi instintivo, se podría decir "físico". De la misma manera que la tierra árida está muerta, hasta que la riega la lluvia, y a causa de sus grietas parece una boca sedienta y seca, así el fiel anhela a Dios para ser saciado por él y para poder estar en comunión con él. Ya el profeta Jeremías había proclamado: el Señor es "manantial de aguas vivas", y había reprendido al pueblo por haber construido "cisternas agrietadas, que no retienen el agua" (Jr 2, 13). Jesús mismo exclamará en voz alta: "Si alguno tiene sed, venga a mí, y beba, el que crea en mí" (Jn 7, 37-38). En pleno mediodía de una jornada soleada y silenciosa, promete a la samaritana: "El que beba del agua que yo le dé, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que brota para vida eterna" (Jn 4, 14).
Con respecto a este tema, la oración del salmo 62 se entrelaza con el canto de otro estupendo salmo, el 41: "Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío; tiene sed de Dios, del Dios vivo" (vv. 2-3). Ahora bien, en hebreo, la lengua del Antiguo Testamento, "el alma" se expresa con el término nefesh, que en algunos textos designa la "garganta" y en muchos otros se extiende para indicar todo el ser de la persona. El vocablo, entendido en estas dimensiones, ayuda a comprender cuán esencial y profunda es la necesidad de Dios: sin él falta la respiración e incluso la vida. Por eso, el salmista llega a poner en segundo plano la misma existencia física, cuando no hay unión con Dios: "Tu gracia vale más que la vida" (Sal 62, 4). También en el salmo 72 el salmista repite al Señor: "Estando contigo no hallo gusto ya en la tierra. Mi carne y mi corazón se consumen: ¡Roca de mi corazón, mi porción, Dios por siempre! (...) Para mí, mi bien es estar junto a Dios" (vv. 25-28).
Después del canto de la sed, las palabras del salmista modulan el canto del hambre (cf. Sal 62, 6-9). Probablemente, con las imágenes del "gran banquete" y de la saciedad, el orante remite a uno de los sacrificios que se celebraban en el templo de Sion: el llamado "de comunión", o sea, un banquete sagrado en el que los fieles comían la carne de las víctimas inmoladas. Otra necesidad fundamental de la vida se usa aquí como símbolo de la comunión con Dios: el hambre se sacia cuando se escucha la palabra divina y se encuentra al Señor. En efecto, "no sólo de pan vive el hombre, sino que el hombre vive de todo lo que sale de la boca del Señor" (Dt 8, 3; cf. Mt 4, 4). Aquí el cristiano piensa en el banquete que Cristo preparó la última noche de su vida terrena y cuyo valor profundo ya había explicado en el discurso de Cafarnaúm: "Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él" (Jn 6, 55-56).
A través del alimento místico de la comunión con Dios "el alma se une a él", como dice el salmista. Una vez más, la palabra "alma" evoca a todo el ser humano. No por nada se habla de un abrazo, de una unión casi física: Dios y el hombre están ya en plena comunión, y en los labios de la criatura no puede menos de brotar la alabanza gozosa y agradecida. Incluso cuando atravesamos una noche oscura, nos sentimos protegidos por las alas de Dios, como el arca de la alianza estaba cubierta por las alas de los querubines. Y entonces florece la expresión estática de la alegría: "A la sombra de tus alas canto con júbilo" (Sal 62, 8). El miedo desaparece, el abrazo no encuentra el vacío sino a Dios mismo; nuestra mano se estrecha con la fuerza de su diestra (cf. Sal 62, 9).
En una lectura de ese salmo a la luz del misterio pascual, la sed y el hambre que nos impulsan hacia Dios, se sacian en Cristo crucificado y resucitado, del que nos viene, por el don del Espíritu y de los sacramentos, la vida nueva y el alimento que la sostiene. Nos lo recuerda san Juan Crisóstomo, que, comentando las palabras de san Juan: de su costado "salió sangre y agua" (cf. Jn 19, 34), afirma: "Esa sangre y esa agua son símbolos del bautismo y de los misterios", es decir, de la Eucaristía. Y concluye: "¿Veis cómo Cristo se unió a su esposa? ¿Veis con qué nos alimenta a todos? Con ese mismo alimento hemos sido formados y crecemos. En efecto, como la mujer alimenta al hijo que ha engendrado con su propia sangre y leche, así también Cristo alimenta continuamente con su sangre a aquel que él mismo ha engendrado" (Juan Pablo II).
3. Rm 12. 1-2. En la ética paulina, todo fundamento es el nuevo ser del hombre en Cristo. Un hombre nuevo tiene que vivir conforme a ese nuevo ser. No por obligación, temor o imposición sino por la fe y el amor. Los moralismos están fuera de la perspectiva paulina. Hará más adelante aplicaciones concretas. Pero no está agobiado por "una" única manera de proceder. El único criterio será la voluntad de Dios. Y ella tiene muy en cuenta la realidad concreta de cada hombre, época y lugar (F. Pastor). Después de la salvación de Jesús (ésa es "la misericordia de Dios") no está el culto ligado a un único templo, sino que el culto es la vida del hombre; no hay sólo un sacerdocio exclusivo, sino que participa también y a su modo del sacerdocio el hombre cristiano; y finalmente tampoco hay ofrendas materiales que ofrecer a Dios, sino que la ofrenda es el actuar del cristiano según el hecho salvador de Jesús. Esta situación solamente es posible si se refiere al hecho rehabilitador de Jesús que hace que no haya ni santo ni profano, sino la vida consagrada al Señor en la vivencia concreta del Evangelio. La "nueva mentalidad" es el nuevo estilo de obrar traído por Jesús. A esta nueva mentalidad, a adquirir este nuevo estilo de vida apuntan todos los esfuerzos del hombre que cree (“Eucaristía 1978”).
4. Mt 16. 21-27 (paralelos: Lc 9, 22-25; Mc 8, 31-38). Mateo habla de la necesidad teológica de la pasión en el plan de Dios. intenta decirnos que la cruz es querida por Dios. Se puede aceptar al mesías y sin embargo rechazar que deba sufrir. La tentación de jesús es ahora la de los discípulos: rechazar en nombre del mesías glorioso al siervo de Dios. En el fondo el acto de fe esta concretamente en esto: creer vivir cuando todo parece hundirse. Para comprender a Jesús se necesita una conversión a fondo; no sólo renunciar a expresar a Jesús recurriendo a las figuras de los antiguos profetas, sino también a expresarlo por medio de la noción corriente de Dios. Porque el discípulo corre el riesgo de atribuir a Jesús la divinidad que viene de la "carne y de la sangre"; una divinidad según los hombres, de acuerdo con el esquema de grandeza que los hombres se forjan. Ahora bien, la divinidad de Jesús obedece a otros esquemas. Los tiempos ya están maduros para la revelación sobre Jesús Mesías como Hijo del hombre paciente. Paralelamente despunta un nuevo tipo de incomprensión, no ya por parte de las multitudes, sino típica de los discípulos: se puede aceptar al Mesías y, sin embargo, rechazar que deba sufrir; se puede confesar que Jesús es Dios y, sin embargo, no caer en la cuenta de que es un Dios diverso. Mateo continúa diciendo que Jesús comenzó a hablar de su pasión. Con esto se afirma en primer término una progresión en la revelación mesiánica; no una evolución psicológica en la conciencia de Jesús, perspectiva ajena a la preocupación de los evangelios, sino una progresión en la manifestación del plan salvífico de Dios. Además, se afirma que, desde aquel momento, el tema de la pasión es habitual y central. Mucha atención se merece el "debía", con que el evangelista intenta expresar no simplemente una necesidad de orden histórico o psicológico, sino una verdadera y propia necesidad de orden teológico. Observando la reacción que la predicación de Jesús suscitaba por parte de la autoridad, cualquiera hubiera podido prever cuál sería el desenlace. Pero Mateo no quiere hablarnos de esto. Intenta decirnos que la cruz es querida por Dios. Además, quiere decirnos que Jesús no sólo tuvo conciencia de ello, sino que fue voluntariamente al encuentro de la muerte, porque comprendió que entraba en los planes de Dios y la asumió, precisamente a la luz del designio divino, como un servicio. A diferencia de Marcos, que usa el verbo enseñar, Mateo prefiere el verbo "demostrar". Es un matiz que no carece de significado. Porque, una vez más, no se trata simplemente de predecir la pasión, de preverla y con ello de preparar a los apóstoles para ella. Se trata de "demostrar" su coherencia con el plan de Dios, su necesidad; necesidad que no es evidente (la pasión no es un acontecimiento claro en sí mismo), sino que hay que demostrar. Mateo indica una referencia a las Escrituras: en ellas es donde se lee el plan de Dios, y a la luz de las Escrituras es como se puede comprender la lógica profunda de la pasión. Esta necesidad de la pasión es justamente lo que escandaliza a Pedro. Prisionero todavía de la lógica de los hombres, intenta impedir que Cristo se atenga a la lógica de Dios. Y entonces Jesús responde a Pedro con la misma exclamación que encontramos en el relato de las tentaciones; en ambos casos se le propone a Cristo una elección mesiánica que rechaza los caminos de Dios para recorrer los caminos de los hombres (Bruno Maggioni).
El "cargar con la cruz" del que Jesús habla tiene un sentido real en lo que él hará, cargar el "patibulum" y ser escarnecido por muchos: "Ven y escucha. Quien golpea a una persona que es conducida a la ejecución, está libre de castigo, porque a esa persona se la considera ya como muerta" (Sanh 85a). De aquí se deduciría que el comprometerse a seguir a Jesús significa arriesgarse a un tipo de vida tal que es tan difícil como el último camino del condenado a muerte. El seguimiento de Cristo comprende para todos la disposición para recorrer el camino en solitario y soportar el odio del pueblo, de la comunidad, de la nación, de la propia familia. Palabras duras, cuyas aristas no podrán ser limadas por nuestra mediocridad (“Eucaristía 1978). La cruz de Jesús significa todo esfuerzo que nos convierte en fieles cumplidores de la voluntad del Padre y que es asumido y realizado por amor. Sin esa perspectiva y sin esa motivación, no puede darse cruz en sentido expresado por Jesús. Entendida según él, es algo transformado y transformador de todas las realidades humanas. Jesús asumió las realidades humanas y al asumirlas las transformó. Tomó nuestra carne mortal y la hizo inmortal. Tocó un día el barro del camino y con él devolvió la vista a un ciego. Tocó el pan y el vino para transformarlo en su cuerpo y sangre, y así hizo con otras realidades humanas. También tocó el sufrimiento y lo transformó. La cruz tocada por él se convierte de fracaso en signo de victoria, de humillación en símbolo de triunfo, de muerte en fecundo signo de vida, de locura a los ojos del mundo en sabiduría de Dios, en triunfo del bien sobre el mal, en triunfo del amor sobre el odio, del poder santificador de la gracia sobre el poder destructor del pecado (Guillermo Gutiérrez).
Teilhard de Chardin escribía a quien se le quejaba del peso de las cruces en su vida consagrada a Dios: "Quizá miras mal a la cruz y no ves en ella más que dos palos cruzados. Da la vuelta a la cruz y verás en ella a Jesús clavado por amor. Entonces todo cambiará de sentido y lo comprenderás todo". S. Agustín comentaba: “Quiero decir algo sobre este texto. Me espanta vuestra atención, me lo ordena vuestra oración. ¿Qué significa -os suplico-: ‘Si alguien quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame’. Comprendemos lo que quiere decir con las palabras tome su cruz, es decir, soporte las tribulaciones; tome está aquí por sufrir. Acepte con paciencia -dijo- todo lo que ha de sufrir por mí. Y sígame. ¿A dónde? Adonde sabemos que fue él después de resucitado: subió al cielo y está sentado a la derecha del Padre. Allí nos ha colocado también a nosotros. Entretanto, vaya delante la esperanza, para que le siga la realidad. ¿Cómo debe ir delante la esperanza? Lo saben quienes escuchan: «Levantemos el corazón». Sólo nos queda por averiguar -en la medida en que nos ayude el Señor, discutir; entrar, si él nos abre; hablar, si él nos lo concede, y exponeros a vosotros lo que haya podido encontrar- qué significa Niéguese. ¿Cómo se niega -a sí mismo quien se ama? Esto es un razonamiento; pero un razonamiento humano. Un hombre me pregunta: «¿Cómo se niega a sí mismo quien se ama?» Pero el Señor responde a ese tal: «Si se ama, niéguese». En efecto, amándose a sí mismo se pierde y negándose se encuentra. ‘Quien ama -dice- su vida la perderá’ (Jn 12,25)… No hay nadie que no se ame a si mismo; pero hay que buscar el recto amor y evitar el perverso. Quien se ama a sí mismo abandonando a Dios, y quien abandona a Dios, por amarse a sí mismo, ni siquiera permanece en sí, sino que sale incluso de sí. Sale desterrado de su corazón, depreciando lo interior y amando lo exterior… Quien respeta a su conciencia, pone limites a su maldad. Así, pues, dado que despreció a Dios para amarse a si mismo, amando exteriormente lo que no es él mismo, se despreció también a sí mismo… Por el dinero llegas a mentir: La boca que miente da muerte al alma (Sab 1,11). Ve, pues, que cuando vas detrás del dinero, has perdido tu alma. Trae la balanza, pero la de la verdad, no la de la ambición; tráela, te lo ruego, y pon en un platillo el dinero y en el otro el alma… Apártate, sea Dios quien pese; pese él que no puede engañar ni ser engañado. Ved que pesa él; vedle pesando y escuchad su fallo: ‘¿Qué aprovecha a un hombre ganar todo el mundo?’ Son palabras divinas… palabras de quien anuncia y avisa… Vuelve a ti mismo, más cuando hayas vuelto a ti, no permanezcas en ti… devuélvete a quien te hizo, a quien te buscó cuando estabas perdido, a quien te alcanzó cuando huías y a quien te volvió hacia sí cuando le dabas la espalda”. Él nos dará esa luz que pedía el Card. Newman: “Guíame, luz bondadosa, / en medio de las tinieblas / que me rodean, / guíame adelante. / La noche es oscura, / me encuentro lejos del hogar, / guíame adelante. / Protégeme al caminar, / no te pido ver en lontananza, / me basta asegurar el paso siguiente. / No siempre fue así. // En el pasado yo no rezaba para que tú me guiases por el camino. / Amaba elegir y ver mi sendero, / pero ahora guíame Tú. / Amaba el tiempo soberbio y vanidoso y, a pesar de temores, / el orgullo y rebelión dominaban mi voluntad: no recuerdes más los años pasados. // Durante tanto tiempo me ha bendecido tu poder que, / sin duda, me seguirá guiando adelante todavía. / Me guiará en medio del brezal / y del pantano. / Me guiará por encima del peñasco / y del raudal / hasta que pase la noche. / Al amanecer sonreirán aquellos rostros angélicos / que he amado desde hace tanto tiempo, y que por breve tiempo he perdido”.

jueves, 25 de agosto de 2011

Viernes de la 21ª semana de Tiempo Ordinario. Dios nos llama a la santidad, a no ser mundanos sino a vivir la vida nueva en el espíritu de hijos de D

Viernes de la 21ª semana de Tiempo Ordinario. Dios nos llama a la santidad, a no ser mundanos sino a vivir la vida nueva en el espíritu de hijos de Dios, y a estar en vela como las vírgenes prudentes que esperan al esposo.

Primera carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses 4,1-8. Hermanos, por Cristo Jesús os rogamos y exhortamos: Habéis aprendido de nosotros cómo proceder para agradar a Dios; pues proceded así y seguid adelante. Ya conocéis las instrucciones que os dimos, en nombre del Señor Jesús. Esto quiere Dios de vosotros: una vida sagrada, que os apartéis del desenfreno, que sepa cada cual controlar su propio cuerpo santa y respetuosamente, sin dejarse arrastrar por la pasión, como hacen los gentiles que no conocen a Dios. Y que en este asunto nadie ofenda a su hermano ni se aproveche con engaño, porque el Señor venga todo esto, como ya os dijimos y aseguramos. Dios no nos ha llamado a una vida impura, sino sagrada. Por consiguiente, el que desprecia este mandato no desprecia a un hombre, sino a Dios, que os ha dado su Espíritu Santo.

Salmo 96,1 y 2b.5-6.10.11-12. R. Alegraos, justos, con el Señor.
El Señor reina, la tierra goza, se alegran las islas innumerables. Justicia y derecho sostienen su trono.
Los montes se derriten como cera ante el dueño de toda la tierra; los cielos pregonan su justicia, y todos los pueblos contemplan su gloria.
El Señor ama al que aborrece el mal, protege la vida de sus fieles y los libra de los malvados.
Amanece la luz para el justo, y la alegría para los rectos de corazón. Alegraos, justos, con el Señor, celebrad su santo nombre.

Santo Evangelio según san Mateo 25,1-13. En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: -«Se parecerá el reino de los cielos a diez doncellas que tomaron sus lámparas y salieron a esperar al esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco eran sensatas. Las necias, al tomar las lámparas, se dejaron el aceite; en cambio, las sensatas se llevaron alcuzas de aceite con las lámparas. El esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron. A medianoche se oyó una voz: ¡Que llega el esposo, salid a recibirlo! Entonces se despertaron todas aquellas doncellas y se pusieron a preparar sus lámparas. Y las necias dijeron a las sensatas: "Dadnos un poco de vuestro aceite, que se nos apagan las lámparas." Pero las sensatas contestaron: "Por si acaso no hay bastante para vosotras y nosotras, mejor es que vayáis a la tienda y os lo compréis." Mientras iban a comprarlo, llegó el esposo, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas, y se cerró la puerta. Más tarde llegaron también las otras doncellas, diciendo: "Señor, señor, ábrenos." Pero él respondió: "Os lo aseguro: no os conozco." Por tanto, velad, porque no sabéis el día ni la hora.»

Comentario: 1.- 1Ts 4,1-8. Todos estamos llamados a la santidad (cf Lumen gentium 39-40). Hemos escuchado cómo se alegraba y se consolaba Pablo por las noticias recibidas de la comunidad de Tesalónica, que tan buen ejemplo daba a todas. Pero, al final, en las páginas que leemos hoy y mañana, incluye unas exhortaciones para que mejoren y se afiancen en el nuevo camino. «Seguid adelante», es la consigna. No es de extrañar que una comunidad de recién convertidos todavía no esté muy arraigada en las actitudes cristianas, por ejemplo, en lo referente a la vida sexual. Los habitantes de Tesalónica, como los de las demás ciudades paganas, estaban acostumbrados antes de su conversión a un estilo de vida bastante licencioso, dentro y fuera de la vida matrimonial. Por eso Pablo les recomienda: «esto quiere Dios de vosotros, una vida sagrada, que os apartéis del desenfreno», y que respeten a la mujer, sin considerarla como mero objeto de placer, «no por pura pasión, como hacen los gentiles que no conocen a Dios». No leemos aquí otros pasajes en la misma dirección, como el de 1 Ts 5,4-11, donde les invita a la sobriedad, porque en Macedonia era famoso el culto en honor del dios Dionisio o Baco, con éxtasis y borracheras rituales.
«Dios no nos ha llamado a una vida impura, sino sagrada». La consigna no vale sólo para los que provenían del paganismo, en tiempos de Pablo, sino también para quienes intentamos vivir con criterios cristianos dentro de un mundo neopagano, que no invita precisamente al autocontrol en la vida sexual. Tanto en el uso de nuestro propio cuerpo como en el de los demás, vale la motivación que daba el apóstol: «el que desprecia este mandato no desprecia a un hombre, sino a Dios, que os ha dado su Espíritu Santo». Dios tiene un plan, positivo y gozoso, sobre la vida sexual. Pero en torno a ella, y desde siempre, hay mentalidades que no quieren más puntos de referencia que el propio gusto.
También a nosotros se nos invita a «seguir adelante», a no quedarnos satisfechos de cómo vivimos el evangelio de Jesús, porque siempre podemos mejorar nuestra calidad de fe y el testimonio que damos. No sólo en lo espiritual y en la caridad social: también en lo sexual. Aunque tengamos que remar contra corriente en medio de una sociedad cuyo único criterio, a veces, parece ser el hedonismo fácil.
Dios nos quiere santos, comentaba S. Josemaría Escrivá: “Vosotros y yo formamos parte de la familia de Cristo, porque Él mismo nos escogió antes de la creación del mundo, para que seamos santos y sin mancha en su presencia por la caridad, habiéndonos predestinado como hijos adoptivos por Jesucristo, a gloria suya, por puro efecto de su buena voluntad. Esta elección gratuita, que hemos recibido del Señor, nos marca un fin bien determinado: la santidad personal, como nos lo repite insistentemente San Pablo: haec est voluntas Dei: sanctificatio vestra, ésta es la Voluntad de Dios: vuestra santificación. No lo olvidemos, por tanto: estamos en el redil del Maestro, para conquistar esa cima (…) la invitación a la santidad, dirigida por Jesucristo a todos los hombres sin excepción, requiere de cada uno que cultive la vida interior, que se ejercite diariamente en las virtudes cristianas; y no de cualquier manera, ni por encima de lo común, ni siquiera de un modo excelente: hemos de esforzarnos hasta el heroísmo, en el sentido más fuerte y tajante de la expresión”.
Habla S. Pablo de la pureza, en forma de vaso, palabra tanto empleada para hablar de cuerpo como de la propia mujer. De eso habla S. Agustín: “el esposo cristiano no sólo no debe usar el vaso ajeno, que es lo que hacen aquellos que desean la mujer del prójimo, sino que sabe que incluso su propio vaso no es para poseerlo en la maldad de la concupiscencia carnal. Pero esto no ha de entenderse como si el Apóstol condenase la unión conyugal, es decir, la unión carnal lícita y buena”. Nos llama a mantener el dominio del propio cuerpo en santidad y honor, la recta ordenación según Dios. Así dice GS 51: “El Concilio sabe que los esposos, al ordenar armoniosamente su vida conyugal, con frecuencia se encuentran impedidos por algunas circunstancias actuales de la vida, y pueden hallarse en situaciones en las que el número de hijos, al menos por cierto tiempo, no puede aumentarse, y el cultivo del amor fiel y la plena intimidad de vida tienen sus dificultades para mantenerse. Cuando la intimidad conyugal se interrumpe, puede no raras veces correr riesgos la fidelidad y quedar comprometido el bien de la prole, porque entonces la educación de los hijos y la fortaleza necesaria para aceptar los que vengan quedan en peligro. Hay quienes se atreven a dar soluciones inmorales a estos problemas; más aún, ni siquiera retroceden ante el homicidio; la Iglesia, sin embargo, recuerda que no puede haber contradicción verdadera entre las leyes divinas de la transmisión obligatoria de la vida y del fomento del genuino amor conyugal. Pues Dios, Señor de la vida, ha confiado a los hombres la insigne misión de conservar la vida, misión que ha de llevarse a cabo de modo digno del hombre. Por tanto, la vida desde su concepción ha de ser salvaguardada con el máximo cuidado; el aborto y el infanticidio son crímenes abominables. La índole sexual del hombre y la facultad generativa humana superan admirablemente lo que de esto existe en los grados inferiores de vida; por tanto, los mismos actos propios de la vida conyugal, ordenados según la genuina dignidad humana, deben ser respetados con gran reverencia. Cuando se trata, pues, de conjugar el amor conyugal con la responsable transmisión de la vida, la índole moral de la conducta no depende solamente de la sincera intención y apreciación de los motivos, sino que debe determinarse con criterios objetivos tomados de la naturaleza de la persona y de sus actos, criterios que mantienen íntegro el sentido de la mutua entrega y de la humana procreación, entretejidos con el amor verdadero; esto es imposible sin cultivar sinceramente la virtud de la castidad conyugal. No es lícito a los hijos de la Iglesia, fundados en estos principios, ir por caminos que el Magisterio, al explicar la ley divina reprueba sobre la regulación de la natalidad. Tengan todos entendido que la vida de los hombres y la misión de transmitirla no se limita a este mundo, ni puede ser conmensurada y entendida a este solo nivel, sino que siempre mira el destino eterno de los hombres”.
-Hermanos, habéis aprendido de nosotros cómo conviene que viváis para agradar a Dios. El texto griego dice: «como os conviene andar». La vida cristiana es una marcha hacia adelante, un progreso constante.
-Haced pues nuevos progresos, os lo rogamos, os lo pedimos de parte del Señor Jesús. ¡Cuán a menudo seguimos siendo rutinarios y tibios! La fe no es un «cómodo sillón». Es una invitación a avanzar sin cesar. Señor, ¿qué progreso esperas de mí en este preciso momento?
-Sabéis, en efecto, las instrucciones que os dimos de parte del Señor Jesús. Son unas instrucciones sobre moral sexual (versículos 4 a 8) y sobre las relaciones paternas (versículos 9 a 12). Sí, hay que decirlo, la fe debe provocar una conversión, una conducta moral nueva: "de parte del Señor Jesús", nuestras maneras humanas de portarnos han de cambiar para que lleguen a conformarse según esa fe.
-Porque esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación... ¡Nada menos que la santidad! Tal es la «voluntad» de Dios. Tal es el proyecto de Dios respecto a nosotros. Lo que Dios espera de mí es la perfección. La perfección moral del hombre no es solamente una exigencia social del buen funcionamiento de la sociedad, como suele decirse... no es tan sólo una condición para la verdadera apertura de la persona... es una voluntad formal de Dios.
-Que os apartéis del libertinaje, que sepa cada cual controlar su propio cuerpo santa y respetuosamente, sin dejarse arrastrar por la pasión, como los paganos que no conocen a Dios. Efectivamente la licencia sexual de los griegos y romanos no tenía por desgracia, nada que envidiar a nuestros desenfrenos por así decir modernos. Se presentan a veces esas costumbres como progresos, como avanzadas de futuro... cuando es evidente que tienen un resabio de «cosa vieja» y de regresión hacia las formas primitivas de una humanidad poco evolucionada. En efecto, la civilización en la que tuvieron que vivir los cristianos de aquel tiempo exponía a la luz del día las relaciones sexuales contra naturaleza, la prostitución sagrada y pública, las orgías y bacanales aberrantes. San Pablo resume todo eso con el término de «porneia», que se ha traducido aquí por «desenfreno» y de donde procede el término «pornografía». A este desenfreno, Pablo opone una vida sexual normal, en el marco de una pareja. La vida conyugal, en el matrimonio, no tiene nada que ver con esas caricaturas de sexualidad: el amor verdadero es un camino de santidad, tiene por base el respeto del otro y el control de sí mismo. Si «me dejo llevar por mi pasión», lo sé por experiencia, me pongo en la pendiente del más alienante de los egoísmos.
-En este asunto, que nadie ofenda a su hermano ni abuse de él. Sí, la sexualidad puede ser un «abuso» del otro, un «dominio» del otro, una «injusticia» hecha al otro. Esto es más claro, evidentemente en el caso del flirt o del adulterio... pero esto, por desgracia, puede darse también en el marco de una pareja. Si estoy casado, san Pablo me invita, en nombre del Señor a preguntarme si no actúo «en detrimento de mi cónyuge", si no «obro abusivamente". En efecto, si Dios nos ha llamado, no nos llamó a la impureza sino a la santidad. Así pues el que esto desprecia no desprecia a un hombre sino a Dios que nos hace don de su Espíritu Santo (Noel Quesson).
2. Debemos defendernos de los criterios del mundo, si son contrarios a los de Dios, sin dejarnos contaminar por costumbres que no pueden admitirse en la vida de un cristiano. El salmo promete: «el Señor ama al que aborrece el mal, protege la vida de sus fieles y los libra de los malvados...».
Juan Pablo II decía: “La luz, la alegría y la paz, que en el tiempo pascual inundan a la comunidad de los discípulos de Cristo y se difunden en la creación entera, impregnan este encuentro nuestro, que tiene lugar en el clima intenso de la octava de Pascua. En estos días celebramos el triunfo de Cristo sobre el mal y la muerte. Con su muerte y resurrección se instaura definitivamente el reino de justicia y amor querido por Dios Precisamente en torno al tema del reino de Dios gira esta catequesis, dedicada a la reflexión sobre el salmo 96. El Salmo comienza con una solemne proclamación: "El Señor reina, la tierra goza, se alegran las islas innumerables" y se puede definir una celebración del Rey divino, Señor del cosmos y de la historia. Así pues, podríamos decir que nos encontramos en presencia de un salmo "pascual". Sabemos la importancia que tenía en la predicación de Jesús el anuncio del reino de Dios. No sólo es el reconocimiento de la dependencia del ser creado con respecto al Creador; también es la convicción de que dentro de la historia se insertan un proyecto, un designio, una trama de armonías y de bienes queridos por Dios. Todo ello se realizó plenamente en la Pascua de la muerte y la resurrección de Jesús.
Recorramos ahora el texto de este salmo (…). Inmediatamente después de la aclamación al Señor rey, que resuena como un toque de trompeta, se presenta ante el orante una grandiosa epifanía divina. Recurriendo al uso de citas o alusiones a otros pasajes de los salmos o de los profetas, sobre todo de Isaías, el salmista describe cómo irrumpe en la escena del mundo el gran Rey, que aparece rodeado de una serie de ministros o asistentes cósmicos: las nubes, las tinieblas, el fuego, los relámpagos.
Además de estos, otra serie de ministros personifica su acción histórica: la justicia, el derecho, la gloria. Su entrada en escena hace que se estremezca toda la creación. La tierra exulta en todos los lugares, incluidas las islas, consideradas como el área más remota (cf Sal 96,1). El mundo entero es iluminado por fulgores de luz y es sacudido por un terremoto (cf v 4). Los montes, que encarnan las realidades más antiguas y sólidas según la cosmología bíblica, se derriten como cera (cf v 5), como ya cantaba el profeta Miqueas: "He aquí que el Señor sale de su morada (...). Debajo de él los montes se derriten, y los valles se hienden, como la cera al fuego" (Mi 1,3-4). En los cielos resuenan himnos angélicos que exaltan la justicia, es decir, la obra de salvación realizada por el Señor en favor de los justos. Por último, la humanidad entera contempla la manifestación de la gloria divina, o sea, de la realidad misteriosa de Dios (cf. Sal 96,6), mientras los "enemigos", es decir, los malvados y los injustos, ceden ante la fuerza irresistible del juicio del Señor (cf v 3…).
Al cuadro que describe la victoria sobre los ídolos y sus adoradores se opone una escena que podríamos llamar la espléndida jornada de los fieles (cf vv 10-12). En efecto, se habla de una luz que amanece para el justo (cf v 11): es como si despuntara una aurora de alegría, de fiesta, de esperanza, entre otras razones porque, como se sabe, la luz es símbolo de Dios (cf 1 Jn 1,5). El profeta Malaquías declaraba: "Para vosotros, los que teméis mi nombre, brillará el sol de justicia" (Ml 3,20). A la luz se asocia la felicidad: "Amanece la luz para el justo, y la alegría para los rectos de corazón. Alegraos, justos, con el Señor, celebrad su santo nombre" (Sal 96,11-12). El reino de Dios es fuente de paz y de serenidad, y destruye el imperio de las tinieblas. Una comunidad judía contemporánea de Jesús cantaba: "La impiedad retrocede ante la justicia, como las tinieblas retroceden ante la luz; la impiedad se disipará para siempre, y la justicia, como el sol, se manifestará principio de orden del mundo".
Antes de dejar el salmo 96, es importante volver a encontrar en él, además del rostro del Señor rey, también el del fiel. Está descrito con siete rasgos, signo de perfección y plenitud. Los que esperan la venida del gran Rey divino aborrecen el mal, aman al Señor, son los hasîdîm, (así se conoce hoy entre los judíos a los ortodoxos) es decir, los fieles (cf v 10), caminan por la senda de la justicia, son rectos de corazón (cf v 11), se alegran ante las obras de Dios y dan gracias al santo nombre del Señor (cf v 12). Pidamos al Señor que estos rasgos espirituales brillen también en nuestro rostro”.
3.- Mt 25, 1-13 (ver domingo 32 A). Sigue la enseñanza de Jesús sobre la vigilancia. Ayer ponía el ejemplo del ladrón que puede venir en cualquier momento, y el del amo de la casa, que deseará ver a los criados preparados cuando vuelva. Hoy son las diez jóvenes que acompañarán, como damas de honor, a la novia cuando llegue el novio. La parábola es sencilla, pero muy hermosa y significativa. Naturalmente, como pasa siempre en las parábolas, hay detalles exagerados o inusuales, que sirven para subrayar más la enseñanza que Jesús busca. Así, la tardanza del novio hasta medianoche, o la negativa de las jóvenes sensatas a compartir su aceite con las demás, o la idea de que puedan estar abiertas las tiendas a esas horas, o la respuesta tajante del novio, que cierra bruscamente la puerta, contra todas las reglas de la hospitalidad oriental... Jesús quiere transmitir esta idea: que todas tenían que haber estado preparadas y despiertas cuando llegó el novio. Su venida será imprevista. Nadie sabe el día ni la hora. Israel -al menos sus dirigentes- no supo estarlo y desperdició la gran ocasión de la venida del Novio, Jesús, el Enviado de Dios, el que inauguraba el Reino y su banquete festivo.
«Velad, porque no sabéis el día ni la hora». ¿Estamos siempre preparados y en vela? ¿llevamos aceite para nuestra lámpara? La pregunta se nos hace a nosotros, que vamos adelante en nuestra historia, se supone que atentos a la presencia del Señor Resucitado -el Novio- en nuestra vida, preparándonos al encuentro definitivo con Él.
Que no falte aceite en nuestra lámpara. Es lo que tenían que haber cuidado las jóvenes antes de echarse a dormir. Como el conductor que comprueba el aceite y la gasolina del coche antes del viaje. Como el encargado de la economía a la hora de hacer sus presupuestos. Se trata de estar alerta y ser conscientes de la cercanía del Señor a nuestras vidas. Todos somos invitados a la boda, pero tenemos que llevar aceite. No hace falta, tampoco aquí, que pensemos necesariamente en el fin del mundo, o sólo en la hora de nuestra muerte. La fiesta de boda a la que estamos invitados sucede cada día, en los pequeños encuentros con el Señor, en las continuas ocasiones que nos proporciona de saberle descubrir en los sacramentos, en las personas, en los signos de los tiempos. Y como «no sabemos ni el día ni la hora» del encuentro final, esta vigilancia diaria, hecha de amor y seriedad, nos va preparando para que no falte aceite en nuestra lámpara. Al final, Jesús nos dirá qué clase de aceite debíamos tener: si hemos amado, si hemos dado de comer, si hemos visitado al enfermo. El aceite de la fe, del amor y de las buenas obras.
Cuando celebramos la Eucaristía de Jesús, «mientras esperamos su venida gloriosa», se nos provee de esa luz y de esa fuerza que necesitamos para el camino. Jesús nos dijo: «el que me come, tiene vida eterna, yo le resucitaré el último día» (J. Aldazábal).
La parábola de las diez vírgenes no se encuentra ya en su contexto original: el v. 13 no es una conclusión adecuada, ya que la exhortación a permanecer vigilantes no tiene en cuenta el contenido del relato, donde todas las vírgenes -tanto las sabias como las necias- se quedan dormidas (v. 5). Además, esta misma conclusión aparece en Mt 24, 42 y parece proceder de Mc 13, 35. El evangelista ha situado esta parábola dentro del discurso escatológico (Mt 24), pero la interpretación parusíaca que de ella hace no parece primitiva. Jesús no se ha comparado jamás con el esposo y no parece necesario dar a la parábola una interpretación alegórica para encontrar en ella el contenido primitivo.
Es posible que Jesús haya contado un acontecimiento real como pretexto para recordar a sus contemporáneos la inminencia del Reino e incitarlos a una mayor vigilancia (cf. la aparición repentina del diluvio en Mt 24,39; la intrusión repentina del ladrón en 1 Tes 5,1-5 y Mt 24,42 y la vuelta inesperada del amo en Mt 24,48). La llegada repentina del esposo está, además, tomada del natural: los tratos entre las dos familias se prolongaban durante largo tiempo como prueba del interés que los padres tomaban por sus hijos. El esposo hacía casi siempre su aparición en el momento en que los invitados comenzaban a cansarse o a sentir el efecto de la bebida. En la parábola se hace alusión a esta costumbre para describir con mayor viveza la irrupción inesperada de un Reino en medio de gentes distraídas.
Pronto transformó la Iglesia esta parábola de la inminencia del Reino en una alegoría de las nupcias de Cristo con la Iglesia, viendo en el esposo una figura de Cristo (cf. Mt 9,15); 2 Cor 11,2; Ef 5,25) y, en la apreciación que hace el esposo, las condiciones para participar en el banquete que seguirá a las bodas. Esto era forzar el sentido de la parábola primitiva, que no menciona para nada a la esposa. Los primeros cristianos, por su parte, han querido ver a la Iglesia-esposa en las diez vírgenes, tanto las prudentes como las necias, pues en la Iglesia, antes de que las bodas se celebren, cabemos todos, los que ignoran la llamada del Señor a estar vigilantes, y los que luchan cada día por vivir cerca del Señor; en este sentido esta parábola tiene mucha semejanza con la red que recoge toda clase de peces, buenos y menos buenos (Mt 13,48), con la sala de banquetes donde se reúnen justos y pecadores (Mt 22,10), con el campo donde crecen tanto la buena como la mala semilla (Mt 13,24-30). La Iglesia es, pues, semejante a un cortejo de hombres que caminan hacia el Señor; de ellos, unos tienen encendidas las lámparas de su vigilancia, mientras que los restantes no se preocupan de alimentar su fe. Los primeros procuran vivir sin dispersar su atención en mil cosas fútiles, ya que han escogido a Cristo y ponen los medios necesarios para permanecer fieles a Él; los otros se contentan con una pertenencia al grupo de los creyentes de tipo puramente sociológico. La discriminación solo se hará al término del periplo de la Iglesia sobre la tierra, en el día de las nupcias de Cristo con la humanidad que permanezca fiel.
Es posible que Mateo haya añadido personalmente alguna otra dimensión a la parábola al incluirla a continuación del discurso escatológico. En efecto, el primer evangelista responde a la pregunta sobre la participación de los hombres en el Reino y distingue dos grandes categorías: los que participan abiertamente en el pueblo de Dios (Mt 24, 45- 25, 30) y los que se preparan para el Reino sin saberlo (Mt 25, 31-46). Dentro de la primera categoría, Mateo distingue sucesivamente a los responsables del pueblo de Dios (Mt 24, 45-51) y después a sus miembros: mujeres (Mt 25, 1-13) y hombres (Mt 25, 14-30). La parábola de las diez vírgenes estaría, por tanto, dirigida a las mujeres cristianas para recordarles, de acuerdo con su propia mentalidad, el deber de la vigilancia. El evangelista utiliza a menudo el procedimiento consistente en desdoblar una misma parábola para que pueda aplicarse tanto al público "masculino" como al "femenino" (cf. Mt 24, 18-19; 9, 18-26; 13, 31-33), poniendo así de manifiesto la atención que ya prestaban los primeros predicadores a la diversidad de su auditorio (Maertens-Frisque).
-Hablando de la "venida" del Hijo del hombre, Jesús decía: "El Reino de los cielos es semejante a diez doncellas, que, con su lámpara en la mano, salieron al encuentro del novio..... Es la misma idea de ayer. Es una de las más hermosas parábolas del evangelio, la que nos hace penetrar más profundamente en el corazón de Jesús. Jesús es el "Prometido". Jesús ama. Viene a "encontrarse" con nosotros. Quiere introducirnos en su familia, como un prometido introduce a su prometida en su familia. Esto es para Jesús la vida cristiana: una marcha hacia el "encuentro” con alguien que nos ama... la diligencia de una prometida que va hacia su prometido... el deseo de un cita. La imagen de los esponsales era tradicional en la Biblia, Jesús, manifiestamente, la tomó a cuenta propia: Dios ama a la humanidad... la humanidad va al encuentro de Dios... el hombre está hecho para la intimidad con Dios... para el intercambio de amor con Él.
-Como el novio tardaba en "venir", les entró sueño a todas y se durmieron. Es la misma idea de ayer. Jesús tarda. La visita es imprevista, la hora es imprecisa. No se sabe cuándo llegará. Sí, ¡cuán verdadero es todo esto! Tenemos la impresión de que Tú estás ausente, de que no vas venir. Y te olvidamos, nos dormimos en lugar de "velar".
-A media noche se oyó gritar: "¡Que llega el novio; salid a recibirlo!" Ayer, Jesús se apropiaba la imagen del "ladrón nocturno", para acentuar el efecto de sorpresa, y por lo tanto, la necesidad de estar siempre a punto.
Hoy es ciertamente la misma idea; pero se trata de un "esposo que viene de noche". Se puede velar porque se teme al ladrón; pero es mucho más importante todavía velar porque se desea al esposo que está por llegar. ¿Deseo yo, verdaderamente, la venida de Jesús? ¿Qué hago yo para mantenerme despierto, vigilante, atento a "sus" venidas?
-Las muchachas prudentes prepararon sus lámparas. Sí, porque en el relato de Jesús hay dos categorías de prometidas, la mitad son necias y la otra mitad son sensatas o "prudentes". Pero todas se durmieron. Todas flaquearon en la espera. Así, Señor, en ese pequeño detalle nos muestras cuán bien nos conoces. No nos pides lo imposible: tan sólo ese pequeño signo de vigilancia, una lamparita que sigue "velando" mientras dormimos. Esta era ya la delicada intención de la esposa del Cantar de los Cantares (Ct 5,2): "Yo duermo, pero mi corazón vela." Sí, soy consciente de que no te amo bastante; pero Tú sabes que quisiera amarte más. Me sucede a menudo que me quedo como adormilado y no te espero; pero te ruego, Señor, que mires mi lamparita y su provisión de aceite.
-Las que estaban preparadas entraron "con Él" al banquete de bodas. Imagen del cielo: un banquete de bodas, un encuentro, "estar con Él". Pero, depende de nosotros empezar el cielo desde aquí abajo, enseguida.
-Las otras llegaron a su vez: ¡Señor, Señor, ábrenos! -No os conozco. Estad en vela pues no sabéis el día ni la hora. Esa terrible palabra hace resaltar, por contraste, toda la seriedad de nuestra aventura humana. Tu amor por nosotros no es cosa de broma: ¡Nos lo has dado todo! Cuando se ha sido amado con tal amor, cuando se ha rehusado este amor... éste se convierte en una especie de tormento: en una vida frustrada. En una vida que ha malogrado el encuentro (Noel Quesson).
Hablando de conversión, decía S. Josemaría Escrivá: “No es tarea fácil. El cristianismo no es camino cómodo: no basta estar en la Iglesia y dejar que pasen los años. En la vida nuestra, en la vida de los cristianos, la conversión primera -ese momento único, que cada uno recuerda, en el que se advierte claramente todo lo que el Señor nos pide- es importante; pero más importantes aún, y más difíciles, son las sucesivas conversiones. Y para facilitar la labor de la gracia divina con estas conversiones sucesivas, hace falta mantener el alma joven, invocar al Señor, saber oír, haber descubierto lo que va mal, pedir perdón.
De este modo, las tres virtudes teologales, virtudes divinas, que nos asemejan a nuestro Padre Dios, se han puesto en movimiento.
El esposo representa a Cristo, las vírgenes a las almas, las personas invitadas a la boda, la alianza esponsal de Dios con su Iglesia. La enseñanza es clara: hay que estar atentos, como dice S. Agustín: “vela con el corazón, con la fe, con la esperanza, con la caridad, con las obras (…); prepara las lámparas, cuida de que no se apaguen, aliméntalas con el aceite interior de una recta conciencia; permanece unido al Esposo por el Amor, para que Él te introduzca en la sala del banquete, donde tu lámpara nunca se extinguirá””.

miércoles, 24 de agosto de 2011

Jueves de la 21ª semana de Tiempo Ordinario: el tiempo es fugaz, y Dios paciente, pero nos apremia a ser felices, a corresponder con las virtudes a la

Jueves de la 21ª semana de Tiempo Ordinario: el tiempo es fugaz, y Dios paciente, pero nos apremia a ser felices, a corresponder con las virtudes a la fidelidad a su llamada, en cada instante

Primera carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses 3,7-13. Hermanos, en medio de todos nuestros aprietos y luchas, vosotros, con vuestra fe, nos animáis; ahora nos sentimos vivir, sabiendo que os mantenéis fieles al Señor. ¿Cómo podremos agradecérselo bastante a Dios? ¡Tanta alegría como gozamos delante de Dios por causa vuestra, cuando pedimos día y noche veros cara a cara y remediar las deficiencias de vuestra fe! Que Dios, nuestro Padre, y nuestro Señor Jesús nos allanen el camino para ir a veros. Que el Señor os colme y os haga rebosar de amor mutuo y de amor a todos, lo mismo que nosotros os amamos. Y que así os fortalezca internamente, para que, cuando Jesús, nuestro Señor, vuelva acompañado de todos sus santos, os presentéis santos e irreprensibles ante Dios, nuestro Padre.

Salmo 89,3-4.12-13.14 y 17. R. Sácianos de tu misericordia, Señor, y estaremos alegres.
Tú reduces al hombre a polvo, diciendo: «Retornad, hijos de Adán.» Mil años en tu presencia son un ayer, que pasó; una vela nocturna.
Enséñanos a calcular nuestros años, para que adquiramos un corazón sensato. Vuélvete, Señor, ¿hasta cuándo? Ten compasión de tus siervos.
Por la mañana sácianos de tu misericordia, y toda nuestra vida será alegría y júbilo. Baje a nosotros la bondad del Señor y haga prósperas las obras de nuestras manos.

Lectura del santo evangelio según san Mateo 24,42-51. En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: -«Estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela y no dejarla abrir un boquete en su casa. Por eso, estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre. ¿Dónde hay un criado fiel y cuidadoso, a quien el amo encarga de dar a la servidumbre la comida a sus horas? Pues, dichoso ese criado, si el amo, al llegar, lo encuentra portándose así. Os aseguro que le confiará la administración de todos sus bienes. Pero si el criado es un canalla y, pensando que su amo tardará, empieza a pegar a sus compañeros, y a comer y a beber con los borrachos, el día y la hora que menos se lo espera, llegará el amo y lo hará pedazos, mandándolo a donde se manda a los hipócritas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes.»

Comentario: 1.- 1Ts 3,7-13. Cuando una comunidad a la que un apóstol ha dedicado tanto tiempo, responde bien, se convierte en un motivo de alegría para el apóstol. Pablo dice a los de Tesalónica: «vosotros, con vuestra fe, nos animáis... ahora respiramos... ¿cómo podremos agradecérselo bastante a Dios?... tanta alegría como gozamos...». Y manifiesta el deseo de que las cosas se arreglen de manera que pueda ir a hacerles una visita. A la vez, les asegura que les recuerda cada día en su oración. Lo que pide para ellos es «que Dios os haga rebosar de amor», «que os fortalezca internamente», que remedie «las deficiencias de vuestra fe», y así, en la venida última del Señor, «os presentéis santos e irreprensibles ante Dios nuestro Padre». De nuevo presenta las tres virtudes teologales de la comunidad: el amor, la fe y la esperanza. Un apóstol -un catequista, un educador, un sacerdote- tiene con los destinatarios de su trabajo una relación compleja:
- se entrega a ellos, como ha dicho Pablo en las páginas anteriores, con total desinterés, con amor de madre y de padre, dispuesto a dar por ellos su propia vida;
- pero no sólo da a los demás, sino que también recibe de ellos, y tal vez es más lo que recibe que lo que da; no sólo enseña, sino aprende; no tiene el monopolio de la verdad ni de la generosidad: muchas veces encuentra en las demás personas, por alejadas que parezcan, valores y actitudes que no se esperaba, y que le estimulan y le llenan de alegría, como cuando Jesús «se admiraba» de la fe que encontró en personas no judías, como la mujer cananea o el centurión romano; la Iglesia no sólo es maestra, sino también discípula: en el diálogo con el mundo de hoy, podemos aprender mucho de los jóvenes, o de los no creyentes, de los alejados, y, mucho más, de tantos cristianos sencillos que, tal vez con poca formación, siguen con generosidad el camino de Dios y hacen todo el bien que pueden a su alrededor; evangelizar, a veces, es también descubrir en el corazón de las personas la acción escondida del Espíritu que prepara en ellas el camino para un encuentro pleno con Cristo en la Iglesia;
- y todo eso le lleva a un apóstol a rezar por esas personas, porque la fuerza transformadora está en Dios; pide por ellas, da gracias a Dios por ellas, y le reza para que progresen todavía más, que «rebosen de amor» y que se «fortalezcan internamente», y si es el caso, vayan subsanando «las deficiencias en su fe». En la oración es donde se recompone siempre la dirección de nuestro trabajo. Como dice el salmo: «baje a nosotros la bondad del Señor y haga prósperas las obras de nuestras manos».
Pablo es modelo en las tres direcciones: en la entrega, en los ánimos que sabe recibir de los demás y en la oración que dirige a Dios por ellos.
Pablo concluye la primera parte de su carta a los tesalonicenses con una oración. Antes ha recordado su evangelización y su conversión (1,2-10), y subrayando la diferencia entre el comportamiento de los apóstoles y el de los falsos misioneros (2,1-16).
Estamos en el año 51 y Pablo está lejos de Tesalónica. Teme las consecuencias de las falsas predicaciones y de las persecuciones que sufren los cristianos. Ni siquiera las noticias traídas por Timoteo le han tranquilizado totalmente (2,17-3,10). Pide entonces a Dios la alegría de volver a ver a los suyos para hacerles progresar en la fe. La oración de Pablo se desarrolla según una estructura precisa: los vv. 10-11 hacen alusión a la fe de los tesalonicenses, el v. 12 recuerda su caridad y el v. 13 su esperanza. La principal preocupación del fundador de la comunidad parece ser las virtudes teologales, fundamento de la vida del cristiano.
La fe de la comunidad es frágil y el informe de Timoteo ha revelado, probablemente, sus lagunas. Pablo había debido abandonar Tesalónica sin haber podido acabar la catequesis necesaria (Act 17,1-10). Pide a Dios que allane los obstáculos que han impedido hasta el momento su retorno.
Segundo objeto de la oración de San Pablo: el crecimiento de la caridad entre hermanos, pero también hacia todos los hombres, aunque fuesen perseguidores de la comunidad (Gal 6,10; Rom 12,10-21). El apóstol estima en efecto que él es responsable del amor que los tesalonicenses se testimonian mutuamente, ya que este amor es reflejo del que él les ha testimoniado (la misma actitud en 2 Ts 3,7-9; Flp 3,17; 4,9; 1 Co 4,16; 11,1).
La fe y el amor sólidos asegurarán a los cristianos de Tesalónica una santidad irreprochable. Pero esta debe crecer sin cesar en la esperanza de la Parusía del Señor (1 Tes 5,23; 1 Cor 1,8). Pablo participa también de las concepciones de su tiempo, según las cuales la Parusía se manifestará al término de las persecuciones. Las vejaciones sufridas por sus corresponsales no son más que el preludio.
Puede existir un cierto peligro en distinguir las tres virtudes teologales como si fueran tres poderes autónomos en el organismo del hijo de Dios. De hecho, al distinguir estas tres virtudes, Pablo sigue el procedimiento literario de la tríada. El organismo cristiano es único y no se puede tener la fe sin amor, ni el amor sin esperanza. Esto es, además, lo que el apóstol afirma cada vez que es conducido a describir estas virtudes. Este organismo cristiano único que es, en el fondo, la capacidad de dar a todas las cosas un sentido nuevo en Jesucristo, se expresa de varias maneras, pero entre ellas algunas son como actitudes privilegiadas y decisivas: el sentido que damos a la vida, a la muerte y a la resurrección del hombre-Dios, el sentido que damos a la vida de los hombres, entre ellos, el sentido, finalmente, que damos a la marcha de la humanidad y son, respectivamente, la fe, la caridad y la esperanza actitudes que no pueden adquirirse sino en el nombre del Señor (Martens-Frisque).
-Hermanos, en medio de todas nuestras congojas y tribulaciones, las noticias recibidas de vuestra fe nos han reconfortado. Ahora sí que vivimos porque vosotros permanecéis firmes en el Señor. Ahora «revivimos» porque tenemos buenas noticias de la firmeza de vuestra fe. La respiración del apóstol y toda su vida provienen de sus fieles. «Os mantenéis firmes en el Señor.» La fe se parece a un combate en el que hay que apretar los dientes ¡y aguantar! El mismo Pablo confiesa el contexto de su vida de apóstol: vive «en medio de congojas y tribulaciones». Esta fuerza, esta perseverancia que, a pesar de los obstáculos, experimentan los que tienen Fe, no proviene de sí mismos, es una fuerza «en el Señor». Puede coexistir con un profundo sentimiento de debilidad personal (Rm 7,14-25).
-¿Cómo podremos agradecer a Dios por vosotros por todo el gozo que por causa vuestra experimentamos ante nuestro Dios? Noche y día pedimos insistentemente... Las pruebas de Pablo no le hacen taciturno o melancólico. Nos dice que pasa noche y día dando gracias a Dios en el gozo y en la oración. ¿Y yo? ¿me esfuerzo en transformar mis preocupaciones de esa manera positiva? San Pablo nos dirá ahora sobre qué puntos precisos se desarrolla su oración:
1º La fe . -Que Dios nos haga ver vuestro rostro para completar lo que falta a vuestra fe. Que Dios mismo, nuestro Padre, y nuestro Señor Jesucristo, orienten nuestros pasos hasta vosotros. El primer objetivo de su oración es la consolidación de la Fe de esa comunidad. Después de una evangelización tan corta -unas semanas- no ha de extrañarnos que la fe de los Tesalonicenses sea frágil y llena de lagunas. A causa de la persecución, Pablo se vio obligado a salir de allí antes de lo que hubiese querido. Podría extrañar que nos hable de «fe incompleta» después de los elogios que les ha prodigado precisamente sobre su fe. Pero la Fe tiene dos aspectos:
-es ante todo un acto global de adhesión a Cristo...
-es además una vida según Cristo que requiere un desarrollo, una catequesis.
¿Sé yo «completar lo que le falta a mi fe»? ¿Ruego para que progrese mi fe y la fe de todos los que amo?
2º La caridad. -Que el señor os haga progresar en el amor de unos con otros y para con todos, como es nuestro amor para con vosotros. Amar: primero «entre hermanos», pero también y ampliamente a «todos los hombres». Esta es una de las más puras características del evangelio.
3º La esperanza. -Para que se consoliden vuestros corazones con santidad irreprochable ante Dios, nuestro Padre, en la venida de nuestro Señor Jesucristo con todos sus santos. La esperanza y la espera que dan un sentido a la vida (Noel Quesson).
2. El salmo hace referencia a la fugacidad de la vida, centrándose en la creación del hombre, al que formó Dios del polvo de la tierra (Gn 3,19) y le ha dado una vida breve, y dice S. Pedro que Dios tiene paciencia con nosotros: “no tarda el Señor en cumplir con su promesa, como algunos piensan; más bien tiene paciencia con vosotros, porque no quiere que nadie se pierda, sino que todos se conviertan” (2 P 3,8-9).
Decía el fundador del Opus Dei: “Os recuerdo de nuevo que nos queda poco tiempo: tempus breve est, porque es breve la vida sobre la tierra, y que, teniendo aquellos medios, no necesitamos más que buena voluntad para aprovechar las ocasiones que Dios nos ha concedido. Desde que Nuestro Señor vino a este mundo, se inició la era favorable, el día de la salvación, para nosotros y para todos. Que Nuestro Padre Dios no deba dirigirnos el reproche que ya manifestó por boca de Jeremías: en el cielo, la cigüeña conoce su estación; la tórtola, la golondrina y la grulla conocen los plazos de sus migraciones: pero mi pueblo ignora voluntariamente los juicios de Yavé.
No existen fechas malas o inoportunas: todos los días son buenos, para servir a Dios. Sólo surgen las malas jornadas cuando el hombre las malogra con su ausencia de fe, con su pereza, con su desidia que le inclina a no trabajar con Dios, por Dios. ¡Alabaré al Señor, en cualquier ocasión! El tiempo es un tesoro que se va, que se escapa, que discurre por nuestras manos como el agua por las peñas altas. Ayer pasó, y el hoy está pasando. Mañana será pronto otro ayer. La duración de una vida es muy corta. Pero, ¡cuánto puede realizarse en este pequeño espacio, por amor de Dios!
No nos servirá ninguna disculpa. El Señor se ha prodigado con nosotros: nos ha instruido pacientemente; nos ha explicado sus preceptos con parábolas, y nos ha insistido sin descanso. Como a Felipe, puede preguntarnos: hace años que estoy con vosotros, ¿y aún no me habéis conocido? . Ha llegado el momento de trabajar de verdad, de ocupar todos los instantes de la jornada, de soportar -gustosamente y con alegría- el peso del día y del calor”.
Dios es también el que puede perdonar y hacer felices los días del hombre sobre la tierra. Es lo que se le pide en estos versículos.
3.- Mt 24, 42-51 (ver paralelo, domingo 19, C). Nos quedan tres días de lectura del evangelio de san Mateo. Y los tres tienen un mismo tema: el discurso «escatológico» de Jesús, el quinto y último de los que Mateo nos ofrece en su evangelio, organizando los dichos de Jesús (cf. lo que decíamos el lunes de la décima semana). El discurso escatológico se refiere a los acontecimientos finales y, en concreto, a la actitud de vigilancia que debemos tener respecto a la venida última de Jesús. Hoy nos lo dice con dos comparaciones muy expresivas: el ladrón puede venir en cualquier momento, sin avisar previamente; el amo puede regresar a la hora en que los criados menos se lo esperan. En ambos casos, la vigilancia hará que el ladrón o el amo nos encuentren preparados. Nos va bien que nos recomienden la vigilancia en nuestra vida. No es que sea inminente el fin del mundo, con la aparición gloriosa de Cristo. Ni que necesariamente esté próxima nuestra muerte. Pero es que la venida del Señor a nuestras vidas sucede cada día, y es esta venida, descubierta con fe vigilante, la que nos hace estar preparados para la otra, la definitiva. Toda la vida está llena de momentos de gracia, únicos e irrepetibles. Los judíos no supieron reconocer la llegada del Enviado: ¿desperdiciamos nosotros otras ocasiones de encuentro con el Señor?
El estudiante estudia desde el principio de curso. El deportista se esfuerza desde que empieza la etapa o el campeonato. El campesino piensa en el resultado final ya desde la siembra. Aunque no sean inminentes ni el examen ni la meta definitiva ni la cosecha. No es de insensatos pensar en el futuro. Es de sabios. Día a día se trabaja el éxito final. Día a día se vive el futuro y, si se aprovecha el tiempo, se hace posible la alegría final. «Estad en vela»: buena consigna para la Iglesia, pueblo peregrino, pueblo en marcha, que camina hacia la Venida última de su Señor y Esposo. Buena consigna para unos cristianos despiertos, que saben de dónde vienen y a dónde van, que no se dejan arrastrar sin más por la corriente del tiempo o de los acontecimientos, que no se quedan amodorrados por el camino. Estar en vela no significa vivir con temor, ni menos con angustia, pero sí con seriedad. Porque todos queremos escuchar, al final, las palabras de Jesús: «muy bien, siervo bueno y fiel, entra en el gozo de tu Señor» (J. Aldazábal).
Las tres páginas propuestas hasta el sábado inclusive las incluye san Mateo en un gran discurso de Jesús sobre el "Fin de los Tiempos" -Escatología-Velad... Convendría citar por entero el sermón 22 de Newman sobre la "vigilancia". He aquí algunos extractos: "Jesús preveía el estado del mundo tal como lo vemos hoy, en el que su ausencia prolongada nos ha inducido a creer que ya no volverá jamás... Ahora bien, muy misericordiosamente nos susurra al oído que no nos fiemos de lo que vemos, que no compartamos esa incredulidad general... sino que estemos alerta y vigilantes". "Debemos no sólo "creer", sino "vigilar"; no sólo "amar", sino "vigilar"; no sólo "obedecer", sino "vigilar"; vigilar ¿por que? Por ese gran acontecimiento: la venida de Cristo…
"¿Sabéis qué es estar esperando a un amigo, esperar su llegada y ver que tarda en venir? ¿Sabéis qué es estar con una compañía desagradable, y desear que pase el tiempo y llegue el momento en que podáis recobrar vuestra libertad? ¿Sabéis qué es tener lejos a un amigo, esperar noticias suyas, y preguntarse día tras día qué estará haciendo ahora, en ese momento, si se encontrara bien?... Velar a la espera de Cristo es un sentimiento parecido a estos, en la medida en que los sentimientos de este mundo son capaces de representar los de otro mundo..."
-Velad, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. Si el dueño de casa supiese a qué hora de la noche iba a venir el ladrón, estaría en vela... También vosotros estad preparados: porque en el momento que menos penséis, vendrá el Hijo del hombre.
También el Padre Duval ha traducido maravillosamente esta espera en su canción. "El Señor volverá, lo prometió, que no te encuentre dormido aquella noche. "En mi ternura clamo hacia El: Dios mío, ¿será quizá esta noche? "El Señor volverá, espéralo en tu corazón, ¡no sueñes en disfrutar lejos de El tu pequeña felicidad!" ¡Jesús "viene"! Y nos advierte: ¡velad! porque vengo cuando no lo pensáis.
Podríais malograr esa "venida", esa cita imprevista, esta visita-sorpresa. Y para que nos pongamos en guardia contra nuestras seguridades engañosas, Jesús llega a compararse a un "ladrón nocturno". Inseguridad fundamental de la condición humana.
Jesús "vendrá"... al final de los tiempos en el esplendor del último día. Jesús "vendrá"... a la hora de nuestra muerte en el cara a cara de aquel momento solemne "cuando se rasgará el velo que nos separa del dulce encuentro".
Pero... Jesús "viene"... cada día, si sabemos "estar en vela". No hay que esperar el último día. Está allí, detrás del velo. Viene en mi trabajo, en mis horas de distensión, de solaz. Viene a través de tal persona con quien me encuentro, de tal libro que estoy leyendo, de tal suceso imprevisto... Es el secreto de una verdadera revisión de vida.
-¿Dónde está ese "empleado" fiel y sensato encargado por el amo de dar a su servidumbre la comida a sus horas? Dichoso el tal empleado si el amo, al llegar lo encuentra cumpliendo con su obligación... Sí, "velar", atisbar "las" venidas de Jesús, ¡no es estar soñando! Es hacer cada uno el trabajo de cada día, es considerarse, de alguna manera, responsable de los demás, es darles, cuando se requiera, su porción de pan, es amar. En verdad eso concierne, muy especialmente, a los "jefes de comunidad", en la Iglesia o en otra parte. Y ¿quién no es jefe de una comunidad? Familia, equipo, grupo, clase, despacho, empresa, sindicato, club, colegas, clientes, etc. Darles, cuando es oportuno, lo que esperan de mí (Noel Quesson).

24 de agosto, fiesta de San Bartolomé, apóstol: descubre en Jesús la respuesta a las inquietudes de su corazón, la Verdad que buscaba.

24 de agosto, fiesta de San Bartolomé, apóstol: descubre en Jesús la respuesta a las inquietudes de su corazón, la Verdad que buscaba.

Lectura del libro del Apocalipsis 21,9b-14. El ángel me habló así: -«Ven acá, voy a mostrarte a la novia, a la esposa del Cordero.» Me transportó en éxtasis a un monte altísimo, y me enseñó la ciudad santa, Jerusalén, que bajaba del cielo, enviada por Dios, trayendo la gloria de Dios. Brillaba como una piedra preciosa, como jaspe traslúcido. Tenía una muralla grande y alta y doce puertas custodiadas por doce ángeles, con doce nombres grabados: los nombres de las tribus de Israel. A oriente tres puertas, al norte tres puertas, al sur tres puertas, y a occidente tres puertas. La muralla tenía doce basamentos que llevaban doce nombres: los nombres de los apóstoles del Cordero.

Salmo 144,10-11.12-13ab.17-18. R. Que tus fieles, Señor, proclamen la gloria de tu reinado.
Que todas tus criaturas te den gracias, Señor, que te bendigan tus fieles; que proclamen la gloria de tu reinado, que hablen de tus hazañas.
Explicando tus hazañas a los hombres, la gloria y la majestad de tu reinado. Tu reinado es un reinado perpetuo, tu gobierno va de edad en edad.
El Señor es justo en todos sus caminos, es bondadoso en todas sus acciones; cerca está el Señor de los que lo invocan, de los que lo invocan sinceramente.

Santo Evangelio según san Juan 1,45-51. En aquel tiempo, Felipe encuentra a Natanael y le dice: -«Aquel de quien escribieron Moisés en la Ley y los profetas, lo hemos encontrado: Jesús, hijo de José, de Nazaret.» Natanael le replicó: -«¿De Nazaret puede salir algo bueno?» Felipe le contestó: -«Ven y verás.» Vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él: -«Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño.» Natanael le contesta: -«¿De qué me conoces?» Jesús le responde: -«Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi.» Natanael respondió: -«Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel.» Jesús le contestó: -« ¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees? Has de ver cosas mayores.» Y le añadió: -«Yo os aseguro: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre.»

Comentario: 1. La 1ª lectura corresponde a la visión final del libro del Apocalipsis: la visión de la Jerusalén futura, escatológica, ciudad-virgen-esposa, que baja del cielo para celebrar sus bodas divinas con el Cordero. Después de las terribles visiones de las plagas con que la cólera divina juzga la tierra, y de las luchas titánicas de la Bestia y el Dragón contra los ejércitos celestiales, la visión de la Jerusalén celeste es un anticipo de la victoria definitiva de Cristo, resucitado y glorioso, sobre todas las potencias del mal. Esta Jerusalén transfigurada, presentada con las imágenes de una hermosa utopía, es la misma Iglesia de Jesucristo llevada a su plenitud. Las doce puertas en la muralla, los doce nombres sobre ellas, los doce basamentos de la muralla, los doce nombres de los basamentos, nos están hablando del pueblo de Israel, por una parte, y del nuevo pueblo de Dios, la Iglesia de Cristo, edificada "sobre el cimiento de los apóstoles".
Doce puertas, doce ángeles, doce tribus, doce apóstoles.
En honor al apóstol Bartolomé, del que tenemos muy pocas noticias, la liturgia eclesial toma un párrafo del capítulo 21 del Apocalipsis dedicado a la declaración solemne de que los apóstoles del Señor son columnas o fundamento de la Iglesia, por derivación del poder de Cristo Jesús. Para nosotros, como creyentes, cuanto se refiere en la Escritura al grupo de apóstoles es de enorme importancia, pues ellos fueron las personas más cercanas y mejor instruidas por Jesús, y ellos principalmente -haciendo vida misional, evangelizadora- recibieron el encargo de cumplir la voluntad del Maestro: implantar el Reino en el mundo. Honrémonos, pues, en ellos y con ellos. Son maestros de nuestra fe. Y tengamos muy presente que, como apóstoles, y a imagen de Natanael, en nosotros no debe haber ni engaño ni doblez. Hoy, como ayer, es grato ante los ojos de Dios el corazón humano sencillo, ingenuo, pronto, servicial, disponible....
La ciudad era una institución cultural y política en la época del NT. Los habitantes del Imperio Romano vivían de buena gana en las grandes y hermosas ciudades esparcidas a todo lo largo y ancho del territorio. Para el pueblo judío, Jerusalén con su templo era el paradigma de la santidad. En ella estaba asegurada la presencia protectora de Dios sobre su pueblo. Esta es la razón de que una ciudad celestial se convierta en el símbolo más perfecto de la Iglesia, fundada por la predicación de los apóstoles. Si leemos todo el capítulo 21 del Apocalipsis, al que pertenece nuestro texto, encontramos las maravillosas características de esta ciudad divina, parábola de lo que como cristianos esperamos de Dios para el futuro definitivo: en ella no habrá llanto, ni enfermedad alguna, ni muerte, ni dolor. Porque Dios habrá renovado el mundo. Tampoco habrá pecado alguno en la ciudad celestial, porque Dios mismo asegura su santidad excluyendo de ella a los que obran el mal. Un elemento fundamental de las antiguas ciudades grecorromanas, y de la misma Jerusalén, eran los templos levantados en honor de los dioses. Pues bien, en la Jerusalén celestial no habrá templo alguno: "porque el Señor, el Dios Todopoderoso, y el Cordero, es su santuario". Es decir, que se supera la distancia abismal entre Dios y los seres humanos, distancia que tratamos de colmar y de salvar rindiendo culto en los santuarios de la tierra, esperando que nuestras alabanzas y peticiones alcancen hasta el Cielo. Ahora no: se realizará plenamente aquello de que "En Dios vivimos, nos movemos y existimos" (Hch 17,28), sin necesidad de ningún intermediario. Finalmente, la luz que es símbolo de la verdad, la justicia y la paz, no provendrá de otra fuente distinta del mismo Dios y del Cordero.
¿Una hermosa utopía? Sí, porque el Señor nos concede, leyendo el libro del Apocalipsis, soñar con una humanidad reconciliada consigo misma y con Dios, en la que todos los seres humanos podamos ser plenamente felices. Es la utopía del evangelio que predicaron y por el que derramaron su sangre los apóstoles, como san Bartolomé.
Después de la lectura del Apocalipsis, la del pasaje del evangelio de san Juan nos pone con los pies en la tierra: se trata del seguimiento. Dos discípulos de Juan Bautista han seguido a Jesús por propia iniciativa, Jesús los ha aceptado en su compañía (Jn 1,35-39). Andrés, uno de ellos, va en busca de su hermano Simón y lo lleva ante Jesús, quien lo toma también como discípulo, imponiéndole un nombre significativo (Jn 1,40-42). Luego, Jesús, camino de Galilea, llama en su seguimiento a Felipe, paisano de Andrés y Pedro según san Juan, originarios de la pequeña ciudad de Betsaida en el litoral norte del mar de Galilea (los sinópticos dicen que Pedro y Andrés eran de Cafarnaún, no dan más datos de Felipe). Ahora, en nuestra lectura de hoy, Felipe habla de Jesús a Natanael, un apóstol no mencionado en los sinópticos, pero identificado por la tradición con el apóstol Bartolomé cuya fiesta estamos celebrando. El proceso vocacional de este discípulo resulta más complicado, Natanael duda, al escuchar al entusiasmado Felipe hablándole de Jesús, el hijo de José, de que de la oscura y desconocida Nazaret pueda salir algo bueno. Esto manifiesta, tal vez, su carácter franco y exigente. El elogio de Jesús, que lo llama "Israelita de verdad", no lo conmueve, simplemente pregunta por qué razón es conocido. Cuando Jesús le muestra su poder mesiánico, su sabiduría divina, su conocimiento sobrenatural de las cosas y de los seres humanos, Natanael rendidamente reconoce: "Rabbí (maestro en arameo), tú eres el Hijo de Dios, tú eres el rey de Israel". Luego Jesús anuncia al nuevo apóstol que verá cosas más grandes que el conocimiento sobrenatural del Mesías, que lo verá glorioso, resucitado de entre los muertos, sentado a la derecha del Padre.
La memoria de los apóstoles nos habla de nuestra propia vocación. También nosotros fuimos llamados por Cristo, alguien nos lo presentó o nos introdujo en su presencia, o simplemente fuimos llamados: "sígueme". Y a nosotros también, como a cada uno de los apóstoles, nos ha sido confiada una misión en la Iglesia. Según nuestras capacidades, según nuestras responsabilidades. No podemos dejar que nuestra vocación se duerma inactiva en cualquier rincón de nuestra vida. Confesemos a Jesús como lo hizo el apóstol Natanael-Bartolomé, y abracémonos a nuestra responsabilidad de testimoniar y anunciar el mensaje cristiano (Juan Mateos).
Cuando sea la consumación entonces se llevará a efecto el Matrimonio eterno del Cordero con la Novia, la Ciudad Santa que descenderá del cielo, resplandeciente con la Gloria de Dios. Será algo totalmente nuevo; hacia esa ciudad, de sólidos cimientos, se encamina la Iglesia como peregrina por este mundo. No puede detenerse a contemplar la obra realizada. Constantemente debe vivir en el amor hecho servicio, pues sólo al final del tiempo podremos decir que Dios será en nosotros y nosotros en Dios. Nuestra fidelidad a la doctrina que recibieron los apóstoles será lo que le dé firmeza a nuestra fe. Pero esa fidelidad no puede centrarse sólo en la escucha de sus enseñanzas sino en la puesta en práctica de todo aquello que ellos experimentaron en su vida. Entonces, al igual que ellos, nos encaminaremos hacia las bodas eternas con el Cordero Inmaculado a través del camino, tal vez arduo, que nos lleva tras las huellas de Cristo, cargando nuestra cruz de cada día, sabiendo que jamás podremos decir que somos lo suficientemente perfectos, sino que necesitamos de una continua conversión y del ser conformados, día a día, por el Espíritu Santo, en una imagen cada vez más perfecta del Hijo de Dios.
Los apóstoles son las perlas preciosas que San Juan dice haber visto en el Apocalipsis y que constituyen las puertas de la Jerusalén celestial (Ap 21,21)... En efecto, cuando los apóstoles, por sus signos y prodigios hacen brillar la luz divina, abren las puertas de la gloria de la Jerusalén celestial a todos los pueblos convertidos a la fe cristiana. Y todos los que se salvan, gracias a ellos, entran en la vida, como un viajero entra por una puerta... De ellos dice el profeta: “¿Quiénes son ésos que vuelan como nubes...?” (Is 60,8) Estas nubes se condensan en agua cuando riegan la tierra de nuestro corazón con la lluvia de su doctrina para hacerla fértil y portadora de gérmenes de buenas obras... Bartolomé, cuya fiesta celebramos hoy, quiere decir en arameo: “hijo del portador de agua”. Es hijo de este Dios que levanta el espíritu de sus predicadores a la contemplación de las verdades de arriba, de manera que puedan regar con eficacia y en abundancia, con la lluvia de la palabra de Dios, el campo de nuestros corazones. Ellos beben el agua de la fuente con el fin de podernos saciar a nosotros de esta misma agua.
Este paso de las 12 tribus de Israel a los 12 Apóstoles, del Antiguo pueblo a la Iglesia, de la Antigua a la Nueva Alianza, se ve muy bien en esta lectura. La Gaudium et spes 39 dice, al hablar de la Tierra nueva y el Cielo nuevo: “Ignoramos el tiempo en que se hará la consumación de la tierra y de la humanidad. Tampoco conocemos de qué manera se transformará el universo. La figura de este mundo, afeada por el pecado, pasa, pero Dios nos enseña que nos prepara una nueva morada y una nueva tierra donde habita la justicia, y cuya bienaventuranza es capaz de saciar y rebasar todos los anhelos de paz que surgen en el corazón humano. Entonces, vencida la muerte, los hijos de Dios resucitarán en Cristo, y lo que fue sembrado bajo el signo de la debilidad y de la corrupción, se revestirá de incorruptibilidad, y, permaneciendo la caridad y sus obras, se verán libres de la servidumbre de la vanidad todas las criaturas, que Dios creó pensando en el hombre.
Se nos advierte que de nada le sirve al hombre ganar todo el mundo si se pierde a sí mismo. No obstante, la espera de una tierra nueva no debe amortiguar, sino más bien aliviar, la preocupación de perfeccionar esta tierra, donde crece el cuerpo de la nueva familia humana, el cual puede de alguna manera anticipar un vislumbre del siglo nuevo. Por ello, aunque hay que distinguir cuidadosamente progreso temporal y crecimiento del reino de Cristo, sin embargo, el primero, en cuanto puede contribuir a ordenar mejor la sociedad humana, interesa en gran medida al reino de Dios. Pues los bienes de la dignidad humana, la unión fraterna y la libertad; en una palabra, todos los frutos excelentes de la naturaleza y de nuestro esfuerzo, después de haberlos propagado por la tierra en el Espíritu del Señor y de acuerdo con su mandato, volveremos a encontrarlos limpios de toda mancha, iluminados y transfigurados, cuando Cristo entregue al Padre el reino eterno y universal: "reino de verdad y de vida; reino de santidad y gracia; reino de justicia, de amor y de paz". El Reino está ya misteriosamente presente en nuestra tierra; cuando venga el Señor, se consumará su perfección”.
2. Sal 145(144). Quien ha experimentado el amor de Dios no puede sino convertirse en testigo alegre del mismo para toda la humanidad. La Iglesia de Cristo proclama las maravillas de su Señor porque Él la amó y se entregó por ella para purificarla de todos sus pecados. Aun cuando a veces nos sucedan algunos acontecimientos incomprensibles, tal vez incluso dolorosos, el Señor jamás nos abandonará, sino que estará siempre a nuestro lado como poderoso protector, pues Él es nuestro Padre, lleno de amor y de ternura por nosotros, y no enemigo a la puerta. Él no está lejos de aquellos que lo buscan, y está muy cerca de quien lo invoca. Dejémonos amar por el Señor. Pero no sólo busquemos su protección; busquemos también vivir comprometidos con la Misión salvadora que Él confió a su Iglesia.
El tema central de este salmo es la providencia amorosa de Dios sobre los que sufren y sobre todas las criaturas y la universalidad del reinado de Dios mediante su bondad, que recoge especialmente la liturgia de hoy y que se realiza especialmente en la persona de Jesús y la Parusía, como hemos leído en el Ap. Comenta S. Juan de la Cruz: “para alcanzar las peticiones que tenemos en nuestro corazón, no hay mejor medio que poner la fuerza de nuestra oración en aquella cosa que es más gusto de Dios; porque entonces no sólo dará lo que le pedimos, que es la salvación, sino aun lo que Él ve que nos conviene y nos es bueno, aunque no se lo pidamos, según lo da bien a entender David en un salmo (144, 18), diciendo: Cerca está el Señor de los que le llaman en la verdad, que le piden las cosas que son de más altas veras, como son las de la salvación; porque de éstos dice luego (Ps 144,19): La voluntad de los que le temen cumplirá, y sus ruegos oirá, y salvarlos ha. Porque es Dios guarda de los que bien le quieren. Y así, este estar tan cerca que aquí dice David, no es otra cosa que estar a satisfacerlos y concederlos aun lo que no les pasa por pensamiento pedir”.
3. Hoy celebramos la fiesta del apóstol san Bartolomé. El evangelista san Juan relata su primer encuentro con el Señor con tanta viveza que nos resulta fácil meternos en la escena. Son diálogos de corazones jóvenes, directos, francos... ¡divinos!
Jesús encuentra a Felipe casualmente y le dice «sígueme» (Jn 1,43). Poco después, Felipe, entusiasmado por el encuentro con Jesucristo, busca a su amigo Natanael para comunicarle que —por fin— han encontrado a quien Moisés y los profetas esperaban: «Jesús el hijo de José, el de Nazaret» (Jn 1,45). La contestación que recibe no es entusiasta, sino escéptica: «¿De Nazaret puede haber cosa buena?» (Jn 1,46). En casi todo el mundo ocurre algo parecido. Es corriente que en cada ciudad, en cada pueblo se piense que de la ciudad, del pueblo vecino no puede salir nada que valga la pena... allí son casi todos ineptos...
Pero Felipe no se desanima. Y, como son amigos, no da más explicaciones, sino dice: «Ven y lo verás» (Jn 1,46). Va, y su primer encuentro con Jesús es el momento de su vocación. Lo que aparentemente es una casualidad, en los planes de Dios estaba largamente preparado. Para Jesús, Natanael no es un desconocido: «Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi» (Jn 1,48). ¿De qué higuera? Quizá era un lugar preferido de Natanael a donde solía dirigirse cuando quería descansar, pensar, estar solo... Aunque siempre bajo la amorosa mirada de Dios. Como todos los hombres, en todo momento. Pero para darse cuenta de este amor infinito de Dios a cada uno, para ser consciente de que está a mi puerta y llama necesito una voz externa, un amigo, un “Felipe” que me diga: «Ven y verás». Alguien que me lleve al camino que san Josemaría describe así: Buscar a Cristo; encontrar a Cristo; amar a Cristo (Christoph Bockamp).
Jesús retrata a la perfección su personalidad atractiva en muy pocas palabras ante todos: Aquí tenéis a un verdadero israelita en quien no hay doblez. Y, a continuación, en respuesta a la natural extrañeza del futuro apóstol, dice Jesús de modo implícito el motivo de su infinita sabiduría. Manifiesta abiertamente que sus capacidades son sobrenaturales: Antes que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi. A partir de ese momento, y para el resto de su vida, no hubo ya para Bartolomé otro interés que servir a la causa de Jesús. La condición divina, de quien había podido conocerle por dentro y también su quehacer de unos momentos antes, debía ser, en justicia, confesada. Su hombría de bien le impulsa a no callar: Rabbí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel. Lo demás, en la vida de san Bartolomé, fue una consecuencia lógica de quien, en efecto, no tiene doblez. Este apóstol procuró ser coherente en lo sucesivo con lo que tuvo ocasión de comprobar, con la asistencia eficaz de Felipe: que Jesús de Nazaret era el Cristo prometido por Dios como Salvador del mundo. Y ese mismo Hijo Dios lo admitía entre los suyos. Dios encarnado contaba con su colaboración y le prometía contemplar y participar en su gloria sobrenatural.
Ante la figura sencilla, franca y recia de Natanael, consecuente con sus convicciones por mucho que se deba rectificar: humilde, ¿qué conclusiones, que propósitos nos brotan en el silencio sincero de nuestra meditación? Posiblemente debemos aprender también de este apóstol su fe. Una fe en la divinidad de Jesucristo que se desborda en confesión pública y en conducta de vida leal a Quien se le ha manifestado de modo tan gratuito y le ha enriquecido para siempre. La promesa de Jesús: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo de el Hombre, es, desde luego, un animante estímulo para siempre, capaz de hacer reemprender el trabajo apostólico en momentos de aridez, o cuando una pesada soledad parece agostar las joviales energías de otro tiempo.
Dios no sabe abandonar a sus hijos. A cada uno nos basta ser como somos, coherentes con las capacidades que hemos recibido por familia, por cultura, por medios materiales, por salud... Dios nos conoce y quiere difundir en nuestros ambientes su Gracia y el tesoro de una Vida Eterna usando nuestras manos, nuestra boca, nuestro trabajo, nuestra sonrisa.
La Madre Dios, Reina de los Apóstoles, nos protege maternalmente, como protegió a los doce discípulos de su Hijo, hasta que se vieron llenos del Espíritu Santo.
Todos nosotros, nos hemos encontrado con Jesús desde pequeños, en casa desde niños nuestros mayores nos enseñaron a rezar. En la catequesis y en el colegio hemos aprendido cosas de Jesús. En la misa del domingo escuchamos la Palabra de Dios que nos habla de Jesús. En muchas ocasiones tenemos la posibilidad de conocer y de saber cosas de su vida. Pero de alguna manera nos pasa que no acabamos de entusiasmarnos con él. A diferencia de San Bartolomé la fe en Jesús no marca el rumbo de nuestra vida. Para nosotros la fe en Jesús no siempre es un descubrimiento, sino que más bien nos parece algo normal, y por parecernos algo normal podemos acabar por restarle importancia. Nos puede pasar que estemos acostumbrados a tener fe igual que podemos estar acostumbrados a tener agua potable (cuando solo una de cada tres personas la tiene en el mundo), o igual que podemos estar acostumbrados a vivir rodeados de un paisaje privilegiado y no valorarlo. La costumbre, en ocasiones, nos hace no valorar las cosas que tenemos a nuestro alrededor. Pues bien por eso al comenzar la Misa decíamos.- Afianza Señor en nosotros aquella fe con la que Bartolomé, tu apóstol, se entregó sinceramente a Cristo. Pedíamos al Señor que nos afiance la fe, y también debemos de pedir que nos la fortalezca, y que nos la aumente. Y debemos de pedir al Señor que nos ayude a valorar el tesoro que nos ha concedido. Que S. Bartolomé nos ayude a afianzar nuestra fe, y a compartirla con todos los que nos rodean para que crezca, y se fortalezca (Paco Artime).
Está en relación con la felicidad: ¿Qué nos llena por entero? ¿Tú, Cristo, puedes llenar siempre el corazón humano, infinito por su propia capacidad? Jesús no sólo fue un hombre perfecto, sino que era por antonomasia Dios Perfecto. En su condición de Dios, Jesús puede garantizarnos a los seres humanos su capacidad infinita en el tiempo y en la eternidad de llenar el corazón humano. ¿Quién en esta vida nos puede asegurar que nos querrá siempre? Mucha gente se jura amor eterno, pero luego dice que era en aquel momento, bajo aquellas circunstancias… que aquello se pasa… ¿Qué en esta vida nos podrá certificar que nos agradará siempre? ¿Qué en esta vida nos podrá vender la mentira de que siempre nos llenará de satisfacción? Todo, y todo lo que no sea Dios, es caduco, no podrá nunca asegurarnos un estado de felicidad infinita. Basta ver cómo se derrumban las esperanzas que tantos seres humanos han construido esperándolo todo de ellas. Sólo Cristo permanece.
Finalmente, ¿Tú, Cristo, eres capaz de llenar de alegría mi vida, de gozo mi corazón, de ilusión mi caminar con ese Evangelio en donde sólo los pobres, los mansos, los misericordiosos, los perseguidos van a ser felices? Y Cristo nos asegura que sí, que Él es capaz de llenar nuestras vidas con todo esto que el mundo desprecia y rechaza, porque los bienaventurados del mundo moderno son los poderosos, los dominadores, los ricos, los vengativos, los iracundos, los reconocidos, los que ríen. Es tremendo ver cómo se puede concebir de forma tan distinta la felicidad, pero ya la historia va dando de sobra la razón al Evangelio. Porque del Evangelio han salido los hombres felices, en paz, llenos de ilusión y esperanza. De las teorías del mundo moderno han salido las depresiones, las ansiedades, las angustias, la tristeza.
En conclusión, aceptemos a Cristo con ilusión, como la esperanza que se coloca por encima de cualquier otra esperanza, como la promesa que hace realidad lo más apetecido por el ser humano, como la certeza de un futuro lleno de sentido y de gozo. Cristo, Hijo de Dios, Perfecto Dios y Perfecto Hombre es la medida del corazón humano.
Tras el encuentro con Jesús, Natanael exclama con ilusión y fuera de sí: "Rabbi, Tú eres el Hijo de Dios, Tú eres el Rey de Israel", y todo porque el Maestro le había dicho que lo había visto debajo de la higuera. Parece una escena surrealista, pero encierra una gran verdad, que vamos a comentar.
¿De Nazaret puede haber cosa buena? (Jn 1,46). Natanael, tal vez acostumbrado ya a tantos falsos mesías que habían salido como estrellas fugaces en la historia del pueblo de Israel, se extraña de aquellas palabras tan encendidas de Felipe en las que le comunica que un tal Jesús, de Nazaret, hijo de José, es el anunciado por Moisés y los profetas. No es rara esta experiencia para el hombre de hoy y de siempre, que lo ha esperado todo de todo y de todos y casi siempre se ha visto a sí mismo sorprendido por la inconsistencia de las cosas. Por eso, Natanael se sorprende y responde con esa pregunta: ¿De Nazaret puede haber cosa buena? Este tipo de repuestas se encuentran en los labios de muchos hombres de hoy a propósito de cualquier nueva proposición de dicha ofrecida por la sociedad o por un amigo. La desilusión y la desconfianza se han instalado en ese corazón ya un poco seco y pasota del hombre moderno. Él estaba harto de respuestas falsas, quizá hastiado de no encontrar sentido a la vida había hecho una petición al cielo, desesperado, había pedido una señal: “si hay algo serio, si hay un sentido a todo esto, que alguien me diga algo y haga referencia a este momento de la higuera”…
"Rabbí, Tú eres el Hijo de Dios, Tú eres el Rey de Israel" (Jn 1,49). Después de que Felipe le invite a acercarse a Cristo y de que Cristo hable de su honradez y rectitud, son esas palabras de Cristo: "Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi", (Jn 1,48), las que mueven de una forma terrible el interior de Natanael y en un grito de admiración y de reconocimiento llama a Jesús "Hijo de Dios". Para Natanael, tal vez un inquieto rabino o estudioso de las Escrituras, de repente la vida se ha iluminado con la presencia de aquel hombre que le ha presentado su amigo Felipe. En él ha encontrado de repente y de golpe a quien buscaba y lo que buscaba en una armoniosa síntesis. Es como si una vida ya al borde del desencanto se encontrara de repente con esa verdad que lo explica todo y llena de paz y felicidad el corazón. Todavía no sabe cómo, pero Natanael intuye que aquel hombre va a colmar todas sus expectativas.
"Has de ver cosas mayores" (Jn 1,50). Jesús le anuncia que aquella primera experiencia se va a multiplicar. Es como si le dijese: si dejas a Dios de veras entrar en tu corazón, todo lo que anhelabas, esperabas, deseabas, se convertirá en realidad. Y es que Dios es mucho más de lo que el hombre puede imaginarse. En realidad la felicidad que el hombre busca no es nada al lado de lo que Dios le ofrece. Dios siempre supera toda expectativa, todo deseo, toda esperanza. Natanael, el desconfiado, de repente ha quedado cogido por Cristo y un sentimiento de entusiasmo se apodera de él. En adelante será un don, una gracia, un privilegio servir a aquel Maestro que ya le había visto cuando estaba debajo de la higuera. Si nosotros dejáramos a Dios entrar en nuestro corazón a fondo, si nosotros hiciéramos una experiencia auténtica de Dios, si nosotros nos liberáramos del miedo a abrir las puertas del corazón a Dios, también diríamos, llenos de entusiasmo y gozo, "Rabbí, Tú eres el Hijo de Dios".
Este Apóstol, con su admiración por Cristo, nos puede enseñar a nosotros, hombres de hoy, una serie de actitudes muy necesarias frente a las cosas de Dios, pues a lo mejor es posible que nuestra vida espiritual y religiosa esté impregnada de modos fríos, racionalistas, calculadores, lejanos todos ellos de ese talante alegre, cordial y humano que debe caracterizarnos como hijos de Dios. Hay que decir que a veces el debilitamiento en la fe de muchos hermanos nuestros ha sido culpa de no ver en la religión a una persona, sino sólo un conjunto de principios y normas. Si nuestra religión no es Cristo, si el porqué de nuestra fidelidad no es su Persona, si en cada mandamiento no vemos el rostro de Jesús, la religión terminará agobiándonos, porque se convertirá en un montón de deberes, sin relación a Aquél a quien nosotros queremos servir. Vamos, pues, a exponer algunas de las características que deben brillar en la vivencia de nuestra fe y de nuestros deberes religiosos.
Si Cristo, don de Dios al mundo, es lo mejor para el hombre, entonces es imposible no vivir con gozo y alegría profunda la fe, es decir, la relación personal del hombre con Dios. Muchas veces los cristianos con nuestro estilo de vivir la fe, marcado por la tristeza, la indiferencia, el cansancio, estamos demostrando a quienes buscan en nosotros un signo de vida una profunda contradicción. El cristianismo es la religión de la alegría y no puede producir hombres insatisfechos. Al revés, la religión vivida de veras, como fe en Jesucristo, confiere al hombre plenitud, gozo, ilusión. Frente a todas las propuestas de felicidad, que terminan con el hombre en la desesperación, Cristo es la respuesta verdadera que no sólo no engaña sino que colma mucho más de lo esperado. Esta certeza debe reflejarse en nuestro rostro, rostro de resucitados, rostro de hombres salvados.
Si Cristo está vivo y es Hijo de Dios, mi relación con él tiene que ser mucho más personal, cercana e íntima. Tal vez ha faltado en muchas educaciones religiosas ese acercamiento humano a la figura de Cristo, un acercamiento que nos permite establecer con él una relación más cordial y sincera, como la que se tiene con un amigo. Es fácil comprender por qué con frecuencia la vida de oración de muchos creyentes es árida, seca, distraída. No se entra en contacto con la Persona, sino sólo tal vez con una idea de Dios, aun dentro del respeto y de la veneración. De ahí el peligro para muchos hombres de racionalizar la misma oración, convirtiéndola en reflexión religiosa, pero no en experiencia de Dios. Lógicamente la fe se empobrece mucho así. Y no debe ser así. La fe ha de ser vivida como experiencia personal de Cristo, y por tanto en un clima de cordialidad y de cercanía (ver las obras de santa Teresa de Jesús, santa Teresita de Jesús, san Josemaría Escrivá, el santo Cura de Ars, san Francisco de Sales…).
Si Cristo es, en fin, la esperanza del mundo, de la que hablaron Moisés y los profetas, entonces hay que vivir en la práctica la fe con seguridad y convencimiento. Podemos dar la impresión los cristianos de que creemos en Cristo, pero no lo suficiente como para abandonar otros caminos de felicidad al margen de él, de su Evangelio, de su Persona. Y esto en la vida se convierte en una contradicción práctica. Aparentamos tener lo mejor, pero nos cuidamos las espaldas teniendo reemplazos. Es como si afirmáramos que tal vez la fe en Cristo no es del todo segura y cierta, que tal vez Él nos puede fallar. El mundo necesita de nosotros hoy la certeza de nuestra fe, una certeza que nos lleve a quemar los barcos, porque ya no los necesitamos, seguros como estamos de que hemos elegido la mejor parte.
Conclusión. Cómo se necesita en estos momentos en nuestra vida de cristianos y creyentes estas características en nuestra relación con Dios: un estilo de fe lleno de gozo y de entusiasmo, una relación con Dios cercana y cordial, una certeza absoluta de Dios como lo mejor para el hombre de hoy. En esta sociedad en que por desgracia la fe se ha convertido en una carga, hacen falta testigos vivos de un Evangelio moderno y verdadero. En este mundo en que falta alegría en muchos cristianos que viven un poco a la fuerza su fe, hacen falta rostros alegres porque saben vivir su religión en la libertad. Y en este peregrinar hacia la eternidad en el que muchos creyentes miran hacia atrás acordándose de lo que dejan, hacen falta hombres que caminen con seguridad y certeza, sin volver los ojos atrás, hacia el futuro que Dios nos promete.
Ser verdaderos hombres de fe, en quienes no haya doblez. Eso es lo que espera Dios de nosotros, que decimos haber depositado en Él nuestra fe y nuestra confianza. Jesús conoce hasta lo más profundo de nuestro ser. Ante sus ojos nada hay oculto. Pero el que Él nos conozca y nos ame no tendrá para nosotros ningún significado si no aceptamos ese amor que nos tiene, y si no nos dejamos conducir por Él. Confesar a Cristo como el Hijo de Dios y Rey de Israel no debe llevarnos a verlo como alguien lejano a nosotros. En Cristo, Dios se acercó a nosotros para liberarnos de nuestra esclavitud al pecado y hacernos hijos de Dios. Jesús es no sólo el Hijo de Dios; Él mismo le recuerda a Natanael que es el Hijo del hombre, que se convierte en nuestro camino para llegar hasta Dios. Mayores cosas habrá de ver Natanael: La glorificación de Jesús, que, pasando por la muerte, se sentará en su trono de Gloria eternamente y nos abrirá el cielo para que, llegado el momento, también nosotros participemos de su Gloria. Sea Él bendito por siempre.
Somos tan frágiles que no podemos negar que muchas veces el pecado nos ha dominado, y hemos vivido infieles a la Alianza que Dios ha sellado con nosotros mediante la Sangre del Cordero Inmaculado. Pero Dios no nos ha abandonado, sino que espera nuestro retorno, para revestirnos nuevamente de su propio Hijo, con todos los derechos que a Él le corresponden. ¿Acaso podrá salir algo bueno de nosotros? No tengamos miedo ni nos desanimemos. Basta que tengamos fe, pues el Señor hará grandes cosas por nosotros. Si confiamos en el Señor veremos maravillas, pues Dios hará que nuestra vida de pecado quede atrás y que en adelante vivamos como hijos suyos. Confiemos en Él. Veamos a los Apóstoles. Veamos sus fragilidades, defectos y traiciones. Pero contemplemos también la obra que la gracia realizó en ellos. Dios puede hacerlo también con nosotros, si no lo abandonamos ni desconfiamos de su amor ni de su misericordia.
Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de saber vivir en plenitud nuestro compromiso de fe en Cristo Jesús, no sólo para disfrutar sus dones, sino también para trabajar intensamente por su Reino. Que podamos algún día, ya desde aquí, entonar el Magníficat con Ella: reconociendo las maravillas que el Señor hace en nosotros, si le dejamos por la fe. Amén (Homiliacatolica.com).