Butler, Vidas de los Santos.
Sálesman, Eliecer, Vidas de Santos # 3
Viernes de la semana 20 de tiempo ordinario; año impar
El corazón de Dios es de amor, y nos pide que vivamos a imagen suya: el principal mandamiento es amar a Dios y a los demás
"En aquel tiempo, los fariseos, al oír que Jesús había hecho callar a los saduceos, formaron grupo, y uno de ellos, que era experto en la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba: -«Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?» Él le dijo: -«"Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser." Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo." Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas»" (Mateo 22,34-40).
1. –"Los "fariseos" al enterarse de que Jesús había hecho callar a los "saduceos", se reunieron en grupo y uno de ellos "doctor en la Ley", le preguntó con ánimo de ponerlo a prueba"... Se refiere al episodio de la resurrección, donde Jesús salió airoso como de otras trampas que le hicieron (el pago de los impuestos por ejemplo).
-"Maestro, ¿cuál es el Mandamiento mayor de la Ley?" Es una pregunta típicamente farisaica: la fidelidad a la Ley era el gran problema debatido en sus grupos. Tenían múltiples obligaciones, numerosas prácticas a observar y cantidades de interdictos. Pero sabían que era preciso, sin embargo, hacer distinciones, y no ponerlo todo en el mismo plano: hay mandamientos más graves y otros menos graves. Es pues una verdadera cuestión la propuesta por ese doctor en la Ley. ¿Busco, yo también, lo que es esencial en todas mis obligaciones?
Fue buena idea la de preguntar a Jesús cuál es el mandamiento principal. Porque los judíos contaban hasta 365 leyes negativas y 248 positivas, suficientes para desorientar a las personas de mejor voluntad, a la hora de centrarse en lo esencial. La respuesta de Jesús es clara: el mandamiento principal es amar. Amar a Dios (lo cita del libro del Deuteronomio: Dt 6) y amar al prójimo «como a ti mismo» (estaba ya en el Levítico: Lv 19). Lo que hace Jesús es unir los dos mandamientos y relacionarlos: «estos dos mandamientos sostienen la ley entera y los profetas».
Lo principal para un cristiano sigue siendo amar. Tienen sentido cumplir y trabajar y rezar y ofrecer y ser fieles. Pero el amor es lo que da sentido a todo lo demás. Nos interesa, de cuando en cuando, volver a lo esencial. También nosotros tenemos, en el Código de Derecho Canónico, muchas normas, necesarias… y procura también recoger lo que Jesús nos enseña sobre lo principal y la raíz de lo demás; algunos puntos se refieren a que se apliquen las leyes siguiendo la caridad: «guardando la equidad canónica y teniendo en cuenta la salvación de las almas, que debe ser siempre la ley suprema de la Iglesia» (c. 1752). ¿Puedo decir, cuando me examino al final de cada jornada, que mi vida está movida por el amor?, ¿que, entre tantas cosas que hago, lo que me caracteriza más es el amor a Dios y al prójimo, o, al contrario, mi egoísmo y la falta de amor? San Pablo nos recomendó: «con nadie tengáis otra deuda que la del mutuo amor, pues el que ama al prójimo ha cumplido la ley... todos los demás preceptos se resumen en esta fórmula: amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Rm 13,8-9). Y Jesús nos advirtió que, al final de nuestra vida, seremos examinados precisamente de esto: si dimos agua al sediento y visitamos al enfermo... Seremos examinados del amor (S. Juan de la Cruz; J. Aldazábal).
-"Jesús contestó: Amarás..." Todo se resume en esta palabra. Es tan breve que tenemos el riesgo de pasarla por alto. Debo orar a partir de eso... y mirar mi vida a esa luz. –"Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón-alma-mente". Este es el "mayor" y el "primer" Mandamiento: "con todo tu corazón, -con toda tu alma-, con toda tu mente". Los judíos rezan estos versículos con el texto dentro de unas cajitas de cuero, tefilim, sujetas una de ellas a la frente ("con toda tu mente…") y otra a la parte superior del brazo izquierdo, a la altura del pecho ("con todo tu corazón…")
-"El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos penden la Ley entera y los Profetas". Al conectar estos dos mandamientos, Jesús, les das una unidad, una síntesis sencilla a toda la Ley... (Noel Quesson).
"Ninguno de estos dos amores puede ser perfecto si le falta el otro, porque no se puede amar de verdad a Dios sin amar al prójimo, ni se puede amar al prójimo sin amar a Dios (…) Sólo ésta es la verdadera y única prueba del amor de Dios, si procuramos estar solícitos del cuidado de nuestros hermanos y les ayudamos" (S. Beda). A veces nos preguntamos por métodos y sistemas… queremos "hacerlo bien"… "tú me preguntas por qué razón y con qué método o medida debe ser amado Dios. Yo contesto: la razón para amar a Dios es Dios; el método y medida es amarle sin método ni medida" (San Bernardo).
2. El libro de Rut evoca un tranquilo idilio, completamente opuesto a las brutalidades y a los combates del libro de los Jueces. Narra la historia de cómo una mujer extranjera se incorpora al pueblo de Israel. De ella nacerá David. En la época que juzgaban los Jueces, hubo hambre en el país. Un hombre de Belén emigró con su mujer Noemí y sus dos hijos para establecerse en la región de Moab... Los hijos se casaron con dos moabitas: Una de las cuales se llamaba Orfá, y la otra Rut. Unos pobres israelitas, víctimas del hambre, se ven obligados a emigrar al extranjero... dos de sus hijos se casan con mujeres del país, paganas. Como en el libro de Jonás, descubrimos esa tendencia «universalista» que abre el pueblo de Dios a todos aquellos que aceptan vivir sus exigencias, incluso pertenecientes a razas distintas ¿Cuál es mi actitud frente a los diversos «nacionalismos» y «racismos»?
-"Permanecieron allá unos diez años. Después de la muerte de su marido, Noemí perdió también a sus dos hijos". Tenemos pues a tres viudas, una anciana y dos jóvenes. Lejos de entregarse al dolor de su desgracia, las veremos reaccionar y reemprender la vida.
-"Las tres se pusieron en camino para regresar a la tierra de Judá. Orfá no las siguió. Noemí dijo a Rut: "Ves, tu cuñada ha vuelto a su tierra y a sus dioses, vuelve tú también y haz como ella"". Admirable respeto a la libertad. No es fácil expatriarse. Noemí retorna a su patria, no quiere imponer nada a sus nueras.
-Rut respondió: "No insistas en que te abandone y me separe de ti porque iré donde tú vayas y habitaré donde tú habites, tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios." Hermosa lección edificante. Jesús sabrá también admirar a esos paganos que viven los valores humanos y espirituales del orden de la Fe: «no he encontrado una fe tan grande en Israel», dirá a propósito de un centurión romano (Mt 8,10). ¿Y nosotros? ¿Cómo acogemos esta revelación de que «Dios ama a los extranjeros»? ¿Cómo nos situamos frente a los que viven y trabajan junto a nosotros? ¿Qué parte de mi tiempo y de mi presupuesto dedico a la lucha contra las desigualdades y las incomprensiones?
-"Noemí regresó pues de la región de Moab con su nuera, Rut, la moabita. Llegaron a Belén al comienzo de la siega de la cebada". La continuación de la historia nos mostrará a Rut, la moabita casada con Boaz de Belén que dará a luz a Obed, padre de Jesé, padre de David... de cuya descendencia nacerá Jesús. Y la genealogía de Jesús subraya que hubo paganos entre los ascendentes de Jesús (Mt 1,5). Rut, la extranjera, es una abuela directa del gran Rey David. Y Belén aparece aquí en la historia. En Belén nacerá otro niño de la familia de David: el amor delicado que se expresa en el «relato» de Rut es como la primera página del relato de Navidad (Noel Quesson). La tradición cristiana ha visto en Rut a la Iglesia de los gentiles, de todos los hombres y mujeres de pueblos muy diversos que al conocer al Señor por el testimonio de Dios que acoge a todos los que creen en Él: "en ella encontramos –dice S. Ambrosio- una figura de la incorporación a la Iglesia de todos nosotros, que hemos sido recogidos de todos los pueblos".
3. Dios tiene un corazón universal y, según el Salmo, tiene predilección por los más débiles y marginados de la sociedad: «el Señor mantiene su fidelidad perpetuamente, hace justicia a los oprimidos, da pan a los hambrientos... el Señor guarda a los peregrinos, sustenta al huérfano y a la viuda... El Señor reina eternamente". De ello se sigue una verdad consoladora, señala Juan Pablo II: "no estamos abandonados a nosotros mismos; las vicisitudes de nuestra vida no se hallan bajo el dominio del caos o del hado; los acontecimientos no representan una mera sucesión de actos sin sentido ni meta. A partir de esta convicción se desarrolla una auténtica profesión de fe en Dios, celebrado con una especie de letanía, en la que se proclaman sus atributos de amor y bondad.
Dios es creador del cielo y de la tierra; es custodio fiel del pacto que lo vincula a su pueblo. Él es quien hace justicia a los oprimidos, da pan a los hambrientos y liberta a los cautivos. Él es quien abre los ojos a los ciegos, quien endereza a los que ya se doblan, quien ama a los justos, quien guarda a los peregrinos, quien sustenta al huérfano y a la viuda. Él es quien trastorna el camino de los malvados y reina soberano sobre todos los seres y de edad en edad. Son doce afirmaciones teológicas que, con su número perfecto, quieren expresar la plenitud y la perfección de la acción divina. El Señor no es un soberano alejado de sus criaturas, sino que está comprometido en su historia, como Aquel que propugna la justicia, actuando en favor de los últimos, de las víctimas, de los oprimidos, de los infelices.
Así, el hombre se encuentra ante una opción radical entre dos posibilidades opuestas: por un lado, está la tentación de "confiar en los poderosos", adoptando sus criterios inspirados en la maldad, en el egoísmo y en el orgullo. En realidad, se trata de un camino resbaladizo y destinado al fracaso; es "un sendero tortuoso y una senda llena de revueltas" (Pr 2,15), que tiene como meta la desesperación". "Bienaventurado aquel a quien auxilia el Dios de Jacob, el que espera en el Señor su Dios". Es el camino de la confianza en el Dios eterno y fiel. Es el mismo espíritu de las Bienaventuranzas; es optar por la propuesta de amor que nos salva desde esta vida y que más tarde será objeto de nuestro examen en el juicio final, con el que se concluirá la historia. Entonces seremos juzgados sobre la decisión de servir a Cristo en el hambriento, en el sediento, en el forastero, en el desnudo, en el enfermo y en el preso. "Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis" (Mt 25, 40): esto es lo que dirá entonces el Señor.
Llucià Pou Sabaté
San Luis de Francia. San José de Calasanz, presbítero
SAN LUIS DE FRANCIA
Luis nace el 25 de Abril de 1214, en Poissy, cerca de Paris. Era el culmen de la época medieval. Entre sus contemporáneos están Santo Tomás y San Buenaventura.
Sus padres son el rey Luis VIII y Blanca de Castilla. El pequeño Luis, con solo 12 años, fue proclamado como Luis IX en 1227 al morir su padre. En 1235 se casó Margarita de Provenza y con ella tuvo 11 hijos. Fue un esposo y padre ejemplar.
San Luis se distinguió por espíritu de penitencia y oración. No se dejó engreír por su poder. Se preocupó por la paz entre las naciones, fue un rey energético que supo defender a la Iglesia y buscar la justicia. Era considerado, especialmente con los pobres. Perteneció a la Orden Tercera Franciscana. Fundó muchos monasterios y construyó la famosa Saint-Chapelle en Paris, cerca de la catedral, para albergar una gran colección de reliquias.
Supo guiar a sus ejércitos para defender a Francia. Venció al Rey Enrique III de Inglaterra en Tailebourg en 1242. Dirigió dos cruzadas con el propósito de arrestar la invasión de los musulmanes y liberar el sepulcro de Cristo. En la primera cayó prisionero en Egipto y durante la segunda murió de disentería cerca de Cartagena (norte de Africa) en 1270. Tenía 55 años, de estos reinó por 44.
Fue canonizado en 1297.
El rey justo hace estable el país
Del testamento espiritual de san Luis a su hijo
(Acta Sanctorum Augusti 5 [1868]1, 546)
Hijo amadísimo, lo primero que quiero enseñarte es que ames al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con todas tus fuerzas; sin ello no hay salvación posible.
Hijo, debes guardarte de todo aquello que sabes que desagrada a Dios, esto es, de todo pecado mortal, de tal manera que has de estar dispuesto a sufrir toda clase de martirios antes que cometer un pecado mortal.
Además, si el Señor permite que te aflija alguna tribulación, debes soportarla generosamente y con acción de gracias, pensando que es para tu bien y que es posible que la hayas merecido. Y, si el Señor te concede prosperidad, debes darle gracias con humildad y vigilar que sea en detrimento tuyo, por vanagloria o por cualquier otro motivo, porque los dones de Dios no han de ser causa de que le ofendas.
Asiste, de buena gana y con devoción, al culto divino y, mientras estés en el templo, guarda recogida la mirada y no hables sin necesidad, sino ruega devotamente al Señor, con oración vocal o mental.
Ten piedad para con los pobres, desgraciados y afligidos, y ayúdalos y consuélalos según tus posibilidades. Da gracias a Dios por todos sus beneficios, y así te harás digno de recibir otros mayores. Para con tus súbditos, obra con toda rectitud y justicia, sin desviarte a la derecha ni a la izquierda; ponte siempre más del lado del pobre que del rico, hasta que averigües de qué lado está la razón. Pon la mayor diligencia en que todos tus súbditos vivan en paz y con justicia, sobre todo las personas eclesiásticas y religiosas.
Sé devoto y obediente a nuestra madre, la Iglesia romana, y al sumo pontífice, nuestro padre espiritual. Esfuérzate en alejar de tu territorio toda clase de pecado, principalmente la blasfemia y la herejía.
Hijo amadísimo, llegado al final, te doy toda la bendición que un padre amante puede dar a su hijo; que la santísima Trinidad y todos los santos te guarden de todo mal. Y que el Señor te dé la gracia de cumplir su voluntad, de tal manera que reciba de ti servicio y honor, y así, después de esta vida, los dos lleguemos a verlo, amarlo y alabarlo sin fin. Amén.
Oración
Oh Dios, que has trasladado a san Luis de Francia desde los afanes del gobierno temporal al reino de tu gloria, concédenos, por su intercesión, buscar ante todo tu reino en medio de nuestras ocupaciones temporales. Por nuestro Señor Jesucristo.
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SAN JOSÉ DE CALASANZ, PRESBÍTERO
Hijo de hidalgos, descendiente de guerreros y almogávares, José de Calasanz y Gastón llevaba en su sangre la llama de los viejos conquistadores. Los historiadores empiezan su vida con una gesta heroico-místico-jocosa. El niño ha oído hablar del demonio, tirano de la Humanidad, enemigo de Dios y de los hombres. La figura repugnante del feo gigante que se atreve a resistir a Cristo y a desafiar el poder de Felipe II, le impresiona, pero no le acobarda. Su único deseo es encontrarse frente a él para darle su merecido. Con gesto audaz, armado de un largo cuchillo, recorre la casona, registra las amplias estancias, adornadas de armarios y tapices; penetra en los establos y sube hasta los desvanes, llenos de sillas viejas, de armaduras rotas y de cacharros inútiles. De súbito, un ruido en la penumbra, un bulto negro que sale de entre las telarañas, un chillido y un aleteo, algo que cruza el aire rozando la frente del muchacho y que desaparece. Tal vez ha sido un murciélago; pero José grita entre alborozado y desilusionado: « ¿Huyes, cobarde? ¿No te atreves a arrostrar mis iras?» Pero hay que buscarle dondequiera que sea, en las calles de Peralta de la Sal, en el campo aragonés, en todos los escondrijos de España. José expone su plan de campaña a sus compañeros de juego, y les comunica su entusiasmo. Pronto el heredero de infanzones se encuentra al frente de un batallón. Cada uno de aquellos minúsculos soldados lleva en el bolso una docena de peladillas, y en la mano una estaca de roble. El jefe blande un puñal, que ha extraído de la panoplia de su padre. El pequeño ejército se pone en marcha camino de la victoria. Hay arrogancia en su andar y fuego en su mirada. Al entrar en el monte, se oye la voz del general: «¡Alto; aquí está!» Y señala a sus héroes el bulto de las alas negras en la copa de un árbol. Algunos huyen; pero él trepa por el tronco puñal en mano, se encarama entre el follaje y apostrofa al follón, que le mira con sorna desde la altura. De repente se oye un chasquido, se rompe una rama y el niño cae a tierra sangrando...
Cruel había sido la conducta del demonio, pero tenía que habérselas con un aragonés indómito y testarudo. No tardó en comprender que las espadas y los puñales no eran las armas más a propósito para vencer en aquel combate. Las arrinconó, con gran pena de su madre, con gran dolor de su padre, y en su lugar embrazó los libros, los rosarios y las disciplinas. Estudiando afanosamente, pasó de Peralta a Lérida y de Lérida a Valencia. En Valencia sale a su encuentro el enemigo. No es un buho ni un murciélago: es una mujer que le sonríe entre músicas y azahares. El que huye ahora es el joven estudiante: huye a Alcalá de Henares, desconfiando de las astucias del tentador. Sigue estudiando los cánones, escucha a los teólogos, discute con agudeza los sutiles problemas de la metafísica, hace versos, frecuenta el trato de los hombres sabios y santos, y a los veinte años tiene todo el prestigio de los grandes maestros.
Alto, robusto, atlético, ancha espalda, organismo de acero, cabellera rubia y abundante, José parecía llamado para aumentar con bélicas hazañas los blasones de sus antepasados. Nuevamente se presentan a sus ojos el brillo de las armas, las promesas de la ambición, la gloria de los capitanes de Flandes y el oro de los conquistadores de América. A todo renuncia él animosamente. Ordenado de sacerdote, trabaja en las diócesis de Huesca, de Albarracín y de Urgel; predica con todo el ardor de un misionero; es confesor de obispos, visitador, vicario y provisor, un provisor austero y amable a la vez; tan austero, que los relajados atenían contra su vida; tan amable, que cuando encuentra un grupo de sacerdotes jugando a la barra, no tiene inconveniente en jugar con ellos, para vencerlos, naturalmente, porque nadie puede resistir sus fuerzas de gigante.
Pero, en medio de sus correrías apostólicas, una obsesión persigue al misionero. En el campo y en la iglesia, una palabra pasa rozando su alma como una caricia, como una luz: Roma. En el sueño parécele que alguien le dice misteriosamente; «Ve a Roma.» Ni la vida de la parroquia ni la de la curia parecen hechas para él; una inquietud le escarabajea en el alma, y alguien le dice que aún no ha encontrado el objetivo de su vida. Sin saber a punto fijo lo que busca, el joven sacerdote llega a Roma en los primeros meses de 1592. Al principio se revela como ayo de príncipes y director de almas. Se le admira por su piedad profunda y por su ciencia de la vida espiritual. A la una de la mañana ya cruza por la ciudad visitando las basílicas y rezando las estaciones. La aurora le coge siempre cerca de la Confesión de San Pedro. Va luego de hospital en hospital, visita, alienta y catequiza a los presos; continúa en casa sus ejercicios de piedad, lee la Sagrada Escritura y responde a las consultas que se le hacen como teólogo y auditor de cardenales. Bajo su sotana lleva constantemente un áspero cilicio, y bajo el cilicio un cinturón de hierro, horadado y erizado como un rollo. El rígido asceta se mezcla en esto con el apóstol infatigable.
Cuando pasa por Transtévere su corazón tiembla de pena y sus ojos se arrasan de lágrimas. Catervas de chicuelos llenan la calle gritando, luchando, blasfemando. Muchas veces se ha visto abrumado por la agresión de las burlas infantiles. Sonriendo compasivo, se ha detenido con frecuencia en medio de sus pequeños agresores, les ha hablado con cariño, les ha dicho un chiste, una historia, y después de preguntarles muchas cosas, los ha convertido en sus mejores amigos. Cuando, unos días más tarde, el buen sacerdote español pasa por allí, todos los rapazuelos le rodean, diciendo alborozados: « ¡Don Giuseppe, don Giuseppe!» Y don José advierte que su alma se llena de amor para con aquellos pobres niños abandonados. ¡Qué buenos son, y qué ignorantes al mismo tiempo! No saben leer ni contar, no saben más que correr y pegarse. De catecismo, ni siquiera el Padrenuestro. Don José se haría su maestro, ¡pero son tantos! Lo único que puede hacer es hablar con los príncipes de la Iglesia, con los potentados del siglo, con los rectores de los colegios. Todas las puertas se le cierran: unos le despiden con buenas palabras, otros con un gesto de conmiseración, que parece decir: «Este español está loco.» Después de muchos paseos y muchas repulsas, un sacerdote se ofrece a secundar su pensamiento, y José de Calasanz abre su primera escuela en las dependencias de una iglesia parroquial. Era el primer germen de las Escuelas Pías de la Madre de Dios. Desde el primer momento los niños acuden por centenales, ávidos de cariño y de instrucción. Se les enseña, ante todo, la doctrina cristiana, y, juntamente con ella, los primeros rudimentos de las letras y las ciencias. Pronto se convierte en un colegio en forma, la obra se amplía sin cesar, y nuevos colaboradores vienen en ayuda del fundador. José vigila, instruye, organiza y va de puerta en puerta con la alforja al hombro, implorando la ayuda de las gentes para la nueva fundación. Pasa las noches en los divinos ocios de la contemplación, y apenas amanece se le ve, agitado por una actividad febril, barriendo las clases adornando la capilla, poniéndolo todo en orden para que cuando lleguen sus mil alumnos no tengan que empezar a trabajar.
Tras de una oposición enconada por parte de la enseñanza oficial, José de Calasanz triunfa completamente. La prosperidad le sonríe, su figura se hace popular en los palacios y en las plazas; los Papas aprueban y bendicen su instituto; se le ofrecen obispados, que él rechaza, lo mismo que los capelos; los monseñores se honran con su amistad; en los arrabales, los arrapiezos le llevan en triunfo, escoltando el jumento en que viaja cuando sale de Roma; los novicios vienen a pedirle el hábito, y el instituto se aumenta de una manera prodigiosa. A los veinte años de su fundación habia Escuelas Pías en la mayor parte de las ciudades italianas, en Francia, en Alemania, en Hungría y en Polonia. De España y de Bohemia llegaban peticiones insistentes, que era imposible satisfacer por falta de personal. Los obispos y los magistrados se disputaban a aquellos generosos trabajadores, que con el mayor desinterés, sin esperar más recompensa que el reino de los Cielos, se presentaban para luchar contra el mayor mal de la época: la ignorancia. En todas partes se les recibía como a verdaderos bienhechores de la Humanidad. En 1626 escribía Calasanz desde Nápoles: «Nos han ofrecido cinco o seis casas en diferentes puntos de la ciudad. El primer magistrado pone todo empeño en que escojamos su barrio. En quince días se ha elevado a quinientos el número de nuestros alumnos, y si hubiera lugar bastante, pronto tendríamos mil.»
Pero aquel desarrollo sin precedentes encerraba grandes gérmenes de inquietud. El mismo fundador temblaba pensando en los peligros que podían surgir. Sin darse cuenta, empujado por la generosidad de su corazón, se había dejado llevar por la fuerza de aquel movimiento, que él debiera haber contenido y encauzado. Por satisfacer a las solicitudes que le llegaban cada día, lanzó a su gente en todas direcciones, sin proveerla siempre de la debida formación espiritual y profesional, y no tardó en ver las consecuencias de aquel entusiasmo excesivo. Lo que le sucedió es una de esas cosas que Dios permite para purificar un alma y levantarla a las cumbres más altas del heroísmo. Toda una Orden va a ser sacudida y zarandeada por las tormentas más furiosas de la pasión, para descubrir en toda su belleza maravillosa la paciencia y la humildad del fundador.
Por obediencia, José de Calasanz había aceptado el cargo de superior perpetuo del nuevo instituto. La responsabilidad le aterraba.
«Es tan grande esta solicitud—escribía en 1631—, que con frecuencia me hace faltar a mi principal obligación, que es ayudar a los demás con mis ejemplos. Muchas veces he deseado ser enfermero o portero de cualquier, casa antes que general; y de estos sentimientos no es testigo Dios, cuya misericordia ha querido no tener en cuenta mis pecados.» En su gobierno hay una mezcla de severidad y condescendencia que nos desconcierta. Le vemos castigar a un superior a permanecer un día tras otro en el refectorio con una soga al cuello mientras come la comunidad; y al mismo tiempo su bondad le hace parecer hasta débil. Su conducta con los que fueron causantes de su martirio debe calificarse, por lo menos, de excesiva generosidad, aunque también es preciso tener en cuenta que José tenía las manos atadas por las influencias externas, por las intervenciones, no siempre acertadas, de la curia romana y por las coacciones de príncipes y obispos, aprovechadas hábilmente por los descontentos. No hay que olvidar tampoco que era un español y que la mayor parte de sus subditos procedían de origen italiano.
Al principio, los alborotos tuvieron un carácter que pudiéramos llamar democrático y social. Fue una lucha de clases de legos contra clérigos, de coadjutores contra sacerdotes. La escasez del personal docente hizo que algunos de los Hermanos más inteligentes que habían entrado para servir en las tareas domésticas fuesen destinados a la enseñanza. Primer error. Como era de esperar, estos Hermanos empezaron a manifestar deseos de equipararse con los demás profesores. Pidieron bonete, y lo obtuvieron. Parecía una cosa sin importancia, pero las exigencias continuaron. Más tarde exigieron la tonsura, y aparecieron tonsurados. Pero no quedaron contentos todavía. Después aspiraron al sacerdocio. Un Hermano se murió de pena porque le preguntó su madre: «Y tú, ¿cuándo cantas misa?» Pero no todos se resignaban a morir. Hubo muchos que, resueltos a conquistar la igualdad suspirada, empezaron a conjurar, a rebelarse, a inquietar el instituto y a buscar los apoyos de las gentes del siglo. José resistía, apurando todos los medios para apaciguar a los revoltosos. Unas veces le parecía que con la suavidad se calmaría todo, y así, escribiendo a un provincial en 1635, le trazaba este programa de gobierno: «Deben ser conducidos los religiosos a la sumisión voluntaria que han profesado como hombres razonables que se dejan convencer por la verdad manifestada con paternal amor, mejor que con palabras duras y amenazadoras. Es gran arte saber llevar las almas con toda suavidad al servicio de Dios. Debe el superior ser superior a los demás en la paciencia, en la caridad, en la humildad y en las demás virtudes. Ha de compadecerse de sus subditos cuando cometen alguna falta, corrigiéndoles con amor.» Pero dos meses después decía a uno de sus fieles colaboradores: «Comunico a vuestra reverencia que muchos de los nuestros se hallan en las más tristes disposiciones. No pueden ir peor las cosas, y sólo de la mano de Dios espero el remedio.» En Roma, un coadjutor intentó quitarle la vida; otros le amenazaron descaradamente; otro se le acercó una vez, estando en la sacristía, para decirle que era un inútil y que debía renunciar. «Salió él de la sacristía—dice un testigo—para dirigirse a su habitación, y en cada peldaño de la escalera decía aquel miserable: «Renuncie, Padre, renuncie.» Mientras yo le vi, el venerable Padre no parecía resentirse de aquella insolencia, y se contentaba con responder: «ándate, ándate.» Comprendiendo que había sido demasiado fácil en la admisión del personal, el fundador se esforzaba ahora por seleccionarle, animando a los disidentes a pasar a otras órdenes, y mostrándose más riguroso con los novicios. «No temáis—escribía a sus lugartenientes—abrir cien puertas en lugar de una para que salgan todos los religiosos y cerrar noventa y nueve y media para permitir la entrada a los que se presenten.»
En lo más fuerte de la crisis, apareció un jefe dispuesto a recoger todos aquellos elementos de discordia para encumbrarse él en medio de la perturbación general. Fue uno de los provinciales del fundador, hombre hipócrita, ambicioso, intrigante y corrompido. Su caso es tan monstruoso como increíble su triunfo. Este agitador contaba con el apoyo del Santo Oficio, que, imponiéndose a Calasanz, le había colocado en los principales puestos de la Orden. No contento con eso, se propuso derrocar al fundador. Empezó hablando de su imbecilidad; presentóle después como un tirano, lleno de odio y de envidia, haciéndose pasar a sí mismo como un mártir. Envueltos en la red de sus manejos, los inquisidores le prometieron justicia sonada y fulminante. El hombre a quien veinte años antes se ofrecían mitras y capelos, iba a ser ahora víctima de los tratos más violentos. Una mañana, el asesor del Santo Oficio se presentó en la casa de los escolapios de Roma preguntando por el general. José, que estaba en la iglesia, presentóse a la puerta, pero fue recibido con este lacónico saludo: «Sois preso.» Inmediatamente se encontró rodeado de soldados, que se apoderaron de él para llevarle a las prisiones de la Inquisición, sin darle tiempo para coger el capote ni el sombrero. La multitud se agolpaba en las calles atraída por el súbito infortunio de aquel anciano de ochenta y seis años, que era uno de los hombres más populares de Roma. Él iba sereno, con los ojos inclinados, recibiendo los rayos del sol en la cabeza de nieve. Años más tarde, recordando esta escena, decía un testigo: «Marchaba el siervo de Dios, sin turbarse, a la hora del mediodía, en lo más fuerte del calor, por la larga calle de Bianchi, con la cabeza descubierta y el semblante tranquilo y alegre. Algo de angelical se reflejaba en su rostro.»
Aquella serenidad desconcertó a los jueces. El interrogatorio sólo sirvió para poner en claro su inocencia. Se le dejó libre aquella misma tarde, pero sin darle la debida satisfacción. Por otra parte, sus enemigos seguían trabajando desesperadamente, y al fin consiguieron el Breve de deposición que anhelaban. Calasanz quedaba reducido a la categoría de un simple religioso, mientras el jefe de los rebeldes asume las riendas del gobierno. La revolución había triunfado, los descontentos se apoderaban de los puestos principales y la Orden caminaba en dirección a la ruina. Lejos de establecer la paz, el cambio sólo había servido para empeorar. Llenos de indignación ante semejante injusticia, muchos se negaron a obedecer; pero, lejos de ponerse al frente de la reacción, el fundador dio un espectáculo maravilloso de ecuanimidad, de sumisión y de mansedumbre. Se le trataba despóticamente, se le tenía de rodillas como a un culpable, se le vigilaba como a un malhechor. «Viejo chocho—le decía el nuevo superior—, no quieren obedecerme y usted no los sosiega.» José callaba, obedecía y se esforzaba por hacer obedecer a los demás. Cuando una lepra inmunda apareció en el cuerpo del que le había suplantado, se le vio correr hacia él, con el peso de sus noventa años, para visitarle, consolarle y aconsejarle. Pero todo fue inútil: la lucha seguía, los partidos se enconaban más cada vez, la rebelión se levantaba contra el despotismo; hasta que un día vino el rayo temido, la supresión de la Orden por el Papa Inocencio X (1646). José asistió a este último golpe, que venía a deshacer todos sus sueños, a inutilizar sus trabajos de medio siglo. Pero murió tranquilo, porque había cumplido la voluntad de Dios; murió alegre, porque sabía, y asi se lo decía a cuantos le rodeaban, que su obra resucitaría de nuevo. Y así fue: la tempestad sólo había servido para purificar el aire. A los dos lustros las Escuelas Pías recobraban una vida nueva, y un decreto de Roma consolidaba la gloria de su fundador.
Jueves de la semana 20 de tiempo ordinario; año impar
El sacrificio y la fe no son nada, si no van unidos a la caridad, que es lo que de verdad constituye el centro de la religión
"En aquel tiempo, de nuevo tomó Jesús la palabra y habló en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: -«El reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo. Mandó criados para que avisaran a los convidados a la boda, pero no quisieron ir. Volvió a mandar criados, encargándoles que les dijeran: "Tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas, y todo está a punto. Venid a la boda." Los convidados no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios; los demás les echaron mano a los criados y los maltrataron hasta matarlos. El rey montó en cólera, envió sus tropas, que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad. Luego dijo a sus criados: "La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían. Id ahora a los cruces de los caminos, y a todos los que encontréis, convidadlos a la boda." Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de comensales. Cuando el rey entró a saludar a los comensales, reparó en uno que no llevaba traje de fiesta y le dijo: "Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin vestirte de fiesta?' El otro no abrió la boca. Entonces el rey dijo a los camareros: "Atadlo de pies y manos y arrojadlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes." Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos» (Mateo 22,1-14).
1. La parábola del "Festín de bodas", en el centro mismo de la ciudad de Jerusalén, semanas antes de la muerte de Jesús, tiene la intención clara de mostrar cómo el pueblo de Israel, el primer invitado, pueblo de la promesa y de la Alianza, dice que no, se resiste a reconocer en Jesús al Mesías, no sabe aprovechar la hora de la gracia.
-"El Reino de los cielos es comparable a un Rey que celebra el banquete de bodas de su Hijo". Dios sueña en una fiesta universal para la humanidad... una verdadera fiesta de "boda"... con banquete, danzas, música, trajes, cantos, alegría, comunión. Dios casa a su Hijo... Conforme al querer del Padre la desposada a quien ama es la humanidad, la Iglesia. Y el Padre es feliz de ese amor de su Hijo. Jesús enamorado de la humanidad. Esposo místico.
-"Envió a sus criados a "llamar" a la boda a los invitados... Venid a la boda". Dios invita, Dios llama, Dios propone. Es una de las mejores imágenes del destino del hombre. Hoy, muchas personas no saben ya cuál es el objetivo de su vida: ¿a dónde vamos?, ¿por qué hemos nacido?, ¿qué sentido tiene nuestra vida? Jesús, tú nos dices que estamos hechos para la "unión con Dios" por ti. El objetivo del hombre, su desarrollo total, es la "relación con Dios": ¡amar, y ser amado! Todos los amores verdaderos de la tierra son el anuncio, la imagen, la preparación y el signo de ese amor misterioso y, a la vez, portador de una mayor plenitud.
-"Pero ellos, sin hacer caso, se fueron el uno a su campo, el otro a su negocio; y los demás agarraron a los siervos, los escarnecieron y los mataron". ¿Cómo explicar que prefiramos el "trabajo" a la "fiesta"; que vayamos a nuestras tareas en lugar de ir a participar del "manjar de Dios"?, ¿que nos encerremos en los límites de nuestra condición humana en lugar de ir a dar un paseo por el universo de Dios para respirar a fondo aires puros?
-"El rey se indignó... dio muerte a aquellos homicidas... y prendió fuego a su ciudad..." Mateo escribía esto en los años en que Jerusalén fue incendiada por los romanos de la Legión de Tito, en el 70. La ciudad santa es señal de la Iglesia, que a su vez es la Esposa aquí anunciada de Cristo: «La Iglesia que es llamada también «la Jerusalén de arriba» y «madre nuestra», se la describe como la esposa inmaculada del Cordero inmaculado. Cristo la amó y se entregó por ella para santificaría; se unió a ella en alianza indisoluble, la alimenta y la cuida sin cesar» (Catecismo 757).
-"Id, pues, a los cruces de los caminos y, a cuantos encontréis, buenos y malos, invitadlos a la boda... y la sala de bodas se llenó de comensales". Es la Iglesia, comunidad abigarrada, mezcla de toda clase de razas y de condiciones sociales, pueblo de puros y de santos, pueblo de malos y de pecadores, cizaña y buen grano... ¡Dios quiere salvar a todos los hombres. Dios nos invita a todos!
Pero no basta con entrar en la fiesta: se requiere una actitud coherente con la invitación. Hay que llevar el "traje de boda" para no ser echado a las tinieblas de fuera. El tema del "traje": para entrar en el Reino, hay que "revestirse de Cristo", dirá San Pablo, "revestirse del hombre nuevo". La salvación no es automática: hay que ir correspondiendo al don de Dios (Noel Quesson).
No basta entrar en la Iglesia, o pertenecer a una familia cristiana o a una comunidad religiosa. Se requiere una conversión y una actitud de fe coherente con la invitación: Jesús, pides a los tuyos, no sólo palabras, sino obras, y una «justicia» mayor que la de los fariseos. Cuando tú alabas a los paganos en el evangelio, como al centurión o a la mujer cananea o al samaritano, es porque ves en ellos una fe mayor que la de los judíos: ése es el vestido para la fiesta. Y es que no hay nada más exigente que la gratuidad y la invitación a una fiesta. Todo don es también un compromiso. Los que somos invitados a la fiesta del banquete -a la hora primera o a la undécima, es igual- debemos «revestirnos de Cristo» (Ga 3,27), «despojarnos del hombre viejo, con sus obras, y revestirnos del hombre nuevo» (Col 3,10; J. Aldazábal).
El vestido humaniza el cuerpo, ayuda a situarse entre los semejantes, le saca a uno del anonimato. De ahí que sea con toda normalidad signo de la alianza entre Yahvé e Israel. Explicaba S. Gregorio Magno: "¿qué debemos entender por el vestido de boda sino la caridad? De modo que entra a las bodas, pero no entra con vestido nupcial, quien, entrando en la Iglesia, tiene fe pero no tiene caridad". Es un amor que se manifiesta en las distintas virtudes: «Me gusta comparar la vida interior a un vestido, al traje de bodas de que habla el Evangelio. El tejido se compone de cada uno de los hábitos o prácticas de piedad que, como fibras, dan vigor a la tela. Y así como un traje con un desgarrón se desprecia, aunque el resto esté en buenas condiciones, si haces oración, si trabajas..., pero no eres penitente -o al revés-, tu vida interior no es -por decirlo así- cabal» (J. Escrivá, Surco 249).
2. La revelación es perfecta en Cristo, pero hasta entonces deberá progresar poco a poco. Hay gente primitiva, cultura primitiva, una religión por purificar: -"Jefté hizo un voto al Señor: "Si entregas en mis manos a los ammonitas, el primero que salga de mi casa será para el Señor y lo ofreceré en holocausto"". El sacrificio humano no es querido por Dios. Las civilizaciones antiguas seguían esas costumbres "bárbaras". Tan bárbaras como el aborto, quizá peor que los «sacrificios de niños» de las viejas religiones.
-"Jefté pasó donde los ammonitas para atacarlos y el Señor los entregó a sus manos. Los derrotó... Fue una grandísima derrota..." Batallas, venganzas... En efecto esto es el reflejo de la humanidad corriente. La revelación de Dios no cambia de inmediato las costumbres, las toma tal cual son, para hacerlas evolucionar. Dios no se resigna al mal, sino que trabaja para salvar a los hombres de sus ambigüedades.
-"Cuando Jefté volvió a su casa, he aquí que su hija salía a su encuentro bailando al son de las panderetas. Era su única hija. En cuanto la vio rasgó sus vestiduras". Ese padre que ha hecho un voto tan imprudente nos indigna, nos mueve a compasión hacia esa hija inocente que será sacrificada a los imperativos de la guerra. -"Ella le respondió: «Padre mío, hablaste muy deprisa ante el Señor, trátame según tu palabra ya que el Señor te ha concedido vengarte de tus enemigos, los ammonitas". El «sacrificio voluntario» de esa joven que ofrece su vida nos conmueve... -"Sólo te pido una cosa: déjame un respiro de dos meses, para ir a vagar por las montañas y llorar con mis compañeras la desgracia de morir sin haber conocido el matrimonio." Él le dijo «vete", y la dejó marchar". Profunda humanidad de esos detalles, ternura en medio de la barbarie. Ayúdanos, Señor, a superar las apariencias para saber adivinar los sentimientos humanos que se disimulan bajo ciertos disfraces (Noel Quesson). «Se fue por los montes... y lloró por dos meses su virginidad... La muchacha había quedado virgen».
3. El episodio de Abrahán, dispuesto a ofrecer la vida de su hijo Isaac y detenido por la mano del ángel, se interpretaba precisamente como una desautorización de los sacrificios humanos. Jefté no tenía que haber hecho ese voto. Ni cumplirlo, una vez hecho. En la literatura griega tenemos un ejemplo paralelo del dramaturgo Eurípides, que cuenta cómo Agamenón, en la guerra de Troya, y también como consecuencia de una promesa hecha durante una tempestad, sacrifica a su hija Ifigenia. La historia es triste, pero también nos puede dar lecciones. La vida humana se ha de respetar absolutamente. Y eso desde su inicio hasta el final. Sólo Dios es dueño de la vida y de la muerte. Hay que rechazar todo «sacrificio de la vida humana». Lo mismo hizo Herodes con la promesa hecha a su hija bailarina, que le pidió la cabeza del Bautista, aunque en aquella ocasión no fue precisamente ningún voto a Dios.
El salmo, por una parte, niega la validez de los criterios paganos: «dichoso el que no acude a los idólatras, que se extravían con engaños; tú no quieres sacrificios ni ofrendas...». Pero, por otra, valora la ofrenda de sí mismo que supone hacer un voto a Dios: «Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad... Dios mío, lo quiero, y llevo tu ley en las entrañas». Las promesas y el pacto y los votos que están en la base del matrimonio cristiano o de la ordenación sacerdotal o de la vida religiosa y consagrada son una ofrenda de la propia vida a una vocación, en definitiva, a Dios, que es el que nos da la fuerza para llevarla a término con firmeza, aunque nos pida sacrificios nada fáciles. La Carta a los Hebreos pone estas palabras en labios de Jesús en el mismo momento de su encarnación (Hebr 10,8-10, Catecismo 2824).
Llucià Pou Sabaté
San Bartolomé, apóstol
Bartolomé descubre en Jesús la respuesta a las inquietudes de su corazón, la Verdad que buscaba.
En aquel tiempo, Felipe encuentra a Natanael y le dice: -«Aquel de quien escribieron Moisés en la Ley y los profetas, lo hemos encontrado: Jesús, hijo de José, de Nazaret.» Natanael le replicó: -«¿De Nazaret puede salir algo bueno?» Felipe le contestó: -«Ven y verás.» Vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él: -«Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño.» Natanael le contesta: -«¿De qué me conoces?» Jesús le responde: -«Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi.» Natanael respondió: -«Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel.» Jesús le contestó: -« ¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees? Has de ver cosas mayores.» Y le añadió: -«Yo os aseguro: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre» (Juan 1,45-51).
1. Hoy celebramos la fiesta del apóstol san Bartolomé. El evangelista san Juan relata su primer encuentro con el Señor con tanta viveza que nos resulta fácil meternos en la escena. Son diálogos de corazones jóvenes, directos, francos... ¡divinos!
Jesús encuentra a Felipe casualmente y le dice «sígueme». Poco después, Felipe, entusiasmado por el encuentro con Jesucristo, busca a su amigo Natanael para comunicarle que —por fin— han encontrado a quien Moisés y los profetas esperaban: «Jesús el hijo de José, el de Nazaret». La contestación que recibe no es entusiasta, sino escéptica: «¿De Nazaret puede haber cosa buena?». En casi todo el mundo ocurre algo parecido. Es corriente que en cada ciudad, en cada pueblo se piense que de la ciudad, del pueblo vecino no puede salir nada que valga la pena... allí son casi todos ineptos...
Pero Felipe no se desanima. Y, como son amigos, no da más explicaciones, sino dice: «Ven y lo verás». Va, y su primer encuentro con Jesús es el momento de su vocación. Lo que aparentemente es una casualidad, en los planes de Dios estaba largamente preparado. Para Jesús, Natanael no es un desconocido: «Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi» (Jn 1,48). ¿De qué higuera? Quizá era un lugar preferido de Natanael a donde solía dirigirse cuando quería descansar, pensar, estar solo... Aunque siempre bajo la amorosa mirada de Dios. Como todos los hombres, en todo momento. Pero para darse cuenta de este amor infinito de Dios a cada uno, para ser consciente de que está a mi puerta y llama necesito una voz externa, un amigo, un "Felipe" que me diga: «Ven y verás». Alguien que me lleve al camino que san Josemaría describe así: Buscar a Cristo; encontrar a Cristo; amar a Cristo (Christoph Bockamp).
Jesús retrata a la perfección su personalidad atractiva en muy pocas palabras ante todos: Aquí tenéis a un verdadero israelita en quien no hay doblez. Y, a continuación, en respuesta a la natural extrañeza del futuro apóstol, dice Jesús de modo implícito el motivo de su infinita sabiduría. Manifiesta abiertamente que sus capacidades son sobrenaturales: Antes que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi. A partir de ese momento, y para el resto de su vida, no hubo ya para Bartolomé otro interés que servir a la causa de Jesús. La condición divina, de quien había podido conocerle por dentro y también su quehacer de unos momentos antes, debía ser, en justicia, confesada. Su hombría de bien le impulsa a no callar: Rabbí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel. Lo demás, en la vida de san Bartolomé, fue una consecuencia lógica de quien, en efecto, no tiene doblez. Este apóstol procuró ser coherente en lo sucesivo con lo que tuvo ocasión de comprobar, con la asistencia eficaz de Felipe: que Jesús de Nazaret era el Cristo prometido por Dios como Salvador del mundo. Y ese mismo Hijo Dios lo admitía entre los suyos. Dios encarnado contaba con su colaboración y le prometía contemplar y participar en su gloria sobrenatural.
Ante la figura sencilla, franca y recia de Natanael, consecuente con sus convicciones por mucho que se deba rectificar: humilde, ¿qué conclusiones, que propósitos nos brotan en el silencio sincero de nuestra meditación? Posiblemente debemos aprender también de este apóstol su fe. Una fe en la divinidad de Jesucristo que se desborda en confesión pública y en conducta de vida leal a Quien se le ha manifestado de modo tan gratuito y le ha enriquecido para siempre. La promesa de Jesús: "veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo de el Hombre", es, desde luego, un animante estímulo para siempre, capaz de hacer reemprender el trabajo apostólico en momentos de aridez, o cuando una pesada soledad parece agostar las joviales energías de otro tiempo (Paco Artime).
Pienso que la meditación de Natanael en la higuera está en relación con la pregunta sobre la felicidad: quería saber qué hacer con su vida, qué era lo que llena de verdad. Quizá pensaba: "si hay algo, Dios mío, mándame un signo. Y Jesús le hace referencia a esas preguntas, "ya te vi…" Entonces, exclama con ilusión y fuera de sí: "Rabbi, Tú eres el Hijo de Dios, Tú eres el Rey de Israel", y todo porque el Maestro le había dicho que lo había visto debajo de la higuera.
La desilusión y la desconfianza se han instalado en ese corazón ya un poco seco y pasota del hombre moderno. Él estaba harto de respuestas falsas, quizá hastiado de no encontrar sentido a la vida había hecho una petición al cielo, desesperado, había pedido una señal: "si hay algo serio, si hay un sentido a todo esto, que alguien me diga algo y haga referencia a este momento de la higuera"… Y tú, Jesús, le dices: "Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi".
"Has de ver cosas mayores" (Jn 1,50). Jesús le anuncia que aquella primera experiencia se va a multiplicar. Es como si le dijese: si dejas a Dios de veras entrar en tu corazón, todo lo que anhelabas, esperabas, deseabas, se convertirá en realidad. Y es que Dios es mucho más de lo que el hombre puede imaginarse. Queremos nosotros también proclamar como el apóstol: "Rabbí, Tú eres el Hijo de Dios".
Te pido, Señor, tener contigo una relación mucho más personal, cercana e íntima. Que mi oración sea más viva. Que mi fe sea fruto de esta experiencia personal contigo. Te pido ser verdaderos hombres de fe, en quienes no haya doblez. Eso es lo que espera Dios de nosotros, que decimos haber depositado en Él nuestra fe y nuestra confianza. Jesús conoce hasta lo más profundo de nuestro ser. Ante sus ojos nada hay oculto. Pero el que Él nos conozca y nos ame no tendrá para nosotros ningún significado si no aceptamos ese amor que nos tiene, y si no nos dejamos conducir por Él (Homiliacatolica.com).
2. El Apocalipsis nos muestra la Jerusalén futura, escatológica, ciudad-virgen-esposa, que baja del cielo para celebrar sus bodas divinas con el Cordero. Es un anticipo de la victoria definitiva de Cristo, resucitado y glorioso, sobre todas las potencias del mal. Las doce puertas en la muralla, los doce nombres sobre ellas, los doce basamentos de la muralla, los doce nombres de los basamentos, nos están hablando del pueblo de Israel, por una parte, y del nuevo pueblo de Dios, la Iglesia de Cristo, edificada "sobre el cimiento de los apóstoles". Doce puertas, doce ángeles, doce tribus, doce apóstoles.
En honor al apóstol Bartolomé, leemos las maravillosas características de esta ciudad divina, donde no habrá templo alguno: "porque el Señor, el Dios Todopoderoso, y el Cordero, es su santuario". Se realizará plenamente aquello de que "en Dios vivimos, nos movemos y existimos" (Hch 17,28), sin necesidad de ningún intermediario. Y la luz que es símbolo de la verdad, la justicia y la paz, no provendrá de otra fuente distinta del mismo Dios y del Cordero.
La memoria de los apóstoles nos habla de nuestra propia vocación. También nosotros fuimos llamados por Cristo, alguien nos lo presentó o nos introdujo en su presencia, o simplemente fuimos llamados: "sígueme". Y a nosotros también, como a cada uno de los apóstoles, nos ha sido confiada una misión en la Iglesia. Según nuestras capacidades, según nuestras responsabilidades. No podemos dejar que nuestra vocación se duerma inactiva en cualquier rincón de nuestra vida. Confesemos a Jesús como lo hizo el apóstol Natanael-Bartolomé, y abracémonos a nuestra responsabilidad de testimoniar y anunciar el mensaje cristiano (Juan Mateos).
Cuando sea la consumación entonces se llevará a efecto el Matrimonio eterno del Cordero con la Novia, la Ciudad Santa que descenderá del cielo, resplandeciente con la Gloria de Dios. Será algo totalmente nuevo; hacia esa ciudad, de sólidos cimientos, se encamina la Iglesia como peregrina por este mundo.
La Gaudium et spes 39 dice, al hablar de la Tierra nueva y el Cielo nuevo: "Ignoramos el tiempo en que se hará la consumación de la tierra y de la humanidad. Tampoco conocemos de qué manera se transformará el universo. La figura de este mundo, afeada por el pecado, pasa, pero Dios nos enseña que nos prepara una nueva morada y una nueva tierra donde habita la justicia, y cuya bienaventuranza es capaz de saciar y rebasar todos los anhelos de paz que surgen en el corazón humano. Entonces, vencida la muerte, los hijos de Dios resucitarán en Cristo, y lo que fue sembrado bajo el signo de la debilidad y de la corrupción, se revestirá de incorruptibilidad, y, permaneciendo la caridad y sus obras, se verán libres de la servidumbre de la vanidad todas las criaturas, que Dios creó pensando en el hombre.
Se nos advierte que de nada le sirve al hombre ganar todo el mundo si se pierde a sí mismo. No obstante, la espera de una tierra nueva no debe amortiguar, sino más bien aliviar, la preocupación de perfeccionar esta tierra, donde crece el cuerpo de la nueva familia humana, el cual puede de alguna manera anticipar un vislumbre del siglo nuevo. Por ello, aunque hay que distinguir cuidadosamente progreso temporal y crecimiento del reino de Cristo, sin embargo, el primero, en cuanto puede contribuir a ordenar mejor la sociedad humana, interesa en gran medida al reino de Dios. Pues los bienes de la dignidad humana, la unión fraterna y la libertad; en una palabra, todos los frutos excelentes de la naturaleza y de nuestro esfuerzo, después de haberlos propagado por la tierra en el Espíritu del Señor y de acuerdo con su mandato, volveremos a encontrarlos limpios de toda mancha, iluminados y transfigurados, cuando Cristo entregue al Padre el reino eterno y universal: "reino de verdad y de vida; reino de santidad y gracia; reino de justicia, de amor y de paz". El Reino está ya misteriosamente presente en nuestra tierra; cuando venga el Señor, se consumará su perfección".
3. El Salmo 145(144) canta que quien ha experimentado el amor de Dios no puede sino convertirse en testigo alegre del mismo para toda la humanidad. La Iglesia de Cristo proclama las maravillas de su Señor porque Él la amó y se entregó por ella para purificarla de todos sus pecados. Aun cuando a veces nos sucedan algunos acontecimientos incomprensibles, tal vez incluso dolorosos, el Señor jamás nos abandonará, sino que estará siempre a nuestro lado como poderoso protector, pues Él es nuestro Padre, lleno de amor y de ternura por nosotros: "Que todas tus criaturas te den gracias, Señor, que te bendigan tus fieles; que proclamen la gloria de tu reinado, que hablen de tus hazañas".
"Explicando tus hazañas a los hombres, la gloria y la majestad de tu reinado. Tu reinado es un reinado perpetuo, tu gobierno va de edad en edad.
El Señor es justo en todos sus caminos, es bondadoso en todas sus acciones; cerca está el Señor de los que lo invocan, de los que lo invocan sinceramente".
El tema central de este salmo es la providencia amorosa de Dios sobre los que sufren y sobre todas las criaturas y la universalidad del reinado de Dios mediante su bondad, que recoge especialmente la liturgia de hoy y que se realiza especialmente en la persona de Jesús y la Parusía, como hemos leído en el Ap. Comenta S. Juan de la Cruz: "para alcanzar las peticiones que tenemos en nuestro corazón, no hay mejor medio que poner la fuerza de nuestra oración en aquella cosa que es más gusto de Dios; porque entonces no sólo dará lo que le pedimos, que es la salvación, sino aun lo que Él ve que nos conviene y nos es bueno, aunque no se lo pidamos, según lo da bien a entender David en un salmo (144, 18), diciendo: Cerca está el Señor de los que le llaman en la verdad, que le piden las cosas que son de más altas veras, como son las de la salvación; porque de éstos dice luego (Ps 144,19): La voluntad de los que le temen cumplirá, y sus ruegos oirá, y salvarlos ha. Porque es Dios guarda de los que bien le quieren. Y así, este estar tan cerca que aquí dice David, no es otra cosa que estar a satisfacerlos y concederlos aun lo que no les pasa por pensamiento pedir".
Llucià Pou Sabaté
Martes de la semana 20 de tiempo ordinario; año impar
La llamada de Dios da fuerza para ser instrumentos suyos para grandes empresas, y Él es buen pagador para los que tienen esa libertad interior de seguirle
"En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: -«Os aseguro que difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos. Lo repito: Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el reino de Dios.» Al oírlo, los discípulos dijeron espantados: -«Entonces, ¿quién puede salvarse?» Jesús se les quedó mirando y les dijo: -«Para los hombres es imposible; pero Dios lo puede todo.» Entonces le dijo Pedro: -«Pues nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido; ¿qué nos va a tocar? » Jesús les dijo: -«Os aseguro: cuando llegue la renovación, y el Hijo del hombre se siente en el trono de su gloria, también vosotros, los que me habéis seguido, os sentaréis en doce tronos para regir a las doce tribus de Israel. El que por mi deja casa, hermanos o hermanas, padre o madre, mujer, hijos o tierras, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna. Muchos primeros serán últimos y muchos últimos serán primeros»" (Mateo 19,23-30).
1. Jesús, nos hablas del uso de riquezas. –"Luego que se marchó el joven, Jesús dijo a sus discípulos: "Os aseguro que con dificultad entrará un rico en el Reino de Dios."" Jesús está apenado. Propuso a un joven que lo siguiera, pero ¡este prefirió su "bolsa"! ¿Cómo podemos sentir tales preferencias? Entre Tú, Señor, y el "dinero"... ¿Cómo es posible preferir el dinero?
"Más fácil es que entre un camello por el ojo de una aguja, que no que entre un rico en el Reino de Dios." Lo del camello se ve que era un proverbio popular para indicar algo imposible. También se llamaba aguja a la puerta pequeña de la ciudad, abierta todo el día, donde pasaban las personas pero no los camellos, para los que había que abrir las puertas grandes. Las riquezas son buenas en sí, a no ser que se hayan acumulado injustamente. Las «posesiones» son para que las poseamos a fin de bien, no para que nos posean y nos quiten la capacidad del cielo: No se puede servir a Dios y a Mammón, al dinero, como nos dijo Jesús en el sermón de la montaña (Mt 6,24). Este aviso nos debe hacer pensar. Vale la pena estar libres de apegamientos, confiando en Dios, que nos ganará en generosidad (J. Aldazábal).
-"Al oír aquello, los discípulos se quedaron enormemente desorientados y decían: "¿quién puede salvarse?" Jesús se los quedo mirando y les dijo: "Humanamente eso es imposible, pero para Dios todo es posible"". ¿Me salvaré? Es la pregunta de las cosas importantes... Ayúdame, Señor, a meterme en tu corazón y tu salvación.
-"Intervino entonces Pedro: "Nosotros ya lo hemos dejado todo y te hemos seguido ¿qué nos va a tocar?" Nos gusta la seguridad, sobre todo la felicidad. Jesús, respondes a los apóstoles:
-"Vosotros, los que me habéis seguido, cuando llegue el mundo nuevo, os sentaréis con el Hijo del hombre... Recibiréis el céntuplo de lo que habéis dejado... Y heredaréis vida eterna..." El porvenir que prometes a los tuyos, a los que te han seguido, venciendo todos los obstáculos... es un porvenir alegre, es una abundancia de vida, una plenitud, es una expansión, un crecimiento divino. Gracias, Señor. Condúceme hacia ese día (Noel Quesson).
Nos dices también, Señor, que todo aquel que practique la renuncia de todo para seguir a Jesús obtiene la vida eterna. En los pasajes paralelos vemos que Jesús asegura a sus seguidores una bendición de Dios "en este mundo" (cf Mc 10,30) y relaciona el "céntuplo" con la vida eterna.
Los apóstoles se sentarán sobre los doce tronos que se alzarán a la entrada del Reino y llevarán a cabo, con el Mesías, el juicio que permitirá o prohibirá el acceso a él (cf Is 3,14; Maertens-Frisque).
Concede, Señor, a todos los apóstoles que no piensen ante todo en las cosas que hay que hacer, ni en las empresas apostólicas que conviene activar... sino en ti, y en seguirte.
2. –"Vino el Ángel del Señor y se sentó bajo el terebinto de Ofrá. Su hijo, Gedeón, majaba trigo en el lagar para sustraerlo al pillaje de los madianitas". Un hombre, un labrador, está ocupado en su labor. Trata de salvar su cosecha en este tiempo de inseguridad. Y he aquí que Dios está allá: «el Ángel del Señor» es una expresión bíblica tradicional que designa a Yahvé mismo cuando se manifiesta a alguien.
-"El Señor es contigo, valiente guerrero." Escena de vocación. María, en la Anunciación, oirá la llamada divina (Lc 1,28). Dios está con los que sufren y se mantienen disponibles a su Palabra.
-Gedeón respondió: «¡Perdón, mi Señor! Si el Señor está con nosotros ¿por qué nos ocurre todo esto? ¿Dónde están todos esos prodigios que nos contaron nuestros padres?... Hoy el Señor nos ha abandonado, nos ha entregado en manos de Madián». Gedeón discute. Quiere precisiones sobre su vocación.
-Entonces el Señor miró a Gedeón y le dijo: "Con esa fuerza que tienes, ve a salvar a Israel del poder de Madián". Toda vocación es un "ponerse al servicio" de los demás. ¿Cuál es mi servicio? ¿Soy el salvador de algunos? Mis responsabilidades humanas no se limitan al papel que he asumido por decisión o aceptación personal... son también y ante todo un "envío" una «misión recibida»: ¡Ve! dice Dios. El compromiso no es sólo mío: Dios se compromete conmigo... en mi familia, mi profesión, mis compromisos diversos. ¡Qué fuerza, si fuésemos más conscientes de esta dimensión extraordinaria de nuestras diversas funciones en el mundo!
-Le respondió Gedeón: "¡Perdón, Señor mío! ¿Cómo voy a salvar yo a Israel? Mi clan es el más débil, y yo soy el menor en la casa de mi padre..." Tema bíblico constante: la elección de los menores en las situaciones menos importantes, para realizar los grandes designios de Dios. Hay una cierta mezquindad en excusarse en la propia pequeñez para no hacer nada y rehusar unas responsabilidades... ¡cómo si la capacidad de hacer algo proviniera de nuestras propias fuerzas!
-Gedeón continuó: «Dame una señal...» En todos los relatos de vocación, encontramos esa petición. Dios no nos lanza a una irracional aventura. Una vocación se reflexiona y se prueba. Una responsabilidad se prevé y se prepara. Es necesario que nuestro compromiso pueda ser una decisión libre y racional: lo contrario sería indigno de Dios... y del hombre. ¡Es algo serio! Pero, quien dice «señal, dice «realidad escondida, frágil que hay que interpretar.» Una señal no es una indicación de absoluta evidencia... "¿qué ha querido decir con este gesto?". Hay que hacer pues una opción gratuita, un paso hacia algo desconocido... a la gracia de Dios, precisamente.
-«La paz sea contigo; no temas, no morirás». Gedeón levantó en aquel lugar un altar al Señor, bajo el vocablo de "Señor de la Paz". Señor sigue quedándote con nosotros. Danos la paz (Noel Quesson).
3. "Voy a escuchar lo que dice el Señor: «Dios anuncia la paz a su pueblo y a sus amigos y a los que se convierten de corazón.»" Dios invita: «yo te envío... yo estaré contigo». El salmo recoge la idea de la paz, con la última palabra del Señor a Gedeón: «paz, no temas». Y al lugar le llamó «Señor de la Paz». Todos los cristianos, y no sólo los sacerdotes o los religiosos o los misioneros, tenemos una cierta vocación de liberadores. No sólo intentamos ser nosotros mismos creyentes, sino que estamos llamados a contribuir a que nuestra familia, o los jóvenes, o los pobres, o quienes, de alguna manera, sufren las molestias de la vida y las esclavitudes provocadas por los madianitas de turno, vayan liberándose. No seremos «jueces» en un sentido técnico de la palabra, ni hará falta que poseamos cualidades carismáticas de líderes. Pero todos podemos hacer algo para que las personas a las que llega nuestra influencia, empezando por nuestra familia, encuentren más sentido a sus vidas y se gocen de la ayuda de Dios.
Esta vocación de testigos de Cristo y liberadores nos puede parecer difícil y tal vez, ya tenemos experiencia de fracasos en nuestro intento de ayudar a los demás. También a nosotros, como a Gedeón, nos pueden asaltar los interrogantes («si el Señor está con nosotros, ¿por qué nos ha venido encima todo esto?») y queremos una señal para saber dónde está la voluntad de Dios.
Es la hora de recordar la palabra de Dios a Gedeón y a todos sus llamados: «no temas, yo estoy contigo». Estamos colaborando con Dios, no somos protagonistas, no salvamos nosotros al mundo con nuestras fuerzas. Y Dios parece tener preferencias por los débiles: ya dijo la Virgen que «miró la humildad de su sierva y ha hecho cosas grandes en mí».
"La misericordia y la fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se besan; la fidelidad brota de la tierra, y la justicia mira desde el cielo". La misericordia y la fidelidad de Dios cantadas en este salmo se han dado encuentro en Jesucristo. En Él se manifiesta el ofrecimiento del perdón divino (misericordia), y en Él se cumplen las promesas hechas por Dios a su pueblo (fidelidad). Por eso San Juan proclamará que el Verbo encarnado está lleno de "gracia y verdad" (Jn 1,14), que equivalen a misericordia y fidelidad. Y Teodoreto de Ciro, aplicando estas palabras a la bendición dada a la tierra con Cristo, comenta: "le otorga esa bendición egregia que consiste en la Encarnación de su Hijo, con la cual el Padre anula aquella otra maldición del Génesis (cf Gn 3,17), y muestra que cualquier tristeza ha llegado a su fin, que toda la creación queda renovada". Juan Pablo II habló del tema en su Encíclica, que ya hemos comentado (Dives in misericordia, n. 4). S. Atanasio dice: "ciertamente la verdad y la misericordia se besaron mediante la verdad que trajo al mundo la siempre Virgen Madre de Dios". A ella damos gracias, por su intercesión "el Señor nos dará la lluvia, y nuestra tierra dará su fruto. La justicia marchará ante él, la salvación seguirá sus pasos".
Llucià Pou Sabaté
Santa María Virgen, Reina
«En el sexto mes fue enviado el ángel Gabriel departe de Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón de nombre José, de la casa de David, y el nombre de la virgen era María. Y habiendo entrado donde ella estaba, le dijo: Dios te salve, llena de gracia, el Señor es contigo. Ella se turbó al oír estas palabras, y consideraba que significaría esta salutación. Y el ángel le dijo: No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios: concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande y será llamado Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará eternamente sobre la casa de Jacob, y su Reino no tendrá fin. María dijo al ángel: ¿De que modo se hará esto, pues no conozco varón? Respondió el ángel y le dijo: El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso, el que nacerá será llamado Santo, Hijo de Dios (...). Dijo entonces Maria: He aquí la esclava del Señor hágase en mí según tu palabra. Y el ángel se retiró de su presencia.» (Lucas 1, 26-38)
1º. Madre, el Evangelio de hoy narra el momento de la anunciación: el día en el que conociste con claridad tu vocación, la misión que Dios te pedía y para la que te había estado preparando desde que naciste.
«No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios.»
No tengas miedo, madre mía, pues aunque la misión es inmensa, también es extraordinaria la gracia, la ayuda que has recibido de parte de Dios.
«¿De que modo se hará esto, pues no conozco varón?»
Madre, te habías consagrado a Dios por entero, y José estaba de acuerdo con esa donación de tu virginidad.
¿Cómo ahora te pide Dios ser madre?
No preguntas con desconfianza, como exigiendo más pruebas antes de aceptar la petición divina.
Preguntas para saber cómo quiere Dios que lleves a término ese nuevo plan que te propone.
«El Espíritu Santo descenderá sobre ti.»
Dios te quiere, a la vez, Madre y Virgen.
«Virgen antes del parto, en el parto y por siempre después del parto» (Pablo IV).
«He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra.»
Madre, una vez claro el camino, la respuesta es definitiva, la entrega es total: aquí estoy, para lo que haga falta.
¡Qué ejemplo para mi vida, para mi entrega personal a los planes de Dios!
Madre, ayúdame a ser generoso con Dios.
Que, una vez tenga claro el camino, no busque arreglos intermedios, soluciones fáciles.
Sé que si te imito, Madre, seré enteramente feliz.
2º. «Nuestra Madre es modelo de correspondencia a la gracia y, al contemplar su vida, el Señor nos dará luz para que sepamos divinizar nuestra existencia ordinaria. (...) Tratemos de aprender, siguiendo su ejemplo en la obediencia a Dios, en esa delicada combinación de esclavitud y de señorío. En María no hay nada de aquella actitud de las vírgenes necias, que obedecen, pero alocadamente. Nuestra Señora oye con atención lo que Dios quiere, pondera lo que no entiende, pregunta lo que no sabe. Luego, se entrega toda al cumplimiento de la voluntad divina: «he aquí la esclava del Señor hágase en mí según tu palabra». ¿Veis la maravilla? Santa María, maestra de toda nuestra conducta, nos enseña ahora que la obediencia a Dios no es servilismo, no sojuzga la conciencia: nos mueve íntimamente a que descubramos «la libertad de los hijos de Dios» (Es Cristo que pasa.-173).
Madre, hoy se ve a mucha gente que no quiere que le dicten lo que debe hacer, que no quiere ser esclavo de nada ni de nadie.
Paradójicamente, se mueven fuertemente controlados por las distintas modas, y no pueden escapar a la esclavitud de sus propias flaquezas.
Tú me enseñas hoy que el verdadero señorío, la verdadera libertad, se obtiene precisamente con la obediencia fiel a la voluntad de Dios y con el servicio desinteresado a los demás.
Esta meditación está tomada de: "Una cita con Dios" de Pablo Cardona. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.